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ArribaAbajo «Entre los juncos, entre las cañas»: los indios en la fiesta jesuita novohispana

Beatriz Mariscal


El Colegio de México

A pesar de compartir la consigna de cristianización de los «naturales», fundamento de la política americana de la Corona española, las órdenes religiosas que llegaron a Nueva España durante la primera centuria del período de dominación colonial no tenían ni los mismos propósitos generales ni la misma organización interna. Estas diferencias, así como las que resultaban de la cambiante relación de cada una de estas órdenes con la Corona y con el papado habían de marcar la relación que sus miembros establecieron con los indios americanos.

La llegada de los jesuitas a la Nueva España el 9 de septiembre de 1572, casi cincuenta años después de los franciscanos y de los dominicos (1523 y 1526 respectivamente) y cuarenta años después de los agustinos (1532), cuando ya esas órdenes habían consolidado su presencia a través de la labor misionera entre los indios y de su participación en las diversas tareas educativas y administrativas del aparato religioso y político de la Colonia, no respondía a los propósitos evangelizadores que habían traído a las órdenes mendicantes -si bien ese propósito no podía estar ausente de su desempeño general- sino que había sido propuesta por las élites novohispanas interesadas en proporcionar a sus hijos la educación que había de prepararlos para el liderazgo que les correspondía ejercer en el Nuevo Mundo; una educación de corte humanista en la que habían destacado los colegios de la Compañía de Jesús40.

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Con la muerte de Carlos V, quien desconfiaba de los jesuitas por considerarlos antagonistas de sus amados franciscanos y dominicos, se había eliminado una de las principales barreras a su establecimiento en las colonias, mientras que su calidad de «invitados» les permitiría ingresar con cierto privilegio en el virreinato41.

Desde su llegada, los miembros de la Compañía de Jesús se dieron a la tarea de organizar sus proyectos educativos que requerían de recursos considerables. Para ello era necesario fijar su propio espacio en el complejo entramado social y político local y obtener la aceptación de las instituciones educativas ya existentes, en manos de otros grupos religiosos.

Con este doble propósito en mente, los jesuitas organizaron en noviembre de 1578 una grandiosa festividad para celebrar el envío de una importante remesa de reliquias que el papa Gregorio XIII destinaba a Nueva España, precisamente a cargo de los jesuitas. Con estas festividades públicas se hacía manifiesta la cercanía de la Compañía de Jesús con el pontífice, quien los distinguía con la custodia de las reliquias de santos, símbolo importante del catolicismo post-tridentino, destinadas por el Papa al culto en el virreinato, además de que se demostraba su capacidad de convocatoria.

La relación detallada de esta festividad, que en opinión de su principal cronista, el padre Pedro de Morales, director del recientemente fundado Colegio de San Pedro y San Pablo, no tenía precedente en el Nuevo Mundo, se conserva en un precioso librito que envía el padre Morales al padre Everardo Mercuriano, General de la Compañía de Jesús, junto con la litera annuae en la que le rendía cuenta de las actividades de la Compañía en la provincia42.

La Carta del Padre Pedro de Morales de la Compañía de Iesus. Para el Muy Reverendo Padre Everardo Mercuriano...43 contiene un detallado recuento de lo que aconteció en esas festividades cuyos preparativos duraron más de un mes44. En   —53→   cumplimiento del mandato del Papa de que se hiciera una «muy extraordinaria solemnidad para edificación de los fieles y confusión de los hereges y para instructión y enseñanza espiritual de estas planticas tiernas de los naturales (que tanto por lo exterior se mueven)» se confeccionaron riquísimos relicarios, se convocaron justas poéticas y se adornaron con grandiosos arcos triunfales las calles del centro de la ciudad por donde pasaría la procesión que llevaría las reliquias hasta la capilla del Colegio de San Pedro y San Pablo. Igualmente, los suelos fueron adornados con rosas y tules y las puertas de las casas y las aceras con altares; todo quedó enramado de árboles y florestas, nos informa el padre Morales.

La culminación de las fiestas fue la representación pública de la que había de ser la primera obra de teatro novohispana del colegio jesuita, cuyo texto íntegro se conserva, la tragedia del «Triunfo de los Santos», una obra de 3351 versos, escrita para este propósito y, tan exitosa, que tuvieron que presentarla dos veces en beneficio de los que no habían podido asistir la primera vez.

