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El «Bildungsroman» en tiempos difíciles: «Una luz muy lejana» y «El oscuro» de Daniel Moyano

Rita Gnutzmann Borris





Como es sabido, la novela de aprendizaje o Bildungsroman surgió a finales del siglo XVIII y mostraba la formación de un joven desde su adolescencia hasta su madurez según determinados valores culturales. Con respecto al personaje ficticio, se aspira(ba) a su integración plena como miembro responsable en la sociedad; con respecto al lector, resulta obvia la función didáctica y ejemplar1. Desde el comienzo, uno de los primeros críticos del Bildungsroman, Karl Morgenstern (conferencias de 1819, 1820) insistió en esta doble faceta del nombre y del relato: 1. mostrar el aprendizaje del personaje ficticio; 2. educar al lector. Sabemos que el ideal de la época era la formación de una personalidad en la que lo estético, ético, racional y sensible se uniesen en un todo armónico. El mismo Morgenstern reconoce en uno de sus modelos, el poeta Klinger, que el aprendizaje puede desviarse y llevar a la «amargura sarcástica y a la desilusión pesimista» (Martini, 1961: 51). Además, hay que tener en cuenta que, si el aprendizaje se realiza dentro de la sociedad, las experiencias que el adolescente debe superar variarán según las épocas, lo mismo que el ideal de formación que se desea alcanzar. Por otra parte, desde el psicoanálisis se enfoca el proceso de aprendizaje y reconocimiento por el otro con la simultánea denegación de deseos y pulsiones propios como un proceso de «auto-enajenación» (Smith, 1987: 211). Para el clásico Bildungsroman, Buckley (1974: 17-18) resume los siguientes componentes y etapas principales: la juventud y la orfandad, el provincianismo y el viaje a la ciudad, el conflicto con la sociedad circundante y/o entre generaciones, la formación mediante una serie de experiencias vivenciales (incluidas algunas amorosas) y de lecturas prohibidas y la búsqueda de una vocación y de valores éticos.

En los años sesenta, Daniel Moyano escribió las novelas Una luz muy lejana (1966) y El oscuro (1968)2, siguiendo las pautas antes mencionadas. En ambas, un joven provinciano sale de su pueblo hacia la ciudad para entrar en contacto con otros personajes y superar una serie de experiencias; sin embargo, en ningún caso el protagonista se siente colmado al final ni se integra en la sociedad3. Se podría hablar, por lo tanto, de un Bildungsroman4 fracasado, término empleado por Miles (1974) y retomado por la crítica feminista con respecto al relato de aprendizaje con personaje femenino (Aizenberg 1985; Lagos 1996). Al tratarse de un subgénero históricamente evolucionado, es importante tener en cuenta en qué momento y por qué surge, quién y de qué forma hace uso del Bildungsroman. Sin duda el hecho de que el protagonista moyaniano sea un provinciano marca su existencia5, pero su origen forma parte de un conjunto de factores políticos y sociales que se deben tener en cuenta en estas novelas.

En Una luz muy lejana, el tema de la formación se expresa ya en el primer capítulo6 y de dos maneras: 1. el joven Ismael reflexiona sobre su puesto en la sociedad y su incapacidad de «ser útil, acorde y armónico entre sus semejantes» (11), finalidad del Bildungsroman clásico como hemos visto; 2. el cuento infantil que sirve de mise en abyme7 acerca de un joven que «salió a rodar tierra» y que, al final de su largo viaje, «vio una gran luz», es decir, que ha terminado su formación y es aceptado en la sociedad (los habitantes de la casa iluminada). Pero, ya en este momento, Ismael se da cuenta de que no pertenece a ese tipo de «héroe» que alcanza la meta prometida, y el segundo fragmento en cursiva del relato anuncia el fracaso seguro, puesto que la casa (de hadas) está habitada por una vieja endeble y desamparada; ésta será sustituida en el último fragmento por un hombre igualmente viejo y abandonado quien le señalará una luz aún más lejana (148).

