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Adición

Barcelona en 1884

      (368)Desde la época en que por primera vez salió a luz esta obra, ha cambiado de tal manera el aspecto de Barcelona, ha adquirido tan extraordinario desarrollo la antigua urbe, cerrada antes por el círculo de hierro de sus murallas, que se hace preciso añadir a la actual edición algunas páginas, que más no consiente la índole del libro, para dar una idea del estado actual de la ciudad, y describir, siquier sea a grandes rasgos, los nuevos monumentos que han venido a juntarse, no ciertamente a competir, con aquellos cuyo venerando aspecto y cuyas bellezas artísticas forman la brillante -�corona con que ciñe sus sienes la ciudad condal.

     El poderoso impulso que ésta ha tomado, y el grado de adelanto que va acusando constantemente, débese, en primer y principal término, a la iniciativa particular, ya que poco tiene que agradecer la Barcelona actual a la protección oficial del Estado, ni se ha dejado, por otra parte, sentir mucho en ella la de las corporaciones locales.

     Las mismas causas que desde principios del pasado siglo la relegaron al papel secundario de otra de tantas ciudades españolas sin fuerza ni iniciativa en la gobernación del país, han continuado su influencia hasta hoy día; debiendo hacer valer el poderoso esfuerzo de su enérgica voluntad, para llegar al brillante estado en que hoy se encuentra en todos los ramos de la actividad, único campo que los azares de la fortuna no podían arrebatarle.

     Pasaron, es cierto, aquellas épocas esplendorosas de la Edad media en que los reyes de Aragón la distinguían con singular cariño; no se sientan ya en los escaños del salón de Ciento de la Casa Consistorial los graves concelleres y prohombres que con tanta prudencia y acierto la regían; la antigua Diputación del Principado, con su sabia organización y su altísima autoridad, dejó de reunirse en la sala de San Jorge de su gótico palacio; pasaron con su patriarcal gobierno aquellos Cónsules de la Mar cuya jurisdicción extendíase sobre todas las naves catalanas que llevaban la bandera de las rojas barras hasta los extremos confines de Oriente, el Atlántico y los mares del Norte; no se ve ya la animación de las fiestas palaciegas, ni los brillantes torneos en el Born; calló el alegre rumor de los arsenales de la Atarazana, lanzando por las anchas bocas de sus crujías aquellas galeras que compartían el dominio del Mediterráneo con las de Génova y Venecia, y llegaban hasta Constantinopla para sostener en su postrer esfuerzo al Imperio griego que luchaba a muerte con los turcos. Todo lo perdió Barcelona, nada le queda de su preponderancia política; mas en cambio su espíritu potente, su amor al trabajo y su afección al país le han dado fuerzas para resistir la falta de aquellas instituciones que eran para ella vida, poder y riqueza.

     De otra parte, la favorable situación que ocupa en un llano espacioso, rodeado de accidentadas cordilleras y limitado por el mar; un clima templado y benigno; y la circunstancia de tener a su alrededor una corona de pequeños pueblos en relación continua con ella, eran condiciones naturales muy ventajosas para su progreso, que constituían el patrimonio rico e indestructible que a través de los siglos había de conservar Barcelona. Por esto aunque las guerras del siglo XVII primero y la de Sucesión después, la acarrearon la más espantosa decadencia; aunque se la habían cerrado los mercados de América, única vía comercial que quedaba a Cataluña al decaer su influencia en los países orientales; a pesar de la despoblación que trajeron consigo tantos años de lucha; el Principado, siguiendo la iniciativa de su capital, supo reconquistar rápidamente por medio del trabajo su antigua preponderancia, si no en el campo de la política, en el palenque más honroso de las ciencias y las artes. Notóse ya brillantemente aquella desde mediados del siglo pasado en los tranquilos reinados de Fernando VI y Carlos III, durante los cuales los catalanes figuraron en lugar preeminente con sus hombres de ciencia (369); y aunque sufrió rudo golpe con la guerra de la Independencia, volvió a despertar después, y fue aumentando progresivamente a pesar de las continuas revueltas que ensangrentaron las calles de la ciudad y los campos catalanes.

     A partir del comienzo de la segunda mitad de este siglo, concluida la guerra civil y calmadas un tanto las pasiones, creció de tal suerte la vida de la capital, que obligó a pensar en dejarle libres las alas para volar a mayor espacio, y se trató formalmente del derribo de las murallas.

     Ésta había sido la aspiración constante de la mayoría de los barceloneses, que veían pasar lastimosamente los años sin que la ciudad se procurase el área que para su actividad necesitaba, y sin que las viviendas amontonadas en pisos y en calles estrechísimas, pudiesen extenderse más allá de aquel círculo de piedra, que si antes había sido salvaguardia de sus derechos, podía ahora servir únicamente de escudo a insensatas revoluciones. Con la idea del derribo de las murallas iba hermanado el de la Ciudadela, levantada por Felipe V sobre las ruinas del mejor barrio de la antigua Barcelona, para amenazar constantemente a la ciudad rebelde, a la cual sólo se había perdonado la miserable existencia a cambio de arrebatarle sus antiguas libertades, conquistadas con la sangre de tantos mártires de la santa causa de la patria. Y no era solamente el odio que inspiraba aquella fortaleza, el que inducía a los barceloneses a desear su desaparición como la de las murallas. El instinto del pueblo comprendía que la ciudad activa y animada de los modernos tiempos, necesitaba despojarse de todos sus arreos de guerra, para llamar a sí las fuerzas vivas del país, y para atraer a su seno, con la confianza en la paz y en el sosiego, las corrientes del comercio y de la contratación de todas las regiones.

