Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Clarín, crítico de Emilia Pardo Bazán

Ermita Penas Varela


Universidade de Santiago de Compostela

cubierta



A José Manuel González Herrán




ArribaAbajo Prólogo

Viene siendo lugar común entre los estudiosos de la obra ensayística de Leopoldo Alas destacarlo como uno de los críticos más brillantes, más incisivos y más conocedores no sólo de la literatura española de su tiempo, sino de la europea, aunque a finales de siglo fuese perdiendo interés por este aspecto. No puede pasarse por alto, obviamente, los cerca de 2.000 artículos de los que Yvan Lissorgues daba noticia en su libro de 1980-1981 (Clarín, político)1, teniendo en cuenta la drástica selección -sólo 230- a los que los sometió su autor para componer las páginas de sus conocidos ocho volúmenes2. Tampoco debemos olvidar la colección de los ocho Folletos literarios3. Ni, por supuesto, la continua labor recuperadora o exhumadora de artículos desconocidos que desde hace tiempo llevan a cabo los especialistas en Leopoldo Alas4, y las siempre sabias aportaciones de Gonzalo Sobejano, quien señala, precisamente, cómo la preocupación política de Alas en la década de los 70 cede, en la de los 80, a un interés mayor por la literatura, la novela y la crítica literaria5.

En esos años 80 es cuando Clarín se muestra un firme partidario de la narrativa naturalista o realista con rasgos naturalistas -aunque él siempre habló de naturalismo-; y de su pluma salen en esta década prodigiosa de la novela española, páginas fundamentales para su investigación. Me refiero, entre otras claro está, a la reseña a La desheredada (Los Lunes de El Imparcial, 9 de mayo y 24 de octubre de 1881), Del naturalismo (La Diana, 1 y 16 de febrero, 1 y 16 de marzo, 16 de abril, 1 de mayo y 16 de junio de 1882), Del estilo en la novela (Arte y Letras, 1 de julio, 1 de agosto, 1 de septiembre y 1 de diciembre de 1882), La novela novelesca (Heraldo de Madrid, 4 de abril de 1891) o al Prólogo que le pone a la edición en libro de La cuestión palpitante (1883). En esta octava década del siglo XIX publicará Leopoldo Alas varias reseñas sobre seis novelas de Emilia Pardo Bazán, además del mencionado Prólogo. Y en los 90, Alas se inclinará hacia tendencias espiritualistas, lo que no es otra cosa que la profundización cada vez más intensa en la psicología de los personajes y un progresivo alejamiento del medio en que se instalan. Todavía a comienzos de este último decenio del siglo, Clarín dedicará numerosas páginas a Pardo Bazán, a seis de sus novelas, a un libro de viajes, a algunos cuentos y al Nuevo Teatro Crítico. Teniendo en cuenta, además, que tanto antes como ahora escribe no sólo más de una vez sobre una misma obra, sino un sinfín de comentarios por lo general malintencionados. Por todo lo cual, la escritora coruñesa es la persona a la que Alas presta más atención, desde la perspectiva de la crítica literaria, si exceptuamos a su gran amigo y maestro Galdós. Y resulta al menos curioso suponer que es más que probable que la gallega y el asturiano nunca llegasen a conocerse. Dice el autor de La Regenta en 1892: «y aunque jamás he tenido el gusto de verla, la conocía por varios retratos» (Madrid Cómico, 23 de enero). Y ella, en la famosa entrevista de Enrique Gómez Carrillo -«Intimidades madrileñas. Una visita a doña Emilia Pardo Bazán»- publicada en el mismo periódico -23 de abril de 1898-, al ser preguntado por él, que lo dirigía desde el día 18 de ese mismo mes y año, responde: «No le conozco personalmente... es un escritor de talento» (p. 318).

Doña Emilia sólo escribió un artículo sobre Clarín. Se trata del dedicado a Mezclilla, que publicó en La España Moderna, el 2 de febrero de 1889, en la sección Notas bibliográficas. Este libro supone, según Vilanova, «un avance decisivo en la línea de revisión crítica de la estética naturalista», de tal manera que las posiciones de Alas se ven influidas por «las tendencias renovadoras de la crítica francesa más reciente»6, a partir del Manifiesto de los cinco (1887) y otros testimonios. Es decir, en Mezclilla se defiende la última orientación de la literatura europea en la que se subraya el espiritualismo, la interioridad o el idealismo. Pues bien, Pardo Bazán, como sostiene Adolfo Sotelo, fue la primera que vislumbró esa inflexión en el ensayo de Clarín7.

Toda la labor crítica de éste, centrada en doña Emilia, tiene una finalidad bien diferente desde las novelas de 1889 -Insolación y Morriña-; tanto es así que pueden considerarse dos bloques: hasta ese momento son escritos favorables con un claro objetivo de encumbrar a Emilia Pardo Bazán como creadora de ficciones narrativas, y a partir de ahí, resultan, por el contrario, desfavorables y están destinados a desprestigiar a una escritora ya consagrada8. Es cierto, además, como sostiene M. Sotelo Vázquez, que estas dos etapas críticas están fundadas, respectivamente, en la poética realista-naturalista y en la poética psicológico-espiritual del autor9. Sin embargo, también -y eso complica más las cosas-, esos escritos del segundo período parecen dictados por la franca enemistad que Leopoldo Alas alberga, ahora, hacia la creadora coruñesa.

La anécdota desencadenante de tal desavenencia es bien conocida a través de Rodríguez Moñino: Lázaro Galdiano, director de La España Moderna, reclamaba a Clarín, en una carta de 20 de mayo de 1890, unas reseñas sobre las más recientes novelas de la autora de Los pazos de Ulloa, pues los colaboradores de la revista -y doña Emilia lo era-, recibían atención especial respecto a sus publicaciones. Sin embargo, Leopoldo Alas había enviado una sobre la Poética de Campoamor. No contestó Clarín a esa carta, y el número de mayo salió sin su escrito. La nueva misiva de Lázaro, del 12 de junio, trajo como consecuencia no sólo la retirada de la reseña mencionada, sino el que Alas no colaborase más en la publicación madrileña10.

Desde este momento, el talante de crítico objetivo del que siempre alardeó y que nunca dejó de atribuírsele, se ve contaminado por desagradables cuestiones personales que en nada engrandecen, sino todo lo contrario, las sucesivas reseñas que hace a las obras de Pardo Bazán. Pero esto, podría venir de atrás.

No es mi intención examinar aquí las relaciones literarias e individuales de tan señeros escritores, de las que G. Davis ha trazado un completo panorama11. No obstante, debo hacer referencia a unos cuantos hechos que, seguramente, adelantan en el tiempo esa ya abierta ruptura entre ellos, que data de la primavera-verano de 1890. Se sitúan en la época en que ambos autores publican sus obras más granadas, La Regenta (1884-1885) y Los pazos de Ulloa (1886).

En años muy próximos, aunque anteriores, su correspondencia, recogida por Carmen Bravo Villasante y Dionisio Gamallo Fierros, puede ser calificada de sincera, intimista y francamente amistosa12. En ella se habla de El cisne de Vilamorta y de la gran novela de Clarín. Alas llega a confiar a doña Emilia, antes que a nadie, que está escribiendo La Regenta, a razón de 400 cuartillas al mes. Pero también le comunica sus preocupaciones y temores sobre sus dotes como escritor. La contestación de Pardo Bazán -el 18 de abril- es de ánimo y cuando recibe la novela, enviada por su autor, le escribe felicitándolo y emitiendo un acertado juicio sobre ella. Le reconoce, incluso, algo que la calidad del texto dejaba fuera de toda duda, pero que a su autor le preocupaba hondamente, casi le obsesionaba. Dice doña Emilia: «ya tiene V. fisonomía y singularidad propia, suya por completo» (p. 297). En otra carta, del 7 de julio, le indica que ya ha leído el 2º tomo de La Regenta, para lo cual se ha fingido enferma, y su veredicto no puede ser más favorable, aunque como en la epístola precedente sigue lamentando, no por ella sino por el lector en general, la larga extensión de la novela. Hace, además, un fino análisis de Ana Ozores, que completará en una carta posterior, del 27 de julio. Y compara, con resultado superior para Alas, La Regenta con Lo prohibido, de Galdós.

No hay duda que en estos momentos nada hacía presagiar una crisis tan violenta entre ambos escritores. Tal vez, como supone Gamallo Fierros (p. 239), doña Emilia actuó egoístamente al no dedicar algunas líneas a la gran obra de su amigo13, quien había reseñado ya, por aquel entonces, Un viaje de novios, La tribuna, El cisne de Vilamorta y prologado la edición en libro de La cuestión palpitante, de lo que se arrepentiría más de una vez14.

En 1886 Galdós no consigue entrar en la RAE. Leopoldo Alas culpa de ello a la envidia de Antonio Cánovas. La carta que Pardo Bazán le envía el 13 de diciembre de ese año, cuando ya había salido el primer tomo de Los pazos, y faltaban pocos días para que lo hiciese el segundo, no concede crédito a esa supuesta envidia pero sí admite, y esto parece más verosímil, el influjo de «teclas políticas que ofuscan el espíritu, más grande y más sereno»15. El caso es que años más tarde, el propio Clarín escribirá a Galdós (17 de junio de 1891) recordando este episodio, y considerándolo la causa por la que había comenzado a «enfriar con esa señora», a la que le dedica el sustantivo que designa el supuesto oficio más viejo del mundo16. Tal vez esa incipiente inquina de finales de 1886 se trasluzca en el primer artículo, desconcertante y ambiguo, que Alas consagra a Los pazos de Ulloa; lo cual, unido a lo que se ha mencionado antes, podría demostrar que la crisis se adelanta al extemporáneo episodio de 1890. No obstante, es en esta época y años sucesivos cuando Clarín arremete con más violencia contra la escritora coruñesa y todas sus obras. Pues bien, el examen de la autobiografía ficticia Cuesta abajo, publicada por Alas en La Ilustración Ibérica entre el 15 de enero y el 25 de junio de 1891, permite descubrir que Clarín -y ahora desde la creación literaria- ahonda más todavía en su conflicto personal con la escritora a través del personaje femenino de Emilia Pombal. De igual nombre, parecida físicamente a Pardo Bazán, empedernida lectora, demasiado sensual y atrevida, es tratada de un modo hiriente17.

Todo esto, es obvio, marca esas divergencias profundas, a que anteriormente se hacía referencia, entre las reseñas previas y posteriores a las mencionadas fechas. En ellas se centrarán las páginas siguientes, que se mantendrán, en lo posible, al margen del terreno de lo personal para atisbar horizontes más desinteresados o desapasionados que la crítica y la investigación literaria nos pueda permitir. En este sentido, no resulta baladí ni mucho menos, considerar el peso que en el examen de las obras pardobazanianas adquiere la concepción teórica y práctica sobre la novela del autor asturiano, la evolución de ambas, y hasta su personalidad y crisis religiosas18.

