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La prosa polémica de Julio Herrera y Reissig

Kirkpatrick, Gwen





Los poetas del modernismo latinoamericano, lejos de ser magos tristes encerrados en torres de marfil, ilustran la situación del artista dentro de su sociedad a fines del siglo pasado. Enfrentados con el cambio del papel social del artista y la escasez de medios de publicación para los autores hispanoamericanos, e integrantes de sociedades en transformación radical (debido en parte a las olas inmigratorias a principios del siglo XX), aquellos escritores manifestaron de maneras diversas su desplazamiento en la zona cultural. Las múltiples repercusiones de la modernización en la poesía hispanoamericana empiezan a ser ampliamente estudiadas sólo en las últimas décadas, lo que promete resultar en su entendimiento más vasto de los orígenes de la cultura latinoamericana actual1 .

Los rasgos del movimiento poético del modernismo, el creciente interés en las ciencias ocultas y el misticismo, la preferencia por los modelos y la conducta «decadentes», el afán por el lujo y la rareza, la atención a la perfección en el cincelamiento del verso, en fin, todas las características consagradas del estilo de muchos modernistas se explican en parte como reacción a la modernización y la secularización de una cultura en crisis. José Olivio Jiménez resume la situación del artista que «se balanceaba entre dos polos igualmente negativos».

«En lo exterior: la chatura cultural de una sociedad que, bajo las incitaciones prácticas del positivismo, se enriquecía en progreso, técnicas y bienes materiales, en la misma medida en que espiritual y estéticamente se empobrecía. Esa sociedad, en nombre de aquellos valores pragmáticos... [...] mecanizaba al creador de arte (llevando a muchos poetas modernistas... al cultivo de la crónica periodística como medio expeditivo de sobrevivencia)... Todo ello, al cabo, le aherrojaba a los fondos sombríos de la incertidumbre y el nihilismo)»2.


En el Uruguay, donde el positivismo dejó huellas profundas, y donde la inmigración europea finisecular iba transformando rápidamente una sociedad jerarquizada y patriarcal, aparece un poeta, Julio Herrera y Reissig, que revela, tanto en su prosa como en su poesía, muchos de los conflictos de aquella época. En una obra hasta hoy día inédita, que lleva varios títulos como La Psicopatología de los uruguayos, Parentesco del hombre con el suelo o Los nuevos charrúas. Herrera nos nuestra su profunda inquietud con el medio ambiente. Sus reacciones -vehementes, apasionadas y a menudo rencorosas- ofrecen la mejor documentación de las generalizaciones que se suelen hacer sobre el desplazamiento del artista en la sociedad latinoamericana finisecular.

El caso de Herrera y Reissig, y este texto inédito en particular (que llamaré La psicopatología en adelante), sirve como texto de contrapunto a la poesía modernista. Nos ofrece una mirada a un lado oscuro del pensamiento de Herrera y Reissig, y refleja también la voraz energía de su poesía. El frenesí de la experimentación estilística, el erotismo a veces macabro, y el profundo desprecio por el mundo cotidiano y burgués, se ponen de relieve en este texto tan raro. Su comentario sobre las costumbres, las mujeres, las clases sociales, y la naturaleza del Uruguay se tiñe con un barniz de pensamiento científico-positivista. Como contrapartida de los textos de su compatriota, José Enrique Rodó, escritos en la misma época, este manuscrito no sólo es revelador de uno de los mayores talentos de la poesía modernista y pre-vanguardista, sino que también aclara algunos elementos contextúales del período finisecular latinoamericano. Este estudio ubica primero a Herrera y Reissig a través de los juicios y testimonios de algunos poetas y críticos, como ejemplos de la reacción contemporánea y posterior. Luego, presenta una transcripción de algunas secciones de este manuscrito inédito y una descripción del contenido de la obra entera3. Voy a concentrarme en tres de los temas allí tratados: primero, la descripción de las mujeres y la relación de ésta con la misoginia que aparece en su poesía; y, tercero, su ataque a las estructuras sociales en cuanto a la posición de Herrera y Reissig como integrante de una vieja aristocracia desplazada.

Al presentar a Pablo Neruda en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en 1935, Federico García Lorca destaca a tres poetas hispanoamericanos que representan «el tono descarado del gran idioma español de los americanos». Junto con las voces de Rubén Darío y del poeta de origen uruguayo Lautréamont, menciona a otra voz, «la extravagante, adorable, arrebatadoramente cursi y fosforescente voz de Herrera y Reissig...»4. Otro poeta español, Luis Cernuda, destaca el hecho de que Herrera, aunque no intentaba variar la métrica típica del grupo modernista, sí contorsionaba el Idioma de una manera desconocida. Atribuye su estilo individualista a un innato romanticismo:

«Herrera y Reissig, en realidad, fue un romántico y para él, como para otros poetas americanos, el modernismo acaso resultó una postrera encarnación del romanticismo. Su ostensible hostilidad al medio ambiente, su inadaptación al mismo, su individualismo exacerbado eran otras tantas consecuencias de un innato romanticismo... Buscó lo mejor, lo que él creía era lo mejor; amó su trabajo, y tuvo conciencia de lo que el trabajo artístico significaba en el mundo donde el arte perdía alcance social, al mismo tiempo que su significación se hacía más grave para quien a tal trabajo y disciplina quería someterse»5.


