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ArribaAbajoNota del editor

Es un gran placer para los miembros de los dos Consejos de La Palabra poder dedicar este número extraordinario de la revista al amigo e ilustre crítico de la literatura mexicana y chicana, don Luis Leal. Ahora se juntan académicos veteranos y jóvenes estudiosos para rendirle un homenaje muy merecido, aunque humilde, a nuestro colega y maestro.

El verdadero maestro no enseña sólo con lo que dice, sino más bien con lo que hace, o sea, con el ejemplo. Aquí se aplica el adagio latino: «verba volant, sed scripta manent». Y esto es don Luis: buen amigo, dedicado profesor e incansable investigador. En cuanto a la literatura chicana, creemos nosotros que lo principal no ha sido precisamente la labor crítica positiva de sus ya conocidos ensayos, en sí muy valiosos, sino más bien su posición de adalid en lo que se refiere a «la defensa» de una literatura que creían naciente y extemporánea algunos, por no decir muchos críticos algo miopes y ajenos a una antigua realidad literaria.

En este número de La Palabra podrán encontrar los lectores una considerable variedad de trabajos literarios: crítica, evocaciones, poesía, cuento, reseñas y, sobre todo, una faceta hasta ahora poco conocida: la poesía, «inédita» en su mayor parte, de don Luis Leal.

Justo S. Alarcón

Editor




ArribaAbajoDon Luis

Francisco A. Lomelí



Santa Bárbara, CA

El conocer a Luis Leal es toparse con un monumento andante del conocimiento y, más aún, de la modestia. Aunque reconocemos que es imposible presentar a una persona por medio de meras descripciones, el impulso nos conduce a caracterizarlo como hispanista - scholar - nación (univers)alista - curioso pionero - folklorista - poeta-conversador - anecdotista - ingenioso - humanista - ecléctico - cuate. No es fácil encontrar tantas cualidades en un solo individuo, pero justamente por eso La Palabra rinde homenaje a una figura tan por encima y tan entre nosotros. Lo que suele destacarse en él son la agudeza y la sencillez, ambas condicionadas por el incontenible deseo de aprender y así desafiar el misterio. Más vale hacer una aclaración: halagarlo no es ennoblecerlo, sino reconocerle sus méritos y positiva influencia. Por eso hay que proceder con pruebas concretas -como dice el maestro- y esperamos que el presente número sea un gesto del aprecio que muchos sienten hacia él y su labor académica. En su conjunto, este número pretende dejar constancia de Luis Leal como persona, pensador y creador de múltiples libros y sinnúmero de artículos. Llamarles a los contribuyentes «admiradores» sería tal vez caer en lo perogrullesco, y decirles discípulos sería otorgarle un status de promovedor de pléyades. Es más: los que aquí colaboran admiten inspirarse en su persona como modelo de la rectitud, lo cual explica la informalidad-formal de referirse a él (entre distinguido y carnal) por el apelativo lacónico de «Don Luis».

No es necesario ni mitificarlo ni inflar su breve nombre; es simplemente don Luis, alguien que trae el corazón en la mano en toda acción que lleva a cabo sin acudir a tambores, ni celebraciones, ni seguidores. Como curioso insaciable prefiere abrir caminos con el fin de crear espacios críticos y así promover la discusión en torno a nuevos temas. Según don Luis, «hay campo para todos, porque existe mucho por desarrollar». Su ejemplo radica en sus trabajos eruditos y en su calor humano, los primeros leídos y los segundos manifestados a través de sus graciosas conversaciones. Cuenta chistes y formula observaciones incisivas con una aparente fluidez innata, a la vez que elabora análisis espontáneos con frescura y contemporaneidad. Nunca pierde el tiempo; al contrario, se mantiene activo dentro del mismo como testigo y partícipe. Su vitalidad hace considerar que ha encontrado la fuente de la juventud en el poder del pensamiento. Además, piensa como camina: con gran velocidad; y escribe como piensa: con una innegable mesura. Es joven en el sentido más amplio de la palabra y trata de mantenerse al corriente del mundo actual interesándose en diversas áreas. Si hubiera sido excavador de pozos, también se habría hecho conocer por el don que tiene para encontrar cosas. Luis Leal siempre sobrepasa lo que se le exige. En la enseñanza se le reconoce como el maestro de maestros que ha sabido alentar a sus estudiantes, impartirles la prudencia y estimular en ellos nuevas ideas. Cruzarse con Don Luis es una experiencia inolvidable que suele dejar una huella permanente.

