Al acordar esta Real Academia que se excitase el celo de las Comisiones provinciales de monumentos para que designasen los —195→ históricos y artísticos que merecen ser declarados nacionales, invitando también á los señores académicos de número para que hiciesen las indicaciones que creyeran convenientes en igual sentido, me propuse desde luego dar una ligera reseña del célebre monasterio de Oña, y principalmente de su panteón condal y regio. No se me ocultó desde luego la dificultad que el asunto ofrece por la variedad de opiniones acerca de ese panteón, y por los diferentes dominios y condiciones de aquel conjunto de edificios. Tanto esto como la imposibilidad de que el Estado se encargue del sostenimiento de una multitud de edificios arruinados ó ruinosos, han de hacer algún tanto ardua la tarea que se encarga á la Comisiones provinciales; pero preciso es abordarla, y recomendar esos históricos monumentos, á fin de que se los mire con benevolencia por el público á título de históricos, ya que no sea posible que los sostenga á todos el Gobierno en concepto de nacionales.
La circunstancia de haber visitado aquel grandioso, cuanto poco frecuentado monasterio, en Agosto del año pasado de 1887, me proporciona el hablar de su actual estado, como testigo ocular; y el ofrecer á la Academia las adjuntas fotografías, regaladas por sus actuales dueños, me releva de hacer descripciones artísticas y aun de algunas arqueológicas acerca del panteón y claustro principal.
El origen de Oña es harto trágico y de recuerdo ingrato. El conde D. Sancho, según la tradición, castigó la deslealtad de su madre la condesa Onna y sus torpes amores con un musulmán, por medio de un parricidio, dándole por pena el delito mismo que proyectaba, y lavando las manchas de su deshonra con duro talión. Pero víctima del remordimiento hubo de erigir aquel monasterio con el nombre de la apasionada matrona, para que piadosas doncellas y religiosos, sus capellanes, pidieran á Dios por el alma de la difunta condesa, poniendo por superiora á su joven hija la infanta Trigidia, que por sus virtudes tiene allí culto y título de Venerable desde la Edad Media, y por aquella tierra.
Oña es uno de aquellos pueblos que no se les ve hasta que se —196→ está en ellos. Al salir de Briviesca, tomando el coche del correo, que pasa por Oña y va por Espinosa á Medina de Pomar, el viajero cree que, para salir del valle de la Bureva, habrá de trepar y dominar la sierra hacia la cual se dirige y cierra el horizonte: mas al llegar á sus faldas echa de ver la acción de las aguas y del modesto arroyuelo que fué en remotos siglos quizá prehistórico desagüe de laguna y caudaloso río, formados por las aguas de la Brújula y sierras inmediatas. Auméntanlas ricos y abundosos manantiales que brotan en Oña, y que debieron decidir al conde vengador á convertir aquel cazadero en espiatoria casa y panteón suyo y de los condes de Castilla. A mitad del cerro, en paraje despejado, situó el monasterio y la iglesia. Entre el monasterio y el río surgió el pueblo. Su historia trazó el P. Yepes en su Crónica benedictina.
El conde D. Sancho dió aquel territorio agreste á la Abadía de San Salvador de Onia y á su abadesa, en el año de 1011, en aquella Espinosa, dice, que taja el río Omiño62. El nombre mismo de Espinosa indica que aquel territorio estaba erizado de jarales y maleza, y destinado á la montería. La Regia institución de sus Monteros, en agradecimiento á la lealtad de uno de ellos, ha llegado hasta nosotros como un oficio palatino, así como el título de la Bureva, que lleva el valle desde Briviesca á Oña, recuerda la patria del viejo soldado Velázquez, monje cisterciense, que impulsó á San Raimundo de Fitero á tomar la defensa de Calatrava en el siglo siguiente.
Dícese que la disciplina del monasterio de Oña se relajó y que D. Sancho el Mayor quiso reformarla. Trajo al efecto un santo anacoreta, mozárabe aragonés, que de Calatayud se había retirado á una cueva cerca de San Juan de la Peña, profesando la regla de San Benito. Aunque la Bureva era tierra castellana, los navarros la codiciaban para agregarla á la Rioja. Don Sancho el Mayor, que pasaba temporadas de retiro espiritual y descanso —197→ corporal en San Juan de la Peña, llevó de abad á Oña al anacoreta Iñigo, que no solamente restauró la disciplina en Oña, sino que hizo prodigios de caridad en toda aquella comarca de la Bureva y Espinosa, que desde entonces le tienen por protector.
