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Onomástica y crítica textual: peripecias de los nombres propios en la historia textual de La Celestina

Patrizia Botta


Università di Chieti



En estas pocas páginas dedicadas a la memoria de Stefano, adorado y añorado amigo y excelente y brillante investigador, tocaré un aspecto curioso de la historia textual de La Celestina (LC) acerca de la que a menudo discurríamos él y yo en nuestras tardes romanas en el Departamento. Se trata del cambio sufrido por los nombres propios de la obra a lo largo de su transmisión, o del error de copia en tema de onomástica, producido por malentendido u otras razones.

El conjunto de los nombres propios en LC, tanto de persona como de lugar, es bastante elevado (alrededor de 160), y se distribuye en cada una de las etapas en que se va fijando el texto (Auto I, Comedia en 16 Autos, Tragicomedia en 21 Autos, fases siguientes), esto es, desde el principio de la redacción hasta el último retoque de autor o de revisor1.

Doy a continuación la lista de antropónimos y topónimos, divididos los primeros (de mayor a menor) entre nombres aducidos y nombres de la trama, y los segundos entre nombres extranjeros y nombres españoles.

Antropónimos (130):

Nombres citados (106):

Adán, Adelecta, Adriano, Agripina, Alcibíades, Aleto, Alexandre, Anaxágoras, [Anfión], Antípater Sidonio, Apolo, Apuleyo, Ariadna, Aristóteles, [Ascanio], Beltrán, Bernardo, Cánasce, Clitemnestra, Constantino, Crato, Cratino, Cristóbal, Cupido, David, Dédalo, Diana, Dido, Lamba Doria, Egisto, Elisa, Eneas, Eras, [Erasístrato], Euro, Eva, Febo, Filipo, Frates, Galieno, Héctor, Helena, Helías, Heráclito, Hércules, Herodes, Hipermestra, Inés, Jenofonte, Juanes, Laodice, Leandro, Leda, Lucano, Macías, Magnes, [Marón], Medea, Megera, Menandro, Minerva, Minos, Mirra, Narciso, Nembrot, Nero, Nevio, Orestes, Orfeo, Orode, Ovidio, Paris, Pasife, Paulo Emilio, Pedro, Penélope, Pericles, Francisco Petrarca, Píramo, Plauto, Plinio, Plutón, Poliscena, Prusia, Rómulo, Safo, Salomón, San Jorge, San Juan, San Miguel Ángel, Sansón, Santa Apolonia, Santa María, [Seleuco], Semíramis, Séneca, Sócrates, Tamar, [Terencio], Tesífone, Tisbe, Tolomeo, Torcuato, Ulises, Venus, Virgilio.

Nombres de la trama (20):

Alberto, Alisa, Areúsa, Calisto, Celestina, Centurio, Claudina, Cremes, Crito, Elicia, Eliso, Lucrecia, Melibea, Mollejas, Pármeno, Pleberio, Sempronio, Sosia, Tristán, Traso.

Autores de la obra (4):

Rodrigo Cota, Juan de Mena, [Fernando de Rojas], Alonso de Proaza.

Topónimos (33):

Extranjeros (25):

Arabia, Atenas, Belén, Bitinia, Capadocia, Dite, Egipto, [Etna], [Genua], [Grecia], [India], Jerusalén, Judea, Macedonia, Milán, Oriente, Roma, Sodoma, Stige, Tarpeya, [Tebas], Troya, [Turquía], [Tuscania], Venecia.

Españoles (18):

Almazán, Barcelona, Calatayud, [Castilla], [Galicia], Granada, Guadalupe, Luque, Madrigal, Magdalena, Monviedro, Salamanca, San Martín, San Miguel, Toro, Villadiego, Zamora, Zaragoza2.

Algunos de los nombres propios (los marcados entre corchetes) no van como tales en el texto sino que a veces son el resultado de una corrección tardía (como Anfión, Erasístrato, Marón, etc.)3; otras veces están embebidos en palabras de neo-formación, como ocurre en el estilema (muy del autor, o de la obra) del adjetivo onomástico a partir del nombre propio de persona [sino terenciana (Acr.,74)4, piedad seleucal (I, 88), plebérico corazón (I, 88), melibeo soy (I, 93), ascánica forma (VI, 183), carro phebeo (Proaza, 346)] o de lugar [índico mar (Pról.,79), étnicos (de Etna) montes (III, 147)]; y otras aún van incluidos en aquellos adjetivos, menos rebuscados, de procedencia geográfica (los así llamados gentilicios) que, con su buen caudal, aumentan a su vez los significados y los conceptos geográficos o étnicos en el texto, máxime de lugares extranjeros ya de por sí abundantes en la nómina de los expresos:

castellano (Carta, 69; Acr.,74; Proaza, 345), tusca (Acr.,74; VI, 183), griega (Acr., 74; VI,190), francés (I, 112), turco (III, 141), gallego (VIII, 219), gentiles, judíos, cristianos y moros (I, 97), orientales (I, 104), romano (Acr.74; XIV, 290; XXI, 340; Proaza, 345), partos (XX, 332), athenienses -o ginoveses- (XX1, 340), troyanos -o tebanos- (Proaza, 344).

De hecho, en el conjunto onomástico celestinesco notamos de entrada cierta escasez de nombres peninsulares, limitándose en el caso de los antropónimos a los autores (Cota, Mena, Rojas, Proaza) a algún personaje de la trama (Mollejas, XII, 263), a un nombre citado (Macías, II, 133; XXI, 342), o a nombres contenidos en refranes (Beltrán, XVII, 310; Pedro, Inés, Cristóbal, II, 141). Entre los topónimos, tampoco es rica la galería de nombres españoles5: unas veces se concentran en alguna enumeración, como la de vinos (IX, 236) donde vemos desfilar Monviedro, Luque, Toro, Madrigal, San Martín, o la de fábricas de armas (XVIII, 316) que reúne Barcelona (por sus broqueles), Calatayud (por sus capacetes) y Almazán (por sus casquetes); otras veces vienen en los proverbios (Granada III, 141; Villadiego XII, 258; Zamora VI, 186), o al hablar de iglesias o monasterios (Magdalena XI, 248; Guadalupe XII, 265), o al referir la historia de la obra (Salamanca, lugar en que se halló el manuscrito inacabado -Acr.,74-, y Zaragoza, ciudad en que la obra se imprimió, Proaza, 346). Nos las habemos, pues, con cierta penuria de nombres de raigambre hispánica, cuyo caudal ni siquiera se enriquece con el aporte de los adjetivos onomásticos (formados todos a partir de nombres no locales), y apenas aumenta con el de los gentilicios (que nos traen al abanico solo dos, «castellano» y «gallego»). Y tampoco se incrementa con los santos, comunes al repertorio cristiano universal (San Jorge, San Juan, San Miguel Ángel, Santa Apolonia, Santa María).

En cambio, hay un neto predominio de nombres extranjeros, eruditos y rebuscados, que denotan la refinada cultura del autor y que a veces se citan por puro alarde de erudición, por exhibir nociones librescas y académicas que lucen más con nombres lejanos en el tiempo y en el espacio. Ello queda patente, ya a partir del plano de la acción dramática, con el reparto de los interlocutores y de los personajes conexas con la acción, todos ellos con nombres archicultos y de ascendencia clásica. La erudición que inspira gran parte de la obra acaba por plasmar e informar, en primer término y contagiándolo, el mismo plano de la ficción literaria. Por otra parte, los nombres eruditos dominan casi del todo cuando se trata de aducir ejemplos, citas, casos memorables y cualquier otra clase de mención o de guiño intelectual y elitista a un público de entendidos, como lo debían de ser los primeros destinatarios de la obra. Es el caso sobre todo de los antropónimos, que reúnen nombres literarios, mitológicos, bíblicos, históricos, en su mayoría de la Antigüedad (sin que falten muestras de cultura medieval: Bernardo, Petrarca, Lamba Doria, Adelecta). Y es el caso, también, de los topónimos que a su vez nos deslumbran con la nómina de lugares extranjeros, lejanos y hasta exóticos para el copista español de la época (o para el «punto de vista» ibérico de quien traslada el texto). Muchos de estos nombres de erudición vienen en serie, agrupados de dos en dos o en más amplias tiradas enumerativas que se intensifican en la Tragicomedia, como ocurre en la densa interpolación en la que Melibea antes de suicidarse (XX, 331-332) luce una rica nómina de antropónimos y de topónimos (Bursia, rey de Bitinia; Tolomeo, rey de Egipto; Orestes y su madre Clitemnestra; Nerón y su madre Agripina; Filipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reina de Capadocia; Medea; Frates, rey de los Partos y su padre Orode). Suelen proceder de fuentes autorizadas que manejaba Rojas (como Petrarca) con las que muchas veces guardan estrecho paralelo, ya que mantienen en la enunciación el mismo orden que la fuente, y son aducidos como ejemplo del mismo asunto o de un tema semejante.

