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ArribaAbajoCapítulo XIII.

Evolución simple y compuesta.


98. Cuando las únicas fuerzas en juego son las que tienden directamente a producir la agregación o la difusión, la historia entera de un agregado de materia no comprende más que los movimientos que aproximan o separan los componentes al centro común; y la evolución, no consistiendo en ese caso sino en lo que se dijo al principio del capítulo anterior, será simple. Además, en el caso en que las fuerzas productoras de los movimientos hacia un centro común excedan, con mucho, a todas las demás, los cambios que se añaden a los de agregación serán relativamente insignificantes, y apenas será modificada la integración por las otras especies de redistribuciones. O bien si, a causa de ser muy pequeña la masa que se integra o porque el movimiento que recibe de fuera, a cambio del que pierde, es insignificante, la integración marcha rápidamente, las fuerzas incidentes, aun siendo considerables, no producirán efectos apreciables en la masa que se integra. Pero si, inversamente, la integración es lenta, ya porque el movimiento interno de la masa sea relativamente grande, ya porque a pesar de la pequeña cantidad de movimiento de cada parte de la masa, su gran volumen impide la fácil disipación de ese movimiento, ya, en fin, porque el movimiento sea producido más rápidamente que absorbido; las otras fuerzas producirán en la masa efectos apreciables; a la par que el cambio que constituye la integración, habrá otros cambios suplementarios, y la evolución será compuesta.

Tratemos de explicar las proposiciones que acabamos de enunciar brevemente.

99. Cuando un cuerpo se mueve libremente en el espacio, toda fuerza que actúe sobre él producirá un cambio en su movimiento; por grande que sea su velocidad, la más pequeña tracción o la más ligera resistencia lateral le hará desviar de su trayectoria, como si no hubiera poseído tal movimiento anterior, dirigiéndole hacia el nuevo centro de atracción o alejándole del nuevo centro de repulsión o resistencia. El efecto de toda influencia perturbatriz se acumula, en razón directa del cuadrado del tiempo, durante el cual ejerce su acción, supuesta uniforme. Pero si el móvil está unido a otros cuerpos, cesará de poder ser puesto en movimiento por débiles fuerzas incidentes; éstas se gastan de otra manera, como sucede en los cuerpos sujetos a la gravitación y a la cohesión.

Lo que acabamos de decir de las masas, se puede con toda verdad decir, salvo algunas restricciones, de las partes apreciables de aquéllas, y de las inapreciables o moléculas. Como las partes sensibles de una masa, e igualmente sus moléculas, no están, en virtud de la cohesión, perfectamente libres, una fuerza cualquiera no les imprimirá un cambio de posición equivalente, como lo haría un cuerpo móvil en el espacio; una parte de esa fuerza se gastará en producir otros cambios. Pero, según que las partes o las moléculas van estando más débilmente ligadas entre sí, las fuerzas incidentes producen en aquéllas, reordenaciones más y más señaladas. Doquier que la integración está tan poco adelantada, que las partes apreciables o inapreciables son casi independientes, obedecen casi completamente a toda nueva acción, y por tanto, a la vez que las concentraciones, se verifican nuevas redistribuciones. Por el contrario, donde las partes están suficientemente próximas para que la atracción o la cohesión sean intensas, las acciones externas, a menos de ser muy fuertes, no tienen potencia para producir reordenaciones secundarias.

Las partes firmemente unidas no cambian más ni menos rápidamente sus posiciones relativas, por obedecer a débiles influencias perturbatrices; lo más que éstas pueden llegar a conseguir es modificar temporalmente los movimientos moleculares insensibles o inapreciables directamente. ¿Cómo podríamos expresar esa diferencia del modo más general? Cuando un conjunto de materia está difuso, o débilmente integrado en una gran extensión, es que contiene una gran cantidad de movimiento, actual o potencial, o ambos a la vez. Inversamente, cuando una masa está completamente integrada o densa, es que contiene muy poco movimiento interno, pues la mayor parte del que contenía, se ha disipado, al verificarse la integración. Por consiguiente, en igualdad de las demás circunstancias, la cantidad de cambio secundario, en la colocación de las partes, que acompañe al cambio primario que esa colocación supone, será proporcional a la cantidad de movimiento que posea el todo de esas partes; y la cantidad de redistribución secundaria que acompañe a la redistribución primaria será proporcional al tiempo, durante el cual se ha conservado el movimiento interno. Y eso sucede, cualquiera que sea la causa o el modo de verificarse tales condiciones: ya se conserve el movimiento interno porque las partes componentes sean tales que tarden mucho en agregarse, ya porque las condiciones externas o el volumen total les impidan comunicar su movimiento, ya porque ganen directa o indirectamente más movimiento que el que pierden; siempre será verdad que una gran cantidad de movimiento interno debe hacer fáciles las redistribuciones secundarias, y que la conservación, durante mucho tiempo, de esa gran cantidad de movimiento, hará posible una acumulación de esas redistribuciones secundarias. Por el contrario, si no se verifican tales condiciones, sea cual fuere la causa, los resultados serán opuestos: ya sea que los componentes del agregado tengan aptitudes especiales para integrarse rápidamente, ya que la pequeñez del todo permita o facilite la pérdida o disipación del movimiento interno, ya, en fin, que reciban poco o nada de movimiento externo en cambio del que comunican; será también cierto que la redistribución primaria, que constituye su integración, no puede ir acompañada sino de una débil redistribución secundaria. Para comprender bien estas proposiciones abstractas, es preciso concretarlas a ejemplos; así pues, antes de estudiar la evolución simple y compuesta, determinada según la acabamos de definir, examinemos algunos casos en que la cantidad de movimiento interno cambia artificialmente, y observemos los efectos producidos por la reordenación de las partes.

100. Conviene principiar por un experimento familiar que comprueba el principio general, bajo una forma fácil de ser comprendida. Cuando se llena una vasija de pequeños objetos y se la agita, esos objetos se colocan de modo que ocupan menos espacio, y se puede añadir más; si entre esos objetos hay algunos cuyo peso específico sea mayor que el de los otros, se irán al fondo, en virtud de las sacudidas. ¿Cuál es el sentido general de esos resultados? Teníamos un grupo de unidades solicitadas por una fuerza extraña, la atracción terrestre; mientras no se las agitó, esa fuerza extraña no produjo cambio alguno en sus posiciones relativas; agitándolas, perdieron en seguida su débil agrupación para tomar otra más fuerte, más compacta, y a la vez las unidades más pesadas comenzaron a separarse de las demás. Acciones mecánicas más fuertes, verificadas sobre partes de masas más densas, producen efectos análogos; así, un pedazo de hierro que sale de la fundición con estructura fibrosa, la torna cristalina si se le se mete a una serie de vibraciones. Las fuerzas polares que los átomos ejercen mutuamente unos sobre otros no pueden cambiar una colocación desordenada en otra ordenada, mientras aquéllos estén relativamente en reposo; pero llegan a verificar ese cambio si los átomos entran en agitación interna. Análogamente se explica que una barra de acero, suspendida en el plano del meridiano magnético, y golpeada repetidamente, se imante; atribuyéndolo a una nueva ordenación molecular, producida por la fuerza magnética terrestre mientras las moléculas están vibrando.

Hay ejemplos aun más sorprendentes, cuales son: aquellos en que por la adición o la sustracción artificial de ese movimiento molecular que llamamos calor, damos a una masa más o menos facilidad para la reordenación de sus moléculas; como en el temple del acero y el recocido del vidrio, redistribuciones internas ayudadas por vibraciones insensibles, así como las antes citadas eran producidas por vibraciones sensibles. Cuando se deja caer al agua gotas de vidrio fundido, como la parte externa, bruscamente solidificada, de cada gota, no puede seguir el movimiento de contracción, que el enfriamiento sucesivo del interior tiende a producir, las moléculas quedan en tal estado de tensión, que la masa entera se reduce a polvo, apenas se quiebra un trozo de la superficie. Pero, si a esa misma masa se la somete durante uno o dos días a un calor considerable, aunque insuficiente para cambiar su forma y disminuir sensiblemente su dureza, esa excesiva fragilidad desaparece; porque habiendo entrado las moléculas en mayor agitación, las fuerzas expansivas son ya capaces de equilibrarse. Los efectos del movimiento invisible llamado calor, se muestran más claramente cuando el nuevo arreglo molecular es una segregación visible. Tal sucede en los precipitados químicos, que, por lo general, se depositan muy lentamente en las soluciones frías, y con más rapidez en las calientes; lo cual quiere decir: que cuanto más activa es la vibración molecular en toda la masa, más fácilmente se separan las partículas sólidas de las líquidas. La influencia del calor en las acciones químicas es tan conocida, que apenas hay necesidad de poner ejemplos. Ya sean sólidas, líquidas o gaseosas las sustancias en cuestión, es indudable que la elevación de temperatura las ayuda a unirse o a desunirse químicamente; porque las afinidades, que no bastan para producir la redistribución de los átomos, cuando éstos están débilmente agitados, bastan ya, cuando la agitación llega a cierta intensidad; bastará, pues, aumentar ésta, cuando no sea suficiente para ayudar a la afinidad, para que las redistribuciones atómicas sean más fáciles.

Se puede aún tomar como ejemplos, algunos hechos de otra clase, que, a primera vista, no parece que verifican la ley general. Desde luego, en igualdad de circunstancias, la forma líquida implica mayor cantidad de movimiento latente que la sólida, y aun es una consecuencia de esa mayor cantidad de movimiento. Por consiguiente, un conjunto de materia, en parte sólida y en parte líquida, contiene mayor cantidad de movimiento, que otro conjunto de igual masa, de materia sólida. Luego una masa liquido-sólida o pastosa será susceptible de una redistribución interna relativamente fácil; y la experiencia comprueba esta conclusión. Una mezcla de sustancias desemejantes, diluida en agua, permite, ínterin la dilución está clara, se aparten o separen las materias pesadas de las ligeras; esta separación se dificulta, si el agua va evaporándose; y cesa completamente, si la dilución se espesa lo bastante. Mas, aun habiendo ya tomado el estado semi-sólido, en que la gravedad sola no puede verificar la separación de materias, ésta puede aún ser producida por otras causas. Ejemplo de esto es el hecho observado primeramente por M. Babbage, a saber: que cuando se guarda algún tiempo, sin usarla, la pasta, de sílice en polvo y de kaolín, que sirve para fabricar la porcelana, se espesa y ya no sirve, porque las partículas de sílice se unen formando granos gruesos. Otro ejemplo más familiar es el de un helado de grosella, conservado algún tiempo, en el cual el azúcar se precipita en forma cristalina.

Cualquiera que sea la forma bajo la que exista el movimiento latente de un agregado material, ya sea una agitación total o parcial puramente mecánica, ya vibraciones, como las que producen el sonido, ya un movimiento molecular absorbido del exterior, ya el movimiento molecular constitutivo o intrínseco de un componente líquido, el principio últimamente enunciado se verifica siempre: las fuerzas incidentes operan redistribuciones secundarias; con facilidad cuando el movimiento latente es considerable, y más difícilmente a medida que aquél disminuye.

101. Antes de proseguir, conviene dará conocer otro orden de hechos que entran en la misma ley general, aun cuando parecen no tener relación alguna con ella. Son los que nos ofrecen ciertos contrastes de estabilidad química. En general, los compuestos estables tienen bastante débil el movimiento molecular, y viceversa, la instabilidad es proporcional al movimiento latente o interno.

El ejemplo que, por lo sabido, debemos citar primero es: el decrecimiento de la estabilidad química a medida que crece la temperatura. Los compuestos cuyos elementos están fuertemente unidos, y aquellos cuyos elementos están unidos débilmente, se parecen en que la elevación de su temperatura, o el incremento de las cantidades de movimiento molecular que poseen, disminuye la fuerza de unión de sus elementos, en términos que, si continúa creciendo el movimiento molecular latente o calorígeno, llegará el compuesto químico a descomponerse.

En otros términos: la redistribución de materia, que constituye una descomposición química simple, es tanto más fácil cuanto mayor es la cantidad de movimiento latente del compuesto. Lo mismo sucede en las dobles descomposiciones: dos compuestos A B, y C D, mezclados y conservados a una baja temperatura, pueden no sufrir cambio alguno, aun cuando sus elementos tengan afinidades cruzadas que tiendan a producir la doble descomposición; pero ésta se verificará, casi seguramente, si se calienta la mezcla lo bastante, o se añade movimiento molecular al que ya posee, formándose los compuestos A C, y B D, por ejemplo, o los A D, y B C.

Otro principio químico, que supone también la ley general en cuestión es: que los elementos químicos que en su estado libre, y a la temperatura ordinaria, conservan un movimiento latente considerable, forman combinaciones menos estables, que los elementos que, en las mismas condiciones, poseen poco movimiento. Así, siendo el estado gaseoso el que contiene más movimiento interno, y el sólido el que menos, la mayoría de los compuestos de elementos gaseosos no pueden resistir, sin descomponerse, temperaturas elevadas; y, por el contrario, los compuestos de elementos sólidos suelen ser muy estables, o no descomponerse sino a muy altas temperaturas, y en algunos casos, resisten a las más elevadas que, hasta ahora, podemos producir.

Citemos también la relación entre la instabilidad y el número de elementos, que parece tener analogía con lo anterior. En general, el calor molecular de un compuesto, aumenta con la complejidad, o sea con el número de elementos. Por tanto, los compuestos más complejos deben ser más fácilmente descomponibles, y así es efectivamente. De modo, que las moléculas que contienen mucho movimiento a causa de su complejidad, son las que experimentan más fácilmente la redistribución de sus átomos; y esto es exacto, no sólo respecto a la complejidad que resulta del número de elementos, sino también respecto a la que proviene de la unión de muchos átomos de los mismos, aunque pocos elementos, o de una proporción atómica elevada, como se dice químicamente. La materia tiene dos estados sólidos, el cristaloide y el coloide; el primero, debido a la unión de los átomos o moléculas individuales, y el segundo a la unión de grupos de esos átomos o moléculas individuales; el primero es estable, el segundo instable.

Pero el ejemplo más sorprendente y más notable nos lo ofrecen los compuestos del nitrógeno con otros simples, que tienen bien marcados los dos caracteres de ser muy instables y poseer grandes cantidades de movimiento latente; pues se ha descubierto recientemente que, al revés de casi todos los demás simples, el nitrógeno absorbe calor al entrar en una combinación, de modo que no sólo conserva en ella el movimiento interno considerable, propio de su estado gaseoso natural, sino algo más. Por eso, son tan inestables los compuestos de nitrógeno, y muchos de ellos se descomponen con suma violencia. Todas las sustancias explosivas son azoadas; la más destructiva, quizá, el cloruro de nitrógeno, contiene la enorme cantidad de movimiento molecular, suma de las de sus dos elementos gaseosos, y además la cantidad que, como hemos dicho, se añade al nitrógeno, doquiera que entra en combinación..

Evidentemente, estos principios generales de Química están incluidos en los principios mucho más generales de Física que hemos ya enunciado; sirviéndonos aquéllos para probar que éstos son verdaderos, no sólo respecto a las masas apreciables o sensibles, sino también respecto a las insensibles que llamamos moléculas; pues éstas, lo mismo que las masas que forman, se integran o desintegran, según que, respectivamente, ganan o pierden movimiento; y son también más o menos susceptibles de redistribuciones secundarias, a la par que se verifica la primaria, según que contienen o poseen más o menos movimiento interno.

102. Ahora que hemos aclarado suficientemente ese principio, veamos cómo, obedeciendo a él y según las diversas condiciones, llega a ser la evolución simple o compuesta.

Si se calienta un poco de sal amoniaco o de otro sólido volátil, es desintegrado por el calor absorbido, y pasa al estado de gas; pero si éste, por su contacto con una superficie fría, por ejemplo, pierde el exceso de su movimiento molecular, vuelve a integrarse y se deposita en dicha superficie bajo la forma de pequeños cristales; he ahí un caso de evolución simple. En él la concentración de la materia y la disipación de movimiento no se verifican gradualmente, durante períodos de larga duración, sino que por la disipación rápida del movimiento que la redujo al estado gaseoso, la masa en cuestión pasa súbitamente al estado sólido. Resulta de ahí que, en ese caso, al par que esa redistribución primaria no se verifica redistribución secundaria alguna. En el precipitado cristalino de una solución sucede próximamente lo mismo: hay una pérdida del movimiento molecular que impide, cuando alcanza cierta intensidad, la integración o solidificación; y cuando esa pérdida llega a ser suficiente, la solidificación se verifica al momento. En esto caso, como en el anterior, no hay período durante el cual las moléculas estén libres y en vías de perder su libertad, y no hay tampoco redistribuciones secundarias.

