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ArribaAbajoParte tercera

De la exornación de la elocuencia


Llaman los retóricos exornación aquella compostura, que naciendo de la gracia de los tropos, y nobleza de las figuras, ilustra y enriquece al discurso; aunque los adornos cuando son demasiado exquisitos, tienen el inconveniente de corromper la elocución.

Así diremos que el orador, cuando piensa más en los atavíos que en las cosas, prefiere su gloria personal al bien de su causa. La bondad, la importancia, o la grandeza del asunto es lo que interesa a los oyentes, y debe captar su benevolencia. Lejos de ganarla el orador con su presunción, crea que nunca persuadirá mejor que olvidándose a sí mismo. Si cuando escribe, premedita los tropos y figuras, jamás compondrá bien; debe cometerlas sin advertirlo, pues le han de nacer, por decirlo así, bajo la pluma, y producirlas por una especie de instinto oratorio, hijo del continuo ejercicio.


ArribaAbajoArtículo I.- De los tropos

Los tropos son unas figuras, por cuyo medio se da a una palabra aquella significación que no es precisamente la suya propia. Estas figuras se llaman tropos del griego trope, esto es, vuelta, o conversión; pues cuando tomamos un término en sentido figurado, le volveremos, digámoslo así, para hacerle significar lo que no significaba en su sentido recto. Velas en sentido propio no significan los navíos, porque sólo son una parte de la nave; no obstante algunas veces decimos: cien velas, por cien navíos, tomando la parte por el todo.


ArribaAbajoUso y efectos de los tropos

Uno de los efectos principales, y mas frecuentes de los tropos es el de dispertar una idea principal por medio de otra accesoria. Per eso decimos: cien fuegos, por cien casas: mil almas, por mil personas: el acero, por la espada; la pluma, por el estilo del escritor, etc.

Los tropos dan mayor energía a la expresión. Cuando estamos vivamente heridos de un pensamiento, raras veces nos explicamos con sencillez, porque el objeto que nos ocupa se nos presenta con las ideas accesorias que le acompañan; y entonces pronunciamos el nombre de las imágenes que se nos imprimen. Así naturalmente recurrimos a los tropos, con los cuales hacemos más sensible a los demás lo que nosotros mismos sentimos. De aquí vienen estos modos de hablar: está inflamado de cólera; está embriagado de deleites; vive encenagado en el vicio; nos aja la reputación; todos caen en error, etc.

Los tropos hacen hermoso y agradable el discurso; porque como las expresiones son otras tantas imágenes, divierten y alagan a la imaginación. También dan mayor nobleza, porque las ideas comunes a que estamos acostumbrados, no excitan en nosotros aquel sentimiento de admiración y sorpresa que arroban el alma.

En estos casos recurrimos a las ideas accesorias que visten con gallardía a las comunes. Todos los hombres mueren igualmente: veis aquí un pensamiento común. Pero si decimos: La muerte no perdona ni la choza del pobre, ni el palacio de los Reyes, tendremos un pensamiento hermoso y noble.

Los tropos sirven para modificar las ideas duras, desagradables, tristes, o indecentes, de que veremos ejemplos hablando de la perífrasis.

Como todas las lenguas son estériles en su diccionario, los tropos en cierto modo las enriquecen, unas veces multiplicando el uso de una misma palabra; y otras dándole nueva significación, ya sea uniéndola con las que no podía juntarse en su sentido propio, ya sea usándola por extensión o semejanza. En fin sirven los tropos para poner en alguna manera delante de los ojos las imágenes, que nos sugirió la viveza con que sentimos lo mismo que queremos explicar. Así decimos: corre como el viento -duerme como una piedra- se deja arrastrar del torrente de sus pasiones. Todas estas expresiones son dictadas por los movimientos naturales de nuestra imaginación.




ArribaAbajoVicios de los tropos

Los tropos que no producen los efectos que acabamos de indicar, son defectuosos. A más de ser claros y fáciles, deben presentarse naturalmente, y no emplearse fuera de tiempo, y de lugar.

No hay cosa mas ridícula en cualquier género de escritos que la afectación e incongruencia. La es decir: subminístrame licor etiope, en lugar de, tráeme tinta; y estotra expresión: el consejero de la hermosura, por decir: en el espejo. Semejantes locuciones bajas, violentas, e impertinentes son hijas de una imaginación sin gusto ni juicio.

No se deben, pues, usar los tropos, sino cuando ellos mismos se presentan naturalmente a la imaginación, o nacen de la misma materia; cuando las ideas accesorias los llaman, o los pide la decencia: entonces agradan, porque se buscan sin la mira de agradar. Este lenguaje hermosea al discurso, porque Podemos decir que da alma a los vegetables, vida a los sensibles, a los vientos alas, y cuerpo a los pensamientos.






ArribaAbajoI.- Tropos de dicción


ArribaAbajoMetáfora

La Metáfora es la transposición del sentido propio de una palabra en otro que no le conviene, sino por una comparación que el entendimiento hace de los dos. Cuando decimos, la luz del entendimiento, la palabra luz, que en su sentido propio nos hace ver los cuerpos, aquí puesta por translación, representa aquella facultad de percibir y conocer, que alumbra a nuestra razón para formar sanos juicios. Así decimos a la lógica llave de las ciencias; por ser ella, del modo que la llave abre las puertas, la que nos abre la entrada a los demás conocimientos.

La metáfora se distingue de la comparación en cuanto ésta se sirve siempre de términos que indican la asimilación entre dos cosas; así decimos de un hombre colérico: está como un león. Mas cuando decimos simplemente Juan es un león, entonces no es comparación sino metáfora, porque aquella es implícita, quiero decir, está en el espíritu, y no en los términos.

Cuando las metáforas guardan regularidad no es difícil hallar la conveniencia de comparación, pues se extienden tanto como ésta; mas cuando la comparación es traída de mucha distancia, la metáfora no es regular.

No hay duda que muchas veces las metáforas deleitan a la imaginación, dando a las expresiones mucha más energía que si nos sirviésemos de los términos propios. En efecto, ¿cuánta más energía tiene esta expresión: está sepultado en un profundo sueño, que estotra: está muy dormido? Por metáfora decimos también: la flor de la juventud: la ceguedad de los idólatras: el hilo del discurso, etc.

Este es el tropo que da más gracia, fuerza y brillantez al discurso: y si no, obsérvense los más excelentes pasajes, y se verá que las expresiones más nobles y magníficas casi todas son metafóricas, porque éstas son el lenguaje de la imaginación.

Como siempre gustamos de ver, las metáforas bien colocadas, son otras tantas imágenes que al paso que deleitan el alma, dan ensanches, por decirlo así, a nuestra reflexión. Dice un moderno: El Asia, CUNA del género humano. Qué viveza! qué magnificencia! Podía haber dicho: el Asia, ORIGEN del género humano; esto es ya común y flojo. Otro dice: El valor en ciertas circunstancias es la ESPADA del vicio, o el ESCUDO de la virtud. Podía haber dicho de un modo ordinario y sencillo: El valor en ciertas circunstancias AYUDA al vicio, o DEFIENDE a la virtud. ¡Qué valentía y acción tiene estotra expresión! En Turquía la cimitarra es el INTÉRPRETE del Alcorán; por decir simplemente, que en Turquía la religión se prueba con las armas en la mano.

Vemos, pues, que la metáfora tiene la ventaja particular de brillar por sí sola en el discurso más lucido; y que sustituyendo lo figurado a lo simple, difunde una rica variedad, ennoblece las cosas más comunes, y deleita a la imaginación por la ingeniosa valentía de traer del mundo físico objetos extraños, en lugar de los signos usuales y ordinarios.

El uso de las metáforas es tan general y frecuente, que a causa de la imperfección de las lenguas en la esfera de la metafísica, casi todas las ideas intelectuales se han de explicar con expresiones figuradas, esto es, con palabras, cuyo sentido propio representa cosas materiales.

No hemos de entender por estas palabras, sólo aquellas en que la metáfora es evidente, como en éstas: una casa triste; un jardín alegre; un discurso frío; sino aún las que miramos por más simples y perceptibles. En cualquier paraje que se abra un libro podemos observar que casi todo el lenguaje está regido de expresiones metafóricas.




ArribaAbajoVicios de la metáfora

Las metáforas son viciosas cuando se sacan de materias bajas, como la de aquel que dijo del diluvio: fue la lexía de la naturaleza. Cuando son forzadas, y traídas de muy lejos; cuando su analogía no es natural, ni la comparación bien sensible, como la del que dijo: Bañaré mis manos en las ondas de tus cabellos; y la del otro: ¿Quién en el bajel de la envidia embarca su fortuna?

Pueden entrar en esta clase las metáforas que se sacan de objetos poco conocidos, o demasiado científicos; como la del que dijo: desde el apogeo de su prosperidad, por decir, desde la altura o colmo de su prosperidad.

Las que, no conviniendo sino al estilo poético, se introducen en el discurso oratorio, como cuando cierto poeta dice: armónicos partos de la ira, a los sonidos: y las doradas madejas de la aurora, al resplandor del alba.

Las que se sacan de objetos indecentes, o torpes por su naturaleza o aplicación maliciosa; como la del que dijo: con la muerte de Scipión quedó castrada la República; pudiendo haber dicho: quedó huérfana. De la virginidad de MARÍA en su parto portentoso dice otro: Virgen, que sin perder la flor nos diste el fruto.

Otras veces se puede suavizar lo duro, o muy nuevo de una metáfora, mudándola en comparación, por ejemplo: el Ganges viene a ser como una lágrima del océano; o bien añadiéndole algún correctivo, como en ésta: el arte, por decirlo así, está ingerto en la naturaleza.

Cuando hay muchas metáforas seguidas, y cada una forma el sentido completo, y una frase perfecta, no es siempre necesario que se saquen del mismo objeto principal, a menos de que se quiera hacer una alegoría. Así podemos decir: la agricultura, y el comercio son dos pechos que alimentan el estado: sobre estas dos bases descansa el edificio social. Aquí vemos que el término de comparación de la primera frase es sacado de las madres que crían, y el de la segunda de la arquitectura.

Son viciosas las metáforas que se toman de objetos opuestos, o términos incoherentes de comparación, esto es, que excitan ideas que no pueden ligarse, como si dijéramos: un torrente que se enciende, en lugar de, que arrebata -tomó la espada, y la esgrimió como un león, pudiendo decir, como un Cid.

Así será bien dicho: el puñal de la envidia, y no el puñal sino el opio de la pereza; porque el puñal, y la envidia tienen esto de común entre sí; el uno hiere el cuerpa, y el otro el alma. La pereza es pasiva, es una inacción, y por esto es comparable al sopor causado por el opio. Dice un poeta: saqué esta antorcha de Marte, por decir, esta espada, ¿Qué conveniencia tiene la antorcha que alumbra con la espada que corta? ¿Y qué necesidad hay de nombrar los objetos físicos y naturales con rodeos y signos metafóricos, sean o no congruentes? La metáfora sirve para hacer en algún modo visible lo invisible, y como palpable lo espiritual: ¿qué cosa, pues, más visible, y palpable que una espada? ¿Qué palabra me representará con más viveza un álamo que la voz propia álamo; una bala que la voz propia bala? ¿Cómo he de entender que el aspid de metal es el arcabuz?

Como cada lengua tiene sus metáforas particulares que no tienen uso en otra, sería cosa ridícula emplearlas indistintamente: vemos, pues, que los latinos dicen: cuerno derecho, cuerno izquierdo a lo que nosotros llamamos alas de un ejército.

En fin las metáforas son viciosas cuando con su profusión confunden el discurso que deberían hermosear. Siempre se usarán con discreción, aún en aquellas cosas que por sí las piden: el asunto debe traerlas, no la violencia, ni la ridícula manía de hacer el estilo siempre metafórico.

En este estilo dice cierto autor en la dedicatoria de su libro a una Reina: Las olas de mi temor, y el huracán de mi indignidad no sumergieron la nave de mi razón que navegaba al puerto de vuestra clemencía. ¿Qué necesidad hay aquí de hacer alegórica esta idea? ¿No sería más clara, natural, y expresiva si fuese simple? En fin cuando no fuese impertinentes ¿qué comparación tiene un huracán con la indignidad, una nave con la razón del hombre? Que el temor, siendo ura turbación del ánimo, se compare con las olas agitadas: que la clemencia, que ampara los culpables, se compare con el puerto que abriga las naves, está muy bien: ¿mas el asunto exigía que se comparase? ¡Cuán fácil es a los que no pesan las expresiones en la balanza del juicio y buen gusto ostentar su ingeniosa e impertinente fecundidad!

Léase por última prueba de la manía de las metáforas vanas, oscuras, y violentas, lo que otro escritor del siglo pasado, época de la depravación del gusto, dice de Semíramis. Ésta, pues, matrona, que sólo nació mujer para no hallar de qué morir, encaneciendo a la llama de su fragilidad cuantos laureles, huyendo de las libiezas del olvido, aspiraron a las inmunidades de su frente. Veis aquí una alegoría que no tiene más que hinchazón y tinieblas, afectación e incoherencias. Parece que sólo la locura, o una fuerte fiebre podía inspirar tales delirios.




ArribaAbajoSynecdoche

La palabra synecdoche significa comprehensión, concepción. En efecto por medio de ella se hace concebir al entendimiento más o menos de lo que significa en su sentido recto la palabra de que usamos. Este tropo se comete de muchos modos.

1.º Tomando un individuo en lugar de muchos, como cuando decimos: el soldado defiende el estado: el enemigo embiste: el romano victorioso: o al contrario, tomando el número plural por el singular: así se dice: los Ambrosios, los Cicerones, los Platones, los Plutarcos.

2.º Cuando se toma la parte por el todo, como cuando decimos: cien velas, por cien navíos; las olas, por el mar; cien cabezas, por cien individuos; el Nilo, por el Egipto. Así dice un autor: los Califas de Damasco vieron correr el Ganges y el Tajo bajo su imperio por decir, dominaban desde la India, hasta España. Los Partos llevaron sus estandartes hasta las provincias Romanas; por decir, llevaron sus ejércitos. Y al contrario cuando tomamos el todo por la parte: brillan las lanzas, por las puntas de ellas.

3.º Tomando el género por la especie; así decimos: Oh! necios mortales! nombre que conviene a todo ente sujeto a morir; en lugar de: Oh! necios hombres! También tomando la más por lo menos como: las criaturas lloran, por decir: los pequeñuelos de pecho.

4.º La especie se toma por el género, como cuando decimos deshonesta a una persona viciosa: es un caballo, por decirle a un hombre que es un animal, diciendo lo menos por lo más.

5.º La materia se toma por la obra, como el acero, por la espada; la plata, por la moneda: y al contrario la obra se toma por la materia; así decimos: un buen libro, por la bondad de su asunto, o estilo.

6.º Los antecedentes se toman por consecuentes, como: Pedro se cansó de vivir, pues murió: fuimos Godos, por decir, el imperio Godo se acabó: fue Numancia, esto es, quedó destruida. Y al contrario los consecuentes por antecedentes, como: los graneros rebosaron, por la buena cosecha: la Siria fue regada de sangre de Cristianos, por la mortandad de la guerra de los Cruzados: el Norte se arma, por amenaza una guerra. Pertenecen aquí otras expresiones delicadas, como ésta en elogio de un sabio, que murió tan bien como había vivido: su fin no fue indigno de su vida.