En vano trató el santo abad de conciliar á los mal avenidos hijos de D. Sancho el Mayor, y calmar al iracundo y ambicioso D. García de Navarra, que pretendía ensanchar su reino por aquel lado. Dióse la batalla fratricida en Atapuerca, y allí cayó herido mortalmente D. García, como le había predicho el santo abad de Oña, que aún llegó á tiempo de recoger su último suspiro en el mismo campo de batalla.
El monasterio de Oña ha sufrido muchas restauraciones y estaba condenado á desaparecer. Su lindísimo patio gótico y todo el edificio amenazaba ruina por todas partes, como el de Huerta y otros varios que van desapareciendo63.
Adquirido por la Compañía de Jesús, ha costado más de un millón de reales el repararlo, según de público se dice. Solo de tejas ha necesitado cerca de cien mil. Tal era su estado hace pocos años, reducido á destechados paredones. Convertida la iglesia parroquial en almacén de provisiones durante la guerra civil de los siete años, se cedió la iglesia monástica al pueblo para parroquia, como otras varias de su clase. La cuestión jurídico-canónica de estas cesiones suele ser algo complicada, y en este momento fuera impertinente el abordarla. Resulta, pues, que el monasterio es de dominio particular y pleno, que por tanto no puede ser declarado nacional, y que el uso aún lo disfruta el pueblo, aunque reintegrado en el de la iglesia parroquial.
—198→De la iglesia procede hablar solamente bajo el aspecto arqueológico. A la simple vista la arquitectura y los ornatos indican los cuatro períodos de la construcción de la iglesia abacial de Oña y sus vicisitudes. La portada del siglo XI revela la época condal de Santa Trigidia y del conde D. Sancho, su padre. Su arquitectura románica, aunque deteriorada y restaurada más de una vez, revela su época. No me incumbe describirla, cosa más propia de la Academia de San Fernando, pero sí asegurar su antigüedad.
Sigue la parte antigua y primitiva de la iglesia restaurada por efecto de incendios y ruinas. En lo alto de un altar, harto mezquino, y al parecer del siglo XVI al XVII, hay un rótulo que dice que allí están las reliquias de Santa Trigidia. Algo más merecían. Es sensible que los antiguos monjes no honrasen más los restos y memoria de tan digna y piadosa infanta.
En otro altar, á la derecha de la parte superior de la primitiva iglesia, se venera un crucifijo muy antiguo, al parecer del siglo XI, con cuatro clavos. En una capilla lateral se ve el hermoso sepulcro del Sr. Manso, primer patriarca de las Indias, en el siglo XVI. Sobre la entrada de la iglesia hay un coro alto, con buena sillería del siglo XIV al XV, que era el de la primitiva iglesia antes que el panteón condal se añadiera á esta prolongándola.
D. Sancho II, el de Zamora, hizo en la iglesia, á mediados del siglo XI, una capilla dedicada á la Virgen, probablemente bajo la advocación de Nuestra Señora de Onna, que luego se dijo Oña; y en mi juicio fué á la que se encomendó doña Berenguela, cuando trajo enfermo á su hijo San Fernando, y fué guarido por la Virgen, como dice su hijo D. Alfonso en la preciosa y conocida cantiga en que narra la curación prodigiosa64 y que publicaron los Bolandos en la vida del santo Rey.
Grande fué mi sentimiento al saber que esta efigie célebre, que deseaba examinar, no existe, y que debió perecer en el incendio de la iglesia. En cambio se conserva una efigie de Santa —199→ Ana del siglo X al XI, que recuerda lo que debía ser la de la antigua Santa María de Onna. Está aquella sentada teniendo á la Virgen sobre la rodilla izquierda, y la Virgen al Niño del mismo modo. Santa Ana presenta la manzana, símbolo del pecado, y el Niño, con dos deditos de su diestra, absuelve dando la bendición. Esto recuerda el tipo usual de casi todas las efigies antiguas del siglo X al XII en la parte septentrional de España, y aun en la meridional de Francia, y así es probable que fuese la de Oña65.
