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Los orígenes de la obra de Larra

José Escobar



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A la memoria de mi padre

«... el fin del Pensador es reformar sus Españoles, que es lo que más le duele, como verdadero Patricio».


José Clavijo y Fajardo, El Pensador, Pensamiento XLV:
«Definición de la Sátira».
               


«Tal vez un día salte a los ojos del más ciego que los verdaderos patriotas han sido aquéllos que se han preguntado, como Larra: “¿Dónde está España?” ¿Dónde está? Porque eso que se nos da como España no nos sirve para nada».


José Ortega y Gasset, El Imparcial, 11 de julio de 1912                




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ArribaAbajoIntroducción


ArribaAbajo1. Cuestiones preliminares

La actualidad de Larra se ha afirmado generación tras generación. Escritores de diferentes épocas -entre otros Ferrer del Río, Clarín, Azorín, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Espina en la Revista de Occidente, Juan Goytisolo- han dado testimonio. En los últimos años la frecuencia con que han aparecido varias colecciones de sus artículos (en las recientes series de libros de bolsillo parece casi obligado dedicar un número a Larra) nos revela la demanda e interés de los lectores. Los títulos de estas colecciones (Artículos sociales, Artículos políticos, En este país y otros artículos, por ejemplo) expresan en qué consiste su atractivo hoy día, siempre en función de esa actualidad que parece constante. Este interés ha suscitado ensayos, artículos y algún libro de crítica impresionista. Dos revistas muy representativas, Ínsula1 y la Revista de Occidente,2 han dedicado a Larra números especiales como homenaje y testimonio de su presencia. El de la Revista de Occidente tiene la particularidad   —12→   de que las colaboraciones fueron seleccionadas en un concurso reservado a la última hornada juvenil, de menos de treinta años, en el año 1967.

Sin embargo, la investigación literaria no ha respondido con el mismo interés. La biografía de Larra publicada en 1834 por Ismael Sánchez Estevan3 todavía sigue siendo la más completa, pero no puede considerarse definitiva.4 Los estudios actuales sobre Larra deben partir de este libro y de los trabajos de dos larristas extranjeros:   —13→   los artículos publicados por F. Courtney Tarr, de los Estados Unidos, entre 1928 y 1940, y los que desde 1935 ha venido dándonos el profesor de la Sorbona, Aristide Rumeau.5 Hoy por hoy es él la máxima autoridad en Larra y aún debemos esperar nuevos frutos de su saber.

Teniendo en cuenta el estado actual de la investigación sobre Larra y su obra, todavía se hace necesario el trabajo de acarrear materiales, acudiendo a las fuentes de origen. Por no tener no tenemos ni una edición siquiera aproximadamente completa de sus artículos. Muchos de ellos siguen enterrados en los periódicos en que se publicaron originariamente. F. C. Tarr, según anunció en varios de sus trabajos, se proponía editar los artículos no coleccionados de Larra.6 En las ediciones aparecidas después de los trabajos del profesor norteamericano, estos artículos no se han tenido en cuenta. Con este grave reparo, la edición más útil que disponemos hasta ahora para fines de investigación es la que en 1960 publicó Carlos Seco Serrano en cuatro tomos de la Biblioteca de Autores Españoles.7 (Desde ahora advertimos que siempre que el texto de Larra a que nos refiramos en adelante   —14→   se halle en esta edición, citaremos por ella.8 Cuando el texto referido no haya sido recogido en volumen aparte, remitiremos a la publicación en que apareció originariamente).

Queda mucho que desbrozar. Antes de emprender el estudio crítico de conjunto que la importancia de la obra de Larra requiere, bueno será resolver las cuestiones básicas. Leyendo a Larra, al Larra de los mejores artículos, hemos sentido el interés de aclarar algunos puntos preliminares. Y puestos a estudiar su obra, se nos ha impuesto la necesidad de estudiar sus orígenes, su raigambre, teniendo en cuenta las corrientes y las circunstancias que contribuyeron a formar la mentalidad propia del escritor.

Se ha insistido mucho, por ejemplo, en el carácter insólito de su crítica sin tener demasiado en cuenta las circunstancias literarias e intelectuales de España durante las primeras décadas del siglo XIX. Esta insistencia puede llevarnos a sacar de quicio la obra de Larra, a arrancarla del terreno en que está enraizada. El carácter insólito de Larra en el panorama intelectual de la España de su época suele atribuirse a su formación fuera del país. Realmente, lo de la formación francesa de Larra se ha hecho un tópico repetido en los manuales, sin pensar que toda la formación que pudo recibir en Francia durante su permanencia allá fue la que le dieran en la escuela primaria, de los cinco a los nueve años de edad. Leyendo a ciertos críticos se tiene la impresión de que Fígaro es como un árbol trasplantado a suelo nuevo donde no logra aclimatarse, como si la razón última de su crítica no fuera más que un simple problema   —15→   de adaptación. Según eso, Larra sería un escritor francés a quien le tocó vivir en España y por eso escribió en español, no sin galicismos. Otros ven agudizado este problema de la inadaptación por motivos meramente personales. Tratan de explicar o justificar la amargura y el pesimismo de Larra por razones temperamentales y desequilibrios sentimentales.9 Nos parece esto un repetido intento de querer quitarle hierro a la crítica, reduciendo el alcance de una obra que no en vano sigue viva para muchos lectores.

