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- 30 -

A Isabel de la Cruz


21 de enero de 1605

Jhs.

1. Paréceme, Isabel, que está ya muy grande monja, y en las cartas se puede ver. Con la suya última holgué mucho, que era muy espiritual y de consuelo; gracias a Nuestro Señor que le hace tanta merced. A mí me la ha hecho Su Majestad en habérmelas dado por compañeras a entrambas parientas; y espero oiré siempre nuevas de muy grande gozo para mí, en esta materia.

Procure que Inés se desahogue y olvide de lo que le da pena, que me llega al corazón que la tenga de nada. Yo he deseado en extremo verlas, y a nuestra madre priora tanto como a ellas, y no sé si algo más, cierto; pero el tiempo me aprieta a hacer mi viaje derecho, y la compañía que he de llevar; y así, temo no verme obligada a ello.

No se olvide, Isabel, de mí, por amor de Nuestro Señor; que voy con toda la necesidad posible de la ayuda de buenos amigos, y cada día la tendré mayor; y hállome con muy diferente virtud de la que ella imagina.

2. A Inés aviso de todo lo de por acá. Tenga aquella carta por suya, que me hallo con pocas fuerzas; y tanto, que los que me ven dicen que no saben cómo me he de poner en camino; y más que voy en mula y no en coche. Pero acá se me ofrecen y atraviesan tantos embarazos y ocupaciones trabajosas, que podré ir a descansar al machuelo muy bien; y aún a tener allí oración, porque acá no me dejan.

Partiré, creo, en dos días. Voy sola de todo lo conocido, y esto me consuela, viendo que Nuestro Señor me quiere así; y de una vez parece lo ha querido arrancar todo. Él sea bendito y glorificado, Amén. Y la guarde y dé en Sí la felicidad que le deseo.

De Valladolid, 21 de enero de 1605. -Luisa.




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- 31 -

Al padre Ricardo Valpolo


29 bis


Jhs.

1. Yo supliqué a la condesa de Castellar que me prestase dos mil ducados, para juntarlo con mi hacienda y poder comprar mil ducados de renta de a 14.000, y que de lo que fuese cayendo se pagasían; y su señoría me respondió que de presente se hallaba sin ellos, pero que sus rentas iban corriendo siempre, y que así, yo dijese a la persona en cuyas manos quedaba mi hacienda, la escribiese y fuese dando cuenta del estado en que estaba la cobranza mía y lo demás de esta materia, para que ella viese lo que podía hacer. Y, asimismo, me escribió que esta obra mía, tocante a la misión, la estimaba por grandísima y que por la parte de ser mía la tendría por tan propia, que la contraría entre las demás obras suyas, que tiene muchas y no sé cuántos monasterios que ha hecho, y uno que trata de hacer al presente para una hija muchacha que tiene.

Visto esto, le escribí que el padre Weston había venido aquí, y que él creía que tomaría esto a su cargo. Y luego la condesa, sin esperar que él la escribiese, le escribió la carta que vuestra merced habrá visto, para dar principio al negocio.

2. Vuestra merced, si es servido, podrá escribirle que, demás de las obligaciones en que están a su señoría por lo que hace con este Colegio (que sustenta uno siempre), dejé yo, en mi partida, muy suplicado a vuestra merced la escribiese y avisase de cómo quedaban las cosas que me tocan en sus manos de vuestra merced, y que yo iba con esperanza de que, si su señoría pudiese, me haría la merced que le había suplicado y que así vuestra merced avisaría a su señoría del estado de mi hacienda y, a su tiempo, que de mí había sabido vuestra merced cuán poco es menester acordar a su señoría ninguna cosa que toque al servicio y gloria de Nuestro Señor, después de una vez advertida de ella. Y que las cartas que viniesen mías para su señoría, pedí a vuestra merced se las enviase a recaudo y con secreto; y que de la misma manera cobrase de esta señora las respuestas y se me enviasen; y que su señoría se servirá de enviar a vuestra merced las que me escribiere con parte, por que vengan sin pasar por otras manos; y que vuestra merced y todos los de su nación están reconocidísimos de la merced que les ha hecho siempre. Y mire vuestra merced que he escrito a la condesa, que escribe vuestra merced en extremo bien en español; que es así cierto, y las cartas que he tenido de vuestra merced son en uno de los buenos estilos que puede por acá haber.

3. Perdóneme vuestra merced, le suplico, por amor de Nuestro Señor; que, por haberme dicho el padre, ministro que vuestra merced mandaba escribiese este papel, lo he hecho; y en sustancia no se que haya otra cosa que decirle a la condesa.

Al padre Ricardo Valpolo.




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- 32 -

Al padre Critobal de Valpolo


Camino de Burdeos, 16 de febrero de 1605.

Jhs.

1. Hoy escribí a vuestra merced desde Bayona; y por quedar la carta a la mujer de la posada y no saber si irá cierta, escribo con este caballero que hemos hallado alojado en San Vicente, que es esta casa la del campo, camino de Burdeos.

Hanos llovido hoy y hecho terrible aire, pero no hay en el suelo casi agua, y dícennos que es poca la de más adelante, aunque los lodos muchos y las piedras envueltas.

Vamos con salud, gracias a Dios, que hasta ahora no la he traído, y el mal camino en Vizcaya y el recio tiempo y peso del hato que trajimos nos ha hecho caminar despacio; y los embarazos de los registros y guardas en que se gastaba tiempo en España y Francia.

En San Sebastián estuvimos tres días enteros, por estar yo mala y porque era un día de agua y aire terrible, que en Irún hizo un notable estrago en la iglesia, que es grande y de buena piedra; y en San Juan de Luz se hundió un navío cuando llegamos, con pérdida de cinco mil ducados de trigo; y en Bayona decían ayer se acababan de perder ocho navíos allí, con veinte mil ducados de mercaderías y la gente toda de él. Y si no fuera el tiempo tal, poco servicio, se hiciera a Nuestro Señor en caminar; y aun así es poco todo lo que se hace por Su Majestad. De aquí adelante podrá ser que lo haga mejor, que en Flandes dicen no se ha visto hielo mucho ha.

2. El inglés qué debía venir conmigo hallamos en San Sebastián, y no salió de allí hasta que salimos, y todo el camino fue junto a nosotros; y iba con él un mozo, bien vestido de morado, que dice el padre estuvo en el Colegio ingles, y en el coro, el día de Santo Tomás; y temía el padre si era el criado del obispo de Londres, que le había dicho el mozo en San Sebastián que estaba allí, y que deseaba ver al padre, y que había de volver a Valladolid; y dijo que a Lisboa y Sevilla. Pero a Irún llegó con nosotros, y hoy nos dijeron pasaban por Bayona entrambos: deben ir su camino a Flandes.

Gran yerro fue querer que este mozo, viniese conmigo; aunque le tengo por bueno; pero, con simpleza, puede hacer daño al padre y sabe muy bien desde el Colegio quién es y conoce harto de allá. Gran recato se menester en esta materia, y más estando ahí el embajador inglés; que irán a gran riesgo de ser presos al entrar en Inglaterra cuantos partieren de ahí, padres y sacerdotes.

3. Una cruz que tenía de ébano negro, menor que un jeme, llena de clavillos de plata, gruesos como puntas de diamante, que era de mi tío y yo gustaba muchísimo della, se me quedó allá, y no lo había visto hasta ahora. Imagino si Magdalena, con su devoción y simpleza, que la agradaban mucho esas cruces, se quedó con ella. Por ventura vuestra merced me haga merced de apretalla, si está en ese lugar para que la dé si la tiene; y vuestra merced pregunte a Isabel Vitman, y a Inés, de Medina, aunque de éstas no hay mucho que temer; pero podría ser se hubiese quedado olvidada allí, o llevádose por yerro a Medina. Si se halla, vuestra merced me la guarde hasta que haya persona cierta que me la traiga; que estimaré en mucho hallarla y me ha sido harto disgusto perderla.

4. Al padre Ricardo Valpolo he escrito desde San Sebastián; y ahora suplico tenga ésta por suya y no me olvide con Nuestro Señor; y al padre Cresvelo, lo mismo; y a todos beso las manos, y no querría supiesen en el lugar desde donde escribo, aunque debe estar bien divulgado todo.

5. A doña Ana María de Vergara, diga vuestra merced que no dé los cien reales a Magdalena, si no se va a Baeza, que son para su camino. Y si se queda, basta que se le den treinta o cuarenta, y esto en algún vestido y no en dineros, que los echará en rosarios o cosas sin necesidad; y lo demás vuelva a vuestra merced, si a vuestra merced le parece que estaría bien así; y si no, haga vuestra merced lo que en eso lo pareciere que será más justo.

6. A Inés quería avisase vuestra merced de mí, y que la escribiré presto, y deseo, que se entienda que he de ir a Roma; vuestra merced lo procure a lo menos, que me hará gran merced.

7. Al padre Floido beso las manos y le pido lo mismo; y al señor fiscal y a la señora doña Juana voy todo lo posible agradecida. Escribiréle más adelante por vía de vuestras mercedes. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced con el aumento de su santísimo amor que yo deseo.

A 16 de febrero, 1605.

Luisa.

Al padre Cristóbal Valpolo, de la Compañía de Jesús, que Dios guarde, etc., en el Colegio Inglés.




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- 33 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 14 de diciembre de 1605.

Jhs.

1. De los muy fríos pedernales cualquier bronco eslabón saca centellas, y la bajeza de mi merecimiento, en la ocasión de mi ausencia, ha mostrado y descubierto mejor la encendía caridad de algunos corazones, cuyas centellas, envueltas entre los ringlones de sus cartas, han podido llegar ardiendo hasta el mío; y las del de vuestra merced con la fuerza que no sabría decir, porque descubren viveza, supuesto lo poco que vuestra merced sabe que valgo para servirla; con que me he edificado harto. Gracias infinitas sean dadas a aquel inmenso piélago de benignidad de quien todo bien procede.

Siendo vuestra merced persona espiritual, la disculpa de todo cuanto puede cargárseme tengo en la mano; pues sabe vuestra merced que tenemos un amo que, cuando llega a descubrir su voluntad, no hay ahorrarnos con nadie, que es lenguaje bien practicado entre sus siervos.

2. Yo estuve con poca salud al principio con causa de una purga que me hicieron tomar por fuerza, que me llegó a la muerte; y, aunque siempre quiere Nuestro Señor que tenga que sufrir en esta materia, ando en pie, sin dar a nadie molestia; y creo habría cobrado gran es fuerzas, si no me desayudasen los continuos trabajos y motivos de dolor que aquí forzosamente se padecen, que ahora están bien crecidos.

Ayude vuestra merced a esta gente con sus oraciones y con cuanto pudiere, que no se que haya obra de misericordia mayor, ni necesidad de almas más apretada, espero en la benignidad de Dios que templará el furor que se ha encendido de nuevo en el corazón de sus contrarios.

3. Y en cuanto a mí, señora, digo que el designio que me sacó de España principalmente, me metió en esta selva espesa de fieras; y, hasta haber satisfecho a lo que aquello pide, no hallo camino para la vuelta. Procuro ir abreviando cuanto puedo por las turbulencias del tiempo; y si Nuestro Señor se sirve de que yo salga de aquí, ahí iré: derecha; y quiero tener tomada a vuestra merced la palabra que me da en su carta de amistad y merced, y de que hallaré abiertas sus puertas. Hállelas vuestra merced en aquellos grados de amor de Nuestro Señor que yo deseo; que en Él bien satisfecha tengo esa gran deuda; y en la Divina Majestad, por quien vuestra merced lo hace, espero me dará cómo pueda ser agradecida en todas maneras.

4. De Su Alteza creo yo muy bien cuanto fuere de piedad, porque nació con ella; y por lo que yo tengo de pobreza y desamparo humano, sé que no me faltaría su real ánimo en cualquier ocasión que llegase a sus pies. Quiérola entrañablemente, cierto, y me vencí harto en no verla; y a la señora doña Juana, cuyas manos beso; y pido a su señoría me ayude con sus oraciones; y las de vuestra merced no me han de faltar de ninguna manera.

Hasta ahora no he tenido con quien responder a vuestra merced. Cuando vuestra merced me la hiciere con las suyas, vengan por vía del señor don Pedro de Zúñiga.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced en su santísimo amor como yo lo deseo.

De diciembre, 14, 1605. -Luisa.




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- 34 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 28 de diciembre de 1605

Jhs.

1. Porque me coge este correo con gran dolor de cabeza y catarro fuerte, no puedo, señora, decir más aquí, de suplicar a vuestra merced dé esas cartas a un mercader que reside ahí, que se llama Otaviano, que las ha de enviar él a Italia. Y si vuestra merced no se acuerda quién es, es la persona de quien vuestra merced me llevó una carta a Valladolid, cuando vuestra merced fue de Flandes a España, y estaba harto mal escrita en español; y es persona que tiene muchos hijos.

2. Avísenos vuestra merced de sí y de su salud, pues está roto el silencio pasado, que para mí no es de poco consuelo; y, si la puedo servir en algo aquí; que lo haré con más amor que nunca.

Dícenme que está Su Alteza preñada. ¡Ojalá!: y que fuera una hija deseo, para reina de España, que lo tengo por de gran importancia.

No puedo, por el correo y lo que he dicho, pasar adelante.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo, que lo deseo muy de veras, cierto, y auméntela en su santísimo amor cada hora más.

De diciembre, 28, 1605.

Luisa.




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- 35 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 5 de enero de 1606

Jhs.

1. Como a seguro puerto envío a vuestra merced ese pliego, y otro envié poco ha, porque van papeles y cartas que tocan al servicio de Nuestro Señor y sería inconveniente perderse.

Suplico a vuestra merced, las dé al señor Otaviano, que es la persona que he escrito a vuestra merced, de quien vuestra merced me llevó una carta a España, y suele ser conocido en la Compañía.

2. Vuestra merced se sirva de avisarnos de su salud y no olvidarme en sus oraciones; y mándeme si la puedo servir en algo, le suplico.

Envíanme a decir se cierra el pliego; y así, no puedo cansar más a vuestra merced aquí. Déle Dios la salud y vida que deseo y un amor tan crecido y aumentado por horas como para mí misma le deseo y pido.

De enero 5, 1606.

Humilde sierva de vuestra merced:

Luisa.




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A la madre Mariana de San José, priora de las Recoletas


Londres, 19 de enero de 1606

Jhs.

1. Cuando tomo la pluma en la mano para otros, no puedo dejar de escribir a vuestra merced, aunque sean dos renglones; y por ser tarde y irse mañana el correo, serán pocos más.

2. Con el pasado, escribí a vuestra merced, y deseo en extremo tener respuesta, por importarme tanto lo que allí traté del cumplimiento de mi voto, el cual le envié trasladado al padre Maestro fray Agustín Antolínez, y le escribí debajo de todo secreto. Pero con vuestra merced sola, yo le alzaré de buena gana, y podrá responderme mejor vuestra merced su parecer, que tan bien le estimo, por lo místico que habrá en él. El acabar de saber la lengua es el camino, como he dicho, más derecho, al parecer, si no ordena Nuestro Señor otra cosa, como contra el que yo tenía ordenó mi venida a esta casa. Pero yo he temido revoluciones de guerras que me podían totalmente impedir y obligarme a volver a salir de aquí, sin poder tratar de esa obligación; y aun no sería poco entonces volver atrás, sin dejar la vida entre la turbulencia del confuso pueblo, con otras muchas que me harían compañía, para que están bien dispuestas todas las cosas. Y ni malos ni buenos se ven libres de un extraño temor ordinariamente; y los oídos, como dice su compañero el padre fray Juan, atormentados siempre con mil invenciones y enredos que se derraman de guerras, muertes, traiciones, sucesos desgraciados, que dicen están ya a la puerta y para venir a dar sobre todos. Y lo que se oye por ahí, fuera de eso, es blasfemias horribles contra el Papa y la Santa Iglesia, y llamar perros a los católicos a cada paso a sus oídos y en su cara; y eso, es lo de menos. Con lengua, parece se estaba ya todo hecho, y con la masa en las manos; sin ella, no es fácil el hacer algo en materia de esta mi obligación. Si se espera, témense prudentemente inconvenientes no menos graves que he dicho. Duda el alma cuál sea más voluntad de Dios; y así, no hay sino ponerlo en sus dulces manos y acudir a la luz y intercesión de sus fieles siervos. Cuando yo me llego a Su Majestad por medio de la oración, recibo trasordinario desahogo y una grande seguridad de su protección y cumplimiento de su voluntad santísima que es mi único deseo, y otras misericordias no menores, y una continua providencia, aun en las menores cosas que me tocan; pero no hago entera confianza de mis sentimientos, y quiero, inquirir su voluntad por más macizos medios. El padre maestro fray Juan, todo es que me vaya esta primavera a España; porque le parece que no hay camino aquí para tratar de otra cosa que de dejarlo. Y si Nuestro Señor detiene lo que es guerras y revoluciones de dentro o fuera del reino, yo lo veo, señora, cierto de gran gloria de Dios, si no ataja enfermedad o muerte; y hasta ahora, aunque se hinchan las olas y parezca que todo se ha de hundir, para en solo ruido, y Nuestro Señor lo tiempla y desbarata, y no ha llegado nada a efecto hasta aquí. Y lo que le tiene, que es la persecución, eso no me da ningún cuidado por lo que a mí toca, que es tener más paño.

Oración, Señora, con veras, por esta su humilde sierva suplico a vuestra merced; y a Nuestro Señor, que nos la guarde para la gloria suya que deseo.

De enero, 19 de 1606.

3. En este mes empiezan las Cortes, que se dilataron por la conspiración pasada. Espéranse, con mucha probabilidad, insufribles cosas contra los católicos para destruirlos. Ayúdelos vuestra merced con Nuestro Señor valerosamente, por que no dé este pedazo de muro de la Santa Iglesia en el suelo. Ellos harto se animan contra la inclemencia del tiempo que les corre; pero ésa es fuerte, y solos dos, dicen, han vuelto atrás en ella; y otros redúcidose a nuestra santa fe públicamente. Y entre ellos, una de las más graves señoras de título de la Corte y Palacio, mujer de consejero del rey; y ella misma lo fue a decir a la reina valerosamente; y en tan buen tiempo, que dicen que de un mes a esta parte, se ha resuelto en ser de todo corazón protestante, como lo es su marido el rey, el cual se holgó en extremo de oírla. En lo exterior siempre ha seguido la herejía; pero creíase que su entendimiento tenía por verdadera nuestra fe.

Bien larga va ésta; paréceme que ya no son pocos los renglones, como dije.

Luisa.

