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ArribaAbajo16. Marzo 1896

Descomposición del partido republicano español. -Ideas del Sr. Pi y Margall. -Estado del mundo. -Cuestiones coloniales. -Horror a la guerra. -Móviles que me impulsaron a escribir el Manifiesto a los americanos. -Consignación en estas columnas del Manifiesto. -Política internacional. -Predominio de Rusia en la tierra. -Aislamiento de Inglaterra. -La cuestión del Transvaal. -El Dr. Jameson ante los tribunales de Londres. -Cuestión de Bulgaria y de Abisinia. -Grande agitación en Italia. -Terminación.


I

Lo hemos visto y apenas damos crédito a nuestros ojos. La extrema izquierda del elemento democrático español, con su jefe a la cabeza y su programa por lábaro, se ha dividido con fragor de las inútiles bandas revolucionarias y se ha francamente acercado al método de la legalidad, después de haberlo puesto como no digan dueñas y haberlo maldecido con excomuniones pontificias en veintitrés años de diarios combates. Un verdadero neologismo han inventado en esta metamorfosis para caracterizar sus propósitos, mal sonante al oído, por poca costumbre de recogerlo entre las palabras usuales, pero muy expresivo de una resolución sistemática en los procedimientos, el neologismo «legalista», que ahora tiene una circulación limitada, por incipiente, pero que llegara tarde o temprano a entrar en las costumbres y aún a recibir consagración legal en el Senado de nuestra Academia. Quien ahora leyera un antiguo documento electoral, aquella tan abominable alocución dirigida por mí el año 76 en Enero, a los heroicos electores de Barcelona, encontraría palabra por palabra las ideas y frases hoy publicadas por los que, olvidando y eludiendo su apellido de pactistas, entran en la vigente legalidad con alardes y entusiasmos nunca sentidos por los que mantuvimos en el creador año 73 la República posible, como después del 73 la democracia legal con sus naturales caracteres históricos, y su propia esencia íntima. Es evidente, de toda evidencia, que las varias agrupaciones democráticas no se distinguen tanto por sus teorías ideales, como por sus procedimientos prácticos. Divídese la democracia, comprendiendo en ella desde las agrupaciones que han gobernado últimamente hasta los que profesan el socialismo y la federal, por este dilema: o pacífica o revolucionaria. Y prueba de que no importan las ideas, como importan los métodos, la tenemos al canto. Los krausistas se llaman mucho más avanzados que nosotros, fundadores de las teorías y de las agrupaciones conservadoras dentro de la democracia radicalísima; y sin embargo, prefieren al voto universal el voto cualitativo, resto de las teorías eclécticas, eco de aquellos tiempos en que Guizot, desde la Sorbona o el Colegio de Francia, y Donoso desde la cátedra del Ateneo de Madrid, proclamaban dogma político tan reaccionario como la soberanía de la inteligencia, oponiéndolo a la soberanía de la nación. Y lo que asevero del voto cualitativo, asevérolo también del concepto federal, que contiene reacciones económicas propias para resucitar el régimen de la tasa y de los gremios, como contiene reacciones regionalistas, de cuyos resultados únicamente podrían aprovecharse D. Carlos y el absolutismo. Después que, por la proclamación de los derechos humanos, se ha realizado la soberanía individual; y de que, por el establecimiento de la magistratura popular llamada jurado y por la extensión del sufragio a todos los españoles, se ha realizado la soberanía nacional, no se distingue la democracia, tanto por su doctrina, como por sus procedimientos. Deploro ver a mis antiguos compañeros de gobierno en la República enterados tan tarde, tras veintiún años, de la eficacia del método legal y parlamentario, pues, habiéndolo seguido al iniciarlo yo, acaso adelantáramos en nuestro camino mucho más, y acaso consiguiéramos cosecha mucho mayor de principios democráticos, aunque no ha sido escasa la últimamente atrojada; pero nunca es tarde, si la dicha es buena; y yo, alejado del Parlamento y del gobierno para siempre, desde mi humilde condición de publicista, debo ayudar a los legales contra los revolucionarios, al federal de Madrid contra el federal de Cartagena, repitiendo a éste que una revolución jamás fue obra de una secta, sino de una época, cual una tempestad jamás fue obra de una botella eléctrica, sino de aéreas y celestes corrientes magnéticas; por todo lo cual debe aprender la democracia, no a subvertir y subvertirse, sino a gobernar y a gobernarse.