¿Dónde están realmente las raíces ideológicas que sustentan el espíritu crítico del Duende Satírico del Día en los orígenes de la obra de Larra? ¿Cuáles son las motivaciones expresivas que alientan este espíritu crítico? Éstas han sido, fundamentalmente, las preguntas que han orientado nuestra investigación cuyos resultados presentamos aquí. Con ello advertimos que no vamos a adentrarnos en la obra de Larra. Nos quedamos sólo en los umbrales. Lo que vamos a considerar son los escritos primerizos anteriores al Pobrecito Hablador, es decir, anteriores a lo que el autor mismo considera como punto de partida de su obra.10 Los valoramos en cuanto   —16→   testimonios a través de los cuales podemos asistir a la iniciación del escritor. Son documentos, pero documentos llenos de vida y de intención expresiva. Las preocupaciones que motivan el quehacer literario de Larra empiezan a fraguar en plena ominosa década y el joven aprendiz de escritor las expresa como puede en los versos y en la prosa que por entonces escribe con empeño. Allí hemos ido a buscarlas, en sus primeros artículos conocidos -los del Duende Satírico del Día, de 1828-, en las odas que hizo imprimir en 1827 y 1829, en algunos borradores que se han conservado y en las composiciones en verso que dejó guardadas y han llegado hasta nosotros.11

Además, con la generosa ayuda económica del Canada Council, hemos podido repasar en la Biblioteca Nacional y en la Hemeroteca Municipal de Madrid las colecciones de viejos periódicos de la época de donde hemos acarreado materiales que nos han servido para construir partes del presente libro o que utilizaremos en futuros trabajos. En las páginas que siguen ofrecemos textos del Correo Literario y Mercantil (1828-1833), La Gaceta de Bayona (1828-1830), Cartas Españolas (1831-1832), La Revista Española (1832-1835). También hemos acudido a publicaciones del siglo XVIII (El Duende Especulativo, El Pensador, El Censor) buscando la genealogía literaria del Duende Satírico del Día.



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ArribaAbajo2. El «Duende» y la crítica

El estudio del Duende Satírico del Día constituye la parte central del libro que ahora ofrecemos. Hasta ahora no se le ha prestado mucha atención a esta primera serie de artículos. Larra no incluyó ninguno de ellos en volumen aparte y apenas se conservan ejemplares de los cinco cuadernos que forman la colección.12 Su mismo tío Eugenio, cuando en 1835 escribe una biografía de su sobrino, no disponía de datos muy exactos. «A los diecinueve años -refiere Eugenio de Larra- empezó a publicar un periódico muy erudito y mordaz satirizando las costumbres madrileñas, con el título de Duende Satírico, que suspendió al año y medio de su publicación, porque personas de valimiento que se creían satirizadas en él interpusieron su influjo con el Gobierno para que mandase suspender su publicación, y lo lograron».13 Tarr considera estas líneas como «the vague and somewhat inaccurate statement of Larra’s uncle».14 Más adelante daremos algunos datos, desconocidos por Tarr, que sustentan la afirmación del tío de Larra. En todo caso, es   —18→   seguro que la vida del Duende no duró año y medio, ni siquiera llegó al año.

Hasta llegar a Manuel Chaves (1898)15 nadie se detiene en estos artículos de Larra. Cayetano Cortés, Ferrer del Río, Roca de Togores, compañeros del autor, los citan muy de pasada.16 Chaves basa la escasa información que da en algunos números sueltos que poseía su paisano el marqués de Jerez de los Caballeros. No sabemos en qué pudo basarse Chaves para decir que algún trabajo del Duende fue reproducido en el Pobrecito Hablador, con notables variantes.17 Afirma que El Duende Satírico se publicó hasta agosto de 1829. Julio Nombela y Carmen de Burgos repiten la fecha inventada por Chaves, aunque Colombine ya podía haber comprobado en el Postfígaro de Cotarelo, aparecido un año antes que su libro, que el dato era equivocado.18 En trabajos muy recientes vemos que se mantiene el error con insistencia.

Hasta que Cotarelo, con poco esmero, reeditó en 1818 los artículos del Duende Satírico del Día en el primer tomo de la colección aludida, eran prácticamente desconocidos.19 Lomba y Pedraja reprodujo algunos, con ciertos   —19→   cortes, en los dos primeros volúmenes de su selección de artículos de Larra.20 Almagro San Martín los mezcló todos en el batiburrillo que llamó Artículos completos (ed. cit.), sin indicar fecha ni procedencia. Donde mejor se pueden leer ahora es en el primer tomo de las Obras de Larra, editadas por Carlos Seco Serrano.21 Necesitamos todavía una edición anotada.

El artículo más conocido del Duende es El café. Se ha reproducido en antologías y repetidamente se ha tenido en cuenta en los estudios sobre los orígenes y el desarrollo del género costumbrista.22 Pero hasta ahora el único estudio de conjunto sobre esta temprana obra de Larra es el ya citado de F. Courtney Tarr publicado en 1928. Hizo ver la importancia que en la formación del escritor tienen estos desdeñados artículos y señaló el lugar que ocupan en la corriente literaria del costumbrismo. El trabajo de Tarr, como primer intento de estudiar El Duende Satírico del Día, es un punto de partida insoslayable. En los cuarenta años que han pasado desde que apareció este importante artículo, nadie que sepamos ha intentado continuar el camino iniciado por el hispanista   —20→   norteamericano. Sin embargo, las posibilidades que ofrece el Duende para esclarecer los orígenes de la obra de Larra, para descubrir las conexiones originarias que sitúan a Larra en la tradición liberal de la España moderna, hacen necesario un estudio más pormenorizado de algunas de las cuestiones suscitadas por Tarr y al mismo tiempo dedicar atención a aspectos que hasta ahora no se han tenido en cuenta. Es una tarea que a pesar de su aparente sequedad bibliográfica nos parece atrayente en cuanto que a medida que nos adentramos en la investigación nos vemos comprometidos con la situación intelectual española en que germina una obra literaria -los artículos de Larra a partir del Pobrecito Hablador- cuya vigencia se mantiene acuciante en la España de hoy.

