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Ilustración, página 469




ArribaAbajoCanto XXIX


Entran los araucanos en nuevo consejo; tratan de quemar sus haciendas. Pide Tucapel que se cumpla el campo que tiene aplazado con Rengo: combaten los dos en estacado brava y animosamente


   ¡Oh, cuánta fuerza tiene!, ¡oh, cuánto incita
El amor de la patria, pues hallamos
Que en razón nos obliga y necesita
A que todo por él lo pospongamos!
Cualquier peligro y muerte facilita,
Al padre, al hijo, a la mujer dejamos
Cuando en trabajo nuestra patria vemos,
Y como a más parienta la acorremos.
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   Buen testimonio desto nos han sido
Las hazañas de antiguos señaladas,
Que por la cara patria han convertido
En sus mismas entrañas las espadas;
Y su gloriosa fama han extendido
Las plumas de escritores celebradas,
Mario, Casio, Filón, Codro, ateniense,
Régulo, Agesilao y el Uticense.

   Entrar, pues, en el número merece
Esta araucana gente, que con tanta
Muestra de su valor y ánimo ofrece
Por la patria al cuchillo la garganta,
Y en el firme propósito parece
Que ni rigor de hado, y toda cuanta
Fuerza pone en sus golpes la fortuna
En los ánimos hace mella alguna:

   Que, habiendo en sólo tres meses perdido
Cuatro grandes batallas de importancia,
No con ánimo triste ni abatido,
Mas con valor grandísimo y constancia,
Estaban, como atrás habéis oído,
En consejo de guerra, haciendo instancia
En darnos otro asalto; mas la mano
Tomó, diciendo así, Caupolicano:

   «Conviene ¡oh! gran senado religioso,
Que vencer o morir determinemos,
Y en sólo nuestro brazo valeroso
Como último remedio confiemos:
Las casas, ropa y mueble infrutuoso,
Que al descanso nos llaman, abrasemos,
Que, habiendo de morir, todo nos sobra,
Y todo con vencer después se cobra.

   »Es necesario y justo que se entienda
La grande utilidad que desto viene;
Que no es bien que haya asiento en la hacienda
Cuando el honor aún su lugar no tiene,
Ni es razón que soldado alguno atienda
A más de aquello que a vencer conviene,
Ni entibie las ardientes voluntades
El amor de las casas y heredades.
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   »Así que en esta guerra tan reñida
Quien pretende descanso, como digo,
Piense que no hay más honra, hacienda y vida
De aquella que quitare al enemigo:
Que la virtud del brazo conocida
Será el rescate y verdadero amigo,
Pues no ha de haber partido ni concierto,
Sino sólo matar o quedar muerto».

   Oído allí por los caciques esto,
Muchos suspensos sin hablar quedaron,
Y algunos dellos con turbado gesto,
Enarcando las cejas, se miraron;
Pero rompiendo aquel silencio puesto,
Sobre ello un rato dieron y tomaron,
Hallando en su favor tantas razones
Que se llevó tras sí las opiniones.

   Así el valiente Ongolmo, no esperando
Que otro en tal ocasión le precediese,
Aprueba a voces la demanda, instando
En que por obra luego se pusiese.
Siguió este parecer Purén, jurando
De no entrar en poblado hasta que viese
Sin medio ni concierto, a fuerza pura,
Su patria en libertad y paz segura.

   Lincoya y Caniomangue, pues, no fueron
En jurar el decreto perezosos,
Que aún más de lo posible prometieron,
Según eran gallardos y animosos.
También Rengo y Gualemo se ofrecieron,
Y los demás caciques orgullosos,
Talcaguán, Lemolemo y Orompello:
Hasta el buen Colocolo vino en ello.

   Resueltos, pues, en esto y decretado,
Según que aquí lo habemos referido,
Tucapelo, que a todo había callado,
Con gran sosiego y con atento oído,
Después del alboroto sosegado
Y aquel arduo negocio difinido,
Puesto en pie levantó la voz ardiente,
Que jamás hablar pudo blandamente.
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   Diciendo: «Capitanes, yo el primero
En lo que el general propone vengo
Por parecerme justo; y así quiero
Que se abrase y asuele cuanto tengo:
En lo demás, al brazo me refiero,
Que, si un mes en su fuerza le sostengo,
Pienso escoger después a mi contento
El mayor y mejor repartimiento.

   »Y si algún miserable no concede
Lo que tan justamente le es pedido
Por enemigo de la patria quede
Y del militar orden excluido:
Que ya por nuestra parte no se puede
Venir a ningún medio ni partido
Sin dejar de perder, pues la contienda
Es sobre nuestra libertad y hacienda.

   »Así que; yo también determinado
De seguir vuestros votos y opiniones,
Aunque parece en tiempo tan turbado
Que muevo nuevas causas y quistiones,
Del natural honor estimulado,
Y por otras legítimas razones,
No puedo ya dejar por ningún arte
De echar del todo un gran negocio aparte.

