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ArribaAbajoTercera clase

Estorbos físicos ó derivados de la naturaleza


Aunque el oficio de labrador es luchar á todas horas con la naturaleza, que de suyo nada produce sino maleza y que solo da frutos sazonados á fuerza de trabajo y cultivo, hay sin embargo en ella obstáculos tan poderosos que son insuperables á la fuerza de un individuo, y de los cuales solo pueden triunfar las fuerzas reunidas de muchos. La necesidad de vencer esta especie de estorbos, que acaso fué la primera á despertar en los hombres la idea de un interés común y á reunirlos en pueblos para promoverlo, forma todavia uno de los primeros objetos y señala una de las primeras obligaciones de toda sociedad política.

Sin duda que á ella debe la naturaleza grandes mejoras. á doquiera que se vuelva la vista se ve hermoseada y perfeccionada por la mano del hombre. Por todas partes descuajados los bosques, ahuyentadas las fieras, secos los lagos, acanalados los rios, refrenados los mares, cultivada toda la superficie de la tierra y llena de alquerías y aldeas y de bellas y magníficas poblaciones, se ofrecen en admirable espectáculo los monumentos de la industria humana y los esfuerzos del interés común para proteger y facilitar el interés individual.

Sin embargo, ya hemos advertido que no se hallará nacion alguna, aun entre las mas cultas y opulentas, que haya dado á este objeto toda la atencion que se merece. Aunque es cierto que todas lo han promovido mas ó menos, en todas queda mucho que hacer para remover los estorbos físicos que retardan su prosperidad, y acaso no hay una señal menos equívoca de los progresos de su civilizacion que el grado á que sube esta necesidad en cada una. Si la Holanda, cuyas mejores poblaciones están colocadas sobre terrenos robados al Océano y cuyo suelo cruzado de innumerables canales, de estéril é ingrato que era se ha convertido en un jardin continuado y lleno de amenidad y abundancia, ofrece un grande ejemplo de lo que pueden sobre la naturaleza el arte y el ingenio, otras naciones, favorecidas con un clima mas benigno y un suelo mas pingüe, presentan en sus vastos territorios, ó inundados ó llenos de bosques y maleza, ó reducidos á páramos incultos y abandonados á la esterilidad, otro no menos grande de su indolencia y descuido.

Sin traer, pues, á tan odiosa comparacion las naciones de la tierra, pasará la Sociedad á indicar los estorbos físicos que retardan en la nuestra la prosperidad del cultivo, y á presentar á la atencion de Vuestra Alteza un objeto tan importante y tan sabiamente recomendado por nuestras leyes37.

A dos clases se pueden reducir estos estorbos: unos que se oponen directamente á la extension del cultivo; otros que, oponiéndose á la libre circulacion y consumo de sus productos, causan indirectamente el mismo efecto. En los primeros se detendrá muy poco la Sociedad, no porque falten lagunas que desaguar, rios que contener, bosques que descepar y terrenos llenos de maleza que descuajar y poner en cultivo, sino porque esta especie de estorbos están á la vista de todo el mundo, y los clamores de las provincias los elevan frecuentemente á la suprema atencion de Vuestra Alteza. Sin embargo, dirá alguna cosa acerca de los riegos, que pertenecen á esta clase y son dignos de mayor atencion.


ArribaAbajo- I-

Falta del riego


Dos grandes razones los recomiendan muy particularmente á la autoridad pública: su necesidad y su dificultad. Su necesidad proviene de que el clima de España en general es ardiente y seco, y es grande por consiguiente el número de tierras que por falta de riego ó no producen cosa alguna ó solo algun escaso pasto. Si se exceptúan las provincias septentrionales, situadas en las haldas del Pirineo, y los territorios que están sobre los brazos derivados de él y tendidos por lo interior de España, apenas hay alguno en que el riego no pueda triplicar las producciones de su suelo, y como en este punto se repute necesario todo lo que es en gran manera provechoso, no hay duda sino que el riego debe ser mirado por nosotros como un objeto de necesidad casi general.

Pero la dificultad de conseguirlo lo recomienda mucho mas al celo de Vuestra Alteza. Donde los rios corren someros, donde basta hacer una sangria en la superficie de la tierra para desviar sus aguas é introducirlas en las heredades, como sucede, por ejemplo, en las adyacentes á las orillas del Esla y el Órbigo y en muchos de nuestros valles y vegas, no hay que pedir al gobierno este beneficio. Entonces, siendo accesible á las fuerzas de los particulares, debe quedar á su cargo, y sin duda que los propietarios y colonos lo buscarán por su mismo interés siempre que lo protejan las leyes, siendo máxima constante en esta materia que la obligacion del gobierno empieza donde acaba el poder de sus miembros.

Pero fuera de estos felices territorios, el riego no se podrá lograr sino al favor de grandes y muy costosas obras. La situacion de España es naturalmente desigual y muy desnivelada. Sus rios van por lo común muy profundos y llevan una corriente rapidísima. Es necesario fortificar sus orillas, abrir hondos canales, prolongar su nivel á fuerza de esclusas ó sostenerlo levantando los valles, abatiendo los montes ú horadándolos para conducir las aguas á las tierras sedientas. La Andalucia, la Extremadura y gran parte de la Mancha, sin contar con la corona de Aragón, están en este caso, y ya se ve que tales obras, siendo superiores á las fuerzas de los particulares, indican la obligacion y reclaman poderosamente el celo del gobierno.

Debe notarse también que esta obligacion es mas ó menos extendida según el estado accidental de las naciones. En aquellas que se han enriquecido extraordinariamente, donde el comercio acumula cada dia inmensos capitales en manos de algunos individuos, se ve á éstos acometer grandes y muy dispendiosas empresas, ya para mejorar sus posesiones ó ya para asegurar un rédito correspondiente al beneficio que dan á las ajenas. Entonces se emprenden como una especulacion de comercio, y el gobierno nada tiene que hacer sino animarlas y protegerlas. Pero donde no hay tanta riqueza, donde es mayor la extension y mas los objetos del comercio que los fondos destinados á él, donde á cada capital se presenta un millon de especulaciones mas útiles y menos arriesgadas que tales empresas, como sucede entre nosotros, es claro que ningún particular las acometerá y que la nacion carecerá de este beneficio si no las emprendiere el gobierno.

Mas si su celo es necesario para emprenderlas, también lo será su sabiduria para asegurar su utilidad; siendo imposible hacerlas todas á la vez, es preciso emprenderlas ordenada y sucesivamente, y como tampoco sea posible que todas sean igualmente necesarias ni igualmente provechosas, es claro que en nada puede brillar tanto la sabia economia de un gobierno como en el establecimiento del órden que debe preferir unas y posponer otras.