Por el contrario, veamos lo que sucede cuando la concentración es lenta. Una masa gaseosa que pierde su calor y sufre, en consecuencia, una disminución de volumen, no sólo está sujeta a ese cambio, que aproxima sus moléculas al centro común, sino también a otros cambios simultáneos. En efecto, la gran cantidad de movimiento molecular que dicha masa gaseosa posee, dando a cada molécula una gran movilidad, la pone en aptitud de obedecer fácilmente a fuerzas incidentes, por lo cual las partes todas de la masa tienen diversos movimientos a más del que implica la integración progresiva; esos movimientos secundarios, que llamaremos corrientes, son a veces tan importantes y notables que relegan a segunda línea el movimiento primario. Supongamos que en este caso la pérdida de movimiento molecular alcance el grado en que la condensación debe verificarse, por no ser ya posible el estado gaseoso. Aunque ligadas más fuertemente las partes de la masa ya condensada, seguirán manifestando los mismos fenómenos secundarios que anteriormente. El movimiento molecular y la movilidad, propios del estado líquido, permiten fácilmente toda nueva reordenación interna; y en consecuencia, al par que una nueva contracción de volumen, resultado de nuevas pérdidas de movimiento, se verificarán rápidos y notables cambios en las posiciones relativas de las partes; corrientes locales producidas por ligeras fuerzas perturbatrices. Supongamos ahora que la materia en cuestión esté formada de moléculas incristalizables; ¿qué sucederá cuando el movimiento molecular decrezca nuevamente? El líquido se hará más denso, sus moléculas perderán la movilidad suma que tenían, y las transposiciones verificadas por fuerzas incidentes débiles serán relativamente lentas, y aun cesarán; pero la masa, todavía será susceptible de ser modificada por fuerzas incidentales más intensas; así, la gravedad la deformará si no está sostenida por todos lados; será fácilmente divisible, etc., hasta que enfriada suficientemente se haga más dura, es decir, menos susceptible de sufrir cambios en la posición relativa de las partes, y éstas no sean capaces de nueva distribución sino por efectos de acciones violentas.

En las masas inorgánicas, las redistribuciones secundarias acompañan a la primaria, durante toda la concentración, si ésta se hace gradualmente. En los cuerpos gaseosos y líquidos, las redistribuciones secundarias, rápidas y extensas, que en ellos se verifican, no dejan trazas; porque la excesiva movilidad molecular impide la colocación fija de las moléculas, que llamamos estructura. Aproximándose al estado sólido, se encuentra el llamado plástico o pastoso, en el cual aún pueden verificarse dichas redistribuciones, aunque con menos facilidad; y esta misma dificultad hace que aquéllas conserven cierta persistencia, que, sin embargo, no se fija, hasta que una verdadera solidificación impide una nueva redistribución.

Esto nos enseña, en primer lugar, cuáles son las condiciones en que la evolución es compuesta, y en segundo lugar, cómo su composición no puede complicarse sino en condiciones más especiales que las estudiadas hasta ahora; puesto que, por una parte, no es posible una redistribución secundaria importante sino donde hay una gran cantidad de movimiento latente, y por otra esas redistribuciones no pueden ser permanentes sino donde el movimiento latente es muy débil; condiciones opuestas que parecen impedir una redistribución secundaria permanente, en grande escala.

103. Sin embargo, ya estamos en aptitud de ver cómo esas condiciones, aparentemente contradictorias, se concilian, y cómo, a consecuencia de esa conciliación, se verifican o se hacen posibles redistribuciones secundarias permanentes, de inmensa extensión. Comprenderemos también la particularidad distintiva de los seres orgánicos, en los cuales la evolución se verifica sumamente complicada; y veremos que esa particularidad consiste en que la materia se combina en ellos bajo una forma que posee una enorme cantidad de movimiento, al mismo tiempo que una concentración muy avanzada.

En efecto, no obstante su consistencia semi sólida, la materia orgánica contiene movimiento molecular hecho latente por todos los medios que hemos examinado separados. Consideremos sus diversos rasgos constitutivos: tres de sus cuatro elementos principales son gaseosos y cada uno de esos gases está provisto de tan enorme cantidad de movimiento molecular, que hasta hace poco tiempo no ha podido ser liquidado; por consiguiente, como las propiedades de los elementos, aunque se disimulan, no se pierden por completo en las combinaciones es indudable quela molécula de proteína concentra una gran cantidad de movimiento en un pequeño espacio, y tanto más cuanto que para formarla se unen muchos equivalentes de dichos elementos gaseosos y se añade una gran cantidad de movimiento relativo al que ya poseían los átomos elementales. Otra propiedad característica de la materia orgánica es que sus moléculas se agregan bajo la forma coloide, y no bajo la cristaloide, para formar, según se cree, a modo de racimos, animados de movimientos relativos mutuos; lo cual constituye un nuevo modo de hacer latente una gran cantidad de movimiento. No es eso todo: la mayoría de los compuestos, que constituyen la materia orgánica, son azoados, y ya sabemos que los compuestos azoados, en vez de desprender calor al formarse, lo absorben; hay en ellos, pues, además de todo el calor que poseía el ázoe gaseoso, otra cantidad, y todo ese calor está concentrado en la proteína sólida. Sábese también que los seres orgánicos tienen cierta cantidad de calor libre o sensible, y aunque en la mayoría esa cantidad sea poco considerable, en otros (animales hematermos) se conserva una temperatura bastante superior en general a la del medio en que habitan. Añadamos, por último, que hay una gran cantidad de movimiento latente en el agua embebida en toda materia orgánica viva; tal movimiento es el que dando al agua la gran movilidad molecular que la distingue, da también movilidad a las moléculas orgánicas suspendidas en aquélla, y sostiene el estado plástico que facilita la redistribución molecular.

Estas proposiciones no permiten formarse una idea completa de lo que distingue la sustancia orgánica viva de otras sustancias que tienen formas análogas de agregación. Pero se puede adquirir una idea ya más aproximada, comparando el volumen ocupado por esa sustancia con el que ocuparían sus elementos, si no estuvieran combinados, aunque no sea posible todavía una comparación rigorosa, en el estado actual de la ciencia; porque no es posible decir qué expansión se produciría si los compuestos azoados pudieran descomponerse sin adición de movimiento externo. Sólo se puede dar solución satisfactoria, en cuanto a los elementos del agua, que forma próximamente los 4/5 del peso de un animal. Si el oxígeno y el hidrógeno del agua perdiesen su afinidad, ocuparían un volumen veinte veces mayor que el del agua de que provenían, suponiendo que no recibían más movimiento molecular que el latente en el agua a la temperatura de la sangre. Ahora, saber si la proteína en condiciones análogas se dilataría más o menos que el agua, es actualmente imposible; pero si se tiene en cuenta la naturaleza gaseosa de tres de sus cuatro elementos principales, la propiedad ya mencionada de los compuestos azoados, el gran número de átomos que hay de cada elemento, y la forma coloide del compuesto, no se puede menos de pensar que la expansión sería muy considerable. No estaremos, indudablemente, muy lejos de la verdad afirmando que: si los elementos del cuerpo humano se separasen bruscamente, ocuparían más de veinte veces el espacio que aquél ocupa. Así, el carácter esencial de la materia orgánica viva es: que posee a la par una cantidad enorme de movimiento latente y un grado de cohesión, que permite, por cierto tiempo, una coordinación fija.

104. Comparando entre sí los compuestos orgánicos, hallaremos nuevas pruebas de que la posibilidad de las redistribuciones secundarias que constituyen la evolución compuesta, depende de la conciliación de esas condiciones contrarias. Además de que los compuestos orgánicos difieren de los inorgánicos, tanto por la cantidad de movimiento latente, cuanto por la intensa cohesión de las partes, que acompaña a su integración progresiva, las diferencias en las cantidades de movimiento latente en diversos compuestos orgánicos van siempre acompañadas de diferencias en la intensidad de la redistribución.

El ejemplo más notable nos le presenta el contraste de la composición química de ambos reinos orgánicos. Los animales se distinguen de las plantas, no sólo por la mayor complicación de su estructura, si que también por la mayor rapidez con que en ellos se verifican los cambios de estructura, y sobre todo en que contienen, en mucha mayor proporción, compuestos azoados, -grandes depósitos, como sabemos, de movimiento latente. -Lo mismo puede decirse de las diversas partes de un animal: si algunas de ellas, como los cartílagos, aunque azoadas, son casi inertes, hay otras en que las redistribuciones secundarias se verifican activamente, y son precisamente aquellas en que predominan las moléculas de composición más compleja; por el contrario, las partes que, como la grasa, por ejemplo, se componen de moléculas relativamente simples, tienen una estructura sencilla y no experimentan alteraciones importantes.

Tenemos, pues, pruebas evidentes de que la continuación de las redistribuciones secundarias, que dan a los compuestos orgánicos su carácter más notable, depende de la presencia de ese movimiento latente en el agua que los empapa; y que, en igualdad de circunstancias, hay una relación directa entre la intensidad de la redistribución y la cantidad de agua contenida en el tejido orgánico. Se puede clasificar esas pruebas en tres grupos. Desde luego, todo el mundo sabe que se detienen todos los cambios que constituyen la vida de una planta, privándola de agua; la redistribución primaria continúa, puesto que la planta se reduce, se deseca, se integra cada vez más; pero la redistribución secundaria cesa. Lo mismo sucede en un animal, aunque sea menos conocido el hecho, y por cierto, como era de esperar, con mucha menor disminución de agua. Algunos animales inferiores nos presentan numerosas pruebas. Sabido es que desecando a los Rotíferos se les hace caer en un estado de muerte aparente, y humedeciéndolos de nuevo, resucitan. Cuando los ríos de África, en que habita el Lepidosaurio, están secos, ese animal permanece aletargado en el barro endurecido hasta que el río vuelve a correr, en la estación correspondiente. Humboldt refiere que, durante el estío, los caimanes de las Pampas yacen también como muertos bajo la superficie calcinada del suelo, a través de la cual se abren un camino, cuando la humedad vuelve. Lo mismo sucede, en general, a todo organismo que se desarrolla; así, la pequeña planta que acaba de ser plantada, tiene mucho más jugo que la planta adulta, y la intensidad de las transformaciones que en aquélla se operan, es mucho más considerable. En la parte del huevo, donde se principia a manifestar la organización en los primeros tiempos de la incubación, los cambios en el arreglo molecular son más rápidos que los que presenta una parte igual del cuerpo del pollo, ya fuera del huevo. Como se infiere de las predisposiciones respectivas para adoptar hábitos y costumbres, la estructura de un niño es más susceptible de modificaciones que la de un adulto, y la de éste más que la de un viejo; esos contrastes van acompañados de otros correspondientes, en las densidades de los tejidos; puesto que la proporción del agua a la materia sólida, disminuye conforme crece la edad. La misma relación se encuentra en las diversas partes del mismo ser orgánico. En un árbol, los cambios más rápidos de estructura se verifican en los extremos de las ramas, donde la proporción del agua a las sustancias sólidas es mayor, al paso que los cambios son muy lentos en la sustancia densa, y casi seca, del tronco. En los animales, hay un profundo contraste entre los cambios rápidos que se verifican en un tejido blando, como el cerebro, y los cambios lentos de los tejidos secos, no vasculares, como los pelos, uñas, cuernos, etc.

Otros grupos de hechos prueban también, con toda certeza que la cantidad de redistribución secundarla varía en un organismo, a igualdad de condiciones, según la cantidad de movimiento latente, que llamarnos calor. Concurren a probar la anterior proposición los contrastes de los diferentes organismos y de los diferentes estados de un organismo. En efecto, por regla general, la complicación de la estructura y las proporciones de los cambios de estructura son menores en el reino vegetal que en el reino animal, y el calor de las plantas es también menor, en general, que el de los animales. La misma relación se encuentra, comparando los varios grupos del reino animal. Desde luego, considerados en conjunto, los vertebrados tienen una temperatura mayor que los invertebrados, y también tienen mayor complicación y actividad orgánicas. En las subdivisiones de los vertebrados, se observa: que análogas diferencias en el estado de vibración molecular, corresponden a diferencias semejantes en el grado de evolución. Así, los vertebrados de organización más sencilla son los peces, y su temperatura no difiere generalmente de la del medio en que habitan; sólo un corto número la tienen decididamente mayor. Los reptiles, aunque llamados también animales de sangre fría, porque verdaderamente, como los peces, tampoco tienen poder para conservar una temperatura superior a la de su medio ambiente; sin embargo, como ese medio, que para la mayoría de los reptiles es el aire de los climas cálidos, tiene una temperatura media superior a la de los peces, la de los reptiles es también superior a la de aquéllos, como también lo es la complicación y actividad de sus funciones vitales. La misma progresión ascendente se continúa en los mamíferos y en las aves, cuya mayor complicación de estructura, y mayor actividad vital que en los peces y reptiles, corresponden fielmente a una mayor temperatura media, o sea mayor agitación molecular interna.

Con todo, los contrastes más instructivos son los que se observan en un mismo ser orgánico, a diferentes temperaturas. Las plantas nos presentan cambios de estructura, cuya importancia es función de la temperatura. Si la luz es un agente principal de los cambios moleculares necesarios para la nutrición de un vegetal, el calor no lo es menos; puesto que en invierno hay bastante luz, pero siendo el calor insuficiente, la vida vegetal está como suspendida, y prueba evidente de que la falta de calor es la única causa de esa suspensión, es que en la misma estación, las plantas cultivadas en invernaderos, donde reciben menor cantidad de luz, producen, sin embargo, hojas y flores. Las semillas, a las cuales la luz no sólo es inútil sino perjudicial, empiezan a germinar cuando la vuelta de las estaciones eleva el grado de agitación molecular, es decir, la temperatura. Análogamente, es preciso dar más o menos calor a los huevos de los animales ovíparos, para que sufran los cambios en cuya virtud se organizan. Los animales hibernantes son otra prueba de que la demasiada pérdida de calor retarda extraordinariamente las transformaciones vitales; y aun en los no hibernantes, una prolongada exposición al frío produce sueño, durante el cual, como es sabido, disminuye la intensidad de las funciones orgánicas, y si la sustracción de calor continúa, ese sueño conduce a la muerte o cesación de aquéllas.

He ahí una masa de pruebas generales y especiales. Los seres vivos se distinguen por hechos en conexión mutua: durante la integración sufren cambios secundarios notables, que otros seres no experimentan en tan grande escala, y poseen, a igualdad de volumen, inmensamente más cantidad de movimiento, hecho latente de varios modos.

105. Terminamos el último capítulo, diciendo: que si la evolución es siempre una integración de materia, y una disipación de movimiento, en la mayoría de los casos es algo más; y comenzamos el presente por una sumaria exposición de las condiciones en que la evolución no es sino integrativa o simple, y de las condiciones en que es compuesta. Ejemplificando ese contraste entro la evolución simple y compuesta, y explicando cómo se produce, hemos podido dar una vaga idea de la evolución en general, no pudiendo eludir anticipar algunas sobre su examen completo, que luego vamos a hacer.

Mas no debe importarnos; una idea preliminar, general, comprensiva, siquiera sea vaga o incompleta, es siempre útil y hasta necesaria para servir de introducción aclaratoria al desarrollo de un concepto completo. No es fácil hacer comprender, de una vez, una idea compleja, exponiendo una tras otra sus partes constituyentes, en sus formas precisas; puesto que si no existe de antemano el plan general en el espíritu del oyente, éste no combinará como es debido dichas partes. Está combinación no es posible sino cuando el oyente o lector sabe de qué modo han de estar combinados los elementos constituyentes; y el saberlo cuesta mucho trabajo, si no se tiene ya una idea general del objeto cuya idea compleja se quiere tener completa y exactamente.

Así, pues, todo lo que se ha dicho en los dos capítulos anteriores sobre la naturaleza de la evolución, no es indudablemente más que un ligero bosquejo; pero que será muy útil para comprender las relaciones mutuas de las diversas partes del inmenso cuadro, en que dicho bosquejo ha de desarrollarse. No se debe olvidar: que la historia completa de toda existencia apreciable está reducida a su evolución y su disolución; y que, bajo cualquier aspecto que se la considere, la evoluciones una integración o condensación de materia y una disipación de movimiento, acompañadas, las más veces, de otras transformaciones accesorias de materia y de movimiento. Por consiguiente, debe esperarse ver, en toda evolución, a la redistribución primaria, constituyendo: si es rápida, agregados sencillos; y si es lenta, agregados compuestos; porque esa lentitud permite acumularse y hacerse permanentes, a los efectos de las redistribuciones secundarias.