Leopoldo Alas no escribió ninguna página sobre la primera novela de doña Emilia, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina, de 1879, pero sí lo hizo sobre la segunda, Un viaje de novios, de 1881, que incluyó en el ensayo compartido con Armando Palacio Valdés, La literatura en 1881 (1882)19. Esta reseña es la más objetiva de cuantas el crítico asturiano consagró a la autora coruñesa. Comienza, siguiendo esta tónica, declarando su intención: «alabar, como lo merece, el talento de la escritora, aunque no incondicionalmente; no sin censurar algo, y aún algos en su libro» (39). Dada su fama de crítico quisquilloso, dos aspectos se revelan como laudatorios. El primero incide sobre la capacidad o el talento creativo de doña Emilia para concebir una novela, y sobre la exactitud de su concepción artística expresada en el Prefacio a Un viaje de novios. El segundo aspecto refleja que la novela es obra de alguien que tiene condiciones para el género narrativo, tanto es así que su autora pasa a ser de los pocos privilegiados de quien Clarín se declara lector.

La reseña tiene dos partes, claramente diferenciadas. La primera es una especie de introducción general sobre la adscripción del arte literario de Pardo Bazán, bastante discutible y, aun, confundidora, y la segunda corresponde al análisis concreto de la novela, presidido por la objetividad.

Tanto el crítico como la autora en su Prefacio subrayan una idea común a ambos: el género del momento es la novela, es el único que sigue vivo, y prueba de esa vitalidad son las confrontaciones que se producen en torno a ella. Por el contrario, la lírica y el teatro se encuentran en un estado agónico. Alas examina ese enfrentamiento siguiendo un criterio ideológico: libertad versus tradición, presente versus pasado, lo que le lleva a establecer dos bandos. En el primero sitúa a Galdós, en el segundo a Alarcón y Pereda. Trata de encajar a doña Emilia en uno de ellos, pero ella lo desconcierta: por sus ideas conservadoras debería incluirse en la facción tradicionalista, pero reconoce que «su táctica es muy diferente» (40) a la del andaluz y el montañés. Doña Emilia no ha escrito una novela tendenciosa: el personaje de Artegui es ateo, pero no se censura. Por eso, para Clarín, Un viaje de novios supone con respecto a Alarcón y Pereda, «un adelanto inmenso» (40) por la «imparcialidad y la tolerancia» (40). Alas reconoce, asimismo, la coherencia del Prefacio, en que la autora se declara contraria a los mensajes didácticos, y su práctica literaria, de tal manera que, dice Clarín: «Un viaje de novios es acaso el primer libro escrito por persona que profesa el tradicionalismo, más o menos tolerante, en que no hay el prurito del sermón y de la diatriba contra el libre pensamiento» (40). Es decir, a pesar de su desconcierto, no ve el autor de La Regenta contradicción entre el conservadurismo de Pardo Bazán y su manera de escribir en la que consigue mantener «la indiferencia de artista» (41), todo lo contrario que en la novela tendenciosa.

Este encasillamiento tradicionalista o conservador de la autora, que Alas sostiene, viene porque Lucía, la protagonista, ferviente católica, no se entrega a Artegui y no rehace su vida con él, una vez que su esposo la ha abandonado. Sin embargo, desde nuestra perspectiva de hoy, tan diferente en cuestiones femeninas a la de ayer, no podemos dejar al albur algo en lo que Clarín no repara: la valentía, por parte de doña Emilia, de presentar a la joven recién casada, dispuesta a regresar de su viaje de novios sola y encinta, para afrontar un futuro nada halagador en la ciudad provinciana.

Se detiene luego el crítico en aspectos del naturalismo, también en relación con el Prefacio, y, una vez más, pretende un nuevo y peligroso encasillamiento, sobre todo si nos atenemos a su contenido. En ese Prefacio, doña Emilia declara que no quiere que la adscriban al naturalismo francés sino a la tradición del realismo hispano, tanto pictórico -Velázquez, Goya-, como, claro es, literario -La Celestina, El Quijote, Tirso o don Ramón de la Cruz-. Por primera vez enuncia Pardo Bazán su fórmula integradora de la materia y el espíritu como objetos literarios, frente a la exclusividad de lo físico en el naturalismo. Sin embargo, Alas dice que ella explica «su manera de ser naturalista» (42) y habla del «naturalismo español, a que ella se acoge» (42). Y, más adelante, cuando se pregunta si Un viaje de novios es naturalista, responde: «El autor dice que sí; que lo es a la española» (42). Este tipo de marbetes: naturalismo a su manera, naturalismo español o naturalismo a la española fueron, y todavía siguen siendo, una de las rémoras más recalcitrantes para entender cabalmente el supuesto movimiento naturalista en nuestro país. Produjeron enorme confusión, y también sobre la escritora gallega, pero no lo perdamos de vista es Clarín quien está equivocando las cosas y creando ambigüedades sobre ella.

Antes de entrar en la segunda parte de la reseña, Alas discrepa sobre los conocidos defectos que doña Emilia esgrime contra el naturalismo en cuanto a la inventio («asuntos repugnantes o desvergonzados»), el discurso («prolijidad nimia, y a veces cansada, de las descripciones») y el tono («la perenne solemnidad y tristeza, el ceño siempre torvo, la ausencia de notas festivas»)20. Piensa Clarín que esta censura es parcial e indiscriminada. Y tampoco está de acuerdo con sus opiniones sobre la personalidad de Zola, que ella juzga como taciturno e hipocondríaco.

Ya en esta segunda parte, el análisis de Un viaje de novios aborda tres aspectos, que él denomina estilo, acción y composición, y caracteres. Son elementos fundamentales en la teoría novelística de Alas y, además, conforman el modelo de análisis que aplica en sus críticas21. Su examen, desde una óptica naturalista, le lleva a una clara conclusión: la obra tiene «Algo [...] de lo que la novela naturalista necesita; pero fáltanle muchas de las condiciones principales» (42). Es decir, y es un juicio plenamente certero, en Un viaje de novios hay elementos naturalistas y otros que no lo son.

En cuanto al estilo, las voces del narrador y los personajes, alaba la espontaneidad de algunos diálogos, tomados de la observación directa, y la objetividad de las descripciones. Todo ello propio del naturalismo. No obstante, encuentra afectación antinaturalista en el empleo de arcaísmos e hipérbatos que resultan artificiosos.

Muy acertado está el crítico en lo que se refiere a la composición de Un viaje de novios. Descubre que «falta unidad de propósito» (43), lo que se evidencia en algunos desequilibrios entre lo narrativo y lo descriptivo. Y esto tiene que ver, claro está, con el origen de la novela que había nacido como libro de viajes. Pone Clarín el dedo en la llaga al hacer notar la falta de funcionalidad de ciertas descripciones que influyen negativamente en el nudo y el desenlace de la novela. El primero debiera de atender al desarrollo del incipiente amor que surge en Lucía por Artegui, lo cual supondría entrar en la intimidad del personaje, pero esto es sustituido por las descripciones de Vichy. Las que se refieren a la enfermedad de Pilar suplantan a las páginas que tendrían que centrarse en los progresos de ese amor, y preparar el desenlace, que tal como lo plantea la autora resulta abrupto y precipitado. Sin embargo, Alas alaba sin paliativos la narración: «lo más interesante, delicado y exquisito que se ha escrito en estos años de prosperidad para la novela» (44).

Con respecto a los caracteres, destaca el personaje de Lucía. Le parece que está construido de un modo coherente: «un estudio serio y bellamente expuesto de un temperamento armónico» (45), de diferentes matices, con una conducta «digna y lógica» (45). No así Artegui, un personaje folletinesco, que, efectivamente, resulta, como dice Clarín, «falso, borroso» (45). Aprueba los caracteres secundarios.

Para finalizar, el crítico remata, tras declararse «naturalista empedernido» (46), retomando la objetividad que ha presidido su análisis. Alude a que los defectos de la novela no revelan pobreza de ingenio porque en ella hay bellezas que descubren a un verdadero artista, y anima a su autora a seguir escribiendo.

Sabemos por una carta publicada por Ana Freire, datable en 1883, cómo Leopoldo Alas conocía que Pardo Bazán estaba redactando La tribuna, que saldría en ese año, pues en ella le pregunta por la novela y le dice: «Mucho deseo verla»22. La reseña del crítico asturiano se publicó en El Día, el 2 de marzo de 1884, y luego se recogió, en 1885, en Sermón perdido. Se revela Alas entusiasmado con la nueva obra de doña Emilia, incluso demasiado entusiasmado. Cae Clarín en una crítica amable, de la que se sustraen al lector los defectos de la novela, que, desde luego, los tiene.

En una pequeña introducción, que recuerda en cierto modo a la anterior de Un viaje de novios por su carga ideológica, considera que la nueva literatura se está escribiendo en España no sólo por autores liberales como Galdós -«liberal templado» (51)-, sino por autores conservadores y católicos como Pardo Bazán y Pereda -«un par de neos» (51)-. Opina Alas muy favorablemente sobre el Pedro Sánchez perediano y La tribuna, donde los dos escritores pintan, el primero «las ridiculeces de nuestros revolucionarios del 54» (52), y la segunda, «lo mismo respecto de los federales de nuestros días» (52), aunque con menos maestría en lo cómico. Entre ironías por sus alabanzas a los dos escritores, Clarín no quiere dejar de dar fe de su credo liberal y avisa a sus correligionarios para que no piensen que «se ha pasado al moro» (52). Y comienza el examen de esta tercera entrega de doña Emilia haciendo una declaración que, implícitamente, guía ese examen: no sólo la autora ha publicado «teorías tan bien pensadas como las de su Cuestión palpitante» (52), sino -y esto es lo que interesa subrayar-, que La tribuna es «naturalista por todos lados» (52). Juicio del crítico asturiano que ha pervivido demasiado tiempo, aunque ya desmontado gracias a las aportaciones de González Herrán que ha demostrado la presencia en la novela de numerosos aspectos costumbristas23.

Destaca Clarín la eficacia del color, que atribuye a influencia de los Goncourt. Le parece lo mejor de la obra, e insiste en «la fuerza y corrección con que se emplea» (52). Y es que, en efecto, doña Emilia admiraba el «estilo colorista» de sus amigos franceses y ella se sentía dotada de un «temperamento colorista», tal como declara en La cuestión palpitante24.