     Ya en distintas épocas, aprovechando los acontecimientos políticos que habían dado a la capital de Cataluña momentánea autonomía y le habían permitido respirar un instante del yugo de la centralización, se había intentado hacer algo en este sentido (370).

     Pero llegó por fin el día de aprobarse, en 1859, el plan de Ensanche y mejora de Barcelona, fruto de los profundos estudios del ingeniero don Ildefonso Cerdá. En él se incluyó también la autorización para el derribo de las murallas que se completó más tarde cuando, en 1868, por decreto de la Junta Revolucionaria, se dispuso la desaparición de la ominosa ciudadela, que empezó a echarse a tierra con cívica solemnidad el 5 de octubre del mismo año.

     De esa época data el inmenso desarrollo que ha adquirido la ciudad, partiendo de su antiguo perímetro de las murallas en dirección a los pueblos cercanos de Sans, Las Corts, San Gervasio de Cassolas, Horta, San Andrés de Palomar y San Martín de Provensals. Por su parte estas, un tiempo humildísisimas poblaciones rurales, han ido tomando carácter industrial, y aumentando en vecindario a medida que se han implantado en ellas las fábricas que no cabían en Barcelona, ocupándose sus tierras de labor con nuevas construcciones. En la actualidad una y otras se han encontrado en su movimiento expansivo, y cual hijos apartados de su madre se han dado los pueblos y la ciudad estrechísimo abrazo, que augura para un tiempo muy próximo una unión completa (371).

     El aspecto que hoy ofrece Barcelona difiere, pues, esencialmente del que tenía hace treinta años. A la fisonomía triste que presentaban en sus extremos las vías principales del casco antiguo, cerradas por edificaciones o por las robustas puertas y los terraplenes de los muros, ha sucedido la perspectiva de los grandes espacios abiertos al aire y a la luz, bella siempre en esta costa mediterránea. Los edificios recién construidos, pintados de colores claros, y la profusión de árboles plantados en las grandes vías, aumentan la entonación alegre de la parte más céntrica de la ciudad, que continúa siendo como antes la Rambla, rica banda de vistosos matices con que adorna su busto la condal matrona. Sus casas nuevas o modernas en su mayoría; su doble hilera de plátanos frondosos que deja un largo túnel de verdor, debajo del cual se desarrolla el paseo central, donde reina constante animación; la riqueza de sus tiendas y comercios; los teatros y cafés que allí compiten en lujo y comodidad, todo le da un aire de esplendidez que le ha conquistado fama universal.



     Si la recorremos en dirección al mar y nos fijamos en cada una de las secciones en que se divide, hallaremos en primer término la de Canaletas, antes solitaria, ahora animada y poblada de tiendas que poco a poco vienen a situarse alrededor de la Plaza de Cataluña, centro entre la ciudad antigua y la nueva. La de Estudios que la sigue, tiene a mano izquierda un magnífico caserío y la suntuosa morada del marqués de Comillas, antigua Casa Moya, con frescos del Vigatá en la fachada, jardín espacioso y galería de alta columnata; y a la derecha el edificio de la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes (en reconstrucción); el del Banco Hispano-Colonial y la iglesia de Belén que forma esquina con la calle del Carmen. Es esta iglesia un curioso ejemplar del estilo compuesto que adoptó para sus construcciones religiosas la Compañía de Jesús. Aunque domina en ella la tendencia barroca, no deja de ofrecer suntuosidad por la calidad de los materiales, siendo notable la belleza de alguno de sus fragmentos.

     En la Rambla de San José, donde se ve la suntuosa fachada del Palacio de la Vireyna, construido en el siglo pasado, se sitúa diariamente el mercado de las flores, que ofrece un bellísimo aspecto. Se enlaza esta Rambla con la del Centro o de Capuchinos por medio del Llano de la Boquería, de donde parten radialmente las principales arterias de la antigua urbe. A la Rambla de Capuchinos con el Liceo y con sus ricas tiendas, afluyen las modernas calles de Fernando, Unión y Conde del Asalto. Está unida por medio del Pasaje de Colón con la Plaza Real, obra del arquitecto don Francisco Daniel Molina, quien así en ella como en otras construcciones acreditó su buen gusto en época en que éste distaba mucho de dominar en bellas artes.

     Cerca de esta plaza, junto a los nuevos barrios levantados en lo que fue el Palau, hay un edificio que llama la atención por ser el único de carácter monumental construido últimamente dentro del casco antiguo. Nos referimos al Casino Mercantil, situado en la calle de Aviñó y plaza de la Verónica, centro de los corredores y agentes de bolsa. Presenta su fachada principal en la indicada plaza, en forma de pabellón. La puerta central aparece flanqueada por dos columnas con collarines estriados, a cada lado, entre las cuales vense las estatuas de la Industria y el Comercio, de Roig y de Nobas respectivamente. Sostienen las columnas un ancho cornisamento donde se apoya un balcón, y en el piso superior se abre una ventana partida por dos columnitas, terminando el muro con un sencillo frontón. Adornan los paramentos pilastras estriadas, bajo-relieves y algunos plafones policromados. En el interior, a más de una lujosa escalera, llama la atención el salón principal con columnas de mármol rosa que se apoyan en las paredes y sobre las cuales corre una galería. Este edificio, de gusto neo-griego, ha sido dirigido por don Tiberio Sabater, maestro de obras.

