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ArribaAbajoReflexiones sobre la libertad de imprenta

Reforma de este periódico


La ilimitada franqueza con que se han insertado hasta ahora en el Patriota cuantos artículos se han remitido, ha dado ocasión a la reforma que va a establecerse para en adelante. La libertad de los periódicos está identificada con la libertad de la imprenta y deben serles comunes las leyes que favorecen su extensión y las que refrenan su abuso.

Los que no tienen una idea exacta de la libertad civil, los que no aman cordialmente la patria, los que prefieren satisfacer una venganza al orden público, y los que no pueden sufrir el yugo de las leyes, son los que regularmente abusan más de la libertad de la imprenta; y no se puede ponderar bastantemente los males que ocasionan a nuestra causa y las armas que prestan a nuestros enemigos. Todo poder amenaza a la libertad; pero la licencia amenaza a la libertad y al poder, sin el   —348→   cual las sociedades mejor constituidas no pueden evitar el precipitarse en el abismo de la anarquía.

Todo buen ciudadano que mira la constitución y las leyes patrias con una especie de culto religioso, que reputa el orden como una parte de la moral pública, y que pospone su interés y sus pasiones al bien común, jamás abusó de la libertad de la imprenta. No por eso calla servilmente, antes su misma probidad le da energía para hablar más alto, para reclamar con más firmeza la observancia de las leyes, y para declamar contra los abusos de la autoridad.

Basta leer algunos periódicos extranjeros y las turbulentas discusiones de los cuerpos legislativos para conocer el fermento civil en que peligrosamente viven aquellos pueblos a cuyos jefes no les gusta mandar sino como mandaron en los siglos de tinieblas sus abuelos. Es una lucha perpetua de los dos poderes entre sí, y de cada uno de ellos con la opinión pública. Esta lucha deberá traer muy pronto a la Europa nuevas calamidades, y nuevos torrentes de sangre civil. Las causas de estos males inminentes están parte en la licencia de los impresos; pero la causa primera y principal está en la opresión de los pueblos que es la que suele despertar y provocar esta misma licencia. No es tanto la indocilidad del pueblo al yugo de la ley, cuanto la impaciencia de la tiranía que no puede contenerse en los diques que señalan la razón, que es la filosofía, y la conveniencia común que es la política. ¿Y cuáles serán los resultados? -Que responda la Historia.

Oradores elocuentes, desde la tribuna del pueblo que se dice el más ilustrado de la tierra, han proclamado que los decretos que se han dado en Francia en los años pasados contra la libertad individual y contra la libertad de la prensa son un paso retrógrado de la nación. Nadie los contradice; pero nosotros diríamos que también es un paso de avance que, sin saberlo, se ha dado a una revolución, cuyas materias ocultamente fermentan para hacer una explosión horrenda al primer pretexto   —349→   que se presente. Que no se crea por esto, que aquí aprobamos los medios infames de que se vale el despotismo porque de ellos puede resultar algún bien; pero no podemos dejar de alegrarnos que se restablezca (cualquiera que sea la ocasión) un sistema liberal, un nuevo orden que consuele a los pueblos, que sirva de ejemplo a todos los demás, y que enfrene el ímpetu de la ambición y los insensatos caprichos de la tiranía.

También estamos muy lejos de desconocer ni disminuir el maligno influjo de la licencia de la imprenta; por el contrario creemos que ella es un arma emponzoñada en las manos de un furioso, que ella es la hermana de la sedición, y la trompeta de la discordia civil; y la detestamos tanto como al despotismo, pues al fin ambos producen un mismo efecto, la anarquía. Mas no podemos negar, que si esa licencia es provocada por las violencias del poder, cuando pensamos en proscribirla y anatematizarla, involuntariamente se nos cae la pluma de la mano.

Estas consideraciones no han tenido parte en la reforma que se ha hecho en este periódico, pues afortunadamente no hay entre nosotros papeles sediciosos ni esos escritos incendiarios que sólo aparecen en los pueblos que no están contentos ni con sus leyes, ni con sus gobiernos. Pero sí se han publicado aquí artículos que no tienen la menor referencia al bien común, y que, ocupándose de materias y sucesos puramente particulares, no interesan a los lectores; lo que cede en descrédito y desprecio de nuestro Patriota. Así, toda la variación que desde hoy se hará en el periódico consiste en no dar lugar en él como hasta ahora a toda clase de remitidos. Se insertarán solamente aquellos que tengan relación con la causa pública, y se suprimirán todos aquellos que contengan odiosas personalidades, y no estén escritos con la decencia que merece un papel que circula por todas partes, y que es solicitado a lo menos por salir de un punto que, por su localidad y tráfico, puede suministrar con frecuencia noticias militares, políticas y mercantiles.

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De ninguna manera se crea que esta reforma es una restricción de la libertad de la prensa; pues ningún escritor tendrá el menor embarazo para imprimir y publicar por separado todas sus producciones, cualesquiera que sean, con sola la responsabilidad legal que comprende a todos.

El Gobierno y la Municipalidad han dado un ejemplo muy laudable sosteniendo y fomentando la imprenta, pues debiendo ser ellos los primeros objetos de la censura pública, han querido también ser los primeros en abandonar todos los actos de su administración y peculiares funciones a la investigación más curiosa, y a la publicidad más general. Sin embargo, jamás olvidarán la máxima de que, para conservar la tranquilidad y el orden, es preciso imponer la ley a las pasiones, sin encadenar la libertad.

Por consiguiente tendrán un lugar preferente en este periódico todos los escritos que contengan noticias, avisos y reflexiones de pública utilidad, como es, delatar al público los excesos y abusos de los magistrados, la mala versación de los empleados, la negligencia de los encargados de la policía y salubridad, hacer indicaciones de los medios con que se puede fomentar el país, y proponer cuantas reformas deban hacerse en toda clase de establecimientos. Escritos de este género serán admitidos con reconocimiento, y serán tanto más apreciables si, no desviándose de la verdad, se expresasen con fuerza y con el calor de la pasión (se entiende que la verdadera pasión de un republicano es la pasión de la libertad y de la virtud), calor que, lejos de entibiarse, crece por la moderación y gravedad del lenguaje.

El Gobierno ha dado una nueva prueba de su especial protección a la imprenta proporcionando sin perjuicio del erario ni del público algunos fondos, que unidos a los que eroga la patriótica Municipalidad bastan para los gastos y atenciones del establecimiento. Que los detractores de nuestro sistema comparen la diferencia de los gobiernos despóticos con nuestros gobiernos libres.   —351→   Aquéllos sofocan la ilustración, y la libertad de la imprenta es un fantasma que los arredra noche y día; éstos la miran como una deidad tutelar que les inspira, le ofrecen todos los honores de la ciudadanía, le dan parte en el Gobierno de la República, y le levantan altares.

Repetimos que la exclusión que se dé a algunos artículos remitidos no tiene por causa reprimir papeles sediciosos o subversivos que no existen, y mucho menos limitar la libertad de imprimir, que es la más preciosa de las libertades del hombre en sociedad. Sólo se ha querido que los papeles de materia privada y personal que sólo interesan a quien los escribe, y a la persona contra quien se dirigen, no se inserten en el Patriota, para que no sean ocasión de que formen fuera un concepto desmerecido de nuestra urbanidad y civilización. Por lo demás la imprenta está abierta a todos y para todo; y deseamos que esta franqueza sea un estímulo para que todo buen ciudadano se dedicase con esmero a escribir para ilustrar el país, para mejorarlo, y para fortificarlo contra todo embate de la tiranía. ¡Infeliz el pueblo donde no se halle un solo defensor de los derechos públicos! Presto se precipitaría a su ruina con su fortuna, con su comercio, con sus jefes, con sus habitantes. Leyes, leyes para conservar y salvar la nación; y libertad de imprenta, libertad de imprenta para conservar y salvar las leyes.

1824

(El Patriota de Guayaquil, Sem. 7.º, n.º 21, 7 de agosto de 1824).



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ArribaAbajoThe delight of spring

(Inédito)


I am very well pleased with my situation here. Solitude in this terrestrial paradise is a medicine to my mind. The delight of spring touches my heart, and gives fresh vigour to my soul. Every tree, every bush is full of flowers, and a delicious perfume fills the air.

My mind is calm and serene like the first fine mornings of spring. Solitude and tranquillity in a country so suited to a disposition like mine, give me an enjoyment of life. Oh!, that I could express, that I could describe these great conceptions with the same warmth, with the same energy that they are impressed on my soul! -but the sublimity of them astonishes and over powers me.

A darkness spreads over my eyes; heaven and earth seem to dwell in my soul, and absorb all its powers, like the idea of a beloved mistress126.

Primavera de 1826.

(Manuscrito hológrafo. Archivo de la familia Pino Icaza).



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ArribaAbajoInscripción en el túmulo de Bolívar en las exequias que se hicieron en Guayaquil


A Dios glorificador
BOLÍVAR
Creador, Libertador, Padre de la Patria
a su Colombia
al pueblo americano
dio
con leyes, con armas, con triunfos inmortales
ser, nombre, libertad, poder y gloria.

1831

(El Colombiano, n.º 83, 10 de marzo de 1831).