Sin embargo no es siempre permitido tomar un nombre por otro indistintamente; pues además de que las expresiones figuradas deben ser en algún modo autorizadas por el uso, alomenos el sentido literal que se quiere dar a entender, ha de presentarse naturalmente al entendimiento sin ofender la razón, ni los oídos acostumbrados al rigor y pureza del estilo figurado. Si de una armada compuesta de treinta navíos, se dijese, de treinta popas, se cometería una synecdoche dura y ridícula. Cada parte no se toma por el todo, ni cada género por la especie, ni cada especie per el género, etc. Sólo el uso da este privilegio a una palabra, y no a otra.




ArribaAbajoMetonimia

La palabra metonimia significa transposición, o mutación de un nombre en otro; en cuyo sentido este tropo comprehende a todos los demás; pero los retóricos le restringen a los usos siguientes:

1.º Tomando la causa por el efecto, como: sol fuerte, por calor fuerte; vivir de su trabajo, por vivir de su salario, o de lo que trabaja. Aquí pertenecen los inventores de algún arte, por los efectos de la invención: como Ceres, por el trigo; Baco, por el vino, Marte, por la guerra. También los autores por sus obras, como: léase a Cicerón, a Virgilio; otras veces se toma la causa instrumental por los efectos que produce; como: tiene buena pluma, por decir escribe bien; tiene buenas manos, por decir trabaja bien.

2.º El efecto se toma por la causa, como cuando decimos: la pálida muerte, por la palidez que causa en los cadáveres; por lo mismo decimos: la ciega herejía, la pesada vejez.

3.º Se toma el continente por el contenido, como cuando decimos: arde el consejo, por la casa del consejo: comió un buen plato, por decir, un buen manjar: implora al Ciclo, es decir a toda la Corte de los Santos y Ángeles. Asimismo decimos: el Oriente es esclavo, por los pueblos que habitan en aquellas regiones: toda la tierra le aclama, por decir, todos los hombres, etc.

4.º El contenido por el continente, como: San Pedro, por su Templo: también decimos: una pieza de Bretaña, de Holanda, de Gante, tomando el lugar de la fábrica por el artefacto.

5.º Por la misma regla el Liceo se toma por la doctrina o secta de Aristóteles, porque la enseñaba en aquel sitio; el Pórtico por la de Zenón: la Academia, por la de Platón. Así diremos muy bien: Cicerón formó su alma en el estudio del Pórtico y de Liceo.

6.ºEl signo se toma por la cosa significada corno: el cerro por la dignidad Real; la tiara por el Pontificado; el capelo por el Cardenalato; la toga por la Magistratura; las armas por la milicia; las águilas por el Imperio; la oliva por la paz; la palma por la victoria ,etc.

7.º El nombre abstracto por el concreto, como cuando la guardia se toma por el guarda; la esperanza por la cosa esperada: así decimos: Dios es mi esperanza; mismo modo: Juan es mala compañía, por decir mal compañero.

8.º Las partes del cuerpo, que se miran como asiento de las pasiones, o de los sentimientos, se toman por los sentimientos mismos. Así decimos: tiene un gran corazón, por un gran valor: tiene mucho seso, por mucho juicio; no tiene entrañas, por decir: no tiene compasión, etc.&c.




ArribaAbajoMetalepsis

LA metalepsis es una especie de metonimia, por la cual expresamos lo que se sigue para hacer entender lo que precede; o al contrario: este tropo abre como la puerta para pasar de una idea a otra, o por decirlo mejor, es un continuo juego de ideas accesoria, que se llaman la una a la otra.

La partición de bienes se hizo a los principios por suerte, y como ésta precede a la partición: de aquí ha provenido, que suerte se toma por partija, esto es, el antecedente por el consecuente. Dice un escritor, pintando la disolución de Roma cuando, perdió las costumbres: Un histrión dio herederos a los descendientes de los Scipiones y Emilios, haciendo entender por un consecuente decorosa y disfrazado un antecedente, que envuelve la idea de una torpe bajeza. ¡De qué socorro no son los tropos para la pluma que sabe manejarlos!

Pertenecen a la metalepsis estos modos de hablar: él olvida los beneficios, esto es, no los corresponde: acuérdase Vmd. de nuestro trato, esto es, cumplale Vmd. Señor, no os acordéis de nuestras faltas, esto es, no las castiguéis; yo he vivido ya bastante, por decir, ya me llama la muerte.

La metalepsis también se comete cuando, suprimiendo muchas ideas intermedias, pasamos como por grados de una significación a otra. Así se dice: Pedro no verá muchos Agostos, esto es, no vivirá muchos años: Juan tiene muchas navidades, esto es, tiene mucha edad.




ArribaAbajoAntonomasia

La antonomasia es una especie de synecdoche, por la cual ponemos un nombre común en lugar de un nombre propio, o al contrario.

En el primer caso queremos dar a entender, que la persona, o cosa de que hablamos es la más excelente sobre cuantas comprehende el nombre común; y en el segundo queremos significar, que aquel de quien hablamos se parece a los que tienen su nombre, célebre por alguna virtud o algún vicio.

Los nombres de Apóstol, Rey, Filósofo, Poeta, Orador son comunes; sin embargo la antonomasia, haciéndoles particulares, los hace equivaler a nombres propios.

Así cuando los antiguos dicen: el Filósofo, entienden a Aristóteles; cuando los Griegos y los Latinos dicen el Poeta, entienden los primeros a Homero y los segundos a Virgilio; por lo mismo cuando unos y otros dicen, el Orador, entienden los segundos a Cicerón, y los primeros a Demóstenes. En fin cuando nosotros decimos el Rey, entendemos el que nos gobierna, y cuando el Apóstol, a San Pablo.

Los adjetivos, o epítetos son nombres comunes por sí, y aplicables a diferentes objetos; mas entonces la antonomasia los hace particulares. Así llamamos a ciertos Príncipes famosos, el Conquistador, el Sabio, el Prudente, el Piadoso: al modo que los teólogos cuando dicen del Doctor Angélico entienden a santo Tomás, y a San Buenaventura cuando nombran el Doctor Seráfico.

A la segunda especie de antonomasia se refiere la acepción del nombre propio por algún epíteto o nombre común: Sardanápalo fue un Príncipe sumergido en los deleites; así decimos de un hombre muy sensual: es un Sardanápalo. Nerón fue un Príncipe cruelísimo, así de cualquiera que muestre gran crueldad, se dice. es un Nerón. Del mismo modo se dice: es un Catón de aquel que posee austeras virtudes: es un Mecenas del que protege los literatos.

A esta segunda especie se refiere también la acepción del nombre gentílico por algún atributo característica de aquella nación: así se dice: es un Francés, esto es, un hombre ligero: es un Alemán, es decir, un hombre flemático: es un Inglés, por un hombre meditabundo.

Últimamente pertenece a esta especie la aplicación del nombre patronímico a los descendientes de un linaje, como cuando decimos: Romúlides a los Romanos; Dardánides a los Troyanos; Sarracenos a los Moros, y Otomanos a los Turcos, etc. De la propia suerte adaptamos a las divinidades paganas los nombres de los lugares de su primitivo o más famoso culto, o de su fabuloso nacimiento, y decimos: el Tebano por Hércules, el Capitolino por Júpiter, Citerea por Venus, Delia por la Luna. Igualmente tomamos el nombre de la patria por el de sus más famosos hijos, o el de alguna ciudad por el de los Prelados que la han ilustrado: así decimos el Nebrisense por Antonio de Nebrija; el Niceno por San Gregorio de Nyssa; el Abulense por el Tostado, Obispo de Ávila, etc.




ArribaAbajoOnomatopeya

Este tropo se comete por la elección de aquellas voces que imitan el sonido natural de lo mismo que significan: así decimos: el graznido del cuervo, el maullido del gato, el mugído del buey, etc. También se comete cuando formamos palabras que imiten el ruido de objetos inanimados, como son el silbido de las balas, el chisporroteo de la leña, el estampido del rayo, etc.




ArribaAbajoCatacresis

Unas veces se comete la Catacresis, cuando nos servimos para expresar una idea del signo propio de otra que tenga una analogía más próxima con la primera; o cuando la lengua carece de término peculiar y determinado para representarla.

En el primer caso, que se llama modo extensivo, decimos: cabalgar un caballo, y cabalgar una caña; dar un escudo, y dar un consejo; construir un navío, y construir un templo; las hojas de una higuera, y las hojas de un libro, una columna de mármol, y una columna de infantería, etc. En el segundo caso decimos platero al que trabaja en plata como en oro; y herrar un caballo, aunque las herraduras sean de plata, etc.






ArribaAbajoII.- Tropos de pensamiento


ArribaAbajoAlegoría

La alegoría, compuesta de una continuada metáfora, es un discurso que al principio se presenta bajo de un sentido propio, que parece otra cosa totalmente distinta de la que queremos dar a entender, si bien sirve al fin de comparación para dar la inteligencia de otro sentido que no expresamos.

La metáfora junta la palabra figurada con el término propio; así decimos: el fuego de tus ojos; aquí la voz ojos se toma en su sentido propio; a diferencia de la alegoría, donde todas las palabras desde la primera tienen un sentido figurado, o por mejor decir, todos los términos de un discurso alegórico forman desde el principio un sentido litera, mas no el que se quiere, ni se debe entender. Pues éste solamente se descubre al fin, cuando las ideas accesorias, descifrando el sentido literal riguroso, lo aplican oportunamente por semejanza. Las de esta especie se llaman alegorías puras; para cuyo ejemplo léase ésta: Veamos esta tierna yedra cuan estrechamente se abraza con la majestuosa encina: de ella saca su sustancia, y su vida depende de la de este robusto bienhechor: ¡Grandes de la tierra! vosotros sois el apoyo de los pobres que os buscan. La semejanza de los Grandes descubre y caracteriza aquí la alegoría.

Hay otra especie de alegoría, llamada mixta por estar entretejida de voces, unas propias, y otras transferidas, que viene a ser un compuesto de metáforas análogas al objeto, principal. Un historiador, pintando el estado de la Alemania después del atentado de Cromwel en Inglaterra, dice: La Alemania, mezclando el estaño de los publicistas con el azogue de los herejes, presentaba a la espada de las discordias civiles un espejo, que detenía el brazo levantado del odio y la ambición. Aquí las palabras propias son Alemania, publicistas, herejes, discordias, odio, y ambición, y las transferidas, o figuradas en comparación de aquellas, son estaño, azogue, espada, espejo, y brazo. Pero al fin todas juntas forman un espejo moral y sus efectos.

Toda alegoría conservará en la continuación, del discurso aquella imagen de donde saca las primeras expresiones; quiero decir, que una alegoría debe sostenerse hasta el fin por imágenes análogas a la que es el archetypo, de toda la figura.

Si el navío, por ejemplo corriendo una tormenta ha de representar la república combatida por la guerra civil, es menester que a la imagen principal de navío naufragante sigan las demás que acompañan las partes y movimientos de una nave, la furia de los vientos, y la braveza de las olas; pues la alegoría siempre acaba con el mismo género de translación por donde empieza. El que principiase por una inundación, y finalizase por un incendio, el que por un león, y acabára por un terremoto, formaría ciertamente una figura monstruosa.

Es muy natural hablar con metáforas, porque la imaginación, que tuvo gran parte en la formación de las lenguas, ayuda mucho a la enunciación de las ideas, presentando al entendimiento objetos palpables. Pero no es muy natural tejer el discurso con una continuada metáfora, esto es, con una alegoría dilatada: porque ésta es una composición de mucho estudio, una cadena de muchos eslabones, que dependen hasta el último del primero que los liga a todos.

El sentimiento y la razón, dos principales instrumentos de la elocuencia, no han de dejarse poseer de la imaginación, de tal manera que ésta los sufoque. Ciertas alegorías breves, llenas de alma, y pedidas por el mismo asunto, son tolerables, como rasgos rápidos de un ingenio que pinta de una pincelada. Pero la alegoría dilatada es un plan previsto; cuando por el contrario, la elocuencia ha de ser como no pensada

En la pintura del renacimiento de la buena filosofía dice un autor: Después de tantos siglos que los hombres divagaban entre las tinieblas de la escuela, Descartes dio el hilo, Newton las alas para salir del laberinto.

Aludiendo también a las fábulas del Dragón de Cadmo, y la Vía láctea, dice otro: La agricultura con los frutos de la tierra produce los hombres, y con los hombres las riquezas. No siembra los dientes del Dragón para parir soldados que se devoren; antes derrama la leche de Venus, que puebla al cielo de una innumerable multitud de estrellas.

Además, como la alegoría es una serie de objetos comparados, y es casi imposible que la comparación sea difusa y exacta al mismo tiempo, sucede que queriendo comparar todas las partes y circunstancias del objeto principal, no se halla perfecta analogía, y sí se halla, a veces el asunto no la merece: porque ¿quien creerá que todos los objetos sean dignos de presentarse con una metáfora?

Es trabajo frío y pueril el circunstanciar demasiado la alegoría. De los dos objetos de que se forma sólo se deben comparar las principales relaciones que tienen entre sí, siempre las más excelentes, las más grandes, las más conducentes al fin del orador que desprecia lo minucioso.

Pongamos, por ejemplo, la alegería de un navío comparado con la república. Entre estros dos objetos principales, en sacando del navío el Capitán, comparable con el que está revestido de la suprema autoridad; la brújula, comparable con las leyes; las olas del mar con las facciones; los vientos con los ambiciosos, etc. todo lo demás, como la quilla, el triquete, el bauprés, el farol, ¿con qué se compararán que no sea menudo, pueril, y ridículo?

De la alegoría pura nacen los proverbios, las parábolas, los apólogos, y los enigmas, que son otras tantas especies de alegorías.

PROVERBIOS.- Los proverbios tienen a primera vista un sentido propio, que es el verdadero; mas no el que se quiere dar a entender. Por otra parte tienen poca dignidad, y comúnmente pertenecen al estilo ínfimo y familiar; así decimos: el que tiene tejado de vidrio no tire piedras a su vecino. - A río revuelto ganancia de pescadores, etc.

PARÁBOLA.- Las ficciones que se producen como otras tantas historias para sacar de ellas alguna moralidad, son parábolas, o fábulas morales, como las de Esopo. Pero en la parábola todos los sujetos que se introducen son racionales; en lo que se distingue de la fábula.

Aunque la párabola es una especie de alegoría, parece que ambas se distinguen por sus objetos; pues las máximas morales lo son de la primera, y los hechos históricos de la última. Ambas en fin son una especie de velo enigmático, que el escritor de ingenio puede hacer más o menos transparente.

El estilo parabólico lisonjea la imaginación, y excita la curiosidad: así capta al pueblo que gusta de todo lo que le mueve y ocupa. Cristo tomó las parábolas como instrumento poderoso para introducir su doctrina indirectamente, esto es, con más suavidad en el corazón del pueblo judío.

