Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —321→  

ArribaAbajoCapítulo XVII

Tercera época de oposición al milagro de las Apariciones


Oposición oculta y oposición manifiesta.- Oposición temeraria del Libro de sensación en 1891.- Compendio de refutación de dicho libelo y aclaraciones sobre algunas objeciones remitidas.



I

En el decurso de esta historia tenemos dicho que hasta hoy en día pueden distinguirse tres épocas de oposición al milagro de las Apariciones de la Virgen en el Tepeyac. La primera fue aquella llamarada de pajas que levantó aquel predicador en 1556 y que apagó el Ilmo. Sr. arzobispo Montúfar con el proceso canónico que instruyó en contra de él. (Lib. I, cap. XI).

La segunda época de oposición fue doscientos treinta y ocho años después, con motivo de la disertación de Muñoz en España y de las locas intentonas de Bartolache, Borunda y Mier, en 1794, en México. A todo esto remedió el arzobispo de México D. Alonso Núñez de Haro y Peralta, proscribiendo con público Edicto el sermón del P. Mier y condenando a éste al destierro y reclusión en un Convento de España. (Lib. II, cap. XI).

La tercera época de oposición puede fijarse desde los años de 1873, a cuya fecha se refiere el Sr. arzobispo Labastida en la circular que el 12 de marzo de 1874 dirigió a los curas para excitarlos a promover la Obra del Centavo de Guadalupe38.

  —322→  

En esta Circular el Ilmo. Metropolitano, a más de las razones que al regresar de su destierro les había propuesto en la circular de 21 de noviembre de 1871, añadía la siguiente: «Por desgracia, fuera de los motivos indicados, hay uno nuevo que compromete nuestra fe. Aludo a la guerra tenaz y descarada que los enemigos de Dios y de su Madre Santísima han empezado a hacer al culto de la Inmaculada y muy particularmente en su admirable advocación de Guadalupe». (Colección de Documentos Eclesiásticos... de México por el Pbro. Fortino II, Vera, Tomo II, pág. 139).

Directamente, a no dudarlo, se refería el Arzobispo a los Protestantes y a los otros enemigos declarados de la Iglesia; pero tampoco puede dudarse de que por este mismo tiempo unos cuantos enemigos de la Aparición, sin saberlo, sin quererlo, ni darse cuenta, de que se hacían instrumentos de «los enemigos de Dios y de su Madre», empezaron a dar muestras de su oposición al milagro, como se verá por lo que en este Capítulo se irá diciendo. Y no ha dejado la autoridad Eclesiástica de reprimir en esta tercera época esta insensata oposición: pues, como acabamos de ver en el capítulo antecedente, la Suprema Inquisición Romana, nada menos, en 1888, reprendió gravísimamente el modo de obrar y de hablar de algunos contra el milagro o Apariciones de la Santísima Virgen María de Guadalupe.

A los resabios de las especies vertidas por J. B. Muñoz con un aparato de erudición sofística y falaz hasta falsear la Historia, y a la propaganda de los protestantes entre los mexicanos, se debe atribuir la oposición que volvió a encenderse en estos últimos ateos al milagro de las Apariciones. Distinguimos en esta tercera época tres grados de oposición; oposición sorda, oposición manifiesta, y oposición temeraria en sentido Teológico.

  —323→  

La oposición sorda y latente consistió en primer lugar en que algunos autores, y por desgracia no faltó uno que otro mexicano, en sus obras sobre México hicieron punto omiso de las Apariciones, cuando la materia que llevaban entre manos, y el orden de los hechos exigía que se hiciese mención de ellas.

Por conocidos no los mencionamos; tan sólo advertimos que si en el Tomo II de El Diccionario Universal de Historia y Geografía, Edición de México de 1853, poco o casi nada se dijo de la Aparición, en el Tomo V se reparó esta falta, poniendo al fin, pág. 1001, por apéndice, la relación extensa de la Aparición y reproduciendo la Partida de quince obras, desde la Historia impresa por el P. Miguel Sánchez en 1848 a la Disertación Histórico-crítica por el canónigo Conde y Oquendo, impresa en 1853.

En segundo lugar, esta sorda oposición consistía en que con ocasión de haberse dado a luz por los años de 1866 y de 1870 las obras de los padres Motolinía y Mendieta de la Orden Seráfica, del silencio que estos dos escritores tuvieron que guardar en aquellos tiempos aciagos sobre el grandioso hecho de la Aparición, deducían mal y torcidamente la falsedad de ella. De este modo, afectando celo por la religión, en las conversaciones privadas y domésticas iban sembrando dudas y exagerando dificultades, que ellos, los opositores, llamaban argumentos irreprochables contra la Aparición. Y añadían que «el principal argumento en que apoyó D. Juan B. Muñoz su famosa Disertación contra la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, fue el silencio, o más bien, testimonio contrario del P. Sahagún». Ya saben nuestros lectores a qué deben atenerse en todo esto.

Oposición todavía más decidida se notó cuando en 1876 en la Imprenta del periódico El Porvenir, se imprimieron las seis Cartas del Dr. fray Servando Teresa de Mier al cronista de Indias Dr. Juan Bautista Muñoz, sobre la tradición de Guadalupe, escritas desde Burgos, año de 1797... Contra esta publicación el Lic. Juan Luis Tercero en su Opúsculo La Causa Mexicana, impreso el año pasado de 1896, en la pág. 17 escribe: «El Porvenir, periódico liberal que pagaba Lerdo, insultó a la nación publicando unas seis Cartas del Dr. Mier... Quien esto escribe, viejo sargento de la Guardia Guadalupana, contestó al Porvenir, reproduciendo su agravio. Si no nos equivocamos, pegamos al Porvenir en la cabeza, y   —324→   tuvimos el gusto de que a raíz de este golpe o por este golpe, Lerdo diese de baja al ruin papel».

Pero la época en que se manifestó todavía más la oposición fue el año de 1881 en que se imprimió la obra D. Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo y Arzobispo de México. Estudio biográfico y bibliográfico por Joaquín García Icazbalceta. México. En esta obra el autor, refiriendo la vida del V. Zumárraga, nada dice sobre la Aparición; nada absolutamente, ni en pro ni en contra, como si nunca jamás hubiese acontecido ese hecho tan grandioso que fue principio de una nueva era para la oprimida nación mexicana.

De este silencio que sobre materia tan importante guardó un autor de tanta consideración y aprecio en México por su erudición y por sus muchas obras de caridad y beneficencia, los enemigos declarados de la Aparición tomaron argumento para negarla con más descaro; y aun algunos llegaron a deducir que se podía ser católico y buen católico por añadidura, aunque no se tuviera por cierta o se negara la Aparición. Así, por ejemplo, el periódico La Patria en su número de 16 de febrero de 1884 escribía: «En la obra escrita sobre Zumárraga por el ilustrado Sr. D. Joaquín García Icazbalceta no se dice ni una sola palabra sobre la famosa Aparición cuando es quizá el acontecimiento más notable de la vida de aquel célebre Obispo. El Sr. Icazbalceta es persona ilustradísima y su silencio sobre la Aparición de la Virgen de Guadalupe es más significativo que cuanto pudiéramos decir nosotros en contra de ella. Por otra parte dicho señor no puede ser sospechoso en cuanto a sus ideas religiosas que tiene bien probadas: siendo una garantía de ellas la estimación con que le distingue el Sr. arzobispo Labastida».

De la misma manera discurre el Lic. D. Ignacio M. Altamirano, de quien más adelante nos ocuparemos, en su opúsculo Paisajes y Leyendas de México, pág. 317. «El Sr. Icazbalceta... no dice en su autorizado libro una sola palabra acerca de la Aparición de la Virgen de Guadalupe de México: y aunque tal silencio constituye sólo un argumento negativo, él es digno de la mayor atención tratándose de un escritor tan escrupuloso como el Sr. García Icazbalceta, de un libro tan minucioso y fundado como el suyo, y de una tradición tan interesante como la de la Virgen de   —325→   Guadalupe, en que aparece mezclado de una manera principal el obispo Zumárraga».

Por lo que toca a los buenos mexicanos, éstos por el afecto sincero que tienen al autor, notaron con pena, con mucha pena tal silencio, y más de una vez yo mismo oí a varones sabios, repetir muy tristes «¡Lástima!, ¡lástima! que tal hombre haya caído en tal error».

Pero por aquello de «Amicus Plato, Amicus Cicero; sed magis amica veritas; amigo Platón, amigo Cicerón; pero más amiga la verdad»; hubo precisión de volver por la verdad de la Historia y por la defensa de la Aparición. Lo que tanto más se hacía necesario cuanto mayor era la reputación en que era tenido el autor. Para este caso muy de molde caen las palabras que Pío IX, en ocasión muy parecida, dirigió con fecha 11 de diciembre de 1876, al sacerdote Vernhet, el cual en un periódico, Le Peuple, de Rodez, en Francia, había defendido y seguía defendiendo las decisiones del Sílabo contra el liberalismo llamado católico. Pues «este liberalismo, dicho católico, (así el Sumo Pontífice Pío IX) por contar entre sus secuaces un gran número de personas honestas, es más peligroso que los demás partidos, y más fielmente engaña a los incautos. Muchos, a la verdad os reprenderán como imprudentes y juzgarán inoportuna vuestra empresa: pero no por esto, porque la verdad puede disgustar a muchos e irritar a los aferrados en su error, debe decirse imprudente o inoportuna; antes bien tanto más prudente y más oportuna, cuanto más grave y divulgado esté el mal, al cual se opone... Este vuestro empeño no dejará por cierto de acarrear sobre vosotros reprensiones: pero aquel que desde el cielo trajo a la tierra la verdad...39».

  —326→  

Fui, pues, encargado de defender la Aparición contra tal silencio y lo hice de dos modos. El primero fue el de imprimir al siguiente año de 1882 en Puebla de los Ángeles, una breve disertación: en la cual, sin siquiera mencionar la obra del Sr. Icazbalceta, con cinco argumentos demostraba la verdad de la Aparición y en tres diálogos se refutaban las objeciones en contra: entre ellas, algunas, que había propuesto el autor citado como me habían dicho personas fidedignas. Se tiraron quinientos ejemplares y fueron gratuitamente remitidos a los señores obispos y otras personas. Uno de estos ejemplares llegó a manos del H. José Rafael Conde, del Oratorio de San Felipe Neri de México; el cual por su cuenta pidió una segunda edición de tres mil y quinientos ejemplares que le fueron remitidos por septiembre del propio año.

El segundo modo de defender la Aparición fue, que los enemigos de ella no dejando con su gritería de servirse y de abusar del nombre del Sr. Icazbalceta, y porfiando otros en divulgar que «uno puede ser católico y muy buen católico aunque ponga en duda o niegue la Aparición», en el año de 1883 me vi precisado a sostener la verdad de la proposición contraria, «no es lícito impugnar la Aparición», y objetivamente hablando, el autor del estudio biográfico del V. Zumárraga, no escribió como escritor católico la biografía del V. Zumárraga, cuando en ella nada dijo acerca de la Aparición de la Virgen del Tepeyac.



La demostración de esta proposición, corre impresa en el Opúsculo dado a luz en Puebla en 1893, Cap. IV, pág. 107; y por lo que toca al Sr. Icazbalceta, véanse págs. 119-132. Por no ser del todo necesario, no volvemos a poner aquí lo que en prueba de la proposición se dijo en la obrilla citada: y nos contentamos con mencionar brevemente tres cartas que el santo y doctísimo obispo de Linares y después de Puebla de los Ángeles, Dr. D. Francisco de Paula Verea, escribió a un padre de la Compañía de Jesús amigo del Sr. Icazbalceta. Antes de darse a luz el «Estudio Biográfico» el   —327→   Ilmo. Sr. Verea con fecha 6 de febrero de 1880, repetía lo dicho en otra carta antecedente: «No estoy conforme en que no se impugne la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, y el biógrafo historiador se contente con eso, haciendo de ella caso omiso. Esto es dar un fuerte argumento en contra de dicha Aparición...». «Escribir la vida del V. Zumárraga y omitir uno de los principales y más graves hechos que se le atribuyen, ¿qué supone? ¿Mala fe, ignorancia, miedo a la verdad, interés ruin?»

Véase lo demás en el lugar citado; y cuando ya había salido a luz la obra del Sr. Icazbalceta, el anciano Obispo; lleno de tristeza, con fecha «Septiembre 30 de 1881» «lamentaba el perjuicio que resentirá la piedad en el pueblo, lo que se contristan los Prelados como ya me lo han manifestado...». Luego si el biógrafo de «D. Fr. Juan de Zumárraga» con su silencio contristó a los Prelados, ¿a qué alegar su autoridad, si es que en esta materia religiosa la tuviese en prueba de que los católicos pueden lícitamente impugnar la Aparición? Esto no es más que una vergonzosa petición de principio que dicen los Dialécticos: tomar por probado lo que deben probar.

Como arriba indicamos, en 1888 salió en México un libro en 8.º, de 484 páginas, con el título: «Ignacio Manuel Altamirano, Paisajes y Leyendas, Tradiciones y Costumbres de México. Primera Serie. Divídese la obra en diez artículos o capítulos: los primeros nueve ocupan 204 páginas, el décimo, que es sobre «La fiesta de Guadalupe», ocupa la otra mitad, a saber 280 páginas desde la página 205 hasta la página 484. En el Prefacio escribe el autor que «mi estudio inédito sobre la tradición (de la Virgen de Guadalupe), me ha costado meses enteros de un asiduo trabajo, pero que juzgo de interés por enlazarse tanto y de un modo tan constante la Historia de este culto de la Virgen Mexicana con la Historia de nuestro país...».

Fíjese ahora el lector en los puntos siguientes que copiamos de tal estudio:

1.º Confiesa el autor que «si hay una Tradición verdaderamente   —328→   antigua, nacional y universalmente aceptada en México, es la que se refiere a la Virgen de Guadalupe. Ella ha dado lugar al culto más extendido, más popular y más arraigado que haya habido en México desde el siglo XVI hasta hoy, y hecho del Santuario del Tepeyac el primer Santuario de nuestro país...». Sigue demostrando las tres propiedades de la tradición: antigua, nacional y universalmente aceptada. (Págs. 210-212).

2.º Confiesa que «la tradición de la antigua relación hecha por el Pbro. D. Luis Becerra Tanco, que es uno de los más antiguos escritores guadalupanos, conserva la sencillez de las locuciones populares, y refleja mejor la suavidad característica de la lengua nahuatl, en que indudablemente se conservó el principio de la Tradición... Becerra Tanco ha expuesto los fundamentos de su narración en un pequeño prólogo póstumo que importa conocer... (Págs. 220-224) . Y luego contando la Tradición dice: ...pone por entero la Historia de la Aparición». (Págs. 225-253).

3.º Confiesa que a más de las alusiones (a la Virgen, al Santuario y a la común devoción) hechas en libros impresos antes de la publicación de la obra del Dr. Sánchez, (1648) respecto de documentos inéditos relativos a la tradición misma, parece, que abundan. (Página 255).

4.º En fin, por no molestar más a nuestros lectores, el autor confiesa que «el culto de la Virgen de Guadalupe aunque sin el apoyo oficial, sigue tan ferviente y tan universal como antes... Hoy no se escribe nada en favor de la Aparición ni hay necesidad de ello». (Pág. 182). Y concluye: «El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta tierra es seguro que habrá desaparecido no sólo la nacionalidad mexicana, sino hasta el recuerdo de los moradores de la México actual». (Pág. 484).

Al leer estos extractos fielmente entresacados del estudio arriba dicho, el lector dirá: «Luego el Sr. Altamirano tiene por cierta la Aparición».

Y sin embargo, todo lo contrario. En el cap. IV, «La Fiesta de los Ángeles», hablando del origen de aquella Imagen escribe en la Pág. 109: «Demos gracias al cielo de que la Virgen de los Ángeles no deba su aparición a la bribonería de un fraile y a la estupidez de un indio, ni a la imaginación histérica de una solterona, ni a la propensión al embuste de una vieja...». En la pág. 110 añadía:   —329→   «Así como la Virgen Guadalupana debe el ser adorada en México a la bobería de un indio candoroso, por no llamarle de otra manera...». Y en la pág. 127: «La Virgen de los Ángeles no era la cómplice de Cortés como la de los Remedios, ni el anzuelo de Zumárraga como la de Guadalupe...». ¡Desgraciado! Tratar al venerable Zumárraga de embustero, de embaucador!!! Suponer voluntad marcada de engañar a sabiendas a los mexicanos!! ¡Se necesitaba un grado de refinada malicia y odio satánico para tratar de este modo al Santo Apóstol de México! Por lo que toca a Cortés, éste ni estaba en México cuando empezó a tributarse el culto a la pequeña Imagen que se llamó de los Remedios. Pues por lo dicho en la pág. 230 del Libro Primero, en 1555 se le construyó una pequeña Ermita, y en 1574 se le edificó el templo grande, y empezó el culto más público y más solemne. Y por la Historia sabemos que Cortés vuelto a España en 1540 murió allí siete años después.

Altamirano conviene con el cronista Muñoz en distinguir entre culto y aparición; ensalza el primero, niega el segundo. Pero Muñoz niega la Tradición; Altamirano la admite y admite los Documentos contemporáneos fehacientes; pero todos éstos nada valen, porque se fundan «en el anzuelo de Zumárraga».

¡Lector! Atengámonos al consejo del poeta: «Non ti curar di lor, ma guarda e passa»40



  —330→  
II

La oposición no sólo manifiesta, sino descarada estalló a fines de 1888. Decimos temeraria no solamente en sentido moral, sino también en el sentido teológico, como se demostró en el Libro Primero de esta Historia, cap. XVIII, pág. 334.

Porque en la página citada se dijo, y bueno es repetirlo, que el P. Juan B. Franzelin S. J., que fue por muchos años calificador del Santo Oficio, y después, siendo Cardenal, fue Consultor de la misma Suprema Congregación, compendia la doctrina de los Teólogos sobre este punto con la siguiente proposición:

«Temeraria es una proposición, sea que repugne a una doctrina teológica, admitida universal y constantemente por varones doctos y piadosos; sea que afirme algo, contrario a las Instituciones y Prácticas, aprobadas en la Iglesia, aunque en sí no reveladas». (De Traditione. Thes. XII. Schol. II, pág. 123. Romae 1870).

En la pág. 206 de este Segundo Libro se dijo que según enseña Benedicto XIV, las Apariciones de la Virgen María sirvieron de fundamento para la concesión del Oficio propio, y que este fundamento para instituir una Fiesta, es la fe humana y la evidencia moral. De donde se sigue que habiendo la Sede Apostólica concedido el Oficio y Misa propia para el día 12 de diciembre en honor de la   —331→   Virgen de Guadalupe, es una temeridad negar o poner en duda el fundamento de dicha Fiesta.