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ArribaAbajoPensamientos literarios

(Inéditos)


Se dice de los poetas que se elevan a los cielos. Esta ficción alegórica es en cierto modo una realidad. Su imaginación se fija y vaga naturalmente en las regiones más bellas y brillantes del universo, cuales son los cielos, en cuyo interminable espacio arde la inmensa hoguera del sol y centellean las estrellas. Colocado el poeta en esta grande altura, mira girar los astros y las estrellas, mira los montes elevados, la mar ilimitada sublevando sus olas tumultuosas contra las enormes rocas de la tierra y contra las naves orgullosas que llevan artes, leyes y dioses nuevos a remotas regiones. Mira los pueblos y ciudades opulentas, mira los ríos, los torrentes, los valles vestidos de verdura y de flores, los campos estériles cubiertos de arena o de abrojos, ve los antiguos bosques y los horrendos precipicios, en fin mira y observa la naturaleza entera, y aunque se haya propuesto en su canto un solo objeto, no puede dejar de pintar todo lo que observa, y llama su atención.

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Ésta es la causa del aparente desorden de las composiciones líricas, de las felices digresiones, de la encantadora variedad de la buena poesía, y de esas aberraciones súbitas que arrebatan el alma, sin que, sin embargo, se pueda decir que el poeta ha abandonado el objeto que se propuso cantar.

Él no puede contenerse de referir lo que ve, así como un viajero al decir simplemente que viene de algún pueblo, no puede dejar de recordar los numerosos pueblos de su camino y los acontecimientos notables de su viaje, lo que aumenta el interés de su narración, entreteniendo y embelesando a cuantos le oyen.

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Un orador, ya arrastra por la rapidez del estilo como una impetuosa corriente, ya encanta por una majestuosa expresión como la corriente de un río tranquilo, de un arroyo cristalino. Para el orador la historia de los reyes y de los imperios debe servirle para descubrir en la sucesión de los cetros el inmutable orden de la Providencia, y en las revoluciones de los Estados, en las vicisitudes de la fortuna y de las victorias la instabilidad de las cosas humanas, y en los escollos y peligros de la política la debilidad de los resortes que hacen mover a los hombres para asegurar su poder y su grandeza. Un buen orador persuade si raciocina, si instruye deleita, si pinta interesa, si censura corrige, si amenaza confunde, y si aterra consuela.

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El genio en todo su esfuerzo llega a conocer las leyes tan simples, tan bellas que rigen al universo. Estos mismos descubrimientos le fuerzan a notar los últimos hechos generales que limitan la esfera de la inteligencia humana.

Así como el mar inmenso en todo su furor no puede traspasar la línea que el dedo de Dios le trazó sobre la   —359→   arena de una humilde playa, así el genio más poderoso del hombre no pueda pasar un punto más allá de la esfera que limita sus conocimientos.

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¿La pobreza? La pobreza es el menor de los males, y son tan pocas las cosas que se necesitan para ser rico, que sólo es pobre el que quiere serlo.

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Al principio del mundo, la vez primera que se puso el sol y sobrevino la noche, ¡cuál habría sido la tristeza del primer hombre, creyendo que aquella noche era eterna, si por su saber divinamente infuso no hubiera sabido el destino del sol! Pues nosotros, en un pesar, también debemos esperar que suceda la felicidad, especialmente iluminados como estamos del destino y fin de las cosas humanas y de la existencia de una mejor vida, a que nos aseguran nuestros deseos, nuestras esperanzas y la palabra de Dios.

(Archivo de la familia Pino Icaza).



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ArribaAbajoPensamientos políticos

Existe un Dios que han adorado todos los pueblos; esta verdad es la fuente de todas las virtudes, es el lazo de toda sociedad, es el brazo de las leyes, el freno de los malos, y la esperanza de los justos. Reyes que oprimís a los hombres y miráis con risa o con desdén las lágrimas que hacéis correr, temblad. Un vengador existe inmortal y todopoderoso.

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Nuestra educación política, ya comenzada bajo felices auspicios, promete una mejoración progresiva y rápida en el carácter nacional, que se compondrá de todas las virtudes propias de las naciones libres. Entonces desaparecerán a un tiempo la ignorancia en las masas y ese espíritu de independencia desordenada en los ánimos distinguidos, que son el resultado del gobierno opresor y despótico.

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Un buen Gobierno es aquel donde buenas leyes hacen felices a buenos ciudadanos.

Es preciso que la estabilidad de las leyes bajo un Gobierno representativo preserve a una Nación de las mutaciones   —362→   en el sistema político, inseparables del carácter de cada gobernante y aun de cada ministro.

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El Gobierno representativo es la voluntad presunta manifestada por los órganos selectos y escogidos por los mismos pueblos, que proponiendo siempre en las asambleas lo que parece mejor, rara vez se deja de hacer lo bueno.

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Una representación nacional imperfecta no es sino un instrumento más para la tiranía. La primera condición, para que un Gobierno representativo marche, es que las elecciones sean libres. El mérito vendrá siempre a triunfar en los países donde el pueblo es llamado a designarlo, para hacer su felicidad y promover el bien del pueblo.

La corrupción y los vicios en las elecciones son los mayores enemigos de la libertad.

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Suavidad de las leyes penales es consiguiente de la bondad de las leyes que se han dado los pueblos a sí mismos. Siendo buenas, siendo escritas por ellos mismos, es preciso que se cumplan mejor y que haya menos infracciones. Las leyes de los Estados despóticos deben ser rígidas y crueles. A pesar de la suavidad que debe haber en las leyes en las repúblicas, quisiera que las leyes contra los crueles fuesen cruelísimas.

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La literatura no puede producir nada grande sin la libertad. Se ensancha la esfera filosófica de las ideas: se dice francamente la verdad y los acentos de la verdad son necesarios para ser elocuentes. Mme. de Stael daba   —363→   el nombre respetable de magistrados del pensamiento a los escritores filósofos que se colocan en presencia de la posteridad.

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La fuerza moral de los gobiernos representativos está toda entera en la acción del espíritu público por la libertad de imprenta, que sólo con la felicidad pública pueden inspirar un verdadero patriotismo.

La publicidad es siempre favorable a la verdad; y como la moral y la religión (y yo añadiré la política en su verdadera acepción) son la verdad por excelencia, mientras se permita más a los hombres discutir sobre sus derechos más se esclarecen y se ennoblecen. Esta doctrina liberal de la publicidad es la salvaguardia de la autoridad civil y de la libertad del pueblo; ella es opuesta a esa doctrina tenebrosa de los misterios del poder para mantener los pueblos en la servidumbre.

La opinión pública y la libertad de imprenta son la espada flamígera del Querubín, que vela sobre el árbol de la libertad.

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Los hombres hábiles ambicionan convencer; los hombres mediocres o sin talento no aspiran sino a mandar. Éstos llaman sin previsión la fuerza en su socorro contra los argumentos de la razón. Los espíritus superiores no desean sino el desenvolvimiento del pensamiento, saben cuántos obstáculos opone siempre la guerra.

(La Palabra, n.º 7, 1890).



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ArribaAbajoInscripción de la pirámide de Junín


Al dios de los ejércitos


En 6 de agosto de 1824
las tropas peruanas
con sus hermanas de Chile, Colombia y Buenos Aires

al mando de Bolívar
en este campo de Junín
alcanzaron contra el ejército español
LA VICTORIA
que llevaba en su seno
EL TRIUNFO DE AYACUCHO

La fortuna cómplice de la conquista
se mostró un momento adversa
a los guerreros de la Patria.
El enemigo, atónito, envanecido
de un suceso mayor que su esperanza,
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ya se proclamaba vencedor,
cuando la Caballería peruana
la primera
aprovechando el natural desorden
de una victoria inesperada
sostenida, reforzada de los intrépidos auxiliares,
y emulando su valor,
acomete, atropella, dispersa los victoriosos
que no dejan más sobre el campo
que sangre y armas y ligeras huellas
de su fuga.

El Perú fue libre.
Los Peruanos con sus fieles aliados
volaron a Ayacucho
a consolidar la independencia americana,
con el triunfo más espléndido
que puedan transmitir a la posteridad
los fastos americanos.

SEÑOR
El Perú reconocido
levanta este humilde monumento
a la gloria de tu nombre.
Nos protegiste como Dios de los ejércitos
protégenos ahora
como Dios de la libertad y de la paz.

1846 (Manuscrito hológrafo. Archivo de la familia Pino Icaza).



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ArribaAbajoApuntes sobre la vida del general Lamar

que nos fueron comunicados por el señor Olmedo, algunos días antes de morir


El general José Domingo de Lamar nació accidentalmente en Cuenca, porque su padre, nombrado oficial real o contador de aquella tesorería, transportó allá su familia, que desde muy antiguo está radicada en Guayaquil. Así ésta es la patria natural de este varón ilustre. Desde su temprana edad fue llevado a España destinado a la carrera militar; y después de haber hecho con singular aprovechamiento en el Seminario de nobles de Madrid todos los estudios auxiliares de tan noble profesión, un pariente rico (el que le llevó a Europa) le benefició una capitanía en el Regimiento de Saboya. Lamar amaba esa carrera, y como la calidad que más predominaba, entre las muchas y muy excelentes que poseía, era el pundonor, no es extraño que, al poco tiempo de servicio, mereciese la estimación de todos sus jefes y aun   —368→   su predilección. Su comportamiento siempre noble y decoroso y su genial moderación, fueron causa de que jamás tuviese ni enemigos, ni envidiosos.

De este modo sirvió muchos años en varios destinos con mucha reputación, y ascendió a varios grados, pero no con rapidez, ya por la paz que por entonces disfrutaba España, ya porque los moderados quieren merecer por sí los premios y no deberlos al favor.

