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No hay magnífico señor, |
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Ni humilde trabajador, |
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Que a veces no necesite |
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De un amigo que le quite |
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Duda, pena o mal humor. |
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No hay sabio tan engreído, |
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Que de atender se desdeñe |
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A quien, por él escogido, |
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En cualquier tiempo le enseñe |
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De balde, y solo, y sin ruido. |
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No hay pecador pertinaz, |
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Que se rebele al consejo |
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De quien, hablándole en paz, |
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Le mire sin entrecejo, |
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Inalterable la faz. |
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Este amigo, útil y fiel, |
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Que instruye, refiere y pinta, |
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Vestido gasta de piel, |
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Es mudo, y habla en papel, |
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Y señas hace de tinta. |
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Hay alguno que, traidor, |
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En cáliz engañador |
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Ofrece mortal veneno; |
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Pero entre ellos, uno bueno |
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Es el amigo mejor. |
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Éste, que gusta de dar |
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Lección, y que no nos cueste, |
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Es el libro: hay un lugar |
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En que prefiere habitar, |
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Y una biblioteca es éste. |
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Después que el hierro colgó, |
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Ya ganada en recia lid |
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La corona que heredó, |
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Una Biblioteca dio |
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Felipe quinto a Madrid. |
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Hoy Madrid, harto distinto |
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Del que Felipe veía, |
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No cabe ya en su recinto, |
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Ni en sí aquella librería |
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Que fue de Felipe quinto. |
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Pantoja en la Trinidad |
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Clama que tiene sin luz |
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Sus cuadros, y es la verdad: |
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Halle por la Cruz piedad |
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Juan Pantoja de la Cruz. |
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La gran ISABEL deseos |
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Tenidos por devaneos |
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Hoy en realidades trueca: |
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Nacen aquí dos Museos, |
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Renace una Biblioteca. |
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Tu nombre, Señora, lleve, |
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Cruzando el espacio leve, |
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La Fama por todas partes: |
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�Bien haya quien a las Artes |
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Da el templo que se les debe! |
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�Bien haya la gran nación, |
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Que sabe en digna ocasión |
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Cambiar con alta cordura |
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Tesoro sin duración |
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Por otro que siempre dura! |
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Lo que por tantos es hecho |
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Con largueza meritoria, |
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Concede a todos derecho |
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A la parte del provecho |
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Y a la parte de la gloria. |
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En las grandes condiciones |
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De la humana sociedad, |
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Para adquirir sus blasones, |
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La gloria es necesidad, |
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Es vida de las naciones. |
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Y las glorias nacionales |
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Piden la magnificencia |
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De alcázares, en los cuales |
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Tengan el Arte y la Ciencia |
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Sus próvidos arsenales. |
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A la fuente perenal |
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Un pueblo acude a beber, |
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Y no agota el manantial: |
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Fuente hay que presta saber, |
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Sin merma de su caudal. |
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Ya por los anchos salones |
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Del edificio futuro |
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Me llevan mis ilusiones: |
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Damas en él y varones |
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Aquí y allá me figuro. |
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Los unos en marcha lenta |
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Viendo van y conversando; |
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El observador se sienta, |
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Y un joven allí copiando |
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Colora un lienzo que alienta. |
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�Quién sabe si ese mancebo, |
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De exterior grave y sencillo, |
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Vendrá en dichoso relevo |
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A ser segundo Murillo, |
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Ribera o Velázquez nuevo? |
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�Quién sabe si de esos dos, |
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Que el uno del otro en pos, |
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Lugar buscan oportuno, |
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Voz de Clío será el uno |
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Y el otro lengua de Dios? |
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Fija en un disco la lente |
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Aquél, y descubre sabio |
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Luz que las sombras ahuyente, |
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Con que a la verdad latente |
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Fatal error hizo agravio. |
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Aquél, que de golpe cierra |
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Su libro y de allí se va, |
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Nuevo Arquímedes quizá, |
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Quiere en peso alzar la tierra, |
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Y dio con el punto ya. |
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�Oh tú, en cuyo paralelo |
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No puede ponerse nombre! |
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�Oh tú, bendito del Cielo, |
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Que supiste asir al vuelo |
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El son de la voz del hombre! |
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Tú inmóvil y permanente |
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La hiciste de fugitiva, |
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Y del tiempo en la corriente, |
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Columna blanca valiente, |
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�Se alza entre naufragios viva! |
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Por ti el pensamiento vario |
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De una y mil generaciones |
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Encontró depositario; |
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Por ti formó de sus dones |
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La Ciencia inmortal erario. |
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Por el libro nuestra edad |
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Con diadema se engalana |
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Que labró la antigüedad; |
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Y un libro será mañana |
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La ley de la humanidad. |
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Nunca sin alto loor |
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Y gratitud infinita |
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Se nombre al Genio inventor, |
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Que al dar la palabra escrita, |
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Hizo al mundo el bien mayor. |
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Con ella un pueblo educado |
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Aquí... �Oh falaces quimeras! |
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�Oh ilusión! Sólo he quedado |
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En un arenal cercado |
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De mástiles y banderas. |
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Prematuro es el contento |
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Del corazón anhelante: |
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Principio tiene el asiento |
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Del palacio del talento... |
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Miro el fin... �ay! �cuán distante! |
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La flaca voz enfermiza, |
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Que este día solemniza, |
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Muda en el otro será; |
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Mas donde esté mi ceniza, |
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Saltos de gozo dará. |
Madrid 5 de mayo de 1866.