Una lectura de gran parte de la poesía de Herrera y Reissig retuerza esta imagen del artista romántico enajenado de su ambiente. Llenó sus breves treinta y cinco años con una deslumbrante producción en verso y prosa que asombró a sus primeros lectores y continúa asombrando a nuestros contemporáneos. Especialmente hábil en su manejo del verso, el dominio que tenía de su instrumento lírico es eclipsado por su léxico atrevido y sus bruscas yuxtaposiciones de fórmulas decadentes y clásicas. El mundo moderno de la ciencia y la tecnología, especialmente sus matices más oscuros, invade un mundo pastoral de ninfas, pastoras y diosas. A pesar de su destreza técnica y su lenguaje innovador, las novedades del lenguaje de Herrera y Reissig y la herencia de los aspectos exóticos de la literatura decadente, muchos críticos han quedado con una opinión escéptica. Rubén Darío, al elogiar la maestría poética de Herrera, es reacio a dar su total aprobación: «En Herrera lo artificial, el virtualismo se penetra de su vibración si queréis enfermiza de la verdad de su tensión cordial, de su verídico sufrimiento interno»6.

La generación de Herrera y Reissig en el Uruguay, la llamada Generación del «900», fue un conjunto brillante de escritores y pensadores que incluyó a Javier de Viana, Carlos Reyles, José Enrique Rodó, María Eugenia Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Horacio Quiroga, y Delmira Agustini, entre otros7. Con su audacia poética, su vida de rencores y polémicas artísticas y personales, su pertenencia a una vieja aristocracia desplazada, y su postura de poeta «dandy», Herrera y Reissig se diferencia de muchos de este grupo. Y como veremos, su postura, como se expone en su prosa, marca una diferencia con otros poetas modernistas por su adhesión a ciertos esquemas culturales y por su criterio de selección en cuanto a modelos del «progreso».

Empezando en 1899, Herrera y Reissig proclamó desde la Torre de los Panoramas (en el mirador de la azotea de la casa paterna situada en la Ciudad Vieja de Montevideo) sus manifiestos artísticos a un grupo de jóvenes escritores uruguayos, entre ellos Roberto de las Carreras. La imagen de la torre recuerda un escenario predilecto de la novela gótica romántica, que era adecuada a la visión que tenía de sí mismo como poète maudit. Su elevada colocación tiene un paralelo en lo que ha llamado Ángel Rama «su fatal desdoblamiento de la personalidad... donde el mundo del absoluto artístico no concede nada a la humanidad mundana»8. Herrera, enfrentado con cambios vastos en la vida social, cultural y política del Uruguay, también se enfrentaba a su mundo con una salud precaria, una hipersensibilidad personal, y se veía amenazado por los cambios socioculturales y económicos. Su reacción fue, muchas veces, estridente y teatral. Sin embargo, a pesar de su gradual empobrecimiento, su trabajo necesario como cronista de diarios y como empleado público, Herrera nos dejó una brillante producción en verso, que sólo hoy se empieza a evaluar en su debida dimensión. Herrera, con su atrevimiento léxico y metafórico, y un [...] a veces desgarrador y macabro, marca el rumbo para los poetas de la vanguardia.

Una poeta y crítica contemporánea, Idea Vilariño, nos recuerda que, para su época, Herrera y Reissig «pisó el terreno de máximo riesgo», y que se adelantó a los cataclismos vanguardistas de los años siguientes9. Apunta Vilariño, sin embargo, que «estas innovaciones conllevan contradicciones, que parece inexplicable tanta libertad sometida a tanto freno y contradictorio el desenfreno retórico, semántico, hasta estructural dentro de las formas rígidas del verso y de la rima difíciles y perfectos»10. Estas son las mismas paradojas que siguen fascinando a generaciones posteriores, y son las contradicciones de la cultura del modernismo en sí misma.