   »Ya tendréis en memoria el desafío
Que Rengo y yo tenemos aplazado;
Asimismo el que tuve con su tío,
Que quiso más morir desesperado:
Viendo el gran deshonor y agravio mío,
Y cuánto a mi pesar se ha dilatado,
Quiero, sin esperar a más rodeo,
Cumplir la obligación y mi deseo.

   »Que asaz gloria y honor Rengo ha ganado
Entre todas las gentes, pues se trata
Que conmigo ha de entrar en estacado,
Y así vanaglorioso lo dilata;
Mas yo, de tanta dilación cansado,
Pues que cada ocasión lo desbarata,
Pido que nuestro campo se fenezca,
Que no es bien que mi crédito padezca.
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   »Pues ya Peteguelén, viejo imprudente,
Con aparencia de ánimo engañosa,
A morir se arrojó entre tanta gente,
Por parecerle muerte más piadosa;
Y así se me escapó mañosamente,
Que fue puro temor y no otra cosa;
Pues si ambición de gloria le moviera,
De mi brazo la muerte pretendiera.

   »También Rengo, de industria, cauteloso,
Anda en los enemigos muy metido,
Buscando algún estorbo o modo honroso
Que le excuse cumplir lo prometido;
Y debajo de muestra de animoso
Procura de quedar manco o tullido,
Y para combatir no habilitado,
Glorioso con me haber desafiado».

   Así hablaba el bárbaro arrogante,
Cuando el airado Rengo echando fuego,
Sin guardar atención se hizo adelante,
Diciendo: «La batalla quiero luego,
Qui ni tu muestra y fanfarrón semblante
Me puede a mí causar desasosiego;
Las armas lo dirán, y no razones
Que son de jataciosos baladrones».

   Arremetiera Tucapel, si en esto
Caupolicán, que a tiempo se previno,
Con presta diligencia en medio puesto,
La voz no le atajara y el camino:
Y con severa muestra y grave gesto,
Reprehendiendo el loco desatino,
Por rematar entre ellos la porfía
Concedió a Tucapel lo que pedía.

   Pues el campo y el plazo señalado,
Que fue para de aquél en cuatro días,
Nacieron en el pueblo alborozado
Sobre el dudoso fin muchas porfías:
Quién apostaba ropa, quién ganado,
Quién tierras de labor, quién granjerías:
Algunos, que ganar no deseaban,
Las usadas mujeres apostaban.
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   Cercaron una plaza de tablones
En un exento y descubierto llano,
Donde los dos indómitos varones
Armados combatiesen mano a mano;
Publicando en pregón las condiciones
Por el estilo y término araucano,
Para que a todos manifiesto fuese,
Y ninguno inorancia pretendiese.

   Llegado el plazo, al despuntar del día
(Con gran gozo de muchos) esperado,
Luego la bulliciosa compañía
Comenzó a rodear el estacado:
Era tal el aprieto que no había
Árbol, pared, ventana ni tejado
De donde descubrirse algo pudiese
Que cubierto de gente no estuviese.

   El sol algo encendido y perezoso
Apenas del oriente había salido,
Cuando por una parte el animoso
Tucapel asomó con gran rüido;
Por otra, pues, no menos orgulloso,
Al mismo tiempo aparecer se vido
El fantástico Rengo muy gallardo,
Ambos con fiera muestra y paso tardo.

   Las robustas personas adornadas
De fuertes petos dobles relevados,
Escarcelas, brazales y celadas,
Hasta al empeine de los pies armados:
Mazas cortas de acero barreadas,
Gruesos escudos de metal herrados,
Y al lado izquierdo cada cual ceñido
Un corvo y ancho alfanje guarnecido.

   Tenía, señor, la plaza a cada parte
Puertas como palenque de torneo,
Por las cuales el uno y otro Marte
Entran en ancho círculo y rodeo.
Después que con vistoso y gentil arte
Su término acabaron y paseo,
Airoso cada cual quedó a su lado
Dentro de la gran plaza y estacado.
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   Hecho por los padrinos el oficio,
Cual se requiere en actos semejantes,
Quitando todo escrúpulo y indicio
De ventaja y cautelas importantes,
Cesó luego el estrépito y bullicio
En todos los atentos circunstantes,
Oyendo el son de la trompeta en esto,
Que robó la color de más de un gesto.

   Luego los dos famosos combatientes,
Que la tarda señal sólo atendían,
Con bizarros y airosos continentes
En paso igual a combatir movían;
Y descargando a un tiempo los valientes
Brazos, de tales golpes se herían
Que estuvo cada cual por una pieza
Sobre el pecho inclinada la cabeza.

   Redoblan los segundos, de manera
Que, aunque fueron pesados los primeros,
Si tal reparo y prevención no hubiera,
No llegara el combate a los terceros.
¿Quién por estilo igual decir pudiera
El furor destos bárbaros guerreros,
Viendo el valor del mundo en ellos junto,
Y la encendida cólera en su punto?