No es descubrir nada nuevo que el autor de La Regenta hace de la construcción de los caracteres uno de los pilares fundamentales de su estética novelística, tal como se indicó más arriba. Por eso, y como lector atento, es perfectamente consciente de que Amparo, la protagonista que, además, da título a la novela, no está bien trazada. Aunque la ausencia de penetración psicológica resulta evidente, sin embargo el crítico asturiano no presenta ningún ataque, antes bien suaviza este fallo de la novela. Afirma, entonces, que lo «principal de este libro no son las personas por dentro, sino su apariencia y las cosas que las rodean» (53). Considera que a Amparo la conocemos por fuera pero no por dentro y que «toda la psicología» (53) es que «La tribuna se enamora, y no mucho, de un caballero oficial que le dice que se casará con ella, y no se casa [...] una escena de celos mezclados de orgullo, y de varios arranques patrióticos, que no se puede asegurar que sean cosa del alma» (53). Y, en suma, esto parece disculparse porque, para Alas, «Amparo es una muchacha vulgar, y nadie quiso otra cosa» (53). No le parece un personaje inverosímil porque, y en ello lleva razón Clarín, «No era el ánimo del autor pintar un ser excepcional» (53).

Sobre el aspecto satírico, cómico o irónico de la Revolución, la República federal, etc., el crítico es conciliador. Podría haber arremetido, como republicano, contra esto pero no lo hace. Se limita a decir que doña Emilia escribe mejor cuando se aparta de ese camino y que es necesario frecuentar lugares y tratar personas que ella no conoce ni conocerá.

No entra Clarín en la composición de la novela, pero alaba varios capítulos, pareciéndole el mejor El carnaval de las cigarreras, que funda en algo que, pasado el tiempo intensificará pero ya con mala fe. Me refiero a la consideración de la autora como ser andrógino, una especie de hermafrodita entre hombre y mujer. Dice Alas: «Hay allí observaciones, pensamientos, rasgos, que sólo puede producir una mujer que por milagro de la naturaleza, sin dejar de ser mujer, ni en un ápice, sea tan hombre como Emilia Pardo [...] Emilia Pardo piensa como hombre y siente como mujer» (54).

En la parte última de la reseña se suceden los elogios: la novela es acreedora de «tantos méritos» (54), pone varios ejemplos «signo que anuncia el talento de primer orden» (54), le aconseja que siga escribiendo en esta línea y «sus novelas serán cada vez mejores» (55). Y el cierre, casi de apoteosis, subraya la dimensión internacional de la autora: «No llegará a ser entonces la mujer que escriba mejor de España, porque ya lo es; pero sí a rivalizar dignamente con las que hayan sido o sean más célebres literatas fuera del reino» (55).

Esta valoración naturalista que Leopoldo Alas hace de La tribuna, no sólo orienta una reseña en exceso benevolente, sino que, como en otras veces, contraviene las opiniones de la autora, expuestas en el Prólogo, en el que dice no haber seguido ni el método naturalista ni el idealista, sino el realista. El crítico, por el contrario, cree que la novela de las cigarreras marinedinas «está mucho más de acuerdo con las ideas estéticas que cree y siente Emilia Pardo» (54).

Dionisio Gamallo dio noticia de varias cartas -mencionadas antes al referirnos a La Regenta- en que doña Emilia le hablaba a Leopoldo Alas de El cisne de Vilamorta, que se publicaría en 1885. El 18 de abril de ese año Pardo Bazán le comenta que está corrigiendo pruebas y le suplica «diga algo de ella» (297). Clarín le responde el 9 de mayo y le promete ocuparse de su nueva novela. El 25 del mismo mes la escritora afirma que ya se la ha enviado y que remita su reseña a El Globo, dirigido por el santiagués Alfredo Vicenti. El 13 de junio, sigue pendiente de las apreciaciones de Alas sobre El cisne, ya que éste desea que los exámenes le permitan leerla y comunicarle su parecer. A finales de junio el crítico envía un dictamen favorable, y el 7 de julio doña Emilia le confiesa que «su opinión [...] me tranquilizó bastante, pues ya estaba alarmada» (299). Por tanto, tenemos pruebas -no en otros casos sin embargo-, de que es la propia autora no sólo quien muestra gran interés en la valoración clariniana de su novela, sino de que es ella misma la que pide una crítica a su amigo. Es más, según dice Alas en carta a Galdós del 3 de julio, recogida por Soledad Ortega, nada menos que tres veces le había solicitado un artículo sobre El cisne.

Éste se retrasará hasta el 17 de septiembre. Saldría, efectivamente, en El Globo y, luego, sería recogido en Nueva campaña. Es una reseña francamente favorable, y desde el comienzo se suceden las alabanzas no sólo a la novela, sino al talento de su autora. Su trayectoria le parece firme, y la sigue encuadrando en el naturalismo: «Doña Emilia Pardo Bazán, que es uno de nuestros mejores críticos, notable historiador y muy erudita, es también una de los buenos novelistas de la que se ha dado en llamar nueva escuela» (59). El cisne, para Leopoldo Alas, viene a «aumentar su crédito» (59), adquirido en sus anteriores producciones, y es la novela que tal vez refleja mejor «el carácter literario de quien escribió ese maravilloso libro de crítica que se llama La Cuestión palpitante» (60). Confiesa Clarín que casi ha habido unanimidad en la buena acogida que la crítica ha dispensado a la novela, y él vota con la mayoría. No obstante, aunque pudiese pensarse que esto condiciona su propicio parecer, determinadas alabanzas podrían ser fruto de una admiración sincera, aparte la faceta amistosa. Por ejemplo: «Es Emilia Pardo Bazán uno de los españoles que más saben y mejor entienden lo que ven, piensan y sienten. Tratar con ella, siempre es aprender mucho; y así, en sus mismas novelas, donde menos quiere enseñar, lo que resalta más es el talento, la penetración, la claridad con que ve y expresa, la corrección con que dice, lo sabiamente que compone, la perspicacia con que observa» (60).

Sin embargo, al crítico asturiano no le parece El cisne «la mejor obra de su autor» (63). Halla «más originalidad, más gracia y frescura» (60) en Un viaje de novios, pero reconoce que ya no tiene ciertos defectos que había detectado en ésta. Doña Emilia ha progresado y aquí, dice Alas acertadamente, «su composición es mucho más sabia; la unidad de acción más patente» (60). Lo que no le agrada es el personaje de Segundo García. Descubre en él lo que tiene de plano, de estereotipado. Le hubiese gustado que se profundizase en su crisis, en su reacción personal ante el varapalo amoroso y literario, y en el aspecto cómico de contraste entre lo bello y lo feo. Como había hecho con Amparo, vuelve Clarín a insistir en que un ser «vulgar sirve perfectamente para protagonista de un libro» (61). Sin embargo, frente a Segundo, destaca la figura de Leocadia, a la que debiera dedicar más extensión en detrimento de la esposa del diputado porque, además -y es cierto-, la pequeñez del poeta se ve mejor en sus relaciones con la maestra que con la señora. También le gusta el tratamiento de los personajes secundarios como Victoriano de la Comba, el hijo deforme de Leocadia o su criada.

Las descripciones están realizadas con maestría y, aunque -afirma Clarín-, «la novela es corta y los caracteres principales y lo que se llama intriga ocupan muchas páginas, poco espacio queda para retratar la vida y costumbres de aquellas gentes; pero la autora tiene, por fortuna, la vara mágica de la concisión, y sabe pintar en cifra, y, merced a esto, se remedia la falta de espacio que lamento» (63). Del estilo celebra su naturalidad admirable, aunque lo afeen algunos arcaísmos y tecnicismos.

Pude sospecharse que la que hasta el momento el crítico asturiano considera la mejor novela de doña Emilia es La tribuna. Sin embargo, Amparo no parece ser un personaje más rico que Segundo, ni la composición estar mejor organizada, ni en El cisne hay tantos tics folletinescos como en la novela inaugural de Marineda. Es como si las anteojeras naturalistas impidiesen ver a Leopoldo Alas los defectos de La tribuna y ocultarlos, como considerábamos más arriba, en las páginas a ella dedicadas.

La posibilidad de acudir al epistolario del autor de Su único hijo, donde supuestamente se muestra el discurso verdadero de quien escribe, nos revela el auténtico valor que Clarín concedía a la última novela pardobazaniana. En esa carta a Galdós, ya mencionada, del 3 de julio le confiesa: «El cisne no me llena. En cuanto al cisne mismo es un pato y todo aquello me pareció insípido»25. Y viene a declararle la orientación propicia de su futura reseña, basada en lo positivo de la obra, de la que omitirá sus defectos. Estas son sus razones: «Tiene sin embargo el libro algunas cosas buenas y yo procuraré pensar en ellas preferentemente cuando escriba el artículo [...]. Y sea todo por Dios y por el talento que tiene doña Emilia»26.

No deben dejarse pasar por alto en este momento de las relaciones críticas -de crítica literaria por ahora- entre ambos escritores, la mediación siempre favorable para doña Emilia, de Galdós. Es claro el enorme respeto que Alas le tenía, tanto en el terreno personal como literario, y Clarín se dejó influir por él frente a otras interferencias malsanas. Posiblemente la personalidad de la escritora coruñesa, tan diferente a la del autor asturiano, además de su producción literaria y crítica lo desconcertasen o desorientasen respecto a ella. Por eso, y necesitando la opinión de alguien del que se fiaba plenamente, ya que existían opiniones malévolas, le escribe a don Benito el 11 de junio de ese año 85: «Hábleme Vd. de Pardo Bazán, que Pereda y Armando me han dicho horrores. Otro desengaño»27. Lo hizo el autor de Fortunata y Jacinta, y es obvio que bien, porque Alas en esa carta del 3 de julio, declara que, aunque no le convence El cisne, sacará a la luz lo mejor de la novela. Y dice: «Me alegro que Vd. me hable del mucho talento y gran construcción de la Pardo Bazán. Yo también creo que tiene talento, vista penetrante y clara y una construcción excepcional en España tratándose de mujeres»28.