Toronto, Glendon College,
York University,
agosto de 1972







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ArribaAbajoCapítulo primero. Período de formación


ArribaAbajo1. Formación básica

La personalidad de Larra se forma en circunstancias históricas enlazadas con su misma existencia. Como tantos muchachos españoles desde aquella época hasta nuestros días, Mariano José de Larra es el hijo de un exiliado político. Su padre es un afrancesado. Desde los cuatro a los nueve años Larra vive en Francia. Allí, en colegios de Burdeos y París, recibe enseñanza primaria.23 El francés se sobrepone a su balbuceante español   —22→   infantil aprendido antes en su patria.24 Esto es lo que, años después, quiso decir cuando, ya famoso periodista, afirmó en una carta que el francés había sido su primera lengua, pero que estaba rouillé.25

A partir de los nueve años la educación de Larra se desarrolla dentro de los cauces normales de cualquier niño español de su clase en aquella época (colegio de los Escolapios, Colegio Imperial de los Jesuitas, un curso en la Universidad de Valladolid, Estudios de San Isidro), hasta que a los diecisiete años interrumpe sus estudios oficiales.26 Hasta entonces sigue lo que Mesonero Romanos, en sus Memorias, considera típicamente «pasos contados» de la juventud de entonces: Los jóvenes «frecuentaban pro forma las aulas de los PP. Escolapios, de San Isidro o de Santo Tomás, del Seminario de Nobles o el Colegio de Cadetes, para seguir con sus pasos contados una carrera que les permitiese en   —23→   adelante abrir un bufete, entrar en una oficina, o ceñir la espada y marchar a servir al Rey».27

Durante toda su educación, Larra vive fuera del hogar. Mucho se ha especulado sobre las relaciones con sus padres sin que ello haya contribuido gran cosa que digamos a una mayor comprensión de la obra del escritor. Es posible, sin embargo, que el alejamiento de la familia a lo largo de toda la infancia y la adolescencia contribuyera a formar su carácter independiente, preparándole para enfrentarse críticamente con la realidad. Las circunstancias personales pudieron acentuar las diferencias generacionales entre padre e hijo, la incomprensión mutua tan frecuente cuando un muchacho, al salir de la adolescencia, quiere entrar en la juventud por sus propios pasos.

Por lo visto, las desavenencias familiares contribuyeron a decidir la interrupción de los estudios. Parece ser que alguno de sus maestros lo recordaría luego como un muchacho aplicado y muy aficionado a leer. Pero, ¿podía encontrar incentivo en aquellas clases un muchacho cuya curiosidad intelectual empezara a manifestarse críticamente? Lo que pudo adquirir Larra fue cierta base humanística de acuerdo con sus aficiones. Quizá estimularan los escolapios en su alumno el interés en la lengua que iba a demostrar cuando fuera escritor. Así parece indicarlo Pierre L. Ullman en un reciente libro.28 Considerable importancia en la formación del estilo de Larra atribuye este crítico a la clase de Retórica a que asistió en las Escuelas Pías; por ello reseña con cierto detalle el manual con que,   —24→   en dicha clase, se enseñaba la asignatura, los Elementos de retórica del P. Calixto Hornedo.

En todo caso, no puede decirse que los estudios de Larra fueran muy avanzados. No recibió formación universitaria, como tampoco la recibieron la mayoría de sus compañeros de entonces, los escritores de su misma edad: Mesonero Romanos, Espronceda, Ventura de la Vega, Patricio de la Escosura, los nacidos en la primera década del siglo. Larra se quedó en los umbrales de la Universidad, de una Universidad raquítica y en plena decadencia.

Larra, según Lomba y Pedraja, recibió una educación básica «sobre la cual vinieron a sedimentar suavemente tanta lectura desordenada, tantas ideas rodadas de todas partes, tantos elementos tan mezclados, tan opuestos, algunos bien peregrinos en nuestra patria, con que nutrió su espíritu febrilmente en los años afanosos de su primera juventud».29 Para esclarecer la trayectoria intelectual de Larra será necesario precisar estos elementos. Al considerar algunos tan «peregrinos en nuestra patria», de hecho sitúa Lomba a nuestro autor entre «los heterodoxos españoles». Pero ya quedó demostrado desde Menéndez Pelayo que la heterodoxia nacional es una corriente muy caudalosa y que sigue el curso azaroso, pero continuo, de la cultura española. Es nuestra propia cultura. Como veremos, los elementos que constituyen los orígenes de la obra de Larra, si tienen algo de foráneos, no son nada inusitados, sino que, por el contrario, se integran en una ideología bien asentada en la vida intelectual del país. Proceden de la cultura española del siglo XVIII, de la España de la Ilustración excomulgada por Menéndez Pelayo. La ideología liberal con raíces en la Ilustración dieciochesca orienta las lecturas   —25→   de Larra durante la época de formación. Estas lecturas y lo que había aprendido en las clases afloran con incontrolada abundancia en sus primeras tentativas literarias.