La justicia reclama el primer lugar para las necesarias hasta que, habiéndolas llenado, entren á ser atendidas y graduadas las que solo están recomendadas por el provecho. Basta reflexionar que el objeto de las primeras es remover los estorbos que se oponen á la subsistencia y multiplicacion de los miembros del Estado situados en un territorio menos favorecido de la naturaleza, y el de las segundas los que se oponen al aumento de la riqueza de los que están en situacion mas ventajosa, para inferir que la equidad social llama la atencion pública antes á las primeras que á las segundas. Y esta advertencia es tanto mas precisa cuanto mas expuesta se halla su observancia al influjo de la importunidad de los que piden y de la predileccion de los que acuerdan tales obras. Por lo mismo le servirá de guia á la Sociedad en cuanto dijere acerca de la segunda clase de estorbos físicos, de que va á hablar ahora.

Cuando se hayan removido los que impiden directamente la extension del cultivo de un país, su atencion debe volverse á los que impiden indirectamente su prosperidad, los cuales de parte de la naturaleza no pueden ser otros que los que se oponen á la libre y fácil comunicacion de sus productos, porque si el consumo, como ya hemos sentado, es la medida mas cierta del cultivo, ningún medio será tan conducente para aumentar el cultivo como aumentar las proporciones y facilidades del consumo.




ArribaAbajo-II-

Falta de comunicaciones


La importancia de las comunicaciones interiores y exteriores de un país es tan notoria y tan generalmente reconocida que parece inútil detenerse á recomendarla; pero no lo será demostrar que aunque sean necesarias para la prosperidad de todos los ramos de industria pública, lo son en mayor grado para la del cultivo. Primero, porque los productos de la tierra, generalmente hablando, son de mas peso y volumen que los de la industria, y por consiguiente de mas difícil y costosa conduccion. Esta diferencia se hallará con solo comparar el valor de unos y de otros en igualdad de peso, y resultará que una arroba de los frutos mas preciosos de la tierra tiene menos valor que otra de las manufacturas mas groseras. La razon es porque los primeros no representan por lo común mas capital que el de la tierra ni mas trabajo que el del cultivo que los produce, y las segundas envuelven la misma representacion y además la de todo el trabajo empleado en manufacturarlas.

Segundo, porque los productos del cultivo, generalmente hablando, son de menos duracion y mas difícil conservacion que los de la industria. Muchos de ellos están expuestos á corrupcion si no se consumen en un breve tiempo, como las hortalizas, las legumbres verdes, las frutas, etc., y los que no, están expuestos á mayores riesgos y averías así en su conservacion como en su transporte. Tercero, porque la industria es movible, y la agricultura estable é inmoble; aquélla puede trasterminar pasando de un lugar á otro, y ésta no. La primera, por decirlo así, establece y fija los mercados que debe buscar la segunda. Así se ve que la industria, atenta siempre á los movimientos de los consumidores, los sigue como la sombra al cuerpo, se coloca junto á ellos y se acomoda á sus caprichos, mientras tanto que la agricultura, atada á la tierra y sin poderlos seguir á parte alguna, desmaya en su lejania ó perece enteramente con su ausencia. Con esto queda suficientemente demostrada la necesidad de mejorar los caminos interiores de nuestras provincias, los exteriores que comunican de unas á otras y los generales que cruzan desde el centro á los extremos y fronteras del reino y á los puertos de mar por donde se pueden extraer nuestros frutos, necesidad que ha sido siempre mas confesada que atendida entre nosotros.


ArribaAbajoPor tierra

Ni cuando se trata de remover por este medio los estorbos de la circulacion debe entenderse que bastará abrir á nuestros frutos alguna comunicacion cualquiera, sino que es necesario facilitar el transporte cuanto sea posible. No basta muchas veces franquear un camino de herradura á la circulacion de una provincia ó un distrito, porque siendo la conduccion á lomo la mas dispendiosa de todas sucederá que, á poco que esté distante el mercado ó punto de consumo, el precio de los portes encarezca tanto sus frutos que los haga invendibles, y en tal caso está indicada la necesidad de una carretera para abaratarlos.

Los hechos confirmarán esta observacion. El mayor consumo, por ejemplo, del vino de Castilla de los fértiles territorios de Rueda, la Nava y la Seca se hace en el principado de Astúrias, y no habiendo camino carreteril entre estos puntos el precio ordinario de su conduccion á lomo es de ochenta reales en carga, lo que hace subir estos vinos, tan baratos en el punto de su cultivo, desde treinta y seis á treinta y ocho reales la arroba en el de su consumo, á los cuales agregado el millon que se carga sobre su último valor, resulta un precio total de cuarenta y cuatro á cuarenta y seis reales arroba, que es el corriente en Astúrias. De aquí es que, á pesar de la preferencia que en aquel país húmedo y fresco se da á los vinos secos de Castilla, todavia se despachan mejor los de Cataluña que alguna vez arriban á sus puertos, y no seria mucho que con el tiempo desterrasen del todo los vinos castellanos y arruinasen su cultivo.

Mas: el trigo comprado en el mercado de Leon tiene en la capital y puertos de Astúrias de veinte á veinticuatro reales de sobreprecio en fanega, porque el precio ordinario de los portes entre estos puntos es de cinco á seis reales arroba, siendo así que solo distan veinte leguas. Prescindiendo, pues, del bien que haria á la provincia consumidora un buen camino carreteril, es claro que sin él no puede prosperar la cultivadora, cuyos frutos sobrantes solo pueden consumirse en la primera y ser extraídos por sus puertos.

De aquí se infiere también que cuando algun distrito se hallare tan retirado de los puntos de consumo que el precio de conduccion en ruedas haga todavia invendibles sus frutos, la razon y la equidad exigen que se les proporcione una comunicacion por agua, ya franqueando la navegacion de alguno de sus rios, ya abriéndola por medio de un canal si posible fuere, puesto que el Estado debe á todos sus miembros los medios necesarios á su subsistencia, doquiera que estuvieren situados.

El estado presente de nuestra poblacion recomienda tanto mas esta máxima cuanto los grandes puntos de consumo están mas dispersos y ni se dan la mano entre sí ni con las provincias cultivadoras. La Corte, colocada en el centro; Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, Barcelona y en general las ciudades mas populosas, retiradas á los extremos extienden los radios de la circulacion á una circunferencia inmensa, y llamando continuamente los frutos hácia ella hacen las conducciones lentas, difíciles y por consiguiente muy dispendiosas. No bastan por lo mismo para la prosperidad de nuestro cultivo los medios ordinarios de conduccion, y es preciso aspirar á aquellos que, por su facilidad y gran baratura, enlazan todos los territorios y distritos y los acercan, por decirlo así, á los puntos de consumo mas distantes; y entonces este auxilio, que pondrá en actividad el cultivo de los últimos rincones del reino, que dará á cada uno los medios de promover su felicidad y que difundirá la abundancia por todas partes, servirá al mismo tiempo para repartir mas igualmente la poblacion y la riqueza, hoy tan monstruosamente acumuladas en el centro y los extremos.

