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ArribaAbajo20. Febrero 1898

El nuevo Gobierno de Cuba. -Su Presidente. -El Ministro de la Gobernación. -El Ministro de Hacienda. -Los demás Ministros. -Consejos a los autonomistas. -Composición del Ministerio cubano. -Necesidad en que se halla éste de procurar a toda costa y a toda prisa una saludable concordia. -Asuntos de Francia. -Observaciones. -Conclusión.


I

Consideremos y estudiemos el régimen autonómico en Cuba y sus principales mantenedores, tal y como he tenido ahora que estudiarlos ante los problemas presentados a la consideración general. Hablemos de las personas con las cuales gusto siempre de usar más mi natural benevolencia que la implacable justicia. Yo no las conozco mucho, porque razones de todos sabidas me alejaron de los partidos antillanos en la vida pública, y porque, dispuesto a resolver el problema interior de la libertad y de la democracia, no presté quizás en los veinte años últimos desde mi sede parlamentaria el interés y atención debido a los problemas coloniales. Pero sé del señor Gálvez, a quien hemos nombrado jefe de la situación autonomista recién creada, que no ha caído nunca en veleidades revolucionarias y que siempre ha confiado en la virtualidad y eficacia de las ideas progresivas sustentadas dentro de una legalidad tan amplia como nuestra legalidad española. Estos caracteres latinos, apartados de las propensiones al combate, que distinguen nuestra heroica raza, sobre todo en la creadora y audaz familia española, me tientan mucho al respeto y admiración, no sólo porque el amor a la legalidad y a los medios legales sea una virtud, porque tal virtud significan los caracteres y calidades indispensables a la mayor y más honrosa de todas las dignidades humanas, a la dignidad de ciudadano verdadero dentro de un pueblo progresivo y libre. Si, como sus amigos me han dicho, Gálvez jamás cedió a tentaciones belicosas o revolucionarias y siempre se mantuvo dentro de la legalidad más estricta, merece mi respeto por demostrar en ello un carácter político, el cual llevarále como de la mano a defender la legalidad triunfante con aquel arte mismo con que ha sabido hacer lo más difícil: respetar la legalidad enemiga, consagrándose a mejorarla dentro de las leyes y por las leyes mismas.

II

Me dicen, y no quisiera equivocarme, que su colega, Ministro de la Gobernación y de la Justicia, Sr. Govín, no posee calma igual a la del Sr. Gálvez, y no se redime y exenta de ciertas supersticiones coloniales a que podríamos llamar cubanas, contra la madre patria, que debían amar por igual todos sus hijos, con especialidad aquellos hijos criados en los últimos extremos hasta donde se dilata y extiende su manto celestial. No quiere decir esto que tal conspicuo personaje, abogado y orador de nota, cuyo renombre ha venido hasta la Península, se haya hecho reo de ninguna veleidad revolucionaria o belicosa, incompatible con su carácter de sabio jurisconsulto. Pero sí quiere decir que ha desconfiado muchas veces de que nuestra España pudiese llegar en sus Antillas a los últimos límites del progreso, cuando todos los días nuestra prensa libre, nuestras reuniones públicas, hechas unas verdaderas asambleas populares, nuestro Jurado soberano, nuestro comicio establecido en el sufragio universal, nuestra libertad de creencia y de enseñanza, nuestro inviolable hogar, debían decirle cómo se han abierto nuestros senos patrios a todos los vientos del cielo, y cómo, dada la igualdad característica de nuestra España, no podía menos ésta de dilatar sus derechos hasta las Antillas, con la circunstancia y en las condiciones muy especiales reclamadas por su índole particular, por su geografía y por su historia. La desesperación de Govín llegó hasta el extremo de irse y expatriarse cuando creyó extremada la defensa española, y con la defensa española triunfante una reacción implacable. Pero si esto hizo en muestra de una congénita desesperación, supo refrenarla no lanzándose de cabeza en el mar donde resuellan los tiburones filibusteros, reteniéndose dentro del respeto a sí mismo, en absoluta neutralidad, apartado de todas las parcialidades, y con una resignación y una paciencia, las cuales le han valido una enseñanza y una revelación bien diversa de sus presentimientos y de sus prejuicios: la enseñanza y la revelación del sentimiento progresivo, que reina y reinará siempre sobre la patria española, una de las primeras entre los pueblos o naciones redentoras del mundo. Que Govín perfeccione y complete su amor a la libertad con el amor a la Metrópoli. España no puede ser un ave de paso en Cuba; España es la misteriosa grande ave que ha empollado en sus nidos todas las regiones y todas las nacionalidades del Nuevo Mundo.