II

No hay más que cuestiones coloniales en el mundo: los franceses tienen la cuestión de Madagascar, los italianos la cuestión de Eritrea, los alemanes la cuestión del telegrama de su emperador al presidente Kruger, los ingleses las cuestiones del Transvaal y del Cabo, los españoles la cuestión de Cuba, los rusos la cuestión de Corea, como si el eje de la política se hubiera separado de nuestra Europa y quedaran sus dos polos en el Oriente y en el Occidente extremos pasando todo él por los mares, y no como antaño, por el continente nuestro, que ha ejercido una soberana hegemonía en el planeta por espacio de siglos y más siglos. ¡Cuántas consecuencias intrincadas traen tales gravísimos hechos y cómo andamos sobre todos ellos con el temor de que alguno estalle y abra volcanes asoladores en el suelo e incendie los aires con apocalípticas tempestades! Nada me repugna y me subleva en el mundo como la guerra, necesitada de organizar sus fuerzas en un verdadero despotismo; esgrimida siempre con violencia y siendo esencialmente un mal, aunque vuelva por el bien; olvidada por completo de todas aquellas nociones del derecho humano sin las cuales no tiene precio alguno la vida y vuelven las sociedades al período de los caníbales como si reinaran aún sobre nosotros los dioses del odio, los dioses antropófagos cuyas narices se abrían como las narices de los tigres al hedor de la sangre, cuyo exterminador espíritu encerrado en cielos de tinieblas se gozaba con los holocaustos cruentos y los sacrificios humanos.

III

Odiando yo por tal suerte los horrores de la guerra, ya comprenderéis cómo habrá conmovido y angustiado mi espíritu el horror de la presente guerra civil en Cuba y el horror de la probable guerra internacional con los Estados Unidos. Yo comprendo y explico, aunque lo deplore, combatir a sangre y fuego en el continente de lo pasado como Asia o en el continente de la barbarie como África; pero no comprendo, no puedo comprender guerras civiles o extranjeras en los dos continentes de la luz y de las ideas, en América y Europa, comprendiendo menos un choque mortal entre ambos, que sería tan terrible sobre la inmensidad del Océano como el choque de dos cuerpos celestes en la inmensidad del espacio. Viejo republicano, constante demócrata, liberal de abolengo, he prestado culto a las instituciones americanas toda mi vida y puesto entre los nombres de mis devociones laicas a los héroes de la libertad, de la República, de la democracia en el Nuevo Mundo. Hanlo reconocido y recordado así en estos angustiosos momentos los periodistas y escritores de la grande América del Norte, dirigiéndose a mí en demanda de un pensamiento y de un verbo sobre la probabilidad y las consecuencias de una guerra, entre nuestras dos naciones. Las Revistas, El Faro y El Norte; los periódicos El Herald y El Voorld y El Journal, diputados y senadores, varias corporaciones hanme dirigido tantas consultas que me creí en la necesidad imprescindible de poner un cablegrama circulatorio, con quinientas ocho palabras inglesas, cuyo texto español copio aquí a la letra. Heles hecho, pues, a los americanos las debidas reflexiones sobre su temeridad en las líneas siguientes:

IV

«Decísme, americanos, que América escucha mi palabra. Creílo un tiempo. La vejez hame traído este desengaño: no me oís. Yo afirmé que nunca reconoceríais la beligerancia de los facciosos cubanos, y todavía creo que, siendo tal acto incumbencia del presidente, no lo realizará éste y le daréis el apoyo de vuestros afectos republicanos y por ende pacíficos. Así no vulneraréis, como vulnera vuestro Parlamento, el derecho internacional con declaraciones de beligerancia que atacan el principio de no intervención proclamado por la democracia toda y amenazan la integridad y la independencia de nuestra España. Si apoyarais al Parlamento, tendríamos que aborreceros, porque ser patriota es amar y aborrecer como ama y como aborrece nuestra patria. Imposible oiga vuestro primer magistrado a las Cámaras. Llamar ejércitos a facciosos sin disciplina y sin ley; Estado y Gobierno a cabecillas sin residencia posible; Congreso a juntas nómadas sin domicilio conocido; escuadras a barcos filibusteros sin filiación y sin bandera, derogando así todos los principios del humano derecho para cohonestar una impertinente ingerencia en conflictos de nuestra privativa soberanía y para fomentar una revolución criminal, funda todas sus esperanzas en el auxilio extraño y a extraños quiere sujetar la Isla en su mentido esfuerzo por una independencia ilusoria, y arremete contra la nación madre de todas las naciones americanas, es un error y un crimen colectivos, tan enormes, que habríais de pagarlos carísimos vosotros, si lo perpetran vuestros representantes, pues no pueden tolerar ni Dios, ni la humanidad este cesáreo y despótico atentado de la fuerza bruta y del interés mercantil a la justicia universal.

V

Quiere trastrocaros vuestra oligarquía belicosa de pueblo trabajador en pueblo guerrero por tristes resoluciones, que suman todas las violencias de una conquista armada con todas las perfidias de una diplomacia cartaginesa. La república conquistadora perecería en América como pereció en Grecia por Alejandro, en Roma por César, en Francia por Napoleón. Y perecería más pronto esa república conquistadora, si chocase con un pueblo inconquistable, como el pueblo español, a quien importan un ardite veinte años de guerra. Pero no habrá guerra entre nosotros, hermanos por los vínculos de la Historia toda y de las instituciones democráticas. Franklin, Washington, Lincoln, esos bienhechores de la humanidad, no pueden trocarse, no, en Jerges, en Faraón, en Atila, esos azotes de Dios. La Flor de Mayo, que todos los republicanos bendecimos, como saludan la rosa mística de sus letanías los devotos, no puede soportar un riego de sangre, ella que llevaba los peregrinos ansiosos de aplicar el sermón de la montaña y sus bienaventuranzas al nuevo mundo social.

VI

Volved en vosotros, como habéis vuelto durante los conflictos con Inglaterra, no se diga que retrocedéis ante los fuertes y arremetéis con nosotros porque somos débiles. Pues no lo somos, porque se han engañado todos cuantos, al creerlo así, nos han agredido, estrellándose contra un valor, cuya principal cualidad no está en el coraje, sino en la constancia. Y además no estaríamos solos. Al vernos el mundo desacatados por nuestros hijos de América, se sublevarían los afectos paternales de todos los corazones humanos y harían por los españoles, padres de la civilización americana, lo que hicieran por los helenos y por los romanos, padres de la civilización europea. La presencia de España en las Antillas recuerda que fuimos los reveladores del Nuevo Mundo, como la presencia en Filipinas recuerda que fuimos los reveladores de todo el planeta. Bien estamos, pues, donde estamos. No queremos nada más ahí; pero tampoco queremos nada menos.

