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ArribaAbajoTomo II

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ArribaAbajoLibro tercero de los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia setentrional


ArribaAbajoCapitvlo primero del libro tercero

Como estan nuestras almas siempre en continuo mouimiento, y no pueden parar ni sossegar sino en su centro, que es Dios, para quien fueron criadas, no es marauilla que nuestros pensamientos se muden: que este se tome, aquel se dexe, vno se prosiga, y otro se oluide; y el que   —6→   mas cerca anduuiere de su sossiego, esse será el mejor, quando no se mezcle con error de entendimiento. Esto se ha dicho en disculpa de la ligereza que mostro Arnaldo en dexar en vn punto el desseo que tanto tiempo auia mostrado de seruir a Auristela; pero no se puede dezir que le dexò, sino que le entretuuo, en tanto que el de la honra, que sobrepuja al de todas las acciones   -fol. 120v-   humanas, se apoderò de su alma; el qual desseo se le declarò Arnaldo a Periandro vna noche antes de la partida, hablandole a parte en la isla de las Ermitas.

Alli le suplicò -que, quien pide lo que ha menester, no ruega, sino suplica- que mirasse por su hermana Auristela, y que la guardasse para reyna de Dinamarca; y que, aunque la ventura no se le mostrasse a el buena en cobrar su reyno, y en tan justa demanda perdiesse la vida, se estimasse Auristela por viuda de vn principe, y, como tal, supiesse escojer esposo, puesto que ya el sabía, y muchas vezes lo auia dicho, que por si sola, sin tener dependencia de otra grandeza alguna, merecia ser señora del mayor reyno del mundo, no que del de Dinamarca. Periandro le respondio que le agradecia su buen desseo, y que el tendria cuydado de mirar por ella, como por cosa que tanto le tocaua y que tambien le venía. Ninguna destas razones dixo Periandro a Auristela, porque las alabanças que se dan a la persona amada, halas de dezir el amante como propias, y no como se dizen de persona agena. No ha de enamorar el amante   —7→   con las gracias de otro: suyas han de ser las que mostrare a su dama; si no canta bien, no le trayga quien la cante; si no es demasiado gentil hombre, no se acompañe con Ganimedes; y, finalmente, soy de parecer que, las faltas que tuuiere, no las enmiende con agenas sobras. Estos consejos no se dan a Periandro, que de los bienes de la naturaleza se lleuaua la gala, y en los de la fortuna era inferior a pocos.

En esto, yuan las naues, con vn mismo viento, por diferentes caminos, que este es vno de los que parecen misterios en el arte de la nauegacion; yuan rompiendo, como digo, no claros cristales, sino azules; mostrauase el mar colchado, porque el viento, tratandole con respeto, no se atreuia a tocarle a mas de la superficie, y la naue suauemente le bessaua los labios,   -fol. 121r-   y se dexaua resbalar por el con tanta ligereza, que apenas parecia que le tocaua. Desta suerte, y con la misma tranquilidad y sossiego, nauegaron diez y siete dias, sin ser necessario subir, ni baxar, ni llegar a templar las velas, cuya felicidad en los que nauegan, si no tuuiesse por descuentos el temor de borrascas venideras, no auia gusto con que igualalle. Al cabo destos o pocos mas dias, al amanecer de vno, dixo vn grumete, que desde la gauia mayor yua descubriendo la tierra:

-¡Albricias, señores, albricias pido, y albricias merezco! ¡Tierra, tierra! Aunque mejor diria: ¡cielo, cielo!, porque, sin duda, estamos en el parage de la famosa Lisboa.

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Cuyas nueuas sacaron de los ojos de todos tiernas y alegres lagrimas, especialmente de Ricla, de los dos Antonios, y de su hija Constança, porque les parecio que ya auian llegado a la tierra de promission, que tanto desseauan. Echòle los braços Antonio al cuello, diziendole:

-Agora sabras, barbara mia, del modo que has de seruir a Dios, con otra relacion mas copiosa, aunque no diferente, de la que yo te he hecho; agora veràs los ricos templos en que es adorado; veràs juntamente las catolicas ceremonias con que se sirue, y notarás cómo la caridad christiana está en su punto. Aqui, en esta ciudad, veràs cómo son verdugos de la enfermedad muchos hospitales que la destruyen, y el que en ellos pierde la vida, enuuelto en la eficacia de infinitas indulgencias, gana la del cielo; aqui el amor y la honestidad se dan las manos y se passean juntos, la cortesia no dexa que se le llegue la arrogancia, y la braueça no consiente que se le acerque la cobardia. Todos sus moradores son agradables, son cortesses, son liberales, y son enamorados, porque son discretos. La ciudad es la mayor de Europa, y la de mayores tratos; en ella se descargan las riquezas del Oriente, y desde ella se reparten por el vniuerso; su puerto es capaz, no sólo de naues que se puedan reduzir a numero,   -fol. 121v-   sino de seluas mouibles de arboles que los de las naues forman; la hermosura de las mugeres admira y enamora; la vizarria de los hombres pasma, como ellos dizen; finalmente, esta es la   —9→   tierra que da al cielo santo y copiosissimo tributo.

-No digas mas -dixo a esta sazon Periandro-; dexa, Antonio, algo para nuestros ojos, que las alabanças no lo han de dezir todo: algo ha de quedar para la vista, para que con ella nos admiremos de nueuo, y assi, creciendo el gusto por puntos, vendra a ser mayor en sus estremos.

Contentissima estaua Auristela de ver que se le acercaua la hora de poner pie en tierra firme, sin andar de puerto en puerto y de isla en isla, sujeta a la inconstancia del mar y a la mouible voluntad de los vientos; y mas quando supo que desde alli a Roma podia yr a pie enjuto, sin enuarcarse otra vez, si no quisiesse. Medio dia sería quando llegaron a Sangian126, donde se registrò el nauio, y donde el castellano del castillo, y los que con el entraron en la naue, se admiraron de la hermosura de Auristela, de la gallardia de Periandro, del trage barbaro de los dos Antonios, del buen aspecto de Ricla, y de la agradable belleza de Constança. Supieron ser estrangeros, y que yuan peregrinando a Roma. Satisfizo Periandro a los marineros que los auian traydo magnificamente, con el oro que sacò Ricla de la isla barbara, ya vuelto en moneda corríente en la isla de Policarpo; los marineros quisieron llegar a Lisboa a grangearlo con alguna mercancia. El castellano de Sangian embió al gouernador de Lisboa, que entonces era el arçobispo de Braga, por ausencia del rey,   —10→   que no estaua en la ciudad, de la nueua venida de los estrangeros y de la sin par belleza de Auristela, añadiendo la de Constança, que, con el trage de barbara, no solamente no la encubria, pero la realçaua; exageróle assimismo la gallarda disposicion de Periandro, y   -fol. 122r-   juntamente la discrecion de todos, que no barbaros, sino cortesanos parecian.

Llegò el nauio a la ribera de la ciudad, y en la de Belen se desembarcaron, porque quiso Auristela, enamorada y deuota de la fama de aquel santo monasterio, visitarle primero, y adorar en el al verdadero Dios libre y desembaraçadamente, sin las torcidas ceremonias de su tierra. Auia salido a la marina infinita gente, a ver los estrangeros desembarcados en Belen; corrieron alla todos por ver la nouedad, que siempre se lleua tras si los desseos y los ojos. Ya salia de Belen el nueuo esquadron de la nueua hermosura: Ricla, medianamente hermosa, pero estremadamente a lo barbaro vestida; Constança, hermosissima y rodeada de pieles; Antonio el padre, braços y piernas desnudas, pero con pieles de lobos cubierto lo demas del cuerpo; Antonio el hijo yua del mismo modo, pero con el arco en la mano y la aljaua de las saetas a las espaldas; Periandro, con casaca de terciopelo verde y calçones de lo mismo, a lo marinero, vn bonete estrecho y puntiagudo en la cabeça, que no le podia cubrir las sortijas de oro que sus cabellos formauan; Auristela traia toda la gala del setentrion en el vestido, la mas   —11→   vizarra gallardia en el cuerpo, y la mayor hermosura del mundo en el rostro. En efeto: todos juntos, y cada vno de por si, causauan espanto y marauilla a quien los miraua; pero sobre todos campeaua la sin par Auristela y el gallardo Periandro.

Llegaron por tierra a Lisboa, rodeados de plebeya y de cortesana gente; lleuaronlos al gouernador, que, despues de admirado de verlos, no se cansaua de preguntarles quienes eran, de donde venian, y adonde yuan, a lo que respondio Periandro, que ya traia estudiada la respuesta que auia de dar a semejantes preguntas, viendo que se la auian de hazer muchas vezes:   -fol. 122v-   quando queria, o le parecia que conuenia, relataua su historia a lo largo, encubriendo siempre sus padres, de modo que, satisfaciendo a los que le preguntauan, en breues razones cifraua, si no toda, a lo menos, gran parte de su historia. Mandólos el visorrey aloxar en vno de los mejores aloxamientos de la ciudad, que acerto a ser la casa de vn magnifico cauallero portugues, donde era tanta la gente que concurria para ver a Auristela, de quien sola auia salido la fama de lo que auia que ver en todos, que fue parecer de Periandro mudassen los trages de barbaros en los de peregrinos, porque la nouedad de los que traian era la causa principal de ser tan seguidos, que ya parecian perseguidos del vulgo; ademas, que para el viage que ellos lleuauan de Roma, ninguno le venía mas a cuento. Hizose assi, y, de alli a dos dias, se vieron   —12→   peregrinamente peregrinos. Acaecio, pues, que, al salir vn dia de casa, vn hombre portugues se arrojò a los pies de Periandro, llamandole por su nombre, y, abraçandole por las piernas, le dixo:

-¿Que ventura es esta, señor Periandro, que la des a esta tierra con tu presencia? No te admires en ver que te nombro por tu nombre, que vno soy de aquellos veynte que cobraron libertad en la abrasada isla barbara, donde tu la tenias perdida; halléme a la muerte de Manuel de Sosa Cuytiño, el cauallero portugues; apartéme de ti y de los tuyos en el hospedaje donde llegò Mauricio y Ladislao en busca de Transila, esposa del vno y hija del otro; truxome la buena suerte a mi patria; conte aqui a sus parientes la enamorada muerte; creyeronla, y, aunque yo no se la afirmara de vista, la creyeran, por tener casi en costumbre el morir de amores los portuguesses; vn hermano suyo, que heredò su hazienda, ha hecho sus obsequias, y, en vna capilla de su linage, le puso en   -fol. 123r-   vna piedra de marmol blanco, como si debaxo della estuuiera enterrado, vn epitafio que quiero que vengays a ver todos, assi como estays, porque creo que os ha de agradar, por discreto y por gracioso.

Por las palabras, bien conocio Periandro que aquel hombre dezia verdad; pero, por el rostro, no se acordaua auerle visto en su vida. Con todo esso, se fueron al templo que dezia, y vieron la capilla y la losa, sobre la qual estaua escrito en lengua portuguessa este epitafio, que   —13→   leyo casi en castellano Antonio el padre, que dezia assi:

Aqui yaze viua la memoria del ya muerto Manuel de Sosa Coytiño, cauallero portugues, que, a no ser portugues, aun fuera viuo; no murio a las manos de ningun castellano, sino a las de amor, que todo lo puede; procura saber su vida, y embidiaràs su muerte, passajero127.

Vio Periandro que auia tenido razon el portugues de alabarle el epitafio, en el escriuir de los quales tiene gran primor la nacion portuguessa. Preguntò Auristela al portugues que sentimiento auia hecho la monja, dama del muerto, de la muerte de su amante, el qual la respondio que, dentro de pocos dias que la supo, passò desta a mejor vida, o ya por la estrecheza de la que hazía siempre, o ya por el sentimiento del no pensado sucesso.

Desde alli se fueron en casa de vn famoso pintor, donde ordenò Periandro que, en vn lienço grande, le pintasse todos los mas principales   -fol. 123v-   casos de su historia128. A vn lado pintò la isla barbara ardiendo en llamas, y alli junto la isla de la prision, y vn poco mas desuiado, la balsa o enmaderamiento donde le hallò Arnaldo quando le lleuò a su nauio; en otra parte estaua la isla neuada, donde el enamorado portugues perdio la vida; luego la naue que los soldados de Arnaldo taladraron; alli junto pintò la diuision del esquife y de la barca; alli se mostraua   —14→   el dessafio de los amantes de Taurisa y su muerte; aca estauan serrando por la quilla la naue que auia seruido de sepultura a Auristela y a los que con ella venian; aculla estaua la agradable isla donde vio en sueños Periandro los dos esquadrones de virtudes y vicios; y alli junto la naue donde los pezes naufragos pescaron a los dos marineros y les dieron en su vientre sepultura129; no se oluidò de que pintasse verse empedrados en el mar elado, el assalto y combate del nauio, ni el entregarse a Cratilo; pintò assimismo la temeraria carrera del poderoso cauallo, cuyo espanto, de leon, le hizo cordero: que, los tales, con vn assombro se amansan; pintò como en resguño y en estrecho espacio las fiestas de Policarpo, coronandose a si mismo por vencedor en ellas; resolutamente, no quedò paso principal en que no hiziesse lauor en su historia, que alli no pintasse, hasta poner la ciudad de Lisboa y su desembarcacion en el mismo trage en que auian venido; tambien se vio en el mismo lienço arder la isla de Policarpo, a Clodio traspassado con la saeta de Antonio, y a Zenotia colgada de vna entena; pintòse tambien la isla de las Ermitas, y a Rutilio con apariencias de santo. Este lienço se hazía de vna recopilacion que les escusaua de contar su historia por menudo, porque Antonio el moço declaraua las pinturas y los sucessos quando le apretauan a que los dixesse; pero en lo que mas se auentajò el pintor famoso, fue en el retrato de Auristela, en quien   -fol. 124r-   dezian se   —15→   auia mostrado a saber pintar vna hermosa figura, puesto que la dexaua agrauiada, pues a la belleza de Auristela, si no era lleuado de pensamiento diuino, no auia pinzel humano que alcançasse.

Diez dias estuuieron en Lisboa, todos los quales gastaron en visitar los templos y en encaminar sus almas por la derecha senda de su saluacion, al cabo de los quales, con licencia del visorrey, y con patentes verdaderas y firmes de quienes eran y adonde yuan, se despidieron del cauallero portugues, su huesped, y del hermano del enamorado, Alberto, de quien recibieron grandes caricias y beneficios, y se pusieron en camino de Castilla; y esta partida fue menester hazerla de noche, temerosos que, si de dia la hizieran, la gente que les seguiria la estoruara, puesto que la mudança del trage auia hecho ya que amaynase la admiracion.



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ArribaAbajoCapitvlo segvndo del tercer libro

Peregrinos; su viage por España; sucedenles nueuos y estraños casos


Pedian los tiernos años de Auristela, y los mas tiernos de Constança, con los entreuerados de Ricla, coches, estruendo y aparato para el largo viage en que se ponian; pero la deuocion de Auristela, que auia prometido de yr a pie hasta Roma desde la parte do llegasse en tierra firme, lleuò tras si las demas deuociones; y todos de vn parecer, assi varones como hembras, votaron el viage a pie, añadiendo, si fuesse necessario, mendigar de puerta en puerta. Con esto cerro la del dar Ricla, y Periandro se escusò de no disponer de la cruz de diamantes que Auristela   -fol. 124v-   traia, guardandola, con las inestimables perlas, para mejor ocasion. Solamente compraron vn vagaje que sobrelleuasse las cargas que no pudieran sufrir las espaldas; acomodaronse de bordones, que seruian de arrimo y defensa y de vaynas de vnos agudos estoques. Con este christiano y humilde aparato, salieron de Lisboa, dexandola sola sin su belleza, y pobre sin la riqueza de su discrecion, como lo mostraron los infinitos corrillos de gente que en ella   —17→   se hizieron, donde la fama no trataua de otra cosa sino del estremo de discrecion y belleza de los peregrinos estrangeros. Desta manera, acomodandose a sufrir el trabajo de hasta dos o tres leguas de camino cada dia, llegaron a Badajoz, donde ya tenia el corregidor castellano nueuas de Lisboa cómo por alfi auian de passar los nueuos peregrinos, los quales, entrando en la ciudad, acertaron a alojarse en vn meson, do se alojaua vna compañia de famosos recitantes, los quales aquella misma noche auian de dar la muestra para alcançar la licencia de representar en público, en casa del corregidor. Pero, apenas vieron el rostro de Auristela y el de Constança, quando les sobresaltò lo que solia sobresaltar a todos aquellos que primeramente las veian, que era admiracion y espanto; pero ninguno puso tan en punto el marauillarse, como fue el ingenio de vn poeta, que de proposito con los recitantes venia, assi para enmendar y remendar comedias viejas, como para hazerlas de nueuo; exercicio mas ingenioso que honrado, y mas de trabajo que de prouecho. Pero la excelencia de la poesia es tan limpia como el agua clara, que a todo lo no limpio aprouecha; es como el sol, que passa por todas las cosas inmundas, sin que se le pegue nada; es auilidad, que tanto vale quanto se estima; es vn rayo que suele salir de donde està encerrado, no abrasando, sino alumbrando; es instrumento acordado que dulcemente alegra los sentidos, y, al paso del deleyte, lleua consigo la honestidad   -fol. 125r-   y   —18→   el prouecho. Digo, en fin, que este poeta, a quien la necessidad auia hecho trocar los Parnasos con los mesones, y las Castalias y las Aganipes con los charcos y arroyos de los caminos y ventas, fue el que mas se admirò de la belleza de Auristela, y al momento la marcò en su imaginacion y la tuuo por mas que buena para ser comedianta, sin reparar si sabía o no la lengua castellana. Contentóle el talle, diole gusto el brio, y, en vn instante, la vistio en su imaginacion en hábito corto de varon; desnudóla luego, y vistiola de ninfa, y casi al mismo punto la enuistio de la magestad de reyna, sin dexar trage de risa o de grauedad de que no la vistiesse, y en todas se le representò graue, alegre, discreta, aguda, y sobremanera honesta; estremos que se acomodan mal en vna farsanta hermosa. ¡Valame Dios, y con quanta facilidad discurre el ingenio de vn poeta y se arroja a romper por mil impossibles! ¡Sobre quan flacos cimientos leuanta grandes quimeras! Todo se lo halla hecho, todo facil, todo llano, y esto de manera que las esperanças le sobran quando la ventura le falta, como lo mostro este nuestro moderno poeta quando vio descoger acaso el lienço donde venian pintados los trabajos de Periandro. Alli se vio el en el mayor que en su vida se auia visto, por venirle a la imaginacion vn grandissimo desseo de componer de todos ellos vna comedia; pero no acertaua en que nombre le pondria: si le llamaria comedia, o tragedia, o tragicomedia; porque, si sabía el principio, ignoraua   —19→   el medio y el fin, pues aun todavia yuan corriendo las vidas de Periandro y de Auristela, cuyos fines auian de poner nombre a lo que dellos se representasse. Pero, lo que mas le fatigaua, era pensar cómo podria encajar vn lacayo consejero y gracioso en el mar, y entre tantas islas, fuego y nieues; y, con todo esto, no se desesperò de hazer la comedia y de encajar el tal lacayo, a pesar de todas las reglas de la poesia y a despecho del arte comico. Y,   -fol. 125v-   en tanto que en esto yua y venía, tuuo lugar de hablar a Auristela y de proponerle su desseo, y de aconsejarla quan bien la estaria si se hiziesse recitanta. Dixole que, a dos salidas al teatro, le llouerian minas de oro a cuestas, porque los principes de aquella edad eran como echos de alquimia, que, llegada al oro, es oro, y llegada al cobre, es cobre; pero que, por la mayor parte, rendian su voluntad a las ninfas de los teatros, a las diosas enteras y a las semideas, a las reynas de estudio y a las fregonas de apariencia130; dixole que si alguna fiesta real acertasse a hazerse en su tiempo, que se diesse por cubierta de faldellines de oro, porque todas o las mas libreas de los caualleros auian de venir a su casa, rendidas, a bessarle los pies; representóle el gusto de los viages y el lleuarse tras si dos o tres disfraçados caualleros, que la seruirian tan de criados como de amantes; y sobre todo encarecia y puso sobre las nubes la excelencia y la honra que le darian en encargarle las primeras figuras; en fin, le dixo que, si en alguna   —20→   cosa se verificaua la verdad de vn antiguo refran castellano, era en las hermosas farsantas, donde la honra y prouecho cabian en vn saco. Auristela le respondio que no auia entendido palabra de quantas le auia dicho, porque bien se veia que ignoraua la lengua castellana, y que, puesto que la supiera, sus pensamientos eran otros, que tenian puesta la mira en otros exercicios, si no tan agradables, a lo menos, mas conuenientes. Desesperóse el poeta con la resoluta respuesta de Auristela; miróse a los pies de su ignorancia, y deshizo la rueda de su vanidad y locura.

Aquella noche fueron a dar la muestra en casa del corregidor, el qual, como huuiesse sabido que la hermosa junta peregrina estaua en la ciudad, los embió a buscar, y a combidar viniessen a su casa a ver la comedia, y a recebir en ella muestras del desseo que tenia de seruirles, por las que de su valor le auian escrito de Lisboa. Acetólo   -fol. 126r-   Periandro, con parecer de Auristela y de Antonio el padre, a quien obedecian como a su mayor. Iuntas estauan muchas damas de la ciudad con la corregidora quando entraron Auristela, Ricla y Constança, con Periandro y los dos Antonios, admirando, suspendiendo, alborotando la vista de los presentes, que a sentir tales efetos les forçaua la sin par vizarria de los nueuos peregrinos, los quales, acrecentando con su humildad y buen parecer la beneuolencia de los que los recibieron, dieron lugar a que les diessen casi el mas   —21→   honrado en la fiesta, que fue la representacion de la fabula de Cefalo y de Pocris, quando ella, zelosa mas de lo que deuia, y el, con menos discurso que fuera necessario, disparò el dardo que a ella le quitó la vida, y a el, el gusto para siempre. El verso tocò los estremos de bondad possibles, como compuesto, segun se dixo, por Iuan de Herrera de Gamboa, a quien por mal nombre llamaron el Maganto, cuyo ingenio tocò assimismo las mas altas rayas de la poetica esfera131. Acabada la comedia, desmenuçaron las damas la hermosura de Auristela parte por parte, y hallaron todas vn todo a quien dieron por nombre Perfeccion sin tacha, y los varones dixeron lo mismo de la gallardia de Periandro, y de recudida se alabò tambien la belleza de Constança y la vizarria de su hermano Antonio.

Tres dias estuuieron en la ciudad, donde en ellos mostro el corregidor ser cauallero liberal, y tener la corregidora condicion de reyna, segun fueron las dadiuas y presentes que hizo a Auristela y a los demas peregrinos, los quales, mostrandose agradecidos y obligados, prometieron de tener cuenta de darla de sus sucessos, de dondequiera que estuuiessen. Partidos, pues, de Badajoz, se encaminaron a Nuestra Señora de Guadalupe, y, auiendo andado tres dias, y en ellos cinco leguas,   -fol. 126v-   les tomò la noche en vn monte, poblado de infinitas enzinas y de otros rusticos arboles. Tenia suspenso el cielo el curso y sazon del tiempo en la balança igual de los dos equinocios: ni el calor fatigaua, ni el   —22→   frio ofendia, y, a necessidad, tambien se podia passar la noche en el campo como en el aldea; y a esta causa, y por estar lexos vn pueblo, quiso Auristela que se quedassen en vnas132 majadas de pastores boyeros que a los ojos se les ofrecieron. Hizose lo que Auristela quiso, y, apenas auian entrado por el bosque docientos pasos, quando se cerrò la noche con tanta escuridad, que los detuuo, y les hizo mirar atentamente la lumbre de los boyeros, porque su resplandor les siruiesse de norte para no errar el camino. Las tinieblas de la noche, y vn ruydo que sintieron, les detuuo el paso, y hizo que Antonio el moço se apercibiesse de su arco, perpetuo compañero suyo. Llegò en esto vn hombre a cauallo, cuyo rostro no vieron, el qual les dixo:

-¿Soys desta tierra, buena gente?

-No, por cierto -respondio Periandro-, sino de bien lexos della; peregrinos estrangeros somos, que vamos a Roma, y primero a Guadalupe.

-¿Si que tambien -dixo el de a cauallo- ay en las estrangeras tierras caridad y cortesia, tambien ay almas compasiuas dondequiera?

-¿Pues no? -respondio Antonio-. Mirad, señor, quienquiera que seays, si aueys menester algo de nosotros, y vereys cómo sale verdadera vuestra imaginacion.

-Tomad -dixo, pues, el cauallero-, tomad, señores, esta cadena de oro, que deue de valer docientos escudos, y tomad assimismo esta prenda, que no deue de tener precio, a lo menos   —23→   yo no se le hallo, y darle heys en la ciudad de Trugillo a vno de dos caualleros que en ella y en todo el mundo son bien conocidos: llamase el vno don Francisco Piçarro, y el otro don Iuan de Orellana; ambos moços, ambos libres, ambos ricos, y ambos en todo estremo.

  -fol. 127r-  

Y, en esto, puso en las manos de Ricla, que, como muger compassiua, se adelantò a tomarlo, vna criatura que ya començaua a llorar, enuuelta ni se supo por entonces si en ricos o en pobres paños.

-Y direys a qualquiera dellos que la guarden, que presto sabran quien es, y las desdichas que a ser dichoso le auran lleuado, si llega a su presencia. Y perdonadme, que mis enemigos me siguen, los quales, si aqui llegaren y preguntaren si me aueys visto, direys que no, pues os importa poco el dezir esto; o, si ya os pareciere mejor, dezid que por aqui passaron tres o quatro hombres de a cauallo que yuan diziendo: «¡A Portugal, a Portugal!» Y a Dios quedad, que no puedo detenerme, que, puesto que el miedo pone espuelas, mas agudas las pone la honra.

Y, arrimando las que traia al cauallo, se apartò como vn rayo dellos; pero, casi al mismo punto, voluio el cauallero y dixo:

-No està bautizado.

Y tornò a seguir su camino.

Veys aqui a nuestros peregrinos, a Ricla con la criatura en los braços, a Periandro con la cadena al cuello, a Antonio el moço sin dexar de   —24→   tener flechado el arco, y al padre en postura de desembaynar el estoque, que de bordon le seruia, y a Auristela confusa y atonita del estraño sucesso, y a todos juntos admirados del estraño acontecimiento, cuya salida fue por entonces que aconsejò Auristela que, como mejor pudiessen, llegassen a la majada de los boyeros, donde podria ser hallassen remedios para sustentar aquella recien nacida criatura, que, por su pequeñez y la deuilidad de su llanto, mostraua ser de pocas horas nacida. Hizose assi, y apenas llegaron a la majada de los pastores, a costa de muchos tropieços y caydas, quando, antes que los peregrinos les preguntassen si eran seruidos de darles alojamiento aquella noche, llegò a la majada vna muger llorando, triste, pero no reciamente, porque   -fol. 127v-   mostraua en sus gemidos que se esforçaua a no dexar salir la voz del pecho. Venia medio desnuda, pero las ropas que la cubrian eran de rica y principal persona; la lumbre y luz de las hogueras, a pesar de la diligencia que ella hazía para encubrirse el rostro, la descubrieron, y vieron ser tan hermosa como niña, y tan niña como hermosa, puesto que Ricla, que sabía mas de edades, la juzgò por de diez y seys a diez y siete años. Preguntaronle los pastores si la seguia alguien, o si tenia otra necessidad, que pidiesse presto remedio, a lo que respondio la dolorosa muchacha:

-Lo primero, señores, que aueys de hazer, es ponerme debaxo de la tierra; quiero dezir, que me encubrays de modo que no me halle quien   —25→   me buscare. Lo segundo, que me deys algun sustento, porque desmayos me van acauando la vida.

-Nuestra diligencia -dixo vn pastor viejo- mostrarà que tenemos caridad.

Y, aguijando con presteza a vn hueco de vn arbol que en vna valiente enzina se hazía, puso en el algunas pieles blandas de ouejas y cabras que entre el ganado muerto se criauan; hizo vn modo de lecho, vastante por entonces a suplir aquella necessidad precisa; tomò luego a la muger en los braços, y encerrola en el hueco, adonde le dio lo que pudo, que fueron sopas en leche, y le dieran vino, si ella quisiera beuerlo; colgo luego delante del hueco otras pieles, como para enjugarse. Ricla, viendo hecho esto, auiendo conjeturado que aquella, sin duda, deuia de ser la madre de la criatura que ella tenia, se llegò al pastor caritatiuo, diziendole:

-No pongays, buen señor, término a vuestra caridad, y vsalda con esta criatura que tengo en los braços, antes que perezca de hambre.