Añádase que habiendo «la Suprema Inquisición Romana» reprendido gravísimamente el modo de obrar y hablar contra el Milagro o Apariciones de la Santísima Virgen María de Guadalupe, esta censura autorizada supone que negar la Aparición es proposición temeraria, escandalosa y ofensiva de la piedad de los fieles.

Por tanto, a los que después de todas estas Actas de la Sede Apostólica siguen todavía, llevados de su propio juicio, negando la Aparición, se les responde con lo que la Congregación en caso parecido respondió: Consulat unusquisque conscientia suae: provea cada cual a su conciencia.

Con motivo, pues, de haberse publicado en México el mencionado Decreto de la Suprema de Roma, el Ilmo. Sr. Dr. D. Crescencio Carrillo y Ancona, obispo de Mérida, Yucatán, dirigió a sus Diocesanos una Carta Pastoral anunciándoles la nueva confirmación que Roma acababa de dar del hecho histórico de la Aparición y ponderándoles la importancia de este Documento, en tiempo, en que los enemigos hacían esfuerzos en negarla.

Contra esta Carta Pastoral se levantó furioso un anónimo (con las iniciales de E. B. y D.), el cual en el periódico de México, El Tiempo, martes 29 de enero de 1889, imprimió un Estudio teológico sobre la carta de actualidad del Ilmo. señor arzobispo de Yucatán, concluyendo con negar la Aparición de la Virgen en el Tepeyac. Como era de suponer, profunda indignación causó en los buenos mexicanos tamaña osadía, pues pareció que con marcada intención quisiese el anónimo contradecir el Decreto de la Suprema Congregación Romana. Desde luego los periódicos católicos publicaron más de un artículo en refutación de tan lamentable y verdaderamente abominable Estudio.

Por mi parte, por medio del denodado «Amigo de la Verdad», de Puebla de los Ángeles, con una serie de artículos combatí al anónimo, a quien a secas di en llamarle Don Estudio. Para una refutación más radical y científica compuse una larga disertación, que el año de 1892 se imprimió en Querétaro con el título de «El Magisterio de la Iglesia y la Virgen del Tepeyac».

Que en este Opúsculo el malhadado anónimo Don Estudio fue completamente derrotado, y no era muy difícil a quien defiende la   —332→   verdad, puede el lector verlo en el juicio que escritores insignes dieron de aquella obrilla. Ponemos aquí dos testimonios. El primero de los escritores de El Mensajero del Corazón de Jesús y del Apostolado de la Oración, Bilbao, 1893.

En esta revista mensual, agosto de 1893, en la pág. 190 leemos «A pesar de la enseñanza y determinaciones de la Santa Sede, no han faltado mexicanos indignos, empeñados en echar por tierra la gloria que más enaltece a la Nación Mexicana cobijada bajo el manto protector de la Virgen del Tepeyac, Nuestra Señora de Guadalupe. En defensa de su excelsa Patrona y contra los hijos espúreos que desconocen la certeza y el valimiento de su augusta protección se ha escrito el libro que al presente anunciamos y que es digno de toda recomendación».

Los escritores del periódico romano La Civiltá Cattólica, serie XV, Vol. VII, Cuaderno 1053, 6 de agosto de 1893, se expresan así, y fijen nuestros lectores su atención en las palabras que subrayamos traducidas del italiano al castellano: «El año de 1888 la Inquisición Romana condenó a uno que había escrito contra la Virgen del Tepeyac. Este se sometió loablemente al juicio de la Santa Sede (al giudizio della Santa Sede); y en esta ocasión habiendo monseñor Carrillo y Ancona obispo de Yucatán publicado una carta en confirmación de cuanto Roma había decidido (in confermazione di cuanto aveva deciso Roma) un anónimo emprendió la loca tarea (stolta impresa) de refutarlas con razones, que él llama fruto de estudio Teológico, pero que en realidad de verdad no son más que pruebas evidentes de su crasa ignorancia del Magisterio de la Iglesia (non sono altro che prove evidenti della sua crassa ignoranza del Magisterio della Chiesa). El denodado periódico El Amigo de la Verdad no quiso quedarse atrás (non si tenne sulla mosse il valoroso Giornale) y quiso él también dar una buena felpa al escandaloso escritorzuelo Sr. D. Estudio (volle anch esso rividere le bucee allo scandaloso scribacchiatore, al Signor Don Estudio) con trece doctos artículos que fueron reunidos en el Libro que anunciamos...».

No contentos con el escandaloso estudio, los enemigos de la Aparición a fines del propio año de 1888 imprimieron en una ciudad de la República y no en Madrid como descaradamente se puso en la portada, un verdadero libelo que volvieron a imprimir en la   —333→   ciudad de México el año de 1891. El título o portada de éste que los mexicanos llamaron Libro de Sensación es el siguiente:

Información que el arzobispo de México D. Fr. Alonso de Montúfar mandó practicar con motivo de un sermón que en la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora (8 de septiembre de 1556) predicó en la Capilla de San José de Naturales del Convento de San Francisco de México el provincial Fr. Francisco de Bustamante, acerca de la devoción y culto de Nuestra Señora de Guadalupe. Segunda Edición, México, Imprenta, Litografía y Encuadernación de Ireneo Paz. Callejón de Sta. Clara número 6. 1891.



Este verdadero Libelo contiene las piezas siguientes: Advertencia; Texto de la Información con algunas notas al pie de algunas páginas; Aditamentos: y no bastando éstos, once Notas. El texto de la Información ocupa 53 páginas, y las 149 restantes llénanse poco más o menos con Advertencias, Aditamentos y Notas.

Del valor intrínseco de la Información o Proceso jurídico para demostrar la verdad de la Aparición, bastante se trató en el cap. XI, del Libro Primero de esta Historia, y de lo que se ha dicho en el decurso de ésta quedan otra vez refutados los dislates que los editores amontonaron en sus Advertencias, Aditamentos y Notas. Hemos dicho refutada otra vez; pues desde el año de 1884 en el Compendio Histórico-Crítico impreso en Guadalajara, se había respondido ya a todas las objeciones. Pero a mayor abundamiento y comodidad de los lectores, en 1893 en Puebla de los Ángeles se imprimió el opúsculo: Defensa de la Aparición de la Virgen del Tepeyac, escrita por un sacerdote de la Compañía de Jesús contra un libro impreso en 189141.

No hay pues razón de ocuparnos aquí de esta embarradura del Libro de Sensación.

Casi en el mismo tiempo de 1891, salió a luz una disertación escrita en un latín bárbaro, chabacano y detestable, con el título de   —334→   Exquisitio Histórica. La disertación no lleva el nombre del autor, ni el año, ni el lugar en donde se imprimió; y se repiten en ella por la milésima vez los mismos sofismas, y sólo se añaden seis preguntas, considerando la cuestión bajo el aspecto teológico42.

Tampoco hay que meternos aquí a refutarla por haberse dicho lo bastante en los dos opúsculos que acabamos de mencionar. Véase sin embargo la obra del canónigo D. Fortino H. Vera, ahora obispo de Cuernavaca, impresa en Querétaro el año de 1892: Contestación histórico-crítica en defensa de la maravillosa Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe al anónimo... y a otro anónimo también. Es un volumen en 4.º, de 715 páginas, y supuesto que el fin directo de la contestación es la defensa de la Aparición, no puede negarse que el autor consiguió una brillantísima victoria sobre estos anónimos, porque no sólo los refuta, sino que los aplasta hasta convencerlos de «falsarios, racionalistas y con marcados resabios de Protestantismo y Liberalismo católico». Y sobrada razón tiene el benemérito Apologista, pues escribir como hicieron los anónimos después de la Decisión di Roma, como se expresa la Civiltà Cattolica, raya en cismático.

Por conclusión permítasenos copiar algo de lo que el periódico La Voz de México imprimió en el núm. 282, diciembre 16 de 1891. «Las Fiestas Guadalupanas».

El pueblo cristiano... condena con el elocuente y decisivo lenguaje de los hechos lo que un espíritu adverso a la piedad, un orgullo que en su singularidad se atreve a ponerse de frente a lo más sabio, ilustre y respetable que ha habido en nuestro país (y aun fuera de él) durante tres siglos y medio; y una falta absoluta de crítica ha intentado oponerse a la creencia nacional.

Disposición divina y que se hace ostensible constantemente en la vida de la Iglesia, es el que esos escándalos, permitidos para que se manifieste quiénes son los hijos fieles de tan buena Madre, provocan la más saludable reacción y la mayor solidez y glorificación de lo que ha sido el objeto de apasionados ataques. Y en honra de la religiosidad de los mexicanos es de notarse que esa desentonada   —335→   voz sólo se ha hecho oír en dos o tres veces en tan largo período de tiempo; y que contra millares y millares de creyentes sólo ha hablado un número tan insignificante de contradictores que puede reputarse nulo; desmintiendo, al hacerlo, cualquier pretensión de ciencia en la materia.

Entre las brillantes funciones religiosas del día 12 nos llamó la atención la celebrada en el templo de Santa Brígida por los Socios y Socias de la Congregación de San Luis Gonzaga, a la cual pertenece lo más selecto de la sociedad mexicana. El sermón que predicó el Rdo. padre José Soler S. J., después de enaltecer debidamente el beneficio singularísimo recibido por los mexicanos demostrando al hacerlo la propiedad de la aplicación especial del Texto: non fecit taliter omni nationi; constituyó en la segunda parte la refutación más completa y victoriosa del folleto, que casi parece inverosímil, absurdo, como producción de católicos y mexicanos. En breves pero muy sentenciosos razonamientos hizo caer todo el peso de su poderosa lógica y de su conocida y profunda instrucción sobre los principales errores, falsedades e incongruencias encerradas en ese folleto; presentando con claridad completa las plenas, perfectas y en todo punto satisfactorias pruebas de los hechos que aun en el simple filósofo, si lo es en verdad, saben engendrar la más íntima e irresistible convicción.






III

Mientras estaba escribiendo estos capítulos recibí en una carta unos papelitos en que se apuntaban algunas objeciones contra la Aparición. Las más de ellas son ya conocidas y repetidas y más de una vez refutadas: aunque más bien que dificultades, son falacias; a saber, «omisión en todos los historiadores, disertación de Juan B. Muñoz aprobada por la Real Academia de la Historia, Historia del P. Fr. Francisco Bustamante, y las cartas de Mier a Muñoz impresas en México en el año de 1875 sobre el mismo punto».

Hay sin embargo algunas otras objeciones que merecen respuesta particular, porque nos proporcionan la ocasión de aclarar todavía más algunos puntos históricos. Y por no ser necesario manifestar   —336→   el nombre del autor que escribió estos apuntes, le daremos el nombre de adversario, copiando, primero, sus palabras y añadiendo, después, la conveniente explicación.

Dice, pues, así: «n. 7. ninguna Capilla de los Extremeños a la Virgen cuando hay Monserrate, Balvanera, Atocha, el Pilar, Aránzazu». Es decir, los extremeños no levantaron ninguna capilla a la Virgen de Guadalupe de México, a pesar de que fueron extremeños los más que vinieron a apoderarse de México, y a pesar de que en Extremadura hay otras capillas dedicadas a la Virgen bajo diversas advocaciones. Luego, ¿y qué? ¿Por eso los extremeños tuvieron por falsa la Aparición de la Virgen de México? No lo creo, ni se sigue del antecedente. ¿Y no le bastó a mi adversario que en España haya más de cuarenta poblaciones entre grandes y pequeñas, en que se tributa un culto especial a la Virgen de los mexicanos? En el Cap. XV, § 3 de este segundo Libro, se demostró que en España hay once capillas, veinte Altares y una Parroquia entera bajo la advocación de la Virgen de México, y setenta y cinco Imágenes suyas expuestas a la pública veneración. Y aun dado, sin que por eso se le conceda, que en Extremadura no haya ninguna capilla a la Virgen de México ¿no pudiera darse una satisfactoria explicación, por ejemplo, que habiéndose la Virgen aparecido en México, y tomado el mismo nombre de Guadalupe, con que es venerada en Extremadura, los Extremeños para evitar toda confusión no le construyeron ninguna capilla?

Sigue el adversario: «8.º Alacrán de oro de Cortés a la Virgen de Guadalupe de Extremadura». Respuesta: ¡Válgame Dios! ¡y qué anacronismo garrafal, imperdonable en un crítico que se levanta contra toda una nación! Al responder al periódico protestante presbiteriano de México, El Faro, que repetía la patraña alacranada, se dijo (Revista Católica de las Vegas, Nuevo México. 1.º noviembre de 1885) que Cortés no podía ofrecer el alacrán de oro a la Virgen de los mexicanos (como lo insinúa) por la sencilla razón de que todavía la Virgen no se les había aparecido en el Tepeyac. Pues la Historia nos dice que Hernán Cortés a principios de 1528, cumplía un voto que años atrás había hecho a la Virgen de Guadalupe de Extremadura; y que el 12 de diciembre de 1531, es decir cuatro años después, aconteció en México el grandioso hecho de la Aparición. Efectivamente, Bernal Díaz del Castillo escribe «que Cortés acompañado   —337→   de Gonzalo de Sandoval y de otros, en cuarenta días llegó a España en el mes de diciembre de 1527, y después que reposó dos días en Sevilla, fue a jornadas largas a Nuestra Señora de Guadalupe para tener novenas». (Historia verdadera de la Conquista, cap. 185). Y que en esta ocasión Cortés ofreció el alacrán de oro, lo atestigua expresamente el monje Gerónimo Fr. Gabriel de Talavera en su Historia de Guadalupe, impresa en Toledo en 1597. En el Libro III, c. 14, escribe: «Entre las cosas sagradas que tenemos entre las reliquias santas por haberlas honrado el cielo con algún suceso milagroso, está un escorpión de oro, engaste de otro verdadero que encierra: ofreciolo Fernando Cortés, marqués del Valle. Dio ocasión a esta dádiva el milagro famoso que en su defensa obró Nuestra Señora, habiéndole mordido un escorpión y derramado tanto veneno por su cuerpo, que le puso al peligro de perder la vida. Puesto en este extremo volvió los ojos a Nuestra Señora, suplicándola le acudiese en tanta necesidad. Fue Su Majestad servida de oír su petición no permitiendo pasase adelante el daño. El famoso capitán, agradecidísimo a la merced, vino de lo más remoto de las Indias a esta Santa Casa, año de mil y quinientos y veinte y ocho, y trajo este escorpión de oro, y el que le había mordido, dentro. Es este engaste y pieza de mucho valor, y de maravilloso artificio, en que los indios se aventajaron. Hizo también otras ofrendas...».

Adelante: «11.º No había obispo en México en 1531; está probado con muchos documentos». Respuesta: ¿De veras? Está probado con muchos documentos que el Obispo electo Fr. Juan de Zumárraga estaba en México en 1531; el escritor J. B. Muñoz, a quien tanto ensalza el adversario, escribe en las Memorias que«el V. Zumárraga partió a España en 1532 y no volvió a México hasta octubre de 1534» (§ 21). Y el Sr. Icazbalceta en su Estudio biográfico, en la pág. 74 pone una Nota en que demuestra que «el Sr. Zumárraga partió de aquí cuando se escribía la primera carta del Sr. Fuenleal, 30 de abril de 1532, y tal vez con ella, porque sabemos que en mayo siguiente salieron navíos para España...».

Tal vez el adversario al decir «no había Obispo en México en 1531», se refería a que en esa fecha no había Obispo consagrado, sino tan sólo electo: y persona fidedigna me aseguró que esto precisamente quería decir el contrincante. Pero nada adelanta con esto contra   —338→   la tradición del Milagro: porque con decir la Virgen a Juan Diego, (como leemos en la Relación) que fuese a hablar al Obispo, no hizo más que acomodarse al uso corriente de llamar al V. Zumárraga con el nombre de Obispo. Así consta por la Historia Contemporánea: por ejemplo, hemos visto hace poco que Carlos Quinto en sus Cédulas de enero 10 y de noviembre 20 de 1528 escribía: «A vos, el devoto padre Fr. Juan de Zumárraga obispo de Tenochtitlán México... A vos, los Rdos. en Cristo padres43 Fr. Julián Garcés, obispo de Tlaxcala y Fr. Juan de Zumárraga, obispo de México». Por esta razón el mismo Muñoz llama obispo de México al V. Zumárraga, cuando escribe que éste salió para España a mediados de 1532.

Añade también el adversario: «no había Iglesia de Santiago». Esto quiere decir que diciéndose en la Relación de la Aparición «que Juan Diego vino al templo de Santiago de Tlaltelolco a oír Misa», de no existir por aquel tiempo el Templo o Iglesia de Santiago en Tlaltelolco, el adversario deduce la falsedad de la Relación.

Pero un poquito de Historia Contemporánea desvanece este castillo de naipes. Pues confunde el Colegio de Santiago de Tlaltelolco, fundado en 1535, con el Convento que se fabricó poco después de llegados en 1524 los Franciscanos Misioneros a México: se confunde la Iglesia del Colegio con la Iglesia del Convento, o bien con la pequeña Capilla o sala que sirvió desde el principio para la celebración de los Oficios Divinos. He aquí las pruebas. El P. Motolinía, uno de los Doce y Escritor contemporáneo, escribía así: «En el primer año (1524) que a esta tierra llegaron los frailes, los indios de México y Tlatilolco se comenzaron a ayuntar los de un barrio y feligresía un día, y los de otro barrio otro día; y allí iban los frailes a enseñar y bautizar los niños; y desde a poco tiempo los domingos y fiestas se ayuntaban todos, cada barrio en su cabecera, adonde tenían sus salas antiguas, porque Iglesia aún no la había, y los españoles tuvieron también, obra de tres años, sus Misas y Sermones en una sala de éstas que servían para Iglesia». (Historia de los Indios de la Nueva España, Tratado II, Cap. 1, pág. 101). Confírmaselo dicho en el testimonio del P. Fr. Gerónimo Mendieta, tantas veces citado en esta nuestra Historia, el cual escribe así: «El virrey D. Antonio de Mendoza dio orden como se edificase un colegio en un barrio principal de México, un cuarto de legua   —339→   de San Francisco, donde los frailes menores tenemos otro segundo Convento con Iglesia de la vocación del Apóstol Santiago y el barrio se dice Tlatelulco, para que el guardián de aquel Convento tuviese a su cargo la administración del Colegio». (Hist. ecl. indiana, Lib. IV, cap. 15, pág. 414). Lo propio repiten el P. Sahagún; Lib. X, c. 27; y el P. Torquemada, Lib. V, c. 15, Lib. XV, c. 43; Lib. XX, c. 46. Pero lo que quita cualquiera duda, es el testimonio de Bernal Díaz del Castillo, el cual en el cap. 185 de su Historia, después de haber referido que el mercedario Fr. Bartolomé de Olmedo murió durante el viaje de Cortés a las Hibueras (años de 1524-1526) y precisamente en los primeros meses de 1525, concluye que «le había llorado todo México y le habían enterrado con gran pompa en Santiago».