ArribaAbajo2. La coyuntura histórica

El ambiente fuera de las aulas no era menos sofocante y desesperanzador. «En medio de esta oscura noche intelectual -nos refiere Mesonero Romanos-, a despecho de los rigores y suspicacia del Gobierno, y lo que era aún más sensible, de la indiferencia completa del público hacia las producciones del ingenio, no faltaban, sin embargo, algunos espíritus juveniles que, no satisfechos con la indigesta y vulgar instrucción que podían recibir en las aulas de San Isidro o de doña María de Aragón, se lanzaban, ávidos de saber, a enriquecer sus conocimientos en el estudio privado de los archivos y bibliotecas, para adquirir una instrucción que, por desgracia, sólo les brindaba en perspectiva con los rigores de una persecución injusta o con la cama de un hospital».30 Inmediatamente después de este panorama sombrío, Mesonero Romanos enumera una serie de jóvenes representativos de aquella generación insatisfecha que despierta a la vida del país en medio del más siniestro despotismo, y entre ellos no podía faltar el nombre de Larra. En las Memorias de un setentón, Mesonero Romanos -si bien a veces un tanto desmemoriado en los detalles- nos proporciona vivencias muy directas de aquellas circunstancias. Para nosotros tienen un especial interés por cuanto la descripción de la nueva juventud nos ofrece rasgos generales fácilmente aplicables al Larra de aquellos años. Incluso cuando no lo   —26→   nombra, no es difícil adivinar entre los muchachos la figura del futuro escritor. El pasaje, por ejemplo, que acabamos de citar no puede menos de sugerirnos al joven Larra insatisfecho «con la indigesta y vulgar instrucción que podían recibir en las aulas de San Isidro...», donde cursó el último año de sus estudios oficiales, e intentando satisfacer con los libros que llegaron a sus manos la naciente curiosidad intelectual.

El año 26, en que Larra abandona los estudios, es el Año Santo y el año del manifiesto de los «realistas puros». En los recuerdos de Mesonero Romanos las celebraciones religiosas se confunden característicamente con la situación moral del momento: «La ocupación más importante de aquel año (1826), y que envolvía cierto carácter a la vez religioso, político y popular, era el jubileo del Año Santo, para celebrar el cual se improvisaban diariamente magníficas procesiones, en que figuraban la Corte y los tribunales y oficinas, las comunidades, cofradías y establecimientos públicos, desplegando a porfía su celo religioso y su pompa mundana para ganar, al paso que las indulgencias de la Iglesia, los favores y protección del Gobierno del Estado». Nadie que lea estas líneas del benevolente Curioso Parlante puede dejar de percibir lo expresivo de esta asociación de indulgencias eclesiásticas y políticas, ante las cuales, la juventud del día, según el mismo Mesonero, mostraba una actitud de frívolo escepticismo. (¿Será difícil para muchos lectores españoles situarse en los diecisiete años de Larra y revivir, actualizándola, la experiencia jubilar?). Así caracteriza el «setentón» la juventud de aquel año de indulgencias: «Aquella juventud alegre, descreída, frívola y danzadora, con el transcurso de los años, la experiencia de la vida y la revuelta de los tiempos, se convirtió luego en representante   —27→   de las nuevas ideas de una nueva sociedad».31 En los párrafos siguientes da una nómina, sin olvidar a Larra, de los literatos, políticos, militares, abogados que iban a representar esa nueva ideología y los intereses de esa nueva sociedad. Eran aquellos muchachos los que establecerían el puente entre la época de Fernando VII y la de María Cristina. En aquellos años de la ominosa década absolutista en que se forman las tendencias que luego dominaron la España liberal, hemos de observar cómo se origina la obra de Larra.

De aquel ambiente no podía salir sino una juventud «descreída». La frivolidad era una consecuencia del escepticismo ante las «verdades» oficiales del régimen, pomposamente representadas por las rogativas jubilares. La oposición política dentro del país -eliminados los liberales- era todavía más desesperanzadora que la represión fernandina. Escindidos los realistas en dos tendencias, la oposición la constituían furiosamente los del bando apostólico que recelaban las más mínimas tentativas de apertura preconizadas por otros realistas algo moderados, próximos al monarca.32 A pesar de que   —28→   Fernando VII siempre mostró manifiestamente sus propósitos de restaurar la sociedad estamental del Antiguo Régimen y de que cada vez expresó más explícitamente y con mayor reiteración sus principios absolutistas sin el menor atenuante, a algunos elementos clericales todavía esto les sabía a poco y temían cualquier alternativa que atenuara el absolutismo entonces vigente. En agosto de aquel Año Santo, a raíz de los acontecimientos de Portugal, reiteraba el rey español, con un decreto, su programa absolutista: «Sean las que quieran las circunstancias de otros países, nosotros nos gobernamos por las nuestras». Para confirmar su propósito manda que vuelva a difundirse el decreto del 19 de abril del año anterior en que declaraba: «No solamente estoy resuelto a conservar intactos y en toda su plenitud los legítimos derechos de mi soberanía, sin ceder ahora ni en tiempo alguno la más pequeña parte de ellos, ni permitir que se establezcan cámaras ni otras instituciones, cualquiera que sea su denominación». A pesar de ello, en noviembre del mismo año, aparece el Manifiesto de la Federación de Realistas Puros, en el cual se acusa a remando VII de no representar en toda su integridad los principios del realismo y se reclama, en vista de ello, la necesidad de elevar al Trono al infante don Carlos. Los «realistas puros» rechazan la tímida renovación preconizada por los «persas» doce años antes y se oponen a la promesa -de todos modos incumplida- hecha por el Rey de convocar las antiguas Cortes, según el decreto firmado en Valencia en mayo de 1814. Como es sabido, el Manifiesto de 1826 es el prólogo al levantamiento de los «agraviados» catalanes, aludido   —29→   por Larra en su primera publicación, una oda a la exposición industrial del año 1827.