4. Esa carta dé vuestra merced a Inés, si ha profesado; y si no, vuestra merced se sirva de romperla, y leerla, si quisiere, primero. En el alma sentiría que hubiese hecho mudanza. Si es así, mal hubiera sufrido la vida de esta tierra, que es menester un ánimo gigante para llevar tan crudos trabajos y descomodidad; y no sólo ánimo, pero gran paciencia, y prudencia, y alegría, para no matar a sí y a los otros.

A la madre Mariana de San Joseph, mi señora, que Dios guarde muchos años, priora de las Recoletas.

Debajo: Ojo. Trata del voto y de su vuelta a España o perseverancia allí.




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- 37 -

A Inés de la Asunción


Londres, 19 de enero de 1606

Jhs.

1. Tornando a leer la suya de 4 de abril, que ha un mes que la recibí, veo mil quejas que tiene vuestra merced de mí; y por ellas, con cuánta mayor razón las tendrá ahora, si no han llegado allá las que le he escrito. Díceme que escribo a otros y ser uno de ellos el padre Espinosa; al cual jamás había escrito palabra, ni a nadie que no fuese precisísima cosa; y a quien más veces ha sido, es a la madre priora y al padre Ricardo, para encaminarlas.

Para lo pasado y futuro, tenga, mi buena Inés, por cierto, que jamás dejaré de escribirla por falta de memoria; que el amor que la tengo me la hace muy presente, y, me da el cuidado de sus cosas que no sabría decir, ofreciéndoselo a Nuestro Señor con unas veras grandes.

2. Pídeme que la avise de cuanto me toca. Ya creo lo he hecho en otras; pero ésta va por vía más segura, como será mientras estoy en esta casa, de donde pienso tornaré a salir después de dos meses, volviéndome a los puestos primeros, de donde me sacó violentamente la necesidad en que a todos puso un suceso que aquí hubo, por noviembre, de una conjuración terrible y pocas veces leída, que puso en peligro a todos generalmente sin dejar a nadie fuera. Porque, aunque parece nacía, de buen celo, fue arrojada y imprudente, y en ningún caso segura para amigos y enemigos igualmente. Dios remedió aquello a costa de las vidas de los que lo intentaron, y la persecución se ha encendido bravamente, y cada día se esperan cosas intolerables en esa materia. Encomiende mucho, a Nuestro Señor a esta gente, y acuérdese de la necesidad con que estaré yo de lo mesmo; y Isabel, a quien cordialísimamente me encomiendo; y podrá tener ésta por suya con secreto; que, aunque contra todos mis cuidados, le ha ido Nuestro Señor deshaciendo, por mi parte y de mis amigos, creo se sirve Su Majestad de que se tenga todavía.

3. Dice le escribió mi prima doña Luisa, y no la vi en Burgos; pero pudo toparme, y, por la misericordia de Dios, estoy cierta que con la verdad nadie le dirá cosa que no sea de mucho consuelo suyo; porque la providencia divina, desde que salí hasta el día de hoy, me ha traído como sobre las palmas de su mano benina, mezclando un desamparo humano con un amparo divino milagroso, de que tengo tantos testigos cuantos de cerca lo han podido considerar. Y no podrá creer el respeto con que todos me han tratado, en el camino y fuera de él, y con la facilidad que he podido conservar la decencia y recato de mi natural condición; y en toda la jornada no se atravesó una sola hormiga a darnos en nada disgusto; ni en ninguna casa en que he vivido le ha habido, en el interín que yo he posado en ellas. Y con venir a esta última, una noche, a las nueve, una serche o pesquisa de más de veinte hombres, y muy graves justicias entre ellos, y tenerme por de su nación, no hicieron más que, mirar toda la casa comedidamente. Y llegando a mi aposento, quitarme la gorra, sin querer mirar en él nada. Y sabe Nuestro Señor si había que poder hallar en la casa, y no como quiera, en la parte do más buscaron. Maravíllanse, cierto, mis huéspedes de tan cortés pesquisa, diciendo no habían visto otra semejante. Y díjose un muy devoto Te Deum laudamus por los que quedaron salvos.

4. Y por tornar a satisfacer del todo su consuelo, que le deseo como el mesmo mío, digo que tengo dos doncellas de la tierra muy siervas de Nuestro Señor, que no saben una palabra española; y así, siempre les hablo en su lengua, bien o mal, con que procuro ir deprendiéndola. Si la supiese, bravas ocasiones hay de hacer bien; y por ser mujer, mucho mayores. Son muy diferentes en traje y mortificación exterior de las que ha visto, porque de aquéllas y de éstas hay hartas. La una será como de cuarenta años, y la otra de veinte, hija de un hermano del señor Enrique, y la primera hermana de Isabel. Mi traje es una ropa de bayeta negra de Segovia, que las principales la usan mucho, hasta el suelo, y llena de pliegues, como las de los del Consejo de allá, y mangas justas con brahones llenos de lazadas de cintas negras; y cuando ha hecho calor ésta es y será de anascote negro, aunque ni las muy pobres lo traen, sino del anafalla de que se hizo para mí; pero yo lo he renunciado. El corpiño alto hasta la garganta, como jubón, y la basquiña con pliegues es de anascote negro, y una valona delgada sin guarnición ni vainica, llanísima y muy grande, raras veces gorguera; aunque es traje de ancianas, por ser más desembarazada y de menos costa la banda o valona. En la cabeza una cofia de holanda ahora; y en el calor, de Cambray, que es traje de pobre gente, y dos dedos de cabello, muy llano y estirado, descubierto. Y cuando es forzoso, por el peligro de otros, parecer natural de la tierra, un anillo de Cambray con una randa pequeña: tocado como los que vio ella en Valladolid. Y en esta casa traigo un volante que cubre todo el cabello por la frente; y la ropa traigo presa con un corchete sólo por lo alto del pecho. Ninguna cosa truje, que no la haya habido menester mucho; que, aunque me las tomaron en la aduana y las han tenido hasta aquí, se han podido cobrar las camisas y sábanas y cosas así, dándoles ciento treinta reales, que poco más debía ello valer. Otras me tomaron, y cuantos libros tenía. Con favor espero me los querrán volver. De mis penitencias no tengo confianza, que las tomaron también; y esos malos obispos las han traído para reírse con gran entretenimiento suyo.

No sé qué otra cosa querrá saber, y el correo se parte presto.

5. Oraciones me importan mucho: éstas me procure vuestra merced con la amistad que espero. De las suyas y de Isabel estoy cierta, y de la madre priora, que para mí las suyas son un gran tesoro. Sírvala por entrambas; que, si Nuestro Señor ordena de mí que sea vuelta a esa tierra, no estoy muy lejos de acabar la vida haciéndolo.

6. Avíseme como le va de amor de Dios; que, al paso que anduviere en eso, será lo demás. Ofrezca a Su Majestad el que sintiere eficaz por mí algunos ratos, en agradecimiento de lo que me sufre y hace conmigo que es mucho; y yo, la de siempre.

Guárdela Nuestro Señor, mi hermana amadísima, con el aumento de espíritu que deseo.

De enero, 19 de 1606.

7. A la madre priora escribí con el último que fue a España, largo. Si ahora no hubiere lugar, beso humildemente sus manos y le suplico no deje de escribirme muy de ordinario, que me son de provecho sus cartas. Y ésta le pido, mi Inés, que se rompa luego. Los amigos están buenos y se acuerdan mucho de ella.

Luisa.

8. En lo que me dice de mudar el nombre, no le mudé; pero tomé el de Antonia, que es mío, como sabe, y el de Enríquez que me toca; y en éste se pidió pasaporte; pero después no le cobré y viví sin él. ¡Qué de poca importancia son esas cosas, hermana, en mis pasos desiguales de tan indignos pies! Acá es santidad y prudencia mudarse cien veces el nombre, porque es menester.

A Inés de la Asunción, monja recoleta de San Agustín.

Medina del Campo.

Es de doña Luisa de Carvajal, que fue a Inglaterra. Desde Londres.




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- 38 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 2 de febrero de 1606.

Jhs.

1. La de vuestra merced de 15 de enero he recibido, llena de la caridad que siempre; y como ella se trae consigo la paga, no me desconsuela valer tan poco para servir a vuestra merced y mostrarme agradecida.

2. De lo que es la peste, ahora no hay memoria, porque los mayores trabajos han hecho olvidar ese tan grande. Cuando empezaron, se tenía por mejoría no morir de varios males más de ciento cada semana; y de peste no más de treinta en algunas. Todavía dura, según me dicen, pero debe ser mucho menos. Aun que ha estado cerca de donde he vivido y de mi misma ventana, nunca ha tocado en casa nuestra, a Dios gracias, que en esa y en todas materias ha querido, por su misericordia, que no haya sido ofendida ni en la suela del zapato, con extraordinaria providencia.

3. En nada puedo yo recibir mayor merced de vuestra merced que en las gracias que por mí a Su Majestad da y en que siempre supla en eso la falta de las mías, porque me hallo como un pequeñillo y vilísimo gusano, sumido en un profundo piélago de misericordias, sin poder ver otra cosa por cualquier parte que me vuelvo, ni en mi alguna que no sea dina de que todas ellas cesen de golpe; lo cual me hace muchas veces clamar: Si iniquitates observaveris, Domine, quis sustinebit. Y en tales desmerecimientos, no me maravillo que se tenga por «opinión» mía los trabajos con que deseé abrazarme, y que vuestra merced los califique con ese nombre, quitándoles, arrepentida, el que primero les daba de «devoción».

4. Esté vuestra merced cierta, le suplico, de que a ninguno de los que piensa conocía, cuando me tenía rendido de todo punto el corazón esta resolución, que ejecuté al punto que estuvo en mi mano, sin dilatarla un solo día. Si Nuestro Señor quiere que haya servido de sólo ponerme en el palenque, y desde él poderle decir: Adsum, Domine, non recuso laborem; yo no pretendo exceder de su voluntad y dulce gusto un solo punto, que en ése consiste toda mi gloria, sea quedando o sea volviendo.

Su Majestad sabe cuán lejos ha estado mi desinio de ver a la Reina, ni acá ha corrido eso tampoco; solamente se ha dicho entre los principales ministros y caballeros, que yo vine por ver si los católicos estaban tan apretados como había oído, y con deseo de padecer trabajos juntamente con ellos. Y esto con gran blandura y benevolencia, sin mostrar desabrimiento ninguno conmigo, y creo lo tendrá por cierto. Esotro que vuestra merced dice, deben haber dicho algunas raras personas de su cabeza...: que tenía algunos negocios míos por los cuales vi ne a llegarme aquí, por sólo un poco tiempo, con la seguridad, ocasión de las paces. Mi oficio ha sido callar, por haber estado siempre en donde no se entendía mi lengua, hecha una niña en ella. Y ojalá, como dice el padre Javier escribiendo desde el Japón, imitásemos el candor y inocencia santa de los niños, en la ocasión del no saber hablar.

5. El venir a casa del señor don Pedro fue forzoso, por haberlo sido el tomar yo casa para mí, dejando las de los católicos, porque se consolaban de dejarme, no gustando de tenerme; y no era justo afligillos en nada, aunque a costa de tanta descomodidad como traía consigo estar sola en una casa quien no tiene ni una cama propia en que dormir. Y hallándome con el ánimo en esto que Nuestro Señor me daba, que era el posible a mi parecer, en tiempo tan duro y turbulento, se sirvió Su Majestad, que el que fue a buscar casa conveniente a mi profesión y recato hablase con el padre maestro, confesor del señor don Pedro, y se lo dijese; y el señor don Pedro, en sabiéndolo, no hubo remedio sino que había de venir a su casa, temiendo, como dice, no fuese muerta, con la furia que aquellos días andaba y enemistad brava que tienen con la nación española los herejes.

6. Estoy aquí como en la casita de Valladolid o Madrid, retiradísima de la gente, con dos doncellas muy religiosas de esta nación, y recibiendo extraña caridad del señor don Pedro, y consolada de ver el recogimiento con que vive y tiene toda su casa, sin dar ningún género de ocasión a que nadie con verdad pueda decir que no tiene un muy cuerdo y asentado modo de proceder en todo y cuidadoso en su oficio. Esta Cuaresma habré de pasar aquí; que, aunque me hubiese de ir, no está la mar muy quieta en este tiempo. La primavera, veré qué ha ido Nuestro Señor disponiendo; y, si fuere que vuelva las espaldas a los trabajos, los dejaré; prometo a vuestra merced, bien fuertes.

El de la proclamación contra los tres padres: Garneto, Gerardo y Usualdo, lo ha sido para mí grande. Es cosa tenida por muy cierta que jamás supieron nada de la conjuración. Vuestra merced los encomiende mucho a Dios; que, si no es con milagrosa ayuda suya, no parece pueden librarse; y es sangre de que están sedientos los ministros, años ha.

En estas Cortes se espera si querrán apretar más los cordeles contra la religión: Dios lo remedie y se sirva, por quien es, de mirar con misericordia esta gente.

7. Lo de Lovaina suplico a vuestra merced favorezca, pues ve la extrema necesidad que estas almas tienen de aquella ayuda, y la Santa Iglesia de que este rico pedazo, de su muro, que contra tantas violencias se ha sustentado en pie, no caiga en tierra; y en razón de Estado para Flandes y lo demás de la Iglesia Santa; y no se oye acá sino: Exinanite, exinanite, us que ad fundamentum in ea. Filia Babilonis misera, beatus, &.

8. A Su Alteza suplico esto de rodillas y que me favorezca en sus oraciones, que el entrañable amor que la tengo lo merece. Por sólo, verla, me alegraría en extremo el ir a ese país, si Nuestro Señor lo quiere, aunque no hubiera otras razones de consuelo y la de su compañía de vuestra merced, a quien de tan buena gana yo serviría siempre.

A la señora doña Juana beso las manos muchas veces y también pido las oraciones de su señoría, y que me haga merced de favorecer a Ibáñez con Su Alteza con veras, que deseo serle ocasión de comodidad y bien, y espero que en todo estará muy corregido al gusto de Sus Altezas y de los que le gobernaren. Yo no he tenido ocasión de hacer por él esto hasta ahora, con que cumplo, en lo que puedo, con lo que me rogó, de que, viendo a Su Alteza, rogase por él; y eso dije haría cuando llegase a su real presencia, que era todo lo que yo podía ofrecer y no más; y de escribir a España a una señora por una pretensión suya, y eso ya lo he hecho. Y en todas cosas fío de su caridad de vuestra merced; y en cargar a vuestra merced de pliegos tan grandes como los de estos dos últimos correos, eran papeles que me habían encomendado mucho algunos amigos. Ese plieguecillo, suplico ahora a vuestra merced se dé en sus manos; y, si no fuere descortesía para vuestra merced, que tenga ésta por suya Otaviano, que, por ser tal como es, me atrevo. Aunque va bien larga, creo pasara adelante, si pudiera.

Guárdeme Dios a vuestra merced como deseo y aumente en su corazón su abrasado amor por momentos.

De febrero, 2 de 1606.

9. Si supiera vuestra merced la lengua, extraño gusto y consuelo me fuera vella aquí. ¡Oh, lo que apretara vuestra merced los dientes, si eso fuera, y el celo que se le encendiera! El mío es tibio y manso, a lo imperfecto, como vuestra merced sabe.

Luisa.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años.

Bruselas.




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A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 16 de febrero de 1606

Jhs.

1. No sabría decir lo que me consuela ver su constante caridad de vuestra merced; y el ver letra suya me consolara siempre en extremo, mientras no, salgo de aquí. Y así, me he holgado que vuestra merced quiera continuarlo y dar ese alivio a esta pobre peregrina, cuyo corazón está tan cercado de espinas, digo de mil motivos de vivo dolor con lo que pasa y se ve y se oye: y espero yo, en la dulcísima misericordia de Dios, que no ha de apartarla de esta gente; y que se acordará de aquellas encendidas y furiosas indinaciones suyas envainadas con tan presta beninidad en la inmensidad de sus misericordias, en que tan experimentados están los hijos de Adán, y lo estarán siempre que se volvieren a Él con verdadero y rendido corazón. Y pienso, cierto, que lo que a su Majestad se pide ahora es sólo que no dé esta máquina de su sagrada fe en el suelo, aunque cueste innumerables haciendas y vidas. Y no creerá vuestra merced cuán buena y constante gente hay, aunque, como vuestra merced dice, algunos tengan relajación de espíritu, que no es posible menos entre tantas.

2. En todos es ahora grande el sentimiento por la prisión del padre Garneto, que es un ángel; y me afirman que los oficiales reales que le cogieron en el lugar de secreto do estaba escondido con otro padre, se hallaban tan obligados con su aspecto, que le trataban con reverencia. Era muy fuerte la parte donde estaba escondido, y la casa lindísima; y con diez o más carpinteros por algunos días, era siempre en hileras agujereada por suelos y paredes con grandes agujeros; tanto, que temían no se les cayese a cuestas, con ser fuerte y tan grande; y de día y de noche era guardada, sin dejar salir a nadie de ella por la comida necesaria. Y por que los santos religiosos no estuviesen sin lo forzoso a la vida, por un pequeño resquicio de una pared les daban, con una vejiga, jalea y cosas líquidas que pudiesen chuparse; y esto era por mano de unas piadosas doncellas que allí había. Pero abrieron, de manera las paredes, que era imposible no topar el secreto lugar. Hoy o mañana entran los dos en Londres, con el caballero cuya casa era, que era de los principales que hay, y muy rico, y más religioso en su trato y proceder que no seglar, aunque es casado; y su mujer creo es tal como él y hermana del santo, mártir Suthuelo. Dijo de esta casa al Consejo un católico, que estaba preso por haber tenido en la suya dos caballeros de los del negocio del Parlamento, y pensó el triste librarse por aquí de la muerte. Pero no pienso sera así, como tampoco ha sido de otro que dijo cosas semejantes, y ya es ahorcado; y antes de serlo, se arrepintió de lo hecho.

Dicen hacen en el Parlamento crueles leyes contra los católicos: Nuestro Señor desbarate sus pensamientos. Y una de ellas es que los niños que nacieren de padres católicos les sean quitados y puestos en casas de los más cercanos deudos herejes que tengan; y la hacienda, hecha tres partes: una para el rey, otra para criar los hijos, y otra para sustento de los padres. Y éstos muertos, no puedan haber testado en nada; y otras leyes a este tono exorbitantes. Milord Cecilio dicen que dice que, en un mes, le ha de dar al rey en la mano cuantos padres de la Compañía hay en el reino; están presos algunos, y hartos sacerdotes. Hácense buenas serches. Los más católicos, aunque llenos de dolor, muestran rara constancia Y resolución hasta la muerte; otros están algo temerosos, y pocos han vuelto atrás.