106. Es muy difícil seguir fielmente transformaciones tan vastas, tan variadas y tan complejas, como las que vamos a estudiar; porque, además de los fenómenos concretos de todos los órdenes, tenemos que ocuparnos de cada grupo de fenómenos, bajo diversos aspectos, de los cuales cada uno aislado de los otros no puede ser bien comprendido, ni tampoco puede ser estudiado al mismo tiempo que los otros. Ya sabemos que, durante la evolución, se verifican dos grandes clases de cambios, y pronto veremos que una de esas clases puede subdividirse. El encadenamiento de todos esos cambios es tal, que un orden o una clase de cambios no puede ser explicado sin recurrir, directa o indirectamente, a otra clase aún por explicar. No hay, pues, más remedio que sacar el mejor partido posible de esa posición difícil.

Esto supuesto, vamos a consagrar el capítulo siguiente al estudio detallado de la evolución, bajo su principal aspecto, contentándonos con reconocer tácitamente sus aspectos secundarios, cuando la exposición lo exija.

Por el contrario, los dos capítulos siguientes tratarán, cada uno bajo un aspecto, de las redistribuciones secundarias, no ocupándose de la primaria sino cuando sea inevitable.

En otro capítulo trataremos de un tercer carácter de las redistribuciones secundarias, más notable aún que los otros dos.




ArribaAbajoCapítulo XIV.

La ley de evolución.


107. Vamos, ahora, a comprobar la deducción con la inducción. Hemos dicho que todas las existencias sensibles deben, de uno u otro modo, y en tal o cual instante, llegar a poseer sus formas concretas, por operaciones de concentración, y hemos citado hechos que comprueban esa necesidad. Pero no habremos obtenido el conocimiento unificado que constituye la Filosofía, sino cuando sepamos cómo las existencias de todos los órdenes manifiestan una integración progresiva de materia y una pérdida simultánea de movimiento. Vamos, pues, a buscar la prueba directa de que el Cosmos en general obedece a esa ley; y para ello estudiaremos, cuanto la observación y el razonamiento lo permitan, los fenómenos que forman el objeto de la Astronomía y de la Geología, y también los que constituyen la materia de estudio de la Biología, la Psicología y la Sociología.

Nos ocuparemos preferentemente de las manifestaciones de la ley de evolución, más complejas que las hasta aquí manifestadas. Estudiando sucesivamente los varios órdenes de fenómenos, atenderemos menos al principio de que cada ser ha sufrido o sufre aún su integración, que al principio nuevo de que, en cada parte más o menos distinta de cada ser, la integración ha estado o está progresando. En vez de seres sencillos y de seres cuya complejidad se simplifica mentalmente, a propósito para estudiarlos, ahora nos ocuparemos de seres, tales cuales existen, compuestos, en su mayoría, de numerosos y variados elementos combinados de muchos modos; seguiremos sus transformaciones, bajo cada una de sus formas, notando el paso de la masa de un estado difuso a otro más concreto, y el de todas y cada una de las partes de la masa por una transformación análoga, durante la cual toman una individualidad propia, y una vez individualizadas, se hacen más complejas.

108. Desde luego, el sistema sidéreo, por su forma general, por sus grupos de estrellas que presentan todos los grados de densidad, por sus nebulosas en las que se ve todos los grados de condensación, y por todos cuantos aspectos se le considere, nos hace pensar que en él se opera doquier la concentración, en el conjunto y en las partes. Suponiendo que la materia del sistema sidéreo haya estado y esté sometida a la gravitación, se explican los grandes grupos de que está compuesto: desde las masas sólidas, hasta los grupos de copos rarificados que no se pueden distinguir sino con los más poderosos telescopios; desde las estrellas dobles, hasta los agregados tan complejos como las nebulosas. Pasemos al sistema solar, sin insistir más en el sidéreo, del cual basta con la prueba ya aducida.

Admitir el sistema tan aceptable de que el sistema solar proviene de una nebulosa, es admitir que está formado por integración de materia y pérdida concomitante de movimiento. El paso del sistema solar de un estado incoherente, y difuso, en una gran extensión, a un estado sólido y coherente, es un ejemplo claro y sencillo del primer aspecto de la evolución. Según la hipótesis nebular, al mismo tiempo que se verificaba la concentración gradual del sistema solar en todo su conjunto, se verificaba también otra concentración en cada una de sus elementos parcialmente independientes. La materia de cada planeta, metamorfoseándose sucesivamente en anillo nebuloso, en esferoide gaseoso, en esferoide líquido y, finalmente hasta ahora, en esferoide solidificado exteriormente, ha reproducido los rasgos principales de la integración del sistema solar. Lo propio sucede a cada satélite. Además, al mismo tiempo que la materia del conjunto del sistema, como también la de cada uno de sus elementos parcialmente independientes, se integraban, se verificaba también otra integración, manifestada por el incremento de la complejidad de combinaciones entre las partes. Así, los satélites de cada planeta forman con él un grupo en equilibrio; los planetas y sus satélites forman con el Sol un grupo más complejo, cuyas partes están más fuertemente ligadas que lo estaban en la nebulosa de que provienen.

Aun prescindiendo de la hipótesis nebular, el sistema solar nos suministra actualmente pruebas de su integración. Sin tener en cuenta la materia cósmica meteórica, que se precipita continuamente sobre la tierra y muy probablemente sobre los demás planetas y sobre el Sol, en gran cantidad, hay otros dos hechos ya comprobados: uno el retardo apreciable de los cometas por el Éter y el retardo probable de los planetas, retardos que, con el tiempo, deben hacer caer sobre el Sol dichos astros y otro la pérdida incesante del movimiento solar bajo la forma de calor radiante, pérdida que acompaña la integración incesante de su masa.

109. Pasemos ahora de la evolución que podemos llamar astronómica a la evolución geológica. La historia de la Tierra, tal como la revela la estructura de su costra sólida, nos conduce a considerar ese estado de fusión de que habla la hipótesis nebular, y ya hemos visto (69) que los fenómenos geológicos ígneos son efectos de la consolidación progresiva de la sustancia terrestre, y de la pérdida de movimiento latente que la acompaña. Presentemos algunos ejemplos de los efectos generales y locales de esos dos grandes hechos.

Prescindamos del período, durante el cual los elementos más volátiles, actualmente sólidos, estaban, en virtud de la gran temperatura, en estado gaseoso; y comencemos desde la época en que, siendo aún la temperatura de la Tierra superior a 100º C., la inmensa masa de agua que hoy recubre los 3/5 de su superficie, existía en estado de vapor. Ese enorme volumen de agua desintegrada se integró cuando la disipación del movimiento latente de la Tierra hizo descender su temperatura a menos de 100º C.; dejando, sin embargo, una parte aún no integrada, parte sumamente pequeña de la masa primitiva, y que sería aún mucho menor, si no absorbiese continuamente parte del movimiento molecular que el Sol nos comunica. La formación de la costra terrestre es otro ejemplo de análogos efectos y causas. En ella vemos una delgada película sólida, hendida por muchas partes, y agitada continuamente por la materia fundida y gaseosa que recubre, irse haciendo tan fuerte y espesa, que sólo puede ser rota o removida en alguno que otro sitio, y en pequeña escala, relativamente, por las fuerzas perturbatrices. Esa solidificación exterior o superficial es un ejemplo de la concentración que acompaña a la pérdida de movimiento latente; la disminución de volumen, que revelan las arrugas de la costra terráquea, es otro.

A la par que esa integración general, se han verificado otras parciales. Un esferoide en fusión, simplemente recubierto de unas pocas materias sólidas, no podía presentar sino pequeñas islas y pequeñas masas de agua; para que las diferencias de nivel tengan una magnitud que permita la formación de vastas islas y de grandes mares, es necesaria una costra de algún espesor y rigidez; y así, solamente después que la costra sólida terráquea hubo adquirido suficiente espesor, se formaron los continentes separados por los Océanos. Lo mismo ha sucedido a las grandes montañas: la aplicación íntima de una costra delgada sobre su contenido, que seguía enfriándose y contrayéndose, no podía producir sino crestas poco elevadas; era preciso una costra, ya de espesor y resistencia relativamente grandes, para que fuese posible la formación de las grandes cadenas de montañas. Análogamente también se habrán formado los terrenos llamados de sedimento: en las épocas primitivas la descomposición no actuaba sino sobre pequeñas superficies, y por tanto, sólo producía depósitos de extensión y espesor poco considerables. La reunión de los depósitos en inmensos estratos y de éstos en vastos terrenos, implica la existencia de mares y de continentes, como también la de extensas y profundas elevaciones y depresiones; luego también las integraciones de ese orden han debido ir siendo más pronunciadas, a medida que se espesaba la costra terráquea.

110. Sabemos ya, que la evolución orgánica es, en su esencia, la formación de un agregado por la incorporación continua de materia esparcida antes en mucho más espacio. No hay sino recordar que cada planta crece, concentrando en sí elementos difundidos en una gran extensión, la mayoría gaseosos, y que cada animal se nutre, asimilándose esos elementos ya concentrados en las plantas o en otros animales. Pero es conveniente completar esa idea general de la vida, haciendo ver que la historia de la planta y del animal nos confirman: se verifica en ellos la misma operación fundamental, y con más fuerza o intensidad en sus primeros que en sus últimos estados. En efecto, el germen microscópico de cada organismo, permanece mucho tiempo sin experimentar otros cambios que los producidos por la absorción y la nutrición; las células implantadas en el tejido del ovario no se convierten en óvulos, sino creciendo a expensas de las materias adyacentes; mas, después de la fecundación, comienza una evolución más activa, cuyo carácter más notable es la atracción hacia el centro germinativo de toda la sustancia del huevo.

Pero, en este caso, debemos dirigir nuestra atención sobre las integraciones secundarias que acompañan habitualmente a la primaria; hemos de notar cómo, a la par que el incremento de las masas, se verifica una concentración y una consolidación de la materia bajo la forma de partes distintas unas de otras, una combinación más y más íntima de esas, partes. Por ejemplo, en el embrión de los mamíferos, el corazón, que no es primeramente sino un largo vaso sanguíneo pulsátil, se tuerce poco a poco sobre sí mismo, y se integra. Las células de bilis que constituyen el hígado rudimentario, no sólo se aíslan luego, de la pared del intestino en que estaban alojadas, sino que, acumulándose, se integran bajo la forma de un nuevo órgano. Los segmentos anteriores (en el hombre, superiores) del eje cerebro -espinal, que, al principio, formaban un todo continuo con los otros, de los cuales no se distinguían sino por su mayor volumen, se unen gradualmente; y al mismo tiempo, la cabeza, resultado de esa unión, forma una masa muy distinta del resto de la columna vertebral; una cosa análoga sucede en los demás órganos y en el cuerpo entero, que se integra de una manera parecida a la de un pañuelo que contiene objetos y se lo doblan y anudan las puntas para hacer un paquete con lo que contiene. Análogos cambios se producen desde el nacimiento hasta la vejez. En el hombre se opera el endurecimiento del tejido óseo: en la infancia, por la reunión de las partes de un mismo hueso, osificadas alrededor de centros distintos; y en la vejez, por la reunión de huesos, distinto en su origen. Los apéndices vertebrales se unen con el cuerpo de la vértebra respectiva, no terminando generalmente ese cambio hasta los treinta años. Al mismo tiempo, las apófisis formadas aparte de los huesos, a los que pertenecen, se unen a ellos por la transformación ósea de las partes cartilagíneas, que antes las ligaban. Las vértebras que componen el sacro, separadas hasta los diez y seis años, próximamente, comienzan entonces a unirse; estando ya completamente unidas al cabo de otros diez o doce años. La unión de las vértebras coxígeas se verifica aún algo más tarde, y otras soldaduras óseas no se verifican hasta una edad mucho más avanzada. Digamos, por último, que el incremento de la densidad y de la dureza de los tejidos, que se continúa durante toda la vida, no es otra cosa que la formación de una sustancia en su mayor grado de integración.

Se puede seguir en todos los animales las varias especies de cambios de que acabamos de dar ejemplos en el desarrollo del cuerpo humano. Milne Edwards y otros sabios han descrito el modo de desarrollo, que consiste en la unión de las partes similares primitivamente separadas, haciendo sus observaciones en varios invertebrados. Pero no han observado un hecho esencial del desarrollo orgánico, la integración local, que, sin embargo, es tal vez el más importante y que vamos a seguir, no solamente en las fases sucesivas de un mismo embrión, sino también en la escala ascendente del reino animal.

Considerada de esos dos modos, es a la vez longitudinal y transversal; estudiémosla, pues, bajo esas dos formas. El grupo de los articulados nos ofrece abundantes ejemplos de la integración longitudinal. Los seres más inferiores de ese grupo -los miriápodos y gusanos- están caracterizados, en su mayoría, por el gran número de segmentos de que están formados, número que llega en algunos a muchas centenas. Pero en las clases superiores -insectos, crustáceos y arácnidos -el número de segmentos desciende a veintidós, trece y aun menos; y esa reducción va acompañada de un acortamiento o integración de todo el cuerpo, que alcanza su límite en el cárabo y en la araña. Cuando se estudia el sentido de esas diferencias, se ve en ellas la expresión general de la evolución, si se observa que son análogas a las que presentan las diversas edades del desarrollo de cada articulado. En el cangrejo de mar, la cabeza y el tórax forman un todo, compuesto de piezas soldadas, que son separables en el embrión. Análogamente, la mariposa nos ofrece segmentos más íntimamente unidos que la crisálida, y tanto, que a veces no se puede distinguirlos. Los vertebrados ofrecen también ejemplos, en sus diversas clases, de esa integración longitudinal. En la mayor parte de los peces, y en los reptiles que no tienen extremidades, las vértebras no se sueldan. En la mayoría de los mamíferos y en las aves, un número variable de vértebras se sueldan para formar el sacro; en los monos antropomorfos y en el hombre, las vértebras caudales pierden su individualidad para formar el coxis. Lo que llamamos integración transversal se manifiesta claramente en el desarrollo del sistema nervioso de los articulados. Prescindamos de los tipos inferiores, cuyos individuos no presentan ganglios distintos, y observemos que los articulados inferiores, como las larvas de los superiores, tienen una doble cadena de ganglios de un extremo a otro del cuerpo, y en los más perfectos esa doble cadena se reduce a una sola. M. Newport ha descrito el curso de esa concentración en los insectos, y Rathke la ha seguido en los crustáceos. En el astacus fluviatilis o cangrejo de río, hay en su primera edad un par de ganglios separados, en cada anillo; después, de los catorce pares correspondientes a la cabeza y al tórax; los tres pares situados delante de la boca se sueldan, formando el encéfalo o ganglio cefálico. En los seis primeros pares siguientes se unen los dos ganglios de cada par en la línea media, permaneciendo separados los de los cinco pares restantes. De los seis ganglios dobles formados por aquella unión, los cuatro anteriores se sueldan en una sola masa y los otros dos en otras y luego esas dos masas se unen también en una sola.

Vemos, pues, en todo eso la marcha simultánea de la integración longitudinal y de la transversal, y ambas son aun más notables en los crustáceos superiores. Los Vertebrados nos presentan un buen ejemplo de la integración transversal, en el desarrollo del aparato generador. Los mamíferos inferiores los Monotremas -están provistos, como las aves (con las que tienen otras muchas analogías), de oviductos, que en su extremo inferior se dilatan para formar cavidades, de las que cada una desempeña, aunque imperfectamente, las funciones de un útero. «En los Marsupiales hay, en la línea media, una aproximación mayor de los dos sistemas laterales de órganos, porque los oviductos se tocan, sin soldarse, en la línea media, de modo que las cavidades uterinas forman un verdadero útero doble. Ascendiendo en la serie de mamíferos monodelfos, se observa cada vez más completa esa integración lateral de los órganos generadores. Así, en muchos roedores el útero está dividido por un tabique en dos mitades laterales, mientras que en otros forma un solo y verdadero útero, como en la mujer. Dicho órgano se desarrolla a expensas de las trompas laterales, en los hervívoros superiores y en los carniceros; hallándose aún, en algunos cuadrumanos inferiores, el útero algo hendido en el vértice6

Para completar el estudio de las integraciones orgánicas, quédanos por notar algunos casos que no se presentan en los límites de un solo organismo, y que no implican, sino indirectamente, concentración de materia y pérdida de movimiento; aquellas, en fin, en virtud de las cuales dependen unos de otros los organismos. Podemos clasificarlas en dos grupos: las que se verifican en una sola especie y las que tienen lugar entre especies distintas. Los animales tienen más o menos tendencia a vivir asociados, y cuando esa tendencia es muy marcada, no se limitan a juntarse, sino que forman diversos grados de combinación. Las bestias que cazan en comandita ponen centinelas, obedecen a jefes, forman, en una palabra, una especie de sociedad cooperativa. En los mamíferos y aves polígamos esta dependencia o unión es más íntima; algunas sociedades de insectos tienen tal consolidación, que fuera de ellas no pueden existir aislados sus individuos. Por último, para ver la mutua unión y dependencia de todos los organismos en general, es decir, la integración continua del reino orgánico en su conjunto, basta recordar: 1.º, que todos los animales viven directa o indirectamente de plantas, y éstas absorben el ácido carbónico exhalado por aquéllos; 2.º, que los animales carnívoros no podrían existir sin los hervívoros; y 3.º, que un gran número de vegetales no pueden reproducirse sin el auxilio de los insectos. No entraremos en detalles de los bellos ejemplos de esas conexiones complejas, puestos por Darwin; basta decir que la flora y la fauna de cada región constituyen un todo tan bien integrado, que muchas especies perecen cuando se las transporta a otra región.