El presente número de La Palabra se ha organizado en torno a Luis Leal como crítico y persona, y de igual manera los campos que ha estudiado. Parte del propósito es dar a conocer sus múltiples facetas y talentos, algunos hasta ahora poco reconocidos. Así mismo, se traza su larga trayectoria señalando la estrecha vinculación entre las letras chicanas y mexicanas. Detalles al surgen en la entrevista hecha a don Luis, a la vez donde presenciamos a un individuo consciente de la historia. También se nos revela con un concepto propio de la literatura. El tributo que le rendimos representa una forma de celebrar la etapa de madurez a la cual ha llegado la literatura y la crítica chicanas en la actualidad. Don Luis Leal, entonces, se destaca como uno de sus iniciadores de la misma manera que sobresale como uno de sus exponentes más respetados. Algunos estudios en que combina la filosofía y la historia con la teoría literaria ya marcan hitos significativos en el desarrollo de las letras chicanas.

Como ya se ha documentado, la labor académica de don Luis en lo que respecta a lo mexicano y lo hispanoamericano (véase Homenaje a Luis Leal de Juan Valencia y Donald Bleznick), sentimos una motivación particular por poner al corriente su copiosa bibliografía para constatar la productividad y vocación tan extensas de dicho estudioso. Con ese fin, ofrecemos una lista de sus publicaciones que se concentran en lo chicano, labor no realizada de la ociosidad sino como extensión de sus investigaciones de siempre. Sus contribuciones datan desde los años 40 en revistas de Chicago cuando empezó a promover mexicanidad, o sea, rescatar a ésta del olvido y proyectar su presencia en los Estados Unidos. Este otro Luis Leal es, en realidad, el mismo que tanto ha indagado en lo mexicano y que considera lo chicano una nueva frontera de un pueblo dividido. Sus trabajos seminales desde 1973 -empezando con «Mexican American Literature: A Historical Perspective», que apareció en Revista Chicano-Riqueña- indican más que un retorno a su pasado: es una reconciliación del ser mexicano y del ser chicano. La Palabra espera, con este homenaje, dejar constancia de tan dinámica y provechosa fusión, ya que don Luis es un ejemplo y una representación de lo dicho.




Bibliografía chicana

Aztlán y México: Perfiles literarios e históricos, Ypsilanti, MI, Bilingual Press, 1983.

«Chicano Journals», A Decade of Chicano Literature (1970-1979), Luis Leal, et al. Santa Barbara, CA, Editorial La Causa, 1982, págs. 83-93.

«Chicano Literature: An Overview», con Pepe Barrón, Three American Literatures, Houston A. Baker, Jr., ed. New York, The Modern Language Association of America, 1982, págs. 9-32.

«El corrido», Xalmán, 3, núm. 2 (otoño 1980), 15-41 (inglés), 42-71 (español). Edición especial: Corridos y canciones de Aztlán.

«Cuatro siglos de prosa aztlanense», La Palabra, 3, núm. 1 (primavera 1980), págs. 2-12.

«El escritor chicano y la literatura mexicana», Xalmán, 4, núms. 1-2 (primavera-otoño 1981), págs. 50-54.

«La imagen literaria chicana», Xalmán, 2, núm. 1 (primavera 1978), págs. 3-9.

«In Search of Aztlán», Denver Quarterly, 16, núm. 3 (otoño 1981), págs. 16-22.

«Literatura chicana: nuevas tendencias», La Opinión, Los Ángeles, Suplemento Cultural, 14 de diciembre 1980, págs. 2-4.

«Literatura de frontera», Tierra adentro (INBA), núm. 27 (julio-septiembre 1981), págs. 36-39.

«Méndez y el Calila y Dimna». La Palabra, núms. 1-2 (primavera-otoño 1981), págs. 67-76.

«Mexican American Literature: A Historical Perspective», Revista Chicano-Riqueña, 1, núm. 1 (primavera 1973), págs. 32-44. Reeditado en Modern Chicano Writers, págs. 18-30; traducción al español en La Semana de Bellas Artes, núm. 133 (18 de junio 1981).

«Octavio Paz and the Chicano», Latin American Literary Review, 5, núm. 10 (primavera/verano 1977), págs. 115-123.

«The Problem of Identifying Chicano Literature», The Identification and Analysis of Chicano Literature, Francisco Jiménez, ed. New York, Bilingual Press, 1979, págs. 2-6.