Comoquiera que sea, no es mi intención aquí estudiar el sistema de nombres propios de LC, tarea que ya ha sido llevada a cabo por maestros filólogos en cuanto a interpretatio nominis6, ni mucho menos ocuparme de la erudición del texto, que ya ha sido destacada por insignes estudiosos y finos eruditos en cuanto a búsqueda de modelos y de paralelos literarios7. El objeto de estas páginas es, en cambio, el de la variatio, alteración o corrupción textual que sufren los nombres propios a medida que la obra se va editando y copiando a lo largo de su transmisión, cuantiosa y ubicua en los siglos del XV al XVII, que la ven circular por toda Europa en lengua original y traducida8. Dicha variatio se explaya desde el malentendido del cajista y el error de copia (caso más frecuente) al error de autor cuando maneja fuentes y confunde partes en latín, hasta otras clases de intervención textual, tanto autorial como editorial (como añadidos, omisiones, trueques, correcciones por conjetura, meras erratas, etc.) y, en su conjunto, ofrece varios temas de reflexión en materia de onomástica y crítica textual9, como se percibe de antemano por las siguientes observaciones generales, que son premisa y marco de los ejemplos que comentaré:

1. entre casi 160 nombres mencionados, sólo unos 50 sufren alteraciones, por tanto menos de una tercera parte, guardando las dos restantes cierta estabilidad;

2. en principio, el error de copia no atañe a los nombres españoles, que en la península suelen reimprimirse con tenaz identidad, aunque serán causa de varios malentendidos cuando LC se edite en el extranjero o cuando sea traducida a otro idioma; en otras palabras, nombres familiares a los españoles no lo son para cajistas italianos o flamencos, que sí los estropean, o los mudan;

3. tampoco los nombres bíblicos sufren transformaciones en tierras españolas (a no ser las variantes gráfico-fonéticas), y sí las sufrirán en países anglosajones cuando el texto se traduzca, por razones sobre todo religiosas;

4. es más frecuente la alteración de los antropónimos que la de los topónimos, que son menos blanco de persecución textual y suelen salir indemnes;

5. entre los antropónimos, los que más trueques y variación sufren son los más «difíciles», de hechura clásico-erudita y de ardua interpretación;

6. es muy frecuente, en proporción con su escaso número, el cambio o la glosa del adjetivo onomástico, considerado como difficilior y estilema inusitado.

Así, en tierras españolas, se mantienen estables los nombres locales y los nombres bíblicos (archiconocidos por machacados diariamente en la liturgia y en los sermones), mientras que se alteran los nombres extranjeros y eruditos, máxime d e persona, y tanto más cuanto más exóticos resulten a los ojos del cajista que los va copiando.

Veamos los ejemplos, empezando con los personajes. El primer cambio vistoso atañe al título mismo de la obra, que de contener los nombres de Calisto y Melibea por voluntad del autor pasa a designarse, por mandado de un no identificado autor-legión de la tradición, como La Celestina, a pesar de Rojas10.

Otro cambio es el trueque de prostitutas que María Rosa Lida (1962) apuntaba como distracción de quien interpola el Tratado de Centurio. El intercambio entre Elicia y Areúsa, en su opinión, era psicológico, de caracteres de la una pasados a la otra en los cinco actos añadidos, lo que la llevaba a sacar conclusiones sobre la distinta autoría de todas estas partes interpoladas. Y sin embargo pudo haber un simple problema textual, de transmisión, que justificara siquiera algunas de estas confusiones entre los dos personajes, como concretamente un error en la acotación de los interlocutores en esa zona de la acción dramática. Un ejemplo es el de N, la traducción italiana, que suele equivocarse al abreviar el nombre de quien habla, llegando incluso a trastocarlo con el de otro: es lo que ocurre cuando cruza diametralmente los nombres de las dos rameras en la acotación del interlocutor y atribuye a la una los parlamentos de la otra (en el Auto VIII, 211-212 y, sobre todo, y precisamente, en el Tratado de Centurio, XV, 294-301).

Los nombres de los personajes nos pueden deparar otras sorpresas, ya que el recién descubierto Manuscrito de Palacio II-1520, en vez de «Alisa», nos documenta «eljsa» (Arg. I, 85) e igual trae «Elisa» más adelante N (Arg. X, 237 y X, 238), a la par que en lugar de «Elicia» el manuscrito nos testimonia «aljçia» (I, 89 y I, 106), coincidiendo con otra lección común de ZP (IV, 151). Estas esporádicas coincidencias con los impresos más antiguos dejan suponer que «Alicia» era el nombre originario de la ramera, y «Elisa» el de la madre de la protagonista, tal como lo documenta el Manuscrito y aun lo atestiguan algunas de las primitivas11. Un cruce más, quizás eco de estas confusiones, es el nombre de «Elicia» con el de «Elisa» que seis veces pone en la acotación uno de los testimonios de la Comedia (C) en todo un final de Auto (VII, 209-210).