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Salve, Reina poderosa |
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De los hombres y del cielo, |
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Templo de oro, blanca rosa, |
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Fuente viva de consuelo |
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Para el triste pecador. |
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Salve, tú que a la serpiente |
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Que rindió nuestra flaqueza |
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Quebrantástele la frente; |
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Salve, espejo de pureza, |
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Virgen madre del Señor. |
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Como el sol que el orbe dora, |
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Sin descanso tú repartes |
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Del ocaso hasta la aurora |
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Tu piedad en todas partes |
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Con desvelo maternal. |
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Y a tus pies hoy reunido |
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Todo el pueblo segoviano, |
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Las mercedes que ha debido |
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Al Eterno por tu mano |
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Agradécete leal. |
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Cuando airado el Juez tremendo |
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En la tierra nos aísla |
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Con los males combatiendo |
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�Madre nuestra de Fuencisla! |
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Nuestros ayes van a ti. |
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Que es tu seno de ternura |
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Rico vaso que recoge |
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Nuestro llanto y le depura; |
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Y así Dios el ruego acoge |
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Que ofendiérale sin ti. |
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Levantó su voz la guerra |
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Por los ámbitos de España, |
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Y amagó dejar la tierra |
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Plaga horrible con su saña |
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En total devastación. |
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Suspirando, al templo sacro |
|
A implorar tu gracia fuimos, |
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Y a tu augusto simulacro |
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Con el luto le vestimos |
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Que llevaba el corazón. |
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Y al Altísimo aplacaron |
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Tas plegarias, Virgen pía, |
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Y las tumbas se cerraron |
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Que la peste cada día |
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Ensanchaba más tenaz. |
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Y cesó la lucha horrenda, |
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Más terrible que la peste, |
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Y los gritos de contienda |
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Resarció el favor celeste |
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Con los himnos a la paz. |
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Muda ya la fiera trompa |
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Que sonaba con espanto, |
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Da Segovia en esta pompa |
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Y en la gala de tu manto |
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Grato indicio de su fe. |
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Signo es doble, Madre nuestra, |
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De salud por ti alcanzada, |
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Y a la par también demuestra |
|
Que de España desterrada |
|
La discordia al fin se ve. |
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|
Brillen, pues, los rayos puros |
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Del clarísimo lucero, |
|
Que al salir de nuestros muros |
|
Testifica al mundo entero |
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Tu dichosa traslación; |
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Y hagan hoy sus tornasoles, |
|
Por influjo soberano, |
|
Desde aquí a los españoles |
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Ser un pueblo todo hermano, |
|
Más familia que nación. |
|
|
Y esta España, cuyo aliento |
|
Se dignó el saber profundo |
|
Elegir por instrumento |
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Que rindiera medio mundo |
|
A la cruz del Salvador; |
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Logre ser �oh Virgen pura! |
|