   Fue de tal golpe Tucapel cargado
Sobre el escudo en medio de la frente,
Que quedó por un rato embelesado,
Suspensos los sentidos y la mente.
Llegó Rengo con otro apresurado,
Pero salió el efeto diferente,
Que el estruendo del golpe y dolor fiero
Le despertó del sueño del primero.

   Serpiente no se vio tan venenoso
Defendiendo a los hijos en su nido,
Como el airado bárbaro furioso,
Más del honor que del dolor sentido:
Así, fuera de término, rabioso,
De soberbia diabólica movido,
Sobre el gallardo Rengo fue en un punto,
Descargando la rabia y maza junto.
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   Saliole al fiero Rengo favorable
Aquel furor y acelerado brío,
Que la ferrada maza irreparable
El grueso extremo descargó en vacío:
Fue el golpe (aunque furioso) tolerable,
Quitándole la fuerza el desvarío,
Que, a cogerle de lleno, yo creyera
Que con él el combate feneciera.

   Mas, aunque fue al soslayo, el araucano
Se fue un poco al través desvaneciendo;
Al fin puso en el suelo la una mano,
Sostener la gran carga no pudiendo;
Pero viendo el peligro no liviano,
Sobre el fuerte contrario revolviendo,
Con su desenvoltura y maza presta
Le vuelve aún más pesada la respuesta.

   Era cosa admirable la fiereza
De los dos en valor al mundo raros,
La providencia, el arte, la destreza,
Las entradas, heridas y reparos;
Tanto, que temo ya de mi torpeza
No poder por sus términos contaros
La más reñida y singular batalla
Que en relación de bárbaros se halla.

   Así el fiero combate igual andaba,
Y el golpear de un lado y de otro espesó,
Que el más templado golpe no dejaba
De magullar la carne o romper hueso:
El aire cerca y lejos retumbaba,
Lleno de estruendo y de un aliento grueso,
Que era tanto el rumor y batería
Que un ejército grande parecía.

   Dio el fuerte Rengo un golpe a Tucapelo,
Batiéndole de suerte la celada
Que vio lleno de estrellas todo el suelo,
Y la cabeza le quedó atronada;
Pero en sí vuelto, blasfemando al cielo,
Con aquella pujanza aventajada,
Hirió tan presto a Rengo al desviarse
Que no tuvo lugar de repararse.
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   Cayó el pesado golpe en descubierto,
Cargando a Rengo tanto la cabeza
Que todos le tuvieron ya por muerto,
Y estuvo adormecido una gran pieza;
Mas, del peligro y del dolor despierto,
La abollada celada se endereza,
Y sobre Tucapel furioso aguija,
Que la maza rompió por la manija.

   Mas, viéndole sin maza en esta guerra,
Que en dos trozos saltó lejos quebrada,
La suya con desprecio arroja en tierra,
Poniendo mano a la fornida espada:
En esto Tucapel otra vez cierra,
La suya fuera en alto levantada;
Mas Rengo, hurtando el cuerpo a la una mano,
Hizo que descargase el golpe en vano.

   Llegó el cuchillo al suelo, y gran pedazo,
Aunque era duro, en él quedó enterrado,
Y en este impedimento y embarazo
Fue Tucapel herido por un lado,
De suerte que el siniestro guardabrazo
Con la carne al través cayó cortado,
Y procurando segundar no pudo,
Que vio calar el gran cuchillo agudo.

   Debajo del escudo recogido
Rengo el desaforado golpe espera,
El cual fue en dos pedazos dividido
Con la cresta de acero y la mollera:
El bárbaro quedó desvanecido,
Y por poco en el suelo se tendiera;
Mas, el esfuerzo raro y ardimiento
Venció al grave dolor y desatiento.

   No por esto medroso se retira,
Antes hacer cruda venganza piensa,
Y así, lleno de rabia, ardiendo en ira,
Acrecentada por la nueva ofensa,
Furioso de revés un golpe tira
Con la extrema pujanza y fuerza inmensa,
Que, a no topar tan fuerte la armadura,
Le dividiera en dos por la cintura.
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   Metiose tan adentro que no pudo
Salir del enemigo ya vecino,
Por lo cual, arrojando el roto escudo,
Valerse de los brazos le convino.
Tucapel, que robusto era y membrudo,
Al mismo tiempo le salió al camino,
Echándole los suyos de manera
Que un grueso y duro roble deshiciera.

   Pero topó con Rengo, que ninguno
Le llevaba ventaja en la braveza.
De diez, de seis, de dos él era el uno
De más agilidad y fortaleza.
Llegados a las presas, cada uno
Con viva fuerza y con igual destreza,
Tientan y buscan de una y de otra parte
El modo de vencer la industria y arte.

   Así que, pecho a pecho forcejando,
Andaban en furioso movimiento,
Tanto los duros brazos añudando
Que apenas recebir pueden aliento:
Y al arte nuevas fuerzas ayuntando,
Aspira cada cual al vencimiento,
Procurando por fuerza, como digo,
De poner en el suelo al enemigo.