Las acotaciones de los interlocutores, por demás, son generadoras de frecuente confusión entre los personajes, sobre todo en el testimonio C, cuando un nombre se abrevia causando error o una acotación pasa a malentenderse:

VIII, 220 (dram. pers.) Calisto edd. Ce. C.
III, 146 ce. edd. Celicia C
III, 146 ce. edd. Celi C

o cuando un nombre proferido dentro de algún discurso, o como vocativo, es interpretado en cambio como acotación:

XII, 267 Celestina edd. Ce. C
X, 238 criada Lucrecia edd. criada Lucre. C
X, 245 Lucrecia, Lucrecia edd. Lu. C
XII, 266 Melibea edd. Me. C
XII, 267 Melibea edd. Me. C
XII, 275 huye Pármeno edd. Pár. C

o cuando se dan lagunas en la acotación del nombre abreviado del interlocutor, que provocan que todo un parlamento que profiere Celestina acabe pegándose, en C, al parlamento anterior de Lucrecia y como formando parte de su discurso (X, 243).

En la zona epigráfica de las dramatis personae al frente de cada Auto caben también lagunas, de algún nombre suelto que se omite, como el de Areúsa que falta en BI (VIII, 211), o de un renglón entero, con varios nombres, que se deja de copiar (XII, 255):

CALISTO SEMPRONIO PÁRMENO LUCRECIA MELIBEA PLEBERIO ALISA

CELESTINA ELICIA edd.

ALISA CELESTINA ELICIA om. B

PARMENO CELESTINA ELICIA om. Z

PLEBERIO ALISA CELESTINA ELICIA om. M

o incluso es posible la omisión de todas ellas juntas, en un error común del grupo HIK (XVI, 301).

Asimismo, entre las dramatis personae, puede ocurrir que se desdoble un personaje único, como «Centurio Rufián» del testimonio Z que el traductor italiano, por error, considera como dos personajes distintos, separándolos por un punto: «Areusa. Centurione. Roffiano. Elicia» (XV, 294), error que repite también más adelante (XVIII, 313)

Unos pocos tuertos más padecen los nombres propios de los personajes, como alguna duplicación mecánica de letras («Sosia» al que la Comedia añadió una -s-, «Sosias», Arg. XIII, 275) o alguna inversión o vuelco de letras («Claudina» que fue «clandiana» en la Comedia y «Clâdina» en N, I, 120; «Juanes» que da «Juaues» en B, IV, 150), o alguna confusión más («Mollejas» y «Mollejar» en P, XII, 263), junto con otras variantes menos mecánicas que transforman «Celestina» en «celestial» (K, XV, 298), a la par que el nombre de uno de los autores, «Cota», en M se convirtió en «Catón» y en la Comedia era un adjetivo, «corta», que sin embargo pudo tener sentido: «escriptura corta», esto es, «breve», «inacabada» (Acr., 74). Por último, hablando de los autores, también se da el caso de los añadidos, o de los nombres propios interpolados, como el de Mena o Cota que no iban en la primera redacción (Carta, 70 y Acr., 74)12.

Pasemos ahora al grupo más nutrido de los nombres citados como ejemplo, que ofrece una más amplia gama de variación textual. Un tipo muy frecuente, en este caso también, es el error de imprenta, la mera errata mecánica que se produce con letras de molde y caracteres sueltos, como por ejemplo la caída de una letra:

Pról. 77 Eráclito ZPN Sal. 70 Eraclio HIKLM
IV, 164 Santa Apolonia D NHIKLM sancta polonia BC ZP
IV, 167 Jorge edd. George B Gorge C
XVI, 305 Mirra edd. Mira Z
Proaza, 344 Orpheo edd. Orpeo H

o la duplicación de una letra que va en la misma palabra:

III, 147 Tesífone ZP Sed Tesifonte HILM
XX, 331 Clitenestra edd. Clistenestra ZP

o la epéntesis de una letra, por algún cruce:

XII, 264 Guadalupe edd. Guardalupe L
XXI, 342 Egisto BCD NZPM Sed Egistro HIKL
I, 89 Píramo edd. Pirmano D

y es de notar que en el último ejemplo la -n- epentética se complica con un trueque de letras (-am-) dentro de la palabra, deformando aún más su lectura. Y no faltan otros casos de inversión:

XX, 332 Laodice edd. Loadice Z
XX, 332 Partos edd. parthos HIKM phartos L

En el plano lingüístico se dan muchas alternancias entre distintas formas corrientes y coexistentes de un mismo nombre, como «Ariadna» edd. frente a «Adriana» CN, difundida en otras fuentes medievales (XXI, 342), o bien «Salomón» edd. contra «Solomon» H y aun «Salamon» en otros testimonios (XXI, 342). Y no faltan los casos de grafías comunes que algunos revisores corrigen con grafías más cultas, como «Belén» edd. y «Bethleem» ZSal. 70 (I,104 ), o «Torcato» edd. y «Tito Manlio Torquato» N (XIV, 290).

El último ejemplo también nos lleva, una vez más, al campo de los añadidos y de nuevos nombres que son interpolados (en efecto «Tito Manlio» es una adición de N). Las interpolaciones pueden ser tanto de nombres propios («San Juan» edd. contra «Juan baptista» C, I, 98, o «Cristobal fue borracho» D, omitido en las demás, III, 141), como de uno común que precise y defina el nombre propio:

XX, 340 aquel Anaxágoras edd. aquel filosofo Anaxagoras C

Y no falta el caso contrario, el de la supresión del nombre propio que el autor opera entre la primera y la segunda redacción:

VI, 186 a Alcibíades o a Sócrates Com a Alcibiades Trag

Puede ocurrir que se desdoble un nombre propio único, como «Antipater Sidono» que Sedeño parte en dos: «que Antipater o Sidonio / o Nasson se bolvera» (VIII, 218), o como el caso, conocidísimo por todos y muy debatido por los críticos, del médico «Erasístrato», que por malentendido paleográfico da lugar a dos parejas de médicos a la vez, «Eras y Crato» Com y «Crato y Galieno» Trag (I, 88), lo que comporta que se modifiquen todos los verbos del con texto que, de singular (referidos a Erasístrato)13, pasan a plural (referidos a los médicos doblados)14.

Este último ejemplo entra de lleno en el terreno resbaladizo del malentendido paleográfico, que ofrece copiosos casos de alteración de nombres. Así, vemos desfilar en ameno tropel de malas lecturas a los ejemplos más disparatados, que van desde «Pericles» cuya -cl- se lee -d- y forma «Perides» ZM (XXI, 340), luego a «Tisbe» que por confusión entre -t- y -c- pasa a ser «cisbe» L (I, 89), o bien a «Marón» que en todas las primitivas da «mayor» hasta ser restaurado por Sal. 70 (I, 123), o a «Anfión» que dio en «Antico» hasta ser corregido él también por Sal. 70 (IV, 167), junto con otros casos aun más debatidos, como «Minerva con el can» que según algunos sería más bien «Minerva con Vulcán», salvo si «Minerva» no era «Minos», «Mireva», «Miriam» y hasta «mi nuera», como piensan otros (I, 96). O, incluso, el caso de «ginoveses» que restaura Sal. 70 ante el error «athenienses» difundido por las primitivas (XXI, 340), o bien el de «Seleuco» que se malentiende en «silencio» BCD, junto con «seleucal» que pasa a «celestial», como veremos luego (I, 88). Y un nombre desconocido como «Adelecta» padece las peripecias de la difracción15:

VI, 183 adeleta edd. eletra N athleta IKJLM

Otro caso frecuente es el de la glosa de una difficilior, de una palabra que se percibe como demasiado ardua e incomprensible y que, a la hora de editarse, se intenta explicar y allanar a los ojos del lector, quitándole la dificultad. Es lo que ocurre con los adjetivos onomásticos ya mencionados, que de una forma sintética y archiculta, como «phebeo» CDP, se quiebran en un sintagma analítico más fácil y más rápidamente comprensible, «de Phebo» ZHILM (Proaza, 346), junto con otros casos de difficilior adjetival que sufre el mismo rumbo de intervención perifrástica y se disgrega en facilior, por ejemplo, «seleucal» que pasa a «de seleuco» Mp y a «de Celeuco» P (1,88), o bien «ascánica» que da «of A scanius» (V1,183) y «étnicos» que da «of Etna» (111,147) en las traducciones inglesas de James Mabbe16. Y no falta la glosa aclaradora del propio autor, quien en su primera redacción, opta por el más difícil «terenciana» Com y, en la segunda, interviene y allana el sentido oscuro de la frase prefiriendo un más usual «lengua romana» Trag (Acr., 74).