D. Sancho, al fundar esa capilla, la hizo para panteón de Reyes, y allí estuvieron enterrados hasta que se hizo el nuevo en el siglo XV. Este se halla en el crucero de la Iglesia; mas como la prolongación de esta impedía que se oyesen bien la misa y oficio divino desde el coro alto, construyeron otro nuevo coro en el crucero, delante del panteón, como muestran las adjuntas fotografías66. Por este motivo, como ya dije, excuso la descripción, ciñéndome á la parte histórica. La sillería de este coro, de gótico florido y transición al plateresco, no se compadece bien con el del panteón más antiguo y severo, pero todavía desdicen más las columnas y efigies platerescas contiguas, y sobre todo el feo, borrominesco y desdichado altar mayor, que sustituyó al antiguo en el siglo XVII, y desluce la iglesia con sus dorados y exóticos adornos.
Sábese que al encontrar el abad D. Juan de Baca las olvidadas reliquias de San Iñigo, el año de 1598, en un vetusto altar que había en el claustro viejo, se colocaron estas en un arca de plata, donde se conservaban sobre el altar de su capilla, y sobre el arca se puso una hermosa estatua de plata, pero anacrónica, pues representaba al Santo Abad con báculo pastoral y mitra, cosa que no usaron ni él ni su amigo Santo Domingo de Silos, ni los abades españoles de su tiempo67. Hoy está su arca sobre el altar —200→ mayor, y sobre ella una efigie moderna de la Purísima Concepción; todo lo cual desluce el conjunto de la iglesia.
Más adelante, y en el cuarto y último período, al quitar el altar antiguo, plateresco, se abrió un arco para agrandar más la iglesia, uniéndole la capilla de la Virgen, donde estuvo el antiguo panteón de Reyes, construído por D. Sancho II, según parece.
Descrita ya la iglesia en su parte histórica y en lo que toca á nuestra Academia, impórtanos discutir la certeza que pueda haber acerca de los restos mortales allí sepultados, ora esos atahudes sean verdaderos sarcófagos, ora sean meros cenotafios; que así y todo merecen conservarse con esmero, por respeto á la religión, á la tradición y á la arqueología.
Los ocho atahudes de Oña contienen, ó dicen que contienen, nueve cadáveres, momias ó esqueletos. Dadas las vicisitudes por que han pasado en la guerra de la independencia y en las civiles, yo dudo que contengan nada de lo que dicen, como sucede con los sepulcros de León, Cardeña, Nájera, Leire, San Juan de la Peña y otros, y muchos de los que se echan de ver en nuestras Catedrales y Colegiatas, en que, removidas las losas sepulcrales para la renovación de pavimentos, casi todas las lápidas que dicen: «Aquí yace N. de Tal», son otras tantas piedras que mienten, si es que hasta las piedras pueden mentir.
No ha sido poco que al abrir el penúltimo señor arzobispo de Burgos el arca de San Iñigo hallase las reliquias, pues al salvar el arca de plata, escondida por los monjes, lograron también salvar aquellas reliquias. Pero ¿cómo no podían esconderse los ocho atahudes? la suerte de estos quizá no fué mejor que la de las momias ó esqueletos del Cid y compañeros suyos en Cardeña, y los de otros reyes, príncipes y magnates, en donde quiera que pusieron el pié las tropas de Napoleón I. Lo mejor será no averiguarlo.
Los cuatro atahudes del lado de la Epístola contienen sepulcros de los condes de Castilla. Los del lado del Evangelio de reyes.
—201→Los de la Epístola son:
1.º D. Sancho Garcés, el parricida, fundador del monasterio.
2.º Doña Urraca, su mujer.
3.º El conde D. García, hijo de los dos anteriores, asesinado en San Isidro de León.
4.º Dos hijos de D. Sancho II de Castilla y de León.
Los del lado del Evangelio:
1.º D. Sancho II de Castilla y de León, gran bienhechor de este monasterio, que mandó hacer el panteón para entierro de sus abuelos y los reyes.
2.º D. Sancho el Mayor, rey de Navarra y de Castilla la Vieja, por su mujer. Reformador del monasterio y abuelo del anterior que debió ser nombrado antes.
3.º Doña Mayor ó doña Elvira, última condesa de Castilla y segunda mujer del rey de Navarra, D. Sancho el Mayor.
4.º El infante D. García, hijo del emperador D. Alonso VII.