Hugo Achugar en Poesía y sociedad (Uruguay, 1880-1911) afirma la posición de Herrera y Reissig «como testigo de la transformación y modernización del país en el tránsito de un siglo a otro»11. Achugar describe el acto de leer la poesía de Herrera hoy y la sitúa en un contexto socio político: «Leerla en nuestro mundo de hoy no es rescatar arqueológicamente un universo ya de irremediable museo, sino destacar su amarga sonrisa, su mueca grotesca, ambiguamente profética de éste hoy; como antes fue irónicamente testimonial de una sensibilidad y de un sector social en su preciso entonces»12. Achugar considera la estructura completa de Los peregrinos de piedra como semejante a parte de su obra en prosa: «Eglogánimas y Tertulia lunática son los extremos de ese proyecto constructor-destructor, de esa voluntad por establecer universos estéticos que es carcomida por la irrisión alucinada y alucinante de un lenguaje que todo lo somete a cuestionamiento y mitificación... Ese pensamiento del arco poético imaginativo... presupone el diálogo entre el hombre-clavicordio y los paquidermos»13. Aquí Achugar atribuye la base de las protestas de Herrera y Reissig a su deseo de proponer una alternativa a una sociedad que ha perdido los valores de «Arte, Espíritu, Belleza».

La poesía de Herrera y Reissig, dentro del contexto de su prosa, especialmente la obra Inédita, nos deja formar una nueva versión de los componentes sociales y estéticos da estos valores para él. Al revelar sus actitudes y ataques al medio ambiente, Herrera y Reissig nos muestra algunas de las piedras angulares de su estética y de su ideología.

Se debe recordar que Herrera y Reissig perteneció a la vieja aristocracia uruguaya, y que su tío, Julio Herrera y Obes, fue elegido presidente de la República en 1890. Durante este período, Herrera recibe y renuncia puestos oficiales. En 1898, cuando Cuestas es electo presidente, le sorprende a Herrera al aceptar su renuncia de un puesto oficial. En una respuesta al funcionario que acepta su renuncia, Herrera responde amargamente: «Ha hecho bien, perfectamente bien, el señor Pérez. El Dios-Pan es Todopoderoso, y el Señor Pérez, que ha aprendido a odiar el hambre pasándola, no es tan corto de ingenio para no saber halagar al patrón de todas las hambres que existen hoy en nuestro país. El haberse mostrado huraño y descortés con un Herrera es simplemente hacer méritos...»14.

Arte, Espíritu y Belleza son conceptos elaborados por Herrera y Reissig dentro del marco de su época, y dentro de su situación particular. A la vez que busca transmitir estos ideales como valores abstractos, atemporales, nos muestra en su prosa cuales son las bases concretas de sus formulaciones ético-estéticas. El chocante humor negro, los términos científicos, el erotismo, y la mirada hacía mundos lejanos en su poesía no son factores que se pueden separar totalmente de un contexto muy vivido. La situación concreta de Herrera y Reissig, su inserción en una clase específica enfrentada con cambios sociales, económicos, y de moralidad sexual, son elementos para tener en cuenta al releer la poesía y la prosa de alto atrevimiento que nos ha legado.

Al igual que muchos otros poetas modernistas, trabajó como periodista, sirviendo de corresponsal de varios periódicos del Río de la Plata. Fundó La Revista, efímera publicación «literario-científica» que sólo duró 13 números (agosto 1899 a julio 1900), y La Nueva Atlántida. «Revista superior de altos estudios» (1907), de la que sólo se publicaron dos números15. Su obra en prosa incluye; Conceptos de crítica (1899), Elogio de Minas, El círculo de la muerte, y Psicología literaria, además de cuentos, poemas en prosa, una obra teatral y un gran número de artículos periodísticos publicados en el Uruguay y la Argentina. Estos artículos incluyen hasta las «Notas Sociales» (casamientos, visitas) en los diarios.

Una parte significante de la prosa de Herrera, sin embargo, permanece aún inédita. Esta obra La psicopatología de los uruguayos o Los nuevos charrúas (dos de los títulos indicados de esta obra iniciada en 1901) muestra la otra cara del sueño modernista. En Las máscaras democráticas del modernismo Ángel Rama señala y utiliza la prosa de Herrera como fuente para aclarar el «marco real sobre el que debían ajustarse las máscaras del deseo»16. Este manuscrito en particular, de los primeros años del siglo, tiene mucho valor documental para los estudios modernistas. Aquí el deseo de vivir en la gran cosmópolis, el ensueño del exotismo y el desprecio por lo nativo adquieren un tono corrosivo. Al atacar casi cada aspecto de la vida uruguaya, Herrera nos revela muchos aspectos poco estudiados del vínculo poesía/sociedad de la época finisecular. El tono combatiente, la abundancia de detalles sobre la experiencia cotidiana y las teorías semi-científicas hacen que la obra sea una fuente importante sobre la vida uruguaya. Y más importante aún, esta obra nos describe el ambiente en que Herrera creaba su Torre de los Panoramas. En El epílogo wagneriano a «La política de la fusión» (1902), una extensa carta a Carlos Oneto y Viana, Herrera hace referencia a esta obra en prosa y la llama «una extensa obra crítica enciclopédica sobre el país»17. Aquella obra, que nunca llegó a publicarse, se encuentra en su forma manuscrita bajo varios títulos. No queda claro cuál iba a ser el nombre final, dado que los manuscritos de Herrera (más de 400 hojas en total), llevan varios subtítulos. Algunos de los subtítulos, como se ven en los archivos de la Biblioteca Nacional, son los siguientes:

    1. Los nuevos charrúas. Etnología. Medio sociológico (48 folios);
    2. Los nuevos charrúas. El medio físico determina el carácter y la civilización. (32 folios).
    1. Psicología de los uruguayos (21 folios);
    2. Psicofisiología de los uruguayos. La inteligencia de los uruguayos como producto del medio (96 folios);
    3. Psicofisiología de los uruguayos. Carácter intelectual (78 folios).
  1. (Sin título). Temas: varios. La prostitución. El sistema de saneamiento de Montevideo y Buenos Aires. El sistema de pavimentación en Buenos Aires y Montevideo (17 folios). Paralelo entre el hombre primitivo y los uruguayos.- Emocional (87 folios);
  2. Parentesco del hombre con el suelo (libro inédito) (47 folios) Psicofisiología de los uruguayos, «Cosas de aldea», «Asuntos de actualidad».

Estos títulos son reveladores porque dan una idea de la metodología y la ideología que orientan la obra. La fe en la ciencia y el interés en el positivismo, tanto como su desprecio por sus compatriotas, se manifiestan al sólo leer los títulos.

El antes citado Epílogo wagneriano a «La política de la fusión» en que denuncia Herrera el partidismo político, nos da la clave de la metodología que utilizará en la Psociopatología. Este ensayo era destinado a formar parte del estudio que iba a llamarse La psicopatología de los uruguayos, y representa la única parte que fue publicada. En el «Epílogo» cita a Hebert Spencer como modelo para realizar un estudio sociológico de su país. Pero al mismo tiempo se aferra a un idealizado marco de referencia, más parecido a las «torres de marfil» de muchos poetas modernistas. Mientras ataca la insularidad y la falta de progreso en el Uruguay (generalmente comparándolo con modelos extranjeros), lamenta la pérdida de una anterior aristocracia, que se ha mezclado con los inmigrantes. En el «Epílogo» lleva a extremos casi caricaturescos la imagen del snob desdeñoso. Excesivo en la acumulación de abrumadoras hipérboles, resume su punto de vista sobre la política uruguaya:

«Como le digo, anclado lejos de la costra atávica, libre por excelencia de la cureña origen, sin la mochila disciplinaria del palaciego pedestre, me arrebujo en mi desdén por todo lo de mi país, y a la manera en que un pastor tendido sobre la hierba contempla, con ojo holgazán, correr el hilo de agua, yo, desperezándome en los matorrales de la indiferencia, miro, sonriente y complacido, los sucesos, las polémicas, los volatines en la maroma, el galope de la tropa púnica por las llanuras presupuestívoras, el tiempo que huye cantando, los acuerdos electorales, las fusiones y las escisiones, todo, todo lo miro y casi no lo veo, Carlos, amigo... Y nada me interesa. ¿Soy, quizá, un morboso? ¡Yo no sé lo que soy, ni qué será de mi arcilla fosfórica y sonámbula, errante por un empedrado de trivialismo de provincia, rendida por soportar la necedad implacable de este ambiente desolador!».


(PC 768)                


Herrera lamenta «la rudeza psicofisiológica del uruguayo, el vínculo inferiorísimo que existe entre las ideas y las cosas, y la burda representación que adquieren estas ideas» (PC 768). A continuación, recuerda los nombres de Comte, Stuart-Mill, Bain, Lombroso, al igual que Spencer, como autoridades de su pensamiento sobre los partidos políticos uruguayos, que son «estratificaciones cerebrales de odio, sanguinarismo y acción refleja, de acometividad primitiva» (PC 768). La falta de una «evolución organitiva» aparece constantemente en esta discusión con su extraña mezcla de temas científicos, sociales, y estéticos. Al igual que en su poesía, refleja aquí algunos de los elementos aparentemente contradictorios que caracterizan el período que llamamos el modernismo. Fascinado por las obras de Nietzsche, por la naciente sociología, al igual que por la psicología, Herrera nos muestra el ingreso de esas contradicciones en su prosa. Los Principios Científicos, como los llama, son utilizados para combatir toda pauta tradicional que no le gusta a él. Algunas selecciones de su poesía, como Tertulia lunática pueden ilustrar la misma mezcla de adjetivación exaltada, de lenguaje explícito, el rápido y vertiginoso movimiento de juego fónico, y los términos científicos y discordantes.

