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Con motivo de poner S. M. la reina (Q. D. G.) la primera piedra del edificio destinado a museos nacionales y biblioteca

                          No hay magnífico señor,
Ni humilde trabajador,
Que a veces no necesite
De un amigo que le quite
Duda, pena o mal humor.
 
   No hay sabio tan engreído,
Que de atender se desdeñe
A quien, por él escogido,
En cualquier tiempo le enseñe
De balde, y solo, y sin ruido.
 
   No hay pecador pertinaz,
Que se rebele al consejo
De quien, hablándole en paz,
Le mire sin entrecejo,
Inalterable la faz.
 
   Este amigo, útil y fiel,
Que instruye, refiere y pinta,
Vestido gasta de piel,
Es mudo, y habla en papel,
Y señas hace de tinta.
 
   Hay alguno que, traidor,
En cáliz engañador
Ofrece mortal veneno;
Pero entre ellos, uno bueno
Es el amigo mejor.
 
   Éste, que gusta de dar
Lección, y que no nos cueste,
Es el libro: hay un lugar
En que prefiere habitar,
Y una biblioteca es éste.
 
   Después que el hierro colgó,
Ya ganada en recia lid
La corona que heredó,
Una Biblioteca dio
Felipe quinto a Madrid.
 
   Hoy Madrid, harto distinto
Del que Felipe veía,
No cabe ya en su recinto,
Ni en sí aquella librería
Que fue de Felipe quinto.
 
   Pantoja en la Trinidad
Clama que tiene sin luz
Sus cuadros, y es la verdad:
Halle por la Cruz piedad
Juan Pantoja de la Cruz.
 
   La gran ISABEL deseos
Tenidos por devaneos
Hoy en realidades trueca:
Nacen aquí dos Museos,
Renace una Biblioteca.
 
   Tu nombre, Señora, lleve,
Cruzando el espacio leve,
La Fama por todas partes:
�Bien haya quien a las Artes
Da el templo que se les debe!
 
   �Bien haya la gran nación,
Que sabe en digna ocasión
Cambiar con alta cordura
Tesoro sin duración
Por otro que siempre dura!
 
   Lo que por tantos es hecho
Con largueza meritoria,
Concede a todos derecho
A la parte del provecho
Y a la parte de la gloria.
 
   En las grandes condiciones
De la humana sociedad,
Para adquirir sus blasones,
La gloria es necesidad,
Es vida de las naciones.
 
   Y las glorias nacionales
Piden la magnificencia
De alcázares, en los cuales
Tengan el Arte y la Ciencia
Sus próvidos arsenales.
 
   A la fuente perenal
Un pueblo acude a beber,
Y no agota el manantial:
Fuente hay que presta saber,
Sin merma de su caudal.
 
   Ya por los anchos salones
Del edificio futuro
Me llevan mis ilusiones:
Damas en él y varones
Aquí y allá me figuro.
 
   Los unos en marcha lenta
Viendo van y conversando;
El observador se sienta,
Y un joven allí copiando
Colora un lienzo que alienta.
 
   �Quién sabe si ese mancebo,
De exterior grave y sencillo,
Vendrá en dichoso relevo
A ser segundo Murillo,
Ribera o Velázquez nuevo?
 
   �Quién sabe si de esos dos,
Que el uno del otro en pos,
Lugar buscan oportuno,
Voz de Clío será el uno
Y el otro lengua de Dios?
 
   Fija en un disco la lente
Aquél, y descubre sabio
Luz que las sombras ahuyente,
Con que a la verdad latente
Fatal error hizo agravio.
 
   Aquél, que de golpe cierra
Su libro y de allí se va,
Nuevo Arquímedes quizá,
Quiere en peso alzar la tierra,
Y dio con el punto ya.
 
   �Oh tú, en cuyo paralelo
No puede ponerse nombre!
�Oh tú, bendito del Cielo,
Que supiste asir al vuelo
El son de la voz del hombre!
 
   Tú inmóvil y permanente
La hiciste de fugitiva,
Y del tiempo en la corriente,
Columna blanca valiente,
�Se alza entre naufragios viva!
 
   Por ti el pensamiento vario
De una y mil generaciones
Encontró depositario;
Por ti formó de sus dones
La Ciencia inmortal erario.
 
   Por el libro nuestra edad
Con diadema se engalana
Que labró la antigüedad;
Y un libro será mañana
La ley de la humanidad.
 