La rebelión de los «agraviados» significa la ruptura definitiva de la extrema derecha con Fernando VII. Con ello aumenta la influencia de los realistas moderados, partidarios de una dictadura «ilustrada», favorecida dentro del Gobierno por el ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros. El Rey no cesa de reafirmar su poder absoluto mientras se realizan reformas administrativas y se toman medidas económicas por una burocracia «cuyos tentáculos alcanzaban, de un lado, a los banqueros afrancesados en el exilio, y, de otro, a los industriales del algodón de Barcelona, a los comerciantes de Cádiz y, también, a no pocos grupos de emigrados liberales moderados».33 Son estas fuerzas las que, vinculando dialécticamente intereses económicos y sociales de clase con la ideología política del liberalismo moderado, iban a preparar la sucesión de Isabel II frente a las pretensiones de don Carlos. Será un triunfo de la burguesía. El absolutismo político, vinculado a la sociedad estamental del Antiguo Régimen, era un obstáculo para el desarrollo de las nuevas fuerzas económicas y sociales que venían empujando desde la periferia peninsular. Por más que el régimen fernandino intentara detener la Historia, la clase social ascendente impone sus soluciones, formalmente representadas por el liberalismo.   —30→   «Als ideòlegs de Cadis i als professionals de la política de l’època constitucional -dice J. Vicens Vives-, s’hi afegia ara una joventut corpresa per l’ideal romàntic de llibertat i una classe social -la burguesía- disposada a fer prevaler les seves orientacions polítiques, econòmiques i jurídiques en l’Estat».34

Larra es uno de ellos; de la juventud que se incorpora a este proceso histórico cuando en plena ominosa década absolutista surge conquistada por el ideal romántico de libertad. Es en esta coyuntura de la crisis de 1827-28, provocada por la oposición de los realistas exaltados, cuando aparecen las primeras publicaciones de Larra: en 1827 la oda a la exposición industrial organizada por los colaboradores López Ballesteros35 y, al año siguiente, la serie de artículos del Duende Satírico del Día.

Solucionada de momento la crisis con el máximo rigor, el Rey refuerza su absoluta autoridad. Parece que se afirma el inmovilismo como si pudiera detenerse la evolución política. Nada amortigua los efectos de la represión. A aquellos muchachos que por entonces empezaron a asomar a la vida nacional ansiosos de libertad les repugnaba el ambiente en que empezaban a ser jóvenes. Donde quiera que volvieran los pasos tropezaban con una pared insuperable y sus anhelos se convertían en sentimientos de desesperanza y asco. El país, para Espronceda, se había hecho un cadáver hediondo: «Cadáver desde el año de 23, había servido de pasto a   —31→   los gusanos que su corrupción producía...».36 Mesonero Romanos aparta la vista horrorizado cuando en la vejez describe sus recuerdos de esta época: «Llegando fatalmente a otro período más terrible y lastimoso, cual fue el de la sangrienta y feroz represión absolutista, que lanzó a la nación en todos los horrores de la saña política, de las venganzas personales, de la persecución contra el saber y el patriotismo, mi conciencia literaria y mi pluma nada agresiva se rehúsan a seguir por este camino y a trazar un cuadro repugnante ante el cual (según la frase, más expresiva que culta, de mi amigo el ilustre Donoso Cortés) “aparto la vista con horror y el estómago con asco”».37 Respetemos las náuseas del señor Mesonero y de su ilustre amigo.

Con esta repugnancia germina la vocación literaria y la conciencia política de los jóvenes de la generación de Espronceda y Larra. El panorama de la literatura era desolador. Un completo vacío. Los escritores conocidos estaban en el exilio o guardaban silencio. Un gran abismo separa a los lectores de la literatura de fuera, tanto de las corrientes innovadoras de otros países como de la misma literatura española en el exilio. No había que esperar el nuevo libro ni la nueva obra de teatro que animara la discusión sobre temas literarios. No había ni periódicos que leer. En aquel vacío no se podía vislumbrar la menor renovación que excitara la inquietud juvenil de los literatos en cierne. En los artículos de Fígaro las referencias a estos años nos dan una idea de sus recuerdos como testimonio de un inmenso silencio. Refiriéndose humorísticamente a los cursos de Platón, les recuerda a sus amigos -Espronceda   —32→   y demás redactores del Siglo-, en 1834: «De cuanto se pueda callar en cinco años podrase formar una idea aproximada con sólo repasar por la memoria cuanto hemos callado nosotros, mis lectores y yo, en diez años, esto es, en dos cursos completos de Platón que hemos hecho pacientemente desde el año 23 hasta el 33 inclusive, de feliz recuerdo; en los cuales nos sucedía aquí precisamente lo mismo que en la cátedra de Platón, a saber, que sólo hablaba el maestro, y eso para enseñar a callar a los demás, y perdónenos el filósofo griego la comparación».38 Para ellos, que habían vivido la década, sí que había sido ominosa.




ArribaAbajo3. «Ideas juveniles»