Resultado: para el intento baste saber que desde la llegada de los Franciscanos hubo en Tlaltelolco una sala que servía de Iglesia, después el Convento con Iglesia desde el año de 1525, como seis años antes de la Aparición, y allí acostumbraba ir Juan Diego.

En fin, el adversario tenía copiado con mucho esmero, como si fuera un argumento incontestable, un Decreto que la Sagrada Congregación de Ritos (según la copia que me remitió de Roma en el pasado año de 1896 un consultor d e la misma Congregación) había expedido el 12 de mayo de 1877 en respuesta a unas dudas que sobre algunas Apariciones de la Virgen (Lourdes, Saleta, Medalla Milagrosa) le habían propuesto los obispos de Capua en Italia, de Puerto Luis en la isla Mauricio o de Borbón, y de la Concepción en Chile.

Pero de aquella Respuesta de la Congregación de Ritos solamente se deduce que no es hereje el que negare tales Apariciones, lo que nadie había dicho; pero de ningún modo se sigue que puede cada cual negarlas sin mayor o menor temeridad. A esto se añade que en la misma Respuesta la Sagrada Congregación hace distinción entre las Apariciones de la Virgen no sometidas todavía a su Tribunal, y entre aquellas Apariciones de la misma Virgen, para las cuales la Congregación concedió la celebración de la Misa. Porque en este caso, tenemos primero, que «las Apariciones de la Santísima Virgen, sirvieron de fundamento para la concesión del Oficio»,   —340→   (Lib. IV, pág. 2, cap. VIII, núm. 3); y en segundo lugar que «la fe humana y la evidencia moral son fundamentos bastante sólidos para instituir una Fiesta (fidem humanam et moralem evidentiam satis firma fundamenta esse instituendae Festivitali)». (De Festis, Lib. I, cap. 14, núm. 13). Así Benedicto XIV en las obras citadas. De estos dos principios se deduce que con la concesión del Rezo Litúrgico, habiendo la Sagrada Congregación reconocido la evidencia moral, en que se apoya el objeto de la concesión, ya no es lícito de ningún modo a un católico negarlo o ponerlo en duda. Y esto es precisamente el caso de la Aparición de la Virgen a los mexicanos: pues, como hemos visto, Benedicto XIV no solamente concede sino manda con autoridad apostólica que se rece tal Oficio y se celebre tal Misa en honor de la Virgen de Guadalupe Mexicana. (Officium in festo B. M. Virginis de Guadalupe Mexicana), como se lee en la edición de Roma de 1754.

Hay todavía algo más que añadir. El célebre P. Antonio Ballerini S. J., en su clásica Teología Moral, dada a luz después de su muerte, refiere que la Sagrada Congregación de Ritos a los 9 de abril de 1854 expidió un decreto en que establecía que los decretos y declaraciones que la Congregación expidió en algunos casos particulares, no pueden aplicarse a casos semejantes, como si fueran decisiones que deben valer para todas partes y en todos los casos. Y esto debe entenderse aun cuando la Congregación más de una vez haya respondido que a las dudas propuestas había sido proveído con decretos o respuestas dadas en otra ocasión. Pues semper recurrendum est in casibus particularibus. Siempre hay que recurrir a la Congregación en casos particulares44. La razón de esto,   —341→   añade el P. Ballerini, es porque en los casos particulares propuestos a la Congregación, hay siempre algunas circunstancias especiales y razones del todo propias, por las cuales la Sagrada Congregación se determinó a dar más bien una respuesta afirmativa que negativa o viceversa según las circunstancias del tiempo, del lugar y aun de las personas. Y como que no podemos saber cuáles fueron estas circunstancias especiales, porque no acostumbra manifestarlas la Sagrada Congregación en las respuestas que da, se sigue que las respuestas, dadas para un caso, no pueden aplicarse a otro caso, por más semejante que nos parezca. De aquí es que los Teólogos dan a estas respuestas prácticas de las Congregaciones el nombre de Actas disciplinares o de providencia eclesiástica; como se explicó en El Magisterio. (Cap. XI, pág. 151). Luego nada concluye el Adversario con alegar el Decreto citado. Mucho más por lo que toca a nuestro caso: pues ya se dijo que la Suprema Congregación de la Inquisición Romana «reprendió gravísimamente el modo de obrar y hablar contra el Milagro o Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe».





  —342→  

ArribaAbajoCapítulo XVIII

Protesta de los mexicanos contra los actuales enemigos de la Aparición


Renovaciones particulares de la Jura Nacional.- Numerosas y frecuentes peregrinaciones al santuario del Tepeyac.- Espléndidas funciones religiosas y literarias.- Sínodo provincial de Oaxaca y Sínodos Diocesanos de Chilapa.



I

Vamos a compendiar en este capítulo las muy singulares manifestaciones del amor y devoción que los mexicanos dieron en este último tiempo y siguen dando a su Patrona y Madre, Santa María Virgen de Guadalupe. Con razón damos el nombre de Protesta a estas manifestaciones, pues precisamente para oponerse con hechos, además de las palabras, a las insensatas intentonas de unos cuantos alucinados, se han movido los mexicanos a dar muestras, a cual más imponentes, de su inquebrantable firmeza en conservar la preciosa herencia de sus padres que es la Tradición del milagro de las Apariciones. Aquella sentencia pronunciada en ocasión bastante triste, (véase la pág. 308 de este Libro) de que Guadalupe para el mexicano significa Fe verdadera, Fe cristiana, nunca fue afirmada con tanto entusiasmo, como en estos últimos años.

Estas manifestaciones pueden reducirse a tres clases: que son, la Renovación del Juramento, las numerosas y frecuentes peregrinaciones y las muy espléndidas funciones sea religiosas, sea literarias. A éstas como sello de autoridad hay que añadir los Decretos del Sínodo Provincial de Oaxaca y de los dos Sínodos Diocesanos   —343→   de Chilapa. Y ya que no podemos poner aquí todo lo que se hizo con ocasión de estas manifestaciones, nos contentaremos con poner uno que otro ejemplo de cada clase, para que de allí el lector pueda deducir lo que se practicó en otras partes.

Y empezando por la renovación de la Jura nacional, Puebla de los Ángeles fue la primera: porque el día 12 de diciembre de 1882, el Santo Obispo D. Francisco de Paula Verea, por sí y por su vasta Diócesis, renovó con extraordinaria solemnidad el juramento en el amplio y hermoso Templo de la Compañía. Para que este acto tuviese el mayor lucimiento posible, la Sociedad Católica y la Gran Junta Guadalupana, instituida para el efecto, dispuso que con la solemnidad del culto religioso en el Templo, hubiese también en las calles y plazas de la ciudad aquellas señales de público regocijo que tanto contribuyen al realce de la Fiesta. Nombráronse varias Comisiones; una para colectar recursos; otra que fuese de casa en casa recomendando que cada uno las adornase el día 12 lo mejor que pudiese; otra que fuese a suplicar a los dueños de las tiendas y establecimientos comerciales que tuviesen la bondad de cerrarlos en este día; otra, en fin, más numerosa, que cuidase del adorno de los altares del Templo, de repartir invitaciones y disponer los asientos convenientes. La Comisión encargada de la colecta para los gastos reunió tanta cantidad en pocos días, que el benemérito presidente de la Sociedad Católica, D. Ignacio Benítez, recibió por cuenta la cantidad de seiscientos cincuenta y cinco pesos, ($ 655.24); de los que se gastaron seiscientos treinta y dos pesos, ($ 632,87); como consta del Boletín de la Sociedad Católica, Tomo I, núm. 5. Puebla, 1.º de enero de 1883.

A más de la cuantiosa colecta, hubo vistosos regalos de ramilletes de flores artificiales, y de gran cantidad de rosas, también artificiales. Un honrado comerciante extranjero, cuyo nombre no estamos autorizados a manifestar, regaló unos grandes gallardetes tricolores, para adorno del Templo, y habiendo oído que se necesitaban tantas banderas nacionales, cuantos eran los Estados de la República, mandó de regalo tres piezas de a noventa varas cada una para formarlas. Enmedio del gran crucero del Templo se dispuso como un trofeo formado de dichas banderas, llevando cada una, el nombre de un Estado, y remataba con una bandera más grande y de seda, con el letrero: República Mexicana. En el centro del trofeo se   —344→   colocó la preciosa pintura de la Patrona y Madre de los mexicanos, con muchísimas rosas y flores artificiales, echadas así como por descuido a su alrededor y a sus plantas. ¡Era un verdadero encanto!

El día 3 de diciembre empezaron en el Templo de la Compartía los Ejercicios espirituales en forma de Misiones: en la mañana, para señoras, desde las siete a las once; en la tarde, para señores, desde las siete en adelante. El sabio y elocuente Pbro. D. Bartolomé Rojas, cura del Sagrario, se encargó de dichos ejercicios, y arrancó tiernas lágrimas a los más empedernidos pecadores, pues hubo muchísimas confesiones generales, y sin cuento las comunes. Dispuestos así los ánimos y entusiasmada toda la ciudad, llegó el día feliz de los mexicanos, doce de diciembre. Si no faltaron, por el día, durante el Novenario, adornos en las casas y luminarias por la noche, lo que de éstos hubo el día 12 es superior a toda ponderación. Desde las primeras horas de la mañana se notó una animación y una alegría extraordinaria: en los mismos barrios más apartados de Puebla no había casa por pobre que fuera que no ostentase algún adorno; y muchísimas había tanto en el centro como en los suburbios ricamente engalanadas; «lo repetimos (así El Amigo de la Verdad de 16 de diciembre de 1882), jamás habíamos visto a Puebla tan engalanada, tan animada y tan alegre».

A cosa de las nueve y media empezó la Tercia, y al concluirse llegó el Ilmo. Sr. obispo D. Francisco de Paula Verea que debía predicar en la Función. Apenas su Ilustrísima pisó los umbrales del Templo, los artesanitos del Colegio Pío, acompañados por una magnífica orquesta, entonaron el Himno de Pío IX, tan conmovedor, tan tierno y entusiasta. Comenzó la Misa solemne que celebró el R. P. Prepósito de San Felipe Neri, y en la que los músicos y cantantes se esmeraron a porfía. Llegada la hora del Sermón, el Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis ocupó la Cátedra Sagrada. Pequeña, pero tierna fue su Homilía; el Templo estaba enteramente lleno, y cuando su Ilustrísima con voz conmovida manifestó que tenía vivo deseo y experimentaba el más grande gozo en asociarse a esta Fiesta tan nacional y tan católica, cuando enumeró los favores que México debe a María; cuando con voz bañada en lágrimas la llamó Madre y Soberana y Predilecta y Amadísima de su corazón, los concurrentes se asociaron a esta tierna conmoción   —345→   de su anciano Pastor, rejuvenecido, por decirlo así, en aquel instante, en que sus ojos lloraban y su corazón ardía... Concluida la Homilía, las señoras y caballeros que componían la Junta Guadalupana, llevando en las manos gruesos cirios encendidos, se acercaron al altar, en donde el Ilustrísimo Obispo, con voz aún conmovida, pero clara y enérgica, pronunció el siguiente juramento:

En nombre de la Santísima e Inefable Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, y de la Sacratísima Virgen María, Madre del Divino Verbo y en nombre del Arcángel Señor San Miguel, Príncipe de la milicia celestial y de todos los coros de los ángeles, y en especial del Santísimo Patriarca San José, Dignísimo Esposo de la Purísima Virgen, y en nombre en fin, de todos los Santos y Santas de la Corte Celestial, postrados delante de la Santísima Virgen de Guadalupe, juramos por Dios, Nuestro Señor, reverenciar, venerar y tener por nuestra especial Patrona a la Santísima Virgen María de Guadalupe; y en cuanto nuestras fuerzas alcanzaren, con el favor divino procurar su mayor culto y cumplir lo que hemos ofrecido para mayor honra y gloria de Dios, Nuestro Señor, y de su Purísima Madre, María Santísima de Guadalupe. Amén.



Estremecidos de gozo y con respetuosa conmoción oyeron y repitieron el juramento los que estaban en el Templo, y concluyó la Misa solemne con la bendición Pastoral del Santo Obispo.

En la tarde, a las cuatro, hubo Rosario con Misterios cantados por los niños del Colegio Pío de Artes y Oficios, y siguió después el Sermón de despedida de los Ejercicios que predicó el Sr. cura Rojas, ya mencionado. Estuvo tan tierno como elocuente, y pronunció, al concluir, el juramento con fórmula más extensa, para que mejor lo entendiesen todos los concurrentes. De esta fórmula de Juramento ponemos aquí tan solamente la última cláusula: «En este día en que la Iglesia celebra tu Aparición gloriosa, te proclamamos y juramos por nuestra especialísima Patrona y Abogada; y nos llevamos en prenda de tu amor materno tu Corazón Inmaculado y Santo, que es para nosotros donde quiera el lugar de refugio, la fuente de nuestro consuelo y el signo de nuestra Victoria».

Por la noche hubo iluminación general de la ciudad; y fuegos artificiales en gran número: entre los cuales merece una mención particular una máquina pirotécnica en forma de Torre, en cuyo   —346→   medio se apareció la Imagen Guadalupana, rodeada de luces de diversos colores y variadísimas formas. Tablados con bandas de música en las calles principales ejecutaban piezas escogidas, y una multitud de gente de toda clase y condición poblaba las calles y daban a la fiesta un carácter verdaderamente imponente y popular.

No tardó en producir su fruto el noble ejemplo de la Ciudad de los Ángeles, y muchas ciudades y aun parroquias y colegios renovaron su juramento. Pero para darle más unidad y lucimiento, se propuso el proyecto que en toda la República, el 12 de diciembre de 1885 en todas las iglesias se renovara por los fieles el juramento. «Con muchísima satisfacción (escribía el periódico de San Andrés Chalchicomula, El Colaborador Católico, en su número de noviembre de 1885) hemos visto por los periódicos católicos que en toda la República ha sido acogido con entusiasmo este testimonio de amor, respeto y gratitud que los mexicanos vamos a tributar a Nuestra Madre y Señora de Guadalupe. En unos pueblos de una manera, en otros de otra, pero en todos los que conservan el sentimiento religioso y que forman la generalidad de nuestro país, se verificará este acto en el próximo diciembre... En todas partes hay entusiasmo de que se lleve al cabo».

Efectivamente, los obispos de Guadalajara, Puebla, Querétaro, Veracruz y otros Ilustrísimos Señores, expidieron circulares en que se disponía el modo con que debía hacerse la renovación del juramento.

La fórmula del juramento comúnmente adoptada fue la siguiente, compuesta por el señor obispo de Querétaro:

Juramento del Patronato Nacional Guadalupano. En la presencia de Dios Nuestro Señor, y siendo testigos los Ángeles y Santos de la Corte Celestial, renovamos el juramento hecho por nuestros antepasados, de reconocer como Patrona de toda la Nación mexicana a la Santísima Virgen María bajo su advocación de Guadalupe, como lo mandó el Romano Pontífice, nuestro Santísimo Padre Benedicto XIV; y nos reconocemos obligados a guardar la fiesta del día 12 de diciembre, día en que se celebra la prodigiosa Aparición Guadalupana; y a propagar el amor y devoción a la misma Santísima Señora. Que el presente juramento sea a la vez una   —347→   Protesta de nuestra fe católica, y que Dios Nuestro Señor nos ayude con su santa gracia para portarnos como dignos católicos en todo y nunca ser infieles a este juramento. Amén.



La solemnidad verdaderamente extraordinaria, con que la ciudad de Querétaro celebró la renovación del juramento, tiene merecida una mención especial que el lector me permitirá en obsequio del Ilmo. Sr. D. Rafael S. Camacho, cuyo empeño en promover el culto a la Virgen de los mexicanos forma una de las glorias de su Obispado. Tomamos estos breves apuntes de una Reseña que se imprimió, y que nos fue remitida, cuyo título es: «Opúsculo consagrado a conmemorar la renovación que del juramento de reconocer como Patrona Principal de México a la Virgen Santísima de Guadalupe, hizo la Diócesis de Querétaro en 1885. Autor, Refugio Esquivel y Frías, México, 1886».

En este Opúsculo, de impresión muy lujosa y linda, se refieren todos los pormenores de la función. Nos contentamos aquí con las noticias más principales. A fines de octubre de dicho año de 1885 el Ilustrísimo Señor Obispo dispuso que, como más inmediata preparación, el próximo Novenario y funciones del día 12 de diciembre, se celebrase en todas las Iglesias de la Diócesis de una manera extraordinaria; y que el día 12 de diciembre, en todas las Misas que se celebrasen, rezadas o cantadas, después del Evangelio o Sermón, si lo hubiere, el Sacerdote recitará desde el Altar o en el Púlpito, repitiendo el pueblo, palabra por palabra, la fórmula que se remitirá del Juramento. Y para que quedara una perpetua memoria de ello, los Señores Párrocos levantasen un Acta de lo verificado, copiando el mencionado juramento y pasando todo al Libro de las Disposiciones Diocesanas.

Correspondieron los Diocesanos con tal ardor que causó admiración aun a los mismos que estaban acostumbrados a presenciar las muestras de la singular devoción de los queretanos a su Patrona.

