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ArribaAbajo Capítulo IV

Finge don José de Antequera quiere dejar el gobierno por obedecer la orden del señor Virrey, dispone le exhorte el Cabildo secular a que prosiga, y para mantenerse gobernando se vale de varios artificios. Publica falsamente que los guaraníes que doctrina la Compañía de Jesús intentaban con fuerza de armas reponer a don Diego de los Reyes en su empleo, y sale con ejército formado a hacerles resistencia.


1. Aunque viese don Diego de los Reyes que el respeto de los despachos del señor Virrey, en que traía puesta su confianza, había sido poco poderoso para reducir a Antequera a la razón, no por eso desistió de la pretensión de reponerse en el Gobierno, ni perdió las esperanzas de conseguirlo con algunas diligencias. Por tanto, desde el retiro de las misiones repitió la carta a sus amigos y las copias de sus instrumentos a Antequera, quien de todo se burlaba, sin hacer otro caso que dar la frívola respuesta de que despachase el original, sin decirle que él mismo pasase a presentarle y que le entregaba el bastón. Con la respuesta de que remitiese el original paliaba su torcida intención entre sus secuaces, a quienes dejaba muy convencidos de que obraba muy conforme a justicia, porque asentimos fácilmente a lo que gustamos y miramos conforme a nuestros designios; pero a la verdad todo era traza fraudulenta para suprimir dicho despacho, y obligar a Reyes a hacer otro propio a Lima, distante mil leguas del Paraguay; con que lograría otro año más de seguridad, entreteniendo el tiempo con estas largas, para atender a sus intereses con la mano absoluta de gobernador.

2. Ya que no pudo haber a las manos el dicho original, todo su estudio era no darse por notificado y procurar no llegase otra alguna copia auténtica a mano de otro, para lo cual se valió del arbitrio de cerrar totalmente el comercio, sin permitir pasase persona, papel o carta alguna sin su registro. ¡Estupenda inconsecuencia de las operaciones de Antequera!   —47→   Este mismo modo de prohibir o dificultar el comercio le acriminó él contra Reyes en la pesquisa como delito gravísimo, y ahora él mismo le comete sin ningún rubor por no verse forzado a obedecer a los Tribunales Superiores. ¡Oh, cómo ciega la ambición cuando de una vez se llega a apoderar del ánimo!

3. Por este camino, pues, era sólo Antequera quien sabía en el Paraguay cuanto se obraba a favor de Reyes, porque sus espías o agentes, esparcidos por todas partes, se lo avisaban menudamente; suprimíalo sin fiarlo de sus más allegados, y si sentía el más leve rumor de saberse algo favorable a Reyes, se empeñaba a invertirlo con gran destreza, trovándolo a su antojo contra él mismo. ¿Quién contará las ficciones que se inventaban, los correos y cartas falsas que se fingían, los embustes que se publicaban, y el artificio con que todo eso lo hacía creer a aquellos pobres hombres de su partido? Representaba casi a un mismo tiempo papeles muy diferentes con extraña propiedad y viveza, ya revistiéndose de alegría y pidiendo a los suyos albricias muy placentero por las noticias favorables que decía haberle llegado, ya mostrando en el semblante un ánimo poseído todo de compasión melancólica, que desahogaba con hipocresía en lamentos, por las miserias a que fingía verse reducido su émulo Reyes.

4. Con estas trazas eran pocos los que no creían estaba tan bien zanjado el partido de Antequera, como perdida la parte de Reyes; pero como la sagacidad de Antequera penetraba que esta su tramoya no podía durar mucho tiempo sin que se descubriese el artificio y descubierto se desvaneciese, se ingenió en discurrir otra, que si le saliese bien, dejase a los paraguayos empeñados en mantenerle a él en el Gobierno. Fue tomando de nuevo el pulso a los ánimos de sus más confidentes con todo secreto, y hallolos siempre muy constantes en la aversión a Reyes, y en la afición a su persona. Declaroles entonces, como por nuevas cartas de sus amigos estaba certificado, de que los despachos de Reyes eran verdaderamente dimanados del señor Virrey; pero les añadió que no se desanimasen porque todavía quedaba lugar a la súplica, pues aún de las cédulas reales (decía) tiene dispuesto Su Majestad se le suplique una, dos y tres veces (cuanto más de los despachos de un virrey) cuando su ejecución tiene notorios inconvenientes, cuales reconocían ellos mismos en la reposición de Reyes; que por tanto, para justificarse en   —48→   público él se mostraría resuelto en fuerza de sola esta noticia a hacer voluntaria dejación del bastón; pero que ellos la contradijesen, alegando los motivos eficaces que tenían que representar al señor Virrey, para mover su ánimo a revocar su disposición primera, y al mismo tiempo le exhortasen a proseguir en el Gobierno hasta nueva orden de Su Excelencia, por convenir así al servicio de Su Majestad y bien público de la provincia; con que evitarían la nota de inobedientes, y él tendría más lugar de favorecerles. Todos sus aliados consintieron gustosos en este arbitrio, y lo representaron muy al vivo, yendo poco a poco por estos pasos disponiendo a la rebelión, en que al fin se despeñaron, porque nunca se llega de repente a lo sumo del mal, sino que por ciertos grados se va arraigando la mala costumbre y perdiendo el miedo natural la culpa hasta prorrumpir al cabo en exorbitantes excesos.

5. Convocó, pues, Antequera a los individuos del Cabildo en la sala del Ayuntamiento, en que entró cada uno extrañando con ademanes la novedad de aquella Junta, como si totalmente se hallase ignorante de su fin. Apareció Antequera con semblante sereno, porque no fatigaba su cuidado el recelo de salir perdidoso e hizo leer al escribano una copia de la provisión del Virrey; después de leída, se ofreció pronto a dejar el bastón y entregárselo a Reyes, si no es que reconociesen inconveniente, sobre que, con bien premeditada elocuencia, les hizo un razonamiento, exhortándoles a que cada uno significase con toda libertad su parecer, sin dejarse arrastrar de respetos particulares, sino atendiendo únicamente al bien público como padres de la patria.

6. Sus aliados, que eran los más de los regidores y los alcaldes, respondieron uno ore, que por ningún modo convenía recibir a Reyes, sino suplicar al señor Virrey nombrase nuevo gobernador, y que en el ínterin prosiguiese el señor don José de Antequera, exhortándole a que no desistiese del gobierno, que dignamente obtenía y se le deseaban perpetuo. Él entonces agradeció esta lisonja, fingiendo ser forzado de la necesidad y se rindió a su voluntad, ofreciéndose a no abandonar aquella ciudad y provincia suya muy amada, para cuyo alivio y consuelo reconocía en el afecto que la profesaba, haberle destinado la Divina Providencia. Así se disolvió aquella Junta con universal aplauso, de que Antequera concibió esperanzas muy seguras de perpetuarse en el gobierno, que en siendo aplaudidos los sectarios, aumentan el vigor de sus designios.

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7. Sin embargo, no supo Antequera disimular por largo tiempo la ficción, porque como dos capitulares, que fueron don Dionisio de Otazu, alférez real, y don Juan Caballero de Añasco, regidor propietario, hubiesen sido en el Cabildo de dictamen que se obedeciese y ejecutase la provisión del Virrey, admitiendo a Reyes, les cobró grande ojeriza desde aquel día y les persiguió con tesón hasta privarlos de los oficios; por cuya razón el regidor Caballero se acomodó después a su opinión en lo exterior, aunque haciendo secretamente reclamación jurídica, ante el juez eclesiástico, de ser violentado por no exponerse a las extorsiones que veía padecer a los que no seguían su errado dictamen.

8. En medio de la alegría que por la precedente resolución afectaba todo el partido antequerista, al principal promotor de él, don José de Ávalos, que a la verdad era sujeto de rara comprehensión, le empezaron a desagradar tantas máquinas y en esta ocasión se dejó decir hablando de Antequera: Este hombre se va despeñando y no sé en qué ha de parar su proceder. Menos se sabe en qué paró el del mismo Ávalos en la otra vida, sorprendido de muerte improvisa en medio de sus ideas, como presto diremos; y le hubiera sido mejor valerse con tiempo de este conocimiento para apuntarse de estos extravíos, y dejar el séquito de un hombre que conocía ir despeñado; pero quien se entrega sin reparo a la venganza, con dificultad cede del empeño, aunque se pierda. Ignoro si llegaría a noticia de Antequera el dicho de Ávalos, y no se me hace increíble que lo supiese, porque donde tanto reinaba el desorden, vivían muy válidos los chismes; pero si lo supo, disimuló, porque no le estaba bien perder tan autorizado amigo en los principios de su nueva idea.

9. Alegre Antequera de ver empeñados nuevamente en su manutención a los más de los regidores, hizo extrañas diligencias para conseguir el mayor número de informes que pudiese contra su émulo; que es traza muy antigua en los gobernadores de Indias valerse de estos instrumentos para oprimir los inocentes. Obligó en la Asunción a muchos a que firmasen los que él forjaba, y lo mismo dispuso hiciesen sus parciales en la Villarica del Espíritu Santo, llenando mucho papel de diferentes calumnias para probar los grandes inconvenientes de que Reyes fuese restituido al gobierno; y porque algunos escandalizados de esta enorme maldad se excusaron con cristiana constancia de poner su firma, luego   —50→   los publicaban por parciales de Reyes, enemigos de la patria y traidores al rey, y eran llevados a la cárcel, donde a cada dos presos metían en un par de grillos, sin permitirles comunicación alguna, dándoles la comida con bastante escasez por una ventanilla.

10. Ni fue sólo Reyes contra quien esgrimió Antequera la cortante espada de su calumniosa pluma, sino también participó gran parte de sus iras nuestra Compañía, contra la cual tenía atesorada en su pecho extraña rabia, por estar refugiado Reyes en las doctrinas o misiones de nuestro cargo, y vomitó toda la ponzoña en los autos que ya iban maquinando. Y aún no se contentó de escudarse con la autoridad del Cabildo secular, sino que tramó cómo envolver en el mismo empeño al Cabildo eclesiástico, valiéndose de su íntimo y cordial amigo el canónigo ya nombrado, a quien tenía rendido a su gusto para cualquier máquina.

11. Éste, pues, presentó petición a Antequera en nombre del venerable Deán y Cabildo, alegando los graves temores que había y malas consecuencias que resultarían de que volviese Reyes al gobierno con despachos del señor Virrey Arzobispo, de quien, o fingiendo o soñando, decía ser ya difunto; y concluía que en todo caso se suspendiese cualquier ejecución favorable a Reyes, firmando solamente el mismo canónigo y el deán don Sebastián de Vargas Machuca, que había años estaba dementado, bien que se callaba este defecto, como era necesario, por no desautorizar la petición en los Tribunales Superiores, donde había de comparecer. A la misma dispuso de nuevo acompañase otra del Cabildo secular sobre el mismo asunto, en que sin rebozo se atrevían a afirmar que el despacho de Reyes era o fingido o subrepticio.

12. Mucho escudo para su defensa le parecían a Antequera estos instrumentos, y recibía de eso mucho placer; pero no se podía sacar del corazón una espina que traía clavada, de que quizá intentaría Reyes introducirse por fuerza de armas al Gobierno, levantando gente en las doctrinas de los jesuitas. Éstos, que en él eran recelos de su mala conciencia, comunicados con sus amigos, le obligaron por consejo de ellos a poner espías que observasen los movimientos más mínimos de los indios guaraníes de dichas doctrinas, por hallar pretexto de sacarlos verdaderos y de invadir aquellos pueblos, si fuese necesario, o a lo menos tener reparo en la milicia aprontada con esta ocasión para oponerse a cualquier   —51→   designio de su émulo. Discurrían los espías por todos los campos cercanos a las misiones, y cada día iban y venían con mil mentirosas novedades que su miedo y recelos fácilmente le hacían creer, aunque al cabo se desvanecían; una, empero, se le pintó tan vivamente que mostró darle entero crédito y fue de esta manera.

13. Para atajar el comercio tenía Antequera puesta guardia de soldados con su cabo junto al río Tebicuary, que se ha de pasar forzosamente para ir por tierra al Paraguay desde estas provincias; dista de aquel paso doce leguas el pueblo de San Ignacio Guazú, donde era actualmente cura el padre José de Tejedas, de quien se fingió se había propasado a persuadir a los soldados de dicha guardia recibiesen por gobernador a Reyes, porque de lo contrario tenían aprestados los jesuitas ocho mil indios de sus doctrinas, para obligarles a ellos y a todo el Paraguay por fuerza de armas al recibimiento. Era esto abrir los cimientos a la calumnia, en que siempre insistió después Antequera, de que los jesuitas habían movido por su autoridad las armas de los guaraníes contra la provincia del Paraguay, y obligádole a él a salir a la resistencia.

14. Esta noticia, aunque fingida por influjo de Antequera, alborotó sobremanera así a él como a toda su parcialidad, y luego dispuso un exhorto que presentó al Cabildo eclesiástico, para que remediase los desórdenes y desafueros del párroco jesuita; milagro fue se valiese de este medio, y que no enviase gente a prenderle quien se imaginaba con potestad para ahorcar clérigos y frailes, pero como sabía de cierto que todo era mentira, no se atrevió a dar tan ruidosa campanada, ni aun le fuera muy fácil. No obstante, sobrevino otra noticia, que en su opinión confirmó totalmente la verdad de la prevención de indios armados, y estribaba toda en la irrefragable autoridad de un desdichado mulato, que aunque se expresa su nombre, o no hubo tal individuo, o se les volvió invisible, pues por más diligencias que hizo Antequera, como consta de sus mismos autos, aun despachando a buscarle con comisión suya a un capitán, nunca le pudo encontrar ni pareció.