3. Ya habrá sabido vuestra merced de una señora condesa, mujer de un conde, consejero del rey, que se ha convertido a nuestra fe; y es una linda señora, discretísima y muy amada de su marido. Y ella fue luego a decirlo a la reina, y a buen tiempo, por haberse ella hecho protestante; que, aunque lo era en lo exterior, en el corazón tenía duda, y entonces se resolvió a serlo sin dudar, como dicen dijo al rey. Él cual está muy enojado con la buena condesa, y dice: «¡Mira la tonta, que va a tomar la religión de los hombres que querían matarme a mí y a mis niños!». Reprendióla un consejero por haber dicho ella misma que era hecha católica, a la reina; y pedídole lo dijese al rey. Y respondió que mejor era lo supiesen de ella, pues era imposible encubrirse la extraña mudanza que en todo hacía, por haber sido celosísima observadora de la herejía y traído siempre tres ministros para sí en su casa, los cuales echó luego fuera de ella. Habrá esto un mes, poco más, y ahora se ha salido a un su lugar; debe ser para darle a la ira del rey.

4. Habrá seis días que, habiendo un gran puritano, inventor principal de leyes contra los católicos, hablado contra ellos muy furiosamente en el Parlamento, y diciendo contra el Papa cien blasfemias, salió de allí y fuése a una taberna a comer, que es uso en este país, y las tabernas para ese efecto a propósito y sin inominia; y allí se le desvaneció la cabeza, y estornudando mucho, cayó de la escalera y se quebró la cabeza y murió al mesmo punto. Y estaba aquella casa señalada a la puerta como mesón, con una cabeza de Papa; y dicen los herejes que están de esto muy contentos los papistas.

Haga vuestra merced encomendar mucho a Dios a esta pobre afligida gente, y ayude sus colegios y cosas cuanto pudiere, que es caridad heroica; y el ayudar a esto, ayudar a Flandes delante de Nuestro Señor, para cuyos sucesos en mis pobres oraciones insto siempre como propios, y como tan importantes a la santa Iglesia, y por esos nuestros príncipes, Dios los guarde, y a la infanta, como Su Majestad ve que es menester.

5. Ahora quería empezar a responder a la de vuestra merced última, que es bonísima, y tratar de mí; pero impídenme, pidiéndome el pliego: dejarélo para otro. Y el recibir los míos pague Dios a vuestra merced. Yo había escrito lo de los portes, por si fuesen muchos; y créame vuestra merced que me reí estándolo escribiendo, acordándome de su animazo de vuestra merced y de lo que había de decir en sabiéndolo. Bonísima vida debe ser ésa y muy lindos los sermones. Aquí las puras afliciones sirven de todo. No me dejan lugar para escribir a Otaviano, ni a España. Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo. Amén.

De febrero 16.

Suplico a vuestra merced favorezca mucho al buen padre Ibáñez, que es muy honrado, cierto. El señor don Pedro está bueno, y muy devoto y da a todos buen ejemplo. Al señor Otaviano suplico no se olvide de las letanías de la vida de Cristo Nuestro Señor, que me hacen falta, y del calendario para rezar el oficio divino.

Humilde sirva de vuestra merced, Luisa.

A mi señora y amiga Madalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años.

La señora Ana no está presa ni la buscan.

Bruselas.




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- 40 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 2 de marzo de 1606

Jhs.

1. He recibido la de 14 de febrero de vuestra merced, y vuestra merced habrá tenido otra última carta mía bien larga, de los trabajos de los católicos, aunque quedaron hartos por decir. Y puedo decir con verdad a vuestra merced, que me consuelan cada día más sus cartas, y me hace compañía acordarme que está vuestra merced en Flandes; y adonde quiera que fuese gloria de Nuestro Señor, le deseo la salud y la vida muy de veras; y holgaría harto saber los desinios que vuestra merced no quiere fiar de las cartas; pero yo creo que vuestra merced puede hacerlo seguramente por la vía que vienen, y estar cierta del secreto de esta su sierva en todo cuanto me lo mandare tener. Y aunque no sé lo que se le ofrece a vuestra merced que podrá hacer de más fruto en otros cabos, pienso que ahí no hace poco ni tiene pequeñas ocasiones de él; y creo de su ánimo de vuestra merced cualquier cosa, y que no le embarazará el mar océano y peligro de holandeses, ni dificultades de Inglaterra, si entendiese que la llamaba Dios por aquí: ante cuya grandeza suplico a vuestra merced cuanto puedo me ayude instantemente, para que yo pueda acertar con su mayor gloria, que es la cifra y blanco, de todos mis deseos y afectos; y en la vivienda aquí, como cosa a mí tan importante y grave, principalmente deseo esa ayuda. Y crea vuestra merced que me ha traído su benina y soberana misericordia por un camino y en un modo que no es fácil desbaratarle y volver las espaldas al negocio; y conociendo que su dulce mano lo guía, no procuro averiguar mucho para qué fin, o en qué han de parar mis trabajos y resoluciones, gustando de que esto esté en su dulce gusto y voluntad envuelto y encubierto; y, sobre este prosupuesto, será cualquier efecto y remate dichoso, aunque sea deslucido a los humanos ojos. Al punto que yo entienda que se inclina a mi partida, partiré, señora; que acá no hay cosa que tire, y en España y Flandes, muchas de consuelo, de cuerpo y espíritu.

2. Ahora han puesto en la capilla el Santísimo Sacramento, con que me hallo enriquecidísima; cae muy cerca de mi escalera y es fácil, sin verlo nadie, ir allí muchas veces. En lo demás se puede hacer cuenta que se está en un yermo, estando en esta tierra, y bien semejante en los peligros y dificultades al de los santos del otro tiempo, pues es más lleno de animales no menos fieros; y, por lo que tienen de discurso, cautelosos y intrincados.

Hame hecho Nuestro Señor merced de darme dos compañeras muy a mi contento, doncellas muy religiosas y devotas, las cuales procuro conservar en todo género de servicio con humildad y satisfacción mía; y así, si salen a lo que es necesario, lo hacen bien y con alegría; y si están solas y encerradas, las hallo con la misma; y parece tendrán perseverancia.

Estoy siempre con ellas sola, cerrada mi puerta con llave y hablando en su lengua, porque no saben otra ninguna; y como no sea contar historias, puedo hacerlo razonablemente en cosas ordinarias, y aunque con cortedad de razones, puedo hablallas, en Nuestro Señor muchas veces, y me entienden; que es lo que vuestra merced dice que no acaba de entender, y tiene razón; y ninguna, de pedirme perdón por lo escrito, de que me encojo y confundo; que la dureza de algunas palabras, saliendo de tronco tan dulce como el de la caridad, las debía y debo estimar en mucho. Y siempre que veo que vuestra merced se acuerda de escribirme, me maravillo y reconozco en eso lo mismo. Y digo, señora, que, en saliendo de aquí, será bien cierto el dar en Bruselas.

Pésame de que los ojos estén tan malos, pero la letra se me ha hecho a mí muy buena.

3. Ya habrá sabido vuestra merced cómo está preso el padre Garneto, superior de la Compañía en este reino, de que ha redundado mucha edificación en católicos y herejes, de los cuales le han hablado muchos, y con eso descubierto, las grandes partes que en él se encierran de santidad y prudencia, con una apacibilidad muy rara, que lleva a todos tras sí. Hanle tratado hasta ahora con toda blandura y cortesía, y fuera de la Torre, y sin atalle, como suelen; pero ya está en la Torre, donde, aunque dicen tiene cama y lo demás necesario, creemos le darán tormentos; y ya debe de empezarse eso.

Otros muchos amigos están presos; dellos apretados y dellos en cárcel donde pueden ser visitados, y sin hierros. Yo fui la semana pasada a una do hay seis; y luego, sin dificultad, dando un golpe a la puerta de la calle, vino el carcelero, que lo oye desde su casa, que es allí junto; y, con un real que le da cada uno, abre la puerta con gran gusto; y luego torna a cerrar y se va, hasta que se da otro golpe para salir. Yo fui derecha, sin ruido ni ver gente, a la sala donde los seis tenían su estancia, y otros católicos que yo conocía; y estuve una hora o más, y me volví con harto consuelo con mis dos inglesas que fueron conmigo, y yo con mascarilla, sin quitarla nunca.

4. Y antes de acabar ésta quiero suplicar a vuestra merced me haga merced de hacerme buscar un relojillo que pueda yo llevar conmigo donde quiera, porque aquí no se pueden tener cosas más embarazosas que eso; y que sea fiel y de provecho, que aquí no se halla apenas uno que lo sea; y, como soy tan pobre, procuro no gastar en balde los dineros. Y compro reloj, porque no puedo pasar sin él, ni tener orden ni concierto donde no se oyen los del lugar. Y Dícenme una señora que tiene uno muy bueno y no caro, que se lo compraron en Bruselas. Y luego como vuestra merced me avise del precio, enviaré los dineros con el correo, o los daré a quien vuestra merced ordenare, o enviaré en una o otra manera; que me hace grande falta, cierto, y vuestra merced hará una obra de caridad no pequeña. Y, aun que no querría me costase demasiado, porque tengo limitados dineros, sobre todo deseo sea cierto y de dura, con el que haré remate a compras a la medida de mi pobreza; que no llega, aunque es mucha, a ser tan grande que iguale al contento que me causa verme en ella; donde lo más que he tenido que romper ha sido la dificultad y delicadeza extraordinaria que toda mi vida he tenido en no querer cama que no fuese hecha para mí misma, y acá he dormido en las que las señoras, de limosna, me han querido prestar. Y es lo bueno que se les hacía a veces muy de mal darme sábanas, y yo sonreíame y decía en mi pensamiento: Si me conociésedes el humor, veríades cuánto más hago en tomallo, que vosotras en dármelas. En esto he sentido interior resistencia extraordinaria y terrible, y también en cosas de la comida.

5. A Su Alteza beso los pies, y no sabría decir el amor y cuidado que me debe; tengo gran confianza en Nuestro Señor de las cosas de sus Estados. Guárdela Dios, amén, y enriquezca su real corazón con un divino amor tal como yo siempre le suplico. Y a la señora doña Juana beso las manos muchas veces. Y mándenos vuestra merced en qué puedo servirla; y de su sobrina, que no he sabido nada. Y no olvide a lo de Lovaina, le suplico humildemente. Y guarde Dios vuestra merced y abrásela en su amor, amén.

De marzo 2, estilo nuevo, 1606.

Sierva de vuestra merced, Luisa.

Desgracia tengo en no poder escribir al señor Otaviano; pero para él no lo es, pues se excusa de trabajo. Si es vuelto, le beso las manos y le suplico no se pierdan las cartas de España que van o vienen.

A mi madre y señora Madalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años.

Bruselas.




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- 41 -

A Magdalena de San Jerónimo


Jhs.

1. Ya habrá recibido vuestra merced una mía larga y las que suelen servir de acompañar otras solamente; y en ésta suplicaré a vuestra merced lo mismo, por que se dé en propia mano ese pliego, si es venido; y si no, se encamine con seguridad, o le guarde vuestra merced con la caridad que en eso y en todo le ha dado Nuestro Señor.

2. En lo que toca al reloj, le recibiré; y lo mejor creo es que sea de campanilla, sin despertador, y tal que sirva de algo; porque, como suelen ser muy de ordinario, no es más que echar los dineros en vano; y, como he escrito a vuestra merced, los míos son muy pocos; y la necesidad me hace buscar reloj, porque no se puede tener orden en el levantar ni en nada, ni casi jamás sé qué hora es; y si quiero beber de noche o cenar, cuando me he detenido en otras ocupaciones, no lo puedo hacer sin temor de si son las doce.

3. No hay cosa nueva que decir, sino que creció la peste demasiado la semana pasada, y la persecución de hacienda está en su punto, y más cada día.

El señor don Pedro no ha estado bien dispuesto; está ya mejor.

4. A su sobrina de vuestra merced beso las manos; y pues no me dice vuestra merced nada, no debe haberse efectuado nada de casamiento. Yo pienso, señora, que, aunque vuestra merced dice que con eso quedará libre y desembarazada, no podrá quizá ser así, antes la empezarán a vuestra merced de nuevo los embarazos, con lo que las nuevas obligaciones de mundo crecerán, y las de los hijos, si nacieren; pero vuestra merced sabrá cuándo le convendrá más a su espíritu desasirse, al cual deseo el acrecentamiento que..., y pido a Nuestro Señor se le dé en un grado encendidísimo de su amor, y me la guarde, para que siempre le sirva; y a Sus Altezas, los años que hemos menester.

Dígame vuestra merced dellos, y de las buenas nuevas de la guerra.

5. Miss Margarita está ya acá. Suplico a vuestra merced que, con llaneza, porque lo deseo y conviene, me diga si ella gustó de salirse, o si en el monesterio se procuró, supuestas sus indispusiciones. Yo no la he tratado sino tres o cuatro días; y así, no puedo rastrear nada; ni tampoco culpo a nadie.

Luisa.




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- 42 -

A Magdalena de San Jerónimo


Jhs.

1. He escrito algunas a vuestra merced de que no tengo respuesta; y así, no diré aquí más de que, por pensar que le hago servicio en no cansarla con escribir, cuando no hay cosa de importancia, lo dejo y dejaré muchas veces.

Y ahora le suplico cuanto puedo favorezca muy de veras en cuanto pudiere a una católica. Ha ido de aquí allá con un hijo suyo llamado Julio. Allí habla francés, y pidióme el favor de vuestra merced muy de veras, se le hiciese al señor Otaviano.

2. Mande vuestra merced decir que Margarita está aquí, y desean que esté conmigo. Paréceme trae buena salud; no sé la causa de no permanecer allá; suplico vuestra merced me diga si fue condición y humor no ajustado a aquella vida.

La de vuestra merced guarde Dios con el amor suyo que deseo.

Hoy martes, 1606.

Sierva de vuestra merced, Luisa.




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- 43 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 11 de marzo de 1606.

Jhs.

1. La de vuestra merced de 20 de hebrero he recibido, y vuestra merced habrá recibido otra mía en que le doy cuenta de hartas cosas; y no cansandose vuestra merced, como espero de su caridad no lo hará, se la daré siempre, sin consentir, en cuanto me fuere posible, que vuestra merced se me enoje. Y no ha tenido razón quien le ha dado ocasión a que me escriba que tomo mal lo que me dice, porque, de la mía, no es vuestra merced tan maliciosa, a mi parecer, que hallaría ocasión para eso, ni yo la he dado a nadie, cierto.

Y al señor don Pedro solamente dije que vuestra merced mostraba una caridad muy rara en querer que yo fuese a Flandes y saliese de aquí; aunque, por otra parte, mostraba vuestra merced aspereza en el conceto que hacía de mi viaje; pero todo ello salido, como claro se mostraba, de caridad. Y crea vuestra merced que esto he conocido siempre y lo estimo y he estimado; y vuestra merced me hará agravio en pensar otra cosa.

Y que dijese que eran ásperas o agrias las palabras, no se espante vuestra merced; porque en un tan trabajoso viaje como el mío, siendo vuestra merced persona espiritual y de quien me podía consolar la aprobación, no era mucho que me hiciese algún desconsuelo; y ahora me le causa que diga vuestra merced no quiere cansarme. Y en esto me alargara más, si no me dijera tan tarde el que ésta lleva, de su partida; y así, ni en otras cosas no puedo decir más.

A Su Alteza beso los pies, y a vuestra merced guarde Nuestro Señor como yo deseo.

De marzo 11, 1606.

Luisa.




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- 44 -

A Leonor de Quirós


Londres, 11de marzo de 1606.

Jhs.

1. Sepa vuestra merced que no la he podido olvidar, ni se ha disminuido mi deseo de verla muy adelantada en espíritu, en la tierra o en el cielo, donde espero, nos toparemos. Habiendo resuéltome de escribirla, me da demasiada prisa el mensajero, que no supe se partía hasta muy tarde. Si no tuviere vuestra merced por tiempo malgastado escribirnos, hágalo; que sera para mi de consuelo saber adónde ha llegado con Nuestro Señor; y eso le suplico sea lo primero de la carta, y decirme de sus amos pues sabe lo que los quiero y debo.

2. A mi señora la condesa he escrito tres veces, o no sé si más, y no he recibido respuesta; pero, aunque la tuviera, no me atreviera a cansar a Su Excelencia con muchas cartas. Y ahora me ha parecido podré fiar de su cuidado de vuestra merced ese pliego, que es de importancia no se pierda, y de cosas del servicio de Nuestro Señor, mías y ajenas; de amigos casi los más de él, y de la misma materia.

Si estuviere la Corte y vuestra merced en Madrid cuando llegue, en el Colegio de la Compañía estará la persona para quien es; y si no estuviere él allí, estará en el inglés de Valladolid; y hágame merced vuestra merced que, en cualquiera manera que sea, se encaminen por vía cierta, debajo de pliego y con sobre suyo.

3. Mire vuestra merced que sea fiel a su ama en el espíritu, como lo ha sido en todo lo demás, haciéndole grandes acuerdos en lo que toca a su perfección y mejoría, en los peligros que anda de la vanidad de este mundo, que ha anegado grandes almas y grandes sujetos; aunque parecía, y parece, que corre, como agua clara y segura, no lo es.

4. Bravamente me atajan, y no puedo decir nada a vuestra merced. De mi señora doña Aldonza deseo saber, y de la señora doña María y doña Catalina, cuyo amor no está frío, cierto, y ni querría se olvidasen de mí con Nuestro Señor; ni vuestra merced lo haga, siquiera por no ser ingrata a mi voluntad; en otra le diré de mí.

Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced y hágala tan suya como deseo.

De marzo 11, 1606.

5. La respuesta envíe vuestra merced en el pliego del señor don Pedro de Zúñiga a Londres; y a Madalena de San Jerónimo a Flandes, creo es también vía segura. Y mire si manda acá alguna cosa.

En un pliego envié a mi señora la condesa un librito del oficio de la Semana Santa; que no sé si ha recibido. Las cartas de aquel pliego para otros me importaba mucho no se perdiesen.




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- 45 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 16 de marzo de 1606.

Jhs

1. Como no se puede sin agravio de su piedad de vuestra merced desconfiar della en cualquier ocasión, en ésta, que tanto provoca, he querido suplicalle favorezca al que dará a vuestra merced estos ringlones, que es un caballero muy católico, según he entendido, que va con su mujer a ese país, por librarse de tantos males y no tener aquí hacienda, y tener allá un entretenimiento que le da Su Majestad Católica o Su Alteza.