Vino al fin la memorable guerra con Napoleón, y se distinguió por su inteligencia y valor en todos los encuentros en que se halló su cuerpo, y precedieron a la inmortal jornada de Zaragoza. Éste fue el teatro de las proezas y de la gloria de Lamar. Aun los vencedores mismos le trataron con la mayor consideración y respeto y aun los generales y jefes le hicieron frecuentes visitas, cuando se hallaba gravemente herido en el hospital. Desde su lecho alentaba y consolaba a los compañeros de su suerte, conservando una serenidad, un buen humor que admiraba más a sus compañeros que su ardor marcial, cuando al frente de un tercio de entusiastas resueltos a morir, arrollaba a los enemigos en las varias salidas que hizo de la ciudad.

Omitiremos mil circunstancias notables ocurridas entonces y que hacen mucho honor a ese distinguido jefe; pero no olvidaremos la que más que todas le honra y caracteriza. Poseídos los franceses de los escombros de Zaragoza, y asombrados al ver las escenas horribles que les ofrecía la ciudad, y el número de víctimas sacrificadas por el amor a la patria, y por el honor nacional, cuidaron con esmero a los heridos, trataron muy bien a los prisioneros, y especialmente a los oficiales con una distinción tan inesperada como merecida: y les propusieron que quedarían enteramente libres dando solamente su palabra de honor de no volver a tomar las armas. Casi todos admitieron el partido; casi todos menos el americano Lamar, que se negó abiertamente a dar esa palabra de honor, prefirió ser prisionero, y sufrir todas las graves molestias de un viaje hallándose herido, antes que transigir con los invasores, antes que hacer la menor   —369→   traición a sus principios de lealtad y pundonor. Esta nobleza de carácter impuso a vencedores valientes y generosos, y aun le proporcionó amigos que le prestaron en la marcha los auxilios que eran compatibles con su situación.

Llevado al extremo opuesto de la Francia y puesto en el depósito de los prisioneros, ocupó todo su tiempo en la lectura de obras de su profesión, de historia y de filosofía. Su noble comportamiento, su dedicación a perfeccionarse en el idioma francés, y sus maneras naturalmente urbanas le conciliaron el afecto y estimación de los mismos encargados de su vigilancia. Casualmente al frente de la ventana de su alojamiento vivía una persona notable del país; y ésta a poco tiempo no pudo menos de contraer una especie de inclinación hacia un prisionero, que se había defendido con valor, que debía su mala suerte a su acendrado pundonor, y que observaba una conducta irreprensible en su prisión. Cada día estrechó sus relaciones de amistad con el prisionero, y al fin le proporcionó la fuga a Suiza.

Desde allí se dirigió Lamar a Italia siempre con el objeto de volver a España a continuar la guerra. El embajador de España en Nápoles (que parece era el Príncipe de Campo-Alange), no le prestó más auxilios que recomendarlo al capitán de un buque que se dirigía a Barcelona. Cuando Lamar llegó a España ya había concluido la guerra; su mérito era reconocido por todos, aun por el Gobierno de aquel tiempo y como había estado siempre lejos de la guerra de los partidos, mereció la confianza de los que mandaban; se le ascendió a brigadier, con el importante empleo de Inspector del Perú.

Se conoce fácilmente que en las circunstancias ningún destino podía ser más delicado y difícil que esta inspección para quien abrigaba sentimientos americanos, y que al mismo tiempo era incapaz de la menor traición. Sin embargo Lamar se portó siempre de manera que ni las suspicaces autoridades españolas jamás recelaron nada de ese jefe americano, ni los patriotas tuvieron   —370→   jamás motivo de queja contra el segundo cabo de las armas del Rey.

Al acercarse a Lima el ejército libertador a las órdenes del ilustre San Martín, los españoles abandonaron la capital, y se internaron en la sierra, dejando al general Lamar de Gobernador en el Callao. Entonces conocieron mejor los patricios encerrados en las cárceles del castillo, los sentimientos humanos y patrióticos del Gobernador. Como los españoles abandonaron a Lamar, sin proporcionarle los menores recursos, parece que su intención fue dejarle allí, para que fuese un americano el que rindiese las fortalezas, ya que la situación de las cosas exigía que forzosamente se rindieran. Lamar las entregó, y desde entonces conoció que todos sus vínculos con España quedaban disueltos.

Salvado así su pundonor, se incorporó a las banderas de la Patria: y era tal el concepto que merecía a los jefes patriotas, y a todo el pueblo peruano, que poco tiempo después fue elegido diputado al primer Congreso Constituyente del Perú, y luego Presidente del Gobierno. Se aplicó desde entonces a organizar la fuerza que debía batir a los españoles que hacían grandes aprestos en la sierra. Mas como nunca faltan enemigos a la virtud, algunos aspirantes empezaron a divulgar los rumores de que Lamar tenía relaciones con los jefes españoles. No podemos vindicarle mejor que repitiendo lo que decía su amigo más querido en su Canto a Junín, con respecto a esta infame imputación. «El campo de Ayacucho hizo ver cuáles eran las comunicaciones que Lamar quería tener con los enemigos de su Patria».127

(El Seis de Marzo, Sem. 5.º, n.º 130, 23 de marzo de 1847).





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ArribaAbajoOratoria

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ArribaAbajoDiscurso en las Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas 12 de octubre de 1812

«Señor, el dictamen de la comisión Ultramarina que acaba de leerse, se refiere a la primera de las proposiciones que presentó el Sr. Castillo, pidiendo la abolición de la mita y de toda servidumbre personal de los naturales de América, conocidos hasta hoy con el nombre de indios. La comisión apoya esta solicitud, y yo la encuentro equitativa, humanísima, justa y justificada.

Señor, tratándose del bien de los pueblos, y de pueblos que sufren, yo creo que toda oración en su favor está por demás ante un Congreso ilustrado, benéfico; ante un Congreso español, del que puede decirse que, si en algo procede con prevención, es solamente por hacer el bien. Pero sin embargo con esta ocasión tomo la palabra para hacer ver los grandes males que encierra esta idea de mita, para demostrar la necesidad de abolirla, y para que las Cortes, procediendo con las luces necesarias,   —376→   tengan mayor satisfacción de hacer el bien conociéndolo mejor.

Desde los principios del descubrimiento se introdujo la costumbre de encomendar un cierto número de indios a los descubridores, pacificadores y pobladores de América, con el pretexto de que los defendieran, protegieran, enseñasen y civilizasen; y también para que, exigiéndoles tributos y aplicándolos a toda especie de trabajo, tuviesen los encomenderos en su encomienda el premio del valor y los servicios que hubiesen hecho en favor de la conquista.

De esta costumbre nacieron males y abusos tantos y tan graves, que no pueden referirse sin indignación y sin enternecimiento. De allí vinieron esos nombres ominosos y de indigna recordación, de encomiendas, de mitas, de repartimientos, bárbaras reliquias de la conquista y gobierno feudal, fomento de la pereza y del orgullo de los nobles y de los ennoblecidos, y esclavitud de los naturales paliada con el nombre de protección.

En esta época nació la opinión tan largamente difundida de la ineptitud, de la indolencia y de la pereza de los indios. Carácter desmentido por sus grandes y prolijas obras que se conservan todavía a pesar de la injuria de los tiempos y de los hombres, desmentido por sus preciosas manufacturas hechas sin auxilio, sin modelos, sin instrumentos, y desmentido finalmente por las mismas venerables y magníficas ruinas de su antigüedad.

Pero aquella opinión nació con justicia desde la conquista; desde esa época el indio se fue haciendo inepto, indolente y perezoso, como naturalmente se hace todo hombre cuando no tiene tierra propia que cultivar, cuando no suda para sí, y cuando ni aun participa del fruto de su trabajo.

La avaricia de los encomenderos y hacenderos crecía en razón inversa de la actividad de los indios; y transformándose en amor del bien público y de la humanidad, excitó a esos benéficos sedientos de oro a hacer las   —377→   más vivas y frecuentes representaciones, pintando la natural rudeza y desidia de los indios, y la necesidad de repartirlos, destinándolos al trabajo de las minas y haciendas de los particulares.

De aquí provinieron los repartimientos de indios para todo, que se conocen con el nombre de mitas, así como a los que las sirven con el nombre de mitayos. Repartimiento de indios para fábricas u obrajes; repartimiento para las minas, labranza de tierras y cría de ganados; repartimiento para abrir y componer caminos y asistir en las posadas a los viajeros; repartimiento para las postas y para todos los servicios públicos, particulares y aun domésticos, y hasta repartimiento de indios para que llevasen en sus hombros a grandes distancias y a grandes jornadas cargas y equipajes, como si fuesen animales o bestias domesticadas; y esto aun después de haberse decidido afirmativamente la ardua y muy agitada cuestión de si eran o no eran hombres, y de haberse decidido por una de aquellas personas que han tenido pretensiones o presunciones de infalibilidad.

Horroriza el recuerdo de los malos tratamientos, daños, agravios y vejaciones que sufrieran entonces los miserables; y yo ahora no haré una relación, que por demasiado verdadera sería inverosímil. El que quiera tener una idea de esto, que lea todas las leyes del Código indiano que tratan de la materia; pues como al principio de cada una de ellas se dice la causa o motivo de la misma ley, allí se encontrará el testimonio irrefragable de hechos inauditos, que parecen consignados en tan memorable Código para eterno oprobio de los encomenderos, y para sempiterno motivo de indignación y duelo en la posteridad de las antiguas víctimas de la avaricia.