   Era, cierto, espectáculo espantoso
Verlos tan recia y duramente asidos,
Llenos de sangre y de un sudor copioso
Los rostros, y los ojos encendidos;
El aliento ya grueso y presuroso,
El forcejar, gemir y los ronquidos,
Sin descansar un punto en todo el día,
Ni haber ventaja alguna o mejoría.

   Mas, Tucapel ardiendo en viva saña,
Teniéndose por flojo y afrentado,
Ara y revuelve toda la campaña,
Cargando recio déste y de aquel lado.
Rengo con gran destreza y cauta maña,
Recogido en su fuerza y reportado,
Su opinión y propósito sostiene
Y en igual esperanza se mantiene.
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   Viendo, pues, al contrario algo metido,
Le quiso rebatir el pie derecho;
Mas, Tucapel, a tiempo recogido,
Lo suspende de tierra sobre el pecho,
Y entre los duros músculos ceñido
Le estremece, sacude y tiene estrecho,
Tanto, que con el recio apretamiento
No le deja tomar tierra ni aliento.

   Creyendo de aquel modo fácilmente
Dar fin al hecho y rematar la guerra,
Rengo que era destrísimo y valiente,
Hizo con fuerza pie cobrando tierra,
Y de rabiosa cólera impaciente
De un fuerte rodeón se desafierra,
Llevándose en las manos apretado
Cuanto en la dura presa había agarrado.

   Fue Tucapel un rato descompuesto,
Dando al un lado y otro zancadillas,
Y Rengo de la fuerza que había puesto
Mineó en el suelo entrambas las rodillas:
Ambos corrieron a las armas presto,
Rajando los escudos en astillas
Con tempestad de golpes presurosos
Más fuertes que al principio y más furiosos.

   Estaban los presentes admirados
De aquel duro tesón y valentía,
Viéndolos, en mil partes ya llagados
Y la sangre que el suelo humedecía;
Los arneses y escudos destrozados
Y que ningún partido y medio había,
Sino sólo quedar el uno muerto,
Aunque morir los dos era más cierto.

   Dio Rengo a Tucapel una herida,
Cogiéndole al soslayo la rodela,
Que, aunque de gruesos cercos guarnecida,
Entró como si fuera blanda suela:
No quedó allí la espada detenida,
Que gran parte cortó de la escarcela
Y un doble zaragüel de ñudo grueso,
Penetrando la carne hasta el hueso.
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   No se vio corazón tan sosegado
Que no diese en el pecho algún latido
Viendo la horrenda muestra y rostro airado
Del impaciente bárbaro ofendido,
Que, el roto escudo lejos arrojado,
De un furor infernal ya poseído,
De suerte alzó la espada, que yo os juro
Que nadie allí pensó quedar seguro.

   ¡Guarte Rengo, que baja, guarda, guarda,
Con gran rigor y furia acelerada
El golpe de la mano más gallarda
Que jamás gobernó bárbara espada!
Mas, quien el fin deste combate aguarda
Me perdone si dejo destroncada
La historia en este punto, porque creo
Que así me esperará con más deseo.





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ArribaAbajoTercera Parte

Portada

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ArribaAbajoDedicatoria de la Tercera Parte

Al Rey, Nuestro Señor


Como todas mis obras de su principio están ofrecidas a V. M., esta necesitada acude al amparo que ha menester: suplico a V. M. sea servido de pasar los ojos por ella, que, con merced tan grande, demás de dejarla V. M. ufana, quedará autorizada y segura de que ninguno se le atreva. Guarde Nuestro Señor la católica persona de V. M., etc.

Don Alonso de Ercilla.



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Ilustración, página 485




ArribaAbajoCanto XXX


Contiene este canto el fin que tuvo el combate de Tucapel y Rengo. Asimismo lo que Pran, araucano, pasó con el indio Andresillo, yanacona de los españoles


   Cualquiera desafío es reprobado
Por ley divina y natural derecho,
Cuando no va el designio enderezado
Al bien común y universal provecho,
Y no por causa propia y fin privado,
Mas por autoridad pública hecho,
Que es la que en los combates y estacadas
Justifica las armas condenadas.
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   Muchos querrán decir que el desafío
Es de derecho y de costumbre usada,
Pues con el ser del hombre y albedrío
Juntamente la ira fue criada;
Pero sujeta al freno y señorío
De la razón, a quien encomendada
Quedó, para que así la corrigiese
Que los términos justos no excediese.

   Y el Profeta nos da por documento
Que en ocasión y a tiempo nos airemos,
Pero con tal templanza y regimiento
Que de la raya y punto no pasemos;
Pues, dejados llevar del movimiento,
El ser y la razón de hombres perdemos;
Y es visto que difieren en muy poco
El hombre airado y el furioso loco.

   Y aunque se diga, y es verdad, que sea
ímpetu natural el que nos lleva,
Y por la alteración de ira se vea
Que a combatir la voluntad se mueva,
La ejecución, el acto, la pelea,
Es lo que se condena y se reprueba
Cuando aquella pasión que nos induce
Al yugo de razón no se reduce.