Pero siendo imposible hacer todas estas obras á la vez, parece que nada importa mas, como ya hemos advertido, que establecer el órden con que deben ser emprendidas, el cual, á poco que se reflexione, se hallará indicado por la naturaleza misma de las cosas. La Sociedad hará todavia en este punto algunas observaciones.

Primera: que nunca se debe perder de vista que las obras necesarias son preferibles á las puramente útiles, pues además que la necesidad envuelve siempre la utilidad, y una utilidad mas cierta, es claro, como se ha dicho ya, que son mas acreedores á los auxilios del gobierno los que los piden para subsistir que los que los desean para prosperar.

Segunda: que la primera atencion se debe sin duda á los caminos, pues aunque no puede negarse que los canales de navegacion ofrecen mayores ventajas en los transportes, es necesario presuponer facilitada por medio de los caminos la circulacion general de los distritos para que los canales que han de atravesarlos produzcan el beneficio á que se dirigen. Y como, por otra parte, el coste de los canales sea mucho mayor que el de los caminos, pide también la buena economia que los fondos destinados á estas empresas, nunca suficientes para todas, prefieran aquellas en que con menos dispendio se proporcione un beneficio mas extendido y general.

Sin embargo, esta regla admite una excepcion en favor de los canales que sirven á la navegacion y al riego, si éste se hallase recomendado por la necesidad de alguna provincia ó territorio que no puede subsistir sin él, puesto que entonces merecerá la preferencia por este solo título.

Esta máxima se perdió de vista en tiempo del señor Don Carlos I y de su augusto hijo: cuando España carecia de caminos y mientras por falta de ellos estaba en decadencia y ruina el cultivo de muchas provincias, se comenzó á promover con gran calor la navegacion de los rios y canales38. á esta época pertenecen las empresas de la acequia imperial, de las navegaciones del Guadalquivir y el Tajo, de los canales del Jarama y Manzanares y otras semejantes, cuyos desperdicios, mejor empleados, hubieran dado un grande impulso á la prosperidad general.

Tercera: parece asimismo que, tratando de caminos, se debe mas atencion á los interiores de cada provincia que no á sus comunicaciones exteriores, porque dirigiéndose éstas á facilitar la exportacion de los sobrantes del consumo interior de cada una, primero es establecer aquéllas sin las cuales no puede haber tales sobrantes, que no las que los suponen.

También nosotros olvidamos esta máxima cuando en el anterior reinado, y á consecuencia del Real Decreto de 10 de junio de 1761, emprendimos con mucho celo el mejoramiento de los caminos. El órden señalado entonces fué construir primero los que van desde la Corte á los extremos, después los que van de provincia á provincia y al fin los interiores de cada una, pero no se consideró que la necesidad y una utilidad mas recomendable y segura indicaban otro órden enteramente inverso, que era primero restablecer el cultivo interior de cada provincia, y por consiguiente de todo el reino, que pensar en los medios de su mayor prosperidad, y que serian inútiles estas grandes comunicaciones mientras tanto que los infelices colonos no podian penetrar de pueblo á pueblo ni de mercado á mercado sino á costa de apurar su paciencia y las fuerzas de sus ganados, ó al riesgo de perder en un atolladero el fruto de su sudor y la esperanza de su subsistencia.

Cuarta: la justicia de este órden pide también que no se emprendan muchos caminos á la vez si acaso no hubiese fondos suficientes para concluirlos, y que siendo constante que un camino emprendido para establecer la comunicacion entre dos puntos no puede ser de utilidad alguna hasta que los haya unido, es claro que vale mas concluir un camino que empezar muchos, y que darán mas utilidad, por ejemplo, veinte leguas de una comunicacion acabada que no ciento de muchas por acabar.

Tampoco fué observada esta máxima cuando, en ejecucion del decreto ya citado de 1761, se emprendieron á la vez los grandes caminos de Andalucia, Valencia, Cataluña y Galicia, tirados desde la Corte, á que se agregaron después los de Castilla la Vieja, Astúrias, Murcia y Extremadura. Lo que sucedió fué que, siendo insuficiente el fondo señalado para tan grandes empresas, hubiesen corrido ya mas de treinta años sin que ninguno de aquellos caminos haya llegado á la mitad.

En esta parte hasta los buenos ejemplos suelen ser perniciosos. Los romanos emprendieron todos los caminos de su vasto imperio, y lo que es todavia mas admirable, los acabaron, llevándolos desde la plaza de Antonino, en Roma, hasta lo interior de Inglaterra, de una parte, y hasta Jerusalén de la otra; pero tan anchos, tan firmes y magníficos que sus grandes restos nos llenan todavia de justa admiracion. Las naciones modernas quisieron imitarlos, pero no teniendo los mismos medios ó no queriendo adoptarlos afligieron á los pueblos sin poderles comunicar tan grande beneficio.

Con todo, esta regla admite una justa excepcion en favor de aquellos caminos que las provincias construyen á su costa, porque entonces no puede haber inconveniente en que los emprendan en cualquiera tiempo con tal que observen la regla anteriormente prescrita, esto es que no piensen en comunicaciones exteriores hasta que hayan mejorado sus caminos internos.

Quinta: siendo, pues, necesario fijar el órden de las empresas, y debiendo empezarse por las mas necesarias, es de la mayor importancia graduar esta necesidad, la cual, aunque parezca indicada por la naturaleza misma de los estorbos que se oponen á la circulacion, no puede dejar de someterse á otras consideraciones, y principalmente á la de la mayor ó menor extension de su provecho. Es decir que entre dos caminos igualmente necesarios será digno de preferente atencion aquel que ofrezca al Estado mayor utilidad y socorra á mayor número de individuos.

La Sociedad citará un ejemplo para dar mayor claridad y fuerza á su doctrina. á la mitad de este siglo el fértil territorio de Castilla se hallaba en extrema necesidad de comunicaciones; su antiguo comercio habia pasado á Andalucia, y arruinada por consiguiente su industria se hallaban arruinadas y casi yermas las grandes ciudades, que consumian los productos del cultivo. ¿Dónde llevaria esta infeliz provincia el sobrante de sus frutos? ¿A Castilla la Nueva? Pero el puerto de Guadarrama estaba inaccesible á los carros. ¿Al mar Cantábrico, para embarcarlos á las provincias litorales de Mediodia y Levante? Pero las ramas del Pirineo, interpuestas desde Fuenterrabia á Finisterre, les cerraban también el paso. En esta situacion, la residencia de la Corte en Madrid dio la preferencia al camino de Guadarrama, y con mucha justicia porque al mismo tiempo que socorria una necesidad mas urgente ofrecia una utilidad mas extendida, uniendo los dos mayores puntos de cultivo y consumo.