15. Éste, pues, autorizado testigo o invisible duende, que dijeron llamarse Patricio, viniendo de las misiones se decía haber referido al cabo de la guardia del Tebicuary, que los padres de la Compañía estaban aprestando en sus pueblos muchas milicias de indios, para auxiliar a Reyes en caso que   —52→   no le quisiesen admitir pacíficamente en la Asunción. Dábale a Antequera por carta esta noticia el mismo cabo de Tebicuary, Silverio Carvallo, y luego la hizo pública y alborotó todo el Paraguay, ponderando el peligro inminente y exhortando a la defensa de la Patria, de sus mujeres, de sus hijos y de sus haciendas, y al servicio del Rey contra un traidor infame y unos malos sacerdotes traidores a Dios y al Rey.

16. Ni don Diego de los Reyes, ni los jesuitas misioneros sabían cosa de lo que pasaba en el Paraguay, ni cuando llegó a su noticia pudieron persuadirse que don José de Antequera hiciese movimiento por unos levísimos rumores, sin haber dado de su parte algún fundamento. Hallábase a la sazón Reyes tan ajeno de estas bullas, que por aquellos mismos días había estado retirado haciendo los ejercicios espirituales de la Compañía, muy arreglado y sujeto a los consejos saludables de su director y padre espiritual, sin atreverse a cosa que no fuese muy justificada, no porque le faltasen bríos y resolución para emprender cualquier empeño, ni dejó de ofrecérsele tal cual no muy ajeno de razón y justicia; pero los padres le templaban este ardor con sus cuerdas razones, aconsejándole se valiese sólo de los tribunales, como puntualmente lo ejecutaba.

17. Este proceder pacífico de los jesuitas y de Reyes les aprovechó poco con quien los quería suponer revoltosos y tumultuantes; y dando por cierto que actualmente lo eran, proveyó luego un auto, mandando convocar seiscientos hombres para salir luego a hacerles oposición en el paso del río Tebicuary. En este auto brota las antiguas falsísimas calumnias que en más de un siglo han producido los vecinos del Paraguay contra las misiones de los jesuitas; y aunque éstas las han convencido por tales repetidas veces en los tribunales, Antequera las da en él por ciertas, sin más prueba que decir estaba bien informado de que lo eran. A la verdad para con los del Paraguay no necesitaba de otra probanza, pues con sólo el sobrescrito de ser cosa contra los indios doctrinados por la Compañía, le darían ciegamente crédito como si fuera evangelista. Por tanto, pues, decía que por temor de que no se reiterasen los desafueros de dichos indios era necesario salir armados a ocurrir a los daños que se podían seguir.

18. Alborotó con esta orden toda la jurisdicción y también la de la Villarica, de donde mandó saliese otra escuadra hacia el Tebicuary. Hubieron por esta liviandad de abandonar los vecinos de aquellos valles sus labranzas, dando ocasión   —53→   a la hambre que padecieron, y sus hijos y mujeres indefensas quedaron expuestos a evidente riesgo de perder la vida a manos de los infieles payaguás y guaycurús, que de continuo asaltan aquellas fronteras, haciendo sangrientos estragos. Ni la ciudad capital quedaba más defendida, pues de ella sacó la artillería, armas y municiones; que por todos estos riesgos atropellaba la pasión del intruso gobernador y sus parciales. Por fin se juntó por octubre de 1722 un campo de mil hombres con suficientes pertrechos y artillería, como si saliesen a conquistar enemigos de la Corona de España; pero ¿qué mucho, si en esa reputación los quería poner Antequera llamando a boca llena traidores los indios guaraníes y a sus misioneros jesuitas, por haber dado acogida a un traidor y reo fugitivo y favorecídole para volver al Gobierno? Amenazaba juntamente que había de combatir y asolar a todos los pueblos que le negasen la obediencia o se la diesen a Reyes, y si no puso por obra las amenazas fue quizá que el río Tebicuary con su extraordinaria creciente, cual jamás se había visto, le atajó los pasos e impidió sus designios.

19. Pero antes de pasar de aquí es digna de reflexión en este aparato militar una inconsecuencia de Antequera, que manifiesta no creía él mismo lo mismo que publicaba de los padres de la Compañía y de los indios; porque si diera asenso a la noticia de haber prontos ocho mil indios para la reposición de Reyes, no se contentara con oponerles sólo mil hombres para la resistencia, y aun si creyera a sus autos, llenos todos de fraudes y mentiras, sólo convocó seiscientos para ese efecto, como consta del testimonio de autos, que despachó sobre este lance al señor Virrey Arzobispo, desde fojas 126 hasta fojas 134, pero en la realidad fueron mil, como fue público y notorio. Mas ¿qué eran mil contra ocho mil diestros en el manejo de las armas, y hechos a jugarlas con gran valor en sitios formales contra enemigos europeos, y arrestados cuales son los portugueses de la Colonia del Sacramento, de la cual dos veces les han despojado a fuerza de armas? Y más siendo dichos indios, en boca de Antequera y de los vecinos del Paraguay, bárbaros, insolentes, feroces y crueles, sin cultivo, sin cristiandad y que cometen los más sangrientos estragos sin rastro de piedad en las ocasiones de guerra, ¿quién creerá que se habían de atrever mil soldados contra estos ocho mil?

20. Ni vale decir que los despreció Antequera confiado   —54→   en que sólo seiscientos o mil de los suyos aniquilarían no solamente a ocho mil guaraníes, sino a toda su nación. Eso era bueno cuando los indios peleaban con armas muy desiguales a las bocas de fuego, pero ahora nunca creyó Antequera que tal cosa pudiera suceder; y así cuando de veras se persuadió iban contra él sólo cuatro mil guaraníes por orden del virrey del Perú, como diremos, no se dio por seguro sino oponiéndoles superiores fuerzas y convocando toda la gente de tomar armas que tiene la dilatada y numerosa provincia del Paraguay. Con que el haber ahora salido con fuerzas tan inferiores fue indicio claro y manifiesto por donde se traslucía, que todo cuanto publicaba de levantamiento de los indios y fomento de los jesuitas era una mera ficción inventada de su capricho para hacer papelera y acumular nuevos delitos a su émulo.

21. Así sucedió, por su parte; porque alojando sus mil hombres en aquellas cercanías del Tebicuary, se detuvo un mes haciendo varios papelones con nombre de autos, cuando su gente poco acostumbrada a la disciplina militar, se ocupaba en hacer notables daños en las alquerías de aquel distrito, robando vacas, caballos y cuanto hallaban, sin respetar cosa alguna. Allí, pues, hizo un volumen crecido, en orden a probar que Reyes se había portado como gobernador en las doctrinas de los jesuitas, dando órdenes, despachando soldados, preocupando pasos, prendiendo algunas personas y armando gente para su defensa; y en fin probó cuanto quiso, porque todos le hablaban a su placer y hay no leves fundamentos para creer que se escribió aun lo que no se dijo.

22. Prosiguió después en otras declaraciones para culpar a los indios guaraníes de inobedientes a sus órdenes; y en una petición, que dictó él mismo a don Miguel Martínez del Monge, quien la presentó como fiscal en esta causa, vomitó todo el veneno de su odio contra ellos, suscitando cuantas calumnias ha fabricado contra estos miserables y sus doctrineros la emulación de los paraguayos, instando con grande acriminación a que fuesen despojados de las armas y éstas almacenadas en la Asunción, y castigados severamente por el delito de rebelión. Hizo la aparente diligencia de dar vista al protector de los indios, que era el sargento mayor Joaquín Ortiz de Zárate, uno de los más apasionados antequeristas, y enemigo de dichos indios para que los defendiese según su oficio. Donde el abogado es enemigo, ¿qué defensa puede esperar la inocencia? Y más cuando todo el partido   —55→   antequerista estaba empeñado en que de aquel tribunal saliesen condenados los miserables guaraníes. Fueron, pues, tales los descargos que dio el protector, que sus miserables clientes resultaron reos de complicación en los imaginarios alborotos y levantamiento; por lo cual concluyendo los autos, puso su decreto para que se remitiesen a Su Majestad, por lo que tocaba a dar providencia sobre el castigo de los guaraníes y de los indios del pueblo de Yaguarón, del cual era párroco el doctor don José Caballero Bazán, a quien tanto persiguió, como queda dicho, y sobre quien cargó también mucho la mano en dichos autos, porque su malevolencia contra los que no se acomodaban a sus dictámenes era de calidad que no perdía ocasión de infamarlos.

23. Hallábanse a la sazón curas de los cuatro pueblos cercanos al Tebicuary los padres Policarpo Dufo, José de Tejedas, Francisco de Robles y Antonio de Ribera, quienes previendo los efectos lastimosos que se seguirían de pasar Antequera con su campo a los dichos pueblos, convinieron en representárselos para moverle a desistir de aquel perjudicial tránsito, como lo hicieron por un papel que formó el padre Francisco de Robles, y firmaron todos cuatro en esta sustancia.

«Los padres de la Compañía de Jesús residentes en estas doctrinas que están a cargo de nuestra sagrada religión, ponemos en la consideración del señor doctor don José de Antequera y Castro, caballero del orden de Alcántara, protector fiscal, gobernador y capitán general de la provincia del Paraguay, etc.; que habiendo tenido noticia cierta de que V. S. viene en persona con ejército formado de más de mil hombres, gran parte fusileros, compañías de a caballo, cuatro piezas de campaña, etc., encaminándose todo este aparato militar a dichas doctrinas, de cuyas estancias está ya muy cerca; previendo, pues, los deservicios que ciertamente amenazan de todo este aparato a entrambas majestades divina y humana, por cumplir con la obligación de espirituales ministros de la una, y fieles vasallos de la otra, representamos a V. S. con la modestia que la Compañía acostumbra, y el muy debido respeto a la benemérita y muy autorizada persona de V. S. algunos de los inconvenientes que, de llevar adelante esta resolución, se han de seguir, sin que haya fuerzas ni maña para evitarlos.

24. »El primer inconveniente es la destrucción en gran parte (si no es in totum) de los ganados, que estos pueblos   —56→   tienen para el sustento de huérfanos, viudas y el común, que no tiene otra finca para su alimento, pues aún de ellas se provee de bueyes para sus labranzas. Y faltando dichas estancias, de que hasta ahora se han mantenido, no sólo padecerán la penuria del alimento de carne, sino también de las demás comidas, cuyo logro depende del beneficio de los bueyes de que se sirven para sus labranzas. Y es tal el genio, según que la experiencia nos ha mostrado, que faltándoles estos víveres en sus pueblos, se distraen y derraman por varias partes a buscar su comida (como es cosa natural), dejando los pueblos casi desiertos; con que se pierde la policía natural, con riesgo aun de la cristiana.

25. »Segundo inconveniente, que de pasar adelante dicho estrépito militar se ha de seguir, será los odios y rencores que entre indios y españoles resultarán. La razón es natural, porque todos tienen derecho natural a defender sus haciendas, que es lo que mantiene las vidas. Pues infaliblemente se seguirán muchas pérdidas de éstas de ambas partes: de los indios, por defender lo que es suyo (como todo derecho lo permite), y de la muchedumbre de soldados, por aprovecharse de lo ajeno; ya porque la necesidad obligará a unos, ya porque a otros se lo persuadirá el vicio y desahogo militar. ¿Y qué potencia habrá para poner freno a estos desórdenes, especialmente a gente no acostumbrada a la disciplina militar, y que por la mayor parte se compone de gente de pocas obligaciones, aunque haya muchos entre ellos de mayor esfera y más nobles respetos, como creemos los hay? Pero ¿quién podrá atar a todos las manos por muy cuerdo y experimentado capitán que sea el que los gobierna? Persuadirse lo contrario fuera una alegre especulación no reducible a la práctica.

26. »Tercero inconveniente, originado de los dos sobredichos, será la total ruina de estas misiones, introduciéndose en ellas no sin mucha sangre una guerra civil entre indios y españoles y en llegando a este lamentable punto, ¿qué fuerzas de los padres bastarán a sosegar la fiereza de los indios encarnizada una vez en los que tantas y tan repetidas extorsiones les han hecho; especialmente la que ahora tienen delante de los ojos, viendo a sus hermanos rotas las cabezas, a otros quebrados los brazos, a otros cruelmente azotados, y esto, como es notorio, sin haber dado el menor motivo los indios a los españoles para semejante exorbitancia? Y esto es cosa tan fresca que aún no han pasado quince días   —57→   después que sucedió, y actualmente están en cura los dichos estropeados. Pues si una vez llegan a las manos, ¿qué se puede esperar de unos y de otros, sino muertes y destrucciones recíprocas, gravísimos daños en las haciendas y aun vidas de los de la ciudad de la Asunción? Porque una vez que estos pueblos se alcen, no hay fuerzas en el brazo español para apaciguarlos y reducirlos a la amistad antigua, de que se vale dicha ciudad contra el enemigo guaycurú. Porque si de pocos que son los de esta nación, tan maltratada se llora, ¿qué será, añadiendo tantos enemigos como se le recrecerán, si una vez pierden éstos el respeto y se alzan hostigados con las hostilidades prudentemente temidas? Dirán también que la obediencia al Evangelio y a sus ministros les pone en los riesgos, sin tener autoridad para sacarles de ellos, y apellidarán libertad, que es por lo que más anhelan los miserables, viéndose maltratados por obedecer a los padres, por cuyo respeto tantas calumnias y tantos trabajos han sufrido de los españoles, como es notorio en los Tribunales mayores.