«Tata Casehua o la desesperanza», Revista Chicano-Riqueña, 2, núm. 2 (primavera 1974), págs. 50-52.








ArribaAbajoMaestro, crítico y poeta: de, sobre y con Luis Leal


ArribaAbajoEntrevista con Luis Leal

Francisco A. Lomelí



Santa Bárbara, CA

Visista a Chicago

Francisco Lomelí: ¿Cuál ha sido la conexión entre México y los Estados Unidos para usted personalmente?

Luis Leal: Vine a los Estados Unidos cuando era joven con el propósito de seguir estudios superiores en Northwestern University y, después de terminar mis estudios, de hacerme ciudadano norteamericano, de haber participado en la Segunda Guerra Mundial y de casarme, decidí quedarme aquí. Llegué a este país en 1927 directamente a Chicago de Linares, Nuevo León, mi pueblo natal. De Northwestern, institución de la cual recibí el título de Bachiller en Ciencias, pasé a la Universidad de Chicago, egresándome con el Master of Arts en 1941 y con título de Doctor en Filosofía en 1950. Un profesor de Laredo, Salomón Narciso Treviño, fue quien me llevó a la Universidad de Chicago; sin él tal vez nunca hubiera ido allí.

Francisco Lomelí: ¿Cómo fue que se interesó en los estudios hispanoamericanos?

Luis Leal: Después de la Maestría, decidí seguir para el doctorado bajo la dirección de Carlos Castillo, especialista en el Siglo de Oro. Hay que recordar que antes de la Segunda Guerra Mundial la literatura hispanoamericana se enseñaba poco en los Estados Unidos. Se ofrecían pocos cursos y de literatura mexicana prácticamente nada. Me iba encaminando hacia el Siglo de Oro, pero mi interés se impuso por lo hispanoamericano y, en especial, por lo mexicano cuando Castillo comenzó a impartir unos cursos. Precisamente en esos años estuvo Amado Alonso y, aunque yo había terminado mis cursos, asistí a sus clases de oyente, clases sobre Rubén Darío, Pablo Neruda y el español en América. Así decidí escribir mi disertación sobre el cuento mexicano y sus orígenes, ya que era tema tan extenso en que no se había hecho casi nada. Como se supo sobre qué había hecho mi disertación, me pidió Frank de Andrea de la Ciudad de México en 1951 que escribiera una breve historia del cuento mexicano, obra que finalicé durante mi estadía en la Universidad de Misisipí en 1954.

Francisco Lomelí: ¿El haber salido de México a una edad tan temprana provocó en usted cierta búsqueda por su mexicanidad?

Luis Leal: Sí, sin duda. Como en esa época era muy difícil para los hispanoamericanos penetrar los departamentos de lenguas, rehusé cambiar mi pronunciación mexicana por una castellana, ya que se insistía en eso para enseñar las clases. Por mi parte, nunca dije que era español o cualquier otra cosa. Al contrario, insistía en que era mexicano y así me llegaron a dirigir preguntas sobre la literatura mexicana. Llegué a la conclusión que tenía que conocerla bien, y me propuse emprender su investigación. Pero, antes de eso, el profesor Brenes Mesén en Northwestern me había encarrilado hacia los estudios hispanoamericanos; más que nadie, él fue responsable, porque yo quería estudiar matemáticas. Entonces, cuando fui a Chicago, ya estaba decidido qué campo seguir, y el único contratiempo con que me topé fue el tener que repasar todos mis estudios con la interrupción de la guerra.

Francisco Lomelí: ¿Encontró algunas dificultades por ser mexicano en esa región, o en ese ambiente?

Luis Leal: En la universidad no tuve ningún problema ni me enfrenté con ningún prejuicio, pero fuera de la universidad claro que sí. En esos años el prejuicio era general contra los hispanoamericanos en todas partes. Por ejemplo, me tocó estar en Chicago cuando la repatriación de los mexicanos llegó a ser problema. Donde había más mexicanos, como en Gary, Indiana, en las afueras de Chicago, en las fundiciones de acero y las empacadoras de carne, allí se formó una asociación para ayudar a la gente. No era una liga de defensa propiamente dicha, sino un Concilio que recibía fondos de la ciudad; incluso, teníamos una oficina en el Hall House y ayudábamos a los inmigrantes y a otros mexicanos.