   Nunca sin alto loor
Y gratitud infinita
Se nombre al Genio inventor,
Que al dar la palabra escrita,
Hizo al mundo el bien mayor.
 
   Con ella un pueblo educado
Aquí... �Oh falaces quimeras!
�Oh ilusión! Sólo he quedado
En un arenal cercado
De mástiles y banderas.
 
   Prematuro es el contento
Del corazón anhelante:
Principio tiene el asiento
Del palacio del talento...
Miro el fin... �ay! �cuán distante!
 
   La flaca voz enfermiza,
Que este día solemniza,
Muda en el otro será;
Mas donde esté mi ceniza,
Saltos de gozo dará.

Madrid 5 de mayo de 1866.



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Al salvador en la cruz

Canción para música

                                    Quien dio la vida al ciego,
Quien dio la voz al mudo,
Quien vida nueva pudo
A Lázaro infundir,
 
   Hoy pende de un madero,
Y espira escarnecido
Del pueblo fementido
Que viene a redimir.
 
   Quebrántase la roca;
Sin luz se queda el cielo;
Retiembla, roto el velo,
El arca del Señor;
 
   Y al ver los querubines
La cruz que los aterra,
Dirigen a la tierra
Miradas de furor.
 
   -�La sangre que han vertido
Los clavos y la lanza,
Pidiendo está venganza:
Dejádnosla tomar.
 
   �Descienda nuestro rayo,
Y que haga furibundo
Cenizas ese mundo
Rebelde sin cesar.�-
 
   En tanto que al Eterno,
Inmóvil en su trono,
Acusa de abandono
La hueste de Miguel,
 
   Bendicen el arcano
De amor ardiente lleno
Los justos en el seno
Del padre de Israel.
 
   Que ya de su ventura
Llegó por fin el día,
Y al Hijo de María
Unidos volarán;
 
   Dejando el Paraíso
La víctima inocente
Abierto al descendiente
Del ya feliz Adán.
* * *
   Pero si hoy en patíbulo espira,
Juez vendrá severísimo luego,
Más terrible entre nubes de fuego
Que en su cima le vio Sinaí.
   �Ay entonces del que haya perdido
De la gracia el divino tesoro!-
Yo, Señor, tus piedades imploro;
Yo pequé: �desgraciado de mí!


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A Nuestra Señora en la traslación de su imagen de la Fuencisla a su santuario

(22)
                          Salve, Reina poderosa
De los hombres y del cielo,
Templo de oro, blanca rosa,
Fuente viva de consuelo
Para el triste pecador.
   Salve, tú que a la serpiente
Que rindió nuestra flaqueza
Quebrantástele la frente;
Salve, espejo de pureza,
Virgen madre del Señor.
 
   Como el sol que el orbe dora,
Sin descanso tú repartes
Del ocaso hasta la aurora
Tu piedad en todas partes
Con desvelo maternal.
   Y a tus pies hoy reunido
Todo el pueblo segoviano,
Las mercedes que ha debido
Al Eterno por tu mano
Agradécete leal.
 
   Cuando airado el Juez tremendo
En la tierra nos aísla
Con los males combatiendo
�Madre nuestra de Fuencisla!
Nuestros ayes van a ti.
   Que es tu seno de ternura
Rico vaso que recoge
Nuestro llanto y le depura;
Y así Dios el ruego acoge
Que ofendiérale sin ti.
 
   Levantó su voz la guerra
Por los ámbitos de España,
Y amagó dejar la tierra
Plaga horrible con su saña
En total devastación.
 
   Suspirando, al templo sacro
A implorar tu gracia fuimos,
Y a tu augusto simulacro
Con el luto le vestimos
Que llevaba el corazón.
 
   Y al Altísimo aplacaron
Tas plegarias, Virgen pía,
Y las tumbas se cerraron
Que la peste cada día
Ensanchaba más tenaz.
   Y cesó la lucha horrenda,
Más terrible que la peste,
Y los gritos de contienda
Resarció el favor celeste
Con los himnos a la paz.
 
   Muda ya la fiera trompa
Que sonaba con espanto,
Da Segovia en esta pompa
Y en la gala de tu manto
Grato indicio de su fe.
   Signo es doble, Madre nuestra,
De salud por ti alcanzada,
Y a la par también demuestra
Que de España desterrada
La discordia al fin se ve.
 