Y, en breues razones, le conto cómo se le auian dado. Respondiola el pastor a la intencion, y no a sus razones, llamando   -fol. 128r-   a vno de los demas pastores, a quien mandò que, tomando aquella criatura, la lleuasse al aprisco de las cabras, y hiziesse de modo como de alguna dellas tomasse el pecho. Apenas huuo hecho esto, y tan apenas que casi se oian los vltimos acentos del llanto de la criatura, quando llegaron a la majada vn tropel de hombres a cauallo,   —26→   preguntando por la muger desmayada y por el cauallero de la criatura; pero como no les dieron nueuas, ni noticia de lo que pedian, passaron con estraña priessa adelante, de que no poco se alegraron sus remediadores, y aquella noche passaron con mas comodidad que los peregrinos pensaron, y con mas alegria de los ganaderos, por verse tambien acompañados.



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ArribaAbajoCapitvlo tercero del tercer libro

La donzella encerrada en el arbol, [da razon] de quien era


Preñada estaua la enzina -digamoslo assi-; preñadas estauan las nubes, cuya escuridad la puso en los ojos de los que por la prisionera del arbol preguntaron; pero al compassiuo pastor, que era mayoral del ato, ninguna cosa le pudo turbar para que dexasse de acudir a proueer lo que fuesse necessario al recebimiento de sus huespedes: la criatura tomò los pechos de la cabra; la encerrada, el rustico sustento; y los peregrinos, el nueuo y agradable hospedage. Quisieron todos saber luego que causas auian traido alli a la lastimada y, al parecer, tugitiua, y a la desamparada criatura; pero fue parecer de Auristela que no le preguntassen nada hasta el venidero dia, porque los sobresaltos   -fol. 128v-   no suelen dar licencia a la lengua aun a que cuente venturas alegres, quanto mas desdichas tristes; y, puesto que el anciano pastor visitaua a menudo el arbol, no preguntaua nada al deposito que tenia, sino solamente por su salud; y fuele respondido que, aunque tenia mucha ocasion para no tenerla, le sobraria como ella se viesse   —28→   libre de los que la buscauan, que era su padre y hermanos. Cubriola y encubriola el pastor, y dexóla, y voluiose a los peregrinos, que aquella noche la passaron con mas claridad de las hogueras y fuegos de los pastores que con aquella que ella les concedia, y, antes que el cansancio les obligasse a entregar los sentidos al sueño, quedò concertado que el pastor que auia lleuado la criatura a procurar que las cabras fuessen sus amas, la lleuasse y entregasse a vna hermana del anciano ganadero, que, casi dos leguas de alli, en vna pequeña aldea, viuia. Dieronle que lleuasse la cadena, con orden de darla a criar en la misma aldea, diziendo ser de otra algo apartada. Todo esto se hizo assi, con que se asseguraron y apercibieron a desmentir las espias, si acaso voluiessen, o viniessen otras de nueuo, a buscar los perdidos; a lo menos, los que perdidos parecian. En tratar desto, y en satisfazer lahambre, y en vn breue rato que se apoderò de sus ojos el sueño y de sus lenguas el silencio, se passò el de la noche, y se vino a mas andar el dia, alegre para todos, sino para la temerosa que, encerrada en el arbol, apenas ossaua ver del sol la claridad hermosa. Con todo esso, auiendo puesto primero, cerca y lexos del rebaño, de trecho en trecho, centinelas que auisassen si alguna gente venia, la sacaron del arbol para que le diesse el ayre, y para saber della lo que desseauan; y, con la luz del dia, vieron que la de su rostro era admirable, de modo que puso en duda a qual darian, della y   —29→   de Constança, despues de Auristela, el segundo lugar de hermosa; porque dondequiera   -fol. 129r-   se lleuò el primero Auristela, a quien no quiso dar ygual la naturaleza. Muchas preguntas le hizieron, y muchos ruegos precedieron antes, todos encaminados a que su sucesso les contasse, y ella, de puro cortés y agradecida, pidiendo licencia a su flaqueza, con aliento debilitado, assi començo a dezir:

-Puesto, señores, que, en lo que deziros quiero, tengo de descubrir faltas que me han de hazer perder el credito de honrada, todauia quiero mas parecer cortés por obedeceros, que desagradecida por no contentaros. Mi nombre es Feliciana de la Voz; mi patria, vna villa no lexos de este lugar; mis padres son nobles mucho mas que ricos; y mi hermosura, en tanto que no ha estado tan marchita como agora, ha sido de algunos estimada y celebrada. Iunto a la villa que me dio el cielo por patria, viuia vn hidalgo riquissimo, cuyo trato y cuyas muchas virtudes le hazian ser cauallero en la opinion de las gentes. Este tiene vn hijo que desde agora muestra ser tan heredero de las virtudes de su padre, que son muchas, como de su hazienda, que es infinita. Viuia ansimismo en la misma aldea vn cauallero con otro hijo suyo, mas nobles que ricos, en vna tan honrada mediania, que ni los humillaua ni los ensoberuecia. Con este segundo mancebo noble ordenaron mi padre y dos hermanos que tengo de casarme, echando a las espaldas los ruegos con que me   —30→   pedia por esposa el rico hidalgo; pero yo, a quien los cielos guardauan para esta desuentura en que me veo, y para otras en que pienso verme, me dio por esposo al rico, y yo me le entreguè por suya a hurto de mi padre y de mis hermanos, que madre no la tengo, por mayor desgracia mia. Vimonos muchas vezes solos y juntos, que, para semejantes casos, nunca la ocasion vuelue las espaldas; antes, en la mitad de las impossibilidades, ofrece su guedeja.   -fol. 129v-   Destas juntas y destos hurtos amorosos, se acortò mi vestido133 y crecio mi infamia, si es que se puede llamar infamia la conuersacion de los desposados amantes. En este tiempo, sin hazerme sabidora, concertaron mis padres y hermanos de casarme con el moço noble, con tanto desseo de efetuarlo, que anoche le traxeron a casa, acompañado de dos cercanos parientes suyos, con proposito de que luego, luego nos diessemos las manos. Sobresaltéme quando vi entrar a Luys Antonio -que este es el nombre del mancebo noble-, y mas me admirè quando mi padre me dixo que me entrasse en mi aposento y me adereçasse algo mas de lo ordinario, porque en aquel punto auia de dar la mano de esposa a Luys Antonio. Dos dias auia que auia entrado en los terminos que la naturaleza pide en los partos, y, con el sobresalto y no esperada nueua, quedè como muerta, y diziendo entraua a adereçarme a mi aposento, me arrojé en los braços de vna mi donzella, depositaria de mis secretos, a quien dixe, hechos fuentes mis ojos: «¡Ay,   —31→   Leonora mia, y cómo creo que es llegado el fin de mis dias! Luys Antonio está en essa antesala, esperando que yo salga a darle la mano de esposa. Mira si es este trance riguroso, y la mas apretada ocasion en que pueda verse vna muger desdichada. Passame, hermana mia, si tienes con que, este pecho; salga primero mi alma destas carnes, que no la desuerguença de mi atreuimiento. ¡Ay, amiga mia, que me muero, que se me acaba la vida!» Y, diziendo esto, y dando vn gran suspiro, arrojé vna criatura en el suelo, cuyo nunca visto caso suspendio a mi donzella, y a mi me cego el discurso de manera que, sin saber que hazer, estuue esperando a que mi padre o mis hermanos entrassen, y, en lugar de sacarme a desposar, me sacassen a la sepultura.

Aqui llegaua Feliciana de su cuento, quando vieron que las centinelas que auian puesto para assegurarse, hazian señal   -fol. 130r-   de que venia gente, y, con diligencia no vista, el pastor anciano queria voluer a depositar a Feliciana en el arbol, seguro asylo de su desgracia; pero, auiendo vuelto las centinelas a dezir que se assegurassen, porque vn tropel de gente que auian visto, cruzaua por otro camino, todos se asseguraron, y Feliciana de la Voz voluio a su cuento, diziendo:

-Considerad, señores, el apretado peligro en que me vi anoche: el desposado, en la sala, esperandome, y el adúltero, si assi se puede dezir, en vn jardin de mi casa, atendiendome para   —32→   hablarme, ignorante del estrecho en que yo estaua, y de la venida de Luys Antonio; yo, sin sentido, por el no esperado sucesso; mi donzella, turbada, con la criatura en los braços; mi padre y hermanos, dandome priessa que saliesse a los desdichados desposorios. Aprieto fue este que pudiera derribar a mas gallardos entendimientos que el mio, y oponerse a toda buena razon y buen discurso. No se que os diga mas, sino que senti, estando sin sentido, que entrò mi padre diziendo: «Acaba, muchacha; sal como quiera que estuuieres, que tu hermosura suplira tu desnudez y te seruira de riquissimas galas.» Diole, a lo que creo, en esto a los oidos el llanto de la criatura, que mi donzella, a lo que imagino, deuia de yr a poner en cobro, o a darsela a Rosanio, que este es el nombre del que yo quise escoger por esposo; alborotòse mi padre, y, con vna vela en la mano, me mirò el rostro, y coligio por mi semblante mi sobresalto y mi desmayo; voluiole a herir en los oidos el eco del llanto de la criatura, y, echando mano a la espada, fue siguiendo adonde la voz le lleuaua. El resplandor del cuchillo me dio en la turbada vista, y el miedo en la mitad del alma; y, como sea natural cosa el dessear conseruar la vida cada vno, del temor de perderla salio en mi el ánimo de remediarla, y, apenas huuo mi padre vuelto las espaldas, quando yo, assi como estaua, baxé por vn caracol a vnos aposentos   -fol. 130v-   baxos de mi casa, y de ellos con facilidad me puse en la calle, y de la calle en el campo, y del campo en no se que   —33→   camino; y, finalmente, aguijada del miedo y solicitada del temor, como si tuuiera alas en los pies, caminè mas de lo que prometia mi flaqueza. Mil vezes estuue para arrojarme en el camino de algun ribazo, que me acabara con acabarme la vida, y otras tantas estuue por sentarme o tenderme en el suelo, y dexarme hallar de quien me buscasse; pero, alentandome la luz de vuestras cauañas, procuré llegar a ellas a buscar descanso a mi cansancio, y, si no remedio, algun aliuio a mi desdicha. Y assi lleguè como me vistes, y assi me hallo como me veo, merced a vuestra caridad y cortesia. Esto es, señores mios, lo que os puedo contar de mi historia, cuyo fin dexo al cielo, y le remito en la tierra a vuestros buenos consejos.

Aqui dio fin a su plática la lastimada Feliciana de la Voz, con que puso en los oyentes admiracion y lástima en vn mismo grado. Periandro conto luego el hallazgo de la criatura, la dadiua de la cadena, con todo aquello que le auia sucedido con el cauallero que se la dio.

-¡Ay! -dixo Feliciana-. ¿Si es por ventura essa prenda mia? ¿Y si es Rosanio el que la traxo? Y si yo la viesse, si no por el rostro, pues nunca le he visto, quiça por los paños en que viene embuelta sacaria a luz la verdad de las tinieblas de mi confusion; porque mi donzella, no apercebida, ¿en que la podia enuoluer, sino en paños que estuuiessen en el aposento, que fuessen de mi conocidos? Y quando esto no sea, quiça la sangre hara su oficio, y, por ocultos   —34→   sentimientos le dara a entender lo que me toca.

A lo que respondio el pastor:

-La criatura està ya en mi aldea, en poder de vna hermana y de vna sobrina mia; yo hare que ellas mismas nos la traygan oy aqui, donde podras, hermosa Feliciana, hazer las esperiencias que desseas. En tanto, sossiega, señora, el espiritu, que mis pastores y este arbol seruiran de nubes que se opongan a los ojos que te buscaren.



  —35→     -fol. 131r-  

ArribaAbajoCapitvlo qvarto del tercero libro

-Pareceme, hermano mio -dixo Auristela a Periandro-, que los trabajos y los peligros no solamente tienen jurisdicion en el mar, sino en toda la tierra; que las desgracias e infortunios, assi se encuentran sobre los leuantados sobre los montes, como con los escondidos en sus rincones. Esta que llaman fortuna, de quien yo he oydo hablar algunas vezes, de la qual se dize que quita y da los bienes quando, como y a quien quiere, sin duda alguna, deue de ser ciega y antojadiça, pues, a nuestro parecer, leuanta los que auian de estar por el suelo, y derriba los que estan sobre los montes de la luna. No se, hermano, lo que me voy diziendo; pero se que quiero dezir que no es mucho que nos admire ver a esta señora, que dize que se llama Feliciana de la Voz, que a penas la tiene para contar sus desgracias. Contemplola yo pocas horas ha, en su casa, acompañada de su padre, hermanos y criados, esperando poner con sagazidad remedio a sus arrojados desseos; y agora puedo dezir que la veo escondida en lo hueco de vn arbol, temiendo los mosquitos del ayre, y aun las lombrizes de la tierra. Bien es verdad que la suya no es caida de principes134; pero es   —36→   vn caso que puede seruir de exemplo a las recogidas donzellas que le quisieren dar bueno de sus vidas. Todo esto me mueue a suplicarte, ¡o hermano!, mires por mi honra, que, desde el punto que sali del poder de mi padre y del de tu madre, la depositè en tus manos; y aunque la esperiencia, con certidumbre grandissima, tiene acreditada tu bondad, ansi en la soledad de los desiertos como en la compañia de las ciudades, todauia temo que la mudança de las horas no mude los   -fol. 131v-   que de suyo son faciles pensamientos. A ti te va; mi honra es la tuya; vn solo desseo nos gouierna y vna misma esperança nos sustenta; el camino en que nos hemos puesto es largo; pero no ay ninguno que no se acabe, como no se le oponga la pereza y la ociosidad; ya los cielos, a quien doy mil gracias por ello, nos ha traido a España sin la compañia peligrosa de Arnaldo; ya podemos tender los pasos, seguros de naufragios, de tormentas y de salteadores, porque, segun la fama que, sobre todas las regiones del mundo, de pacifica y de santa tiene ganada España, bien nos podemos prometer seguro viage.

-¡O hermana -respondio Periandro-, y cómo por puntos vas mostrando los estremados de tu discrecion! Bien veo que temes como muger, y que te animas como discreta. Yo quisiera, por aquietar tus bien nacidos rezelos, buscar nueuas esperanças que me acreditassen contigo: que, puesto que las hechas pueden [conuertir]135 el temor en esperança, y la esperança en   —37→   firme seguridad, y desde luego en possession alegre, quisiera que nueuas ocasiones me acreditaran. En el rancho destos pastores no nos queda que hazer, ni en el caso de Feliciana podemos seruir mas que de compadecernos de ella; procuremos lleuar esta criatura a Truxillo, como nos lo encargò el que con ella nos dio la cadena, al parecer, por paga.

En esto estauan los dos, quando llegò el pastor anciano con su hermana y con la criatura, que auia embiado por ella al136 aldea, por ver si Feliciana la reconocia, como ella lo auia pedido. Lleuaronsela, miròla y remiròla, quitòle las fajas; pero en ninguna cosa pudo conocer ser la que auia parido, ni aun, lo que mas es de considerar, el natural cariño no le mouia los pensamientos a reconocer el niño, que era varon el rezien nacido.

-No -dezia Feliciana-, no son estas las mantillas que mi donzella tenia diputadas para enuoluer lo que de mi naciesse, ni esta cadena   -fol. 132r-   -que se la enseñaron- la vi yo jamas en poder de Rosanio. De otra deue ser esta prenda, que no mia; que, a serlo, no fuera yo tan venturosa, teniendola vna vez perdida, tornar a cobrarla137. Aunque yo oi dezir muchas vezes a Rosanio que tenia amigos en Truxillo; pero de ningun[o] me acuerdo el nombre.

-Con todo esso -dixo el pastor-, (que) pues el que dio la criatura mandò que la lleuassen a Truxillo, sospecho que el que la dio a estos peregrinos fue Rosanio; y assi, soy de parecer, si   —38→   es que en ello os hago algun seruicio, que mi hermana, con la criatura y con otros dos destos mis pastores, se ponga en camino de Truxillo, a ver si la reciben alguno de essos dos caualleros a quien va dirigida.

A lo que Feliciana respondio con sollozos y con arrojarse a los pies del pastor, abraçandolos estrechamente; señales que la dieron de que aprouaua su parecer. Todos los peregrinos le aprouaron assimismo, y, con darle la cadena, lo facilitaron todo. Sobre vna de las bestias del ato se acomodò la hermana del pastor, que estaua rezien parida, como se ha dicho, con orden que se passasse por su aldea y dexasse en cobro su criatura, y con la otra se partiesse a Truxillo, que los peregrinos, que yuan a Guadalupe, con mas espacio la seguirian. Todo se hizo como lo pensaron, y luego, porque la necessidad del caso no admitia tardança alguna. Feliciana callaua, y con silencio se mostraua agradecida a los que tan de veras sus cosas tomauan a su cargo. Añadiose a todo esto que Feliciana, auiendo sabido cómo los peregrinos yuan a Roma, aficionada a la hermosura y discrecion de Auristela, a la cortesia de Periandro, a la amorosa conuersacion de Constança y de Ricla, su madre, y al agradable trato de los dos Antonios, padre y hijo, que todo lo mirò, notò y ponderò en aquel poco espacio que los auia comunicado, y lo principal por voluer las espaldas a la tierra donde quedaua enterrada   -fol. 132v-   su honra, pidio que consigo la lleuassen como peregrina a   —39→   Roma: que, pues auia sido peregrina en culpas, queria procurar serlo en gracias, si el cielo se las concedia en que con ellos la lleuassen. A penas descubrio su pensamiento, quando Auristela acudio a satisfazer su desseo, compasiua y desseosa de sacar a Feliciana de entre los sobresaltos y miedos que la perseguian. Sólo dificultò el ponerla en camino estando tan rezien parida, y assi se lo dixo; pero el anciano pastor dixo que no auia mas diferencia del parto de vna muger que del de vna res, y que, assi como la res, sin otro regalo alguno, despues de su parto, se quedaua a las inclemencias del cielo, ansi la muger podia, sin otro regalo alguno, acudir a sus exercicios; sino que el vso auia introduzido entre las mugeres los regalos y todas aquellas preuenciones que suelen hazer con las rezien paridas.

-Yo seguro -dixo mas- que, quando Eua pario el primer hijo, que no se echò en el lecho, ni se guardò del ayre, ni vsò de los melindres que agora se vsan en los partos. Esforçaos, señora Feliciana, y seguid vuestro intento, que desde aqui le aprueuo casi por santo, pues es tan christiano.

A lo que añadio Auristela:

-No quedarà por falta de hábito de peregrina, que mi cuydado me hizo hazer dos quando hize este, el qual dare yo a la señora Feliciana de la Voz, con condicion que me diga que misterio tiene el llamarse de la Voz, si ya no es el de su apellido.

  —40→  

-No me le ha dado -respondio Feliciana- mi linage, sino el ser comun opinion de todos quantos me han oido cantar, que tengo la mejor voz del mundo; tanto, que por excelencia me llaman comunmente Feliciana de la Voz; y a no estar en tiempo mas de gemir que de cantar, con facilidad os mostrara esta verdad; pero si los tiempos se mejoran, y dan lugar a que mis lagrimas se enjuguen, yo cantarè, si no canciones alegres, a lo menos, endechas tristes,   -fol. 133r-   que cantandolas encanten, y llorandolas alegren.

Por esto que Feliciana dixo, nacio en todos vn desseo de oirla cantar luego luego; pero no osaron rogarselo, porque, como ella auia dicho, los tiempos no lo permitian. Otro dia se despojò Feliciana de los vestidos no necessarios que traia, y se cubrio con los que le dio Auristela de peregrina; quitòse vn collar de perlas y dos sortijas: que, si los adornos son parte para acreditar calidades, estas pieças pudieran acreditarla de rica y noble; tomólas Ricla, como tesorera general de la hazienda de todos, y quedò Feliciana segunda peregrina, como primera Auristela, y tercera Constança, aunque este parecer se diuidio en pareceres, y algunos le dieron el segundo lugar a Constança, que el primero no huuo hermosura en aquella edad que a la de Auristela se le quitasse. A penas se vio Feliciana el nueuo hábito, quando le nacieron alientos nueuos y desseos de ponerse en camino. Conocio esto Auristela, y, con consentimiento de todos, despidiendose del pastor caritatiuo y de los   —41→   demas de la majada, se encaminaron a Caceres, hurtando el cuerpo con su acostumbrado paso al cansancio; y si alguna vez alguna de las mugeres le tenia, le suplia el bagage donde yua el repuesto, o ya el margen de algun arroyuelo o fuente do se sentauan, o la verdura de algun prado que a dulce reposo las combidaua; y assi andauan a vna con ellos el reposo y el cansancio, junto con la pereza y la diligencia: la pereza, en caminar poco; la diligencia, en caminar siempre. Pero como por la mayor parte nunca los buenos desseos llegan a fin dichoso sin estoruos que los impidan, quiso el cielo que el de este hermoso esquadron, que, aunque diuidido en todos, era sólo vno en la intencion, fuesse impedido con el estoruo que agora oireis. Dauales assiento la verde yerua de vn deleytoso pradezillo; refrescauales los rostros el   -fol. 133v-   agua clara y dulce de vn pequeño arroyuelo que por entre las yeruas corria; seruianles de muralla y de reparo muchas çarças y cambroneras que casi por todas partes los rodeaua, sitio agradable y necessario para su descanso, quando, de improuiso, rompiendo por las intricadas matas, vieron salir al verde sitio vn mancebo vestido de camino, con vna espada hincada por las espaldas, cuya punta le salia al pecho. Cayó de ojos, y, al caer, dixo:

-¡Dios sea conmigo!

Y, el fin desta palabra, y el arrancarsele el alma, fue todo a vn tiempo; y, aunque todos, con el estraño espectaculo, se leuantaron alborotados,   —42→   el que primero llegò a socorrerle fue Periandro, y, por hallarle ya muerto, se atreuio a sacar la espada. Los dos Antonios saltaron las çarças, por ver si verian quien huuiesse sido el cruel y aleuoso homicida, que, por ser la herida por las espaldas, se mostraua que traydoras manos la auian hecho. No vieron a nadie; voluieronse a los demas, y, la poca edad del muerto, y su gallardo talle y parecer, les acrecento la lástima. Miraronle todo, y hallaronle, debaxo de vna ropilla de terciopelo pardo, sobre el jubon puesta vna cadena de quatro bueltas de menudos eslabones de oro, de la qual pendia vn deuoto crucifixo, assimismo de oro; alla entre el jubon y la camisa le hallaron, dentro de vna caxa de euano ricamente labrada, vn hermosissimo retrato de muger pintado en la lisa tabla, alrededor del qual, de menudissima y clara letra, vieron que traia escritos estos versos:


    Yela, enciende, mira y habla:
¡milagros de hermosura,
que tenga vuestra figura
tanta fuerça en vna tabla!



Por estos versos, conjeturò Periandro, que los leyo   -fol. 134r-   primero, que de causa amorosa deuia de auer nacido su muerte. Miraronle las faldriqueras, y escudriñaronle todos; pero no hallaron cosa que les diesse indicio de quien era; y, estando haziendo este escrutinio, parecieron, como si fueran llouidos, quatro hombres, con ballestas armadas, por cuyas insignias conocio luego   —43→   Antonio el padre que eran quadrilleros de la Santa Hermandad, vno de los quales dixo a vozes:

-¡Teneos, ladrones, homicidas y salteadores! No le acabeis de despojar, que a tiempo soys venidos en que os lleuaremos adonde pagueys vuestro pecado.

-¡Esso no, vellacos! -respondio Antonio el moço-. Aqui no ay ladron ninguno, porque todos somos enemigos de los que lo son.

-Bien se os parece, por cierto -replicò el quadrillero-. El hombre muerto, sus despojos en vuestro poder, y su sangre en vuestras manos, que sirue de testigos vuestra maldad. Ladrones soys, salteadores soys, homicidas soys; y como tales ladrones, salteadores y homicidas, presto pagareis vuestros delitos, sin que os valga la capa de virtud christiana con que procurays encubrir vuestras maldades, vistiendoos de peregrinos.

A esto le dio respuesta Antonio el moço con poner vna flecha en su arco, y passarle con ella vn braço, puesto que quisiera passarle de parte a parte el pecho. Los demas quadrilleros, o escarmentados del golpe, o por hazer la prision mas al seguro, voluieron las espaldas, y, entre huyendo y esperando, a grandes vozes apellidaron:

-¡Aqui de la Santa Hermandad! ¡Fauor a la Santa Hermandad!

Y mostrose ser santa la Hermandad que apellidauan, porque en vn instante, como por milagro,   —44→   se juntaron mas de veinte quadrilleros, los quales, encarando sus ballestas y sus saetas a los que no se defendian, los prendieron y aprisionaron, sin respetar la belleza de Auristela ni las demas peregrinas, y con el cuerpo del muerto las lleuaron a Caceres, cuyo corregidor era vn   -fol. 134v-   cauallero del hábito de Santiago, el qual, viendo el muerto y el quadrillero herido, y la informacion de los demas quadrilleros, con el indicio de ver ensangrentado a Periandro, con el parecer de su teniente, quisiera luego ponerlos a question de tormento, puesto que Periandro se defendía con la verdad, mostrandole en su fauor los papeles que para seguridad de su viage y licencia de su camino auia tomado en Lisboa; mostrole assimismo el lienço de la pintura de su sucesso, que la relatò y declarò muy bien Antonio el moço, cuyas prueuas hizieron poner en opinion la ninguna culpa que los peregrinos tenian. Ricla, la tesorera, que sabía muy poco o nada de la condicion de escriuanos y procuradores, ofrecio a vno, de secreto, que andaua alli en público, dando muestras de ayudarles, no se que cantidad de dineros porque tomasse a cargo su negocio. Lo echò a perder del todo, porque, en oliendo los satrapas de la pluma que tenian lana los peregrinos, quisieron trasquilarlos, como es vso y costumbre, hasta los huessos, y, sin duda alguna, fuera assi, si las fuerças de la inocencia no permitiera el cielo que sobrepujaran a las de la malicia. Fue el caso, pues, que vn huesped o mesonero del lugar   —45→   auiendo visto el cuerpo muerto que auian traido, y recoriocidole muy bien, se fue al corregidor y le dixo:

-Señor, este hombre que han traído muerto los quadrilleros, ayer de mañana partio de mi casa, en compañia de otro, al parecer, cauallero. Poco antes que se partiesse, se encerro conmigo en mi aposento, y, con recato, me dixo: «Señor huesped, por lo que deueis a ser christiano, os ruego que, si yo no vueluo por aquí dentro de seys dias, abrays este papel que os doy, delante de la justicia.» Y diziendo esto, me dio este que entrego a vuessa merced, donde imagino que deue de venir alguna cosa que toque a este tan estraño sucesso.

  -fol. 135r-  

Tomò el papel el corregidor, y, abriendole, vio que en el estauan escritas estas mismas razones:

«Yo, don Diego de Parraces, sali de la corte de su Magestad tal dia -y venia puesto el día- en compañia de don Sebastian de Soranço, mi pariente, que me pidio que le acompañasse en cierto viage donde le yua la honra y la vida. Yo, por no querer hazer verdaderas ciertas sospechas falsas que de mi tenía, fiandome en mi inocencia, di lugar a su malicia, y acompañéle. Creo que me lleua a matar; si esto sucediere, y mi cuerpo se hallare, sepase que me mataron a traicion, y que mori sin culpa.»

Y firmaua: «Don Diego de Parraces.»

Este papel, a toda diligencia, despachò el corregidor a Madrid, donde con la justicia se hizieron   —46→   las diligencias possibles buscando al matador, el qual llegò a su casa la misma noche que le buscauan, y, entreoyendo el caso, sin apearse de la caualgadura, voluio las riendas y nunca mas parecio. Quedòse el delito sin castigo, el muerto se quedò por muerto, quedaron libres los prisioneros, y la cadena que tenia Ricla se deseslabonò para gastos de justicia; el retrato se quedò para gustos de los ojos del corregidor, satisfizose la herida del quadrillero, voluio Antonio el moço a relatar el lienço, y, dexando admirado al pueblo, y auiendo estado en el, todo este tiempo de las aueriguaciones, Feliciana de la Voz en el lecho, fingiendo estar enferma, por no ser vista, se partieron la buelta de Guadalupe, cuyo camino entretuuieron tratando del caso estraño, y desseando que sucediesse ocasion donde se cumpliesse el desseo que tenian de oir cantar a Feliciana, la qual si cantara, pues no ay dolor que no se mitigue con el tiempo, o se acabe con acabar la vida; pero, por guardar ella a su desgracia el decoro que a si misma deuia, sus cantos eran lloros, y su voz, gemidos. Estos   -fol. 135v-   se aplacaron vn tanto con auer topado en el camino la hermana del compasiuo pastor, que voluia de Trugillo, donde dixo que dexaua el niño en poder de don Francisco Piçarro y de don Iuan de Orellana, los quales auian conjeturado no poder ser de otro aquella criatura sino de su amigo Rosanio, segun el lugar donde le hallaron, pues por todos aquellos contornos no tenian ellos algun conocido que auenturasse a fiarse de ellos.