Debe también hacerse notar que esta integración progresa, al mismo tiempo que la evolución orgánica.

111. Los fenómenos estudiados en el párrafo precedente sirven de introducción a otros de orden superior, con los cuales deberían, en rigor, estar agrupados, y a los que llamaremos, a falta de otro nombre más propio, superorgánicos; puesto que, los cuerpos inorgánicos nos presentan ciertos hechos; los orgánicos presentan otros, la mayoría más complicados; mas hay aún otros hechos que ningún ser organizado muestra, aislado de los demás seres, pero que resultan de las acciones que esos seres vivos, y reunidos o asociados, ejercen unos sobre otros y sobre los seres inorgánicos. Aunque los fenómenos de ese orden estén ya bosquejados en los organismos inferiores, no se manifiestan plenamente sino en las sociedades humanas; podemos, pues, considerarlos como propios de la vida social.

Los organismos sociales nos presentan numerosos y claros ejemplos de cambios integrativos: en las sociedades salvajes, la unión de familias errantes en tribus numerosas, como los Bosquimanos; la sujeción de las tribus débiles por las fuertes, y la subordinación de los jefes respectivos al jefe vencedor. Las combinaciones que resultan de la conquista están continuamente haciéndose y deshaciéndose en las tribus primitivas, siendo relativamente más permanentes en las razas civilizadas. Si seguimos los períodos recorridos por nuestra nación u otra de las vecinas, vemos que esta unificación se repite periódicamente cada vez en mayor escala, y gana en estabilidad. Primitivamente, las agrupaciones de los jóvenes y de sus hijos bajo los ancianos, y en consecuencia, las de vasallos bajo sus señores; después la subordinación de los nobles inferiores a los duques y condes; luego la institución del poder real sobre el de aquéllos, son otros tantos ejemplos de subordinación, de integración creciente. La operación de agregarse las pequeñas enfitéusis en feudos, de éstos en provincias, de éstas en reinos, y de los reinos limítrofes en imperios, se completa lentamente, por la destrucción de las líneas de demarcación primitivas. Si consideramos las naciones europeas como formando un todo: en su tendencia a formar alianzas, más o menos duraderas; en las restricciones puestas a las influencias, ejercidas por los gobiernos unos sobre otros; en el sistema de someter a la decisión de un congreso los conflictos internacionales; y en la supresión de las barreras comerciales y facilitación de las comunicaciones; vemos los principios de una federación europea, es decir, de una integración muelle más vasta que todas las existentes.

Pero la ley no sólo se manifiesta en esas uniones de grupos con grupos, si que también en las uniones que se verifican dentro de cada grupo, a medida que se elevan a superior organización. Esas uniones son de dos órdenes, unas regulativas y, otras operativas. Lo que distingue a una sociedad civilizada de otra bárbara, es el establecimiento de las clases regulativas. de los hombres de Estado, administradores, eclesiásticos, militares, legistas, etc., que, al mismo tiempo que forman esos grupos distintos o subclases, constituyen una clase general, por cierta comunidad de privilegios, de nacimiento, de educación, de relaciones sociales. En algunas sociedades completamente desarrolladas, según cierto tipo, la consolidación en castas y la unión de las castas superiores que se separan de las inferiores, han llegado a ser may marcadas; y no pueden dejar de serlo sino por las metamorfosis sociales producidas por el régimen industrial. Las integraciones que acompañan a la organización industrial u operativa, no sólo pertenecen a la clase de integraciones indirectas, sino que son también integraciones directas, acumulaciones físicas. Hay integraciones consecutivas, que provienen del simple incremento de las partes vecinas que desempeñan funciones análogas; como, por ejemplo, la unión de Manchester con sus arrabales que fabrican las telas de algodón. Otro caso de integración se verifica cuando, en vez de varias manufacturas de una mercancía, una sola monopoliza la fabricación, atrayendo a todos los obreros, y haciendo a las otras decaer y cerrarse; así los distritos de Yorkshire, donde se fabrican paños, se pueblan a expensas de los del Oeste de Inglaterra; así el Strasfordshire absorbe las manufacturas de alfarería, habiendo caído en decadencia las que antes florecían en el Derby. Hay integraciones en el seno de una misma población; por ejemplo, la concentración de las librerías del Paternoster Row, la de los tratantes en granos de Mark Lane, la de los ingenieros civiles en Great George Street, la de los banqueros en la Cité.

Otras combinaciones industriales consisten, no en la aproximación o fusión de partes, sino en el establecimiento de centros que sirven de unión a esas partes; ejemplos: las oficinas de liquidación de la Banca y de los caminos de hierro. Hay también otra especie de concentración, la que consiste en las asociaciones de individuos de la misma profesión, como la Bolsa para los comerciantes y los cuerpos de Ingenieros civiles, de Agricultura, etc.

Parece que hemos terminado ya. Hemos seguido la ley hasta en las sociedades humanas, y no parece posible ir más allá. Pero no es así: entre los fenómenos que hemos llamado superorgánicos hay diversos grupos que presentan ejemplos muy interesantes de la ley. Sin duda, no se puede decir que la evolución de los varios productos de la actividad humana suministra un ejemplo directo de la integración de la materia, y de la disipación de movimiento, pero sí ejemplos indirectos. En efecto, los progresos del lenguaje, de las ciencias y de las artes industriales y bellas, son un proceso verbal objetivo de cambios subjetivos. Los cambios de estructura en los seres humanos, y los concomitantes en los agregados de seres humanos producen cambios correlativos en todas las creaciones humanas. Lo mismo que en lo sellado se nota el cambio del sello, en la integración del lenguaje, de la Ciencia y del Arte, vemos el reflejo de la integración progresiva de ciertas agrupaciones de la estructura humana, ya en el individuo, ya en la sociedad. Consagremos un párrafo a cada grupo.

112. En las razas incivilizadas, los nombres polisilábicos usados para designar objetos que no son raros, así como el sentido descriptivo de los nombres propios, nos dicen que las palabras usadas para nombrar las cosas menos familiares están compuestas de las palabras usadas para nombrarlas cosas más familiares. Se observa alguna vez esa facultad de combinación en su primer período, cuando las palabras componentes se unen temporalmente para significar un objeto sin nombre, y no se unen para siempre porque su uso no es bastante frecuente. Pero, en la mayoría de las lenguas inferiores, la aglutinación, como se llama a esa operación, ha sido llevada bastante lejos para dar estabilidad a las palabras compuestas; hay, pues, una verdadera integración. Para ver cuán débil es esa integración, comparada con la de las lenguas bien desarrolladas, preciso es comparar la longitud de las palabras compuestas, usadas para designar cosas y actos frecuentes, y la facilidad de separar sus elementos. Hay en la América Septentrional idiomas que suministran bellos ejemplos. En un vocabulario del idioma ricáreo, compuesto de cincuenta nombres de objetos comunes, que en inglés son todos monosilábicos, no hay ni uno de esa condición; el vocabulario de los Pawneos, cuya lengua es de la misma familia que la ricárea, no tiene tampoco sino dos palabras monosilábicas entre todas las correspondientes a las antes citadas. Así, el perro (dog) y el arco (bow) se llaman en pawneo ashahish y teeragish; la mano (hand) se nombra iksheere, el ojo heereekoo; el día (day) shahoorooeeshairet, y el diablo (devil) tsaheekshkokooraiwah; los nombres de dos a cinco sílabas llegan hasta siete en ricáreo. La historia de la lengua inglesa, demuestra que la gran longitud de las palabras familiares implica un grado inferior de desarrollo en el idioma y que, cuando una lengua imperfecta tiende hacia la perfección, hay una verdadera integración que convierte las palabras polisílabas en di y en monosílabas. La voz anglo-sajona steorra se ha convertido con el tiempo en star (estrella), mona en moon (luna) y nama en name (nombre). El semi-sajón nos permite seguir paso a paso la transición. Sunu se convirtió en semi-sajón en sune, y en inglés en son: la e final de sune es la forma por la cual la u primitiva se eliminó. En el paso del plural anglo-sajón formado por la sílaba distinta as, al plural inglés formado por la unión de la consonante s, nótase también la operación que estudiamos; y análogamente, en la supresión de la terminación an del infinitivo de los verbos, como por ejemplo, la transición del cuman anglo-sajón al cumme semi-sajón y al come inglés. Desde que el idioma inglés se ha formado, la integración prosigue lentamente. En tiempo de la reina Isabel, los verbos tomaban aún, en plural, la desinencia en; se decía we tellen en, vez de we tell que se dice ahora, y aún se oye aquella forma primitiva en algunos cantones rurales. Del mismo modo la terminación ed del tiempo pasado se ha unido a la palabra que modifica; burn-ed se ha convertido en burnt (quemado); en la pronunciación, y muchas veces aun en la escritura, la t final ha sustituido a la sílaba ed, no viéndose conservar la inflexión antigua sino en los casos en que se conservan las antiguas formas, como en el servicio divino. Vemos también que las vocales compuestas se han reducido, en muchos casos, a vocales simples; así, en bread, pan, la e y la a son dos sonidos distintos, y la prueba es que en algunos distritos en que aún se conservan las antiguas costumbres, se pronuncian distintamente esas dos vocales; lo general es, sin embargo, pronunciar bred, y análogamente en otros muchos vocablos usuales. Vemos, en fin que cuando la frecuencia de la repetición llega a su máximum, la contracción se hace más pronunciada; por ejemplo: lord, primitivamente laford, se convierte en lud en boca de los abogados, y, lo que es más notable, God be with you (Dios sea con vosotros, adiós), se convierte en Good bye.

Y no sólo se integran los idiomas por la abreviación de las voces, sino también por su coordinación sintáxica. Las lenguas inferiores, que sólo poseen nombres y verbos sin inflexión, no permiten esa unión íntima de los elementos de una proposición; unión verificada en otras lenguas, sea por inflexiones, sea por palabras conectivas; aquéllas merecen el nombre de lenguas incoherentes; tal es la lengua china, cuyos giros podemos imitar, si en vez de decir: voy a Londres, los higos vienen de Turquía, el sol brilla a través del aire, decimos: voy fin Londres, los higos origen Turquía, el sol brilla paso aire. Hay una prueba muy clara de la transición por aglutinación de esa forma aptótica a la forma en que las conexiones de las palabras se expresan por la adición de algunas voces inflexionales. «En la lengua china -dice Mr. Latham- las palabras separadas más usuales que expresan relaciones, pueden convertirse en afijos o prefijos. Las numerosas lenguas inflexionales pueden dividirse en dos clases: en la una las inflexiones no parecen haber sido palabras separadas, y en la otra se puede demostrar que lo han sido primitivamente.

Por consiguiente, las lenguas aptóticas llegan a ser, por el uso cada vez más constante de los complementos, esas lenguas aglutinadas, en las que se puede notar la separación primitiva de las partes inflexionales; y de esas nacen, por el uso aún más frecuente de las voces, las lenguas amalgamadas, en que las partes inflexionales no pueden ser reconocidas. En apoyo de esa conclusión hay un hecho irrebatible, y es que por la unión de voces de lenguas amalgamadas se han formado las lenguas anaptóticas, de las que es ejemplo la inglesa. En éstas han desaparecido las inflexiones, casi completamente, por efecto de una nueva consolidación, y se han introducido nuevas palabras para expresar las relaciones de las primeras (verbos auxiliares que modifican el sentido de los sustantivos). Puesto que las inflexiones anglo-sajonas se han perdido, poco a poco, por contracciones, en el desarrollo de la lengua inglesa; y las del latín han desaparecido, aunque no tan completamente, sin duda, en el de la lengua francesa, no podemos negar que la construcción gramatical se modifica por integración; y cuando vemos, tan claramente, cuán bien explica la integración los primeros ensayos de estructura gramatical, no podemos dudar de que esa operación haya jugado un gran papel desde el principio.

Otra especie de integración se efectúa, al mismo tiempo, y se regula por la acabada de estudiar. Hemos visto que las lenguas aptóticas son por necesidad incoherentes, que en ellas no pueden ligarse los elementos de una proposición y formar un todo; pero a medida que en su desarrollo se forman palabras con inflexión, se hace más posible unirlas para formar frases cuyos elementos contraen una dependencia mutua tan íntima, que no se puede cambiar algo sin cambiar el sentido de la frase.

Pues todavía hay otro grado en el progreso de esa concentración. Después de la formación de esos elementos gramaticales que hacen posibles las proposiciones precisas, no se ve desde luego que sirvan para expresar otra cosa que proposiciones simples: un sujeto, un atributo y algunos calificativos; eso es todo lo expresable de ese modo. Si comparamos, por ejemplo, las escrituras hebraicas con nuestros escritos modernos, nos sorprenderá; hallar una diferencia marcada de agregación entre los grupos de palabras. Muchas frases de los escritos modernos nos muestran un grado de integración desconocido en la antigüedad, a saber: el número de proposiciones subordinadas que acompañan a la principal, los diversos complementos de los sujetos y de los atributos, y las numerosas cláusulas calificativas que se unen para formar un todo complejo.

113. La historia de la Ciencia presenta a cada paso hechos de la misma significación. Se puede decir que la integración de los grupos de seres semejantes y de las relaciones semejantes constituye la parte principal del progreso científico. Basta echar una ojeada sobre las ciencias de clasificación para hacernos comprender que las agregaciones confusas que hace, el vulgo, agrupando los objetos de la naturaleza, se hacen más completas y coherentes y se ligan entro sí en grupos y subgrupos, en dichas ciencias. Así, en vez de considerar como un sólo grupo todos los animales marinos, terrestres, etc., la zoología establece divisiones y subdivisiones, con los nombres de vertebrados, articulados, moluscos, etc.; en vez del conjunto vago o inmenso designado vulgarmente con el nombre de gusanos, la Ciencia ha instituido las clases de Annélidos, Miriápodos, Arácnidos, etc. Los varios órdenes y géneros de que cada una de esas clases se compone, están colocados según sus afinidades y ligados por definiciones comunes; a la vez que, por los progresos de la observación y de una crítica rigorosa, las formas antes desconocidas o indeterminadas se integran con sus congéneres respectivas. La integración no se manifiesta menos claramente en las ciencias que tienen por objeto, no seres clasificados, sino relaciones clasificadas. Bajo uno de sus principales puntos de vista el progreso científico es el progreso de la generalización; y generalizar es unir en grupos todas las coexistencias semejantes, y las consecuencias semejantes de los fenómenos. La reunión de muchas relaciones concretas en una generalización de orden inferior, es el ejemplo más sencillo, y la reunión de generalizaciones inferiores en superiores, y así sucesivamente, es el ejemplo más complejo. Cada año se ve establecer relaciones entre fenómenos, y órdenes de fenómenos, que parecen no tener entre sí relación alguna; esas relaciones, una vez multiplicadas y confirmadas suficientemente, ligan con un lazo común todos esos órdenes, a primera vista extraños unos a otros. Cuando, por ejemplo, Humboldt cita el adagio suizo: «va a llover, porque se oye de más cerca el ruido de los torrentes,» es preciso notar la relación que liga ese dicho con una observación hecha por él, a saber: que se oyen a mayor distancia las cataratas del Orinoco, de noche que de día; cuando hace notar la analogía esencial de esos dos hechos con otro: la claridad insólita con que se ven los objetos lejanos es también signo de lluvia próxima; y en fin, cuando asigna por causa común de esas variaciones, la resistencia menor que la luz y el sonido experimentan, en atravesar medios relativamente homogéneos por su temperatura o su estado higrométrico, no hace sino abrazar en una sola generalización los fenómenos de luz y los de sonido. Habiendo demostrado la experiencia que esos dos órdenes de fenómenos obedecen a las mismas leyes de reflexión y refracción, gana probabilidades la hipótesis de que son ambos producidos por ondulaciones, y dos grandes órdenes de fenómenos antes sin conexión, comienzan a integrarse. Una integración más caracterizada se verifica entre las secciones o subciencias antes independientes, que tratan respectivamente de la luz, de la electricidad y del magnetismo.