     Desde la Plaza del Teatro Principal, donde termina la Rambla de Capuchinos, hasta el mar, se extiende en más anchuroso espacio la de Santa Mónica, que ha cobrado vida desde que derribada, en 1869, el ala de Atarazanas que con su masa oscura le quitaba luz y horizonte, se disfruta desde ella de la vista del mar y del puerto. Al extremo de esta Rambla se ha formado la Plaza de la Paz (a la cual mira la severa fachada del Banco de Barcelona), sustituyendo el antiguo embarcadero de este nombre. Si se realiza el proyecto aprobado para cuando se derribe el cuartel de Atarazanas, que en la actualidad impide su ensanche, será éste indudablemente el punto de la ciudad que ofrecerá un aspecto más grandioso. En su centro ha de figurar el colosal monumento al famoso genovés Cristóbal Colón, proyectado por el arquitecto don Cayetano Buhigas y Munrabá, hoy en construcción. Constará de un gran basamento entre cuyos contrafuertes habrá grupos escultóricos con las figuras del capitán Margarit, de Fray Buil, del cosmógrafo Ferrer de Blanes y del tesorero Santangel, ilustres catalanes que cooperaron en primer término en la grande obra del descubrimiento de América, y cuya memoria ha querido con acierto sacar del olvido el Municipio barcelonés. Adornarán asimismo el basamento las estatuas alegóricas de los antiguos reinos de España, y en la cúspide de la columna de hierro, alcanzando una altura de 56 metros, destacará en el azul del espacio la grandiosa silueta del inmortal navegante.

     La plaza de la Paz será el centro de unión de tres anchurosas arterias que en sentido radial partirán de ella. La Rambla, que la une con Gracia; la gran vía del Marqués del Duero, que por las antiguas huertas de San Beltrán, se dirigirá a la Cruz Cubierta a enlazarse con la carretera de Madrid; y el paseo de Colón paralelo al mar, que la pondrá en comunicación por un lado con Montjuich y la marina del Llobregat y por otro con San Martín de Provensals.

     Para que el lector pueda seguir de una manera ordenada la actual disposición del Ensanche, que es donde se han construido los más notables edificios de carácter público, es conveniente parta con nosotros de ese punto de unión de la ciudad con el puerto, para dar un largo paseo, describiendo un círculo por el centro de los barrios modernos alrededor de la vieja Barcelona, hasta llegar otra vez al mar.

     El paseo de Colón se desarrolla sobre el espacio que ocupaba la Muralla de Mar, en ancha avenida plantada de palmeras y naranjos. Forma un lado de la misma la línea de casas de la que fue calle de Debajo Muralla, con el palacio de la Capitanía General, y por el otro lado extiéndense los terraplenes de los nuevos muelles del Puerto. Desde el mismo paseo puede abrazarse de una ojeada, la importancia de las obras practicadas en aquel en los últimos años. Bastará decir para dar una idea de las mismas, que el circuito de piedra que lo forma tiene una extensión lineal de unos cuatro kilómetros; que su área se va repartiendo en diferentes dársenas que ocupan en junto una superficie de 124 hectáreas; y que en sus muelles se ha instalado un sistema de grúas hidráulicas para la carga y descarga, relacionadas con los tinglados que guardarán las mercancías y con las vías férreas que las transportarán de un punto a otro.

     Por su extremo de levante se une el paseo de Colón con la antigua plaza de San Sebastián, hoy de Antonio López, donde se está levantando un monumento ideado por el arquitecto don José O. Mestres, dedicado a la memoria de aquel naviero cuya actividad tanto ha influido en el desarrollo del comercio barcelonés.

     La plaza de San Sebastián presenta aún algo de la típica fisonomía de otros tiempos. Forman uno de sus lados los vetustos pórticos llamados de los Encantes; eleva en otro su fachada con torres laterales terminadas en puntiagudos techos de teja barnizada el ex-convento de San Sebastián; y siguen instalándose en ella, con su pintoresca variedad, los puestos de venta, recuerdo de otros tiempos que el progreso industrial no ha podido borrar.

     Continuación del paseo citado son los de Isabel II y de la Aduana, los cuales ofrecen un aire de grandiosidad que les distingue particularmente. En el primero se ven a un lado las Casas de Xifré, con sus pórticos de severas proporciones; al otro mira una de las fachadas de la Casa Lonja, histórico palacio del comercio barcelonés, que revivió espléndido en el pasado siglo bajo la entendida dirección de Soler, quien supo conservar dentro del suntuoso edificio por él proyectado, como perla en el seno de la concha, el gótico salón reliquia de la antigua casa dels Cónsols de la Mar.

     Ostenta este edificio su fachada principal en la Plaza de Palacio, sobre la que domina un pórtico saliente y un cuerpo superior con seis gruesas columnas que sostienen un frontón. Las fachadas laterales son más sencillas, y el conjunto exterior como el hermoso patio interior, con estatuas de Bover, Solá, Traver y Oliver, y la atrevida y elegante escalera con dos figuras alegóricas de Gurri, son verdaderamente notables, realizando la armonía tan necesaria en las obras arquitectónicas. Proyectó, como se ha indicado, este bello edificio el arquitecto D. Juan Soler, por encargo de la ilustre Junta de Comercio, corporación benemérita que en los siglos de decadencia de esta tierra, supo conservar incólume el sagrado depósito de la civilización catalana. Diose principio a la obra en 1772. Se conservan en él, diversas obras de arte, como algunas esculturas del célebre Campeny, y en el museo que aquí tiene la Academia de Bellas Artes, figuran en puesto de honor los trabajos de la primera época de Fortuny.

     Entrando en la Plaza de Palacio nos encontramos en su centro con el monumento-fuente dedicado al marqués de Campo Sagrado. Es de mármol blanco, obra de los artistas italianos hermanos Baratta según los planos del ya citado arquitecto D. Francisco Daniel Molina.