  —47→  

-«Sea, en fin, lo que fuere -díxo la labradora, dixeron ellos-, que no ha de quedar defraudado de sus buenos pensamientos el que se ha fiado de nosotros.» Ansi que, señores, el niño queda en Trugillo en poder de los que he dicho; si algo me queda que hazer por seruiros, aqui estoy con la cadena, que aun no me he desecho de ella, pues la que me pone a la voluntad el ser yo christiana, me enlaza y me obliga a mas que la de oro.

A lo que respondio Feliciana que la gozasse muchos años, sin que se le ofreciesse necessidad de deshazella, pues las ricas prendas de los pobres no permanecen largo tiempo en sus casas, porque, o se empeñan, para no quitarse, o se venden, para nunca voluerlas a comprar. La labradora se despidio aquí, [l]e dieron mil encomiendas para su hermano y los demas pastores, y nuestros peregrinos llegaron poco a poco a las santissimas tierras de Guadalupe.



  —48→  

ArribaAbajoCapitvlo qvinto del tercero libro

A penas huuieron puesto los pies los deuotos peregrinos en vna de las dos entradas que guian al valle, que forman y cierran las altissimas sierras de Guadalupe, quando, con cada paso que dauan, nacian en sus coraçones nueuas ocasiones de admirarse; pero alli   -fol. 136r-   llegò la admiracion a su punto quando vieron el grande y suntuoso monasterio, cuyas murallas encierran la santissima imagen de la emperadora de los cielos; la santissima imagen, otra vez, que es libertad de los cautiuos, lima de sus hierros y aliuio de sus passiones; la santissima imagen que es salud de las enfermedades, consuelo de los afligidos, madre de los huerfanos y reparo de las desgracias. Entraron en su templo, y, donde pensaron hallar por sus paredes, pendientes por adorno, las purpuras de Tiro, los damascos de Siria, los brocados de Milan, hallaron en lugar suyo muletas que dexaron los coxos, ojos de cera que dexaron los ciegos, braços que colgaron los mancos, mortajas de que se desnudaron los muertos, todos despues de auer caydo en el suelo de las miserias, ya viuos, ya sanos, ya libres y ya contentos, merced a la larga misericordia de la madre de las misericordias,   —49→   que en aquel pequeño lugar haze campear a su benditissimo hijo con el esquadron de sus infinitas misericordias.

De tal manera hizo aprehension estos milagrosos adornos en los coraçones de los deuotos peregrinos, que voluieron los ojos a todas las partes del templo, y les parecia ver venir por el ayre volando los cautiuos, embueltos en sus cadenas, a colgarlas de las santas murallas, y a los enfermos arrastrar las muletas, y a los muertos mortajas, buscando lugar donde ponerlas, porque ya en el sacro templo no cabian: tan grande es la suma que las paredes ocupan138.

Esta nouedad, no vista hasta entonces de Periandro ni de Auristela, ni menos de Ricla, de Constança ni de Antonio, los tenia como assombrados, y no se hartauan de mirar lo que veian, ni de admirar lo que imaginauan; y assi, con deuotas y christianas muestras, hincados de rodillas, se pusieron a adorar a Dios sacramentado, y a suplicar a su santissima madre que, en credito y honra de aquella imagen,   -fol. 136v-   fuesse seruida de mirar por ellos. Pero lo que mas es de ponderar, fue que, puesta de hinojos, y las manos puestas (y) junto al pecho, la hermosa Feliciana de la Voz, llouiendo tiernas lagrimas, con sossegado semblante, sin mouer los labios ni hazer otra demostracion ni mouimiento que diesse señal de ser viua criatura, solto la voz a los vientos, y leuantò el coraçon al cielo, y cantò vnos versos que ella sabía de memoria, los quales dio despues por escrito, con que suspendio   —50→   los sentidos de quantos la escuchauan, y acreditò las alabanças que ella misma de su voz auia dicho, y satisfizo de todo en todo los desseos que sus peregrinos tenian de escucharla. Quatro estancias auia cantado, quando entraron por la puerta del templo vnos forasteros, a quien la deuocion y la costumbre puso luego de rodillas, y la voz de Feliciana, que todauia cantaua, puso tambien en admiracion; y, vno, de ellos, que de anciana edad parecia, voluiendose a otro que estaua a su lado, (y) dixole:

-O aquella voz es de algun angel de los confirmados en gracia, o es de mi hija Feliciana de la Voz.

-¿Quien lo duda? -respondio el otro-. Ella es, y la que no será, si no yerra el golpe este mi braço.

Y, diziendo esto, echò mano a vna daga, y, con descompassados pasos, perdido el color y turbado el sentido, se fue hazia donde Feliciana estaua. El139 venerable anciano se arrojò tras el y le abraçò por las espaldas, diziendole:

-No es este, ¡o hijo!, teatro de miserias ni lugar de castigos. Da tiempo al tiempo, que, pues no se nos puede huyr esta traidora, no te precipites, y, pensando castigar el ageno delito, te eches sobre ti la pena de la culpa propia.

Estas razones y alboroto sellò la boca de Feliciana y alborotò a los peregrinos y a todos quantos en el templo estauan, los quales no fueron parte para que su padre y hermano140 de Feliciana no la sacassen del templo a la calle,   —51→   donde, en vn instante, se juntò casi toda la gente del pueblo con la   -fol. 137r-   justicia, que se la quitò a los que parecian mas verdugos que hermano y padre. Estando en esta confusion, el padre dando vozes por su hija, y su hermano por su hermana, y la justicia defendiendola hasta saber el caso, por vna parte de la plaça entraron hasta seys de a cauallo, que los dos de ellos fueron luego conocidos de todos, por ser el vno don Francisco Piçarro, y el otro don Iuan de Orellana, los quales, llegandose al tumulto de la gente, y con ellos otro cauallero que con vn velo de tafetan negro traia cubierto el rostro, preguntaron la causa de aquellas vozes. Fueles respondido que no se sabía otra cosa sino que la justicia queria defender aquella peregrina, a quien querian matar dos hombres, que dezian ser su hermano y su padre. Esto estauan oyendo don Francisco Piçarro y don Iuan de Orellana, quando el cauallero emboçado, arrojandose del cauallo abaxo, sobre quien venia, poniendo mano a su espada, y descubriendose el rostro, se puso al lado de Feliciana, y, a grandes vozes, dixo:

-En mi, en mi deueys, señores, tomar la enmienda del pecado de Feliciana, vuestra hija, si es tan grande que merezca muerte el casarse vna donzella contra la voluntad de sus padres. Feliciana es mi esposa, y yo soy Rosanio, como veys, no de tan poca calidad que no merezca que me deys por concierto lo que yo supe escoger por industria. Noble soy, de cuya nobleza   —52→   os podre presentar por testigos; riqueza[s] tengo que la sustentan, y no será bien que, lo que he ganado por ventura, me lo quite Luys Antonio por vuestro gusto; y si os parece que os he hecho ofensa de auer llegado a este punto, de teneros por señores sin sabiduria vuestra, perdonadme, que las fuerças poderosas de amor suelen turbar los ingenios mas entendidos, y el veros yo tan inclinados a Luys Antonio, me hizo no guardar el decoro que se os deuia, de lo qual otra vez os pido perdon.

Mientras Rosanio esto dezia,   -fol. 137v-   Feliciana estaua pegada con el, teniendole assido por la pretina con la mano, toda temblando, toda temerosa, y toda triste y toda hermosa juntamente; pero antes que su padre y hermano respondiessen palabra, don Francisco Piçarro se abraçò con su padre, y don Iuan de Orellana con su hermano, que eran sus grandes amigos. Don Francisco dixo al padre:

-¿Donde està vuestra discrecion, señor don Pedro Tenorio? ¿Cómo, y es possible que vos mismo querais fabricar vuestra ofensa? ¿No veis que estos agrauios, antes que la pena, traen las disculpas consigo? ¿Que tiene Rosanio que no merezca a Feliciana? O ¿que le quedarà a Feliciana de aqui adelante, si pierde a Rosanio?

Casi estas mismas o semejantes razones dezia don Iuan de Orellana a su hermano, añadiendo mas, porque le dixo:

-Señor don Sancho, nunca la colera prometio   —53→   buen fin de sus impetus: ella es passion del ánimo, y el ánimo apassionado pocas vezes acierta en lo que emprende. Vuestra hermana supo escoger buen marido; tomar vengança de que no se guardaron las deuidas ceremonias y respetos, no será bien hecho, porque os pondreis a peligro de derribar y echar por tierra todo el edificio de vuestro sossiego. Mirad, señor don Sancho, que tengo vna prenda vuestra en mi casa: vn sobrino os tengo, que no le podreis negar si no os negais a vos mismo: tanto es lo que os parece.

La respuesta que dio el padre a don Francisco, fue llegarse a su hijo don Sancho y quitalle la daga de las manos, y luego fue a abraçar a Rosanio, el qual, dexandose derribar a los pies del que ya conocio ser su suegro, se los besò mil vezes. Arrodillóse tambien ante su padre Feliciana, derramò lagrimas, embiò suspiros, vinieron desmayos; la alegria discurrio por todos los circunstantes; ganò fama de prudente el padre, de prudente el hijo, y los amigos, de discretos y bien hablados; lleuòlos el corregidor a su casa, regalòlos el prior del santo monasterio abundantissimamente; visitaron las reliquias los peregrinos, que son muchas,   -fol. 138r-   santissimas y ricas; confessaron sus culpas, recibieron los sacramentos, y, en este tiempo, que fue el de tres dias, embiò don Francisco por el niño que le auia lleuado la labradora, que erael mismo que Rosanio dio a Periandro la noche que le dio la cadena, el qual era tan lindo, que   —54→   el abuelo, puesta en oluido toda injuria, dixo viendole:

-¡Que mil bienes aya la madre que te pario y el padre que te engendrò!

Y, tomandole en sus braços, tiernamente le bañò el rostro con lagrimas, y se las enjugò con besos, y las limpiò con sus canas. Pidio Auristela a Feliciana le diesse el traslado de los versos que auia cantado delante de la santissima imagen, la qual respondio que solamente auia cantado quatro estancias, y que todas eran doze, dignas de ponerse en la memoria; y assi las escriuio, que eran estas:



    Antes que de la mente eterna fuera
saliessen espiritus alados,
y antes que la veloz o tarda esfera
tuuiesse141 mouimientos señalados,
y antes que aquella escuridad primera  5
los cabellos del sol viesse dorados,
fabricò para si Dios vna casa
de santissima, y limpia, y pura massa.

    Los altos y fortissimos cimientos,
sobre humildad profunda se fundaron;  10
y, mientras mas a la humildad atentos,
mas la fábrica regia leuantaron.
Passò la tierra, passò el mar; los vientos,
atras, como mas baxos, se quedaron;
el fuego passa, y, con ygual fortuna,  15
debaxo de sus pies tiene la luna.

    De fee son los pilares, de esperança,
-fol. 138v-
los muros desta fábrica bendita
ciñe la caridad, por quien se alcança
duracion, como Dios, siempre infinita;  20
—55→
su recreo se aumenta en su templança;
su prudencia, los grados facilita
del bien que ha de gozar, por la grandeza
de su mucha justicia y fortaleza.

    Adornan este alcaçar soberano  25
profundos poços, perenales fuentes,
huertos cerrados, cuyo fruto sano
es bendicion y gloria de las gentes;
estan a la siniestra y diestra mano
cipresses altos, palmas eminentes,  30
altos cedros, clarissimos espejos
que dan lumbre de gracia cerca y lejos.

    El cinamomo, el platano y la rosa
de Hierico se halla en sus jardines,
con aquella color, y aun mas hermosa,  35
de los mas abrassados cherubines.
Del pecado la sombra tenebrosa,
ni llega, ni se acerca a sus confines.
Todo es luz, todo es gloria, todo es cielo
este edificio que oy se muestra al suelo.  40

    De Salomon el templo se nos muestra
oy con la perfecion a Dios possible,
donde no se oyo golpe que la diestra
mano diesse a la obra conuenible;
oy, haziendo de si gloriosa muestra,  45
salio la luz del sol inacessible;
oy nueuo resplandor ha dado al dia
la clarissima estrella de Maria.
-fol. 139r-

    Antes que el sol, la estrella oy da su lumbre;
prodigiosa señal, pero tan buena,  50
que, sin guardar de agueros la costumbre,
dexa el alma de gozo y bienes llena.
Oy la humildad se vio puesta en la cumbre;
oy començo a romperse la cadena
del hierro antiguo, y sale al mundo aquella  55
prudentissima Ester, que el sol mas bella.
—56→

    Niña de Dios, por nuestro bien nacida:
tierna, pero tan fuerte, que la frente,
en soberuia maldad endurezida,
quebrantasteis de la infernal serpiente:  60
brinco de Dios, de nuestra muerte vida,
pues vos fuistes el medio conueniente
que reduxo a pacífica concordia
de Dios y el hombre la mortal discordia.

    La justicia y la paz oy se han juntado  65
en vos, virgen santissima, y con gusto
el dulce beso de la paz se han dado,
harra y señal del venidero agosto.
Del claro amanecer del sol sagrado
soys la primera aurora; soys del iusto  70
gloria; del pecador, firme esperança;
de la borrasca antigua, la bonança.

    Soys la paloma que, ab eterno, fuistes
llamada desde el cielo; soys la esposa
que al sacro Verbo limpia carne distes,  75
por quien de Adan la culpa fue dichosa;
soys el braço de Dios que detuuistes
de Abrahan la cuchilla rigurosa,
y para el sacrificio verdadero
-fol. 139v-
nos distes el mansissimo cordero.  80

    Creced, hermosa planta, y dad el fruto
presto en sazon, por quien el alma espera
cambiar en ropa roçagante el luto
que la gran culpa le vistio primera.
De aquel inmenso y general tributo  85
la paga conueniente y verdadera
en vos se ha de fraguar; creed, señora,
que soys vniuersal remediadora.

    Ya en las empireas sacrosantas salas
el paraninfo aligero se apresta,  90
o casi mueue las doradas alas,
para venir con la embaxada honesta:
—57→
que el olor de virtud que de ti exalas,
virgen bendita, sirue de requesta
y apremio a que se vea en ti muy presto  95
del gran poder de Dios echado el resto.

Estos fueron los versos que començo a cantar Feliciana, y los que dio por escrito despues, que fueron de Auristela mas estimados que entendidos. En resolucion, las pazes de los desauenidos se hizieron; Feliciana, esposo, padre y hermano, se voluieron a su lugar, dexando orden a don Francisco Piçarro y don Iuan de Orellana les embiassen el niño; pero no quiso Feliciana passar el disgusto que da el esperar, y assi, se le lleuò consigo, con cuyo sucesso quedaron todos alegres.



  —58→     -fol. 140r-  

ArribaAbajoCapitvlo sexto del tercero libro

Qvatro dias se estuuieron los peregrinos en Guadalupe, en los quales començaron a ver las grandezas de aquel santo monasterio; digo començaron, porque de acabarlas de ver es impossible. Desde alli se fueron a Trugillo, adonde assimismo fueron agasajados de los dos nobles caualleros don Francisco Piçarro y don Iuan de Orellana, y alli de nueuo refirieron el sucesso de Feliciana, y ponderaron, al par de su voz, su discrecion y el buen proceder de su hermano y de su padre, exagerando Auristela los cortesses ofrecimientos que Feliciana le auia hecho al tiempo de su partida. La yda de Trugillo fue de alli a dos dias la vuelta de Talauera, donde hallaron que se preparaua para celebrar la gran fiesta de la Monda, que trae su origen de muchos años antes que Christo naciesse142, reduzida por los christianos a tan buen punto y término, que, si entonces se celebraua en honra de la diosa Venus por la gentilidad, aora se celebra en honra y alabança de la Virgen de las virgines. Quisieran esperar a verla; pero, por no dar mas espacio a su espacio, passaron adelante, y se quedaron sin satisfazer su desseo.

Seys leguas se aurian alongado de Talauera,   —59→   quando delante de si vieron que caminaua vna peregrina, tan peregrina, que yua sola, y escusòles el darla vozes a que se detuuiesse, el auerse ella sentado sobre la verde yerua de vn pradezillo, o ya combidada del ameno sitio, o ya obligada del cansancio. Llegaron a ella, y hallaron ser de tal talle, que nos obliga a descriuirle: la edad, al parecer, salia de los terminos de la mocedad y tocaua en las margenes de la vejez; el rostro daua en rostro, porque la vista de vn lince no alcançara a verle las narizes, porque no las tenia sino tan chatas y llanas, que con vnas pinças no le pudieran assir vna brizna   -fol. 140v-   de ellas; los ojos les hazian sombra, porque mas salian fuera de la cara que ella; el vestido era vna esclauina rota que le besaua los calcañares, sobre la qual traia vna muceta, la mitad guarnecida de cuero, que, por roto y despedaçado, no se podia distinguir si de cordouan o si de badana fuesse; ceñiase con vn cordon de esparto, tan abultado y poderoso, que mas parecia gumena de galera, que cordon de peregrina; las tocas eran bastas, pero limpias y blancas; cubriale la cabeça vn sombrero viejo, sin cordon ni toquilla, y los pies vnos alpargates rotos; y ocupauale la mano vn bordon hecho a manera de cayado, con vna punta de azero al fin; pendiale del lado yzquierdo vna calabaça de mas que mediana estatura, y apesgauale el cuello vn rosario, cuyos padrenuestros eran mayores que algunas bolas de las con que juegan los muchachos al argolla143. En efeto:   —60→   toda ella era rota, y toda penitente, y, como despues se echò de ver, toda de mala condicion. Saludaronla en llegando, y ella les voluio las saludes con la voz que podia prometer la chatedad de sus narizes, que fue mas gangosa que suaue. Preguntaronla adónde yua y que peregrinacion era la suya, y, diziendo y haziendo, combidados, como ella, del ameno sitio, se le sentaron a la redonda; dexaron pacer el bagage, que les seruia de recamara, de despensa y botilleria, y, satisfaziendo a la hambre, alegremente la combidaron, y ella, respondiendo a la pregunta que la auian hecho, dixo:

-Mi peregrinacion es la que vsan algunos peregrinos, quiero dezir, que siempre es la que mas cerca les viene a cuento para disculpar su ociosidad; y assi, me parece que será bien deziros que por aora voy a la gran ciudad de Toledo, a visitar a la deuota imagen del Sagrario, y desde alli me yre al Niño de la Guardia, y, dando vna punta, como alcon noruego, me entretendre con la santa Veronica de Iaen, hasta hazer tiempo   -fol. 141r-   de que llegue el vltimo domingo de abril, en cuyo dia se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andujar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeça, que es vna de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra144. Tal es, segun he oido dezir, que, ni las passadas fiestas de la gentilidad, a quien imita la de la Monda de Talauera, no le han hecho ni le pueden hazer ventaja. Bien quisiera yo, si fuera possible,   —61→   sacarla de la imaginacion, donde la tengo fixa, y pintarosla con palabras, y ponerosla delante de la vista, para que, comprehendiendola, vierades la mucha razon que tengo de alabarosla; pero esta es carga para otro ingenio no tan estrecho como el mio. En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en vna galeria, està retratada esta fiesta con la puntualidad possible: alli està el monte, o, por mejor dezir, peñasco en cuya cima està el monasterio que deposita en si vna santa imagen, llamada de la Cabeça, que tomò el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de vn llano libre y desembaraçado, solo y señero de otros montes ni peñas que le rodeen, cuya altura será de hasta vn quarto de legua, y cuyo circuyto deue de ser de poco mas de media. En este espacioso y ameno sitio tiene su assiento, siempre verde y apazible, por el humor que le comunican las aguas del rio Xandula, que de paso, como en reuerencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lexos el solenne dia que he dicho, le hazen famoso en el mundo, y célebre en España sobre quantos lugares las mas estendidas memorias se acuerdan.

Suspensos quedaron los peregrinos de la relacion de la nueua, aunque vieja, peregrina, y casi les començo a bullir en el alma la gana de yrse con ella a ver tantas marauillas;   -fol. 141v-   pero, la que lleuauan de acabar su camino, no dio lugar a que nueuos desseos lo impidiessen.

  —62→  

-Desde alli -prosiguio la peregrina- no se que viage será el mio, aunque se que no me ha de faltar donde ocupe la ociosidad y entretenga el tiempo, como lo hazen, como ya he dicho, algunos peregrinos que se vsan.

A lo que dixo Antonio el padre:

-Pareceme, señora peregrina, que os da en el rostro la peregrinacion.

-Esso no -respondio ella-: que bien se que es justa, santa y loable, y que siempre la ha auido y la ha de auer en el mundo; pero estoy mal con los malos peregrinos, como son los que hazen grangeria de la santidad, y ganancia infame de la virtud loable; con aquellos, digo, que saltean la limosna de los verdaderos pobres. Y no digo mas, aunque pudiera.

En esto, por el camino real, que junto a ellos estaua, vieron venir vn hombre a cauallo, que, llegando a ygualar con ellos, al quitarles el sombrero para saludarles y hazerles cortesia, auiendo puesto la caualgadura, como despues parecio, la mano en vn hoyo, dio consigo y con su dueño al traues vna gran caida. Acudieron todos luego a socorrer al caminante, que pensaron hallar muy mal parado. Arrendo Antonio el moço la caualgadura, que era vn poderoso macho, y al dueño le abrigaron lo mejor que pudieron, y le socorrieron con el remedio mas ordinario que en tales casos se vsa, que fue darle a beuer vn golpe de agua; y, hallando que su mal no era tanto como pensauan, le dixeron que bien podia voluer   —63→   a subir, y a seguir su camino; el qual hombre les dixo:

-Quiça, señores peregrinos, ha permitido la suerte que yo aya caido en este llano, para poder leuantarme de los riscos donde la imaginacion me tiene puesta el alma. Yo, señores, aunque no querais saberlo, quiero que sepais que soy estrangero, y de nacion polaco; muchacho sali de mi tierra, y vine a España, como a centro de los estrangeros y a madre comun de las naciones; serui a españoles, aprendi la lengua castellana de la manera que veis que   -fol. 142r-   la hablo, y, lleuado del general desseo que todos tienen de ver tierras, vine a Portugal a ver la gran ciudad de Lisboa, y, la misma noche que entrè en ella, me sucedio vn caso que, si le creyeredes, hareis mucho, y si no, no importa nada, puesto que la verdad ha de tener siempre su assiento, aunque sea en si misma.

Admirados quedaron Periandro y Auristela, y los demas compañeros, de la ímprouisa y concertada narracion del caido caminante; y, con gusto de escucharle, le dixo Periandro que prosiguiesse en lo que dezir queria, que todos le darian credito, porque todos eran cortesses y en las cosas del mundo esperimentados. Alentado con esto, el caminante prosiguio diziendo:

-Digo que, la primera noche que entrè en Lisboa, yendo por vna de sus principales calles o ruas, como ellos las llaman, por mejorar de posada, que no me auia parecido bien vna donde me ania apeado, al passar de vn lugar   —64→   estrecho y no muy limpio, vn emboçado portugues con quien encontre, me desuio de si con tanta fuerça, que tuue necessidad de arrimarme al suelo. Desperto el agrauio la colera, remiti mi vengança a mi espada, puse mano, pusola el portugues con gallardo brio y desenuoltura, y la ciega noche, y la fortuna, mas ciega a la luz de mi mejor suerte, sin saber yo adonde, encaminó la punta de mi espada a la vista de mi contrario, el qual, dando de espaldas, dio el cuerpo al suelo, y el alma adonde Dios se sabe. Luego me representò el temor lo que auia hecho; pasmème; puse en el huyr mi remedio; quise huyr, pero no sabía adonde; mas el rumor de la gente, que me parecio que acudia, me puso alas en los pies, y, con pasos desconcertados, volui la calle abaxo, buscando donde esconderme o adonde tener lugar de limpiar mi espada, porque, si la justicia me cogiesse, no me hallasse con manifiestos indicios de mi delito.

»Yendo, pues, assi, ya del temor desmayado, vi vna luz en vna casa principal, y arrojéme a ella, sin saber con que dissinio. Hallé vna sala baxa abierta y muy bien   -fol. 142v-   adereçada; alarguè el paso, y entrè en otra quadra, tambien bien adereçada; y, lleuado de la luz que en otra quadra parecia, hallè en vn rico lecho echada vna señora que, alborotada, sentandose en el, me preguntò quien era, que buscaua, y adonde yua, y quien me auia dado licencia de entrar hasta alli con tan poco respeto. Yo le respondi: «Señora,   —65→   a tantas preguntas no os puedo responder sino sólo con deziros que soy vn hombre estrangero, que, a lo que creo, dexò muerto a otro en essa calle, mas por su desgracia y su soberuia, que por mi culpa. Suplicoos, por Dios y por quien soys, que me escapeys del rigor de la justicia, que pienso que me viene siguiendo.» «¿Soys castellano?», me preguntò en su lengua portuguessa. «No, señora -le respondi yo-, sino forastero, y bien lexos de esta tierra.» «Pues aunque fuerades mil vezes castellano -replicò ella-, os librara yo, si pudiera, y os libraré, si puedo. Subid por cima deste lecho, y entraos debaxo deste tapiz, y entraos en vn hueco que aqui hallareys; y no os mouays, que, si la justicia viniere, me tendra respeto, y creera lo que yo quisiere dezirles.»

»Hize luego lo que me mandò: alcé el tapiz, hallè el hueco, estrechème en el, recogi el aliento, y comence a encomendarme a Dios lo mejor que pude; y estando en esta confusa afliccion, entrò vn criado de casa, diziendo casi a gritos: «Señora, a mi señor don Duarte han muerto; aqui le traen passado de vna estocada de parte a parte por el ojo derecho, y no se sabe el matador ni la ocasíon de la pendencia, en la qual apenas se oyeron los golpes de las espadas; solamente ay vn muchacho que dize que vio entrar vn hombre huyendo en esta casa.» «Esse deue de ser el matador, sin duda -respondio la señora-, y no podra escaparse. ¡Quántas vezes temia yo, ¡ay, desdichada!, ver que traian   —66→   a mi hijo sin vida, porque de su arrogante proceder no se podian esperar sino desgracias!»

  -fol. 143r-  

»En esto, en ombros de otros quatro entraron al muerto, y le tendieron en el suelo, delante de los ojos de la afligida madre, la qual, con voz lamentable, començo a dezir: «¡Ay, vengança, y cómo estàs llamando a las puertas del alma! Pero no consiente que responda a tu gusto el que yo tengo de guardar mi palabra. ¡Ay, con todo esto, dolor, que me aprietas mucho!»

»Considerad, señores, qual estaria mi coraçon, oyendo las apretadas razones de la madre, a quien la presencia del muerto hijo me parecia a mi que le ponian en las manos mil generos de muertes con que de mi se vengasse, que bien estaua claro que auia de imaginar que yo era el matador de su hijo. Pero ¿que podia yo hazer entonces sino callar y esperar en la misma desesperacion? Y mas quando entrò en el aposento la justicia, que, con comedimiento, dixo a la señora: «Guiados por la voz de vn muchacho, que dize que se entrò en esta casa el homicida deste cauallero, nos hemos atreuido a entrar en ella.» Entonces yo abri los oidos, y estuue atento a las respuestas que daria la afligida madre, la qual respondio, llena el alma de generoso ánimo y de piedad christiana: «Si esse tal hombre ha entrado en esta casa, no, a lo menos, en esta estancia; por alla le pueden buscar, aunque plegue a Dios que no le hallen, porque mal se remedia vna muerte con otra, y mas quando las injurias no proceden   —67→   de malicia.» Voluiose la justicia a buscar la casa, y voluieron en mi los espiritus que me auian desamparado. Mandò la señora quitar delante de si el cuerpo muerto del hijo, y que le amortajassen y desde luego diessen orden en su sepultura; mandò assimismo que la dexassen sola, porque no estaua para recebir consuelos y pesames de infinitos que venian a darselos, ansi de parientes, como de amigos y conocidos. Hecho esto, llamò a vna donzella suya, que, a lo que parecio, deuio de ser de la que mas se fiaua, y, auiendola hablado al oido, la despidio, mandandole cerrasse   -fol. 143v-   tras si la puerta; ella lo hizo assi, y la señora, sentandose en el lecho, tento el tapiz, y, a lo que pienso, me puso las manos sobre el coraçon, el qual, palpitando a priessa, daua indicios del temor que le cercaua; ella viendo lo qual, me dixo, con baxa y lastimada voz: «Hombre, quienquiera que seas, ya ves que me has quitado el aliento de mi pecho, la luz de mis ojos y, finalmente, la vida que me sustentaua; pero, porque entiendo que ha sido sin culpa tuya, quiero que se oponga mi palabra a mi vengança; y assi, en cumplimiento de la promessa que te hize de librarte quando aqui entraste, has de hazer lo que aora te dire: ponte las manos en el rostro, porque, si yo me descuydo en abrir los ojos, no me obligues a que te conozca, y sal de esse encerramiento, y sigue a vna mi donzella que aora vendra aqui, la qual te pondra en la calle y te dara cien escudos de oro, con que facilites tu remedio. No   —68→   eres conocido, no tienes ningun indicio que te manifieste; sossiega el pecho, que el alboroto demasiado suele descubrir el delinquente.»