III

De Rafael Montoro podría omitir todo juicio, pues dentro de la Península es tan popular como en Cuba su nombre, y dentro del Parlamento se alza su figura brillantísima entre los primeros y más oídos de nuestros grandes oradores. Prestancia suma, natural aptitud, ademán muy compuesto, voz muy entera, palabra muy abundosa y sencilla; el raciocinio frío, mezclado, cuando así le conviene, al entusiasmo ardiente; la doble facilidad con que analiza cuando requiere el análisis la materia oratoria y con que vuela por los cielos de la síntesis cuando tiene a su disposición una materia sintética; la bondad nativa del carácter, la elevación muy natural del verbo, su cortesía en las contradicciones, su pureza y sobriedad en el estilo, hanle dado una fama que nadie ha contradicho, que no se ha puesto ni siquiera en duda, felicidad no gozada ni aun por los príncipes y por los primates de nuestra gloriosa elocuencia. La historia política de Montoro se ha discutido mucho más y se ha puesto más en tela de juicio que su altísima elocuencia. Desde luego las gentes se quedaron muy sorprendidas cuando le vieron aceptar un dije de tan escaso valor para él y para su mérito como el título de Marqués, aquí rara vez recibido ni usado por hombres políticos de su elocuencia y de su talla. Luego, cuando la cuestión del mando de Weyler y de sus proyectos militares, se levantó una cuestión de disentimiento y controversia entre los partidos, políticos innumerables negaron a Montoro su carácter liberal y le creyeron cortesano de la fortuna o del Poder. Pero en este último punto yo lo defiendo, porque lo creo libre, no digo de toda mácula, de toda sombra que pudiera deslustrarle. Comprometida España en guerra, empeñado el combate continuo y cruento en la manigua, no se podía controvertir la conducta del General en jefe con libertad allí, y menos asestarle una oposición implacable como la que aquí le asestaban en hora tan suprema y difícil, sin grave y profundo detrimento de la madre patria y lesión enormísima de su ejército. Así, el silencio de Montoro ante la conducta de Weyler merece la aprobación de todos los españoles que aman el deber, y muestra cuán cívico valor el grande publicista posee, cuando, después de haber combatido frente a frente las suicidas tentaciones guerreras, supo respetar lo que no podía patrióticamente contradecir, sosteniendo al partido conservador al personificar éste la defensa nacional, autorizándose así para ejercer con tino su autoridad y desempeñar con acierto su ministerio.

IV

Poco espacio podemos consagrar a los demás Ministros, no porque dejen ellos de merecerlo, porque necesitamos rendirnos a las exigencias del tiempo, de todo punto incontrastables. Zayas, médico eminente; Dolz, orador abundoso y galano; Rodríguez, comerciante de inteligencia y de fortuna, desempeñan tres carteras: el primero la de Instrucción pública, el segundo la de Comunicaciones, el último la de Comercio. Para su cargo, tiene Zayas títulos y aptitudes sin cuento. Hombre de ciencia, consagrado desde la niñez al estudio, muy dueño de un saber escogido, predomina en su profesión, médico, el carácter positivista de los pensadores americanos, quienes rechazan la metafísica con frecuencia o de lo metafísico prescinden. El Sr. Zayas pertenece, con el Sr. Govín, a la parte más exaltada y radical del partido autonomista. No así los Sres. Dolz y Rodríguez, que pertenecen ambos al partido reformista. Joven el primero, entusiasta en sus afectos, pagadísimo de sus ideas, con un carácter efusivo, con una elocuencia rica, muy apóstol y muy predicador, partió de la legalidad para sostener los debidos progresos en serie, y no quiso pertenecer a ningún partido insular mientras se compusiera sólo de criollos o de peninsulares, y ha entrado en este Gobierno creyendo que este Gobierno representa la reconciliación entre los padres y los hijos. El Sr. Rodríguez, único peninsular perteneciente al nuevo Ministerio, no ha cortado nunca sus lazos con la madre patria y ha sostenido siempre una estrecha unión entre la metrópoli española y la colonia cubana. Tales son los ministros que forman el Gobierno cubano, por lo menos tales se muestran a nuestros ojos. Y así, permitidme que después de haberlos examinado en sus individualidades, los examine y defina en su conjunto.

V

Definamos, en su conjunto, el Gobierno autonomista.

