Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Sarmiento crítico literario y promotor de mujeres escritoras: su lectura de Eduarda Mansilla

María Rosa Lojo






El gran objetivo: la educación femenina

Al igual que su gran adversario, Juan Manuel de Rosas, Sarmiento se apoyó en las mujeres de su familia y de su entorno. Se benefició de su adhesión entusiasta y a la vez prohijó y alentó sus capacidades. Si Rosas supo dirigir (y capitalizar) el talento femenino específicamente hacia la política, la esfera de acción de Sarmiento fue más amplia. La educación popular en general y la educación de las mujeres en particular, constituyeron sus declarados objetivos. Ya en San Juan, el 23 de marzo de 1839, firma el «Prospecto de un establecimiento de educación para señoritas», con el propósito de sacar a las niñas del «encierro en el seno de sus familias» y de proporcionarles otra instrucción más sólida y completa que la simple alfabetización elemental1.

La estimación, por parte de Sarmiento, de la obra literaria y artística femenina estuvo esencialmente vinculada a esta meta. Así, daba por bueno el libro escrito por una mujer que apoyara su tesis. O -dicho de otro modo- una obra intelectual y estética producida por una mujer, se convertía para él en la prueba elocuente de los «talentos ignorados», de los «jéneros de mérito [...] desconocidos» que «podría desplegar esta parte interesante de la sociedad con el poderoso auxilio de las adquisiciones intelectuales»2, como sostiene desde su juventud. En su carta a la escritora Josefina Pelliza de Sagasta, Sarmiento dice haber abierto negligentemente, en medio de un tráfago de ocupaciones, el libro que ésta le había enviado. El azar lo detiene ante una frase que empieza así: «Sepa, ilústrese la mujer y caerá a ese toque de fuerza incontrastable, la ignorancia...». Le bastan esos renglones para incluir a Pelliza en la gran familia de las que llama «mujeres de Sarmiento», y para aclamar su obra: «Su libro, que aún no he leído, es admirable, porque se me traslucen sus páginas, y porque los diamantes no vienen nunca engarzados en vil metal». Termina invitando a la autora a visitar las «obras de arte femenil admirables, pinturas de pincel de mujer» que guarda en su casa, y que anuncian a la nueva mujer argentina3.

Omnívoro lector, y aficionado especialmente a las «novelas», género hacía poco introducido en el Río de la Plata, que él reivindicaba frente a los reparos de otros4, Sarmiento no se privó de dejar apuntes críticos de sus lecturas literarias, entre las que se contaron las obras escritas por sus compatriotas del «bello secso». Rosa Guerra, Juana Manso (su destacadísima colaboradora en la empresa pedagógica), Juana Manuela Gorriti. Pero Eduarda Mansilla ocupa en sus reflexiones un lugar especial.




Sarmiento, Manuel Rafael García y Eduarda Mansilla: historia de una amistad

La relación con Eduarda y su marido, el diplomático Manuel Rafael García, era estrecha, y de ella dan testimonio las Cartas confidenciales (1866-1872) dirigidas por Sarmiento a García5, quien, en 1868 asumió el puesto de ministro plenipotenciario en los Estados Unidos que Sarmiento detentaba desde 1865, y que abandonó para hacerse cargo de la Presidencia de la República. Las cartas tratan, naturalmente, sobre todo de política, pero casi nunca faltan en ellas los recuerdos a Eduarda (su señora, su amiga y amiga mía, nuestra excelente Eduarda), cuyos méritos singulares no deja Sarmiento de tener en cuenta: «Los talentos de su señora deben servirle mucho en Washington donde deberá establecerse», recomienda a García en la carta del 20 de octubre de 1868. Eduarda estaba lejos, por cierto, de quedarse recluida en el encierro doméstico. Aunque durante el período de su estadía norteamericana, daría a luz un hijo más -Eduardo García Mansilla, en 1871- se la ve siempre activa en las redes diplomáticas, como que al presidente argentino le llegan, por su intermedio, los saludos, consejos y también los cumplidos del presidente Grant (19/11/70; 14/01/1871); tampoco se inhibe de escribirle ella misma cartas a Sarmiento en pro de su polémico hermano Lucio Victorio, que aquel promete contestar en persona (julio 1872). Se hace ver, respetar y querer: «Sé que Me. [Madame] es la señora de Washington. ¡La felicito! Eso nos pone en predicamento» (12/04/1870), celebra Sarmiento. O bien, estando él en Nueva York, se despide de García: «con mil recuerdos para su señora, de quien he oído hablar aquí con mucho cariño» (28/11/1869). Sarmiento, además, informa en el diario El Nacional (14 de julio de 1870) al público argentino, que ha visto el retrato de Eduarda nada menos que en el Blue Room6 de la Casa Blanca.