Sin embargo, el remedio no igualaba la necesidad. Castilla, en años abundantes, no solo puede abastecer á la Corte sino también exportar muchos granos á otras provincias ó al extranjero. Con esta mira se abrieron los caminos de Santander, Vizcaya y Guipúzcoa, que les dio paso al Océano, y el cultivo de Castilla recibió un grande impulso.

¿Y quién creerá que aun así no quedó socorrida del todo su necesidad? Las conducciones por tierra encarecen demasiado los frutos y todavia en igualdad de precios llegarán mas baratos á Santander los granos extranjeros conducidos por agua que los de Castilla por tierra39. Aunque la fanega de trigo se vendiese en Palencia á seis reales, como sucedió, por ejemplo, en 1757, su precio en Santander seria de veintidós reales, sin embargo de ser el punto mas inmediato. ¿Y cuál seria allí el de los trigos de Campos, tanto mas distantes? Hé aquí lo que basta para justificar la empresa del canal de Castilla, cuando no lo estuviese por el objeto del riego, que tanto la recomienda.

Este canal en todo su proyecto se extiende al territorio de Campos y á gran parte del reino de León, y seguramente presenta la mas importante y gloriosa empresa que puede acometer la nacion. Supóngase esta comunicacion tocando por una parte con la falda del Guadarrama, y por otra con Reinosa y León. Supóngase abierto un camino carretil al mar de Astúrias, que es el mas inmediato á este punto y á los fértiles países que abraza del Bierzo, La Bañeza, Campos, Zamora, Toro y Salamanca, y se verá cómo una mas activa y general circulacion anima el cultivo, aumenta la poblacion y abre todas las fuentes de la riqueza en dos grandes territorios, que son los mas fértiles y extendidos del reino, así como los mas despoblados y menesterosos.




ArribaAbajoPor agua

¿Y qué seria si el Duero multiplicase y extendiese los ramos de esta comunicacion por los vastos territorios que baña? ¿Qué si ayudado del Eresma venciese los montes en busca del Lozoya y del Guadarrama, y unido al Tajo por medio del Jarama y Manzanares llevase, como en otro tiempo40, nuestros frutos hasta el mar de Lisboa? ¿Qué seria si el Guadarrama, unido al Tajo, después de dar otro puerto á la Mancha y Extremadura en el mar de Occidente, subiese por el Mediodia hasta los orígenes del Guadalquivir y fuese á encontrar en Córdoba las naves que podian, como otras veces, subir allí desde Sevilla? ¿Qué si el Ebro41 tocando por una parte en Los Alfaques y por otra en Laredo comunicase al Levante las producciones del Norte y uniese nuestro Océano Cantábrico con el Mediterráneo? ¿Qué, en fin, si los caminos, los canales y la navegacion de los rios interiores, franqueando todas las arterias de esta inmensa circulacion, llenasen de abundancia y prosperidad tantas y tan fértiles provincias? La Sociedad, sin dejarse deslumbrar por las esperanzas de tan gloriosa perspectiva, pasará á examinar el último de los estorbos físicos cuya remocion puede realizarlas, esto es, de los puertos de mar.






ArribaAbajo-III-

Falta de puertos de comercio


Entre las ventajas de situacion que gozan las naciones, sin duda que en el presente estado de la Europa ninguna es comparable con la cercania del mar. Unidas por su medio á los mas remotos continentes, al mismo tiempo que su industria es llamada á proveer una suma inmensa de necesidades, se extiende la esfera de sus esperanzas á la participacion de todas las producciones de la tierra. Y si se atiende al prodigioso adelantamiento en que está el arte de la navegacion en nuestros dias, parece que solo la ignorancia ó la pereza pueden privar á los pueblos de tantos y tan preciosos bienes.

Es verdad que semejante ventaja suele andar compensada con grandes dificultades si, de una parte, la furia de aquel elemento amenaza á todas horas las poblaciones que se le acercan, por otra los altos precipicios y las playas inclementes que lo rodean, y que parecen destinados por la naturaleza para refrenarlo ó para señalar sus riesgos, dificultan su comunicacion ó la hacen intratable. Pero, ¿quién no ve que en esta misma dificultad halla un nuevo estímulo el deseo del hombre, que llamado ora á proveer á su seguridad, ora á extender la esfera de su interés, se ve como forzado continuamente á triunfar de tan poderosos obstáculos? Ello es, Señor, que el engrandecimiento de las naciones, si no siempre, ha tenido muchas veces su origen en esta ventaja, y que ninguna que sepa aprovecharla dejará de hallar en ella un principio de opulencia y de prosperidad.

España ha sido, en este como en otros puntos, muy favorecida por la naturaleza. Fuera de las ventajas de su clima y suelo, tiene la de estar bañada por el mar en la mayor parte de su territorio. Situada entre los dos mas grandes golfos del mundo, y colocada, por decirlo así, sobre la puerta por donde el Océano entra al Mediterráneo, parece llamada á la comunicacion de todas las playas de la tierra. Y si á esto se agrega la posesion de sus vastas y fértiles colonias de Oriente y Occidente, que debió á la misma ventaja, no podrémos desconocer que una particular providencia la destinó para fundar un grande y glorioso imperio.

¿Cómo es, pues, que en tan feliz situacion hemos olvidado uno de los medios mas necesarios para llegar á este fin? ¿Cómo hemos desatendido tanto la mejora de nuestros puertos, sin los cuales es del todo vana é inútil aquella gran ventaja? Apenas hay uno que no se halle tal cual salió de las manos de la naturaleza, y si bien es verdad que nos concedió algunos de singular excelencia y situacion, ¿cuántos son los que claman por los auxilios y mejoras del arte? ¿Cuántas provincias marítimas, y al mismo tiempo industriosas, carecen, por falta de un buen puerto, del beneficio de la navegacion y de todos los bienes dependientes de ella? ¿Y cómo no se hallará en esta falta uno de los estorbos que mas poderosamente retardan la prosperidad de nuestra agricultura?

La Sociedad no necesita recordar que este objeto, tan recomendable con respecto á la industria, lo es mucho mas con respecto al cultivo. Ha dicho ya que la industria sigue naturalmente á los consumidores y se sitúa á par de ellos, mientras el cultivo no puede buscar sus ventajas, sino esperarlas inmóvil.

Por otra parte, si todas las provincias pueden ser industriosas, no todas pueden ser cultivadoras; es preciso que en unas abunden los frutos que escasean en otras, es preciso que el sobrante de las primeras acuda á socorrer á las segundas, y solo de este modo el sobrante de todas podrá alimentar aquel comercio activo que es el primer objeto de la ambicion de los gobiernos.