     Formaba antes esquina al paseo de la Aduana, el Palacio Real, la antigua Halla dels drabs, y ahora ocupan su solar casas modernas. Vese, sí, en la opuesta la Aduana construida por el conde Roncali en 1790, que dentro del amaneramiento del estilo compuesto presenta cierta suntuosidad, en particular en su decorado interior.

     El paseo de la Aduana nos conduce directamente al Parque que cierra su extremo oriental, después de haber contemplado a mano izquierda las nuevas manzanas construidas bajo un modelo uniforme en lo que fueron glacis. Rodean éstas el nuevo mercado del Borne inaugurado en 1876, construcción de hierro que hace honor a la industria catalana. Divídese en tres espaciosas naves cruzadas perpendicularmente por otra. En el centro se levanta una cúpula que cobija una elegante fuente de mármol con estatuas de hierro.

     Es el Parque la mejora pública más notable que se ha hecho en Barcelona en estos últimos años. Desaparecidos los amenos huertos que rodeaban las murallas, así como la mayor parte de los espaciosos jardines que adornaban las casas señoriales de los barrios interiores, con motivo del Ensanche los unos, y a causa de la construcción de nuevos edificios de miras más utilitarias los otros; se hacía sentir cada día con mayor premura la necesidad de sitios de esparcimiento, donde los barceloneses pudiesen ir a saturarse de aire puro y a gozar de la vista de los árboles y de las flores, siquiera fuese en un débil trasunto de lo que la naturaleza muestra en toda su esplendidez a los que se internan en los más ocultos lugares de nuestras montañas, donde se la sorprende en sus cuadros de encantadora poesía.

     En el plan de Ensanche su autor Cerdá había ya previsto el cumplimiento de esta necesidad, sentida por todas las grandes poblaciones, proyectando alrededor de la ciudad antigua, en el centro de la nueva zona, y formando como una corona de vegetación, una serie de parques y jardines. Mas por desgracia han pasado los años, y no solamente no se ha plantado ninguno, sino que muchos de ellos son de imposible realización hoy día, por la desidia que ha tenido la Administración municipal dejando que en los espacios señalados para tales servicios se levantasen casas.

     Hizo, pues, perfectamente el Municipio que en 1869, aprovechando la cesión hecha por el Estado de los terrenos de la formidable Ciudadela, acordó la construcción del Parque, que hoy está casi concluido. El viajero que no haya visitado Barcelona desde que existía aquella fortificación, quedará agradablemente sorprendido al salir por alguna de las calles que desembocan al ex-paseo de San Juan. En vez de la extensa explanada, fría llanura de arena en medio de la cual aparecía por detrás de los anchos fosos la coronación de las murallas, recortadas a trechos por las troneras, se encontrará con avenidas de primer orden (Salón de San Juan, Paseos de Pujades y de la Industria) rodeando una elegante verja, qué deja asomar las ramas de los árboles, y por entre cuyos hierros se divisan amenos paseos y caminos formados por paredes de verdor que se entrecortan en bellas perspectivas.

     Forma el terreno del Parque un cuadrilongo redondeado por el lado que mira al mar. Lo constituyen principalmente las avenidas que rodean interiormente su perímetro, que se denominan, por su clase de arbolado de los Alamos, de los Tilos y de los Olmos, llamándose de Circunvalación la que corresponde al lado curvo. Estos paseos, donde sobre las verdes tintas del musgo y del follaje bordan sus pintadas corolas las flores de los parterres agrupadas artísticamente, forman como una ancha cenefa que cierra el Parque propiamente dicho. Tiene éste pequeños prados separados por caminos que se cortan en graciosas curvas con grupos de vegetación hábilmente combinados que presentan variados puntos de vista y en los cuales se ven vegetales de todos los climas. En uno de los ángulos se contempla, desde anchurosa plaza, la Gran Cascada que extiende sus brazos de piedra donde se desarrollan anchas escalinatas. En su seno levántase el cuerpo principal formado por un pabellón central abierto en sus cuatro caras por cuatro grandes arcos y flanqueado por dos pequeños vestíbulos con columnas. Sobre el vano del arco central destácase el grupo de Venus y sus náyades de Vallmitjana (Venancio), y desde él cae a la concha superior en bullidores juegos el agua que se desliza por entre grupos de rocas, y que pasa después a la concha inferior saltando unos rústicos peldaños en curva adornados de trecho en trecho con grandes monstruos alados de Atché. Decoran además la cascada, que se recomienda más por sus detalles que por su conjunto, otras esculturas de asunto mitológico de Nobas, Pagés, Gamot, Fuxá y Flotats.

     Por un tortuoso canal que se abre paso entre frondosas márgenes, se dirige el agua al lago allí cercano, en medio del cual hay una pequeña isla cubierta de arboleda donde se ven unas originales esfinges de Nobas.

     Como otras de las dependencias del Parque pueden señalarse el Museo Martorell, edificio rectangular de gusto romano, con un pórtico central que se levanta en el fondo de la terraza adosada al paseo de la Industria; el invernáculo en esta misma terraza, la vaquería suiza; las pajareras, etc.

     En la actualidad se levanta en el eje de la Avenida de los Tilos, el monumento al general Prim, proyectado por Puigjaner, con estatua ecuestre sobre pedestal de mármol; y se proyectan convertir los cuarteles de la fortaleza que aún permanecen en pie, en museos. En otra terraza que se halla situada frente la puerta del extremo de la calle de la Princesa, se colocará otro monumento en recuerdo del insigne cantor de la Patria, el padre del actual renacimiento de la poesía catalana, don Buenaventura Carlos Aribau.