Verdad es que están abolidos ya muchos de aquellos abusos, y reformadas muchas de aquellas prácticas injuriosas; pero aún quedan restos muy considerables a pesar de las ordenanzas y de las leyes, como dice Solórzano en su Política; cuya autoridad refiero, no para creer yo más, sino para ser más creído. Entre esos restos está   —378→   aún en su primer rigor, o poco menos, la mita para el laboreo de las minas. Por ella la séptima parte de los vecinos de los pueblos son arrancados de sus hogares y del seno de sus familias, y llevados a remotos países, donde en vez de regar de un grato y voluntario sudor sus pocas y miserables tierras (pocas y miserables, pero suyas), regarán con lágrimas y sangre las hondas, espantosas y mortíferas cavidades de las minas ajenas.

Para este viaje los indios se ven precisados a vender vilmente sus tierras, sus ganados, sus sementeras, sus cosechas futuras, pues todo perecería sin su asistencia en el tiempo de su destierro. También se ven obligados a llevar consigo toda su familia, que, abandonada, moriría de hambre y de frío. Señor, ¿habrá algún hombre que no se enternezca al ver un delincuente salir de su patria para un destierro, aunque no sea muy horroroso, aunque no sea perpetuo? No, nadie. Pues ¿quién podrá ver con el alma serena numerosas familias inocentes y miserables, despidiéndose de la tierra que las vio nacer y arrancándose para siempre de los brazos de sus parientes y amigos? ¿Quién verá sin lágrimas a esos infelices, peregrinando por aquellos horribles desiertos, hambrientos, semidesnudos, taciturnos, los pies rajados y sangrientos, encorvados bajo el peso de sus hijos y padres ancianos, tostados por el sol, transidos de frío, y su alma y su corazón (porque los indios tienen alma y corazón) hondamente oprimidos con el presentimiento, con la cierta previsión de males mayores, y con los dolorosos e importunos recuerdos de su patria ausente?... ¿Y qué les espera llegando a su destino? Amos orgullosos, avariciosos, intratables, mayordomos crueles, poco pan, ninguna contemplación, grandes fatigas y mucho azote. Aun los jornales señalados por la ley, que en sí son demasiado mezquinos, no se les pagan en moneda; se les pagan en géneros viles, comprados vilísimamente, y después vendidos al indio por fuerza y a precios tan exorbitantes como quiere el monopolista minero, cuya tienda es la única en el desierto de las minas. También se les paga en licores, a que se han aficionado esos naturales entre otras causas   —379→   por interrumpir algún tanto o adormecer el sentimiento de su desgracia. Aquí no puedo dejar de observar que aquéllos mismos que los han provocado a la embriaguez, pagándoles en aguardiente, aquéllos mismos que los han obligado a aborrecer el trabajo, haciéndoselo insufrible, aquéllos mismos que los han precisado a robar para no perecer, ésos mismos son los que caracterizan a los indios de ebrios, de perezosos y de ladrones.

Mas en honor de la verdad debe decirse que aquellos señores de mitayos en una sola cosa han mirado siempre a sus siervos con mucha piedad y compasión, y es, en no haberles enseñado nada; pues dándoles más luces los habrían hecho doblemente desgraciados... Pero corramos un velo sobre tantas miserias, y, aunque tarde, ocupémonos en remediarlas. Esto reclaman la humanidad, la filosofía, la política, la justicia y los mismos eternos principios sobre que reposa nuestra Constitución.

El remedio, Señor, es muy simple, y tanto más fácil, cuanto que las Cortes para aplicarlo no necesitan edificar, sino destruir. Este remedio es la abolición de la mita y de toda servidumbre personal de los indios, y la derogación de las leyes mitales. Que se borre, Señor, ese nombre fatal de nuestro Código, y ¡oh, si fuera posible borrarlo también de la memoria de los hombres!

Yo haciendo justicia a la piedad y justificación del Congreso, no me detendré en probar la necesidad de ese remedio; pues con la sola exposición que acabo de hacer de los males que trae consigo la mita, queda suficientemente probada y demostrada. Me contraeré solamente a desvanecer dos reflexiones, que son las primeras, las únicas que pueden hacerse contra esta justa, benéfica, liberalísima providencia.

Primera. Se dirá que hay muchas y muy buenas leyes sobre mita en el Código indiano, y que no hay más que promover su ejecución. A lo del número de esas leyes, responderé con Tácito: corruptissima republica,   —380→   plurimae leges.128 Y por lo que hace a su bondad, observaré que aquello que es en sí malo, injusto y contra le equidad, no se convierte aun por las mejores leyes del mundo en bueno, justo y equitativo. Pero estas breves respuestas exigen un poco más de extensión.

Sería una injusticia no reconocer el espíritu de amor y beneficencia que dictó las leyes mitales en gracia de los mitayos: ¡Ojalá que esas leyes hubiesen tenido un objeto más justo! Así que leemos en ellas las recomendaciones a los virreyes y gobernadores para que atiendan y protejan a los indios; vemos señaladas las distancias a que solamente deben ser llevados a trabajar, las leguas que deben hacer al día, las horas de labor, la duración de la mita, vemos designados los jornales que deben percibir, el turno entre todos los vecinos, la cesación del servicio en ciertas estaciones y en ciertos climas; vemos muy encarecidos los modos con que deben ser tratados; en fin todo lo que podría aliviar su servidumbre, si tan dura servidumbre pudiera aliviarse con algo que no fuese la entera libertad. Y esas mismas leyes que, por no cortar el mal de raíz, lo han perpetuado con los remedios, esas mismas leyes benéficas ¿se han observado? ¿Cómo habían de observarse, resistiéndose tenazmente a su observancia el interés personal que regularmente está en contradicción eterna con el bien de los otros? Por eso a pesar de las leyes, ni los padrones se hacen con exactitud, ni se observa el turno; es llevado a la mita un mayor número de indios y a mayores distancias de lo que debía ser; son detenidos en el servicio más allá del plazo; no se atiende a climas, ni estaciones; todo porque así lo exige el interés de los mineros, y cuando habla el interés, callan las leyes.

Entre un mil de ejemplos de esta intolerable inobservancia citaré uno solo que se lee en la relación del gobierno del Conde de Superunda, Virrey del Perú. Antes del reinado de este Señor, se había mandado que también mitasen los indios forasteros. A su ingreso no se   —381→   había aun ejecutado aquella orden por los inconvenientes que ofrecía una novedad tan contraria a las costumbres. "Pero los mineros del Potosí (son palabras literales del Virrey) atendiendo únicamente a su propia utilidad, instaron repetidamente por el cumplimiento de una orden que aumentaba el número de sus mitayos".

El Virrey con dictamen del acuerdo, resolvió que por los Corregidores, Curas y Gobernadores se formasen padrones, en que se incluyesen sólo los forasteros que no tuviesen tierras. "Las órdenes circulares se expidieron (así literalmente concluye el capítulo en la página 66), pero hasta el presente no se ha finalizado este negocio, porque el Ministro Director de la mita las detuvo tres años; y esta demora después de tan eficaces instancias hace creer que los mineros temen no adelantar por este medio su pretensión, y que su anhelo era se aumentase la mita, aunque los indios recibiesen la molestia de repetir sus viajes sin los años de descanso que estaban establecidos". Ruego que se atienda bien a todas las palabras de este testimonio recomendable y en ninguna manera sospechoso, y que de paso se note la suavidad de la palabra molestia con que el Virrey quiere significar el sufrimiento de males más horribles que la muerte.

"Las quejas de los mineros (página 67 de la mencionada relación) que quisieran les brotara indios la tierra, y siempre creen que les ocultan muchos, fueron el principal estímulo para las revisitas". Pero ¡qué importa a los mineros que haya directores y reglamentos, revisitadores y revisitas, cuando con el sudor y sangre de sus indios resarcen con moderada usura las gratificaciones! Después de esto, que no se hable más de la multitud y bondad de las leyes mitales, que ni se han observado, ni se observan, ni pueden observarse. ¿De qué sirven leyes sin costumbres? Y sobre todo repito, que las leyes, por buenas que sean, jamás harán justo y equitativo lo que es en sí contra la justicia y contra la equidad.

En segundo lugar se puede decir contra la abolición de la mita que, siendo los indios más hábiles y más acostumbrados al trabajó de las minas, si se les diese la libertad,   —382→   quedarían los mineros sin trabajadores, las minas desiertas, y agotado en breve tiempo ese manantial de la riqueza. -No, Señor. Sean o no, por ahora, las minas el manantial de la riqueza; yo creo y aseguro que jamás faltará quien las trabaje. ¿Hasta cuándo no entenderemos que sólo sin reglamentos, sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su fomento al interés de los propietarios?

Nada hay más ingenioso y astuto que el interés; él inspirará a los dueños de minas los recursos y modos de encontrar jornaleros. Páguenles bien, trátenlos bien, proporciónenles auxilios y comodidades en las haciendas, y los indios correrán por sí mismos donde los llame su interés y su comodidad.

Por otra parte, la misma circunstancia de estar avezados los indios, como se dice, a aquel trabajo, es un nuevo motivo para creer que no abandonarán las minas, porque jamás el hombre en llegando a cierta edad, deja o desaprende el oficio de sus primeros años, si con él puede vivir.

