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Pablo Della Costa (hijo)





Canto a María



- I -

Arriba Me cerraban el paso, me impedían
que llegara hasta ti. Sus anatemas
vienen como lebreles azuzados
tras mi conciencia.
Mil saetas de sombra  5
ha disparado contra mí, la aviesa,
la hipócrita, la sórdida
turba de tus eunucos, mil saetas:
temor de Dios, respeto a los altares,
misterios de la fe; ritos, creencias,  10
póstumos juicios de las almas, leyes
que dicen son tu ley, y, por fin, ¡penas...!
¡horrorosos castigos
de tus manos severas...!
Y yo sé que tus manos  15
no se crispan sangrientas:
¡Manos, mórbida cuna de perdones!
¡Manos francas de amor, manos abiertas!

De mis ropas de fe, que han desgarrado,
te traigo los andrajos; de las hueras  20
cavernas de mis ojos, que han herido
con mentiras candentes, las sinceras
lágrimas.
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       Y me arranco del oído
puñados de clamores y blasfemias  25
que constelaron mi sendero, y una
a una las saetas
de sombra, que de sombra
constelan mi conciencia.

Son andrajos, y llanto, y maldiciones:  30
¡esa es mi ofrenda!
Cubierto en sangre de prejuicios muertos
a estocadas de ideas,
te la arrojo en un broche de visiones,
y me parece bella,  35
y me parece buena,
y me parece tierna,
¡y me parece inmensa!
desbordada de mi alma hasta tus manos,
manos francas de amor, manos abiertas.  40

La vi, a tus pies rendida,
de tus eunucos la cohorte negra:
un monorrimo vacuo entre los labios
y entre los dedos piedras;
entre los surcos de las frentes de unos  45
dudas, dudas y dudas; en las tersas
frentes de los demás, sólo apatía,
tinieblas y tinieblas.
Te ignoran y se rinden, y al purísimo
vaso de gloria de tu busto, cuelgan  50
ropajes desusados
e impenetrables vestiduras luengas.
Te ignoran y se rinden, y el misterio
infinito y caudal de tu cabeza
no bate alas humanas  55
bajo el grillo de fuego en que la cercan.
No saben, no comprenden
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como eres bella;
yo te quiero desnuda,
libre y flotante llama de ébano en la cabeza,  60
y te arranco del ara, entre la grita
de muchedumbre estulta que bravea,
y grito ¡Madre! ¡Madre!
y basta, ya eres virgen, ya eres reina!


- II -

Venga el tu reino a mí. Yo sé tu espíritu  65
y penetro tu esencia,
como sé que Julieta en siendo madre
sería tu alma gemela.
Tu eterna voz de ayer y de mañana,
-por boca fresca  70
por boca nueva
de otra Julieta-,
me ha dicho amor, me ha hablado del mañana,
-viene tu reino a mí-, me ha dicho «Espera».
Y tú me has prometido  75
todo tu amor y toda tu belleza,
me has jurado hacinar en nuestras almas
ciclos de primaveras,
me has ofrecido conjunción de espasmos
como una eterna  80
cabalgata de estíos, sagitarios
persiguiendo bacantes en la selva,
y tu voz me repite,
-siempre por esa boca fresca y nueva-,
que nuestro amor ha de engendrar un hijo  85
y que nuestro hijo ha de iniciar una era!

¡Qué alta será su nueva cruz, y cuántas
memorables auroras
besarán su cabeza!
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También tendrá los brazos extendidos  90
sobre pueblos y razas y creencias
y las cuatro estaciones
en vigilia a su vera.
      ¡SEA!
Hasta que nazca, y muera, y resucite:  95
¡Jerusalem lo esperará despierta!


- III -

Ya he besado tus manos
sin doblar la cabeza.
En el oro de un sueño que me has dado,
como un exvoto, engarzo este poema;  100
cubierto en sangre de prejuicios muertos
a estocadas de ideas,
he venido a dejarlo entre tus manos
¡manos francas de amor, manos abiertas!