   Por donde claramente, si se mira,
Parece (como parte conveniente)
Ser en el hombre natural la ira,
En cuanto a la razón fuere obediente;
Y, en la causa común puesta la mira,
Puede contra el campión el combatiente
Usar della en el tiempo necesario
Como contra legítimo adversario.

   Mas, si es el combatir por gallardía,
O por jatancia vana o alabanza,
O por mostrar la fuerza y valentía,
O por rencor, por odio o por venganza;
Si es por declaración de la porfía,
Remitiendo a las armas la probanza,
Es el combate injusto, es prohibido,
Aunque esté en la costumbre recebido.

  —487→  

   Tenemos hoy la prueba aquí en la mano
De Rengo y Tucapel, que, peleando
Por sólo presunción y orgullo vano,
Como fieras se están despedazando;
Y con protervia y ánimo inhumano
De llegarse a la muerte trabajando,
Estaban ya los dos tan cerca della
Cuanto lejos de justa su querella.

   Digo que los combates, aunque usados,
Por corrupción del tiempo introducidos,
Son de todas las leyes condenados
Y en razón militar no permitidos;
Salvo en algunos casos reservados,
Que serán a su tiempo referidos:
Materia a los soldados importante,
Según que lo veremos adelante.

   Dejolo aquí indeciso, porque viendo
El brazo en alto a Tucapel alzado,
Me culpo, me castigo y reprehendo
De haberle tanto tiempo así dejado,
Pero a la historia y narración volviendo,
Me oístes ya gritar a Rengo airado
Que bajaba sobre él la fiera espada,
Por el gallardo brazo gobernada.

   El cual, viéndose junto y que no pudo
Huir del grave golpe la caída,
Alzó con ambas manos el escudo,
La persona debajo recogida:
No se detuvo en él el filo agudo,
Ni bastó la celada, aunque fornida,
Que todo lo cortó, y llegó a la frente,
Abriendo una abundante y roja fuente.

   Quedó por grande rato adormecido,
Y en pie difícilmente se detuvo,
Que, del recio dolor desvanecido,
Fuera de acuerdo vacilando anduvo;
Pero volviendo a tiempo en su sentido,
Visto el último término en que estuvo,
De manera cerró con Tucapelo
Que estuvo en punto de batirle al suelo.
—488→

   Hallole tan vecino y descompuesto,
Que por poco le hubiera trabucado,
Que, de la gran pujanza que había puesto,
Anduvo de los pies desbaratado;
Pero volviendo a recobrarse presto,
Viéndose del contrario así aferrado,
Le echó los fuertes y ñudosos brazos,
Pensando deshacerle en mil pedazos.

   Y con aquella fuerza sin medida
Le suspende, sacude y le rodea;
Mas Rengo, la persona recogida,
La suya a tiempo y la destreza emplea:
No la falta de sangre allí vertida,
Ni el largo y gran tesón en la pelea
Les menguaba la fuerza y ardimiento,
Antes iba el furor en crecimiento.

   En esto Rengo a tiempo el pie trocado
Del firme Tucapel ciñó el derecho,
Y entre los duros brazos apretado
Cargó sobre él con fuerza el duro pecho:
Fue tanto el forcejar que ambos de lado,
Sin poderlo excusar, a su despecho,
Dieron a un tiempo en tierra, de manera
Como si un muro o torreón cayera.

   Pero con rabia nueva y mayor fuego
Comienzan por el campo a revolcarse,
Y con puños de tierra a un tiempo luego
Procuran y trabajan por cegarse:
Tanto que al fin el uno y otro ciego,
No pudiendo del hierro aprovecharse,
Con las agudas uñas y los dientes
Se muerden y apedazan impacientes.

   Así, fieros, sangrientos y furiosos
Cuál ya debajo, cuál ya encima andaban,
Y los roncos acezos presurosos
Del apretado pecho resonaban;
Mas no por esto un punto vagorosos
En la rabia y el ímpetu aflojaban,
Mostrando en el tesón y larga prueba
Criar aliento nuevo y fuerza nueva.
—489→

   Eran pasadas ya tres horas, cuando
Los dos campiones, de valor iguales,
En la creciente furia declinando,
Dieron muestra y señal de ser mortales:
Que las últimas fuerzas apurando,
Sin poderse vencer, quedaron tales
Que ya en parte ninguna se movían,
Y más muertos que vivos parecían.

   Estaban par a par desacordados,
Faltos de sangre, de vigor y aliento,
Los pechos garleando levantados,
Llenos de polvo y de sudor sangriento;
Los brazos y los pies enclavijados
Sin muestra ni señal de sentimiento,
Aunque de Tucapel pudo notarse
Haber más porfiado a levantarse.