     Débese el plano del Parque al maestro de obras don José Fontseré y Mestre, quien obtuvo por él el primer premio en el público e internacional concurso que al efecto se celebró (372).

     Saliendo del sitio de recreo que hemos descrito por la gran puerta del Salón de San Juan, se extiende hasta encontrar la vecina villa de Gracia, una magnífica vía constituida por el citado Salón y por la calle del Paseo de San Juan. Cerrado el primero por una balaustrada de piedra que ha de sostener jarrones y candelabros, comunica con el exterior por medio de cuatro entradas para los peatones y dos para los carruajes. En los pedestales que flanquean las primeras, han de ir colocadas estatuas de las figuras más culminantes de la historia catalana. Su interior se distribuye en dos magníficos paseos, y un arroyo central para el tránsito rodado. La calle del Paseo de San Juan es una de las grandes arterias que cruzan la ciudad nueva en sentido perpendicular al mar. Su doble horizonte del Parque por un lado y de las montañas por otro y el cortarla las más importantes vías cual la calle de las Cortes que se extiende desde el Besós hasta los llanos del Llobregat, contribuye a su embellecimiento. Desde ella se contempla la casa de las Hermanitas de los Pobres, vasta construcción de piedra y ladrillo visto, con una capilla de iguales materiales de estilo ojival, obra del maestro de obras don Jerónimo Granell. Levántase en la propia calle, el convento de Religiosas Salesas, edificio que dentro de su aspecto monacal, respira una severa elegancia por la manera cómo juegan las líneas de sus principales cuerpos y por la simpática entonación de los materiales. En el centro de su vasta área hay un claustro de un solo piso con grandes arcadas ojivales. Pero lo más notable de ese edificio religioso será, sin duda, la iglesia en construcción muy adelantada, cuyo estilo recuerda los monumentos de transición románica-ojival. Presenta en su frontis un cuerpo saliente central de piedra terminado en una atrevida aguja-campanario. En su parte inferior la portada en ojiva corta el muro con dobles arcos y jambas que reciben a cada lado dos columnas de mármol azulado con delicados capiteles, cortándola un ancho dintel que deja un frontón con bajo-relieves. Un ventanal esbelto se abre encima de la puerta. Los cuerpos laterales van flanqueados por unas pequeñas torrecillas de las cuales salen a unirse con el cuerpo central, una calada galería al nivel del coro alto, y en la parte superior un cornisamento con rasgadas aberturas en degradación, dentro de las cuales corren las escaleras que comunican con el campanario. En este original conjunto contrastan con riqueza los sillares con juegos de azulejos y ladrillo. En los muros laterales vienen acusadas las capillas por dos cuerpos salientes, adornadas de trecho en trecho con rosetones. La nave sobresale entre ellas, iluminada en su parte superior por una doble hilera de ventanales. Vense después los dos brazos del crucero, y en medio el cimborio eleva al cielo sus cuatro frontones, cuyas dobles pendientes siguen asimismo otras tantas líneas de ventanales.

     El interior es de una sola nave con capillas laterales, crucero y ábside de siete lados. Presenta hasta el arranque de los arcos de las capillas su tono simpático la piedra, y el resto lo ocupa una ancha faja de piedra también, pero esgrafiada y colorida que recuerda los tapices. La cubierta es a doble pendiente sostenida por arcos presentando un rico artesonado de madera decorada. El ábside tiene en su parte inferior un pequeño deambulatorio que recibe luz por una serie de arcuaciones trilobadas, y en lo alto ocupan las siete caras otros tantos ventanales.

     Terminado que sea este edificio, obra del arquitecto don Juan Martorell, que se ha distinguido en primera línea en otras construcciones importantes, será indudablemente un bello ejemplar de la moderna arquitectura religiosa, ya que en él se combinarán espléndidamente la variedad y el buen gusto en el empleo de materiales con el sentimiento de mística armonía que todo él respira.

     Sin movernos de la barriada donde nos hallamos, podemos visitar las obras de la iglesia del convento de Dominicas de gusto gótico, y las del templo de la Sagrada Familia que sobre una vasta área se está comenzando en la calle de Mallorca (término de San Martín de Provensals), y regresando en dirección al paseo de Gracia, podremos llegarnos a la calle de Bailén, donde hay dos edificios-talleres que llaman la atención. Es el uno de los pintores hermanos Masriera, buena imitación de los templos romanos, con pórtico de columnas estriadas y frontón en su fachada anterior elevada del nivel de la calle por noble escalinata con las estatuas en piedra de Fortuny y Rosales esculpidas por Reynés. El otro es propiedad de don Francisco Vidal, fabricante de objetos suntuarios. Consta de un solo piso con fachada principal de gusto del renacimiento moderno, adornada con dorados y esgrafiados. Ambas construcciones han sido proyectadas por el joven profesor de la Escuela de Arquitectura don José Vilaseca.

     Si retrocedemos un poco hacia la ciudad antigua, visitaremos en la calle de Caspe otra iglesia en construcción, la del colegio de PP. jesuitas, que bajo un elegante y original estilo neo-románico, dirigen D. Juan Martorell y D. Camilo Oliveras arquitectos.