La reseña a El cisne de Vilamorta termina con una deseable profesión de fe sobre la escritora coruñesa: «espero, con legítima esperanza, maravillas; y día llegará, me lo da el corazón, en que pueda decir con la sinceridad que siempre he usado: "Ahí tienen ustedes una obra maestra: la ha escrito la mejor artista de Galicia; una de las mejores de España". Esto profetizo; y si no, al tiempo». (63)

Y no pasó demasiado; a primeros de noviembre de 1886 el primer tomo de Los pazos de Ulloa estaba en la calle. A ella le dedicará Clarín una especial atención. Antes de que apareciese el segundo tomo -lo que sucedió en los días previos a la Navidad de ese año-, escribe una primera reseña con tres apartados, que aparecerá en La Opinión el 7, el 18 y el 30 de noviembre, respectivamente. Luego sería recogida en Nueva campaña. Realmente consagra en ella muy pocas líneas a la nueva novela de doña Emilia, lo que le lleva a pedir perdón a la autora y a los lectores «por estos tres interminables y no terminados artículos, donde apenas hablo de la materia que les da título» (81). Sólo al final de la tercera parte, advierte de que no era su propósito detenerse en ella porque «no se ha publicado [...] ni la mitad siquiera. Cuando la conozca entera, que pienso ha de ser pronto, terminaré las anteriores observaciones, y acaso me atreveré a ser más explícito» (80). Abordará, entonces, leído el segundo tomo, algunos puntos que -dice Clarín- «no pueden exponerse en pocas palabras» (80). Se trata de desarrollar la idea de que el género que cultiva Pardo Bazán «pide por su condición atrevimientos que ella no tiene, y algunos que no puede ni debe tener» (80), y, además «exigencias análogas» (80) en España, en la realidad de 1886.

De todos modos, da ya algunas opiniones muy positivas: por ese primer tomo, Los pazos de Ulloa «prometen ser la mejor novela de su autora» (80), el estilo con la maestría de siempre, pero con «más vigor y habilidad que nunca» (80), el argumento le parece más interesante, el arte con que se presenta al héroe en las primeras escenas «demuestran grandes adelantos en la habilidad técnica» (80), la novela podría ser «joya aún más excelente» (80) que Bucólica.

La primera parte de la reseña, tras un elogio, aun advirtiendo las dificultades, a la nueva empresa de la editorial Cortezo que con Los pazos de Ulloa inauguraba su nueva colección de NOVELISTAS ESPAÑOLES CONTEMPORÁNEOS, se dedica a los Apuntes autobiográficos que preceden a la novela. Se muestra aquí el crítico muy perspicaz al darse perfecta cuenta que esos Apuntes son una autobiografía literaria, que lo que allí se narra está en función de la autora y la literatura; por eso afirma: «La señora Pardo no cuenta de su existencia más que los sucesos y pensamientos que tienen relación directa o indirecta con el arte» (69). También Clarín pone de manifiesto con toda justeza los esfuerzos intelectuales de doña Emilia para alcanzar una suficiencia lectora y forjarse un estilo literario propio, salvando obstáculos que propicia su condición femenina. Los Apuntes -dice Alas- revelan «la historia de la educación de esta mujer, tan sin ejemplo en España. Llega a interesar, hasta enternecer, la narración de las aficiones literarias de Emilia, de sus vicisitudes y etapas. Tiene, a su modo, un gran parecido esa historia con la de Robinson fabricando por sí solo todo lo necesario para poder sustentarse en su isla desierta. Isla desierta era España para una española decidida, por vocación seria, constante, a ser un espíritu de varón fuerte y sabio. Con elocuencia que iguala tal vez a la de aquella famosa fábula popular, nos revela nuestra autora las fatigas que le costó aprender lo que sabe, siendo mujer y siendo española» (70).

Asimismo sabe interpretar Clarín la naturaleza de esos Apuntes conforme a la psicología de su autora. Ella no se ha metido en «honduras peligrosas» (70) por «su admirable salud moral y material (tal vez una misma)» (70), en contemplaciones sólo de su espíritu. No ha caído en ese abismo de mirar únicamente su propio ombligo por su «espíritu tan vividor, retozón, sensible a las impresiones forasteras como el de Emilia Pardo» (69-70).

Para el crítico asturiano, la personalidad de doña Emilia, templada en tanto esfuerzo por saber, le parece «simpática» (70) e «inspira nuevo, fortísimo interés, adquiere más relieve y originalidad, y merecería un estudio psicológico-individual profundo» (70). En ese relato de sus aficiones y lecturas se revela: «Afán de saber, de recorrerlo todo, de perfeccionar estudios de un género con el complemento de otros afines; un cultivo extensivo del espíritu [...] Una suprema depurada curiosidad transcendental podría llamarse el impulso constante que la mueve» (70).

No considera Leopoldo Alas que esto sea sinónimo de superficialidad, sino de su temperamento, definido magistralmente como «exuberante fuerza asimiladora» (71), que -añade-, «necesita mucho alimento, que consume mucho y vive a expensas del ambiente que busca afanoso, y no de su propia sustancia. Por eso mismo es el de doña Emilia un espíritu tan sano...». (71)

Esta valoración tan positiva de los Apuntes autobiográficos por parte de Clarín, contrasta vivamente con las opiniones de Menéndez Pelayo y Pereda. El primero, se las comunicaba por carta a Valera (el 14 de noviembre de 1886), considerando que «rayan en los últimos términos de la pedantería»29. El segundo, (el 15 de febrero de 1887) a Galdós por idéntico conducto, refutando la autobiografía «por insoportable e indigerible [...] aquello salvo la forma y el argumento, es de una cursilería semi estúpida que tumba de espaldas»30.

Aunque el crítico dice al final de esa primera parte, que estas psicologías van a servirle para comenzar la segunda, es decir el análisis de la novela y de los caracteres, lo cierto es que en esa parte no hallamos nada de esto.

El autor de La Regenta parte de un artículo de Brunetière sobre la influencia del público femenino en la literatura francesa, para referirlo al caso de Pardo Bazán. Dice allí el crítico francés que los autores, para ser del agrado de ese tipo de público, prescinden de determinados asuntos y se centran en otros. Como doña Emilia es, afirma Clarín, «escritora y [...] dama» (72) se crea un conflicto que afecta al tipo de novela «que hasta ahora exclusivamente ha trabajado» (73) porque la dama acaba imponiéndose a la escritora. En síntesis: «Una señora española que no quiere dejar, no ya de serlo, sino de parecerlo, no puede escribir una novela como Nana o como Safo» (74). Observa, además, «tres limitaciones» (74) en el arte literario de la autora coruñesa que se deben a su condición de señora, de dama, y a su sexo. Por eso no debe hablar de ciertas cosas, aunque las conozca, y de otras tampoco porque no es posible que las conozca. Y esto es imprescindible, considera Alas, «para escribir verdadera novela del mundo» (74). Añade una cuarta limitación, «algo más respetable aún que el decoro de una dama: la susceptibilidad de un creyente sincero» (75). Es decir, hay condicionamientos femeninos, de clase social y religiosos.

Todas estas explicaciones sirven para justificar que doña Emilia no penetra en la psicología de los personajes -«mira [...] con cierto desdén los intereses del alma» (73) pues no pasa de hacer «estudios de caracteres sencillos y aún vulgares» (73)- y que los argumentos de sus novelas son «someras relaciones sociales» (73). Clarín se está atreviendo a decir lo que hasta ahora había disimulado u ocultado en sus reseñas anteriores.

Las famosas «limitaciones», que hoy pueden parecer un tanto desafortunadas, seguramente las suscribirían casi todos. Sin embargo, decepciona leerlo en Leopoldo Alas que, por otro lado, adoba esta segunda parte de la reseña con palabras exculpatorias en relación con la amistad y la perspicacia de la autora. Termina diciendo: «Va todo esto delante, porque al tocar ciertas materias, jamás me perdonaría que la señora Pardo, mi amiga, me creyera imprudente, o mal intencionado, o falto de tino. No lo tema: la buena fe me ayudará en esta parte delicada e importante» (75).

Sin embargo, la tercera parte de la reseña sigue derivando por derroteros que no parecen obedecer a esa buena fe. Parte en ella de las consideraciones de Valera sobre el arte por el arte, que rápidamente aplica a Pardo Bazán. Justificando, eso sí, que aunque para ella la finalidad del arte es la belleza, no piensa que el arte sea por esto «puro entretenimiento» (76). Declara Clarín que la fórmula del arte por el arte «está en cierto modo anticuada» (76), que sirvió para combatir la literatura didáctica y tendenciosa de los años 70, pero ya no ahora porque lo que se reclama es que el arte esté en solidaridad con el artista, con sus sentimientos, sus impresiones, sus conceptos, pero no con sus juicios, lo que atentaría contra el impersonalismo. Todo esto propio del autor se refleja en su obra literaria, pero no en la escritora. Dice Alas: «en las novelas de doña Emilia no veo esto. No veo ideas sentidas ni sentimientos reflexionados; no veo el alma de esta señora [...] Lo que yo digo es que Emilia Pardo no quiere enseñarnos su espíritu en sus novelas, y que para ello se abstiene de penetrar en la sustancia de las cosas» (77). No es por escasez de ingenio, ni de habilidad para expresar lo importante, ni por falta de materia, ni por capricho31. Clarín renuncia a contestar a esto porque -dice «hacerlo cumplidamente, y con la delicadeza que el asunto exige, sería obra muy larga y difícil [...] Yo no hago más aquí que apuntar la observación de un hecho, señalar sus causas y los resultados». (79).

Realmente, a pesar de «tantas salvedades» (79) como el mismo Alas dice, de lo que el crítico está acusando a la autora coruñesa es de falta de temperamento literario. Ya Marina Mayoral en su edición de Los pazos de Ulloa señalaba como en esta reseña, articulada en tres partes, a la que nos estamos refiriendo, «predomina la actitud condenatoria que destaca los defectos pero no las virtudes, a veces con evidente injusticia y falta de objetividad»32. No se pierda de vista, sin embargo, que Clarín se está refiriendo sobre todo a las novelas previas a Los pazos, ya que de ésta casi nada dice esperando la salida del segundo tomo. No obstante, alguna razón debió pesar sobre él, quizá esa incipiente inquina que se mencionó antes, alimentada por la opinión de los enemigos de doña Emilia, para que el crítico escribiese una reseña que, de hecho, no lo es si no más bien un edulcorado, pero al fin ajuste de cuentas que choca con los artículos dedicados a su anterior producción literaria.

Pero más llamativa, si pensamos en la de La Opinión, es la segunda reseña de la novela, publicada en La Ilustración Ibérica, el 29 de enero y el 5 de febrero de 1887, ya concluida su lectura completa. Por cierto, es bastante más tardía que la anterior y, además, no entra en la novela hasta la segunda parte -la del 5 de febrero-. La primera es muy divagatoria, pero aparecen varios elogios de los que se destacan tres. El del comienzo, para felicitarla «por la demostración palmaria de sus facultades notables como artista. Sí; bien se puede decir ahora sin ningún género de reservas: Emilia Pardo sabe escribir buenas novelas» (81). El segundo elogio hace referencia a que Los pazos puede competir con la novela rusa por que «se abre su camino en el cerebro y en el corazón del lector y llega a lo más profundo, y allí arraiga» (82). Y el tercero, sobre la pintura del campo gallego, que no es de égloga, ni de poetas o filósofos soñadores, sino de cosechas, la tierra útil, como La Terre de Zola. Aunque a decir verdad mucho de esto no hay en Los pazos.