27. »El cuarto inconveniente que de esto se sigue es aún de consecuencia más perjudicial. Bien saben todos que la nación guaraní, que por disposición de Su Majestad está en estas doctrinas a cargo de la Compañía de Jesús, es principalísimo presidio, que tiene Su Majestad para defensa del Puerto de Buenos Aires, y por consiguiente de las demás provincias que suben hasta el Perú; por cuya razón, y con orden de Su Majestad siempre que se ha ofrecido ocasión de guerra, ya defensiva, como sucedió el año de 1698, que fueron cuatro mil soldados a su costa a defender dicho puerto contra la temida invasión del francés, en que hicieron su deber muy a satisfacción de su gobernador el señor don Agustín de Robles; habiendo pocos años antes asistido otros tres o cuatro mil soldados a la expulsión de los portugueses de la Colonia del Sacramento, como así mismo el año de 704. Siendo en estas funciones dichos soldados guaraníes tan pródigos de sus vidas, metiéndose entre lluvias de balas, por defender las tierras de su Rey y señor, quien en sus reales cédulas se sirve honrarlos con el título de fieles y leales vasallos suyos, mandando a quien tiene señalado por prefecto suyo, que es el P. Provincial de esta provincia, dé a los dichos guaraníes en su real nombre la noticia de darse Su Majestad por bien servido de sus funciones militares, ofreciéndoles en todo su real amparo.

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28. »Esto supuesto, no es necesario ahondar mucho en reflexiones para conocer con evidencia el conocidísimo deservicio que haría a Su Majestad católica, quien ocasionase la pérdida de tan fiel y leal presidio, en que tanto se va a perder, como es una de las más estimables perlas de la monarquía católica. Esto es manifiesto a todos, y el no conocerlo fuera estar a obscuras a mediodía. Punto es éste, señor, que en el pecho de V. S. como ministro tan celoso de Su Majestad nuestro Rey y señor Felipe Quinto (Dios le guarde) debe tener muy subido lugar por evitar el menor riesgo; aunque sea muy remoto, debe evitarle la fidelidad debida, aunque sea a costa de los más subidos intereses propios, pues ¿qué debe ser, no siendo el peligro remoto, sino (parcialmente por lo menos) próximo, como se deja entender de lo insinuado en los puntos antecedentes?

29. »Últimamente, omitiendo otras muchas cosas, sólo insinuamos, digo insinuamos porque en un pecho tan cristiano como el de V. S. ninguna necesidad hay de dilatar las expresiones, porque consigo se lleva la más dilatada narración, y es el próximo peligro de gravísimas ofensas de nuestro señor, que V. S., como cabeza y padre de esta dilatada república debe evitar, como suponemos lo ejecuta: los robos, las muertes, las obscenidades, los odios, los rencores, el miserable estado en que se expone a quedar esta provincia de fieles vasallos de Su Majestad hasta ahora un retrato de la primitiva cristiandad, como testifican los señores obispos, señores gobernadores y visitadores; y ahora de repente en peligro de quedar hecha un yermo, así en lo político como en lo cristiano, que una república amotinada todo lo pierde. Actualmente tenemos entre manos la conversión de los infieles tobatines, que esperamos vengan a vecindarse en estos pueblos a diligencias de los padres, que actualmente trabajan en esta empresa. Pues ¿qué crédito, qué estimación engendrará en los nuevamente reducidos la noticia y aún la vista de tantos escándalos? Tendrán por más dichosa la vida pacífica de sus montes que una vida tan trabajada, tan azotada y aún tan perdida como hallarán los que se habían reducido a una paz evangélica. Éste es escándalo que se debe evitar. Nuestros reyes católicos hacen promesa a la Sede Apostólica de no perdonar ni aun a su real sangre por la conversión de estos infieles. Pues ¿qué sentirá su real celo, cuando sepa que por fines de algún particular se atropella con cosa tan de la primera estimación del celo católico?   —59→   Esto necesariamente ha de llegar a los oídos de nuestro Rey y señor; pues ¿qué efectos causará en su católico pecho? ¿Y con qué ojos podrá mirar a quien atropellare con tan debidos respetos por un punto del humano? Son muy de considerar los grandes y bien logrados gastos que la católica Corona ha hecho para poner estos pueblos en el estado que con grande crédito de su real piedad, gloria de Nuestro Señor y alegría de los buenos se mantienen el día de hoy. Pues ¿qué delito fuera encender un fuego que todo lo abrasara? De principios de menos entidad han nacido (como nos lo muestran las historias) muy lamentables fines; pues ¿qué será cuando los principios son como éste, que amenaza a toda esta florida cristiandad y leal vasallaje y servicio de estos presidiarios de Su Majestad? Plegue a Dios nos engañemos; pero si estos antecedentes se conceden, las consecuencias son innegables en toda dialéctica política.

30. »Hemos puesto en la consideración de V. S. todo lo sobredicho, para que con su muy cristiano celo del servicio de ambas Majestades, aparte de sí, cualquier designio que pueda ocasionar algo de lo mucho que se recela; protestándole así mismo a V. S. que en su cabeza recaerán todos los sobredichos daños, de que dará cuenta a entrambas Majestades divina y humana. En cuyo nombre requerimos y exhortamos a V. S. se sirva mandar excusar se dé molestia a los fieles vasallos, que tanto aman, reverencian y sirven a su rey, especialmente a nuestro señor Felipe Quinto (Dios le guarde) y por cuyo amor y respeto pedimos y rogamos al piadoso corazón de V. S. lo sobredicho. Reservamos una copia de este original para los efectos que conviniere, etc., que esperamos en Dios serán todos muy favorables a V. S. Fecho en este pueblo de Santa María, en 18 de octubre de 1722».

31. A este papel respondió don José de Antequera desde su campo, en 19 de octubre otro mucho más dilatado, cuya calificación veremos presto dada por el señor Virrey. En dicho papel se muestra por una parte muy afecto y amante de la Compañía, agradecido a los beneficios que reconocía deberla, y era artificio para desbocarse con más libertad contra los jesuitas, que ésa es el arte diabólica muy propia de los malignos, acariciar al mismo tiempo que más cruelmente hieren. Luego con todo el desahogo y jactancia propia de su genio daba razón de su venida y ofrecía por conclusión desistir por entonces del tránsito a los pueblos, conminando   —60→   volvería a ellos a castigarlos, si en adelante no se mostrasen muy rendidos a sus órdenes; siendo la verdad que hasta entonces en nada le habían desobedecido y era sólo fingir enemigo en quien emplear las heridas de su maledicencia.

32. No falta quien sospeche que la condescendencia de que usó en esta ocasión, dejando de pasar con su campo a los pueblos de las misiones de la Compañía, fue más efecto de su temor que falta de voluntad de pasar a hacerse temer, y que se alegró de recibir la súplica de los nuestros, por poder salir airoso del empeño con que había venido y dejaba de ejecutar retrocediendo a la Asunción, sin pasar del Tebicuary. El motivo de esta sospecha es que por haber hallado el Tebicuary muy crecido no le pudo pasar luego, aunque lo intentó varias veces, y se hubo de detener casi un mes a sus márgenes por ese embarazo; con que le pareció, que habiendo sido sentido, había también habido tiempo para convocar grueso trozo de indios desde el río Paraná, para hacerle resistencia. A la verdad ni un solo indio se movió de sus pueblos para el efecto; pero quizá ese temor le contuvo, en caso que hubiese creído la primer noticia de haberse alistado los ocho mil indios para auxiliar a Reyes; que yo siempre me persuado que no la creyó.

33. No obstante, para hacer ostentación de su animosidad, y que no le movía miedo a la retirada, proveyó auto para que por estar complicados, como él decía, los indios de dichos cuatro pueblos en los supuestos alborotos, compareciesen en su campo los corregidores, cabildos y cabos militares de ellos para algunas diligencias de la Real Justicia. Con este auto despachó para que le intimase al capitán Antonio Fernández Montiel, alcaide de la Santa Hermandad, acompañado del protector general de los indios de aquella provincia Joaquín Ortiz de Zárate, del castellano Andrés Orúe, de los capitanes Miguel Marecos y Rafael Penayos y de otros dos españoles, para que sirviesen de testigos. Notificáronle en los cuatro pueblos, y luego obedecieron prontos, poniéndose en camino, acompañados de los padres Francisco de Robles y Antonio de Ribera, que pasaron con los indios al campo de Antequera, quien los recibió con toda urbanidad, y ellos les correspondieron agradecidos y les desengañaron de sus aprensiones, asegurándole podía estar cierto que no permitiría jesuita ninguno, en cuanto a ellos tocase, que indio alguno de los pueblos de su cargo hiciese   —61→   el más leve movimiento (como nunca lo habían permitido) sin orden expresa del Rey nuestro señor, o de sus ministros superiores, como el señor Virrey, o Real Audiencia, y menos para cosa tan extraordinaria y de ninguna importancia para nosotros como la presente, pues se nos daba muy poco de que Reyes o Roques fuesen gobernadores del Paraguay, cuando todos estábamos debajo del amable dominio de nuestro gran monarca Felipe Quinto muy gustosos con cualquier gobernador puesto de su mano o de la de sus ministros.

34. Quietose con estas razones Antequera, y por respeto de los padres no permitió hacer vejación alguna a los indios como se temía con sobrado fundamento, si no hubieran asistido en su compañía. Tomó a los cuatro corregidores varias declaraciones, sirviendo de intérpretes sus aliados, y especialmente al corregidor del pueblo de Nuestra Señora de Fe, a cuyo párroco el padre Policarpo Dufo tenía Antequera perversa voluntad, le entretuvo tan largo tiempo en un sin número de preguntas y repreguntas, que el pobre indio estuvo fuera de juicio por algunos días. Con esto despidió a los indios y a los padres, y hechas otras diligencias con muy crecidos gastos a costa de los particulares soldados, trató Antequera por el mes de noviembre de levantar el campo y volverse a la ciudad.

35. Pero en esta vuelta batió misericordioso el cielo a las puertas de su corazón con un fuerte desengaño, para que las abriese al conocimiento de la verdad, y detestando su loca ambición se rindiese a la debida obediencia. Fue este poderoso golpe el de la desgraciada casi improvisa muerte de su principal consejero y primer móvil de todos los disturbios, don José de Ávalos, porque enfermando de un resfrío, juzgaron los curanderos imperitos (son casi los únicos médicos en estos países remotos) era cansancio del camino, y en esta fe le recetaron una sangría, y se la dieron en hora tan infausta (en una alquería cercana, adonde le condujeron) que al momento perdió el habla y los sentidos, sin restituírsele su uso en dos días que sobrevivió, inmoble como un tronco sin haber recibido ningún sacramento, aunque había allí dos sacerdotes; y al fin en este estado murió lastimosamente sin ninguna disposición, necesitando de muchas.

36. Así acabó este sujeto desgraciado en medio de la fábrica de sus ideas con universal sentimiento de tan espantosa fatalidad; porque dando, como se debe, su lugar a la verdad, aunque era altivo y fogoso en sus empeños, no se le puede   —62→   negar era muy amante de la patria, afable, benéfico con los desvalidos, de sobresaliente capacidad y de gran práctica de negocios; y no se duda que si hubiera vivido, aun siendo quien emprendió el fuego y le avivó a los soplos de su venganza, con todo hubiera templado las exorbitantes voraces llamas que después levantó, porque ya iba conociendo a Antequera, y con su gran comprensión alcanzaba que sólo tiraba a hacer su negocio, y dejarlos a ellos enredados en un laberinto de que no pudiesen salir sin suma dificultad. Quiera el Señor que en los días que vivió sin uso de la lengua y sentidos exteriores conociese los males que causó y se arrepintiese con verdadera contrición para asegurar la eterna salvación de su alma. Requiescat in pace.

37. Heredó el espíritu de Ávalos, doblado, su cordial amigo don José de Urrunaga, que desde entonces quedó por primera cabeza de los antequeristas, y su casa hecha fragua para forjar informes calumniosísimos contra la Compañía de Jesús, a la cual profesaba tan entrañable aversión, que por ver afecto a los jesuitas a un hijo suyo ilegítimo, quebró y rompió con él muy a las claras. En Antequera aunque obró el sentimiento de la muerte de Ávalos, no hizo mella en su dureza el desengaño; con que no se admiró mucho que quien se hizo sordo a tan recio golpe, se hiciese también desentendido a otros menos fuertes toques que le darían las muertes de otros tres soldados de poca cuenta que acabaron sus días a la vuelta de esta fantástica expedición.



  —[63]→  

ArribaAbajoCapítulo V

Remite don José de Antequera a la Real Audiencia de la Plata los autos que formó para justificar sus operaciones, llenos de calumnias contra la Compañía de Jesús y sus misiones, al mismo tiempo que se profesaba más amigo de los jesuitas; vive licenciosamente con grande escándalo; consigue una Real Provisión de la Real Audiencia y ésta es ocasión de gravísimos daños por la mala inteligencia, que se le dio en el Paraguay por persuasión del mismo Antequera.


1. Restituido don José de Antequera a la Asunción, fue recibido con aplauso y vitoreado por todo su numeroso partido, aclamándole padre y defensor de la patria; son estas voces las más poderosas para estrechar al que manda con el vulgo, y las usaban de industria para adelantar la devoción de todos con Antequera, y éste, que oía con increíble gusto estas lisonjas, procuraba darles a entender por todos modos que no desmerecía semejantes renombres. Decíales que no había de parar hasta librarles de la tiranía que temían en el gobierno de Reyes, procurando a costa de su descanso y aun de su vida (que sacrificaría gustoso a sus propios intereses de ellos), sacarlos triunfantes en los tribunales todos del Reino. Que por lo que miraba a la Real Audiencia de la Plata, estuviesen seguros aprobaría y aun apoyaría todas sus operaciones, y que para que hiciese lo mismo el Virrey tomaría el trabajo de sacar testimonio de los autos obrados, con el cual justificaría ante Su Excelencia sus procederes y haría manifiesto cuán justas razones les asistían para no venir en la reposición de Reyes. Fácilmente se mueven los pueblos cuando hay persona de autoridad que les aplaude lo mismo que desean, y como la autoridad de un ministro es reputación de los paraguayos muy autorizada, cual creían a Antequera apoyaba tanto su resistencia a la entrada del nuevo gobernador, se alentaban más a no querer admitirle, que era lo mismo que Antequera deseaba.