     Antes de dejar el Ensanche de la derecha, como se denomina el situado en esta parte oriental del paseo de Gracia, subamos hacia la calle de Aragón, por donde en zanja profunda pasa la línea férrea de Francia. Aquí encontraremos gran variedad de construcciones que dan a la calle movimiento de líneas, rompiendo la monotonía de los modernos caseríos. Veremos las iglesias del colegio de Madres Escolapias, la de la Enseñanza imitación románica, y el templo de la Concepción, reconstrucción del de Junqueras. Tiene éste adosada la casa rectoral, que recuerda las viejas moradas del siglo XVI de tostadas paredes, ventanas con pestaña y saliente alero, y completa el conjunto un campanario al que se quiso dar cierta semejanza con el que existió en el templo de San Miguel. En el altar mayor, de gusto gótico en forma de tabernáculo, se admira una imagen de la Purísima Concepción, obra del escultor Samsó.

     Desde la calle de Aragón hasta Gracia se extiende en esta parte del Ensanche, una aristocrática barriada donde dominan las casas a cuatro vientos, rodeadas de jardines. En medio de ellas, y aprovechando la misma sala de los antiguos Campos Elíseos, se ha construido el Teatro Lírico de lujoso decorado. Desde este teatro, sito en la calle de Mallorca, trasladémonos al Paseo de Gracia. Ocupa esta calle, animada y alegre, el mismo lugar del paseo que se inauguró en 1827, eje sobre el cual empezaron a desarrollarse las edificaciones de la ciudad nueva. En ella existen las mejores casas modernas, que revelan la opulencia y el buen gusto de sus dueños.

     La circunstancia de seguir este paseo el dorso de una de las ondulaciones que forma el terreno del llano, permite abrazar al recorrerlo, de un golpe de vista y en toda su extensión, las diversas calles que lo cruzan en sentido paralelo al mar, designadas con los nombres de las principales instituciones políticas del Principado, y de las grandes regiones que formaban la confederación catalano-aragonesa. Calles de las Cortes, Diputación, Consejo de Ciento, Aragón, Valencia, Mallorca, Provenza, Rosellón, etc., se denominan esas vías, mientras que las que las cortan en ángulo recto y se dirigen al casco antiguo llevan generalmente nombres de personajes o hechos memorables de nuestra historia. El conjunto de la parte nueva de la capital semeja un inmenso tablero de ajedrez, que con las dos grandes vías transversales que se cruzan diagonalmente en el eje de la calle de las Cortes, viene a tener en su centro una estrella de grandes rayos. La divisoria entre la ciudad antigua y la nueva la forma la calle de Ronda que con diferentes denominaciones marca el circuito de las murallas.

     La urbanización de las dos citadas vías transversales que siguen matemáticamente las direcciones del meridiano y del paralelo, se halla aún muy atrasada, no así la de la calle de las Cortes que se halla ya abierta desde el término de San Martín hasta la Cruz Cubierta. Es, sin duda alguna, esta calle una de las más espaciosas y bellas de Europa. Desde el Paseo de Gracia puede perfectamente gozarse del magnífico efecto que produce. Por el lado N. E. o hacia San Martín de Provensals, las alineadas y lujosas viviendas y las cuatro hileras de árboles que la distribuyen van a perderse en un horizonte lejano, donde se destacan artísticamente algunos grupos de vegetación. Por la parte del S. O. hacia Sans, se divisa la grandiosa masa de la Universidad rodeada de jardines, y a lo lejos se pierde la mirada en la gran depresión curva que hace la calle, siguiendo la configuración del terreno, para levantarse después e ir a terminar en la carretera de Madrid. Especialmente por la noche el espectáculo es sorprendente: los centenares de faroles de gas que dibujan las cuatro líneas del arbolado, semejan guirnaldas de fuego que en gigantescas ondulaciones, van a perderse en la oscuridad.

     Siguiendo esa gran vía y entrando en el Ensanche de la izquierda, nos encontramos con la Universidad, el edificio más importante levantado en Barcelona durante este siglo, obra del Director de la Escuela de arquitectura D. Elías Rogent. Se distribuye su planta en dos grandes alas, con un patio porticado en el centro de cada una, unidas por una vasta crujía central de menor profundidad. Esta disposición que se ve perfectamente mirando a la fachada posterior, está acusada en la principal por tres cuerpos, uno central y dos laterales, con una torre cuadrada a cada extremo. El estilo dominante en el edificio es el románico modificado. El cuerpo central que corresponde a la indicada crujía, tiene en su planterreno tres puertas iguales con arcos de medio punto adornados con pestañas sostenidas por historiadas cartelas, que comunican con el vestíbulo. En el primer piso corre una galería, con columnas empotradas y antepecho calado; una serie de ventanas corresponden al segundo piso; y ocupan el espacio triangular que va desde estas a la doble vertiente del techo, un grande escudo de armas de España y dos medallones con los bustos de Alfonso V de Aragón y de Isabel II, en cuyos reinados respectivamente se fundó la Universidad y se empezó la nueva obra.

     Los cuerpos laterales tienen en el piso bajo una línea de ventanas con una puerta central; y en el primero y segundo piso otras tantas líneas de ventanas con arco en semicírculo. Las del primer piso se presentan partidas por una delicada columnita.