Es, pues, necesario, si aspiramos á él, mejorar nuestros puertos marítimos y multiplicarlos, y facilitando la exportacion de nuestros preciosos frutos dar el último impulso á la agricultura nacional. Cuando la circulacion interior, produciendo la abundancia general, haya aumentado y abaratado las subsistencias y por consiguiente la poblacion y la industria, y multiplicado los productos de la tierra y del trabajo y alimentado y avivado el comercio interior, entonces la misma superabundancia de frutos y manufacturas que forzosamente resultará nos llamará á hacer un gran comercio exterior y clamará por este auxilio, sin el cual no puede ser conseguido.

En este punto, que podria dar materia á muy extendidas reflexiones, se contentará la Sociedad con presentar á la sabia consideracion de Vuestra Alteza dos que le parecen muy importantes. Primera, que es absolutamente necesario combinar estas comunicaciones exteriores con las interiores, y las obras de canales, rios y caminos con las de puertos. Esta máxima no ha sido siempre muy observada entre nosotros. Es muy común ver un buen puerto sin comunicacion alguna interior, y buenas comunicaciones sin puertos. El de Vigo, por ejemplo, que tal vez es el mejor de España, con la ventaja de estar contiguo á un reino extraño, no tiene camino alguno tratable á lo interior. Castilla la Vieja tiene camino al mar mas há de cuarenta años y ahora es cuando se trata de mejorar el puerto de Santander, y el principado de Astúrias, que entre medianos y malos tiene mas de treinta puertos, no tiene comunicacion alguna de ruedas con el fértil reino de León. Así es como se malogran las ventajas de la circulacion, por la inversion del órden con que debe ser animada.

Segunda, que después de facilitar las exportaciones por medio de la multiplicacion y mejora de los puertos es indispensable animar la navegacion nacional removiendo todos los estorbos que la gravan y desalientan: las malas leyes fiscales, los derechos municipales, los gremios de mareantes, las matrículas, la policia y mala jurisprudencia mercantil y, en fin, todo cuanto retarda el aumento de nuestra marina mercante, cuanto dificulta sus expediciones, cuanto encarece los fletes y cuanto, haciendo ineficaces los demás estímulos y ventajas, aniquila y destruye el comercio exterior.

Tales son, Señor, los medios de animar directamente nuestro cultivo, ó por mejor decir, de remover los estorbos que la naturaleza opone á su prosperidad. Conocemos que su ejecucion es muy difícil y menos dependiente del celo de Vuestra Alteza. Para vencer los estorbos políticos basta que Vuestra Alteza hable y derogue; los de opinion cederán naturalmente á la buena y útil enseñanza, como las tinieblas á la luz; mas para luchar con la naturaleza y vencerla son necesarios grandes y poderosos esfuerzos, y por consiguiente grandes y poderosos recursos que no siempre están á la mano. Resta, pues, decir, alguna cosa acerca de ellos.


ArribaAbajoMedios de remover estos estorbos

Cuando se considera, de una parte, los inmensos fondos que exigen las empresas que hemos indicado, y de otra que una sola, un puerto por ejemplo, un canal, un camino, es muy superior á aquella porcion de la renta pública que suele destinarse á ellas, parece muy disculpable el desaliento con que son miradas en todos los gobiernos. Y como estos fondos en último sentido deban salir de la fortuna de los individuos, parece también que es inevitable la alternativa ó de renunciar á la felicidad de muchas generaciones por no hacer infeliz á una sola, ó de oprimir á una generacion para hacer felices á las demás.

Sin embargo, es preciso confesar que si las naciones hubiesen aplicado á un objeto tan esencial los recursos que han empleado en otros menos importantes, no habria alguna, por pobre y desdichada que fuese, que no lo hubiese llevado al cabo, puesto que su atraso no tanto proviene de la insuficiencia de la renta pública cuanto de la injusta preferencia que se da en su inversion á objetos menos enlazados con el bienestar de los pueblos, ó tal vez contrarios á su prosperidad.

Para demostrar esta proposicion bastaria considerar que la guerra forma el primer objeto de los gastos públicos, y aunque ninguna inversion sea mas justa que la que se consagra á la seguridad y defensa de los pueblos, la Histona acredita que para una guerra emprendida con este sublime fin hay ciento emprendidas ó para extender el territorio ó para aumentar el comercio, ó solo para contentar el orgullo de las naciones. ¿Cuál, pues, seria la que no estuviese llena de puertos, canales y caminos, y por consiguiente de abundancia y prosperidad, si adoptando un sistema pacífico42 hubiese invertido en ellos los fondos malbaratados en proyectos de vanidad y destruccion?

Y sin hablar de este frenesí, ¿qué nacion no habria logrado las mas estupendas mejoras solo con aplicar á ellas los fondos que desperdician en socorros y fomentos indirectos y parciales dispensados al comercio, á la industria y á la agricultura misma, y que por la mayor parte son inútiles, si no dañosos? ¿Por ventura puede haber un objeto cuya utilidad sea comparable ni en extension, ni en duracion, ni en influencia á la utilidad que producen semejantes obras? En esta parte se debe confesar que España, acaso mas generosa que otra alguna cuando se trata de promover el bien público, ha sido no menos desgraciada en la eleccion de los medios.

Esta ilusion es tan general y tan manifiesta que se puede asegurar también sin el menor recelo que ninguna nacion careceria de los puertos, caminos y canales necesarios al bienestar de sus pueblos solo con haber aplicado á estas obras necesarias y útiles los fondos malbaratados en obras de pura comodidad y ornamento. Vea aquí Vuestra Alteza otra mania que el gusto de las Bellas Artes ha difundido por Europa. No hay nacion que no aspire á establecer su esplendor sobre la magnificencia de las que llaman obras públicas, que en consecuencia no haya llenado su Corte, sus capitales y aun sus pequeñas ciudades y villas de soberbios edificios, y que mientras escasea sus fondos á las obras recomendadas por la necesidad y el provecho no los derrame pródigamente para levantar monumentos de mera ostentacion, y lo que es mas, para envanecerse con ellos.

La Sociedad, Señor, está muy léjos de censurar el gusto de las Bellas Artes, que conoce y aprecia, ó la proteccion del gobierno, de que las juzga muy merecedoras. Lo está mucho mas de negar á la arquitectura el aprecio que se le debe, como á la mas importante y necesaria de todas. Lo está, finalmente, de graduar por una misma pauta la exigencia de las obras públicas en una Corte ó capital y en un aldeorrio. Pero no puede perder de vista que el verdadero decoro de una nacion, y lo que es mas, su poder y su representacion política, que son las bases de su esplendor, se derivan principalmente del bienestar de sus miembros, y que no puede haber un contraste mas vergonzoso que ver las grandes capitales llenas de magníficas puertas, plazas, teatros, paseos y otros monumentos de ostentacion mientras por falta de puertos, canales y caminos está despoblado y sin cultivo su territorio, yermos y llenos de inmundicia sus pequeños lugares, y pobres y desnudos sus moradores.