En la obra a que nos referimos, La psicopatología de los uruguayos, Herrera muestra el antagonismo de dos visiones del mundo y da importantes claves sobre la forma cómo elaboraba su poesía. Con marcado sarcasmo, hace un inventario de cada elemento de su país, desde su regulación de la prostitución, la variedad y la debilidad de su flora y su fauna, el aspecto físico de sus mujeres, el mantenimiento de sus calles. El «estudio» de la agricultura sirve de pretexto para atacar a la sociedad.

Esta obra inédita de Herrera muestra la influencia del positivismo y de la incipiente sociología. Por ejemplo, uno de los subtítulos es La inteligencia de los uruguayos como producto del medio. Además del interés en el progreso de la medicina en la segunda mitad del siglo XIX, Herrera resume la problemática del «organismo» uruguayo. Identificándose con el médico que declara la verdad total al paciente moribundo, es implacable en su diagnóstico: «Vosotros, oh, indulgentes lectores, escucharéis seguramente mis palabras de verdad, como el valeroso enfermo que en el momento aciago, oye de labios de su médico la revelación desnuda de su crisis, y estudia una actitud hermosa para morir» (MS. 75). Y termina la discusión con: «He aquí un escalpelo en mano de un ante-posista (sic (MS. 76). Utilizando la terminología científica que toma de Spencer y otros, muestra la extraña mezcla que hicieron los modernistas del discurso científico y de la estética mallarmeana18.

Escribiendo al mismo tiempo en que José Enrique Rodó publicaba sus principales obras, Herrera da otra versión de una sociedad ideal. En vez de promover una visión utópica, se concentra en el ataque. Quizá refiriéndose al Ariel de José Enrique Rodó, describe así el estilo el opus magnus que está creando:

«Es la razón que habla por boca mía. Sabed reflexionar. No creáis que por lucirme evoco la simpatía que nos une tan cordialmente. Yo no soy el mago con las galamuscas (sic) del estilo ni el sacerdote... imperturbable y frío como la profundidad. No hagáis el menor gesto de [...] cuando os acuse».


(MS. 76)                


La extensa correspondencia que Herrera mantuvo con su familia, amigos y editores indica que manifestaba a menudo un profundo resentimiento con respecto al éxito de muchos de sus colegas, tales como Horacio Quiroga, Roberto de las Carreras, Rodó y Lugones, y se vio envuelto en numerosas y amargas polémicas19. Como revelan las cartas suyas de la época, Herrera sufría no sólo por la mala salud sino por celos y resentimientos de escritores como Lugones y Quiroga, a pesar de su admiración personal por Quiroga20.

En la obra extensa a la que nos referimos se percibe el miedo a la ola inmigratoria y la inseguridad de una aristocracia desplazada. En este ataque apasionado contra todo lo uruguayo. Herrera aborda muchos elementos no sólo de la ciudad (la «Tacita de Plata» o «Tontovideo») sino también del país entero. Empieza con las plantas y los animales, detallando cada producto y mencionando su inferioridad. En su análisis dichas plantas y animales son inferiores porque el suelo mismo no ofrece ningún nutriente:

«Esta empalagosa herencia, esta repelente blandura, esta falta de espíritu, esta carencia... de los uruguayos, está en todas las casas del país, donde el suelo que pisamos hasta la carne que nos alimenta es débil.

La tierra uruguaya es débil; no tiene carácter. Es infantil, afeminada, anémica, insustancial, y sedicenta. El ázoe que posee en cualidad (sic), es un cuerpo simple, ganso, enemigo del calor y del fuego asfixiante, que apaga los cuerpos en cera [...] que no envejece los colores azules de la vegetación.

Considerando literariamente el ázoe es un elemento imbécil de la naturaleza. Es también pedante y engañador. Hace que la vegetación se hinche rápidamente, se desarrolle y adquiera un brillo especial, aunque dicha vegetación falta de sustancia: y... alimenticia, sea ruin hasta llenarla medida. Esta agricultura gansa, incolora, asfixiante, que hincha las palabras y apaga las ideas, es la perfecta (analogía) del estilo literario hinchado, hueco y plumífero de nuestros literatos, que en voz de fósforo... en el excelso ázoe intelectual... He tenido ocasión de observar algunas plantas hermosas y lozanas cuyas frutas casi no viven, por ejemplo, la viña, que en nuestro país, constituye una (respuesta) impertinente del viejo Baco.