Esforzándose por romper el gran silencio con sus primeras publicaciones, Larra vive íntimamente con una oposición al medio; oposición que cristaliza en un ideal de libertad. Pero este ideal no sólo germina en él como un rechazo al régimen político, sino con una profunda actitud escéptica en contra de la sociedad que no va a cambiar de la noche a la mañana con el paso de un sistema político a otro. En sus primeras tentativas literarias veremos a Larra asqueado por la situación del país, sin ningún horizonte esperanzador delante de su espíritu juvenil. Otros muchachos de su misma generación, como Espronceda, salen del país; Larra se queda en la España de Fernando VII y Calomarde, dando los primeros pasos de su vida independiente con un profundo sentimiento de decepción al que su experiencia de la realidad siempre le hace volver después de cualquier   —33→   momento de esperanza. En este sentido, el año de 1826 queda en la conciencia de Larra como punto de partida de su experiencia vital: «y como estoy viviendo de milagro desde el año 26, me he acostumbrado a mirar el día de hoy como el último», le dice a su padre años más tarde (1835) en una carta desde Londres. Y añade: «usted dirá que vuelvo a mis ideas juveniles; yo no sé si algún día pensaré de un modo más alegre; pero aunque esto empezara a suceder mañana, siempre resultaría que había pasado rabiando una tercera parte lo menos de la vida; todavía quedaría por averiguar cuál de las tres es la más importante». ¿Cuáles eran estas «ideas juveniles»? Algo se trasluce de ellas en alguno de sus primeros intentos literarios. Nos referiremos a ellos más adelante. Ahora nos interesa hacer notar cómo en la carta de Londres, recién citada, el ensombrecimiento del horizonte personal está visto en función de las circunstancias políticas del país amenazado por el carlismo, precisamente en una actitud que a su padre podría suscitarle el temor de la vuelta por parte del hijo a ciertas ideas juveniles: «No vayan ustedes a inferir de aquí que estoy de mal humor; no tengo por qué estarlo en el momento; pero hasta ahora no he visto nunca delante de mí un horizonte bueno, y ahora empiezo a verlo malo si triunfa D. Carlos».39

Larra confiesa un pesimismo constante en su vida referido a lo que, para entenderse con su padre, llamaba «ideas juveniles». Al aludir a ellas en esta carta, las sombras del horizonte político de 1835 (el posible retorno a la reacción absolutista) se proyectan retrospectivamente en su ánimo hacia la situación personal de 1826, cuando el horizonte del país estaba oscurecido por el absolutismo de Fernando VII y las amenazas de los   —34→   «realistas puros». No se trata de un gesto de mal humor: quiere dejarlo bien sentado. A lo largo de toda su obra, como en esta carta, la desazón personal se presenta siempre en función de la desesperanza política.

Los primeros balbuceos literarios de Larra son en parte una expresión de estas preocupaciones. El muchacho se siente a sí mismo metido en el atolladero nacional y trata de desahogar su decepción escribiendo versos. Son versos sobre la situación presente, en los que quizá se trasluzcan sus «ideas juveniles» a pesar de los tópicos escolares, y odas sobre temas cívicos. En ellos podemos percibir, todavía con expresión muy imperfecta, actitudes que luego se plasmarían incisivamente en su obra ya granada de periodista. La obra de Larra se desarrolla en pocos años y, por lo tanto, con un rápido proceso de maduración, acelerado por los acontecimientos que luego se agolpan precipitadamente. Las «ideas juveniles» permanecen a lo largo del proceso.




ArribaAbajoLa generación de Larra

Larra, hacia aquella época en que empieza a vivir de milagro, está empeñado en ser escritor. «Se hizo literato», dice su biógrafo Cayetano Cortés.40 Quizá una voluntad de dar sentido a su existencia insatisfecha le impulsa a darse a conocer demasiado prematuramente. En 1827, a los dieciocho años, hace imprimir un folletito con una oda «A la exposición primera de las artes españolas».

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Conviene que tengamos en cuenta el estado reciente de la literatura española para poder establecer luego, en este estudio, una línea de continuidad o de viraje con respecto a los orígenes de la obra de Larra. El panorama generacional trazado por Julián Marías41 para la primera mitad del siglo XIX, puede servirnos en nuestro intento de situar a Larra en el conjunto de la literatura de su tiempo. Según Marías: «La vida española está inmersa en el romanticismo desde 1812, aproximadamente, pero se vierte literariamente durante tres lustros en moldes neoclásicos. La literatura romántica es tardía respecto de la vida, y en esta medida se hace pronto inauténtica; sólo mitiga esto la frecuente precocidad y la muerte temprana de los románticos, y se hace patente tan pronto como la vida se prolonga».42 Recordemos cómo los muchachos de la misma edad de Larra que actúan románticamente en la sociedad de los «Numantinos» y se reúnen en la academia del Mirto para leer versos neoclásicos. La literatura romántica llega a España tardía, anacrónicamente, cuando la vida histórica está dejando ya de ser romántica.

Marías distingue cuatro generaciones. La primera es la de «los que en 1800 andan por los treinta años». Entre los escritores que fuera de España componen esta generación están Walter Scott y los lakistas, los idealistas alemanes, los Schlegel, Novalis, Tieck, Chateaubriand, Senancour, Benjamín Constant. En contraste, sus contemporáneos españoles son Moratín, el hijo, Cienfuegos,   —36→   Quintana. Es la generación que consigue al cabo afianzar el teatro neoclásico en España. Las comedias de Moratín, entre 1786 y 1806, se tienen en las primeras décadas del siglo XIX por punto de partida del teatro moderno. El estreno de El sí de las niñas en 1806 es un éxito. Parece que por fin el público de Madrid acude a las representaciones de comedias arregladas a las tres unidades. Todavía en 1833, teniendo en cuenta las circunstancias en que se hallaba el país, podía considerar Fígaro la comedia moratiniana como un renacimiento actual del teatro español: «nos atrevemos a asegurar que hace mucho tiempo que no se han agolpado en el templo de Talía y de Melpémone tantos candidatos a la corona de laurel: apenas transcurre un mes en que no hayamos visto una de estas raras apariciones: en pos de Moratín y a más o menos distancia de este coloso dramático vemos marchar un número respetable de composiciones que, si bien no pueden, las más, rivalizar con el gran maestro, honran y no poco nuestras tablas».43

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En cuanto a la poesía de esta generación, Quintana mantiene su prestigio. Es el poeta contemporáneo que admiran los muchachos que, como Larra, empiezan a leer versos por los años de mil ochocientos veintitantos. Cienfuegos y Quintana habían dado un giro a la poesía moderna dirigiéndola hacia los temas cívicos suscitados por los ideales progresistas de la España de su tiempo. Como veremos al considerar los primeros intentos literarios de Larra, el joven aprendiz de literato se sitúa dentro de esta corriente poética.