La llegada del joven a la ciudad (Córdoba) a una edad8 y en un año indeterminados, coincide con la esperanza del dueño de la casa que le da albergue de que las cosas mejorarán pronto: las calles de los alrededores se pavimentarán, el tranvía llegará y se construirán nuevas casas donde ahora existen viejas como la suya (14), es decir, el destino individual de Ismael se inscribe en el colectivo. El primer capítulo muestra el aprendizaje laboral y familiar del joven: los dueños de la casa que lo alojan gracias a una recomendación quedan anónimos como «el hombre» y «la mujer» y se cierran a él, dejándolo en la «otra orilla del mundo» (18). En el bar, en vez de trabar amistad con el otro lavacopas o con los camareros, presiente el prejuicio de éstos contra el provinciano Jacinto. En aquel entonces, el mozo Eusebio representaba para el joven la idea de «un hombre verdadero»: seguro, agresivo y dominante (22), visión del hombre de la ciudad del siglo XX basada en el poder y la subyugación que contrasta con el ideal cultural del Bildungsroman tradicional9. Si en el relato de aprendizaje clásico los personajes con los que el héroe se relaciona desempeñan principalmente el papel de educadores, aquí el grupo de personajes reunidos la Noche Vieja y que van a dar título a los capítulos siguientes resultan ser «lo más sucio de la sociedad» (34). El capítulo «Flaca» proporciona uno de los pocos momentos de aprendizaje moral: la mujer, fea y desdentada se convierte para Ismael en algo hermoso gracias a su pasión por la música y se establece por un momento una relación de fraternidad frente a la exclusión y el aislamiento que sufre el joven y el escarnio que rodea a la mujer. Al final será la misma Flaca la que le hace entrever «el pozo» más profundo de la degradación humana.

Una de las primeras experiencias a la que Ismael (y el héroe tradicional) se debe enfrentar es la del amor y del sexo, la última devaluada en seguida como mero acto físico debido al lenguaje utilizado por Eusebio que habla de «moverla, meterla, tumbarla» y de «estrenar» el nuevo cuarto con la «mina» (35). Pero Eusebio no es ninguna excepción, también los demás se sienten atraídos únicamente por el sexo, al que el joven se refiere tímidamente con el eufemismo «eso» (35, 36) mientras que el estudiante Tomás lo describe públicamente con gestos obscenos. Incluso se puede decir que la mayoría de los episodios giran en torno a las relaciones entre hombre y mujer: «La pareja» muestra el rápido desgaste del amor basado en el sexo entre Tomás y Teresa; «Reartes» trata la infidelidad de la mujer de éste; «Teodoro» maquilla su verdadero ser (se tiñe el pelo y escribe cartas saqueadas de otros autores) para cortejar a todas las muchachas del barrio y «Lucas» es un viejo, que tras la muerte de su mujer, se ha hundido por el miedo a la soledad. En todos estos episodios, Ismael, por egoísmo de los personajes, está obligado a participar como mirón. Tampoco la relación entre la deforme Marta e Ismael se salva del fracaso; el acto sexual mismo no es descrito como tal sino sugerido metafóricamente en la figura geométrica que traza la mujer y en los ojos asustados del chico Francisco quien acababa de matar una paloma y le contó al inocente Ismael cómo «lo» hacían los mayores. El sueño posterior de Ismael también resulta doloroso al confundir a Marta con su madre y a ésta con el maniquí sin cabeza ni piernas que ella usaba para sus labores de modista. Esta relación termina en un acto violento, narrado en el capítulo «La avenida arbolada», situado exactamente a mitad de la novela: el aborto de Marta y la negativa de Ismael a acompañarla en ese momento. La falta ética de Ismael contrasta con la historia de su tío que, él solo, asistía a su mujer en los partos y con el recuerdo paralelo de la muerte del perro al que Ismael no salvó por miedo al violento Peralta. También la sociedad es criticada en la persona del médico, personaje modélico en el Bildungsroman, quien en el relato moyaniano oculta la cruel realidad del aborto con programas ñoños de radio que hablan de «la luna» y de «bocas y besos» (74).