APÓLOGO.- El apólogo es una moralidad que se oculta bajo el velo simbólico de una narración fingida, pues viene a ser otro disfraz que cubre las verdades con una ficción moral, para que hallen después la entrada más libre. Comúnmente desengañan con mucha dulzura y viveza. Un Rey, dice Plutarco, creyendo que el oro hacía las riquezas extenuaba sus vasallos en el trabajo de las minas: todo parecía, y los habitantes recurrieron a la Reina. Ésta mandó hacer secretamente panes, frutas y manjares de oro, y los hizo servir en la en la mesa de su marido. Su vista le alegró mucho, pero luego sintió hambre y pidió de comer. No tenemos más que oro, respondió la Reina; porque como los campos están incultos, y nada producen, se os sirve lo único que nos queda y llena vuestro gusto. El Rey entendió la advertencia y se corrigió.

ENIGMA.- Es una especie de alegoría, que oculta artificiosamente el objeto a que conviene, siendo éste al mismo tiempo el que se propone adivinar. Los enigmas son semejantes a los problemas: fórmanse por una dificultosa cuestión de las contrariedades del sujeto, haciéndole oscuro y difícil de descifrar; al contrario de las demás alegorías, que se presentan de modo que puedan aplicarse sin dificultad.

Pero como la elocuencia y los oradores ya han desaparecido de un país, cuando la verdad necesita de salir envuelta en figuras; por eso el enigma siempre ha reinado entre los Orientales, cuyo estilo alegórico es la prueba más constante de la influencia que el despotismo tiene en la expresión de los esclavos. Dícese que un gymnosofista Indio inventó el juego del ajedrez para advertir a su Nabab las obligaciones y peligros de su puesto.




ArribaAbajoIronía

Por medio de la ironía damos a entender lo contrario de lo que decimos; y a este fin nos valemos de términos enajenados de su sentido propio y literal: v. gr. quiero decir con disimulo, que aquel es un mal poeta, diré que es otro Virgilio.

Las ideas accesorias son de un gran uso para conocer la ironía: el tono de la voz del que habla, y mucho más el conocimiento del demérito y carácter de la persona de quien se habla sirven para descubrir la ironía mejor que las mismas palabras que la componen.

En el discurso contra Pisos, que vendía por moderación y desapego a los honores el no haber triunfado de Macedonia, dice así Cicerón: ¡Qué infeliz es Pompeyo, por no haberse aprovechado de tu consejo! ¡Oh! ¡qué mal ha hecho en no haber abrazado tu filosofía! Pues ha cometido la locura de triunfar tres veces. Yo me avergüenzo, oh Craso! de tu ardiente ambición, hasta hacerte decretar por el Senado la corona laureada, después que concluiste la más horrorosa guerra. Oh! necios Camilos, Curios, Fabricios! Oh! insensato Paulo! ¡Oh rústico Mario!




ArribaAbajoPerífrasis

Así como la frase es aquella expresión o modo de hablar, o por mejor decir, aquel encadenamiento de palabras que hace un sentido finito o infinito; la perífrasis, o circunlocución es la aglomeración de muchas voces que expresan lo que se podría decir con menos, y a veces con una sola. A este modo decimos: el vencedor de Darío, por Alejandro: el descubridor de un nuevo mundo, por Colón: el apóstol de las Gentes, por San Pablo, etc.

Nos servimos de la perífrasis, unas veces para no ofender el pudor, disfrazando la torpeza, o poca decencia de un pensamiento, como en este caso: el importuno triunfó de su resistencia, por no decir, la violó: otras para no irritar el amor propio del oyente, suavizamos la dureza de alguna proposición que ceda en demasiado elogio nuestro. Entonces la modestia dicta que usemos de los rodeos más suaves, como, el del célebre Príncipe de Orange, cuando, preguntado por una señora ¿cuál era el primer General de aquel tiempo? responde el Marqués de Espinola es el segundo, por no decir, que él era el primero.

Aquí pertenece la litote, por la cual se dice menos para hacer entender más, como en esta expresión: el héroe necesitaba de otro panegirista, por decir que no fue bien celebrado.

Sirve la perífrasis para ilustrar lo oscuro, donde son de un gran uso las definiciones, que se pueden mirar como otras tantas perífrases. así en vez de decir solamente: la posteridad, se puede amplificar de este modo: la que juzga en el sepulcro los sabios y los Reyes, y pone cada cosa en su lugar.

A esta segunda especie pertenece la paráfrasis, que viene a ser una glosa o comentario de la proposición, pues volviendo el autor a tomar el discurso, se extiende, y explica su mente, añadiendo reflexiones, circunstancias, o deducciones que ilustren más la materia.

La paráfrasis explica y desentraña el primer pensamiento, añadiéndole otros, y la perífrasis no hace más que substituir una palabra, o una expresión, sin alterar la sustancia. Es muy noble y delicado este modo oratorio de amplificar y esclarecer un pensamiento sin aquel magisterio pedantesco y tono dogmático, hijo del mal gusto y sequedad de la escuela. De cierto filósofo insigne dice un escritor: fue discípulo de Descartes, como Aristóteles lo había sido de Platón; añadiendo sus ideas a las del Maestro. Esta última cláusula es la paráfrasis, porque explica el sentido en que aquí se considera el discipulado de Aristóteles.

En otra parte dice otro del favor que recibían las letras entre los antiguos: Los protectores se bajaban a igualarse con los protegidos, y Horacio escribía a Mecenas; que es decir, al mayor Grande del mayor Imperio. La distancia de Horacio a Mecenas no sería bien conocida y ponderada sin la última cláusula comenta las dos antecedentes.

De otro dice una elocuente pluma: colmado de riquezas y honores se bailaba cada día más infeliz que antes; esto es, sentía que la vida pesa mucho al hombre que ya no espera, ni desea.

Volvamos a los diferentes usos de la perífrasis. Nos valemos en fin de este tropo para exornar el discurso, a que contribuyen mucho las descripciones, que siempre representan el pensamiento con colores más graciosos y nobles, y con la variedad de las pinturas que recrean la imaginación.

Para decir sencillamente: El sol nace anunciado del alba, ahuyentando la noche, y alegrando las criaturas, dice un ingenioso escritor: Ya vienen anunciándole rayos de fuego, que envía de precursores. El incendio aumenta, el Oriente se cubre de llamas; y los melodiosos coros de las aves saludan su deseado arribo. Luego las eminentes cimas de los montes aparecen doradas, y las descolladas copas de las encinas empiezan a relumbrar. Un punto resplandeciente asoma, corre toda la faz del horizonte, llena todo el espacio; y el velo de las tinieblas se rasga y cae. Entances toda la naturaleza abre los ojos para ver al padre de la vida.

Por decir sencillamente: la lengua griega, dice uno: esta lengua con que Homero hizo hablar a los Dioses, y Platón a la sabiduría. Pero la perífrases son superfluas, siempre que no dan al discurso más nobleza y fuego; son inútiles, siempre que no dan al discurso más nobleza y fuego, son inútiles, siempre que no presentan alguna cosa nueva, o no añaden idea alguna accesoria para quitar el discurso la languidez o la oscuridad: finalmente son viciosas, siempre que sean oscuras, demasiado hinchadas o sutiles, y que no sirven ni para claridad, ni para adorno.

Después de una expresión viva, noble y sólida la perífrasis es una vana pompa, y estéril abundancia. Cuando el entendimiento es herido de una idea felizmente expresada, no gusta de hallarla otra vez bajo de imágenes menos fuertes y hermosas, que no le presentan cosa nueva ni interesante.

Quejándose el padre de los tres Horacios de la huida de su hijo, le responde Julia: ¿qué querías que hiciese contra tres? Morir, responde el padre, o buscar en la desesperación la última fortuna. El autor de este paraje, después que le hizo decir morir, debía haberse parado es esta sublime y breve respuesta, y no añadirle la última frase, que le quita el vigor, y la nobleza.




ArribaAbajoHipérbole

Cuando estamos penetrados vivamente de alguna idea, y los términos comunes nos parecen poco fuertes para expresar lo que vamos a decir, nos servimos de palabras, que tomadas literalmente, exceden la verdad, y representan lo más o lo menos para significar algún exceso en lo grande, o en lo pequeño.

El oyente rebaja de la expresión lo que es menester rebajar, formándose una idea más conforme a la nuestra que la que podíamos excitarle por medio de palabras propias. Así para dar a entender la ligereza de un caballo, decimos: es más veloz que el viento; y ha un siglo que camina, se dice para explicar la lentitud con que viene una persona.

Muchos hipérboles leemos en la sagrada Escritura, como en el Éxodo cap. 3 donde dice: Yo os daré una tierra por donde corran arroyos de leche y miel, por decir, una tierra fértil. En el Génesis: Yo multiplicaré tus hijos como los granos del polvo de la tierra, por decir, tendrás una prole muy numerosa y dilatada.

De cuatro modos se puede aumentar una cosa con el hipérbole: 1.º Por demostración, como: Pedro es un Cicerón. 2.º Por semejanza: Pedro es como un Cicerón. 3.º Por comparación: Pedro es más que Cicerón. 4.º Tomando el abstracto por el concreto: Pedro es la misma elocuencia.

Véase como un historiador moderno pinta la Grecia para encarecer a Corinto: Corinto, llave que abría y cerraba el Peloponeso, era la ciudad de mayor importancia en que la Grecia era un mundo, y las ciudades naciones enteras. Otro escritor, hablando de las conquistas de Alejandro, dice: Fueron tan rápidas, que el imperio del universo mas bien pareció galardón de la carrera, como en los juegos olímpicos, que no fruto de la victoria.

Hablando de los excelentes artistas de Grecia dice otro: Atenas produjo los Praxiteles y los Fidias, de cuyos cinceles salieron Dioses, capaces de bacer en algún modo disculpable la idolatría de los Atenienses.

Pero son impropios de la oratoria aquellos hipérboles, que no contentándose con lo verosímil, pasan hasta lo imposible: estos nunca dicen lo que es la cosa; y no sólo no dicen lo que pudiera ser, sino que se arrojan a lo repugnante. Estas excesivas ponderaciones son más permitidas a la imaginación poética, que puede alguna vez sacar la naturaleza de sus quicios; como cuando dice aquel poeta: Al pie de una corriente lloraba Galatea de sus divinos ojos por lágrimas estrellas. Esta expresión es afectada, y repugnante a la verdadera elocuencia, donde la grandeza o importancia de los asuntos dictan al orador pensamientos grandes, pero naturales. Léase este epíteto a la memoria de Carlos V. Por túmulo todo el mundo, por luto el cielo, por bellas antorchas pon las estrellas, y por llanto el mar profundo. Aquí se descubre un violentísimo esfuerzo para juntar en la imaginación distancias tan enormes, y extremos tan repugnantes a la verosimilitud, y aun a la comprehensión humana.

De estos encarecimientos colosales se forma el lenguaje de los enamorados, esclavos, y aduladores. Pero la expresión del orador en un asunto alto puede ser alta, más no tanto que se pierda de vista Mas tolerables son aquellos hipérboles, que por una especie de gradación van levantando, o bajando el pensamiento hasta su último término, sin dejar estos inmensos intervalos que saltan las imaginaciones desarregladas.




ArribaAbajoSilepsis

La silepsis oratoria es una especie de metáfora o conspiración, por cuyo medio un mismo término recibe dos acepciones en la misma frase, una en sentido propio, y otra en el figurado.

Un autor para explicar que Aquiles, principal motor del incendio de Troya, ardía en amor de Andrómaca, dice: ardía con más llamas de las que había encendido. Aquí la palabra ardía tiene el sentido propio respeto al incendio que puso en Troya y el figurado respeto a la pasión ardiente que tenía por Andrómaca. Pero como quiera que este tropo juega mucho con las palabras, pide bastante circunspección para huir de toda afectación ingeniosa.

También corresponde a este género de translación una misma frase dos veces figurada, esto es, cuando en el primer sentido pertenece a un tropo, y en el segundo a otro. Leemos, por ejemplo: es menester mortificar la carne: en esta expresión, la carne se toma por el cuerpo humano, y como tal por las pasiones que en él se encierran y en este sentido se comete la synecdoche; mortificar es una palabra metafórica que aquí significa abstenerse de todo deleite sensual.






ArribaAbajoArtículo II. De las figuras.

Aunque es muy común y frecuente en el lenguaje ordinario del hombre civil el uso de las figuras, no por eso la retórica, que las expone y clasifica, deja de considerarlas como uno de los recursos más poderosos de la elocución oratoria.

Ningún arte ha inventado las figuras: lo confieso. La naturaleza las dicta desde que hay hombres que tienen necesidad de persuadir a los demás, o interés en engañarlos: la naturaleza las dicta, vuelvo a decir, en el tumulto de las pasiones. Nadie duda de la moción natural del tratante en una feria, del llorón e importuno mendigo en una puerta, y del rústico que riñe su pleito. Todo esto es verdad: mas aunque sea natural tener pasiones, y por consiguiente conocer su idioma, el orador tranquilo, que siempre defiende la causa ajena, y que ha de imitar con nobleza y regularidad los movimientos inspirados en las almas groseras por la pasión atropellada, necesita del arte que pule, rectifica, y proporciona para la elocuencia pública lo que la naturaleza agitada produce tosco y superabundante en los debates e intereses particulares.

Las figuras, pues, son unos modos de hablar, que no sólo expresan el pensamiento como las demás frases ordinarias, sino que lo enuncian de una manera particular que las caracteriza. Éstas, oportunamente empleadas, dan fuerza, nobleza, y hermosura al discurso; porque a más de expresar el pensamiento como las otras locuciones, tienen la ventaja de una gala particular que las distingue entre las frases sencillas, a fin de despertar la atención y deleitar los ánimos.

Pero aunque las figuras vienen a ser el lenguaje de la imaginación o de las pasiones, no son ellas solas las que forman toda la hermosura del discurso: tenemos muchos ejemplos en diferentes géneros de estilos, donde todo el mérito nace de un pensamiento expresado sin figura. Hablando un político de Carlos XII de Suecia, que algunos han querido comparar con Alejandro, dice: Carlos no fue Alejandro, pero hubiera sido el mejor soldado de Alejandro.¿Cómo quieres ser tratado? le pregunta Alejandro a Poro, que acababa de hacer prisionero: como Rey, responde. Aquí hay grandeza y sublimidad, y no hay figura.

Así diremos que hay infinitos modos de hablar con gracia y nobleza, que sacan su mérito del pensamiento, y no de la expresión. No por eso las figuras, cuando no son impertinentes ni forzadas, dejan de hermosear el discurso; antes la misma sustancia del pensamiento recibe más viveza, fuerza, y esplendor.


ArribaAbajoDivisión de las figuras

Los retóricos distinguen dos clases de figuras, unas de dicción, y otras de sentencia. Las de la primera especie son tales, que siempre que se mude el orden, o quite el número de las palabras, desaparece su forma figurada, y la frase queda en su estructura simple y gramatical. Las de la segunda especie al contrario, son inalterables aunque se muden las palabras, porque como quiera que su efecto dimane de la naturaleza de los pensamientos, y del aspecto con que los presenta la imaginación, pertenecen a todos los estilos y a todos los idiomas.






ArribaAbajoI. Figuras de dicción


ArribaAbajoRepetición

Se llama repetición cuando comenzamos todos los incisos o cláusulas del discurso con una misma palabra, por ejemplo: Scipión rindió a Numancia; Scipión destruyó a Cartago; Scipión en fin salvó a Roma de la ruina de las llamas. Véase otro: Si deseas los honores, si buscas la felicidad, todo lo hallarás en la virtud. De la constitución de Grecia habla así un historiador: La Grecia, siempre sábia, siempre sensual, y siempre esclava, en todas sus revoluciones no experimentó sino mudanzas de Soberanos.