Como apreciativo lector se refiere en varias oportunidades a la obra literaria de Eduarda Mansilla. Desde la mención ocasional (con motivo de haberse reeditado la Lucía Miranda7 en un artículo donde exalta otros aportes culturales femeninos en medio de la «barbarie» reinante en la vida política), hasta extensos comentarios de libros de la autora. Festeja, sin ambages, la exitosa tenacidad con que Eduarda «ha pugnado diez años por abrirse las puertas cerradas a la mujer, por entrar como cualquier cronista o reporter en el cielo reservado a los escogidos (machos), hasta que al fin ha obtenido un boleto de entrada, a su riesgo y peligro, como le sucedió a Juana Manso, a quien hicieron morir a alfilerazos porque estaba obesa y se ocupaba de educación»8, dice, en El Nacional (abril de 1885), el mismo diario donde Eduarda había comenzado por fin a publicar años atrás...

Consciente de ese «riesgo y peligro», don Domingo había salido a la defensa de la dama con un «Ne touchez pas à la Reine!», temeroso de que críticas arbitrarias pudieran arrebatarle esa posición tan costosamente alcanzada. En el texto «Literatura argentina» (El Nacional, 11 de julio de 1879), Sarmiento celebraba el ingreso de Eduarda en el diario, y comentaba con elogios sus primeros trabajos: uno sobre su visita a la Penitenciaría, y otro sobre el gran baile del Progreso9.

A su vez, el mismo año, Sarmiento exhibe, como si se tratase de una condecoración, la carta entusiasta que Eduarda le ha enviado con motivo de un discurso suyo en el Coliseo. En este artículo, titulado «Literatura americana. Cartas de señoras» (El Nacional, 187910) vuelve sobre dos cuestiones que le son muy caras: una, la denuncia de la injusta exclusión de las mujeres de la vida cívica y política, y la urgencia de valorar la inteligencia y la sensibilidad femeninas, singulares e irremplazables. Otra, la simpatía que él mismo despierta en las señoras, al punto que no duda en presentarse, medio en broma, medio en serio, como el «candidato de las damas», el único que realmente podrá hacerles justicia. Y aborda el tópico de las «mujeres de Sarmiento», recurrente en sus escritos11.

Transcribe, a modo de prueba, el billete que le ha dirigido Eduarda con su «bella letra diplomática, grande y clara»: «Felices los pueblos, amigo mío, que tienen un guía como Sarmiento. ¡Qué admirable cuadro de la historia de las libertades modernas! Si usted no es nuestro Presidente, será que no lo merecemos. ¡Y es lástima! ¡Qué brío, qué vigor, y permita a la literata, qué sal ática! ¡Bravo! Mil veces bravo. Con un abrazo repito: ¡Sarmiento for ever!12».

Las otras «cartas de señoras» allí citadas pertenecen, una a Mary Mann y otra a Aurelia Vélez (no nombrada pero sí fácilmente adivinable13, ya que trata del dolor por la muerte de su hermana, Rosario Vélez).