La uva nacional es dulzona, femenina. ¿Quién no se ríe del agua vinícola (sic) del país? Cuando no es para nonatos,... almíbar desagradable, un chacolí necio, un brebaje ignominioso, un [...] diarrérico, la que sale de nuestras granjas... Lo que más produce la [...] mineral de nuestra tierra son farináceos, las [...] batatas de Maldonado, son dulces y blandos como el país, como sus bifes. Hago notar que el lino no produce en nuestro país. Bien se hecha (sic) de ver que la aceituna es amarga...


(MS. 77)                


Nuestro país es la patria de la debilidad, desde la turba hasta el vino pasando por el tabaco y la yerba se llega a los hombres, quienes no tienen carácter, ni fortaleza ni salud, ni personalidad, ni sustancia, niñada que no sea hinchazón, apariencia y vanagloria; es decir ázoe puro. Un elemento morboso parece que flota en nuestro ambiente desdichado, desgastando, empobreciendo. Todo con el tiempo se desjuga, se ablanda, pierde su energía».


(MS. 83b)                


Las descripciones detalladas de la flora y la fauna del país le sirven a Herrera como metáforas de la vida literaria uruguaya. Con el obsesivo afán de enumerar cada característica, sus metáforas «orgánicas» llegan al delirio:

«Muchas veces, he recordado el azúcar salvaje de esas frutillas al repasar en la empalagosa dulzura de nuestra literatura, que va perfectamente al paladar infantil de los cándidos orientales. Las confiterías intelectuales de nuestras poetillas, sus acaramelados... recursos lamidos;... el chorro de licor pronto siempre para salir de la pluma, todo me ha hecho recapacitar en el lazo... de naturaleza “en el cabello de ángel” que liga a los hombres y a las casas de nuestro país. Hallo que nuestros escritores son... pitangas... y otras golosinas insignificantes de la inteligencia. Sabido es que los salvajes igualmente que los niños son en exceso golosos en el período candoroso del alfeñique y las cuentas. Nuestra literatura está en un estado de infancia Troglodita, la frase de Talleyrand viene perfectamente a los uruguayos: “A éstos se les engaña con caramelos”».


(MS. 78a)                


Desde esa base material, Herrera describe las estructuras sociales, gubernamentales y de clase. Algunos de los temas tratados son la regulación de la prostitución, el sistema sanitario, y la producción de instrumentos musicales y de muebles. También describe extensamente la población indígena como un grupo «indeciso, emocional», cuyo mismo deterioro físico indica su «inferioridad». Al describir a las mujeres de la misma manera como describe el ganado del país. Herrera revela una misoginia que también aparece a ratos en su poesía. El mayor insulto que formula es el de ser «afeminado». Quizá como reflejo de una reacción contra las feministas cuyas actividades tenían en esa época una amplia publicidad, Herrera cataloga cada defecto físico y cultural que poseen, según él, las mujeres uruguayas. Para Herrera el matrimonio es la mina de las uruguayas:

La juventud de nuestras mujeres es un veranillo de San Juan... Y se malogran como ciertas frutas apenas arrancadas, en cuanto sopla Cupido sobre sus lámparas de vírgenes y abandonan de brazos del esposo el invernáculo paterno...».


(MS. 84)                


«Las jóvenes apenas casadas se hacen chanflúas desgastadas. La maternidad las infla y llega un tiempo en que son inabordables hasta para el marido. ¿Sucede a este respecto lo que con cierta arena salada de nuestras costas que hinca y humedece las paredes de los edificios, haciéndolas inhabitables en el verano?»


(MS. 85)                


«Nuestras mujeres son como el vino del cuento. Mientras permanecen en las botellas de la virginidad, sin comunicación con el hombre, pueden ser gustadas en el festín de la estética, pero en cuanto el matrimonio las descorcha, pierden la gracia, el sabor, la fuerza... sólo sirven para la familia: esta ensalada eterna de la especie humana.

El ázoe fisiológico constituye una epidemia matrimonial, en la que el hombre mismo no escapa. Hace del vientre la ciudad triunfante desde donde dirige sus operaciones».


(MS. 85-86)                


«Convertidas en lunas achatadas, las redondeces marchitas, perdido el juego de la armazón, confusas las sinuosidades, despechugadas e hidróficas... y burguesonas en las alveolas, nuestras estatuas femeninas se convierten bloques de manteca. Al poco tiempo de ser madres, informes, gelatinescas, bamboleantes, trémulas aparecen como un flan».


(MS. 86)                


Herrera sigue con su ataque. Siempre comparando al Uruguay con países extranjeros, observa que muchas europeas conservan su belleza aún en la edad madura.

Las leyes uruguayas también contribuyen a la debilidad del pueblo, especialmente la de las mujeres. A pesar de su desdén por las mujeres, Herrera reconoce la naturaleza patriarcal y arbitraria del código civil y exige cambios: «Según el Código Civil uruguayo -absurdo y autoritario- la mujer no tiene derecho a administrar sus propios bienes, sin consentimiento del marido. No se le concede derecho a la propiedad -Cambio de Código Civil» (MS. 89).