Esta figura es muy propia para expresar el carácter de las pasiones vehementes que como fijen el alma fuertemente a un objeto, y no le dejen ver otros, repiten muchas veces las palabras que lo representan. ¡De su esposo tanta falsedad! (exclama una mujer abandonada) ¡De un esposo tanta malicia! ¡De un esposo tanta crueldad!

Esta figura pueda también cometerse por repetición de palabras de un sentido demostrativa, que avivan más la idea de la misma cosa que se explica. Por ejemplo: Parece que los primeros hombres perdieron de vista el derecho de la naturaleza: de aquí nacieron nuestros errores, nuestros delitos, nuestras calamidades, nuestros enemigos, nuestras guerras. Cada nuestro renueva y aviva la idea de lo que vemos, sentimos, y experimentamos en la presente constitución moral y política en que vivimos.

Otro, hablando del suicidio de Catón, dice: Este Catón, este filósofo, este patriota no supo hacer su muerte provechosa a su patria. La repetición del pronombre este cada vez despierta y fija de nuevo nuestra atención al sujeto de que se habla; como si se diere a entender, cuando se dice este Catón; este, de cuya virtud tenemos tan alta idea; este filósofo, un hombre que hemos oído celebrar por tan sabio, este patriota, un Romano el más amante de su patria, no supo serle útil en la última hora.

Esta figura es admirable para insistir fuertemente en una prueba, o inculcar alguna verdad. Por ejemplo, para probar que la poesía fue el primer lenguaje de los sabios, dice uno: En verso se enseñaron los primeros principios de la Religión; en verso se escribieron las primeras leyes de los hombres; en verso se entonaron las primeras alabanzas a la Divinidad; en verso hablaron los primeros teólogos, los astrólogos, e historiadores: como si dijera: en verso, en lo que no creéis, o que dudáis, sí, en verso.

A esta figura pertenecen la conversión, la complexión, la conduplicación, o traducción, la reiteracion, y la gradación, las cuales son otras tantas repeticiones modificadas, o figuras por adición de una misma palabra.




ArribaAbajoConversión

La conversión es una repetición puesta al fin de los miembros o períodos como cuando dice Cicerón: ¿Lloráis la pérdida de tres ejércitos del pueblo? los destruyó Antonio. ¿Sentís la muerte de nuestros ciudadanos más ilustres? os los robó Antonio. ¿Veis hollada la autoridad de este orden? hollola Antonio.




ArribaAbajoComplexión

La complexión abraza las dos figuras antecedentes, porque contiene la repetición al principio y al fin de la cláusula. Por ejemplo: ¿Quién quitó la vida a su mismo madre? Sólo fue Nerón? ¿Quién hizo espirar por el veneno a su propio preceptor? Sólo Nerón. ¿Quién hizo gemir la humanidad? El mismo Nerón.




ArribaAbajoConduplicación

Es aquella duplicación de una misma palabra en el principio de una frase. Por ejemplo: Temía, temía sí, no la muerte, sino la tremenda eternidad. Así dice otro autor: No, no cede jamás el héroe, si no es por generosidad.

Cométese también esta figura, cuando una misma dicción o expresión es final de una frase, e inicial de otra que sigue; como cuando Cicerón dice a Herennio: Osas aún presentarte hoy a su vista, traidor a la patria! Traidor a la patria, ¡te atreves hoy a ponerte delante de ellos! Mueve grandemente la impresión duplicada de una misma palabra.

De la beneficencia y modestia de Marco Aurelio, así habla su panegirista: Los pueblos invocaban a Marco Aurelio, y Marco Aurelio los consolaba en sus desgracias. Todos adoraban a Marco Aurelio, y Marco Aurelio huía de sus inciensos.




ArribaAbajoTraducción

Esta figura es la muchedumbre de finales; como cuando ponemos una misma dicción en todos los casos, modos y tiempos ligeramente variados: así dice Cicerón: Llenos están todos los libros, llenas las expresiones de los sabios llena de ejemplos la antigüedad.




ArribaAbajoReiteración

La reiteración es la posición de una misma palabra al principio y fin de la frase: como es ésta: crece el amor del dinero, cuanto el mismo dinero crece. Y en otra: los hombres desde el atroz derecho de la guerra se armaron contra los hombres; esto es, la fuerza se destruyó por la fuerza. En una frase común podía haberse dicho: los hombres se armaron unos contra otros, destruyendo una fuerza con otra. ¿Pero cuánta más viveza y vigor tiene la primera expresión?

Otras veces se hace la reiteración de un modo que parece vicioso, pero dispuesto con arte hace un grande efecto: como por ejemplo: este hombre, es verdad, juntó el valor y la constancia; pero por falta de sabiduría degeneraron en sus manos este valor y esta constancia. Este modo es muy propio para encarecer o rebajar más las cosas.




ArribaAbajoGradación

La gradación es aquella progresión de palabras que enlazadas, de dos en dos, suben como por escalones hasta la que es el término de su incremento; como en ésta: Numa fundó las costumbres Romanas en el trabajo, el trabajo en el honor, y el honor en el amor de la patria. Y en otra: el fin de la guerra debe ser la victoria, el de la victoria la conquista, el de la conquista la conservación.

Esta figura tiene dos respetos: en cuanto a las palabras pertenece a la clase de figuras de dicción, y en cuanto al pensamiento a las de sentencia.




ArribaAbajoConjunción

Esta figura, que parece la más frívola y pequeña, ocupa un gran lugar en la locución natural. Un hábil artista todo lo aprovecha, porque para él todos los instrumentos son útiles y nobles.

Así las conjunciones, aunque la parte más pequeña de la oración, se hacen grandes cuando se multiplican en ciertos lugares: sirven entonces para insistir más y más en aquellos objetos de que el alma del orador está toda íntimamente ocupada, mas no violentamente poseída; porque en este caso suprimiría las partículas y palabras conjuntivas, y formaría la figura contraria, llamada disolución.

Así se explica una doncella Israelita en la mortandad de su nación ordenada por Amán: ¡Qué mortandad por todas partes! Se asesinan a un mismo tiempo los niños, y los ancianos, y la hermana y hermano, y la hija, y la madre, y el hijo en los brazos de su padre.




ArribaAbajoDisolución

Esta figura opuesta a la conjunción, suprimiendo las partículas copulativas, expresa con más rapidez la viveza, o abundancia de los sentimientos.

Como en esta figura no se ligan las palabras, parece que el que habla tiene mucho más que decir: desátanse, por decirlo así, los nudos a la oración, mas no se corta el hilo. Así habla un autor de ciertas tropas: huyeron, se precipitaron, se perdieron. De la última acción de Bruto dice así: Un político: Bruto quiere libertar a Roma, asesina a César, levanta un ejército, acomete, pelea, se mata. Una Princesa despechada dice así: A Dios: puedes partir. Yo me quedo en Epiro: renuncio la Grecia, Esparta, su imperio, mi familia.

Hasta aquí hemos tratado de las figuras cometidas por adición o reduplicación de palabras, que sin ser necesarias al pensamiento, le comunican cierta fuerza y nobleza, cuando se manejan sin afectación pueril, y con sobriedad: ahora trataremos de las que se cometen por supresión de palabras.




ArribaAbajoRelación

Esta figura consiste principalmente en una coordinación de palabras, que colocadas con cierto arte y orden simétrico, se corresponden mutuamente las unas a las otras, y por esta especie de concierto y cadencia lisonjean la atención.

Como cuando Cicerón dice de Pompeyo: Hizo brillar en la guerra su valor; en la administración su justicia; en la embajada su prudencia. Igualmente dice otro orador del Vizconde de Turena: Hombre grande en la adversidad por su fortaleza, en la prosperidad por su modestia, en las dificultades por su prudencia, en los peligros por su valor, y en la religión por su piedad. Esta figura bien manejada es excelente para la elegancia y fluidez del estilo.




ArribaAbajoFinal semejante

Esta figura se comete cuando en el final de muchas frases se encuentran palabras casi semejantes en el número y acentuación de las sílabas: como cuando de César dice Cicerón: No sólo a su voluntad los ciudadanos asistieron, los aliados lisonjearon, los enemigos obedecieron, mas hasta los vientos, y las tempestades respetaron.

Como la afectación del estudio lo hace todo vicioso, y estas especies de figuras disimulan poco el artificio, nos valdremos sobriamente de estos adornos, sobre todo cuando se trata de herir, enternecer, horrorizar, o inflamar al oyente con la vista de los males que le amenazan, o de los bienes que espera.






ArribaAbajoII. Figuras de sentencia

Antítesis


El antítesis es aquella oposición de palabras o frases de un sentido contrario entre sí: como aquello de Cicerón: Venció al pudor la lascivia, al temor la osadía, a la razón la locura.

Esta figura, más aguda que sólida cuando la contrariedad no cae sobre las frases o miembros enteros, sino sobre las palabras, es fastidiosa si es uniforme, y violenta si es dilatada...Los antítesis, a más de la contraposición mecánica de las palabras, deben ser cortos y sentenciosos para adquirir aquel aire de naturalidad siempre enemigo de la continua disonancia nominal, o mejor sonsonete pueril. Deben más bien estribar sobre los pensamientos, que jugar sobre la oposición de los términos.

Algunas veces da mucha gracia a la contrariedad del pensamiento la oposición del atributo con el sujeto. Así dice uno: La elocuencia arrebata los corazones con suave fuerza y delicada violencia; como si dijese: con una suavidad, que hace lo que la fuerza, y una delicadeza, que hace lo que la violencia: también diremos: Los malos autores son los que ostentan una estéril abundancia; esto es, una abundancia vacía de cosas, aunque llena de palabras.

También cometen algunos la antítesis por la conjunción de dos contrariedades en una misma frase; como ésta: ¿Pueden por ventura buscar la paz en la guerra los que desean siempre la guerra en la paz?

Pero de cualquier manera que se use esta casta de contrastes, nunca darán fuerza ni nobleza a la expresión. Además este estilo no es natural, porque la naturaleza, que produce las cosas con desorden, no afecta un contraste continuo ni arreglado; tampoco pone todos los cuerpos en movimiento, y menos en un movimiento forzado.

Usa de las partes más principales de la oratoria, y la más difícil es ocultar el arte. ¿Pues hay casa que más lo descubra que el contraste continuo de las palabras? La contraposición más natural y agradable es la del sentimiento, la de las imágenes, y situaciones. Este contraste es uno de los caracteres más brillantes del ingenio: es en fin el arte de imprimir en el alma sensaciones extremas y contrarias, excitando una conmoción mezclada, ya de pena y placer, ya de amarguras y dulzura, ya en fin de gozo y horror.

Véase como espira un fanático e intrépido escandinavo en el calor de la batalla: Yo muero, y siento en morir una profunda dulzura. Dos ninfas divinas me levantan, y me presentan una deliciosa bebida en el cráneo sangriento de mi enemigo.

Oigamos como habla Marco Antonio al pueblo romano a vista del cadáver de César recién muerto: Oh! Espectáculo funesto! ¡Veis aquí lo que nos resta del mayor de los hombre! ¡Mirad a este Dios vengador, que idolatrabais, y a quien adoraban postrados sus mismos asesinos! ¡Veis aquí el que habiendo sido vuestro apoyo en la guerra y en la paz, el honor de la naturaleza, y la gloria de Roma, una hora antes hacía temblar toda la tierra!

Así pinta un escritor el suplicio de Foción por los Atenienses: Vieras luego a este héroe, que marchaba a la prisión para oír su última sentencia, con el mismo semblante que cuando salía entre las aclamaciones del pueblo a tomar el mando del ejército o volvía triunfante de vencer sus enemigos: toma en fin el veneno con serenidad; bendice al que le presenta la copa; y volviendo los ojos hacia su hija, con una débil y moribunda voz, le dice: No te acuerdes de esta injuria sino para perdonarla.

En un paisaje de Pousin se ven unas pastorcillas bailando al son de una gaytilla, y un poco desviado un sepulcro con esta inscripción: Yo vivía también en la deliciosa Arcadia. El prestigio del estilo de que tratamos consiste algunas veces en una palabra que aparta nuestra vista del objeto principal, y muestra de lado el espacio, el tiempo, la vida, la muerte, o alguna otra idea grande o melancólica, que corta las imágenes alegres.

Admiremos, dice un autor, la extensión de los conocimientos humanos desde la astronomía hasta la insectología; admiremos las obras de la mano del hombre desde el navío hasta el alfiler. ¡Qué grandeza en las distancias!

Véase como Cicerón realza la injuria de Verres Pretor de Sicilia, hecha a los derechos del ciudadano Romano, cuando condenó a Gabio al suplicio de cruz, propio de los esclavos, con la malicia de mudar el lugar del patíbulo transfiriéndole, a un sitio que da vista al estrecho de Mesina. Tú te jactaste delante de todo el pueblo de que colocabas el patíbulo en aquel lugar para que un hombre, que se llamaba ciudadano Romano, pudiese ver desde lo alto de la cruz la Italia y su propio domicilio... Tú escogiste esta vista de la Italia, para que muriendo entre las agonías del suplicio, tuviese también en el dolor de ver que sólo había el corto espacio del estrecho entre los horrores de la servidumbre y las dulzuras de la libertad.

Otro contraste de situaciones tiernas pone un elocuente escritor, cuando hablando de la fortaleza, nos dice: En la adversidad y humillación verás brillar la fortaleza: me parece que veo a Sócrates bebiendo el veneno, a Fabricio sufriendo su pobreza, a Scipión muriendo en el destierro, a Epitecto escribiendo entre cadenas, y a Séneca mirando con tranquilidad sus venas abiertas.

¡Qué poder no tienen los gestos y las actitudes! ¿A la vista de un cuadro no nos alegramos, entristecemos, enternecemos, horrorizamos? Figurémonos pintado el pasaje de la Iliada, en que Homero nos representa a Júpiter sentado en la cumbre del Ida, y al pie de este monte a los Troyanos y Griegos, que envueltos en las tinieblas, con que aquel Dios cubrió el campo, se matan unos a otros en el calor del combate sin que los mire; antes con el rostro sereno tiene la vista vuelta hacia las inocentes campiñas de los Etíopes que se sustentan de leche. ¡Qué contraste tan bello y tan agradable, no de palabras, sino de situaciones! ¿Esta pintura no nos ofrece a un mismo tiempo el espectáculo de la miseria y de la dicha de la turbación y del sosiego, del crímen y de la inocencia, de la2 fatalidad de los mortales, y de la grandeza de los Dioses?




ArribaAbajoParadiástole

La paradiástole, o separación, llamada así porque separa las cosas que parecen unidas, saca la contrariedad de aquellas palabras cuyo sentido nos parece semejante; pero esta figura las contrapone por una inmediata modificación o gradación que las distingue realmente; como aquello: fue constante sin tenacidad, humilde sin bajeza, intrépido sin temeridad.




ArribaAbajoDisparidad

Aquí entra por contrario la disparidad en las sentencias, como aquello: el que fue cobarde para vengar su propio honor, ¿cómo tendrá valor para defender al amigo? El que no supo ser humilde cuando la fortuna le castiga, ¿cómo lo será en medio del poder y la riqueza?