Francisco Lomelí: ¿No había en esa época una actitud de militancia con qué protestar las deportaciones de mexicanos del país? ¿Qué se decía entre la gente?

Luis Leal: No hubo ninguna que yo sepa, aunque tal vez aquí en el suroeste haya habido. Muchos se encontraban en una situación que casi tenían ganas de volver a México. Claro, no lo aceptaban pasivamente, pero tampoco había una resistencia organizada. Por supuesto que había muchas protestas en los periódicos contra tal política, pero no había un movimiento organizado. La gente común en general decía cosas contra el sistema, porque muchos de los afectados tenían hijos nacidos aquí y tenían que llevárselos. Yo presencié pocos casos, no muchos. En esos años estaba muy ocupado estudiando. También hubo un choque contra México por la expropiación del petróleo, y entonces muchos de nosotros tuvimos que defender la política de Cárdenas.

Francisco Lomelí: ¿Cuál fue su participación como intelectual?

Luis Leal: En Chicago se fundó un periódico semanal llamado A. B. C. de Armando Almonte, en el cual publiqué unos trabajos de orden cultural en los 40. Luego salió Vida Latina, una revista mensual que se publicó hasta los 50, casi hasta fines de los 50, en la cual figuraban colaboraciones literarias, anuncios, fotografías, un formato muy bien ilustrado y noticias. Se produjo un renovado interés en lo mexicano y es cuando intentamos fundar una casa del mexicano con la colaboración del consulado mexicano, pero no se realizó. Logramos tener el Mexican American Council que quería hacer un centro social para nuestra gente.

Francisco Lomelí: Volvamos a su infancia en Linares o en México en general. ¿Qué recuerda de México durante la Revolución?

Luis Leal: Mi padre era ingeniero y vivimos en la frontera, pero durante la Revolución nos mudamos a México. Mi padre andaba con Lucio Blanco que era villista. De la capital federal y de esa época tengo recuerdos muy vivos. Luego vivimos en Querétaro y volvimos a Linares, lugar donde no hubo mucho movimiento revolucionario, aunque Cortázar en Rayuela menciona a un general revolucionario de mi pueblo. Recuerdo bastantes detalles de la Revolución misma, por ejemplo, escenas de guerra, las soldaderas despojando a los muertos. Una vez los soldados hicieron fogatas en los corredores de mi casa, dejando allí un agujero. A mi papá lo iban a fusilar, y no sé cómo se salvó. De la capital federal me acuerdo de los fusilamientos, porque mis hermanos y yo íbamos a verlos. Guardo una visión muy clara de esa época. Después en Linares la cosa era diferente en cuanto había una lucha de los campesinos por la tierra. Más que revolución, era un conflicto social entre los campesinos y los dueños de las tierras.

Francisco Lomelí: ¿La gente hablaba de un México nuevo o no surgía el tema?

Luis Leal: No. Allí lo único que se trataba era de sobrevivir. Como era muy niño, no me acuerdo que se haya tratado eso, aunque recuerdo bien que mis tías se levantaban a las 5 de la mañana para hacer cola y comprar lo que fuera para la comida. Mi padre era muy afecto a la Revolución y creía que México iba a ser un país nuevo. Se interesaba mucho en la política, y a mí me ponía a leerle los editoriales de los periódicos en voz alta. Lo habrá hecho con el propósito de interesarme en la lectura.

Francisco Lomelí: ¿Para los años 50, se había formulado una imagen distinta del México en el que vivió?

Luis Leal: Hay siempre dos o más imágenes que uno tiene de México. Se tiene una del México vivido y la que se guarda desde el extranjero, siendo un México idealizado. También uno tiene la imagen como resultado de las lecturas, y esa es la que ha predominado en mi vida. Cuando pienso en México, veo la vida muchas veces a través de la literatura. Si pienso en la Revolución, casi siempre pienso en Ulises criollo de Vasconcelos. Cuando pienso en otros problemas, tiendo a relacionarlos siempre a una obra literaria. Cuando se distancia de su país natal, se crea una imagen que es el resultado de las lecturas.

Francisco Lomelí: ¿Qué opina de los comentarios de Juan Rulfo, quien dijo que la historia de la Revolución Mexicana no se ha escrito todavía?