Por lo fiel que te venera, |
|
La nación de más ventura, |
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Ya que ha sido la primera |
|
En virtudes y valor. |
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Imagen de mi adorada |
|
Consuelo de mi dolor, |
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Única prenda salvada |
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Del naufragio de mi amor, |
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�Por qué clavados están |
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Siempre mis ojos en ti, |
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Si jamás en ti verán |
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A la hermosa que perdí? |
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�Dónde el fuego de sus ojos |
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Me ha conservado el cincel; |
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�Dónde los matices rojos |
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De su labio de clavel? |
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Mas �pudo quedar cautiva |
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En piedra, tela o metal |
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Su belleza fugitiva, |
|
Su mirada angelical? |
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|
Naturaleza, al formarte, |
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Ídolo del alma mía, |
|
Quiso luchar con el arte |
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Que en imitarla porfía; |
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Y dijo con altivez |
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Después que en ti se miró: |
|
�Que venga el hombre esta vez |
|
A copiar lo que hice yo.� |
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Triunfabas, naturaleza, |
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Y triunfas en mi memoria; |
|
Pero �con qué ligereza |
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Renunciaste la victoria! |
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Polvo ya la criatura |
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Donde brilló tu poder, |
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No tiene esa piedra dura |
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Competencias que temer. |
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Diestro, escritor, anduviste; |
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Disculpa mi loco error: |
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No hay en la boca del triste |
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Sino acentos de rigor. |
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�Qué dejaras por hacer |
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Al que rige las esferas, |
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Si tú una piedra pudieras |
|
Trocar en una mujer? |
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|
Debiera yo comprenderte, |
|
Y en ese mármol fatal |
|
Ver el triste material |
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De las urnas de la muerte. |
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Memorias de destrucción |
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Graba en él la humanidad: |
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�Era fatídico el don, |
|
Escultor, de tu amistad! |
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|
Yerta me representaste |
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La faz del bien de mi vida: |
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�Pronto la vi convertida |
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En el mármol que labraste! |
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|
Como él encontré de frío |
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Su labio cárdeno y mudo, |
|
La única vez que no pudo |
|
Responder al labio mío. |
|
|
�Cuántas veces, dulce dueño, |
|
Turbó con su huella ardiente |
|
La dulzura de tu sueño |
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El beso que di en tu frente! |
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|
Mas no te pudo arrancar |
|
De aquel letargo profundo: |
|
De él sólo has de despertar |
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Al ay de muerte del mundo. |
|
|
�Qué condición miserable! |
|
�Cuánta es del hombre la mengua! |
|
�Tener un ángel que le hable, |
|
Y no comprender su lengua! |
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|
Aquella noche postrera, |
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Bien mío, de tu vivir, |
|
Tú me hablabas placentera |
|
De un dichoso porvenir. |
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|
En tu semblante lucía |
|
Profética inspiración: |
|
Era tu hablar de alegría, |
|
Y era lúgubre su son. |
|
|
�Cerca de la dicha estabas! |
|
�No fue el presagio falaz! |
|
Poco después habitabas |
|
Las regiones de la paz. |
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Como antorcha moribunda |
|
Tal vez aviva su fuego, |
|
Y el aire de luz inunda, |
|
Y en sombrase abisma luego; |
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Así aureola brillante |
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De esperanza y juventud |
|
Te ciñó por un instante, |
|
Palpando ya el ataúd. |
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Fugaz relámpago aquél |