VII

Y no invoquéis la doctrina de Monroe, desconociéndola y falseándola. Esta doctrina se revuelve contra la reconquista de América por Europa; mas reconoce la posesión secular de los territorios europeos en ese continente, y con especialidad del territorio antillano. No puede haber ni un continente solo, ni un pueblo solo. Y esas Antillas, separadas del continente nuevo y tendiendo al antiguo, representan la unión entre América y Europa, como representaban los archipiélagos griegos la unión entre Europa y Asia. Resulta, pues, un interés europeo el que las Antillas sirvan de comunicación entre los dos continentes y de áncora firme a la estabilidad del planeta. No estáis aislados en el mundo. Como todos los pueblos industriales, necesitáis cambiar, y mejor mercado encontraréis en Cuba española que en Cuba colonia vuestra, que no podríais someter, o en Cuba presa de las enfermedades consiguientes a una imposible independencia, que no podría conservarse.

VIII

Y Cuba es una democracia como España. Os lo dice quien pertenece a una generación, la cual ha suprimido la trata, la esclavitud, la intolerancia religiosa, el antiguo régimen colonial, y ha proclamado libertades que nos admiran y nos envidian todos los pueblos del mundo. Y casualmente hase erguido la insurrección parricida en Cuba, cuando acabábamos de dar leyes liberales por voto unánime de todos los partidos y nos preparábamos a concederle con amplia descentralización el gobierno oportuno de sí misma bajo nuestra gloriosa bandera y la posible libertad mercantil. Vosotros habéis nacido para descargar el cielo de asoladoras centellas, no para forjarlas y menos para blandirlas. Convivamos en paz. Cuando por el Virginius tuvimos la gran dificultad con vosotros, el más sublime senador vuestro, el abolicionista inmortal, mártir de la libertad, oponiéndose a la guerra en el Capitolio, dijo que si América concluía con la República en España, sucederíale lo mismo que le sucedió a la segunda república francesa cuando mató la república romana. Y vuestras Cámaras votaron un mensaje, reunidas en Congreso, aclamaron la República y la nación españolas. No somos hoy una República, pero somos la democracia más liberal de todo el viejo continente. Y a nuestra patria no podéis arrancarla de América, porque si esa tierra se hundiese en el Océano, sobre las ondas brillarían las estelas de nuestros descubridores navíos y en aquellas solitarias brisas eternamente sonaría el nombre de la creadora España.»

IX

Está pasando un fenómeno, que pocos advierten, y que influye con influencia soberana sobre todos: el aumento de la prepotencia moscovita en el mundo. Llámase al predominio de un territorio sobre las demás de cualquiera región hegemonía desde las edades, en que hubo la guerra del Peloponeso por la superioridad política o moral disputada entre Atenas y Esparta sobre toda Grecia. Pues Rusia no ejerce hoy hegemonía sólo sobre nuestra Europa; la ejerce desde los muros de China hasta los mares de Cádiz, la ejerce indisputablemente sobre todo el Viejo Mundo, mayor, mucho mayor, que la ejercida por los Estados Unidos sobre todo el Nuevo. Que Francia dispuso de Europa desde los días primeros de la centuria expirante hasta el año 14, por medio de Napoleón; que dispusieron los reyes y emperadores del Norte desde la batalla de Waterloo en el año 15, hasta la cuádruple alianza en el año 34; que desde la cuádruple alianza entre Inglaterra y Francia y Portugal y España hasta la terrible catástrofe de Sedán, dispusieron franceses e ingleses, según lo demuestran en la guerra de Crimea como la guerra de Italia y en la guerra de Italia como la guerra de China; que desde la catástrofe de Sedán hasta la retirada de Bismarck dispuso Alemania de todos nosotros no cabe duda de ningún género, pues son fases del tiempo las así caracterizadas que se hallan reconocidas por todos cuantos estudian y conocen la historia contemporánea. Pero como lo más difícil va siendo el conocimiento de los hechos diarios, apenas enlazados unos con otros en la viveza y multiplicidad de nuestras emociones personales, impeditivas de toda sistematización regular, nadie nota cómo anda Rusia, cual no se nota casi cómo anda el tiempo y no se nota nada cómo anda el planeta. Mas, miradlo: un veto suyo ha detenido los japoneses en su marcha triunfal y los ha sacado, no obstante victoriosos, de la Mandchuria vencida; otro veto suyo ha destruido la influencia de Austria en los Balkanes y logrado que príncipes tan católicos como el hijo de un Orleans y de una Parma bauticen al primogénito de sus amores en la religión oriental más o menos ortodoxa búlgara, feudo religioso y político ya de la santa Rusia; otro veto suyo ha hecho que Inglaterra desistiera de sus pretensiones acerca del régimen favorable a la pobre Armenia y ha repuesto al sultán sobre su trono despótico cuando parecía casi depuesto; una maniobra suya se ha incautado del gobierno de Corea, constituyendo esta península misteriosísima so el protectorado ruso indirecto contra todos los esfuerzos y maniobras del Japón; demostrando así que Rusia crece hasta posesionarse de dos continentes amenazando a los occidentales con la realización de aquella profecía del emperador Napoleón, quien anunciaba en las previsiones del mirar suyo de águila que para la próxima centuria Europa sería o republicana o cosaca88.