2. Éste cumplió acerca de los autos los que les había   —64→   prometido, aunque no tan presto como deseaba; porque lo crecido del cuerpo de ellos retardó el traslado del testimonio, pues abultaba hasta trescientas veinte y cuatro hojas, con limitarse sólo a lo acaecido sobre la restitución referida, debajo de este pomposo título: «Testimonio de Autos obrado en la sublevación de esta provincia del Paraguay, movimiento e inquietud de los ánimos de sus vecinos y naturales españoles e indios, ejecutada por don Diego de los Reyes Valmaseda, Gobernador que fue de ella capitulado, reo procesado y fugitivo, introduciéndose a las doctrinas y pueblos de indios, que están a cargo de los Religiosos de la Compañía de Jesús, usando de jurisdicción de Gobernador y Capitán General, con otros excesos que ejecutó». Hasta aquí el título, tan verdadero como su contenido.

3. Sacose este testimonio con tan atildada reserva a que no penetrasen nada los jesuitas, que nunca lo pudo alcanzar su despierta perspicacia, y Antequera, para deslumbrarlos mejor, se fingió y mostró con los nuestros de aquel colegio, muy amigo en lo exterior con la política que al principio, visitándolos a menudo, y siendo visitado y regalado de ellos, dando a entender que la visita de los dos padres curas de las misiones le había desengañado de las aprensiones primeras. Ninguno engaña mejor o hiere más a su salvo que quien procede con capa de amistad, porque deja al ofendido indefenso por descuidado, y eso pretendía Antequera con las fingidas señas de benevolencia, descuidar nuestra sinceridad para herirnos sin tener algún reparo contra sus golpes.

Con todo, como en la carta arrogante que desde río Tebicuary respondió a la de los cuatro padres, se traslucía bastantemente el tinte de su ánimo (que las cartas son espejo en que se miran retratados los afectos predominantes), no dejábamos de recelar que se habría desahogado el bochorno que allí mostró, en algunos falsos informes, como acostumbran en el Paraguay, y se aplicaron nuevas diligencias para penetrar cuales fuesen, por poder salir con tiempo a la defensa; pero todas fueron en vano, porque Antequera y los suyos se cerraban más cuanto reconocían en los jesuitas mayor vigilancia en alcanzar sus designios, siendo su intento que esta secreta mina volase y obrase todo el deseado estrago antes de ser sentida.

5. El padre rector de aquel colegio, Pablo Restivo, fiado en las especiales demostraciones de benevolencia y cariño con   —65→   que le trataba Antequera (y cierto se las debía por su virtud y por el cordial afecto que le profesaba), se animó a preguntarle si habían los émulos imputado algo, como suelen en el Paraguay, contra la Compañía y sus misiones, y le respondió, asegurándole con mil protestas, que ni una letra se había escrito contra las misiones, y menos contra la Compañía, su Madre, que este título la daba siempre, aun cuando más empeñado la perseguía, como se ve, no sólo en la carta que escribió a los cuatro padres curas, sino en el libro impreso, cuando ya se había quitado la máscara, para infamarnos por todo el orbe.

6. Satisfecha la sinceridad del Padre Rector con la fianza de tan serias protestas, dio noticia de esta respuesta al padre provincial Luis de la Roca, para que saliese del cuidado en que le consideraba de solicitar la justa defensa de nuestra perseguida inocencia y de la fidelidad acreditada de nuestros indios. Alcanzole esta carta por el mes de agosto de 1723, caminando para Buenos Aires en la noche misma del día en que le llegó noticia cierta de Lima, de cuanto contenían dichos autos, que se habían comunicado (para responder) a la parte de la Compañía; con que quedó descubierto el proceder caviloso y doblado de Antequera y cuán poco crédito se debía a sus más serias aseveraciones.

7. Reconociose entonces había sido necesaria la diligencia que se había practicado para demostrar la falsedad de tal cual punto que tocó en la carta escrita a los padres curas, y había en la realidad hecho cuerpo de delito entre otros en los dichos autos; que contra hombres de doloso proceder y poco sinceros no sobran precauciones. Tal fue el punto de los indios que acompañaron a Reyes, cuando iba a presentar sus despachos, en que se decía en los autos falsamente que fueron armados en buen número para conseguir por violencia su reposición en el gobierno, y por nuestra parte se probó con toda verdad que habían ido solamente los indios forzosamente necesarios para conductores del carruaje de Reyes, y esos tan desarmados, que ni aun llevaban las armas que suelen por los caminos para defenderse de los tigres y otras fieras. Y por lo que toca al falsísimo testimonio que se le imponía al padre José de Tejedas, de haber solicitado a los cabos de Tebicuary para dar la obediencia a Reyes, conminándoles que de lo contrario teníamos prevenidos indios para introducirle por fuerza de armas en el Paraguay, se probó su falsedad con la deposición jurada de   —66→   todos los padres que residían en los ya mencionados cuatro pueblos (y eran en este suceso los que únicamente podían ser testigos), quienes bajo juramento declararon que actualmente estaba dicho padre Tejedas enfermo en la cama al tiempo mismo puntualmente que los falsos delatores declararon haber solicitado en persona y conminado a dicho cabo de la Guardia, distante doce leguas de su pueblo de San Ignacio, donde adolecía. Véase qué crédito se debía a autos, donde eran tan manifiestas las mentiras.

8. Éstos y otros instrumentos se despacharon ad cautelam a Lima, y sirvieron para purificar nuestro crédito, porque allá también remitió Antequera, con el secreto insinuado, sus autos nada verídicos, llenos, sí, de calumnias clarísimas, las cuales había querido autorizasen con sus firmas en el Paraguay los capitulares en un informe. Tres de ellos, horrorizados de la maldad, rehusaron firmarle; pero fueron tan urgentes las instancias y amenazas de los antequeristas, que obligaron a dos de ellos a poner su firma, y sólo se mantuvo constante en su debida resistencia el alférez real don Dionisio de Otazu, quien con este proceder fue madurando el odio que ya contra él habían concebido Antequera y sus parciales, y paró por fin en privarle del Estandarte Real, mandando depositarle en manos de Miguel Garay, finísimo antequerista.

En estas diligencias se dio fin al año de 1722, en que los autos iban caminando a Lima y a Chuquisaca con la presteza posible, quedando Antequera y los suyos en grande expectativa de conseguir en ambas partes la aprobación de sus temerarias resoluciones, en virtud de los muchos testimonios falsos con que estaba probado cuanto quisieron escribir contra Reyes y contra nuestras misiones y misioneros. De la Real Audiencia de la Plata tenían más satisfacción, y absolutamente no dudaban conseguir la aprobación, porque la miraban como empeñada en su defensa, y aunque no sé si llegó al Paraguay su aprobación positiva, pero sí me consta que los antequeristas, antes de recibir la resulta de Lima (que tardó más, como mucho más distante), blasonaban con mucha pompa que la valentía de su Antequera en salir al Tebicuary con ejército y lo demás obrado en aquella expedición, no había parecido mal en Chuquisaca.

10. Quizá sería ésta una de las muchas ficciones con que Antequera alucinaba a sus parciales para mantenerlos constantes en la devoción de su partido, alentándolos con que la   —67→   autoridad del Tribunal de Charcas les serviría de escudo en cuanto obrasen por su dirección. Y a la verdad, si en algún tiempo lo patrocinaron algunos de sus ministros, mudados éstos y sucediendo otros, fueron los que le prendieron y remitieron a Lima, y este delito de levantar gente y salir armado, uno de los más poderosos para sentenciarle a muerte, como en la sentencia de ella veremos a su tiempo. Pero por reforzar cada día más su partido, no se olvidaba Antequera, en cuanto llegaba resulta de Lima, de formar nuevos informes contra la Compañía, asiéndose de cuantas cosillas podía para imputarnos la culpa de cuantos disturbios acaeciesen en aquella provincia.

11. Atendía con igual empeño sus granjerías, no perdonando a diligencia por aumentar el caudal, que era el blanco a que todo tiraba, aunque como tenía tantos agentes cuantos eran sus parciales, le sobraba tiempo para divertirse en los torpes devaneos en que se enredó, con grande escándalo, no sólo de aquella provincia, sino de las vecinas, hasta donde resonaban los ecos de su mal ejemplo. Amancebose públicamente con una mujer casada; pero fuera de eso no había prado vedado por donde no se espaciase su desenfrenada lascivia. A cuantos festines se celebraban era su asistencia la primera, especialmente en las casas de campo, donde acudían ruines mujercillas y danzaban con desenvoltura correspondiente a sus obligaciones, no siendo inferior la disolución con que en estos lances se portaba el ejemplar Gobernador, pues perdida toda la vergüenza del delito, destinaba allí públicamente la de mejor parecer o más desenvuelta para saciar su apetito concluida la danza; y la señal de ese infame destino era ponerla él mismo su propio sombrero al tiempo del baile, con que quedaba marcada para el torpe ministerio e inhibidos los demás, que no eran menos licenciosos, de tocarla. Así se procedía en estos pasatiempos, que quizá se celebraran con más recato en el serrallo de Constantinopla.

12. Increíbles parecen estos sucesos, pero la lástima es que fueron públicos y notorios, con el escándalo que fácilmente se deja entender. Con todo, parecerán descuidos ocasionados de la libertad del campo, si se cotejan con la inaudita acción que obró día de la gloriosa Santa Lucía del año 1722, en no menos público teatro que la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación de aquella ciudad, donde no se vio sin asombroso escándalo, ni se podrá oír   —68→   sin sagrado horror. Era inmemorial costumbre en aquel templo exponer a la pública veneración unos ojos de cristal con algunas reliquias de la santa, y toda la República en gran concurso acudía a adorarlos en manos del párroco, que los iba dando a besar a cada uno de los fieles de ambos sexos. De lo sagrado de esta devota función se valió Antequera, con sacrílego atrevimiento para tercero de su apetito, y el lugar más digno de reverencia lo convirtió en teatro público de su disolución a vista del numeroso concurso.

13. Al dar principio la devota función, que solía ser cerca de las Ave Marías, porque pudiese acudir la gente pobre, llegó Antequera con algunos de sus parciales y se puso al lado del párroco, que ofrecía las reliquias a la adoración, y era uno de sus más confidentes. Por ser tan tarde y la iglesia de suyo obscura, cogió un antequerista de los más jóvenes un candelero del altar para alumbrar de cerca; llegaban las mujeres a adorar las reliquias, y a cada una la descubrían el rostro con atrevida licencia, y después del registro se volvían unos a otros diciendo: Ésta es hermosa y a propósito; estotra fea, vaya fuera, a que se seguía la algazara y risada de Antequera y de aquella gente perdida.

14. Quanta in uno facinore sunt crimina!, exclamara aquí lleno de horroroso asombro San Ambrosio, al ver un espectáculo que por todas sus circunstancias está respirando maldades. No creo habrá católico que al llegar a este paso no se horrorice al ver el abismo en que puede caer uno, a quien Dios, en castigo de otras culpas, niega sus luces y le deja de su mano. Si aquellos sagrados ojos que veneraba devoto el pueblo tuvieran vida, perdieran súbitamente los alientos vitales, no tanto por la necesidad de la muerte cuanto por el horror de la desenfrenada lascivia, repitiendo el ejemplo generoso que una vez dio el Bautista (como pondera el mismo santo doctor) al ver las liviandades de Herodes: Clauduntur lumina, non tam mortis necessitate, quam horrore luxuriæ. Lo más lastimoso es que estaba ya tan temida la tiranía de Antequera, que no hubo valor en nadie para irle a la mano y contenerle.

15. El párroco, que debiera, revestido de sagradas iras, reprender aquel escándalo, o lo disimuló por su estrecha amistad, o por miedo de caer en su desgracia no atajó su licencia, siquiera retirándose, de que ya habrá dado cuenta en el Divino Tribunal, a que pasó con muerte muy acelerada y casi subitánea, pues apenas le dio tiempo para recibir en sus sentidos   —69→   la absolución, bien que tuvo años para llorar esta culpa, si se quiso arrepentir. El Provisor ni castigó al párroco, ni hizo demostración con los delincuentes que profanaron el lugar, o porque las violencias del enojo de Antequera se le hicieron muy formidables, o porque era grande parcial suyo. El cielo disimuló porque no estaban llenas las medidas de las culpas que tenía decretado tolerar a Antequera, aunque algunos creyeron fue indicio de su justa indignación, que hallándose buena y sana la mujer del antequerista que alumbró para el indecente registro de las otras, le sobrevino un humor tan maligno a los ojos que la puso a riesgo de quedar ciega; y aunque al fin escapó con vista, fue tan escasa que el un ojo se lo sacó totalmente y en el otro se le formó una nube irremediable. Los motivos porque Dios da las enfermedades se esconden a todas las interpretaciones de los hombres, y yo no creo que la mujer, en nada de esto culpada, cargase la pena que merecía el marido, si no es que suene a castigo en la parte que a éste le tocó de pena por ver a su inocente consorte con aquella fealdad, o que se les pusiese a la vista en prenda que tocaba al partido, un espectáculo en que reconociesen el estado miserable de sus almas, ya casi ciegas, pues se despeñaban en semejantes delitos y en peligro de cegar del todo, si no se aprovechaban de las luces de este desengaño.