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De dicha para los dos: |
|
Todo fue ternura en él, |
|
porque era el último adiós. |
|
|
Así nos viene a halagar |
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Con su plácido arrebol, |
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Y se hace más bello el sol |
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Al sepultarse en el mar. |
|
|
Leía en tu languidez |
|
La muerte su triunfo vil, |
|
Viendo tu rosada tez |
|
Vuelta en pálido marfil. |
|
|
Bella y fuerte de improviso, |
|
Venturas te prometías... |
|
-Era que abrir te veías |
|
Las puertas del Paraíso. |
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|
Tal te miro en ilusión, |
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Que en mi despecho me arredra, |
|
Muchas veces en la piedra |
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Que te retrata en borrón. |
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Que allá en las horas de calma |
|
Vestidas de obscuridad, |
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En que misterios al alma |
|
Revela la eternidad; |
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|
Si tu imagen se estremece |
|
Cuando el viento ronco zumba, |
|
Que levantas me parece |
|
La cabeza de la tumba. |
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Luz que de purpúrea tinta |
|
Se reviste, porque pasa |
|
Por pliegues de roja gasa, |
|
Tu bulto cándido pinta; |
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Y sus rayos se despuntan |
|
En el cristal, (24) que es el velo, |
|
De tu semblanza de hielo, |
|
Y resbalan y se juntan; |
|
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Y ornan la impasible sien |
|
Con diadema esplendorosa, |
|
Cual la que tu frente hermosa |
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Lleva junto al Sumo Bien. |
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|
La piedra entonces se mueve, |
|
Se reaniman tus luceros: |
|
Ya coral en vez de nieve |
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Son tus labios hechiceros: |
|
|
Y eres tú, la misma, aquélla |
|
Que yo delirante amé, |
|
La que mi vida, mi estrella, |
|
Mi cielo en la tierra fue. |
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|
Tú, mi angélica MARÍA, |
|
Tan bella como te vi, |
|
Tan llena de amor, el día |
|
Que diste el modesto sí. |
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|
De tus labios el consuelo |
|
Nace entre sonrisa pura, |
|
Tu frente exhala ventura, |
|
Derraman tus ojos cielo. |
|
|
Buscando tus brazos voy, |
|
Ciego a la luz con que brillas: |
|
Adórote de rodillas, |
|
Y vienes a donde estoy. |
|
|
Tu ósculo me hace sentir |
|
Tu inefable ser divino, |
|
Y de su encierro mezquino |
|
Tras ti el alma quiere huir. |
|
|
Con tu diestra la detienes, |
|
Y batiendo blancas alas, |
|
Vuelas �ay! y me señalas |
|
La mansión de donde vienes. |
|
Y en tu rápido volar |
|
Despidiéndote de mí |
|
Te paras a pronunciar |
|
Un espera y un allí. |
|
|
Y en el espacio azulado |
|
Luego mis ojos no ven |
|
Más que un iris empapado |
|
En fragancias del Edén. |
|
|
Disipada la visión, |
|
Cobras la forma glacial, |
|
Mas dejas al corazón |
|
Esperanza celestial. |
|
|
Que el hombre que a poseer |
|
Llegó entre delicias mil |
|
Un puro angélico ser |
|
En un cuerpo femenil, |
|
|
En el valle del dolor |
|
Querer sólo puede ya |
|
Unirse pronto a su amor |
|
En el cielo donde está. |
|
Un vaso de agua. -�Oh placer! |
|
�Qué ardiente sed satisfago! |
|
Quiero, bebido este trago, |
|
Pararme a sentir y a ver. |
|
Fiel el vaso al parecer, |
|
Del don que ofrece se engríe; |
|
Y tú, donde el bien sonríe |
|
Al mustio labio anhelante, |
|
Purísimo eres diamante |
|
Que el dedo de Dios deslíe. |
|
|
Si tu caudal fuera escaso; |
|
Si el ser yo tu posesor |
|
Me costara tu valor, |
|
�Con qué pagara este vaso? |
|
Mas tú te brindas al paso |
|
En aire, en muros, en suelo; |
|
Y el hombre, libre de anhelo, |
|
Olvida, en la posesión, |
|
Que un vaso de agua es un don |
|
Preciosísimo del cielo. |
|
|
Milagrosa obras en mí, |
|
Desde que tu néctar libo: |
|
Con otro aliento revivo, |
|
Regenerado por ti. |
|
De lucha en que me rendí, |
|
Me levanto vencedor; |
|
En mi espíritu y humor |
|
Paz de oración blanda cae: |
|
�Bien haya sed que me trae |
|
Un bien que me hace mejor! |
|
|
Ciencia, que en clara doctrina |
|
Los componentes me prestas, |
|
Mientras tú los manifiestas, |
|
Yo adoro al que los combina. |
|
A luz para mí divina, |
|
Quiere mi credulidad |
|
Ver hasta la saciedad, |
|
Agua, en tu naturaleza, |
|
Las gracias de la pureza, |
|
La imagen de la verdad. |
|
|
Como siempre algún dolor |
|
Ha de ir al placer unido, |
|
Lanzo de pronto un quejido |
|
En mi júbilo mayor. |
|
Después que con tal favor |
|
Vida me vienes a dar, |
|
Tú, que corres sin cesar, |
|
�Dulce fuente, néctar mío! |
|
�Te ha de viciar turbio el río, |
|
Salobre y amargo el mar? |
|
|
�Alta ley cumplo, inmutable |
|
(Me respondes): limpio llego |
|
Al río, y allí me entrego, |
|
De mí en todo irresponsable. |
|
Ni manos tengo ni cable, |
|
Ni de pararme intención, |
|
Ni pérdida de sazón |
|
Mi sosiego sobresalta; |
|
Pureza nunca me falta |
|
Para mi dulce misión.� |
|
|
Purezas, que la merced |
|
Mayor del cielo formáis, |
|
Yen el hombre suscitáis |
|
Viva, devorante sed, |
|
Castas, cautas, retened |
|
El don de más celsitud; |
|
|
Rechazad solicitud, |
|
Que su lealtad no acrisola: |
|
Sed habéis de apagar sola |
|
De labios de la virtud. |
1875.