Luis Leal: Sí, estoy de acuerdo y no estoy de acuerdo. Su respuesta fue con respecto a cómo veía la Revolución y contestó que su historia no se había escrito todavía porque nadie se atreve a decir que Villa era un bandido, un matón, y que Zapata también. La verdadera historia, según Rulfo, está en las novelas, ya que allí se ve la realidad de cómo eran estos personajes. Cree que no se ha escrito debido a que nadie quiere criticar la Revolución. Pero hay que tener presente que en todas las revoluciones hay caudillos idealizados que se convierten en héroes. Rulfo está pensando en la vida privada de Villa como revolucionario o como líder. Quiere que se escriba una historia vista desde dentro, que sea una infrahistoria. No estoy de acuerdo con él por esta razón: dice que los novelistas critican a la Revolución, pero no lo hacen desde el punto de vista ideológico. Lo hacen desde el punto de vista del partido político. Los villistas perdieron y casi todos los escritores eran villistas; entonces naturalmente, como perdieron, critican a la Revolución. Eso no se encuentra en las historias escritas.

Francisco Lomelí: Existe mucha controversia en torno al tema de que si la Revolución tuvo éxito para México.

Luis Leal: Para mí, la Revolución tuvo un gran éxito hasta 1940 cuando terminó el gobierno de Cárdenas. Posteriormente, se olvidaron muchos de los principios de la Revolución y de la Constitución, algo que coincidió con la Guerra Mundial cuando México se unió a los Estados Unidos para pelear contra Alemania y Japón. Luego vino la época del descubrimiento del petróleo, factor que consideramos clave para provocar nuevos cambios, pero otra vez fracasó el gobierno en que no ha sabido utilizar esa gran riqueza para beneficio del pueblo.

Francisco Lomelí: ¿Diría que la Revolución persiste, ha muerto o ha quedado dormida? Escritores como Carlos Fuentes han planteado esa problemática en sus novelas como inquietud mexicana.

Luis Leal: Para mí, la Revolución terminó en 1940. No podemos hablar ya de la Revolución Mexicana; si no, podríamos decir que todo pueblo está en revolución constante. Los principios formulados por los revolucionarios, a los cuales se les dio forma en la Constitución de 1917, se abandonaron en 1940. Tenemos la distribución de las tierras como ejemplo.

Francisco Lomelí: En el campo literario mexicano después de los 50, ¿qué cambios se evidenciaron?

Luis Leal: El cambio en la literatura mexicana ocurre inmediatamente después de la guerra cuando termina el vanguardismo, la novela social, la novela de la Revolución y el indigenismo. Por ejemplo, surge el indigenismo en los 30 bajo Cárdenas y se abandona hacia 1940. Luego hay un cosmopolitismo y se hace conocer una novela innovadora como El luto humano de Revueltas, de 1943. Después aparece Al filo del agua, del 47, que es otro gran cambio en el desarrollo de la literatura. La influencia de la literatura inglesa y norteamericana en el México de los 50 dura hasta el 68, cuando Tlatelolco. Lo ocurrido en Tlatelolco trae otro cambio: se vuelve a lo social, porque los escritores se preguntan lo que está pasando y cómo es posible que algo como Tlatelolco haya tenido lugar en México. De ahí nace ese movimiento que hasta hoy continúa.

Francisco Lomelí: Con respecto a la literatura chicana, ¿cuándo fue que se interesó por primera vez?

Luis Leal: Siempre me ha interesado, esto es, desde que estaba en Chicago; sin embargo, no pensaba uno antes en la literatura chicana como un estudio separado. Mi actividad concreta en trabajarla la inicié en Urbana, donde una vez tuvimos en los 60 una sesión sobre los chicanos. Invitamos a un grupo que presentó un programa formal con cámaras y transparencias sobre los chicanos de Chicago. Allí leí un trabajo sobre la literatura chicana que no he publicado. Luego, cuando Luis Dávila presentó un trabajo en una sesión del Midwest MLA en Detroit, me pidieron que hiciera comentarios sobre el trabajo. Poco después, Luis Dávila y Nick Kanellos fundaron la Revista Chicano-Riqueña, y aquél me pidió que preparara un artículo para el primer número.

Francisco Lomelí: Tiene varios estudios claves sobre la historia literaria, el que acaba de mencionar, el que figura en La Palabra sobre la literatura aztlanense y los dos que aparecen en Chicano Literature: A Reader's Encyclopedia. En otro que se encuentra en Xalmán desarrolla el concepto de la imagen bilingüe. Explique cómo ha llegado a ese concepto.