Sí es más acertado, sin embargo, el enfoque de la realidad galaica en la segunda parte de la reseña. Alas destaca a Pereda como único que «había sabido pintar en el campo el hombre del campo» (85), pero doña Emilia lo ha conseguido también. Y descubre que «sin idealizar el campo, le ha sabido encontrar su poesía natural [...] tenemos en abundancia poesía» (85).

Del estilo ya había hablado elogiosamente al final de la reseña de La Opinión, y aquí se refiere a los otros dos pilares básicos de la estética novelística Clariniana: la composición y los personajes. En cuanto a la primera, las palabras del crítico son reveladoras: «No está reñida la naturalidad en la forma de la acción, en la marcha de los sucesos, con el arte de presentarlos de modo que exciten más y mejor el interés, y esto se comprueba en los Pazos, donde todo pasa en una sucesión verosímil, jamás violenta, y, sin embargo, con sabía gradación y distribución de infalible buen efecto. Es claro que entre el arte de componer y el arte de la naturalidad en la acción debe sacrificarse, siempre que haya conflicto, el primero; mas siempre que por feliz accidente o a fuerza de habilidad el artista consiga hacer compatibles ambas excelencias, habrá miel sobre hojuelas». (86)

A Clarín, ahora sí, el personaje de Julián le parece muy bien trazado, en la misma estela de Lucía, la protagonista de Un viaje de novios, pero aquí mostrando «nuevas fuerzas de la novelista» (87). El curita no es un ser extraordinario y, sin embargo, doña Emilia ha conseguido convertirlo en «héroe muy poético e interesante» (86). Con habilidad el crítico asturiano deshace posibles equívocos respecto al capellán: «todo lo que se refiere a Julián está bien pensado, mejor escrito, y sentido con gran delicadeza y fina pasión poética. Con gracia original ha sabido la autora mostrarnos el amor que inspira Nucha al buen clérigo, sin asomo de escándalo, ni aún de malicia, sin un grano de mostaza de esa que suele picar más yendo entre líneas. Nada de esto; no era tal el propósito del artista; se enamora el capellán de Nucha, como el abate Mouret de Zola estaba al principio enamorado de la Virgen». (86)

También destaca los personajes de Marcelina y Pedro Moscoso, y los secundarios.

Evidentemente, hay un notable cambio entre las páginas que Alas escribe en La Opinión y éstas, tan positivas, de La Ilustración Ibérica, nunca, sin embargo, recogidas en libro. Es muy posible que en el tiempo que media entre unas y otras, Clarín hubiese conocido otras opiniones. No obstante, no puede ponerse en duda la superioridad de Los pazos de Ulloa sobre las novelas anteriores, ni que el crítico fuese consciente de ello y, que de hecho, hubiese apreciado más esta nueva entrega pardobazaniana. Si acudimos, de nuevo, al Epistolario, en una carta a Galdós, del 20 de diciembre de 1886, le pregunta si le ha gustado la novela y le dice: «A mí sí, algunas cosas mucho. Ya se lo he escrito a Emilia»33.. Desconocemos esta epístola del crítico a la autora. También, la respuesta de don Benito, aunque con toda seguridad debió valorar allí como se merece Los pazos porque en su artículo del 15 de abril, sólo dos meses posterior al de Alas, titulado «Conferencias de Emilia Pardo Bazán en el Ateneo», afirmaba con rotundidad: «La obra maestra de Emilia Pardo Bazán es Los pazos de Ulloa, publicada este año, y en la cual todo es hermoso, los caracteres vivos, la acción sencilla y patética, el fondo del paisaje, el estilo»34.

No descartamos, otra vez, el influjo benéfico del autor de Tormento, seguramente el más determinante, pero también la opinión generalizada sobre las bondades de la novela, ya fuese desde la perspectiva de la recepción crítica o de los comentarios epistolares como, por ejemplo, el que Pereda le hace a Galdós el 15 de febrero: «Los pazos me ha parecido la mejor novela de la Pardo, con capítulos de una belleza indiscutible, sin que parezca por toda la novela señal alguna de ese pujo de sectaria artificiosa del naturalismo convencional al uso, que tanto le perjudica en otras»35.

Sea como fuere, la segunda parte de la segunda reseña a la novela muestra la ecuanimidad y el buen hacer de un crítico solvente como Clarín, en la que, por cierto, se olvida de encasillamientos y tácticas reductoras en cuanto a su autora. Sorprende, sin embargo, que Alas no escribiese nada sobre La madre naturaleza que no debió decepcionarle y, todavía más, una carta, probablemente de 1888 avanzado o principios de 1889 -habla de la reciente salida de Miau, de que está escribiendo un folleto de compromiso sobre Rafael Calvo y el teatro español (1890), y la biografía de Galdós (1889)-, aunque Carmen Bravo la supone, sin fundamento a nuestro entender, de 1990. En esa carta, de tono decididamente amistoso, casi intimista, el crítico relata a doña Emilia sus achaques físicos, menciona la envidia que tiene de su «eterna juventud»36 y que, aunque ha escrito algo de Su único hijo, el niño no ha nacido todavía. La despedida no puede ser más cariñosa: «Suyo, invariable admirador y verdadero amigo»37. Después vendría la ruptura y otras reseñas muy diferentes.

No voy a detenerme tanto en ellas. La descalificación es lo habitual, y pecan, en líneas generales, de un visceralismo impropio de quien siempre se había hecho acreedor de lo contrario.

Con anterioridad al episodio concreto, ya clara desavenencia, de la primavera-verano de 1890, Clarín publica una, con dos partes, sobre Morriña, de la que había dado noticia en una Revista mínima de La Publicidad, el 30 de octubre de 1889. Salió en el Madrid Cómico, el 9 y el 23 de noviembre de ese año. Lo que prueba, una vez más, que el incidente con Lázaro Galdiano no fue sino la gota que colmó un vaso que se había ido llenando de antiguos resquemores. Vuelve Alas a aplicar su habitual patrón de análisis basado en la composición, los caracteres y el estilo, pero con frecuencia sus palabras se tiñen de ironías maldicientes. Le parece que doña Emilia escribe demasiadas novelas -dos en cinco meses: Insolación y Morriña-, y que su imaginación «no es fecunda ni variada» (94). «El vicio capital» de su nueva novela tiene que ver con «el asunto... tal como está tratado» (93) porque la «composición» (95) resulta «defectuosísima». Observa falta de profundización psicológica en la protagonista, que se suicida sin aviso previo, le disgusta el personaje del joven Rogelio, y le agrada más su madre, la viuda de Pardiñas, «mejor pensada y más viva» (97). Aunque considera correcto el estilo, entra Clarín a juzgar como inapropiados ciertos vocablos y usos coloquiales con un afán puntilloso bastante ridículo. Declara que Morriña le gustó más que Insolación, pero, incluso, menos que La tribuna y El cisne de Vilamorta. E insiste en su menosprecio en otro Palique -Madrid Cómico, 11-I-1890- frente a Valera que valora «¡la forma, la manera de contar aquellas nimiedades!» (3). Afirma allí: «Morriña vale poco, muy poco. Y vale poco... porque le salió a usted mal, porque no estaba el horno para pasteles cuando usted la escribió. Es insignificante, no vuelva usted a pensar en ella» (3). Sin duda el crítico asturiano muestra no haber entendido el drama de Esclavitud Lamas o lo que la autora quiso trasmitir, y su juicio resulta injusto.

En 1890, Leopoldo Alas incluye en Museum (Mi revista) un largo artículo titulado «Emilia Pardo Bazán y sus últimas obras». Le había hablado de él en una carta a Galdós, del 2 de julio, en el que daba su versión sobre el asunto de la ruptura -«Lázaro [...] quería hacerme tributario del furor literario-uterino de doña Emilia ayudándola a fuerza de artículos»38-, y le anunciaba su tono nada favorable: «Total que ahora publico yo en mis folletos el artículo que él quería postergar y el que me pedía él, pero éste no les gustará mucho ni a él ni a Dª Emilia»39. El artículo tiene dos partes. En la primera, tras argüir que quiere convertirse en mujer para apreciar los méritos varoniles de Pardo Bazán, insiste en varios tópicos sobre la escritora: «escribe a lo hombre» (102), «semeja a los literatos afeminados» (103), está demasiado pendiente de las modas y novedades literarias -y menciona La cuestión palpitante como libro superficial, algo vulgar pero efectivo-, se refiere a su afán por disertar, dando conferencias o abriendo polémicas, y llega a acusarla de oportunista católica, aunque sea «un espíritu laico por excelencia» (104), pero esto es un piropo.

La segunda parte del artículo se inicia con un recorrido por toda la obra literaria de doña Emilia. Se afana Clarín por introducir varias salvedades en torno a su amistad y concordancia en opiniones sobre crítica y de gusto en materia estética. Vuelve a recordar La cuestión palpitante y el prólogo que le había puesto con entusiasmo. Y subraya cómo las afinidades mutuas no supusieron ninguna alianza ofensiva ni defensiva entre él y la escritora, lo que prueba la imparcialidad con que siempre la ha juzgado. Pascual López revelaba «talento, pero no un artista verdadero» (107), precisamente por ese estilo añejo en el que estaba escrita. Un viaje de novios le parece «la mejor» (107) de sus novelas, aunque sea inferior en habilidad técnica a otras posteriores, porque «excede a todas [...] en inspiración, en gracia, novedad y fuerza, en la frescura de ser flor de ingenio» (107). Lo que siguió fue de menos valor hasta Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza, que vuelven a revelar las esperanzas de Un viaje de novios. Nótese que estas apreciaciones no se ajustan del todo, como se ha visto, a las reseñas respectivas y que no es de recibo equiparar las novelas de los Pazos a la narración de aquel viaje, iniciático para la recién casada.

Sigue la crítica a Insolación. Es implacable, fuera de lugar, carente de una lógica que la explique. Su tono arrebatado contrasta con el más contenido de las palabras que le dedica en un Palique -Madrid Cómico, 11-V-1889-, anterior al affaire con La España Moderna y Lázaro Galdiano, en el que muestra cierta condescendencia con la novela. No obstante, la califica de «boutade pseudo erótica» (91), la considera «la menos digna de encomio» (91) y anuncia el carácter censorio del Folleto VII, ya que le administrará una «amistosa fraterna, y hasta filípica, y hasta berrina» (92). Los argumentos empleados en éste resultan insostenibles, basados en la supuesta inmoralidad de la obra, el prosaísmo y el tono desenfadado. Como en Morriña, Alas no supo entender el relato, aquí la feliz y vital aventura de Asís Taboada, ni la composición, ni la psicología femenina40.