     En el interior del edificio ofrécese entre lo más notable el vestíbulo, formando tres naves separadas por grupos de columnas con ventanas que dan a los patios interiores, interpoladas con hornacinas que contienen las estatuas de San Isidoro de Sevilla, Averroes, Ramón Lull, Alfonso el Sabio y Luis Vives, originales las tres primeras de Vallmitjana (Venancio) y las dos últimas de Vallmitjana (Agapito); la escalera de honor que conduce al primer piso adornada con mármoles, desplegándose en una anchurosa caja cuadrangular a la que dan tres puertas; los patios interiores con pórticos de techo plano en el planterreno y en el piso principal, formados por arcos de medio punto sostenidos por columnas y capiteles de delicada labor; y el Paraninfo cuya entrada principal se encuentra en el centro de la galería adosada al muro posterior del cuerpo central, que sirve de paso de comunicación entre los dos cuerpos laterales. Esta entrada, atinada imitación de las portadas románicas, va enriquecida con columnitas entre las jambas de sus trabajadas arquivoltas de piedra bruñida con toques dorados. El salón forma un espacio despejado cuya techumbre, sostenida superiormente por armazón de hierro, presenta un extenso plafón artesonado con casetones de dibujo severo. Corre en la parte superior de las paredes una línea de ventanas con vidrios de colores, y mientras en las laterales se apoyan dos púlpitos de alabastro y llenan los paramentos grandes cuadros de la historia de la civilización española (373); en la testera se levanta un dosel construido con mármoles y jaspes, y sobre la puerta de entrada se extiende una tribuna sostenida por columnas de mármol rojo que vienen a dejar un pórtico de ingreso y una ancha tribuna superior. El decorado de esta soberbia pieza, en la que como en otras del edificio trabajaron artistas tan distinguidos como D. Jaime Serra, dibujante, y D. José Mirabent, pintor, es de un gusto bizantino que permite la profusión de colores y dorados dándole suntuosa visualidad, realzada por las pinturas que en cuadros y medallones la adornan.

     Son notables también la sala rectoral con una galería de retratos de los rectores que han sido de esta Universidad desde 1838; la doctoral, y la Biblioteca que contiene cerca de 130,000 volúmenes, obras muchas de ellas de gran valor. Repartidos por estas dependencias hay profusión de lienzos de autores españoles antiguos y modernos provenientes de los museos y colecciones del Estado. Rodea la Universidad el jardín botánico comprendiendo todo el resto de la doble manzana sobre la cual se halla edificada.

     Detrás de este edificio se levanta el nuevo Seminario Conciliar, construcción muy capaz con iglesia y varios patios que presenta un conjunto de líneas movidas sobre las que se eleva una cúpula o linternario.

     Vense por aquel mismo lado, entre diversos grupos de construcciones que se extienden ya hasta los términos de las Corts de Sarriá y el distrito de Sans, algunas casas religiosas recién construidas entre las cuales debemos señalar las Magdalenas, con su iglesia cuya planta es una cruz de brazos cortos con cimborio esférico, de reminiscencia románica, según los planos de D. Adrián Casademunt; el Hospital del Sagrado Corazón con una capilla de aquel mismo estilo, obra de Granell; y descollando entre todas, la Iglesia y Casa de las Adoratrices del Santísimo Sacramento en las calles del Consejo de Ciento y Vilanova.

     Esta iglesia presenta su frontis en la cara del chaflán, un poco retirado de la línea de la calle entre dos cuerpos bajos, lo que permite dejar un pequeño espacio cerrado con verja de hierro donde crece el musgo, cuyo verde subido entona perfectamente con el color rojizo de la sillería. Constituye la fachada una puerta ojival, a cuyo estilo pertenece la fábrica, de varios arcos concéntricos trabajados con boceles pronunciados, flanqueada por dos machones con pináculos.

     Se ve en el tímpano un bajo-relieve, y un grande y rasgado ventanal llena todo el resto del muro, dejando solamente en los paramentos espacio para dos medallones lobulados. Termina la fachada en doble pendiente adornada con una elegante cornisa que viene a morir en dos contrafuertes rematados en pináculos. Del vértice se levanta aéreo y delicado un campanario terminado, en agudo chapitel. En los muros laterales se ven alternados los estribos macizos con los ventanales, y se destaca toda la masa de la iglesia sobre las tres alas del convento construido de ladrillo y mampostería concertada, cuya combinación se armoniza perfectamente con el follaje del jardín que asoma por detrás de las altas cercas.

     El interior de la iglesia es de una sola nave sin capillas. Las paredes se hallan ocupadas en su parte inferior por un banco corrido con elevado respaldo y en la superior, entre columnas empotradas, por los ventanales con vidrieras de colores que van a redondear el ábside en espléndida corona. El techo artesonado a doble pendiente está sostenido por arcos. Consiste el altar mayor en un sencillo templete gótico, cuyo principal ornamento es el mismo color del cedro que no desdice del conjunto.

     Tan notable obra abierta al culto en 1875, es debida al ya nombrado arquitecto D. Juan Martorell, quien empezó a revelarse en ella excelente constructor y artista de sentimiento y de inspiración verdadera.

     Volviendo desde la Universidad en dirección a mediodía para acabar la vuelta por el Ensanche a la ciudad antigua, observaremos que se tiende en declive hasta encontrar el mar, en el muelle de San Beltrán, y las rápidas vertientes del Montjuich, un apiñado caserío de aspecto industrial, donde se alberga especialmente la clase obrera y artesana que tiene sus talleres en las calles del Arrabal. Lo cruzan calles desahogadas siguiendo el mismo plan que en el resto de la ciudad nueva; mas en las vertientes de la montaña y en lo que fueron Huertas de San Beltrán se escalonan dos barriadas llamadas de Santa Madrona y Poble Sech, de calles estrechas y aspecto pobre. La gran vía del Marqués del Duero, que, como hemos indicado al comienzo de nuestra descripción, parte de la Plaza de la Paz, atraviesa en sentido transversal toda esta zona, comunicando directamente el puerto con la carretera real de Madrid y con las poblaciones de la parte alta del llano del Llobregat.