Los datos sobre los preparativos y efectos de la celebración, las descripciones de los relicarios, de los arcos triunfales y de toda suerte de elementos decorativos que se elaboraron con motivo de las fiestas, así como de las representaciones y bailes de niños indios y de estudiantes del Colegio, junto con los ejemplos de poesía latina, española, toscana y náhuatl que nos proporciona el padre Morales, constituyen una preciosa fuente de información sobre las fiestas públicas novohispanas y sobre lo que fueron los primeros años de la Compañía de Jesús en Nueva España45.

En este breve trabajo me interesa comentar el papel que desempeñan los indígenas en esta celebración, lo mismo como participantes que como público receptor de los mensajes dedicados a su «instruction y enseñanza espiritual», en busca de la visión que tenían los jesuitas de los indios en estos primeros años de su misión y de cómo concebían su papel con respecto de ellos en un momento en que la evangelización, llevada a cabo por las órdenes mendicantes, si bien no podía considerarse como una tarea cumplida, ya había superado la etapa más conflictiva resultante del primer encuentro entre españoles y amerindios.

En lo que concierne al papel «activo» que fuera asignado a los indios para la fiesta, los jesuitas lograron que en la procesión solemne con la que se llevaron las reliquias participaran, además de las más altas autoridades religiosas y políticas del virreinato, los indios principales. Junto al obispo Moya de Contreras y los superiores de los dominicos, franciscanos y agustinos desfilaron, nos dice Morales,   —54→   «más de doscientas andas de indios doradas, con diferentes sanctos de sus parrochias y advocaciones, llevando delante sus cruzes, pendones, gallardetes y adorno de plumería (que es una de las cosas mayores y más de ver que ay en esta tierra y en que excede a las demás)»; y agrega: «Las andas doradas de los indios iban levantadas en hombros y cercadas de muchos caciques principales, entremezclados con los cavalleros y gente principal».

Un desfile ecuménico en el que no sólo los españoles ricos y poderosos (seglares y religiosos) procuraron demostrar su capacidad de contribuir al lujo de la fiesta, sino que también los indios hicieron gala de recursos y de su habilidad para aplicar sus dotes artísticas a los símbolos y prácticas rituales de la religión que les había sido impuesta.

Aprovechando la amistad entre el padre Pedro Sánchez, provincial de la Compañía de Jesús y el virrey Martín Enríquez se convocó a los indios a que participaran como músicos y bailarines. El virrey Enríquez mandó:

[...] que todos los indios músicos de trompetas, cirimías, clarines y de otros géneros que uviesse seis leguas alrededor de México viniessen para aquel día con sus instrumentos (de que hay en esta tierra mucha abundancia). Los cuales, siendo avisados en la manera dicha, no se contentaron con cumplir lo mandado sino que voluntariamente se ofrecieron a hazer a su costa arcos y fiestas de más arte y traça que acostumbran.



No queda muy claro qué tan espontánea fue la «oferta» de hacer todo a su costo, ya que cuando los indios músicos tocaban en fiestas patrocinadas por el Cabildo de la Ciudad su participación era retribuida; además, Morales nos aclara que «se buscó [que los indios] según acostumbran en esta tierra, procurassen hazer algunos arcos de yervas»46.

El primer arco que confeccionaron, hecho de flores y plumería, fue colocado en la calle de Santo Domingo. Un segundo arco, dedicado a San Juan Bautista:

[...] era de obra muy apazible y graciosa porque con tres portadas arqueadas ocupava todo el ancho de la calle, y desde estos arcos subía un proporcionado edificio compuesto a su modo con muchas flores, ricas plumas, vanderas y gallardetes de seda y armas de sus provinçias. De los dos lados pendían dos escudos con estas sentencias. En el uno: Benedixisti Domine, terram tuam y en el otro: Nova lux oriri visa est47.



El tercer arco estaba en «contraposición y buena competencia deste arco» y de él pendía «un grande y bien cortado escudo con esta letra: In cubilibus, in quibus habitabant Dracones, orietur viror calami et iunci».

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A pesar de haber sido confeccionados de acuerdo con el «arte y traça» de los indios es evidente que los emblemas en latín que llevaban los arcos eran un agregado inspirado por los religiosos, no sólo porque los arcos de indios no acostumbraban llevar letreros, sino porque las sentencias bíblicas: Salmo 84 y Esther 8, corresponden muy directamente al proyecto general de la Iglesia española de integrar el Nuevo Mundo a la cosmovisión europea fundada en la Biblia. El que Dios se mostrara «propicio a su tierra» y que «tuviera nueva luz», al haberla dotado de la religión católica y de las reliquias, según declaraban estos textos, hacía referencia a la bondad de la evangelización y al precioso regalo que representaba la dotación de reliquias que había hecho el Papa a Nueva España.