»En esto voluio la donzella; yo sali detras del paño, cubierto el rostro con la mano, y, en señal de agradecimiento, hincado de rodillas, besè el pie de la cama muchas vezes, y luego segui los de la donzella, que assimismo, callando, me assio del braço, y, por la puerta falsa de vn jardin, a escuras, me puso en la calle. En viendome en ella, lo primero que hize fue limpiar la espada, y con sossegado paso sali a caso a vna calle principal, de donde reconoci mi posada, y me entrè en ella, como si por mi no huuiera passado ni próspero sucesso ni aduerso. Contome el huesped la desgracia del rezien muerto cauallero, y assi exagerò la grandeza de su linage, como la arrogancia de su condicion, de la qual se creia la auria grangeado algun enemigo secreto que a semejante término le huuiesse conduzido.

»Passè aquella noche dando gracias a Dios de las recebidas mercedes, y ponderando el valeroso y nunca visto ánimo christiano y admirable proceder de doña Guiomar de Sosa, que assi supe se llamaua mi bienhechora;   -fol. 144r-   sali por la mañana al rio, y hallè en el vn barco lleno de gente que se yua a enuarcar en vna gran naue que en Sangian estaua de partida para las islas orientales; voluime a mi posada, vendi a mi huesped la caualgadura, y, cerrando todos mis discursos en el puño, volui al rio y al barco,   —69→   y otro dia me hallè en el gran nauio fuera del puerto, dadas las velas al viento, siguiendo el camino que se desseaua145.

»Quinze años he estado en las Indias, en los quales, siruiendo de soldado con valentissimos portuguesses, me han sucedido cosas de que quiça pudieran hazer vna gustosa y verdadera historia, especialmente de las hazañas de la en aquellas partes inuencible nacion portuguessa, dignas de perpetua alabança en los presentes y venideros siglos. Alli grangeè algun oro y algunas perlas, y cosas mas de valor que de bulto, con las quales, y con la ocasion de voluerse mi general a Lisboa, volui a ella, y de alli me puse en camino para voluerme a mi patria, determinando ver primero todas las mejores y mas principales ciudades de España. Reduzi a dineros mis riquezas, y a polizas los que me parecio ser necessario para mi camino, que fue el que primero intenté venir a Madrid, donde estaua rezien venida la corte del gran Felipe tercero146; pero ya mi suerte, cansada de lleuar la naue de mi ventura con próspero viento por el mar de la vida humana, quiso que diesse en vn baxio que la destroçasse toda, y ansi, hizo que, en llegando vna noche a Talauera, vn lugar que no está lexos de aqui, me apeé en vn meson que no me siruio de meson, sino de sepultura, pues en el hallé la de mi honra. ¡O fueras poderosas de amor, de amor, digo, inconsiderado, pressuroso, y lasciuo y mal intencionado, y con quanta facilidad atropellas dissinios   —70→   buenos, intentos castos, proposiciones discretas! Digo, pues, que, estando en este meson, entro en el a caso vn[a] donzella de hasta diez y seys años, a lo menos a mi no me parecio de mas, puesto que despues supe que tenia veynte y dos; venía en   -fol. 144v-   cuerpo, y en trançado, vestida de paño, pero limpissima, y, al passar junto a mi, me parecio que olia a vn prado lleno de flores por el mes de mayo, cuyo olor en mis sentidos dexò atras las aromas de Arabia; llegòse la qual a vn moço del meson, y, hablandole al oido, alçò vna gran risa, y, voluiendo las espaldas, salio del meson y se entrò en vna casa frontera. El moço mesonero corrio tras ella, y no la pudo alcançar, si no fue con vna coz que le dio en las espaldas, que la hizo entrar cayendo de ojos en su casa. Esto vio otra moça del mismo meson, y, llena de colera, dixo al moço: «¡Por Dios, Alonso, que lo hazes mal; que no merece Luysa que la santigues a coces!» «Como essas le dare yo, si viuo -respondio el Alonso-. Calla, Martina amiga, que, a estas mocitas sobresalientes, no solamente es menester ponerles la mano, sino los pies y todo.» Y con esto nos dexò solos a mi y a Martina, a la qual le pregunté que que Luysa era aquella, y si era casada, o no. «No es casada -respondio Martina-; pero serálo presto con este moço Alonso que aueis visto; y, en fe de los tratos que andan entre los padres della y los del, de esposa, se atreue Alonso a molella a cozes todas las147 vezes que se le antoja, aunque muy pocas   —71→   son sin que ella las merezca; porque, si va a dezir la verdad, señor huesped, la tal Luysa es algo atreuidilla, y algun tanto libre y descompuesta. Harto se lo he dicho yo; mas no aprouecha: no dexarà de seguir su gusto si la sacan los ojos; pues, en verdad, en verdad, que vna de las mejores dotes que puede lleuar vna donzella es la honestidad148, que buen siglo aya la madre que me pario, que fue persona que no me dexò ver la calle ni aun por vn agujero, quanto mas, salir al vmbral de la puerta: sabía bien, como ella dezia, que la muger y la gallina, etc.149.» «Digame, señora Martina -le repliqué yo-: ¿cómo de la estrecheza de esse nouiciado vino a hazer profession en la anchura de vn meson?» «Ay mucho que dezir en esso», dixo Martina; y aun yo tuuiera mas que dezir de estas menudencias, si   -fol. 145r-   el tiempo lo pidiera, o el dolor que traygo en el alma lo permitiera.



  —72→  

ArribaAbajoCapitvlo setimo del tercero libro

Con atencion escuchauan los peregrinos el peregrino, quando del polaco ya desseauan saber que dolor traia en el alma, como sabian el que deuia de tener en el cuerpo, a quien dixo Periandro:

-Contad, señor, lo que quisieredes, y con las menudencias que quisieredes, que muchas vezes el contarlas suele acrecentar grauedad al cuento: que no parece mal estar en la mesa de vn banquete, junto a vn faysan bien adereçado, vn plato de vna fresca, verde y sabrosa ensalada. La salsa de los cuentos es la propiedad del lenguaje en qualquiera cosa que se diga. Assi que, señor, seguid vuestra historia; contad de Alonso y de Mar[t]ina; acocead a vuestro gusto a Luysa; casalda, o no la caseys; sease ella libre y desembuelta como vn cernícalo, que el toque no está en sus desembolturas, sino en sus sucessos, segun lo hallo yo en mi astrologia.

-Digo, pues, señores -respondio el polaco-, que, vsando de essa buena licencia, no me quedará cosa en el tintero que no la ponga en la plana de vuestro juyzio. Con todo el que entonces tenia, que no deuia de ser mucho, fuy y vine vna y muchas vezes aquella noche a   —73→   pensar en el donayre, en la gracia y en la desemboltura de la sin par, a mi parecer, ni se si la llame vezina moça, o conocida de mi huespeda; hize mil dissignios, fabriquè mil torres de viento, casème, tuue hijos, y di dos higas al que diran, y, finalmente, me resolui de dexar el primer intento de mi jornada, y quedarme en Talauera, casado con la diosa Venus, que no menos hermosa me parecio la   -fol. 145v-   muchacha, aunque acoceada por el moço del mesonero. Passóse aquella noche, tomè el pulso a mi gusto, y halléle tal, que, a no casarme con ella, en poco espacio de tiempo auia de perder, perdiendo el gusto, la vida, que ya auia depositado en los ojos de mi labradora. Y, atropellando por todo genero de inconuenientes, determinè de hablar a su padre, pidiendosela por muger. Enseñéle mis perlas, manifestéle mis dineros, dixele alabanças de mi ingenio y de mi industria, no sólo para conseruarlos, sino para aumentarlos; y con estas razones, y con el alarde que le auia hecho de mis bienes, vino mas blando que vn guante a condecender con mi desseo, y mas quando vio que yo no reparaua en dote, pues con sola la hermosura de su hija me tenia por pagado, contento y satisfecho deste concierto. Quedò Alonso despechado; Luysa, mi esposa, rostrituerta, como lo dieron a entender los sucessos que de alli a quinze dias acontecieron, con dolor mio y verguença suya, que fueron acomodarse mi esposa con algunas joyas y dineros mios, con los quales, y con ayuda de Alonso, que le puso alas   —74→   en la voluntad y en los pies, desaparecio de Talauera, dexandome burlado y arrepentido, y dando ocasion al pueblo a que de su inconstancia y bellaqueria en corrillos hablassen. Hizome el agrauio acudir a la vengança; pero no hallè en quien tomarla sino en mi propio, que con vn lazo estuue mil vezes por ahorcarme; pero la suerte, que quiça para satisfazerme de los agrauios que me tiene hechos me guarda, ha ordenado que mis enemigos ayan parecido presos en la carcel de Madrid, de donde he sido auisado que vaya a ponerles la demanda y a seguir mi justicia; y assi, voy con voluntad determinada de sacar con su sangre las manchas de mi honra, y, con quitarles las vidas, quitar de sobre mis ombros la pesada carga de su delito, que me trae aterrado y consumido.   -fol. 146r-   ¡Viue Dios, que han de morir! ¡Viue Dios, que me he de vengar! ¡Viue Dios, que ha de saber el mundo que no se dissimular agrauios, y mas los que son tan dañosos que se entran hasta las medulas del alma! A Madrid voy; ya estoy mejor de mi cayda; no ay sino ponerme a cauallo, y guardense de mi hasta los mosquitos del ayre, y no me lleguen a los oydos, ni ruegos de frayles, ni llantos de personas deuotas, ni promessas de bien intencionados coraçones, ni dadiuas de ricos, ni imperios ni mandamientos de grandes, ni toda la caterua que suele proceder a semejantes acciones: que mi honra ha de andar sobre su delito como el azeyte sobre el agua.

Y, diziendo esto, se yua a leuantar muy ligero   —75→   para voluer a subir y a seguir su viage; viendo lo qual, Periandro, assiendole del braço, le detuuo y le dixo:

-Vos, señor, ciego de vuestra colera, no echays de ver que vays a dilatar y a estender vuestra deshonra. Hasta agora no estays mas deshonrado de entre los que os conocen en Talauera, que deuen de ser bien pocos, y agora vays a serlo de los que os conoceran en Madrid; quereys ser como el labrador que criò la viuora serpiente en el seno todo el inuierno, y, por merced del cielo, quando llegò el verano, donde ella pudiera aprouecharse de su ponçoña, no la hallò, porque se auia ydo150; el qual, sin agradecer esta merced al cielo, quiso yrla a buscar, y voluerla a anidar en su casa y en su seno, no mirando ser suma prudencia no buscar el hombre lo que no le està bien hallar, y a lo que comunmente se dize, que, al enemigo que huye, la puente de plata; y el mayor que el hombre tiene, suele dezirse que es la muger propia. Pero esto deue de ser en otras religiones que en la christiana, entre las quales los matrimonios son vna manera de concierto y conueniencia, como lo es el de alquilar vna casa o otra alguna heredad; pero, en la religion catolica, el casamiento   -fol. 146v-   es sacramento que sólo se desata con la muerte o con otras cosas que son mas duras que la misma muerte, las quales pueden escusar la cohabitacion de los dos casados, pero no deshazer el nudo con que ligados fueron. ¿Que pensays que os sucedera quando la justicia os   —76→   entregue a vuestros enemigos, atados y rendidos, encima de vn teatro público, a la vista de infinitas gentes, y a vos blandiendo el cuchillo encima del cadahalso, amenazando el segarles las gargantas, como si pudiera su sangre limpiar, como vos dezís, vuestra honra?151 ¿Que os puede suceder, como digo, sino hazer mas público vuestro agrauio? Porque las venganças castigan, pero no quitan las culpas; y las que en estos casos se cometen, como la enmienda no proceda de la voluntad, siempre se estan en pie, y siempre estan viuas en las memorias de las gentes, a lo menos, en tanto que viue el agrauiado. Assi que, señor, volued en vos, y, dando lugar a la misericordia, no corrays tras la justicia. Y no os aconsejo por esto a que perdoneys a vuestra muger, para voluella a vuestra casa, que a esto no ay ley que os obligue; lo que os aconsejo es que la dexeys, que es el mayor castigo que podreys darle. Viuid lexos della, y viuireys; lo que no hareys estando juntos, porque morireys continuo. La ley del repudio fue muy vsada entre los romanos; y puesto que sería mayor caridad perdonarla, recogerla, sufrirla y aconsejarla, es menester tomar el pulso a la paciencia y poner en vn punto estremado a la discrecion, de la qual pocos se pueden fiar en esta vida, y mas quando la contrastan inconuenientes tantos y tan pesados. Y, finalmente, quiero que considereys que vays a hazer vn pecado mortal en quitarles las vidas, que no se ha de cometer   —77→   por todas las ganancias que la honra del mundo ofrezca.

Atento estuuo a estas razones de Periandro el colerico polaco, y, mirandole de hito en hito, respondio:

-Tu, señor, has hablado sobre tus años: tu discrecion   -fol. 147r-   se adelanta a tus dias, y la madurez de tu ingenio, a tu verde edad; vn angel te ha mouido la lengua, con la qual has ablandado mi voluntad, pues ya no es otra la que tengo si no es la de voluerme a mi tierra a dar gracias al cielo por la merced que me has hecho. Ayudame a leuantar, que, si la colera me voluio las fuerças, no es bien que me las quite mi bien considerada paciencia.

-Esso haremos todos de muy buena gana -dixo Antonio el padre.

Y, ayudandole a subir en el macho, abraçandoles a todos primero, dixo que queria voluer a Talauera, a cosas que a su hazienda tocauan, y que desde Lisboa volueria por la mar a su patria; dixoles su nombre, que se llamaua Ortel Banedre, que respondia en castellano Martin Banedre; y, ofreciendoseles de nueuo a su seruicio, voluio las riendas hazia Talauera, dexando a todos admirados de sus sucessos y del buen donayre con que los auia contado. Aquella noche la passaron los peregrinos en aquel mismo lugar, y, de alli a dos dias, en compañia de la antigua peregrina, llegaron a la Sagra de Toledo, y a vista del celebrado Tajo, famoso por sus arenas, y claro por sus liquidos cristales.



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ArribaAbajoCapitvlo octavo del tercero libro

No es la fama del rio Tajo152 tal, que la cierren limites, ni la ignoren las mas remotas gentes del mundo: que a todos se estiende, y a todos se manifiesta, y en todos haze nacer vn desseo de conocerle; y como es vso de los setentríonales ser toda la gente principal versada en la lengua latina y en los antiguos poetas, eralo assimismo Periandro, como vno de los mas principales de aquella nacion; y assi por esto, como por auer   -fol. 147v-   mostradole a la luz del mundo aquellos dias las famosas obras del jamas alabado como se deue poeta Garcilaso de la Vega, y auerlas el visto, leydo, mirado y admirado, assi como vio al claro rio, dixo:

-No diremos: «Aqui dio fin a su cantar Salicio»153, sino: «Aqui dio principio a su cantar Salicio; aqui sobrepujò en sus eglogas a si mismo; aqui resono su çampoña, a cuyo son se detuuieron las aguas deste rio, no se mouieron las hojas de los arboles, y, parandose los vientos, dieron lugar a que la admiracion de su canto fuesse de lengua en lengua y de gente en gentes por todas las de la tierra.» ¡O venturosas, pues, cristalinas aguas, doradas arenas, ¡que digo yo doradas!, antes de puro oro nacidas! Recoged   —79→   a este pobre peregrino, que, como desde lexos os adora, os piensa reuerenciar desde cerca.

Y, poniendo la vista en la gran ciudad de Toledo, fue esto lo que dixo:

-¡O peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos, para voluer a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de catolicas ceremonias! ¡Salue, pues, o ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan estos que venimos a verte!

Esto dixo Periandro, que lo dixera mejor Antonio el padre, si tambien como el lo supiera; porque las lecciones de los libros muchas vezes hazen mas cierta esperiencia de las cosas, que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que, el que vee con atencion, repara vna y muchas vezes en lo que va leyendo, y el que mira sin ella, no repara en nada, y con esto excede a la leccion la vista. Casi en este mismo instante resono en sus oydos el son de infinitos y alegres instrumentos que por los valles que la ciudad rodean se estendian, y vieron venir hazia   -fol. 148r-   donde ellos estauan esquadrones no armados de infanteria, sino montones de donzellas, sobre el mismo sol hermosas, vestidas a lo villano, llenas de sartas y patenas los pechos, en quien los corales y la plata tenian su lugar y assiento, con mas gala que las perlas y el oro, que aquella vez se hurtò de los pechos y se acogio   —80→   a los cabellos, que todos eran luengos y rubios como el mismo oro; venian, aunque sueltos por las espaldas, recogidos en la cabeça con verdes guirnaldas de olorosas flores. Campeò aquel dia, y en ellas, antes la palmilla de Cuenca que el damasco de Milan y el raso de Florencia. Finalmente, la rusticidad de sus galas se auentajaua a las mas ricas de la corte, porque, si en ellas se mostraua la honesta mediania, se descubria assimismo la estremada limpieça: todas eran flores, todas rosas, todas donayre, y todas juntas componian vn honesto mouimiento, aunque de diferentes vayles formado, el qual mouimiento era incitado del son de los diferentes instrumentos ya referidos. Alrededor de cada esquadron andauan por de fuera, de blanquissimo lienço vestidos, y con paños labrados rodeadas las cabeças, muchos çagales, o ya sus parientes, o ya sus conocidos, o ya vezinos de sus mismos lugares: vno tocaua el tamboril y la flauta; otro, el salterio; este, las sonajas; y aquel, los albogues; y de todos estos sones redundaua vno solo, que alegraua con la concordancia, que es el fin de la musica. Y, al passar vno destos esquadrones o junta de vayladoras donzellas por delante de los peregrinos, vno, que, a lo que despues parecio, era el alcalde del pueblo, assio a vna de aquellas donzellas del braço, y, mirandola muy bien de arriba abaxo, con voz alterada y de mal talante, la dixo:

-¡A, Toçuelo, Toçuelo, y que de poca verguença os acompaña! ¿Vayles son estos   -fol. 148v-   para ser   —81→   profanados? ¿Fiestas son estas para no lleuarlas sobre las niñas de los ojos? No se yo cómo consienten los cielos semejantes maldades. Si esto ha sido con sabiduría de mi hija Clementa Coueña, ¡por Dios que nos han de oyr los sordos!

Apenas acabò de dezir esta palabra el alcalde, quando llegò otro alcalde y le dixo:

-Pedro Coueño, si os oyessen los sordos, sería hazer milagros. Contentaos con que nosotros nos oygamos a nosotros, y sepamos en que os ha ofendido mi hijo Toçuelo; que, si el ha dilinquido contra vos, justicia soy yo que le podre y sabre castigar.

A lo que respondio Coueño:

-El delinquimiento ya se vee, pues, siendo varon, va vestido de hembra; y no de hembra como quiera, sino de donzella de Su Magestad, en sus fiestas; porque veays, alcalde Toçuelo, si es mocosa la culpa. Temome que mi hija Coueña anda por aqui, porque estos vestidos de vuestro hijo me parecen suyos, y no querria que el diablo hiziesse de las suyas, y, sin nuestra sabiduria, los juntasse sin las bendiciones de la yglesia: que ya sabeys que estos casorios echos a hurtadillas, por la mayor parte pararon en mal, y dan de comer a los de la audiencia clerical, que es muy carera.

A esto respondio por Toçuelo vna donzella labradora, de muchas que se pararon a oyr la plática:

-Si va a dezir la verdad, señores alcaldes,   —82→   tan marida es Mari Coueña de Toçuelo, y el marido della, como lo es mi madre de mi padre, y mi padre de mi madre. Ella está en cinta, y no està para dançar ni vaylar. Casenlos, y vayase el diablo para malo, y, a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.

-¡Par Dios, hija! -respondio Toçuelo-. Vos dezis muy bien: entrambos son iguales; no es mas christiano viejo el vno que el otro; las riquezas se pueden medir con vna misma vara.

-Agora bien -replicò Coueño-: llamen aqui a mi hija, que ella lo deslindarà todo, que no es nada muda.

Vino Coueña,   -fol. 149r-   que no estaua lexos, y, lo primero que dixo, fue:

-Ni yo he sido la primera, ni sere la postrera que aya tropeçado y caydo en estos barrancos. Toçuelo es mi esposo, y yo su esposa, y perdonenos Dios a entrambos, quando nuestros padres no quisieren.

-Esso si, hija -dixo su padre-. ¡La verguença por los cerros de Vbeda, antes que en la cara! Pero, pues esto està ya hecho, bien serà que el alcalde Toçuelo se sirua de que este caso passe adelante, pues vosotros no le aueys querido dexar atras.

-¡Par diez -dixo la donzella primera-, que el señor alcalde Coueño ha hablado como vn viejo! Dense estos niños las manos, si es que no se las han dado hasta agora, y queden para en vno, como lo manda la santa yglesia nuestra madre, y vamos con nuestro vayle al olmo,   —83→   que no se ha de estoruar nuestra fiesta por niñerias.

Vino Toçuelo con el parecer de la moça, dieronse las manos los donzeles, acabóse el pleyto, y passò el vayle adelante: que si con esta verdad se acabaran todos los pleytos, secas y peladas estuuieran las solicitas plumas de los escriuanos. Quedaron Periandro, Auxistela y los demas peregrinos contentissimos de auer visto la pendencia de los dos amantes, y admirados de ver la hermosura de las labradoras donzellas, que parecia, todas a vna mano, que eran principio, medio y fin de la humana belleza. No quiso Periandro que entrassen en Toledo, porque assi se lo pidio Antonio el padre, a quien aguijaua el desseo que tenia de ver a su patria y a sus padres, que no estauan lexos, diziendo que, para ver las grandezas de aquella ciudad, conuenia mas tiempo que el que su priessa les ofrecia. Por esta misma razon tampoco quisieron passar por Madrid, donde a la sazon estaua la corte, temiendo algun estoruo que su camino les impidiesse. Confirmóles en este parecer la antigua peregrina, diziendoles que andauan en la corte ciertos pequeños,   -fol. 149v-   que tenian fama de ser hijos de grandes, que, aunque paxaros noueles, se abatian al señuelo de qualquiera muger hermosa, de qualquiera calidad que fuesse: que el amor antojadizo no busca calidades, sino hermosura.

A lo que añadio Antonio el padre:

-Dessa manera, será menester que vsemos   —84→   de la industria que vsan las grullas quando, mudando regiones, passan por el monte Limauo154, en el qual las estan aguardando vnas aues de rapiña para que les siruan de pasto; pero ellas, preuiniendo este peligro, passan de noche, y lleuan vna piedra cada vna en la boca, para que les impida el canto y escusen de ser sentidas; quanto mas, que la mejor industria que podemos tener, es seguir la ribera deste famoso rio, y, dexando la ciudad a mano derecha, guardando para otro tiempo el verla, nos vamos a Ocaña, y desde alli al Quintanar de la Orden, que es mi patria.

Viendo la peregrina el dissignio del viage que auia hecho Antonio, dixo que ella queria seguir el suyo, que le venia mas a cuento. La hermosa Ricla le dio dos monedas de oro en limosna, y la peregrina se despidio de todos, cortés y agradecida. Nuestros peregrinos passaron por Aranjuez, cuya vista, por ser en tiempo de primauera, en vn mismo punto les puso la admiracion y la alegría; vieron (de) yguales y estendidas calles, a quien seruian de espaldas y arrimos los verdes y infinitos arboles, tan verdes, que las hazian parecer de finissimas esmeraldas; vieron la junta, los bessos y abraços que se dauan los dos famosos rios Henares y Tajo; contemplaron sus sierras de agua; admiraron el concierto de sus jardines y de la diuersidad de sus flores; vieron sus estanques, con mas pezes que arenas, y sus esquisitos frutales, que, por aliuiar el peso a los arboles, tendian las ramas   —85→   por el suelo; finalmente, Periandro tuuo por verdadera la fama que deste sitio por todo el mundo se esparcia. Desde alli fueron a la villa de Ocaña, donde supo   -fol. 150r-   Antonio que sus padres viuian, y se informò de otras cosas que le alegraron, como luego se dira.



  —86→  

ArribaAbajoCapitvlo nono del tercer libro

Con los ayres de su patria, se regozijaron los espiritus de Antonio, y con el visitar a Nuestra Señora de Esperança, a todos se les alegrò el alma. Ricla y sus dos hijos se alboroçaron con el pensamiento de que auian de ver presto, ella a sus suegros, y ellos a sus abuelos, de quien ya se auia informado Antonio que viuian, a pesar del sentimiento que la ausencia de su hijo les auia causado; supo assimismo cómo su contrario auia heredado el estado de su padre, y que auia muerto en amistad de su padre de Antonio, a causa que, con infinitas prueuas, nacidas de la intrincada seta del duelo, se auia aueriguado que no fue afrenta la que Antonio le hizo, porque las palabras que en la pendencia passaron, fueron con la espada desnuda, y la luz de las armas quita la fuerça a las palabras, y, las que se dizen con las espadas desnudas, no afrentan, puesto que agrauian; y assi, el que quiere tomar vengança dellas, no se ha de entender que satisfaze su afrenta, sino que castiga su agrauio, como se mostrará en este exemplo: prosupongamos que yo digo vna verdad manifiesta; respondeme vn desalumbrado que miento y mentire todas las vezes que lo dixere, y, poniendo mano   —87→   a la espada, sustenta aquella desmentida; yo, que soy el desmentido, no tengo necessidad de voluer por la verdad que dixe, la qual no puede ser desmentida en ninguna manera; pero tengo necessidad de castigar el poco respeto que se me tuuo; de modo que, el desmentido desta suerte, puede   -fol. 150v-   entrar en campo con otro, sin que se le ponga por objecion que está afrentado, y que no puede entrar en campo con nadie hasta que se satisfaga, porque, como tengo dicho, es grande la diferencia que ay entre agrauio y afrenta155. En efeto: digo que supo Antonio la amistad de su padre y de su contrario, y que, pues ellos auian sido amigos, se auria bien mirado su causa. Con estas buenas nueuas, con mas sossiego y mas contento, se puso otro dia en camino con sus camaradas, a quien conto todo aquello que de su negocio sabía, y que vn hermano del que penso ser su enemigo, le auia heredado, y quedado en la misma amistad con su padre que su hermano el muerto. Fue parecer de Antonio que ninguno saliesse de su orden, porque pensaua darse a conocer a su padre, no de improuiso, sino por algun rodeo que le aumentasse el contento de hazerle conocido, aduirtiendo que tal vez mata vna subita alegria, como suele matar vn improuiso pesar. De alli a tres dias llegaron, al crepusculo de la noche, a su lugar, y a la casa de su padre, el qual, con su madre, segun despues parecio, estaua sentado a la puerta de la calle, tomando, como dizen, el fresco, por ser el tiempo de los calurosos del   —88→   verano. Llegaron todos juntos, y, el primero que habló, fue Antonio a su mismo padre:

-¿Ay, por ventura, señor, en este lugar, hospital de peregrinos?

-Segun es christiana la gente que le habita -respondio su padre-, todas las casas del son hospital de peregrinos; y quando otra no huuiera, esta mia, segun su capacidad, siruiera por todas; prendas tengo yo por essos mundos adelante, que no se si andaran agora buscando quien las acoja.

-¿Por ventura, señor -replicò Antonio-, este lugar no se llama el Quintanar de la Orden, y en el no viuen vn apellido de vnos hidalgos que se llaman Villaseñores? Digolo, porque he conocido yo vn tal Villaseñor bien lexos desta tierra, que, si el   -fol. 151r-   estuuiera en esta, no nos faltara posada a mi ni a mis camaradas.

-¿Y cómo se llamaua, hijo -dixo su madre-, esse Villaseñor que dezis?

-Llamauase Antonio -replicò Antonio-; y su padre, segun me acuerdo, me dixo se llamaua Diego de Villaseñor.

-¡Ay, señor -dixo la madre, leuantandose de donde estaua-, que esse Antonio es mi hijo, que, por cierta desgracia, ha al pie de diez y seys años que falta desta tierra! Comprado le tengo a lagrimas, pesado a suspiros, y grangeado con oraciones. ¡Plegue a Dios que mis ojos le vean antes que descubra la noche de la eterna sombra! Dezidme -dixo-: ¿ha mucho que le vistes? ¿Ha mucho que le dexastes? ¿Tiene salud?   —89→   ¿Piensa voluer a su patria? ¿Acuerdase de sus padres, a quien podra venir a ver, pues no ay enemigos que se lo impidan, que ya no son sino amigos los que le hizieron desterrar de su tierra?

Todas estas razones escuchaua el anciano padre de Antonio, y, llamando a grandes vozes a sus criados, les mandò encender luzes, y que metiessen dentro de casa a aquellos honrados peregrinos; y, llegandose a su no conocido hijo, le abraçò estrechamente, diziendole:

-Por vos solo, señor, sin que otras nueuas os hiziessen el aposento, os le diera yo en mi casa, lleuado de la costumbre que tengo de agasajar en ella a todos quantos peregrinos por aqui passan; pero agora, con las regozijadas nueuas que me aueys dado, ensancharè la voluntad, y sobrepujarán los seruicios que os hiziere a mis mismas fuerças.