Para Herrera, lo que causa tanto daño no es la índole del uruguayo sino el medio ambiente. Da un ejemplo del efecto del país sobre los extranjeros:

«A los extranjeros que se pasan un tiempo en el país les sucede lo mismo exactamente. Y no sólo la voz [pierden], el carácter, la personalidad, la fuerza pierden sin que lo noten los europeos residentes en el país del ázoe, hasta el punto que se les confunde en nuestras afeminadas trogloditas, cuando al cabo de cierto tiempo han perdido los relieves de su raza, asimilándose una segunda naturaleza formada de las mismas emanaciones que han apagado el espíritu de nuestra uva, que han hecho blandos a nuestros árboles, insustanciales a nuestros alimentos, dulzainas a las frutas de nuestros bosques, insípidos a los pescados de nuestros ríos, débiles y ventrudos a nuestros hombres, fofas a nuestras mujeres, hinchadas y sin vigor a nuestras plantas, fraseadores y sin ideas a nuestros literatos, sietemesina a la voz de nuestros cantantes, flanes a nuestras [...] cobarde a la turba de Rocha, insustancial a la yerba de cerro...»


(MS. 88)                


Interminables son las quejas de Herrera, lo que da una idea de por qué esta obra nunca fue publicada.

Quizá más reveladoras son las observaciones sobre las estructuras de clase en su país. Aquí es donde Herrera muestra más claramente el conflicto entre la estética y las estructuras de clase. Como miembro de la vieja aristocracia «venida a menos», Herrera lamenta la pérdida de la aristocracia anterior, que se ha mezclado a «los recién salidos del chapetal plebeyo, a los ignominiosos... de la inmigración». Y más adelante sigue con el análisis:

«Esos pocos elementos puros que restan de la antigua aristocracia castellana, se han aburguesado rápidamente debido a su continuo trato con la gente advenediza... Hay que tener en cuenta que los aristócratas, bien se hallan en su mayoría fundidos... han cedido el puesto de honor».


(MS. 73)                


«De la vieja aristocracia que llamaré patriciado, establecida en este país mucho antes de la independencia, sólo algunas familias nobles conservan con orgullo sus blasones: ese viejo patrimonio de la sangre, los pergaminos de distinción que han heredado de sus ilustres abuelos, aquellos hombres que antaño, hicieron una figuración brillante en la política, letras, o el escenario social. El resto de la pasada nobleza ha desaparecido en... una mezcla burda, cediendo a intereses de matrimonio, abandonando... indignamente... la tizona por el bolsillo del burgués (defraudando de sus credenciales principales) [dejando] al... sitio en su seno a los chalanes, a los mercachifles del oro, a los recién salidos del chapetal plebeyo, a los ignominiosos... de la inmigración.

Esos pocos elementos puros que restan de la antigua aristocracia castellana, se han aburguesado rápidamente debido a su continuo trato con la gente advenediza y... respiran un ambiente poco propicio para las condiciones de modalidades, de modo que los aristócratas de sangre confunden con las falsas, o sea con los burgueses enriquecidos de dinero, que se han abierto paso en nuestra sociedad, figurando a la vanguardia de todas sus manifestaciones.

Hay que tener en cuenta que los aristócratas, bien se hallan en su mayoría fundidos, bien ya sea a consecuencia de sus hábitos delapideros que entran por mucho en [...] su naturaleza y de los desarreglos económicos de su familia. Por lo que falte del primer elemento de respetabilidad que es el oro, han cedido el puesto de honor a los especuladores, a los ricos, a los hongos abrillantados que hoy figuran como distinguidos en el aquelarre de nuestra ociabilidad.

Algunas de las viejas familias ancestrales faltas de recursos para exhibir su sangre dignamente, han ido descendiendo en sus costumbres, traficando con las gentecillas, aguarangándose... Resulta que hay dos aristocracias dentro de una misma: los aristócratas burgueses, según este modo de apreciar las cosas, existen a la par dos burguesías: la primera, llamada actualmente la aristocracia, y considerada como tal en nuestra sociedad, está compuesta por aquellos elementos de fortuna, que ricos con cierto lujo, tienen palco en el Solís, carruajes, y que abren de cuando en cuando sus salones, en [...] honor de algún personaje: la segunda, o sea la burguesía la forman las familias de los comerciantes... y empleados subalternos... cuyos medios de fortuna no bastan a sostener las confrecuencias de la figuración.