El adjetivo onomástico, por demás, da lugar a otra clase de variación, esta vez archiculta, que consiste en generar neo-formaciones lingüísticas del mismo tenor, una vez más adjetivales: así, el ya citado «seleucal» produce «seleucia» Sed (I, 88), mientras que «plebérico» da lugar tanto a «pleberio corazón» Sal. 70 -moldeado en melibeo- cuanto a «Pleberian» en la traducción de Mabbe (I, 88), a la par que el ya citado «étnicos» inspira la forma «ethneos» Sal. 70 (III, 147).

Y no faltan, claro está, los malentendidos paleográficos ante adjetivos tan difíciles de leer, como «seleucal» que engendra «celestial» ZHIKLMN (I, 88), y «étnicos» que produce «iniqui» N (III, 147).

Por otra parte, no hay que olvidar el error de autor, que ante una lectio onomástica puede, él también, malentender la fuente: un error autorial parece ser el de «Bursia» (mala lectura de «Prusias» Sal. 70), que Rojas además confunde con su hijo Nicomedes (XX, 331): en efecto, según Petrarca (De Remediis) fue Nicomedes quien mató a su padre Prusia, y el autor, interpretando mal el latín, ha transformado Prusia de víctima en asesino. Otro ejemplo, aunque más dudoso, es el del gentilicio «troyanos» por «tebanos», que quizás sea un error de Proaza restaurado por Sal. 70 (Proaza, 344)17. Un ejemplo más es el error «Ypermestra» edd. por «Clitemnestra» (XXI, 342), como detectan la fuente (Boccaccio) y el contexto (se cita con Egisto), y no es imposible que se trate de un error del propio Rojas que confunde dos mujeres (Hipermestra y Clitemnestra), ambas víctimas del amor, pero inocente la una y culpable la otra.

También cabe mencionar a dos traductores, Hordognez (autor de la traducción italiana salida en Roma en 1506) y James Mabbe (autor de dos traducciones inglesas, la una manuscrita de hacia 1598 y la otra impresa, Londres 1631), que se toman, cada uno por su senda, muchas y variadas libertades con los nombres propios que encuentran a la hora de traducir el original.

El primero suele actualizar para el público italiano varios nombres de lugar, para dar a su auditorio referencias más tangibles y un contexto familiar en el que colocar la acción dramática. Así, por ejemplo, la conocida enumeración de vinos españoles (de Monviedro, de Luque, de Toro, de Madrigal y de San Martín, IX, 236) es traducida, o mejor, adaptada al ambiente itálico, con la mención de otros tantos vinos italianos:

Corso dilota: Razzese: Moscatel di Taglia: de Riviera: de Giglio: san Severino: Greco de Somma: Malvasia de Candia: e de mille altri luoghi

a la par que los frailes del monasterio de los Jerónimos de Guadalupe se convierten en «frati de Sancta Maria Nova» (XII, 264), y por su parte los «capacetes de Calatayud» en la nómina de las ciudades españolas famosas por sus armas son actualizados en «relate milanese» (XVIII, 316), por ser Milán famosa por sus herrerías (si bien en otra ocasión N traduce «herrerías de Milán» con «ferrarie de Vulcano», Carta, 69). Otro ejemplo que el traductor adapta a su público es:

XII, 265 al cura de San Miguel, y al mesonero de la plaza y a Mollejas el hortelano il piovano di sancto Michele e ancora al hoste dela piazza de san Domenico e a figatello lhortolano dil Signore


mientras que en otras ocasiones el traductor inserta nombres inexistentes en el original, que una vez más son nombres italianos, como el caso del «ministro» que pasa a ser un más connotado «ministro de san francesco» (III, 146).