Tendré por muy propia la merced que vuestra merced le hiciere, a quien con otro escribiré de mis negocios más largo; y de los trabajos de los católicos dirá él y otros a vuestra merced: a quien guarde Nuestro Señor como yo deseo.

De marzo 16, 1606.

Luisa.




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- 46 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 22 de marzo de 1606.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra merced de 6 de marzo, y como he dicho a vuestra merced en otras, tengo por gran efecto de caridad que se quiera acordar de mí, hallándome vacía de todo merecimiento aunque no de un muy grande amor y voluntad que Nuestro Señor me da para con vuestra merced.

Huelgo en el alma que vuestra merced tenga la salud que dice: désela Su Majestad y la vida que le deseo.

2. El sentimiento que vuestra merced tiene de la prisión del padre Garneto es muy justo en cualquier piadoso pecho; y con mayor razón lo sería cualquier gran dolor que se tuviese en esto, si fuesen verdad las cosas que de él se publican, diciendo, que, de miedo del tormento, ha hablado algunas indinas de su virtud y constante ánimo y entendimiento. Y dicen por ahí, que revelado cosas de confesión y otras semejanzas, y que hace instancia con el Consejo para que le maten en la cárcel, por la confusión que le hará salir en público a morir; y otras veces dicen que les pide perdón de la vida.

Si el entendimiento y virtud y experiencia de él se han trocado en este breve espacio y puesto en tan desigual estado, sería lastimoso suceso; y, supuesto que ningún católico ni amigo suyo le puede ver ni hablar en ninguna manera, y que todo lo que se puede entender de él se recibe de las lenguas de sus contrarios, cada cual que lo oyere con asentado y cristiano juicio, no podrá dar muy fácilmente crédito. Otros dicen que le tienen destemplado el cerebro, porque le han tenido seis días y seis noches sin dejalle cerrar los ojos ni con un momento de sueño, y que responde a cuanto le dicen desordenadamente; y si le preguntan quién le ha preguntado aquello, responde que mistress Ana Vaux.

Yo tengo por muy sin duda que siempre que él se hallo en su juicio no dirá ni hará cosa que no sea con gran virtud.

3. Vuestra merced le haga encomendar muy de veras a Nuestro Señor, y a todos estotros siervos suyos, que con ánimo muy grande esperan cualquier apretada tribulación que les venga en esta grande y dichosa causa de la defensión de la fe, en que no se oyen otras voces sino: Exinanite, exinanite usque ad fundamentum in ea; y no hay quien llegue con las manos a detener esta máquina, que no dé en el suelo. Desapiadado dolor y mucho más el impedir los de otros, cuando, aún con las pocas fuerzas que tienen, se esfuerzan a hacer ayuda. Y no me meto en cosas temporales, que aborrezco mucho guerras y derramamiento de sangre; pero lo que es socorros de espíritu y que las misiones crezcan, y que estas almas se conviertan, y salven muchas de nuevo cada día, no me basta la paciencia con la letargia que en esto veo aún en los pechos muy católicos y celosos del bien de la Iglesia. Y lo que temo es no vengan a pasar el pie adelante a las cosas de la gloria de Dios las razones de Estado, muy doradas y muy puestas, en que es razón que se acuda a ellas. Y suelen ser malas bestias, porque desagradan a Dios y suele descargar la mano fuertemente sobre aquel mismo estado que se pretendió conservar o mejorar por aquel camino. A los que amo, digo a nuestros amos, de ahí y de allá, libre Dios, por su misericordia, de tales razones de Estado; y si el negocio de Lovaina se impide o dilata, es un fuerte caso, y que se puede hacer dello gran conciencia; y si hay quien lo apruebe entre gente de espíritu, me espantaría mucho, aunque sé que nunca falta quien lo haga, o por no tener bien calado el daño, o por echarle a las espaldas y poner los ojos demasiadamente en lo que parece propio negocio y mayor interés nuestro.

Y aunque vuestra merced dice que allá se saben los trabajos de acá, y con más encarecimiento, crea que los que se ven y tocan con las manos no le han menester, porque son muy en su punto y es demasiado lo que ya vienen a padecer estos pobres católicos, en vida, sangre, contento y hacienda; siempre con sobresaltos de no menos que robo de posesiones y muerte a cada paso, comiendo y cenando. Ellos temen no paren las furias y amenazas de ahora en acaballos todos con muerte o destierro o leyes tales como las que se han propuesto en el Parlamento, con que parece no podría quedar nadie en pie; y por ser tan exorbitantes y inhumanas, la Casa Alta ha hecho resistencia a las más dellas; y sobre hacerla dicen se han dado de las astas bravamente la Alta y la Baja. En fin, ha llegado el estado dellos a tal punto, que, en los más valerosos y piadosos pechos, el temor ha pretendido eficazmente prevalecer contra la confianza que se tenía de la conservación de la fe.

3. Mistriss Ana Bas fue anteayer presa, estando llamando a la puerta de Newgate, que es una cárcel do están siete presos por sospecha de sacerdotes, y hoy me dijeron que eran presas también, aunque no en cárcel milady Dibbi y mistriss Ruqund, mujeres de los muertos por el Parlamento, y no sé qué otras señoras. La casa donde fue tomado Master Farmer, lejos de aquí, es de míster Abingion, virtuosísimo y muy religioso hombre en todas sus cosas; y él fue traído preso, a la Torre, y su hermano Master Tomas, dicen fue preso aquí en su casa, dos días ha, y tomados todos los aderezos de su hija, que eran muy buenos. A Master Tomas Strang se dice tuvieron en el tormento, colgado de las manos, diez horas. Y Juan el Chico, que era un hermano lego de la Compañía, muy espiritual y prudente, lo fue tantas, que murió allí como un santo.

La señora que vuestra merced pregunta lleva maravillosamente adelante la religión católica; aunque dice el rey: «Mira la tonta, la religión de los que me quieren matar toma.» Llámase fa condesa de Sheresbery, y su marido la adora, y es el cuarto conde de Inglaterra en dignidad; y tras ella se ha convertido la mujer que fue del conde de Essex, y ahora lo es del de Clenricard, irlandés.

4. De la ausencia de Otaviano me pesa extrañadamente: Dios le vuelva con bien a su casa y a sus hijas, cuyas manos beso; y crean que me deben toda la merced que me hacen y el no olvidarme en sus oraciones de veras, como se lo suplico; y a mistriss Margarita Walpolo diga vuestra merced que deseo saber muy particularmente della y que sus amigos están buenos.

5. Dícenme vuestra merced que, aunque me parezca que está metida en Corte, sabe desestimarla. Y como que lo creo yo, señora, eso; no sé cuándo vuestra merced ha de dejar de dar estas puntadas en sus cartas, o picadas, por mejor decir; que, cierto, las siento, y no sé dónde nace el decir vuestra merced estas cosas; y que, cuando vuestra merced estaba en España, yo mudé de resolución; y no ve, cierto, que ésta de venir aquí estaba en mi pecho desde los 18 años de mi edad, aguardando abriese Nuestro Señor camino de su mano; y no lo osaba decir a vuestra merced por algunas causas que me hacían callar con mis muy amigos. La venida en su compañía de vuestra merced me fuera de particular gusto y merced; pero no pude detenerme tanto; y las mulas también me hacían gran gasto, que estaban a la postre a mi cuenta las tres o cuatro. Y en cuanto a mi vuelta, harta tentación me es sus cartas de vuestra merced y su buena compañía; pero todavía no me atrevo a partir sin encomendarlo mucho más a Nuestro Señor, porque temo contravenir a su voluntad, y no acabo de hallar o poder fundar en ella tan eficaces razones para la vuelta como para la venida. Vuestra merced me ayude a pedir en esto luz verdadera a Nuestro Señor.

6. Mis libros no he podido hasta ahora cobrar, con ser muy escogidos, y uno de mano, que me había costado dos meses o más de escribille de mi letra, por ser docto y extremado en cosas de espíritu y oración levantada. Tomáronme lindos cilicios y otras cosas, con que se han entretenido y reído bien; y a mí me ha sido de mortificación el verlo en tales manos; pero aquí no hay otra cosa sino ocasiones de vivir más renunciados y desasidos de sí y de todo que el más estrecho padre descalzo de España. Y estos santos superiores que están aquí, saben bien ejercitar en esa materia: Dios los mejore sacándolos de tan mal estado como en el que están.

7. Las cartas que vinieren para mí de España o Roma, suplico a vuestra merced me las envíe a recaudo; y las mías se sirva encaminarlas con el mesmo, que será gran caridad, porque siempre son en cosa que me importa. Y si la puedo servir o dar gusto en algo de aquí, me lo mande; y para esto no se acuerde vuestra merced de mi grande pobreza, porque no deje de hacerme merced en eso.

8. A Su Alteza beso los reales pies y la suplico no desampare el negocio de Lovaina ni por un día solo; que yo espero será eso ocasión de mayores sucesos en los Estados de Su Alteza. Y a la señora doña Juana beso las manos muchas veces; y estimo en lo que es razón lo que vuestra merced dice de que holgara verme allá; y Su Alteza, con tanta caridad. Guárdenosla Dios muchos años, por quien Él es.

9. El señor don Pedro está bueno y muy devoto, cierto, gracias a Nuestro Señor, que tanta merced le ha hecho, y a España, con la buena opinión que tienen todos de él, católicos y herejes, que era bien menester para restaurar lo que han visto en otros, según ellos dicen. Es nobilísimo de condición, y yo le debo una caridad muy liberal, cierto. Díceme huelga mucho con sus cartas de vuestra merced.

10. Deseo saber qué padres ingleses residen ahí; aquí tenemos estos dos padres religiosos del señor don Pedro, que lo son mucho y muy apacibles y buenos en todo; y la casa está en una forma y recoleción que se espantaría vuestra merced.

Yo tengo dos doncellas que quiero harto, por la virtud que veo en ellas, y deseo no desamparallas jamás, aunque me costase trabajo; y ellas dicen desean lo mismo; y lo harán, aunque sea siguiéndome en una cárcel. A la de aquellos siete presos que dije, voy algunas veces con ellas por visitallos y dalles mi probrecilla limosna, que lo es harto; que, con un real que se da al carcelero, viene y abre y nos deja dentro, hasta que tornamos a tocar el aldaba para salir. Y tienen los católicos en un cuarto muy apartado de la demás gente, lo más ordinario, y con su puerta aparte a la calle. Y así, yo nunca he visto más que a ellos cuando voy allá. A otras no he ido porque están lejísimos, y no me he hallado con fuerzas hasta aquí para ir y volver a pie; y ésta, que estará más cerca, estará de casa casi una milla o poco menos. Allá oí una misa el otro día, que está allí un sacerdote que es conocido por tal.

Si se supiese la lengua, no creerá vuestra merced las ocasiones que hay aquí aún para los tan inútiles como yo, que lo soy de manera que no hay cosa que en eso pueda igualárseme.

Y los ingleses quieren que nadie lo pueda hacer en la Cuaresma en ellas; y así, la empiezan cuando en todo el mundo se acaba. Yo les digo que en esto verán su tema, pues siendo con tanta razón recibido en todo él, lo de los diez días, sólo por haber salido del Papa no pueden tragarlo.

11. Un relojillo me han traído ahora aquí de una señora amiga; no sé si me le dejará o le tornará a tomar cuando pueda, que ahora no puede tenerle adonde está.

El señor Miguel está bueno; días ha que no le he visto, porque anda muy ocupado en sus negocios, en que es tan de provecho como el que más.

Nuestro Señor me guarde a vuestra merced y le dé el aumento de su amor santísimo que deseo, amén.

A 22 de marzo de 1606.

Humilde sierva de vuestra merced,

Luisa.

12. No sé si se me olvida de responder a vuestra merced en algo en ésta, que es tarde y estoy cansadísima y no muy buena; y porque no se vaya mañana el ordinario sin ella, que es día ocupado, me he anticipado a escribir ahora. Todos los ofrecimientos y merced que vuestra merced me hace de nuevo, pongo en las dulcísimas manos de Dios.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc. Bruselas.




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- 47 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 12 de abril de 1606.

Jhs.

1. El jueves pasado escribí a vuestra merced harto largo; y así, en ésta seré más breve.

Deseo saber bien de cierto si es verdad lo que allí dije a vuestra merced que se decía acá del rey de Francia en materia de amistad con nuestros amos y en casamientos con España, y no querer ayudar los holandeses, que la culpa destos malos hechos cargan aquí al padre Cotón,y dicen es famoso traidor y mal hombre, porque embauca al rey.

Ahora tienen condenados, entre otros, a seis o siete ministros de Escocia por traidores, por una rebelión que allá intentaron; que aquí es plática que corre ordinariamente ésta de traiciones.

2. El padre Garneto fue el viernes sacado en público. Hubo mucha curiosidad sobre el oílle; y así, mucha gente pagó con tiempo lugares cercanos a él, y creo que no pocos ministros. Lleváronle en un coche, cosa desusadísima, y hablándole con cortesía los jueces, que pienso fueron seis, y Cecilio, el uno, y el almirante y camarero mayor, y Northampton, tío del conde de Arundel, hermano de su agüelo, y no sé qué otro; y, en fin, le condenaron a muerte, habiendo tardado en el juicio desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Y la causa no pudo ser otra, sino porque no descubrió lo de la pólvora, habiendo sabídolo en confesión no más, y no de ningún cómplice de la traición, sino de otro padre que lo había oído también en confesión. Y demás desto, sería por ser sacerdote y jesuita, que sus leyes le hacen dos veces traidor por esas dos profesiones.

3. Él dijo tenía cuatro puntos en que hablar; y el primero, de la verdad de su católica religión, y en él empezó a hablar muy bien y dotamente, y interrumpiéronle los jueces, diciendo: «¿Venís aquí a persuadir al pueblo, señor Garneto?» Él prosiguió todavía en cuanto le fue posible. Volviéronle a la Torre, donde está; y unos dicen que morirá, porque el rey lo jura, y otros han esperado su vida, por estar tan blando con él el Consejo. Dijéronle allí los jueces que, porque se decía que había sido muy atormentado y maltratado y sin sueño y comida, dijese si era verdad; y él respondió que había sido tratado con toda cortesía. Han dicho de él mil bellaquerías y maldades; pero la verdad es que él se ha portado con el Consejo y ministros artificiosísimamente, por ir deshaciendo con maña y gran cristiandad la furiosa indinación que tenían contra la Compañía, queriendo no parar un punto hasta consumirlos a todos; y hálos ablandado grandemente. Preguntáronle, entre otras cosas: la primera, si era la Iglesia de Inglaterra herética, teniendo los dos Credos, cuatro Concilios y Escritura sagrada. Dijo que sí, que era herética, porque no estaba a las definiciones del Pontífice Romano. Segunda, y si se podía adorar a Dios en el diablo. Respondió que era cuestión muy metafísica, y que no se debía proponer al pueblo, y que no quería cansarse en tratar della. Tercera: si había ahora en la Iglesia cosas de fe que no lo hubiesen sido en tiempo de los apóstoles. Dijo que todo lo que ahora hay de fe lo, tuvieron por de fe los apóstoles y la Iglesia entonces; aunque, con el tiempo y sucesos varios de cosas del mundo, se habían muchas olvidado y ido perdiendo de la noticia de los hombres. Cuarta: y si se podía dar noticia de una traición contra el rey y el Estado, sabiéndose sólo por confesión. Dijo que no, de ninguna manera.

4. Mistriss Ana Vas (Vaux) ha estado graciosa con ellos cuando le tomaron la confesión. (Tienen por costumbre decir que todas las señoras católicas, según he oído, son ruines mujeres, porque tienen sacerdotes y padres en su casa; porque, demás de su malicia y odio contra la religión, por sí pueden juzgar poco bien de otros en esa materia.) Y dicen que mistriss Ana ha vivido mal con Master Framer, que es el padre Garneto, y dijéronselo a ella; y ella aunque presa y en la Torre, dio dos o tres risadas muy grandes (que tiene buena gracia y es muy despejada), y dijo: «¿Con estas niñerías y impertinencias me venís? Señal que no tenéis nada de importancia que achacarme.» Y rióse bravamente de ellos, haciendo gran burla de su proceder en aquella materia. -Dijéronle si había sabido lo de la pólvora. -Dijo que claro estaba que lo había de saber; que, si era ella mujer, ¿que había de pasar nada en Inglaterra sin que lo dijesen? -Preguntáronla si lo supo Master Farmer. -Dijo que, siendo él el mayor traidor del mundo, que no habría dejado tampoco de entrar en aquella traición; y que ella les debía mucho, porque no hallando en todo Londres donde meterse, ni aun con dineros, ellos le habían dado posada de balde. A otras preguntas de más peso respondió ella también muy cuerdamente, y no hace ningún caso dellos, y así los tiene espantados y dicen: «¡Cierto, que no sabemos qué hacernos con esta mujer!» Ella no los tiene en cosa chica ni grande, y está sola, sin criada, y sin podella nadie hablar sino allá los carceleros y jueces.

Al padre Al y a míster Abington han llevado a su provincia, para hacer allí juicio dellos, y a un criado suyo, o de Al. Vuestra merced dará parte desto a las señoras religiosas inglesas y mil humildes encomiendas mías; y a todas pido sus oraciones muy de veras, y a los padres, por intercesión de vuestra merced.

5. A Su Alteza beso los pies. Guárdenosla Nuestro Señor, amén. ¡Si se sirviese Su Majestad de dalle una hija muy linda, que se casase con nuestro príncipe, si no le toma primero Francia, como se dice, y se tornasen a juntar los Estados a España! Que creo le importa tener escudo delante, y más por los pasos de las Indias. En fin, esas cosas, aun que sean grandes, mayores son las del alma; y si ellas tienen alguna importancia es sólo por lo que toca al bien de las almas y gloria de Nuestro Señor; y la principal que deseo es ver una gran santa a Su Alteza, y crecidísima en un muy encendido amor de Nuestro Señor, que es cosa gloriosa ver un corazón real encendido con el divino amor, cuyo fuerte y eficaz ejemplo tira rayos de luz hasta el mundo; y, como piedra imán, atrae a otros bravamente.

6. Este pliego se dé a recaudo a Otaviano.

Y deseo entrañablemente que allá se proceda de suerte, que acá no se engrían tanto, y la gloria de Nuestro Señor vaya adelante en todo; que eso dará buenos sucesos sin duda.