Críticas texto a texto

Sarmiento se ocupa pormenorizadamente de dos libros de Eduarda Mansilla: sus Cuentos (1880) escritos para niños, y sus Recuerdos de viaje (1882), que se refieren a una experiencia vivida por ambos: el viaje y la estadía en los Estados Unidos.

Los Cuentos pudieron absorber la atención de un crítico educador, como era el caso, por motivos que iban más allá de lo estético, en el sentido de «arte por el arte». Ante todo, no era éste un concepto propio de una época de fundación republicana, donde lo literario se subordinaba a lo didáctico, y la fantasía se colocaba al servicio de la formación de los futuros ciudadanos. En este sentido, una obra destinada a los niños resultaba ante todo encomiable por su implícito poder pedagógico.

Sin embargo, Sarmiento destaca que en todo caso los relatos educan apelando a las mejores armas de la imaginación, «saliendo de la rutina de las cosas prácticas», «absurdas y enojosas a fuerza de querer ser racionales». Señala en este sentido Graciela Beatriz Cabal que Sarmiento es, de los pedagogos de su tiempo

«el más cercano a una concepción moderna de lo que hoy llamamos "literatura infantil". Así, en Recuerdos de Provincia, habla de los "librotes abominables", como la Historia crítica de España, en cuatro tomos, que le hacía leer su padre, "ignorante pero solícito de que sus hijos no lo fuesen". Y rememora, en cambio, con indudable placer, la "preciosa" historia de Robinson que durante unos días su maestro había contado en clase»14.



El animismo que domina en los cuentos de Eduarda reproduce -advierte Sarmiento- esas condiciones de la «infancia de la raza humana» que crearon los dioses, al personificar las fuerzas y seres naturales y que se conserva especialmente en el alma de las madres, y en el niño «representante hoy, de los hombres niños, nuestros padres primitivos, que castigaban la mar como Xerjes, o se casaban con el Adriático como el Dux de Venecia»15.

El mérito de la escritora, bien que apoyado en esa condición natural que Sarmiento atribuye a la maternidad, radica en su habilidad para hacerse niña, para pensar desde y con el alma infantil, para dotar convincentemente de pensamiento y sentimientos a una jaulita dorada o a una laucha aventurera. También él, como padre que antes ha sido niño, y ha pasado por situaciones similares, recupera, al leer esos textos, su propia infancia:

«Los cuentos son varios. El tío Antonio, Pascual, Flor, son petits chefs d'oeuvre de artística niñería, contados con galanura y simplicidad. Para estimarlos en su valor, como decía Jesús que era necesario para entrar en el reino de los cielos, "es preciso hacerse pequeño como estos párvulos", y pequeñuelo se hace el autor para escribir, y si bien el crítico no puede achicarse tanto que lo crean niño, los chicos pueden a su turno llamarle papá crítico, y asociarlo a sus juegos, ficciones y cuentos infantiles. En prueba de ello, que este papá, el que lee los cuentos de Eduarda, ha pasado por aquellas alucinaciones que han creado los mitos y dejado sus rastros en la fábula y en la historia»16.



El ejemplo viene a continuación. Sarmiento relata cómo creyó haber presenciado, siendo niño, la llegada de las andas de la Virgen del Carmen ante el jefe militar Urdininea, que debía recibir de la imagen sagrada el bastón de mando para enfrentarse a las montoneras de José Miguel Carreras. Sólo al hablar del tema con un testigo de los mismos sucesos, pero adulto en aquella época, llegó a convencerse de que la escena supuestamente presenciada había sido sólo (o nada menos) que una construcción imaginaria. Que el hecho no hubiese ocurrido en ese tiempo y lugar (Sarmiento presume que pudo tratarse de una confusión con otra situación similar, la de Manuel Belgrano y la Virgen de las Mercedes) no quitaba un ápice, empero, a su poder significativo, a su verdad simbólica. Como en el cuento «Emma Zunz», todo era verdadero, salvo el lugar, la hora, y uno o dos nombres propios...