La integración irá evidentemente más lejos. Las proposiciones formuladas en los capítulos precedentes con los nombres de Persistencia de la fuerza, Transformación y equivalencia de las fuerzas, Dirección del movimiento y Ritmo del movimiento, unen en un solo haz todos los fenómenos de todos los órdenes. En fin, si la Filosofía, tal como la entendemos, es posible, se llegará necesariamente a una integración universal.

114. Las artes industriales y bellas no dejan de suministrarnos pruebas igualmente decisivas de la ley de integración. El progreso, que ha reemplazado la pequeña y sencilla herramienta de los primeros tiempos por las grandes y complicadas máquinas modernas, es un progreso de integración. Entre las fuerzas, o más bien máquinas, usadas en Mecánica, la sustitución de la palanca por el torno ha sido un progreso, verificado pasando de un agente simple a un agente compuesto de varios agentes simples. Comparando el torno y otras máquinas empleadas en los primeros tiempos con las usadas hoy, vemos que cada maquina moderna se compone de muchas máquinas primitivas combinadas en una sola. Un taller moderno de hilar, o de tejer, o de hacer puntillas, o de hacer encajes, se compone no solamente de una palanca, de un tornillo, de un plano inclinado y de un torno unidos de cualquier modo, sino de varias de esas máquinas primitivas integradas en un solo organismo. Añádase que en los primeros tiempos, cuando no se empleaba más que la fuerza del hombre o la del caballo, el agente motor no estaba ligado al útil que ponía en movimiento; pero hoy el útil y el motor están reunidos frecuentemente en un solo aparato. El hogar y la caldera de la locomotora están combinados con el mecanismo que el vapor hace moverse; se puede ver una integración aún más comprensiva o de más elementos en una manufactura; allí se ve gran número de máquinas complicadas, ligadas todas por medio de los árboles y correas de transmisión a la máquina de vapor, unidas todas en un solo aparato.

Pasemos a las artes. ¡Qué contraste entre las decoraciones murales de los Egipcios y Asirios, y nuestras pinturas históricas! Prueba manifiesta del gran progreso verificado en cuanto a la unidad de composición, la subordinación de las partes al todo. Verdad es que entre esos frescos antiguos, los hay que están compuestos de pinturas algo relacionadas entre sí; relaciones indicadas en las diversas figuras de cada grupo por sus actitudes, pero casi nunca por su expresión; se podría separar los grupos sin cambiar el sentido de la pintura; a veces el objeto capital o centro de unión de todas las partes, apenas se distingue. El mismo carácter se nota en las tapicerías de la Edad Media; si el objeto es una escena de caza, los hombres, los caballos, los perros, las bestias feroces, los pájaros, los árboles, las flores, están esparcidos sin orden ni concierto; los seres vivos están como distraídos e ignorantes de que hay otros a su lado. En las pinturas posteriores, aunque haya aún muchas defectuosas, hay, al menos, una coordinación mayor o menor de las partes, una ordenación de las actitudes, de las expresiones, de la luz, de los colores, que hace del cuadro un todo orgánico, y la habilidad con que el pintor saca de los elementos variados de su obra, la unidad del efecto es el principal y mayor mérito.

En la música, la integración progresiva tiene un número mayor de modos de verificarse. La cadencia simple, que no comprende sino un corto número de notas, reproducidas, como sucede en los cantos de los salvajes, con monotonía, se convierte, en las razas civilizadas, en una larga serie de frases musicales, combinadas en un todo; la integración llega a ser tan completa que la melodía no puede ser interrumpida en medio, o privada de la nota final, sin dejarnos el sentimiento desagradable de una cosa no terminada o defectuosa. Si a la melodía se añade un bajo, un tenor, un barítono; si a la armonía de voces distintas se une un acompañamiento, se produce una integración de otro orden, cada vez más complejo. Un grado más, y los solos complejos, los trozos concertados, los coros y los efectos de orquesta, se combinan y producen el conjunto grandioso de una ópera; y no debe olvidarse que la perfección artística de una ópera consiste, sobre todo, en la subordinación de los efectos particulares al efecto total.

La literatura, tanto en sus obras dramáticas, como en las narrativas, nos presentan ejemplos de una integración análoga. Los cuantos de los tiempos primitivos, tales como los refieren aún los árabes de Oriente, están compuestos de acontecimientos sucesivos, que, no sólo no son naturales, sino que no tienen conexiones naturales; son aventuras contadas en un orden que nada tiene de necesario, ni aun de verosímil, a veces. Pero ahora, en las buenas novelas y obras dramáticas, los acontecimientos son productos necesarios de los personajes en condiciones dadas; y no se puede cambiar su orden y naturaleza, sin cambiar el efecto general, o destruirle. Además, en las ficciones primitivas, los personajes hacían su papel respectivo, sin mostrar que sus ideas y sus sentimientos fuesen modificados por los otros personajes y por los sucesos; ahora están unidos por relaciones morales complejas; accionan y reaccionan mutuamente unos sobre otros.

115. La evoluciones, pues, bajo el primer punto de vista que la estudiamos, un cambio desde una forma menos a otra más coherente, a consecuencia de disipación de movimiento y de integración de la materia. Es la marcha universal que siguen las existencias sensibles, individualmente y en su conjunto, durante el período ascendente de su historia. Tales son los caracteres de los primeros cambios que el Universo ha debido atravesar, como también de los últimos cambios operados en la sociedad y en los productos de la vida social. Por doquier, la unificación marcha simultáneamente.

Durante la evolución del sistema solar, de un planeta, de un organismo, de una nación, verifícase siempre una agregación progresiva de la masa entera; lo cual prueban dos hechos, ya se consideren aislados, ya unidos: la densidad de la materia, ya contenida en la masa, crece; y además nueva cantidad de materia es atraída o incorporada. Mas, en todos los casos, la agregación implica una pérdida de movimiento relativo; al mismo tiempo, las partes procedentes de la división de la masa se consolidan todas del mismo modo, de lo cual vemos un ejemplo en la formación de los planetas y de los satélites, verificada durante la concentración de la nebulosa que dio origen al sistema solar; otro en el incremento de los órganos distintos, que marcha a la par que el del organismo entero; y otro, finalmente, en la aparición de los centros industriales y de las masas especiales de población que acompañan a la aparición de cada sociedad. En general, a la vez que la integración total, se verifica una integración más o menos local; y entonces, no sólo la yuxtaposición de los elementos del conjunto se hace más compacta, como también la de los componentes de cada parte, sí que también, la combinación que hace depender las partes unas de otras, se hace más íntima. Esta dependencia mutua, débilmente bosquejada en los seres inorgánicos celestes y terrestres, se hace más distinta en los seres orgánicos y superorgánicos. Desde las formas vivas inferiores, hasta las más elevadas, el grado de desarrollo está marcado por el grado de agregación de las partes que constituyen un todo. El progreso que se observa desde los seres que continúan viviendo cortados en pedazos, hasta los que perecen cuando pierden alguna parte importante de su cuerpo, y sufren grandes perturbaciones en su constitución y modo de vivir, aun cuando no sea importante o esencial a la vida la pérdida, es un progreso en que, a cada paso, se observan seres que, más integrados, bajo el punto de vista de su concentración, lo están también en cuanto que se componen de partes que viven todas para sí y para las demás. No tenemos necesidad de seguir, con tantos detalles, análogos contrastes entro sociedades no civilizadas y las que lo están; pero es evidente también, en este caso, la coordinación siempre creciente de las partes. En cuanto a los productos sociales, un ejemplo nos bastará: la Ciencia se ha integrado, no sólo porque cada división se compone de proposiciones mutuamente enlazadas, sino también porque ese mismo mutuo enlace existe entre las varias divisiones, en términos que ninguna puede progresar sin el auxilio de las otras.




ArribaAbajoCapítulo XV.

La ley de evolución (continuación).


116. A la par que los cambios de que acabamos de ocuparnos, se verifican otros de una gran intensidad y de una gran diversidad, que han sido completamente desconocidos o muy poco conocidos hasta ahora. Hemos dicho que la integración de cada todo se verifica al mismo tiempo que la integración de cada una de sus partes. Pero, ¿cómo cada todo se divide en partes? He ahí una transformación más notable que la del paso de un estado incoherente a otro coherente, y tanto, que una fórmula que nada dijera de esa transformación, omitiría más de la mitad de lo que debía expresar.

Ocupémonos, pues, de esa otra especie de cambios, de las redistribuciones secundarias de materia y de movimiento que acompañan a la redistribución primaria. Hemos visto que, si en agregados muy incoherentes las redistribuciones secundarias sólo producen resultados efímeros, no sucedo así en los de una mediana coherencia; en éstos, los resultados de la redistribución secundaria son más permanentes, son modificaciones de estructura, cuya fórmula general vamos a investigar.

El nombre de Evolución compuesta responde ya a la cuestión; pues habiendo llamado evolución simple a la que se reduce a integración de la materia y disipación de movimiento, sin redistribución secundaria alguna, hemos afirmado tácitamente que la compuesta se verifica cuando hay redistribuciones secundarias. Evidentemente, si a la vez que se opera una transformación de lo incoherente a lo coherente se verifican también otras transformaciones, la masa debe pasar de uniforme a multiforme. Es, pues, lo mismo: decir que la redistribución primaria va acompañada de redistribuciones secundarias, esto es, que a la par de cambios que proceden de un estado difuso a un estado concreto, se verifican cambio que proceden de un estado homogéneo a otro heterogéneo; que decir que los componentes de la masa, a la vez que se integran, se diversifican o diferencian unos de otros7.

Ese es, como ya dijimos, el segundo punto de vista de la evolución, y que ahora vamos a estudiar; es decir, que así como en el capítulo anterior hemos considerado los seres de todos los órdenes en su integración progresiva, vamos a considerarlos en este capítulo en su diversificación o diferenciación progresiva.

117. Los contrastes que indican una operación integradora en toda la extensión del sistema solar, implican a la vez una diversificación de estructura que sigue una marcha progresivamente creciente. Hay nebulosas difusas o irregulares, otras en forma de espiral, anulares, esféricas, etc. Hay grupos de estrellas cuyos miembros están esparcidos, otros que presentan todos los grados de concentración, hasta formar grupos globulares muy condensados, que difieren por el número de sus estrellas, desde los que tienen muchos millares hasta los que sólo tienen dos (estrellas dobles). Hay entre las magnitudes de las estrellas enormes diferencias reales y aparentes; hay también, entre esos astros, diferencias de color, de espectros (en el espectróscopo), y en consecuencia, de constitución física y química, muy probablemente. Además de esas diferencias de detalle hay otras generales; por ejemplo, en algunas regiones del cielo hay muchas nebulosas, en otras sólo hay estrellas y en otras hay grandes espacios vacíos sin estrellas ni nebulosas.

La sustancia del sistema solar se ha hecho más multiforme durante su concentración. El esferoide gaseoso, en vía de agregación, ha experimentado diversificaciones cada vez más numerosas y marcadas, por efecto de la disipación de su movimiento latente, de la diferencia creciente entre la densidad y temperatura de su interior y las de su exterior, y en fin, de las repetidas pérdidas de sustancia que resultan del abandono, en el espacio, de anillos de materia, hasta el momento en que el grupo, organizado tal como ahora existe, compuesto del Sol, los planetas y sus satélites, se constituyó definitivamente. La heterogeneidad de ese grupo se manifiesta por varios contrastes: contrastes inmensos entro el Sol y los planetas, en cuanto al peso y al volumen; menores, pero también muy marcados, entre los planetas, y entre los planetas y sus satélites. Hay, además, otro contraste entre el Sol y los planetas en la temperatura; y es muy posible que los planetas y sus satélites difieran también unos de otros por su calor propio, a la vez que por el calor que reciben del Sol. Recordemos, por último, que los planetas difieren en los planos de sus órbitas, en las inclinaciones respectivas de sus ejes de rotación sobre dichos planos, en sus densidades, etc., y tendremos idea de la complejidad que se ha desarrollado en el sistema solar, en virtud de las redistribuciones secundarias que han acompañado a la redistribución primaria.

118. Dejemos ese ejemplo hipotético, que no debe ser apreciado en más que lo que vale, sin que ese valor disminuya el de la tesis general, y vamos a otro orden de pruebas menos expuesto a objeciones.

Sabido es que para la inmensa mayoría de los geólogos la Tierra ha sido antiguamente una masa fundida, y que su interior está aún fundido y candente. Entonces, cuando estaba aún fundida, la Tierra tenía, sin duda, una consistencia relativamente homogénea y una temperatura también casi uniforme, en virtud de las corrientes que se establecen en los fluidos calentados. Su atmósfera debió, en esa época primitiva, estar compuesta, además de los elementos del aire y del agua que hoy la forman, de otros elementos que toman la forma gaseosa a elevadas temperaturas, y que hoy están formando parte de la costra terráquea. El enfriamiento por radiación, que era entonces mucho más rápido que ahora, pero que no por eso ha dejado de necesitar una inmensidad de años para producir un cambio notable, ha debido producir, a la larga, una separación entre la masa aún muy caliente, y la parte más susceptible de enfriarse, es decir, la superficie. Un nuevo enfriamiento, produciendo la precipitación, primero de todos los elementos solidificables contenidos en la atmósfera, y después de la gran masa de agua que hoy forma los mares, produjo una segunda y bien marcada separación o distinción de partes; y como, la condensación debió comenzar en las partes más frías de la superficie, es decir, hacia los polos, de ahí resultaron las diferencias geográficas.

A estos ejemplos de una heterogeneidad creciente que, aun cuando deducidos de las leyes del mundo físico, en rigor pueden ser considerados como hipotéticos, la geología añade una serie numerosa de hechos, comprobados por la experiencia y la inducción. La estructura de la tierra se ha ido constituyendo sucesivamente por la multiplicación de las capas que forman su costra, y se ha ido haciendo a la vez más complicada, por la complejidad de las combinaciones que componen las capas; las más recientes, en efecto, formadas de los detritus de las antiguas, son, la mayoría, muy complicadas, por la mezcla de sus materiales. Esta heterogeneidad aumentó enormemente por la acción del núcleo, aún fundido, sobre la corteza; de cuya acción resultaron, no sólo una gran diversidad de rocas ígneas, sino la colocación de los estratos de sedimento formando ángulos varios, la formación de fallas, filones metálicos y una variedad infinita de dislocaciones y de irregularidades. Además, nos dice también la Geología: que la superficie terráquea se ha ido haciendo cada vez más desigual; que las montañas más antiguas son las más bajas, y las más modernas los Andes y el Himalaya, siguiendo, muy probablemente, la misma ley las desigualdades del fondo del Océano. Esa incesante multiplicación de diferencias ha dado por resultado que no haya quizá dos partes de la superficie, terrestre semejantes, a la vez, por su aspecto exterior, su estructura geológica y su composición química.

Al mismo tiempo se han diversificado gradualmente los climas; a medida que la Tierra se enfriaba y su costra se solidificaba, la temperatura se hacía desigual en la superficie, entre las partes más y menos expuestas al calor solar, estableciéndose los contrastes actuales entre las regiones cubiertas perpetuamente de nieve y hielo, las que tienen verano o invierno variables en su duración, según la latitud geográfica, y las que tienen una temperatura casi siempre elevada, sin variaciones apreciables. Además, habiendo producido las elevaciones y las depresiones, verificadas doquier en la costra terrestre, una distribución irregular de los continentes y de los mares, se añadieron nuevas modificaciones climáticas a las dependientes de la latitud y de la altitud; pudiendo existir a pocas millas de distancia lugares con clima tropical, templado y glacial respectivamente, en virtud de la acumulación de esas varias circunstancias modificadoras. Como resultados generales de esos cambios, cada región extensa tiene condiciones meteorológicas propias, y las localidades de una misma región difieren entre sí más o menos por su estructura, contornos, etc.

Vemos, pues, que hay un contraste muy notable entre la Tierra, tal como hoy existe, con la inmensa variedad de fenómenos aún no descritos por los geólogos, mineralogistas, geógrafos y meteorologistas, y el globo fundido de que aquélla procede por evolución.