En esto, ya los siruientes auian encendido luzes, y, guiando los peregrinos dentro de la casa, y en mitad de vn gran patio que tenia, salieron dos hermosas y honestas donzellas, hermanas de Antonio, que auian nacido despues de su ausencia, las quales, viendo la hermosura de Auristela y la gallardia de Constança, su sobrina, con el buen parecer de Ricla, su cuñada, no se hartauan de bessarlas y de bendezirlas; y quando esperauan   -fol. 151v-   que sus padres entrassen dentro de casa con el nueuo huesped, vieron entrar con ellos vn confuso monton de gente que traian en ombros, sobre vna silla sentado,   —90→   vn hombre como muerto, que luego supieron ser el conde que auia heredado al enemigo que solia ser de su tio156. El alboroto de la gente, la confusion de sus padres, el cuydado de recebir los nueuos huespedes, las turbò de manera, que no sabian a quien acudir, ni a quien preguntar la causa de aquel alboroto. Los padres de Antonio acudieron al conde, herido de vna bala por las espaldas, (que) en vna rebuelta que157 dos compañias de soldados, que estauan en el pueblo aloxadas, auian tenido con los del lugar158, y le auian passado por las espaldas el pecho; el qual, viendose herido, mandò a sus criados que le truxessen en casa de Diego de Villaseñor, su amigo, y el traerle fue a tiempo que començaua a hospedar a su hijo, a su nuera y a sus dos nietos, y a Periandro y a Auristela, la qual, assiendo de las manos a las hermanas de Antonio, les pidio que la quitassen de aquella confusion y la lleuassen a algun aposento donde nadie la viesse. Hizieronlo ellas assi, siempre admirandose de nueuo de la sin par belleza de Auristela. Constança, a quien la sangre del parentesco bullia en el alma, ni queria, ni podia apartarse de sus tias, que todas eran de vna misma edad y casi de vna ygual hermosura. Lo mismo le acontecio al mancebo Antonio, el qual, oluidado de los respetos de la buena criança y de la obligacion del hospedage, se atreuio, honesto y regozijado, a abraçar a vna de sus tias, viendo lo qual vn criado de casa, le dixo:

-¡Por vida del señor peregrino, que tenga   —91→   quedas las manos, que el señor desta casa no es hombre de burlas; si no, a fee que se las haga tener quedas, ha despecho de su desuergonçado atreuimiento!

-¡Por Dios, hermano -respondio Antonio-; que es muy poco lo que he hecho   -fol. 152r-   para lo que pienso hazer, si el cielo fauorece mis desseos, que no son otros que seguir a estas señoras y a todos los desta casa!

Ya en esto auian acomodado al conde herido en vn rico lecho, y llamado a dos cirujanos que le tomassen la sangre y mirassen la herida, los quales declararon ser mortal, sin que por via humana tuuiesse remedio alguno. Estaua todo el pueblo puesto en arma contra los soldados, que en esquadron formado se auian salido al campo, y esperauan si fuessen acometidos del pueblo, dandoles la batalla. Valia poco para ponerlos en paz la solicitud y la prudencia de los capitanes, ni la diligencia christiana de los sacerdotes y religiosos del pueblo, el qual, por la mayor parte, se alborota de liuianas ocasiones, y crece bien assi como van creciendo las olas del mar de blando viento mouidas, hasta que, tomando el regañon el blando soplo del zefiro, le mezcla con su huracan y las leuanta al cielo; el qual, dandose priessa a entrar el dia, la prudencia de los capitanes hizo marchar a sus soldados a otra parte, y los del pueblo se quedaron en sus limites, a pesar del rigor y mal ánimo que contra los soldados tenian concebido. En fin, por terminos y pausas espaciosas,   —92→   con sobresaltos agudos, poco a poco vino Antonio ha descubrirse a sus padres, haziendole presente de sus nietos y de su nuera, cuya presencia sacò lagrimas de los ojos de los viejos, y la belleza de Auristela y gallardia de Periandro les sacò el pasmo al rostro y la admiracion a todos los sentidos.

Este plazer, tan grande como improuiso; esta llegada de sus hijos, tan no esperada, se la aguò, turbò y casi deshizo la desgracia del conde, que por momentos yua empeorando. Con todo esso, le hizo presente de sus hijos, y de nueuo le hizo ofrecimiento de su casa y de quanto en ella auia que para su salud fuesse conueniente; porque, aunque quisiera mouerse y lleuarle a la de su estado, no fuera   -fol. 152v-   possible: tales eran las pocas esperanças que se tenian de su salud. No se quitauan de la cabecera del conde, obligadas de su natural condicion, Auristela y Constança, que, con la compassion christiana y solicitud possible, eran sus enfermeras, puesto que yuan contra el parecer de los cirujanos, que ordenauan le dexassen solo, o, a lo menos, no acompañado de mugeres. Pero la disposicion del cielo, que, con causas a nosotros secretas, ordena y dispone las cosas de la tierra, ordenò y quiso que el conde llegasse al vltimo de su vida, y, vn dia antes que della se despidiesse, cierto ya de que no podia viuir, llamò a Diego de Villaseñor, y, quedandose con el solo, le dixo desta manera:

-Yo sali de mi casa con intencion de yr a   —93→   Roma este año, en el qual el Sumo Pontifice ha abierto las arcas del tesoro de la Yglesia, y comunicadonos, como en año santo, las infinitas gracias que en el suelen ganarse. Yua a la ligera, mas como peregrino pobre, que como cauallero rico; entré en este pueblo; hallè trauada vna pendencia, como ya, señor, aueys visto, entre los soldados que en el estauan aloxados y entre los vezinos del(la); mezcléme en ella, y, por reparar las agenas vidas, he venido a perder la mia, porque esta herida, que a traycion, si assi se puede dezir, me dieron, me la va quitando por momentos. No se quien me la dio, porque las pendencias del vulgo traen consigo a la misma confusion. No me pesa de mi muerte, si no es por las que ha de costar, si por justicia o por vengança quisiere castigarse. Con todo esto, por hazer lo que en mi es, y todo aquello que de mi parte puedo, como cauallero y christiano, digo que perdono a mi matador y a todos aquellos que con el tuuieron culpa; y es mi voluntad assimismo de mostrar que soy agradecido al bien que en vuestra casa me aueys hecho, y la muestra que he de dar deste agradecimiento, no serà assi como quiera,   -fol. 153r-   sino con el mas alto estremo que pueda imaginarse. En essos dos baules que ahí estan, donde lleuaua recogida mi recamara, creo que van hasta veynte mil ducados en oro y en joyas, que no ocupan mucho lugar; y, si como esta cantidad es poca, fuera la grande que encierra las entrañas de Potosi, hiziera della lo mismo que desta hazer   —94→   quiero. Tomalda, señor, en vida, o hazed que la tome la señora doña Constança, vuestra nieta, que yo se lo doy en arras y para su dote; y mas, que le pienso dar esposo de mi mano, tal, que aunque presto quede viuda, quede viuda honradissima, juntamente con quedar donzella honrada. Llamadla aqui, y traed quien me despose con ella; que su valor, su christiandad, su hermosura, merecian hazerla señora del vniuerso. No os admire, señor, lo que oys; creed lo que os digo, que no será nouedad disparatada casarse vn titulo con vna donzella hijadalgo, en quien concurren todas las virtuosas partes que pueden hazer a vna muger famosa. Esto quiere el cielo, a esto me inclina mi voluntad; por lo que deueys al ser discreto, que no lo estorue la vuestra. Yd luego, y, sin replicar palabra, traed quien me despose con vuestra nieta, y quien haga las escrituras tan firmes, assi de la entrega destas joyas y dineros, y de la mano que de esposo la he de dar, que no aya calumnia que la deshaga.

Pasmóse a estas razones Villaseñor, y creyo, sin duda alguna, que el conde auia perdido el juyzio, y que la hora de su muerte era llegada, pues en tal punto, por la mayor parte, o se dizen grandes sentencias, o se hazen grandes disparates; y assi, lo que le respondio fue:

-Señor, yo espero en Dios que tendreys salud, y entonces, con ojos mas claros, y sin que algun dolor os turbe los sentidos, podreys ver las riquezas que days y la muger que escogeys;   —95→   mi nieta no es vuestra ygual, o, a lo menos, no està en potencia propinqua, sino   -fol. 153v-   muy remota, de merecer ser vuestra esposa, y yo no soy tan codicioso que quiera comprar esta honra que quereys hazerme con lo que dira el vulgo, casi siempre mal intencionado, del qual ya me parece que dize que os tuue en mi casa, que os trastornè el sentido, y que, por vias de la solicitud codiciosa, os hize hazer esto.

-Diga lo que quisiere -dixo el conde-; que si el vulgo siempre se engaña, tambien quedará engañado en lo que de vos pensare.

-Alto, pues -dixo Villaseñor-; no quiero ser tan ygnorante que no quiera abrir a la buena suerte, que está llamando a las puertas de mi casa.

Y con esto se salio del aposento, y comunicò lo que el conde le auia dicho con su muger, con sus nietos, y con Periandro y Auristela, los quales fueron de parecer que, sin perder punto, assiessen a la ocasion por los cabellos que les ofrecia, y truxessen quien lleuasse al cabo aquel negocio. Hizose assi, y en menos de dos horas ya estaua Costança desposada con el conde, y los dineros y joyas en su possession, con todas las circunstancias y reualidaciones que fueron possible hazerse. No huuo musicas en el desposorio, sino llantos y gemidos, porque la vida del conde se yua acabando por momentos. Finalmente, otro dia despues del desposorio, recebidos todos los sacramentos, murio el conde en los braços de su esposa, la condessa Costança,   —96→   la qual, cubriendose la cabeça con vn velo negro, hincada de rodillas, y leuantando los ojos al cielo, començo a dezir:

-Yo hago voto...

Pero, apenas dixo esta palabra, quando Auristela le dixo:

-¿Que voto quereys hazer, señora?

-De ser monja -respondio la condessa.

-Sedlo, y no le hagays -replicó Auristela-; que las obras de seguir a Dios no han de ser precipitadas, ni que parezcan que las mueuen acidentes, y este de la muerte de vuestro esposo, quiça os hara prometer lo que despues, o no podreys, o no querreys cumplir. Dexad en   -fol. 154r-   las manos de Dios y en las vuestras vuestra voluntad, que assi vuestra discrecion como la de vuestros padres y hermanos, os sabra aconsejar y encaminar en lo que mejor os estuuiere. Y dese agora orden de enterrar vuestro marido, y confiad en Dios, que, quien os hizo condessa tan sin pensarlo, os sabra y querra dar otro titulo que os honre y os engrandezca con mas duracion que el presente.

Rindiose a este parecer la condessa, y, dando traças al entierro del conde, llegò vn su hermano menor, a quien ya auian ydo las nueuas a Salamanca, donde estudiaua. Llorò la muerte de su hermano; pero enjugaronle presto las lagrimas el gusto159 de la herencia del estado. Supo el hecho; abraçò a su cuñada; no contradixo a ninguna cosa; depositò a su hermano, para lleuarle despues a su lugar; partiose a la   —97→   corte, para pedir justicia contra los matadores; anduuo el pleyto; degollaron a los capitanes y castigaron muchos de los del pueblo; quedóse Costança con las arras y el titulo de condessa; apercibiose Periandro para seguir su viage, a quien no quisieron acompañar Antonio el padre, ni Ricla, su muger, cansados de tantas peregrinaciones, que no cansaron a Antonio el hijo ni a la nueua condessa, que no fue possible dexar la compañia de Auristela ni de Periandro.

A todo esto, nunca auia mostrado a su abuelo el lienço donde venia pintada su historia. Enseñósele vn dia Antonio, y dixo que faltaua alli de pintar los pasos por donde Auristela auia venido a la isla barbara, quando se vieron ella y Periandro en los trocados trages, ella en el de varon, y el en el de hembra: metamorfosis bien estraño; a lo que Auristela dixo que en pocas razones lo diria. Que fue que, quando la robaron los piratas de las riberas de Dinamarca, a ella, Cloelia y a las dos pescadoras, vinieron a vna isla despoblada a repartir la presa entre ellos, y, «no pudiendose hazer   -fol. 154v-   el repartimiento con ygualdad, vno de los mas principales se contentò con que por su parte le diessen mi persona, y aun añadio dadiuas para ygualar la demasia. Entrè en su poder sola, sin tener quien en mi desuentura me acompañasse: que de las miserias suele ser aliuio la compañia. Este me vistio en habitos de varon, temeroso que en los de muger no me solicitasse el viento; muchos dias anduue con el peregrinando por diuersas partes,   —98→   y siruiendole en todo aquello que a mi honestidad no ofendia; finalmente, vn dia llegamos a la isla barbara, donde de improuiso fuymos presos de los barbaros, y el quedò muerto en la refriega de mi prision, y yo fuy trayda a la cueua de los prisioneros, donde hallé a mi amada Cloelia, que por otros no menos desuenturados pasos alli auia sido trayda, la qual me conto la condicion de los barbaros, la vana supersticion que guardauan, y el assunto ridiculo y falso de su profecia; dixome assimismo que tenia barruntos de que mi hermano Periandro auia estado en aquella sima, a quien no auia podido hablar, por la priessa que los barbaros se dauan a sacarle para ponerle en el sacrificio»; y que auia querido acompañarle para certificarse de la verdad, pues se hallaua en habitos de hombre; y que assi, rompiendo por las persuasiones de Cloelia, que se lo estoruauan, salio con su intento, y se entregò de toda su voluntad para ser sacrificada de los barbaros, persuadiendose ser bien de vna vez acabar la vida, que no de tantas gustar la muerte, con traerla a peligro de perderla por momentos; y que no tenia mas que dezir, pues sabian lo que desde aquel punto le auia sucedido. Bien quisiera el anciano Villaseñor que todo esto se añadiera al lienço; pero todos fueron de parecer que, no solamente [no] se añadiesse, sino que aun lo pintado se borrasse, porque tan   -fol. 155r-   grandes y tan no vistas cosas, no eran para andar en lienços deuiles, sino en laminas de bronce escritas, y en   —99→   las memorias de las gentes grauadas. Con todo esso, quiso Villaseñor quedarse con el lienço, siquiera por ver los bien sacados retratos de sus nietos y la sin ygual hermosura y gallardia de Auristela y Periandro. Algunos dias se passaron poniendo en orden su partida para Roma, desseosos de ver cumplidos los votos de su promessa; quedóse Antonio el padre, y no quiso quedarse Antonio el hijo, ni menos la nueua condessa, que, como queda dicho, la aficion que a Auristela tenia, la lleuara, no solamente a Roma, sino al otro mundo, si para alla se pudiera hazer viage en compañía. Llegóse el dia de la partida, donde huuo tiernas lagrimas, y apretados abraços, y dolientes suspiros, especialmente de Ricla, que, en ver partir a sus hijos, se le partia el alma; echóles su bendicion su abuelo a todos, que la bendicion de los ancianos parece que tiene prerrogatiua de mejorar los sucessos; lleuaron consigo a vno de los criados de casa, para que los siruiesse en el camino, y, puestos en el, dexaron soledades en su casa y padres, y en compañia, entre alegre y triste, siguieron su viage.



  —100→  

ArribaAbajoCapitvlo decimo del tercero libro

Las peregrinaciones largas, siempre traen consigo diuersos acontecimientos; y como la diuersidad se compone de cosas diferentes, es forçoso que los casos lo sean. Bien nos lo muestra esta historia, cuyos acontecimientos nos cortan su hilo, poniendonos en duda dónde serà bien anudarle; porque no todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrian passar sin serlo y   -fol. 155v-   sin quedar menoscabada la historia: acciones ay que, por grandes, deuen de callarse, y otras que, por baxas, no deuen dezirse, puesto que es excelencia de la historia que, qualquiera cosa que en ella se escriuia, puede passar al sabor de la verdad que trae consigo; lo que no tiene la fabula, a quien conuiene guissar sus acciones con tanta puntualidad y gusto, y con tanta verissimilitud, que, ha despecho y pesar de la mentira, que haze dissonancia en el entendimiento, forme vna verdadera armonia.

Aprouechandome, pues, desta verdad, digo que el hermoso esquadron de los peregrinos, prosiguiendo su viage, llegò a vn lugar, no muy pequeño ni muy grande, de cuyo nombre no me acuerdo, y en mitad de la plaça del, por quien   —101→   forçosamente auian de passar, vieron mucha gente junta, todos atentos mirando y escuchando a dos mancebos que, en trage de recien rescatados de cautiuos, estauan declarando las figuras de vn pintado lienço que tenian tendido en el suelo; parecia que se auian descargado de dos pesadas cadenas que tenian junto a si, insignias y relatoras de su pesada160 desuentura; y vno dellos, que deuia de ser de hasta ventiquatro años, con voz clara y en todo estremo esperta lengua, crugiendo de quando en quando vn corbacho161 o, por mejor dezir, açote que en la mano tenia, le sacudia de manera que penetraua los oydos y ponia los estallidos en el cielo, bien assi como haze el cochero, que, castigando o amenazando sus cauallos, haze resonar su latigo por los ayres.

Entre los que la larga plática escuchauan, estauan los dos alcaldes del pueblo, ambos ancianos, pero no tanto el vno como el otro. Por donde començo su arenga el libre cautiuo, fue diziendo:

-Esta, señores, que aqui veys pintada, es la ciudad de Argel, gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterraneo, puerto vniuersal de cosarios, y amparo y refugio   -fol. 156r-   de ladrones, que, deste pequeñuelo puerto que aqui va pintado, salen con sus vageles a inquietar el mundo, pues se atreuen a passar el plus vltra de las colunas de Hercules, y a acometer y robar las apartadas islas, que, por estar rodeadas del inmenso mar Oceano, pensauan estar seguras,   —102→   a lo menos de los baxeles turquescos. Este baxel que aqui veys reduzido a pequeño, porque lo pide assi la pintura, es vna galeota de ventidos bancos, cuyo dueño y capitan es el turco que en la crugia va en pie, con vn braço en la mano, que cortò a aquel christiano que alli veys, para que le sirua de rebenque y açote a los demas christianos que van amarrados a sus bancos, temeroso no le alcancen estas quatro galeras que aqui veys, que le van entrando y dando caça. Aquel cautiuo primero del primer banco, cuyo rostro le disfigura la sangre que se le ha pegado de los golpes del braço muerto, soy yo, que seruia de espalder en esta galeota; y el otro que està junto a mi, es este mi compañero, no tan sangriento, porque fue menos apaleado162. Escuchad, señores, y estad atentos; quiça la aprehension deste lastimero cuento os lleuará a los oydos las amenazadoras y vituperosas vozes que ha dado este perro de Dragut163, que assi se llamaua el arraez de la galeota, cossario tan famoso como cruel, y tan cruel como Falaris o Busiris, tiranos de Sicilia; a lo menos, a mi me suena agora el rospeni, el manahora y el denimaniyoc, que, con corage endiablado, va diziendo, que todas estas son palabras y razones turquescas, encaminadas a la deshonra y vituperio de los cautiuos christianos: llamanlos de iudios, hombres de poco valor, de fee negra y de pensamientos viles, y, para mayor horror y espanto, con los braçs muertos açotan los cuerpos viuos.

  —103→  

Parece ser que vno de los dos alcaldes auia estado cautiuo en Argel mucho tiempo, el qual, con baxa voz, dixo a su compañero:

  -fol. 156v-  

-Este cautiuo, hasta agora, parece que va diziendo verdad, y que en lo general no es cautiuo falso; pero yo le examinarè en lo particular, y veremos cómo da la cuerda; porque quiero que sepays que yo yua dentro desta galeota, y no me acuerdo de auerle conocido por espalder della, si no fue a vn Alonso Moclin, natural de Velez-Malaga.

Y, voluiendose al cautiuo, le dixo:

-Dezidme, amigo, cúyas eran las galeras que os dauan caça, y si conseguistes por ellas la libertad desseada.

-Las galeras -respondio el cautiuo- eran de don Sancho de Leyua164; la libertad no la conseguimos, porque no nos alcançaron; tuuimosla despues, porque nos alçamos con vna galeota que desde Sargel yua a Argel cargada de trigo; venimos a Oran con ella, y desde alli a Malaga, de donde mi compañero y yo nos pusimos en camino de Italia, con intencion de seguir a Su Magestad, que Dios guarde, en el exercicio de la guerra.

-Dezidme, amigos -replicò el alcalde-: ¿cautiuastes juntos? ¿Lleuaron os a Argel del primer boleo, o a otra parte de Berberia?

-No cautiuamos juntos -respondio el otro cautiuo-, porque yo cautiué junto a Alicante, en vn nauio de lanas que passaua a Genoua; mi compañero, en los Percheles de Malaga,   —104→   adonde era pescador. Conocimonos en Tetuan, dentro de vna mazmorra; hemos sido amigos, y corrido vna misma fortuna mucho tiempo; y, para diez o doze quartos que apenas nos han ofrecido de limosna sobre el lienço, mucho nos aprieta el señor alcalde.

-No mucho, señor galan -replicò el alcalde-, que aun no estan dadas todas las vueltas de la mancuerda; escucheme, y digame: ¿quántas puertas tiene Argel, y quántas fuentes, y quántos poços de agua dulce?

-¡La pregunta es boba! -respondio el primer cautiuo-; tantas puertas tiene, como tiene casas, y tantas fuentes, que yo no las se, y tantos poços, que no los he visto, y los trabajos que   -fol. 157r-   yo en el he passado, me han quitado la memoria de mi mismo; y si el señor alcalde quiere yr contra la caridad christiana, recogeremos los quartos y alçaremos la tienda, y a Dios aho, que tan buen pan hazen aqui como en Francia.

Entonces el alcalde llamò a vn hombre de los que estauan en el corro, que al parecer seruia de pregonero en el lugar, y tal vez de verdugo quando se ofrecia, y dixole:

-Gil Berrueco, yd a la plaza, y traedme aqui luego los primeros dos asnos que toparedes: que, por vida del rey nuestro señor, que han de passear las calles en ellos estos dos señores cautiuos, que con tanta libertad quieren vsurpar la limosna de los verdaderos pobres, contandonos mentiras y embelecos, estando sanos como vna mançana, y con mas fuerças para tomar   —105→   vna azada en la mano, que no vn corbacho para dar estallidos en seco. Yo he estado en Argel cinco años esclauo, y se que no me days señas del en ninguna cosa de quantas aueys dicho.

-¡Cuerpo del mundo! -respondio el cautiuo-. ¿Es possible que ha de querer el señor alcalde que seamos ricos de memoria, siendo tan pobres de dineros, y que, por vna niñeria que no importa tres ardites, quiera quitar la honra a dos tan insignes estudiantes como nosotros, y juntamente quitar a Su Magestad dos valientes soldados, que yuamos a essas Italias y a essos Flandes a romper, a destroçar, a herir y a matar los enemigos de la santa fe catolica que toparamos? Porque, si va a dezir verdad, que en fin es hija de Dios, quiero que sepa el señor alcalde que nosotros no somos cautiuos, sino estudiantes de Salamanca, y, en la mitad y en lo mejor de nuestros estudios, nos vino gana de ver mundo y de saber a que sabía la vida de la guerra, como sabiamos el gusto de la vida de la paz. Para facilitar y poner en obra este desseo, acertaron a passar por alli vnos cautiuos, que tambien lo deuian de ser falsos como   -fol. 157v-   nosotros agora; les compramos este lienço, y nos informamos de algunas cosas de las de Argel, que nos parecio ser vastantes y necessarias para acreditar nuestro embeleco; vendimos nuestros libros y nuestras alajas a menosprecio, y, cargados con esta mercaderia, hemos llegado hasta aqui; pensamos passar adelante, si es que el señor alcalde no manda otra cosa.

  —106→  

-Lo que pienso hazer es -replicò el alcalde- daros cada cien açotes, y, en lugar de la pica que vays a arrast[r]ar en Flandes, poneros vn remo en las manos que le cimbreys en el agua en las galeras, con quien quiça hareys mas seruicio a Su Magestad que con la pica.

-¿Querrase -replicò el moço hablador- mostrar agora el señor alcalde ser vn legislador de Atenas, y que la riguridad de su oficio llegue a los oydos de los señores del Consejo, donde, acreditandole con ellos, le tengan por seuero y justiciero, y le cometan negocios de importancia, donde muestre su seueridad y su justicia? Pues sepa el señor alcalde que summum ius, summa iniuria.

-Mirad cómo hablays, hermano -replicò el segundo alcalde-, que aqui no ay justicia con luxuria: que todos los alcaldes deste lugar han sido, son y seran limpios y castos como el pelo de la massa; y hablad menos, que os será sano.

Voluio en esto el pregonero, y dixo:

-Señor alcalde, yo no he topado en la plaça asnos ningunos, sino a los dos regidores Berrueco y Crespo, que andan en ella passeandose.

-Por asnos os embié yo, majadero, que no por regidores; pero volued y traeldos aca, por si o por no, que quiero que se hallen presentes al pronunciar desta sentencia, que ha de ser, sin embargo, y no ha de quedar por falta de asnos: que, gracias sean dadas al cielo, hartos ay en este lugar.

-No le tendra vuessa merced, señor alcalde,   —107→   en el cielo -replicò el moço- si passa adelante con essa reguridad.   -fol. 158r-   Por quien Dios es, que vuessa merced considere que no hemos robado tanto, que podemos dar a censo ni fundar ningun mayorazgo; apenas grangeamos el misero sustento con nuestra industria, que no dexa de ser trabajosa, como lo es la de los oficiales y jornaleros. Mis padres no nos enseñaron oficio alguno, y assi, nos es forçoso que remitamos a la industria lo que auiamos de remitir a las manos, si tuuieramos oficio. Castiguense los que cohechan, los escaladores de casas, los salteadores de caminos, los testigos falsos por dineros, los mal entretenidos en la republica, los ociosos y valdios en ella, que no siruen de otra cosa que de acrecentar el numero de los perdidos, y dexen a los miseros que van su camino derecho a seguir a Su Magestad con la fuerça de sus braços y con la agudeza de sus ingenios, porque no ay mejores soldados que los que se trasplantan de la tierra de los estudios en los campos de la guerra; ninguno salio de estudiante para soldado, que no lo fuesse por estremo, porque quando se auienen y se juntan las fuerças con el ingenio, y el ingenio con las fuerças, hazen vn compuesto milagroso, con quien Marte se alegra, la paz se sustenta, y la republica se engrandeze.

Admirado estaua Periandro y todos los mas de los circunstantes, assi de las razones del moço, como de la velocidad con que hablaua, el qual, prosiguiendo, dixo:

-Espulguenos el señor alcalde, mirenos y   —108→   remirenos, y haga escrutinio de las costuras de nuestros vestidos, y si en todo nuestro poder hallare seys reales, no sólo nos mande dar ciento, sino seys cuentos de açotes. Veamos, pues, si la adquisicion de tan pequeña cantidad de interes, merece ser castigada con afrentas, y martirizada con galeras; y assi, otra vez digo que el señor alcalde se remire en esto, no se arroje y precipite apassionadamente a hazer lo que, despues de hecho, quiça le causará pesadumbre. Los   -fol. 158v-   juezes discretos castigan, pero no toman vengança de los delitos; los prudentes y los piadosos, mezclan la equi(e)dad con la justicia, y, entre el rigor y la clemencia, dan luz de su buen entendimiento.

-Por Dios -dixo el segundo alcalde-, que este mancebo ha hablado bien, aunque ha hablado mucho, y que, no solamente no tengo de consentir que los açoten, sino que los tengo de lleuar a mi casa y ayudarles para su camino, con condicion que le lleuen derecho, sin andar surcando la tierra de vna en otras partes, porque, si assi lo hiziessen, mas parecerian viciosos que necessitados.

Ya el primer alcalde, manso y piadoso, blando y compassiuo, dixo:

-No quiero que vayan a vuestra casa, sino a la mia, donde les quiero dar vna licion de las cosas de Argel, tal, que de aqui adelante ninguno les coga en mal latin en quanto a su fingida historia.

Los cautiuos se lo agradecieron, los circunstantes   —109→   alabaron su honrada determinacion, y los peregrinos recibieron contento del buen despacho del negocio. Voluiose el primer alcalde a Periandro, y dixo:

-¿Vosotros, señores peregrinos, traeys algun lienço que enseñarnos, traeys otra historia que hazernos creer por verdadera, aunque la aya compuesto la misma mentira?

No respondio nada Periandro, porque vio que Antonio sacaua del seno las patentes, licencias y despachos que lleuauan para seguir su viage; el qual los puso en manos del alcalde, diziendole:

-Por estos papeles podra ver vuessa merced quien somos y adonde vamos, los quales no era menester presentallos, porque, ni pedimos limosna, ni tenemos necessidad de pedilla; y assi, como a caminantes libres, nos podian dexar passar libremente.