ELLA
|
|
Con luz harto macilenta |
|
El día se te presenta |
|
De ti anhelado y temido. |
|
Septiembre, seis, ha venido: |
|
Cumples hoy, Juan, los setenta. |
|
|
No abundan por acá mucho |
|
Compañeros de tu edad: |
|
Pasado, más que machucho, |
|
Te veo, y oir te escucho |
|
Tranquilo la novedad. |
|
|
Pero aunque hagas poco caso |
|
De un anuncio de esta suerte, |
|
Torpe ya tu cuerpo y laso, |
|
Mal en tu trémulo paso, |
|
Mal se ve para moverte. |
|
|
Renqueando por las calles, |
|
Si a conocidos que te halles |
|
Saludas cuando los ves, |
|
Por más que entre ti batalles, |
|
Dices luego: �Ése, �quién es?� |
|
|
Con flema, tal vez escasa, |
|
Temes respondan quizá: |
|
�Ya todo a usted se le pasa: |
|
�Si es don Fulano, que en casa |
|
Estuvo anteayer, papá!� |
|
|
Su poquillo te contrista, |
|
No como satisfactoria, |
|
La tal respuesta imprevista, |
|
Que dice cuál es tu vista, |
|
Y cuál también tu memoria. |
|
|
Das en errores extraños |
|
A tiempos, como esta vez, |
|
Del tuyo son estos daños, |
|
Del tuyo son desengaños. |
|
Mal sin cura es la vejez. |
|
|
No eres ya el chico del día |
|
Tantos de abril (abril era), |
|
Cuando por la vez primera |
|
Diste la mano a María |
|
Para subir la escalera. |
ÉL
|
|
No los goces me recuerdes |
|
De remotos años verdes; |
|
Libro fueron que rasgué. |
|
Rasgas mi seno y le muerdes, |
|
Tú, sierpe hoy, la que ángel fue. |
|
|
Penas entonces de un modo |
|
Y de otro asaltarme vi; |
|
Luchaba empero, y vencí. |
|
Con amor se vence todo, |
|
Y amor y más hubo en mí. |
|
|
Esperando la bonanza, |
|
Yo al turbión le sonreía, |
|
Con la serena osadía |
|
Del que males desafía |
|
Escudado en la esperanza. |
|
|
La suya cumplida ve, |
|
Por fin, con delicia inmensa; |
|
Dios al cabo recompensa |
|
Al que opone por defensa, |
|
Con el infortunio, fe. |
|
|
Mil veces en mi interior |
|
Me dije: �No lo mereces, |
|
Y Dios te da su favor, |
|
Mostrándotelo con creces |
|
Junto al lecho del dolor.� |
|
|
En él mi esposa yacía; |
|
En él suplicaba fiel; |
|
-Yo con ella. -Y escribía |
|
Los Amantes de Teruel. |
|
|
Allí guardo algún acento |
|
Que exhaló doliente y frío |
|
El labio del sufrimiento; |
|
De allí el arrepentimiento |
|
Me hizo arrancar algo mío. |
ELLA
|
|
Pues hoy debes repetir |
|
Ese que es digno ejemplar, |
|
Y lo bueno dilatar: |
|
Circunscríbete a rezar, |
|
Y déjate de escribir. |
|
|
Tu cabeza de contino |
|
Te da cien chascos al día: |
|
Tras afanosa porfía, |
|
Sales con un desatino |
|
Para que el mundo se ría. |
|
|
Capricho terco avasalla |
|
Tu mente donde él preside, |
|
y opone a tus miras valla. |
|
�Quieres que el mundo te olvide? |
|
Olvida primero y calla. |
|
|
Fiel destello de razón |
|
Te infunda la reflexión, |
|
De que en silencio completo, |
|
Ganarás, si no respeto, |
|
Títulos a compasión. |
|
|
Hombre a la razón sumiso, |
|
Cumplir el común aviso |
|
Debe cauto, al malearse. |
|
Entonces es ya preciso... |
ÉL |
|
Conocerse y anularse. |
1876.