¿Pero por qué me he detenido en referir los males, los abusos y perjuicios que traen consigo las mitas, cuando para ser abolidas les basta el ser en sí injustas, aunque fueran ventajosas? Esta injusticia se funda, (y ya no son precisas las pruebas) en que la mita se opone directamente a la libertad de los indios, que nacieron tan libres como los reyes de Europa. Es admirable, Señor, que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que la manden, leyes que la protejan, y pueblos que la sufran.

Homero decía que quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma; y yo digo que quien pierde la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma entera. Y esta es, poco menos, la condición de los mitayos.

Recordemos que desde la antigüedad se tuvo la labor de minas, y el beneficio de los metales como una carga   —383→   más que servil, y como una pena más grave que la de muerte. Véanse sino todas las leyes del Digesto que tratan de las penas in metallum129. Por esto los romanos solamente condenaban a ese trabajo a los facinerosos y de humilde y baja condición; por esto aquellos miserables eran tenidos para todos los efectos del derecho no sólo por esclavos, sino por muertos; en tanto que se llamaban resucitados los que se libraban de ese castigo por indulgencia del príncipe.

Pero la suerte de nuestros mitayos es muy más cruel que la de aquellos romanos siervos o civilmente muertos; pues éstos padecían por su culpa; y la conciencia de la culpa si no modera el rigor de la pena, debe hacerla menos insoportable: leniter, ex merito quidquid patiare, ferendum est130; mientras que los indios son condenados a esas horribles y famosas fatigas sin otra culpa que la avaricia ajena, sin otro crimen que su humildad y su mansedumbre.

Que no se diga entre nosotros que, si se coartó la libertad de los indios, fue para su bien. A nadie se hace bien contra su voluntad. Además de que es quimérico el bien que las leyes mitales han producido. Y si para derogar todas esas leyes no es poderosa la razón de que son injustas, sea a lo menos bastante la razón de que son inútiles. En efecto la mita se instituyó y las leyes mitales se escribieron para acostumbrar a los indios al trabajo, para enseñarles a usar de sus talentos, para darles instrucción, doctrina, civilidad y costumbres. Y ahora pregunto yo: después de 300 años que se observan esa práctica y esas leyes, ¿han dejado los indios su pereza, su indolencia, su rusticidad? Que respondan los mineros; que respondan también esos otros ricos amantes del bien público, que oficiosamente nos representaron poco ha una enérgica y muy caritativa pintura de aquellos naturales.

  —384→  

Finalmente, Señor, debo observar que la mita, si no es la única, es la primera causa de la portentosa despoblación de la América. Todos saben que proporcionar a los hombres propiedades, y, proporcionadas, fomentarlas y darles seguridad, son los primeros elementos de la población: pues todo hombre ama y no abandona el país en que halla una cómoda subsistencia; y todo hombre, teniendo como sostenerse y sostener una familia, lo primero en que piensa es en casarse; y entonces ninguna fuerza hay en el mundo que sea poderosa a hacer que quede en suspensión su natural conyugabilidad.

Comparemos estos principios con los de la mita y sus efectos, y ya no nos admiraremos de ver yermas y desiertas muchas y vastísimas provincias de la América. Sería importuno hablar ahora sobre si se ha proporcionado ó no a los indios el tener propiedades; veamos solamente si con la mita se han fomentado y asegurado las que han tenido, sean las que fuesen. Cualquiera podrá decidir con facilidad esta cuestión recordando sólo lo que dije poco antes: a saber, que para ir al servicio de las minas, los indios son obligados a abandonar sus hogares, a vender sus tierras, sus cosechas, sus ganados, y a malbaratar el fruto del sudor de muchos años, y aun del sudor futuro, para los gastos de ida a su destierro, de mansión y de vuelta. Digo de vuelta muy impropiamente pues son muy raros los que vuelven a su tierra: muchos mueren en el trabajo y por el trabajo; muchísimos quedan imposibilitados para siempre, y todos, todos se encuentran al fin reducidos a la mayor miseria. Pero a los que no se atienen a principios, que les diga la experiencia si esa práctica, si esas leyes mitales han sido parte para fomentar, aumentar, o siquiera conservar la población de las Américas.

A esas razones generales de despoblación se agregaron otras que naturalmente iban naciendo del mismo principio. Los indios empezaron a aborrecer el matrimonio, porque los desgraciados no quieren engendrar desgraciados; aborrecieron a sus hijos, se holgaban de no tenerlos, y las madres generalmente usaban mil malas   —385→   artes para abortar!!!... Y ¿dónde están hoy esas tribus numerosas que llenaban los valles de sus fiestas, y coronaban las montañas en sus combates? Allí están en las hondas cavidades donde se solidan esos metales ominosos, irritamenta malorum131; allí reposan donde trabajaron tanto, allí están en esas vastas catacumbas americanas. Y cuando por casualidad algún viajero o una familia indiana atraviesa aquellos yermos y tendidos desiertos, no puede divisar estos cerros fatales sin hacer algún triste recuerdo, sin apartar los ojos con horror, sin derramar alguna lágrima, y sin demandarles o un amigo o un hermano o un padre, o un hijo o un esposo.

Que cesen ya, Señor, tantas calamidades. Una sola palabra de las Cortes será poderosa a secar en su origen esta fuente de tantos males y de tantas miserias. Abólanse las mitas para siempre; deróguense las leyes mitales, que a pesar de toda la beneficencia que respiran, manchan las hermosas páginas de nuestro código. Sea éste el desempeño de la primera obligación que por la Constitución hemos contraído, de conservar y proteger la libertad civil, la propiedad y los derechos de todos los individuos que componen la nación. ¡Qué!, ¿permitiremos que hombres que llevan el nombre español, y que están revestidos del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean oprimidos, vejados y humillados hasta el último grado de servidumbre? Señor, aquí no hay medio, o abolir la mita de los indios, o quitarles ahora mismo la ciudadanía que gozan justamente. ¡Pues qué!, ¿nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos hasta el punto de tener a siervos por iguales, y por conciudadanos?... Pero, como este despojo, exagerando el sufrimiento, quizá produciría malos efectos, y quizá veríamos sobre uno de los Andes repetida la famosa escena del monte Aventino (aunque no creo que entonces nos faltaría un Agripa), la justicia, la humanidad, la política aconsejan y mandan imperiosamente la abolición de la mita y de toda servidumbre personal de los indios, y la   —386→   derogación de todas las leyes mitales. Sí, Señor, de las leyes mitales, de esa porción, bajo de otro respecto muy recomendable de las Leyes de Indias. Pues a pesar de que todos los sabios llaman sabias a esas leyes, yo ignorante, yo tengo la audacia de no reconocer su sabiduría. ¿Por ventura esas leyes han llenado en tres siglos el benéfico fin que se propusieron de hacer industriosos y aplicados a los indígenas de América, de instruirlos, de civilizarlos, de hacerlos felices? Pues para mí no son sabias las leyes que se proponen el benéfico fin que se proponen, para mí no son sabias sino las leyes que hacen felices a los pueblos».


(Discurso sobre las mitas de América, Londres, 1812, pp. 9-29).                




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ArribaAbajoDiscurso en el primer aniversario de la independencia del Guayas

Al renovar hoy la memoria del fausto día en que este virtuoso pueblo proclamó su Independencia, nada podría sernos más grato, que los patrióticos sentimientos que acaba de pronunciar el señor Síndico Personero, en nombre de la Municipalidad y del pueblo que representa. Nada también, señores, puede ser más plausible, que la solemne ceremonia de este día; ella nos advierte que ya pasaron y se hundieron en la eterna noche del oprobio y del olvido aquellos días de mala recordación, en que no sólo eran los pueblos esclavos, sino también se les forzaba a pasear en triunfo el pendón de su esclavitud. ¡Pero ya lo hemos abatido para siempre, y sobre él hemos alzado este hermoso estandarte de Libertad! ¡Podremos todos a su sombra, unidos en la guerra, ser fuertes y siempre vencedores; y, unidos en la paz, vivir tranquilos y felices! Entre tanto los destinos de la América van a inscribirse con caracteres indelebles en la parte más sublime de los Andes, y parece que el Trono de la Naturaleza está destinado a ser el Trono de la Libertad.

  —388→  

Mi imaginación, señores, se adelanta a este día de gloria, que va a restablecer entre nosotros el imperio de la Razón y de la Filosofía. Y todos creemos la libertad de la Provincia asegurada, y nuestro triunfo tan próximo como cierto, al ver que los esfuerzos de este virtuoso pueblo, superiores a todas las vicisitudes de la guerra, que el honor y el valor de nuestros dignos militares, que las victoriosas armas de la República de Colombia, que nos defienden, que los consejos de nuestros Magistrados, que la fidelidad de los empleados públicos, que el celo y el patriotismo de la Municipalidad, la fuerza irresistible de la opinión pública, y que, en fin, las ardientes oraciones de los ministros del altar, se reúnen, se confunden, se identifican, con las intenciones de un Gobierno amigo del Pueblo y que ama sobre su vida la Libertad y la Patria.

9 de octubre de 1821.

(El Patriota, n.º 20).



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ArribaAbajoDiscurso a Bolívar, en cumplimiento de la comisión recibida del Congreso peruano, en 1823

«Señor:

El Congreso del Perú ha querido fiar a una diputación de su seno el honor de renovar a V. E. sus sentimientos de consideración y gratitud, y de reiterarle los ardientes deseos de que su presencia vaya a poner un fin pronto y glorioso a los males de la guerra.