Mención aparte merece la «letra» del tercer arco: «En la morada de chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos», que proviene de Isaías 35 y que en la opinión de Morales: «haze el mismo servicio a las Sanctas Reliquias». La cita bíblica coincide con la descripción indígena del lugar de origen de Tenochtitlan, intollehtic inacaihtic (entre los juncos, entre las cañas) utilizada por el escritor mestizo Fernando Alvarado Tezozomoc en la Crónica Mexicayotl, cuando cuenta la fundación mítica de México-Tenochtitlan48.

La utilización de esta sentencia en el arco fabricado por los indios constituiría un ejemplo de la resignificación de términos que se da en el proceso de creación de la cultura novohispana.

Cruces como éste serían el resultado del conocimiento del latín y de la Biblia que adquirieron los indios en colegios como el de Santa Cruz de Tlaltelolco, adonde además de enseñarse el latín a los indios se llevó a cabo el trabajo de traducción de las Escrituras a las lenguas indígenas -una tarea inspirada en la tradición de estudios bíblicos impulsados por el cardenal Cisneros que en México fue apoyada por el arzobispo Zumárraga. (Cfr. Francis Borgia Steck 1944). Los términos que en el sistema cristiano propugnado de manera muy particular por los jesuitas sirven para expresar la función redentora de la veneración de las reliquias, en el discurso indígena sirven para establecer relaciones genealógicas y cosmogónicas. Las mismas cañas y juncos que señalan el sitio de los orígenes míticos de los indios, en la fiesta jesuita ocupan el lugar antes guarida de las fuerzas del mal; gracias a la llegada de la palabra de Dios y de las reliquias, hay una nueva realidad.

Para promover la aceptación de los mensajes por parte de la población indígena que sí era capaz de leer y entender el latín era importante que éstos parecieran dedicados a ellos de manera especial; el que fueran colocados de   —56→   manera prominente en los arcos de indios era una buena estrategia. Pero la preocupación por que los textos o imágenes pudieran transmitir mensajes equivocados hacía necesaria no sólo su reiteración, sino su representación diversa: numerosas inscripciones, pinturas alegóricas, «lemas» y poemas alusivos al tema fueron colocados a lo largo del trayecto que seguiría la procesión y en el patio del Colegio de San Pedro y San Pablo adonde llegarían finalmente todos los participantes49.

En términos dogmáticos, el principal propósito de la festividad era lograr que los indígenas se acostumbraran a venerar las reliquias. La Compañía de Jesús, que se había declarado el brazo defensor de la Iglesia católica en contra de la herejía protestante que rechazaba el culto a las reliquias y su correspondiente sistema de indulgencias, adoptaba esa tarea como una nueva «cruzada»; la adhesión de los indígenas americanos vendría a compensar por los protestantes que se habían alejado de la fe verdadera.

Una de las «hieroglíphicas» que fue colocada en el patio del Colegio de San Pedro y San Pablo ilustra esta concepción. En ella, nos dice el padre Morales, «estaba pintado un Alemán, como que da de mano y desprecia las reliquias, y un Indio, que de rodillas las está cogiendo con mucha reverencia». Los lemas que la acompañan rezan:


Quia tanto vos dono indigno iudicastis,
ecce convertimur ad gentes


Pues con ánimo obstinado
nos menosprecia Alemaña:
honremos la Nueva España.



La relación de los jesuitas con los indios mesoamericanos durante este primer período de su «misión» en el Nuevo Mundo se da, fundamentalmente, en términos del paralelo que establecían entre los naturales de esas tierras y los protestantes50. En su Rhetorica Christiana (publicada en 1579) fray Diego Valadés sitúa la evangelización del Nuevo Mundo en el contexto del movimiento de reforma protestante. Al mismo tiempo que Martín Lutero lanzaba su veneno en Europa, Martín Valencia iniciaba la conversión de los indios americanos (Cfr. Moffitt Watts 1991).

La tragedia del «Triunfo de los Santos», compuesta para ser representada durante la festividad, a pesar de tener como tema central «La persecusión de   —57→   Dioclesiano y la prosperidad que se siguió con el imperio de Constantino», tiene como motivo estructurante la ponderación de la donación de las reliquias y de sus beneficios. En una mezcla de elementos históricos, bíblicos, alegóricos y del repertorio greco-romano, la tragedia incluye entre sus protagonistas a santos cuyas reliquias estaban entre las recibidas. El deber que tienen todos los mexicanos de agradecer las reliquias, e inclusive la amenaza de lo que les puede pasar si no les prestan la atención debida, son reiterados a lo largo de la obra y, de manera especial, en los villancicos y romance que se cantan al final de cada acto (Cfr. Beatriz Mariscal 1995, pp. 95-102):


Las ciudades do han sido desechadas
estas reliquias santas y otras tales,
con justa causa han sido despojadas
de bienes y cercadas de los males;
mas donde han sido siempre veneradas,
alcanzan los favores celestiales.