   Brillen, pues, los rayos puros
Del clarísimo lucero,
Que al salir de nuestros muros
Testifica al mundo entero
Tu dichosa traslación;
   Y hagan hoy sus tornasoles,
Por influjo soberano,
Desde aquí a los españoles
Ser un pueblo todo hermano,
Más familia que nación.
 
   Y esta España, cuyo aliento
Se dignó el saber profundo
Elegir por instrumento
Que rindiera medio mundo
A la cruz del Salvador;
   Logre ser �oh Virgen pura!
Por lo fiel que te venera,
La nación de más ventura,
Ya que ha sido la primera
En virtudes y valor.


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Al busto de mi esposa

(23)
                               Imagen de mi adorada
Consuelo de mi dolor,
Única prenda salvada
Del naufragio de mi amor,
 
   �Por qué clavados están
Siempre mis ojos en ti,
Si jamás en ti verán
A la hermosa que perdí?
 
   �Dónde el fuego de sus ojos
Me ha conservado el cincel;
�Dónde los matices rojos
De su labio de clavel?
 
   Mas �pudo quedar cautiva
En piedra, tela o metal
Su belleza fugitiva,
Su mirada angelical?
 
   Naturaleza, al formarte,
Ídolo del alma mía,
Quiso luchar con el arte
Que en imitarla porfía;
 
   Y dijo con altivez
Después que en ti se miró:
�Que venga el hombre esta vez
A copiar lo que hice yo.�
 
   Triunfabas, naturaleza,
Y triunfas en mi memoria;
Pero �con qué ligereza
Renunciaste la victoria!
 
   Polvo ya la criatura
Donde brilló tu poder,
No tiene esa piedra dura
Competencias que temer.
 
   Diestro, escritor, anduviste;
Disculpa mi loco error:
No hay en la boca del triste
Sino acentos de rigor.
 
   �Qué dejaras por hacer
Al que rige las esferas,
Si tú una piedra pudieras
Trocar en una mujer?
 
   Debiera yo comprenderte,
Y en ese mármol fatal
Ver el triste material
De las urnas de la muerte.
 
   Memorias de destrucción
Graba en él la humanidad:
�Era fatídico el don,
Escultor, de tu amistad!
 
   Yerta me representaste
La faz del bien de mi vida:
�Pronto la vi convertida
En el mármol que labraste!
 
   Como él encontré de frío
Su labio cárdeno y mudo,
La única vez que no pudo
Responder al labio mío.
 
   �Cuántas veces, dulce dueño,
Turbó con su huella ardiente
La dulzura de tu sueño
El beso que di en tu frente!
 
   Mas no te pudo arrancar
De aquel letargo profundo:
De él sólo has de despertar
Al ay de muerte del mundo.
 
   �Qué condición miserable!
�Cuánta es del hombre la mengua!
�Tener un ángel que le hable,
Y no comprender su lengua!
 
   Aquella noche postrera,
Bien mío, de tu vivir,
Tú me hablabas placentera
De un dichoso porvenir.
 
   En tu semblante lucía
Profética inspiración:
Era tu hablar de alegría,
Y era lúgubre su son.
 
   �Cerca de la dicha estabas!
�No fue el presagio falaz!
Poco después habitabas
Las regiones de la paz.
 
   Como antorcha moribunda
Tal vez aviva su fuego,
Y el aire de luz inunda,
Y en sombrase abisma luego;
 
   Así aureola brillante
De esperanza y juventud
Te ciñó por un instante,
Palpando ya el ataúd.
 
   Fugaz relámpago aquél
De dicha para los dos:
Todo fue ternura en él,
porque era el último adiós.
 
   Así nos viene a halagar
Con su plácido arrebol,
Y se hace más bello el sol
Al sepultarse en el mar.
 
   Leía en tu languidez
La muerte su triunfo vil,
Viendo tu rosada tez
Vuelta en pálido marfil.
 
   Bella y fuerte de improviso,
Venturas te prometías...
-Era que abrir te veías
Las puertas del Paraíso.
 
   Tal te miro en ilusión,
Que en mi despecho me arredra,
Muchas veces en la piedra
Que te retrata en borrón.
 
   Que allá en las horas de calma
Vestidas de obscuridad,
En que misterios al alma
Revela la eternidad;
 
   Si tu imagen se estremece
Cuando el viento ronco zumba,
Que levantas me parece
La cabeza de la tumba.
 