7. El señor don Pedro tiene fama con los católicos y con todos de muy cuerdo y virtuoso, que no podrá creer vuestra merced cuánto lo está, y la merced que Nuestro Señor le ha hecho en dalle luz para que vea cuán necesario es dar aquí buen ejemplo el embajador de España. Nuestro Señor, en fin, tomó este medio de traelle aquí para bien de su alma y toda su casa. Vive con grande orden y cuidado de los sacramentos, y acudir a hacer oración a la capilla cada día un rato, y a su misa por la mañana. Y el señor don Pedro ningún día deja, o a la tarde o a la noche, de entrar a estar un rato delante el Santísimo Sacramento, según me afirma el padre Maestro, y entrambos padres son muy cuerdos y muy siervos de Nuestro Señor, como lo he escrito a vuestra merced, a quien guarde Nuestro Señor, como esta su sierva de vuestra merced lo desea.

De abril, estilo, nuevo, 12, 1606. -Luisa.

8. Dícenme que no hay en otro ningún cabo el Santísimo Sacramento, sino en esta casa, y que, ha mucha cantidad de años, que no le ha habido así de asiento en toda Inglaterra. Yo he tenido gran dicha en esto; que, después que estoy en esta casa, se ha puesto Su Majestad en ella. Sea, glorificado para siempre. Y el señor Vies estima la memoria que vuestra merced hace de él. En cuanto a lo demás, no trate vuestra merced nunca del nombre de Miguel, acá ni allá; no diga vuestra merced jamás padres en las cartas.

A la madre Magdalena de San Jerónimo, que nuestro Señor guarde muchos años, etcétera.

Bruselas




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- 48 -

A la condesa de Miranda


Londres, 7 de mayo de 1606.

Jhs.

1. He recibido la de vuestra excelencia llena de motivos de consuelo; y no es lo menos dulce para mí el que vuestra merced tiene en cuanta merced me hace, porque sin el fundamento del divino amor nada tiene valor ni peso. Imagino, a vuestra excelencia muy devota y tierna, cuando entre los varios impedimentos se acordó de escribirme y halló tiempo para más de un pliego. Déjeme Dios, en pago de cuanto a vuestra excelencia debo, ver ese corazón hecho una fragua de fuego y tan dedicado a su divina grandeza, que todo cuanto produzca sea con aquella venturosa marca o por amor de Sí. Y en esto deseo sea vuestra excelencia tan avarienta, que no le baste el ánimo a sacar de allí ni el más mínimo afecto.

2. Sabe Nuestro Señor el gozo que me causó decir vuestra excelencia que los buenos deseos crecen y el de dejar ese ruido vano llega a querello procurar. El haber impedimentos será cierto; y el poner tanta astucia en ello el demonio, cuanto conoce de pérdida. Guardaré el secreto que quiere vuestra excelencia. Los amigos y siervos piarán por sus particulares respetos; y si yo mirara a mi natural gusto, lo mesmo hiciera; pero el verdadero amor pone en primer lugar el mayor bien de vuestra excelencia, deseando verla en la divina presencia cercada de gloriosos trofeos, o nuevas cadenas rotas, y enemigos sin cuento tropellados, y puesta en aquella libertad que hace verdaderamente libres, como dijo Cristo Nuestro Señor.

3. La notable falta del conde en materias de su servicio y la de vuestra excelencia pudiera sólo hacer fuerza; pero grande gloria de Dios se sigue de dar al mundo ese bofetonazo en medio de su soberbio y altivo rostro, dejando sus altos puestos antes que obligue la muerte a ello.¡Cuándo será el día que me escriba vuestra excelencia: Laqueus contritus est et nos liberat sumus!, habiendo dejado la rica nave el borrascoso y temerario mar y engolfádose para el cielo en un piélago de seguridad, que lo es el del amor. Y si vuestras excelencias despliegan las velas, en él corren dulces, suaves y apresurados vientos en popa; y en lugar suyo, o del rey, donde haya suficiente dotrina y consuelo, se pasará muy bien, y casa pegada a algún perfeto monesterio de monjas donde vuestra excelencia pueda entrar las veces que quisiere. Y la madre priora de Medina, María Ana de San José, pienso es la mujer más a su humor de vuestra excelencia que podrá haber. Y si vuestra excelencia procura el trato de mortificados y desasidos religiosos que más la puedan abrasar en divino fuego ayudando a su perfección y aumentos, y muy escogidos libros della; vuestras excelencias tendrán muy ocupado el tiempo, y más con el que se dará a las obras de misericordia y ratos de salir a alabar a Nuestro Señor a algún jardín. Y si se dan prisa a acabar con la harina de Egipto, hallaránse con los labios tan dulces del celestial maná y tan trocados y dilatados en Dios, que no se conozcan: a que se sigue aquel ánimo y seguridad en la muerte, que no se puede comprar con cuanto se deja: Et ridebit in die novissimo, como se dice de la mujer fuerte en santidad y pureza de espíritu. Y ¿qué será, señora, si se allega a que, en cerrando los ojos a luz material, queden abiertos a la eterna? En todo querría empezase vuestra excelencia con el motivo de los motivos, que es obrar por sólo el gusto de Dios, donde hay manantiales de inexplicables influencias de gloria.

4. Por remate, si vuestras excelencias dejaren la Corte, les suplico a entrambos muy de veras que dejen hecho algún gran bien a estos afligidos católicos. Y serálo muy grande hacer que tenga efecto una pretensión que los padres ingleses de allá tienen, y yo; y es que el rey se haga patrón del noviciado que se hace con los dineros que yo dejé para eso, que no tienen ninguno; y la necesidad del amparo del rey es grande y sin constalle nada podrá honralle y aumentalle. Confío que vuestras excelencias, saliendo o no saliendo, nos harán esta merced.

5. Esa estampa envío, que entre las que acá pintan los católicos me agradó más que ninguna otra para vuestra excelencia. La otra es para mi señora doña Aldonza, a cuya devoción dé Nuestro Señor la prosperidad que deseo. El aumento de Leonor de Quirós espero, de que siempre holgaría tener hartas nuevas. Doña Catalina ya debe estar ida. Doña María querría se fortaleciese en Dios y no temiese.

Guarde Nuestro Señor a vuestra excelencia como se lo suplico y enciéndala en su fuego, amén.

De mayo 7, 1606. -Luisa.

A mi señora la condesa de Miranda, que Nuestro Señor guarde, etc.

Madrid.




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- 49 -

A la madre Mariana de San José


Londres, 8 de mayo de 1606.

Jhs.

A la madre y mi señora Mariana de San José, priora de las Recoletas

1. He recibido la de vuestra merced de 24 de hebrero, en que hallo la desigualdad que suelo entre mi bajeza y la merced que vuestra merced me hace; y alabo la inmensa beninidad que tan excelente caridad ha dado a vuestra merced para con ésta su humilde sierva. Sus cartas de vuestra merced se deben estimar de muchas maneras. Por medio de ellas me fortalece Nuestro Señor, y hago cuenta, cuando vienen a mis manos, que topo un apacible prado o ribera en este escabroso desierto de bestias fieras, donde es menester todo ánimo y fortaleza. Provéanos vuestra merced de ella apriesa, para que vamos rompiendo por estas espesuras y matorrales con fuerza, donde el enemigo meridiano de la humana prudencia vocea mucho a ratos con cada nueva ocasión, representando este vidrio de Venecia, cercado de contrarios vientos y sujeto a cien desgraciados sucesos para todo género de gente, y hace fuerza con que se prevenga lo que podría fatigar la conciencia, antes que alguna borrasca nos saque fuera del reino, por vía de buena fortuna; porque no es fácil el salir cuando se desea, que todos los medios se cierran; que eso hay aquí bueno entre las demás cosas buenas.

2. A esto tomé por remedio el proponerlo a cuatro o seis raras personas de espíritu y letras escolásticas o místicas (y vuestra merced fue una de ellas); y, puestas sus respuestas y pareceres delante del que acá tiene las veces de Nuestro Señor para conmigo, cerrar con su difinición la puerta a contrarios pensamientos: con lo cual concuerda su última de vuestra merced, que me es del alivio y consuelo que vuestra merced puede ver fácilmente. Díceme vuestra merced y otros, que se espera mi vuelta; acá no la esperan, porque dice don Pedro que he echado bravas raíces en Inglaterra, muy pasmado y mirándome, cuando, tras muy grande persuasión, riéndome un poco, le agradezco la caridad que muestra, deseando verme fuera de tantos mortales riesgos, como dice. Madalena de San Jerónimo ha hecho extraña fuerza y muy perseverante, en sacarme de esta tierra, por medio de fuertes cartas y de la infanta; aunque firma de Su Alteza nunca se ha visto en esto. Temen no se rompan por mí las paces, y pueden estar todos ciertos que no será, a lo menos por meterme en cosa fuera de lo que profeso, con la ayuda de Nuestro Señor. Si en eso fuere yo presa, no se impedirá el proseguimiento de ellas; y si acaso se rompiesen, creo se perderá bien poco, pues ni a Flandes ni a los católicos no les viene ningún provecho de ellas, sino sólo el nombre.

3. Habrá un mes que con una nueva falsa de que era el rey muerto a traición hubo alteración terrible, y el Consejo previno la sangrienta que se esperaba, cerrando todas las puertas de las calles y poniendo cerco a la Torre; y fue menester después hacer pregones en toda la ciudad de que era viva la linda pieza. Estos sustos, dirá Inés sí son buenos para un corazón que sentía el reloj cuando daba cerca. Éste es un género de padecer muy duro, y no tiene comparación con lo que es meramente martirio y causa de religión: el único consuelo que se tiene es el que lo es en el cielo y en la tierra, lo cual previno Nuestro Señor antes de mi partida, embarcando a su pobrecilla criatura en la segura y incontrastable nave de su voluntad y gusto dulcísimo, con afecto intenso y al parecer muy puro. El padre Luis de la Puente me dice vuelva, y tome por martirio la nota que será mi vuelta. Mire vuestra merced qué santa llaneza. Yo digo, cierto, que mi amor propio no lo tendrá por gran martirio; y yo me obligo de hacer con él que no se acuerde de esa nota, si se viese en eso, que hasta ahora los oráculos de por acá no le abren puerta; que todo se conforma con el de la madre priora, a quien suplico no me falten respuestas, que yo iré siempre escribiendo y cuando no vengan no dos ringlones, como no vayan fuera de la materia de amor, que esfuerza, alumbra y recrea, no será menester cansarse más vuestra merced en las ocasiones que se halla sin tiempo; y ¡qué cierto serán venir uno o dos, o diez o ciento, llenos de encendido fuego!

4. La merced que hace vuestra merced a Inés y Isabel en todo, y principalmente en quererlas llevar en su compañía a Valladolid, es como las demás que recibo, que la menor de ellas llega a no poder ser pagada, aunque acabara la vida sirviéndola de rodillas. Y cuando fueran las fuerzas de mi agradecimiento muy grandes, es fiera moneda de hierro, y su caridad de vuestra merced es oro acendrado, que tira al blanco de donde le viene la dichosa recompensa.

En lo que sería su compañía de vuestra merced para mí, no se puede hablar de ninguna manera, porque no sea materia de grande tentación a mi flaqueza, como la gloria de la Transfiguración a San Pedro.

5. Ese relicario me dió en Flandes un padre que vino de Roma, muy grave, inglés. Aseguróme eran ciertas las reliquias, y porque le estimo, le envío, con ocasión de la ida del marqués, a vuestra merced (los rótulos van en el papel que está con él). Y vase tan presto, que me hace escribir a priesa, por tener seis o diez cartas, de quien no he podido excusar la respuesta.

6. Escribo al Padre Ricardo pague el dote de Inés lo primero. Mi testamento se ha abierto allá, con escritura que hice en su confirmación. El escribano conoce el licenciado Manrique: allí hay suficiente fuerza para poder cobrar jurídicamente; pero creo desea el padre Ricardo por extremo cumplir, en siéndole posible, con eso, que es tan puesto en justicia, y con lo demás de mis deudas.

7. Si doña Catalina es venida de casa del conde, le doy la enhorabuena; y a todas las señoras amigas, mis humildes besamanos; y guárdeme Nuestro Señor a vuestra merced como se lo suplico, amén.

De mayo 8, 1606. -Luisa.

A la madre y mi señora Mariana de San Joseph, priora de las Recoletas de Medina, que nuestro Señor guarde muchos años, etcétera.

Medina del Campo.




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- 50 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 10 de mayo de 1606

Jhs.

1. Esperando estoy a saber si se han perdido algunas que he escrito a vuestra merced de todo lo de por acá, y no he sabido las haya recibido.

2. Estos ringlones escribo con la partida del marqués por dar ocasión a tener nuevas de vuestra merced. Váse el marqués muy de prisa y es bien menester, porque no le ahorquen en la cara al Superior de la Compañía, que, dilatando su ejecución todo este tiempo pasado, después de venido el nuevo embajador se dan prisa, y señalaron día de su muerte que creo es hoy, o por gran negocio esperarán hasta mañana; de lo cual más largamente diré a vuestra merced; que ahora, con haber respondido a cartas de España, se me ha ido el tiempo sin pensar; y de eso y de lo demás daré cuenta a vuestra merced para que lo presente a Nuestro Señor.

Él guarde a vuestra merced como deseo, amén; que no me dejan decir más, ni puedo enviar una estampa que tengo aquí para vuestra merced muy de mi devoción.

10 de mayo de 1606.

Muy humilde sierva de vuestra merced,

Luisa.

Cuando me hubiere de ir, antes estimaré el favor de su compañía de vuestra merced que del marqués, ni cuantos grandes hay en el mundo.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde muchos años, etc.

Bruselas.




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- 51 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 26 de mayo de 1606.

Jhs.

1. Mucho ha que no tengo carta de vuestra merced, y deseo saber si han llegado a sus manos dos o tres mías, antes de la que escribí con el señor don Blasco.

2. El sábado, después de su partida, fue sacado a la muerte el buen padre Garneto; y primero lo había sido a juicio en un lugar público, donde todos esperábamos poder saber la verdad de sus cosas; porque las de hasta allí venían todas por los inficionados arcaduces de los enemigos suyos y de nuestra fe; los cuales, habiendo levantádole primero con favores y alabanzas, pretendieron derrocar su honra y opinión cuanto pudieron tan astutamente, que aun a los católicos amigos ponían en perplejidad y duda. Pero, sacado a vista de todos, en lo poco que le permitieron hablar, interrumpiéndole a cada paso, mostró su constante y muy religioso ánimo, acompañado de su acostumbrada humildad y mansedumbre, a que algunos pusieron nombre de pusilanimidad.

En aquel puesto, cuidadosamente, atendieron muchos a lo que pasó, y entre ellos un padre de toda confianza y verdad, tornando lugar muy cerca, fue apuntándolo todo, y después lo sacó en verdaderísima y bien ordenada relación. Della compré un traslado que envié a España a los padres de su nación; y, si no pensara que los de acá la han enviado ya a los de ahí, enviara una a vuestra merced para que esas señoras monjas se la declararan.

El señor don Pedro la tuvo en español; pero no sacada por el que yo digo. El rey y la reina, dicen, estuvieron tras una ventana, y que el rey dijo: «¡Sobre mi alma que le hacen agravio en no dejalle hablar!» Mire vuestra señoría qué tal debía de ser, cuando se lo pareció a él.

3. Dijo el padre que no había sido atormentado sino breve tiempo y que había sido bien tratado en la cárcel. Y, en todo su caso, en solos tres puntos halló en que trabar la malicia humana, y fuera de éstos en cosa ninguna; y así, trataré solos dellos.

El primero, que dijo (ofreciéndose con gran ocasión): «Si el rey quiere darme la vida, serviréle en cuanto no fuere repunante a mi religión y a mi profesión (esto es de religioso); y si no lo hiciere, moriré alegremente.» Y dicen era pusilanimidad, porque no ponen los ojos en que siempre procuró ablandar cristianamente la grandeza congelada en el pecho del rey y del Consejo contra todos los de la Compañía, usando con ellos palabras blandas y amigables, por persuadirlos que la Compañía no los aborrece como dicen, ni los tiene por enemigos, antes les desea todo verdadero bien; y así, los vino en muchas cosas a ablandar más de lo que esperaba.

El segundo, que el caso de la reina Isabel y el de este rey, a su parecer, no era un mismo caso para con el Papa; por haber ella profesado nuestra santa fe en otro tiempo y él no haberla tenido jamás. A lo que replicó Cecilio: «¿Qué decís, señor Garneto? ¿Y podrá descomulgar el Papa al rey cuando quisiere, como a la reina?» Y el padre dijo: «Muy bien, señor, lo puede hacer el Papa, siempre que quisiere.» Y háse de advertir que el intento del padre en esto fue que, supuesto que el rey se había criado en la herejía y permanecido en ella toda su vida, el Papa no querría usar con él de tan ásperos medios como con la reina, hasta haber usado primero de blandura y provocándole con ella a su conversión.

El tercer punto toca al padre Usualdo, llamado Grinwel (Greenway). Para el cual es necesario saber que, estando en la Torre el padre, usaron de una cautela con él, poniéndole como acaso en un aposento junto al del padre Al, que era de la Compañía, y ya es glorioso mártir. En él había una puerta por donde se podían hablar y no ver; y, junto a ella, una pared hueca, donde, metiendo dos o tres oficiales de la justicia, oyesen lo que hablasen. Y pareciéndoles a los padres que estaban seguros, se llegaron a la puerta y se hablaron y confesaron el uno con el otro. Y dijo Garneto: «De tres cosas que me cargan, en las dos fácil es el descargo; y en la tercera, que es de lo de la pólvora, un solo hombre en esta vida puede decir que yo lo supe y ser en eso contra mí.» Los emparedados lo iban todo escribiendo, y luego con su testimonio fue apremiado a decir qué era aquello de la pólvora; y al buen padre le pareció que, en caso tan intrincado y dificultoso, era de menos inconveniente el decirles la verdad y que conociesen en él llaneza, y no creyesen había más de lo que era, contra él y la Compañía, pues estaba ella inocente en esta materia, y esto juzgó por más servicio Nuestro Señor, y díjoles: «Con tanta nube de testigos, descubriré la verdad.» Y era que el padre Usualdo, confesándose un día con él, le había dicho que, en la confesión de un hombre, había entendido que se trataba de lo de la pólvora, y que el padre Usualdo le dió licencia para decir esto en caso que fuese apretado sobre ello, y no en otra manera. Y que así, lo había negado cuando sin pecado no podía decirlo; y que, llegado el caso en que no era pecado, con llaneza se lo decía, descubriéndoles todo cuanto había en ello enteramente. Y que en aquel tiempo que lo entendió, hizo toda la posible diligencia por impedirlo; con que tuvo por llano que no se hiciera, aunque los que fueron en ello jamás le descubrieron su intento. En lo del padre Usualdo estaba él muy cierto que el Consejo no tenía duda de que Grinwel (Greenway) lo sabía, y en eso no les decía cosa nueva contra él; que un criado de los conspirados que murió con ellos, sin valerle el medio que tomó para no morir diciéndoles algunas cosas no convenientes, entre ellas dijo que él mismo trató con Grinwel de lo de la pólvora, porque era su confesor, y mistris Ana había escrito al padre Garneto a la Torre, que Grinwel (Greenway) era cierto estar fuera de Inglaterra.