119. Los ejemplos más evidentes, más numerosos y más variados de la creciente multiformidad que acompaña a la integración, los presentan los cuerpos organizados vivos. Esos seres están caracterizados, como ya sabemos, por la gran cantidad de movimiento latente que conservan, lo cual les hace presentar, en el más alto grado, las redistribuciones secundarias que aquel movimiento facilita. La historia de una planta y de un animal, al referirnos cómo crecen, nos dice también cómo sus varias partes se van haciendo cada vez más distintas unas de otras. Estudiemos los diversos aspectos de esa transformación.

La composición química es casi uniforme primitivamente en el óvulo o germen animal o vegetal; mas a poco deja de serlo, sobre todo después de la fecundación. Primero, los diversos compuestos, azoados o no, se separan gradualmente, se acumulan en ciertos puntos en distintas proporciones, y producen, por su transformación o modificación, nuevas combinaciones. En las plantas, las sustancias amiláceas y albuminosas que constituyen el embrión, producen en una parte mayor cantidad de celulosa, en otra mayor cantidad de clorofila. Por un lado, el almidón se transforma en su equivalente isomérico el azúcar; por otro en la goma, también isomérica con aquéllos. Cambios secundarios transforman una parte de la celulosa en madera, otra parte en cortezas. Los compuestos más numerosos, así formados, se diversifican aún más, mezclándose y combinándose en proporciones varias. El óvulo animal, cuyos elementos están al principio mezclados y difusos, se transforma químicamente de un modo análogo. La proteína, la grasa, las sales que la componen, se agrupan en varias proporciones, en diversos puntos, y la multiplicación de las formas isoméricas produce nuevas mezclas, nuevas combinaciones, que constituyen otras diferencias, aunque menos importantes. Acá, una masa oscurecida por una acumulación de hematina se transforma en sangre; allá, la unión de sustancias grasas albuminosas forma el tejido nervioso; acullá, ciertas sustancias azoadas constituyen los cartílagos, que, endurecidos luego por sales calizas, se transforman en huesos. Todas esas y otras muchas diversificaciones químicas se verifican lenta o insensiblemente y cada vez más señaladas y múltiples.

Al mismo tiempo se verifican también análogas diversificaciones anatómicas u orgánicas: diversidad de tejidos sustituye a otro que no presentaba diferencias apreciables de estructura; el protoplasma granuloso del germen vegetal y el que forma el centro evolutivo de cada yema, producen células semejantes en su principio; de estas, unas, al crecer, se aplastan, y uniéndose por sus bordes, forman la cubierta exterior; otras se alargan mucho y se unen lateralmente constituyendo fibras; otras, antes de alargarse, cesan de recibir nueva materia en su interior, y la primitiva, forma, al prolongarse, anillos, retículos, espirales, etc.; otras, por fin, se sueldan longitudinalmente formando vasos. Siguiendo el desarrollo orgánico, cada uno de esos tejidos se diversifica nuevamente; por ejemplo: la parte esencial de la hoja -la clorofila- se une en paquetes compactos a la cara superior o envés, al paso que toma una consistencia esponjosa en la cara inferior o revés.

Análogas transformaciones se verifican en el huevo fecundado: esto, es al principio un conjunto de células semejantes que muy pronto se hacen desemejantes: primeramente por rotura repetida de las células superficiales, y su unión, en seguida, para formar la capa exterior o membrana vitelina; después el medio de esa capa se separa del resto por una operación análoga aún más activa. Por modificaciones sucesivas harto numerosas y complicadas para ser aquí descritas, se forman las clases y subclases de tejidos, que diversamente combinados forman los órganos.

Los cambios de configuración del organismo entero y de los órganos siguen también la ley general. Así, todos los gérmenes son primeramente esferas, y todos los órganos en su origen son botones o protuberancias redondeadas. Del seno de esa uniformidad, y de esa simplicidad primitivas, parte la divergencia, tanto del todo como de las partes, hacia la multiformidad y complejidad de los organismos ya desarrollados. Cuando se cortan las hojas tiernas estrechamente unidas, que encierra una yema, se ve que el núcleo es un botón central, que sostiene otros laterales, de los que cada uno puede transformarse en hoja, en sépalo, en pétalo, en estambre, etc. Todas estas partes tan desemejantes han sido, pues, semejantes. Las yemas mismas se apartan, al crecer, de su uniformidad primitiva de figura; y así, mientras que las ramas se diversifican de mil modos, la parte aérea de la planta se hace también muy distinta de la inmergida en la tierra. Lo mismo sucede a los animales: un articulado, por ejemplo, tiene al principio sus miembros confundidos o formando una masa homogénea; mas, por efecto de sucesivas divergencias, prodúcense las diferencias marcadas de forma y de volumen que se puede ver en un insecto perfecto o en otro articulado totalmente desarrollado. Los vertebrados presentan análogamente numerosos ejemplos de esa uniformidad primitiva y multiformidad subsiguiente; por ejemplo: las alas y las patas de un pájaro tienen la misma forma cuando aparecen en el embrión.

Así, pues, en cada planta, en cada animal, numerosas y notables redistribuciones secundarias acompañan a la redistribución primaria. Aquéllas empiezan por una división en dos partes; siguen numerosas diferencias, que se van marcando en cada una de las partes al subdividirse; diferencias, que puede decirse van creciendo en progresión geométrica, a medida que crece y se desarrolla el individuo, hasta que adulto éste, alcanzan aquéllas su máximum de complejidad. Esa es, en resumen, la historia de todo ser vivo. Wolf y Baer, siguiendo una idea de Harvey, han demostrado: que todo organismo pasa, en su evolución, de un estado homogéneo a otro heterogéneo, principio admitido ya por todos los fisiólogos de la actual generación8.

120. Si pasamos de las plantas y animales vivos, a la vida en general, o inquirimos: si sus manifestaciones obedecen, en su conjunto, a la misma ley, es decir, si las plantas y los animales modernos son más heterogéneos que los antiguos, individualmente; y si la flora y la fauna actuales son mas heterogéneas que las pasadas, no hallaremos sino algunas pruebas sueltas, y la cuestión, por tanto, queda dudosa. En efecto, las dos terceras partes de la superficie terráquea están cubiertas por las aguas; una gran porción de la tercera parte descubierta es inaccesible, o no ha sido aún explorada por los geólogos; la mayoría de lo restante no lo ha sido sino muy ligeramente, y aun las partes mejor conocidas, como por ejemplo, Inglaterra, ha sido tan mal estudiada, que hace pocos años se ha reconocido en su estructura una nueva serie de capas; nos es, pues, imposible decir con certeza, qué seres han existido y cuáles no, en un período geológico dado. Si, por otra parte, consideramos que muchas formas orgánicas inferiores son muy fáciles de destruir; que muchas capas de sedimento se han metamorfoseado, y las que no, presentan grandes lagunas, tendremos nuevos motivos para desconfiar de nuestras deducciones. Sabemos, por una parte, que, al cabo de muchas investigaciones, se han descubierto restos de vertebrados en capas que se creía no las contenían; restos de reptiles, donde se creía no haber más que peces; restos de mamíferos, donde se creía no existían seres superiores a los reptiles; lo que demuestra el poco valor de la prueba negativa. Por otra parte, se ve perder totalmente su valor a la hipótesis de haber descubierto los restos orgánicos de la primera época de la vida, o próximamente. No se puede negar que las formaciones acuosas, conocidas como las más antiguas, han sido modificas considerablemente por la acción ígnea; y quizá otras, aún más antiguas, han sido completamente metamorfoseadas. Ahora bien: desde el momento en que admitimos que han llegado a fundirse capas sedimentarias, más antiguas que las más antiguas conocidas, preciso es confesar que nos es imposible determinar cuánto tiempo ha transcurrido desde la destrucción de esas capas sedimentarias. Luego, evidentemente, dar el nombre de paleozóicas a las capas fosilíferas, conocidas como más antiguas, es cometer una petición de principio; y, por el contrario, debemos suponer que tan sólo los últimos capítulos de la historia biológica de la Tierra, son los que conocemos; y por tanto, de todos los hechos paleontológicos, hasta ahora recogidos, no se puede sacar conclusiones ciertas. Un partidario del desarrollo progresivo de las formas animales, puede, fundándose en esos hechos, pensar que los restos más antiguos conocidos, de vertebrados, son restos de peces, los más homogéneos de los vertebrados; que después se presentaron los reptiles, que siguen a los peces en homogeneidad; y por último, los mamíferos y aves, los vertebrados más heterogéneos. Pero se le puede contestar que, no habiéndose verificado en ensenadas los depósitos paleozóicos, no deben contener restos de vertebrados terrestres, aunque éstos existieran ya en aquella época.

Igual respuesta puede darse a los que sostienen quela fauna vertebral del período palcozóico, compuesta, según lo que hasta ahora sabemos, exclusivamente de peces, era menos heterogénea que la actual, compuesta de gran número de géneros de reptiles, peces y mamíferos; o bien, los partidarios de la uniformidad de los tipos, pueden sostener, con gran apariencia de verdad, que si las últimas épocas geológicas presentan más variadas y complejas formas zoológicas, débese a las inmigraciones. Pueden decir que un continente elevado sobre el Océano lejos de los preexistentes, se poblaría necesariamente a sus expensas, siguiendo el orden de las capas geológicas. Los argumentos en pro y en contra son tan poco concluyentes unos como otros. El partidario de la uniformidad señala las lagunas que rompen la serie de formas orgánicas necesarias para la evolución de las más homogéneas a las más heterogéneas; pero puede respondérsele: que los cambios geológicos actuales nos explican por qué deben existir esas lagunas, como efecto de las grandes elevaciones y depresiones, que han roto bruscamente la gradual sucesión de las épocas geológicas. Si el adversario de la teoría del desarrollo cita los hechos publicados por Huxley en su lección sobre los tipos persistentes; si hace notar que en más de doscientas familias de plantas hoy admitidas, ninguna es exclusivamente fósil; que en los animales, no hay, tampoco, una clase totalmente extinguida, y aun en los órdenes de animales fósiles, sólo hay un siete por ciento que no están representados en la fauna actual; si sostiene que entre esos órdenes, los hay que han durado desde la época siluria hasta la nuestra, sin cambio alguno; y si de eso deduce que la semejanza entre las formas vivas pasadas y las presentes, es mucho mayor que la que puede resultar, admitiendo la hipótesis del desarrollo, se puede responderle victoriosamente con un hecho, sobre el cual insiste Mr. Huxley, a saber: que hay pruebas de una época pregeológica de duración desconocida.

Cuando se recuerda que los enormes hundimientos del período silurio prueban que la costra terráquea era entonces tan espesa como ahora; cuando se afirma que el tiempo necesario para que haya podido formarse tal espesor, es inmenso, comparado con el transcurrido después; cuando se supone, como debe haber sucedido, que durante ese inmenso período los cambios geológicos y biológicos se han verificado con regularidad, se puede asegurar, no solamente que los testigos paleontológicos que encontramos no desmienten la teoría de la evolución, sino que son tales como se podía razonablemente imaginarlos.

Además, bueno es tener en cuenta: que aun cuando los hechos no autorizan ni la afirmación ni la negación, los más notables conducen, no obstante, a creer que los organismos y grupos de organismos más heterogéneos son el desarrollo natural de otros más homogéneos. Uno de esos hechos es: que los fósiles de las capas contiguas o coetáneas son próximamente del mismo tipo; y sobre todo, que los últimos fósiles terciarios son del mismo tipo que los animales y plantas actuales. Otro hecho es: el descubrimiento del Paleotherium y Anaplotherium, que según Owen, tienen un tipo de estructura intermedia entre ciertos tipos actuales. Hay, por último, un tercer hecho, cuya significación es aun mayor, a saber: la aparición, relativamente reciente, del hombre. Por consiguiente, podemos decir: que si conocemos muy poco la historia de la Tierra, para poder afirmar plenamente una evolución de lo simple a lo complejo, tanto en las formas individuales como en los grupos de formas semejantes; lo que sabemos, no sólo no nos autoriza a creer que se ha verificado tal evolución, sino que concuerda mejor con esa hipótesis que con cualquiera otra.

121. Manifieste o no la historia biológica terrestre un proceso de lo homogéneo a lo heterogéneo, el progreso de la última criatura, la más heterogénea de todas, el Hombre, es un ejemplo sorprendente de dicho proceso. Es igualmente cierto que en el período, durante el cual se ha poblado la Tierra, el organismo humano se ha hecho más heterogéneo, en las subdivisiones civilizadas de la especie; y ésta, considerada en conjunto, se ha hecho más heterogénea, por la multiplicación y la diversificación de razas. En pro de la primera proposición, podemos citar un hecho, y es que en el desarrollo relativo de sus extremidades, el hombre civilizado se aparta más del tipo general de los mamíferos monodelfos, que las razas inferiores. El Papua tiene el cuerpo y los brazos bien desarrollados, pero sus piernas son muy cortas, asemejándose, en eso, a los cuadrumanos, cuyas extremidades anteriores y posteriores son próximamente del mismo tamaño. En el Europeo, por el contrario, las extremidades inferiores han tomado una longitud y un grueso relativamente mayores; hay, pues, más heterogeneidad entre unas y otras extremidades. Análogo progreso se observa en la relación de magnitud de los huesos del cráneo y de la cara, siendo indudable el aumento progresivo del volumen de aquéllos y la disminución del de éstos, a medida que se asciende en la escala de los vertebrados. Ese carácter, más notable en el hombre que en ningún otro animal, lo es aún mucho más en el europeo que en el salvaje. Además, a juzgar por la mayor extensión y variedad de funciones que desempeñan respectivamente, se puede inferir que el hombre civilizado tiene un sistema nervioso más complicado y heterogéneo que el salvaje; y lo comprueba el aumento del tamaño de su cerebro, respecto a las demás partes del encéfalo. Nuevos ejemplos suministran los niños, del proceso que estudiamos; el niño europeo, tiene más semejanza que el adulto, con las razas inferiores, a saber: el aplastamiento de las alas y la depresión del caballete de la nariz, a la par que la separación y ensanchamiento de sus ventanas; la forma de los labios, la ausencia de los senos frontales, la distancia de los ojos y el pequeño tamaño de las piernas. El desarrollo que transforma esos caracteres en los del europeo adulto, es una continuación del cambio de lo homogéneo a lo heterogéneo, que se verifica durante la evolución del embrión; todos los fisiólogos lo reconocen. Igualmente, puede decirse: que el progreso que ha cambiado los caracteres del salvaje en los del hombre civilizado, es también una continuación del cambio de lo homogéneo a lo heterogéneo, en el desarrollo de la humanidad, cuyo cambio es demasiado evidente, para que necesite explicaciones. En efecto, no hay obra de Ethnología que no muestre esa heterogeneidad, en sus divisiones y subdivisiones. Aun admitiendo la hipótesis de la multiplicidad de origen del género humano, no dejaría de ser cierto que pueblos, o tribus, hoy muy distintos, han salido del mismo origen; y que cada raza en su conjunto es mucho menos homogénea que lo era antiguamente. Añádase, por ejemplo, que los anglo-americanos son una prueba de una nueva variedad formada en algunas generaciones, y si creemos a ciertos observadores, pronto habrá otra novísima en la Australia.