   Luz que de purpúrea tinta
Se reviste, porque pasa
Por pliegues de roja gasa,
Tu bulto cándido pinta;
 
   Y sus rayos se despuntan
En el cristal, (24) que es el velo,
De tu semblanza de hielo,
Y resbalan y se juntan;
 
   Y ornan la impasible sien
Con diadema esplendorosa,
Cual la que tu frente hermosa
Lleva junto al Sumo Bien.
 
   La piedra entonces se mueve,
Se reaniman tus luceros:
Ya coral en vez de nieve
Son tus labios hechiceros:
 
   Y eres tú, la misma, aquélla
Que yo delirante amé,
La que mi vida, mi estrella,
Mi cielo en la tierra fue.
 
   Tú, mi angélica MARÍA,
Tan bella como te vi,
Tan llena de amor, el día
Que diste el modesto sí.
 
   De tus labios el consuelo
Nace entre sonrisa pura,
Tu frente exhala ventura,
Derraman tus ojos cielo.
 
   Buscando tus brazos voy,
Ciego a la luz con que brillas:
Adórote de rodillas,
Y vienes a donde estoy.
 
   Tu ósculo me hace sentir
Tu inefable ser divino,
Y de su encierro mezquino
Tras ti el alma quiere huir.
 
   Con tu diestra la detienes,
Y batiendo blancas alas,
Vuelas �ay! y me señalas
La mansión de donde vienes.
   Y en tu rápido volar
Despidiéndote de mí
Te paras a pronunciar
Un espera y un allí.
 
   Y en el espacio azulado
Luego mis ojos no ven
Más que un iris empapado
En fragancias del Edén.
 
   Disipada la visión,
Cobras la forma glacial,
Mas dejas al corazón
Esperanza celestial.
 
   Que el hombre que a poseer
Llegó entre delicias mil
Un puro angélico ser
En un cuerpo femenil,
 
   En el valle del dolor
Querer sólo puede ya
Unirse pronto a su amor
En el cielo donde está.


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Un enfermo a un vaso de agua

Décimas

                                    Un vaso de agua. -�Oh placer!
�Qué ardiente sed satisfago!
Quiero, bebido este trago,
Pararme a sentir y a ver.
Fiel el vaso al parecer,
Del don que ofrece se engríe;
Y tú, donde el bien sonríe
Al mustio labio anhelante,
Purísimo eres diamante
Que el dedo de Dios deslíe.
 
   Si tu caudal fuera escaso;
Si el ser yo tu posesor
Me costara tu valor,
�Con qué pagara este vaso?
Mas tú te brindas al paso
En aire, en muros, en suelo;
Y el hombre, libre de anhelo,
Olvida, en la posesión,
Que un vaso de agua es un don
Preciosísimo del cielo.
 
   Milagrosa obras en mí,
Desde que tu néctar libo:
Con otro aliento revivo,
Regenerado por ti.
De lucha en que me rendí,
Me levanto vencedor;
En mi espíritu y humor
Paz de oración blanda cae:
�Bien haya sed que me trae
Un bien que me hace mejor!
 
   Ciencia, que en clara doctrina
Los componentes me prestas,
Mientras tú los manifiestas,
Yo adoro al que los combina.
A luz para mí divina,
Quiere mi credulidad
Ver hasta la saciedad,
Agua, en tu naturaleza,
Las gracias de la pureza,
La imagen de la verdad.
 
   Como siempre algún dolor
Ha de ir al placer unido,
Lanzo de pronto un quejido
En mi júbilo mayor.
Después que con tal favor
Vida me vienes a dar,
Tú, que corres sin cesar,
�Dulce fuente, néctar mío!
�Te ha de viciar turbio el río,
Salobre y amargo el mar?
 
   �Alta ley cumplo, inmutable
(Me respondes): limpio llego
Al río, y allí me entrego,
De mí en todo irresponsable.
Ni manos tengo ni cable,
Ni de pararme intención,
Ni pérdida de sazón
Mi sosiego sobresalta;
Pureza nunca me falta
Para mi dulce misión.�
 
   Purezas, que la merced
Mayor del cielo formáis,
Yen el hombre suscitáis
Viva, devorante sed,
Castas, cautas, retened
El don de más celsitud;
 
   Rechazad solicitud,
Que su lealtad no acrisola:
Sed habéis de apagar sola
De labios de la virtud.

1875.

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A Juan, su pícara memoria

ELLA
                                    Con luz harto macilenta
El día se te presenta
De ti anhelado y temido.
Septiembre, seis, ha venido:
Cumples hoy, Juan, los setenta.
 