Unidos á estos nueve cadáveres el de Santa Trigidia, hijo del conde parricida y abadesa del monasterio, resulta ser la iglesia de Oña el panteón de dos reyes, dos condes soberanos, dos condesas soberanas y cuatro infantes, hijos de estos. Pero ¿dónde se enterró el cadáver de la envenenada condesa? ¿Cómo no lo trajo el conde parricida á la iglesia expiatoria erigida de resultas del crimen y en sufragio por su alma?
Los escudos que se pusieron en el testero de los atahudes son disparatados, y suponen una ignorancia completa de historia y de heráldica en los que los tallaron y en los monjes que los dirigieron y pagaron, si es que los pagaron ellos, en el siglo XIV al XV, de cuya época son, en mi juicio, los grandes pero poco esmerados ataudes de roble. Los escudos de D. Sancho el Mayor y su mujer no pueden ser más anacrónicos. EI primer cuartel á la derecha tiene las barras de Aragón y Cataluña, y el segundo las cadenas de Navarra, el tercero el castillo de Castilla, y el cuarto otra vez las barras de Aragón. ¡Barras y cadenas en tiempo de D. Sancho el Mayor!
El mismo escudo aparece por desgracia en las ménsulas y arranques de la crucería del claustro gótico, coetáneo de los atahudes.
—202→Aún es mayor el desatino de confundir á D. Sancho el Mayor con D. Sancho Abarca, su tatarabuelo, que reinó cien años antes. Estos rótulos en dos cartelitos se pusieron en tiempo de Felipe II en la época de nuestros grandes historiadores, pero época de credulidad y ficciones, y de pocos lectores aprovechados; al menos por esta muestra y por los disparatados rótulos de San Juan de la Peña, fabricados por el P. Barangua, que tanto dieron que reir al diablo como rabiar á Masdeu, el cual no necesitaba haberse molestado tanto con unos epitafios retóricos y encomiásticos, cuya ficción se conocía á tiro de ballesta, y admira que no la conociese el P. Yepes. Copiáronse los rótulos en 1850 de una tabla vieja donde estaban. Creo que sería mejor retirarlos á la sacristía ó á cualquier otro paraje, pues no honran ni al autor ni á la casa. Pero tampoco se los debe destruir.
El sepulcro de D. Sancho el Mayor se enseña en León y aun en otros panteones. Los de León no niegan que fué enterrado en Oña, pero añaden que lo trajo al de San Isidoro su hijo D. Fernando I. Yo no creo tal traslación y por tanto opino que, de estar en alguna parte su cadáver, debe ser en Oña de donde no fué removido. Como León es una gran ciudad, muy visitada y conocida y Oña un pueblo pequeño, arrinconado y poco frecuentado, la opinión contraria ha gozado de más favor.
La oscuridad que reina acerca de la muerte de D. Sancho el Mayor, y el mal comportamiento de sus ingratos y crueles hijos, dan á conocer que estos abreviaron sus días con disgustos.
La inverosímil y ya desacreditada leyenda de que sus propios hijos acusaron de adulterio á su madre Doña Mayor, y solamente salió a su defensa el hijastro D. Ramiro, indica al parecer, que ni la nobleza de Castilla apreciaba gran cosa á su reina y última condesa, ni tampoco sus rencorosos y fratricidas hijos. Esa conseja ignominiosa, pero creída un siglo después, y propalada en el XIII, y admitida en la Crónica General, indica al parecer que la —203→ opinión pública no miraba como buenos á los hijos de D. Sancho el Mayor, raza de Atridas, que se matan unos á otros peleando por robarse. En vano las crónicas del siglo XII realzan casi hasta la santidad á D. Fernando I, hasta hacer llorar de dolor á las piedras de la iglesia de San Isidoro en León. Sus manos iban teñidas con la sangre de su hermano mayor D. García de Navarra; que, tenaz é iracundo, tampoco era ningún santo. D. Fernando cometió además el inicuo despojo del de León. Esto fueron los hijos de D. Sancho el Mayor, y aun fué peor el nieto D. Sancho II, expoliador de sus hermanos y hermanas, y asesino de su tío el rey de Aragón en infame y desleal pelea, favoreciendo aquel á los moros68. El cadáver de D. Sancho fué conducido á Oña y no á León, que está mas cerca de Zamora. Si su padre don Fernando hubiese sacado cadáveres de Oña para llevarlos á León no es probable que hubiesen llevado el cadáver de D. Sancho á Oña; ni este, aunque poco afecto á su padre D. Fernando, hubiese construído panteón regio para sí y para sus descendientes. Pero en D. Alfonso VI, que no tenía por qué estar agradecido á su hermano Sancho, acabaron los favores para Oña, prefiriendo el monasterio de Sahagún, donde su hermano le había hecho profesar á la fuerza, ya que él no le cortaba la cabeza, como estuvo para hacerlo.