16. Pero sea de eso lo que se fuere, no hay duda que este enorme desacato de Antequera y sus secuaces causó en el Paraguay y en estas provincias escándalo horroroso, de que noticiado el ilustrísimo señor don fray José Palos, cuando dos años después entró a su Obispado, prohibió aquella adoración de dichos ojos por no exponerla a semejantes indecencias indignas. Aunque en el Paraguay eran tan temidas las violentas ejecuciones de Antequera, dispuso el Cielo no faltase quien con santa libertad le reprendiese como el Bautista a Herodes sus escandalosas liviandades. En aquel tiempo que mantuvo la política de correr bien con los jesuitas, mostraba en lo exterior particular cariño al Padre Rector y a otro sujeto de aquel colegio, con quien trataba con mucha llaneza. Éste, movido de santo celo, aprovechándose de aquella familiaridad, le decía a solas en su aposento, como que dudase dar crédito, cuanto corría en la ciudad de los ruines ejemplos de su vida; confesaba algunos compungido, otros negaba con enfado. Tomaba entonces el padre la mano, y le daba con mucho amor repetidos y buenos consejos,   —70→   ya llevándolo por el punto de su honra, en que idolatraba, ya poniéndole delante los formidables castigos de la Divina Justicia, a que se exponía; pero aunque Antequera, como Herodes, por el amor que le mostraba audito eo multa faciebat, con todo, en el punto de la sensualidad nunca se reportó, y prosiguió en sus escándalos, a que no dudo le ayudaron no poco algunos de sus colaterales, que eran de semejantes costumbres, y quizá hicieron el oficio de Herodías, fomentando el odio contra su consejero y los demás jesuitas, que, con la pureza de procederes y santas exhortaciones, reprendían la licencia de sus vidas.

17. Cuando Antequera con este porte disoluto tanto se desacreditaba a sí mismo, se ingeniaba por otros extraños caminos a procurar su propia estimación entre los paraguayos, de quienes solicitó siempre hiciesen subido aprecio de su persona y de sus prendas, porque ese concepto le servía para tenerlos adictos a sus dictámenes y confiados en su autoridad. Uno de los más donosos artificios fue diligenciar que un sermón público en la iglesia catedral sirviese sólo a este fin tan apetecido de su ambición y soberbia. Como en la solemnísima octava del Corpus corre un día toda la fiesta por cuenta de los gobernadores en estas provincias, encomendó ese día a cierto religioso, que trajo del Perú por su confesor, el sermón, y aún se discurre que el mismo Antequera se lo dispuso, o a lo menos le comunicó los materiales, verdaderos en parte y en parte tan falsos como se conocerá fácilmente, porque todo el sermón se redujo a un prolijo panegírico de Antequera. Empezó deslindando su genealogía desde sus abolengos hasta dejarlos encumbrados en la excelsa casa de los excelentísimos duques del Infantado; descendió después a sus méritos personales, por los cuales, dijo, se había hecho tanto lugar en las atenciones de toda la Corte de España, que nuestro gran monarca le llegó a ofrecer el virreinato del Perú, honra que había rehusado aceptar su moderación de ánimo, y por la misma la real confianza de nombrarle para la embajada de Roma; prosiguió señalando con la misma verdad otros honores y puestos elevados, con que se le convidó, correspondientes todos a su ilustrísima calidad y antiquísima nobleza, pero que a todos se había negado constante, como que hubiese emprendido la navegación arriesgada y penosa de dos mil leguas, por sólo dar ese heroico ejemplo de desprecio de las honras mayores de la monarquía a vista de la Corte española, de   —71→   donde distaba otras tantas mil leguas el rincón del mundo en que sólo se podían predicar y oír sin risa estas patrañas disparatadas y mentiras manifiestas.

18. Al fin concluyó el bendito predicador, que porque no pareciese despreciaba Antequera la real dignación, que se le mostraba con semblante tan propicio, había aceptado la plaza de fiscal interino en la Real Audiencia de los Charcas y protector general de los indios, empleo que ofrecía ocasiones a su innata piedad, para ocuparse según su genio compasivo en beneficio de estos miserables desvalidos; y las alabanzas del augustísimo Sacramento y motivos excitantes a su cordial devoción esperó el auditorio oírlos el día siguiente de otro predicador más cuerdo; porque el de este día tuvo mucho que hacer y desmedido campo, en que explayar su elocuencia, sin cuidarse de ello, y en eso sólo a la verdad anduvo discreto, pues no era bien tocar verdades de fe en sermón en que tanto lugar se habían hecho la mentira y la lisonja.

19. ¿Quién contendrá la risa al oír semejantes despropósitos, por no extender la censura a darles otros nombres merecidos? Lo cierto es que harto les costó a los cuerdos el detenerla, y aún era más para reír, ver a algunos ignorantes del auditorio, que en vez de salir, o compungidos de algún desengaño, o aficionados a frecuentar la mesa celestial del Sacramento, salían arqueando las cejas llenos de admiración y pasmo de las grandezas fantásticas que habían escuchado y congratulándose de que les hubiese cabido por gobernador tan ilustre personaje, que ya miraban como uno de los primeros respetos de la monarquía. Ése era el fruto que su autor pretendió del sermón y lo consiguió como deseaba, teniéndolos cada día más a su devoción para sus depravados fines.

20. En el ínterin que esto pasaba en el Paraguay, hubo tiempo para que sus autos llegasen a los Tribunales Superiores, adonde los había despachado. En la Real Audiencia de la Plata tuvieron buena acogida, por ser algunos de sus ministros aficionados a Antequera y éste hechura suya, y si bien no les agradó alguna cosa de ellos, especialmente lo que era contra la Compañía, que conocieron ser ajeno de verdad, como escribieron después al señor Virrey, sin embargo resolvieron dar parte de ellos a Su Excelencia, sacando copia de los instrumentos que les parecieron más convenientes (suprimiendo otros) para representarle el movimiento, riesgo   —72→   y alborotos, que se habían suscitado en la remota provincia del Paraguay, con la intentada reposición de Reyes, y porque, sin duda, debieron de creer aquellos reales ministros, que sólo a su tribunal había despachado Antequera dichos autos, no tuvieron reparo en hacer a costa de la Real Hacienda un propio al señor Virrey, para sólo el efecto de remitir dicha copia y solicitar su superior providencia, esperando que ésta traería por respuesta el dicho propio, para comunicarla por sus manos con toda puntualidad al Paraguay, como por ellas únicamente (según creían) se habían participado a Su Excelencia las noticias.

21. En esta suposición ínterin que el Virrey daba la providencia conveniente, despachó dicha Real Audiencia en 13 de marzo de 1723 una provisión, que caminó volando al Paraguay, en que disponía que en cuanto Su Excelencia con vista y teniendo presentes los referidos autos y representaciones que se le hacían, tomase resolución sobre esta materia y cualquiera que fuese, se participase por dicha Real Audiencia, así el dicho don José de Antequera, los capitulares del Paraguay y vecinos, como don Diego de los Reyes, sus parientes, allegados y demás moradores de aquella provincia no hiciesen, ni intentasen la menor novedad, ni inquietud, manteniéndose en la buena correspondencia que debían, sujeción y respeto a las justicias y cabos militares, arreglándose cada uno al mejor cumplimiento de su obligación y consecución de la paz pública, esperando, como buenos y fieles vasallos de Su Majestad, lo que se dispusiese pena de diez mil pesos al que hiciese lo contrario.

22. Y porque en dichos autos había cargado Antequera tanto la mano contra el doctor don José Caballero Bazán, cura de Yaguarón, exagerando su inquietud y acumulándole varios delitos, conformándose la Real Audiencia con lo que se previene en la ley 8.ª, título 12, del libro 5.º de la Recopilación de Indias (donde se dispone, que siempre que hubiere eclesiásticos incorregibles, y que perturban la paz y quietud pública, el fiscal pida se despachen provisiones de ruego y encargo, porque los prelados eclesiásticos avisen del castigo que hubieren hecho en dichos clérigos, y que envíen los autos y copias de las sentencias, para que si no fuese condigna la pena se les vuelva a advertir el mal ejemplo y escándalo que resulta contra la paz pública), conformándose, digo, la Real Audiencia con esta disposición legal, añadió en la citada provisión de 13 de marzo, ruego y encargo   —73→   al prelado eclesiástico, para que castigase y procediese contra dicho doctor y diese cuenta con autos de lo obrado en aquel tribunal.

23. Llegada al Paraguay esta Real Provisión no es ponderable el daño que ocasionó: insultaban con ella Antequera y los suyos, como si ya hubieran salido victoriosos, y fue el escudo principal con que se armaron para defenderse de los golpes que pudiesen temer de la mano poderosa del señor Virrey, el título que alegaban para no obedecer en adelante sus despachos, el arma que esgrimieron contra los eclesiásticos que no apoyaban sus dictámenes y el coco con que amedrentaron a los que quisieron ser obedientes, o no se complicaban en su desobediencia.

24. No dudaba la Real Audiencia de la Plata, como ella misma declara en otra Real Provisión de 1.º de marzo de 1725, que no podía mandar (ni mandó jamás) que no se admitiese gobernador en el Paraguay que no fuese pasado por aquel acuerdo, pues en ella sólo hay precisión por órdenes de Su Majestad, para que pareciendo alguna resolución del Superior Gobierno del Virrey peligrosa o no conveniente, represente los perjuicios que resultarían de la práctica de esa orden, y que obedezca lo que por último con vista de las representaciones mandare dicho Superior Gobierno; con que el haber expresado en la referida Provisión de 13 de marzo de 1723, que la resolución que por el Superior Gobierno se diese, se avisaría y participaría al Paraguay por dicha Real Audiencia, no fue coartar ni disminuir la total obediencia que los paraguayos debían firme y robustamente dar a las órdenes del Virrey, ni enunciarles que sólo admitiesen al que fuese pasado por dicha Real Audiencia, sino que solamente se expresó en aquella forma, porque se creyó que siendo esta materia de justicia y su administración radicada en el tribunal de Chuquisaca y dirigida por él al señor Virrey con propio, que sólo a este fin y de propósito se costeó, respondería Su Excelencia a dicha representación y consulta, y por medio del mismo tribunal la dirigiría al Paraguay, sin que expresase la Real Audiencia que si el señor Virrey gustase de despachar su resolución por otra vía, no debiese ser obedecida, porque esto ni cabía en su rendida obediencia decirlo, ni jamás lo dijo.

25. Esta genuina inteligencia de la dicha Provisión de 13 de marzo de 1723 no estaba bien a los designios turbulentos y sediciosos de Antequera, que eran de mantenerse   —74→   por fas o por nefas en el Gobierno, y así le dio otra interpretación a su modo maliciosa, impropia y contraria en la substancia y organización de las voces de aquel rescripto, paralogizando con sus sofisterías a sus ignorantes secuaces y aun a los que podían saber más en la materia para que creyesen había potestad en la Real Audiencia para coartar en materias de gobierno la jurisdicción del señor Virrey.

26. Esta superioridad afectada de la Audiencia sobre el Virrey, les solía probar Antequera a sus parciales repetidas veces con una razón bien aparente que hacía mucha fuerza a su ignorancia, y era decirles que aquélla despachaba sus provisiones por don Felipe, por la gracia de Dios, etc., como la misma persona real; mas el Virrey, con despacho simple, con sólo el título de marqués, conde, duque o don Fulano, y ellos se daban por convencidos de esta insubsistente razón, y le daban crédito pleno como si fuera un oráculo. Ni sólo en el Paraguay se llegó a creer esta vulgaridad, sino que también se esparció por las provincias inmediatas, donde las sembraban los afectos de Antequera (que tuvo muchos de todos estados) y miraban como crimen, no sólo que se negase dicha superioridad sino aun el que se pusiese en duda.

27. En el Paraguay se reputaba por delito y se castigaba como tal, de que tuvo bien que contar el fiel ejecutor don Andrés Benítez, cuñado de Reyes; pues, por haber apelado de un mandato de Antequera para ante el señor Virrey, le embargó todos sus bienes, sus esclavos y esclavas, de cuyo servicio le privó, desterrándolos al Fuerte del Peñón, y a él al que llaman de Arecutacuá, dando por razón que debía apelar para ante la Real Audiencia. A cualquiera que hablase en favor de Reyes se le aterraba con la pena de los diez mil pesos, e intentar que entrase a gobernar cualquiera provisto por el Virrey se tenía por infracción expresa del mandato del Soberano, persuadidos ciegamente a que la Real Audiencia podía mandar, y tenía mandado no se innovase en el gobierno de Antequera, aunque dispusiese otra cosa el Virrey; sin que el mismo contexto de la Provisión de la Audiencia, ni el transcurso del tiempo les desengañase de que no era necesario viniese por mano de la Audiencia el Gobernador, pues, el Virrey le nombraba sin dependencia de ella, y ella en tanto tiempo no dio ninguna providencia sobre este punto, cuando la de dicha Provisión de 13 de marzo fue sólo interinaria en cuanto consultaba al Virrey, señal clara de que la Audiencia reconocía por superior a Su Excelencia.

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28. Pero estaba tan valida en el Paraguay la maligna inteligencia que la cavilación de Antequera había dado a la Provisión citada de 13 de marzo, y tan persuadidos de la superioridad de la Audiencia sobre las órdenes del señor Virrey, que aun escribiendo el Cabildo de la Asunción a Su Majestad en carta de 10 de noviembre de 1723 sobre estos sucesos (de la cual esparcieron copias entre sus confidentes de estas provincias) se atreven a decírselo sin reparo, porque después de referir las pretensiones de Reyes a su reposición, añaden proseguía en ellas en fuerza de dos despachos del Virrey, aun teniendo mandado con penas graves por Real Provisión vuestra Real Audiencia no se ejecuten ningunas órdenes en esta ciudad, sin que vengan aprobadas las determinaciones de vuestro Virrey por dicha Real Audiencia. Tanta era la firmeza con que Antequera les había persuadido su errada opinión.

29. De la misma provisión de 13 de marzo de 1723 se valieron también Antequera y sus aliados, para arrogarse poder contra los eclesiásticos, diciendo que Su Alteza daba por ella orden de que los jueces seculares procediesen contra los exentos, siendo así que sólo hablaba con el juez eclesiástico, y eso para un caso particular, arreglándose en todo aquel sabio Tribunal a ley arriba citada.