X

Así comprendo yo que Inglaterra se halle muy embargada por estos terribles síntomas del avance ruso y se aperciba con todos los medios posibles a procurarse un seguro venidero y una defensa enorme. Bien lo necesita, pues Rusia, que le iba cerrando antes por tierra desde las mesetas centrales del Asia tártara todos los caminos a Persia y a China y a India, se le cuela de rondón ahora en el mar y en el río Amarillo, disputándole con su largo cetro territorial el poderoso tridente oceánico. Mas no se duerme Inglaterra en las pajas. Fortalecida por el más potente factor de influencia que puede imaginarse, por su oro, y teniendo a su disposición aquella fuerza de que no pueden disponer ya los Estados, ni en Europa, ni en América, un presupuesto con superávit, no solamente ve crecer sus escuadras, sino aparejarse y moverse con una grandeza y una rapidez inexplicables. Tanto su ministro de las Colonias, Chamberlain, como su ministro de la Marina Goschen, aseguran, y no mienten, haber llegado el poder colonial y el poder marítimo de la Gran Bretaña en el mundo a términos que parecen soñados. Pero esta grandeza le suscita dificultades y conflictos no envidiables en las cinco partes del globo, muy propios para quitar el sueño a sus estadistas con frecuencia. Cola de cometa siniestro extiende la cuestión del Transvaal desde las riberas del Cabo hasta la desembocadura del Nilo y desde la desembocadura del Nilo hasta las orillas del Támesis. El grande africano Rhodes, una especie de Yugurta europeo, reinando so el regio manto y la imperial corona de Victoria, su reina, entre republicanas denominaciones y amaños, no se contenta y satisface, tras haber tendido a los pies de su ilustre soberana dominios innumerables y mapas que parecen como inscritos en los fantaseos de Las Mil y una Noches, no se contenta y satisface con esta obra fantástica, la cual cree pobre y pequeña en comparación de la intentada para lo futuro, y pretende acrecentarla, si quier en este acrecentamiento alguna vez tropiece con obstáculos invencibles y haga correr a la metrópoli, con su emperatriz y todo, riesgos o daños gravísimos. Los que conocen a este hombre, muy extraordinario, le atribuyen, al par de una codicia por el oro sin límites, una tan grande ambición que le suponen capaz de arrancar la corona cedida por necesidad a la reina, y coronarse, o César de un Imperio negro inacabable, o Cronwell de una República. Pero las gentes británicas, muy satisfechas del magno esfuerzo que supone todo esto en su patria y gente recelan dos cosas: bien un escándalo colosal, en cuya comparación quede lo del Panamá cosa baladí, bien una sarta de complicaciones intercontinentales como la surgida últimamente con el Emperador alemán, en las que recaiga sobre su patria una responsabilidad tan enorme como la de haber encendido en el planeta una guerra, cuyos estragos pueden dar al traste con todas las grandezas de nuestra ilustre civilización y con todos los productos del trabajo universal. Y hay para temerlo, y mucho, visto lo visto, visto lo que ahora mismo está sucediendo entre Inglaterra y el Transvaal.