     A la salida de la calle de la Puerta de San Antonio y limitada por las calles de Manso, Borrell, Tamarit y Urgel, se ve una magnífica construcción de hierro, el Mercado de San Antonio, que sustituye al antiguo del Padró, sirviendo a un tiempo las necesidades de la parte antigua y moderna de aquel extremo de la ciudad. Se compone el mercado de dos grandes crujías que se cortan perpendicularmente en sentido diagonal a la planta, presentando cuatro frontis en los cuatro chaflanes y dejando otros tantos patios triangulares de servicio. La construcción es de mampostería, hierro y cristal, que se combinan a maravilla con la mayólica y los azulejos. El punto de intersección de las dos naves forma una rotonda cubierta por una cúpula que a su vez sustenta una linterna rodeada exteriormente de calada barandilla y surmontada de una artística corona de hierro. Fue dirigida esta obra por el arquitecto municipal Sr. Rovira y Trías y ha corrido a cargo de la importante fundición �La Maquinista Terrestre y Marítima�, que dirige D. José M�. Cornet y Mas, ingeniero.

     Como hemos indicado, en lo que fueron Huertas de San Beltrán, lugar memorable por los recuerdos históricos que encierra, van levantándose nuevas casas que se encaraman por la ladera de la montaña, donde se han abierto grandes desmontes. También allí, como en el extremo opuesto de Barcelona, en el Parque, el esfuerzo de la vida moderna ha realizado una completa transformación. Las apacibles huertas entre cuyos grupos de higueras asomaban las rústicas paredes de las casas de labranza formadas de tapia y de carcomida madera, y donde sólo se oía el sordo rechinar de la noria que dejaba caer perleando el agua en la alberca, van desapareciendo enterradas por los terraplenes y los escombros que dibujan en su fondo verde negruzco las futuras calles. La proximidad de los nuevos muelles de San Beltrán levanta allí almacenes de primeras materias y establecimientos industriales, cubriendo a todo lo que les rodea con aquel velo oscuro con que el carbón de piedra pone su sello a la moderna industria. Aumenta el tono triste de estos sitios la línea de viejos muros de Atarazanas, último resto de la fortificación de Barcelona que queda en pie, y la sombra que proyecta la grande mole del Montjuich, que a pesar de la roedura de tantos siglos de explotarse sus canteras, se levanta enhiesto y avanzando hacia el mar su costa escarpada,

                               ...com una inmensa prova
navejant vers l'Orient.

     También ese coloso, eterno vigilante de la ciudad, va cambiando el vestido que cubría sus espaldas. Si por una parte la mano del hombre ha ido cortando aquellos estrechos barrancos, donde entre la yerba y el follaje, manaban claras fuentes; por el lado que mira al mar, ha suspendido amenos hoteles y lugares de recreo en la escarpada ladera; y lanzando al pie de las rocas donde batían las olas su cabellera de espumas, los enormes bloques extraídos de sus entrañas, ha formado ancho muelle cruzado por la vía férrea de Villanueva y concurrido de embarcaciones. Más allá los inaccesibles riscos de Roca Tallada han sido cortados verticalmente, y donde sólo anidaban las gaviotas pasan ahora en dos cintas paralelas el camino de hierro y la carretera.

     Si desde el pie de la montaña subimos a la cima, donde asienta sus murallas y baluartes el férreo castillo, gozaremos de un panorama incomparable, y comprenderemos el caudal de vida que se ha derramado por ese vasto llano, antes campo feraz donde el labrador señoreaba empuñando el arado, rústico cetro con que rige la fecunda tierra.

     Una inmensa extensión de edificios llena todo el espacio visible, uniendo en una sola y vasta metrópoli lo que antes eran varias poblaciones. Sólo en esa monótona masa de color gris se destacan por el color del tiempo, los campanarios de la Catedral, las torres de Santa María, el elevado cimborio de San Agustín y por sus manchas verdes el Parque y las avenidas del Ensanche. Por el lado del mar aparece el puerto como pintado de rojo sobre un fondo azul, y entre sus anchos brazos se agrupan las embarcaciones, inclinándose hacia su seno como si quisiesen librarse en el regazo de la ciudad de la procelosa fuerza del líquido elemento.

     Mirada desde esa altura, aparece Barcelona recostada en vasto anfiteatro que recuerda sus glorias de ayer alumbradas por los albores de un venturoso porvenir. Las venerables torres de sus antiguos monumentos, que sintetizan todo su pasado; las accidentadas sierras que la rodean, en cuyos tranquilos valles y elevadas cumbres resuenan los poéticos nombres de Pedralbes, Vall d' Hebrón y la Murtra, San Pedro Mártir, Tibidabo y Moncada; la silueta del viejo Monseny que

                               Com guarda vigilant, cubert de boyra e neu,

se divisa entre la neblina del norte; el mar con sus cambiantes de cerúlea luz; responden al unísono a la voz de la historia que suscita gloriosos recuerdos y aviva los más brillantes cuadros de antiguos anales. Y ese mismo conjunto animado por el rumor vago que sube de la ciudad industriosa; ese mismo cuadro velado a trechos por el humo de las altas chimeneas, modernos obeliscos erigidos a la gloria del trabajo; el mismo mar que antes sustentara la galera de guerra, monstruo de cien brazos, hoy surcado por los vapores de hierro, almacenes flotantes que llevan en su seno los productos de todos los países, las magníficas avenidas, marcando con sus líneas de follaje el sitio donde apoyaran su gigantesco pie las pesadas torres y macizas murallas; esa alianza, esa continua unión de la ciudad con el campo, que se estrechan hoy mutuamente en indisoluble lazo cuando antes los separaron formidables barreras; todo viene a proclamar el triunfo de la era de paz y de trabajo que ha sonado para Barcelona, precursora, sin duda, de su completa regeneración.

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