ArribaAbajoReflexión

La reflexión o conmutación es una contrariedad del pensamiento por una inversión del último con el primero; como cuando se dice: debemos comer para vivir; no vivir para comer. Dice otro: un héroe es hombre fuerte; mas todo hombre fuerte no es héroe.




ArribaAbajoEndíasis

La endíasis es la contraposición de dos expresiones, que por la incongruencia de su propiedad, se excluyen una a otra: pero después de unidas con cierto enlace artificioso, se ajustan y conforman en el pensamiento común; como es esto: Con las letras peleamos, y con las armas enseñamos que los Reyes son sagrados sobre la tierra.

Cométese también esta figura cuando del atributo precedente formamos el sustantivo siguiente; por ejemplo: Las órdenes Militares hicieron religioso al valor, y valerosa la religión.

Esta figura peca en pueril, porque casi siempre descubre alguna afectación.




ArribaAbajoParadoja

Como el orador habla para hacerse inteligible a todos, debe evitar estos monstruosos pensamientos de una verdad apretada de dificultades, donde se ponen la repugnancia o imposibilidad de una proposición que se contradice así misma.

Los espíritus acostumbrados a lo maravilloso llaman sutileza a todo lo que arguye grande esfuerzo y violencia. Un escritor puede hacer brillar estas fanfarronadas del ingenio en una epigrama, donde casi siempre se perdona, digámoslo así, la nada que dice, por el modo con que la dice.

Véase lo que escribe un poeta ingenioso: Mi vida vive muriendo: si viviese moriría, porque muriendo saldría del mal que siente viviendo. Pero en la verdadera oratoria es el discurso el que nos habla, no su autor.

Por último, como por medio de esta figura se afirman y niegan de una misma cosa los dos contrarios, los retóricos conocieron muy bien su naturaleza, cuando la llamaron: un rasgo delicadamente loco, que mezcla con la razón cierto aire de absurdo.

Hay con todo ciertos rasgos mas ingenjosos que sólidos, capaces de picar la curiosidad, pon el esfuerzo que el entendimiento del oyente hace cuando a las ideas que por su sentido general y absoluto se excluían, aplica una acepción alusiva y apropiada a las circunstancias de las cosas. Hablando de las costumbres de República de Esparta, donde las leyes parece que refundieron a los hombres, dice un historiador: Allí había ambición sin esperanza de mejor fortuna; había sentimientos naturales, y no había marido, hijo, ni padre. Aquí el contraste juega sobre una oposición de ideas, y no sobre una vana y simétrica disonancia de palabras.

Finalmente sobre la naturaleza y efectos de las figuras de contrariedad podemos decir, que dos cosas en oposición se realzan la una a la otra: así cuando un hombre pequeño se pone al lado de otro grande, ambos al parecer aumentan lo que son.

No hay duda que el alma se sorprende de no poder conciliar lo que ve con lo que ha visto: pero también esta especie de pasmo y admiración forman el placer que encontramos en todas las hermosuras de oposición. Lucio Floro, hablando de los Samnitas, con las mismas palabras que describen la destrucción de estos pueblos, hace ver la grandeza de su valor y obstinación, cuando dice: sus ciudades fueron de tal modo destruidas, que es difícil mostrar hoy el sitio de lo que fue materia de veinte y cuatro triunfos.




ArribaAbajoDubitación

La dubitación se comete cuando por la gravedad, oscuridad, o complicación del asunto dudamos, vacilamos, o por decirlo así, titubeamos, ya preguntando, ya refutando sobre la preferencia de dos o más cosas que se deben seguir o proponer.

Cicerón nos da bastantes ejemplos en sus oraciones, como en aquella donde dice: ¿Qué debo hacer, Jueces? Si callo, me confirmaréis reo; si hablo, me reputaréis mentiroso. En la oración por Roscio Amerino dice: ¿Qué eximinaré primero? o de dónde partiré? ¿Qué auxilio he de pedir? o de quiénes puedo esperarlo? ¡De los Dioses inmortales, o del pueblo Romano, ¿Imploraré vuestra fe vosotros, que tenéis, la suprema autoridad?




ArribaAbajoSuspensión

La suspensión, o sustentación se comete cuando mantenemos suspensos algún tiempo los ánimos de los oyentes sin declararles nuestro último pensamiento, que siempre debe ser inesperado, hasta después de haberles tenido en una atenta expectación, y estimulándoles los deseos de satisfacer o aquietar sus juicios. Pues acercándoles siempre el objeto que excita su curiosidad, se les aleja en algún modo para moverla con más viveza, hasta que cayendo instantáneamente el velo, sale el personaje siempre diferente del imaginado.

Esta disposición del alma, que la impele siempre a diversos objetos, la hace gustar de todos los placeres que nacen de la sorpresa: sentimiento que deleita no menos por el espectáculo que por la prontitud de la acción; pues el alma ve una cosa que no esperaba, o de un modo que tampoco esperaba.

Una cosa podrá suspendernos, o por maravillosa, o por nueva, o por impensada; y en este último caso el sentimiento principal se une con el accesorio que resulta de la inespectación de la misma cosa. Así es menester que el pensamiento se vaya desenvolviendo por sus grados, hasta que después de cierta impaciencia del oyente se descorra el velo.

La sorpresa en fin puede ser producida por la misma cosa, o por el modo de presentarla; pues la vemos más grande o más pequeñas de lo que es en realidad, o diferente; también la vemos con la idea accesoria, ya de la dificultad de haberla hecho, ya del tiempo o modo con que se ha hecho, ya de cualquiera otra circunstancia.

Suetonio nos describe los crímenes de Nerón con tal frescura y sequedad, que nos indigna, haciéndonos creer que no siente el horror de su pintura; pero repentinamente muda de tono, y dice: El universo habiendo sufrido a este monstruo catorce años, al fin lo abandonó. Esta cláusula produce en el oyente diferentes especies de sorpresa; ya por la súbita mutación de estilo del autor; ya por el descubrimiento de su diferente modo de pensar, ya por el efecto de expresar en tan pocas palabras una de las mayores revoluciones de los anales del mundo. Pues ¿cómo no se movera y deleitará la imaginación recibiendo un número tan grande de sensaciones nuevas?

Un célebre orador, hablando de la Reina Enriqueta de Inglaterra, proscrita y fugitiva, dice: En sus últimos años daba humildes gracias a Dios por dos grandes favores; el uno por haberla hecho Cristiana; el otro... Señores, ¿qué esperáis? Acaso por haber restablecido los negocios del Rey su hijo? No; por haberla hecho Reina desgraciada. Un éxito tan inopinado no puede dejar de sobrecoger el ánimo.

Un elocuente escritor nos demuestra el origen de la esclavitud personal de los hombres, manteniéndonos en una suspensión, sostenida hasta el fin con más vivo interés, y nos dice: ¿Cómo ha sido posible, que entre unos entes tan perfectamente semejantes, ora sea en la forma, ora en las necesidades, y en la inteligencia, el uno fuese amo y el otro esclavo? Esta monstruosidad, que degrada a la especie humana, me horroriza: si buscamos su principio, no hallaré cual fue el hombre que empezase a declarar a otro esclavo suyo, ¿Empezó este abuso por los delincuentes? No, sin duda. (y el autor da sus razones) ¿Empezaría por los locos, quiera decir, por estos hombres destituidos de inteligencia y de razón? Tampoco (y prosigue el autor probándolo) ¿Sería por fin la guerra, o aquel atroz derecho de la muerte? ¿La espada levantada sobre el cuello del vencido? ¿Aquello: yo he pedido quitarlo la vida, o entregarle a la ferocidad de la victoria, no obstante la dejo vivir, le cargo de cadenas; luego es mio? Mucho menos. (y lo prueba el autor) ¿Lo diré en fin? ¿Acabaré mis reflexiones sobre este derecho tan indecoroso a la humanidad? El orgullo, separando las costumbres primitivas y sencillas, separó las afecciones; que fue lo mismo que corromper las costumbres, alterando luego las ideas, y después las palabras. El señor se volvió bárbaro, y el esclavo vil: y la civilización que debió unir estos individuos, mas los dividió: así vemos al esclavo bestia de carga en Tartária, y eunuco en Constantinopla.




ArribaAbajoGradación

La gradación no sólo es figura de dicción, cuando el encadenamiento progresivo está en las palabras, sino que aquí la consideramos como figura de sentencia, cuando la frase o pensamiento que sigue da incremento a la precedente, añadiendo mayor fuerza y viveza a la expresión.

La fuerza que en sí trae esta figura es excelente para grabar una verdad sin violencia ni estrépito, y pintar en pocas palabras todo el retrato de una persona, de las revoluciones de un estado, o de la grandeza de un acontecimiento.

Véase lo que dice Cicerón contra Verres: Atentado es maniatar un ciudadano, es una maldad azotarle, y casi un parricidio darle muerte: ¿que diremos de clavarle en una cruz?

Hablando un orador de la muerte del célebre General de Francia Mauricio de Sajonia, dice: Su muerte fue una calamidad para la Francia, una época para la Europa, y una pérdida para el género humano.

Otro, pintando los pasos con que se introdujo la corrupción política en los estados, dice: Las sociedades en su nacimiento reconocieron desde luego caudillos, laboriosos al principio por necesidad, ricos después con el trabajo, corrompidos en fin con la abundancia.

Un célebre historiador habla así de los primeros descubridores del nuevo Mundo: Estos Europeos intrépidos despreciaron los riesgos, rompieron los obstáculos, y vencieron la naturaleza. El mismo en otra parte, para pintar todas las revoluciones del Imperio Romano desde Diocleciano hasta Augusto, dice: El Imperio de Roma se desmiembra, se divide, se deshace, bambonea y cae.

Otro elocuente escritor, con la fuerza de una progresión rápida de imágenes cortas y en movimiento, nos pone a la vista la acción del asesinato de un Déspota de Oriente: El esclavo asalta el trono: con un puñal y un instante lo derriba al tirano: éste cae, rueda, y viene a espirar a sus pies. Aquí se ve que la energía casi es inseparable de la concisión.

Hay otra gradación, que sólo está en el pensamiento, no por las ideas que despierta las palabras, pues éstas no tienen entre sí un sentido incremental, sino por el lugar que estas mismas palabras reciben del arte cuando las pone en una especie de progresión relativa Así dice un escritor: Newton, este Newton, el inmortal Newton hubo de confesar la ignorancia del hombre.

La palabra Newton repetida cien veces no adquiriría mayor valor; pero repetida en cierto lugar, y de cierta manera, realza la opinión de la persona que representa. El pronombre éste saca su fuerza no de sí mismo, sino el lugar que ocupa, pues engrandece la idea simple que llevamos formada por la primera palabra Newton: el atributo inmortal levanta mas esta misma idea ya grande por la posición relativa de aquellas dos palabras. Múdese la coordinación de la frase, y desaparecerá la gradación que hace toda su fuerza.

Otro historiador hablando del respeto que causó a las Potencias de Europa Enrique IV, de Francia, cuando quedó pacífico poseedor de la Corona, dice: Un hombre puesto en su lugar, Rey, un Enrique se presenta, y todos callan. Aquí las palabras, hombre, Rey, Enrique, consideradas por sí solas, no encierran ningún incremento; pero en la gradación que siguen, la segunda realza la primera, y la tercera a la segunda por una idea enfática que incluye aquella correlación de atributos de un mismo sujeto, que al parecer no guardan su orden natural; y es como si dijéramos: Un hombre que había nacido para Rey; un Rey que sabía serlo, y más que todo el mérito personal de Enrique: esto fue lo que puso en silencio a toda la Europa.




ArribaAbajoComunicación

Esta figura se comete cuando el orador consulta a sus oyentes, amigos, contrarios, o jueces sobre lo que debe deliberar, pero siempre en asuntos arduos e importantes.

Así dice Cicerón contra Verres: Aquí pido, Jueces, vuestro consejo para que me digáis lo que debo hacer: mas el mismo silencio que guardáis, me está diciendo, que no será otro vuestro consejo que el que podría darme la necesidad.

El mismo Cicerón en la oración a favor de Quincio, dice: Espero, Jueces, vuestro dictamen.... En fin ¿qué podríais ver en este asunto? A la verdad, siendo vuestra bondad y prudencia tan notorias, casi adivinaría vuestra respuesta a mi consulta.




ArribaAbajoDescripción

Esta figura, que es un retrato o pintura retórica, representa los hechos de que hablamos, como si actualmente pasaran delante de nosotros; y haciendo ver en algún modo lo que se refiere se viene a dar el mismo original por la copia.

Es muy propia para grandes movimientos, y sobre todo para el idioma de las pasiones; porque estas ponen el objeto presente al que lo ama, aborrece, teme, o desea: y copiando su expresión, esta pintura la transmite al alma de los oyentes con la misma moción de que el orador está agitado.

Esta figura posee toda la belleza de la energía, la cual no tanto consiste en ciertos términos muy expresivos, cuanto en las palabras y rasgos que dan alma, vida y movimiento a las cosas que por sí no lo tienen; bien que esto no se puede conseguir sin el colorido de las metáforas o imágenes. La sagrada Escritura nos subministra una infinidad de ideas y expresiones admirablemente enérgicas; como cuando da a los vientos alas y manos a los ríos para aplaudir la venida del SEÑOR: cuando personifica la misericordia, la ira, la verdad, la justicia; o bien cuando hace hablar los rayos y los truenos en el libro enérgico de Job.

Sea ejemplo de una descripción metafórica, el rompimiento de la guerra entre dos naciones: Véanse estas dos naciones abandonadas de la amistad: la paz, arrojada por la discordia del centro de sus opulentas ciudades, desampara a sus perversos hijos, y huye a buscar asilo en las cuevas silvestres de las fieras. Armada del yelmo y lanza, y con el furor en los ojos, viene corriendo Belona. A su aspecto todo se hiela, o inflama; y el trueno sepultado entre la pólvora de los arsenales se agita, y lúgubremente ronca: había, y al momento el viejo trémulo y decrépito ciñe la espada al único objeto de sus esperanzas; había, y la mano que ayer cultivaba el olivo, hoy empuña un acero homicida, y va a sembrar por todas partes el horror y la consternación; habla, y las artes llorosas abandonan sus oficinas, y van a trasplantar a otros climas más tranquilos la gloria, la felicidad, y la abundancia.

Esta figura adquiere más fuerza cuando ponemos todos los verbos en el tiempo presente, como en el ejemplo citado y en el que sigue; porque entonces parece que la acción y la cosa pasan actualmente delante de nosotros.

Pinta un autor la toma y saqueo feroz de una ciudad con una descripción, no metafórica, sino enérgica por la propiedad de los términos, y elección de casos y situaciones. Abre la ciudad las puertas, y al instante vieras arder las casas y los templos; oirás el estrépito de los edificios que se desploman, y un clamor universal de los ayes de sus moradores. Por acá huyen unos titubeando; allá otros se dan los últimos abrazos; vieras llorar los niños, gritar las madres, gemir los viejos que tuvieron la desgracia de vivir hasta este día; vieras saquear las casas y lugares sagrados; hallarás las plazas llenas de despojos y cadáveres; aquí un ciudadano cargado de cadenas marcha delante del vencedor; allí una madre desesperada lucha para arrancar a su hijo de entre las manos del brutal soldado.