   La pierna diestra y diestro brazo echado
Sobre el contrario a la sazón tenía,
Lo cual de sus amigos fue juzgado
Ser notoria ventaja y mejoría,
Y aunque esto es hoy de muchos disputado,
Ninguno de los dos se rebullía,
Mostrando ambos de vivos solamente
El ronco aliento y corazón latiente.

   El gran Caupolicano, que asistiendo
Como jüez de la batalla estaba,
El grave caso y pérdida sintiendo,
Apriesa en la estacada plaza entraba,
El cual, sin detenerse un punto, viendo
Que alguna sangre y vida les quedaba,
Los hizo levantar en dos tablones
A doce los más ínclitos varones.

   Y siguiendo detrás con todo el resto
De la nobleza y gente más preciada,
Fue con honra solene y pompa puesto
Cada cual en su tienda señalada:
Donde acudiendo a los remedios presto,
Y la sangre con tiempo restañada,
La cura fue de suerte que la vida
Les fue en breve sazón restituida.
—490→

   Pasado el punto y término temido,
Iban los dos a un tiempo mejorando,
Aunque del caso Tucapel sentido,
No dejaba curarse braveando;
Pero el prudente general sufrido,
Con blandura la cólera templando,
Así de poco en poco le redujo
Que a la razón doméstico le trujo.

   Quedó entre ellos la paz establecida,
Y con solemnidad capitulado
Que en todo lo restante de la vida
No se tratase más de lo pasado,
Ni por cosa de nuevo sucedida,
En público lugar ni reservado,
Pudiesen combatir ni armar quistiones,
Ni atravesarse en dichos ni en razones;

   Mas siempre como amigos generosos
En todas ocasiones se tratasen,
Y en los casos y trances peligrosos
Se acudiesen a tiempo y ayudasen.
Convenidos así los dos famosos,
Porque más los conciertos se afirmasen,
Comieron y bebieron juntamente,
Con grande aplauso y fiesta de la gente.

   Dejárelos aquí desta manera
En su conformidad y ayuntamiento,
Que me importa volver a la ribera
Del río que muda nombre en cada asiento:
Pues ha mucho que falto y ando fuera
De nuestro molestado alojamiento,
Para decir el punto en que se halla
Después del trance y última batalla.

   Luego que la vitoria conseguimos,
Con más pérdida y daño que ganancia,
Al fuerte a más andar nos recogimos,
Que estaba del lugar larga distancia:
Y aunque poco después, señor, tuvimos
Otros muchos rencuentros de importancia
No sin costa de sangre y gran trabajo,
Iré, por no cansaros, al atajo.
—491→

   Y, pasando en silencio otra batalla
Sangrienta de ambas partes y reñida,
Que, aunque por no ser largo, aquí se calla,
Será de otro escritor encarecida;
Vista de munición y vitualla
La plaza por dos meses bastecida,
Pareció por entonces provechoso
Dejar por capitán allí a Reinoso.

   Que las demás ciudades, trabajadas
De las pasadas guerras, nos llamaban
Y las leyes sin fuerza arrinconadas,
Aunque mudas, de lejos voceaban:
Las cosas de su asiento desquiciadas,
Todos sin gobernarse gobernaban,
Estando de perderse el reino a canto,
Por falta de gobierno habiendo tanto.

   Mas viendo la comarca tan poblada,
Fértil de todas cosas y abundante,
Para fundar un pueblo aparejada,
Y el sitio a la sazón muy importante,
Quedó primero la ciudad trazada,
De la cual hablaremos adelante,
Que, aunque de buen principio y fundamento,
Mudó después el nombre y el asiento.

   Dejando, pues, en guarda de la tierra
Los más diestros y pláticos soldados,
En orden de batalla y son de guerra
Rompimos por los términos vedados;
Y atravesando de Purén la sierra,
De la hambre y las armas fatigados,
A la Imperial llegamos salvamente,
Donde hospedada fue toda la gente.

   Puso el gobernador luego en llegando
En libertad las leyes oprimidas,
La justicia y costumbres reformando
Por los turbados tiempos corrompidas,
Y el exceso y desórdenes quitando
De la nueva codicia introducidas,
En todo lo demás por buen camino
Dio la traza y asiento que convino.
—492→

   No habíamos aún los cuerpos satisfecho
Del sueño, y hambre mísera transida,
Cuando tuvimos nueva que de hecho
Toda la tierra en torno removida,
Rota la tregua y el contrato hecho,
Viendo así nuestra fuerza dividida,
Ayuntaban la suya, con motivo
De no dejar presidio ni hombre vivo.

   Luego, pues, hasta treinta apercebidos
De los que más en orden nos hallamos,
Por la espesura de Tirú metidos
La barrancosa tierra atravesamos,
Y los tomados pasos desmentidos,
No con pocos rebatos arribamos,
Sin parar ni dormir noche ni día,
Al presidio español y compañía.