Los enemigos han ocupado la capital de la República. La devastación precede y sigue por todas partes la marcha del engreído y sangriento Canterac: todas las huellas de sus pasos quedan cubiertas de sangre y de cenizas... Pero, pasada la tempestad presente, aparecerá más hermosa la libertad sentada sobre ruinas.

Enormes contribuciones, el saqueo de ricos almacenes y de los santos templos, una ciega y rigurosa conscripción de la juventud peruana, han librado a la opulenta Lima a la suerte que han sufrido tantos pueblos   —390→   inermes y pacíficos por donde han pasado los Tártaros de Occidente.

Esta conducta española, esta situación del Perú, si impone a V. E., como a vengador de la América, el deber de volar a su defensa y su venganza, le abre al mismo tiempo un nuevo teatro de hazañas y de gloria.

Los enemigos deslumbrados por algunas pequeñas ventajas, de que sólo pueden envanecerse aquellos que no calculan sobre todas las causas que influyen en la suerte de los combates, o aquellos que penetrados de su propia debilidad se asombran de vencer una vez; los enemigos, repito, creyeron al Perú exhausto ya del todo y abandonado a sí mismo: y como no acaban de persuadirse de que todos los pueblos de América hacen causa común, cuando ven amenazada la independencia de cualquiera de ellos, acometieron muy neciamente una empresa, que debe importarles la pérdida de todas las provincias que tienen subyugadas, y aun su destrucción total, si se aprovechan las circunstancias y los instantes, y si se ponen en acción todos los medios y recursos que tenemos para vencer. Los bravos de Colombia, que con las tropas del Plata y Chile, burlando los planes del enemigo, quedan acampados delante de las fortalezas del Callao; el refuerzo que se espera con V. E.; la numerosa división que nuevamente ha salido de las costas chilenas; la expedición libertadora que felizmente desembarcó en Arica compuesta de valientes Peruanos resueltos a vengar en los mismos campos de Torata la última injuria que allí les hizo la fortuna; todos, Señor, son elementos que sólo esperan una voz que los una, una mano que las dirija, un genio que los lleve a la victoria. Y todos los ojos, todos los votos se convierten naturalmente a V. E. - V. E. acaba de quebrantar con pie firme la última cabeza de la hidra de la rebelión; y nada puede impedirle de satisfacer unos votos de que pende la libertad de un gran Estado, la seguridad del Sur de Colombia y la corona del destino del pueblo Americano. Rompa V. E. todos los lazos que lo retienen lejos del campo de batalla. Después de la revolución de tantos siglos parece que los oráculos   —391→   han vuelto a predecir que tantos pueblos confederados en una nueva Asia por la venganza común por ninguna manera podrán vencer sin Aquiles. Ceda V. E. al torrente que quizá por última vez le arrebata a nuevas glorias.

Éstos son los votos que por nuestro medio transmite a V. E. el Congreso Peruano, en la segura y firme esperanza de que V. E., como hasta ahora, será siempre fiel a sus comprometimientos con la patria y con la victoria.


27 de julio de 1823

(Olmedo, Poesías, edición por Clemente Ballén, pp. XXXI-XXXIV).                




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ArribaAbajoDiscurso al tomar el juramento a Flores en 1830

Dios y la naturaleza exigen de vos, Señor, el sacrificio del reposo y de todas vuestras facultades en obsequio de esta porción de la humanidad que os ha entregado su suerte. Cadenas remachadas en el fondo del corazón, os ligan a este suelo que aguarda únicamente la fecundación de un poder benéfico para desplegar sus tesoros. Encargado de la ejecución de las leyes, vuestra fama volará más allá de los límites del tiempo y del espacio, si en medio de las oscilaciones del Nuevo Mundo, llega vuestro genio elevado a fijar en el Ecuador el imperio del orden. Confirmad, Señor, vuestros ardientes votos por la dicha común, ofreciendo cumplirlos delante del Ser Eterno, del Ser Eterno, digo, cuya inmensa bondad quiso sacar al hombre de la nada para hacerle feliz.

(Gaceta de Quito, n.º 17, octubre 2 de 1830).



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ArribaAbajoDiscurso en las honras fúnebres del Libertador

Señores:

La expresión de dolor que hoy manifiestan todos los órdenes y clases del Estado están en perfecta armonía con este duelo profundo, con este sentimiento general que se difunde del uno al otro extremo de la República al fijar la consideración en que BOLÍVAR ya no existe.

BOLÍVAR ya no existe: y yo diría también que ya no existe Colombia, si no creyera que, trasmitido el espíritu del Libertador a todos los colombianos, se esforzarán todos por sostener firme esta patria que él creó con su genio, que él animó con su espíritu, que él libertó con su espada, que él ilustró con sus virtudes, y que él ha hecho gloriosa con su gloria.

Mas ¿qué es, al presente, o en dónde está esta patria?... Yo no debo, Señores, añadir nuevo dolor al dolor de este día. Diré solamente que la República parece haber caído de improviso en un estado en el cual ya   —396→   no puede sufrir la libertad, así como no pudo en otro tiempo sufrir la servidumbre.

Pueda la separación eterna del Padre de la patria, pueda esta calamidad nacional hacernos ver el abismo que se abre delante de nosotros. Que todo buen ciudadano, que todos los que ejercen algún poder conozcan que la Patria no puede regenerarse sino por la concordia; y que es un atentado horrendo contrariar la voluntad de los pueblos que nunca, nunca se engañan cuando no están poseídos del demonio de la facción.

En fin, Señores, la voz lánguida de la Patria huérfana nos manda estar apercibidos contra los desastres con que esta calamidad presente amenaza a toda la República. Que todos los dignos Magistrados, que la benemérita clase militar, que los venerables ministros del Santuario, que todos los órdenes y clases del Estado, que todo el pueblo se una y estreche cordialmente en nombre de Bolívar y la Patria, si queremos tener patria, si queremos honrar más dignamente la memoria del Libertador, y si queremos reparar esta injuria que le ha hecho su muerte prematura, envidiándole la gloria de ver cumplida y coronada la grande obra de su genio. Yo llamo prematura a su muerte, solamente para nosotros, no para su gloria: pues no puede decirse de un héroe que ha libertado su patria y que murió sirviéndola, nunca podrá decirse que ha muerto prematuramente... La tumba de Bolívar es la cuna de la inmortalidad.

(El Colombiano, Guayaquil, Sem. 4.º, n. 83, marzo 10 de 1831).



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ArribaAbajoDiscurso en la apertura de la Convención de Ambato

Señores:

Llamados por la voz de la patria venimos a empezar hoy el arduo ministerio de dar una nueva existencia al pueblo del Ecuador, asegurar sus derechos y promover su felicidad.

Éste debe ser un día memorable para siempre, pues anuncia la serenidad después de la tempestad horrorosa que ha desolado nuestra patria. Pero, Señores, para que este día deje gratos recuerdos, es preciso que nuestros trabajos llenen los votos y esperanzas de los pueblos. Mas, ¿cómo podremos lisonjearnos de conseguir tan noble fin si hemos venido a tal calamidad de tiempos en que ni las buenas leyes bastan a cimentar la felicidad pública, o a moderar siquiera en los pueblos recientemente libres esa funesta curiosidad de nuevas formas de gobierno, vaga e inconstante, nunca satisfecha, siempre turbulenta? Buenas han sido todas esas constituciones que se dieron   —398→   al principio todos los Americanos y buenas son todas las que han sucedido a las primeras, en períodos más o menos irregulares; y sin embargo, al tender nuestra vista por todo nuestro continente no podemos dejar de hacer la triste observación de que tantas y tan varias constituciones no quedan ya sino como registros lamentables de la existencia de otros tantos congresos constituyentes y otras tantas ruidosas revoluciones. Arredrados por tan dolorosa experiencia y obligados por otra parte a desempeñar nuestro deber, no nos queda, Señores, otro partido que el de resolvernos a cumplir fielmente nuestra misión esperando que el Cielo bendecirá un trabajo emprendido con las más puras intenciones, y que hará restablecer y afirmar el imperio de las leyes, moderando la ambición de los gobiernos, refrenando la licencia de los pueblos, y purificando de todo interés personal el celo de los legisladores.

Por lo que hace a la marcha que debe seguir la Convención en sus deliberaciones, yo me atrevo, Señores, a recordaros la historia de algunos congresos que aun en naciones tenidas por muy cultas han ofrecido escenas poco dignas de Asambleas que representan la majestad de un pueblo. Se les ha visto ocupándose en curiosas disertaciones como si fuesen Academias: ya ardiendo en fútiles disputas como si fuesen aulas escolásticas: y ya entreteniendo a espectadores ociosos como si fuesen arena de gladiadores. En medio de estos turbulentos debates la razón cedió muchas veces el paso a errores perniciosos que se adoptaron como principios de política; y la misma verdad se vio obligada a ceder el triunfo a verdades subversivas del orden social.

Evitemos, Señores, estos escollos cuanto podamos, y marcharemos persuadidos de que en el orden, calma y lentitud de nuestras deliberaciones, en la buena fe de nuestros discursos, en la tolerancia ilimitada de opiniones ajenas, y en el mutuo respeto con que deben mirarse siempre los diputados, está librado el honor y acierto de la Convención y la suerte de la patria.

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De este modo, Señores, toda discusión traerá un asentamiento general, toda opinión será un nuevo medio de concordia, toda oposición dará una nueva luz a la verdad y toda controversia preparará un nuevo lazo de estimación entre nosotros. De este modo solamente llenaremos nuestra santa misión con dignidad y satisfaremos a la honrosa confianza del digno pueblo que representamos.