Un célebre orador en elogio de un Príncipe nos describe y pinta los efectos de la batalla de Fontenoy y la vista del campo, no la acción del combate, como en la descripción antecedente. ¡Oh jornada de Fontenoy! Día de nuestra grandeza! La Francia venció a vista de su Soberano, y tres naciones huyeron. Los destrozos de quince mil hombres estaban esparcidos por aquella llanura, y reinaba un silencio medroso en el campo de batalla. Se veían muertos amontonados sobre muertos, vencedores sacrificados encima de los vencidos guerreros mutilados, hombres moribundos, y otros aún más infelices por no poder morir; y entre profundos gemidos y gritos agudos, la sangre, el horror, todas las heridas, todo género de muertes.

Estas especies de descripciones circunstanciadas son precisas en aquellas pinturas en que se representan muchos personajes; cuyas actitudes se imprimen y ocupan la atención. Por tanto, en ésta como en otras cosas conviene consultar la naturaleza, estudiarla, y tomarla por maestra; de modo que cada uno en sí mismo la verdad de lo que se dice, y halle en su propio interior los afectos que expresa el discurso. Así es menester representar con tanta fuerza de imaginación todas las circunstancias del suceso, o partes del objeto que vamos a describir, como si fuesemos sus espectadores nosotros mismos.

Pero en este género el orador sólo debe, decir lo necesario, huyendo de la enorme profusión de aquel poeta que emplea cien versos para describir una tormenta. ¿Qué diríamos de aquel que para pintar un jardín describiera cada flor en particular?

Para que todas las descripciones no sean melancólicas, pondremos aquí una risueña pintura de la ciudad de Cnido: La ciudad está situada en un valle, sobre el cual los Dioses han derramado a manos llenas sus beneficios; donde se goza de una eterna primavera, y no se respira el aire sin respirar el deleite. La tierra afortunadamente fértil se anticipa a todos los deseos; los árboles se doblan con el peso de la abundancia; los vientos soplan en aquel sitio sólo para derramar el espíritu de rosas y jazmines; y las aves cantan sin cesar de modo que los mismos bosques te parecerían armoniosos: los arroyos van murmurando por la llanura; un suavísimo calor hace abrir todas las flores, y los jardines parecen encantados; Flora y Pomona los tienen a su cargo; sus Ninfas los cultivan, los frutos renacen bajo la mano que los coje, y las flores suceden a los frutos.

Léase esta noble y brillante pintura del hombre cultivando las artes. Veamos al hombre sometiendo a su voz la misma naturaleza: ya de una pincelada muda un lienzo ingrato en una perspectiva encantadora; ya con el cincel o buril en la mano anima al mármol, y hace respirar el bronce; ya con el plomo y la escuadra levanta palacios a los Reyes, y templos a la Divinidad. Por otra parte, la tierra fertiliza. da por su mano laboriosa, lo vuelve liberalmente su sustancia; la oveja le tributa todos los años su rico vellón, y el gusano de seda para vestirle hila su preciosa trama. El metal se amolda, y la piedra se ablanda entre sus dedos; el corpulento cedro y la robusta encina caen a sus pies, y toman una nueva forma. En fin el hombre por los progresos de la navegación establece como unos puentes de comunicación entre los dos hemisferios, y juntando ambos continentes, logra pasar de un polo al otro de la tierra.

Aquí pertenece el estilo pintoresco; porque como las imágenes son la parte mas viva de las descripciones, el que sabe usar de estos rasgos cortos y vivos, hiere la imaginación y con ésta a todos los sentidos. Las imágenes son otras tantas pinceladas valientes y pasajeras que dan a la imaginación todo el encanto del colorido: en esto se distinguen de las pinturas, que son verdaderos retratos fijos para ser contemplados despacio y parte por parte. La pintura es un plan previsto y detallado; la imagen es siempre fuerte y simple: así este género de descripciones son breves y vivas. Cicerón nos explica en dos líneas la cólera de Verres: Encendido de crímenes y de furor se presenta en la plaza: ardían sus ojos, y la cólera estaba pintada en su rostro. Otro describe en cuatro palabras la muerte de un amigo: Hiélase su trémula lengua suspira, me tiende el brazo, cierra el ojo y muere.

Cornelio Tácito pinta con igual energía y viveza de colores la crueldad de Domiciano mirando los mismos suplicios que mandaba ejecutar:: Nerón a lo menos, ordenaba las atrocidades, y apartaba la vista; pero la presencia de Domiciano aún es más cruel para los reos que los suplicios: se cuentan y apuntan hasta nuestros suspiros, y el rostro del tirano enardecido, no de vergüenza, sino del horror de su delito, hace más visible la palidez de los moribundos.




ArribaAbajoDistribución

La distribución es aquella división o subdivisión del asunto cuándo se distribuye en todas sus partes, y se presenta por todos los lados precisos para comentar unas proposición, esclarecer más la materia, y satisfacer sin trabajo la atención del oyente. De este modo distribuye un orador su proposición breve y general en las principales partes que encierra, cuando dice: Los hombres han abusado de todo: de los vegetables para sacar los venenos; del hierro para asesinarse; del oro para comprar las iniquidades; de las artes para multiplicar los medios de su destrucción; y de la brújula para ir a esclavizar sus semejantes.

Para mayor claridad de todas las especies de distribución, veamos como la desempeña un elocuente escritor: Dícese que Sócrates inventó la moral; más otros antes que él la habían puesto en práctica: Arístides fue justo antes que Sócrates hubiese definido la justicia: Leónidas había muerto por su patria antes que Sócrates hubiese prescrito el patriotismo: Esparta era sobria antes que Sócrates hubiese hecho el elogio de la sobriedad; la Grecia abundaba en varones virtuosos antes que Sócrates hubiese dicho en qué consistía la virtud.

En alabanza de un gran Canciller de Francia dice un orador así: Todos los que mueren son honrados con lágrimas: el amigo con las del amigo; el esposo con las de la esposa; el hijo es llorado por su padre; y el hombre grande por el género humano.




ArribaAbajoBrevedad

Esta figura es aquella rigurosa concisión con que ponemos una sucesión de hechos, o un plan de varias cosas haciéndolas pasar con rapidez delante de los ojos. Aquí se suprimen todas las partículas, y hasta las palabras que no son absolutamente necesarias para representar la idea principal. Esta figura es excelente para la narración simple y precisa.

Un político refiere brevemente las últimas acciones de la vida de Bruto, cuando dice: Bruto quiere libertar a Roma de la tiranía: asesina a César, levanta un ejército, ataca, combate a Octavio y se mata.

Será segundo ejemplo esta breve narración de las revoluciones políticas del Egipto. Fue este Egipto la primera escuela del universo, madre de la filosofía y de las artes, conquista de Cambises y de los Griegos, triunfo de los Romanos, despojo de los Árabes, y presa de los Turcos.




ArribaAbajoDiálogo

Esta figura, llamada sermocinacio, es propiamente un discurso dramático, en que introducimos dos o más personas comunicándose entre sí sus pensamientos, o dirigiendo sus sentimientos y votos, ya a una de ellas o a los espectadores, ya al cielo, a la naturaleza, etc.

Por medio de estos interlocutores el orador tiene más libertad para referir un hecho, reprehender el vicio, celebrar la virtud, y dar un colorido tanto más vivo al discurso, cuanto aquí se presenta de más cerca la naturaleza.

Oigamos aquel coloquio entre las madres de los inocentes y los soldados de Herodes. Clama una: ¿Por qué, compañera, me dejas desamparada? Ven, dice la otra, vamos a morir también con nuestros hijos. A los niños, responden los verdugos, no a vosotras buscamos. Qué! exclaman las madres, los niños todavía inocentes han pecado?

Un elocuente escritor nos inspira de esta suerte el amor de la patria: La patria pregunta a cada ciudadano, ¿qué harás tú por mí? El soldado responde, yo te daré mi sangre: el Magistrado, yo defenderé tus leyes: el Sacerdote, yo velaré sobre tus altares: el pueblo numeroso desde los campos y talleres grita, yo me dedico a tus necesidades, te doy mis brazos; el sabio dice, yo consagro mi vida a la verdad, y tengo valor para decírtela.

Cierto orador en el elogio fúnebre de uno de los dos primeros Magistrados del Reino, dice: El vicio decía a sus hijos: hijo mío, el hombre justo ha muerto; el flaco y el infeliz exclamaban, ha caído nuestro apoyo.




ArribaAbajoSentencia

Es una máxima general que no tiene lugar fijo en el discurso: las sentencias instruyen por su naturaleza; y para que agraden deben ser felizmente expresadas, oportunamente colocadas, y muy interesentes o nuevas.

Dice un sabio escritor: En el rico, y en el poderoso no hay otra cosa envidiable sino el privilegio que tienen de disminuir los males de la sierra. En otra parte dice otro: Uno de los artes más importantes y difíciles es olvidar el mal que se ha aprendido. En estos dos pensamientos nada hay trivial, nada falso: defecto muy común a los escritores sentenciosos. Cuando la idea fundamental de la sentencia es conocida y vulgarizada, y la materia pide su aplicación, el orador ya que no inventa la cosa, debe inventar la frase para que de esta suerte parezca nuevo el pensamiento.

Aunque las sentencias adornen muchas veces el discurso, y se adapten muy bien a los escritos morales y panegíricos, suelen tener el inconveniente de cortar su enlace descosiendo, digámoslo así, el estilo. Por esto los oradores elocuentes las usan pocas veces en su forma propia y natural, que ordinariamente es fría, y por lo mismo incompatible con el lenguaje del sentimiento.

El escritor que junta la elocuencia con el gusto y la filosofía, distingue el estilo sentencioso, que enseña y encanta, del discurso tejido de sentencias, que documentan y cansan.

A mas de que la sequedad y el orden didáctico de las sentencias juntas destruyen la redondez y elegancia oratorias, es necesario saber discernir lo natural de lo forzado, lo verdadero de lo falso, lo sólido de lo pueril, los pensamientos sustanciosos de los juegos nominales.

El modo delicado de ser sentencioso sin decir sentencias, y de enseñar sin dogmatizar consiste en saberlas mezclar o incorporar en el raciocinio de la proposición o narración particular; de modo que se les haga perder la generalidad sin alterarles su sustancia. Antes bien fundidas en el discurso hacen vivo el estilo sin volverlo uniforme. Entonces al oyente no le prescriben máximas estériles y vagas especulaciones, sino la práctica de ellas en personas y sucesos que le presentan una lección experimental.

Un escritor en elogio de un sabio profesor, dice: Nuestro Doctor obtuvo una cátedra de jurisprudencia, cuyo cargo desempeñó como hombre que no lo había solicitado. Podía haber dicho secamente y con magisterio: El que solicita un empleo no lo sabe desempeñar. De otro dice: Fue muy poderoso para que no fuese adulado y aborrecido. Podía haber dicho en su forma natural esta máxima: El poder en los hombres los atrae la adulación y el odio.

Hablando de otro sabio escribe un orador: La fortuna le había concedido una nueva ventaja para ser grande hombre, pues lo había hecho nacer pobre. En este ejemplo y oración está fundida esta sentencia: La pobreza hace grandes a muchos hombres.

Pintando a un gran Magistrado en la vida pública y privada, dice otro en su elogio: Daguessau aceptó los honores como ciudadano, los mantuvo como sabio, y los dejó como héroe. Aquí están incorporadas estas máximas: el ciudadano debe servir a la patria: el sabio no se envanece con los honores, y el héroe huye de ellos. Hablando de Sully, que abandona la Corte en medio de los desórdenes del Reino, dice: No pudiendo impedir más tiempo el mal, no le queda otra gloria que la de no ser su cómplice.




ArribaAbajoEpifonema

Esta figura llamada aclamatio en latín, es una especie de corolario, o deducción sentenciosa que sacamos de la proposición antecedente: en fin viene a ser un epílogo que reduce a una sentencia breve la ilación de la materia que se trata.

Podemos mirarla como fruto de la reflexión; pues pide un delicado pulso, y conocimiento del orden físico y moral de las cosas, para saber juntar en una consideración grave y admirativa todo el espíritu de una serie de pasajes extensamente referidos.

La aclamación se distingue de la sentencia pura, en cuanto ésta es un documento directo independiente de otra proposición, y como tal no tiene lugar señalado en el discurso; y la otra es una máxima que cierra la oración o el periodo de donde se saca, y a cuyo texto se aplica, por modo de confirmación, reflexión, admiración, etc.

Un sabio historiador dice: Algunos salvajes matan los huerfanillos para que no perezcan de hambre y de miseria: tanto pierde el hombre por no estar civilizado.

Otro escritor político, haciendo el elogio de Augusto, dice: Todo el universo sojuzgado no contribuyó tanto a su gloria, y seguridad de su vida, como el perdón de Cinna, y la equidad de sus leyes: ¡cuán preferibles son en el héroe las virtudes sociales al valor!

Tácito nos dice: Se asegura que Tiberio siempre que salía del Senado exclamaba. 0h! hombres hechos para la esclavitud! El mismo enemigo de la libertad se cansaba de una paciencia y servidumbre tan bajas.

Un célebre orador, hablando del Duque de Sully, perseguido y después desterrado por sus émulos, dice: En fin sus ojos se cansan de ver tantos males; renuncia sus empleos, abandona para siempre la Corte retirándose a sus estados; sale de París, y lo escoltan más de 300 caballeros: éste es el triunfo de la virtud que parte para el destierro.

Siempre que no hay novedad, interés, o grandeza en estas sentencias ilativas, cansan la atención del lector, y quitan la gracia al discurso. Pues las sentencias vagas, triviales, oscuras o frías son propias de cualquier pedante moralizador, que quiere hacer reflexiones sobre todo.




ArribaAbajoInterrogación

La interrogación de que tratamos, no es una pregunta dirigida a cierta persona para que fije nuestra indeterminación; sino la que se dirige a la consideración de los oyentes o lectores, la que habla a su alma, agita sus pasiones, no para arrancarles la respuestas sino el consentimiento o la admiración.

Esta figura encierra una especie de convencimiento disimulado con la pregunta, que no suponiendo respuesta contraria al modo afirmativo con que el orador propone su pensamiento, no es mas que una llamada que despierta la atención a fin de hacer la prueba más fuerte, y más generalmente recibida.

Viene a ser la interrogación la que confirma y sella el pensamiento, o todo el discurso: Por esto se debe solamente emplear en aquellas cosas tan claras, tan probadas, o tan probables, que no supongan disentimiento, repugnancia, ni casi duda en el oyente; antes en algún modo la interrogación le presume inclinado a seguir la proposición del orador. Y como en esto se lisonjea la vanidad, el gusto, o la buena opinión que el oyente tiene de la rectitud de su juicio, o sensibilidad de su alma, siempre sale victoriosa esta figura, que por otra parte da fuerza, viveza, y calor al discurso.

En la creación del mundo un naturalista elocuente pide nuestra admiración de esta manera:¿Qué inteligencia sondeará las profundidades de este abismo? ¿Qué pensamiento nos representará el poder que llama las cosas que no son como si fuesen? ¿Admiraremos bastantemente a un Dios, que quiere que la luz sea, y la luz es?