Y esta es, señora, una verdadera relación.

4. Fueron muchos ministros ordinariamente a disputar con él, a los cuales decía que, si les llevaba curiosidad o malicia para urdir algo, que no le ocupasen el tiempo corto que tenía para vacar a Dios y aparejarse para la muerte. Y, con todo eso, disputaba con ellos con espíritu y eficacia. Ejercitaron su paciencia extrañamente, no atormentando su cuerpo, pero atormentando su ánimo y entendimiento con invenciones, enredos y quimeras sutiles, difamándole ponzoñosamente en todo género de materias: en su fidelidad a la fe, en su castidad, en su templanza en el beber y comer, que era rara, en su verdad, en su entendimiento, en su prudencia y en otras semejantes. Y cuando llegó su día, con su pobre vestido negro y ropa larga hasta los pies, fue puesto en el zarzo que tiraban tres caballos, con innumerable gente que le seguían. Fue llevado desde aquí hasta San Pablo, que es tan gran trecho, que no le he andado yo sin quedar muy molida.

Iba en oración y puestas las manos; y su rostro era proporcionado, y rubio y muy blanco, y modestísimo; y así, casi todo el pueblo, por la mayor parte, se compadeció, y hablaban co n blandura de él; y los católicos con devoción. Dícenme que cuando llegó a Chepsaid, que es una principalísima calle, en cuya mitad está una muy alta cruz dorada, pidió que le dejasen parar, y hiciéronlo, y estuvo haciendo oración devotísimamente. Llegado a la horca, habló con el pueblo con apacible y sosegado semblante, muy sustancialmente al parecer de todos, cuyo discurso enviaré a vuestra merced escrito, con ésta o con la primera de otra semana, que aún no me lo han traído sacado. Y cruzando sus manos en el pecho le echaron de la escalera; y queriendo cortar el verdugo la soga muy presto, clamó el pueblo fuertemente que le dejase morir primero, y algunos arremetieron y le estiraron de los pies; y así, estaba casi totalmente muerto cuando le abrieron el pecho. Están sus cuartos puestos por la ciudad.

Yo no quise verle, aunque salió de aquí junta.

5. El padre Al fue llevado con su criado fuera de Londres, y en un lugar do él solía vivir, fueron muertos los dos. En la horca declaró no haber jamás entendido cosa ninguna de la pólvora, y habló con tanto espíritu y ánimo, que se vieron llorar más de quinientas personas. Y Cecilio dijo después, que él diera trescientos ducados, por que no hubiera muerto; porque fue el provecho de las almas mucho con su muerte. Aquí le va haciendo la del padre Garneto, que estos días se han reducido algunos y se van reduciendo más, con ser la persecución tan dura, que no hay pobrecito a quien no inventaríen sus andrajillos en cada parroquia y calle; y todo lo aprecian, hasta una camisa vieja, para venderlo y sacar lo que monta la pena que les ponen por no ir a las iglesias. Y si no vale tanto, llevarles lo más que pudieren; que es una tentación terrible para la gente vulgar, y aun para la que no lo es.

6. El Parlamento, dicen se acabará en ocho días, poco más o menos; y no le rematan, sino difiérenle hasta setiembre o octubre, dejándolos colgados del cuidado que les da eso; por amor de las leyes que les dicen hay en él contra ellos. En fin, son tratados como esclavos propiamente; y, por otro cabo, con emulación o poco amor, los falsos hermanos, o los necios o de ligero fundamento, aumentan su tribulación hablando cosas no convenientes contra ellos, en Inglaterra y fuera della. Y también se dice que el Consejo tiene católicos flacos o fingidos en Flandes y otras partes, que sirven de eso y de espías para cuanto allá pasa.

Si se hiciesen estrechas amistades entre España y Francia, era el total alivio de esta gente y gran bien para ese país y toda la universal Iglesia: no sé por cuál de los dos queda, que a entrambos parece que les está bien.

7. La estampa que dije a vuestra merced, le envío en ésta, por señal, como aquí se usa, de amor; pero no para que vuestra merced haga lo que ellos, que luego se ha de volver otra cosa; y suelo yo decir riéndome, que es muy bueno darle a la persona una cosa que no ha menester, para hacerla buscar lo que no tiene y enviar luego su correspondencia. Compré esa estampa en la cárcel, que las venden allí algunas veces los sacerdotes presos, de quien tenemos esperanza serán enviados a destierro fuera de Inglaterra; pero no de ninguno de la Compañía de los que están presos, que éstos son los que a ellos les amargan más.

8. El padre Floido dicen lo está, por haber entrado a confesar y comulgar al padre Al, y vuelto segunda vez allá poco antes de su martirio, donde le cogieron. El padre Miguel ha sido buscado estos días con otros padres en Londres, donde, por hallar padres y sacerdotes, se han hecho desmedidas serches y muchísimas, unas tras otras. Vuestra merced no nombre jamás, ni allá ni en carta, el nombre de Miguel, que le saben acá; y menos el de Walpolo, que es aborrecido del Consejo, por amor del padre Ricardo; y avise vuestra merced esto a los amigos todos. Y si no tuviera gran dolor de cabeza, dijera más cosas en ésta; y mañana dicen se va el correo.

9. A Su Alteza beso los pies; y a la señora doña Juana de Jacincurt las manos muchas veces. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced como lo deseo.

De mayo, 23, 1606.

Suplico a vuestra merced me envíe muy a recaudo esa carta al padre Ricardo Walpolo; y al señor Otaviano beso las manos y no puedo responder a la suya ahora.




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- 52 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 31 de mayo, 1606

Jhs.

1. Señora: yo me hallo tan ruin de dos o tres calenturas que he tenido, que no puedo decir más que he recibido la de vuestra merced de 8 de mayo con el consuelo que siempre; es en respuesta de una larga que vuestra merced recibió mía. Y para decir en una palabra lo que se me ofrece, vuestra merced puede hacer muy señalados servicios a Nuestro Señor en materia de esta pobre gente con sus oraciones y con sus palabras y otros medios, que vuestra merced sabe bien poner siempre que quiere; y creo no le faltará voluntad, ni acá necesidad.

2. Ahora dicen están todas las leyes contra la religión en manos del rey, porque su voto vale tanto como todo el Parlamento; y que da y toma sobre ellas con el Consejo todos estos días; y dícese que ha dicho: «Yo querría confirmarlas, pero no querría que me tuviesen por tirano.» Dios lo remedio, aunque las hechas bastan, si se van ejecutando como se hace.

3. No me dice vuestra merced nada casi nunca de la señora doña Ana María, ni de sus criadas, y si son las mesmas.

Guárdeme Dios a vuestra merced, que no puedo decir más.

De mayo, 31, 1606.

4. No sé, señora, si he de ver a Su Alteza antes que me muera; y a vuestra merced allá o acá. Cierto, que me sería de muy raro contento. Hágase sobre todo la voluntad de nuestro dulcísimo Señor, Amén. Y no me diga vuestra merced, señora, más, cuando trata de mi vida, que sea para donde yo quisiere, o España o Flandes; que sepa me pesa mucho; y, si no fuera cosa prolija para carta, yo le diera a vuestra merced satisfacción de eso; y crea que habrá pocas personas que lleguen a estimar a vuestra merced en más que yo, ni en tanto como yo lo hago.

Al señor Otaviano escribiré con otro, si la salud me deja; y le suplico dé a vuestra merced los libros que le he pedido con lo que hubieren costado, que lo enviaré con el primer correo. Hácenme mucha falta en mis tibias devociones.

Menor sierva de vuestra merced.

Luisa.




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- 53 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, junio de 1606

Jhs.

1. Esta mañana escribí, señora, a vuestra merced, y ahora es forzoso volverla a cansar, por suplicarle me haga merced de enviarme una memoria de aderezar guantes de ámbar, de los mejores, y otra de los medianamente buenos, pues habrá en casa de Su Alteza quien sabrá hacerlos tan bien. Y venga muy especificado, suplico a vuestra merced, porque no se yerren acá; y recibiréla en esto mayor que sabré decir, por haberme encargado muy de veras el señor don Pedro, que le busque por entre las amigas y señoras de por allá, estas dos recetas o memorias, que sean escogidas; y pone en esto particular gusto y necesidad que tiene dellas; y yo, cierto, estoy obligadísima a su caridad, y todos lo estamos a la virtud y gran ejemplo con que vive aquí.

2. A madama de Woque (que no creo sé escribir su nombre) vi el otro día la primera vez en la capilla. Parecióme apacible. Díjome que qué me parecía de esta mala tierra y que, en su vida toda entera, no había llorado tantas lágrimas como después que estaba en ella. Ahora, bien las podríamos llorar de nuevo, por la impiedad de las leyes que ya se empiezan a divulgar como cosa cierta contra los católicos, aunque no están del todo en público. Ayúdelos Dios, amén; que todos estamos con la sangre medio, helada de pena y es bien menester dilatarnos en Dios. De todo avisaré a vuestra merced y guárdemela Su Majestad como deseo, abrasadísima en su amor.

¡Qué cosa sería que viésemos por acá a vuestra merced algún día!

De junio, 1606.

Luisa.




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- 54 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 6 de junio de 1606

Jhs.

1. Después que escribí a vuestra merced con el último correo, me purgué por estar muy ruin y temer estarlo más, del mal del corazón; y las purgas que me dan aquí son tales, que pudiera haber escarmentado de la primera que tomé ahora un año, que por tres meses o más me dejó destruida; y ésta, aunque fue avisando al médico de lo pasado, me ha apretado harto, y ha tres días, y apenas puedo escribir esta carta. Pero por ser poca la cantidad de la bebida, creo me restauraré presto y mejor; que con la otra pensé morir sin duda, porque me hacía echar la sangre viva a revueltas del humor, co n un trasudor frío y desmayo mortal y fuertes dolores. Y de aquella ocasión vine a quedar como me vieron después los que hicieron relación allá a vuestra merced de mi poca salud.

2. El Parlamento no es acabado; dicen lo será hoy o mañana, y que todos estos días están dando y tomando sobre las leyes de los católicos. No sé qué más quieren que las que dejó hechas la Reina «que Dios tiene en sus brazos», como dicen los señores cuando la nombran; y yo digo que es verdad que está en los brazos de Dios, pero son los de su justicia y horrible indinación. Y si Dios les permitiese ejecutar aquellas leyes, no quedaría católico en un año; y ellos podrían conocer que bastan ellas, si Nuestro Señor les deja; y si no, que no podrán ningunas otras bastar.

3. Una nueva señora, creo, habrá convertida, y dos ministros lo están, de fuera de Londres. Los católicos se están todavía en las cárceles; unos dicen irán en destierro, otros que no serán sueltos.

4. El marqués me dejó aquí mil reales: cuatrocientos para un padre que se los pidió por medio de otra persona, para una necesidad; y seiscientos que yo repartiese en las cárceles y fuese según mi voluntad. Yo le pedí limosna..., porque se ha servido Nuestro Señor de darme un muy desahogado corazón en esta parte y un ánimo muy superior al estrecho estado de pobreza en que estoy. Y suelo yo decir que entre no acabar de entender que me tiene de faltar lo necesario y el no dárseme nada que me falte, no puedo hallar desigualdad, ni sé cuál de estas dos cosas excede a la otra. ¡Gracias infinitas sean dadas a la benina Majestad de Dios!

El marqués también debió querer darme parte en los mil reales, pero yo la cedí de buena gana en los demás; que, con darme de comer el señor don Pedro, de presente, no estoy en esa necesidad tan precisa y es consuelo tener algo que les dar a libres y presos en las ocasiones apretadas.

5. El otro día hallé una señora que lo estaba harto, en Vriduel, cerrada en una camarilla, sin que nadie la pudiese hablar ni ver, y bien pobre; y su marido en la Torre, por sólo haber sabido tenían un padre o sacerdote en su casa, aunque no le pudieron coger en ella ni fuera. A ésta di la limosna que a los religiosos o sacerdotes, aunque no entendí entonces como después lo sé, que la tienen en gran necesidad puesta. Y hallé también un mancebo, maceando en los linos o paños, que allí hacen; cosas de gran trabajo; y ponen en ellos a los católicos por ablandalles el ánimo. Éste decía que, aunque más le hiciesen moler, no creyesen de él que iría a las iglesias: díle también como a padre. Y en estando mejor, acabaré de visitar todas las prisiones, que son creo que seis o siete o más, donde hay sacerdotes y católicos legos, por la fe. En la Torre no hay entrar ni tratar de nada que toque a ella, sin gran inconveniente por ahora de todos. Mistriss Ana Vas se está en ella, sin que se hable palabra en su negocio, está buena y dícenme que alegre.

6. Yo lo estaría mucho si supiese hablar, que no hay otro ahogadero para mí como ése; ya lo ha sido también para los dineros, cobrándose los que traje de Flandes y los que he tenido después por mano, ajena, y gastándose por medios, cuya lengua no entendiéndose, era fuerza acogerse la persona a la paciencia, aunque todo se hundiese y asolase. Ahora empiezo a ser un poco persona, porque sé lo que cuesta lo que se compra, y compro lo que es menester y no más; y, en fin, puedo tener algún orden, lo cual no era posible primero, con que se ha consumido de tres partes de todo mi dinero más de las dos; aunque es verdad que, del gasto de San Omer y la entrada de Inglaterra, me dieron por gastados cien ducados que serían los de las mulas que vendí allá en ciento y treinta. Y no es ésta la mayor mortificación en el no saber hablar, porque lo es general en todo.

Y salgo, señora, de esta materia, con que él es un estado y tiempo en que el amor propio puede enflaquecerse mucho y cobrar gran fuerza sobre el espíritu; pero yo no puedo sin gran confusión decir la mala maña que me he dado en aprovecharme en esto.

7. Estoy, señora, haciéndome fuerza a escribir y la flaqueza que siento en el corazón me viene ya a impedir del todo.

8. Lo de Lovaina he oído que irá adelante, desde luego, conque me he alegrado; y no por mi propio negocio, cierto, sino por el de la gloria de Dios y amor tierno que tengo a nuestros amos y deseo de sus buenos sucesos; para los cuales es el llano camino dar grandes gustos a Dios, aunque sea disgustando a los hombres que se desean conservar en amistad por causas de Estado; que son presentillos y ofrendas que le entran en gran gusto a Su Majestad, en cuya mano, están todas las cosas y, sin dificultad las dificulta o facilita cuando quiere: y consiste toda la felicidad en tenerle muy contento, y sus gustos y su mayor gloria y el conforte y amparo de sus siervos, muy en primero lugar.

Guarde Nuestro señor a vuestra merced como yo deseo.

De junio, 6, 1606.

Gran servicio de Nuestro Señor es el que vuestra merced me hace en encaminar las cartas que le envío.

Luisa.

A la madre Magdalena de San Jerónimo que Nuestro Señor guarde, etc. etc. Bruselas.




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- 55 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 14 de junio de 1606

Jhs.

1. He recibido la de vuestra merced de 3 de junio en que me dice quedaba purgada; espero en Nuestro Señor será para la salud que le deseo; que se sirve Su Majestad de que me haga vuestra merced desde allá una manera de compañía y de amparo grande; y no sólo por mi particular, pero también por el bien que vuestra merced hace a otros.

2. Ayer me embarazó gente de fuera, y hoy me dan prisa para el pliego del señor don Pedro; y así, no diré más de que huelgo en el alma de oír que está muy lucido ese ejército, en que tan grande gloria de Dios consiste y universal bien de su Santa Iglesia; y no me alegro menos con que esté suelto Hugo y que Sus Altezas muestren su alto y real ánimo en eso y otras cosas; porque la soberbia de sus enemigos aquí se mortifique y pierda los bríos; que son gente, señora, que aborrecen de todo corazón a nuestros amos de Flandes y España y a cuanto les toca, y aman entrañablemente a sus enemigos los holandeses, como he dicho en otras; que no los ha de llamar nadie rebeldes. Y decía uno de los primeros personajes de acá, que no se podía con verdad llamar así a los holandeses, y que era señoría Flandes. Y aun al señor don Pedro le dijo un día, según me dicen, que le suplicaba no los llamase así. Y respondió don Pedro que su nombre propio era el de rebeldes, y el sobrenombre los mayores bellacos de la tierra; que él les hacía harta honra en decir sólo el primero.

3. Ahora no hay acá sino hablar en las leyes contra los católicos, que dicen son muy crueles. Tengo el traslado de 25, muy bellacas; pero no se puede saber de cierto nada hasta que se proclamen, que han dicho sería luego, y ya se va difiriendo poco a poco. Creo que es todo mafias, por miedo de si se va mejorando lo de Flandes; que, aunque muestran brío insolente, puedo asegurar con verdad, por lo que me asegura gente que lo sabe muy bien, que está pobrísimo el rey y sin con qué hacer naves, y las que tiene son de poca importancia; y un soldado solo, que tenía fama de saber serlo ha muerto aquí poco ha, que era un conde. Y sobre toda es cosa muy pública que no tienen ánimo, porque el hijo mayor de todos es temeroso como un niño, y el segundo lo es en extremo y ama una hora más de vida increíblemente, pero es astuto y disimula y muestra valentía. El otro no sabe disimularlo; y así, todos creen que no la tiene. Dicen de él, entre otras cosas, que, entrando una vez en Londres, disparaban mucha artillería muy cerca de él y arcabuces, por fiesta suya, y que le dijo un caballero: «¡Qué buena música, señor, para las orejas de vuestra merced!» Y él, muy turbado, respondió: «No es tal para mí. En verdad para las del diablo, para las del diablo lo será, no para mí»; repitiendo aquesta palabra.

4. No puedo alargarme, señora, más. Procuraré alguna cosa del santo Padre y enviársela a vuestra merced, y esa relación de su muerte envío ahora, y esa carta mía que tenía escrita la semana pasada, y fuése el correo sin ella, que me la mandó escribir el señor don Pedro; y por ser de su gusto lo que en ella suplico a vuestra merced deseo muy de veras recibilla. Ahora está triste con la muerte de su cuñado don Alonso Coloma, obispo de Cartagena, que lo supo ayer por vía de Lisboa. Y dícenle que don Luis Fajardo salió con treinta galeones o más, y muy gallardamente, y no le osaron aguardar los señores que no han de ser llamados rebeldes.