(El Convencional del Ecuador, Ambato, n.º 1, 23 de julio de 1835).



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ArribaAbajoDiscurso al finalizar la Convención de Ambato en 1835

La Convención Nacional cierra en este día sus sesiones, después de haber llenado, como fue posible, los grandes objetos de la convocación.

Llamada por el voto común a reorganizar el Estado; excitada por el clamor general de los pueblos que demandaban nuevas leyes y reposo; invocada como el Ángel de paz y de concordia en las tempestades civiles que desolaban la patria, la Convención se instaló en medio de aclamaciones y de esperanzas, y si no podemos lisonjearnos de haber satisfecho dignamente los votos públicos, ni de haber hecho una perfecta Constitución, podremos, a lo menos, consolarnos con la íntima persuasión de haber traído a nuestro difícil ministerio, en lugar de genio, amor de patria, en lugar de ilustración, celo, y en lugar de sabiduría, puras intenciones.

Los pueblos cuyo buen sentido, cuyo ingénito instinto del bien no se engaña jamás, cuando no están agitados por el espíritu de facción; los pueblos, repito, nos   —402→   harán justicia. Ellos disculparán las imperfecciones de nuestra obra, considerando que era preciso un esfuerzo sobrehumano para sobreponerse a los inconvenientes que presentan las revoluciones recientemente sofocadas, y que debiendo continuar por algún tiempo los odios civiles, aunque ocultos, el descontento simulado, y todas las pasiones revolucionarias, que reprimidas y humilladas son más violentas en su reacción, no podía ser ésta la época más oportuna ni para dictar instituciones populares con esperanzas de estabilidad, ni para constituir sin peligro el Poder que debía regir en la paz con moderación y con firmeza.

Así al cesar un horrible terremoto, es empresa extraña y peligrosa ponerse a edificar cuando todavía se oyen por la noche ruidos subterráneos, y cuando todavía tiembla por intervalos el suelo en que se levanta el edificio.

Pero la primera, la más urgente necesidad en aquellas memorables circunstancias, era la reunión de la Representación Nacional aunque fuese bajo formas desconocidas; y era preciso ceder a esta imperiosa ley y arrostrar por todos los peligros para calmar la ansiedad de los ciudadanos pacíficos para quitar todo pretexto a los inquietos, y para cumplir el voto de los buenos.

Instalada la Convención Nacional, su principal objeto fue escribir esa Constitución que debía poner término a las calamidades públicas. Para esta obra ha tenido presentes no sólo las lecciones de la experiencia y el consejo de los prudentes, sino también los defectos mismos que la opinión atribuía a la primera Constitución. No creemos haber dado una Carta menos imperfecta que la anterior, pero sí procurado seguir los principios adoptados generalmente en el inspirado sistema de representación, hemos considerado la exigencia de nuestras necesidades, nuestro carácter y costumbres, la naturaleza y escasez de nuestra población, el atraso de nuestras artes, la lenta difusión de los conocimientos que son tan necesarios a los pueblos como el pan, y no hemos aspirado a construir un edificio con formas desproporcionadas sino, al   —403→   contrario, una República circunscrita en sus límites naturales, pero con los posibles elementos para ir creciendo progresivamente en ilustración, en amor al trabajo, padre de la abundancia, y en todas las artes hijas del clima y de la paz. Porque realmente es preciso desconfiar de la estabilidad de esas naciones prematuras, que desde su infancia se apresuran a mostrar el aparato y el poder de las grandes y antiguas naciones, pues ellas no son sino potencias artificiales que decaen en breve tiempo y se disuelven por su propia constitución.

Escrita el acta solemne de la regeneración del Ecuador, la Convención se contrajo a dar todas aquellas leyes, sin las cuales ni la Constitución podría plantearse, ni comenzar la marcha constitucional de la pública administración; leyes todas conformes a la letra y al espíritu de la ley fundamental. Se organizó el soberano Poder rector y conservador, única fuente de la ley, el soberano y fugaz poder electoral, el supremo y permanente Poder Judicial, y se demarcaron las altas facultades y latos términos del Poder ejecutor. Después se dieron otras leyes cuya existencia estaba identificada con la del Estado. Se pusieron las Casas del Crédito nacional que importa más que la riqueza: se desenredó en lo posible el hilo de la Hacienda que es la grande arteria del cuerpo social; se organizó la fuerza armada que es brazo del Estado; se fomentó la enseñanza pública y la ilustración, que es un segundo poder de las naciones: se protegió la agricultura, la industria y el comercio, cuyas ventajas y adquisiciones son más extensas y durables que las que proporcionan las conquistas.

Entre tan importantes objetos, no podía olvidar la Convención aquel que, reclamado, como los otros por la justicia, excitaba particularmente su natural sensibilidad. Hablo de la ley sobre nuestros hermanos los indígenas, cuya condición es más miserable que la esclavitud doméstica. En su favor y protección la Convención ha hecho cuanto ha podido, y siente un profundo dolor de no haber podido más. Pero se consuela habiendo procurado aliviarlos con leyes tan humanas como lo permiten   —404→   las circunstancias, pues que las leyes atemperadas a los vicios constitutivos de la sociedad, llegan a ser algunas veces la ciencia de lo justo en la misma injusticia, y una especie de derecho en la violación misma del derecho natural.

En fin, el orden y lenta dignidad con que se han discutido las nuevas leyes, pueden aumentar un grado a su respectiva bondad o a lo menos a una equitativa presunción a su favor. No ha faltado algunas veces vehemencia en los discursos y calor en los debates, pero el Reglamento interior y mucho más el decoro, ha sido el dique al extravío del celo patriótico, al ímpetu de los oradores y a la exaltación de las pasiones republicanas, de que no siempre pueden eximirse ni los filósofos ni los hombres de bien.

Éste es el plan, ésta la estructura del edificio que acabamos de levantar. Par aquí conocerán los pueblos que hemos desempeñado su confianza y el alto ministerio de Representantes del Ecuador.

Triste es la experiencia de los tiempos pasados; triste el recuerdo de las varias revoluciones que han agitado nuestro suelo, invocándose por los bandos opuestos los santos nombres de libertad, de leyes y de patria. ¿Serán las leyes las causas de las revoluciones?... Los pueblos y los Gobiernos que indagan estas causas las encontrarán más fácilmente dentro de sí mismos. Fatiguemos, pues, Señores, al Cielo con votos incesantes para que las nuevas leyes que acabamos de escribir sean en adelante un tratado de paz perpetua de los ciudadanos entre sí, y del Gobierno con el pueblo.

Finalmente, Señores, nosotros, que por ser colaboradores de tan difícil obra, hemos estrechado los vínculos de nuestra amistad procuremos que esta amistad sea siempre una parte del amor a la patria, y separémonos persuadidos de que, como ciudadanos y legisladores, hemos contraído una doble obligación de amar y defender las nuevas instituciones, y de infundir los mismos sentimientos a nuestros conciudadanos, haciéndoles conocer   —405→   que estas mismas instituciones, sin pretender que sean las más perfectas, bien observadas, serán poderosas a sostener el orden que han restablecido, a reprimir los excesos que obligan a invocar la terrible protección de un poder inconstitucional y a preparar al pueblo ecuatoriano la senda por donde pueda marchar a su prosperidad y engrandecimiento. Conciudadanos: que en todo tiempo el nombre del Ecuador y las alabanzas de sus moderadas instituciones resuenen en nuestros techos domésticos, en las plazas públicas, en el foro, en los templos y en la tribuna nacional.

22 de agosto de 1835 (Actas de la Convención Nacional del Ecuador del año 1835, pp. 157-160).



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ArribaAbajoResumen del discurso de 27 de junio de 1845 en nombre del Gobierno Provisorio

A los discursos pronunciados el jueves 27 de junio de 1845 ante el Gobierno Provisorio, por el señor Pablo Merino, gobernador de la provincia de Guayaquil, el ilustrísimo señor obispo, Francisco Garaicoa, el señor Antonio Elizalde, general en jefe, el señor Juan José Valverde, comandante general de Marina, el señor doctor José María Maldonado, presidente de la Corte Superior de Justicia, el señor doctor José Tomás de Aguirre, rector del Seminario, el señor Juan Tama, síndico procurador, el señor Juan Francisco Millán, juez de comercio, y el señor Teodoro Maldonado, director del Colegio del Guayas, contestó el presidente del Gobierno, señor doctor José Joaquín de Olmedo en un discurso en que substancialmente dijo:

que los sentimientos que habían expresado en tan memorable día los Ciudadanos de todos los órdenes del Estado, eran esos mismos sentimientos nobles, generosos,   —408→   eminentemente patrióticos de que los vimos siempre animados, especialmente en los peligros de la patria;

que los sacrificios de este heroico pueblo en la reconquista de su libertad eran superiores a toda alabanza y sólo dignos de la recompensa que han tenido;

que los votos de los patriotas debían creerse realmente satisfechos;

teniendo en la Gobernación un ciudadano ilustrado, amigo de los pueblos, que se desvelara en promover todos los medios de su prosperidad;

teniendo guerreros esforzados e intrépidos marinos, que se han cubierto de honor bajo un ilustre jefe, hijo del honor y del patriotismo; y que serán siempre los defensores de instituciones patrias, como buenos soldados republicanos;

teniendo un prelado sabio y virtuoso, que con su respetable Clero nos hará amable y respetable nuestra santa religión, ilustrando su grey con su sabiduría y edificándola con su ejemplo, haciendo conocer a todos que nuestra religión, aun prescindiendo de su origen divino y de su santidad, debía ser la religión de todo buen republicano, pues estableciendo la igualdad, la libertad de los hombres, y reconociendo sus derechos naturales y poniendo al amor como el principio de las acciones humanas, es una religión esencialmente republicana;

teniendo Magistrados respetables, defensores de la inocencia, enemigos de los crímenes, pero no de los criminales; que procurando mantener la armonía y amistad entre los ciudadanos, alejando sus pleitos y disensiones, y no dando tormento a las leyes para acomodar su sentido a los caprichos del poder, sostendrán siempre la dignidad de la magistratura;

teniendo un Concejo Municipal que ha entrado gustoso en sus funciones, que se consagraría sin cesar a todos los ramos de la policía, de orden y fomento del país, y que había contraído un nuevo deber para con la patria habiendo recobrado su primitiva popularidad;