Y para definirlo en su conjunto, debo dar a los nuevos Ministros una mala noticia. Por más radicales que se crean en sus ideas, se han hecho, desde su exaltación al poder, irremediables conservadores. Y si no aceptan con franqueza esta ley de la necesidad, pasaráles aquello mismo que les pasó a los convencionales franceses, y como éstos perdieron la República sin remedio al pie de Bonaparte, perderán ellos sin remedio su autonomía reciente al pie de los jingoes o de los negros. Al surgir por vez primera la República en Francia, cada hecho grave aumentaba más y más el odio de los revolucionarios entre sí mismos, y con el odio de los revolucionarios entre sí mismos, las causas generadoras del desastre definitivo de la Convención, deshonrada poco después de nacida. Y este combate horroroso trabábase no sólo en el Parlamento, en la prensa, en los clubs, en los jardines públicos, en las sociedades literarias y científicas, en el teatro, en la Universidad, en todas partes. El feudalismo con todos sus errores, los nobles con todos sus privilegios, aquellos caballeros del puñal, tan maldecidos, aquellos guardias de Corps tan acosados por la plebe revolucionaria, la realeza con su dinastía, el clero con sus injuramentados, la emigración traidora, las irrupciones germánicas, parecían cosa baladí a los convencionales, según las desdeñaban o preterían, acordándose sólo unos de otros, de Robespierre, de Vergniaud, de Roland, de Danton, de Marat y sus monstruosidades todas. En pocos días la decoración política por completo cambió, los sentimientos de las fracciones y partidos tomaron carreras contrarias a las traídas de antiguo. Aquellos marselleses, generadores de la República, se convirtieron, a los ojos de la plebe revolucionaria, en los mayores enemigos de la República, porque la querían ordenadísima y sensata, con todos los frutos de la libertad y todos los resortes del Gobierno. Aquellos girondinos, precursores del nuevo régimen, bautistas del Mesías prometido a todos los amantes del derecho, verbos de las nuevas encarnaciones sociales, trocáronse para los parisienses exaltados en formidables reaccionarios, únicamente porque atajaban el paso de Robespierre a la dictadura y porque maldecían los crímenes sin ejemplo ni nombre del bruto Marat.

VI

Las sociedades políticas y literarias donde se preparara el 10 de Agosto y se convirtiera el antiguo sentimiento monárquico en novísivo sentimiento republicano quedaban desiertas y destituidas del espíritu popular, porque ya no estaba en su ministerio traer el nuevo estado social, sino dirigirlo y conservarlo. Es uno de los fenómenos más curiosos que guarda la Historia esta conversión de los tribunos, de los profetas, de los reveladores, de los videntes, en estadistas. Ellos no cambian; ellos profesan las mismas ideas que antes de su exaltación al Gobierno; ellos hacen desde las alturas sociales aquello mismo que prometían y formulaban en los sociales abismos; ellos permanecen por fuerza en el punto donde se hallaban colocados al ejercer la oposición y cultivar el ideal; mas la sociedad ha dado una vuelta, y en esta vuelta, de teorizantes se han convertido en administradores, de filósofos en políticos, de metafísicos en economistas, de profetas que anunciaban la buena nueva, en ministros imposibilitados de hacer entrar esta pura buena nueva dentro de la impura y rebelde realidad. Por esto hemos pasado todos cuantos hemos traído a una sociedad vieja e histórica nuevos gérmenes de ideas y nuevas formas de gobierno. Tal variación de la sociedad explica por qué Mirabeau muere monárquico parlamentario después de haber derribado la monarquía tradicional, sin que nadie comprenda en él su lógica rigorosa consecuencia; explica por qué los girondinos, después de haber formulado y traído la República, mueren todos en el cadalso por enemigos del ideal que habían formulado e impuesto; explica por qué se cayeron las dos alas de Lamartine, como las dos alas de Ícaro, al pasar el gran orador desde la tribuna de su Congreso a la sede procelosa de su Gobierno; explica por qué nosotros mismos los republicanos españoles, antes del 73 fuimos profetas radicalísimos, y después del 73 fuimos a los ojos de todo el mundo, sin razón y motivo que justificase tan extraño juicio, conservadores impenitentes, y en concepto de nuestra vieja secta y de nuestros antiguos fieles, hasta reaccionarios implacables.