La segunda generación cuenta entre otros con Alberto Lista, Sebastián Miñano, José Joaquín Mora, Martínez de la Rosa. Se hallan en la plenitud de su vida durante el trienio liberal. Son los cuarentones del momento. Representan la madurez de las empresas políticas, literarias y periodísticas. Dadas las circunstancias de la época, gran parte de su actividad literaria se desarrolla en periódicos y revistas, contribuyendo así al desarrollo de un medio expresivo moderno del cual los de la generación de Larra van a ser continuadores al mismo tiempo que lo renuevan. Miñano aporta nuevas formas de sátira política que abren el camino seguido por Larra. El Pobrecito Holgazán es un antecedente directo del Pobrecito Hablador, y no sólo por el título.

En cuanto a la nueva literatura, los miembros de esta segunda generación se sienten envueltos ya en la nueva literatura y de algún modo se ven obligados a situarse unas veces en contra y otras a favor de la corriente. Moratín y Quintana ignoraron las polémicas suscitadas por la literatura romántica, aunque en el extranjero el uno y en su propia patria, más tarde, el otro, vivieron   —38→   rodeados por ellas. Si tenemos en cuenta que Böhl de Faber era de la misma generación, no nos extrañará que el cónsul alemán fuera un extravagante cuando con fervor tradicionalista predicaba su romanticismo calderoniano atacando apasionadamente el pensamiento de la Ilustración. Son los más jóvenes, José Joaquín de Mora, de la segunda generación, y Alcalá Galiano, de la siguiente, los que salieron en defensa del neoclasicismo y las luces.44 Pero ya a partir de ahora se empieza a pasar el puente que separa la literatura neoclásica de la romántica. Mora se convierte al romanticismo durante su emigración.45 Lista, el maestro de la juventud de 1836, se muestra como hombre de su tiempo en la conferencia del Ateneo comentada por Larra,46 y Martínez de la Rosa se coloca en el justo medio.

Algunos miembros de la tercera generación llevan la voz cantante en las primeras asonadas de la nueva literatura después de que ya eran bien conocidos como escritores neoclásicos. Es la generación de Alcalá Galiano y del Duque de Rivas, dos románticos conversos   —39→   que representan la juventud política y literaria del trienio liberal. Cuando parten al exilio, donde se hacen románticos, dejan en España una obra ya reconocida.47 Los más jóvenes de esta generación, Gil de Zárate, Bretón de los Herreros, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón, empiezan a darse a conocer durante la ominosa década, mientras los otros están en el exilio. La madurez de esta generación llega a la muerte de Fernando VII, uniéndose a los de la generación siguiente en empresas políticas y literarias.

Después viene la generación de Larra. Es la juventud que irrumpe a la muerte del rey absoluto. Vienen exigiendo. Muchos son alumnos de Lista y los que no lo son lo reconocen como maestro. Teniendo en cuenta la edad, podemos distinguir dos grupos: los nacidos en los últimos años de la primera década del siglo -Larra y Espronceda entre ellos- y los que nacieron en la década siguiente, como Roca de Togores, García Gutiérrez, Ochoa, Enrique Gil Carrasco, etc. Zorrilla, nacido en 1817, se da a conocer precisamente en el entierro de Larra. El grupo de los mayores asiste entre los catorce y dieciséis años a la ejecución de Riego en la plaza de la Cebada. Son los «Numantinos».48 Los del segundo grupo apenas tienen veinte años cuando acuden al estreno de Don Álvaro, llegan ya en pleno romanticismo literario.49 «Se observa -dice Marías- que   —40→   en España los románticos por excelencia pertenecen a la cuarta generación; la literatura romántica española es isabelina».50 Algunos -Larra, Espronceda, Gil Carrasco- mueren tempranamente en plena vigencia de la literatura romántica. Otros llegan a la orilla de la nueva corriente realista, como Ventura de la Vega con su Hombre de mundo, los últimos dramas de García Gutiérrez. Zorrilla -nace el mismo año que Campoamor- sobrevive anacrónicamente hasta finales de siglo.51

Cuando comienzan a aparecer en la vida literaria de España los primeros escritores de esta cuarta generación encuentran la literatura en el estado en que la habían dejado los liberales al partir para el exilio en 1823. Había quedado un gran vacío del cual era difícil encontrar salida por nuevos caminos.

Los primeros indicios que tenemos de Larra en la vida literaria madrileña nos lo presentan relacionado con algunos escritores de la generación anterior, todavía poco conocidos, que se habían quedado en España y con otros muchachos de su edad en el estrecho Madrid de Calomarde. La fuente de información es otra vez Mesonero Romanos: «Por los años 1827 al 28, en pleno gobierno absoluto del señor Rey don Fernando VII,   —41→   y bajo la férula paternal de su gran visir don Tadeo Francisco de Calomarde, nos reuníamos en grata compañía, los domingos por la mañana, en casa de don José Gómez de la Cortina [...] todos o casi todos (que no llegaríamos seguramente a una docena) los jóvenes dados por irresistible vocación a conferir con las musas o a ensuciarnos las manos revolviendo códices y mamotretos; ocupaciones ambas que, atendiendo los vientos reinantes a la sazón, tenían más de insensatas que de racionales y especuladoras».52 Mesonero nos traza sus recuerdos de 1827 a 1828 con rasgos que concuerdan característicamente con la situación moral de Larra tal como aparece en alguno de sus primeros escritos. Los jóvenes que se reunían en aquella tertulia -Larra uno de ellos- aspiraban a abrirse camino en la literatura «a despecho de los rigores del Gobierno», sintiendo a su alrededor, en un gran silencio, «la indiferencia completa del público», insatisfechos con «la indigesta y vulgar instrucción que podían recibir» en los centros de enseñanza.