Los Recuerdos de viaje reciben una crítica no menos extensa donde el primer tema que se toca es el limitadísimo papel de las mujeres en la sociedad argentina, que las condenaba a no ser otra cosa que bellos adornos. Algunas de estas frases, por cierto, describen condicionamientos y valores que están lejos de haber desaparecido:

«Las diez tiranías que pesan sobre nuestra sociedad han reducido la condición de la mujer a creerse una flor o un gigot, de manera que si no huele a azahares o está gordati, si no tiene bellas apariencias, o se ha pasado de punto, o no lo estará jamás, ¿nada más le queda en esta vida? ¡Quédale la murmuración y el confesionario!

»Vayan estos requiebros para hacer honor a la actividad mental de una dama que honra las letras con sus escritos y a su país con lo único durable y exportable, sus letras, muchos de sus libros excelentes, y todos inspirados por una razón madura, un corazón joven, y el sentimiento de la belleza y la solicitud de lo artístico»17.



La valoración que hace Sarmiento de estos Recuerdos, apunta sobre todo a destacar su carácter reflexivo, incisivo y erudito, en la mejor acepción del término. Los Viajes de Eduarda -observa- son «históricos, razonados y retrospectivos». Nada de impresiones superficiales y fugaces, sino apuntes medulares, dimanados del serio conocimiento de una historia política y cultural, y de sus figuras egregias.

Por eso sus textos se vuelven tanto más recomendables para el futuro viajero. Lejos de los «silbiditos, bullonados, volados y frunces» de una escritora frívola de la vida social, Mme. Vigneau, las crónicas de Eduarda están en las antípodas de lo ornamental. Contienen ciertamente descripciones memorables por su belleza (y Sarmiento acompaña la cita como ejemplo) pero, no menos, por su profundidad, que dan al lector, tout fait, «el juicio que debe formar de lo que no se alcanza a ver, bajo las apariencias primeras, sino después de una larga residencia»18.




La especificidad femenina: no un demérito sino un «plus»

¿Escriben las mujeres igual que los hombres? ¿Ven el mundo de la misma manera? Sarmiento reivindica, para ellas, una diferencia meliorativa, que no se basa ciertamente en un defecto de la inteligencia, sino en un exceso (bienvenido) de la sensibilidad. «La mujer -dice- es la sensitiva humana»19. Sin restarle capacidad intelectual, esta riqueza sensitiva es un sustrato básico, un don de naturaleza exacerbado en parte por las difíciles condiciones históricas a que ha sido sometida, y que ilumina y matiza (no anula) el poder de reflexión. «A esta naturalidad bíblica del dolor que solo enseña el corazón de la mujer, no llegan los grandes escritores sino por un largo estudio, señala cuando se refiere a la carta de Aurelia Vélez». Y concluye: «No hemos querido condenar al olvido estas escapadas que en circunstancias extraordinarias como la muerte de una hermana, hace la capacidad, inteligencia y gusto esquisito de una pluma condenada á hacer solo la lista de la ropa para entregar á la lavandera, su único público»20.

Sarmiento repetirá estas ventajas de la posición femenina cada vez que hable de Eduarda Mansilla. Si le reconoce a la autora «una razón madura», alaba por otra parte su ductilidad para volverse deliberadamente niña desde la aptitud que para ello le da la maternidad, un estado que acerca a las fuentes de la infancia con una espontaneidad que resulta tanto más costosa para los varones. Aun en lo que se consideran frivolidades Eduarda está un paso más adelante, como cuando describe el gran baile del Progreso, porque es,

«a mas de escritor versado, mujer, muy mujer, y lo que es mas, habituada á los refinamientos del High Life europeo, en cuyo medio ha brillado muchos años en París y Estados Unidos. En materia pues de gasas, flores, brillantes, en "elegancia del vestir" en las reglas del bon ton ha de poseer su paleta de colorista, tintes que nosotros escritores de hacha y tiza, no sabríamos combinar. ¿Quién habría por ejemplo, descubierto que las mujeres se visten para examinarse y criticarse mutuamente, si alguna grande autoridad, salida de sus elegantes filas no revelase el secreto, para nuestro desencanto?»21.