Atendiendo a que un sentimiento de medianía, un verdadero espíritu de adicenamiento, avasalla por igual a los aristócratas de todas las gradaciones a los burgueses de distintos niveles y a los chacaleos de la encajada plebeya, no vacilo en dividir nuestra sociedad en tres categorías, pertenecientes a una misma clase; conforme a una clasificación bien razonada, a saber.

Altos burgueses (falsa aristocracia; aristócratas aburguesados, guarangos, con título académico o con algún barniz de cultura... plebeyas, periodistas y liberales; desde que se ha criado tras un mostrador o vendiendo mercaderías por la campana; hombres de cara ¡lustre pero de tendencias mediocres.

Medianos burgueses (comerciantes minisistas, emplea de ellos, procuradores sin fortuna, obreros que se ponen... cuando compran una casa, dandys de extramuro, aristócratas aguarangados, industriales fundidos...).

Bajos burgueses (populacho. En nuestro país no hay pueblo).

Se notan muchos caracteres entre los elementos de esta triple categoría sobresaliendo en todas ellas los rastacueros, los infantiles, los pasivos, los rutinarios, ...los doctrinales, los charrúas, los conservadores, ...y los guarangos.

Los rasgos emocionales de este pueblo son muchos y variados. El psicólogo se confunde, al penetrar en el mundo revuelto laberíntico, contradictorio... dudosas, donde no hay línea de frontera que separe los caracteres, desde todo lado se funde, se consustancia, se compenetra formando un nudo de interrogaciones complicadas, de problemas esotéricas imposibles de resolver,... Voy a oficiar... con el arreo de pluma del cácteas (opiniones espinosas de la duda); arrojaré mi sonda a un océano de espantos, voy a medir los triángulos al pie de la ventana de un pueblo».


(MS. 72-75)                


Un repaso de algunos de los hechos de la historia uruguaya y latinoamericana puede aclarar las circunstancias particulares en las cuales Herrera vivió, trabajó y desarrolló sus extravagantes teorías. Como lo señala Carlos Real de Azúa en El patriciado uruguayo, hacia fines de siglo habla una notable discrepancia entre la fe en las instituciones liberales que el «principismo» eligió defender y el medio ambiente en que actuaban. Dice Real de Azúa: «La verdadera quiebra entre sectores antiguos y recientes se producirá recién en oportunidad del ascenso de la clase media que crece hacia fin de siglo y obtiene su primer gran triunfo político con el gobierno de José Batlle Ordóñez» 21. Real de Azúa también aclara la posición social de Herrera. Observa que la anterior élite intelectual, la «Generación del Ateneo» (1880-85) había sido, por lo menos en su gran mayoría, de origen patricio. Los de la «Generación del 900» (con la excepción de Javier de Viana y de Herrera y Reissig) «pertenecen a la nueva burguesía inmigratoria, a la clase acomodada formada después de 1851 o a la clase estanciera» (Carlos Reyles), «nueva también» 22.

Juan Antonio Oddone en Inmigración y modernización describe los rápidos cambios económicos y sociales que ocurrieron a principios de siglo. Con la introducción del «Frigorífico», «toda la economía -y el cambio en la fuerza laboral requerida- impulsaron el desarrollo del país y fomentó la inmigración dando pautas para su establecimiento» 23. Oddone recalca especialmente la presencia dominante de los hombres de negocios ingleses en la sociedad uruguaya. Es este grupo, «los nuevos ricos» (o «los hongos abrillantados», según Herrera), y no (generalmente) «la ola inmigratoria», el que es objeto de la furia de Herrera.

Se ve claramente, con sólo una lectura parcial de este texto inédito, que Herrera se percibía a sí mismo, y a los dos de su clase social, enfrentado con cambios sociales masivos y amenazantes. Aunque esta conciencia aguda de pertenecer a una clase aristocrática que iba perdiendo su dominio en la estera social y económica no explica la ferocidad de la sátira de Herrera, ayuda a aclarar algunas de las coordenadas de su pensamiento. Nos da algunas pautas para poner en una perspectiva más amplia la poesía tan paradójica y compleja que nos ha legado este artista innovador. Lejos de ser un mero facsímile de sus modelos decadentes europeos, los «poetas malditos» estereotipados, Herrera practica una nueva poética, mezclando la serie de temas modernistas consagrados con una añoranza de un país ya lejano, como se manifiesta en los sonetos de Los éxtasis de la montaña. Como recuerda la tranquilidad del ambiente rústico, no tocado por los choques masivos de la inmigración y de la industrialización recientes, evoca un mundo, para él, más inteligible. Atrevido y desgarrador, Herrera inquieta mucho más que la mayoría de sus contemporáneos modernistas. La evidencia de su obra en prosa, por burlona y satírica que sea, nos hará ajustar nuestra visión de él como poeta, y de toda su generación.





 
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