Y nos limitamos a apuntar lo que hubo en la ciudad capital de la Diócesis: el día 3 de diciembre en todos los Templos empezó la Novena, celebrándose en todos ellos el santo Sacrificio de la Misa con el esplendor posible. Desde la noche de ese día hasta la del Doce todas las fachadas de las casas fueron iluminadas; veíanse por todos lados vistosos farolillos venecianos con los colores   —348→   nacionales: especialmente las calles adyacentes a la Iglesia de Guadalupe estaban iluminadas con cincuenta y ocho faroles ovalados, que llevaban otros tantos hermosos dísticos, con que se expresaban los títulos que la Iglesia tributa a la Virgen en las Letanías; y en la noche de la víspera se añadieron otros veintidós faroles ovalados que ostentaban en otros tantos dísticos la traducción de la Salve. Los acordes de nuestro hermoso Himno Nacional, con nutrido fuego de cohetes y los entusiastas repiques, despertaron el día 11 al vecindario anunciándole que había llegado la víspera gran día. A las cinco de la tarde en la hermosa Iglesia dedicada a la Patrona Nacional, hubo Vísperas solemnes y en la noche se cantaron los Maitines, asistiendo a ellos el Ilmo. Sr. Obispo y todo el Clero secular. En esta noche la ciudad fue iluminada más que en los días antecedentes, y por todos lados brillaban el entusiasmo y el gozo de que rebosaban los queretanos. Llegó el día Doce y Querétaro amaneció más ataviada y lujosa que nunca. Preciosísima vista ofrecía el Templo Guadalupano; infinidad de ramilletes, espejos, globillos de cristal, estatuas alegóricas y las más exquisitas y mejores galas sirvieron de adorno en este día al Templo predilecto del pueblo queretano, y centenares de bujías en ricos candiles y en elegantes candelabros derramaban un torrente de luz sobre el recinto. A las nueve de la mañana comenzó la Tercia y concluida que fue empezó la función en la cual el Ilmo. Sr. Obispo, asistido del Clero secular y regular, celebró de Pontifical. Excusado es decir que la orquesta dirigida por un hábil filarmónico correspondía admirablemente a la solemnidad. Después del Evangelio el ilustrado canónigo Magistral, D. Florencio Rosas, pronunció un hermosísimo y conmovedor sermón, que acabó, pronunciando con la voz entrecortada, la Fórmula de Juramento que arriba se puso, salvo que añadió las siguientes palabras: «Además, como diocesanos de Querétaro, nos consagramos de una manera especial y ratificamos con nuestro espontáneo consentimiento la dedicación que hoy se hace de nuestra Diócesis en honor de la gloriosa Patrona y Protectora de los Mexicanos, Santa María de Guadalupe, reconociéndola como nuestra Madre y especial Abogada en las presentes necesidades...».

En el momento solemne en que se acabó de pronunciar el Juramento, un repique general, los acordes del Himno nacional ejecutado   —349→   por los músicos que estaban fuera del templo y un fuego nutridísimo de cohetes, anunciaron a la población que en esos momentos se hacía el juramento en la Basílica de Guadalupe. Al escuchar el repique, todas las personas que transitaban por las calles y plazas, doblaron la rodilla y con un fervor edificante levantaban sus manos al cielo; uniendo su intención a la del Señor Obispo que con los ojos bailados en lágrimas ofrecía a la Virgen por sí y por su rebaño aquella ofrenda de amor y de respeto.

Todo el día estuvo el templo lleno de gente: a las seis de la tarde hubo rezo del Rosario, se cantó a toda orquesta la Salve y la Letanía y concluyó la festividad con la bendición del Santísimo Sacramento.

Para perpetuar la memoria de tan conmovedora solemnidad, dispuso el Señor Obispo se colocaran dos inscripciones grabadas en mármol a los dos lados del Altar Mayor. La primera decía: «La Nación Mexicana juró por Patrona Principal a Nuestra Señora Santa María de Guadalupe el día 24 de mayo de 1737».- En la otra inscripción se leía: «La Diócesis de Querétaro renovó el Juramento Nacional del Patronato de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe el día 12 de diciembre de 1885. Por disposición del Ilmo. Sr. Obispo Dr. D. Rafael S. Camacho».




II

Otra imponente manifestación de obsequios a la Virgen de Guadalupe, son las solemnes y numerosas peregrinaciones a su Santuario en el Tepeyac, y muy a menudo conducidas por los respectivos obispos de los peregrinos. A decir verdad, si nunca faltaron peregrinaciones al Santuario desde que la Virgen se apareció; hubo sin embargo alguna disminución al principio de este siglo: los indios, sí, nunca dejaron de ir a ver a Cihuapilli, según lo tenían acostumbrado; y si no fue con el numeroso concurso de antes, esto debe atribuirse no ya a mengua de su amor a la Virgen, lo que para ellos, por decirlo así, es imposible, sino a que estos queridos hijos de la Virgen del Tepeyac se van poco a poco disminuyendo. Oigamos lo que acerca de las Peregrinaciones escribió el Pbro. D.   —350→   Gabino Chávez en un opúsculo que imprimió para dar cuenta de la peregrinación de la Diócesis de León a Guadalupe en el año de 1893.

¿Por qué en México no ha habido hasta poco tiempo ha las peregrinaciones? Por muchas causas varias y complejas: el estado de luchas políticas en que hemos vivido tantos años, no es nada propio a las manifestaciones religiosas; la impiedad, sembrando sus ideas disolventes por medio de sus libros y de sus diarios, e inoculándolas en las nacientes generaciones por medio de sus escuelas, ha ido enfriando un poco la fe en los corazones, y ha predispuesto a multitud de almas a correr más tras de los goces materiales, que tras de las buenas prácticas de la religión y del culto; finalmente, nuestra apatía tan francamente confesada como poco combatida, nos hace ver con cierto horror todo cuanto requiere actividad y movimiento, sacrificio y expensas... Sin embargo, de algunos años a esta parte, hemos comenzado ya a movernos: la peregrinación mexicana a Roma, (en 1888) tuvo feliz éxito, y las que han comenzado a hacerse hacia el Santuario de la Madre de los mexicanos, la maravillosa Virgen de Guadalupe, van tomando un incremento que augura al catolicismo nuevos triunfos.

Principalmente, prosigue el autor, el piadosísimo Pastor, el ferventísimo Guadalupano, el Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael S. Camacho, dignísimo obispo de Querétaro, Diócesis también eminentemente guadalupana, es a quien se debe casi aún la iniciativa de las peregrinaciones, y enteramente la organización constante a fijos intervalos; presidiendo, animando y edificando personalmente la peregrinación anual queretana, que ha servido de modelo y a la par de emulación e incitamiento a las otras que han comenzado a levantarse. ¡Que Dios bendiga el celo de tan digno Prelado y corone sus deseos de ver levantada una Hospedería cristiana y capaz en la piadosa Villa de Guadalupe, que tanto se echa de menos, para comodidad de los peregrinos! El ejemplo de Querétaro no ha sido perdido y a las peregrinaciones no muy infrecuentes de la cercana Puebla, se han ido añadiendo las de Diócesis lejanas, como en 12 de agosto (1893) la de Sinaloa, de la que dieron cuenta los Diarios católicos.


La Peregrinación Guadalupana, (§ II, págs. 8-10).                


He aquí ahora cómo volvieron a practicarse las interrumpidas peregrinaciones al Tepeyac. Acostumbran los obispos de la nación,   —351→   uno o más en cada mes del año, costear una función más o menos solemne, según lo permiten las circunstancias, en el Santuario de Guadalupe, en nombre de toda la Diócesis. Por causa de grandes distancias y de las no menos grandes dificultades de comunicación con la Capital, quedaba encargado el Cabildo de la Insigne Colegiata del desempeño de este obsequio, que la Iglesia Mexicana tributa a su Patrona celestial45.

Pues bien: del cumplimiento anual de estas funciones diocesanas en el Santuario tuvieron principio estas peregrinaciones. Porque el 24 de mayo de 1885, acababa de ser consagrado obispo de Querétaro, en la propia Iglesia Catedral de la Diócesis, el Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael S. Camacho, Rector que había sido del Seminario de Guadalajara y Dignidad Chantre de aquella Metropolitana, y el día 26 del mismo mes el recién consagrado Obispo, salió para México y «fue a poner su Diócesis a los pies de la Virgen de Guadalupe; pero fue solo sin llevar más que a su familiar». A los tres meses después a la Diócesis de Zacatecas tocaba el turno de la función anual en el Santuario el día 12 de septiembre. Para ese día el Ilmo. Sr. Dr. D. José María del Refugio Guerra, obispo de Zacatecas, no pudiendo entonces ir en persona, mandó al Santuario de Guadalupe una Comisión especial del V. Cabildo, acompañada de varios señores zacatecanos, para celebrar la función que correspondía a esa Mitra, y de ese modo fue Iniciador de las Peregrinaciones diocesanas.

  —352→  

Así leemos en un papel impreso que lleva el título de Rectificación histórica, tomada del periódico La Rosa del Tepeyac, (Tomo III, núm. 9, 17 de noviembre de 1889) sobre la crónica de las Funciones Diocesanas celebradas en la Colegiata Guadalupana, por Comisiones ad hoc mandadas de cada Diócesis. Esta rectificación fue hecha por el mismo obispo de Querétaro, como él mismo tuvo la bondad de afirmármelo en su carta de «Querétaro, agosto 15 de 1895: Esta hojita de la Rosa del Tepeyac fue escrita por mí, y dice la pura verdad: en 12 de septiembre de 1885 fue al Tepeyac la primera, peregrinación oficial de la Mitra de Zacatecas, que aunque no fue el Ilmo. Señor Obispo, pero esa Mitra inició las peregrinaciones. En 24 de mayo de 1885, fui yo consagrado obispo de Querétaro en la Catedral de esta ciudad, y en 8 de septiembre de 1886 fui en peregrinación. Por consiguiente, si Zacatecas inició las Peregrinaciones en 85, el obispo de Querétaro fue el primero en ir en 1886...».

A partir de este año, las peregrinaciones al Santuario se hicieron tan universales en las Diócesis de la República, aun en las más lejanas de la Capital, que a la fecha en que escribimos o copiamos este capítulo (25 de agosto de 1895) apenas habrá una o dos que por algunas razones que hayan tenido no han mandado todavía su Comisión a la Villa de Guadalupe. Estas Comisiones fueron siempre aumentando, llegando a ser numerosas, hasta contar mil, mil quinientos, y aun dos mil peregrinos. Las más de estas peregrinaciones eran acompañadas personalmente por sus respectivos Obispos, que celebraban de Pontifical en el Santuario en el día que les tocaba su turno. Así por ejemplo: los obispos de Querétaro y Zacatecas en el siguiente año de 1886, acompañaron a las comisiones de sus respectivas Diócesis; y el 8 de diciembre el Ilmo. Sr. D. Agustín Torres, obispo de Tulancingo, acompañando una peregrinación de más de doscientas personas, celebró de Pontifical en ese día de su turno anual.

Se necesitaría un libro entero para dar cuenta exacta de estas peregrinaciones, pero por sernos imposible en esta obra, mencionaremos una que otra por algunas circunstancias especiales y muy edificantes que en ellas concurrieron.

Puebla de los Ángeles. 1887. Acostumbra esta Diócesis celebrar la función de turno en el Santuario de Guadalupe, el día 12 de febrero. El año de 1887 el venerable prelado diocesano D. José María   —353→   Mora y Daza, aquel mismo que, al siguiente año promovió la peregrinación mexicana a Roma, manifestó a sus diocesanos el deseo de que en este año la peregrinación anual al Santuario fuese más lucida y más numerosa. Bastó esta sencillísima iniciativa del Prelado para incendiar la diócesis, moralmente hablando, como lo expresó el denodado campeón católico Lic. F. Flores Alatorre, en su periódico Angelopolitano El Amigo de la Verdad, del 19 de febrero del propio año.

Vamos a referir los pormenores de esta Peregrinación, como lo leemos en el Opúsculo impreso a la sazón en Puebla, con el título Reseña, consagrada al recuerdo de la Peregrinación y la Función Religiosa que esta Diócesis celebró el día 12 de febrero de 1887, en la Insigne Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe. Increíble fue el número de los que de todos los puntos de la Diócesis se amotinaban en la estación del Ferrocarril en solicitud de boletos. No bastaron los ochocientos que ofreció la empresa del Ferrocarril; pidiéronse más y más todavía; pero no pudieron conseguirse sino para mil y quinientos, por no haberse podido proporcionar modo de transporte al número mucho mayor que lo pedían, y era de ver la insistencia con que rogaban ofreciendo precio doble, aunque fuera en tercera clase; y llegaron hasta pedir simples plataformas o furgones.

El Sr. canónigo D. Ramón Ibarra y González, actual obispo de Chilapa, dispuso que de los peregrinos se formasen «Comisiones para representar las Sociedades, Corporaciones y Asociaciones en la Peregrinación, llevando sus correspondientes Estandartes que quedaron depositados en el Santuario». Cuéntanse en el Opúsculo citado cincuenta y una Comisiones; y en la nota se advierte que «faltan algunas Corporaciones por no haber tenido a tiempo los datos que habíamos pedido». (Pág. 36). Estos estandartes eran muy primorosos, y muchos de ellos muy ricos; pues uno, y no de los primeros, importó ciento treinta pesos; y señoritas hubo que sólo pudieron disponer de ocho días para bordar, entre tres simultáneamente, un riquísimo estandarte. El 10 de febrero, víspera de la salida, todos estos estandartes fueron llevados a la Catedral y colocados en el Altar de los Santos Reyes; y ante un numeroso concurso fueron solemnemente bendecidos por el Obispo. El día siguiente a la hora de salir el tren, llegó a la Estación el Obispo que debía presidir la   —354→   peregrinación. Un vítor cristiano, filial, inmenso, saludó a su pastor, el cual, abriéndose en estrecha calle aquella masa compacta, atravesó prodigando bendiciones. Era ya el mediodía, y el toque del Ángelus dado en cincuenta y más iglesias, parecía como felicitar a los peregrinos en nombre de la Virgen. Comenzó a moverse el tren de diez y ocho vagones, y al comenzar todos los peregrinos a elevar ardientísimas plegarias, de repente oyéronse las dulces voces de las niñas del colegio Guadalupano y las de los niños del Colegio Pío de Artes y Oficios entonar el Himno tiernísimo de Ave Maris Stella, acompañado de delicados instrumentos musicales, tocados con mucha habilidad. Al oír este cántico se descubrían todas las cabezas, algunas personas se arrodillaron, muchos lloraban, y mil y mil lanzaban ardientísimas exclamaciones... En el camino se rezaron algunos Rosarios y se cantaron por los niños y niñas cánticos y alabanzas a la Virgen, mientras tanto el Obispo con cariño de amoroso padre recorría los vagones. A las seis de la tarde el tren se detuvo en la estación de Guadalupe, y aprovechándose de los veinte minutos de espera, concedidos por el conductor, bajaron los peregrinos y corrieron a la Colegiata, seguidos de su Pastor. Recibidos al repique de las campanas por una Comisión del Cabildo, postráronse llenos de viva fe ante la taumaturga Imagen. Las niñas del colegio Guadalupano y los niños del Colegio Pío al compás de magnífico acompañamiento, cantaron otra vez el Himno Ave Maris Stella. Los tiernos hijos no sabían apartarse de la presencia de su Amantísima Madre, a pesar de la insistencia de los Directores de la Peregrinación; de donde se siguió que doscientos y treinta peregrinos que al salir de la Colegiata no alcanzaron el tren, tuvieron que quedarse en la Villa. Pero dos de los señores comisionados para la recepción de los peregrinos les proporcionaron conveniente hospedaje en algunas casas que ofrecieron los dueños, sin retribución. Los demás peregrinos que llegaron a la capital se alojaron en el Hotel Cántabro y en casas particulares, según lo tenían dispuesto los encargados de la recepción.

A las cuatro de la mañana del día 12 los peregrinos ya estaban en pie; y se reunieron, según lo prevenido, en la Plaza de Santo Domingo, con el fin de ir a pie a la Villa. Llegados a la Garita de Peralvillo, en grupos encabezados por un sacerdote, ondearon los estandartes que traían; y muchas señoras de las principales tanto   —355→   por su educación como por su posición social, se quitaron el calzado y las medias, y así descalzas prosiguieron hasta el Santuario. El templo, ornado ricamente y con muy buen gusto artístico, presentaba un aspecto sorprendente; pero renunciamos a la descripción. Colocados convenientemente los peregrinos, y los que llevaban los estandartes agrupados en filas en la parte baja del Coro, el Obispo Diocesano, revestido de riquísimos ornamentos celebró la Misa Pontifical, acompañada de una numerosa y bien dirigida orquesta. Después del Evangelio, el canónigo angelopolitano D. Joaquín Vargas predicó el Sermón, en que demostró que «la verdadera prosperidad de México jamás sería una realidad por otros medios, que por el de la protección de María Santísima de Guadalupe, en la que está reconcentrada y vinculada, según se ha dado a conocer, la voluntad de Dios».

Concluida la Misa, mientras se tocaba el célebre Non fecit de Beristáin, se hizo el ofrecimiento de Estandartes que de manos de quienes los sostenían iban tomando los alumnos del Seminario de Puebla, y los llevaban al Presbiterio, donde los recibían los canónigos de la Colegiata; y como por remate, los fervorosos hijos de Puebla regalaron a la Colegiata dos jarrones monumentales de mármol, que fueron colocados en el presbiterio.

Se me había pasado advertir, que de los peregrinos, los que pudieron, y fueron muchísimos, recibieron la Santa Comunión en el Santuario; y hubo quienes la pidieron hasta la hora de mediodía.

Todo en fin salió bien, muy bien; y con mucha razón el Periódico El Nacional escribió: «La fiesta en que los fijos de Puebla acaban de tributar a su celestial Patrona sus tiernos y afectuosos homenajes, ha sido, entre las muchísimas que en el Santuario de Guadalupe se han celebrado, verdaderamente espléndida y grandiosa, no habiéndose economizado nada para lograrlo».

Permítasenos por conclusión referir un incidente que no deja de tener importancia. Por la tarde de este día los estudiantes del Seminario de Puebla fueron a ver el histórico Chapultepec, en donde está el Colegio Militar. Los alumnos de este Colegio «habiendo conocido quiénes eran los visitantes del bosque, fueron a recibirlos con cordial franqueza y previo el permiso de los superiores. Los hijos de la Espada llevaron a los hijos de la Cruz por todos los departamentos   —356→   del Colegio. ¡Viva la Espada que defenderá la patria! ¡Viva la Cruz que sostendrá la Espada!» (Pág. 17).

Querétaro. 1891. Desde que a mediados de 1885 el Ilmo. Sr. D. Rafael S. Camacho fue consagrado obispo de Querétaro, no dejó pasar ni un año sin ir en persona al Santuario, ya acompañado de una Comisión del Clero y Pueblo queretano, ya de un crecido número de fieles en verdadera peregrinación, para celebrar de Pontifical en la función que corresponde a la Diócesis. Y cuando a fines de 1887 se suspendieron las peregrinaciones para la reparación de la Colegiata, luego que por febrero del siguiente año de 1888 fue trasladada la Santa Imagen a la contigua Iglesia de Capuchinas, y dada licencia para seguir celebrando las funciones diocesanas, en este año el obispo de Querétaro dos veces fue al Santuario, el 24 de mayo para la función que correspondía a Querétaro en 8 de septiembre de 1887, y el 8 de septiembre para la función que en este año de 1888 le correspondía. Con razón, por tanto, el presbítero D. Gabino Chávez, como arriba se dijo, escribió que al obispo de Querétaro «se debe casi aun la iniciativa de las peregrinaciones, y enteramente su organización y celebración constante a fijos intervalos, presidiendo, animando y edificando personalmente la peregrinación anual queretana, etc.».