|
Ley mal aguisada, traída de allende, |
|
Vedaba á la fembra sobir al dosel: |
|
Tú nasces, y en brazos Castilla te prende, |
|
É grita Castilla: �Que regne Isabel.� |
|
|
Lid muévenos dura tu avieso cormano: |
|
Lid foé que de sangre la tierra fartó; |
|
Clamaba moriendo el fiel castellano: |
|
�Que regne Isabela; mi vida le dó.� |
|
|
Asaz perezoso el tiempo venía, |
|
Non daban á España sus males vagar: |
|
Vos recia por ende levántase un día |
|
Diciendo a Isabela: � Comienza á regnar.� |
|
|
Sabroso es oirse nombrar soberana, |
|
Non bien de la infanza salvando el confín; |
|
Sabor há tu sceptro de poma temprana, |
|
Que amagos de robo sofrió en el iardin. |
|
|
Ya, pues, que en el trono te ves regidera |
|
É finca en tu mano la nuesa salud, |
|
De ti generosas albricias espera |
|
La gen que á fablarte sus cuitas acud. |
|
|
Sey tú como el iris que en lúcida comba |
|
Señal de amistanza del cielo nos faz; |
|
Sey tú como aquella bendita palomba, |
|
Que troxo en el bico la oliva de paz. |
|
|
Muy más que el acero de innúmera hueste |
|
Que fiere cervices de indómita grey, |
|
Muy más puede un labio con riso celeste |
|
Diciendo entre hermanos: �Concordia teney.� |
|
|
Catar te conviene non yaga en oprobio |
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La fe, nin los buenos que lievan su vos: |
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Non membre afambrida allá en el cenobio |
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La casta sorora, la esposa de Dios. |
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Bien es que cuidosa tu regia auctoricia |
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Mantengas exenta de mengua é revés; |
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Mas seya delante de tu alta iosticia |
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Igual del fidalgo el pobre burgués. |
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E síguese dende que débese pura |
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Servar la ordenanza del fuero común: |
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Franquicias donadas por ley é natura |
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Non leixes que tengan desmedro ningún. |
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Farán en España firmísimo asiento |
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La paz, abundancia é iúbilo ansí; |
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É todo del tuyo sagaz regimiento, |
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É todo, señora, vendranos de ti. |
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Estonce, al trabaio entrando cobdicia, |
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Verás bienandante la puebla crescer, |
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Trabaio que luce contenta é desvicia, |
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Da pan á la boca, virtudes al cuer. |
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Estonce los yermos agora cerriles, |
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Do apenas la bestia el paso conduz, |
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De acuáticas vías, de férreos carriles |
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Veránse do quiera taiados en cruz. |
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Estonce, de fructos con rico tesoro |
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Bogante la nao de ardid mercader, |
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Trayranos en trueque de América el oro, |
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Que hoy ya non es nueso, mas fuéralo ayer. |
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Estonce (é tal día �que non seya lueñe!) |
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Granada en dotrinas, haberes é honor, |
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Alzarse veremos la nueva progeñe, |
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Que torne á la España su antigo splendor. |
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Progeñe que inore los odios villanos, |
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Causantes agora contino desmán, |
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Progeñe en que todos se embracen hermanos, |
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Legítima prole del Cid é Guzmán. |
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�Oh! mueva de prerlo el tiempo su ruda |
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É á nos, que nascimos á mala sazón, |
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Catar las primicias la suerta conceda, |
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Del sino que atiende la nuesa nación. |
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Que veya, primero que el pie se le hunda, |
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El vicio cercano del negro lindel, |
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Que veya en España por esta Segunda |
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El siglo de aquella primera Isabel. |
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É sí: verá un pueblo sesudo, valiente, |
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Que en torno á su Reygna bendizla é le diz: |
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�Tú noble, tú libre, tú sabia é potente, |
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Tú, en fin, á tu patria ficiste feliz.� |
1843.
26 de junio de 1878.
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Iba mirando la Fortuna un día |
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La orilla del Genil, |
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Y una perla encontró donde yacía |
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El trono de Buabdil. |
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Era la perla del Genil hermosa, |
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De precio singular: |
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Con otras fue por la voluble diosa |
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Puesta en su mismo altar. |
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Llegose en tanto a la Fortuna un hijo |
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De los que más amó. |
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��Una corona para mí!� le dijo: |
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La madre se la dio. |
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Rica, muy rica, pareciole al verla: |
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Diadema era imperial; |
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Mas faltaba en su círculo una perla |
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Para lucir cabal. |
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�Abrid vuestro tesoro soberano, |
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Y haced completo el don. |
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-Escoge entre mis joyas por tu mano, |
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Según tu corazón.� |
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Solícito el Amor, libre de venda, |
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Volaba por allí. |
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�Mira (le dijo al Príncipe) la prenda |
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Guardada para ti.� |
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Puso en la margarita de Granada |
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Su dedo blando Amor, |
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Y en la insignia del César engastada, |
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La realzó en valor. |
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��Es (me decís) tu narración amena |
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Fábula de otra edad? |
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-Es (con robusta voz responde el Sena) |
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Magnífica verdad.� |
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Esas dos palmas ved, que a gran distancia |
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Juntan sus ramos hoy. |
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A Granada escuchad: �Trono de Francia, |
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Emperatriz te doy.� |
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Aún la flecha de Amor hace atrevida |
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Conquistas al poder; |
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Aún se ve repetir ennoblecida |
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La exaltación de Ester. |
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Eras, Eugenia, tú, dulce ornamento |
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De tu natal país; |
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Ya resplandeces donde tuvo asiento |
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La madre de San Luis. |
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Por ella el cielo próvido te mande |
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La luz de su favor: |
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Deuda en el solio contrajiste grande; |
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Tu espíritu es mayor. |
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Haz de satisfacerla empeño y gala: |
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Digno es de ti ese afán; |
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A tu hermosura tu virtud iguala; |
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Tu sangre es de Guzmán. |
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Sangre del que en Tarifa puso freno |
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Al sitiador cruel. |
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Timbre glorioso mereció de Bueno: |
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Sé su heredera en él. |
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A entrambos mundos con asombro tienes |
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Mirándote los dos.- |
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�Flor del suelo andaluz!... �Mil parabienes! |
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�Emperatriz!... Adiós. |
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Cuando suene, de Francia bendecido, |
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Tu nombre, en ecos mil, |
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No sentiremos el haber perdido |
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La perla del Genil. |
Febrero de 1853.