122. Si de la humanidad, considerada en sus formas individuales, pasamos a las formas sociales, hallaremos ejemplos aún más numerosos de laley general. El cambio de lo homogéneo a lo heterogéneo se manifiesta tan evidente en el progreso de la humanidad considerada como un todo, como en el de cada tribu o nación; y se verifica, aun ahora, con una rapidez creciente. En efecto, la sociedad, en su forma primitiva o inferior, como aun hoy la presentan algunos países, es un conjunto homogéneo de individuos que tienen facultades y funciones semejantes, sin más diferencia que la inherente a la de sexos. Así, cada hombre es, a la vez, guerrero, pescador, cazador, albañil, fabricante de herramientas; todas las mujeres hacen los mismos trabajos; cada familia se basta a sí misma, y podría vivir aislada de las demás si no fuese por el ataque y defensa de las otras tribus. Sin embargo, desde el principio se encuentra bien pronto en la evolución social una distinción entre gobernantes y gobernados; pues parece que en la primera etapa del progreso, la que agrupó ya las familias errantes en tribus nómadas, la autoridad del más fuerte se impuso a la tribu, como sucede en un rebaño de bestias. Esa autoridad es primero vaga, insegura; no implica diferencia en las ocupaciones o modo de vivir, y es, por lo general, compartida por varios individuos de igual fuerza próximamente. El primer jefe mata él mismo su caza, fabrica sus armas, edifica su choza, y en nada difiere, bajo el punto de vista económico, de los demás individuos de la tribu. A medida que ésta marcha hacia la civilización o en la vía del progreso, el contraste entre gobernantes y gobernados se va haciendo más marcado: el poder supremo se hace hereditario en una familia; el jefe cesa de proveer por sí mismo a todas sus necesidades; es servido por otros miembros de la tribu y comienza a no ocuparse más que del gobierno. Al mismo tiempo, se forma otra especie de gobierno, coordenado con el primero, el de la Religión. Todas las antiguas tradiciones prueban que los primeros jefes eran mirados como personajes divinos; las leyes y las órdenes que daban eran miradas como sagradas aun después de su muerte; y sus sucesores, también considerados como de origen divino, daban a dichas leyes todo el apoyo de su poder, y todos eran sepultados en el mismo panteón para recibir las mismas preces y adoraciones. El primero o más antiguo de esos jefes-dioses fue el Dios supremo; los demás o sucesores de aquél fueron dioses subordinados. Durante muchos siglos, los dos poderes, religioso y civil, nacidos al mismo tiempo, estuvieron íntimamente unidos; el Rey era, a la vez, el Sumo Pontífice, y el sacerdocio estaba vinculado en la familia real; la ley religiosa contenía más o menos preceptos civiles, y la ley civil era más o menos sancionada por la Religión. Por largo tiempo, aun en países ya muy civilizados, esos dos poderes que se ayudaban y enfrenaban mutuamente, no se apartaron uno de otro del todo.

Pero los títulos y honores que se tributaban primeramente al Rey-Dios, después a Dios y al Rey, fueron luego tributados a las personas de alto rango, y por último, de hombre a hombre. Todas las formas sociales que hoy llamamos cumplimientos, fueron primitivamente expresiones de sumisión de los prisioneros a su vencedor y de los súbditos a su señor, divino y humano; luego se usaron para las autoridades subalternas, y hoy son usadas entro personas cualesquiera, medianamente cultas. Todos los modos de saludar eran, al principio, inclinaciones ante el monarca, que constituían una especie de culto antes y después de su muerte; luego se saludó del mismo modo a los demás individuos de la familia real, y por último, muchos de esos saludos pertenecieron ya a todo el mundo. Así, pues, cada sociedad, primitivamente homogénea, se dividió primero en gobernantes y gobernados, subdividiéndose después aquéllos en sacerdotes y seglares, cuyas respectivas instituciones- Iglesia y Estado- quedaron así constituidas, al mismo tiempo que otra tercera especie de gobierno, que regula nuestros actos y relaciones diarias. Cada una de esas especies de gobierno ha sufrido a su vez diversificaciones sucesivas, hasta constituir la actual organización política tan completa, de Inglaterra, por ejemplo, compuesta de un monarca, ministros, lores, diputados; con los departamentos administrativos subordinados, tribunales, etc.; y en las provincias, las administraciones de los ayuntamientos, de los condados, do las parroquias, etc. A la par se eleva la organización religiosa, también muy compleja, con sus funcionarios de todos los grados, desde los arzobispos hasta los sacristanes; con sus colegios, sus congregaciones, sus seminarios; y por fin, con sus sectas, cada vez más numerosas, que todas tienen sus autoridades generales y locales. Al mismo tiempo se ha desarrollado un sistema muy complejo de costumbres, de trajes, de modas temporeras impuestas por la sociedad entera, y que sirven para arreglar las transacciones de menor importancia que se esa heterogeneidad, siempre creciente, en las funciones gubernamentales de cada nación, va acompañada de una heterogeneidad, creciente también, entre las formas de gobierno de las diversas naciones; todas las cuales son más o menos diferentes por su sistema político y legislativo, por sus creencias o instituciones religiosas, por los trajes y ceremonias de esas mismas instituciones.

Al mismo tiempo se ha efectuado otra división, la de la masa total de la sociedad en clases u órdenes de trabajadores. Mientras que la clase gobernante sufría el desarrollo complejo de que hemos hablado, la clase gobernada sufría otro, mucho más complejo aún, que daba por resultado la minuciosa división del trabajo que se admira en las naciones civilizadas. No es necesario seguir ese progreso desde sus primeros pasos hasta el establecimiento de las castas en Oriente y de las corporaciones en Europa, hasta la sabia división en productores y repartidores. La economía política ha demostrado, ya ha tiempo, que el punto de partida de la evolución social es: una tribu, cuyos miembros efectúan todos los mismos actos, cada uno para sí; y el punto de llegada: una sociedad o, mejor, una comunidad, en que todos los miembros ejecutan actos distintos, unos para otros; ha indicado también los cambios en virtud de los cuales el productor aislado de una mercancía se transforma en un sistema de productores que, unidos bajo la dirección de un maestro, toma cada uno parte distinta en la producción de la misma mercancía. Pero ese progreso de lo homogéneo a lo heterogéneo, en la organización industrial de la sociedad, nos presenta otras fases de mayor interés aún. Mucho tiempo después de la división del trabajo entre diversas clases de obreros, no la hay aún entre las partes separadas de una misma nación, puesto que en cada región se hacen próximamente los mismos trabajos, y la nación permanece, relativamente homogénea. Pero cuando los caminos y demás vías de comunicación y de transporte se multiplican y perfeccionan, las varias regiones empiezan a efectuar diversos trabajos y a ligarse por mutuos y recíprocos lazos de dependencia. Las manufacturas de algodón se localizan en una región, las de lana en otra, acá se produce y trabaja la seda, allá las blondas y encajes, etc., etc. En suma, cada localidad se desarrolla más o menos, distinguiéndose de las otras por la ocupación más general o principal de sus habitantes. Y no solamente en cada nación se efectúa esa división regional del trabajo, sino también entre las varias naciones. El cambio de mercancías que la libertad de comercio promete acrecentar en tan grandes proporciones, hará en definitiva especializarse a la industria de cada nación.

De suerte que, a partir, de las tribus bárbaras, homogéneas, o poco menos, en las funciones que desempeñan todos sus individuos, el progreso conduce, o tiende lentamente, hacia una integración económica de toda la especie humana, la cual se va haciendo más y más heterogénea: por las distintas funciones que desempeñan o tienden a desempeñar las diversas naciones; por las distintas funciones desempeñadas por las diferentes localidades o regiones de cada nación; por las distintas funciones adoptadas por las varias clases de fabricantes, comerciantes, etc., de cada localidad; y por las distintas funciones, en fin, de los dependientes de cada fábrica, comercio, etc.

123. No solamente el organismo social entero es un bonito ejemplo de la ley que venimos estudiando; lo son también todos los productos del pensamiento y de la actividad humanas, ya sean abstractos o concretos, reales o ideales. Consideremos primeramente el lenguaje.

La forma primitiva o inferior del lenguaje es el grito, que expresa con un solo sonido cada idea. En verdad, nada prueba que el lenguaje humano haya estado compuesto, en su origen, exclusivamente de gritos, y haya sido, por tanto, enteramente homogéneo. Pero, sí se ha podido ascender, en la historia, a una época en que el lenguaje se componía exclusivamente de nombres y verbos. Ha habido, pues, un cambio progresivo de lo homogéneo a lo heterogéneo, en la multiplicación gradual de las partes de la oración; en las divisiones de los verbos en activos y pasivos, y de los nombres en abstractos y concretos; en la distinción de modos, tiempos, personas y casos, para la conjugación y la declinación; en la formación de los verbos auxiliares, adjetivos, adverbios, pronombres, artículos, preposiciones y conjunciones; en las inflexiones, acentos y demás signos ortográficos y prosódicos con que las razas civilizadas expresan su riquísima variedad de afectos, pensamientos, deseos, y hasta las más pequeñas diferencias de sentido o significado de las voces, diferencias correspondientes naturalmente a otras análogas en aquellos fenómenos de la vida humana. Notemos, de paso, que la lengua inglesa debe sus ventajas, o superioridad, sobre otras muchas, a la mayor subdivisión de funciones, en las voces de que consta. Hay aún otro punto de vista, bajo el cual se puede seguir también el desarrollo del lenguaje, a saber: la diversificación de palabras de sentido congénere. La Filología ha descubierto, ha mucho tiempo, que en todas las lenguas se pueden agrupar las palabras en familias derivadas de un origen común; es decir, que un nombre primitivo, aplicado primero indistintamente a toda una clase de objetos- cosas o acciones- sufre, bien pronto, modificaciones, que expresan las divisiones principales de la clase; esos varios nombres, originarios de la misma raíz primitiva, se convierten, a su vez, en raíces de otros aún más modificados; además, tenemos actualmente medios sistemáticos de formar palabras derivadas, y de combinar voces, para expresar las más pequeñas variaciones de ideas, afectos, etc.; y en virtud de esas facilidades se forman familias de palabras, siendo éstas tan heterogéneas, a veces, en cada familia, que, a no saber su origen, cuesta trabajo creer se derivan todas de la misma voz. Así se forman, en un mismo idioma, cinco o seis mil palabras, que designan otras tantas cosas, cualidades, acciones, etc.; pero hay, como sabemos, otro modo, en el lenguaje humano, de proceder de lo homogéneo a lo heterogéneo, y es la diversificación o multiplicación de idiomas. Tengan todas las lenguas un solo y mismo origen, como opinan Max Múller y Bunsen, o tengan dos o tres, según opinan otros filólogos, es indudable que, pues grandes familias de lenguas, como la familia indo-europea, proceden de un solo y mismo origen, han debido hacerse distintas por efecto de una divergencia progresiva y continua. La dispersión que ha producido una diferenciación o diversificación de razas, ha producido simultáneamente una diversificación en sus respectivas lenguas, de lo cual aún se halla la prueba en todas las naciones, en las particularidades de los varios dialectos. Así, pues, el progreso del lenguaje obedece a la ley general, en la evolución general de las lenguas, en la de las familias de palabras, y en la de las partes de la oración.

Pasando ahora del lenguaje hablado al escrito, hallaremos muchos órdenes de hechos que tienen todos el mismo sentido: el lenguaje escrito es de la misma clase que la pintura y la escultura; los tres son accesorios de la arquitectura, y se refieren directamente a la forma primitiva de gobierno, la forma teocrática. Notemos, de paso, que las razas salvajes, como por ejemplo, los australianos y las razas del Sud del África, pintan personajes y sucesos en los muros subterraneos, que son, probablemente, considerados como lugares sagrados; y pasemos a los egipcios. En éstos, como entre los asirios, las pinturas murales servían para decorar el templo del Dios y el palacio del Rey (que al principio era uno mismo), y por tanto, eran funciones gubernamentales, como las ceremonias y fiestas religiosas y políticas. Además, eran también funciones gubernamentales, en cuanto que representaban el culto del Dios, los triunfos del Rey-Dios, la sumisión de sus súbditos y el castigo de los rebeldes, y en cuanto que eran productos de un arte reverenciado por el pueblo como un misterio sagrado. El uso de esas representaciones ilustradas dio origen al jeroglífico, que no es sino una modificación de aquéllas, y que aún se usaba entre los mejicanos, al tiempo del descubrimiento de Méjico. Se simplificaron, unas tras otras, las figuras más familiares de esas pinturas, empleando abreviaciones análogas a las que hoy se usan en nuestras lenguas hablada y escrita; y así se formó un sistema de signos, cuya mayoría no eran, sino muy remotamente, semejantes a las cosas que representaban o significaban.

Lo que prueba que los jeroglíficos egipcios tienen ese origen es que el jeroglífico de los mejicanos ha dado también origen a una familia análoga de formas ideográficas; y en los mejicanos, como en los egipcios, esas formas se diversificaron para producir la escritura huriológica o imitativa, y la escritura trópica o simbólica, a veces empleadas ambas en el misino cuadro. En Egipto, la escritura sufrió una nueva diversificación, de la cual resultaron la escritura hierática y la epistolográfica o encórica, que se derivan ambas de la jeroglífica primitiva. En la misma época hallamos símbolos fonéticos para los nombres propios, inexpresables de otro modo; y aunque se asegura que los egipcios no han poseído una escritura alfabética completa, no se puede dudar que los símbolos fonéticos que usaban, a veces, para ayudar a sus símbolos ideográficos, fueron gérmenes de una escritura alfabética. Ésta, una vez ya formada, sufrió numerosas modificaciones; los alfabetos se multiplicaron, pudiéndose aún reconocer entre los actuales más o menos relaciones. Ahora cada nación civilizada posee, para representar cada serie de sonidos, muchas series de signos escritos destinados a diversos usos. Por último, una diversificación aún más notable ha producido la imprenta, que de uniforme al principio se ha hecho multiforme prodigiosamente.

124. Mientras que el lenguaje escrito atravesaba los primeros períodos de su desarrollo, la decoración mural que le había dado origen, producía la pintura y la escultura. Los dioses, los reyes, los hombres, los animales, eran representados sobre los muros por líneas grabadas y coloreadas. En la mayoría de los casos esas líneas tenían tal profundidad, estaban tan bien redondeados los objetos contorneados por ellas, que formaban una especie de intermedio entre el grabado y el bajo relieve. En otros casos se observa otro progreso: las partes salientes que separaban las figuras son quitadas por el cincel, y las figuras son coloreadas con sus respectivos colores propios, formándose un bajo relieve pintado.

En Sydenham pueden verse restauraciones de arquitectura asiria, en que ese estilo ha sido elevado a una gran perfección; en ellas están generalmente las cosas y personas representadas, muy mal pintadas, pero muy bien talladas en todos sus detalles; los leones y toros alados, de los ángulos de las puertas, se aproximan mucho a ser figuras completamente cinceladas, pero están aún pintadas y formando un cuerpo con la obra total. Los asirios han procurado poco o nada llegar a producir verdaderas estatuas; pero en el arte egipcio puede seguirse fácilmente la gradación, en virtud de la cual han llegado a separarse de los muros figuras primitivamente en él talladas. Basta para eso darse un paseo por el Museo Británico; en él se ven patentes las pruebas de que las estatuas aisladas, independientes, se originaron de los bajo-relieves. En efecto, casi todas las estatuas presentan la unión de brazos y piernas al cuerpo que caracteriza a los bajo-relieves, y están unidas por el dorso, de la cabeza a los pies, a un trozo efectivo o figurado del muro en que estaba el bajo-relieve. La Grecia reprodujo a grandes rasgos ese progreso. En ella, lo mismo que en Egipto y Asiria, las artes gemelas, Pintura y Escultura, estaban unidas entre sí y con su madre la Arquitectura, y eran las tres auxiliares de la religión y del gobierno. Sobre los frisos de los templos griegos se ven bajo-relieves pintados, representando sacrificios, batallas, procesiones, juegos y demás actos religiosos y políticos. En los frontones hay también figuras más o menos unidas al muro y representando los triunfos de los dioses y de los héroes. Aun al llegar a las estatuas, aisladas totalmente del muro al que pertenecían, las encontramos también pintadas, y sólo en los últimos tiempos de la civilización griega aparece ya terminada la distinción o diferenciación entre la pintura y la escultura.

Una evolución análoga podemos notar en el arte cristiano: todas las pinturas y esculturas, en Europa entera, eran asuntos religiosos. Cristos, Vírgenes, Sacras familias, Apóstoles, Santos, formaban parte integrante de la arquitectura de iglesia, y servían de medios para estimular el celo religioso, como hoy sirven aún, en los países católicos. Añádase que las primeras esculturas de Cristo en la cruz, de Vírgenes, de Santos, estaban pintadas; y no tenemos sino recordar las Madonas y los Crucifijos pintados, tan numerosos entonces en las Iglesias y en las calles del continente, para comprender el hecho significativo de que la pintura y la escultura estaban aún estrechamente unidas a su madre la arquitectura. Aun después de que la escultura cristiana se había diferenciado bien claramente de la pintura, persistió en sus asuntos religiosos y políticos; se hacían mausoleos en los templos, y estatuas para los reyes; por su parte, la pintura, cuando no se consagraba a los servicios puramente religiosos, servía para la decoración de los palacios; y cuando no representaba personas reales, se consagraba a reproducir asuntos sagrados. Sólo en los tiempos modernos se han secularizado enteramente la pintura y la escultura, dividiéndose la pintura en géneros, llamados respectivamente de historia, de paisaje, de marina, de arquitectura, de género, de animales, de naturaleza muerta, etc., y la escultura también se ha hecho heterogénea, con respecto a la variedad de asuntos reales o imaginarios que representa.