El traductor inglés, por su parte, suele tomarse otra clase de libertades18, y la más vistosa es la manipulación de nombres en materia bíblica o religiosa, eco quizás de tensiones ideológicas en la Inglaterra de su época. Las intervenciones empiezan con una larga serie de elocuentes omisiones, máxime en la versión impresa de 1631:

I, 95 Sodoma [om.] XVI, 305 Tamar [om.]
I, 95 Nembrot [om.] XVI, 305 David [om.]
I, 96 Nembrot [om.] XXI, 340 rey David [om.]
I, 96 Salomón... renegar [om.] XXI, 342 David y Salomón [om.]
I, 97 Bernardo [om.] XXI, 342 Sansón [om.]
I, 97-98 Por ellas es dicho... Helías profeta [om.]
IV, 164 Santa Apolonia [om.]
VII, 202 Bendígate Dios y el señor Sant Miguel Ángel [om.]

y prosiguen con nombres propios religiosos sustituidos por otros de la antigüedad clásica, en una marcada tendencia a la paganización:

I, 98 esse Adam, esse Salomón, esse David, esse Aristótiles, esse Vergilio
this Alexander, this Seneca, this Aristotle, this Virgil
VIII, 219 iré a la Magdalena, rogaré a Dios que to the Mirtle-groue and there begge of Cupid
XI, 248 Magdalena Mirtle-Groue
XI, 249 calle del Arcediano Augurs street
XII, 263 santos de Dios Destinies and seconded by Cupid himselfe
XII, 263 Magdalena Mirtle-Groue

y continúan extendiéndose incluso a nombres comunes de sentido religioso para insertar, en su lugar, nombres propios nuevos en la misma línea de paganización:

VI, 184 porque havía tocado muchas reliquias because of some Supereminent Influence from the Sibilla Cumanae
XVIII, 317 por el cuerpo santo de la Letania by the whole generation of Turke and Termagaunt

si bien cabe decir que, aun fuera del campo religioso, a Mabbe siempre le agrada añadir nuevos nombres propios donde no los había, como el nombre común «el monte» del refrán que pasa a nombre propio «el Etna» reiterado dos veces:

XIV, 289 del monte sale con que se arde that which came out of AEtna, should consume AEtna

o como la amplificación de otro refrán que, de una ciudad sola mentada en el original (Zamora), pasa a incorporar dos nuevas (Roma y Troya) al echar mano de la formulación correspondiente del refrán inglés:

VI, 186 en una hora no se ganó Zamora No more was Rome built in one day; nor Troy ruined in a yeere

Otro rasgo de la traducción inglesa es el de malentender y estropear nombres españoles, por «extranjeros» a sus oídos:

VI, 186 Çamora Camora
XVIII, 316 Calatayud Colatayud

rasgo, por demás, común a otras ediciones castellanas impresas fuera de España, como por ejemplo el testimonio J, que se edita en Roma y anda repleto de italianismos y de malentendidos:

IV, 150 llaman Juanes llaman jamas

o como el testimonio M, también romano, que malentiende el ya citado «Cota» por «Catón» (Acr.,74) y un nombre español más, «Jorge» que escribe «Jorgue» (IV, 167).

Antes de concluir, haré una breve mención de otras variantes onomásticas que encontramos a lo largo de la tradición, como la macroscópica del lugar de la impresión que, en el último verso de la estrofa-colofón de Proaza («fue en Toledo impressa acabada»), es mudado por cada uno de los editores sucesivos con el nombre de la ciudad correspondiente donde se imprime una vez más la obra, adaptando o estropeando el metro. Así, sucesivamente, dicho verso rezará «Sevilla», «Zaragoza» y «Salamanca» (todas ellas, variantes de mano editorial), hasta desaparecer la propia octava en la mayoría de las ediciones posteriores:

Proaza, 346 Toledo C H
Sevilla D IL Ven. 31 Ven. 34 Anv. 39
Çaragoça Z
Salamanca PM
[def. K Sed]

Es de notar que la misma ciudad se declara en más de un testimonio, no sólo si la ciudad es efectivamente la misma (como Toledo para C y H), sino aun cuando la edición se imprime en otra parte, y con otra fecha, como «Salamanca» declarada por M que es en cambio una edición romana, o como «Sevilla» pregonada por ediciones que son en realidad venecianas (Venecia 1531 y 1534) y flamencas (Amberes 1539), y que, años después, y muy en otra parte, quizás por pura inercia siguen copiando literalmente el colofón que tenía el modelo (como el de «Salamanca 1500», que seguía rezando catorce años después la levantina Valencia 1514, P)19.

Un caso a parte es el de los seis nombres propios que añade el Auto de Traso en 152620, que vienen a engrosar los del Reparto (Tiburcia y Terencia) y los de los personajes conexos con la acción (Cremón el Tuerto, Crudelio, Claudio y Caldorio). También estos nombres padecen estropeos en los ocho testimonios que traen el Auto21: «Tiburcia» pasa a «Triburcia» I.C.Com; «Cremón» da «ciemon» Tol. 38, Med. 35-40, Sal. 43; «Crudelio» Est. 57, Est. 60 fue antes «Crudelia» -traza quizás de «Crudelián»-; y el nombre de «Elicia», entre las dramatis personae, se omite en Est. 57 y Est. 60 por reflejar su ausencia de la trama (en efecto, Elicia no consta como interlocutor del acto).