Entre los contertulios podemos destacar, además de Larra, a Gil de Zárate, Bretón de los Herreros, Patricio de la Escosura, Ventura de la Vega, el propio Mesonero Romanos. Los dos mayores, Zárate, nacido en 1793, y Bretón, en 1896, pasaban de los treinta años y ya habían iniciado por entonces su carrera literaria: «Con sus primeras producciones dramáticas habían conseguido galvanizar un tanto el cadáver del teatro español».53 El primero acababa de conseguir su primer éxito teatral en 1825 con la comedia El entremetido y al año siguiente había estrenado dos comedias más: Cuidado con las novias o La escuela de los jóvenes y Unos años después de la boda. Los comienzos algo tardíos   —42→   de este autor en el teatro son muy característicos de la situación. Después de haber estrenado estas tres comedias siguiendo el camino trazado por Moratín empieza a tener tales dificultades con la censura que, descorazonado, se ve forzado a callar hasta 1835. Entonces estrena la tragedia Blanca de Borbón, prohibida en 1829.54

Bretón de los Herreros también era ya conocido como autor teatral. El éxito de su primera comedia, A la vejez viruelas, estrenada en 1824, y de Los dos sobrinos o Lo que son los parientes, el año siguiente, abrieron su carrera teatral. Asociado con el empresario Grimaldi, traduce a destajo comedias y tragedias francesas. Mayor resonancia alcanzó en 1828 su tercera comedia original A Madrid me vuelvo que anunciaba ya los triunfos del autor en la década siguiente. Cuando acude a la tertulia de Gómez de la Cortina era ya un escritor plenamente profesional.55

Entre los contertulios, seguía en edad Mesonero Romanos (1803). Por entonces hacía algunas adaptaciones de comedias antiguas a las reglas neoclásicas, y en 1822 había publicado anónimamente una serie de artículos con el título de Mis ratos perdidos, que después quiso ocultar, si bien es interesante para trazar la trayectoria del género costumbrista.56

Los otros miembros de aquella tertulia que, según Mesonero, reunía la docena escasa de los jóvenes literatos   —43→   del Madrid de entonces, eran simples aficionados a las letras con muchas aspiraciones y ganas de ser algo. Larra tenía dieciocho años, Ventura de la Vega y Patricio de la Escosura, veinte. Estos dos últimos habían sido alumnos de Lista y habían formado parte de la academia del Mirto y de los «Numantinos». Escosura acababa de volver de Inglaterra adonde se había marchado después de que la Policía descubriera a los «conspiradores». Había regresado con su amigo Miguel Ortiz, otro «numantino», a quien Larra dedica en abril de 1829 dos poemas con ocasión de la muerte de su mujer.57 Sin duda, Ventura de la Vega y Patricio de la Escosura hablarían en la tertulia de sus compañeros de San Mateo, especialmente de Espronceda que también había salido de España y no volvería hasta después de la muerte del Rey.58

La literatura y la política eran los temas que principalmente animaban las conversaciones de aquellas reuniones domingueras, tal como se deja traslucir de los recuerdos de Mesonero Romanos. Después de referir los nombres de aquellos jóvenes comenta: «Déjase conocer, con sólo esta sencilla enumeración, a qué sabrosos y entretenidos debates daría lugar la reunión de aquellos jóvenes estudiosos, impulsados por el entusiasmo   —44→   patrio...». La suspicacia del Gobierno no podía impedir que en la tertulia «penetrase, a despecho de los gobernantes, el ambiente liberal que se respiraba en la atmósfera, y con el cual no podían ellos mismos dejar de transigir hasta cierto punto».59

Por otro lado, A. Peers aprovecha la información de Mesonero Romanos para presentar esta tertulia como una manifestación de lo que él llama «rebelión romántica» antes de 1833, antecedente de «El Parnasillo».60 Pero por mucho que aquellos jóvenes pudieran vivir románticamente, su ideal literario es todavía plenamente neoclásico. Para ellos, como para los exiliados antes de ponerse en relación con las nuevas corrientes europeas, todavía el neoclasicismo es la expresión más moderna del progresismo ideológico heredado del siglo anterior. Ya volveremos a esto a tratar de la primera reacción en los artículos de Larra ante la literatura romántica. Ahora sólo intentamos señalar el hecho de que los escritores nacidos en la primera década del siglo se encuentran al poco de comenzar su trayectoria intelectual con una encrucijada: el paso del neoclasicismo al romanticismo y de la reacción absolutista al constitucionalismo. La intensidad con que viven los acontecimientos políticos y literarios se revela en su obra por la conciencia histórica de que están pasando del antiguo al nuevo régimen. Era algo más que el simple paso de un capítulo a otro de un manual de   —45→   historia de la literatura española. Representa todo el conflicto histórico y existencial de aquel grupo de jóvenes que se reunían los domingos por la mañana a charlar de política y de literatura en casa de Gómez de la Cortina.

Es por aquellos años de la ominosa década, alrededor de 1828, cuando empieza a dar señales de existencia en la vida del país la juventud que, como dice Mesonero Romanos, «se convirtió luego en representante de las nuevas ideas de una nueva sociedad».61 Vamos a dedicar estas páginas a estudiar las primeras manifestaciones literarias de Larra -el más interesante de aquellos jóvenes- por los años de la ominosa década en que fraguan en ellos esas «nuevas ideas de una nueva sociedad».





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