En medio de la mugre y la violencia, el amor espiritual parece encarnarse en Beatriz (nombre que indica su origen y su función de posible guía), pero ella no es más que una esperanza vedada para Ismael. Las verdaderas relaciones entre hombres y mujeres las observa Ismael en el último capítulo dedicado a la vida en la ciudad, significativamente llamado «El pozo». Reaparece la Flaca, transformada diez años10 después en borracha de la que todos los hombres abusan, incluso su hijo idiota. Ismael presencia la degración absoluta que le espera e intenta huir de Chacón, representante de la perversión más absoluta:

[...] todos ellos, los Chacones del mundo, terminan en alguna parte, en algún pozo sin fondo. Hay un fondo previsto, sin duda, donde el asco y la putrefacción y la miseria terminan. El aljibe. Un pozo. [...] Después más, más violenta, pero siempre silenciosa, y todos van cayendo en el pozo.


(145)11                


Aunque Ismael se salva en el último momento de cometer estupro, se siente «como un Chacón más» y efectivamente no hace nada para impedir el incesto.

Después de su descenso al infierno, al protagonista sólo le queda la desesperación o un intento de salvación: el relato apunta a lo último, anunciado en el título «Regresos». En vez de un viaje de retorno a su provincia natal -como ocurre en numerosos Bildungsroman- Ismael acompaña a Jacinto (personaje que sólo apareció en el primer capítulo) a su pueblo y en adelante adopta ese lugar y el padre indígena del amigo como su propio «origen».

Ahora bien ¿qué aprendizaje hizo el joven Ismael en la ciudad? En primer lugar se trata de un aprendizaje decepcionante: la ciudad se mostró engañosa; tras sus falsas luces (un «disco radiante en medio del páramo») se escondía un pozo negro profundo. ¿Adónde lo llevaron las experiencias con cada uno de los personajes? A pesar del viaje de «regreso», el lector tiene la sensación de un viaje en redondo, con Ismael sentado en el mismo lugar del comienzo, recordando las frases de sus compañeros que lo persiguen «aunque estuviera saliendo del pozo» (162) y observando la misma nube negra en forma de perro que lo acechaba al comienzo (10, 164). Ismael ha aprendido que los hombres no son solidarios (y él mismo no lo fue con Marta ni con el perro) y que se intentan dominar los unos a los otros, que las relaciones entre los dos sexos están regidas por el engaño y la violencia, que la amistad esconde intereses egoístas...12.

Frente a la estructura cronológica de Una luz muy lejana, El oscuro ofrece un primer problema al tratarse de un texto en que apenas se alude al tiempo y a la cronología13. El coronel Víctor, hombre mayor, está recluido en su dormitorio, al acecho de los ruidos de su mujer, de la criada y de la ciudad (Córdoba). Su doble separación de la sociedad y de su mujer tuvo lugar hace varios meses, tras la muerte de un estudiante en una manifestación reprimida por él. Es precisamente esta reclusión física la que permite la activación de su memoria14 y la recuperación de su pasado, reforzada y corregida por el recuerdo de otros personajes como su padre, su suegra y el ex compañero Joaquín.

El relato es circular: al comienzo, Víctor se encuentra en el dormitorio escuchando los ruidos nocturnos, observando los letreros luminosos cercanos y el «gran esplandor» de la lejana Córdoba (10-11); al final, Víctor, boca abajo en la cama, observa «la luz de los letreros» y el «cielo esplandente» (209). En el nivel simbólico, encontramos dos movimientos: el ascendente en lo social (con la repentina caída al final) y el descendente en lo humano y lo moral.