Al final del artículo vuelve a destacar a la señora de Pardiñas, ama de Esclavitud y a la madre de Salustio y al fraile de Una cristiana, pero las dos últimas páginas inciden sobre el prosaísmo, el sanchopancismo como el crítico lo llama, y la religiosidad realista. Son rodeos con que Clarín disfraza la falta de poesía de Pardo Bazán en sus últimas obras.

El 18 de enero de 1890, el autor de La Regenta consagró parte de un Palique a Al pie de la torre Eiffel. El libro recogía los artículos -Cartas sobre la Exposición-, publicados en La España Moderna en los números de julio, agosto y septiembre, fruto de la asistencia de la autora a la Exposición de París de ese año. Pero Clarín más que dedicarse a la obra trata con ironía unas palabras de doña Emilia sobre la relación entre el arte y la salud del artista.

Alas publicó sobre Una cristiana dos Paliques -sólo uno de ellos completo-, el 5 y el 12 de julio, en el Madrid Cómico. En el primero, aunque no había leído la segunda parte -La prueba- adelanta «la idea de que se trata de algo más importante, de más intensidad estética que Morriña y que Insolación» (123). Reitera el buen trazado de la madre de Salustio y del franciscano. Y, aunque el crítico exagera al afirmar que doña Emilia va más allá en los errores de su nueva entrega que otros contemporáneos, denuncia muy acertadamente su defecto principal: Una cristiana es una autobiografía mal concebida. Encuentra en ella fallos de verosimilitud porque Salustio no puede acordarse de tantas cosas. Debería, sobre todo, ceñirse al personaje clave, bucear en su psicología, lo que favorece el relato en primera persona. Y con mucho tino apela Clarín a la picaresca: «allí -dice- la narración es elemento de carácter del biografiado [...] y los extraños son examinados desde fuera» (124). En el Palique del 12 de julio, aunque ofensivamente, vuelve a tener razón al referirse a determinados episodios que no están en función del protagonista, con lo que se resiente el aspecto compositivo de la novela. Se detiene en defectos de estilo, si bien destaca la «frase pura, clara, armoniosa, sobriamente pintoresca» (127), y por enésima vez, se refiere con agrado a la madre del joven y al fraile.

A La prueba le dedicará Alas nada menos que tres Paliques. El primero, del 20 de septiembre de 1890, se articula en dos partes. Resulta muy contundente, y Clarín mezcla las cosas, aunque a veces sus apreciaciones sean exactas. Retoma argumentos expresados con anterioridad en referencia a que en la novela no se transparenta el alma católica de su autora: «se ve lo naturalista, pero no se ve lo católico» (128). Y esto le da pie para afirmar que doña Emilia «no oculta su antipatía contra el renacimiento de la novela de introspección» (128), lo que ha comprobado no sólo en esta novela sino en la ironía desdeñosa con que ha escrito sobre un autor que él admiraba, Paul Bourget. Llega a escribir el crítico: «se diría que doña Emilia le tiene odio al alma» (128). Lo cual casa con sus ataques a la autora coruñesa en La novela novelesca, de 1891, porque ella había expresado en la misma encuesta de El Heraldo de Madrid, del 4 abril, que la psicología y el sentimiento eran muestra de una realidad demasiado dulce en contraste con la escabrosa y amarga que pintaba el naturalismo francés. Y eso lo traducía el crítico ovetense como un desprecio a la tendencia espiritualista.

Realmente lo que Clarín le achaca a La prueba es que en ella no se muestra la intimidad de Carmen Aldao: la autora -dice- «excusándose de estudiar y pintar a su cristiana por dentro y de hacernos ver el conflicto espiritual, no deja de huir de las dificultades de su asunto, por muy a lo vivo que nos describa las lacerías bíblicas del leproso, y la fuerza de estómago de su legítima esposa» (130). Pero Pardo Bazán da más importancia al caso práctico que a la crisis interior: el pragmatismo de las obras, la caridad admirable de Carmiña. Y eso se plasma en descripciones naturalistas, que Leopoldo Alas quisiera ver suplantadas, con toda legitimidad en su concepto, por turbulencias anímicas41. Matiza más el crítico en el segundo Palique, del 27 de septiembre. Es cierto que no se profundiza en el personaje porque, aunque sufre un cambio, el lector no asiste a ningún conflicto psíquico, a ninguna lucha moral, ni al momento de su resolución. Pero no es menos cierto que tal como se ha concebido la novela eso resulta imposible porque se trata de la autobiografía de Salustio, y él no puede saber lo que pasa dentro de su tía política. Y Clarín se da cuenta de esto, y se pregunta por qué doña Emilia no cambió el procedimiento en esta segunda parte. Sigue, también, censurando los episodios marginales que afectan a la composición, para él siempre fundamental e indispensable en su armonía.

El tercer Palique, del 25 de octubre, subraya que, a pesar de los defectos, La prueba llega a interesar hacia el final por su «arte edificante» (133) y algunas notas cómicas, sobre las que, como siempre, indica que la autora no está dotada para este aspecto. No le parece mal el estilo, pero sí los tecnicismos y coloquialismos, de los que da, como otras veces, ejemplos razonados como si se tratase de un maestro que corrigiese un ejercicio de un alumno poco avezado.

Aun teniendo en cuenta que en estas reseñas a Una cristiana y La prueba hay apreciaciones inmisericordes y maldicientes, amén de censuras de errores palmarios, otras plantean aspectos muy interesantes en torno a la concepción de la novela espiritualista, de profundos matices psicológicos, que el crítico asturiano defiende y pone en práctica frente a una idea más laxa por parte de Pardo Bazán42. Sin embargo, esto no quiere decir, como reitera Alas, que a doña Emilia no le interesase la novela de introspección o que le pierda el exteriorismo. Si en La cuestión palpitante mostró su afinidad -y también desavenencia- con el naturalismo francés, en La Revolución y la novela en Rusia defendió un tipo de narrativa, sobre todo la de Tolstoi, donde el alma ocupa un lugar destacado, y desde las páginas de Nuevo Teatro Crítico, fundamentalmente, alabó la literatura de Bourget. Pero Clarín no nombra, ahora, estas conferencias ateneísticas, luego recogidas en libro, ni se refiere a la oportuna divulgación por parte de la escritora coruñesa de una nueva estética. No es capaz de darse cuenta que su estima por Realidad, de Galdós, novela poética o de sentimiento como alguna vez denomina a esa tendencia, es idéntica a la que le profesa Pardo Bazán.

Leopoldo Alas pierde toda objetividad cuando juzga en La Correspondencia de Madrid, el 15 de febrero de 1891, el Nuevo Teatro Crítico, la revista que la autora coruñesa dirigía y escribía en solitario, cuya salida había anunciado el 3 de enero43. Carecen de interés sus ataques a su carácter misceláneo, al excesivo trabajo para una única pluma, a la premura con que se redacta porque la revista era mensual, al alejamiento de la autora, antes amiga, etc.44 Y casi podría decirse lo mismo del artículo que dedica en Los Lunes de El Imparcial, el 29 de febrero de 1892, a La piedra angular. Aunque comienza diciendo que no demuestra decadencia, luego confiesa que la novela «no tiene de literario más que la apariencia; es en el fondo, y no creo que quiera ocultarlo, un tratadito de sociología criminológica» (154). Pone, fundamentalmente, tres defectos: «la precipitación», que se traduce en descuido lingüístico, «la falta de asimilación reflexiva y estética del objeto escogido», y «el modo vulgar, de superficial actualidad, con que el asunto está tomado» (153). Esto no es de recibo. En La piedra angular se plantea el debate sobre la pena de muerte. En la novela, como en la confrontación real de la sociedad, hay partidarios y detractores. No existe vanalidad en el tratamiento del tema, no puede existir porque el ejecutor de la pena capital, el verdugo de Marineda, al que la ley le permite y obliga quitar la vida a otros, acaba, atormentado por su conciencia, quitándosela a él mismo arrojándose al océano embravecido.

No son injustas, sin embargo, las ácidas líneas que el asturiano escribe sobre El tesoro de Gastón, una novelita intrascendente, en un Palique -Madrid Cómico, 5-VI-1897-. Pero sí el tono con que analiza algunos cuentos, en los que subraya lo que él llama «gazapos» estilísticos, impropiedades lingüísticas y defectos gramaticales de la autora coruñesa, aunque lo mitigue admitiendo su capacidad para este género literario, negada, sin embargo, en una carta abierta al director del valenciano diario Las Provincias.

Tras este largo recorrido por la labor de Leopoldo Alas como crítico de Emilia Pardo Bazán, en el que se ha prescindido de los múltiples comentarios y de las variopintas acometidas sobre su persona, cabe concluir algunas cosas, a pesar de la complejidad que el asunto encierra. En primer lugar, la existencia de dos tipos de reseñas, favorables y desfavorables, como se dijo más arriba. Teniendo en cuenta, además, que aun en las más benévolas el crítico asturiano sabe descubrir los defectos que tienen ciertas novelas, siguiendo un discurso teórico coherente. En segundo, que el signo de éstas viene dictado, con frecuencia, por influencias ajenas de naturaleza extraliteraria -prejuicios varios por lo general-, tanto en unas como en otras. En tercero, que también operan concepciones novelísticas distintas que afectan, sobre todo, a los justos reparos imputados a Una cristiana y La prueba45. Y, por último -fuerza es decirlo- doña Emilia desempeña un trabajo de hombres en un mundo masculino. Clarín apoya a la escritora y crítica en sus comienzos, pero cuando deja de ser una promesa, intenta defenestrarla. Pero, obviamente, Alas no fue una excepción. Y esto, agravio, ultraje, falta de equidad o como se le quiera llamar no sucedió al margen, sino todo lo contrario, de ese apasionante momento en que la novelística española cobra un auge sin precedentes, en un intenso debate crítico, a veces objetivo y a veces viciado de personalismos, sobre un género que, como sostenían tanto Alas como doña Emilia, era polémico y controvertido porque, al contrario de los demás, gozaba de auténtica vida.