Nuestro Señor nos mire por su misericordia, que me hallo, señora, con una grande confianza meses ha, de que ha de ayudar mucho Su Majestad los sucesos de Flandes.

Al señor Otaviano pido tenga ésta por suya, que no puedo acabar una carta que empecé a escribillé; y nunca lo hago, por no cansalle; que pues vuestra merced lo suple todo y van las cartas tan seguras por su vía, no es necesario.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo, y abrásela en su amor santísimo con los, aumentos que puede, amén.

De junio 14, 1606. -Luisa.

A la madre y señora mía Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 56 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 20 de junio de 1606.

Jhs.

1. Aguardando estoy a saber cómo ha quedado vuestra merced de la purga; sea como yo deseo.

He escrito a vuestra merced con todos estos correos y espero su respuesta.

Ese pliego creo importa se dé al señor Otaviano.

2. Las leyes contra los católicos están confirmadas y imprimiéndose. Son muchas y muy bellacas. Dicen se ha puesto pena de muerte al que las tiene, si da traslado o las publica; y, con todo, se saben, pero no con la puntualidad que cuando estén proclamadas. Una dellas es de que paguen por cada criado o criada católica diez libras cada mes, que son cuatrocientos reales. Mire vuestra merced qué caro quieren hacer el buen servicio y si es carga suficiente ésta para hombros tan enflaquecidos con continuos trabajos. Pues no es ésa la mayor, de treinta o más, que yo tengo veinticinco, y me dicen faltan muchas en mi papel.

3. El conde de Norfolcia (Norfolk), que es el camarero mayor del rey, decía a su hermano, que es gran católico, que mirase en qué le podía ayudar, pues no era razón padeciese cosas tan intolerables, y que lo procuraría, y cómo pudiese tener criados católicos; y él le respondió que él jamás dejaría su gente, aunque más leyes se hiciesen, ni tendría herejes en su casa; y que no quería ayuda ninguna, sino pasar por donde todos los demás católicos, haciéndoles compañía en las afliciones, pues era una misma cosa con ellos.

4. El ólio dél año pasado es ya viejo; y necesario, como vuestra merced sabe, consagrar con nuevo ólio, como lo ordena la santa Iglesia. Tienen notable falta; y dícenme no hay medios para traerlo. Vuestra merced, por amor de Nuestro Señor, provea de dos frascos que se puedan repartir entre padres y sacerdotes; que el señor Otaviano ayudará en esto a vuestra merced.

5. A Su Alteza vi el otro día en una calle, retratada; que no sabría decir lo que me alegré, y estuve un rato mirándola junto a la tienda. Guárdela Dios, amén, como es menester, y a sus hermanos, primo y sobrinos; y a vuestra merced, con el amor suyo que deseo.

De junio 20, 1606. -Luisa.




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- 57 -

A Inés de la Asunción


Londres, 20 de junio de 1606

Jhs.

1. Dos cartas suyas recibí últimamente, y no pude responderle como lo deseé cuando vino el marqués de San Germán. Holguéme en extremo con ellas; que lo dice, cierto, muy bien; y a revueltas de los sentimientos y dificultades, se descubre que Dios le hace mucha merced. Siempre tendré particular gusto con las suyas, aunque sean muchas veces más largas que éstas; y principalmente cuando me dijere su parecer en las cosas que me tocan, como lo hace en algunas.

2. No sabría decir el gozo que mi alma siente, cuando me acuerdo de la misericordia que Nuestro Señor le ha hecho, resolviéndose a profesar; y que fuese donde está la madre priora: sería lástima no saberla agradecer a Su Majestad. Para no tenerle envidia, es menester estar donde se está, pudiendo dar inmensas gracias a Nuestro Señor de que: statuit pedes meos in loro spatioso. Puso mis pies en espacioso lugar. Pero son tan torpes y no saben correr ni andar, descubriéndose, dentro de los límites del padecer, llanuras grandes donde se puede volar, si Nuestro Señor da el aliento que es menester.

3. Sepa que el padre Garneto está ya en el cielo, y otro padre llamado Alonso con su criado, que era panadero del colegio inglés. Su muerte fue tal como la causa de ella, que es la de la fe. De mí, hermana, no sé lo que Nuestro Señor hará, que esa materia está ahora muy en agraz; el fruto sazonado y verano ameno parece será una horca; pero serálo mucho más el cumplimiento de la voluntad de Dios, que la bendiga y guarde con el amor suyo que le deseo.

De junio, veinte, mil y seiscientos seis.

Otra vez le escribiré más de espacio, que he estado mala y me mata el escribir; y ha sido forzoso escribir harto por esta pobre gente, que están en una persecución muy encendida.

Isabel, allá loando a Nuestro Señor, dándonos ejemplo de no gastar tiempo en escribir; tenga ésta por suya; y no me olvide con Nuestro Señor: a todas las señoras y amigas pido esto mismo. Avíseme si doña Catalina está ahí; y de doña Isabel de Villafranca, y doña María, a quienes beso las manos, y a doña Agustina. De Ana Suárez desearé saber y del padre fray Vicente muy de veras.

Su verdadera hermana.

Luisa.




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- 58 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 3 de julio de 1606.

Jhs.

1. Recibí la última de vuestra merced, que sirvió de acompañar las que vinieron con ella, y de avisarme vuestra merced no quedaba buena, de que me pesa muchísimo; y esperaré que Nuestro, Señor se sirva de traernos buenas nuevas de su salud de vuestra merced, a quien he escrito tres cartas, creo que, o más, bien largas; y en una iría una estampa de las que venden en las cárceles los católicos, y en otra he suplicado a vuestra merced envíe unos barriles de peltre o lata pequeños, con ólio, que hay necesidad de nuevo. Espero me responderá vuestra merced estando mejor.

El cuidado de enviar acá cartas y dar las de acá es una obra de grande caridad, por ser mucho el provecho y utilidad que se recibe en ello; págueselo Dios a vuestra merced con grandes aumentos de su amor.

Yo quedo mucho mejor, señora; pero nunca buena de alma ni cuerpo. No nos olvide vuestra merced con Nuestro Señor.

2. Ya estará allá la proclamación que envié de los sacerdotes: no sé si los de la Torre se entenderán en eso. Mistriss Ana Vas en ella se está, sin memoria de salir, ni nadie habla en ello. El marido de su sobrina, digo hijo de su hermana, ha muerto aquí poco ha, y su mujer era muy moza y sus niños muy chiquitos; ha sido lástima, que era una muy devota y honrada persona.

3. Gran destrucción y acabamiento ha venido por los católicos desde que yo llegué aquí; y así, casas muy importantes a la religión están por el suelo.

A un católico quitaron cincuenta mil ducados los días pasados, según entendí, de una vez, por un enojo del rey, por sólo ser católico; y ahora, últimamente, han quitado a otro, aquí en Londres, ciento y cincuenta mil, que es cosa manifiesta a todos: es muy viejo y había ido toda su vida aumentándolos, dice que para un colegio; y súpolo el rey y dióselos a la reina. Dicen que ella los quiso para pagar los trajes todos de seda o oro que ha sacado para vestirse; y debíalos a un mercader, o más; y no le debían querer dar más sin pagar lo pasado; y no tenía la buena reina otro remedio para suplir su trabajo.

Ahora dicen han hecho tres lords, pagando cada uno una suma que no sé si llega toda a cincuenta mil ducados, para que pague ella holandas y compre de nuevo para su parto, que ha sido de una hija.

Y en saliendo las leyes nuevas en público empezarán a remediarse más deudas y a destrozar los católicos, porque son cruelísima cosa; parece no puede el corazón oíllas sin encogerse con mortal dolor.

Espero que aunque empiece toda su malicia a vomitar la ponzoña, los ha de deslumbrar Nuestro Señor y templarlo todo, porque de otra manera no quedaría católico en poco tiempo. Gran ojo tienen al dinero, según parece, y todo, se les vuelve y volverá como de duendes.

4. No sé si he escrito a vuestra merced cuán caras van sus cartas; que cuando estuvo el de San Germán aquí dió al rey y reina dos cartas de los nuestros; y al irse, como no le daban respuesta, envió por ellas, y respondió el secretario a cuyo cargo estaba el negocio, que no podía darlas si no le daba trescientos reales por cada una; y él envió los seiscientos y se las dieron; y afírmamelo persona grave y que lo debe saber bien de cierto.

5. De la salud de los amos de ahí nos avise vuestra merced; guárdelos Dios como puede, amén. Y a la señora doña Juana beso a su señoría las manos muchas veces.

6. La respuesta del aderezar guantes pide el señor don Pedro. Vuestra merced no la olvide.

Y guárdela Nuestro Señor con el amor suyo que deseo.

De julio 3, 1606. -Luisa.




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- 59 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 7 de julio, de 1606.

Jhs.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo

En una que la madre Ana de Jesús habrá dado a vuestra merced, mía, supliqué a vuestra merced amparase el mochacho que dará ésta a vuestra merced, llamado Guillermo Richarson, de edad de quince o dieciséis años; y ahora suplico a vuestra merced se sirva de procurar que sea puesto en alguna casa de la Compañía, o monesterio de frailes o monjas, para servir, de manera que pueda deprender virtud; o que sea puesto a deprender algún oficio honrado, como platero o otro semejante. Su madre desea que sea puesto con un mercader, para que tenga ese oficio después; pero yo no lo deseo, ni el mochacho lo apetece; y en tanto que se hallan semejantes empleos, podrá estar sirviendo en alguna casa de algún gentilhombre que le trate bien.

Su madre es una viuda católica; pero muy tímida, y teníasele en su casa sin memoria, a mi parecer, ni confianza de hallar un mercader católico que le tomase; y no hallándose, ella no le quería dejar ser católico; porque decía que sería forzoso ser hereje teniendo amo hereje, y valía más no haber sido nunca reconciliado (cuánta linda razón); y en resolución todo era miedo de sus amigos y deudos, que son herejes. Yo la reñía cuando la topaba en la capilla del señor don Pedro; y al cabo de algunos meses, no sirviendo de nada, topé al mochacho en las escaleras y reñile ásperamente, porque obedecía en aquello a su madre. Y a la tarde, él se me vino a casa, pidiéndome le ayudase y no desamparase su alma; que él se quería luego hacer católico, sin voluntad de su madre; y aunque le echase de casa, como decía, y hubiese de pedir limosna, quería reconciliarse. Yo le llevé a los padres de la cárcel, y ellos temieron, porque era peligroso caso, sin duda; y, en fin, estando instruido suficientemente, torné otras dos o tres veces a hacer instancia, ofreciendo envialle a Flandes, con que se aseguraría el peligro, y su madre no tendría ocasión de hablar en ello; y con esta promesa le reconciliaron y hicieron católico, y espero lo será siempre. Y desea en extremo asegurar su alma en Flandes o fuera de Inglaterra, y pídeme le envíe, aunque sea para pedir por las calles limosna, y no le deje con su madre, que le desayuda en su salvación. Y miss Teylar es tan caritativa y es tan buena, que ha tomado sobre sí el trabajo de llevalle hasta Cales (Calais) y allí hacelle llevar a ese lugar. Vuestra merced le reciba con las entrañas de misericordia que pide su necesidad de alma.

Y no siendo, para más, y habiendo escrito, como ya digo, a vuestra merced en este mismo tiempo, no es razón cansar más vuestra merced, de cuya salud y partida España deseo saber, y de los negocios de la señora doña Ana María. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced como yo deseo, amén.

De Londres, 7 de julio.

Al padre Baulduino he escrito, pidiendo ayude en esto a vuestra merced, y a la madre Ana de Jesús; y no creo que, entre tan buenas personas, quedará sin remedio.

Verdadera sierva de vuestra merced,

Luisa.

A la madre y mi señora Magdalena de San Jerónimo, que Dios guarde, etc.

Bruselas




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- 60 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 24 de julio de 1606.

Jhs.

1. Ya sabrá vuestra merced las nuevas traiciones que se les ha antojado acá, que hay hechas por nuestros amos, a lo que dice el pueblo. Val fue preso y un capitán Tomás que vino de Flandes. Brava cosa es lo que aquí pasa y el desasosiego con que vive este gobierno y hace vivir a los demás. Es la vida, mostrarles un poquito de brío; y con haber mostrado el señor don Pedro valor en esta ocasión y gran moderación y prudencia, esperamos será de provecho para todo. Es Val aquel que vuestra merced vió ahí poco ha, que no creo yo tiene condición para matar un gato, cuanto más al rey y a Cecilio. ¡Pobre gente, con qué temor vive!

Háblase aquí en traiciones como allá se hablara en cualquier ligera materia; digo en cuanto a la frecuencia, y no en cuanto al temor y revolución que se derrama en todos.

2. Díceme vuestra merced en una o dos suyas que no me quiere decir nada de mi vuelta, y la merced que en ella me ofrece, pues me hago sorda; y yo no sé que haya dejado de responder siempre a eso con la estima y amor que se debe. Pero si vuestra merced llama hacerme sorda al no tratar con efeto de irme, es otra cosa. Y eso, crea vuestra merced que no está en mi mano; porque, teniendo tantas conjeturas de la voluntad de Dios, no puedo volver las espaldas, sin hallar las otras de tanto peso, que las deshagan; y cierto que ni me trujo a Inglaterra designio de lucidos sucesos, ni pensar de mí alguna cosa grande, ni querer que una sola persona se acordase de mí en este mundo; y en este estado permanezco, gracias a Nuestro Señor, deseando sólo el perfeto cumplimiento de su voluntad, aunque sea muriendo cada momento, como puedo decir que muero, todos los que me acuerdo que estoy en esta Isla. si Él se sirviere que salga della, no habrá mejor vía para el amor propio, ni para mi alma le podrá haber en el cielo ni en la tierra tal como el cumplimiento de su gusto en cualquier género de suceso, aunque sea el más amargo que se pueda imaginar. Vuestra merced me ayude siempre con Su Majestad, por su santísimo amor, para que me corrobore y tenga de su mano en tantas ocasiones y dificultades.

3. El ólio que trujeron no era el que yo pedía; ahora envío tres frasquillos, cada uno con su letra en el tapador: suplico a vuestra merced me envíe en ellos las tres maneras diferentes de ólios; que es menester mucho, y particularmente el de consagrar cálices, de que hay necesidad en casa del señor don Pedro.

Y dígame vuestra merced si recibió una mía en que iba una estampa del Niño Jesús para vuestra merced; y ya he respondido a las demás.

4. Con la memoria de guantes he recibido gran merced, y con las estampas, como he escrito a vuestra merced. El sol de aquí creo nunca será para aderazarlos como allí dice que ha de ser recio, y más este año, que no hace sino llover.

Temen crezca la peste que jamás falta en esta ciudad; ¡qué linda calidad con las otras que tiene!

5. Si allá no tienen las leyes, compraré unas para enviar.

6. A Sus Altezas, dé Dios lo que siempre le suplico instantemente, y guarde a vuestra merced como deseo.

De julio 24, 1606.

7. En lo que vuestra merced manda, del pie o mano, tendré cuidado; aunque es una de las cosas más dificultosas que hay aquí: ese pedacico me ha dado en la cárcel un sacerdote, muy mi conocido, por muy cierto; y todos me decían que este sacerdote era el que mejor lo podía dar, y así lo ha hecho. No lo envío guarnecido, porque ya sabe vuestra merced las estrechuras de mis pobrezas.

Menor sierva de vuestra merced,

Luisa.




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- 61 -

A Inés de la Asunción


Londres, 26 de julio de 1606.

Jhs.

1. De gran cuidado me ha sacado Nuestro Señor con su profesión, por que le glorifico millares de veces de todo mi corazón. Pero no podré jamás perderle en cuanto le tocare, y en primer lugar de sus espirituales aumentos. Y Nuestro Señor sabe el que en su divino acatamiento muestro, confiada de que me lo pagará en la mesma moneda.

2. Las nuevas de por acá son todas lástimas y más lástimas y dolores sobre dolores; de manera que sucesos que allá espantan y de que no se enjugan las lágrimas en un año, aquí son pan cutidiano; y se miran los ojetos vivos con ojos serenos y enjutos por la mayor parte, porque no hay fuerzas ni aun para empezar a llorar tanto tropel y continuación de males de almas y cuerpos. Y es lo peor que el de las almas viene a llegar a algunos amigos, que, con la demasiada aflición flaquean y se rinden al pecado; aunque, gracias infinitas a Dios, muchos, y los más, están fuertes en la lealtad de la religión, y algunos se convierten de nuevo, aunque en estas apreturas, pocos.

3. El no saber hablar me tiene en calma; que de otra manera, no parece posible dejar de acabarse mi negocio; porque o no me han de sufrir, o me han de sufrir mucho, y no están en ese estado; hágase la voluntad de Dios en todo y su dulcísimo gusto, y cueste lo que costare. Escríbame largo, aunque la escriba corto; que gusto de sus cartas; y, siendo muy espirituales, no será tiempo ocioso, sino muy lleno de caridad.

4. Ana y Marcharo están aquí como dos estatuas de piedra para conmigo, sin haber remedio con ellas que se cansen un rato siquiera en hablarme en su lengua (que no saben otra); y aunque son mozas sanas y bien fuertes, conténtanse con entenderme mal o bien, cuando pido o pregunto algo. Si no fuese por esto, tengo por cierto que hablaría yo razonablemente; pero es necesario acogernos a la paciencia. Lo que me espanta es que esto sea, importándoles tanto a ellas para mayor consuelo y para lo que tanto desean, como es salir desta tierra; que eso puede abrir gran camino. Pues, como he dicho, en hablando, a cuanto puede entenderse humanamente, o moriré o saldré del reino; y por temello todos, y más don Pedro, me hace tanta fuerza a que no salga de su casa. Suplan allá las oraciones suyas y de Isabel, a mi lengua, por la tibieza y dificultad de las dos compañeras de acá, sacándome de esta cadena en que entré cuando salí de la del pleito.

5. El tiempo muy enfermo, y lo bueno es que jamás falta peste en esta ciudad tres años ha; y así, cada semana muere alguna gente de secas, y cierran sus puertas y no hay más cuidado; que no le faltaba a Londres sino ésa tras todas sus buenas gracias. Y todos estos meses no hace otra cosa el cielo sino llover; y yo quedo con un catarro muy pesado y malo al pecho, de lo, que corre a él.

6. La persona por quien pregunta está buena y se lo encomienda mucho, creo la escribirá con otro.

7. Avíseme si han llegado allá unas cartas y unas reliquias, y dónde está Isabel y las otras monjas conocidas mías de Medina. Y guárdela Nuestro Señor con el aumento de su amor que deseo.