Concluyamos de aquí que los auxilios de que hablamos deben formar el primer objeto de la renta pública, y que ningún sistema podrá satisfacer mas bien no solo las necesidades sino también los caprichos de los pueblos que el que los reconozca y prefiera por tales, pues mientras los fondos destinados á otros objetos de inversion son por la mayor parte perdidos para el provecho común, los invertidos en mejoras son otros tantos capitales puestos á logro, que aumentando cada dia y á un mismo tiempo, y en un progreso rapidísimo, las fortunas individuales y la renta pública, facilitan mas y mas los medios de proveer á las necesidades Reales, á la comodidad y al ornamento y aun á la vanidad de los pueblos.




ArribaAbajo1.º Mejoras que tocan al reino

Cree por lo mismo la Sociedad que así como en la distribucion de la renta pública se calcula y destina una dotacion proporcionada para la manutencion de la Casa Real, del ejército, la armada, los tribunales y las oficinas, conviene establecer también un fondo de mejoras únicamente destinado á las empresas de que hablamos; y pues el movimiento de la nacion hácia su prosperidad será tanto mas rápido cuanto mayor sea este fondo, cree también que ninguna economia será mas santa ni mas laudable que la que sepa formarlo y enriquecerlo con los ahorros hechos sobre los demás objetos de gasto público. Por último, cree que donde no alcanzase esta economia convendrá formar el fondo de mejoras por una contribucion general, que nunca será ni tan justa ni tan bien admitida como cuando su producto se destinase á empresas de conocida y universal utilidad. ¿Y por qué no esperará también la Sociedad que el celo de Vuestra Alteza mueva el ánimo de Su Majestad al empleo de un medio que está siempre á la mano, que pende enteramente de su suprema autoridad y que es tan propio de su piadoso corazon como de la importancia de estas empresas? ¿Por qué no se emplearán las tropas en tiempos pacíficos en la construccion de caminos y canales, como ya se ha hecho alguna vez? Los soldados de Alejandro, de Sila y de César, esto es, de los mayores enemigos del género humano, se ocupaban en la paz en estos útiles trabajos, ¿y no podrémos esperar que el ejército de un rey justo, lleno de virtudes pacíficas y amante de los pueblos se ocupe en labrar su felicidad y consagre á ella aquellos momentos de ocio que, dados á la disipacion y al vicio, corrompen el verdadero valor y arruinan á un mismo tiempo las costumbres y la fuerza pública? ¡Qué de empresas no se podrian acabar con tan poderoso auxilio! ¡Cuánto no crecerian entonces la riqueza y la fuerza del Estado!

El fondo público de mejoras, primero, solo deberá destinarse á las que sean de utilidad general, esto es á los grandes caminos que van desde el centro á las fronteras del reino ó á sus puertos de comercio, á la construccion ó mejora de los mismos puertos, á las navegaciones de grandes rios, á la construccion de grandes canales; en fin, á obras destinadas á facilitar la circulacion general de los frutos y su exportacion, no debiendo ser de su cargo las que solo presentan una utilidad parcial, por grande y señalada que sea; segundo, deberá observarse en su inversion el órden determinado por la necesidad y por la utilidad, siguiendo invariablemente sus grados conforme á los principios que quedan demostrados y establecidos.




ArribaAbajo2.º Á las provincias

Pero como este método privaria á muchas provincias de algunas obras que son de notoria utilidad y aun de urgente y absoluta necesidad para el bienestar de sus moradores, es también necesario formar al mismo tiempo en cada una otro fondo provincial de mejoras, destinado á costearlas. á este fondo quisiera la Sociedad que se destinase desde luego el producto de las tierras baldías de cada provincia, si Vuestra Alteza adoptase el medio de venderlas como deja propuesto, ó su renta si prefiriese el de darlas en enfiteusis, no pudiendo negarse que á uno y otro tienen derecho preferente los territorios en que se hallan y los moradores que las disfrutan. Pero donde no alcanzaren estos fondos se podrán sacar otros por contribucion de las mismas provincias, la cual jamás será desagradable ni parecerá gravosa si se exigiese con igualdad y en su inversion hubiese fidelidad y exactitud.

La igualdad, que es el primer objeto recomendado por la justicia, se debe buscar en dos puntos: primero, que todos contribuyan sin ninguna excepcion, como está declarado en las leyes alfonsinas y en las cortes de Guadalajara y como dictan la equidad y la razón, puesto que tratándose del bien general ninguna clase, ningún individuo podrá eximirse con justicia de concurrir á él; segundo, que todos contribuyan con proporcion á sus facultades, porque no se puede ni debe esperar tanto del pobre como del rico, y si la utilidad de tales obras es de influencia general y extensiva á todas las clases, es claro que reportarán utilidad mayor aquellos individuos que gozan de mayor fortuna, y que deben contribuir conforme á ella.

Acaso estas dos circunstancias se reunen en el arbitrio cargado sobre la sal para los caminos generales del reino, puesto que su consumo es general y proporcionado á la fortuna de cada individuo, y tiene además la ventaja de pagarse imperceptiblemente en pequeñas y sucesivas porciones, sin diligencias ni vejaciones en su exaccion y aun sin dispendio alguno, siempre que los receptores de salinas no se abonen el seis por ciento de su producto, como hacen por lo menos en algunas provincias. Convendria por lo mismo dejar á cada una de ellas el producto de este arbitrio para ocurrir á la ejecucion de sus obras, y fiarla enteramente á su celo. Ningún medio podrá asegurar mejor la economia y la fidelidad en la inversion, porque al fin se trata de unas obras en cuya pronta y buena ejecucion nadie interesa tanto como las mismas provincias, y por otra parte semejantes empresas constan de una inmensidad de cuidados y pormenores que gravarian inútilmente la atencion del Ministerio si quisiese encargarse de ellos, ó serian mal atendidos y desempeñados si se fiasen á otros menos interesados en su ejecucion.

La Sociedad, Señor, no puede omitir esta reflexion, que cree de la mayor importancia. Nos quejamos frecuentemente de la falta de celo público que hay entre nosotros, y acaso nos quejamos con razón; pero búsquese la raíz de este mal y se hallará en la suprema desconfianza que se tiene del celo de los individuos. Unos pocos ejemplos de malversacion han bastado para autorizar esta desconfianza general, tan injusta como injuriosa, y sobre todo de tan triste influencia. Los ayuntamientos no pueden invertir un solo real de las rentas concejiles; las provincias no tienen la menor intervencion en las obras y empresas de sus distritos; sus caminos, sus puentes, sus obras públicas son siempre dirigidos por instrucciones misteriosas y por comisionados extraños é independientes. ¿Qué estímulo, pues, se ofrece al celo de sus individuos, ni cómo se puede esperar celo público cuando se cortan todas las relaciones de afeccion, de interés, de decoro que la razon y la política misma establecen entre el todo y sus partes, entre la comunidad y sus miembros? Fíense estos encargos á individuos de las mismas provincias, y si fuere posible á individuos escogidos por ellas; fíeseles la distribucion de los fondos que ellas mismas contribuyen y la direccion de las obras en que ellas solas son interesadas; fórmense juntas provinciales compuestas de propietarios, de eclesiásticos, de miembros de las Sociedades Económicas, y Vuestra Alteza verá cómo renace en las provincias el celo que parece desterrado de ellas, y que si existe, existe solamente donde y hasta donde no ha podido penetrar esta desconfianza.