El presente volumen, Clarín, crítico de Emilia Pardo Bazán pretende reunir las reseñas que Leopoldo Alas realizó sobre la escritora gallega46. Hasta el momento se hallaban dispersas, o bien recogidas en diferentes publicaciones recientes, o casi olvidadas por no haber merecido una reedición actual. De aquéllas, las de Un viaje de novios y la segunda de Los pazos de Ulloa fueron incluidas por S. Beser en Leopoldo Alas: teoría y crítica de la novela española47, la de El cisne de Vilamorta por J. A. Cabezas en Obras selectas48, las de Morriña, La prueba y El tesoro de Gastón por A. Ramos-Gascón en Clarín. Obra olvidada49. A. Vilanova, por su parte, nos ha proporcionado la primera de Los pazos en su edición de Sermón perdido50. No obstante, hemos rescatado otras como las dedicadas a La tribuna y Al pie de la torre Eifell, el pequeño ensayo Emilia Pardo Bazán y sus últimas obras -sobre Insolación, fundamentalmente-, las partes y fragmentos de varios Paliques centrados en Una cristiana, Nuevo Teatro Crítico, La piedra angular, cuentos sueltos y en la colección Cuentos nuevos51.

Hemos editado la primera edición, la de los textos aparecidos en prensa, para aquellos escritos que Leopoldo Alas no recogió posteriormente en libro. Sin embargo, lo hemos hecho de la segunda -la del volumen impreso- en el caso contrario, por considerarla definitiva, y hemos anotado a pie de página las variantes de la publicación periódica. Su estudio demuestra que el autor pulió y mejoró el texto de la primera edición, ya que corrigió errores gramaticales, estilísticos y, sobre todo, signos de puntuación. Clarín añadió y suprimió comas, incorporó paréntesis, sustituyó comas por puntos y comas o por la conjunción copulativa y, puntos y comas por puntos y seguido o dos puntos por coma. Hizo cambios gramaticales -concordancias de sujeto-verbo o sustantivo-adjetivo- y estilísticos, que afectan al léxico como novela por intriga, ingenio por espíritu, vividor por retozón, sensible por abierto, apreciaba por notaba, escritos por libros, combatir por derribar, etc. Enmendó algunas palabras sin sentido, que son sustituidas por las correctas -sentimientos por rudimentos, dice por doña- y también nombres propios -Zola por Tula, Flaubert por Plumbert, Lomais por Flomais-. Sin embargo, estos defectos de la primera edición no deben imputarse al escritor, ya que probablemente se deben a una deficiente lectura en el periódico o revista del original manuscrito de Alas.

El Apéndice es de carácter heterogéneo, pues incluye un conjunto de escritos clarinianos de naturaleza muy diferente. De claro signo crítico es el fragmento del Prólogo a La cuestión palpitante, que recoge su valoración del libro. Otros -frecuentemente partes de algún Palique- dan noticia de algunas nuevas publicaciones como la revista La España Moderna, las novelas Morriña y el ciclo de Adán y Eva, o de ciertas cartas enviadas por doña Emilia desde el extranjero a la prensa madrileña. No faltan en el Apéndice comentarios irónicos sobre el contenido de algo firmado por Pardo Bazán o sobre posibles defectos e impropiedades idiomáticas, insultos por las aspiraciones de la escritora a ocupar un sillón en la R. A. E., rencores patentes al recordar que lo solicitaba para que le buscase editor para La cuestión palpitante, patéticas quejas porque silencia Su único hijo y el Discurso que Clarín le había enviado o porque no aconseja que se traduzcan sus obras, y ataques como los vertidos en un fragmento de «La novela novelesca». El interés de este material radica no sólo en el hecho de que complete el corpus, numeroso e importante, de las reseñas consagradas a la autora coruñesa, sino en que muestra, desde otros ángulos, el continuo impacto -casi obsesivo- que Emilio Pardo Bazán produjo siempre en el ánimo de Leopoldo Alas.

Para la elaboración de este Apéndice hemos seguido la primera edición, a no ser lo recogido más tarde en libro, y tanto en él como en el cuerpo del volumen se han corregido algunas faltas de ortografía, aunque hemos mantenido los nombres propios tal y como los escribió el autor.

Quisiera agradecer la extraordinaria amabilidad de Yvan Lissorgues que me envió, desde Toulouse, todos los artículos que le pedí, la siempre generosa disposición de Cristina Patiño Eirín, que hizo de intermediaria, y el apoyo de mis compañeros de departamento en la Universidad de Santiago de Compostela.

Ermitas Penas






ArribaAbajo Un viaje de novios

Novela de la señora doña Emilia Pardo Bazán


(La literatura en 1881, Madrid, Alfredo de Carlos Hierro, 1882, págs. 181-189)


Si el lector sacase del conjunto de estos párrafos una impresión desfavorable para la novela de que pienso hablar, culpa sería de mi torpeza, no de mi intención, que es, en suma, alabar, como lo merece, el talento de esta escritora, aunque no incondicionalmente; no sin censurar algo, y aún algos, en su libro.

Yo ignoraba que la señora Pardo Bazán era una escritora capaz de concebir un plan de novela y de expresar con tal acierto su concepción artística; teníala por muy discreta, y sabía que manejaba el habla con maestría52, abundante siempre en palabras de castizo origen y propias y precisas. Con mucho placer he visto en Un viaje de novios muchas de las principales condiciones del novelista digno de ser considerado como tal53, y desde luego he admitido a la escritora gallega en el corto número de autores buenos que tengo para mi especial recreo, y en uso de mi derecho, al alcance de la mano, en mi humilde armario de libros54; separados de aquellos que guardo en oscuros cajones, bien clavados, para que algún indiscreto, sacándolos de allí y haciéndolos correr el mundo, no traiga sobre la tierra males parecidos a los que salieron de la caja del cuento.

La novela es el género único que en España prospera en estos días; y esto me parece muy bien, porque es lo más natural, y lo que es natural siempre acaba por ser lo mejor.

Bueno sería que la poesía y la historia y el teatro progresaran juntamente; pero de escoger algún género de literatura, y no poderlos hacer medrar a todos55, yo prefiero que sea la novela quien triunfe.

Las batallas de ideas y de formas literarias que directa o indirectamente se dan en todo período de vida espontánea y floreciente no existen ahora en España, ni en la lírica, ni en el teatro56. En las tablas triunfa un gran ingenio excepcional, que no quiere ni debe hacer escuela; en la lírica hay dos buenos poetas, que por distinto camino van a la gloria; pero sin dignos secuaces57, muy lejos de los míseros imitadores que ellos desprecian y que no hacen cuenta. Pero en la novela hay dos bandos: en este terreno, que es más ancho y más a propósito para las batallas, luchan el pasado y el presente, luchan la libertad y la tradición. Galdós representa la idea nueva, los procedimientos nuevos; en cierto modo le ayuda Valera, y algunos jóvenes hacen sus primeras armas a su lado con buena fortuna. En las huestes contrarias están Alarcón y Pereda; algunos cuentan a Selgas; yo no. Aunque parece, por el número, que la lucha es igual, no hay nada de eso. El sol no está bien partido. La ventaja, ventaja inmensa, está de parte de los que defienden la libertad.

La autora de Un viaje de novios viene a ser un refuerzo para los débiles. Pero aunque sus ideas sean las mismas, su táctica es muy diferente. Alarcón declara que escribe con propósito de enseñar, de defender sus principios. Pereda, aunque no lo diga, hace lo mismo. La señora Pardo Bazán dice que basta con lo que enseña a su modo la contemplación de la belleza, y no se propone enseñar nada, y cumple lo prometido en su obra. Un viaje de novios es acaso el primer libro escrito por una persona que profesa el tradicionalismo, más o menos tolerante, en que no hay el prurito del sermón y de la diatriba contra el libre pensamiento. El autor de Un viaje de novios hace que se enamore su protagonista de un librepensador ateo, pesimista, y no le encuentre censurable. Artegui, comparado con Fabián Conde, con Vitriolo, con Fernando, el de la novela De tal palo tal astilla58, es, en el respecto de la imparcialidad y la tolerancia, un adelanto inmenso. La señora Pardo Bazán lleva una ventaja positiva a sus correligionarios, y acaso maestros; y ellos, que saben positivamente mucho menos de filosofía y hasta de teología, son intolerantes, ciegos en materia de creencias y ciencia59. La señora Pardo Bazán, que hubiera podido defender con más conocimiento del asunto la causa, para mí perdida60, de la reacción, se guarda de hacerlo en su novela, directamente; Alarcón, que ha probado ya cuán deficientes son sus estudios serios en tales materias, combate con osada pluma el racionalismo, la ciencia nueva, en sus libros de imaginación, con una ceguedad de fanático, que sólo deja de ser repugnante, si se considera que ese fanatismo se debe tener por sincero61.

Parece que hay contradicción en hablar de la indiferencia de artista que hay en la señora Pardo Bazán y colocarla entre los paladines de las ideas reaccionarias.

Pero, en rigor, no hay nada contradictorio62; sólo hay una táctica distinta, como dejo dicho.

Así como Galdós se abstiene en sus obras de perseguir las ideas enemigas, y, sin embargo, se ve en cada libro suyo al defensor, por modo artístico, de la vida moderna63, en la señora Pardo Bazán se nota el amor a las ideas pasadas, a la fe obediente de nuestros padres, sin necesidad de garrulas proclamas, sin necesidad de que se pinten ateos y racionalistas espantables o tontos.

Como novelista, y puede decirse que ahora empieza a escribir esta señora, y claro es que en lo sucesivo y a la larga las creencias de la escritora han de dar el tono general a sus libros64. Esto cabe dentro del arte, y es cosa muy distinta de lo que predican los partidarios de la novela tendenciosa65. Zola mismo, el autor más naturalista, más indiferente, más imparcial en sus novelas, está muy lejos de ser neutral en la lucha de los partidos y las escuelas; sus Rougon Maquart (sic) son una poderosa y terrible crítica del imperio de Napoleón III; pero sin necesidad de faltar al dogma naturalista, por él mismo proclamado, de la impersonalidad que se exige para imitar en las novelas la realidad; sin mengua de esa fría imparcialidad con que el novelista debe imitar los sucesos del mundo que no sirven para propagar doctrinas66, sino que son como deben de ser, suceda lo que quiera.

Y ya que hablo de naturalismo, me haré cargo de lo que dice la autora de Un viaje de novios en el prólogo, en que explica su manera de ser naturalista. No me parece exacto el concepto que de la nueva escuela ha formado, por más que lo considero mucho menos defectuoso que el que suelen tener otros literatos de España, que han tratado y siguen tratando esta cuestión con una ligereza y con una falta de datos que darían risa si no dieran vergüenza67. La señora Pardo Bazán, discreta siempre, ha visto mejor que los más; pero no ha querido verlo todo68. El naturalismo francés es precisamente el verdadero, el legítimo, el que tiene la clave, el que da la norma; el naturalismo español, a que ella se acoge, apenas acaba de nacer, y su existencia es todavía tan precaria que los más niegan aún que viva69.