30. Por estos medios, dueño ya Antequera a su parecer de lo secular y eclesiástico, a todos amedrentaba su obrar despótico, haciéndose a todos estados formidable su violencia, y zanjándose cada día más su gobierno tiránico, aterrorados, así los parciales suyos como los que no lo eran, con el miedo de incurrir en la multa de los diez mil pesos, que no dudaban se les sacaría infaliblemente, dejándolos destruidos.

31. Mas ya es tiempo de que volvamos al señor Virrey, quien, aunque recibió con el propio de la Real Audiencia el auto de ésta, para que en el Paraguay no se innovase en el Gobierno, hasta que Su Excelencia diese providencia, y ésta se les comunicase por dicha Real Audiencia, sin embargo, el Virrey no quiso remitir por su mano la resolución que tomó, ni aun el propio trajo a Chuquisaca respuesta alguna de Su Excelencia, porque quizá, como se le hicieron sospechosos algunos ministros de aquel Tribunal, quiso apartar de él tan del todo esta causa, que ni aun la ejecución de sus despachos corriese por su mano, como en efecto ninguno corrió en adelante, antes bien se mostró sentidísimo contra dichos ministros, en la forma que expresaré en el capítulo siguiente.



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ArribaAbajo Capítulo VI

Cartas del señor Arzobispo Virrey a la Real Audiencia de la Plata sobre las cosas de don José de Antequera y juicio que de las calumnias de éste contra los jesuitas del Paraguay hacen ambos tribunales. Avoca al suyo esta causa el señor Virrey, da sobre ella varias providencias y don José de Antequera se resiste de nuevo a obedecer los despachos de Su Excelencia de quien habla temerario con grande desprecio.


1. Aunque el señor Virrey Arzobispo llegó a hacer con la Real Audiencia de Charcas la demostración de sacar de ella totalmente el conocimiento, en esta causa no fue tan a los principios, que antes no se valiese de ella en algunas ocasiones para encaminar por su mano las disposiciones convenientes en esta materia al Paraguay, como lo ejecutó con el despacho de la continuación de Reyes en el Gobierno después de concluido su quinquenio, librado en 26 de febrero de 1722, y otro expedido un año después en 26 de febrero de 1723, sobre que él mismo fuese restituido al Gobierno después de su despojo, acompañándole con una carta de la misma fecha para la dicha Real Audiencia que porque da mucha luz a estas materias, la quiero insertar aquí, y era a la letra del tenor siguiente: «Habiendo ocurrido a este Superior Gobierno la parte de don Diego de los Reyes Balmaseda, gobernador y capitán general de las provincias del Paraguay, con la representación que ha hecho del estado a que le tenían reducido los procedimientos del señor don José de Antequera, fiscal protector general de esa Real Audiencia en virtud de la comisión que llevó de ella, y que luego que llegó se apoderó del Gobierno y Capitanía General en que se ha mantenido desde mediado septiembre del año de 1721, ejecutando las violentas y desordenadas operaciones que se me han participado, ordené que se juntasen con los autos que paraban en este Superior Gobierno su escrito y demás testimonios, certificaciones y papeles, conque lo   —77→   instruye, y las cartas informativas del señor obispo de Buenos Aires y de otras personas.

2. »Y en vista de todo se ha reconocido haberse ejecutado todo lo contrario a lo que mandé por Decreto de 9 de octubre de 1721 y de 26 de febrero de 1722 de que previne a V. S., en orden a que el referido gobernador fuese amparado en la posesión de sus empleos, y que no se hiciese novedad sin darme primero cuenta, aun cuando de la averiguación de los capítulos que le pusieron sus enemigos en esa Real Audiencia resultase culpa suficiente para suspenderle. Y no obstante esta prevención se dejó y permitió que continuase el dicho señor don José de Antequera, en las diligencias de la instrucción que antecedentemente le dio esa Real Audiencia, y que mantuviese despojado al mencionado don Diego de los Reyes del ejercicio de sus cargos, subrogándose en ellos el mismo juez que se señaló para la pesquisa, estando encarecidamente prohibido por Su Majestad en la ley 17 del título 1.º, libro 7.º de las Recopiladas de estos Reinos, con graves penas de inhabilidad y multa y con la nulidad de todos los autos que se hicieren por el juez que sucediere en el oficio en el ínterin, o por algún tiempo al capitulado o pesquisado, sin que ni los virreyes, ni las Reales Audiencias puedan arbitrar contra su decisión por los justos y poderosos motivos que la promovieron, y se comprueba, y verifican con las resultas y efectos que se han experimentado en este caso.

3. »Y no pudiendo nombrarse en el Gobierno y Capitanía General de aquellas provincias, por otro que Su Majestad, o su virrey del Perú, aun cuando con algún informe diminuto se le hubiese dado total facultad al dicho señor don José de Antequera, no debía subsistir, y se entendía revocada por la posterior providencia dada en los referidos Decretos de 9 de octubre de 721 y 26 de febrero de 722. Y siendo ésta materia de tan graves consecuencias, y tan perniciosas las que han dimanado de ella con inminente peligro de que se turbase la paz pública de aquellas remotas provincias, y se causasen tantas novedades y perjuicios, que se consideran irreparables en los que las han padecido, sin tan urgente y justificada causa para tan ardua y severa ejecución, a que no debía prevalecer el deseo, de que se acomodase por medio de esta comisión el señor Fiscal Protector, apartándole de esa Audiencia y de la precisa ocupación de ese ministerio, a fin de que se constituyese   —78→   gobernador y capitán general y gozase de estos empleos en el tiempo que ha corrido de más de año y medio.

4. »Considerando éstos y otros graves motivos he determinado por Decreto de 22 del corriente que cese luego en el uso de los expresados cargos, y en el de su comisión, y que dentro de cinco meses vuelva a esa ciudad, y me dé aviso de haberlo cumplido pena de ocho mil pesos, y que el referido don Diego de los Reyes se restituya a la posesión de sus empleos en que estaba amparado, y a la de todos sus bienes y salarios, aunque estén en poder de terceros; pues cualquiera venta o enajenación que se hubiere hecho es nula y de ningún efecto, como todo lo demás actuado conforme a lo dispuesto por la citada ley. Y he prevenido que el dicho Gobernador y su Teniente General y demás que hubieren sido procesados, no puedan conocer de sus delatores y capitulantes, ni de los testigos que contra ellos hubieren declarado, sino solamente las otras justicias ordinarias, y por carta le ordeno lo que debe observar en orden a la quietud y pacificación de aquella tierra y a excusar las ocasiones de nuevas quejas; y en virtud del citado Decreto se libra por este Gobierno la Provisión, que va en este correo, y V. S. cuidará por su parte de que se ejecute puntual y exactamente, sin que directa ni indirectamente se contravenga a los mandatos de este Superior Gobierno y a las facultades propias de él, como lo espero del celo de V. S. por convenir así al real servicio.

5. »Y con ocasión de lo que se anuncia en estos autos, no excuso decir a V. S. que el atributo de soberano conviene únicamente a Su Majestad en su Real Persona, y no a otro Tribunal o juez, por superior que sea, y aunque tenga su representación, para que así lo haga advertir a los que no estuvieren en esta inteligencia. Dios guarde a V. S. muchos años. Lima y febrero 20 de 1723.- Fray Diego, arzobispo.- A la Real Audiencia de la Plata». Ni a éste, ni a otro algún despacho del señor Virrey, aunque participado por la Real Audiencia permitió Antequera se le diese la debida ejecución, y Su Excelencia en los posteriores no participó, como decíamos, noticia alguna al Tribunal de Charcas, aun con haberle estado enviados tan de propósito los ruidosos autos que había obrado aquel ministro en el Paraguay.

6. Llegados, pues, a Lima por dos vías, se aplicaron el señor   —79→   Virrey y sus ministros con toda diligencia a examinarlos, como lo pedía la gravedad de la causa y de los puntos que en ellos se tocaban. Ministraron ellos mismos a su grande perspicacia mucha materia en su contexto y contenido para desconfiar de su verdad, que quien calumnia con demasía fabrica con su misma maledicencia la defensa del inocente. A la verdad, el decir mal de manera que se haga creíble requiere arte, porque es muy fácil de descubrirse la pasión que gobierna o la lengua o la pluma. Creció más la desconfianza del señor Virrey cuando recibió algunos informes de las primeras personas de estas provincias muy contrarios a lo que se enunciaba en los autos.

7. Por lo que mira a las calumnias impuestas contra las misiones y misioneros de la Compañía, estaban expresadas con tales términos, que luego conocieron el señor Virrey y sus ministros eran falsos testimonios, y venimos a sacar la salud de la boca de nuestros enemigos. Eran muy pocos los instrumentos auténticos que de parte de esta provincia jesuítica se habían remitido a Lima, como que ignorábamos individualmente los puntos que se acriminaban en los autos; pero dispuso el Cielo se hallase en aquella Corte el padre Antonio Garriga, provincial que fue tres veces de nuestra sabia y religiosa provincia del Perú y que había gobernado cuatro años como visitador, y viceprovincial la nuestra del Paraguay. Por esta razón estaba bien instruido con sus propias experiencias de las falsedades, que cada día inventaban los vecinos de la Asunción contra las siempre perseguidas misiones del Paraguay, las que en esto principalmente tienen afianzada la ejecutoria de ser obra de la mano de Dios, en que cuanto más combatidas del abismo, perseveran más floridas a la sombra de la regia protección, que siempre se han dignado concederlas nuestros católicos monarcas; ni ignoraba el motivo que conmueve con perpetua inquietud aquellos ánimos, aunque éste estará siempre en pie, en cuanto durare el amor de las propias conveniencias en aquellos nobles españoles, que las pretenden conseguir a costa de la sangre de los miserables indios guaraníes, que están a nuestro cargo, y por cuyo servicio o esclavitud anhelan con vehemencia increíble.

8. A dicho padre Garriga mandó el señor Virrey se diese vista de los autos de Antequera, por no tener en Lima otro procurador nuestra provincia, y desvaneció todas las calumnias con sólidas y eficaces razones, con que Su Excelencia y los   —80→   ministros de aquella Corte quedaron totalmente satisfechos del proceder y justificación de los padres misioneros y de sus indios, reconociendo la cavilación con que se habían portado Antequera y nuestros émulos en esta causa; lo que se reconocerá mejor por la carta que en esta ocasión despachó Su Excelencia a la Real Audiencia de Charcas, a la cual no había respondido antes, dejando volver sin respuesta el propio, que sólo a fin de remitir dichos autos había costeado aquel Tribunal, y sería para formar con mayor madurez su contexto, y conteniendo otros puntos concernientes a nuestro asunto, es bien copiarla a toda la letra.

9. «Han llegado (dice Su Excelencia) a este Superior Gobierno casi al mismo tiempo con corta diferencia el testimonio de autos que a él se remite y otra que también envía el señor don José de Antequera, y los que ha podido presentar la parte del gobernador don Diego de los Reyes Balmaseda, y otras cartas informativas de las primeras personas y prelados de las provincias del Paraguay y de las circunvecinas que no convienen con el contexto de la que recibí de V. S. de 13 de marzo de este año; y aunque juzgo estará respondida con la que en el correo antecedente escribí a V. S. de 26 de febrero, no excuso añadir en ésta que si V. S. no defiriese tan absolutamente a lo que dicen el referido ministro y los otros particulares, que procedan sin libertad como sujetos y subordinados a su poder y violencia y pensase sobre la nulidad inducida y dispuesta por Ley del Reino en orden a lo que hubiese actuado como juez pesquisidor el mismo que depuso al Gobernador capitulado, para subrogarse en el ejercicio de sus empleos contra la expresa prohibición legal, de que se han seguido todos los inconvenientes, que intentó precaver el Derecho, debieron preponderar en su juicio a los autos nulos de un juez interesado los informes de las personas independientes y apreciará más los que han hecho el señor obispo de Buenos Aires, los otros prelados eclesiásticos y regulares, y muy singularmente los de la Compañía de Jesús, que en aquellas provincias, como en todas, son el primer ejemplo y la más firme columna, no sólo de la conversión de tantos numerosos pueblos, sino de su cristiana y católica instrucción y permanente conservación, porque los promueve siempre el celo de la Religión y del bien público, como es notorio; y así se debe admirar que solamente el señor don José de Antequera se oponga al conocimiento   —81→   de esta verdad en lo que actúa y escribe en la temeraria resolución de haber levantado un ejército de más de mil hombres armados con artillería, y tren de campaña y suma opresión y gravamen de aquellos súbditos contra un individuo, que es el dicho don Diego de los Reyes y su corta familia y contra las misiones de la Compañía y los religiosos de ella, sólo porque presume que no aplauden sus dictámenes, porque no entran en el empeño de sentir mal del dicho Gobernador procesado, pudiéndose creer que con la misma facilidad que imputa a unos religiosos de tanta edificación en el delito de tan graves sediciones y tumultos, habrá hecho tan atrozmente culpado al reo de su pesquisa, aunque esté tan inocente como aquéllos.

10. »También admiro que apoyando V. S. su primer designio de haber enviado juez y nombrado al dicho señor Ministro, diputándole para el gobierno de aquellas provincias y manteniéndole en él, no obstante el orden contrario que di por repetidos Decretos de 9 de octubre de 1721 y 26 de febrero de 1722, asienta en todo a sus operaciones y las apruebe con mandarle continuar y que no se ponga en ejecución el amparo que concedí al referido don Diego de los Reyes, siendo así, que por lo mismo que ahora me expresa V. S. en su carta, reconoce que no conviene la prosecución del señor José de Antequera en aquellos empleos, y me insta para que nombre otro sujeto independiente, aunque por dar más especioso título a la necesidad de apartarle del Paraguay, me insinúa solamente el de haber concluido con las diligencias a que pasó y ser ya tiempo de que se restituya al ejercicio de su plaza.