Después de haber sostenido un orador, que la palma heroica más pertenece a los hombres pacíficos que a los guerreros, lo confirma con ejemplos fortificados con la interrogación. ¿Qué diremos, sigue, de aquellos grandes hombres, que por no haber manchado sus manos en la sangre de sus semejantes, se han con más razón inmortalizado? ¿Qué diremos del Legislador de Esparta, que después de haber disfrutado del placer de reinar, tuvo valor de volver el cetro al legítimo heredero, que no se lo pedía? ¿Qué diremos del Legislador de Atenas, que supo guardar su libertad y su virtud en la Corte misma de los tiranos, y sostuvo a la cara del más opulento que el poder y las riquezas no hacen al hombre feliz.? ¿Qué diremos del mayor de los Romanos, de aquel modelo de Ciudadanos virtuosos? Haremos afrenta al heroísmo, negándole este título a Catón?

Un elocuente escritor después de haber referido los desórdenes y males de las guerras civiles de Roma, dice: ¿Cuál era la fuerza civil, cuál la ley promulgada, capaz de poner freno a las depredaciones? ¿Qué poder tendría la sanción de la magistratura y de las leyes, donde todas las voluntades conspiraban en menosprecio y detestación del orden? En medio de una ciudad inmensa, depósito de las rapiñas de un Imperio universal, las leyes moderadas del sabio Numa podían recobrar su antiguo vigor? ¿Podían ser de algún uso? ¿Podían prometer algún efecto?

Cuando se eslabonan dos o tres interrogaciones al fin de la frase, como en el ejemplo último, se redobla la fuerza en confirmación del pensamiento del orador, y la impresión en el alma del oyente, a quien no se le da tiempo de discernir, ni dudar.




ArribaAbajoSujeción

Esta figura es la misma interrogación acompañada cada vez de una respuesta. En alguna ocasión el orador se pregunta y responde a si mismo, como cuando Cicerón en la oración por Celio dice: ¿No llamaríamos enemigo de la república al que violase sus leyes? Tú las quebrantaste. ¿Al que menospreciase la autoridad del Senado? Tú la oprimiste. ¿Al que fomentase las sediciones? Tú las excitaste.

Cierto orador así previene a su auditorio: ¿Sufriré la nota de falso adulador? ¿Celebraré las victorias de este conquistador, y callará las atrocidades que oscurecieron su gloria? No, señores. ¿Compararía al malvado con un modelo de virtudes? Mucho menos: todo lo sacrificaré a la verdad.

Alguna vez pregunta el orador a una persona, y sin aguardar respuesta redobla la interrogación, como hace el mismo Cicerón contra Verres: ¿Con qué convención defiendes a este reo? ¿Haciendo el elogio de la frugalidad, no llamas las iniquidades de la avaricia? ¿Hubo por ventura alguno más perverso, y disoluto? ¿Le pintarás tal vez como un varón fuerte? ¿Pero se encontrará otro más perezoso, o indolente? ¿Celebrarás la docilidad de sus costumbres? ¿Quién más contumaz? ¿Quién más soberbio?

Otras veces preguntamos a una persona, y la hacemos dar respuesta. Éste es el modo de confutar y probar con más fuerza; porque siempre se ponen en boca del contrario las respuestas que tenemos de antemano destruidas; y como de esta suerte le dejamos su defensa y la libertad de la palabra, y al fin se rinde a nuestras refutaciones, el oyente queda satisfecho, e inclinado sin repugnancia a nuestra causa.

Por medio de la sujeción un moderno escritor arguye contra un suicida. ¿Tú quieres abandonar la vida? Sí, me dices, porque te cansa el vivir tanto. Yo quisiera saber si aún has empezado. Qué! fuiste enviado a la tierra para vivir en inacción? Parece que me dices que estás demás, y eres de poca utilidad. ¿Pero el cielo no le impone con la vida algún cargo que cumplir? ¿Qué respuesta, o infeliz! tienes prevenida para el juez supremo cuando te pida cuenta del tiempo? Tú me dices: la vida es un mal: ¿Hallarás en el orden de las cosas un bien que no esté rodeado de males? La vida, repites, es un mal para el hombre de bien siempre perseguido: ¿pero no sabes que tarde o temprano es consolado? y que la virtud no aguarda el premio acá en la tierra? A este tenor sigue admirablemente las reflexiones.




ArribaAbajoAnticipación

La anticipación se comete cuando el orador, adelantándose a las objeciones del contrario, y allanando la dificultad que el auditorio encuentra, él mismo anticipa los reparos, que luego satisface con las razones que luego expone.

Cicerón en la oración contra Verres se anticipa diciendo: Si alguno de vosotros, o de los que están aquí presentes acaso se admira de que, habiéndome tantos años ejercitado en los juicios públicos siempre para defender a muchos, y jamás para condenar a alguno, ahora cambiada de repente la voluntad, haya bajado al oficio de acusador; podrá reconocer el motivo de mi nueva determinación y justificar mis sentimientos, creyendo que no puedo en esta causa ser el primer actor. Después continua dando los motivos de esta novedad.

También se comete esta figura por una especie de premonición a los oyentes, para que no les ofenda e indigne la libertad con que se dice la cosa, o bien la grandeza o incredibilidad de esta misma cosa. Un elocuente escritor en honor de Descartes dice: Todo en este discurso será consagrado a la verdad y a la virtud. Acaso habrá hombres en mi nación que no perdonarán el elogio de un filósofo vivo; mas Descartes murió, y ha ciento y quince años que no existe: yo no temo, pues, ofender el orgullo, ni irritar la envidia.




ArribaAbajoInvocación

La invocación, conocida bajo el nombre de apóstrofe, se comete cuando el orador corta o tuerce el hilo recto del discurso dirigiéndoles a otros objetos, como a Dios, a la naturaleza, a la patria, a los vivos, a los muertos, a los ausentes, y hasta las criaturas inanimadas e insensibles, a fin de arrebatar al oyente, que no puede dejar de tomar partido, mezclando interiormente sus afectos con los del que habla.

Esta figura siempre es fuerte, llena de vehemencia y calor para causar una grande moción. ¿Pues cómo no será terrible y patética la oración en que se llama al cielo, la naturaleza, la tierra, los difuntos a que sean jueces o censores formidables de nuestras acciones?

Cicerón en defensa de Milón hace este patético y magnífico apóstrofe: A vosotros imploro, esforzadísimos varones aquí presentes, que derramasteis generosamente vuestra sangre por la salud de la República. A vosotros invoco, Centuriones, Legionarios, que arrostrasteis los peligros como hombres y como ciudadanos. Vosotros todos, espectadores, guardias armadas, presidentes de este juicio, ¿sufriréis que se arroje de la ciudad, que se destierre y abandono un hombre virtuoso?

Un escritor moderno hace el siguiente apóstrofe para confundir un Ateísta: Naturaleza! Madre universal! tu testimonio y socorro imploro: despliega tus tesoros, descubre tus maravillas al incrédulo para que por tus obras tribute al Autor Supremo el debido amor, admiración, y reconocimiento. Tierra que le alimentas, aguas que fertilizáis los campos, aire que le inspiras la vida, huracanes y truenos que purificáis la atmósfera, llenadle de un terror sublime. Flores que esmaltáis los prados, hiervas que le dais la salud, fuentes que parís los ríos, árboles que le defendéis de las injurias del sol, pregonad que un Dios eterno e infinito es su Criador y el vuestro.

Otro arguyendo contra la tiránica opulencia de los ricos, que no sabiendo contribuir a la felicidad del pueblo rústico, aumentan su miseria, se introduce así: Acércate, y verás cuantos millares de hombres viven y mueren en la aflicción, en la miseria y desamparo sobre la misma tierra que fertilizan con sus brazos y sudores para mantener la opulencia. 0h! espectros de los pobres, que murieron en la abjección y la amargura, salid cubiertos de horror delante de este recazo cruel y orgulloso! Levantad vuestras manos laboriosas, vengadoras de la humanidad ultrajada, y acusadle a la faz del cielo y de los vivientes de su dureza, e indolencia.

Un elocuente escritor en elogio de la virtud así invoca a los muertos: Manes ilustres de los Fabricios y Camilos! imploro vuestro ejemplo. Decidme, ¿con qué arte dichoso hicisteis a Roma señora del mundo, y por tantos siglos floreciente? Glorioso Cincinalo, vuela otra vez triunfante a tus rústicos hogares; seas el modelo de tu patria, y el terror de sus enemigos; guarda para ti la virtud, y deja el oro a los Samnitas.




ArribaAbajoConcesión

Es una figura con que a los contrarios, a las objeciones presupuestas en los oyentes, o a la opinión común concedemos aquellas conclusiones, reparos, o respuestas, que nunca pueden destruir nuestra causa, si sólo contradecirla, para que de este modo salga siempre triunfante.

Por ejemplo, concederemos al ambicioso que es loable el amor de la gloria; mas no el de la gloria vana y funesta a los hombres. Concederemos al ardiente ciudadano que el amor de la patria es noble; pero que no debe fundarse en el odio de las demás naciones. A otro en fin le concederemos que las riquezas son útiles; mas no cuando son mal empleadas, etc.

Un ingenioso orador, hablando de los bienes y males del oro, quiere conceder los primeros, y probar que son contrapesados por los últimos de esta manera: El oro, decís vosotros, excita los talentos; lo concedo: ¿mas cuántos corazones corrompe antes? Convengo en que anima la industria; ¿mas esta industria no es el taller del lujo, y éste un contagio que infecta a un Reino? Tampoco niego que el oro ha hecho conocer muchas naciones volviéndolas comunicables; ¿mas cuánta sangre de sus desgraciados naturales se ha derramado para descubrirlas, y quererlas civilizar? ¿Cuántas guerras nuevas han nacido en Europa para conservarlas esclavas o aliadas?

Por último ejemplo veamos lo que dice un célebre escritor en este pasaje: Tema demasiado la muerte el impío, el sacrílego, el pecador cargado de delitos; mas no el que ha vivido la vida del justo. Estremézcase de la sombra de la muerte aquel que nunca ha sentido un remordimiento; mas no el que siempre ha llevado una vida de compunción y penitencia. Horrorícese a la vista de la muerte aquel que ha fundado todas sus esperanzas en una vida sensual, frágil, y terrena; no aquel que esperando gozar en la bienaventuranza, sabe que el fin de esta vida es principio de otra mejor.




ArribaAbajoExclamación

La exclamación es cierto vuelo que toma el discurso, cuando exalta con más actividad y prontitud los sentimientos de admiración, indignación, odio, gozo, tristeza, compasión, etc. expresando lo grande, lo nuevo, o lo raro de una cosa por medio de la interjección, o sin ella, como se verá en los ejemplos siguientes.

Cicerón termina así la relación que acaba de hacer del suplicio de un ciudadano Romano. Oh! nombre dulce de libertad! Oh! derecho ilustre de nuestra ciudad! Oh! Leyes Porcia, y Semproniana! Oh! Tribunicia potestad, tantas veces deseada, y en otro tiempo restituida al pueblo Romano!

Por medio de esta figura pueden jugar todos los afectos: así hablando de un rico limosnero, mueve la benevolencia el que dice: Oh! manos siempre abiertas para dar! Oh! corazón benéfico y compasivo! Oh! caridad inflamada en amor de los hombres!

Palabras de sobresalto y horror son las del Apocalipsis, cuando el Profeta dice: Ay! Ay1 ¡Babilonia, ciudad grande, poderosa ciudad, tu condenación ha venido en un momento! Mueve a compasión de un joven condenado injustamente a muerte un escritor, diciendo: Oh! silencio de la inocencia oprimida! Oh! justo, que ruegas al Cielo por los que te condenan! De un avaro podemos decir: Sed execrable del oro! Codicia cruel, y desapiadada!




ArribaAbajoImprecación

La imprecación es otra de las figuras vehementes de que usa la oratoria alguna vez, cuando el terror, o el temor ha de dominar los ánimos.

En un libro de los Reyes leemos el siguiente rasgo lleno de horror y energía: Montes de Gelboé, jamás caigan sobre vosotros ni el rocío, ni la lluvia. Jamás sobre vuestras faldas haya un campo, cuyas primicias se ofrezcan al Señor.

En boca del afligido Job leemos una imprecación llena de dolor y abatimiento: Perezca el día en que nací, y la noche en que se dijo: un hombre es concebido.




ArribaAbajoCorrección

Es aquella figura por la cual corregimos, o retractamos una proposición con otra siguiente, que la realza, rebaja, suaviza, o cohonesta. Dice Cicerón en la oración de Murena: Cuando todas estas cosas, ciudadanos; ciudadanos digo, si son dignos de tal título unos hombres que así piensan de su misma patria....

Dice otro de cierto General: Intrépido y constante guerrero; no, temerario y obstinado te llamará la posteridad. Dice en otro paraje: La codicia y el cebo de la predominación siempre se han disputado el cetro; digamos mejor, el yugo de la sociedad.

Otro orador en el elogio de Descartes dice: ¿Qué honores le tributaron en vida? Qué estatuas le levantaron los de su patria? Qué hablamos de honores, y de estatuas! Olvidamos que se habla de un grande hombre? Hablemos mas bien de persecuciones, de envidias y calumnias.

Hay otras castas de corrección más ligeras y delicadas, que sirven como de suplemento, o adición al pensamiento general. De Carlomagno dice un político: Formó admirables leyes; y aún hizo más, las hizo ejecutar. De otro dice: Fue protector magnífico de las artes; mas de las artes útiles.




ArribaAbajoLicencia

Esta figura se comete cuando el orador, asegurado de su justicia, y del poder de su palabra, se abroga la libertad de proferir con magisterio y sin respetos la verdad o importancia de una cosa, que puede desagradar, u ofender a los oyentes. Desde que los oradores no gobiernan las Repúblicas, hoy esta figura sólo tiene ejercicio en el púlpito, donde la santa voz de la verdad truena sin respetos humanos.

De esta suerte dice Cicerón en la Philippica III: Vosotros, Padres Conscriptos, es cosa dura el pronunciarlo, pero me veo forzado a decirlo; vosotros, digo, disteis la muerte a Servio Sulpicio.

Otro elocuente escritor en elogio del primer Magistrado de la nación, dice: El carácter de la verdadera grandeza es la simplicidad: yo me atrevo a decirlo a este siglo fastuoso, porque la voz de una generación que pasa, y que mañana no -será, no debe sofocar la de la verdad que es eterna.




ArribaAbajoPreterición

Esta figura es un delicado artificio del orador, por cuyo medio confesando que quiere callar lo que sabe, o que ignora o no quiere decir todo lo que pudiera, dice mucho más de este modo negativo, que ocupa con mayor sagacidad la atención de los oyentes. Véase Cicerón contra Verres, cuando dice: Nada diré de su lujuria, nada de su insolencia, nada de sus maldades y torpezas; sólo hablaré de sus usuras y concusiones.

Un escritor moderno, después de haber hablado de Catilina y Cromwel como de unos insignes malvados, dice inmediatamente: Tampoco pasaré revista de aquellos guerreros funestos, terror y azote del género humano: de aquellos hombres sedientos de sangre y de conquistas, cuyos nombres no puede pronunciar sin horror la posteridad todavía asustada; quiero decir, los Tótilas y los Tamerlanes.