¿Franco apoyo o insidiosa condescendencia?

No obstante los elogios que Sarmiento expresa siempre que se refiere a Eduarda, hay quien ha visto en su actitud más bien una complacencia desdeñosa («patronizing», para usar el difícilmente sustituible término inglés), una forma desviada (tiro por elevación) de la competencia entre varones (en este caso Sarmiento y el brillante hermano escritor de Eduarda, Lucio Victorio) y un instrumento mediante el cual cada uno de los rivales reafirma su figura y encuentra apoyo para sus propias tesis. Para avalar su posición Eva-Lynn Alicia Jagoe22 acude a dos de los textos de Sarmiento sobre Eduarda que hemos comentado: el que exhibe la carta de alabanza (Sarmiento for ever!) a él dirigida (donde, según Jagoe, Sarmiento habría destacado la condición femenina de Eduarda sólo para lucirse y reforzar, por contraste, su propia masculinidad23), y el que reseña extensamente su artículo sobre el baile del Progreso. En este último caso, dice Jagoe, la intención de Sarmiento sería minimizar la condición de escritora seria de Eduarda al tomar como único objeto de su interés crítico un texto menor de la autora referido a algo tan frívolo como un baile, en vez de concentrarse en las obras realmente importantes, como el Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869) que expresa opiniones y teorías políticas (disidentes en buena parte respecto de las suyas) sobre la organización nacional. Sarmiento (según Jagoe) asestaría el mazazo final al considerar que las escritoras deben ser eximidas de ser juzgadas con los mismos parámetros que los varones (de este modo las desconoce como pares, y las excluye de la pelea por el espacio canónico de la literatura argentina digna de tal nombre).

Sin embargo Jagoe -a su vez- no toma en cuenta varias cosas: 1) que Sarmiento ha escrito otros textos sobre Eduarda, uno de ellos (el del 29 de diciembre de 1882 sobre Recuerdos de viaje, que ya hemos citado) donde no sólo hace referencia explícita a la madurez de la razón y la profundidad del juicio de la autora, sino que la opone directamente al tipo de literatura frívola de sociedad (la de Madame Vigneau) que sólo ve lo superficial y lo agradable. 2) que en este artículo no deja de mencionar sus otras obras de mayor envergadura como ejemplos de literatura de calidad «La última página trae las "obras del mismo autor". El Médico de San Luis; Pablo ó la vie dans les Pampas, Lucia Miranda, La Marquesa de Altamira, Cuentos, etc., amen de los Recuerdos de viaje y los cien artículos de ocasión que suelen aparecer en los diarios. ¿Qué contienen todos estos libracos? Casi es nada. Contienen el trabajo diario de una inteligencia, de un cerebro, como dirán los modernos, que está en actividad seis, diez horas al día, recapacitando hechos y buscándole á la prosaica vida argentina alguna esquina por donde darle relieve ó imaginarla bella»24. 3) Que debe ponerse en su adecuado contexto su pedido de suspender la crítica sobre las escritoras. No hacía tantos años que ellas habían ingresado a la palestra pública de las letras y su situación seguía siendo precaria y discutida. ¿O no se le habían dedicado al periódico femenino La Camelia (1852) fundado por Rosa Guerra, los siguientes versos agraviantes: «Y hasta habrá tal vez algunos/ Que por que sois periodistas/ Os llamen mujeres públicas/ Por llamaros publicistas». Con este mismo artículo que tanto exaspera a Jagoe, está festejando Sarmiento el ingreso de Eduarda a las páginas de El Nacional que le había costado (según recordará el mismo escritor en 1885) diez años de sostenidos empeños. La caballerosidad masculina, expresada como respeto hacia la creatividad y la autonomía de las mujeres era un artículo muy escaso y altamente necesario en momentos en que esas manifestaciones eran aún incipientes y necesitaban de aliento entusiasta para florecer. Y en que, también hay que decirlo, la mayoría de las señoras no estaban aún a la par de los hombres en lo que a educación respecta. El caso de Eduarda, políglota, cosmopolita, sofisticada y versadísima en literatura e historia, era realmente excepcional. De ahí que Sarmiento insista, preocupado: «... una autora, cualquiera que sea la medida de su talento, su instrucccion, ó su estilo, nunca deja de ser una mujer, una dama que escribe bajo la ejida de la cultura, de la caballerosidad, y del respeto de los hombres. Así andan solas en las calles, asi escriben en libros, y diarios». Más que una displicente condescendencia, sobre todo en lo que hace a Eduarda, cabría ver otra cosa en su invocación final (Ne touchez pas à la Reine!), como bien señala María Gabriela Mizraje: «Lo que aquellas palabras del ex-Presidente en el otoño de 1879 lograban, era pedir (y ordenar) que la dejaran ser. Y hacer. Hacer periodismo y alcanzar las luces de las letras»25.