Así que las ignoradas circunstancias de la muerte de D. Sancho el Mayor hacen creer que fué víctima de la perfidia de sus hijos, que tenían priesa de reinar, cuando ya D. Sancho estaba cansado de ello. No fué el único por entonces, ni después lo ha sido, hasta este siglo y en España, quien hubo de abdicar antes de tiempo. Las vagas noticias de que murió yendo en peregrinación á Santiago, la inverosímil de que le asesinó un peón al ir á Asturias, indican que murió oscuramente, que no se hizo caso de su muerte, y que ya no era rey ni de Navarra ni de Castilla cuando murió en Castilla. En mi juicio conjeturo que D. Sancho el Mayor, viudo ya, se retiró al monasterio de Oña á morir santamente al lado de su amigo el Abad Iñigo, á quien allí había traido —204→ á reformar el monasterio condal. Yo creo que allí vivió los últimos años de su vida, y allí murió en brazos de San Iñigo, y allí le enterraron, y que D. Fernando su hijo lo tenía allí en vida para que no fuese á Navarra, mucho más, cuando el primogénito D. García ponía su corte en Nájera cerca de Castilla, cuya codiciada tierra no quería perder de vista, pues en querer recobrarla perdió la vida por allí cerca en la ya citada batalla de Atapuerca.
Al reedificar la iglesia de San Juan en León y dedicarla á San Isidoro en 1063, en que sus reliquias llegaron á esa ciudad, fué cuando se ideó hacer allí el panteón regio, que no concluyó don Fernando, el cual murió dos años después (1065). La reina viuda Doña Sancha fué la que concluyó la obra de la iglesia y del panteón, según memorias de la misma iglesia. Sancia Regina, Deo dicata, peregit69.
Luego si el panteón de San Isidoro no estaba terminado en 1065 cuando murió D. Fernando I, y luego lo acabó Doña Sancha, no es probable que D. Fernando trajera el cadáver de su padre de Oña á León antes de estar concluído, y menos que lo trajese Doña Sancha antes de concluir el nuevo panteón; ni menos que lo hiciera por agradar á D. Fernando, que ya había muerto.
Añádase á esto que la memoria de Sancho el Mayor no era grata á los leoneses, que se suponían agraviados de él, y no sin motivo, puesto que se había metido por sus tierras y fundado á Palencia. Doña Sancha era leonesa y muy leonesa, y no había de ser más devota de su suegro, que lo eran los leoneses.
No es menos raro y extraño que dejaran en Oña el cadáver de Doña Mayor, que no dicen se trajera á León, y trajeran allí el del malogrado último conde D. García, asesinado á las puertas de aquella iglesia. Si entonces, cuando fué asesinado, le llevaron á Oña, porque el novio no era leonés, ¿á qué conducía el traerle luego de Castilla á León siendo castellano?
Además, si quien terminó el panteón leonés fué Doña Sancha, y no parece probable que trajera á este el cadáver de su suegro sin estar concluido, debió traerlo reinando en Castilla D. Sancho el de Zamora. Pero como este hizo panteón en Oña, y recogió —205→ en la capilla de la Virgen los restos de sus mayores, que luego en el siglo XV pasaron al panteón y atahudes en que yacen, no es probable dejara sacar de allí los cadáveres de su abuelo y el hermano de su abuela. D. Sancho imitaba en Oña lo que su tío D. García de Navarra había hecho en Santa María de Nájera.
La noticia de la traslación del cadáver de D. Sancho á León la dió el Tudense 200 años después, fecha demasiado remota. Don Lucas diría en esto lo que dijeron los canónigos, ó el vulgo de León. Y si en época de gran cultura á fines del siglo XVI, los benedictinos de Oña, en los tristes rótulos de las tablillas explicatorias confundieron á D. Sancho el Mayor con Sancho Abarca, ¿qué hemos de extrañar el que en la gran rudeza del siglo XIII, ó después, se confundiera á cualquier otro con el nombre de Sancho y el infante su cuñado?