Como el fin que nos hemos propuesto es de mencionar tan sólo algunas circunstancias extraordinarias que ocurrieron en estas Peregrinaciones, vamos a poner aquí las que hubo en la Peregrinación y función solemne que la Diócesis de Querétaro celebró en el Santuario, (o Iglesia de Capuchinas, adonde fue trasladada la Santa Imagen) el día 8 de septiembre de 1891.

Se dio una cuenta muy exacta de esta peregrinación en el opúsculo Reseña, impreso en este mismo año; y de allí tomamos las siguientes noticias. Con dos meses de anticipación el Obispo dirigió una Carta pastoral a sus Diocesanos con el fin de aumentar el fervor religioso de toda la Diócesis. Y en prueba de la protección y agradecimiento de la Virgen Patrona, les recuerda que en el pasado año de 1890 «Dios Nuestro Señor concedió a nuestra peregrinación, más numerosa que otros años, un favor señaladísimo, librándola de un espantoso desastre, cuando regresando a esta ciudad (de Querétaro) el 10 de septiembre, sufrió el tren del Ferrocarril que la conducía, un descarrilamiento cerca de Tula, a la orilla de un   —357→   precipicio, donde hubieran encontrado muerte instantánea o heridas graves nuestros hermanos, a no haber intervenido una protección manifiesta, con la cual salieron todos libres e incólumes de todo mal...».

Más de mil diocesanos concurrieron a la Peregrinación, pero con las edificantes circunstancias de que «diez o quince días antes del 8 de septiembre, caravanas edificantes, a pie, se desprendieron de algunos pueblos de la Diócesis marchando en peregrinación devota hacia el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe». Treinta inditos de Amealco, sesenta y dos personas de Tequisquiapan y otras de diversos puntos, aun de Querétaro mismo, «fueron los que formaron esta Sagrada expedición al Tepeyac». Los demás peregrinos que salieron por el Ferrocarril, estaban distribuidos en más de treinta comisiones, veinte de éstas representaban a las veinte entre Parroquias y Vicarías de la Diócesis; una a la benemérita y muy antigua Congregación de Santa María de Guadalupe; las demás, compuestas de distinguidos señores y señoras seculares, representaban a las Corporaciones y Asociaciones que hay en la misma Diócesis; y como por remate había dos Comisiones, una del V. Cabildo de la Catedral, y otra del Seminario diocesano.

Cuando con vertiginosa carrera pasamos por el lugar de nuestra grandiosa catástrofe del año pasado, cerca de Tula, todos procuraban asomarse por las ventanillas de los coches para ver, siquiera fuese como relámpago, el abismo adonde pudimos ser lanzados, y el ameno paraje donde pasamos el día, y sobre todo el árbol misterioso de los recuerdos, bajo cuya sombra, clavada en el tronco por una espina la Imagen bendita de María Santísima de Guadalupe, y arrodillados todos, rezamos el Rosario en acción de gracias, alternando los misterios con el arrobador Salve, magna Domina.


El día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, los peregrinos muy temprano se fueron al Santuario para recibir la Santa Comunión, muchos de ellos emprendieron su marcha a pie, otros en tranvías; a cosa de las seis llegó también el señor Obispo acompañado de las Comisiones del Cabildo y del Seminario Conciliar. Llegados todos a la Iglesia de Capuchinas en donde se encuentra la Imagen celestial, se organizó la Procesión desde la puerta hasta el altar mayor. Marchaba primero un cura llevando el estandarte de la Diócesis, acompañado de otros dos sacerdotes que   —358→   llevaban los cordones del estandarte: seguía el coro de cantores y los alumnos del Seminario revestidos con uniforme de manto y beca; después los eclesiásticos revestidos de sobrepelliz, y por último el Obispo revestido de riquísimo ornamento pontifical enmedio de dos canónigos. Entre cánticos de alabanzas a la Virgen entraron en el templo, se rezó en común una Salve; cuatro eclesiásticos colectaron las ofrendas de los peregrinos reuniéndose la cantidad como de cinco centenares y medio de pesos ($ 579,25) y después de la Sexta siguió la Misa Pontifical del Obispo. El canónigo entonces de la Colegiata D. Fortino H. Vera, predicó un Sermón en que el entendimiento recibía nueva luz para confirmarse en la consoladora verdad de la Historia, y el corazón halló nuevos motivos para mostrarse cada día más agradecido a su Patrona y Madre. En la tarde se rezó el Rosario y enseguida se cantó la Salve y después la Letanía Lauretana. Al día siguiente una Misa cantada en la misma Iglesia de Capuchinas en acción de gracias a la Virgen, dio fin a la devota Peregrinación. Por lo que toca a los exquisitos adornos de la Iglesia y del altar y a la parte musical desempeñada por el Orfeón de la Iglesia de Querétaro, véase el opúsculo citado, en el cual está impreso el clásico Sermón del canónigo Vera, con interesantísimas notas, especialmente la nota 51 (págs. 12-18), en que se da cuenta del Testamento original de una parienta de Juan Diego, otorgado a los 11 de marzo de 1559 en honor de la Virgen del Tepeyac ichpochtli Tepeyacac: como por extenso se dijo al principio de esta Historia.

Linares y León. 1893. La circunstancia particular de la Peregrinación de Linares, consiste en que tan de lejos, desde el Estado de Nuevo León, frontera del Norte, trescientos peregrinos asistieron a la solemne función que el 12 de agosto celebró la Arquidiócesis de Linares o Monterrey; cuyo Arzobispo, Ilmo. Sr. D. Jacinto López, por hallarse en la visita Pastoral de las lejanas Parroquias, no pudo asistir, como ardientemente lo deseaba, a esta función.

Lo particular de la peregrinación de la Diócesis de León fue que el número total de peregrinos fue un millar: contándose entre éstos treinta sacerdotes y muchísimas hijas de María; pues a las ochenta hijas de María, de Irapuato, se reunieron otras no pocas de la Villa de León, Silao y otros puntos. Tierno y muy arrobador espectáculo fue por cierto contemplar en medio del Templo y cercano   —359→   al Presbiterio este coro de Vírgenes de la Iglesia Militante, cada una con su distintivo de la cinta azul de que colgaba la medalla de la Aparición, alabar a su Soberana Reina, rodeada de Vírgenes triunfantes en su trono celestial.

Para más pormenores, léase el librito verdaderamente de oro del Pbro. D. Gabino Chávez, La Peregrinación Guadalupana de 15 de agosto y las Hijas de María...

Chilapa, 1894. De las tres numerosas peregrinaciones de la Diócesis de Chilapa, Estado de Guerrero, emprendidas por su obispo D. Ramón Ibarra y González, mencionamos aquí la de 1894. Según el periódico El Nacional, de 16 de noviembre de 1894, el número de peregrinos fue de 1335. De estos peregrinos, treinta alumnos del Seminario Conciliar presididos por el Vicerrector, en cumplimiento de voto particular emprendieron a pie la peregrinación, cargando cada uno de ellos su indispensable alimento y ropa para abrigarse por la noche. La jornada era de cinco leguas diarias, y emplearon diez días hasta la primera estación que encontraron en la línea del Ferrocarril Interoceánico. Otros cuatrocientos y cincuenta, presididos por un cura diocesano, desde los puntos más remotos del Estado de Guerrero emprendieron a pie la peregrinación; todo a la manera de los primitivos peregrinos, y solamente después de veintidós y más días, llegados a Tlalpam, tomaron el tren para México. El Rector del Seminario con otras veinticinco personas recorrieron el camino a caballo: los demás en Ferrocarril.

En la misa rezada a las seis y media, comulgaron casi todos los peregrinos. Después de la Misa solemne celebrada de Pontifical por el Ilustrísimo Diocesano, se procedió al acto solemnísimo de la Protesta de sostener, defender y propagar la creencia de la maravillosa Aparición. De esta protesta se tratará más adelante.

Veracruz, 1894. Esta Peregrinación no fue precisamente para la función anual de la Diócesis, sino para suplicar a la Virgen de Guadalupe a fin de ser librados del azote del vómito o fiebre amarilla que amenazaba extenderse desde Veracruz a la ciudad de Córdoba y más adelante. El año de 1894, a los 17 días de abril, llegaron a la villa de Guadalupe mil quinientos, otros dicen mil setecientos peregrinos de Veracruz, Córdoba y Orizaba, cargados de ceras, azucenas, gardenias y flores naturales de toda clase. En pocos instantes el Altar quedó completamente cubierto de estas olorosas flores   —360→   que perfumaron todo el templo. Por la noche los peregrinos se hospedaron en el curato, en la Iglesia y hasta en los portales. Desde las seis y media de la mañana del día siguiente se comenzó a distribuir la Santa Comunión; a las diez hubo Misa cantada que costearon los peregrinos. Así más o menos hacen todos los años.

Mucho sentimos no poder extendernos en mencionar siquiera de algún modo las demás Peregrinaciones, especialmente las de Colima y de la Arquidiócesis de Durango, en que florece de un modo extraordinario la devoción a la Virgen de Guadalupe. Pero no podemos menos, por lo singular del caso, de mencionar la Peregrinación de los Congregantes de la capital a la Villa. Entre las Congregaciones canónicamente erigidas en la Iglesia de Santa Brígida, hay la Congregación de San Luis Gonzaga compuesta de nulos y jóvenes. El domingo 2 de octubre de 1892, ciento treinta congregantes bajo la dirección del P. Santiago Larra S. J., a las seis de la mañana, partían a pie desde el atrio de la Catedral al Santuario de Guadalupe. Desde la Garita, por la Calzada de los peregrinos, comenzaron los Congregantes el rezo del Rosario y otras Preces a la Virgen de los mexicanos. A las ocho llegaron a la Capilla del Cerrito, saludados con un repique a vuelo de las campanas del templo. Dijo la misa el P. Larra, durante la cual dos coros de los mismos Congregantes entonaron el Ave Maris Stella y otras alabanzas a la Reina del cielo, con tal ternura y armonía que hicieron derramar lágrimas a muchos concurrentes. Todos los Congregantes recibieron la Santa Comunión, y después del ofrecimiento concluyó la devota función con el canto de las Letanías Lauretanas.

Esta peregrinación la hicieron los Congregantes con el único objeto de alcanzar de Dios Nuestro Señor, que librara a México de la peste del Cólera que estaba en esa fecha haciendo estragos en Europa.

Con el mismo objeto y no menos edificante y conmovedora fue la peregrinación que por este mismo tiempo hicieron al Santuario las señoras y señoritas de las principales familias de la capital, a las cuales se asoció la Sra. D.ª Carmen Romero Rubio, esposa del Presidente de la República D. Porfirio Díaz.



  —361→  
III

Quedaría ahora por decir algo de las Funciones Religiosas que se hacen a cual más espléndidas y solemnes el día 12 de diciembre en la República. Pero, por lo visto, habría tanto que decir en particular de cada una de las más principales, que nos vemos precisados a renunciar a este proyecto. Pues en la capital cada año la función del día Doce celébrase siempre con creciente entusiasmo popular hasta alarmarse y poner el grito en el cielo los periódicos hostiles a la Iglesia Católica. Aún más: el Ayuntamiento de México no pudo negarse a conceder el permiso que se le pedía para unas manifestaciones de públicos festejos en las calles. ¡Y aquí fue Troya! Como si los yankees estuviesen a las puertas, una protesta firmada por 133, (los más, Diputados al Congreso) fue luego remitida al Ayuntamiento e impresa en sendos ejemplares, distribuida por todas partes fue como lo de los antiguos romanos, muy mal aplicado por cierto: Videant Consules ne quid Respublica46 detrimenti capiat. ¡Alerta a los Cónsules! ¡No sea que la República sufra algún menoscabo! He aquí el Documento

Ocurso presentado al Honorable Ayuntamiento de esta Capital. Los que suscriben, ciudadanos en el pleno ejercicio de sus derechos, exponen: Que siendo un deber de todo ciudadano y de toda Corporación respetar las leyes y velar por su exacto cumplimiento, piden que se revoque el acuerdo, por el cual el citado Ayuntamiento permitió manifestaciones religiosas externas para el 12 de diciembre próximo, autorizando a D. Rafael Carmona para colocar en las plazas y calles públicas arcos, gallardetes, etc., en honor de una entidad de culto católico, acuerdo que según nuestra conciencia y según el juicio de la opinión pública no sólo es contrario a las leyes de Reforma, sino que implica un desafío del retroceso a las generosas ideas de nuestros héroes patrios y de nuestros libertadores. Sobre la tumba de Juárez, representante augusto del derecho en la Historia, firmamos este ocurso, apelando al patriotismo reconocido de los respetables miembros de esa Corporación municipal que representa directamente al pueblo de México. México, julio 18 de 1887. Siguen las firmas de 133 con sus propios nombres y apellidos;   —362→   por no creerlo necesario, no las reproducimos; y más vale que nos ocupemos de las Funciones Literarias en honor de la Virgen de Guadalupe.

El primer Acto Literario túvose en Querétaro en el año de 1888. Acababa el celoso Prelado Diocesano de reparar y consagrar el templo, que fue el primero dedicado fuera de México a la Virgen de Guadalupe. A esta función eclesiástica quiso añadir otra literaria; y así a la una como a la otra asistió el Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Melitón Vargas, obispo de Puebla de los Ángeles. En la tarde pues, del día 3 de diciembre en el templo recién consagrado, el Ilmo. obispo de Puebla presidió con asistencia del Diocesano y de un lucido concurso de Queretanos, el Certamen en honor de la Santísima Virgen de Guadalupe.

Consiste este Certamen en un acto escolar en que uno o dos con método filosófico sostienen y demuestran una proposición, y otros dos o tres la impugnan con argumentos y objeciones en forma silogística, a las que el sustentante responde del mismo modo, y después aclara y explica más por extenso las respuestas dadas.

Según esta costumbre, tan común en las Escuelas de Filosofía y Teología, el sustentante se propuso demostrar y defender «la verdad de la Aparición de la Virgen María en el cerro del Tepeyac», y la demostró por la historia indígena, por la tradición, por haber los Pontífices Romanos aprobado y fomentado el culto de la Santísima Virgen de Guadalupe y por lo maravilloso de su pintura junto con el portento de su conservación.

Tres profesores del Seminario replicaron en contra, y pueden reducirse a ocho las objeciones que los tres contrincantes propusieron, objeciones muy ajustadas y directas a las que el sustentante dio respuestas muy satisfactorias.

Véase por extenso todo este Certamen en el Opúsculo Breve Reseña Histórica de la reparación y consagración del templo dedicado a la Santísima Virgen de Guadalupe, en la ciudad de Querétaro... 1888; § IX y X, págs. 19-44.

El segundo acto literario fue celebrado el 9 de agosto de 1893 en la ciudad de León. De un artículo publicado en los periódicos, y de la Breve Reseña del Acto Guadalupano en el Seminario de   —363→   León en el año de 1893, que el Ilmo. Sr. Obispo Dr. D. Tomás Barón tuvo la bondad de remitirme acompañada de una carta, vamos a tomar las siguientes noticias.

Persona que presenció este acto literario escribió a un amigo suyo: «Del escándalo, que han dado unos cuantos en estos últimos años con impugnar la verdad de la Aparición, ha nacido mucha gloria para la Santísima Virgen de Guadalupe; ha aumentado la devoción hacia la Virgen del Tepeyac; y los enemigos de su culto repiten sin duda ahora las palabras de los judíos: Nada aprovechamos, todo el mundo se va tras ella. Una de las manifestaciones de ese aumento ha sido el acto público en el cual fueron sustentantes dos jóvenes estudiantes de Teología y Derecho Canónico, replicando tres profesores del seminario».

El acto comenzó a las cuatro y media de la tarde, y terminó después de las siete de la noche, y sin embargo no se notó cansancio en la concurrencia. El Aula Mayor del Seminario, que es una de las más preciosas joyas arquitectónicas que encierra la ciudad de León, estaba llena de lo mejor de la sociedad. Los arguyentes propusieron los principales argumentos que suelen usar los enemigos de la Aparición, esforzándolos más y procurando presentarlos bajo apariencias seductoras. Pero los jóvenes sustentantes analizaron los argumentos y los deshicieron poniendo de manifiesto sus falacias.


Esto efectivamente resalta de la reseña que me fue remitida. Es un manuscrito de trece páginas en 4.º y en letra menuda; y es una verdadera acta de lo ocurrido con todos sus pormenores consignados con mucha precisión y fidelidad. Verdaderamente me gustó y por dos veces la leí con crecido interés y siento no poder extenderme en más noticias.

El tercer acto literario sobre la verdad de la Aparición fue celebrado en la Iglesia Catedral de Puebla de los Ángeles el día 9 de noviembre de 1893. Puede leerse la reseña que de este Acto se hizo en un Opúsculo que luego se imprimió en la misma ciudad. Leemos en la pág. 29:

De todas las defensas provocadas por los últimos ataques, ninguna tiene un sello ni un carácter tan eminentemente literario, como los Actos escolares públicamente sustentados en defensa de la Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe por los Seminarios   —364→   Conciliarios de las Diócesis de Querétaro, de León, y de Puebla. Lucidos estuvieron los tres: el que hace cinco años tuvo lugar en Querétaro, el celebrado en el Aula del Seminario de León al cerrar su año escolar y el que se verificó el día 9 del presente año en Puebla; pero este último más solemne que aquellos por haberlo apadrinado los Ilmos. Sres. obispos de Puebla, Tulancingo y Chilapa; por haber tenido lugar en la Catedral de Puebla, y en presencia de lucida muchedumbre de fieles... A pesar de sus ventajas y excelencias no fue usada la forma silogística en el acto literario que se verificó en la Catedral de Puebla, porque no hubiera esto al alcance de los fieles que lo presenciaron en respetuoso silencio y con la intención de instruirse y de edificarse.


Un joven estudiante de tercer año de Teología fue el que sustentó, y los Réplicas fueron un Licenciado, un Doctor en Teología y el Canónigo Magistral. Los cinco argumentos principales con que se demostró la verdad del hecho histórico de la Aparición fueron expuestos y declarados en veinticuatro proposiciones.