Aunque parezca raro, no por eso es menos verdadero, que todas las formas del lenguaje escrito, de la pintura y de la escultura, tienen su origen común en las decoraciones político-religiosas de los templos y palacios antiguos. El busto que hoy miramos sobre una consola, el paisaje adosado al muro, el número del Times desdoblado sobre la mesa, no se parecen, ciertamente, pero tienen, sin embargo, un lejano parentesco de naturaleza y de origen.

El martillo de bronce que el factor acaba de levantar, no solamente es afine del grabado de La Ilustración (periódico) que ese, factor distribuye, sino también de los caracteres o letras del billete amoroso, etc. Las vidrieras de un templo, y el libro de oraciones sobre el cual dejan filtrar la luz, son de la misma familia. Los bustos de nuestras monedas, las muestras de las tiendas, las viñetas y láminas de nuestros libros, los blasones pintados en un carruaje, los anuncios fijos en las esquinas, son, como igualmente las muñecas, los papeles pintados, etc., descendientes directos de las primitivas esculturas pintadas que los Egipcios consagraban a la gloria y culto de sus reyes-dioses. No hay, quizá, ejemplo que muestre más claramente la multiplicidad y heterogeneidad de los productos que pueden nacer con el tiempo, y por efecto de diferenciaciones o diversificaciones sucesivas, de un origen común.

Antes de pasar adelante, haremos observar que la evolución de lo homogéneo a lo heterogéneo, en las bellas artes, se manifiesta no sólo por la separación que destacó la pintura y la escultura de la arquitectura, y luego una de otra aquellas dos, y por la mayor variedad de asuntos que representan, sino también por la composición de cada obra. Cualquier pintura o estatua moderna es más heterogénea que las antiguas. Un bajo-relieve pintado egipcio, presenta todas sus figuras en un mismo plano, es decir, a igual distancia de los ojos del observador, es, pues, más homogéneo que una pintura moderna que las presenta a distancias distintas. Aquel, además, presenta todos sus objetos, a la misma luz, al paso que la pintura moderna distribuye a los distintos objetos, y aun a las partes diversas de un mismo objeto, diferentes cantidades de luz, nueva fase del paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, en las artes que historiamos. Todavía más: la pintura antigua no hacía uso más que de colores primitivos, conservándolos toda su intensidad; era, pues, menos heterogénea que una pintura moderna, que, no usando los colores primitivos sino con cierto tacto, emplea una variedad infinita de tintas intermedias, de una composición heterogénea, y diferentes, no sólo por la especie, sino por la intensidad. Las obras del arte primitivo tenían todas una gran uniformidad de composición: la misma distribución de figuras se reproducía indefinidamente; y en éstas, siempre las mismas actitudes, los mismos ropajes, los mismos rasgos. En Egipto, los modos de representación tenían tal fijeza, que era sacrílego introducir una novedad cualquiera; y sólo así, como consecuencia de un modo inmutable de representación, era posible la escritura jeroglífica. Los bajo-relieves asirios presentan análogos caracteres: los dioses, los reyes y su séquito, las figuras y los animales alados, aparecen siempre en las mismas posturas, con los mismos instrumentos o insignias, ocupados en las mismas cosas, y con la misma expresión o falta de expresión en sus caras. Si el artista ha representado un grupo de palmeras, por ejemplo, todos esos árboles figurados tienen la misma altura, el mismo número de hojas, y están igualmente esparcidas; si ha pintado el mar, todas las olas son iguales; y si hay peces, todos parecen de la misma especie, y están colocados en la misma línea. Las barbas de los dioses, de los reyes, de las figuras aladas, son siempre iguales; las crines de los leones se parecen todas, y las de los caballos también. Los cabellos están siempre peinados del mismo modo; las barbas de los reyes tienen una construcción casi arquitectónica; cada una se compone de filas de bucles uniformes, alternando con otras filas retorcidas, dispuestas transversalmente y con perfecta regularidad. El mechón que termina la cola de los toros y de los leones, está siempre representado igualmente.

Sin detenernos a buscar en el arte cristiano primitivo hechos análogos, aún visibles, aunque menos notables, bastará, para patentizar el progreso en la heterogeneidad, recordar que en las pinturas modernas la composición ofrece variaciones infinitas; que las actitudes, las fisonomías y sus expresiones difieren prodigiosamente; que los objetos secundarios tienen volúmenes, formas, posiciones y distribuciones diferentes, Y, en fin, que los detalles presentan contrastes más o menos marcados. Véase una estatua egipcia sentada, rígida y derecha, sobre un trozo de la misma materia, con las manos sobre las rodillas, los dedos extendidos y paralelos, los ojos mirando al frente, los dos lados perfectamente simétricos en todos sus detalles; compárese a una estatua moderna o a una de la buena época del arte griego, en las cuales nada hay dispuesto simétricamente, ya se considere la cabeza, o el cuerpo, o los miembros, o los cabellos, o las vestiduras, o los accesorios, o las relaciones con los objetos próximos, y se tendrá otro ejemplo, bien notable, del paso de lo homogéneo a lo heterogéneo.

125. El origen coordenado y la diferenciación gradual de la poesía, la música y la danza, nos presentan otra serie de ejemplos. El ritmo en el lenguaje, en los sonidos y en el movimiento, eran primitivamente partes de un mismo todo, y no se han separado sino con el transcurso del tiempo; aun hoy siguen unidos en las tribus bárbaras, en las cuales las ceremonias políticas y religiosas van casi siempre acompañadas de danzas, cuyos movimientos son acompasados por cantos monótonos, por el batir de las palmas y tal vez por algun sencillísimo instrumento. Esas tres formas de acción se verificaban también unidas en las más antiguas fiestas religiosas, de que tenemos testimonios históricos. Así, leemos en los libros hebreos que el himno triunfal compuesto por Moisés sobre la derrota de los egipcios se cantaba por los israelitas con acompañamiento de timbales y de danzas. Los mismos cantaron y danzaron «en la inauguración del becerro de oro,» cuyo culto se admite que era la reproducción del culto del buey Apis y sus misterios; y es muy probable que la danza ante aquél fuese también la reproducción de las danzas de los egipcios ante Apis, y en sus fiestas. Había una danza anual a Siloe en su fiesta religiosa, y David bailó ante el Arca de la alianza. Lo mismo se verificaba en Grecia, donde el culto a cada dios se reducía muchas veces a cantar y representar mímicamente la vida del dios y sus aventuras; siendo muy probable se hiciera lo mismo en los otros países. Las danzas de Esparta eran acompañadas de himnos y cantos; y en general los griegos no tenían fiestas ni asambleas religiosas que no fuesen acompañadas de cantos y danzas; formas ambas del culto ante los mismos altares. Los romanos tenían también sus danzas sagradas, por ejemplo, las lupercales. En los países cristianos y aun en tiempos relativamente modernos, como en Limoges, el pueblo bailaba en el coro en honor de un santo. En Grecia fue donde por vez primera se separaron, y perdieron su carácter religioso esas tres artes, hasta entonces unidas, y usadas exclusivamente con aquel carácter. Muy probablemente, de las primitivas danzas religiosas y guerreras, de que eran ejemplo las de los Corybantes, provinieron las danzas guerreras, propiamente dichas, en sus varias clases; y por último, los bailes profanos o danzas ni religiosas ni guerreras. Al mismo tiempo la música y la poesía, hasta entonces unidas a la danza, se separaban de ésta. Los primeros poemas griegos eran religiosos, no se les recitaba, se les cantaba; primeramente con acompañamiento de coro, luego sin él. Después la poesía se dividió en dos géneros, épico y lírico, llamando líricos a los poemas que eran cantados, y épicos a los que eran recitados. Entonces nació la poesía, propiamente dicha; al mismo tiempo los instrumentos de música se multiplicaron, y puede presumirse que también entonces la música se separó de la poesía. Ambas empezaron a la vez a tomar otras formas que la religiosa. Aun la historia de los tiempos y pueblos modernos nos presenta hechos de la misma significación, tales eran, por ejemplo, nuestros antiguos trovadores que cantaban con el arpa o con el laúd, versos heroicos o amorosos, compuestos e instrumentados por ellos mismos, que de ese modo unían las funciones, hoy se paradas, en general, de poeta, compositor, cantor y músico instrumentista. Sin más ejemplos podemos afirmar con toda certeza: que la música, la poesía y la danza han tenido un mismo origen y se han separado, con el tiempo, gradual y mutuamente.

El progreso de lo homogéneo a lo heterogéneo no se manifiesta solamente por la separación que aísla esas artes unas de otras y de la religión, sino también en las múltiples diversificaciones que cada una sufre sucesivamente.

No insistamos sobre las innumerables especies de danzas usadas en la serie de los siglos; prescindamos de los progresos de la poesía, tales como se han verificado por el desarrollo sucesivo de las diversas formas de metro, de las rimas de su organización general, y limitémonos a estudiar los progresos de la música, como tipo de este grupo. Según afirma Burney, y nos lo revelan las tribus que están aún en estado salvaje, los primeros instrumentos de música eran, indudablemente, de percusión, calabazas, tam-tams, y sólo se usaban para llevar el compas del baile; esa repetición constante del mismo son, constituye evidentemente el estado más homogéneo de la música. Los egipcios tuvieron ya una lira de tres cuerdas, los griegos una de cuatro-el tetracordio,- y al cabo de algunos siglos llegó a tener siete y ocho. Fueron precisos mil años para llegar al gran sistema de la doble octava. Todos esos cambios introdujeron naturalmente una gran heterogeneidad en la melodía; al mismo tiempo se comenzaron a usar los distintos modos, el dórico, el jónico, el frigio, el eólico, y el lidio, que correspondían a nuestras llaves, y de los que llegó a haber hasta quince. Hasta entonces, sin embargo, la medida de la música presentaba poca heterogeneidad. La música instrumental sólo era, durante ese período, acompañamiento de la música vocal, y ésta seguía completamente subordinada a las palabras. El cantor era, a la vez, el poeta, cantaba sus composiciones, y arreglaba las notas de la música a la medida de los versos; así resultaba una melodía fatigosa y monótona que, como dice Burney, ningún recurso del arte podía mejorar; pues faltando el ritmo complicado, que hoy usamos, con medidas iguales y notas diferentes, el que resultaba tan sólo de la cantidad de las sílabas era y debía ser forzosamente monótono. Además, el canto no era más que una especie de recitado, y se diferenciaba mucho menos del lenguaje hablado que nuestro canto moderno. Sin embargo, teniendo en cuenta la extensión de las notas usadas, la variedad de los modos, las variaciones accidentales de medida que dependían del cambio del metro, y de la multiplicación de instrumentos, se ve que, en el último período de la civilizacion griega, la música era ya bastante heterogénea, no seguramente comparada con la música moderna, pero sí con relación a la que la precedía. Hasta esa época la armonía era completamente incógnita; sólo era conocida la melodía. Unicamente cuando la música religiosa cristiana hubo alcanzado cierto desarrollo, se vio nacer la armonía, por efecto de una diferenciación cuya moda y forma son inapreciables. Es difícil, ciertamente, concebir, a priori, ese paso de la melodía a la armonía, a no ser por un salto brusco; mas es indudable que dicho paso se verificó, de una u otra manera. Tal vez fue preparación para ese paso, el empleo de dos coros, cantando alternativamente el mismo aire; luego, empezando el uno a cantar antes que el otro acabase, lo cual, dados los sencillos cánticos de entonces, bien pudo originar una fuga, armoniosa aunque en muy pequeña parte, pues sólo así agradaba entonces al oído, según lo prueban los ejemplos conservados. Dada ya la idea, se desarrollaría naturalmente la composición de trozos con armonía de fugas, como éstas habían nacido de los coros alternantes; y de la fuga a los concertantes de dos, tres y cuatro partes, la transición era fácil. Sin describir detalladamente el incremento de complejidad que resultó de la introducción de notas de longitudes varias, de la multiplicación de llaves, del uso de los accesorios, de las variedades de tiempo, modulaciones, etc.; bastará recordar lo que era la música primitiva y compararla con la actual, para patentizar su inmenso progreso de lo homogéneo a lo heterogéneo. Basta considerar la música, en su conjunto, enumerar sus varios géneros y especies: música vocal, instrumental y mixta, y las subdivisiones en las diversas voces e instrumentos; observar las varias formas de música sagrada o religiosa, desde el simple himno, el motete, el cánon, la antífona, etc., hasta el oratorio y la misa completa, y las formas de música profana, mucho más numerosas aún, desde la balada hasta la serenata, y desde el solo instrumental hasta la sinfonía. Análogamente, se reconoce también la misma ley de progreso, comparando un trozo de música primitiva con un trozo de música moderna, ésta es mucho más heterogénea, no sólo por la variedad de longitud y altura de las notas; el número de notas distintas que suenan en el piano, por ejemplo, acompañando, a la vez, al mismo trozo de canto, y las variaciones de fuerza en que alternativamente dominan ya la voz ya el instrumento; sino también por los cambios de llaves, de tiempos, de timbre de la voz, y por otras muchas modificaciones de expresión. Por otra parte, hay tan inmenso contraste, entre la homogeneidad del antiguo y monótono canto de baile y la heterogeneidad de una ópera, que apenas es creible sea ésta descendiente de aquél.

126. Si fuere necesario, aún se pueden dar más pruebas. En los tiempos primitivos, las acciones del Rey-Dios eran cantadas y representadas en pantomima, danzando alrededor del altar; después se consignaban en los muros de los templos y de los palacios, engendrándose así una especie de literatura primitiva, cuyo sucesivo desarrollo puede seguirse fácilmente. Por ejemplo, en las Escrituras hebraicas están reunidas la teología, la cosmogonía, la historia, la legislación, la moral y la poesía. En otros libros, de los que la Iliada es buen ejemplo, se ve la misma mezcla de elementos religiosos, guerreros, históricos, épicos, dramáticos y líricos. En nuestros días, por el contrario, el desarrollo heterogéneo de la literatura (en su más lata acepción) presenta divisiones y subdivisiones, tan numerosas y variadas, que desafían toda clasificación. Podríamos seguir también el desarrollo de la Ciencia, desde la época en que unida aún al Arte sufrían ambas el yugo de la Religión; pasando luego al período en que las ciencias eran todavía tan pocas y tan rudimentarias, que podían ser estudiadas y poseídas todas por un solo hombre, hasta llegar a los tiempos presentes, en que los géneros y especies de ciencias son tan numerosos, que muy pocos pueden siquiera enumerarlos, y nadie poseer completamente todo un género.

Igualmente podríamos invocar, por nuevos testimonios de nuestra tesis, el desarrollo de la Arquitectura, del drama, de nuestra vestimenta; pero el lector debe estar ya fatigado y juzgar innecesarias más pruebas. Con las dadas creemos haber hecho indudable que el principio descubierto por los fisiólogos alemanes como una ley del desarrollo orgánico, es ley de todo desarrollo, y se manifiesta: en los primeros cambios del Universo, tanto inducidos como deducidos hipotéticamente; en la evolución geológica y meteorológica de la Tierra; en la de cada uno de los organismos que la pueblan; en la evolución de la humanidad, tanto en cada individuo civilizado, como en las razas y sus grupos; en la evolución de la sociedad, bajo el triple punto de vista de sus instituciones religiosas, políticas y económicas; y en fin, en la evolución de los innumerables productos abstractos y concretos de la actividad humana, más o menos necesarios para la vida social. Desde el pasado más remoto a que la Ciencia alcanza, hasta las últimas novedades de todos los géneros, la evolución, el desarrollo de todo ser tiene por principal carácter el paso de un estado homogéneo a un estado heterogéneo.

127. La fórmula dada en el capítulo anterior tiene, pues,necesidad de ser completada. Es verdad que la evolución consiste en el paso de una forma menos a otra más coherente, consecuencia de una disipación de movimiento y una integración simultánea de materia; pero eso es tan sólo una parte de la verdad; a la par que el paso de lo incoherente a lo coherente, hay otro de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo uniforme a lo multiforme; a lo menos en la evolución compuesta, es decir, en la inmensa mayoría de los casos, en los cuales, a la vez que se verifica una concentración progresiva, ya por una condensación mayor de la misma materia, ya por una agregación de más materia, ya por ambas causas; el conjunto se divide y subdivide en partes, cada vez más numerosas y desemejantes por su volumen, por su forma, por su estructura, por su composición o por muchos de esos caractéres. La misma doble operación que en el conjunto, se verifica en cada parte; aquel se integra y se diferencia de otros conjuntos; cada parte se integra y se diferencia de las otras del mismo todo.

El concepto de la evolución compuesta debe, pues, reunir esos dos caracteres; y por tanto, podremos definirla: «El paso de una homogeneidad incoherente a una heterogeneidad coherente, a consecuencia de una disipación de movimiento y de una integración de materia.»