   No abundan por acá mucho
Compañeros de tu edad:
Pasado, más que machucho,
Te veo, y oir te escucho
Tranquilo la novedad.
 
   Pero aunque hagas poco caso
De un anuncio de esta suerte,
Torpe ya tu cuerpo y laso,
Mal en tu trémulo paso,
Mal se ve para moverte.
 
   Renqueando por las calles,
Si a conocidos que te halles
Saludas cuando los ves,
Por más que entre ti batalles,
Dices luego: �Ése, �quién es?�
 
   Con flema, tal vez escasa,
Temes respondan quizá:
�Ya todo a usted se le pasa:
�Si es don Fulano, que en casa
Estuvo anteayer, papá!�
 
   Su poquillo te contrista,
No como satisfactoria,
La tal respuesta imprevista,
Que dice cuál es tu vista,
Y cuál también tu memoria.
 
   Das en errores extraños
A tiempos, como esta vez,
Del tuyo son estos daños,
Del tuyo son desengaños.
Mal sin cura es la vejez.
 
   No eres ya el chico del día
Tantos de abril (abril era),
Cuando por la vez primera
Diste la mano a María
Para subir la escalera.
ÉL
   No los goces me recuerdes
De remotos años verdes;
Libro fueron que rasgué.
Rasgas mi seno y le muerdes,
Tú, sierpe hoy, la que ángel fue.
 
   Penas entonces de un modo
Y de otro asaltarme vi;
Luchaba empero, y vencí.
Con amor se vence todo,
Y amor y más hubo en mí.
 
   Esperando la bonanza,
Yo al turbión le sonreía,
Con la serena osadía
Del que males desafía
Escudado en la esperanza.
 
   La suya cumplida ve,
Por fin, con delicia inmensa;
Dios al cabo recompensa
Al que opone por defensa,
Con el infortunio, fe.
 
   Mil veces en mi interior
Me dije: �No lo mereces,
Y Dios te da su favor,
Mostrándotelo con creces
Junto al lecho del dolor.�
 
   En él mi esposa yacía;
En él suplicaba fiel;
-Yo con ella. -Y escribía
Los Amantes de Teruel.
 
   Allí guardo algún acento
Que exhaló doliente y frío
El labio del sufrimiento;
De allí el arrepentimiento
Me hizo arrancar algo mío.
ELLA
   Pues hoy debes repetir
Ese que es digno ejemplar,
Y lo bueno dilatar:
Circunscríbete a rezar,
Y déjate de escribir.
 
   Tu cabeza de contino
Te da cien chascos al día:
Tras afanosa porfía,
Sales con un desatino
Para que el mundo se ría.
 
   Capricho terco avasalla
Tu mente donde él preside,
y opone a tus miras valla.
�Quieres que el mundo te olvide?
Olvida primero y calla.
 
   Fiel destello de razón
Te infunda la reflexión,
De que en silencio completo,
Ganarás, si no respeto,
Títulos a compasión.
 
   Hombre a la razón sumiso,
Cumplir el común aviso
Debe cauto, al malearse.
Entonces es ya preciso...

ÉL

   Conocerse y anularse.

1876.



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La Reina Doña Isabel II en la declaración de su mayoría

Coplas en castellano antiguo

                                    Ley mal aguisada, traída de allende,
Vedaba á la fembra sobir al dosel:
Tú nasces, y en brazos Castilla te prende,
É grita Castilla: �Que regne Isabel.�
 
   Lid muévenos dura tu avieso cormano:
Lid foé que de sangre la tierra fartó;
Clamaba moriendo el fiel castellano:
�Que regne Isabela; mi vida le dó.�
 
   Asaz perezoso el tiempo venía,
Non daban á España sus males vagar:
Vos recia por ende levántase un día
Diciendo a Isabela: � Comienza á regnar.�
 
   Sabroso es oirse nombrar soberana,
Non bien de la infanza salvando el confín;
Sabor há tu sceptro de poma temprana,
Que amagos de robo sofrió en el iardin.
 
   Ya, pues, que en el trono te ves regidera
É finca en tu mano la nuesa salud,
De ti generosas albricias espera
La gen que á fablarte sus cuitas acud.
 
   Sey tú como el iris que en lúcida comba
Señal de amistanza del cielo nos faz;
Sey tú como aquella bendita palomba,
Que troxo en el bico la oliva de paz.
 