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teniendo establecimientos de enseñanza cuyos rectores ilustrados y ejemplares en su conducta, conocerán siempre el valor del depósito de la juventud que en ellos puso la patria, y que ésta esperaba que por su celo y constancia darían dignos ministros al santuario, y buenos ciudadanos a la sociedad;

teniendo una corporación respetable que debía entender en todas las causas comerciales, y que proveería todas las ventajas que harán florecer este país privilegiado, con la libertad del comercio;

y que, en fin, todos debían considerarse muy recompensados viendo satisfechos sus antiguos votos de reconquistar la nacionalidad y la libertad política y civil de la República;

que esta libertad conseguida con los felices sucesos de las armas, quedaba ya asegurada con la honrosa paz de la Virginia;

que no restaba más sino que los ciudadanos de todos los órdenes del Estado se uniesen estrechamente en este solo voto, en este solo pensamiento de conservar los bienes adquiridos, con la moderación y sumisión a las leyes, y de sostener el orden y el reposo de los pueblos, sin lo cual serían inútiles y aun peligrosos todos los beneficios de la libertad.

(El Seis de Marzo, Sem. 1.º, n.º 33, pp. 130-131, Guayaquil, martes 1.º de julio do 1845).



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ArribaAbajoDiscurso en la instalación del Congreso de Cuenca, 3 de octubre de 1845

Señores: Hoy es el día del Ecuador. Estoy cierto que ninguno habrá entre nosotros que, al ver reunida la primera representación nacional, libre, independiente, segura, deseada, respetada, no sienta palpitar su seno de gozo inexplicable, y no sienta el alma conmovida y exaltada con altos pensamientos y grandes esperanzas.

El pueblo ecuatoriano ha abierto una nueva era de libertad. A sus representantes está reservada la obra no menos ardua y no menos gloriosa de hacer que esta conquistada libertad sea pacífica y durable, produciendo siempre los frutos de la paz y de la estabilidad, que se reducen a no tener enemigos interiores ni exteriores.

Yo temo, Señores, que al haber indicado todo lo que espera la nación de sus representantes, y los presagios de su felicidad, temo turbar la pura satisfacción con que venís a llenar la misión que os han confiado los pueblos, temo turbar la solemnidad de este día recordándoos que sois responsables del cumplimiento de tantas esperanzas.

Por lo que hace al Gobierno Provisorio, viene gustoso a devolver a la representación nacional el fatal depósito del poder que le hicieron los pueblos en los días tempestuosos que acaban de pasar, y se retira con la satisfacción de poder decir: que su primer acto fue la proclamación de la libertad, y el último la instalación de la Convención Nacional.

(El Seis de Marzo, Sem. 2.º, n.º 58, octubre 24 de 1845).



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ArribaAbajoFragmentos de discursos

(Inéditos)


Cuando la atmósfera se infecta hay pestes y epidemias que no cesan hasta que aquélla se purifica; entonces es cuando se respira salud. Pero para purificarse, es preciso que haya tempestades, pues de otro modo no puede ser. Es, pues, forzoso que se sufran los males que traen consigo las tempestades, truenos, rayos, y que el granizo asuele los campos. Del mismo modo nosotros hemos vivido en el mortífero elemento de la esclavitud por tres siglos, y si queremos gozar del aire puro de la libertad, es preciso sufrir la tempestad que ha de purificarlo. Esta tempestad es la guerra y las conmociones populares, y, mientras duran, es preciso sufrir los males, si queremos gozar de los bienes de la serenidad y de la libertad. Está en poder de los Gobiernos conservar el equilibrio de la atmósfera política.

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Los legisladores deben ser tan imparciales, tan impasibles como las leyes; los legisladores no deben dejar en   —414→   su obra las huellas detestables de las pasiones. Esto sería atormentar el corazón de los buenos magistrados, obligarlos a interpretaciones para salvar su conciencia; sería hacer dudosos y oscuros los fallos de la justicia, sería armar el brazo de los malos jueces de una espada terrible tanto más ominosa cuanto se la habrá dado la ley; sería preparar la impunidad del crimen y estimular su audacia; sería preparar la opresión de la inocencia; sería, en fin, preparar el camino de la tiranía, que dilataría su poder sobre los otros poderes y sus empresas con el especioso pretexto de velar en la buena administración de la justicia y de proteger a los oprimidos. Los ciudadanos que no vengamos a este respetable recinto desnudos, libres de pasiones y de parcialidades, deberíamos antes ir a engrosar el partido de las facciones, que venir a deshonrar el alto asiento de legislador y profanar el santuario de las leyes.

(Manuscrito hológrafo. Archivo de la familia Pino Icaza).



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ArribaAbajoDiscurso en honor de Lamar132

(Inédito)


Señores:

Vengo en nombre de la República del Ecuador a pagar este honroso y triste homenaje al ilustre guerrero, al virtuoso ciudadano José Domingo de Lamar, que es el honor de la América, la mayor gloria de su patria, y el primer blasón de su familia. Conozco, Señores, que gran parte de esta gloria reflecte sobre mí. Pero yo, no por evitar la nota de una tan noble vanidad, debo reprimir mis sentimientos naturales; antes debo temer que si no dijera la verdad, todas las lenguas, todos los corazones   —416→   americanos me desmentirían; y si callara, todos inculparían mi silencio.

En su temprana edad fue llevado a España a seguir la carrera militar, haciendo previamente todos los estudios propios de tan distinguida profesión. Por la urbanidad y nobleza de su carácter y por su genial moderación, y por su conducta siempre decorosa, sucedió lo que es muy raro en las congregaciones de hombres, que, haciendo Lamar rápidos progresos en todos los varios estados de su vida, nadie le envidiaba, y de todos era querido, aun cuando descollaba sobre todos.

El corazón del general Lamar abrigó constantemente sentimientos americanos; y yo sé de un amigo íntimo suyo que, aun en presencia de los españoles, se indignaba leyendo la historia de la Conquista. Era precisa toda la persuasión que había de su acrisolado pundonor, para que no inspirase sospechas al Gobierno español, como liberal y como americano. Antes, por el contrario, concluida la memorable guerra contra la Francia de Napoleón, en la que tanto se distinguió Lamar, el Gobierno le confió uno de los más importantes mandos del Perú.

Desde entonces, todo el general Lamar ya fue del Perú. Rotos decorosamente sus vínculos con España, pudo ostentar libremente sus sentimientos; y tal era la opinión que disfrutaba entre los patriotas, que apenas dijo que pertenecía a la patria, todos le creyeron; y en las más críticas circunstancias de la República, la primera Representación Nacional puso en sus manos llena de confianza las riendas del Gobierno. Todos saben lo que hizo y lo que fue; y yo no debo referir ahora hechos y servicios que están gravados en la memoria de todos, y en el corazón de todos los peruanos. Sí, por todas partes se oye repetir el nombre de este ilustre ciudadano; por todas partes se oyen las alabanzas de sus raras cualidades y de sus virtudes, especialmente de aquella nobleza y sublimidad de ánimo, que le hacía creer, aun en medio de los excesos de las revoluciones, que las traiciones al Gobierno y a la patria eran imposibles.

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Sólo estas alabanzas públicas pueden mitigar el acerbo dolor de tanta pérdida. Esta misma pompa fúnebre, esta numerosa multitud de ciudadanos de todos los órdenes del Estado, la firmeza misma con que el Gobierno peruano, se ha resistido a las vivas reclamaciones que la patria y la familia del general Lamar han hecho por ese inestimable polvo, en que está convertido el vencedor de Ayacucho, dan un claro testimonio de que todo el Perú aprecia y honra su nombre y sus cenizas.

¡Oh!, ¡si fuera posible que estas respetadas cenizas se animasen de improviso delante de nosotros!, ¡cuánto se complacerían al ver sus antiguos amigos y compañeros de armas!, ¡cuánto se complacerían al ver este querido pueblo, gozando de paz y libertad bajo un Gobierno moderado y firme, popular y respetado por todos! Señores: el Perú es libre; el Perú ama su libertad, y el primer motivo de consuelo que tendrá la patria y la familia del general Lamar en su dolor, (al verse privados aun de sus cenizas) será, no sólo por ver su nombre escrito el primero en el monumento que se levanta en Ayacucho, sino también por saber que jamás el pueblo peruano podrá sentirse libre y feliz, sin asociar a ese íntimo sentimiento el nombre de Lamar.

(Manuscrito hológrafo. Biblioteca Jijón y Caamaño. Archivo Flores. Suplemento).