En sus recuerdos, Víctor recupera fragmentos de su infancia, adolescencia y madurez (como militar), pero nunca llega a componer una historia completa, relacionada causalmente. Víctor ve los hechos como «imágenes vivas y detenidas»:

[...] fijos como una proyección luminosa sobre una pared [...]. Y había muchos, con variadas composiciones, listos para proyectarse sobre la pared o en el aire. Menos mal que no estaban envueltos por nada y concluían allí mismo. No tenían más explicación que su exhibición.


(37)                


La relación de causa y efecto y la evolución de los hechos sueltos las ha de encontrar el lector, puesto que Víctor, por su carácter rígido, prefiere no buscarlas.

El número de recuerdos que se repiten constantemente es limitado: el primero, su padre tocando el tambor en la banda de la policía; el viaje con el padre al pueblo leñero de Chepes y sus viejas tías; la noche que el padre lo levantó de la cama para ver el cometa; la época de la escuela militar y sus visitas a Margarita en la pensión; la «persecución» del viejo padre y, sobre todo, el episodio en el baño del club cuando pasó por encima de don Blas; por último, la manifestación y la muerte del estudiante con, como consecuencia, la rebelión de Margarita.

Como se ve, la figura paterna es esencial y el rechazo del protagonista hacia su progenitor y lo que éste significa comienza ya en la primera línea del relato, cuando el espejo le refleja una imagen distinta de la que él se había forjado de sí mismo. Según esta falsa imagen era la madre europea, casi rubia, la que le proporcionaba su identidad15; pero el espejo le devuelve la verdad de una herencia paterna, étnicamente muy distinta, con sus pómulos prominentes, ojos pequeños, tez terrígena y manos nudosas. En esta descripción se conjugan el miedo y los prejuicios étnicos y sociales del militar advenedizo. Comparte sus ideas racistas contra el «indio soterrado que había en lo profundo de su padre» (23) con una parte de la sociedad, especialmente con los militares16; pero también trasparenta su miedo a la precariedad social de su origen provinciano (La Rioja), su pobreza, su abandono, su falta de acción y proyectos (cfr. la reducida pensión del padre que, además, durante un año no cobra y los bajos sueldos de los obreros; 117, 131). Durante la etapa de la infancia, don Blas cumple con todas las funciones de un padre: protege y abriga al hijo, lo lleva al colegio en las mañanas heladas, lo acompaña en su primera visita al dentista, lo envía a la ciudad y le paga la pensión durante los estudios. El episodio del cometa Halley17 cobra un significado especial en esta enseñanza: no sólo debía servir para mostrar los conocimientos del padre, sino también para quitarle al hijo el miedo a lo desconocido, a las cosas imprevisibles y a la precariedad del mundo. Como se ve, el origen, la enseñanza, la protección, el amor, la naturaleza y la música -elemento importantísimo en los textos de Moyano, él mismo músico-, están relacionados con la figura paterna. Ello no es frecuente en los relatos formativos; por el contrario, el padre o bien suele estar ausente, como en Una luz muy lejana o bien posicionarse a favor de intereses utilitarios y en contra de los deseos y las aspiraciones del hijo (como el padre de Wilhelm Meister)18. Por ello resulta natural que Ismael busque un padre-sustituto como Eusebio y finalmente lo encuentre literalmente en el padre de Jacinto, mientras que el coronel rechaza cualquier figura guía (por ejemplo, Doña Dora) y se rodea exclusivamente de militares.