La eficacia de la representación dramática para comunicar valores y conceptos a un público que incluía lo mismo a españoles que a indios que podían comprender sólo parcialmente lo que se decía ya había sido comprobada por el teatro de evangelización y, como es bien sabido, constituía un extraordinario sistema de difusión de valores muy caro al aparato imperial español51.

Una muestra más del «mestizaje» cultural que se va gestando en Nueva España en el siglo XVI y de la búsqueda de sistemas complementarios de significación al que contribuyen los jesuitas es el poema en lengua náhuatl que nos proporciona la Carta y que fue ejecutado con acompañamiento de instrumentos musicales y bailes de los niños indios. Un texto en lengua indígena pero con metro español y cantado en coro polifónico.

En llegando la processión a este arco, salió a recebir las Sanctas Reliquias un bayle de naturales indios niños, muy bien adereçados a su modo y hábito, con mucho ornato y plumería, los quales eran músicos; y assí, el son de el bayle era de canto de órgano concertado con quatro vozes diferentes que hazían consonancia al modo español, y juntamente con las vozes sonavan flautas y el instrumento proprio de ellos con que de hordinario tañen en sus bayles (a que llaman Teponaztli) de suerte que, sonando todos a una, resultava una muy buena consonancia.



El poema fue compuesto por un «padre de nuestra casa» no identificado en el texto, como no lo es ninguno de los autores de los poemas ganadores de los   —58→   concursos literarios que transcribe el padre Morales, o de la tragedia del «Triunfo de los Santos»52.



Tocniuane touian,
ti quin to namiquiliti
in Dios vel ytlaçouan
matiquinto tlapaluiti.

Xipapaqui, yuan xicuyca
quenmachtami intitochan:
yxachintin valmonica,
sant Hyppolito yvan
intomaniz Capitan,
maticto çiauhquechiliti,
auh in ytlaço icniuan
matiquinto tlapaluiti.

Y etopan omaxitico
intotecuio ypilhuan
otechmopaleuilico
inuicpa toyaouan,
mauel tipapaquican,
nimatiquin totiliti
in Dios vel ytlaçouan,
matiquinto tlapaluiti.



Además del texto náhuatl la Carta consigna su traducción hecha por el mismo autor. Se trata de una traducción más o menos libre, aunque bastante fiel de acuerdo con una traducción que generosamente preparó Georges Baudot. El mismo Morales señala que «no va declarada por los mismos vocablos, por ser tan diferentes los de la una lengua y la otra en medida de sílabas, pero van conforme al sentido».



A compañeros salgamos
a recebir en presencia
a los que ama Dios, y vamos
a hazerles reverencia.

Alégrate, huelga y canta,
o dichosa tierra nuestra
pues de sanctos copia tanta
te a dado la excelsa diestra.
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Hyppólito se te muestra
Capitán de tu creencia,
a él y a los otros vamos
a hacerles reverencia.

An venido estos amigos
y hijos de Dios a vernos,
y contra los enemigos
con su favor a valernos
con gozo y affectos tiernos
y con grande conplacencia;
a los que ama Dios, salgamos
a hazerles reverencia.



Cabe subrayar que aunque el poema fue recitado por los indios en su propia lengua y es posible que alguno haya colaborado en su composición, nuevamente estamos ante un texto español, de factura jesuita, que reitera el mensaje de las bondades del culto a las reliquias.

El hecho de que tanto indios como españoles participaran en estas festividades y de que en ellas se evidenciara una cierta incorporación de ambos sistemas de representación simbólica, no implicaba, huelga decirlo, el reconocimiento de igualdad entre indios y europeos ni por parte de los jesuitas, ni por parte de los demás españoles y criollos ahí presentes.

La admiración por las dotes artísticas de los indios y su inclusión en la festividad no implicaba la eliminación de prejuicios esencialistas que llevaban a los españoles -religiosos y laicos- a considerarlos apáticos, flemáticos o simples, con base en argumentos de aparente neutralidad y objetividad. Morales comenta así la generosidad y entusiasmo con los que responden los indios a la convocatoria de los jesuitas:

Y lo que en esto se advirtió fue que siendo estos naturales de su condición flemáticos y que para cualquier cosa, aunque les vaya interese quieren ser aguijados, para esto andavan tan fervorosos y como en competencia de unos pueblos con otros sobre quien se avía de aventajar más, que dava un claro testimonio del buen espíritu con que eran guiados.