11. »Y sin más prueba que la que ministra el testimonio que ha remitido a este Superior Gobierno, se hace patente el desorden de sus procedimientos, pues para mantenerse en el de aquellas provincias y desobedecer y frustrar los despachos que mandé expedir, dio ocasión a que se publicase en ellas que yo había fallecido, como se enuncia y repite muchas veces en diversos escritos y exhortos que vienen insertos en sus autos.

12. »Habiendo escrito don Diego de los Reyes, carta de 16 de septiembre de 1722, que también está en ellos dando noticia al Cabildo de la ciudad de la Asunción del despacho que tenía, en que usó de palabras muy templadas y atentas al tiempo del recibo de ella se introdujo y asistió en el Ayuntamiento el dicho señor Antequera; y aunque a su   —82→   vista y presencia se resolvió la más sana parte que ocurriese a presentarlo en aquel Cabildo, hizo que sufragase, no debiendo hacerlo, don José de Ávalos, principal capitulante y los parientes y parciales de éste y hechuras de dicho señor Ministro, y excediendo con esta nulidad e injusticia los votos contrarios a los primeros, determinó que no se respondiese a la carta, y calificó de atrevidas sus cláusulas, sólo porque expresó en ellas haberse ausentado de aquella ciudad, para seguir sus recursos a los Tribunales Superiores; y el dicho señor Antequera envió ministros y soldados con mandamiento para que lo trajesen preso, los cuales, no pudiendo aprehender su persona, descargaron el golpe de su violencia en sus familiares y en los indios, que conducían sus cargas y carretas, dejando a muchos de ellos mortalmente heridos, y ultrajados ignominiosamente a un religioso dominico y a otro eclesiástico hijo de dicho gobernador, y sentido de que éste se le hubiese retirado aceleradamente, por no experimentar igual o mayor estrago, salió a campaña el dicho señor Antequera con tan numerosas tropas, para perseguirle donde se hubiese refugiado. Y consta del mismo testimonio que a la carta que recibió de los padres jesuitas con las expresiones más respetuosas y sumisas, respondió otra sumamente difusa y desaforada, no sólo por la arrogancia y libertad de sus conceptos, sino por los denuestos injuriosos que contiene contra los natales de su antecesor, y de grave ofensa contra los padres de la Compañía y sus más rectos prelados, calumniándolos con imposturas indignas de su ejemplar regularidad y observancia, suscitando las antiguas persecuciones que contra tan sagrada religión movió en algún tiempo la desenfrenada malicia de sus émulos, que quedaron desde entonces convencidos de injustos y falsos delatores. Y cuando el mismo proceso que fabricó y ha remitido para escudar sus operaciones ministra la pasión y ardencia con que ha procedido, a fin de conservarse en el puesto, sin excusar las acciones más ruidosas y turbativas de la paz pública, dando ocasión a que se entendiese en aquellas provincias, que sólo se había enviado para que se acomodase según se halla enunciado en el referido testimonio, y lo acreditaba su desordenada y culpable aplicación, se debe extrañar que las inquietudes que ha promovido el genio de aquel Ministro las atribuya V. S. a la providencia que di, mandando a amparar a don Diego de los Reyes en su gobierno, y que   —83→   si ocurriesen otros motivos no se hiciese novedad hasta darme cuenta.

13. »Y más habiendo mostrado los efectos subsecuentes, que si no se hubiera contravenido a este orden, se hubieren excusado las grandes perturbaciones de aquella república y su distrito, que tanto me pondera V. S., y no fuera necesario para establecer su quietud haber de apartar de aquella jurisdicción al señor Antequera, ni hubiera causa para los recelos de la ruina, que concibe V. S. como inminente y difícil de remediar por la constitución del país y de los tiempos, como me lo expresa, con la reflexión, de que no siendo de tanta gravedad y urgencia la substancia de los capítulos puestos a don Diego de los Reyes, según se colige del primer escrito de los capitulantes, así como V. S. en el principio rehusó despachar juez, hasta que la repetida instancia de los acusadores y del señor fiscal de esa Real Audiencia, en tan continuados escritos, que vinieron insertos en el primer testimonio, vencieron los justos reparos que retardaban aquella resolución, pudiera diferirse en el todo muy justamente, reservándola para el tiempo de la residencia del dicho gobernador, pues estaba próximo a cumplir su quinquenio, siendo conforme a derecho y leyes del Reino que así se practica, y especialmente cuando los querellantes son declarados enemigos y aquella tierra acostumbrada a perseguir y sindicar a sus gobernadores, y que necesita a que se proceda con más tiento y se apliquen los medios más suaves y menos escandalosos por las distancias y circunstancias que V. S. insinuó y todos conocen.

14. »Ni la nueva Real Cédula, que cita V. S. y vino también a esta Real Audiencia, persuade lo contrario; pues se repite en ella lo mismo que está dispuesto por leyes de este Reino y siempre se debe entender según lo decidido en éstos cualquiera despacho posterior que no las deroga ni inmuta.

15. »Dice V. S. que el dicho señor Antequera se halla actualmente gobernador del Paraguay, no sólo por la providencia dada por esa Real Audiencia sino por merced que le hice para después que don Diego de los Reyes cumpliese los cinco años, y así veo por los autos remitidos, que en el tiempo que medió hasta febrero de 1722, se intituló16 gobernador y capitán general de aquellas provincias por nombramiento de esa Real Audiencia, y después mudó el título y dijo serlo por este Gobierno Superior y otras veces   —84→   por Su Majestad. En que se repara lo primero que reconociendo la facultad superior de este gobierno para recibir de él la potestad, después la negó y pretendió excluir, para no obedecer los despachos en que amparé en su posesión al gobernador don Diego de los Reyes, y le procesó de atrevido o desacatado, porque dijo que interpuso sus recursos a Tribunales Superiores, y salió a la campaña con armas y ejército a resistir el cumplimiento de la provisión, que impetró sin haber cometido más delito que el de tratar de presentarse con ella en el Cabildo de la ciudad de la Asunción.

16. »Lo segundo que se extraña es que haciendo tanta fuerza en el juicio de V. S. la merced que conferí al señor Antequera para después que don Diego de los Reyes concluyese sus cinco años, no se juzgue eficaz la segunda y posterior providencia, en que le mandé amparar a éste, y que no fuese despojado de su ejercicio, y más cuando no le había dejado cumplir el quinquenio y se le depuso antes de él.

17. »Lo tercero que se ofrece dudar es que esa Real Audiencia pueda nombrar gobernador y capitán general, no sólo sin mi aprobación, sino directamente en contra de mis resoluciones a despecho de ellas, oponiéndose V. S. a las facultades que en este Reino solamente residen en el Virrey, que tiene los poderes de Su Majestad y su inmediata representación, que al mismo tiempo reconoce V. S. pidiéndome que nombre persona que sirve en ínterin aquel Gobierno con la exclusiva del dicho don Diego y del señor Antequera. Y finalmente, debo decir a V. S. que aunque esa Real Audiencia ha sido muy arreglada en todos tiempos, sólo en el de mi gobierno se experimenta que en ella se quitan y proveen fácilmente gobernadores, se suspenden corregidores y oficiales reales, que se hace empeño de autoridad proceder a todo esto sin darme cuenta, aunque yo ordene lo contrario con motivos justos del servicio de Su Majestad y bien público, y se retienen mis despachos y se retiene pertinazmente el cumplimiento de ellos, creyendo que hubiera cesado en los cargos que ejerzo, como si aunque faltara la persona no hubiera de haber sucesor que cuide igualmente del respeto que se debe a esta representación. De ellos y de todo informaré a Su Majestad y en el ínterin daré las providencias que tuviere por más justificadas y eficaces para corregir los excesos de don   —85→   José de Antequera y poner remedio en los que hasta aquí se han ejecutado con la entereza que conviene, conociendo que el prevenirlos a V. S. no será para que los auxilie y concurra a su observancia, como debiera esperar de sus obligaciones y ministerios. Guarde Dios a V. S. muchos años.- Lima y mayo 26 de 1723.- Fray Diego arzobispo.- A la Real Audiencia de La Plata». Hasta aquí la carta del señor Virrey.

18. A ella procuraron satisfacer plenamente con el debido respeto los ministros de dicha Real Audiencia en carta de 11 de septiembre del mismo año, dando respuesta a cada uno de los cargos que les hizo Su Excelencia. Y porque se vea el juicio que formaron aquellos señores de las calumnias de Antequera contra los jesuitas de esta provincia, copiaré aquí la respuesta, que mira a este intento, donde dicen así:

«Tampoco asiente (esta Real Audiencia) a la carta que el señor don José (de Antequera) escribió a los reverendos padres de la Compañía de Jesús, porque si en todas partes son dignos de la más reverente correspondencia por la infatigable exacción con que satisfacen a su Sagrado Instituto, en ninguna más que en aquellas provincias, en donde deben a su ardiente celo la Iglesia copiosa mies de cristianos y Su Majestad innumerable multitud de vasallos, manteniendo en evangélica disciplina su doctrina y ejemplo lo que reduce al católico rebaño su incesante predicación. Bien conoce como todo el mundo esta verdad el señor don José; pero acaso tuvo su advertencia la reflexión de que el P. Blas de Silva, sujeto de la primera estimación de aquella provincia que acababa de gobernarla como su provincial, y quien fue el primero que experimentó en su deplorable muerte el furor de los indios payaguás, era tío carnal de la mujer del gobernador don Diego de los Reyes, y que el P. Pablo Benítez, actual superior de aquellas misiones, es así mismo tío de la referida mujer de Reyes, y pudo (aunque no debió) su desconfianza persuadirse a que en éstos el amor y vínculo tan inmediato de sangre y en los demás la contemplación a su respeto facilitaba los auxilios a dicho Reyes y ponía de mal semblante sus operaciones en el concepto y noticias de dichos reverendos padres; porque el despreciar aprensiones, y más cuando las probabiliza aunque sea sólo aparente similitud, requiere mucha libertad en los ánimos e igual desembarazo de otras impresiones; pero todas las debió   —86→   deponer en inteligencia de que en aquellos santos varones están muy postergadas las relaciones humanas, porque las pasiones de hombres hacen vivir siempre sujetas a las mejores reglas de espíritu». Hasta aquí el juicio de aquel sabio senado, del cual tuvo luego Antequera individual noticia, sin que por eso corrigiese su modo de proceder contra los jesuitas.

19. Llegó también a sus manos copia de la carta del señor Virrey, y no se puede fácilmente creer el enojo que concibió contra Su Excelencia, las expresiones indignas con que entre sus parciales le perdió el respeto que por tantos títulos debía profesarle, dando ocasión a que los demás le perdiesen la veneración; que cuando la cabeza muestra poca atención con el superior mayor, los particulares fácilmente siguen su ejemplo. Nació también de aquí la obstinación con que se determinó Antequera, a despecho de las órdenes de Su Excelencia a mantenerse en el Gobierno; que los ánimos puestos al precipicio difícilmente se reducen y el menor impulso los despeña. Si Antequera, al ver que por sus mismos autos se formó en Lima tal mal concepto de sus operaciones, hubiera abierto los ojos y retrocedido de sus empeños, hubiera desviado de su cabeza la multitud de males que le sobrevinieron; pero le tenía tan ciego su loca presunción, que el ver desaprobados sus procederes le sacó de sí, y en vez de corregirlos se fue empeorando cada día más, eslabonando con los primeros yerros otros nuevos y mayores, para formar la cadena que le arrastró al suplicio.

20. Pero volviendo ahora a la relación digo que, en cuantas resoluciones tomó en adelante el señor Virrey, quiso resueltamente por los motivos que oímos en su carta, que ninguna de ellas corriese por mano de la Real Audiencia de la Plata, y totalmente avocó a su Superior Tribunal todo lo concerniente a esta causa, sin intervención ninguna del de Chuquisaca, de tal manera que de aquí en adelante de ninguna disposición se le participó aun la mera noticia, y el mismo Antequera, aunque paliaba sus erradas operaciones con la autoridad de dicha Audiencia, sin embargo cuidaba muy poco de noticiarla ni esperar nuevas órdenes suyas, lo que se ve bien claro en que sucesos tan ruidosos como la segunda guerra de Tibicuary, la expulsión de los nuestros de su colegio de la Asunción, la prisión pública de dos jesuitas capellanes del ejército real y otros semejantes acaecidos por agosto de 1724, de que hablaremos adelante, no se habían   —87→   participado a aquella Audiencia en más de seis meses, ni los supo, sino por carta del señor obispo del Paraguay, como se expresa todo en la Real Provisión librada el 1.º de marzo de 1725.

21. Ahora, pues, las disposiciones que el señor Virrey expidió en su despacho de 7 de junio de 1723, fueron que don Diego de los Reyes fuese restituido al Gobierno del Paraguay, pero quedando inhibido de conocer causa alguna de los que hubiesen sido testigos contra él o capitulándole, pues de éstas habían de conocer precisamente las otras justicias ordinarias, y para mayor fuerza de este despacho venía sobrecartada la primera provisión. Que lo mismo se entendiese con su teniente general don José Delgado y con el comisario de la caballería don Diego Váez, y el sargento mayor de la plaza don Alonso Caballero Bazán, porque habían de ser restituidos sin falta a sus empleos, como también cualesquiera otro a quienes Antequera hubiese suspendido o reformado. Que al gobernador Reyes, su teniente general Delgado, y a los demás interesados, se les restituyesen todos sus bienes confiscados, aunque estuviesen vendidos y en poder de terceros poseedores.