Tomò el alcalde los papeles, y, porque no sabía leer, se los dio a su compañero, que tampoco lo sabía, y assi, pararon en manos del escriuano,   -fol. 159r-   que, passando los ojos por ellos breuemente, se los voluio a Antonio, diziendo:

-Aqui, señores alcaldes, tanto valor ay en la bondad destos peregrinos, como ay grandeza en su hermosura. Si aqui quisieren hazer noche, mi casa les seruira de meson, y mi voluntad, de alcaçar donde se recojan.

Voluiole las gracias Periandro; quedaronse alli aquella noche por ser algo tarde, donde fueron agasajados en casa del escriuano con amor, con abundancia y con limpieça.



  —110→  

ArribaAbajoCapitvlo onze del tercer libro

Llegóse el dia, y con el los agradecimientos del hospedage, y, puestos en camino, al salir del lugar, toparon con los cautiuos falsos, que dixeron que yuan industriados del alcalde, de modo que de alli adelante no los podian coger en mentira, a cerca de las cosas de Argel, que «tal vez -dixo el vno, digo, el que hablaua mas que el otro- tal vez -dixo- se hurta con autoridad y aprouacion de la justicia; quiero dezir, que alguna vez los malos ministros della se hazen a vna con los delinquentes, para que todos coman». Llegaron todos juntos donde vn camino se diuidia en dos; los cautiuos tomaron el de Cartagena, y los peregrinos el de Valencia; (los quales), otro dia, al salir de la aurora, que por los balcones del oriente se assomaua, barriendo el cielo de las estrellas y adereçando el camino por donde el sol auia de hazer su acostumbrada carrera, Bartolome, que assi creo se llamaua el guiador del vagaje, viendo salir el sol tan alegre y regozijado, bordando las nubes de los cielos con diuersas colores, de manera que no se podia ofrecer otra cosa mas alegre y mas hermosa   -fol. 159v-   a la vista, (y), con rustica discrecion, dixo:

  —111→  

-Verdad deuio de dezir el predicador que predicaua los dias passados en nuestro pueblo, quando dixo que los cielos y la tierra anunciauan y declarauan las grandezas del Señor. Par diez, que, si yo no conociera a Dios por lo que me han ensenado mis padres y los sacerdotes y ancianos de mi lugar, le viniera a rastrear y conocer viendo la inmensa grandeza destos cielos, que me dizen que son muchos, o, a lo menos, que llegan a onze, y por la grandeza deste sol que nos alumbra, que, con no parecer mayor que vna rodela, es muchas vezes mayor que toda la tierra, y mas, que, con ser tan grande, afirman que es tan ligero, que camina en ventiquatro horas mas de trecientas mil leguas. La verdad que sea, yo no creo nada desto; pero dizenlo tantos hombres de bien, que, aunque hago fuerça al entendimiento, lo creo. Pero de lo que mas me admiro, es que debaxo de nosotros ay otras gentes, a quien llaman antipodas, sobre cuyas cabeças, los que andamos aca arriba, traemos puestos los pies, cosa que me parece impossible: que, para tan gran carga como la nuestra, fuera menester que tuuieran ellos las cabeças de bronce.

Riose Periandro de la rustica astrologia del moço, y dixole:

-Buscar querria razones acomodadas, ¡o Bartolome!, para darte a entender el error en que estàs y la verdadera postura del mundo, para lo qual era menester tomar muy de atras sus principios; pero, acomodandome con tu ingenio,   —112→   abrè de coartar el mio y dezirte sola vna cosa, y es que quiero que entiendas por verdad infalible que la tierra es centro del cielo; llamo centro, vn punto indiuissible a quien todas las lineas de su circunferencia van a parar; tampoco me parece que has de entender esto; y assi, dexando estos terminos, quiero que te contentes con saber que toda   -fol. 160r-   la tierra tiene por alto el cielo, y en qualquier parte della donde los hombres esten, han de estar cubiertos con el cielo; assi que, como a nosotros el cielo que ves nos cubre, assimismo cubre a los antipodas que dizen, sin estoruo alguno, y como naturalmente lo ordenò la Naturaleza, mayordoma del verdadero Dios, criador del cielo y de la tierra165.

No se descontentò el moço de oyr las razones de Periandro, que tambien dieron gusto a Auristela, a la condessa y a su hermano. Con estas y otras cosas, yua enseñando y entreteniendo el camino Periandro, quando a sus espaldas llegò vn carro, acompañado de seys arcabuzeros a pie, y, vno que venia a cauallo, con vna escopeta pendiente del arçon delantero, llegandose a Periandro, dixo:

-Si, por ventura, señores peregrinos, lleuays en este repuesto alguna conserua de regalo, que yo creo que si deueys de lleuar, porque vuestra gallarda presencia mas de caualleros ricos que de pobres peregrinos os señala; si la lleuays, dadmela para socorrer con ella a vn desmayado muchacho que va en aquel carro, condenado a galeras por dos años, con otros doze   —113→   soldados que, por auerse hallado en la muerte de vn conde los dias passados, van condenados al remo, y sus capitanes, por mas culpados, creo que estan sentenciados ha degollar en la corte.

No pudo tener a esta razon las lagrimas la hermosa Costança, porque en ella se le representò la muerte de su breue esposo; pero, pudiendo mas su christiandad que el desseo de su vengança, acudio al bagaje y sacò vna caxa de conserua, y, acudiendo al carro, preguntò:

-¿Quien es aqui el desmayado?

A lo que respondio vno de los soldados:

-Alli va echado en aquel rincon, vntado el rostro con el sebo del timon del carro, porque no quiere que parezca hermosa la muerte quando el se muera, que será bien presto, segun està pertinaz en no querer   -fol. 160v-   comer bocado.

A estas razones, alçò el rostro el vntado moço, y, alçandose de la frente vn roto sombrero que toda se la cubria, se mostro feo y suzio a los ojos de Constança, y, alargando la mano para tomar la caxa, la tomò, diziendo:

-¡Dios os lo pague, señora!

Voluio a encaxar el sombrero, y voluio a su melancolía y a arrinconarse en el rincon donde esperaua la muerte. Otras algunas razones passaron los peregrinos con las guardas del carro, que se acabaron con apartarse por diferentes caminos. De alli a algunos dias, llegò nuestro hermoso esquadron a vn lugar de moriscos, que estaua puesto como vna legua de la marina, en   —114→   el reyno de Valencia. Hallaron en el, no meson en que aluergarse, sino todas las casas del lugar con agradable hospicio los combidauan; viendo lo qual, Antonio dixo:

-Yo no se quien dize mal desta gente, que todos me parecen vnos santos.

-Con palmas -dixo Periandro- recibieron al Señor en Ierusalen los mismos que de alli a pocos dias le pusieron en vna cruz. Agora bien: a Dios y a la ventura, como dezirse suele, acetemos el combite que nos haze este buen viejo, que con su casa nos combida.

Y era assi verdad, que vn anciano morisco, casi por fuerça, assiendolos por las esclauinas, los metio en casa, y dio muestras de agasajarlos, no morisca, sino christianamente. Salio a seruirlos vna hija suya, vestida en trage morisco, y en el tan hermosa, que las mas gallardas christianas tuuieran a ventura el parecerla: que en las gracias que naturaleza reparte, tambien suele fauorecer a las barbaras de Citia, como a las ciudadanas de Toledo. Esta, pues, hermosa y mora, en lengua aljamiada, assiendo a Costança y a Auristela de las manos, se encerro con ellas en vna sala baxa, y, estando solas, sin soltarles las manos, recatadamente mirò a todas partes, temerosa de   -fol. 161r-   ser escuchada, y, despues que huuo assegurado el miedo que mostraua, las dixo:

-¡Ay, señoras, y cómo aueis venido como mansas y simples ouejas al matadero! ¿Veys este viejo, que con verguença digo que es mi   —115→   padre, veysle tan agasajador vuestro? Pues sabed que no pretende otra cosa sino ser vuestro verdugo. Esta noche se han de lleuar en peso, si assi se puede dezir, diez y seys vaxeles de cossarios berberiscos, a toda la gente de este lugar, con todas sus haziendas, sin dexar en el cosa que les mueua a voluer a buscarla. Piensan estos desuenturados que en Berberia està el gusto de sus cuerpos y la saluacion de sus almas, sin aduertir que, de muchos pueblos que alla se han passado casi enteros, ninguno ay que de otras nueuas sino de arrepentimiento, el qual les viene juntamente con las quexas de su daño. Los moros de Berberia pregonan glorias de aquella tierra, al sabor de las quales corren los moriscos de esta, y dan en los lazos de su desuentura. Si quereys estoruar la vuestra y conseruar la libertad en que vuestros padres os engendraron, salid luego de esta casa, y acogedos a la iglesia, que en ella hallareys quien os ampare, que es el cura, que sólo el y el escriuano son en este lugar christianos viejos. Hallareis tambien alli al xadraque Xarife, que es vn tio mio, moro sólo en el nombre, y en las obras christiano. Contaldes lo que passa, y dezid que os lo dixo Rafala, que con esto sereys creydos y amparados; y no lo echeys en burla, si no quereys que las veras os desengañen a vuestra costa: que no ay mayor engaño que venir el desengaño tarde.

El susto, las acciones con que Rafala esto dezia, se assento en las almas de Auristela   -fol. 161v-   y de   —116→   Constança, de manera que fue creyda, y no le respondieron otra cosa que fuesse mas que agradecimientos. Llamaron luego a Periandro y a Antonio, y, contandoles lo que passaua, sin tomar ocasion aparente, se salieron de la casa con todo lo que tenian. Bartolome, que quisiera mas descansar que mudar de posada, pesòle de la mudança; pero, en efeto, obedecio a sus señores. Llegaron a la iglesia, donde fueron bien recebidos del cura y del xadraque, a quien contaron lo que Rafala les auia dicho. El cura dixo:

-Muchos dias ha, señores, que nos dan sobresalto con la venida de essos vaxeles de Berberia; y aunque es costumbre suya hazer estas entradas, la tardança de esta me tenia ya algo descuydado. Entrad, hijos, que buena torre tenemos, y buenas y ferradas puertas la iglesia, que, si no es muy de proposito, no pueden ser derribadas ni abrassadas.

-¡Ay -dixo a esta sazon el xadraque-, si han de ver mis ojos, antes que se cierren, libre esta tierra destas espinas y malezas que la oprimen! ¡Ay, quándo llegarà el tiempo que tiene profetizado vn abuelo mio, famoso en el astrologia, donde se verá España de todas partes entera y maciza en la religion christiana, que ella sola es el rincon del mundo donde està recogida y venerada la verdadera verdad de Christo! Morisco soy, señores, y oxala que negarlo pudiera; pero no por esto dexo de ser christiano: que las diuinas gracias las da Dios   —117→   a quien el es seruido, el qual tiene por costumbre, como vosotros mejor sabeys, de hazer salir su sol sobre los buenos y los malos, y llouer sobre los justos y los injustos. Digo, pues, que este mi abuelo dexò dicho que, cerca de estos tiempos, reynaria en   -fol. 162r-   España vn rey de la casa de Austria, en cuyo ánimo cabria la dificultosa resolucion de desterrar los moriscos de ella, bien assi como el que arroja de su seno la serpiente que le està royendo las entrañas, o bien assi como quien aparta la neguilla del trigo, o escarda o arranca la mala yerua de los sembrados. Ven ya, ¡o venturoso moço y rey prudente!, y pon en execucion el gallardo decreto de este destierro, sin que se te oponga el temor que ha de quedar esta tierra desierta y sin gente, y el de que no será bien la que en efeto està en ella bautizada; que, aunque estos sean temores de consideracion, el efeto de tan grande obra los hara vanos, mostrando la esperiencia, dentro de poco tiempo, que, con los nueuos christianos viejos que esta tierra se poblare, se voluera a fertilizar y a poner en mucho mejor punto que agora tiene. Tendran sus señores, si no tantos y tan humildes vassallos, seran los que tuuieren catolicos, con cuyo amparo estaran estos caminos seguros, y la paz podra lleuar en las manos las riquezas, sin que los salteadores se las lleuen.

Esto dicho, cerraron bien las puertas, fortalezieronlas con los bancos de los assientos, subieronse a la torre, alçaron vna escalera leuadiça,   —118→   lleuòse el cura consigo el santissimo Sacramento en su relicario, proueyeronse de piedras, armaron dos escopetas, dexò el bagage mondo y desnudo a la puerta de la iglesia Bartolome el moço, y encerrose con sus amos; y todos, con ojo alerta y manos listas, y con animos determinados, estuuieron esperando el assalto, de quien auisados estauan por la hija del morisco. Passò la media noche, que la midio por las estrellas el cura; tendia los ojos por todo el mar que desde alli se parecia, y no auia nube que con   -fol. 162v-   la luz de la luna se pareciesse, que no pensasse sino que fuessen los vaxeles turquescos; y, aguijando a las campanas, començo a repicallas tan a priessa y tan rezio, que todos aquellos valles y todas aquellas riberas retumbauan, a cuyo son los atajadores de aquellas marinas se juntaron y las corrieron todas; pero no aprouechò su diligencia para que los vaxeles no llegassen a la ribera y echassen la gente en tierra. La del lugar, que los esperaua, cargados con sus mas ricas166 y mejores alhajas, adonde fueron recebidos de los turcos con grande, grande grita y algaçara, al son de muchas dulçaynas y diuersos instrumentos, que, puesto que eran belicos, eran regozijados, pegaron fuego al lugar, y assimismo a las puertas de la iglesia, no para esperar a entrarla, sino por hazer el mal que pudiessen; dexaron a Bartolome a pie, porque le dejarretaron el bagage; derribaron vna cruz de piedra que estaua a la salida del pueblo, llamando a grandes vozes el nombre de   —119→   Mahoma; se entregaron a los turcos, ladrones pacificos y deshonestos publicos. Desde la lengua del agua, como dizen, començaron a sentir la pobreza que les amenazaua su mudança, y la deshonra en que ponian a sus mugeres y a sus hijos. Muchas vezes, y quiça algunas no en vano, dispararon Antonio y Periandro las escopetas; muchas piedras arrojò Bartolome, y todas a la parte donde auia dexado el bagage, y muchas flechas el xadraque; pero muchas mas lagrimas echaron Auristela y Constança, pidiendo a Dios, que presente tenian, que de tan manifiesto peligro los librasse, y ansimismo que no ofendiesse el fuego a su templo, el qual no ardio, no por milagro, sino porque las puertas eran de hierro, y porque fue poco el fuego que se les aplicò. Poco faltaua para llegar el dia,   -fol. 163r-   quando los vaxeles, cargados con la pressa, se hizieron al mar, alçando regozijados lilies, y tocando infinitos atabales y dulçaynas, y en esto vieron venir dos personas corriendo hazia la iglesia, la vna de la parte de la marina, y la otra de la de la tierra, que, llegando cerca, conocio el xadraque que la vna era su sobrina Rafala, que, con vna cruz de caña en las manos, venia diziendo a vozes:

-¡Christiana, christiana y libre, y libre por la gracia y misericordia de Dios!

La otra conocieron ser el escriuano, que acaso aquella noche estaua fuera del lugar, y, al son del arma de las campanas, venía a ver el sucesso, que llorò, no por la pérdida de sus hijos y   —120→   de su muger, que alli no los tenia, sino por la de su casa, que hallò robada y abrassada. Dexaron entrar el dia, y que los vaxeles se alargassen, y que los atajadores tuuiessen lugar de assegurar la costa, y entonces baxaron de la torre, y abrieron la iglesia, donde entrò Rafala, bañado con alegres lagrimas el rostro, y acrecentando con su sobresalto su hermosura, hizo oracion a las imagenes, y luego se abraçò con su tio, besando primero las manos al cura. El escriuano, ni adorò, ni besò las manos a nadie, porque le tenia ocupada el alma el sentimiento de la pérdida de su hazienda. Passò el sobresalto, voluieron los espiritus de los retraidos a su lugar, y el xadraque, cobrando aliento nueuo, voluiendo a pensar en la profecia de su abuelo, casi como lleno de celestial espiritu, dixo:

-¡Ea, mancebo generoso; ea, rey inuencible; atropella, rompe, desbarata todo genero de inconuenientes, y dexanos a España tersa, limpia y desembaraçada desta mi mala casta, que tanto la assombra y menoscaba! ¡Ea, consejero tan prudente como illustre, nueuo Atlante del peso de esta monarquia; ayuda y facilita con tus consejos a esta necessaria transmigracion; llenense estos mares de tus galeras, cargadas del inutil peso de la   -fol. 163v-   generacion agarena; vayan arrojadas a las contrarias riberas las çarças, las malezas y las otras yeruas que estoruan el crecimiento de la fertilidad y abundancia christiana! Que si los pocos hebreos que passaron a Egipto   —121→   multiplicaron tanto, que en su salida se contaron mas de seyscientas mil familias, ¿que se podra temer de estos, que son mas y viuen mas holgadamente? No los esquilman las religiones, no los entresacan las Indias, no los quintan las guerras; todos se casan, todos, o los mas, engendran, de do se sigue y se infiere que su multiplicacion y aumento ha de ser innumerable. ¡Ea, pues, vueluo a dezir; vayan, vayan, señor, y dexa la taça de tu reyno resplandeciente como el sol y hermosa como el cielo!167.

Dos dias estuuieron en aquel lugar los peregrinos, voluiendo a enterarse en lo que les faltaua, y Bartolome se acomodó de bagaje, los peregrinos agradecieron al cura su buen acogimiento y alabaron los buenos pensamientos del xadraque, y, abraçando a Rafala, se despidieron de todos y siguieron su camino.



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ArribaAbajoCapitvlo doze del tercero libro

En el qual se fueron entreteniendo en contar el passado peligro, el buen ánimo del xadraque, la valentia del cura, el zelo de Rafala, de la qual se les oluidò de saber cómo se auia escapado de poder de los turcos que assaltaron la tierra; aunque bien consideraron que, con el alboroto, ella se auria escondido en parte que tuuiesse lugar despues de voluer a cumplir su desseo, que era de viuir y morir christiana. Cerca de Valencia llegaron, en la qual no quisieron entrar, por escusar   -fol. 164r-   las ocasiones del detenerse; pero no faltò quien les dixo la grandeza de su sitio, la excelencia de sus moradores, la amenidad de sus contornos, y, finalmente, todo aquello que la haze hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España, sino de toda Europa; y principalmente les alabaron la hermosura de las mugeres, y su estremada limpieça y graciosa lengua, con quien sola la portuguessa puede competir en ser dulce y agradable. Determinaron de alargar sus jornadas, aunque fuesse a costa de su cansancio, por llegar a Barcelona, adonde tenian noticia auian de tocar vnas galeras en quien pensauan enuarcarse, sin tocar en Francia, hasta Genoua. Y, al   —123→   salir de Villa-Real, hermosa y amenissima villa, de traues, dentre vna espessura de arboles, les salio al encuentro vna zagala o pastora valenciana, vestida a lo del campo, limpia como el sol, y hermosa como el y como la luna, la qual, en su graciosa lengua, sin hablarles alguna palabra primero, y sin hazerles ceremonia de comedimiento alguno, dixo:

-Señores, ¿pedirlos he, o darlos he?

A lo que respondio Periandro:

-Hermosa zagala, si son zelos, ni los pidas ni los des, porque si los pides, menoscabas tu estimacion, y si los das, tu credito; y si es que el que te ama tiene entendimiento, conociendo tu valor, te estiniará y querra bien, y si no le tiene, ¿para que quieres que te quiera?

-Bien has dicho -respondio la villana.

Y diziendo a Dios, voluio las espaldas y se entrò en la espessura de los arboles, dexandolos admirados con su pregunta, con su presteza y con su hermosura.

Otras algunas cosas les sucedieron en el camino de Barcelona, no de tanta importancia que merezcan escritura, si no fue el ver desde lexos las santissimas montañas de Monserrate, que adoraron con deuocion christiana, sin querer subir a ellas, por no detenerse. Llegaron a Barcelona a tiempo quando   -fol. 164v-   llegauan a su playa quatro galeras españolas que, disparando y haziendo salua a la ciudad con gruessa artilleria, arrojaron quatro esquifes al agua, el vno de ellos adornado con ricas alcatitas de Leuante y   —124→   cogines de carmesi, en el qual venia, como despues parecio, vna hermosa mucrer de poca edad, ricamente vestida, con otra señora anciana y dos donzellas hermosas y honestamente adereçadas. Salio infinita gente de la ciudad, como es costumbre, ansi a ver las galeras, como a la gente que de ellas desenuarcaua, y la curiosidad de nuestros peregrinos llegò tan cerca de los esquifes, que casi pudieran dar la mano a la dama que de ellos desenuarcaua, la qual poniendo los ojos en todos, especialmente en Constança, despues de auer desenuarcado, dixo:

-Llegaos aca, hermosa peregrina, que os quiero lleuar conmigo a la ciudad, donde pienso pagaros vna deuda que os deuo, de quien vos creo que teneis poca noticia; vengan assimismo vuestras camaradas, porque no ha de auer cosa que obligue a dexar tan buena compañia.

-La vuestra, a lo que se vee -respondio Constança-, es de tanta importancia, que careceria de entendimiento quien no la acetasse. Vamos donde quisieredes, que mis camaradas me seguiran, que no estan acostumbrados a dexarme.

Assio la señora de la mano a Constança, y, acompañada de muchos caualleros que salieron de la ciudad a recebirla, y de otra gente principal de las galeras, se encaminaron a la ciudad, en cuyo espacio de camino Constança no quitaua los ojos de ella, sin poder reduzir a la memoria auerla visto en tiempo alguno. Aposentaronla en vna casa principal, a ella y a las que   —125→   con ella desenuarcaron, y no fue possible que dexasse yr a los peregrinos a otra parte; con los quales, assi como tuuo comodidad para ello, passò esta plática:

-Sacaros quíero, señores, de la admiracion en que, sin   -fol. 165r-   duda, os deue tener el ver que con particular cuydado procuro seruiros, y assi, os digo que a mi me llaman Ambrosia Agustina, cuyo nacimiento fue en vna ciudad de Aragon, y cuyo hermano es don Bernardo Agustin, quatraluo de estas galeras que estan en la playa. Contarino de Arbolanchez, cauallero del hábito de Alcantara, en ausencia de mi hermano, y a hurto del recato de mis parientes, se enamorò de mi; y yo, lleuada de mi estrella, o, por mejor dezir, de mi facil condicion, viendo que no perdía nada en ello, con titulo de esposa, le hize señor de mi persona y de mis pensamientos; y el mismo dia que le di la mano, recibio el de la de Su Magestad vna carta, en que le mandaua viniesse luego al punto a conduzir vn tercio que baxaua de Lombardia a Genoua, de infanteria española, a la isla de Malta, sobre la qual se pensaua baxaua el turco. Obedecio Contarino con tanta puntualidad lo que se le mandaua, que no quiso coger los frutos del matrimonio con sobresalto, y, sin tener cuenta con mis lagrimas, el recebir la carta y el partirse todo fue vno. Pareciome que el cielo se auia caido sobre mi, y que entre el y la tierra me auian apretado el coraçon y cogido el alma. Pocos dias passaron quando, añadiendo yo imaginaciones a imaginaciones   —126→   y desseos a desseos, vine a poner en efeto vno cuyo cumplimiento, assi como me quitò la honra por entonces, pudiera tambien quitarme la vida. Ausentéme de mi casa sin sabiduria de ninguno de ella, y, en habitos de hombre, que fueron los que tomè de vn pagezillo, assente por criado de vn atambor de vna compañia que estaua en vn lugar pienso que ocho leguas del mio. En pocos dias toquè la caxa tambien como mi amo; aprendi a ser chocarrero, como lo son los que vsan tal oficio; juntose otra compañia con la nuestra, y ambas a dos se encaminaron a Cartagena, a enuarcarse en estas quatro   -fol. 165v-   galeras de mi hermano, en las quales fue mi dissinio passar a Italia a buscar a mi esposo, de cuya noble condicion esperé que no afearia mi atreuimiento ni culparia mi desseo, el qual me tenia tan ciega, que no reparè en el peligro a que me ponia de ser conocida, si me enuarcaua en las galeras de mi hermano. Mas como los pechos enamorados no ay inconueníentes que no atropellen, ni dificultades por quien no rompan, ni temores que se le opongan, toda escabrosidad hize llana, venciendo miedos y esperando aun en la misma desesperacion; pero como los sucessos de las cosas hazen mudar los primeros intentos en ellas, el mio, mas mal pensado que fundado, me puso en el término que agora oyreis. Los soldados de las compañias de aquellos capitanes que os he dicho, trauaron vna cruel pendencia con la gente de vn pueblo de la Mancha sobre los alojamientos,   —127→   de la qual salio herido de muerte vn cauallero que dezian ser conde de no se que estado. Vino vn pesquisidor de la corte, prendio los capitanes, descarrearonse los soldados, y, con todo esso, prendio a algunos, y entre ellos a mi, desdichada, que ninguna culpa tenia; condenólos a galeras por dos años, al remo; y a mi tambien, como por añadidura, me tocò la misma suerte. En vano me lamentè de mi desuentura, viendo quan en vano se auian fabricado mis dissinios. Quisiera darme la muerte; pero el temor de yr a otra peor vida, me embotò el cuchillo en la mano, y me quitò la soga del cuello; lo que hize fue enlodarme el rostro, afeandole quanto pude, y encerrème en vn carro, donde nos metieron, con intencion de llorar tanto y de comer tan poco, que las lagrimas y la hambre hiziessen lo que la soga y el hierro no auian hecho. Llegamos a Cartagena, donde aun no auian llegado las galeras; pusieronnos en la casa del rey bien guardados, y alli estuuimos, no esperando,   -fol. 166r-   sino temiendo nuestra desgracia. No se, señores, si os acordareis de vn carro que topasteis junto a vna venta, en el qual esta hermosa peregrina -señalando a Constança- socorrio con vna caxa de conserua a vn desmayado delinquente.

-Si acuerdo -respondio Constança.

-Pues sabed que yo era -dixo la señora Ambrosia- el que socorristeis. Por entre las esteras del carro os miré a todos, y me admirè de todos, porque vuestra gallarda disposicion no puede dexar de admirar, si se mira. En efeto: las   —128→   galeras llegaron con la presa de vn vergantin de moros que las dos auian tomado en el camino; el mismo dia aherrojaron en ellas a los soldados, desnudandolos del trage que traian, y vistiendoles el de remeros; transformacion triste y dolorosa, pero lleuadera: que la pena que no acaba la vida, la costumbre de padecerla la haze facil. Llegaron a mi para desnudarme; hizo el comitre que me lauassen el rostro, porque yo no tenia aliento para leuantar los braços; miròme el barbero que limpia la chusma, y dixo: «Pocas nauajas gastarè yo con esta barba; no se yo para que nos embian aca a este muchacho de alfeñique, como si fuessen nuestras galeras de melcocha, y sus remeros de alcorça. Y ¿que culpas cometiste tu, rapaz, que mereciessen esta pena? Sin duda alguna, creo que el raudal y corriente de otros agenos delitos te han conduzido a este término.» Y, encaminando su plática al comitre, le dixo: «En verdad, patron, que me parece que sería bien dexar a que siruiesse este muchacho en la popa a nuestro general con vna manilla al pie, porque no vale para el remo dos ardites.» Estas pláticas, y la consideracion de mi sucesso, que parece que entonces se estremò en apretarme el alma, me apreto el coraçon de manera que me desmayé y quedé como muerta. Dizen que volui en mi a cabo de quatro horas, en el qual tiempo se me hizieron muchos remedios para que voluiesse; y lo que mas sintiera yo, si tuuiera   -fol. 166v-   sentido168, fue que deuieron de enterarse que yo no era varon,   —129→   sino hembra. Volui de mi parasismo, y, lo primero con quien topò la vista, fue con los rostros de mi hermano y de mi esposo, que entre sus braços me tenian. No se yo cómo en aquel punto la sombra de la muerte no cubrio mis ojos; no se yo cómo la lengua no se me pegò al paladar; sólo se que no supe lo que me dixe, aunque senti que mi hermano dixo: «¿Que trage es este, hermana mia?» Y mi esposo dixo: «¿Que mudança es esta, mitad de mi alma, que, si tu bondad no estuuiera tan de parte de tu honra, yo hiziera luego que trocaras este trage con el de la mortaja?» «¿Vuestra esposa es esta? -dixo mi hermano a mi esposo-. Tan nueuo me parece este sucesso, como me parece el de verla a ella en este trage; verdad es que, si esto es verdad, bastante recompensa sería a la pena que me causa el ver assi a mi hermana.» A este punto, auiendo yo recobrado parte de mis perdidos espiritus, me acuerdo que dixe: «Hermano mio, yo soy Ambrosia Agustina, tu hermana, y soy ansimismo la esposa del señor Contarino de Arbolanchez. El amor y tu ausencia, ¡o hermano!, me le dieron por marido, el qual, sin gozarme, me dexò; yo, atreuida, arrojada, y mal considerada, en este trage que me veis le vine a buscar.»