La segunda fase de la formación de Víctor transcurre en la ciudad (Córdoba). En esta fase se agudizan las características ya presentes en el niño: la pulcritud y la vanidad (136, 167); la ambición (de ser abanderado en el desfile de niños y su boda en la catedral en vez de en la parroquia, 136, 153); la frialdad y el desprecio hacia los «inferiores» (como los inquilinos de la pensión, 60 ss.); el orden y el autoritarismo, impuestos incluso en la vida privada con Margarita a la que obliga a llevar una libreta en la que debe anotar sus acciones diarias y la obsesión de «perfeccionarlo todo» (185); la simulación y la pretensión (esconde su acento provinciano y nombra «todas las buenas familias de la Rioja», 60-61) y la búsqueda de la seguridad material, del orden y de la perfección (su búsqueda de refugio en casa de la familia «perfecta» Hernández, 83). Para Víctor fue la única época de felicidad:

En esos años todo había sido bello y seguro. Pertenecía a un orden perfecto que jamás se alteraba. Las cosas se hacían en días y horas perfectamente establecidos y significaban salvación [...]. Habrían quedado muy atrás las pilas de leña de Chepes, las tías enlutadas, el cántaro sucio, la banda de la policía con su padre tocando el tambor, y el mundo se le entregaría como una inmensa Margarita de belleza indestructible.


(12-13)                


La función de la ciudad es más compleja en esta novela que en la anterior; mientras que la negatividad de la gran urbe empuja a Ismael a volver a la provincia, a Víctor la ciudad le brinda la felicidad personal con el matrimonio y el ascenso social y profesional; pero ya se explicó anteriormente que el ascenso social implica un descenso en lo humano y lo moral y su idea del matrimonio se funda en la absoluta dependencia intelectual y física de la mujer.

La tercera y última fase de la biografía del coronel abarca su madurez y muestra el endurecimiento de sus ideas y comportamientos. Siempre con la misma técnica de los recuerdos incontrolados, sin cronología ni fechas concretas, se evoca una serie de episodios que denuncian el carácter duro y violento de Víctor, carente de humanidad, dureza ejercida la mayoría de las veces sobre la figura del padre: cuando lo zamarrea, al encontrarle «espiándolo», aunque sabemos que el viejo únicamente buscaba verlo, ya que el hijo militarmente le había asignado un único día al mes para recibirlo; cuando lo fumiga en el garaje en Buenos Aires, donde vive arrejuntado con una mujerzuela, buscando la cercanía del hijo, destinado en la capital19. En una sola ocasión alguien se opone a la prepotencia del coronel, cuando éste recrimina a su padre en el bar y uno de los obreros se mofa de su uniforme (de «Carnaval»), lo llama «maricón» y «pelotudo» y lo echa a la calle. La visita al padre moribundo se reduce a cuarenta minutos y no se repite, a pesar de la promesa en sentido contrario. El suceso que más se graba en la memoria del lector es el que ocurre en el baño del hotel City: el coronel, durante una fiesta con otros militares, quiere aliviarse y sorprende al padre reptando por el suelo, simulando buscar sus gafas; Víctor no duda un momento en pasar por encima de su padre, «orinando sobre su cuerpo». Poco después, don Blas está expuesto al escarnio de todos los demás militares y al insulto de su hijo que lo llama «este hijo de puta».

Pero el sentido de la novela no se agota en un conflicto personal; Moyano ha elevado el destino individual del Bildungsroman al nivel colectivo para criticar la rigidez y el autoritarismo de todo el estamento militar, aprovechando para ello la muerte del estudiante, paradigma del abuso militar también en novelas como El Señor Presidente y El recurso del método. Víctor borra el hecho de su memoria; pero en sus fantaseos el estudiante lo persigue y él rechaza toda culpabilidad tergiversando los hechos, convirtiéndose en consejero paternal del joven.