Muchos años más tarde, otra dama de letras, Victoria Ocampo, reinvidicará el derecho de escribir, bien o mal, pero ante todo como una mujer, sin traicionar la voz propia de un género que es la mitad de la especie humana y que el largo monólogo de la voz masculina no había dejado oír en largos siglos de expresión literaria26. Sarmiento, también hay que reconocerlo, es uno de los que tienen real interés en escuchar esa voz particular, y alzar la punta del velado misterio femenino que tantos de sus congéneres preferían dejar, indiferentes, en la oscuridad y el silencio. ¿Qué sienten las mujeres, cómo piensan, qué desean? Las escritoras pueden hablar para todos y de todas las materias, pero sobre todo, están en óptimas condiciones para hablar de ésas, que pasan inadvertidas a los varones centrados en sí mismos, aunque tal nunca fue el caso de Sarmiento. «Don Yo», tan dispuesto a jactarse de la genialidad que en efecto poseía, sin embargo estuvo especialmente atento, desde siempre, a la psicología femenina, y a la inicua situación de inferioridad en que se colocaba a todo el género. Como que, en su etapa temprana de periodista, en el diario chileno El Progreso (entre noviembre y diciembre de 1842 y enero de 1843), abrió una sección de Cartas de mujeres, firmadas por unas tales Rosa y Emilia que denunciaban en estas limitaciones y que escribía... ¡él mismo!, hasta provocar en el público lector todo un revuelo. Como apunta María Teresa Mortarotti: «... el apoyo brindado a la mujer periodista por El Progreso lo convierte a éste (o lo que es lo mismo, a Sarmiento) en ente vaticinador del papel de la mujer en la sociedad y protector de la escritura femenina por lo interesante y novedosa [...] Apunta aquí Sarmiento, aunque todo sea ficticio, a otro papel de la mujer que aquel de estar a la moda», «implica, también, un conocimiento profundo de la psicología de la mujer y la aptitud literaria de Sarmiento para mostrar su visión de ese mundo»27.

En suma, si las escritoras argentinas (las pioneras y las contemporáneas) siguen aún sin ocupar un lugar que merecen en el canon de la literatura nacional, difícilmente sea por culpa de varones como el hijo de doña Paula Albarracín y el amigo y admirador de Eduarda Mansilla. Pensemos, más bien, en el retraso histórico de otros escritores argentinos actuales, que no sólo no leen a sus compatriotas y contemporáneas, sino que se ufanan de no haberlo hecho. O de críticos y críticas que siguen colocándolas en los bordes de las historias de la literatura o directamente fuera de ellas28.





 
Indice