VII

Por estas razones, fundado en estos recuerdos antiguos y experiencias propias, dígoles a los Ministros de Cuba que marrarán en su obra si no se resignan a ser profundamente conservadores y no se ocupan en atraerse las clases conservadoras, fuertes en todas partes, fortísimas donde hay tanto trabajo y tanta riqueza como en Cuba. Y así debo decirles no ha sido de mi aprobación el que se hayan encontrado al subir a sus altas sedes, con que, hallándose Cuba en estado de guerra, no se habían aplicado al periódico las leyes de la guerra y éste podía decir de partidos y de jefes en armas lo que solamente puede consentirse cuando los partidos y sus jefes se hallan en la plena y tranquila posesión del Derecho. Yo no atestiguo con los muertos, yo corroboro lo que defiendo con el ejemplo. Ante la guerra cantonal en Cartagena, la guerra separatista en Cuba, la guerra horrible y reaccionaria en el Norte, apliqué a todo el país la ley de Orden público, suspendiendo facultades y derechos, los cuales no pueden existir en el estado febril de guerra, desemejante del todo a los estados legales y pacíficos. Yo quiero la completa y absoluta libertad de imprenta, mas en una situación normal, cuando todas las leyes se practican y todos los ciudadanos a las leyes se sujetan. En medio del desorden, del incendio, del asedio, del asesinato, del exterminio, quiero y deseo que se oponga enérgicamente a la fuerza la fuerza, y a la guerra la guerra. Si hubieran hecho esto los nuevos Ministros, si hubieran proclamado la ley de Orden público, evitaran los reprobables artículos de crítica sobre milicia y militares, cuando milicia y militares se hallan en guerra; con estos artículos se hubieran evitado manifestaciones tumultuosas, condenadas por todos los hombres sensatos, reprobables de suyo y dañosas a la patria, pues no solamente pueden infligirnos un grave conflicto nacional, pueden infligirnos un grave conflicto internacional, que debemos los españoles evitar a toda costa, si amamos, cual se merecen, la independencia y la integridad de nuestra España.

VIII

El Ministerio cubano se ha compuesto con todos los elementos avanzados de la isla, desde la derecha conservadora o sean los reformistas, amigos de la evolución y de la serie, hasta la extrema izquierda, que ha deseado improvisar el Gobierno autonómico, cual si fuera fórmula cabalística. Pero ya formado el Gobierno, ya compuesto, entrando en el ejercicio de sus funciones, debe considerar que no puede dividirse por manera ninguna sin en el acto suicidarse. Tres factores capitalísimos lo han compuesto: el factor reformista, el factor radical histórico, el factor radical intransigente. Pertenecen a los reformistas, el Ministro de Comunicaciones con el Ministro de Comercio; pertenecen a los radicales históricos, el Ministro de Hacienda y el Presidente del Consejo; pertenecen a los radicales intransigentes, el Ministro de Justicia y el Ministro de Instrucción. La naturaleza de cada grupo, su índole peculiar, su historia particularísima, los combates reñidos entre todos ellos antaño y hogaño, las tendencias al fraccionamiento connaturales con todos los pueblos poco dispuestos y apercibidos a gobernarse por si mismos, no sugieren una confianza plena en la estabilidad y en la unidad del Gobierno. Ya lo dijo quien mucho supiera en materia de agrupaciones sociales: cualquier grupo que fundéis, se dividirá por sí mismo en derecha, centro, izquierda. Pero esta división irremediable, natural y aun provechosa en los Cuerpos deliberantes que han de legislar, en los Gobiernos que han de proceder y ejecutar es por todo extremo inconveniente y dañosa. Si una parte del Gobierno tira del Estado hacia el centro; si otra tira del Estado hacia la derecha; si otra tira del Estado hacia la izquierda, enfangarán el carro en un atolladero y no podrán abrirle vía desembarazada y amplia. No hay más remedio que ceder para gobernar, no hay más remedio que apechugar con todas las transacciones y huir de todos los combates. La guerra tienta mucho en pueblos de temperamento y origen guerrero, de historia épica, de carácter indómito, de luchas continuas en los campos; mas la guerra no sirve para cosa ninguna en política, donde se necesitan las componendas y las transacciones. No importe a los nuevos ministros que les llamen pasteleros, con tal que su pastel, bien condimentado, procure a Cuba la libertad y la paz.