   Muy más que el acero de innúmera hueste
Que fiere cervices de indómita grey,
Muy más puede un labio con riso celeste
Diciendo entre hermanos: �Concordia teney.�
 
   Catar te conviene non yaga en oprobio
La fe, nin los buenos que lievan su vos:
Non membre afambrida allá en el cenobio
La casta sorora, la esposa de Dios.
 
   Bien es que cuidosa tu regia auctoricia
Mantengas exenta de mengua é revés;
Mas seya delante de tu alta iosticia
Igual del fidalgo el pobre burgués.
 
   E síguese dende que débese pura
Servar la ordenanza del fuero común:
Franquicias donadas por ley é natura
Non leixes que tengan desmedro ningún.
 
   Farán en España firmísimo asiento
La paz, abundancia é iúbilo ansí;
É todo del tuyo sagaz regimiento,
É todo, señora, vendranos de ti.
 
   Estonce, al trabaio entrando cobdicia,
Verás bienandante la puebla crescer,
Trabaio que luce contenta é desvicia,
Da pan á la boca, virtudes al cuer.
 
   Estonce los yermos agora cerriles,
Do apenas la bestia el paso conduz,
De acuáticas vías, de férreos carriles
Veránse do quiera taiados en cruz.
 
   Estonce, de fructos con rico tesoro
Bogante la nao de ardid mercader,
Trayranos en trueque de América el oro,
Que hoy ya non es nueso, mas fuéralo ayer.
 
   Estonce (é tal día �que non seya lueñe!)
Granada en dotrinas, haberes é honor,
Alzarse veremos la nueva progeñe,
Que torne á la España su antigo splendor.
 
   Progeñe que inore los odios villanos,
Causantes agora contino desmán,
Progeñe en que todos se embracen hermanos,
Legítima prole del Cid é Guzmán.
 
   �Oh! mueva de prerlo el tiempo su ruda
É á nos, que nascimos á mala sazón,
Catar las primicias la suerta conceda,
Del sino que atiende la nuesa nación.
 
   Que veya, primero que el pie se le hunda,
El vicio cercano del negro lindel,
Que veya en España por esta Segunda
El siglo de aquella primera Isabel.
 
   É sí: verá un pueblo sesudo, valiente,
Que en torno á su Reygna bendizla é le diz:
�Tú noble, tú libre, tú sabia é potente,
Tú, en fin, á tu patria ficiste feliz.�

1843.



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Al saber la noticia de la muerte de S.M.

                                    La triste nueva de su fin recibo.
�Era flor de virtud, joven y bella!
Yo, viejo inútil, vivo.
�Quién fuera digno de morir por ella?

26 de junio de 1878.



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A la emperatriz de los franceses

                                 Iba mirando la Fortuna un día
    La orilla del Genil,
Y una perla encontró donde yacía
    El trono de Buabdil.
 
Era la perla del Genil hermosa,
    De precio singular:
Con otras fue por la voluble diosa
    Puesta en su mismo altar.
 
Llegose en tanto a la Fortuna un hijo
    De los que más amó.
��Una corona para mí!� le dijo:
    La madre se la dio.
 
Rica, muy rica, pareciole al verla:
    Diadema era imperial;
Mas faltaba en su círculo una perla
    Para lucir cabal.
 
�Abrid vuestro tesoro soberano,
    Y haced completo el don.
-Escoge entre mis joyas por tu mano,
    Según tu corazón.�
 
Solícito el Amor, libre de venda,
    Volaba por allí.
�Mira (le dijo al Príncipe) la prenda
    Guardada para ti.�
 
Puso en la margarita de Granada
    Su dedo blando Amor,
Y en la insignia del César engastada,
    La realzó en valor.
 
��Es (me decís) tu narración amena
    Fábula de otra edad?
-Es (con robusta voz responde el Sena)
    Magnífica verdad.�
 
Esas dos palmas ved, que a gran distancia
    Juntan sus ramos hoy.
A Granada escuchad: �Trono de Francia,
    Emperatriz te doy.�
 
Aún la flecha de Amor hace atrevida
    Conquistas al poder;
Aún se ve repetir ennoblecida
    La exaltación de Ester.
 
Eras, Eugenia, tú, dulce ornamento
    De tu natal país;
Ya resplandeces donde tuvo asiento
    La madre de San Luis.
 
Por ella el cielo próvido te mande
    La luz de su favor:
Deuda en el solio contrajiste grande;
    Tu espíritu es mayor.
 