Este segundo fondo deberá atender á aquellas mejoras que ofrecen una utilidad general á las provincias, á sus puertos de comercio, á los caminos que conducen á ellos ó á los generales del reino ó á los de comunicacion con otras provincias, á la navegacion de sus rios, á la apertura de sus canales; en una palabra, á todas aquellas obras cuya utilidad ni pertenezca á la general del reino ni á la particular de algun territorio.




ArribaAbajo3.º A los concejos

Las que fueren de esta última clase deberán costearse por los individuos del mismo territorio, esto es del distrito ó jurisdiccion á que pertenecieren; podrán y deberán correr á cargo de sus ayuntamientos y costearse de los propios de cada concejo, de algun arbitrio establecido ó que se estableciere, ó, en fin, por repartimiento hecho entre sus moradores con la generalidad, la igualdad y la proporcion que quedan ya advertidas.

Para aumento de este fondo podrá y deberá servir el producto de las tierras concejiles si se vendiesen, ó su renta si se infeudasen, tomando en este último caso á censo sobre ellas los capitales que pudiesen admitir. La Sociedad ha demostrado ya la necesidad de esta providencia, y la justicia de su aplicacion se apoya en el derecho de la propiedad absoluta que tienen sobre estos bienes las mismas comunidades.

A este fondo pertenecen las hijuelas de camino que deben abrir comunicacion con los generales de la provincia, los que van al principal mercado ó punto de consumo de cada distrito, las acequias de riego en su particular territorio, sus puentes privados, los muelles de sus puertos de pesca y, en fin, todas las que perteneciesen á la utilidad general de alguna jurisdiccion, con exclusion de las que sean de personal y privada utilidad.

Sin embargo, la situacion de algunas provincias pide todavia particular consideracion en esta materia. Donde la poblacion rústica está dispersa, esto es, situada en caseríos esparcidos acá y allá por los campos, como sucede en Guipúzcoa, Astúrias y Galicia, hay naturalmente mayor necesidad de caminos de uso común, por ejemplo, á la iglesia, al mercado, al monte, al rio, á la fuente; su construccion se fia comúnmente á los mismos vecinos, y la costumbre ha regulado esta pension en diferentes formas. En Astúrias, por ejemplo, hay un dia en la semana destinado á estas obras, y conocido por el nombre de sostaferia ó sestaferia, acaso por haber sido en lo antiguo el viernes de cada una. En él se congregan los vecinos de la feligresia para reparar sus caminos, y esta institucion es ciertamente muy saludable si se cuidase de evitar los abusos á que está expuesta y que en alguna parte existen, á saber: primero, que no concurren en manera alguna á estas obras los propietarios no residentes en las feligresías ni los eclesiásticos residentes, cuando la razon y la justicia exigen que concurran unos y otros, como los demás, por medio de sus criados, porque al fin se trata del común interés; segundo, que si el labrador tiene carro concurre á los trabajos con él, y como esto haga una diferencia de doscientos por ciento (porque si el jornal de un bracero se regula en tres reales y medio el de un carretero vale once), resulta una desigualdad enorme en la contribucion; tercero, que citándose los vecinos de un gran distrito á un punto solo, que suele distar dos leguas de la residencia de algunos, es todavia mas enorme la desigualdad indicada, pues el que tiene carro necesita por lo menos andar tres ó cuatro horas de noche para amanecer en el punto de trabajo, y otras tantas para volver á su casa, lo que equivale bien á dos dias de contribucion; cuarto y en fin, que por este medio se ha pretendido construir ya los caminos de privada y personal utilidad, esto es los que dirigen á caseríos ó heredades particulares, ya los de utilidad general de las provincias, llegando alguna vez el abuso á forzar á los aldeanos á trabajar en los caminos públicos y generales con ofensa de la razon y aun de la humanidad.

Este último artículo merece toda la atencion de Vuestra Alteza. La Sociedad ha dicho antes que de nada servirán las grandes y generales comunicaciones si al mismo tiempo no se mejoran las de los interiores territorios, y ahora dice que si fuese imposible atender á todas á un tiempo, la mejora deberá empezar por las pequeñas y proceder desde ellas á las grandes. Este órden, entre otros grandes bienes, produciria desde luego uno muy digno de la superior atencion de Vuestra Alteza, esto es la buena distribucion de nuestra poblacion rústica. No bastará permitir el cerramiento de las tierras si al mismo tiempo no se franquea la circulacion y facilita el consumo de sus productos. Pero hecho uno y otro, ¿quién no ve que los colonos, atraídos por su propio interés, vendrán á establecerse en sus tierras? ¿Quién no ve que en pos de ellos vendrán también los pequeños propietarios y se animarán á cultivar y mejorar las suyas?

Es verdad que otras causas concurren al mismo mal, pero cederán al mismo remedio. Sin duda que nuestra policia municipal es una de ellas, por la dureza é indiscrecion de sus reglamentos. Que esté siempre alerta sobre el pueblo libre y licencioso de las grandes capitales, que regule con alguna severidad los espectáculos y diversiones en que se congrega parece muy justo, aunque no se puede negar que en esto mismo hay abusos bien dignos de la atencion de Vuestra Alteza; pero que tales precauciones se extiendan á los lugares y aldeas de labradores y á los últimos rincones del campo es ciertamente muy extraño y muy pernicioso. El furor de imitar ha llevado hasta ellos los reglamentos y precauciones que apenas exigiria la confusion de una gran capital. No hay alcalde que no establezca su queda, que no vede las músicas y cencerradas, que no ronde y pesquise y que no persiga continuamente, no ya á los que hurtan y blasfeman sino también á los que tocan y cantan, y el infeliz gañan que, cansado de sudar una semana entera, viene la noche del sábado á mudar su camisa, no puede gritar libremente ni entonar una jácara en el horuelo de su lugar. En sus fiestas y bailes, en sus juntas y meriendas tropieza siempre con el aparato de la justicia, y doquiera que esté y á doquiera que vaya suspira en vano por aquella honesta libertad que es el alma de los placeres inocentes. ¿Puede ser otra la causa de la tristeza, del desaliño y de cierto carácter insociable y feroz que se advierte en los rústicos de algunas de nuestras provincias?