¿Qué cosas tan peregrinas no han ocurrido en España, y recientemente en Madrid, con motivo de traslaciones de cadáveres, y á propósito de la ruidosa procesión con que se los condujo á San Francisco el Grande? Díjose entonces de público que casi todos los muertos traian los huesos prestados. Si la tardía noticia del Tudense no es admisible ni verosímil, la tradición de Oña es más cierta que la de León, y mucho más antiguo aquel panteón que este, siendo el de Oña más antiguo y de los condes de Castilla.
Concurren, pues, todas estas razones para considerar al panteón condal y regio de Oña como monumento histórico; y tal es y lo será á los ojos de la Tradición, de la Historia y de la Arqueología, aun cuando no tenga la declaración de nacional, por Real orden, para los efectos de conservación y de restauración.
En resumen, si la Comisión provincial de Burgos no tiene derechos de propiedad ni dominio, ni aun de inspección en el monasterio de Oña, como en otros monasterios tienen otras comisiones70, ni este puede ser nacional por ser de dominio —206→ particular, cábele el deber más que derecho de vigilancia sobre sus antigüedades, con el respeto á la propiedad particular, individual ó colectiva, conforme á las leyes.
Mas con respecto á la iglesia, tiene mayores derechos y deberes, siendo de uso público, y de propiedad y posesión parcial entre la Iglesia, el Estado, la Corona y el pueblo; y conviene que este sepa la honra que de ello le resulta. Y por lo que hace al panteón, tiene al menos la Comisión, en mi juicio, algun deber más que de vigilancia. Los cadáveres de los católicos sepultados en la iglesia, los considera esta como suyos en algún concepto, pues no están en el comercio de los hombres, y repugna que sean objeto de donación. La calidad de ese dominio ha sido controvertida. Si el panteón fuese del Real patrimonio, como los de las Huelgas, la Granja, el Escorial y otros, sería del dominio de la Corona; pero esta ni conservó, ni ha reclamado el de Oña, y el Estado se incautó de él pro derelicto, como de los de Leire, San Juan de la Peña, y aun de los de Poblet y Santas Creus, verdaderamente regios y Reales, de que se apoderó no pro derelicto, sino pro expoliato, y después de saqueos y vandálicos destrozos. El caso del panteón de Oña es distinto, pues no ha sido objeto de expoliación ni aun de abandono, puesto que ha seguido el culto en la iglesia, y para el culto se cedió al parecer en uso.
En la dificultad de deslindar las cuestiones acerca de la propiedad de los célebres monasterios de la provincia de Burgos, sus iglesias y sus históricos panteones, de tan variadas procedencias y de controvertidos dominios, conviene recomendar á la Comisión de Burgos la vigilancia en los de Cardeña y Oña, y sobre todo en el célebre cuanto remoto y olvidado de ésta, que por la misma razón de no ser del Real Patrimonio, como lo es el de las Huelgas en lo secular, con todo lo es indudablemente del Real Patronato, por razón de su fundación y origen, y sobre todo en lo relativo al panteón condal y regio, objeto de este incompleto estudio histórico, crítico y arqueológico, á fin de llamar la atención acerca de él, para que sea en adelante apreciado, conservado y protegido como merece, si no por nacional, por artístico, histórico y altamente arqueológico.
Así lo ha ejecutado por fortuna la de Burgos, una de las más —207→ laboriosas y entendidas, cuando se propalaron los desgraciados conatos de la intentada demolición de la célebre casa de los Condestables, llamada del Cordón, á pesar de ser de dominio privado; pues si en casos desgraciados no se logra evitar la desaparición de esos monumentos, quedan al menos en la Academia las noticias, y á las Comisiones provinciales la tranquilidad de conciencia por haber hecho lo posible para evitar la pérdida de una gloria nacional.
Si cualquier persona ilustrada tiene derecho á vigilar por la conservación de los monumentos históricos, ora sean nacionales, ora de dominio particular, y dar noticia de ellos á esta Academia, noticias que ella siempre agradece, lo que es un derecho para el particular es deber para las Comisiones, y aun para los correspondientes, á quienes no se da tal nombramiento como una mera condecoración, ó título honorífico, sino también á título oneroso por decoro de ellos mismos y por debida correspondencia, como esta palabra indica en algunas de sus varias acepciones.
Madrid 30 de Noviembre de 1888.
Vicente de la Fuente