Haz de satisfacerla empeño y gala:
    Digno es de ti ese afán;
A tu hermosura tu virtud iguala;
    Tu sangre es de Guzmán.
 
Sangre del que en Tarifa puso freno
    Al sitiador cruel.
Timbre glorioso mereció de Bueno:
    Sé su heredera en él.
 
A entrambos mundos con asombro tienes
    Mirándote los dos.-
�Flor del suelo andaluz!... �Mil parabienes!
    �Emperatriz!... Adiós.
 
Cuando suene, de Francia bendecido,
    Tu nombre, en ecos mil,
No sentiremos el haber perdido
    La perla del Genil.

Febrero de 1853.



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En el nacimiento del Príncipe Imperial de Francia

Epístola

Al Excmo. Sr. D. Salustiano de Olózaga.

Marzo de 1856.

                                    Llegó la nueva: rápida volando,
Mensajera feliz, el aire cruza
La fama, cuya voz pujante llena
Los valles anchos y las hondas grutas.
 
   Francia a la hermosa Emperatriz, que el suelo
Granadino le dio, madre, saluda.
Hierve en gozo París; desde sus muros
Me manda la amistad... Tomo la pluma.
 
   Deja, Salustio, que obsequiosos cerquen
Egregios vates la cesárea cuna:
Disonaría de sus arpas de oro
La de tu amigo, destemplada y ruda.
 
   Benignas otro tiempo visitaban
Este humilde rincón plácidas musas;
La paz de mi retiro las atrajo;
Las apartó de mí la desventura.
 
   Falta aquí el ángel del consuelo mío.
Llora una madre aquí; no ven la suya,
Y la llaman a gritos, y no viene,
Tres desafortunadas criaturas.
 
   Partió con ellas de Madrid; contaba
Tornar con ellas... �Esperanza ilusa!
Con traje de orfandad los tres volvieron;
No volverá la que a los tres enluta.
 
   Casi a la hora que por vez primera
Se oyó nombrar a la Consorte Augusta,
Del placentero título adornada,
Gloria y dulce temor de la hermosura;
 
   A las trémulas manos de otra madre,
Revueltas en montón, llegaban juntas
Prendas que fueron juveniles galas,
Despojos ya que desechó la tumba.
 
   No me es dable cantar: piadoso el tiempo
Reprime el llanto y el pesar endulza;
Para la triste esposa de tu amigo
Más crece con el tiempo la amargura.
 
   No me es dado cantar. Estos borrones
Destinados a ti, guarda y oculta:
Parabienes, Eugenia, escucha gratos,
No quejas de dolor inoportunas.
 
   Tú, cuya voz tan elocuente fluye
En el trato social y en la tribuna,
Y a la Madre feliz de César nuevo
Sus dichas puedes anunciar futuras;
 
   Aprovecha el instante en que sus ojos,
Bellos como la luz que nos alumbra,
Los horizontes penetrar queriendo,
Miren a España con filial ternura;
 
   Y dile entonces que si Francia en ella
Las esperanzas de su dicha funda,
Españoles también por ella al cielo
Votos dirigen de la fe más pura.
 
   �Logre ese Niño, que entre palmas nace,
Ganar aquélla que jamás caduca!
La de regir su generoso pueblo
Con ley de paz y amor próvida y justa.
 
   Padece aún su combatida patria
De heridas viejas de azarosa lucha:
Llegue su mano allí, y al blando toque
Lesión no quede ni señal ninguna.
 
   En la remota orilla del Euxino,
Cuyos escollos baten furibundas
Hinchadas olas que al chocar bramando
Su enojo escupen en hirviente espuma,
 
   Allí a la paz en lóbrega caverna
Con hierros en los pies Marte sepulta:
Cautiva lanza lastimeros ayes,
Y el fragor de la mar los traga y burla.
 
   Gruesos cañones de contrarias huestes
Sobre la inmensa cárcel se sitúan,
Y del rimbombe horrible de sus rayos
El tormentoso piélago murmura.
 
   Los férreos globos, que de entrambas partes
El polvo estallador ardiendo empuja,
Siembran la destrucción, llevan la muerte
Do quier que llega su potente furia.
 
   De las entrañas de la tierra salta
Volcán labrado por fatal industria,
Que armas, y combatientes, y defensas,
Arroja por las diáfanas alturas.
 