Pero, Señor, salgan nuestros labradores de los poblados á los campos, contraigan la sencillez é inocencia de costumbres que se respira en ellos, no conozcan otro placer, otra diversion que sus fiestas y romerías, sus danzas y meriendas; tengan la libertad de congregarse á estos inocentes pasatiempos y de gozarlos tranquilamente, como sucede en Guipúzcoa, en Galicia, en Astúrias, y entonces el candor y la alegria serán inseparables de su carácter y constituirán su felicidad. Entonces no echarán menos la residencia de los pueblos, ni la magistratura tendrá otro cuidado que el de admirarlos y protegerlos. Entonces los pequeños propietarios se colocarán cerca de ellos y participarán de su felicidad, y los nobles y poderosos, acercándose alguna vez á observarla, admiraran su candor, su pureza, y acaso suspirarán por ella en medio de los tumultuosos placeres de la vida ciudadana. Entonces la poblacion del reino no estará sepultada en los anchos cementerios de las capitales. Distribuida con igualdad en las ciudades pequeñas, en las villas grandes, en los lugares y aldeas, en los campos, llevará consigo la industria y el comercio, repartirá mas bien la riqueza y derramará por todas partes la abundancia y la prosperidad.










ArribaConclusion

Tales son, Señor, los obstáculos que la naturaleza, la opinion y las leyes oponen á los progresos del cultivo, y tales los medios que en dictámen de la Sociedad son necesarios para dar el mayor impulso al interés de sus agentes y para levantar la agricultura á la mayor prosperidad. Sin duda que Vuestra Alteza necesitará de toda su constancia para derogar tantas leyes, para desterrar tantas opiniones, para acometer tantas empresas y para combatir á un mismo tiempo tantos vicios y tantos errores; pero tal es la suerte de los grandes males, que solo pueden ceder á grandes y poderosos remedios.

Los que propone la Sociedad piden un esfuerzo tanto mas vigoroso cuanto su aplicacion debe ser simultánea, so pena de exponerse á mayores daños. La venta de las tierras comunes llevaria á manos muertas una enorme porcion de propiedad si la ley de amortizacion no precaviese este mal. Sin esta ley, la prohibicion de vincular y la disolucion de los pequeños mayorazgos sepultarian insensiblemente en la amortizacion eclesiástica aquella inmensa porcion de propiedad que la amortizacion civil salvó de su abismo. ¿De qué servirán los cerramientos si subsisten el sistema de proteccion parcial y los privilegios de la ganaderia? ¿De qué los canales de riego si no se autorizan los cerramientos? La construccion de puertos reclama la de caminos; la de caminos, la libre circulacion de frutos, y esta circulacion un sistema de contribuciones compatible con los derechos de la propiedad y con la libertad del cultivo. Todo, Señor, está enlazado en la política como en la naturaleza, y una sola ley, una providencia mal á propósito dictada ó imprudentemente sostenida puede arruinar una nacion entera, así como una chispa encendida en las entrañas de la tierra produce la convulsion y horrendo estremecimiento que trastornan inmensa porcion de su superficie.

Pero si es necesario tan grande y vigoroso esfuerzo, también la grandeza del mal, la urgencia del remedio y la importancia de la curacion lo merecen y exigen de la sabiduria de Vuestra Alteza. No se trata menos que de abrir la primera y mas abundante fuente de la riqueza pública y privada, de levantar la nacion á la mas alta cima del esplendor del poder y de conducir los pueblos confiados á la vigilancia de Vuestra Alteza al último punto de la humana felicidad. Situados en el corazon de la culta Europa, sobre un suelo fértil y extendido y bajo la influencia de un clima favorable para las mas varias y preciosas producciones; cercados de los dos mayores mares de la tierra y hermanados por su medio con los habitadores de las mas ricas y extendidas colonias, basta que Vuestra Alteza remueva con mano poderosa los estorbos que se oponen á su prosperidad para que gocen aquella venturosa plenitud de bienes y consuelos á que parecen destinados por una visible providencia. Trátase, Señor, de conseguir tan sublime fin no por medio de proyectos quiméricos sino por medio de leyes justas; trátase mas de derogar y corregir que no de mandar y establecer; trátase solo de restituir la propiedad de la tierra y del trabajo á sus legítimos derechos, y de restablecer el imperio de la justicia sobre el imperio del error y las preocupaciones envejecidas; y este triunfo, Señor, será tan digno del paternal amor de nuestro soberano á los pueblos que le obedecen como del patriotismo y de las virtudes pacíficas de Vuestra Alteza. Busquen, pues, su gloria otros cuerpos políticos en la ruina y en la desolacion, en el trastorno del órden social y en aquellos feroces sistemas que con título de reformas prostituyen la verdad, destierran la justicia y oprimen y llenan de rubor y de lágrimas á la desarmada inocencia, mientras tanto que Vuestra Alteza, guiado por su profunda y religiosa sabiduria, se ocupa solo en fijar el justo límite que la razon eterna ha colocado entre la proteccion y el menosprecio de los pueblos.

Dígnese, pues, Vuestra Alteza de derogar de un golpe las bárbaras leyes que condenan á perpetua esterilidad tantas tierras comunes; las que exponen la propiedad particular al cebo de la codicia y de la ociosidad; las que, prefiriendo las ovejas á los hombres, han cuidado mas de las lanas que los visten que de los granos que los alimentan; las que, estancando la propiedad privada en las eternas manos de pocos cuerpos y familias poderosas, encarecen la propiedad libre y sus productos y alejan de ella los capitales y la industria de la nacion; las que obran el mismo efecto encadenando la libre contratacion de los frutos, y las que, gravándolos directamente en su consumo, reunen todos los grados de funesta influencia de todas las demás. Instruya Vuestra Alteza á la clase propietaria en aquellos útiles conocimientos sobre que se apoya la prosperidad de los Estados, y perfeccione en la clase laboriosa el instrumento de su instruccion para que pueda derivar alguna luz de las investigaciones de los sábios. Por último, luche Vuestra Alteza con la naturaleza, y si puede decirse así, oblíguela á ayudar á los esfuerzos del interés individual, ó por lo menos á no frustrarlos. Así es como Vuestra Alteza podrá coronar la grande empresa en que trabaja tanto tiempo ha; así es como corresponderá á la expectacion pública y como llenará aquella íntima y preciosa confianza que la nacion tiene y ha tenido siempre en su celo y sabiduria; y así es, en fin, como la Sociedad, después de haber meditado profundamente esta materia, después de haberla reducido á un solo principio tan sencillo como luminoso, después de haber presentado con la noble confianza que es propia de su instituto todas las grandes verdades que abraza, podrá tener la gloria de cooperar con Vuestra Alteza al restablecimiento de la agricultura y á la prosperidad general del Estado y de sus miembros.