Aguijados o no, el que los indios elaboraran arcos triunfales para las fiestas tuvo su efecto en los españoles. Morales nos dice que los vecinos y devotos, españoles y criollos, cuando se enteraron de que habría «arcos de indios» decidieron hacer ellos nada menos que cinco arcos triunfales -«cosa nunca vista en esta tierra antes»- y un tabernáculo 'costoso y gracioso', además de tres arcos de flores y plumería53.

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Según esa visión diferenciada de los dos grupos humanos, el «buen espíritu» (el traído por los religiosos españoles) llevaba a los indios a competir entre ellos mismos y anulaba en cierta medida su apatía «natural», mientras que el entusiasmo y energía que mostraron los criollos y españoles cuando se enteraron de que los indios harían sus arcos se da por sentado que no requerían de acicate alguno; bastaban, a ellos sí, sus cualidades «naturales», a pesar de que en el relato queda constancia de que se trató de «cosa nunca vista en esta tierra antes».

Se ha señalado el último tercio del siglo XVI como el comienzo de la transculturación textual, estética y filosófica que terminaría por legitimar en el Nuevo Mundo el poder político que se imponía, así como el pensamiento teológico-filosófico que lo sustentaba. Para lograr la efectividad comunicativa deseada por los españoles era muy importante, tratándose de destinatarios tan diversos, que se utilizaran sistemas de representación que apelaran en forma efectiva tanto a los sentidos como a la razón. Los jesuitas, según demuestra con creces el texto que nos ocupa, supieron muy bien aprovechar los sistemas de representación que podríamos calificar de mestizos para hacer llegar sus mensajes, a la vez que se adjudicaban un espacio prominente en la Nueva España.

La respuesta de Everardo Mercuriano al entusiasta recuento de los logros jesuitas con su fiesta en México parece bastante parca. Con fecha 25 de febrero de 1580 escribe al padre Morales: «Heme consolado mucho con la colocación que se hizo de las reliquias el año passado; y se consolarán con las que ahora lleva el P. Pero Díaz» (Monumenta Mexicana 1, p. 29). Mayor reconocimiento les da el Presidente de la Real Audiencia quien públicamente agradece a los padres de la Compañía de Jesús que con su fiesta hayan dado aliento a la población novohispana en un momento de crisis social y económica: «Dios pague a los padres de la Compañía, que estando esta tierra afligida con necessidades y enfermedades, ellos la han alentado y puesto en contento y devoción con esta fiesta».

Reconocido o no, el recuento que hace el padre Morales de las festividades de las reliquias y de sus efectos en la población novohispana confirma el éxito de su encomienda: por un lado lograron impresionar a los españoles pudientes que habrían de enviar a sus hijos al Colegio de San Pedro y San Pablo, aquellos cuyas donaciones propiciarían la fundación del Colegio54, dejando constancia, ante el conjunto social de la Nueva España, de la capacidad de convocatoria de la Compañía de Jesús, a la vez que cumplían -a su manera- con su función «misionera»   —61→   marcadamente postreformista al iniciar a los indígenas, en grande, en el culto a las reliquias55.

México Tenochtitlan, octubre de 1998.


Bibliografía

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BAUDOT, Georges. 1996. «Unidad y continuidad en la literatura mexicana: época prehispánica y siglo XVI», (conferencia inédita), México, El Colegio de México.

GONZALBO, Pilar. 1985. «Las fiestas novohispanas, espectáculo y ejemplo», Mexican Studies 9-1.

LACOUTURE, Jean. 1991. Jésuites, I. Les conquérants, Paris, Éditions du Seuil.

MARISCAL, Beatriz. 1990. «El espectáculo teatral novohispano: los jesuitas», Espectáculo, texto y fiesta. Juan Ruiz de Alarcón y el teatro de su tiempo, México, Universidad Autónoma Metropolitana. Monumenta Mexicana. 1956. Ed. Félix ZUBILLAGA. Roma, Monumenta Historica Societatis Iesu.

MORALES, Pedro de. 1579. Carta del Padre Pedro de Morales de la Compañía de Iesus. Para el Muy Reverendo Padre Everardo Mercuriano..., México, Antonio Ricardo.

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STECK, Francis Borgia. 1944. El primer colegio de América, Santa Cruz de Tlaltelolco, México.

WATTS, Moffitt. 1991. «The New World and the End of the World: Evangelizing Sixteenth Century Mexico» en Imagining the New World: Columbian Iconography, eds. Irma JAFFE et al., New York.