Los Réplicas procuraron oponer las objeciones más poderosas que los contradictores del Milagro han hecho valer en sus últimos escritos; y esforzaron señaladamente la falta de documentos contemporáneos, la negación audaz y casi coetánea que se hizo del milagro en la ciudad de México en 1556; y hecha la distinción entre la devoción y el milagro de la Aparición, la aprobación de la Santa Sede recayó no sobre el Milagro, sino sobre la devoción. Muy oportunas fueron las respuestas que dio el sustentante, sirviéndose para ello de una erudición histórica y teológica no común, y concluyendo por rechazar por falsa e incoherente la distinción alegada: pues el objeto de la devoción está tan íntimamente unido con la misma devoción, que no puede aprobarse la una sin que al mismo tiempo sea aprobado el otro. De este modo quedaron los fieles que asistieron al acto más instruidos y confirmados en los fundamentos de la arraigada, universal e inquebrantable devoción que el pueblo mexicano profesa a su excelsa Patrona la Virgen Santísima de Guadalupe.

Fue al mismo tiempo el lucido y solemne acto literario, a que esta reseña se refiere, una Controversia, una Apología, una Plegaria y un Homenaje. (Pág. 48).

El Cuarto Acto literario se celebró en Colima el 12 de mayo de   —365→   1894, con motivo de la Consagración de la nueva Catedral, cuya Titular es la Virgen de Guadalupe. Como que no nos fueron remitidos los pormenores, no podemos decir más que lo poco que hemos tomado de los periódicos.

Como sello de este capítulo en que hemos compendiado la protesta de los mexicanos contra los actuales enemigos de la Aparición, vamos a mencionar las Actas del Concilio Provincial de Oaxaca (Antequera) y de los dos Sínodos diocesanos de Chilapa.

Ya se dijo en la página 309 de este libro que los obispos mexicanos en 1887 firmaron de propio puño y letra la protesta en que atestiguaban y profesaban la antigua Tradición sobre el Milagro de las Apariciones. No hay, pues, que admirar que en los Sínodos celebrados después de esta fecha volviesen los Obispos a tratar del mismo asunto para confirmar cada día más la verdad de tan glorioso acontecimiento que señaló la Época de nuestras Glorias, como se expresaron los organizadores angelopolitanos del tercer Centenario de la Aparición.

En el año de 1893 se celebró en Oaxaca el primer Sínodo Provincial convocado por el Sr. arzobispo D. Eulogio G. Gillow, al cual asistieron los obispos sufragáneos de Yucatán, Chiapas y Tabasco y el Gobernador eclesiástico de Tehuantepec, acompañados de sus respectivos sacerdotes Diocesanos. Remitidas luego a Roma las Actas de este Sínodo, fueron aprobadas por la Sagrada Congregación del Concilio en el siguiente año de 1894 y allí mismo y en el mismo año impresas en la Tipografía Vaticana.

En las páginas 458-461 hállase un capítulo en que se trata «del culto de la Santísima Virgen de Guadalupe». Y en resumen, el Sínodo declara y decreta, que la admirable Aparición de la Virgen a Juan Diego, en cuya tilma se apareció milagrosamente pintada la Santa Imagen, es dignísima de toda fe por apoyarse en la tradición nunca interrumpida y en poderosos monumentos que constituyen y demuestran evidentemente la verdad histórica de este hecho prodigioso. Por consiguiente el Sínodo, prohíbe que nadie hable o escriba o enseñe contra la Aparición, «no sea que por causa o de imprudencia, o de temeridad o de audacia, o de escándalo o de impiedad,   —366→   sea reprendido por la suprema Autoridad de la Santa Madre Iglesia».

Con estas palabras refiérese el Sínodo al Decreto de la Suprema Inquisición Romana, expedido en 9 de julio de 1888 en que los Eminentísimos Cardenales summopere reprehenderunt agendi loquendique modum contra miraculum seu Apparition es B. V. Mariae de Guadalupe, como arriba se dijo en la pág. 310.

A fines de abril de 1893 el Ilmo. Sr. Dr. D. Ramón Ibarra y González celebró su primer Sínodo Diocesano en la Ciudad de Chilapa. El 24 de abril en la primera Sesión que el Sínodo celebró, el Sr. cura D. Francisco Cáceres, Vicario Foráneo de Iguala, por el encargo que tenía en el Sínodo de Procurador del Clero, expuso «que el día anterior los cincuenta y cinco presbíteros sinodales, en Junta General tenida en el Palacio Episcopal, deseando perpetuar la creencia universal sobre la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, acordaron unánimemente elevar al Sínodo una solicitud a fin de que en los actos más solemnes del Venerable Clero se haga con toda solemnidad la protesta de Fe, cuyo ejemplar presentó como un título de amor a la especial Madre de los mexicanos en su veneranda Imagen».

Se aprobó en el Sínodo la Protesta, y el Señor Obispo expidió el siguiente Decreto:

Siendo deber nuestro acoger benignamente las iniciativas que redundan en gloria de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre... aprobamos y sancionamos la siguiente profesión de Fe en la Maravillosa Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe, presentada a Nos por el Venerable Clero; y mandamos que después de hacerla en este Sínodo todos los Párrocos y Eclesiásticos que a él asisten, se haga en lo sucesivo, 1.º por los niños en el día de su Primera Comunión; 2.º por los alumnos internos de nuestro Seminario en el día de su ingreso y en presencia del Rector y demás alumnos; 3.º por los ordenandos antes de recibir cualquier Orden, y 4.º finalmente, por todos los párrocos al tomar posesión de sus parroquias. De este modo esperamos desagraviar al Señor y a su Santísima Madre por la ingratitud que cometen los que de palabra o por escrito desconocen beneficio tan insigne, concedido a nuestra amada patria, y arraigaremos en el corazón de nuestros amados diocesanos esa creencia bendita, perfectamente comprobada, en que ciframos   —367→   nuestras delicias y más firmes esperanzas.


(Primer Sínodo Diocesano de Chilapa, págs. 7 y 23).                


En el segundo Sínodo diocesano de Chilapa celebrado a principios de mayo de este año de 1895, se estableció: que la Virgen de Guadalupe fuese proclamada Soberana de la Diócesis; que se establezca en la Diócesis una Congregación con el título de Apostolado de la Soberanía de Nuestra Señora de Guadalupe; que en todas las parroquias, en donde no lo hubiere, se dedique un Altar a la Santísima Virgen de Guadalupe; que el Obispo solicitará que a la Letanía Lauretana se añada para México el glorioso título Regina Guadalupensis, ora pro nobis.

Se establece, en fin, el modo de solemnizar en la Diócesis la Coronación de la Santísima Virgen de Guadalupe. De esto se tratará cuando, Dios mediante, se refiera la solemnidad de la Coronación.

En señal del título de Soberana de la Diócesis, se dispuso ofrecer a la Virgen un cetro con una rosa, los dos objetos labrados artísticamente en oro. Los fieles de la ciudad de Chilapa, sabido este proyecto, fueron a poner en manos de su pastor tan abundante cantidad, que no fue necesario pedir más a los de otras ciudades de la Diócesis. El cetro, de más de mil pesos de oro, mide 52 centímetros de longitud; y es de un trabajo en filigrana, ejecutado con mucho primor. Tiene como unos veinte brillantes y más de doscientas cincuenta perlas. La rosa es del tamaño natural del peso de catorce onzas de oro. Las dos joyas están guardadas en estuches elegantes de peluche granate.





  —368→  

ArribaAbajoCapítulo XIX

De algunos beneficios recibidos de la Virgen de Guadalupe en estos últimos años


Liberación de enfermedades peligrosas, de inundación, de un balazo, de privación de la vista, de caída en el pozo.- Refutación de algunas pretensiones acerca de los milagros.



I

Como el título lo indica, vamos a referir en este capítulo algunos de los muchísimos beneficios que la Virgen de Guadalupe ha hecho en estos últimos años. Y precisamente por recientes, no pueden referirse todos, y obvia es la razón que la prudencia nos dicta: y de los que referimos, a excepción de uno que otro publicado en los periódicos, las noticias que de ellos tenemos, son privadas, pero del todo indudables.

Hemos dicho que vamos a hacer la relación de algunos beneficios; porque con este nombre no se entiende siempre un milagro propiamente dicho, sino una manifestación cierta de la protección particular de la Virgen. Todo milagro es un beneficio y muy grande; pero no todo beneficio, aunque fuese singular, es milagro en el sentido estricto, filosófico y teológico. Pero en práctica, lo mismo da que de un modo o de otro la Virgen manifieste su amparo particular para quedar agradecido a tan tierna Madre.

1.º Empezaremos por el beneficio que refiere el Escritor D. Lucas Alamán en su Historia de México, Tomo IV, cap. VII, pág. 545. La relación fue tomada de dos cartas que el conde del Venadito,   —369→   D. Juan Ruiz de Apodaca, virrey de México a la sazón, escribió al Secretario de Gracia y Justicia en Madrid, con fecha 21 de septiembre y 31 de diciembre de 1819. Hállanse estas dos cartas en el Cuadro Histórico de D. Carlos María Bustamante Tomo V, Tercera Época. Carta 3.ª págs. 17-21.

En septiembre de 1819 las lagunas del Norte y Poniente de México tuvieron un aumento extraordinario en sus aguas, causado por las excesivas lluvias, estando expuesta a una inundación toda la parte de la ciudad que mira a aquellos rumbos; y este riesgo era mayor, porque descuidado, durante la guerra, el canal del desagüe de Huehuetoca, las aguas que por él debían salir a las vertientes del río de Moctezuma, retrocedían a las lagunas de San Cristóbal y Texcoco. Todos los pueblos pequeños del terreno inundado habían quedado aislados, y sus miserables habitantes reducidos a los montecillos formados para extraer la sal, o a las Iglesias. El virrey Apodaca con incesante actividad, visitándolo todo por sí mismo, tarde y mañana a caballo, mandó conducir a hombros porción de canoas, (treinta o cuarenta) para poner en salvo a los que se hallaban a riesgo de perecer: dio orden para que se les recibiese gratis en todas las posadas y les hizo distribuir cantidad considerable de tortillas.

Practicáronse al mismo tiempo cortaduras en las calzadas para dar salida a las aguas; y habiendo cesado oportunamente las lluvias, el riesgo fue desapareciendo por grados. Una Inscripción latina, colocada en el Santuario de Guadalupe, recuerda este beneficio por el que se tributó solemne acción de gracias a la Santa Imagen que en él se venera: siendo tal el concurso de gente de la ciudad y de la comarca a su festividad el 12 de diciembre siguiente, que el mismo Apodaca dando aviso a la Corte de todo lo ocurrido, lo calcula en ciento y ochenta mil personas.



Así D. Lucas Alamán; y de las cartas del mismo Virrey tomamos los pormenores de que «salváronse más de seiscientas personas de todos sexos y edades (por medio de las canoas), no habiéndose inundado ni esta capital, ni el Santuario de Guadalupe, como ni tampoco haber perecido persona alguna, ni por la inundación, ni en los trabajos hechos, no obstante de que muchos han sido bien resgosos. El Cabildo votó un Novenario de rogaciones y las aguas bajaron desde aquel momento y pasarían de ciento y ochenta mil personas   —370→   las que concurrieron a la función de la Aparición que se celebra el 12 de diciembre».

La Inscripción, mencionada arriba se compone de doce dísticos latinos, en que son enumerados los beneficios que la Virgen de Guadalupe hizo a los mexicanos: Mariae Dei Genitrici, Civitas Mexicana. Ann. MDCCCXIX. Pero no fue solamente la Inscripción la que se puso en el Santuario en memoria de este beneficio, sino también una pintura, de la cual en el Álbum de la Coronación, impreso en el año de 1895 se lee: «Sobre la puerta de la Sacristía del costado Oeste hay un gran cuadro alegórico con un verso latino, que por su extensión no reproducimos: es un exvoto de la Ciudad de México, en 1819, temerosa de una inundación que la amenazaba». (Pág. 47)47.

2.º Con respecto a beneficios más recientes, permítaseme empezar por mí mismo, y poner aquí tres entre los muchos beneficios que confieso y protesto haber recibido de la Virgen de Guadalupe. No haré más que mencionarlos brevemente.

Estando en Puebla de los Ángeles con el oficio de Capellán de la Iglesia de la Compañía y de Profesor de Filosofía en el Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús, el sábado por la tarde, día 14   —371→   de agosto de 1881 fui acometido de una pulmonía fulminante con ataques convulsivos, de tos desgarradora y con asomos de fiebre tifoidea. A más del médico de cabecera Dr. D. Leonardo Cardona, por afecto cariñoso tomaron empero en esta enfermedad otros tres médicos, muy acreditados, D. Manuel Noriega, D. Esteban Lamadrid y D. José Justo Jofre. Todos convinieron en que me hallaba en grave peligro, y uno de ellos fue de parecer, que luego se me administrasen los últimos auxilios. Yo desde el principio pensé que de cierto iba a morir, y con esta persuasión había dispuesto todo lo que tocaba a mi oficio: con los remedios me parecía que nada se adelantaba, y así el día 17 por la mañana temprano me administraron el Santo Viático. Viendo pues que las cosas se ponían muy serias, pensé que pudiera todavía vivir si me encomendara a la Indita. Así empecé yo a llamar a la Virgen de Guadalupe desde que D. Alejandro Arango y Escandón, nombre ilustre en México y España, un día mostrándome una imagen de la Patrona de México, me dijo con cierta gracia y acento de cariño: «Esta es la Indita». Me encomendé, pues, a la Indita, y luego me puse bueno, sano, lozano, y mejor que antes, trabajando por tres, como me decían. En señal de agradecimiento compuse luego una Disertación para demostrar y defender la Aparición; por razones que no es necesario exponer aquí, la Disertación no se imprimió sino por el mes de abril del año siguiente de 1882. Unos devotos costearon la impresión de quinientos ejemplares que fueron distribuidos gratuitamente y remitidos a los Obispos de la Nación y a otros personajes.

Dediqué a la Virgen de Guadalupe esta Disertación con las siguientes palabras: «Virgini Tepeiacensi sospitatrici in periculo vovimus, pro gratia fecimus; a la Libertadora Virgen del Tepeyac hice voto en el peligro, y por la gracia recibida se lo cumplo». Pero como esta Disertación estaba escrita de un modo científico y dialéctico, y dirigida principalmente a la comprobación y defensa de las Apariciones, para excitar la devoción, en no pocos artículos del Amigo de la Verdad, referí todo lo que hubo en las Fiestas verdaderamente romanas de la Jura del Patronato, y reunidos en mi opusculito, se imprimieron después con el título: El Patronato Nacional de la Virgen del Tepeyac.

Estando en la misma ciudad de los Ángeles, a principios de mayo de 1883, empecé a sentir un malestar sin poderme dar cuenta   —372→   de lo que sentía, pero el día 13 apareció un tumor erisipeloso con la inflamación de la parótida derecha. Empezó a crecer y a crecer hasta que el 21 de mayo tuve que dejar de predicar los sermones del mes de María que se hacía en el Templo. La inflamación tomó proporciones alarmantes; y mis cuatro médicos fueron de contrario parecer: dos opinaban que me moriría, así como de una enfermedad parecida había muerto años antes el Apostólico P. Francisco Cavalieri, tan amado por los angelopolitanos; D. Leonardo Cardona y D. Manuel Noriega opinaban que obligando al tumor a una supuración externa, yo saldría del mal paso. No se opusieron directamente los otros dos, pero dudaron mucho de un favorable desenlace. Mientras, pues, mi Leonardo iba procurando la supuración; heme aquí acometido repentinamente de un acceso de período agudísimo de podagra, que había empezado a padecer en la ciudad de México desde marzo de 1878. Esta gota irritada al extremo inflamó los dos pies hasta las rodillas transformándolos por decirlo así en dos botijos o toneles. No ponderaré lo que yo padecí; pero como el tumor erisipeloso exigía más pronto remedio, se remitió la cura formal de la podagra para después. A decir verdad, esta vez no tenía miedo, pues el corazón me decía que la Indita al fin me libraría. Efectivamente el 11 de junio el Dr. Noriega abrió felizmente el tumor, y cesó el peligro de la inflamación de la parótida; y se empezó luego la cura de la podagra. Algunos pensaron que no volvería a andar por mis pies; pero el hecho es que a mediados de julio ya iba sin muletas, sin bastón ni apoyo, gracias a mi Indita que dio luz a los médicos para que acertaran.

A los pocos meses me fui a Guadalajara para restablecerme. Allí, en el Sr. canónigo, Rector del Seminario, D. Rafael S. Camacho, ahora obispo de Querétaro, hallé un verdadero y amoroso padre; y con esto está dicho todo. Por ruego y encargo de este mi amado padre, reuní todo lo que tenía impreso, añadí otros capítulos y al siguiente año de 1884 salió el libro La Virgen del Tepeyac. Compendio Histórico-Crítico. El mismo Sr. Camacho costeó la edición de seis mil ejemplares, que fueron por él remitidos a los obispos de la República en tantos bultos bien asegurados como se necesitaron para que fuesen distribuidos gratuitamente. También costeó la impresión del opusculito: El Patronato Nacional de la Virgen del Tepeyac.

En fin, estando en el Colegio Seminario de San Luis Potosí, en   —373→   el mes de abril de 1893, tuve tres ataques de Influenza, uno tras otro con poco intervalo. El primero no presentó peligro: el segundo fue más grave por haber atacado el pulmón hasta escupir sangre: llamáronle bronquitis capilar con principios de pleuresía. Pero ¡pobre de mí! mientras iba convaleciendo poco a poco, heme aquí que el 2 de mayo, acabado de celebrar la Santa Misa, me acometió un furioso ataque de reumatismo al corazón, como yo decía, y el médico dijo que fue acceso de reumatismo intercostal. Hubo luego una calentura fuerte, muy fuerte, hasta pasar los cuarenta grados, y a ratos me hacía desvariar. Mi buen amigo el Dr. D. Alberto López Hermosa se alarmó, y a pesar de que el profesor de Física, Vicente Heredia, que antes de entrar en la Compañía había estudiado Medicina, me cuidaba mucho, más de cinco veces vino a verme. En la última visita que fue a las diez y media de la noche, dijo al mencionado enfermero, que si proseguía así la calentura hasta las dos, me avisara para disponerme. Los buenos potosinos me encomendaron mucho a la Virgen de Guadalupe: amanecí aliviado y fuera de peligro gracias a mi Indita, y me fui reponiendo de la larga convalecencia que deja esta solapada y terrible Influenza.