De julio 26, 1606. -Luisa.

A Inés de la Asunción, que Dios guarde;

Valladolid.




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- 62 -

Al padre José Cresvelo de la Compañía de Jesús


De Londres, 26 de julio de 1606

Jhs.

1. Ya sé que vuestra merced es vuelto a ese lugar. Sea muy en hora buena; y de aquí en adelante dirigiré lo que me tocare a sus manos de vuestra merced bien confiada de recibir dellas la merced que siempre. Y en cuanto a la cobranza y otros negocios de la materia, suplirá el poder que dejé al señor Fiscal y al padre rector, y al padre prefecto de España; que teniendo por muy cierto que vuestra merced residiría en Roma de asiento, no se le dejé especial. Y si desde aquí pudiera, le enviará con ésta. Las cartas que irán con ésta o después, suplico a vuestra merced se den con certidumbre en propias manos; porque siempre me importa mucho el cuidado en esto y en enviarme respuesta; principalmente las que fueren para Valladolid, y ahí a la condesa de Miranda y Castellar.

Ahora escribo a mi tía doña Magdalena de Rojas, que está en Santo Domingo el Real, monja, hermana del cardenal de Toledo. Vuestra merced le mande dar la carta en su mano.

2. Las cartas que escribimos es bien menester romper luego; porque no es menester más de que venga, de esotra parte del mar, de embajadores o espías, un muy pequeño aviso de algo que hayan soñado, para que se divulgue por traición y cojan a una persona como a traidora, sea extranjera o natural; que no se puede pensar lo que en esta materia de traición se habla aquí siempre, sin fundamento; con que todos viven inquietos y sin contento y seguridad, así los que temen ser muertos, como los que piensan poder ser argüidos de tal delito, sin bastarle a nadie su inocencia.

3. Las leyes contra los católicos son tantas y tan desapiadadas, como parece se pueden alcanzar a imaginar. Algunos se rinden, y otros están con grandísimo valor. Désele a Dios a todos, por su misericordia; que espero, cierto, de Su Majestad no los desamparará en tan estrecha tribulación, y con la cabeza tan descubierta al golpe que la malicia de sus enemigos quiere descargar, sin ayuda ni sombra de príncipes cristianos, ni a quien volver los ojos en la tierra, sino a su grandeza inmediatamente. Nuestro Rey naturalmente es bueno y piadoso, y no puedo creer que, si viese lo que pasa, dejaría de procurar ayudarlos y alentarlos por algún conveniente camino; que no hablo de traición, como se usa por acá. Un loco tiene el señor don Pedro bonísimo; y dícele, que qué bellaquerías son éstas que pasan contra los católicos; que, si no lo procura remediar, le ha de llevar el diablo el alma. Y dicen que le dice el señor don Pedro, que cómo se podrá hacer. Y dice que matándolos a todos. Y diciéndole que son muchos y no hay quien mate a tantos, dícele él, que, estándose todos quedos, una sola persona bastará. Y ahora también, en lo de Val, dice que se espanta de que el Rey pensase que le había de matar un hombre sarnoso; y otras cien cosas así. Bien ha menester el señor don Pedro ese entretenimiento, para las hieles que le hacen beber aquí. Y el verdadero remedio es el que él toma de temer a Nuestro Señor y proceder en sí y en su casa con bonísimo ejemplo. Y así, Su Majestad Divina le ayuda y da mucha prudencia y valor con el Rey y Consejo y en todo. Y lo último, no es lo menos que ha menester. Dígale, vuestra merced allá. Porque de ver a España tan blanda con ellos, se les ha metido en la cabeza que desean las paces muchísimo, y que las han menester, y que los temen. Y así la soberbia contra nuestra nación parece que está en todo su punto; y con todo eso crecerá, porque siempre sube, como dice acullá, la de los que son tan malos que aborrecen a Dios. Y es cosa general aborrecer todos y desestimar a España, y a su Rey con ella, como al más frágil, pobre y de poca importancia del mundo: y los muchachos parece nacen ya con esta letura. Yo digo, cuando lo veo: ¡Bendito sea Dios que a tanto llega vuestra ceguedad!

4. De Venecia deseamos saber buenas nuevas, que con las de hasta aquí se han ensanchado acá demasiado. Míster Fauler habrá llegado allá. No nos dejaron escribir con él. Ésta lleva un criado del señor don Pedro, y con el mayordomo del de San Germán envié un envoltorio lleno de cartas y estampas iluminadas que me vendieron los sacerdotes presos, y yo las enviaba a los amigos. Vuestra merced averigüe, suplico, si no las ha recibido, y envíe a Valladolid las que son para allá, que iba para la madre priora recoleta, do está Inés, una caja pequeña con algunas cosas y reliquias que sentiría se perdiesen.

Del señor don Rodrigo y de mi prima y su hijo deseo saber; que, cierto, no los olvido, porque los quiero bien: y a la merced que me hacía el señor don Rodrigo no querría jamás ser desagradecida en la divina presencia. Guárdelos Dios y déles el bien que les deseo, Amén.

5. No sé si vuestra merced vio en Roma una carta del Padre Blakfan terrible, sobre el estar en Inglaterra. No se si fue que se enfadó de que, con ocasión de una que me escribió el señor Roberto, le respondí lo que de algunos casos de por acá me pareció, como a padre de todos. ¡Ojalá que todos mirasen sus cosas como las miro yo! Pero conténtome con que vea Dios Nuestro Señor lo que me deben, pues ninguna ocasión dejo pasar, chica ni grande, sin hacer por ellos cuanto puedo, sin embargo del desvío y tibieza y desamparo que se ha hallado por acá, de que son buen testigo cuantos me tratan. Espero tendrán muy admitida mi voluntad los gloriosos santos ingleses que están en el cielo, que no podrán padecer engaño.

6. El estar en estos reinos, será hasta que Nuestro Señor se sirva descubrir su voluntad tanto, en la salida, como la descubrió en la entrada, al parecer. Y si eso es, creo, que el amor propio tendrá un buen día y solicitará la ejecución. Si vuestra merced se acuerda, en mi oratorio de Madrid lo propuse esa materia; y vuestra merced me respondió que el cuerpo no podía todas veces seguir el paso del ánimo; y con esto yo callé, y se quedó así. Después, habiéndose ido poniendo mis cosas en estado que yo me hallaba con resolución de ejecutallo, no sabía de qué serviría decirlo a vuestra merced, no estando capaz de seguir el consejo que me quisiese dar. En Flandes pensé me detuviera para lo de Lovaina; pero hallé las cosas en estado que no pude confiar hacer nada; y con eso se juntó, el enviar, cuando yo menos pensaba, el señor Henríque Garnelo una persona grave por mí a Sant Omer, con que hube de partir forzosamente dentro de cuatro días que traía su pasaporte de término, sin negociación mía; antes yo creía estar unos tres meses o más en Flandes, porque lo procuraba así el señor Miguel entonces.

7. Por esa casa haga vuestra merced mirar, y que se libre de huésped, pues eso la malicia; y procure vuestra merced se alquile en lo más que se pudiere, y será para lo de Lovaina, mientras de acá no se avise otra cosa. Y crea vuestra merced que estoy bien fuera de tomarles nada de lo que les dí, como en Roma se pensaba; que antes siento sea tan poco; y cuanto bien y aumento pueda hacerles, se le haré sin duda siempre, con un amor muy trasordinario.

8. Y suplico a vuestra merced me vea mucho al señor Melchor de Molina y a la señora doña Juana; que ya sabe vuestra merced con cuánta razón los amo y cuán de veras, que no sé qué sería lo que no haría por ellos de buena gana. De su puesto y salud de padres y hijos, deseo saber. Hélos escrito a entrambos no mucho ha; y así, no lo hago ahora; y quedo tres o cuatro días ha con un catarro que me aprieta demasiado: no sé cómo he escrito tan largo.

A doña Ana María de Vergara beso las manos muchas veces.

9. Las leyes envío a vuestra merced, por si las tiene o no. En viéndolas, las mande vuestra merced enviar al señor R a Valladolid; y a Francisco Fauler, de vuestra merced mis íntimas recomendaciones; y al H. Tomás, que bueno, está esto para él; gran desasosiego le causara. Al H. Guillermo también me recomiende vuestra merced; y yo lo hago en las oraciones de entrambos y en las de vuestra merced tan de veras como lo he menester.

10. Esta carta se sirva vuestra merced enviar a las monjas de Lisboa, y tornarme respuesta, que me han encargado de procuralla. Es de una tía hermana de su madre de Isabel Smith. Y escríbales vuestra merced de mi parte, le suplico, que me espantaría que pidiesen dineros ahora a los católicos, que están más para ser ayudados que apretados en nada.

Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo.

De julio, estilo nuevo, 26, 1606.

Al señor Joseph C., que Dios guarde, etc.

Madrid.




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- 63 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 2 de agosto, de 1606

Jhs.

1. Algunas tengo escritas a vuestra merced de que no he tenido respuesta, ni sabido si han llegado a sus manos. Ahora hago esto, por dar cubierta a esas cartas que me trajeron para que las enviase a vuestra merced, de cuyo recibo nos mande vuestra merced avisar.

2. Ya habrá vuestra merced sabido de la prisión de Val por carta mía y de otros. Ahora no se dice otra cosa sino que se quiebran las paces; no sé por qué el Consejo esparce esa voz, que de él dicen sale: no hay entender esta gente, prometo a vuestra merced, porque su trato es peligrosísimo y vidriado, y su gobierno como de personas a quien tiene Nuestro Señor tan dejados de su mano y tan apartadas de sí; y, como la soberbia de los que le aborrecen a Él sube siempre y la de esos ha tanto que sube, está muy crecida, y sus naturales efectos son desordenado, confuso y loco proceder; y todos, buenos y malos, viven, descontentos y quejosos. ¡Pobrecito Rey, que tanta desventura le cerca y le ocupa dentro y fuera del corazón! Si él quiebra la paz, poco debe haber discurrido en su negocio, porque no tiene ni dinero ni soldados, más que sólo uno, ni navíos. Si alguna armada le viniera, en el estado en que está, cogiérasele como con las manos atadas. Su cuñado está con él dos leguas de aquí; y dicen que, como él creía que le hubieran salido a recibir al mar de Escocia con algunos navíos y salva de artillería, y no hubo nada, pregunta, como por burla, que si es más poderoso por mar su hermano el Rey de Inglaterra de lo que él ha visto.

3. Val está en casa del jarife, un principal ministro de la justicia, que no sé aún bien estos nombres. Y no sé si hay otra persona en este mundo más inepta para matar reyes, porque es muy llano el hombre y muy pacífico y sincero. Mendoza, el loco del señor don Pedro, dice que, cómo es posible que piense un Rey que le ha de matar un hombre sarnoso, y parécele gran bajeza de pensamiento. No sé si lo he escrito a vuestra merced, y lo que siente los males de los católicos; y dícele a don Pedro que le ha de llevar el diablo, si no lo remedia. Y preguntándole cómo, le parece es necesario matarlos a todos. Y dice don Pedro que será menester mucha gente para eso; y responde que no, que estándose todos quedos, un solo hombre bastará.

4. Si don Pedro hubiera servido y sido muy antiguo ministro, no lo pudiera hacer mejor de lo que lo hace Hánle alabado bravamente herejes y católicos, digo entre la gente de capa negra; que el pueblo, todo ha sido gritar contra España con mil vituperiosas palabras, como lo hacen aun sin ocasiones. Y deben los mismos consejeros de haber dicho lo que don Pedro pasó con ellos a sus hijos o amigos, porque todo se sabe; y dicen: «Honrado y bravo español y buen súbdito de su Rey». Y una de las cosas que cuentan es, que dijo al Rey y al Consejo, que el de España, su señor, quería una honrada paz o una buena guerra; y que, por lo bien que estaba a Su Majestad, era muy bien que se conservase la paz, y que él, como tan su servidor, lo deseaba, y el Rey de España le amaba y deseaba hacer amistad. Y todo por esa misma razón; porque por lo que tocaba al Rey de España, ninguna importancia eran las paces ni lo habían sido. Y que no sabía para qué podía ser conveniente al Rey de España matarle a él; y que, cuando el Rey lo quisiera, que si no tenía otros de más importancia a quien encomendarlo sino a Val; que él estaba aquí que lo hiciera mejor (en tal caso) que no Val; y que un Rey que a cada paso creía que le querían matar no podía vivir vida de rey, sino mísera y infelicísima; y que se espantaba que Su Majestad creyese tales cosas como las que entonces le refería; que era que el padre Balduino no quería absolver ni comulgar a nadie, si no le prometían primero venir a matar al Rey y a Cecilio); y que si Val era traidor, él mesmo le ahorcaría; y que aborrecía tales tratos; pero creía no lo era; y, así, quería ver por sus ojos si lo era o no por suficiente prueba.

5. El Cecilio, se dice fuera de esta casa, que está muy corrido; y tanto, que ha estado malo dello. Porque dicen que, poco tiempo antes, dijo al Rey que le dejase a él Su Majestad con los españoles, que él les haría desear cada día más la paz y, pedirla muy de veras, y aún ofrecerle la infantica de España para nuera, sin que él tratase dello. Y el pobre Rey está embelesado con él y cree que en él consiste su bien y su seguridad, de donde nace toda la gloria y soberbia de Cecilio. Y como, tras aquella palabra y aseguranza sucedió el hablar don Pedro tan valerosamente y con tanta honra de España, y por otra parte dicen que, en esta ocasión, escribió el embajador inglés desde España que había hablado o apuntado el casamiento y que le respondieron con algún desdén, hállase atajado y corrido; y ojalá que lo estuviese de modo que conociese su daño y se enmendase. Mírelos Dios con misericordia a todos.

6. Con esta van dos pliegos: no sé de quién son las cartas dellos; pero, porque me los dio un mi conocido, suplico a vuestra merced los encamine a recaudo, que me dicen lo puede hacer vuestra merced; y avise vuestra merced el recibo de entrambos, que el uno me trujeron en este punto.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como yo deseo.

De agosto, 2, 1606.

7. El Jubileo de la Porciúncula hemos hecho en la capilla del señor don Pedro, y han venido católicos a ganarle con mucha devoción.

El señor don Pedro estuvo ayer en el Consejo fuera de Londres; que le pidieron mucho que fuese. Creo están bien blandos y más temerosos que muestran, y el señor don Pedro, muy gran caballero y muy temeroso de Nuestro Señor. Gracias infinitas le sean dadas, amén.

8. Lo del asiento del embajador de Sus Altezas ya habrá sabido vuestra merced, y cuán gallardamente estuvo don Pedro en aquel negocio por el honor de nuestros amos contra el de Venecia, que le querían dar mejor lugar que al de Flandes. Y dijo don Pedro que le echaría de los asientos abajo, y pondría el del archiduque donde era razón; y así, avisaron luego que no viniese el de Venecia.

A la madre Magdalena de San Jerónimo que Dios guarde, etc.

Bruselas.




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- 64 -

A Magdalena de San Jerónimo


Londres, 23 de agosto de 1606

Jhs.

1. Mucho ha que no he visto respuesta de vuestra merced; espero que vuestra merced tiene la salud que le deseo.

2. De la guerra estoy siempre esperando alguna buena nueva en que Nuestro Señor nos haga misericordia, y en guardar a todos nuestros bonísimos amos ahí y en España, como la cristiandad lo ha menester; que, cierto, enternece y da devoción la muestra que ha hecho de su gran lealtad a Dios y a su Santa Iglesia el Rey; y que, cierto, será el seguir sus hermanos ese mismo intento de todo corazón. Harta necesidad había de esto en el descompuesto proceder de Venecia: ¡pobrecitos dellos, en qué se han ido a meter, causando tristeza a los buenos y alegría a los perversos todos de esta tierra, para quien ha sido una gran nueva, por la esperanza que han creído poder tener de la destrucción total de la Iglesia!. Mire vuestra merced qué les hace prometer su soberbia y qué loca y desatinada muestra de sus desvanecidos juicios. Dicen que el amo decía, que, con ser Italia protestante (como si ya lo fuera), la fuerza suya y de este reino sería muy bastante para desbaratar la monarquía de Filipo y el criado querido; que con esto ya era muy más fatible la confianza, que ha tenido de quitar al Papa de su silla, antes que el mísero salga de esta vida. Y, aunque es colmado desvanecimiento, en él hay una circunstancia más; que dicen vive por maravilla, por estar casi mortalmente quebrada su salud y su natural fuerza, sobre cincuenta años de edad. Mire Dios, por quien es, los humildes corazones que le están ofreciendo siempre sus siervos y destruya tan consumada soberbia como la de sus enemigos, con el mayor bien de sus almas que pueda ser posible.

3. Suplico a vuestra merced me avise qué precio tendrá un relojillo pequeño de campanilla y que sea de provecho, y el precio también de los que no la tienen, sino sólo despertador; que el relojillo que yo tenía he vuelto ya a su dueño, y en esta nueva casa no se oye reloj; y para el concierto del tiempo es necesario, aunque sea poco más o menos, que a eso creo llega el mejor; que tienen malísima opinión conmigo, y no debe ser tan mala como la razón que hay, pues quiero comprarle y puédolo hacer con la caridad que el señor don Pedro me ha hecho dándome de comer, en que he experimentado la gran providencia de Nuestro Señor.

4. De los sacerdotes que fueron desterrados habrán ya llegado ahí algunos; y si ha sido Master Wueb, suplico a vuestra merced le haga toda la amistad que pudiere, que es muy siervo de Nuestro Señor, y aquí ha dado siempre muy buen ejemplo y sido muy amigo de los padres. Y del padre Floido no tengo que decir, pues será cosa tan cierta acudirle vuestra merced con el amor que su muy rara virtud merece. Y a míster Alabastro, que es lego y de muy buenas partes, remití a la caridad de vuestra merced con confianza grande, cuando aquí me pidió mi intercesión para con vuestra merced con Su Alteza. Y a Master Wueb mande vuestra merced dar esa carta, que quiere llevar consigo, y dígale vuestra merced que va muy encarecida y que el otro señor amigo, no escribe, porque está en parte muy remota de Londres desde que él se embarcó, y no creo volverá tan presto; pero en habiendo modo para cobrar de él y de otros cartas en su favor, lo haré y las enviaré a vuestra merced.

5. Las cosas contra los católicos van muy rotas; procúreles vuestra merced ayudar con sus oraciones muy de veras, y con las de otros. Y guarde Nuestro Señor a vuestra merced y abrásela en su amor dulcísimo en el grado que le suplico.

De agosto 23, 1606. -Luisa.



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