   Donde ya nuestra gente había tenido
Nueva del trato y tierra rebelada,
Que por extraño caso acontecido
De la junta y designio fue avisada,
Y habiendo alegremente agradecido
El socorro y ayuda no pensada,
Nos dio del caso relación entera,
El cual pasa, señor, desta manera:

   El araucano ejército entendiendo
Que su próspera suerte declinaba,
Y que Caupolicán iba perdiendo
La gran figura en que primero estaba,
En secretos concilios discurriendo,
Del capitán ya odioso murmuraba,
Diciendo que la guerra iba a lo largo
Por conservar la dignidad del cargo:

   No con tan suelta voz y atrevimiento
Que el más libre y osado no temiese,
Y del menor edicto y mandamiento
Cuanto una sola mínima excediese;
Que era tanto el castigo y escarmiento,
Que no se vio jamás quien se atreviese
A reprobar el orden por él dado,
Según era temido y respetado.
—493→

   Pero temiendo, al fin, como prudente,
El revolver del hado incontrastable,
Y la poca obediencia de su gente,
Viéndole ya en estado miserable:
Que la buena fortuna fácilmente
Lleva siempre tras sí la fe mudable,
Y un mal suceso y otro cada día
La más ardiente devoción resfría;

   Quiso (dando otro tiento a la fortuna)
Que del todo con él se declarase,
Y no dejar remedio y cosa alguna
Que para su descargo no intentase:
Entre muchas, al fin, resuelto en una,
Antes que su intención comunicase,
Con la presteza y orden que convino
De municiones y armas se previno.

   No dando, pues, lugar con la tardanza
A que el miedo el peligro examinase,
Y algún suceso y súbita mudanza
Los ánimos del todo resfriase,
Con animosa muestra y confianza
Mandó que de la gente se aprestase,
Al tiempo y hora del silencio mudo,
El más copioso número que pudo.

   Hizo una larga plática al senado,
En la cual resolvió que convenía
Dar el asalto al fuerte por el lado
De la posta de Ongolmo al medio día,
Que de cierto espión era avisado
Cómo la gente que en defensa había,
Demás de estar segura y descuidada,
Era poca, bisoña y desarmada;

   Que el capitán ausente había llevado
La plática en la guerra y escogida,
De no volver atrás determinado
Hasta dejar la tierra reducida:
Y en las nuevas conquistas ocupado,
Sin poder ser la plaza socorrida,
En breve por asalto fácilmente
Podían entrarla y degollar la gente.
—494→

   Fue tan grave y severo en sus razones,
Y tal la autoridad de su presencia,
Que se llevó los votos y opiniones
En gran conformidad sin diferencia:
Y con ánimo y firmes intenciones
Le juraron de nuevo la obediencia,
Y de seguir, hasta morir, de veras,
En entrambas fortunas sus banderas.

   Luego Caupolicano resoluto
Habló con Pran, soldado artificioso,
Simple en la muestra, en el aspecto bruto,
Pero agudo, sutil y cauteloso,
Prevenido, sagaz, mañoso, astuto,
Falso, disimulado, malicioso,
Lenguaz, ladino, prático, discreto,
Cauto, pronto, solícito y secreto.

   El cual en puridad bien instruido
En lo que el arduo caso requería,
De pobre ropa y parecer vestido,
Del presidio español tomó la vía;
Y fingiendo ser indio forajido,
Se entró por la cristiana ranchería
Entre los indios mozos de servicio,
Dando en la simple muestra dello indicio:

   Debajo de la cual miraba atento
(Sin mostrar atención) lo que pasaba,
Y con disimulado advertimiento
Los ocultos designios penetraba:
Tal vez entrando en el guardado asiento,
En la figura rústica, notaba
La gente, armas, el orden, sitio y traza,
Lo más fuerte y lo flaco de la plaza.

   Por otra parte, oyendo y preguntando
A las personas menos recatadas,
Iba mañosamente escudriñando
Los secretos y cosas reservadas:
Y aquí y allí los ánimos tentando
Buscaba con razones disfrazadas
Vaso capaz y suficiente seno
Donde vaciar pudiese el pecho lleno.
—495→

   Tentando, pues, los vados y el camino
Por donde el trato fuese más cubierto,
De tiento en tiento y lance en lance, vino
A dar consigo en peligroso puerto;
Que, engañado de un bárbaro ladino
Andresillo llamado, de concierto
Salieron juntos a robar comida,
Cosa a los yanaconas permitida.

   Y con dobles y equívocas razones,
Que Pran a su propósito traía,
Vino el otro a decir las vejaciones
Que el araucano estado padecía,
Los insultos, agravios, sinrazones,
Las muertes, robos, fuerza y tiranía;
Trayendo a la memoria lastimada
El bien perdido y libertad pasada.

   Visto el crédulo Pran que había salido
Tan presto el falso amigo a la parada,
Hallando voluntad y grato oído
Y el tiempo y la ocasión aparejada,
De la engañosa muestra persuadido,
El disfrace y la máscara quitada,
Abrió el secreto pecho y echó fuera
La encubierta intención desta manera.