Luis Leal: Mi interés data de una época anterior desde cuando estudiaba el tema del nacionalismo literario en la literatura mexicana. Digo ¿qué es lo que la hace mexicana? y ¿por qué es una literatura mexicana? y ¿qué es lo que la distingue de la española? He recogido por muchos años información sobre ese tema. En Guadalajara, me pidieron que diera una conferencia sobre el tema y es cuando llegué a la conclusión que el único modo de entender una literatura nacional y sus rasgos distintivos es estudiar las imágenes. Según Agustín Yáñez, lo mexicano en el escritor se encuentra en la sintaxis, no en el vocabulario. Creo que lo importante es la imagen, porque un escritor que no conozca México no puede usar ciertas imágenes características. A la vez, un escritor que no conozca el medio chicano con vivir en los Estados Unidos tampoco puede escribir literatura chicana. Tiene que crear ciertas imágenes, muchas veces inconscientemente representativas del chicanismo. Ahora bien, el problema es si existe o no una imagen bilingüe o más bien bicultural. No hay duda de que existen algunas palabras en español inglés, pero el punto principal es que sí existe una imagen bicultural que sólo tiene importancia y significado para el lector chicano.

Francisco Lomelí: ¿Ve una especie de compenetración, puntos de contacto, experiencia común, o relación íntima entre las literaturas chicana y mexicana? ¿Cómo se distinguen o cómo se asocian?

Luis Leal: Es interesante cómo los creadores ven el tema. Lo mejor que se puede decir es lo que afirma Rudy Anaya en una entrevista con Bruce-Novoa, y es esto: que aunque un escritor chicano escriba en inglés, y no conozca los autores mexicanos, lleva siempre en el subconsciente lo mexicano, y es imposible deshacerse de esa herencia cultural. Hasta autores como Gary Soto revelan tener imágenes mexicanas y chicanas. Si un escritor no logra crear esas imágenes, su literatura deja de ser chicana. Por lo tanto, las relaciones entre la literatura chicana y la mexicana son por lo general indirectas; esto es, el escritor chicano puede ser que no haya leído la literatura mexicana, pero en sus obras encontramos ciertas resonancias debidas generalmente al hecho de que su cultura es el resultado de la unión de dos culturas primarias, la hispanoamericana y la angloamericana. En algunos escritores que escriben en español, por ejemplo Miguel Méndez, la influencia es obvia. En otros, como ocurre con Alurista, las influencias son equitativas. El hecho de que use dos lenguas distingue a Alurista del escritor angloamericano tanto como del mexicano. Y, sin embargo, las imágenes, los motivos, los temas y asuntos son predominantemente mexicanos. Y hasta en autores como Rudy Anaya, Ron Arias y Gary Soto, que escriben exclusivamente en inglés, encontramos imágenes, motivos y símbolos procedentes de la cultura mexicana; y esto los acerca a la literatura de esa nación, aunque no podemos decir que sus obras pertenecen a esa literatura.

Francisco Lomelí: ¿La lengua, entonces, es el elemento diferenciador?

Luis Leal: Hasta cierto punto sí, porque los escritores mexicanos generalmente no usan el inglés, ni mezclan el inglés y el español. Hay excepciones, como en el caso de la novela Se está haciendo tarde, de José Agustín, que tendríamos que llamar una novela chicana porque está escrita en inglés y español. Así que no podemos decir que el uso de las dos lenguas es exclusivo del autor chicano, ya que algunos mexicanos lo hacen. Claro, estos son pocos; sólo los que conocen el ambiente norteamericano; pero mi idea es que la imagen separa a las dos literaturas. Hay imágenes en la literatura chicana que un escritor mexicano nunca usaría, porque no las conoce. No forman parte de su concepto del mundo. En otras palabras, es diferente porque el chicano usa la experiencia bicultural y para ello necesita vivirse esa experiencia bicultural angloamericana/ mexicana.

Francisco Lomelí: Ha dicho en alguna ocasión que la literatura chicana es una extensión de la mexicana.

Luis Leal: Me refiero más bien a la época colonial. Ese es el contexto. En vez de usar el término chicano, mejor hablar de una literatura aztlanense porque así nos evitamos el problema de denominarla chicana, ya que el término no se usaba. La literatura que se escribe en el suroeste antes de 1848 es parte de la literatura mexicana, porque pertenecía a México. Después del 48, ya no podemos decir que pertenece a la literatura mexicana, aunque no se puede explicar sin tener en cuenta la mexicana.