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Llegó la nueva: rápida volando, |
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Mensajera feliz, el aire cruza |
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La fama, cuya voz pujante llena |
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Los valles anchos y las hondas grutas. |
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Francia a la hermosa Emperatriz, que el suelo |
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Granadino le dio, madre, saluda. |
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Hierve en gozo París; desde sus muros |
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Me manda la amistad... Tomo la pluma. |
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Deja, Salustio, que obsequiosos cerquen |
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Egregios vates la cesárea cuna: |
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Disonaría de sus arpas de oro |
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La de tu amigo, destemplada y ruda. |
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Benignas otro tiempo visitaban |
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Este humilde rincón plácidas musas; |
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La paz de mi retiro las atrajo; |
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Las apartó de mí la desventura. |
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Falta aquí el ángel del consuelo mío. |
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Llora una madre aquí; no ven la suya, |
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Y la llaman a gritos, y no viene, |
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Tres desafortunadas criaturas. |
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Partió con ellas de Madrid; contaba |
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Tornar con ellas... �Esperanza ilusa! |
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Con traje de orfandad los tres volvieron; |
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No volverá la que a los tres enluta. |
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Casi a la hora que por vez primera |
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Se oyó nombrar a la Consorte Augusta, |
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Del placentero título adornada, |
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Gloria y dulce temor de la hermosura; |
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A las trémulas manos de otra madre, |
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Revueltas en montón, llegaban juntas |
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Prendas que fueron juveniles galas, |
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Despojos ya que desechó la tumba. |
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No me es dable cantar: piadoso el tiempo |
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Reprime el llanto y el pesar endulza; |
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Para la triste esposa de tu amigo |
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Más crece con el tiempo la amargura. |
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No me es dado cantar. Estos borrones |
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Destinados a ti, guarda y oculta: |
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Parabienes, Eugenia, escucha gratos, |
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No quejas de dolor inoportunas. |
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Tú, cuya voz tan elocuente fluye |
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En el trato social y en la tribuna, |
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Y a la Madre feliz de César nuevo |
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Sus dichas puedes anunciar futuras; |
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Aprovecha el instante en que sus ojos, |
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Bellos como la luz que nos alumbra, |
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Los horizontes penetrar queriendo, |
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Miren a España con filial ternura; |
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Y dile entonces que si Francia en ella |
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Las esperanzas de su dicha funda, |
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Españoles también por ella al cielo |
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Votos dirigen de la fe más pura. |
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�Logre ese Niño, que entre palmas nace, |
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Ganar aquélla que jamás caduca! |
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La de regir su generoso pueblo |
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Con ley de paz y amor próvida y justa. |
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Padece aún su combatida patria |
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De heridas viejas de azarosa lucha: |
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Llegue su mano allí, y al blando toque |
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Lesión no quede ni señal ninguna. |
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En la remota orilla del Euxino, |
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Cuyos escollos baten furibundas |
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Hinchadas olas que al chocar bramando |
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Su enojo escupen en hirviente espuma, |
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Allí a la paz en lóbrega caverna |
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Con hierros en los pies Marte sepulta: |
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Cautiva lanza lastimeros ayes, |
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Y el fragor de la mar los traga y burla. |
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Gruesos cañones de contrarias huestes |
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Sobre la inmensa cárcel se sitúan, |
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Y del rimbombe horrible de sus rayos |
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El tormentoso piélago murmura. |
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Los férreos globos, que de entrambas partes |
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El polvo estallador ardiendo empuja, |
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Siembran la destrucción, llevan la muerte |
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Do quier que llega su potente furia. |
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De las entrañas de la tierra salta |
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Volcán labrado por fatal industria, |
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Que armas, y combatientes, y defensas, |
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Arroja por las diáfanas alturas. |
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Cada postrer suspiro del soldado, |
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Víctima allí de su infeliz fortuna, |
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Cuesta, sonando en el hogar paterno, |
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Mísero lloro, devorante angustia. |
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Tenga ese azote fin. Cuando a la tierra, |
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Mal de las aguas del Diluvio enjuta, |
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Salir dudaba la familia indemne |
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Generadora de la edad segunda, |
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Blanca paloma con el ramo vino, |
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De perdurable paz señal segura: |
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Traiga el Hijo de Luis la oliva santa |
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Que a un diluvio de mal término anuncia. |
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Esto dirás a la Guzmana madre, |
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Que electa del Señor, planta fecunda, |
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Vea en torno de sí ricos renuevos |
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Donde amor sus encantos reproduzca. |
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Esto dirás en el lenguaje noble |
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Que presta a la verdad gala y dulzura; |
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Para plácemes tiernos hoy inhábil, |
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Agria mi voz al corazón calumnia, |
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Siglos un español faustos desea, |
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Gloria sin fin a la progenie augura |
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Napoleón-Guzmán...-�Oh Dos de Mayo! |
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Dios no permitirá que vuelvas nunca. |
Marzo de 1856.