3.º A un sacerdote que por razón de sus ministerios se hallaba en una ciudad de la República, presentose cierto día una señora con una jovencita como de catorce años, y después de haberle saludado le dijo: «Padrecito, ésta es mi hija Lupita y ha sido amamantada por la Virgen de Guadalupe». ¿Cómo así, buena señora? -preguntó el sacerdote; y ella por toda respuesta llamó a su esposo que estaba allí cerca para que le refiriera el caso; y lo refirió del modo siguiente: «Padre, por beneficio de Dios somos de familia decente y cristiana y pertenecemos a la buena sociedad. Por causa de trastornos políticos padecimos muchos daños en nuestros bienes; enmedio de tan reducidos recursos, el señor nos dio a esta niña, a la cual pusimos el nombre de Guadalupe para que la piadosa Señora y Madre nuestra la tomara bajo su amparo especial en las críticas circunstancias en que nos hallábamos. En esto acontece   —374→   que un motín que estalló de repente, dio tanto susto a mi esposa, que se le retiró completamente la leche. Con la esperanza de que pasado el susto y con el auxilio de los médicos, mi esposa volviera a su estado normal, procuramos que por algún tiempo entre algunas buenas mujeres se proporcionara leche a la niña. Pero todo humano esfuerzo resultó sin efecto, y por otra parte los apuros en que el Señor nos había puesto, no nos permitían tomar una buena nodriza. En esta aflicción determinamos mi esposa y yo, con una criada que llevaba la chiquita, ir al Santuario de Guadalupe y pedir a la Santísima Virgen se apiadara de su niña. Acuérdome que antes de entrar en el Santuario dije a mi esposa: Sabes los grandes apuros en que estamos; no prometas, pues, a Nuestra Señora cosas que no podamos luego cumplir: bien conoce ella nuestra buena voluntad. Entramos en el templo y nos pusimos a rezar; y a los pocos minutos la niña echó a llorar mucho; la madre por un movimiento involuntario y sin reflexionar, la toma en sus brazos para darle de mamar, no acordándose de que las fuentes de la leche estaban secas. De repente se sintió como si un nuevo vigor recorriera todo su cuerpo con un bienestar de salud como antes la había disfrutado; siente que la leche le había vuelto y con tanta abundancia que apenas la niña podía respirar. A la vista de tan inesperado y pronto beneficio, entre lágrimas de ternura dimos gracias a Nuestra Madre de Guadalupe, volvimos a nuestra morada, publicamos el beneficio, y desde entonces procuramos que la beneficiada criatura, amamantada por la Virgen, viviese inocente y agradecida a su Santa Patrona, como hasta ahora lo hemos conseguido».

4.º En Puebla de los Ángeles el día 16 de abril de 1891, Sábado de Gloria, el Lic. Francisco Flores Alatorre poco después de la comida fue acometido de un cólico muy violento: a este se le añadió otro dolor no menos agudo, el de los cálculos, de que adolecía desde años. Acudieron dos médicos, el Dr. Noriega y el Dr. Jofre; los que examinando el estado del paciente y la complicada índole del mal, juzgaron que había peligro de la vida; y fue llamado el confesor del enfermo. La afligida esposa y el mismo enfermo encomendáronse a la Virgen de Guadalupe, a la cual toda la familia profesaba una devoción especial. En esto llega el sacerdote, al cual luego el enfermo pidió le confesara. «Todavía no», contestó   —375→   el sacerdote; ¿y si me muero? replicó el enfermo. «Veremos», contestó, y se fue con los médicos que iban a recetar algunas medicinas. Se sienta el Dr. Noriega, toma la pluma, prepara el papel para escribir, y el Dr. Jofre se quedó en pie de frente al Dr. Noriega. Era una escena muda, nadie hablaba, el Dr. Noriega estaba suspenso con la pluma en la mano, al fin dijo: Compañero: ¿qué escribo? El Dr. Jofre quedó pensativo y en silencio; poco después, de repente, como si algo se le hubiera ocurrido y hablando con mucha prisa, dijo: ¡Compañero, compañero! esto... y nombró no sé qué medicinas. El Dr. Noriega luego que lo oyó dándose una palmada en la frente contestó: «Es verdad, es verdad», y empezó a escribir la receta. Y después volviendo el Dr. Jofre a hablar, convinieron en añadir otra receta; pues atendida la complicación de la enfermedad, recetaron dos o tres medicinas que debían tomarse a ciertos intervalos y con un cierto orden que explicaron a la esposa del enfermo. Se despacharon luego las recetas, empezó el enfermo a tomar las medicinas según las prescripciones dadas; y a las pocas horas no solamente estaba fuera de peligro, sino bueno y sano como si nada de mal le hubiere acontecido.

No puede negarse el beneficio de la Virgen de Guadalupe en este caso, pues en los peligros de muerte, de dos modos interviene Dios cuando quiere librar al enfermo; o inmediatamente, obrando un milagro; o bien mediatamente, y es lo más común, iluminando a los médicos para que acierten a conocer bien la índole y causa del mal y a prescribir los remedios oportunos. Pues, como repetía San Agustín, Dios es el Autor de la salud, y el médico es el ministro de la curación del mal. «Deus est Auctor sanitatis, medicus minister est curationis». (Serm. 226, de Tempore). Este segundo modo tuvo el Señor en este caso, y claramente se vio cuando al principio los dos médicos no sabían qué recetar, y después, como si un rayo de luz les hubiera iluminado, dieron luego con el remedio.




II

5.º La noche del 6 de junio de 1885, como a las nueve, una repentina y terrible inundación asoló la población de Cuarenta, situada   —376→   a unas ocho leguas al N. E. de la ciudad de Lagos, Estado de Jalisco. Unas porfiadas lluvias torrenciales aumentaron las aguas del río, que encerrado en estrecho cauce llegaba a cuarenta, y en este punto se ensanchaba extendiéndose el lecho hacia uno y otro lado. Pero una granizada espantosa, notable por el tamaño del pedrisco y por la grande cantidad que se iba amontonando al caer en el cauce estrecho del río, más arriba del pueblo, llegó a formar una barrera, que por algún tiempo convirtió el río en una presa. El agua subía y subía, y la muralla de granizo subía también; pero los redoblados golpes de las furiosas olas y el terrible empuje de aquella inmensa mole de agua aprisionada, rompió el muro de granizo y se lanzó impetuosa y repentina sobre los infelices habitantes de Cuarenta, cerrando toda salida para la fuga. Perecieron muchísimas personas, contándose a centenares los ahogados; y las primeras diligencias dieron por resultado recoger desde luego ciento cincuenta y dos cadáveres. Hubo episodios desgarradores; entre éstos una familia entera iba a perecer, cuando una joven de ella, invocando a la Virgen de Guadalupe, trepó a una pared como último recurso para salvarse. Pero inútilmente; porque la pared, donde se había guarecido, bamboleó y fue arrebatada por la corriente. La pobre joven, transida por el dolor de haber visto perecer a todos los de su familia, renovó sus invocaciones: «¡Madre mía de Guadalupe! ya quedé huérfana y enteramente sola, ten compasión de mí». En esto las olas empujaron la pared hacia un árbol, y la joven volviendo a invocar a la Virgen de Guadalupe pudo asirse de las ramas del árbol y salvarse. Con más pormenores la agradecida joven refirió el beneficio recibido.

El Pueblo Católico, periódico de León, añadió las circunstancias siguientes: «Hace poco tiempo había en Cuarenta un virtuoso eclesiástico, el M. R. P. Fr. F... del R... S.: y aquel pueblo pagando con ingratitud los beneficios espirituales que el celo del sacerdote derramaba a manos llenas, no sólo desconoció estos beneficios, sino que declaró la guerra a su bienhechor hasta lograr arrojarle fuera. El ministro del Señor siguió al pie de la letra la orden de Jesucristo; y perseguido en una ciudad, se fue a otra sacudiendo el polvo de sus pies. El castigo de la población no se hizo esperar largo tiempo. En un instante las aguas del río asolaron cuanto encontraron a su paso; siendo notable que sufrieron más los más culpables...   —377→   En Lagos el único muerto por el mismo desbordado río fue un vecino de Cuarenta y uno de los más culpables en la persecución al virtuoso sacerdote...».

6.º En 1888 estando en el Confesonario el Pbro. D. Antonio Planearte y Labastida en una de las iglesias de la capital, la Encarnación, se le acercó un Oficial del Ejército con su madre, y le manifestó que acababa de hacer un milagro en su favor la Virgen de Guadalupe, por llevar al cuello su medalla. El caso fue que un centinela de la Puerta de Palacio, en cuanto vio cerca de sí al Oficial, que estaba de guardia, le disparó a quemarropa el rifle, la bala rozó el cuello de la camisa, y mató a un cargador que estaba en el Jardín de la Catedral. Los periódicos refirieron el caso y por no saberlo tal vez, nada dijeron de la medalla.

Para estar más seguro del hecho copié esta relación y la remití al P. Planearte, suplicándole me hiciera saber algo. Me devolvió la copia con estas palabras: «Lo declaro cierto, bajo juramento. Tacuba, julio 4 de 95.- Antonio Plancarte y Labastida».

7.º El 21 de diciembre de 1890, después de haber confesado y comulgado en la capilla del Colegio Seminario de San Luis Potosí, se presentó al P. Rector un buen viejo de muchas canas, muy pobre y humilde. Llamábase Juan Filión y hablaba el inglés y el francés; y le dijo que habiendo oído hablar del Santuario de la Virgen de Guadalupe, se había encomendado a ella y conseguido varias gracias, y que por agradecimiento había emprendido una peregrinación a pie desde la ciudad de Quebec, en el Canadá, hasta el Santuario de Guadalupe. Quiso el P. Rector darle algún subsidio; pero rehusó todo, ni siquiera quiso aceptar un billete de tercera clase en el Ferrocarril, contestando que quería continuar a pie su camino, y para no equivocarse le bastaba recorrer la línea del Ferrocarril. Todo el objeto de la visita fue entregar al P. Rector unas fotografías que como humilde obsequio quería ofrecer a la Virgen de Guadalupe; y para que no se le extraviasen o maltratasen, se las entregó a fin de que las remitiesen al Santuario.

Luego se remitieron las fotografías al P. Plancarte, dándole algunas señas del buen viejo. El padre contestó que haría cuanto   —378→   pudiese para reconocer al peregrino canadense; pero parece que se mantuvo oculto y no pudo ser reconocido. El año pasado de 1896 volví a ver aquí en México al buen viejo, el cual me dijo que iba disponiendo la manera de conducir al Santuario una Peregrinación de católicos del Canadá.

8.º Vamos ahora a referir cómo un niño de dos años fue librado de los funestísimos efectos de la caída en un pozo por intercesión de la Virgen de Guadalupe, el 13 de agosto de 1892, en la ciudad de Pachuca. Tomamos la relación según consta de las deposiciones juradas de siete testigos en el Proceso que a fines de octubre del propio año por orden del Sr. arzobispo de México instruyó el Sr. cura vicario foráneo de Pachuca, D. Lucio Estrada, ahora Cura del Sagrario, quien tuvo la bondad de remitírmelo.

El niño Antonio Santelices, hijo adoptivo de los cónyuges Albino Lizardi y Emiliana Santelices, de dos años y dos meses y medio de edad, la mañana del 13 de agosto de 1892, trepándose por el brocal del pozo que había en el patio de la casa, esforzábase para subir sobre la tapa, con que el pozo estaba cubierto. El pozo es cilíndrico, de una vara de diámetro y de diecinueve varas y tres pulgadas de profundidad, y contenía en la fecha dos varas y trece pulgadas de agua. Por ser el niño de extremada vivacidad y travesura, cuidábale de continuo la joven Guadalupe Lizardi, hija de los dueños de la casa; y como le vio trepar por el brocal, corrió para agarrarle, pero no pudo. Porque siendo la tapa del pozo no más qué una lámina de hoja de lata, apenas el niño se subió sobre ella, se hundió y el niño cayó precipitadamente en el pozo. Al verle caer, la buena joven gritó «¡Madre mía de Guadalupe! el mal está hecho; a ti toca hacer el bien; sálvale»; y prosiguió dando voces: «¡el niño al pozo!». A estos gritos, la madre salió violentamente al patio diciendo: «¡Madre mía de Guadalupe, yo no quiero que este niño muera de una muerte tan desastrosa! Sálvamelo y devuélvemelo vivo!». Y asomándose con su hija al pozo, como vio el agua en movimiento sin ver al niño, fuera de sí por el dolor corrió a la calle a pedir auxilio. Acudieron muchos, entre ellos el Jefe Político y un Gendarme; y vieron al niño sobre el agua boca arriba, moviéndose con manos y pies y llorando; pero no se mantenía constante   —379→   en esta posición, porque «a instantes estaba con las manos fuera del agua y parte de la cabeza; a instantes se hundía en parte, haciendo borbollar el agua; y a instantes ni lloraba ni se movía». Sin pérdida de tiempo el Jefe Político mandó al gendarme Emilio Villegas que bien atado de la cintura y de los costados con buenas reatas y sostenido de tres o cuatro hombres robustos bajase al pozo a sacar al niño.

Lo que después aconteció vamos a referirlo con las propias palabras del Proceso.

El gendarme, aunque temeroso por la profundidad y medios de bajarse, esto no obstante se expuso a todo y mientras le bajaban con alguna rapidez, la desolada madre se retiró a rezar a la Santísima Virgen de Guadalupe. Depone dicho gendarme: que bajando veía al niño en la forma ya dicha, y que a corta distancia del agua le dieron reata larga, sumiéndose hasta arriba de las rodillas; que deseoso de aliviar las rozaduras que la reata le causaba, buscó con los pies algún apoyo, pero inútilmente; que por esto y el mucho frío del agua, gritó para que no soltaran más; que al llegar, el niño siempre llorando y nadando le alargó la mano derecha la cual cogió él con la izquierda, entretanto que con la derecha se sostenía de la reata y que afianzando el cuerpo del niño con las piernas, hizo señal para que le sacasen; que subiendo el niño no lloraba, pero que lo hizo cuando el Cabo de los gendarmes lo recibió y colgó de los pies; que enseguida le desnudaron y sólo le encontraron amoratado por el frío y con el ojo izquierdo ligeramente inyectado; que le aplicaron una friega con aguardiente, le envolvieron y le acostaron; que poco después llegó su mujer con el Dr. García, quien examinó al niño cuidadosamente y dijo que nada tenía, recetándole sólo una friega para el frío y un vomitivo; que cuando éste recetaba, llegó el médico Lescale, quien igualmente examinó al niño sin encontrarle ni recetarle nada; que ambos médicos admiraron el caso, reconocieron el pozo y se retiraron conversando; que él se retiró igualmente, y que por la tarde vio al niño enteramente sano; que él se admira tanto más cuanto que no ha mucho intervino en otro caso en que fue imposible escapar de la muerte a un niño que cayó en un pozo, cuya profundidad será sólo la mitad de éste...


Pocas palabras hay que añadir a la relación que tan sencillamente   —380→   hizo el gendarme que salvó del inminente peligro al niño. El Sr. Albino Lizardi escribió: que el niño permaneció en el pozo cerca de media hora (tiempo calculado lo menos posible), esto es, todo el tiempo necesario para que los vecinos se apercibieran, llamaran y acudieran gendarmes, buscaran reatas, bajara el gendarme y sacara al niño. La operación de sacar al niño produjo algunas ligeras roturas en la piel del gendarme por la estrechez del pozo; mientras que el niño aparecía tan sumamente entumecido por lo frío del agua, pero sin herida, dislocación, contusión, ni raspadura alguna, y el resultado del vomitivo indicó que no había tragado agua. La Sra. Emiliana Santelices añadió que: «en su presencia los dos médicos registraron minuciosamente al niño, y no habiéndole encontrado lesión alguna le recetaron una friega de cantáridas, y un vomitivo que apenas operó; que a poco el niño estaba inquieto en la cama, y que luego menos de tres horas después de haber salido del pozo, empujaba los abrigos, se sentaba desperezándose, y concluyendo por bajar de la cama e irse a entretener con otros niños».

Este Proceso, como se dijo, acabó de sustanciarse el 4 de octubre del propio año de 1892. Pero, antes de este tiempo, poco después de ocurrido el suceso, el Sr. Albino Lizardi presentó al Sr. Arzobispo un Expediente, en que hecha la relación del caso, pedía la declaración del milagro. El Arzobispo entregó el Expediente al examen de dos Teólogos, D. Manuel Solé y D. Francisco Labastida, y después de un atento examen, como la gravedad del caso lo exigía, los dos, por escrito cada uno de por sí, dieron su dictamen en que certificaban que constaba de la realidad del Milagro en el caso expuesto.

Sin embargo, el Promotor Fiscal, más bien por falta de pormenores en la forma, que por falta de verdad en la sustancia, no se conformó con el Expediente, y pidió se hiciese un Proceso, formando un Interrogatorio muy completo. Con fecha 30 de septiembre de 1892 el señor Arzobispo mandó al señor cura de Pachuca que sustanciase el Proceso como lo pedía el Promotor Fiscal. Así lo efectuó y habiéndolo acabado a fines de octubre, lo remitió al señor Arzobispo.

9.º De unas cartas recibidas de Puebla de los Ángeles, y de lo   —381→   que escribió el Amigo de la Verdad en sus números de 25 de febrero y 24 de marzo de 1893, tomamos lo siguiente:

En Puebla de los Ángeles, un artista, hábil por cierto, cuyo nombre es Domingo Quintero Mármol, desde altos había abandonado toda práctica de Religión, hasta dejar sin bautismo a los hijos que tuvo. Junto con la ceguedad del alma, le sobrevino a principios de 1892 la ceguera del cuerpo, pues sintió espesarse triste sombra que quitaba a sus ojos la luz y la vida a su corazón. Enmedio de tantos males de alma y de cuerpo, había sin embargo conservado incólume en el fondo de su alma el amor a la Virgen María; y aun por eso jamás quiso pertenecer al protestantismo que hace profesión de desconocer a la Madre de Dios con cierto odio o desprecio tan irracional como salvaje. Un día, y fue precisamente el 12 de diciembre de 1892, el pobre ciego pidió que le condujeran a la Catedral, en la Capilla que en este Templo tiene la Guadalupana, y allí postrado de rodillas ante la Santa Imagen pidiole luz para sus ojos, y luz también para su alma. Oigamos ahora cómo él mismo refiere lo que aconteció: «Cuando llevado por mi familia ante la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sentí a mis pequeñuelos de rodillas y a todos orando por mí, noté en el corazón algo así como la presencia de un ser inefable; y en el interior formulé esta súplica: ¡Madre mía! tú sabes que siempre te amé, que no te he olvidado. Ven en mi auxilio, dulce Madre, que tu hijo sufre tanto, tanto! Y desde luego comenzaron mis ojos a ver la luz, y cayeron las vendas de mi entendimiento, y sentí también que sanaba mi corazón». Trocado como otro Saulo volvió al seno de su familia, hizo bautizar luego a sus hijos, y vive agradecido a su celestial Bienhechora.