»Y con esto les conte toda la historia que de mi aueis oido, y mi suerte, que por puntos se yua a mas andar mejorando, hizo que me diessen credito y me tuuiessen lástima. Contaronme cómo a mi esposo le auian cautiuado moros   —130→   con vna de dos chalupas donde se auia enuarcado para yr a Genoua, y que el cobrar la libertad auia sido el dia antes, al anochecer, sin que le diesse lugar el tiempo de auerse visto con mi hermano, sino al punto que me hallò desmayada: sucesso cuya nouedad le podia quitar el credito, pero todo es assi como lo he dicho. En estas galeras passaua esta señora que viene conmigo   -fol. 167r-   y con estas sus dos nietas a Italia, donde su hijo, en Sicilia, tiene el patrimonio real a su cargo; vistieronme estos que traygo, que son sus vestidos, y mi marido y mi hermano, alegres y contentos, nos han sacado oy a tierra para espaciarnos y para que los muchos amigos que tienen en esta ciudad se alegren con ellos. Si vosotros, señores, vays a Roma, yo hare que mi hermano os ponga en el mas cercano puerto de ella. La caxa de conserua os la pagaré con lleuaros en la mia hasta adonde mejor os esté; y, quando yo no passara a Italia, en fee de mi ruego os lleuarà mi hermano. Esta es, amigos mios, mi historia; si se os hiziere dura de creer, no me marauillaria, puesto que la verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo; y pues que comunmente se dize que el creer es cortesia, en la vuestra, que deue de ser mucha, deposito mi credito.

Aqui dio fin la hermosa Agustina a su razonamiento, y aqui començo la admiracion de los oyentes a subirse de punto; aqui començaron a desmenuzarse las circunstancias del caso, y tambien los abraços de Constança y Auristela   —131→   que a la bella Ambrosia dieron, la qual, por ser assi voluntad de su marido, huuo de voluerse a su tierra, porque, por hermosa que sea, es embaraçosa la compañia de la muger en la guerra. Aquella noche se alterò el mar de modo que fue forçoso alargarse las galeras de la playa, que en aquella parte es de contino mal segura. Los cortesses catalanes, gente, enojada, terrible, y pacifica, suaue; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a si mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo, visitaron y regalaron todo lo possible a la señora Ambrosia Agustina, a quien dieron las gracias, despues que voluieron, su hermano y su esposo. Auristela, escarmentada con tantas esperiencias como auia   -fol. 167v-   hecho de las borrascas del mar, no quiso enuarcarse en las galeras, sino yrse por Francia, pues estaua pacifica. Ambrosia se voluio a Aragon, las galeras siguieron su viage, y los peregrinos el suyo, entrandose por Perpiñan en Francia.



  —132→  

ArribaAbajoCapitvlo treze del tercero libro

Por la parte de Perpiñan quiso tocar la primera de Francia nuestra esquadra, a quien dio que hablar el sucesso de Ambrosia muchos dias, en la qual fueron disculpa sus pocos años de sus muchos yerros, y juntamente hallò en el amor que a su esposo tenia, perdon de su atreuimiento. En fin, ella se voluio, como queda dicho, a su patria; las galeras siguieron su viage, y el suyo nuestros peregrinos, los quales, llegando a Perpiñan, pararon en vn meson, a cuya gran puerta estaua puesta vna mesa, y alrededor de ella mucha gente, mirando jugar a dos hombres a los dados, sin que otro alguno jugasse. Parecioles a los peregrinos ser nouedad que mirassen tantos, y jugassen tan pocos. Preguntò Periandro la causa, y fuele respondido que, de los que jugauan, el perdidoso perdia la libertad, y se hazía prenda del rey para vogar el remo seys meses; y el que ganaua, ganaua veynte ducados que los ministros del rey auian dado al perdidoso para que prouasse en el juego su ventura. Vno de los dos que jugaua la prouo, y no le supo bien, porque la perdio, y al momento le pusieron en vna cadena; y, al que la ganò, le quitaron otra que, para seguridad de   —133→   que no huyria, si perdia, le tenian puesta: ¡miserable juego y miserable suerte, donde no son yguales la pérdida y la ganancia!

Estando en esto, vieron llegar al meson gran golpe de gente, entre la qual venía vn hombre   -fol. 168r-   en cuerpo, de gentil parecer, rodeado de cinco o seys criaturas de edad de quatro a siete años; venía junto a el vna muger, amargamente llorando, con vn lienço de dineros en la mano, la qual, con lastimada voz, venía diziendo:

-Tomad, señores, vuestros dineros, y voluedme a mi marido, pues no el vicio, sino la necessidad le hizo tomar este dinero; el no se ha jugado, sino vendido, porque quiere, a costa de su trabajo, sustentarme a mi y a sus hijos: ¡amargo sustento y amarga comida para mi y para ellos!

-Callad, señora -dixo el hombre-, y gastad esse dinero, que yo le desquitarè con la fuerça de mis braços, que todauia se amañarán antes a domeñar vn remo que vn açadon; no quise ponerme en auentura de perderlos, jugandolos, por no perder, juntamente con mi libertad, vuestro sustento.

Casi no dexaua oir el llanto de los muchachos esta dolorida plática que entre marido y muger passaua. Los ministros que le traian, les dixeron que enjugassen las lagrimas, que, si lloraran quantas cabian en el mar, no serian bastantes a darle la libertad que auia perdido. Preualecian en su llanto los muchachos, diziendo a su padre:

  —134→  

-Señor, no nos dexe, porque nos moriremos todos si se va.

El nueuo y estraño caso enternecio las entrañas de nuestros peregrinos, especialmente las de la tesorera Constança, y todos se mouieron a rogar a los ministros de aquel cargo fuessen contentos de tomar su dinero, haziendo cuenta que aquel hombre no auia sido en el mundo, y que les conmouíesse a no dexar viuda a vna muger, ni huerfanos a tantos niños. En fin, tanto supieron dezir y tanto quisieron rogar, que el dinero voluio a poder de sus dueños, y la muger cobrò su marido, y los niños a su padre. La hermosa Constança, rica despues de condessa, mas christiana que barbara, con parecer de su hermano Antonio, dio a los pobres perdidos, con que se cobraron, cincuenta   -fol. 168v-   escudos de oro, y assi se voluieron tan contentos como libres, agradeciendo al cielo y a los peregrinos la tan no vista como no esperada limosna.

Otro dia písaron la tierra de Francia, y, passando por Lenguadoc, entraron en la Prouença, donde en otro meson hallaron tres damas francessas de tan estremada hermosura, que, a no ser Auristela en el mundo, pudieran aspirar a la palma de la belleza; parecían señoras de grande estado, segun el aparato con que se seruian, las quales, viendo los peregrinos, assi les admirò la gallardia de Periandro y de Antonio, como la sin ygual belleza de Auristela y de Costança. Llegaronlas a si, y hablaronlas con alegre rostro y cortés comedimiento; preguntaronlas quien   —135→   eran en lengua castellana, porque conocieron ser españolas las peregrinas, y, en Francia, ni varon ni muger dexa de aprender la lengua castellana169. En tanto que las señoras esperauan la respuesta de Auristela, a quien se encaminauan sus preguntas, se desuio Periandro a hablar con vn criado que le parecio ser de las illustres francessas; preguntóle quien eran y adonde yuan, y el le respondio diziendo:

-El duque de Nemurs, que es vno de los que llaman de la sangre en este reyno, es vn cauallero bizarro y muy discreto, pero muy amigo de su gusto; es rezien heredado, y ha prosupuesto de no casarse por agena voluntad, sino por la suya, aunque se le ofrezca aumento de estado y de hazienda, y aunque vaya contra el mandamiento de su rey; porque dize que los reyes bien pueden dar la muger a quien quisieren de sus vassallos, pero no el gusto de recebilla. Con esta fantasia, locura o discrecion, o como mejor deue llamarse, ha embiado a algunos criados suyos a diuersas partes de Francia a buscar alguna muger que, despues de ser principal, sea hermosa, para casarse con ella, sin que reparen en hazienda, porque el se contenta con que la dote sea su calidad y su   -fol. 169r-   hermosura. Supo la de estas tres señoras, y embiòme a mi, que le siruo, para que las viesse y las hiziesse retratar de vn famoso pintor que embiò conmigo. Todas tres son libres, y todas de poca edad, como aueis visto; la mayor, que se llama Deleasir, es discreta en estremo, pero pobre; la mediana,   —136→   que Belarminia se llama, es bizarra y de gran donayre, y rica medianamente; la mas pequeña, cuyo nombre es Feliz Flora, haze gran ventaja a las dos en ser rica. Ellas tambien han sabido el desseo del duque, y querrian, segun a mi se me ha trasluzido, ser cada vna la venturosa de alcançarle por esposo; y, con ocasion de yr a Roma a ganar el jubileo de este año, que es como el centesimo que se vsaua, han salido de su tierra, y quieren passar por Paris y verse con el duque, fiadas en el quiça que trae consigo la buena esperança. Pero despues, señores peregrinos, que aqui entrastes, he determinado de lleuar vn presente a mi amo que borre del pensamiento todas y qualesquier esperanças que estas señoras en el suyo huuieren fabricado; porque le pienso lleuar el retrato de esta vuestra peregrina, vnica y general señora de la humana belleza; y si ella fuesse tan principal como es hermosa, los criados de mi amo no tendrian mas que hazer, ni el duque mas que dessear. Dezidme, por vida vuestra, señor, si es casada esta peregrina, cómo se llama, y que padres la engendraron.

A lo que, temblando, respondio Periandro:

-Su nombre es Auristela; su viage, a Roma; sus padres, nunca ella los ha dicho; y de que sea libre os asseguro, porque lo se sin duda alguna; pero ay otra cosa en ello: que es tan libre y tan señora de su voluntad, que no la rendira a ningun principe de la tierra, porque dize que la tiene rendida al que lo es del cielo. Y para   —137→   enteraros en que sepais ser verdad todo lo que os he dicho, sabed que yo soy su hermano, y el que sabe lo escondido de sus pensamientos; assi   -fol. 169v-   que no os seruira de nada el retratalla, sino de alborotar el ánimo de vuestro señor, si a caso quisiesse atropellar por el inconueniente de la baxeza de mis padres.

-Con todo esso -respondio el otro-, tengo de lleuar su retrato, siquiera por curiosidad, y porque se dilate por Francia este nueuo milagro de hermosura.

Con esto se despidieron, y Periandro quiso partirse luego de aquel lugar, por no darsele al pintor para retratar a Auristela. Bartolome voluio luego a adereçar el bagage y a no estar bien con Periandro, por la priessa que daua a la partida. El criado del duque, viendo que Periandro queria partirse luego, se llegò a el y le dixo:

-Bien quisiera, señor, rogaros que os detuuierades vn poco en este lugar, siquiera hasta la noche, porque mi pintor, con comodidad y de espacio, pudiera sacar el retrato del rostro de vuestra hermana; pero bien os podeis yr a la paz de Dios, porque el pintor me ha dicho que, de sola vna vez que la ha visto, la tiene tan aprehendida en la imaginacion, que la pintarà a sus solas tan bien como si siempre la estuuiera mirando.

Maldixo Periandro entre si la rara habilidad del pintor; pero no dexò por esto de partirse, despidiendose luego de las tres gallardas francessas,   —138→   que abraçaron a Auristela y a Constança estrechamente, y les ofrecieron de lleuarlas hasta Roma en su compañia, si dello gustauan. Auristela se lo agradecio con las mas corteses palabras que supo, diziendoles que su voluntad obedecia a la de su hermano Periandro, y que assi, no podian detenerse ella ni Cons[tan]ça, pues Antonio, hermano de Constança, y el suyo, se yuan. Y con esto se partieron, y de alli a seys dias llegaron a vn lugar de la Prouença, donde les sucedio lo que se dira en el siguiente capitulo.



  —139→     -fol. 170r-  

ArribaAbajoCapitvlo catorze del tercero libro

La historia, la poesia y la pintura simbolizan entre si, y se parecen tanto, que, quando escriues historia, pintas, y quando pintas, compones. No siempre va en vn mismo peso la historia, ni la pintura pinta cosas grandes y magnificas, ni la poesia conuersa siempre por los cielos. Baxezas admite la historia; la pintura, hieruas y retamas en sus quadros; y la poesia, tal vez se realça cantando cosas humildes. Esta verdad nos la muestra bien Bartolome, bagagero del esquadron peregrino; el tal, tal vez habla y es escuchado en nuestra historia. Este, reuoluiendo en su imaginacion el cuento del que vendio su libertad por sustentar a sus hijos, vna vez dixo, hablando con Periandro:

-Grande deue de ser, señor, la fuerça que obliga a los padres a sustentar a sus hijos; si no, digalo aquel hombre que no quiso jugarse por no perderse, sino empeñarse por sustentar a su pobre familia. La libertad, segun yo he oydo dezir, no deue de ser vendida por ningun dinero; y este la vendio por tan poco, que lo lleuaua la muger en la mano. Acuerdome tambien de auer oido dezir a mis mayores que, lleuando a ahorcar a vn hombre anciano, y ayudandole los   —140→   sacerdotes a bien morir, les dixo: «Vuessas mercedes se sossieguen, y dexenme morir de espacio, que, aunque es terrible este paso en que me veo, muchas vezes me he visto en otros mas terribles.» Preguntaronle quales eran. Respondioles que el amanecer Dios, y el rodealle seis hijos pequeños pidiendole pan, y no teniendolo para darselo; «la qual necessidad me puso la gançua en la mano, y fieltros en los pies, con que facilitè mis hurtos, no viciosos, sino necessitados». Estas razones llegaron a los oidos del señor que le auia   -fol. 170v-   sentenciado al suplicio, que fueron parte para voluer la justicia en misericordia, y la culpa en gracia.

A lo que respondio Periandro:

-El hazer el padre por su hijo, es hazer por si mismo; porque mi hijo es otro yo, en el qual se dilata y se continua el ser del padre; y assi como es cosa natural y forçosa el hazer cada vno por si mismo, assi lo es el hazer por sus hijos. Lo que no es tan natural ni tan forçoso hazer los hijos por los padres; porque el amor que el padre tiene a su hijo deciende, y el decender es caminar sin trabajo; y el amor del hijo con el padre aciende y sube, que es caminar cuesta arriba, de donde ha nacido aquel refran: «Vn padre para cien hijos, antes que cien hijos para vn padre.»

Con estas pláticas y otras entretenian el camino por Francia, la qual es tan poblada, tan llana y apazible, que a cada paso se hallan casas de plazer, adonde los señores de ellas estan   —141→   casi todo el año, sin que se les de algo por estar en las villas ni en las ciudades. A vna de estas llegaron nuestros viandantes, que estaua vn poco desuiada del camino real. Era la hora de mediodia; herian los rayos del sol derechamente a la tierra; entraua el calor, y la sombra de vna gran torre de la casa les combidò que alli esperassen a passar la siesta, que con calor riguroso amenazaua. El solícito Bartolome desembaraçò el bagage, y, tendiendo vn tapete en el suelo, se sentaron todos a la redonda, y de los manjares, de quien tenia cuydado de hazer Bartolome su repuesto, satisfazieron la hambre, que ya començaua a fatigarles. Pero, apenas auian alçado las manos para lleuarlo a la boca, quando, alçando Bartolome los ojos, dixo a grandes vozes:

-¡Apartaos, señores, que no se quien baxa bolando del cielo, y no será bien que os coja debaxo!

Alçaron todos la vista, y vieron baxar por el ayre vna figura, que, antes que distinguiessen lo que era, ya estaua   -fol. 171r-   en el suelo, junto casi a los pies de Periandro, la qual figura era de vna muger hermosissima que, auiendo sido arrojada desde lo alto de la torre, siruiendole de campana y de alas sus mismos vestidos, la puso de pies y en el suelo sin daño alguno; cosa possible, sin ser milagro. Dexòla el sucesso atonita y espantada, como lo quedaron los que bolar la auian visto; oyeron en la torre gritos, que los daua otra muger que, abraçada con vn hombre,   —142→   que parecia que pugnauan por derribarse el vno al otro:

-¡Socorro, socorro! -dezia la muger-. ¡Socorro, señores, que este loco quiere despeñarme de aqui abaxo!

La muger voladora, vuelta algun tanto en si, dixo:

-Si ay alguno que se atreua a subir por aquella puerta -señalandoles vna que al pie de la torre estaua-, librarà de peligro mortal a mis hijos y a otras gentes flacas que alli arriba estan.

Periandro, impelido de la generosidad de su ánimo, se entrò por la puerta, y a poco rato le vieron en la cumbre de la torre abraçado con el hombre, que mostraua ser loco, del qual, quitandole vn cuchillo de las manos, procuraua defenderse; pero la suerte, que queria concluyr con la tragedia de su vida, ordenò que entrambos a dos viniessen al suelo, cayendo al pie de la torre: el loco, passado el pecho con el cuchillo que Periandro en la mano traia; y Periandro, vertiendo por los ojos, narizes y boca cantidad de sangre: que, como no tuuo vestidos anchos que le suste[n]tassen, hizo el golpe su efeto, y dexòle casi sin vida. Auristela, que ansi le vio, creyendo indubitablemente que estaua muerto, se arrojò sobre el, y, sin respeto alguno, puesta la boca con la suya, esperaua a recoger en si alguna reliquia, si del alma le huuiesse quedado; pero, aunque le huuiera quedado, no pudiera recebilla, porque los traspillados dientes   —143→   le negaran la entrada. Constança, dando lugar a la passion, no le pudo dar a mouer el paso   -fol. 171v-   para yr a socorrerla, y quedóse en el mismo sitio donde la hallò el golpe, pegada los pies al suelo, como si fueran de rayzes, o como si ella fuera estatua de duro marmol formada. Antonio, su hermano, acudio a apartar los semiuiuos, y a diuidir los que ya pensaua ser cadaueres. Sólo Bartolome fue el que mostro con los ojos el graue dolor que en el alma sentia, llorando amargamente.

Estando todos en la amarga afliccion que he dicho, sin que hasta entonces ninguna lengua huuiesse publicado su sentimiento, vieron que hazia ellos venía vn gran tropel de gente, la qual, desde el camino real, auia visto el buelo de los caidos, y venian a ver el sucesso; y era el tropel que venía las hermosas damas francessas Deleasir, Belarminia y Feliz Flora. Luego como llegaron, conocieron a Auristela y a Periandro, como a aquellos que, por su singular belleza, quedauan impressos en la imaginacion del que vna vez los miraua. Apenas la compassion les auia hecho apear, para socorrer, si fuesse possible, la desuentura que mirauan, quando fueron assaltados de seys o ocho hombres armados, que por las espaldas les acometieron. Este assalto puso en las manos de Antonio su arco y sus flechas, que siempre las tenia a punto, o ya para ofender, o ya para defenderse. Vno de los armados, con descortes mouimiento, assio a Feliz Flora del braço y la puso en el arçon delantero   —144→   de su silla, y dixo, voluiendose a los demas compañeros:

-Esto es hecho; esta me basta; demos la buelta.

Antonio, que nunca se pagò de descortesias, pospuesto todo temor, puso vna flecha en el arco, tendio quanto pudo el braço yzquierdo, y con la derecha estirò la cuerda hasta que llegò al diestro oido, de modo que las dos puntas y estremos del arco casi se juntaron, y, tomando por blanco el robador de Feliz Flora, disparò tan derechamente la flecha, que, sin tocar a Feliz Flora sino en vna parte del velo con que se cubria la cabeça, passò al   -fol. 172r-   salteador el pecho de parte a parte. Acudio a su vengança vno de sus compañeros, y, sin dar lugar a que otra vez Antonio el arco armasse, le dio vna herida en la cabeça, tal, que dio con el en el suelo mas muerto que viuo; visto lo qual de Constança, dexò de ser estatua y corrio a socorrer a su hermano: que el parentesco calienta la sangre que suele elarse en la mayor amistad, y lo vno y lo otro son indicios y señales de demasiado amor. Ya en esto auian salido de la casa gente armada, y los criados de las tres damas, apercebidos de piedras, digo, los que no tenian armas, se pusieron en defensa de su señora. Los salteadores, que vieron muerto a su capitan, y que, segun los defensores acudian, podian ganar poco en aquella empressa, especialmente considerando ser locura auenturar las vidas por quien ya no podia premiarlas, voluieron las espaldas, y dexaron el campo solo.

  —145→  

Hasta aqui, de esta batalla, pocos golpes de espada hemos oido, pocos instrumentos belicos han sonado; el sentimiento que por los muertos suelen hazer los viuos, no ha salido a romper los ayres; las lenguas, en amargo silencio tienen depositadas sus quexas; sólo algunos ayes entre roncos gemidos andan embueltos, especialmente en los pechos de las lastimadas Auristela y Constança, cada qual abraçada con su hermano, sin poder aprouecharse de las quexas con que se aliuian los lastimados coraçones. Pero, en fin, el cielo, que tenia determinado de no dexarlas morir tan a priessa y tan sin quexarse, les despegò las lenguas, que al paladar pegadas tenian, y la de Auristela prorumpio en razones semejantes:

-No se yo, desdichada, cómo busco aliento en vn muerto, o cómo, ya que le tuuiesse, puedo sentirle, si estoy tan sin el, que, ni se si hablo, ni si respiro. ¡Ay, hermano, y que caida ha sido esta, que assi ha derribado mis esperanças, como que   -fol. 172v-   la grandeza de vuestro linage no se huuiera opuesto a vuestra desuentura! Mas ¿cómo podia ella ser grande, si vos no lo fuerades? En los montes mas leuantados caen los rayos, y adonde hallan mas resistencia, hazen daño. Monte erades vos; pero monte humilde, que, con las sombras de vuestra industria y de vuestra discrecion, os encubriades a los ojos de las gentes. Ventura yuades a buscar en la mia; pero la muerte ha atajado el paso, encaminando el mio a la sepultura. ¡Quan cierta   —146→   la tendra la reyna, vuestra madre, quando a sus oidos llegue vuestra no pensada muerte! ¡Ay de mi, otra vez sola, y en tierra agena, bien assi como verde yedra a quien ha faltado su verdadero arrimo!

Estas palabras de reyna, de montes y grandezas, tenian atentos los oidos de los circunstantes que les escuchauan, y aumentóles la admiracion las que tambien dezia Constança, que en sus faldas tenia a su mal herido hermano, apretandole la herida y tomandole la sangre la compasiua Feliz Flora, que, con vn lienço suyo, blandamente se la esprimia, obligada de auerla el herido librado de su deshonra:

-¡Ay, digo -dezia-, amparo mio! ¿De que ha seruido auerme leuantado la fortuna a titulo de señora, si me auia de derribar al de desdichada? Volued, hermano, en vos, si quereis que yo vuelua en mi, o si no, hazed, ¡o piadosos cielos!, que vna misma suerte nos cierre los ojos y vna misma sepultura nos cubra los cuerpos: que el bien que sin pensar me auia venido, no podia traer otro descuento que la presteza de acabarse.

Con esto se quedò desmayada, y Auristela ni mas ni menos, de modo que tan muertas parecian ellas, y aun mas que los heridos. La dama que cayo de la torre, causa principal de la caida de Periandro, mandò a sus criados, que ya auian venido muchos de la casa, que le lleuassen al lecho del conde Domicio, su señor; mandò tambien lleuar a Domicio, su marido, para   -fol. 137r [173r]-   dar orden   —147→   en sepultalle. Bartolome tomò en braços a su señor Antonio; a Constança se las dio Feliz Flora; y a Auristela, Belarminia y Deleasir; y, en esquadron doloroso, y con amargos pasos, se encaminaron a la casi real casa.



  —148→  

ArribaAbajoCapitvlo qvinze del tercero libro

Poco aprouechauan las discretas razones que las tres damas francessas dauan a las dos lastimadas Constança y Auristela, porque, en las rezientes desuenturas, no hallan lugar consolatorias persuasiones; el dolor y el desastre que de repente sucede, no de improuiso admite consolacion alguna, por discreta que sea; la postema duele mientras no se ablanda, y el ablandarse requiere tiempo, hasta que llegue el de abrirse; y assi, mientras se llora, mientras se gime, mientras se tiene delante quien mueua al sentimiento a quexas y a suspiros, no es discrecion demasiada acudir al remedio con agudas medicinas. Llore, pues, algun tanto mas Auristela, gima algun espacio mas Constança, y cierren entrambas los oidos a toda consolacion, en tanto que la hermosa Claricia nos cuenta la causa de la locura de Domicio, su esposo, que fue, segun ella dixo a las damas francessas, que, antes que Domicio con ella se desposasse, andaua enamorado de vna parienta suya, la qual tuuo casi indubitables esperanças de casarse con el. Saliole en blanco la suerte, para que ella -dixo Claricia- la tuuiesse siempre negra; «porque, dissimulando Lorena -que assi se llamaua la parienta   —149→   de Domicio- el enojo que auia recebido del casamiento de mi esposo, dio en regalarle con muchos y diuersos presentes, puesto que mas bizarros y de buen parecer que costosos, entre los quales le embiò vna vez,   -fol. 137v [173v]-   bien assi como embiò la falsa Deyanira la camisa a Hercules, digo que le embiò vnas camisas, ricas por el lienço, y por la labor vistosas. Apenas se puso vna, quando perdio los sentidos y estuuo dos dias como muerto, puesto que luego se la quitaron, imaginando que vna esclaua de Lorena, que estaua en opinion de maga, la auria hechizado. Boluio a la vida mi esposo; pero con sentidos tan turbados y tan trocados, que ninguna accion hazia que no fuesse de loco; y no de loco manso, sino de cruel, furioso y desatinado; tanto, que era necessario tenerle en cadenas.» Y que aquel dia, estando ella en aquella torre, se auia soltado el loco de las prisiones, y, viniendo a la torre, la auia echado por las ventanas abaxo, a quien el cielo socorrio con la anchura de sus vestidos, o, por mejor dezir, con la acostumbrada misericordia de Dios, que mira por los inocentes. Dixo cómo aquel peregrino auia subido a la torre a librar a vna donzella a quien el loco queria derribar al suelo, tras la qual tambien despeñara a otros dos pequeños hijos que en la torre estauan; pero el sucesso fue tan contrario, que el conde y el peregrino se estrellaron en la dura tierra: el conde, herido de vna mortal herida; y el peregrino, con vn cuchillo en la mano, que, al parecer, se le auia   —150→   quitado a Domicio, cuya herida era tal, que no fuera menester seguir de añadidura para quitarle la vida, pues bastaua la caida. En esto, Periandro estaua sin sentido en el lecho, adonde acudieron maestros a curarle y a concertarle los deslocados huessos; dieronle beuidas apropiadas al caso, hallaronle pulsos y algun tanto de conocimiento de las personas que alrededor de si tenia, especialmente de Auristela, a quien, con voz desmayada, que apenas podia entenderse, dixo:

-Hermana, yo muero en la fe catolica christiana, y en la de quererte bien.

Y no hablò ni pudo hablar mas palabra por entonces. Tomaron la   -fol. 174r-   sangre a Antonio, y, tentandole los cirujanos la herida, pidieron albricias a su hermana de que era mas grande que mortal, y de que presto tendria salud, con ayuda del cielo. Dioselas Feliz Flora, adelantandose a Constança, que se las yua a dar, y aun se las dio, y los cirujanos las tomaron de entrambas, por no ser nada escrupulosos. Vn mes o poco mas estuuieron los enfermos curandose, sin querer dexarlos las señoras francessas: tanta fue la amistad que trauaron y el gusto que sintieron de la discreta conuersacion de Auristela y de Constança, y de los dos sus hermanos, especialmente Feliz Flora, que no acertaua a quitarse de la cabecera de Antonio, amandole con vn tan comedido amor, que no se estendia a mas que a ser beneuolencia, y a ser como agradecimiento del bien que del auia recebido quando su saeta   —151→   la librò de las manos de Rubertino, que, segun Feliz Flora contaua, era vn cauallero señor de vn castillo que cerca de otro suyo ella tenia, el qual Rubertino, lleuado, no de perfecto, sino de vicioso amor, auia dado en seguirla y perseguirla, y en rogarla le diesse la mano de esposa; pero que ella, por mil esperiencias, y por la fama, que pocas vezes miente, auia conocido ser Rubertino de aspera y cruel condicion, y de mudable y antojadiza voluntad, [y] no auia querido condecender con su demanda, y que imaginaua que, acossado de sus desdenes, auria salido al camino a roballa y a hazer de ella por fuerça lo que la voluntad no aula podido; pero que la flecha de Antonio auia cortado todos sus crueles y mal fabricados dissinios, y esto le mouia a mostrarse agradecida.