XI

Las peregrinaciones emprendidas por los jefes de las colonias del Cabo y al Cabo próximas, encierran tal número de instructivas enseñanzas, que no debemos, ni desatenderlas, ni descuidarlas, si deseamos comprender el complicadísimo asunto. Desde luego el explorador y gobernante, a quien los ingleses idolatran, este célebre Rhodes, cuyo nombre no podemos elidir un instante, por sus obsesiones al gobierno y al pueblo de Inglaterra, se había partido de sus Estados como reo, por causante de la última perturbación y vuelve a sus Estados cuando no ha podido aducir excusa de ningún género como vencedor. Después de haber sido el general y jefe supremo en la triste aventura del médico Jameson; después de haber tirado la piedra esconde la mano; y se reduce todo el castigo que le han impuesto a un viaje más o menos cómodo por aguas y arenales más o menos extensos, y a una conversación larga con el superior jerárquico más o menos embarazosa. En cambio el instrumento de sus maniobras, el verdugo cumplidor de sus sentencias, el cabecilla de sus irrupciones, Jameson, va preso desde el Transvaal a Inglaterra como reo de lesa nación y lleva consigo presos también y sometidos a la justicia histórica los que componen el ejército roto que tantas pesadumbres acaba de dar a Inglaterra y tantos males ha podido inferirle. Y se ha dado el rarísimo ejemplo de que mientras la policía los vigilaba y las cárceles se abrían a su paso para recibirlos y por ende penarlos, el pueblo les ofrecía palmas al paso y les atronaba los oídos con vítores. Vestían los insurrectos vestimentas ceñidas a su cuerpo en África y ostentaban las pruebas de convicción que debe atraerles el justo castigo. Y no solamente ostentaban todo esto, sino que hacían un relato casi homérico de sus hazañas, ennegreciéndose la conciencia y la memoria con la incomprensible jactancia de crímenes que no han cometido y de muertes que no han hecho. Doscientas ochenta víctimas se imputaban a su voluntad y a su nombre tan gárrulos criminales; y el gobierno a quien asaltaban y que los ha vencido no quiere la gloria consiguiente a un tal extraordinario esfuerzo y se venga con no haber tenido necesidad del sacrificio ni de una docena entre soldados suyos muertos y heridos para salvarse del tremendo enemigo. Mas sea de todo esto lo que quiera, si así reciben los ingleses al vencido, entre loores y aleluyas, ¿no puede recelar el vencedor que lo reciba a él entre denuestos y silbidos? Sin embargo, el íntegro y estoico Kruger, que hizo un viaje tres lustros ha, sacudiendo en él una parte de las obligaciones que le impusiera la gran Bretaña, se dirige hacia Londres en requerimiento de nuevas garantías, por las cuales puede presentar él en fianza un régimen más antinómico para los uitlanderes y una participación más activa en el gobierno municipal para los ingleses que hoy explotan aquellas minas y que desistirán de proteger nuevas invasiones en cuanto alcancen una mayor libertad. Dondequiera que por grandes transacciones políticas se recaba un progreso pacífico y seguro, allí están siempre con sus adhesiones deliberadas y continuas, así nuestro corazón como nuestro pensamiento.