Francisco Lomelí: ¿Es la literatura chicana contemporánea independiente de la mexicana y norteamericana o cabe dentro de una de las dos?

Luis Leal: Siempre he dicho que es independiente. Tomemos como casos concretos la novela escrita en español, como Peregrinos de Aztlán, Caras viejas y vino nuevo o Mi querido Rafa, obras difíciles de decir que pertenecen a la literatura angloamericana. Además, las historias de ésta ignoran a aquéllas.

Francisco Lomelí: ¿Se debería procurar el reconocimiento de la literatura chicana por la literatura mexicana?

Luis Leal: No se puede hablar de la atención que la literatura mexicana le ha negado a la literatura chicana. Es verdad, sin embargo, que los críticos, por lo general, no se ocupan de ella; pero tampoco se ocupan de la literatura de la Baja California o de Yucatán o Tamaulipas. Y ni siquiera a escritores que viven en ciudades como Monterrey, Guadalajara, Veracruz, Puebla, se les presta atención. Ese estado de cosas es el resultado de la tremenda influencia que ejerce la metrópoli sobre la vida cultural del país. Y el problema ha llegado al punto de que muchísimos escritores que viven y publican sus obras en la misma capital son ignorados. Así, el escritor chicano no debe de preocuparse si le hacen caso o no en México. Su preocupación debe de ser única: escribir bien y publicar obras de alta calidad. El reconocimiento, no sólo en México sino en el mundo hispano, y hasta en Europa y otros continentes, llegará con el tiempo.

Francisco Lomelí: En 1977 declaró que la literatura chicana era una literatura del futuro. ¿Qué lo motivó a pronunciar tal juicio?

Luis Leal: Todavía creo que los grandes escritores chicanos están en el futuro. Es como sucedió en México. Cuando yo comencé a estudiar la literatura mexicana, Rulfo no había escrito nada y tampoco Carlos Fuentes. Octavio Paz era desconocido. Esos grandes escritores no habían escrito nada todavía. Agustín Yáñez no había publicado Al filo del agua. Para esa época se podría haber afirmado que la literatura mexicana también estaba en el futuro. La novela de la Revolución era la gran novela, una novela que las generaciones posteriores han superado mucho. Así, la literatura chicana en el futuro tiene que producir obras de mayor importancia y calidad. Y las va a producir.

Francisco Lomelí: Y la crítica, ¿se ha mantenido al compás de la producción chicana o se ha atrasado?

Luis Leal: Creo que la crítica ha avanzado mucho. Mire lo tanto que se ha publicado en los últimos años: el libro de Francisco Jiménez, de Joseph Sommers y Tomás Ybarra-Frausto, los de Juan Bruce-Novoa, las muchas revistas como La Palabra, Revista Chicano-Riqueña, Maize y otras. Antes no existía ese auge de la crítica. Y más y más los críticos comienzan a profundizar en el estudio de las obras. Antes se tenía que establecer que existía, que tenía valor, pero ahora ya no es necesario hacer eso; ahora podemos concentrarnos en el estudio de las obras. Queda mucho por hacer porque no hay libros todavía sobre los principales autores, como Hinojosa, Rivera, Méndez o Alurista. Eso está por hacerse y tiene que hacerse. Hasta hoy el enfoque ha sido más sobre la historia para establecer una base. Incluso, ahora se está internacionalizando, haciéndose conocer en Holanda, Alemania, España y recientemente se ha publicado un enorme libro en Francia sobre el tema. Va cruzando fronteras lejanas.

Francisco Lomelí: Mucha gente, en forma de broma ha dicho que usted tiene una maquinita secreta en su sótano que le permite producir tantos estudios. ¿Cómo les responde a esos curiosos?

Luis Leal: Es cierto. Es una maquinita que tiene diez dedos, pero que teclea con menos. No es de las que muelen carne, como alguien ha dicho. Lo que pasa es que desde que era estudiante en los años 30, he estado tomando notas antes de que hubiera maquinitas xerox. Todo era a mano, y tengo en mi casa todos mis archivos de todas mis notas. Lo único que tengo que hacer es redactar el estudio cuándo me lo piden. Guardo fichas sobre un gran número de temas que quisiera desarrollar en el futuro, y así es que tengo mucho trabajo por hacer sin tener que salir de mi casa para escribir.

Francisco Lomelí: Con su extensa experiencia en el campo literario y cultural, ¿qué concepto de la literatura se ha formado?