Únicamente el recuerdo del ex militar Joaquín y el repaso febril del propio Fernando antes de morir permiten la reconstrucción del suceso real (cfr. nota 19). Víctor es precursor de otros «salvadores» como Nabu (El vuelo del tigre) y el Sietemesino (Tres golpes de timbal). Todos ellos luchan contra lo que consideran «el mal», «el caos», la «precariedad» a lo que oponen sus ideas de «orden perfecto», «salvación», «bien» (13) y «la-moral-y-el-respeto-a-las-jerarquías» (15). Incluso en el ámbito privado, el coronel aplica su esquema autoritario de «misión», «orden», «deber», «sacrificio», capaz de justificar la destrucción con el pretexto de crear una «nueva vida» sobre las ruinas (183; «destruir una ciudad para protegerla», 178). Lo que el coronel ve como «podredumbre» en realidad no es otra cosa que la vida multifacética, tal como la observa en su recorrido por la ciudad:

[...] la ciudad crecía en ritmos estrepitosos. La multitud gesticulaba con un movimiento de peces. [...] Las bocinas, las conversaciones, las chimeneas, las máquinas y los gritos producían en el aire, para su oído atento, una gigantesca arritmia. [...] un tema de algarabía de pífanos humanos y armónicos artificiales hechos sobre una cuerda muy aguda.


(42, 44)                


Moyano, preocupado por los recientes acontecimientos políticos, crea con Víctor un típico representante de la clase militar, imbuido de su misión como «salvador de la patria»20. Recordemos brevemente la evolución política argentina de mediados de los sesenta: en junio de 1966, el radical Illia, debilitado en su poder por huelgas y la ocupación de fábricas, por la oposición de los peronistas y de la derecha, es destituido por los militares. El General Onganía disuelve todos los partidos políticos y el poder legislativo es puesto bajo control del ejecutivo. Prácticamente no hay resistencia entre la población, ni siquiera entre los sindicatos, excepto por parte de las universidades, como prueba el que una de las primeras medidas sea el nombramiento de «interventores» para sustituir a los antiguos rectores. La dureza de la represión al resistirse los estudiantes en Buenos Aires será conocida como «la noche de los bastones largos». En septiembre del mismo año, en una manifestación en Córdoba, el estudiante Santiago Pampillón es asesinado por la policía. Todo ello es anuncio de lo que ocurrirá en los años setenta21. Moyano, sensible a la situación político-social, hace suya la afirmación de Bajtin en su estudio sobre el Bildungsroman: «El hombre se transforma junto con el mundo, refleja en sí el desarrollo histórico del mundo» (1989: 215).

Para terminar, comparemos los dos relatos, ambos estructurados sobre el esquema del Bildungsroman. En ambos, el protagonista es un joven provinciano; pero mientras Ismael es huérfano y busca una figura paterna sustitutiva, en El oscuro, el padre vive e intenta guiar al hijo, aunque éste lo rechaza. Ambos adolescentes viajan a la ciudad, para ampliar sus experiencias vitales. En Una luz muy lejana, las «pruebas» del héroe son de carácter individual y la mayoría de las veces giran en torno a las relaciones entre los dos sexos; en la segunda novela también existe la relación amorosa, pero cobra más peso el grupo de los militares y el enfrentamiento con el padre y lo que significa (provincialismo, precariedad, falta de reconocimiento social, humildad y humanidad). La ciudad parece beneficiar a Víctor (éxito en lo profesional y lo personal con el rango militar y el matrimonio), pero en última instancia su vida está rodeada de muerte y de soledad. Es cierto que Ismael no parece haber encontrado una vocación profesional (tema esencial desde el Wilhelm Meister) y se encuentra solo en la gran ciudad, pero al final, aunque fuera de la sociedad de su entorno, en una utopía de «regreso a las raíces», vislumbra valores éticos y humanos. Víctor, por el contrario, se halla encerrado en su propia oscuridad y en su pensamiento estéril (como su matrimonio), sin ver ninguna «luz», aunque fuera lejana22. Sin embargo, si la aspiración final del Bildungsheld era el perfeccionamiento moral y su integridad como individuo, tampoco Ismael ha logrado la plenitud personal; igualmente falta su integración en la sociedad, integración que por otro lado, tampoco se podría considerar un logro tratándose de una sociedad nada ejemplar; por último, tampoco se le ve enrolado en una futura lucha para transformarla23.






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