   Diciéndole: «Si sientes, ¡oh! soldado,
La pérdida de Arauco lamentable
Y el infelice término y estado
De nuestra opresa patria miserable,
Hoy la fortuna y poderoso hado,
Mostrándonos el rostro favorable,
Ponen sólo en tu mano libremente
La vida y salvación de tanta gente.

   »Que el gran Caupolicano, que en la tierra
Nunca ha sufrido igual ni competencia,
Y en paz ociosa y en sangrienta guerra
Tiene el primer lugar y la obediencia,
Quiere (viendo el valor que en ti se encierra,
Tu industria grande y grande suficiencia)
Fiar en ocasión tan oportuna
El estado común de tu fortuna.
—496→

   »Y que a ti, como causa, se atribuya
El principio y el fin de tan gran hecho,
Siendo toda la gloria y honra tuya,
Tuya la autoridad, tuyo el provecho:
Sola una cosa quiere que sea suya,
Con la cual queda ufano y satisfecho,
Que es haber elegido tal sujeto
Para tan grande y importante efeto.

   »Pues a ti libremente cometido
Puede suceso próspero esperarse,
Y a tu dichosa y buena suerte asido
Quiere llevado della aventurarse;
Y así en figura humilde travestido,
Porque de mí no puedan recatarse,
Vengo, cual vees, para que deste modo
Te dé yo parte dello y seas el todo.

    »Haciéndote saber cómo querría
(Si no es de algún oculto inconveniente)
Dar el asalto al fuerte a medio día
Con furia grande y número de gente;
Por haberle avisado cierta espía
Que en aquella sazón seguramente
Descansan en sus lechos los soldados,
De la molesta noche trabajados:

    »Y sin recato la ferrada puerta,
No siendo a nadie entonces reservada,
Franca de par en par siempre está abierta,
Y la gente durmiendo descuidada:
La cual, de salto fácilmente muerta,
Y la plaza después desmantelada,
En la región antártica no queda
Quien resistir nuestra pujanza pueda.

   »Así que, de tu ayuda confiado,
Que todo se lo allana y asegura,
Cerca de aquí tres leguas ha llegado
Cubierto de la noche y sombra escura;
Adonde, de su ejército apartado,
Debajo de palabra y fe segura
Quiere comunicar sólo contigo
Lo que sumariamente aquí te digo.
—497→

   »Ensancha, ensancha el pecho, que si quieres
Gozar desta ventura prometida,
Demás del grande honor que consiguieres
Siendo por ti la patria redimida,
Sólo a ti deberás lo que tuvieres,
Y a ti te deberán todos la vida,
Siendo siempre de nos reconocido
Haberla de tu mano recebido.

   »Mira, pues, lo que desto te parece,
Conoce el tiempo y la ocasión dichosa,
No seas ingrato al cielo, que te ofrece
Por sólo que la acetes tan gran cosa;
Da la mano a tu patria, que perece
En dura servidumbre vergonzosa;
Y pide aquello que pedir se puede,
Que todo desde aquí, se te concede».

   Dio fin con esto a su razón, atento
Al semblante del indio sosegado,
Que sin alteración y movimiento
Hasta acabar la plática había estado:
El cual con rostro y parecer contento,
Aunque con pecho y ánimo doblado,
A las ofertas y razón propuesta
Dio sin más detenerse esta respuesta:

   «¿Quién pudiera aquí dar bastante indicio
De mi intrínseco gozo y alegría
De ver que esté en mi mano el beneficio
De la cara y amada patria mía?
Que ni riqueza, honor, cargo ni oficio,
Ni el gobierno del mundo y monarquía
Podrán tanto conmigo en este hecho
Cuanto el común y general provecho:

    »Que sufrir no se puede la insolencia
Desta ambiciosa gente desfrenada,
Ni el disoluto imperio y la violencia
Con que la libertad tiene usurpada:
Por lo cual la Divina Providencia
Tiene ya la sentencia declarada,
Y el ejemplar castigo merecido
Al araucano brazo cometido.
—498→

   »Vuelve a Caupolicán, y de mi parte
Mi pronta voluntad le ofrece cierta,
Que, cuanto en esto quieras alargarte,
Te sacaré yo a salvo de la oferta:
Y mañana, sin duda, por la parte
De la inculta marina más desierta
Seré con él, do trataremos largo
Desto que desde aquí tomo a mi cargo.

   »Por la sospecha que nacer podría,
Será bien que los dos nos apartemos,
Y deshecha por hoy la compañía
Adonde nos aguardan arribemos;
Que mañana de espacio a medio día
Con mayor libertad nos hablaremos,
Y de mí quedarás más satisfecho:
¡Adiós, que es tarde; adiós, que es largo el trecho!».

   Así luego partieron el camino,
Llevándole diverso y diferente,
Que el uno al araucano campo vino
Y el otro a donde estaba nuestra gente:
El cual con gozo y ánimo malino,
Hablando al capitán secretamente,
Le dijo punto a punto todo cuanto
Oirá quien escuchare el otro canto.

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