Zola no es ese autor taciturno, hipocondríaco, que la ilustre gallega se figura; no es un Heráclito; es un espejo terso70, límpido, de la realidad, y en sus novelas no todo es triste, aunque sí lo más; pero lo mismo sucede en el mundo. Los motivos de reír, que la novelista española echa de menos en Zola, existen en todos sus libros. En L'Assommoir, por ejemplo, es sublimemente cómico todo lo que se refiere a la boda de Gervasia y Compau (sic), sobre todo la visita al Museo, cuadro que acreditaría de autor cómico a cualquiera. Cien ejemplos, sin quitar uno, podría citar como éste, si fuera lugar oportuno. No; el naturalismo francés es algo más y mejor que las escenas poco honestas de algunos libros de Zola; y la señora Pardo Bazán71, que acaso hace bien en no leer todo lo que escribe el naturalismo francés, no hace tan bien, a mi juicio, en censurar así, en montón, ese naturalismo, causa que tiene mejor defensa de lo que a muchos parece, siempre y cuando que se tome en serio su estudio y no se hable de oídas.

Y la novela Un viaje de novios ¿es naturalista? El autor dice que sí; que lo es a la española72.

Algo tiene, en efecto, de lo que la novela naturalista necesita; pero fáltanle muchas de las condiciones principales.

Empecemos por el estilo. En algunos diálogos hay mucha espontaneidad; la verdad está tomada de la observación directa73; en las descripciones, que para ser naturalistas no necesitan ser minuciosas, se atiende a veces a la impresión general, no a la subjetiva, y esto es describir como manda Dios y el naturalismo. En la narración el escritor no influye, convirtiendo en obra lírica, por decirlo así, su libro; deja al enlace de los sucesos su movimiento propio natural74. Pero en el lenguaje, que es casi siempre puro, correcto, muy castellano, hay en no pocos pasajes un defecto que es la mayor antítesis posible al naturalismo; hay lo que ya se llama ahora afectación, tanto en las palabras que se emplean como en la construcción de los períodos.

Ciertos arcaísmos usa la señora Pardo Bazán, que roban espontaneidad y naturalidad al lenguaje.75 Y la construcción figurada de violento hipérbaton, que a veces emplea, da al estilo cierto tono de sonora elocuencia, que debe evitar todo novelista que quiere dejar a su obra sus atractivos propios y no sustituirlos con galas de dudoso gusto76. Quédese para ingenios pobres, de esos que suelen acudir a las academias a pedir celebridad oficial77, el lenguaje ridículamente pulido que hace abrir tamaña boca a los ignorantes que siempre se han dejado deslumbrar con esta clase de resplandores. Yo pienso que si se observa quién acude a las oraciones de paraninfo, a las lecturas solemnes y frías como témpanos de hielo de los discursos académicos, se notará que son los mismos que se embelesan contemplando en Semana Santa o en un día de boda real los paramentos, bordaduras y cimeras que ostentan los palaciegos y sus caballos.

Insisto en este punto, porque muy sin conciencia se ha elogiado a la señora Pardo Bazán por ciertas cualidades de su estilo y de su lenguaje, que, de seguir cultivándolas, han de perjudicarla no poco como novelista78.

Llegando ahora a la acción de la novela, noto, como defecto principal, que falta unidad de propósito; lo que debió ser libro de viajes, descripción de tierras y costumbres, se transformó en novela, pero sin dejar de ser lo que estuvo primero en la intención. De aquí una mezcla poco agradable, que perjudica mucho al interés del libro79. La novela aparece en las primeras páginas, y sigue su natural carrera hasta que se llega a Vichy; pero entonces la autora recuerda lo que se ha propuesto, y se suceden las descripciones innecesarias80, que interrumpen la acción, quitan al libro sus proporciones artísticas y roban el espacio que se hubiera necesitado para la detenida y parsimoniosa exposición de caracteres. El amor incipiente de Lucía, que es lo que importa ya al lector, tiene que dejar el sitio, que era legítimamente suyo, a la multitud de cuadros puramente descriptivos, que, aunque muy bien escritos, recuerdan lo de scis simulare cupresum (sic)81. Ya comprenderá la discretísima escritora que esa clase de descripciones no son las que el naturalismo recomienda. No ha de haber descripciones que no importen; se ha de pintar mucho y bien para que los lugares los vea el lector con el mismo relieve de realidad que ha de darse a los personajes82. Muchas de las descripciones de Vichy huelgan, porque en los parajes descritos no sucede nada que importe a la novela83.

Como tampoco importa el episodio larguísimo de la enfermedad y muerte de la anémica; con todo esto se olvida la autora de lo principal84: de los progresos que en el alma de Lucía hace su amor por Artegui. ¡Oh, que bien, pero qué bien estaban los dos solos! Lo digo con toda sinceridad: la narración tan magistralmente expuesta en Un viaje de novios, me parece de lo más interesante, delicado y exquisito que se ha escrito en estos años de prosperidad para la novela, hasta el punto en que85, interrumpidos Lucía y Artegui en su almuerzo, intervienen nuevos personajes, se diluye el interés, y se convierte en un libro muy apreciable, el que hubiera podido ser86, sin exageración, otra Pepita Jiménez, de seguir como empezara. El que tiene por oficio leer y leer novelas buenas y malas, y lleva en esta tarea años y años, difícilmente devora las páginas con el afán que en otros espíritus menos cansados de fantasías despiertan las invenciones novelescas; yo he sido capaz muchas veces de dejar la lectura de muchas narraciones muy notables en el pasaje en que de antemano me había propuesto cerrar el libro.

Pues bien, leyendo Un viaje de novios, he sentido apenas rodar las horas que suelo consagrar al sueño87, y he gozado esa vivísima emoción que siente el que tiene la ventura de saber admirar. ¡Esto es escribir! Exclamaba yo a volver cada hoja. ¡Pícaro Vichy! La novela decae, no cabe negarlo, en cuanto Lucía y Artegui se separan. Cuando vuelve la autora a coger el hilo de su narración principal ya es tarde88; quédale poco espacio, y asistimos a la catástrofe de un drama psicológico, que apenas hemos entrevisto, del que sólo conocemos en rigor una primera escena, que es una especie de idilio89 ...naturalista (que también los hay, ¡yo lo creo!). Cualesquiera que sean los defectos indicados y los que aún indicaré, es indudable que la pluma que ha sabido escribir la escena del despertar de Lucía en el tren, del paseo por Bayona, y sobre todo la del almuerzo después de la tempestad, es una de las pocas escogidas por la Providencia (que debe tener el arte), para trasformar esta literatura española90, que moriría de anemia si se obstinase en repetir sus cansados idealismos de otros tiempos y de otras creencias.

Poco espacio me queda para hablar de los caracteres principales. Lucía es el único natural y que en el modo de ser estudiado y expresado ofrece novedad y revela un arte exquisito91.

Quizá su ignorancia del mundo es excesiva, acaso no siempre hable el lenguaje que le es propio, pero es un estudio serio y bellamente expuesto de un temperamento armónico, de aparente sencillez, pero que no deja de tener esos matices, si pasa la palabra en tal sentido, que jamás sabrán componer las inteligencias medianas92, los ingenios poco finos. Lucía en su jardín de París, en su visita a la casa de Artegui (escena digna de la primera parte del libro), es una de esas figuras que quedan impresas en la fantasía, por la verdad de su pasión y de sus movimientos; no, no es aquélla una de tantas figuras de cartón de las que abundan en muchas novelas que pasan por buenas. Su conducta en todo tiempo es digna y lógica; el autor se ha atrevido con las grandes dificultades de su empeño y las ha vencido en este punto.

Nada en este libro revelaría el sexo del autor, a no ser la prolijidad en la descripción de la ropa blanca y de los trajes, y más aún la figura de Artegui93.

Artegui es un tipo fantástico, engendro de la imaginación de una mujer que sabe idealizar y que sabe sentir. Es acaso un fruto de la caridad y de la tolerancia, que parecen ser la inspiración de tan simpática escritora. No cabe duda que Artegui es un carácter falso, borroso, que toca a veces en el ridículo, mirando las cosas muy prosaicamente94.

Pero ¿quién sabe si la autora, como Lucía, estará enamorada de esta creación95? Ser sincera cristiana, católica ferviente, creer todo lo que la Iglesia manda creer, tocante al libre pensamiento96, y sin embargo de esto, y acaso por esto, enamorarse de una pobre alma perdida que ni siquiera cree en Dios, ni en el bien siquiera, es empresa de caridad y de abnegación, que debe llamar con voz irresistible a espíritus de mujeres como Lucía... y, ¿por qué no decirlo? como la señora que todo esto imaginó97.

Si yo, naturalista empedernido, aplicase los cánones de nuestra Iglesia, intolerante a su modo, como todas, ¡quién me vería a mí excomulgar al señor Artegui98, pesimista de similor, suicida oportunista, declamador intempestivo, desabrido amante, comediante cursi, socio del Ateneo de Vitoria, por ejemplo! Pero no haré nada de eso; imitando el ejemplo de la escritora de quien hablo, seré tolerante, y diré, sí, que Artegui es de cartulina, un figurín de pesimista...; pero esto para el lector. En el alma de quien le dio su vida fantástica, Artegui es... una obra de caridad99.

Los personajes secundarios, sin ser muy notables, conservan con naturalidad el carácter que se les atribuye, y Miranda, tipo vulgar, tiene rasgos de los que revelan el estudio de lo real, aunque peca por sobrado pasivo después del accidente de Venta de Baños. Pilar, la anémica, parece una de estas señoritas que sirven de armazón a los anuncios de la moda, luciendo noche y día, por las calles y los teatros y los bailes, su belleza de fábrica100; pero tiene el grave defecto de no ser en el libro más que un estorbo; está bien pintada, pero sobra.

En resumen, la Sra. Pardo Bazán podrá ser uno de nuestros mejores novelistas, porque Un viaje de novios tiene ya el sello de los libros buenos que quedan, si bien por su defectuosa composición, la falsedad de uno de los caracteres principales, y ciertas galas inoportunas del estilo101, no puede proponerse como modelo. Los muchos defectos de esta novela no son de los que revelan inopia de ingenio; en cambio, las bellezas revelan a un verdadero artista digno de su tiempo y del rico idioma castellano102, que es el que maneja.

Por graves e importantes que sean los estudios a que la señora Pardo Bazán consagra su trabajo103, no debe por ellos abandonar el cultivo de sus facultades de novelista. Fuera un delito que no le podría perdonar la literatura española.



IndiceSiguiente