IX

Los asuntos de Francia se han, a última hora, sobrepuesto en interés a los demás asuntos europeos; por manera, que no puedo callarlos sin cometer un delito de omisión imperdonable a los historiadores de veracidad y de conciencia. El asunto Dreyfus ha tomado proporciones tales, que los espíritus se han dividido y una guerra civil ha estallado en las calles, todo cuanto una guerra civil puede allí, en Francia, estallar, pueblo tan progresivo y culto91. Empéñanse unos ánimos en que Dreyfus era inocente, y ha sido castigado por su carácter de israelita; empéñanse otros ánimos en que Dreyfus ha sido culpado, y su culpa coge a todo el pueblo judío, enemigo de la humanidad y de la patria, con anhelos por vengarse del cautiverio perpetuo y de la humillación misérrima en que lo han tenido las gentes europeas, desde que Vespasiano y Tito lo trajeran esclavo a las ergástulas romanas. La cuestión así, ha tomado, sin que nadie pueda remediarlo, dos grandes caracteres: el carácter político y el carácter religioso. Todos aquellos, y son muchos en Francia, anhelosos por destruir las instituciones republicanas, conocen a una tener éstas su base más amplia y su seguro más inexpugnable dentro del gran principio de la libertad religiosa, y pugnan por destruirlo indirectamente, acusando y persiguiendo directamente a los judíos. Así los liberales franceses, muy pagados de aquella noche del 4 de Agosto, en que vino la libertad al mundo, noche tan beatificada y bendecida como aquélla en que vino al mundo el Redentor, no pueden pasar porque se intente convertir un proceso más o menos legal y una sentencia más o menos justa en ariete contra la libertad de pensamiento y de conciencia, inaugurada sobre nuestro continente, como todos saben, por su inspirado Concilio democrático, por su primer Asamblea soberana, uno de los mayores ornatos del planeta y uno de los mayores timbres del tiempo.

X

Pero id con ésas a los dos enemigos capitales de la República en Francia; id con ésas al partido pretorianesco y al partido teócrata, deseoso el uno de acabar con todo Parlamento, deseoso el otro de acabar con toda libertad. Así reaparecen aquellos antiguos sicarios de la dictadura militar, en Boulanger personificada un día, y tan parecidos por su índole, por sus conjuraciones, por sus tumultos, por su enemistad con todos los derechos, por su amistad con todos los despotismos, a los pretorianos de Marco Antonio sobreviviendo al Imperio de César y preparando el Imperio de Augusto. Hace mucho tiempo que se buscan pretextos por los empeñados en una gigantesca reacción cesarista para desacreditar el Parlamento, y tras las innumerables desgracias que ha sufrido éste, llégale ahora la sospecha infundada y temeraria de que piensa revisar el proceso a un traidor, tan sólo por servir la eterna traición judía y por minar el ejército en favor del extranjero, ese aclamado ejército, férrea base de Francia y única seguridad de reintegración en sus antiguos territorios. Y lo mismo que pasa con los pretorianescos pasa con los teócratas. No conozco tierra donde las sectas ultramontanas alcancen la fuerza que gozan hoy tales elementos reaccionarios en Francia. Inútilmente ha querido el Papa condenar este ultramontanismo exagerado, que intenta devorarlo so pretexto de quererlo, predicando a los teócratas la sumisión a las leyes civiles voluntaria y el reconocimiento de la República, fórmula consagrada y respetable de la legalidad. Los teócratas han desoído a su Pontífice y han llegado a celebrar novenas, rezar rosarios, ofrecer exvotos y dirigir rogativas para que Dios toque en el corazón a León XIII y lo convierta, pues son ellos más papistas que el Papa y más eclesiásticos que la Iglesia. Imaginaos, pues, con cuál regocijo habrán tomado por los cabellos esta ocasión de servir las reacciones europeas, predicando y sosteniendo contra los israelitas la intolerancia religiosa, el mayor de cuantos males antiguos se quieren ahora reproducir y reanimar.