Una carta con fecha: «Septiembre 7 de 1895» confirma los datos referidos; pues la persona encargada fue a hablar al mismo Quintero, el cual le añadió «que el 9 de abril de 1893 le dio una pulmonía, de que también lo libró la Guadalupana, si bien no precisamente por un milagro; que a causa de la pulmonía quedó otra vez ciego; pero que está de nuevo recobrando la vista. La manera con que este hombre habla, verdaderamente edifica, teniendo en cuenta lo que antes era».

  —382→  

10.º Pongo aquí la carta que el P. José Barroso me escribió desde el Colegio Católico del Corazón de Jesús en Puebla de los Ángeles, acerca de «Una curación milagrosa obrada por intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe» en el mes de marzo de este año de 1895, en Murcia, España.

Puebla de los Ángeles. Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús. Febrero 8 de 1895. Una curación milagrosa obrada por intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe. Mediando el mes de marzo del año que corre, 1895, atacó una grave enfermedad al hermano Coadjutor Francisco Bereciartua residente en el Colegio de San Jerónimo de la Compañía de Jesús (Murcia). Tal fue la gravedad del mal que en pocos días le dejó exhausto de fuerzas y tan al cabo, que hubo necesidad de acudirle con los últimos sacramentos. Según opinión del facultativo, la enfermedad, que era del corazón, pero que no recuerdo su nombre, era de tal género que difícilmente escaparía, toda vez que otros enfermos atacados de ella, por experiencia había visto que sucumbían.

Entretanto, ya viaticado el enfermo, se esperaba por momentos su partida; los padres y hermanos de casa veían que en efecto ya tocaba a su fin. Entonces me ocurrió la idea de hacer una Novena a la Santísima Virgen de Guadalupe, por la salud del hermano siempre que en ello fuese servida la Divina Voluntad. Voy, pues, al P. Rector, expóngole mis deseos, dígole cómo espero que la Santísima Virgen de Guadalupe accederá a nuestras súplicas y que me permitiese hacer dicha Novena. El padre me oyó con agrado; pero atendida la gravedad del mal, pareciole más conveniente que hiciese un Triduo, pues no esperaba que pudiera vivir los nueve días que se empleasen en la Novena. Me dirijo enseguida a visitar al enfermo, manifiéstole el objeto de mi visita, y le animo a confiar en la Santísima Virgen de Guadalupe; pero a esto me repuso el enfermo: «Padre, mejor será, que hagamos el Triduo para que Dios me dé una buena muerte». No, todavía hay esperanzas, la Virgen todo lo puede, tenga vd. fe en ella y saldremos bien». Alentado el enfermo se encomendó a la Virgen del Tepeyac rezándole una corta jaculatoria que el hermano enfermero tenía que sugerirle por el estado de gravedad en que se encontraba.

Durante el Triduo púsosele sobre el pecho una estampita de la misma Santísima Señora y aún no se había concluido aquél y ya   —383→   el mal iba cediendo notablemente, por lo cual terminado el Triduo pasamos a la Novena al fin de la cual vimos al hermano fuera de todo peligro.

Esto pasaba a mediados de marzo, y en abril, al salir de San Jerónimo el que esto escribe (que presenció todo lo dicho anteriormente), el hermano Bereciartua estaba tan repuesto que pudo ir a acompañarle a la Estación del Ferrocarril bastante lejos del Colegio.

Todos los padres y hermanos de casa y el mismo doliente atribuyen a la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe tan pronta curación que sólo por milagro debió de efectuarse.

El R. P. provincial de Toledo por carta suya atribuye de igual modo a la Virgen Santísima de América la salud completa del hermano Bereciartua y hace de ella un cumplido elogio.

Sirva, pues, el presente hecho para avivar más nuestra Fe, y para que en todas nuestras aflicciones y amarguras nos volvamos hacia el Tepeyac, de donde descenderán sobre nosotros raudales de bienes, si con fe y confianza invocamos a Aquella que prometió oír siempre nuestras oraciones y plegarias.

Sea pues todo para gloria de su Divino Hijo.


P. José Barroso, S. J.- A. M. D. G.                


11.º El Tiempo. México, diciembre 12 de 1895.- «La Virgen de Guadalupe en su Coronación». Uno de los once Sacerdotes que vinieron de San Luis Missouri a las fiestas de la Coronación, nos escribe lo siguiente:

En mi viaje de regreso tuve que esperar en Kansas City. Allí me encontré en un periódico con la noticia de la muerte de mi hermana. Había muerto de apoplejía celebra el día 13 de octubre. Mi padre no me había mandado ningún mensaje para no quitarme el gusto del viaje. La difunta pertenecía a la Congregación de la Preciosa Sangre; y había pasado 27 años enseñando en Europa y en los Estados Unidos.

Antes de partir yo para México, me había escrito que era tal su enfermedad de cabeza, que sólo por milagro podría aliviarse. Me pedía que la recomendase a Nuestra Señora de Guadalupe. Así lo hice; y ¡cosa particular! El día 12, a eso del mediodía, a la hora misma   —384→   de la Coronación, recobró el sentido y pudo recibir los últimos Sacramentos. Luego volvió a perder el conocimiento; y permaneció en ese estado hasta la muerte. Es ciertamente coincidencia notable.

Y una gracia, añadimos nosotros, y un beneficio singular de la Madre de Dios, que quiso de esta manera tan notable premiar la devoción así de la religiosa enferma como del sacerdote peregrina. Para ponderar la devoción de éste, bastará decir que es el autor de la obra Fasti Mariani, especie de Calendario en que se anotan en cada día del año las fiestas y advocaciones de la Santísima Virgen celebradas en algún punto de la Iglesia Católica, con las noticias históricas y litúrgicas correspondientes.

Últimamente hemos visto anunciada esa piadosísima obra en los catálogos de la Librería Religiosa de los hermanos Herrero de esta ciudad.


12.º Del mismo periódico, en su núm. de 19 de diciembre de 1896, copiamos este otro beneficio de Nuestra Patrona.

Santa María de Cuetzalán, diciembre 6 de 1896.

Distinguido señor mío:

Con esta fecha marcho a Puebla a presentarme ante mi legítimo Superior, y pedirle su licencia y bendición para ir a México con el único objeto de humillarme ante el retrato divino de la Virgen de Guadalupe y darle las gracias por el favor que me ha dispensado, sin merecerlo yo, en mi gravísima enfermedad, esa perla de los cielos y de la tierra.

Bueno es describir aunque sea en brevísimos conceptos lo que me acaeció.

Hace doce días que enfermé de fiebre hasta al extremo que el señor cura de Huehuetlán vino a darme los últimos Sacramentos; pero a mis benditos feligreses se les ocurrió la idea feliz de rezar una Novena a la Virgen de Guadalupe en la misma habitación donde estaba yo enfermo, poniendo para el efecto una imagen de María de Guadalupe.

Comenzó la Novena sin darme cuenta de lo que hacían; mas al instante no sé explicarme lo que sucedió en mí, que alzando la cabeza   —385→   vi lo que hacían, y me dijeron que pedían por mi salud; les repliqué guiado de no sé qué cosa misteriosa, que continuaran pidiendo con fervor, que esperaba de la caridad de la Virgen que al tercer día de la novena, me daría la salud; y he aquí, que al tercer día me levanté, y ya me encuentro sano como antes. Gracias, dulce Madre, que siempre quiero ser vuestro esclavo.

Y que no se diga que esto sea invención, pues están de testigos mis feligreses del pueblo de Pilcaya, donde enfermé en la última visita que les hice en cumplimiento de mis deberes, y se encuentran dispuestos a confirmar públicamente todo lo que antecede.

Sin otro particular disponga de su más atento S. S. y afectísimo capellán q. b. s. m.- El párroco de Santa María Cuetzalán, Diego Carrasco Rueda.


El Tiempo, 15 diciembre de 1896.                





III

Hay que responder brevemente a unas pretensiones que tomadas en sí, y objetivamente hablando, son en realidad de verdad impías, blasfemas y estrictamente farisaicas. Por lo visto, aquí no se trata de la buena fe, ignorancia o inadvertencia de los que discurren del modo que vamos a exponer; tratase tan sólo de lo que dicen los que así discurren; no se trata de personas, sino de proposiciones consideradas tal como suenan. Hechas estas salvedades, he aquí lo que hace tiempo se ha repetido y sigue repitiéndose:

¡Milagros de Guadalupe! ¡Milagros de Guadalupe! ¿A cuántos muertos hemos visto resucitar? ¿A cuántos ciegos recobrar la vista? ¿A cuántos mudos hablar? ¿A cuántos amputados de pies o manos recibir sus miembros perdidos?... Y de no haber, así dicen ellos, ningún milagro cierto, indudable, imponente como los mencionados, concluyen que no hubo Aparición en el Tepeyac.

¡Y, pásmese mi lector, esto mismo, el año pasado de 1894, decía, repetía e imprimía en París un tal Félix Lacaze! ¿Contra las Apariciones de Guadalupe? No, sino contra las Apariciones de la Inmaculada de Lourdes. ¡Válgame Dios y la Virgen! dirá el lector: ¿cómo?; y los prodigios y milagros continuos, de los que puede decirse que in omnem terram exivit sonus eorum a todas partes de la   —386→   tierra llegó su noticia, no demuestran las Apariciones de la Virgen a Bernardita? Pues no por cierto, dice Lacaze. Pero ¿y por qué? Porque, responde, «nunca jamás en Lourdes una mano o una pierna, un pie o un brazo que fueron cortados, han sido repuestos (a la letra, rebrotados, han retoñado repoussé); nunca jamás, un mudo de nacimiento ha hablado; ni un ciego a nativitate ha visto. «Il ne saurait être trop redit que jamais à Lourdes, non seulement un membre manquant n'a repoussé, mais que pour la même raison jamais non plus un muet de naissance n'a parlé, ni un aveugle né n'a vu» (pág. 207). Y no piense el lector que este infeliz Lacaze sea un Racionalista o un librepensador, o un protestante: nada de eso; Félix Lacaze protesta que es católico y católico convencido desde hace treinta años («dans ma sincère et catholique foi de convaiçu de plus de trente ans», pág. 377); y dedica su obra a León XIII para que remedie este mal, a saber, la persuasión de la verdad de las Apariciones de Lourdes.

Pues a mediados de marzo del pasado año de 1894, dio a luz un opúsculo: Pour le vrai. A Lourdes avec Zola. Par Felix Lacaze. Dedicace à Sa Sainteté Le Pape Léon XIII, Paris, E. Dentu, Editeur, 1894. Y la Suprema Inquisición Romana que meses antes había condenado la excecrable Novela (Roman) de la Bestia humana que responde al nombre de Emilio Zola, con Decreto de 12 de julio de este año de 1895 condenó y prohibió el opúsculo de Félix Lacaze, que a decir verdad, nada tiene que ver con el satánico cinismo, impiedad y blasfemias del primero; siempre, empero, merecedor de que se condenara su obra, no menos dañosa y mala que la primera.

Vamos ahora a refutar, si es que lo necesitan, las pretensiones mencionadas.

Los que discurren de la manera que acabamos de referir, desconocen por completo las diversas especies de milagros, según se demuestra en Filosofía y Teología, y la Congregación de Ritos enseña. (De Beatif. et Canoniz., Lib. IV, Part. 2, caps. 1-5).

No siendo éste el lugar de tratar por extenso esta materia, nos contentamos con referir la doctrina de Santo Tomás de Aquino en sus Cuestiones Disputadas. (Quaestiones Disputatae. De Potentia. Quaestio VI, a. 2.)

Llámanse propiamente milagros aquellos efectos que por sola virtud divina son producidos en objetos en que o hay disposición, a   —387→   saber, propiedad a producir el efecto contrario, o bien hay un modo contrario de producirlo. «Illa quae sola virtute divina fiunt in rebus illis in quibus est naturalis ordo ad contrarium effectum, vel ad contrarium, modum faciendi, dicuntur proprie miracula».

De aquí la división de milagros en varias especies: haremos mención de la división más conocida.

Contra las leyes de la naturaleza hay milagros, cuando en el objeto permanece la disposición contraria al efecto que Dios produce, así como Dios conservó ilesos a los tres nidos en el horno de Babilonia, aunque el fuego conservara su virtud y propiedad de quemar. El inspirado Escritor del Sagrado Libro de la Sabiduría, hablando de este milagro, personifica, por decirlo así, el fuego, cuando dijo: y el fuego abrasador se olvidó de su actividad, porque ¡oh Señor! Toda criatura sirve y obedece a Ti que eres su Criador «Ignis ardens suae virtutis oblitus est: creatura enim tibi Factori deserviens...» (Cap. XVI, 23-24).

Sobre las leyes de la naturaleza hay milagros por cuanto la naturaleza de ningún modo puede producir aquel efecto que Dios produce, como es causar la vida en un cadáver.

En fin «llámase milagro preternatural, cuando Dios de por sí e inmediatamente produce un efecto de tal modo, que según el orden físico o las leyes propias de la naturaleza nunca pudiera producirse de la misma manera: como cuando un enfermo, a la invocación de un Santo, luego queda sano y libre de toda enfermedad; mientras la naturaleza pudiera curarlo no ya instantánea, sino paulatinamente, y en otro tiempo, pero no en éste. «Sicut cum statim ad invocationem alicuius Sancti aliquis curatos, quem natura non statim sed successive, et in alio tempore et non in isto curare posset».

De donde concluye el Santo Doctor que «todos estos efectos, sea que se considere el hecho en sí, sea que se considere el modo con que fueron producidos, exceden el poder y virtud de la naturaleza; y se llaman milagros».

Véase lo que los Teólogos referidos por Benedicto XIV, enseñan sobre los milagros y sus grados. (Lib. IV, P. 1, Cap. I. De miraculis et miraculorum gradibus, Núms. 1-12).

A la verdad, los médicos más insignes juzgan superior a todo humano poder el pasar bruscamente del estado de agonía al estado de perfecta salud; de una total postración y agotamiento de fuerzas   —388→   al pleno goce del estado fisiológico, como aconteció a la enferma que invocó a la Virgen de Guadalupe; lo que, después de haber examinado el Proceso, hizo exclamar al célebre Dr. Carmona: «esto es extraordinario, esto no es natural, esto es físicamente imposible... ¿Por qué no he de concluir? Esto es un milagro». Véase la relación de este milagro en las págs. 99-105 de este Libro.

Y por responder más directamente a Félix Lacaze, su mismo Dr. Charcot con otros tres declaró incurable a un enfermo, ciego por atrofia de las pupilas. Y este mismo ciego fue a la Fuente de Lourdes, se lavó y vio. Otro ejemplo y no más: La joven que el mismo Zola en agosto de 1892 vio en el vagón con la horrible llaga, llamada lupus, que le había corroído la nariz y la boca, a la primera inmersión en la fuente milagrosa quedó instantáneamente tan sana, que Zola vio «la monstruosa figura convertida en una joven, como él escribía, idealmente bella».

¿Cómo Félix Lacaze explica éstos y los otros catorce casos parecidos que refiere Laserre «que es el solo Historiador serio de Lourdes», como él afirma? (Pág. 217).

Responde: todos estos efectos «son debidos a la confianza que puede curar, (confiance qui peut guerir) a la credulidad, (credibilité) a la fe que cura, (foi qui guerit) a la fe que sana, (faith healing) como a menudo lo repetía Charcot: el cual consideró siempre Lourdes como un eficaz medio curativo para algunos, medio poderoso, maravilloso; pero natural, y explicable humana y científicamente». (Pág. 172).

¡Pero hombre! ¡esto no es discurrir seriamente! es confundir la condición con la causa. No puede negarse que el Salvador, por ejemplo, antes de obrar un milagro, excitaba a la fe y a la confianza. Pero ¿fe en qué? ¿confianza en quién? Fe en su omnipotencia que podría librarles, confianza en su bondad que de hecho les libraría. Y esta fe y esta confianza no eran más que disposiciones que el Salvador exigía para que, junto con la salud del cuerpo recibiesen también la del alma. Y lo más que pudiera concederse, esta fe y esta confianza serían condiciones o causa moral y meritoria, pero nunca jamás causa propia y eficiente del milagro que Él solo, Dios y Hombre verdadero, obraba por su propia virtud y autoridad.

Pero el infeliz Lacaze no habla de esta fe ni de esta confianza como netos sobrenaturales hechos con el auxilio de la gracia; habla   —389→   de aquella loca persuasión que según él, debe esforzarse en tener el que desea verse libre del mal que padece. Este es el caso de repetir: «Soñaba el ciego que veía y soñaba lo que quería». Omitimos por obvias las razones con que se demuestra, si es que necesita demostración, la falsedad de estos dislates.

De lo dicho se concluye lo que arriba se dijo: exigir para la verdad de las Apariciones que haya éstos y no otros milagros, como pretende Lacaze, es pretensión impía, blasfema y estrictamente farisaica. Pues, ¿qué otra cosa decían los Escribas y Fariseos, los Ancianos del Pueblo y Príncipes de Sacerdotes al Salvador en la cruz? Los Evangelistas nos dicen: «Blasfemaban diciendo: si eres hijo de Dios, desciende de la cruz. Si es el Rey de Israel, si es el Mesías (Christus) descienda ahora mismo de la cruz para que lo veamos y creamos». (Matth. 27-40. Marc. 15-32).

Lacaze, dice: Para probar que hubo Apariciones en Lourdes, se necesita una manifestación divina, se necesitan milagros: «nous réclamons pour les miracles». (Pág. 206).

Se responde: se concede la necesidad de la manifestación divina, a saber, que Dios de un modo indudable nos atestigüe, por decirlo así, el hecho sobrenatural de las Apariciones. Pero Dios en su infinita sabiduría tiene muchas maneras de manifestarse, sin embargo, se concede que comúnmente se manifiesta por medio de los milagros. Pero de ahí no se sigue que deba haber in individuo estos determinados y especificados milagros. Luego la pretensión de Lacaze, sobre ilógica, es... farisaica.

Y por lo que toca a nuestra Patrona Nacional, obligándonos la Santa Sede a repetir en el antiguo y nuevo Oficio que la Virgen de Guadalupe es celebrada por multitud de milagros: «ingenti colitur miraculorum frequentia», no nos queda más que dar gracias al Señor por habernos concedido este grandísimo beneficio, de que por las Apariciones de su Virgen Madre en el Tepeyac nos vemos puestos, como lo repetimos en el Oficio, bajo su protección particular.