Un moderno orador en elogio del Padre de la filosofía moderna, dice: Yo no alabaré a Descartes de haber sido enemigo de la intriga y la ambición; tampoco lo alabaré de haber sido frugal, templado, benéfico, pobre y generoso al mismo tiempo, y sencillo como lo son todos los grandes hombres.




ArribaAbajoReticencia

La reticencia se comete cuando el orador, cortando el hilo del discurso, trunca la frase antes de cerrar el sentido de la proposición, y deja a la capacidad del oyente la licencia de seguirla o interpretarla.

Esta figura es enfática, y supone una pasión grande, o mucha modestia en el orador. La vehemencia de las pasiones cortan muchas veces la palabra, porque su demasiada afluencia anega, digamos así, el corazón; al modo que la modestia inspira el silencio para hacer trabajar al discurso.

Véase aquello de David en uno de sus Salmos: Mi alma se ha turbado en gran manera. Mas tú, Señor, hasta cuando....? Cicerón dice también. Yo no vengo a combatir contra ti, porque el pueblo Romano.... No quiero hablar; no quiero ser tenido por arrogante.

Un hombre vacilando entre acusar a su ofensor, o guardar silencio, dice: ¿Callaré mi afrenta, o publicaré....? ¿Si la callo, no será premiado el vicio? Si digo.... aprendamos a sufrir. Cierto orador, lleno de arrepentimiento, quiere aterrar de esta suerte a su auditorio. Nos abandonas....? Señor! Aquí postrados... yo me horrorizo.... tuyos somos.




ArribaAbajoÉnfasis

Es aquella figura, por medio de la cual pocas palabras dan a entender muchas más cosas de las que dicen, y aun a veces las que no dicen.

Para que un pensamiento sea enfático, debe tener una expresión sencilla, breve, y natural; que encierre mucho en corto espacio, y ocupe por consiguiente la reflexión del oyente en concebir toda la extensión de las palabras, que en su sentido respectivo no la explican.

Así podemos decir que la idea enfática no es mas que una consecuencia sutilmente deducida de una idea general, que por su fecundidad se extiende a otras muchas.

Un célebre escritor, hablando de la credulidad con que un autor escribe la historia de su país, dice: Es un hijo que pinta a su madre. Otro orador, ponderando la indulgencia de Marco Aurelio con los que podían haber ofendido su potestad, dice: Es que el filósofo siempre perdonó los agravios hechos al Príncipe.

Del famoso Descartes dice otro: Parece que la Providencia le condenó a ser grande hombre; como quien dice, a ser objeto de las contradicciones que siempre han padecido las almas extraordinarias. César, queriendo animar al barquero que le pasaba del Epiro a Italia, en medio de la tempestad le dice: No temas: llevas a César: esto es, al que la fortuna acompaña.

Así como hay expresiones que significan más de lo que por sí dicen, las hay que no significan lo mismo, que dicen; tales son cuando decimos: El que no tiene hombre no es hombre; esto es, el que carece de valedor no hace fortuna. También decimos: Pedro tiene buenos brazos, por buenos protectores.




ArribaAbajoObtestación

Esta figura fuerte, que pertenece al género sublime y patético, se comete cuando el orador pone por testigos de los hechos que refiere, o de la verdad que sostiene a Dios, los hombres, los cielos, la naturaleza, etc.

Así dice Cicerón en defensa de Sextio: Tú, patria; vosotros, Penates y patrios Dioses, a todos llamo por testigos de que si yo evitó el combate y reservé mi vida, sólo fue por la defensa de vuestros tronos y de vuestros templos, y por la salud de la patria, que siempre preferí a la mía propia.

El mismo Cicerón en la oración por Milón, para demostrar que la muerte de Clodio fue un justo castigo del cielo irritado de sus impiedades, dice: Yo os atesto e imploro, túmulos de Alba, que Clodio profanó; respetables bosques que ha destruido; sagrados altares, vínculo de nuestra unión tan antiguo como la misma Roma, sobre cuyas ruinas la impía mano que os demolió ha levantado estos enormes edificios; vuestra religión violada, vuestro culto abolido, vuestros misterios poluidos, vuestros Dioses ultrajados, han hecho en fin brillar su poder y su venganza.

Demóstenes, después de la batalla de Cheronea, quiere justificar su conducta, y alentar a los Atenienses intimidados y abatidos por esta derrota, diciéndoles: No compañeros, no; vosotros no habéis faltado: júrolo por los manes de estos grandes varones, que combatieron por la misma causa en los llanos de Marathon, en Salamina, y delante de Platea. En lugar de decir, que el ejemplo de esfos ilustres muertos justificaba su conducta, empieza por la conduplicación, y lo prueba con una patética obtestación.




ArribaAbajoCommoración

La commoración, en latín expolitio, es cuando una misma idea vestida de varios adornos se presenta por diferentes aspectos y con distintas expresiones.

Esta figura se distingue de la sinonimia, que acumulando palabras sobre palabras, destruye la precisión, y fuerza del estilo. Una falsa idea de amplificación es la que precipita a muchos escritores en esta vana y pueril verbosidad que se hereda de las aulas y colegios.

¿Qué nombre daremos a esta infeliz prodigalidad de palabras y expresiones que muchas veces, se excluyen las unas a las otras, o si se unen, todas no dicen mas que una? Dice un orador a su auditorio: No había hasta ahora en este pasto quien tomase por asunto el consuelo de esta queja, el alivio de esta melancolía, el antídoto de este veneno, y la cura de esta enfermedad. Todas estas expresiones, sólo tolerables cuando guardan gradación, no hacen mas que debilitar el pensamiento simple y principal. Lo mismo diremos del otro que empieza: La alegría que tienen, el gozo que disfrutan el placer que sienten, el deleite que experimentan los ricos. A esto llaman sinonimia los niños, y los hombres mas débiles que niños.

Este lujo bárbaro de expresiones superfluas sin presentar una idea nueva, hará siempre difuso, lánguido, y uniforme el estilo. El modo más racional de exornar el discurso es amplificando la idea principal con las accesorias.

La commoración debe unir pensamientos, no palabras: debe variar una idea profunda u oscura por diferentes modos de presentarla, a fin de desenvolverla, ilustarla, y hacerla más perceptible y eficaz. Los asuntos que han de mover y enternecer pueden necesitar de esta figura, porque la abundancia y variedad de expresiones llegan a veces a calentar el corazón. Últimamente la commoración debe ser más bien una multitud de pensamientos sacados de un mismo objeto, aunque no idénticos, que un mismo pensamiento refundido y retocado.

Veamos como un sabio escritor exorna y amplifica este pensamiento principal: En la naturaleza del hombre reinan dos principios, el amor propio para excitar, y la razón para retener: ambos caminan a su fin, el uno mueve, y el otro gobierna. El amor propio origen, del movimiento, impele al alma, la razón tiene la balanza y lo arregla todo. Sin el amor propio el hombre no podria obrar; y sin la razón no obraría con un fin. El principio que mueve debe ser más fuerte: él es el que obra, el que inspira, impele, fuerza; el principio que gobierna es más tranquilo: este debe proveer, deliberar, y contener.




ArribaAbajoCongeries

Esta figura, propiamente es una aglomeración de cosas distintas, que se puede mirar como compendio o recopilación de la materia antecedente; así es más propia para epílogo del discurso, y pide una dicción rápida y concisa.

Un elocuente orador, en elogio de un gran Capitán, para pintar de un rasgo la grandeza de su valor y de su alma, amontona circunstancias de esta manera: El fuego de la artillería, la mortandad de los vencidos, el estrépito de las armas, el tumulto de los combatientes, el clamor de los moribundos, el polvo de las evoluciones, todo ello fue un espectáculo para su alma, siempre tranquila en medio de los riesgos. Otro, hablando del universal sentimiento que causó la muerte de un Príncipe desgraciado, dice en conclusión: Parientes, extrañas, amigos, y enemigos todos lloraron su muerte.

Para probar que las costumbres valieron más que las leyes en la República Romana, reune cierto escritor estos ejemplos: La firmeza de Bruto, la buena fe de Régulo, la modestia de Cincinato, la sobriedad de Fabricio, la castidad de Lucrecia y Virginia, el desinterés de paulo Emilio, la paciencia de Fabio, he aquí las mejores leyes de Roma.

Otro, en el epílogo del elogio del Duque Sajonia, dice: Muere Mauricio: y aquel que fue elegido Soberano por un pueblo libre; el que había sido colmado de tantos honores; que había ganado tantas batallas, tomado y defendido tantas plazas, vengado, y vencido santos Reyes; el que había sido el ídolo de la nación y el terror de todas, al momento de morir compara su vida con un sueño.




ArribaAbajoProsopopeya

Esta figura, sublime y patética al mismo tiempo, es de las que dan mayor fuerza y viveza al discurso, donde el orador introduce los ausentes, los muertos, los entes inanimados o insensibles dotados de la facultad de la palabra, y del juego de los afectos.

Estas especies de ficciones, para ser bien recibidas, exigen gran fuerza de elocuencia; porque las cosas extraordinarias, increíbles, y preternaturales nunca pueden causar un efecto mediano: necesariamente, han de hacer una profunda impresión, porque exceden lo verdadero, o han de mirarse como puerilidades, porque son falsas.

Por otra parte los discursos puestos en boca de los personajes que no existen, o de entes personificados hacen una impresión muy diferente de la que harían los del orador reducido a su simple exposición.

El uso de esta figura es excelente para expresar toda especie de caracteres personales, sin nombrarlos, ni ofender a los sujetos, por la precaución artificiosa del orador, que pone en cabeza agena las verdades que quiere inculcar, o los vicios que intenta reprehender. Las amenazas, las reprehensiones, el terror, las súplicas, y las invectivas perderían casi todo su efecto en boca del orador, que en vez de convencer y aterrar, ofendería acaso los oyentes, e irritaría el amor propio. Ningún hombre se indigna contra una piedra, un muerto, ni un ente moral; pero se ofende de otro hombre.

Cicerón contra Catilina introduce en su discurso a la patria, y pone en su nombre estas palabras: Así te habla, Catilina, la patria, y en su silencio te dice: en tantos años no he visto maldad que tú no la hayas cometido: No he visto calamidad que no haya venido por ti.

El Cicerón de la Francia, en la oración fúnebre de un alto personaje, previene a sus oyentes que lo que va a decir en su elogio es la verdad: Entonces este sepulcro se abriría, estos huesos se juntarían otra vez para decirme, ¿a qué vienes a mentir por mí, yo que jamás por nadie he mentido? Déjame reposar en el seno de la verdad: no vengas a turbar mi paz con la adulación que siempre aborrecí.

Un elocuente orador en el elogio fúnebre del Mariscal de Turena, comparando su muerte a la de judas Macabeo, dice: A estos gritos Jerusalén redobló su llanto, las bóvedas del templo se estremecieron, el Jordán se pasmó, y en todas sus orillas resonó la voz de estas lúgubres palabras: ¡Cómo ha muerto este hombre fuerte que salvaba al Pueblo de Israel!

Otro célebre orador en el de Descartes así consuela a los sabios perseguidos, y calumniados en vida: Ved la posteridad que viene cargada de las ofrendas de la verdad y la gratitud para depositarlas en vuestras manos, y os dice: Hijos míos, enjugad vuestras lágrimas; aquí vengo a consolaros, para haceros justicia y acabar vuestros males: yo doy vida eterna a los grandes varones; yo soy la que he vengado a Descartes contra los que lo ultrajaban; yo la que he exterminado a los calumniadores y los hombros que abusan de su poder; yo la que miro con desprecio esos mausoleos levantados en los templos a los que no fueron más que poderosos, y la que venero como sagrada la tosca piedra que cubre las cenizas del sabio. Hijos míos, acordaos que vuestra alma es inmortal, y que lo será vuestro nombre.




ArribaAbajoEthopeya

Es la ethopeya aquella pintura, o retrato fiel de una persona considerada en sus acciones, carácter, y costumbres. Esta figura que tiene mucha valentía, nobleza y elegancia, pide rasgos cortos y fuertes, y un colorido vivo. Pondremos por ejemplos dignos de ser admirados, si acaso son imitables, algunas pinturas características y morales de personajes famosos.

DE OLIVERIO CROMWEL.

La Inglaterra, después de las horribles convulsiones, terminadas por el más negro atentado, cayó en manos de un soldado afortunado y fanático profundamente feroz, melancólico, hipócrita intercadente en sus medios, pero constante en su plan, alma de sus confidentes, terror de sus propias guardias; hombre en fin que no tuvo otra unión con los demás hombres que una impulsión predominante con que se los hacía compañeros en los crímenes, de los cuales solo él sacaba fruto. Este hombre supo hasta el fin conservar su poder y su cabeza oprimiendo a su nación con el terror, y a las demás con la autoridad de su nombre. De él se ha dicho, que con algunas virtudes más hubiera sido un héroe; dígase mejor, que con algunos vicios menos hubiera sido un hombre.

DEL CARDENAL RICHELIEU

Véase este hombre, que levantó la cabeza en medio de los huracanes de su siglo; este ministro, que con una alma osada y un entendimiento tenazmente imperioso, fértil en expedientes insidiosos, y político sublime en el sentido que entonces se daba a esta palabra, ató siempre el proyecto de su propia grandeza con la preeminencia de su nación. Tirano de los grandes dentro del Reino, y aliado de los pequeños de afuera, descontentó y dominó todas las Testas coronadas; y empezando a hollar los pueblos, preparó el reinado de la opresión. Con el carácter de soldado bajo el hábito de Sacerdote, no tuve ni las virtudes de éste, ni los vicios de aquel estado. Este hombre sanguinario disipó con el terror todas las empresas facciosas que podían conspirar a su ruina; y su orgullo, que jamás se derramó aunque siempre rebosase, aprovechó para su gloria el curso, y hasta la casualidad de los acontecimientos. Este ministro tiránico, al paso que en su Reino castigaba las conjuraciones, las fomenta en los extraños; y el que se abroga el título de protector de la Europa, es el mismo que se atribuye la gloria de haber sido autor de sus calamidades.

DE LUIS XIV REY DE FRANCIA

El templo de Jano se cierra casi en toda la Europa: en esta época se presenta en su centro un Príncipe, que por cualquiera lado hace difícil su imitación. Nunca ha habido quien como él supiese ser lo que debe ser el hombre cada día y cada instante. Fue un carácter que salió perfecto de las manos de la naturaleza, modelo acabado del arte de mandar, que hubiera estado fuera de su lugar siempre que no hubiese estado en el primero. En fin era hombre vaciado en su molde propio, cuyo porte y modo llenaban la idea de un Monarca grande. Era noble hasta en sus placeres; se explicaba con la brevedad que pide el mando, y la exactitud que dicta la prudencia: afable, modesto, cortés, tan galante en sus acciones como en sus dichos: en fin todas sus cosas llevaban el sello de la dignidad y la nobleza. El ídolo de su entendimiento fue siempre una gloria imperiosa, el de su alma la autoridad, y el de sus gustos el galanteo; pero la dignidad de sus costumbres, la rectitud personal, y su constancia, a más de los dones de la fortuna, lo harán siempre un hombre muy raro entre los hombres. Fue magnífico protector de las artes: idolatrado de aquella parte de su nación que le veía, y admirado de la que no podía verle; los pueblos extranjeros venían a contemplar un hombre de quien traían la imaginación llena, y llevaban más llena la memoria.