Luis Leal: Es mi concepto de la literatura que es la única ventana que el ser humano tiene disponible para observar a través de ella el mundo de lo posible, en su totalidad. Esa ventana puede tener cristales muy limpios, o no tenerlos, y entonces el lector es capaz de ver una realidad que se confunde con aquella en la que vive; o los cristales pueden ser de diversos colores, y entonces ve un mundo idealizado, utópico o fantasmal, esto es, un mundo irreal, un mundo que aunque compuesto de elementos tomados de la realidad (empírica o psicológica) no es el mundo que encuentra en sus experiencias cotidianas. Las posibilidades que la literatura nos ofrece son infinitas. El narrador, sea cuentista o novelista, nos descubre un mundo hipotético en el cual encontramos seres humanos que se comportan como aquellos que transitan por el mundo real. Y, sin embargo, son seres que no existen, que sólo tienen vida en la imaginación del autor que los ha creado y del lector que los recrea al leer la obra. Al mismo tiempo, son seres humanos que conocemos mejor que a aquellos con quienes nos podemos identificar, seres que nos sirven de modelo para juzgar a la humanidad; o rechazamos porque no creemos que su conducta sea digna de ser imitada. No menos importante, el novelista pone a sus creaciones en movimiento y los hace actuar en situaciones claves que nos revelan su carácter y su psicología. El cuentista nos ofrece una anécdota, ocurrida a su personaje, con la cual crea en el lector un placer estético y al mismo tiempo enriquece su acervo psicológico. El poeta, en cambio, abre su corazón y nos revela sus más íntimos sentimientos; o, lo que es más importante, nos da una visión de la realidad organizada en torno a imágenes originales que nos permite interpretar la naturaleza del mundo. Lo anterior nos indica que para mí la literatura es una rama de la sabiduría humana mucho más importante que las ciencias (naturales o sociales) y sólo equiparable a otras formas del arte. Si bien las ciencias nos ofrecen la posibilidad de avanzar materialmente, nos dan una visión parcial de la realidad, visión a veces distorsionada. La literatura, en cambio, nos la presenta en su compleja totalidad, desde diferentes perspectivas, pero siempre integrada.

Francisco Lomelí: Y esto, ¿cómo lo aplica al estudio de las literaturas chicana y mexicana?

Luis Leal: La literatura puede ser estudiada desde múltiples perspectivas, todas ellas válidas. La crítica literaria puede enfocar el estudio de la obra desde cualquier punto de vista, pero sin olvidar que esa obra es el producto de una tradición literaria que ha sido moldeada por circunstancias culturales características del pueblo que la produce. Porque la obra literaria, además de regirse por normas universales peculiares de todas ellas, presenta rasgos individuales que permiten al crítico atribuirla a un pueblo, a una nación o a un autor. No existe ninguna obra enteramente despegada de la realidad social que la produce, por el simple hecho de ser el material de la literatura el lenguaje, material que conlleva valores semánticos distintivos que trascienden las mejores intenciones del autor. La literatura mexicana, como hemos observado en alguna otra parte, no puede ser estudiada sin tener muy presente la literatura hispanoamericana y la española; y la chicana, sin tener presente tanto la mexicana como la angloamericana. Lo que no indica, por supuesto, que el crítico debe de enfocar su estudio exclusivamente a través del método comparado. El estudio superficial de las influencias literarias no nos ayuda a explicar la obra en su totalidad, objetivo que el crítico debe de tener muy presente. Sin embargo, ¿cómo explicar una novela como El periquillo sarniento sin tener en cuenta la picaresca española, o Peregrinos de Aztlán sin conocer la literatura indigenista mexicana? En fin, la literatura debe de ser leída y estudiada no con el propósito de estar al día con el último libro del autor de moda, o para obtener una nota, o para pasar el tiempo o algún otro ulterior motivo, sino con el de enriquecer nuestras vidas y de contribuir al establecimiento de un mundo más bello, más justo, más hospitalario. La literatura nos ofrece los posibles modelos, y son a ellos a los que debemos de volver una y otra vez. No me puedo imaginar un mundo sin literatura. Pero, si hiciera un esfuerzo, lo imaginaría como un mundo sin amor, un mundo sin flores ni pájaros, un mundo sin árboles ni puestas de sol, un mundo sin mares ni montañas, un mundo, en fin, en el que la vida sería un eterno viaje hacia la muerte, sin distracción alguna.