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El suelo final dormía, |
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Tendida en funérea caja |
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Con blanca y negra mortaja, |
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La joven madre María. (25) |
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Y hallando el acceso franco, |
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Un niño en la sala entró, |
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Y muerta a su madre vio, |
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Vestida de negro y blanco. |
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Miró el niño el cuerpo inerte |
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Con infantil impiedad: |
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Estaba en la tierna edad |
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Que aun ignora que haya muerte; |
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Mas causáronle estupor |
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Aquellas manos en cruz, |
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Y aquel traje, y tanta luz |
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De su madre en derredor. |
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Le alzó en brazos por detrás |
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Un mancebo con cariño: |
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Sacaron de casa al niño, |
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Y a su madre no vio más. |
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En un templo cierto día |
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Dar vio reverente culto |
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A un triste y hermoso bulto, |
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Que blanco y negro vestía. |
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Cercábanle ardientes cirios; |
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Las manos le vio cruzadas, |
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Y en el pecho siete espadas |
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Indicando sus martirios. |
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��Mirad a mi madre allí!� |
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El niño al punto exclamó. |
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Un joven le dijo: �No.� |
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Le dijo una anciana: ��Sí! |
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Lo es tuya de varios modos |
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María, que allí se ve. |
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-María mi madre fue. |
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-María es madre de todos.� |
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Juntó con piadoso error |
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El niño (y hombre las junta) |
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La madre que vio difunta |
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Con la Madre del Señor. |
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Y dulce interés despierta |
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Oírle en voz conmovida: |
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�Primer recuerdo en mi vida |
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Fue ver a mi madre muerta.� |
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�Veloz el tiempo corrió: |
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Si el bien alcanzo que anhelo |
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Veré a mi madre en el cielo, |
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Joven ella, viejo yo.� |
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A joven no era llegado, |
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Y unas flores vio arrancar |
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De tierra que fue solar |
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De humilde albergue arruinado. |
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Y un hombre dijo sombrío, |
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Suspendiendo su labor: |
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�Donde esta campestre flor, |
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Nació tu madre, hijo mío.� |
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�La casa materna, altar |
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Debe para el hijo ser: |
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�Feliz, si viene a caer, |
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Quien la puede levantar!� |
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Por más que al hijo desplace, |
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Poco el suelo poseyó |
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Donde su madre nació, |
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Nunca el suelo donde yace. |
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Al muro que el tiempo arrasa |
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Da tumba naturaleza, |
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Ni aun deja ver la maleza |
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Las ruinas de aquella casa, |
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Ruina era así la capilla |
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Que, depuesto el rudo almete, |
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Alzó sobre el Tagarete |
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El Rey que ganó a Sevilla. |
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Morada en tiempos mejores |
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Fue de la mística flor, |
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Que es Madre del Redentor |
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Y Madre de pecadores. |
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Ni el nombre más venerando |
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Las iras del Tiempo ablanda; |
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Mas vio por tierra Fernanda |
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La fábrica de Fernando; |
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Y el digno Esposo la vio, |
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Que es de Príncipes ejemplo; |
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Y a la voz de entrambos, templo |
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La ruina resucitó. |
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�Bien haya el amor filial |
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De la pareja querida, |
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Que alza la casa caída |
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De la Madre universal! |
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Aceptad la predicción |
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De aquel hijo lastimado: |
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Por su boca os ha enviado |
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María su bendición. |
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La obra de piedad que hacéis, |
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En sí el galardón encierra: |
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Dad a Dios casa en la tierra, |
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Y en el cielo la tendréis. |
21 de septiembre de 1869.