XII

Terminemos esta extensa revista deteniéndonos ante dos hechos capitalísimos, como son las transformaciones de Bulgaria y las guerras de Abisinia. Desde que mataron a Stambouloff, único estadista búlgaro capaz de comprender cómo Bulgaria no merecía el nombre de nación, si pasaba desde su antigua servidumbre bajo los otomanos a servidumbre nueva bajo los moscovitas; desde tal suceso comprendimos que la rusificación de los Balkanes tardaría poco tiempo, apoyada directamente por Francia contra sus propios intereses, e indirectamente por Alemania contra los intereses de la Triple Alianza. La inclinación a Rusia del primer ministro Stoiloff, la embajada del metropolitano Clemente a Petersburgo, la ida del príncipe Fernando a Roma en pos de imposibles cohonestaciones del catolicismo heredado con su apostasía próxima, el bautizo de su primogénito Boris por la mano del exarca Joseph, los padrinazgos de una comisión moscovita representando al gran padrino, al Czar, la proclama de Fernando como feudatario del sultán y su reconocimiento en esta humillación por todas las potencias, enseñan cómo se ha rusificado Bulgaria; y esta rusificación enseña cómo hay un imperio extendido desde la Península coreana en estos meses últimos hasta la helénica Macedonia. Todo hubiera podido temerse del Coburgo adscrito a la humilde monarquía búlgara menos que apostatara de la religión católica y volviese las espaldas al Austria después de haberse casado con una rica infanta parmesiana, tan devota de los Papas romanos como de los viejos Hapsburgos. Los escritores, dispuestos a excusar cuanto los reyes hacen, recuerdan la célebre apostasía del renegado Enrique IV y la comparan a una con esta reciente apostasía de un Coburgo-Borbón. Pero Enrique IV apostató para que no reinaran en Francia los hijos de Felipe II y el Imperio español no se dilatase desde las aguas del Danubio hasta las aguas de Gades, sin contar sus dominios en todo el mundo conocido; y Fernando Coburgo apostata para que se dilate un imperio como el de Nicolás II, que va provocando las iras mil veces dispertadas en la sucesión de los siglos por los aspirantes al dominio universal del planeta. Y los triunfos indirectos de Rusia son ya tan graves como los mismos triunfos directos. Y triunfo indirecto suyo es la campaña del Nego abisinio contra el ejército de los italianos en África, porque Rusia protege al vencedor so pretexto de ser el único rey africano de nuestra religión y pertenecer esta religión cristiana, o brazo de la religión cristiana en el árbol de nuestras creencias, a la religión oriental como la propia iglesia moscovita. Y lo de África trasciende mucho a Europa, y lo que sucede por Algalí, por Makallé o por Kasala repercute muchísimo en Italia, donde los ministerios a una oscilan y las Cortes con los ministerios al empuje de los telegramas eritranos. Así, viendo allí los ministros de Hacienda que la guerra puede traer aparejada la ruina, y alarmados por la terrible perspectiva de un Tesoro agotado y un presupuesto exhausto, se han decidido por convocar las Cortes, convocatoria muy combatida por Crispi, que quisiera presentarse al Parlamento, no con una dificultad aumentada, sino disminuida, merced a lo cual ha resistido cuanto ha estado en su mano las sesiones amenazadoras y los debates borrascosos. Pero las Cortes italianas se congregan en pésimas condiciones. Pocas veces he cerrado estas revistas bajo un dolor tan intenso, pues veo entrar en muy malos caminos a Europa y siento sobre mis ojos cargados por el insomnio la electricidad terrible de una voraz guerra. Encontrábame aquí próximo a cerrar estas reflexiones, cuando el telégrafo me comunica la desgracia de Italia en Abisinia, su general Baratieri vencido, diez mil de sus soldados muertos, las fortalezas próximas al sitio del desastre cercadas, los bárbaros aullando sobre la matanza y el exterminio, las manifestaciones en el pueblo italiano al saberse tal caso revistiendo carácter de revoluciones, el pueblo romano indignadísimo hasta maldecir a sus ministros como fieras de caza, las gentes echadas a los caminos para impedir la salida de tropas, y así la realeza como el rey pasando por tan espantosa crisis que nadie se maravillaría de ver triunfante la República en aquella desgraciada península. Si recorréis mis revistas, no podrán maravillaros tales sucesos, porque mil veces os he dicho que la demencia de su guerra en África traería una irreparable catástrofe a la infeliz Italia.