Un último comentario atañe a dos testimonios que en tema de onomástica se caracterizan por tendencias muy marcadas y opuestas entre sí. El primero es el más antiguo, el Manuscrito de Palacio, que tiende a acumular malas lecturas aun en los pocos folios conservados (ocho) del fragmento inicial del Auto I. Así, por ignorancia, va estropeando un buen caudal de nombres propios, todos hacia la veta de la trivialización, comenzando por «Sempronio» que vulgariza en «senbronjo» unas tres veces (I, 87; I, 91; I, 108), si bien lo alterna con un caso de «senbronjo» (I, 107). Luego, pasando a «Tarpeya» que deforma en «torpeo» (I, 91), y a «Pasife» que lee «pasypa» (I, 96), y por fin a «Minerva» que estropea en «mjreua» (I, 96). Pero no por ello, ni por sus malos hábitos de copia en general, deja de conservarnos intactas tres lecciones mejores y más antiguas, como las ya citadas «Seleuco» frente a «silencio» de la Comedia que andaba por imprimirse (I, 88), y «Elisa» y «Alicia» en lugar de «Alisa» (Arg.I, 85) y «Elicia» (I, 89 y I, 106). El otro testimonio es tardío, una de las seriores, Salamanca 1570, que, muy por el contrario, con los nombres propios realiza una imponente obra de restauro, y los va corrigiendo masivamente por conjetura y por afán de erudición a toda costa. Son los ejemplos ya diseminados en estas mismas páginas y que ahora recolectamos en una tirada única final: «Erasístrato» versus «Eras y Crato» (I, 88), «Seleucal» contra «celestial» (I, 88), «pleberio» y no «plebérico» (I, 88), «Marón» ante «mayor» (I, 123), «Bethleem» y no «Belén» (I, 104), «ethneos» y no «étnicos» (III, 147), «Amphion» frente a «Antico» (IV, 167), «Prusias» en vez de «Bursia» (XX, 331), «ginoveses» contra «athemenses» (XXI, 340), «tebanos» por «troyanos» (Proaza, 344), a la par que el nombre fenicio «Elisa» es corregido en «Dido» (VI,183).

En resumidas cuentas, a las consideraciones generales ya expuestas en apertura podemos agregar que un conjunto tan dispar de variación onomástica y de corrupción textual depende, en última instancia, de la naturaleza misma del nombre propio, si no es connotado y sólo se aduce para engrosar la veta de la erudición; en otras palabras, depende de su falta de sentido reconocible y de su vacío semántico para el «punto de vista» de quien copia. En el caso de las traducciones, el mudar los nombres propios para adaptarlos a su contexto, sea actualizándolos sea eliminando roces ideológicos, demuestra que no son «testimonios» de la «transmisión» de LC sino más bien etapas de la historia de su «interpretación» y «recepción».






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Resumen. En el presente trabajo se estudian los casi dos centenares de nombres propios de La Celestina, en su mayoría cultos y difíciles, que al copiarse en la imprenta a medida que aparecen las ediciones áureas de la obra suelen ser malentendidos, por exóticos, dando lugar a muchos casos de alteración o deturpación textual. Asimismo, se estudian las libertades que con los nombres propios se toman dos traductores de la obra, el uno temprano (traducción italiana, Roma, 1506) y el otro tardío (traducción inglesa, Londres, 1631).

Résumé. Etude des quelque deux cents noms propres de La Célestine, noms le plus souvent savants et difficiles, et par conséquent fréquemment mal compris, en raison de leur étrangeté, tout au long des éditions faites au Siècle d'or, où nombre d'entre eux subissent altérations et dégradations. Sont également envisagées les libertés que prennent avec les noms propres deux des traducteurs du texte, un italien (Rome, 1506) et un anglais (Londres, 1631).

Summary. A study of the nearly 200 proper names found in La Celestina; names that are mostly cultivated and difficult, giving rise to incomprehension in later Golden-Age editions of the text because of their strangeness. Many of the names suffered changes or were corrupted due to the fact that they were no longer familiar to the copyists and typesetters. The present study also examines the liberties taken by the authors of two translations of the text: an early Italian translation (Rome 1506) and a later English one (London 1631).

Palabras clave. La Celestina. Crítica textual. Onomástica. Traducciones.



 
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