22. Que Antequera saliese luego del Paraguay y sin entrar en Chuquisaca se encaminase para Lima, llevando consigo los autos de la pesquisa, que se declaraban nulos y de ningún valor, y compareciese allí, pena todo de diez mil pesos, y que se depositasen y secuestrasen todos los bienes que se reconociese pertenecerle en cualesquiera partes o lugares que se hallasen. Que se declaraba nulo todo lo obrado y actuado por Antequera contra la Compañía de Jesús. Y para que el despacho sobre la reposición de Reyes se cumpliese puntualmente y no corriese la fortuna que el que Su Excelencia había librado antecedentemente, cometió su ejecución al coronel don Baltasar García Ros, teniente de rey actual en la plaza de Buenos Aires, confiándole todas las facultades necesarias, como a juez delegado de Su Excelencia. Y por cualquier contingencia en provincias tan remotas venían también nombrados por jueces don Francisco de Bracamonte, teniente de oficial real en la Ciudad de Santa Fe, don Francisco Botija, asesor del Gobierno de Buenos Aires, y don Francisco de Arce, caballero andaluz residente en el Paraguay, sujetos todos de notoria integridad y rectitud, a quienes se apremiaba con la pena de cuatro mil pesos, para que aceptasen esta escabrosa comisión y ejecutasen cuanto   —88→   hasta aquí tenía Su Excelencia dispuesto sobre esta materia y sus incidencias.

23. Mandaba también que el juez destinado para estas comisiones, si se resistiesen a obedecer los regidores del Paraguay o los cabos militares, procediese contra ellos hasta privarlos de sus empleos, sacarles las multas impuestas y desterrarlos del Reino, y en caso que por fuerza se resistiese, pidiese auxilio de gente, de donde quiera que le pareciese, y que so graves penas estuviesen todos obligados a impartírsele, hasta que estuviesen ejecutadas las órdenes que Su Excelencia libraba. Pero como principalmente deseaba el señor Virrey se pacificase la provincia del Paraguay y quietasen los ánimos alterados de aquellos vecinos que tenía en perturbación Antequera con sus ardidosas inducciones, especialmente en la aprensión del rigor que ejecutaría Reyes si volviese al Gobierno, para no dejarle a Antequera ni a sus parciales fomentadores resquicio alguno para la desobediencia, a que les podría inducir la primera entrada de Reyes, proveyó al mismo tiempo por gobernador del Paraguay al dicho coronel don Baltasar García Ros, dándole las facultades y comisiones que constarán por su título, el cual decía así: «En atención a que tengo mandado por justos motivos, que el señor don José de Antequera cese luego en el ejercicio de gobernador y capitán general de las provincias del Paraguay, y pase a esta ciudad en derechura, y se presente en ella en el término de ocho meses, y que conviene que haya persona que en su lugar lo sirva, nombro al coronel don Baltasar García Ros por gobernador y capitán general en ínterin de dichas provincias, para que ejerza estos cargos, como lo han hecho sus antecesores sin diferencia alguna, y se reciba en el Cabildo de la Asunción, sin que se le ponga embarazo por los capitulares de él, ni por otra persona, pena de seis mil pesos y de dos años de destierro para fuera del Reino, a quien lo resistiere; dejando a su arbitrio poder remover al maestre de campo de aquellas milicias, y a los otros oficiales, que hubiere creado el dicho señor don José de Antequera, y alzar los embargos, que hubiere hecho en los bienes de don Diego de los Reyes Valmaceda, y de los demás que hubiere procesado de resulta de su pesquisa respecto de la notoria nulidad con que ha actuado, por haberse subrogado en el oficio de dicho Gobernador contra lo dispuesto por la ley real de este Reino, y habiendo aprehendido la posesión, hará notificar   —89→   al dicho señor don José de Antequera que cumpla con lo que está ordenado, compareciendo en este Superior Gobierno en el término referido, pena de diez mil pesos, y de supresión de su plaza de protector general, mientras se consulta a Su Majestad, y ponga en depósito seguro el caudal y efectos que hubiere adquirido en el tiempo que ha gobernado dichas provincias, especialmente los que procedieren de los frutos de ellas, y de cualquier especie de comercio que haya tenido, y se pueda calificar, aunque sea presuntivamente, haciendo las diligencias que convengan, para descubrirlos y asegurarlos. Y al cumplimiento de este decreto, que sirva de despacho en forma, le auxiliarán las milicias y cabos de ellas, pena de cuatro mil pesos, y de privación de sus empleos: y lo mismo harán en caso necesario las Justicias de las provincias inmediatas sin excusa ni dilación alguna debajo de dicha pena.- Lima, ocho de junio de mil setecientos veinte y tres.- El Arzobispo».

24. La elección de don Baltasar en gobernador para las ejecuciones referidas se juzgó comúnmente por muy acertada en la opinión de los desapasionados, porque este caballero había servido el Gobierno del Paraguay (y después el de Buenos Aires) con universal aceptación, merecida justamente por su bondad, genio pacífico, afabilidad, rectitud y desinterés; que éstos deben ser los sujetos que se busquen para circunstancias tan críticas, cuales eran las del Paraguay; porque los ministros bien acreditados llevan mucho andado para los aciertos, como al contrario los poco aceptos sólo sirven de enajenar los ánimos; por los cual los que han de hacer la elección deben poner gran cuidado en atender a estas calidades, y se creía comúnmente entre los cuerdos independientes haber dado en el punto el señor Virrey en la elección del Coronel por haber sido hasta entonces muy bien visto y querido de los paraguayos; pero el artificio de Antequera fue tal, que consiguió hacerle odioso sin más razón que su capricho y embustes entre los mismos que antes más le estimaron, llenando los ánimos de los paraguayos de sospechas, aprehensiones y desconfianzas, porque así le convenía para inducirlos a que repugnasen admitirle. Los ánimos de los paraguayos, aunque por una parte son suspicaces y cavilosos, son por otra crédulos así en las cosas de su conveniencia como en las de su detrimento y gente que con arte se puede llevar por el camino que se desea, abrazando fácilmente   —90→   lo que conciben estarles bien y desechando las resoluciones de donde les pueda venir perjuicio. Con que teniendo bien pulsados Antequera los genios, les supo pintar tales daños para su república en que entrase a gobernar don Baltasar, que de amado antes y querido le hizo aborrecido de casi todos, y como vieron haberles salido bien la repulsa de Reyes (pues veían se les señalaba ya otro gobernador), les dio esto mayor ánimo para continuar en repeler a don Baltasar; que una insolencia permitida o disimulada abre camino para mayores precipicios, como lo probarán adelante los sucesos que referiré.

25. Porque ahora debo decir que el señor Virrey Arzobispo dirigió todos sus despachos y se consignaron al señor mariscal de campo entonces, hoy teniente general don Bruno Mauricio Zabala, gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires, quien los encaminó a los interesados, dando al mismo tiempo las providencias necesarias que se debían por acá ejecutar, como fue nombrar por juez en Santa Fe al mencionado teniente de oficial real don Francisco Bracamonte para que entendiese en el embargo de los bienes pertenecientes a don José de Antequera, que arribasen desde el Paraguay a aquel puerto, y reintegración de Reyes, en los que se conociese ser suyos.

26. Casi por el mismo tiempo don Diego de los Reyes, que se mantenía en nuestras misiones, trató de hacer nueva presentación de su segundo despacho en el Paraguay para conseguir su obedecimiento, siempre con la cautela de no fiar el original hasta ir en persona a presentarle, si Antequera viniese en admitirle. Y por hallarse muchas jornadas distante de la ciudad de San Juan de Vera, llamada vulgarmente las Corrientes, que es la más cercana, donde había escribano que autorizase la copia, se contentó con poner la fe de dos sacerdotes jesuitas residentes en aquel pueblo de Nuestra Señora de Fe (donde se hallaba a la sazón), que certificaban estar conforme al original, pareciéndole que esto bastaría para que creyesen había tal despacho, y que no le impidiesen el pasar en persona a presentar el original.

27. Pero quien se hallaba resuelto a no obedecer el original ni despacho alguno del Virrey, ¿qué caso haría de tal copia en aquella forma? Ninguno, por cierto, como se vio. No había persona alguna secular en toda la Gobernación del Paraguay que se atreviese a intimar dicho despacho, aterrados con las violencias y extorsiones que Antequera estaba   —91→   ejecutando con las personas de la primera distinción y con sus caudales, extrañados de sus casas los que se habían inclinado a obedecer al Virrey, presos por los fuertes que coronan las fronteras, privados de sus empleos y de sus bienes y de la comunicación de las gentes y aun de la de sus propias familias; por tanto para hacer notorias las providencias del Superior Gobierno de estos Reinos, expedidas a favor de Reyes, juzgó éste forzoso valerse de personas eclesiásticas, bien que no todas se atrevían, temerosas de ser atropelladas, cuando advertían tan poco respetada su inmunidad.

28. Burlando, pues, la vigilancia de las guardias que Antequera tenía puestas en los caminos, y distribuidas en los pasos más comunes y precisos para que no entrasen despachos sin su noticia, penetró secretamente un expreso de Reyes dirigido a su hijo el diácono don Agustín, en cuyas manos puso felizmente la copia de la dicha provisión sobrecartada con orden de su padre don Diego, para que delante de testigos, si los hallase, la notificase a Antequera y al Cabildo de la Asunción. Hallar testigos seculares tuvo la misma dificultad, y fue necesario valerse de dos presbíteros, que fueron el doctor don José Caballero Bazán y don Diego Riquelme de Guzmán, quienes juntándose en casa del arcediano de aquella santa iglesia, don Matías de Sylva, comisario del Santo Oficio, tío de la mujer del gobernador Reyes, confirieron el modo de hacer la notificación y convinieron en que se lograse una buena coyuntura, que les ofrecía la circunstancia de aquel día, que era el 30 de julio, víspera de mi gran patriarca San Ignacio.

29. Habíase dispuesto para esta celebridad (ignorantes totalmente los nuestros de los intentos de los tres clérigos) un torneo que habían de hacer los estudiantes de nuestras escuelas después de vísperas, a que asistió el Cabildo y el gobernador don José de Antequera. Hacíase el torneo en la plaza delante de nuestra iglesia, al cual paraje caía también la casa del dicho arcediano, desde donde acechando cuando ya estaban sentados Antequera y el Cabildo y sosegado todo el numeroso concurso, se acercaron los tres clérigos, y hablando el diácono don Agustín, dijo venía a intimar un despacho del señor Virrey. Alterose Antequera, y con sobrado enfado respondió, no era aquel lugar para tales diligencias, y levantándose se llevó consigo todo el Cabildo, y Diácono a su casa, en donde dejó preso al Diácono, hasta dar aviso a su grande amigo el Provisor, de quien hablamos arriba,   —92→   quien por sólo éste tan ningún delito halló en su teología que debía poner presos a los tres clérigos, como se hizo, sirviéndoles de cárcel la misma sacristía de la santa iglesia catedral, por alborotadores de la paz pública, que era el delito primero que se imputaba a cuantos no seguían sus dictámenes, y que habían incurrido en la pena de los diez mil pesos impuesta por la Provisión Real de 13 de marzo.

30. Hizo luego se juntasen ambos Cabildos eclesiástico y secular en la misma sacristía, para conferir cosas tocantes al servicio de Su Majestad, y declarando se habían puesto presos aquellos dos sacerdotes y el Diácono, a pedimento suyo por los motivos expresados, pidió al Cabildo eclesiástico permitiese se les pusiese guardia de soldados en la misma sacristía. Resistiose el Cabildo con entereza a esta propuesta, y Antequera le protestó que serían culpados de omisos contra lo mandado por Su Alteza. Replicó el Cabildo no se podía dar por deservida la Real Audiencia de que viniesen a notificar los despachos de su Virrey. Al oír esta razón salió fuera de sí Antequera y ciego con la cólera se arrojó a decir: ¿Quién es el Virrey? ¿Es acaso más que un fraile viejo chocho? Y señalando a un indiezuelo criado suyo, que estaba allí cerca, y dando furioso con el pie un golpe en el suelo, añadió: En tanto como esto lo estimo, como esto. Horrendo desacato que no tuviera osadía para dejarle asomar a los labios quien no estuviera loco o fuera de juicio con la rabia. Prosiguió diciendo: ¿Saben ustedes lo que supone un Virrey respecto de la Real Audiencia? Muy poco, y es cosa sin duda, que supone muchísimo más la Audiencia, pues despacha sus provisiones por don Felipe, como el mismo Rey; pero el Virrey conténtase con proveer por el arzobispo, duque, conde o marqués.

31. En fin, escandalizado el Cabildo eclesiástico de éstas y otras semejantes arrojadas proposiciones, paró la cosa en que no se pusieron las guardias, pero los tres clérigos prosiguieron presos en la sacristía algunos días, no tanto porque lo mereciesen, cuanto por no atreverse el Cabildo eclesiástico a negárselo todo a Antequera, temiendo de que no ejecutase algún estrago contra los eclesiásticos con la autoridad que se arrogaba, que de un hombre temerario y ciego de su pasión todo se puede recelar con fundamento.

32. El odio que con esta nueva impensada ocasión concibió Antequera, y le inspiraron contra los jesuitas los émulos sus colaterales, fácil es de considerar; porque le persuadían,   —93→   y lo creía sin dificultad, que el convite para aquel festejo había sido tramado de los nuestros concertados con los dichos clérigos porque lograsen esa bella ocasión de intimarle el despacho. A la verdad las circunstancias juntas con sus aprensiones fundaban vehemente sospecha de colusión; pero es ciertísimo que no la hubo, y el padre rector Pablo Restivo, de cuya notoria ingenuidad estaba muy seguro Antequera (y aun abusaba de ella), le dio tal satisfacción que mostró quedar plenamente convencido de nuestra inocencia.

33. Contra el Virrey sí que le quedó clavada una espina que nunca se la pudo arrancar, y ya que no era capaz de ofender su persona se estrelló en perseguir a los que miraba estimados de Su Excelencia, como fue don Francisco de Arce, que vino de Lima nombrado por uno de los jueces contra él; embargole todos sus bienes y le desterró a un castillo, sacándole de la ciudad montado en una cabalgadura sin otra silla que una ensalma; como quien no pudiendo vengarse en la persona de su enemigo, desahoga la cólera y se ensangrienta contra las prendas de su estimación.