XI

Las letras y las artes hanse mezclado a este dificilísimo problema y hanle traído la famosa resonancia de sus cien áureas trompetas. Un escritor de tan discutida reputación, pero de tan ruidosa fama como el célebre por sus obras naturalistas, llamado Emilio Zola, se ha metido en el asunto y ha sacado su pluma, cortante como una espada, por el infeliz reo abandonado de Dios y de los hombres en la terrible isla del Diablo, como aquellos condenados de la Edad Media para quienes inventaban toda clase de tormentos y para quienes la vida se convertía en un verdadero infierno, sin redención y esperanza. Zola, enemigo de la metafísica en filosofía, enemigo de la idealidad en literatura, buscando siempre lo particular, el individuo y el hecho, no se ha movido por causas universales primeras, como suelen hacer los grandes pensadores; háse movido por un caso concreto, excepcional, aparte, en que puede conseguir algún resultado muy beneficioso a una persona, sin trascendencia de ningún género a toda la humanidad. Háse querido comparar el caso de Zola defendiendo a Dreyfus, con el caso de Voltaire defendiendo a Carrá. Se ha dicho aun más: se ha dicho que tal ejemplo y recuerdo le tentaran y le movieran a participar de un problema cuya solución puede traerle, como su problema le granjeó a Voltaire en vida, una grande apoteosis rayana en las divinizaciones antiguas. Pero Voltaire defendiendo a Carrá, defendía una causa interesante a todo el género humano: la causa del pensamiento libre, que a todos los espíritus interesa, y todos los humanos tenemos cada cual un espíritu. Pero imaginaos que Zola consigue salvar un traidor, no ha salvado todos los traidores; imaginaos que sólo consigue perder más y más a un inocente, no ha perdido a todos los inocentes, no; tan concreto y particular es el caso. Pero las muchedumbres, empeñadas en proclamar a puño cerrado la traición del pobre militar preso y en perseguir con este motivo a toda la gente israelita, hoy abomina de Zola en escandalosas manifestaciones, amenazándole a la puerta misma de su casa con desacatos inenarrables y con amenazas indecibles de mortales golpes. Recuérdanle que proviene de Grecia, que su padre naciera en Italia, que acaso por sus venas discurre la sangre semito-aria de los antiguos dorios, que no puede querer a Francia, que trabaja por Alemania y por Italia, y defendiendo al traidor defiende la propia traición, escondida como un áspid en su pecho. Zola, injustamente tratado así por la pasión, allí difusa, defiende su causa con grandísima entereza y muestra tener, no sólo un gran talento, innegable, cualesquiera que sean sus errores, un gran valor cívico, cualesquiera que sean sus móviles.

XII

Las manifestaciones antisemíticas han perturbado, con esta ocasión y motivo, así las calles de París como las calles de cien ciudades francesas. Yo no comprendo tales manifestaciones. Aunque nuestra patria expulsó los judíos el siglo XV y la nave que transportaba los heroicos descubridores de América se cruzó en españolas aguas con la nave que transportaba los postreros proscriptos a Tánger; no teniendo, por tanto, nosotros los españoles una gota de sangre judía en las venas ni una semita clase a quien defender, protestamos de todo corazón y en plena conciencia contra esas bárbaras reacciones que perderían los mejores frutos de la revolución francesa y nos volverían al caos feudal y teocrático de la horrorosa Edad Media. Yo creí el antisemitismo una enfermedad oriental, una enfermedad de los moscovitas, una enfermedad de los croatas, una enfermedad de los rumanos, una enfermedad de los vieneses, una enfermedad imposible de adquirir aquí, donde nuestra sangre se colora y calienta en el oxígeno de la libertad. Comprendo que Viena y Petersburgo imiten siempre a París; no comprendo que París imite a Viena y Petersburgo. Los beocios pueden imitar a los atenienses, mas los atenienses no pueden imitar a los beocios. Ese socialismo cristiano del célebre Alcalde vienés, conocido por su judíofobia, que mezcla las exageraciones católicas a las tendencias demagogas, que pide con la destrucción del capital también la destrucción del derecho, que fanatiza los ánimos como aquellos frailes exterminadores, tan frecuentes en las guerras religiosas, puede aparecer entre los combates de germanos y esclavones como una extravagancia morbosa, pero no puede contagiar a la capital del humano espíritu, no puede contagiar a París sin que la humanidad pierda sus mayores timbres y se desquicie sobre sus bases de hoy nuestro luminoso y progresivo planeta. Tendría que ver las estatuas de los grandes pensadores demolidas en París; el trinquete de Versalles, donde se prestara el salvador juramento, a piedra y lodo cerrado; rasgada en pedazos la Constitución; borrado de los ánimos franceses el Derecho; sustituyéndose y reemplazándose todo con inmensas procesiones de flagelantes, yendo al resplandor de las antorchas por aquellos benditos espacios donde brotaran la Constituyente y la Convención a conducir, envueltos en sus hábitos frailescos, el rosario al costado, en los puños

el crucifijo, reos con coroza, herejes y relapsos condenados a la hoguera por no comer tocino. El mundo no retrocederá jamás a esa barbarie.