   Cada postrer suspiro del soldado,
Víctima allí de su infeliz fortuna,
Cuesta, sonando en el hogar paterno,
Mísero lloro, devorante angustia.
 
   Tenga ese azote fin. Cuando a la tierra,
Mal de las aguas del Diluvio enjuta,
Salir dudaba la familia indemne
Generadora de la edad segunda,
 
   Blanca paloma con el ramo vino,
De perdurable paz señal segura:
Traiga el Hijo de Luis la oliva santa
Que a un diluvio de mal término anuncia.
 
   Esto dirás a la Guzmana madre,
Que electa del Señor, planta fecunda,
Vea en torno de sí ricos renuevos
Donde amor sus encantos reproduzca.
 
   Esto dirás en el lenguaje noble
Que presta a la verdad gala y dulzura;
Para plácemes tiernos hoy inhábil,
Agria mi voz al corazón calumnia,
 
   Siglos un español faustos desea,
Gloria sin fin a la progenie augura
Napoleón-Guzmán...-�Oh Dos de Mayo!
Dios no permitirá que vuelvas nunca.

Marzo de 1856.

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La casa de la madre

A los serenísimos señores Infantes, Duque y Duquesa de Montpensier

                                    El suelo final dormía,
Tendida en funérea caja
Con blanca y negra mortaja,
La joven madre María. (25)
 
   Y hallando el acceso franco,
Un niño en la sala entró,
Y muerta a su madre vio,
Vestida de negro y blanco.
 
   Miró el niño el cuerpo inerte
Con infantil impiedad:
Estaba en la tierna edad
Que aun ignora que haya muerte;
 
   Mas causáronle estupor
Aquellas manos en cruz,
Y aquel traje, y tanta luz
De su madre en derredor.
 
   Le alzó en brazos por detrás
Un mancebo con cariño:
Sacaron de casa al niño,
Y a su madre no vio más.
 
   En un templo cierto día
Dar vio reverente culto
A un triste y hermoso bulto,
Que blanco y negro vestía.
 
   Cercábanle ardientes cirios;
Las manos le vio cruzadas,
Y en el pecho siete espadas
Indicando sus martirios.
 
   ��Mirad a mi madre allí!�
El niño al punto exclamó.
Un joven le dijo: �No.�
Le dijo una anciana: ��Sí!
 
   Lo es tuya de varios modos
María, que allí se ve.
-María mi madre fue.
-María es madre de todos.�
 
   Juntó con piadoso error
El niño (y hombre las junta)
La madre que vio difunta
Con la Madre del Señor.
 
   Y dulce interés despierta
Oírle en voz conmovida:
�Primer recuerdo en mi vida
Fue ver a mi madre muerta.�
 
   �Veloz el tiempo corrió:
Si el bien alcanzo que anhelo
Veré a mi madre en el cielo,
Joven ella, viejo yo.�
 
   A joven no era llegado,
Y unas flores vio arrancar
De tierra que fue solar
De humilde albergue arruinado.
 
   Y un hombre dijo sombrío,
Suspendiendo su labor:
�Donde esta campestre flor,
Nació tu madre, hijo mío.�
 
   �La casa materna, altar
Debe para el hijo ser:
�Feliz, si viene a caer,
Quien la puede levantar!�
 
   Por más que al hijo desplace,
Poco el suelo poseyó
Donde su madre nació,
Nunca el suelo donde yace.
 
   Al muro que el tiempo arrasa
Da tumba naturaleza,
Ni aun deja ver la maleza
Las ruinas de aquella casa,
 
   Ruina era así la capilla
Que, depuesto el rudo almete,
Alzó sobre el Tagarete
El Rey que ganó a Sevilla.
 
   Morada en tiempos mejores
Fue de la mística flor,
Que es Madre del Redentor
Y Madre de pecadores.
 
   Ni el nombre más venerando
Las iras del Tiempo ablanda;
Mas vio por tierra Fernanda
La fábrica de Fernando;
 
   Y el digno Esposo la vio,
Que es de Príncipes ejemplo;
Y a la voz de entrambos, templo
La ruina resucitó.
 
   �Bien haya el amor filial
De la pareja querida,
Que alza la casa caída
De la Madre universal!
 
   Aceptad la predicción
De aquel hijo lastimado:
Por su boca os ha enviado
María su bendición.
 
   La obra de piedad que hacéis,
En sí el galardón encierra:
Dad a Dios casa en la tierra,
Y en el cielo la tendréis.

21 de septiembre de 1869.

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