Todo esto que Feliz Flora dixo, passò assi, sin faltar punto; y quando se llegó el de la sanidad de los enfermos, y sus fuerças començaron a dar muestras della, voluieron a renouarse sus desseos, a lo menos los de voluer a su camino, y assi lo pusieron por obra, acomodandose de todas las cosas necessarias, sin que, como està   -fol. 174v-   dicho, quisiessen las señoras francessas dexar a los peregrinos, a quien ya tratauan con admiracion y con respeto, porque las razones del llanto de Auristela les auian hecho concebir en sus animos que deuian de ser grandes señores: que tal vez la magestad suele cubrirse de buriel, y la grandeza vestirse de humildad. En efeto: con perplexos pensamientos los mirauan; el pobre   —152→   acompañamiento suyo les hazía tener en estima de condicion mediana; el brio de sus personas y la belleza de sus rostros, leuantaua su calidad al cielo; y assi, entre el si y el no, andaua dudosa. Ordenaron las damas francessas que fuessen todos a cauallo, porque la caida de Periandro no consentia que se fiasse de sus pies. Feliz Flora, agradecida al golpe de Antonio el barbaro, no sabía quitarle de su lado, y, tratando del atreuimiento de Rubertino, a quien dexauan muerto y enterrado, y de la estraña historia del conde Domicio, a quien las joyas de su prima, juntamente con quitarle el juyzio, le auian quitado la vida, y del buelo milagroso de su muger, mas para ser admirado que creydo, llegaron a vn rio que se vadeaua con algun trabajo. Periandro fue de parecer que se buscasse la puente; pero todos los demas no vinieron en el, y, bien assi como quando al repressado rebaño de mansas ouejas, puestas en lugar estrecho, haze camino la vna, a quien las demas al momento siguen, Belarminia se arrojò al agua, a quien todos siguieron, sin quitarse del lado de Auristela Periandro, ni del de Feliz Flora Antonio, lleuando tambien junto a si a su hermana Constança. Ordenò, pues, la suerte, que no fuesse buena la de Feliz Flora, porque la corriente del agua le desuanecio la cabeça, de modo que, sin poder tenerse, dio consigo en mitad de la corriente, tras quien se abalançò con no creyda presteza el cortés Antonio, y sobre sus ombros, como a otra nueua Europa, la puso en la seca arena de   —153→   la contraria   -fol. 175r-   ribera. Ella, viendo el presto beneficio, le dixo:

-Muy cortés eres, español.

A quien Antonio respondio:

-Si mis cortesias no nacieran de tus peligros, estimaralas en algo; pero, como nacen de ellos, antes me descontentan que alegran.

Passò, en fin, el, como he dicho otras vezes, hermoso esquadron, y llegaron al anochecer a vna caseria que, junto con serlo, era meson, en el qual se alojaron a toda su voluntad; y lo que en el les sucedio, nueuo estilo y nueuo capitulo pide.



  —154→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y seys del tercero libro

Cosas y casos suceden en el mundo, que, si la imaginacion, antes de suceder, pudiera hazer que assi sucedieran, no acertara a traçarlos; y assi, muchos, por la raridad con que acontecen, passan plaça de apocrifos, y no son tenidos por tan verdaderos como lo son; y assi, es menester que les ayuden juramentos, o, a lo menos, el buen credito de quien los cuenta; aunque yo digo que mejor sería no contarlos, segun lo aconsejan aquellos antiguos versos castellanos que dizen:


   
Las cosas de admiracion,
no las digas ni las cuentes:
que no saben todas gentes
cómo son.



La primera persona con quien encontrò Constança, fue con vna moça de gentil parecer, de hasta veynte y dos años, vestida a la española, limpia y asseadamente, la qual, llegandose a Constança, le dixo en lengua castellana:

-¡Bendito sea Dios, que veo gente, si no de mi tierra, a lo menos, de mi nacion: España! ¡Bendito sea Dios, digo otra vez, que oyre dezir   —155→   vuessa merced, y no señoria,   -fol. 175v-   hasta los moços de cozina!

-Dessa manera -respondio Constança-, ¿vos, señora, española deueis de ser?

-¡Y cómo si lo soy! -respondio, ella-. Y aun de la mejor tierra de Castilla.

-¿De qual? -replicó Constança.

-De Talauera de la Reyna -respondio ella.

Apenas huuo dicho esto, quando a Constança le vinieron barruntos que deuía de ser la esposa de Ortel Banedre el polaco, que por adultera quedaua presa en Madrid, cuyo marido, persuadido de Periand[r]o, la auia dexado presa y ydose a su tierra, y en vn instante fabricò en su imaginacion vn monton de cosas que, puestas170 en efeto, le sucedieron casi como las auia pensado. Tomòla por la mano, y fuesse donde estaua Auristela, y, apartandola a parte con Periandro, les dixo:

-Señores, vosotros estays dudosos de que si la ciencia que yo tengo de adeuinar es falsa o verdadera, la qual ciencia no se acredita con dezir las cosas que estan por venir, porque sólo Dios las sabe, y si algun humano las acierta, es a caso, o por algunas premissas a quien la esperiencia de otras semejantes tiene acreditadas171. Si yo os dixesse cosas passadas, que no huuiessen llegado ni pudiessen llegar a mi noticia, ¿que diriades? ¿Quereislo ver? Esta buena hija que tenemos delante, es de Talauera de la Reyna, que se casò con vn estrangero polaco, que se llamaua, si mal no me acuerdo, Ortel   —156→   Banedre, a quien ella ofendio con alguna desenuoltura con vn moço de meson que viuia frontero de su casa, la qual, lleuada de sus ligeros pensamientos, y en los braços de sus pocos años, se salio de casa de sus padres con el referido moço, y fue presa en Madrid con el adultero, donde deue de auer passado muchos trabajos, assi en la prision como en el auer llegado hasta aqui, que quiero que ella nos los172 cuente, porque, aunque yo los adiuine, ella nos los contarà con mas puntualidad y con mas gracia.

-¡Ay, cielos santos! -dixo la moça-. Y ¿quien es esta señora que me ha leido mis pensamientos? ¿Quien es esta adiuina que ansi sabe la173 desuergonçada historia de mi vida? Yo, señora,   -fol. 176r-   soy essa adultera, soy essa presa, y soy la condenada a destierro de diez años, porque no tuue parte que me siguiesse, y soy la que aqui estoy en poder de vn soldado español que va a Italia, comiendo el pan con dolor, y passando la vida, que por momentos me haze dessear la muerte. Mi amigo el primero murio en la carcel; este, que no se en que número ponga, me socorrio en ella, de donde me sacò, y, como he dicho, me lleua por essos mundos, con gusto suyo y con pesar mio: que no soy tan tonta que no conozca el peligro en que traygo el alma en este vagamundo estado. Por quien Dios es, señores, pues soys españoles, pues soys christianos, y pues soys principales, segun lo da a entender vuestra presencia, que me saqueis del poder   —157→   deste español, que será como sacarme de las garras de los leones.

Admirados quedaron Periandro y Auristela de la discrecion sagaz de Constança, y, concediendo con ella, la reforçaron y acreditaron, y aun se mouieron a fauorecer con todas sus fuerças a la perdida moça, la qual dixo que el español soldado no yua siempre con ella, sino vna jornada adelante o atras, por deslumbrar a la justicia.

-Todo esso està muy bien -dixo Periandro-, y aqui daremos traça en vuestro remedio: que, la que ha sabido adiuinar vuestra vida passada, tambien sabra acomodaros en la venidera. Sed vos buena, que, sin el cimiento de la bondad, no se puede cargar ninguna cosa que lo parezca; no os desuieis por agora de nosotros, que vuestra edad y vuestro rostro son los mayores contrarios que podeis tener en las tierras estrañas.

Llorò la moça, enterneciose Constança, y Auristela mostro los mismos sentimientos, con que obligò a Periandro a que el remedio de la moça buscasse. En esto estauan, quando llegò Bartolome, y dixo:

-Señores, acudid a ver la mas estraña vision que aureis visto en vuestra vida.

Dixo esto tan asustado y tan como espantado, que, pensando yr a ver alguna marauilla estraña, le siguieron, y, en vn apartamiento   -fol. 176v-   algo desuiado de aquel donde estauan alojados los peregrinos y damas, vieron, por entre vnas esteras,   —158→   vn aposento todo cubierto de luto, cuya lobrega escuridad no les dexò ver particularmente lo que en el auia; y estandole assi mirando, llegò vn hombre anciano, todo assimismo cubierto de luto, el qual les dixo:

-Señores, de aqui a dos horas, que aura entrado vna de la noche, si gustais de ver a la señora Ruperta sin que ella os vea, yo hare que la veays, cuya vista os dara ocasion de que os admireis, assi de su condicion, como de su hermosura.

-Señor -respondio Periandro-, este nuestro criado que aqui està, nos combidò a que viniessemos a ver vna marauilla, y hasta aora no hemos visto otra que la de este aposento cubierto de luto, que no es marauilla ninguna.

-Si volueis a la hora que digo -respondio el enlutado-, tendreis de que marauillaros; porque aureis de saber que en este aposento se aloja la señora Ruperta, muger que fue, apenas haze vn año, del conde Lamberto de Escocia, cuyo matrimonio a el le costo la vida, y a ella verse en terminos de perderla cada paso, a causa que Claudino Rubicon, cauallero de los principales de Escocia, a quien las riquezas y el linage hizieron soberuio, y la condicion algo enamorada, quiso bien a mi señora, siendo donzella, de la qual, si no fue aborrecido174, a lo menos, fue desdeñado, como lo mostro el casarse con el conde mi señor. Esta presta resolucion de mi señora la bautizò Rubicon en deshonra y menosprecio suyo, como si la hermosa Ruperta   —159→   no huuiera tenido padres que se lo mandaran y obligaciones precisas que le obligaran a ello, junto con ser mas acertado ajustarse las edades entre los que se casan: que, si puede ser, siempre los años del esposo con el numero de diez han de lleuar ventaja a los de la muger, o con algunos mas, porque la vejez los alcance en vn mismo tiempo. Era Rubicon varon viudo,   -fol. 177r-   y que tenia hijo de casi veynte y vn años, gentil hombre en estremo, y de mejores condiciones que el padre; tanto, que si el se huuiera opuesto a la catedra de mi señora, oy viuiera mi señor el conde, y mi señora estuuiera mas alegre. Sucedio, pues, que, yendo mi señora Ruperta a holgarse con su esposo a vna villa suya, a caso y sin pensar, en vn despoblado, encontramos a Rubicon, con muchos criados suyos que le acompañauan. Vio a mi señora, y su vista desperto el agrauio que, a su parecer, se le auia hecho, y fue de suerte que en lugar del amor nacio la ira, y de la ira, el desseo de hazer pesar a mi señora; y como las venganças de los que bien se han querido sobrepujan a las ofensas hechas, Rubicon, despechado, impaciente y atreuido, desembaynando la espada, corrio al conde, mi señor, que estaua inocente deste caso, sin que tuuiesse lugar de preuenirse del daño que no temia, y, embaynandosela en el pecho, dixo: «Tu me pagarás lo que no me deues; y si esta es crueldad, mayor la vsò tu esposa para conmigo, pues no vna vez sola, sino cien mil, me quitan la vida sus desdenes.» A todo esto me hallè yo   —160→   presente; ohi las palabras, y vi con mis ojos y tentè con las manos la herida; escuchè los llantos de mi señora, que penetraron los cielos; voluimos ha dar sepultura al conde, y, al enterrarle, por orden de mi señora, se le cortó la cabeça, que en pocos dias, con cosas que se le aplicaron, quedò descarnada, y en solamente los huessos; mandóla mi señora poner en vna caxa de plata, sobre la qual puestas sus manos, hizo este juramento. Pero oluidaseme por dezir cómo el cruel Rubicon, o ya por menosprecio, o ya por mas crueldad, o quiça con la turbacion descuydado, se dexò la espada embaynada en el pecho de mi señor, cuya sangre avn hasta agora muestra estar casi reciente en   -fol. 177v-   ella. Digo, pues, que dixo estas palabras: «Yo, la desdichada Ruperta, a quien han dado los cielos solo nombre de hermosa, hago juramento al cielo, puestas las manos sobre estas dolorosas reliquias, de vengar la muerte de mi esposo con mi poder y con mi industria, si bien auenturasse en ello vna y mil vezes esta miserable vida que tengo, sin que me espanten trabajos, sin que me falten ruegos hechos a quien pueda fauorecerme; y, en tanto que no llegare a efeto este mi justo, si no christiano desseo, juro que mi vestido será negro, mis aposentos lobregos, mis manteles tristes, y mi compañia la misma soledad. A la mesa estaran presentes estas reliquias, que me atormenten el alma; esta cabeça, que me diga, sin lengua, que vengue su agrauio; esta espada, cuya no enjuta sangre me parece   —161→   que veo, a la que alterando la mia, no me dexe sossegar hasta vengarme.» Esto dicho, parece que templó sus continuas lagrimas y dio algun vado a sus dolientes suspiros. Hase puesto en camino de Roma para pedir en Italia a sus principes fauor y ayuda contra el matador de su esposo, que aun todavia la amenaza, quiça temeroso: que suele ofender vn mosquito mas de lo que puede fauorecer vn aguila. Esto, señores, vereys, como he dicho, de aqui a dos horas, y si no os dexare admirados, o yo no aure sabido contarlo, o vosotros tendreys el coraçon de marmol.

Aqui dio fin a su plática el enlutado escudero, y los peregrinos, sin ver a Ruperta175, desde luego se començaron a admirar del caso.



  —162→     -fol. 178r-  

ArribaAbajoCapitvlo diez y siete del tercer libro

La ira, segun se dize, es vna reuolucion de la sangre que està cerca del coraçon, la qual se altera en el pecho con la vista del objeto que agrauia, y tal vez con la memoria; tiene por vltimo fin y paradero suyo la vengança, que, como la tome el agrauiado, sin razon o con ella, sossiega. Esto nos lo dara a entender la hermosa Ruperta, agrauiada y ayrada, y con tanto desseo de vengarse de su contrario, que, aunque sabía que era ya muerto, dilataua su colera por todos sus decendientes, sin querer dexar, si pudiera, viuo ninguno dellos: que la colera de la muger no tiene límite.

Llegóse la hora de que la fueron a ver los peregrinos, sin que ella los viesse, y vieronla hermosa en todo estremo, con blanquissimas tocas, que desde la cabeça casi le llegauan a los pies, sentada delante de vna mesa, sobre la qual tenia la cabeça de su esposo en la caxa de plata, la espada con que le auian quitado la vida, y vna camissa que ella se imaginaua que aun no estaua enjuta de la sangre de su esposo. Todas estas insignias dolorosas despertaron su ira, la qual no tenia necessidad que nadie la despertasse, porque nunca dormia; leuantóse en   —163→   pie, y, puesta la mano derecha sobre la cabeça del marido, començo a hazer y a reualidar el voto y juramento que dixo el enlutado escudero. Llouian lagrimas de sus ojos, vastantes a bañar las reliquias de su passion; arrancaua suspiros del pecho, que condensauan el ayre cerca y lexos; añadia al ordinario juramento razones que le agrauauan, y tal vez parecia que arrojaua por los ojos, no lagrimas, sino fuego, y por la boca, no suspiros, sino humo: tan sujeta la tenia su passion y el desseo de vengarse. ¿Veysla llorar, veysla suspirar, veysla no estar en si, veysla   -fol. 178v-   blandir la espada matadora, veysla bessar la camissa ensangrentada, y que rompe las palabras con solloços? Pues esperad no mas de hasta la mañana, y vereys cosas que os den sujeto para hablar en ellas mil siglos, si tantos tuuiessedes de vida. En mitad de la fuga de su dolor estaua Ruperta, y casi en los vmbrales de su gusto, porque, mientras se amenaza, descansa el amenazador, quando se llegò a ella vno de sus criados, como si se llegara (a) vna sombra negra, segun venía cargado de luto, y, en mal pronunciadas palabras, le dixo:

-Señora, Croriano el galan, el hijo de tu enemigo, se acaba de apear agora con algunos criados; mira si quieres encubrirte, o si quieres que te conozca, o lo que sería bien que hagas, pues tienes lugar para pensarlo.

-Que no me conozca -respondio Ruperta-; y auissad a todos mis criados que por descuydo no me nombren, ni por cuydado me descubran.

  —164→  

Y esto diziendo, recogio sus prendas y mandò cerrar el aposento y que ninguno entrasse ha hablalla. Voluieronse los peregrinos al suyo, quedò ella sola y pensatiua, y no se cómo se supo que auia hablado a solas estas o otras semejantes176 razones:

-Aduierte, ¡o Ruperta!, que los piadosos cielos te han traydo a las manos, como simple victima al sacrificio, al alma de tu enemigo: que los hijos, y mas los vnicos, pedaços del alma son de los padres. ¡Ea, Ruperta! Oluidate de que eres muger, y, si no quieres oluidarte desto, mira que eres muger, y agrauiada. La sangre de tu marido te está dando vozes, y en aquella cábeça sin lengua te està diziendo: «¡Vengança, dulce esposa mia, que me mataron sin culpa!» Si que no espantò la braueza de Olofernes a la humildad de Iudic; verdad es que la causa suya fue muy diferente de la mia: ella castigò a vn enemigo de Dios, y yo quiero castigar a vn enemigo que no se si lo es mio; a ella le puso el hierro en las manos el amor de su   -fol. 179r-   patria, y a mi me le pone el de mi esposo. Pero ¿para que hago yo tan disparatadas comparaciones? ¿Que tengo que hazer mas sino cerrar los ojos y embaynar el azero en el pecho deste moço, que tanto será mi vengança mayor, quanto fuere menor su culpa? Alcance yo renombre de vengadora, y venga lo que viniere. Los desseos que se quieren cumplir, no reparan en inconuenientes, aunque sean mortales; cumpla yo el mio, y tenga la salida por mi misma muerte.

  —165→  

Esto dicho, dio traça y orden en cómo aquella noche se encerrasse en la estancia de Croriano, donde le dio facil entrada vn criado suyo, traydor por dadiuas, aunque el no penso sino que hazia vn gran seruicio a su amo lleuandole al lecho vna tan hermosa muger como Ruperta, la qual, puesta en parte donde no pudo ser vista ni sentida, ofreciendo su suerte al disponer del cielo, sepultada en marauilloso silencio, estuuo esperando la hora de su contento, que le tenia puesto en la de la muerte de Croriano. Lleuò para ser instrumento del cruel sacrificio vn agudo cuchillo, que, por ser arma mañera y no embaraçosa, le parecio ser mas a proposito; lleuò assimismo vna lanterna bien cerrada, en la qual ardia vna vela de cera; recogio los espiritus de manera que apenas ossaua embiar la respiracion al ayre. ¿Que no haze vna muger enojada? ¿Que montes de dificultades no atropella en sus dissignios? ¿Que inormes crueldades no le parecen blandas y pacificas? No mas, porque lo que en este caso se podia dezir es tanto, que será mejor dexarlo en su punto, pues no se han de hallar palabras con que encarecerlo. Llegóse, en fin, la hora; acostose Croriano; durmiose, con el cansancio del camino, y entregóse, sin pensamiento de su muerte, al de su reposo. Con atentos oydos estaua escuchando Ruperta si daua alguna señal Croriano de que durmiesse, y asseguraronla que dormia,   -fol. 179v-   assi el tiempo que auia passado desde que se acosto hasta entonces, como algunos dilatados alientos que no los   —166→   dan sino los dormidos; viendo lo qual, sin santiguarse ni inuocar ninguna deidad que la ayudasse, abrio la lanterna, con que quedò claro el aposento, y mirò donde pondria los pies para que, sin tropeçar, la lleuassen al lecho.

La bella matadora, dulce enojada, verdugo agradable: executa tu ira, satisfaze tu enojo, borra y quita del mundo tu agrauio, que delante tienes en quien puedes hazerlo; pero mira, ¡o hermosa Ruperta!, si quieres, que no mires a esse hermoso Cupido que vas ha descubrir, que se deshara en vn punto toda la maquina de tus pensamientos. Llegò, en fin, y, temblandole la mano, descubrio el rostro de Croriano, que profundamente dormia, y hallò en el la propiedad del escudo de Medusa, que la conuirtio en marmol; hallò tanta hermosura, que fue vastante ha hazerle caer el cuchillo de la mano, y a que diesse lugar la consideracion del inorme caso que cometer queria; vio que la belleza de Croriano, como haze el sol a la niebla, ahuyentaua las sombras de la muerte que darle queria, y en vn instante no le escogio para victima del cruel sacrificio, sino para holocausto santo de su gusto.

-¡Ay -dixo entre si-, generoso mancebo, y quan mejor eres tu para ser mi esposo que para ser objeto de mi vengança! ¿Que culpa tienes tu de la que cometio tu padre, y que pena se ha de dar a quien no tiene culpa? Gozate, gozate, jouen illustre, y quedese en mi pecho mi vengança y mi crueldad encerrada, que, quando   —167→   se sepa, mejor nombre me dara el ser piadosa que vengatiua.

Esto diziendo, ya turbada y arrepentida, se le cayo la lanterna de las manos sobre el pecho de Croriano, que desperto con el ardor de la vela177. Hallóse a escuras; quiso Ruperta salirse de la estancia, y no acerto; por donde dio vozes Croriano, tomò su espada y saltò del lecho, y, andando por el aposento, topò   -fol. 180r-   con Ruperta, que, toda temblando, le dixo:

-No me mates, ¡o Croriano!, puesto que soy vna muger que no ha vna hora que quise y pude matarte, y agora me veo en terminos de rogarte que no me quites la vida.

En esto, entraron sus criados, al rumor, con luzes, y vio Croriano y conocio a la bellissima viuda, como quien vee a la resplandeciente luna de nubes blancas rodeada.

-¿Que es esto, señora Ruperta? -le dixo-. ¿Son los pasos de la vengança los que hasta aqui os han traydo, o quereys que os pague yo los desafueros que mi padre os hizo? Que este cuchillo que aqui veo, ¿que otra señal es sino de que aueys venido a ser verdugo de mi vida? Mi padre es ya muerto, y los muertos no pueden dar satisfacion de los agrauios que dexan hechos. Los viuos si que pueden recompensarlos; y assi, yo, que represento agora la persona de mi padre, quiero recompensaros la ofensa que el os hizo lo mejor que pudiere y supiere. Pero dexadme primero honestamente tocaros, que quiero ver si soys fantasma que aqui ha venido,   —168→   o a matarme, o a engañarme, o a mejorar mi suerte.

-Empeorese la mia -respondio Ruperta-, si es que halla modo el cielo cómo empeorarla, si entré este dia passado en este meson con alguna memoria tuya. Veniste tu a el; no te vi quando entraste; ohi tu nombre, el qual desperto mi colera y me mouio a la vengança; concerte con vn criado tuyo que me encerrasse esta noche en este aposento; hizele que callasse, sellandole la boca con algunas dadiuas; entré en el, apercebime deste cuchillo, y acrecente el desseo de quitarte la vida; senti que dormias, sali de donde estaua, y, a la luz de vna lanterna que conmigo traia, te descubri, y vi tu rostro, que me mouio a respeto y a reuerencia, de manera que los filos del cuchillo se embotaron, el desseo de mi vengança se deshizo, cayoseme la vela de las manos, despertote su fuego, diste vozes, quedè yo confusa, de donde   -fol. 180v-   ha sucedido lo que has visto. Yo no quiero mas venganças ni mas memorias de agrauios; viue en paz, que yo quiero ser la primera que haga mercedes por ofensas, si ya lo son el perdonarte la culpa que no tienes.

-Señora -respondio Croriano-, mi padre quiso casarse contigo; tu no quisiste; el, despechado, matò a tu esposo; muriose, lleuando al otro mundo esta ofensa; yo he quedado, como parte tan suya, para hazer bien por su alma; si quieres que te entregue la mia, recibeme por tu esposo, si ya, como he dicho, no eres fantasma   —169→   que me engañas: que las grandes venturas que vienen de improuiso, siempre traen consigo alguna sospecha.

-Dame essos braços -respondio Ruperta-, y veràs, señor, cómo este mi cuerpo no es fantastico, y que el alma que en el te entrego es senzilla, pura y verdadera.

Testigos fueron destos abraços, y de las manos que por esposos se dieron, los criados de Croriano, que auian entrado con las luzes. Triunfò aquella noche la blanda paz desta dura guerra; voluiose el campo de la batalla en talamo de desposorio; nacio la paz de la ira; de la muerte, la vida; y del disgusto, el contento. Amanecio el dia, y hallò a los recien desposados cada vno en los braços del otro; leuantaronse los peregrinos con desseo de saber que auria hecho la lastimada Ruperta con la venida del hijo de su enemigo, de cuya historia estauan ya bien informados; salio el rumor del nueuo desposorio, y, haziendo de los cortesanos, entraron a dar los parabienes a los nouios, y, al entrar en el aposento, vieron salir del de Ruperta el anciano escudero que su historia les auia contado, cargado con la caxa donde yua la calabera de su primero esposo, y con la camissa y espada que tantas vezes auia renouado las lagrimas de Ruperta, y dixo que lo lleuaua adonde no renouassen otra vez en las glorias presentes passadas desuenturas; murmurò de la   -fol. 181r-   facilidad de Ruperta y, en general, de todas las mugeres, y el menor vituperio que dellas dixo, fue llamarlas   —170→   antojadizas. Leuantaronse los nouios antes que entrassen los peregrinos; regozijaronse los criados, assi de Ruperta como de Croriano, y voluiose aquel meson en alcaçar real, digno de tan altos desposorios. En fin, Periandro y Auristela, Constança y Antonio, su hermano, hablaron a los desposados y se dieron parte de sus vidas; a lo menos, la que conuenia que se diesse.



  —171→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y ocho del tercer libro

En esto estauan, quando entrò por la puerta del meson vn hombre, cuya larga y blanca barba mas de ochenta años le daua de edad; venia vestido ni como peregrino ni como religioso, puesto que lo vno y lo otro parecia; traia la cabeça descubierta, rasa y calua en el medio, y por los lados, luengas y blanquissimas canas le pendian; sustentaua el agouiado cuerpo sobre vn retorcido cayado, que de vaculo le seruia. En efeto: todo el y todas las partes representauan vn venerable anciano, digno de todo respeto, al qual apenas huuo visto la dueña del meson, quando, hincandose ante el de rodillas, le dixo:

-Contarè yo este dia, padre Soldino, entre los venturosos de mi vida, pues he merecido verte en mi casa: que nunca vienes a ella sino para bien mio.

Y voluiendose a los circunstantes, prosiguio diziendo:

-Este monton de nieue, y esta estatua de marmol blanco que se mueue, que aqui veys, señores, es la del famoso Soldino, cuya fama, no sólo en Francia, sino en todas partes de la tierra se estiende.

  —172→  

-No me alabeys, buena   -fol. 181v-   señora -respondio el anciano-, que tal vez la buena fama se engendra de la mala mentira; no la entrada, sino la salida haze a los hombres venturosos; la virtud que tiene por remate el vicio, no es virtud, sino vicio. Pero, con todo esto, quiero acreditarme con vos en la opinion que de mi teneys. Mirad oy por vuestra casa, porque, destas bodas y destos regozijos que en ella se preparan, se ha de engendrar vn fuego que casi toda la consuma.

A lo que dixo Croriano, hablando con Ruperta, su esposa:

-Este, sin duda, deue de ser magico o adiuino, pues predize lo por venir.

Entreoyo esta razon el anciano, y respondio:

-No soy mago ni adiuino, sino iudiciario, cuya ciencia, si bien se sabe, casi enseña a adiuinar. Creedme, señores, por esta vez siquiera, y dexad esta estancia, y vamos a la mia, que en vna cercana selua que [ay] aqui, os dara, si no tan capaz, mas seguro aloxamiento.

Apenas huuo dicho esto, quando entrò Bartolome, criado de Antonio, y dixo a vozes:

-Señores, las cozinas se abrasan, porque, en la infinita leña que junto a ellas estaua, se ha encendido tal fuego, que muestra no poder apagarle todas las aguas del mar.

Tras esta voz acudieron las de otros criados, y començaron a acreditarlas los estallidos del fuego. La verdad tan manifiesta acreditò las palabras de Soldino; y, assiendo en braços Periandro   —173→   a Auristela, sin querer yr primero a aueriguar si el fuego se podia atajar o no, dixo a Soldino:

-Señor, guianos a tu estancia, que el peligro desta ya está manifiesto.

Lo mismo hizo Antonio con su hermana Constança y con Feliz Flora, la dama francessa, a quien siguieron Deleasir y Belarminia, y la moça arrepentida de Talauera se assio del cinto de Bartolome, y el del cabestro de su bagaje, y todos juntos, con los desposados y con la huespeda, que conocia bien las adiuinanças de Soldino, le siguieron, aunque   -fol. 182r-   con tardo paso los guiaua. La demas gente del meson, que no auian estado presentes a las razones de Soldino, quedaron ocupados en matar el fuego; pero presto su furor les dio a entender que trabajauan en vano, ardiendo la casa todo aquel dia; que, ha cogerles el fuego de noche, fuera milagro escapar alguno que contara su furia. Llegaron, en fin, a la selua, donde hallaron vna ermita no muy grande, dentro de la qual vieron vna puerta que parecia serlo de vna cueua escura. Antes de entrar en la ermita, dixo Soldino a todos los que le auian seguido:

-Estos arboles, con su apacible sombra, os seruiran de dorados techos, y la yerua deste amenissimo prado, si no de muy blandas, a lo menos, de muy blancas camas. Yo lleuarè conmigo a mi cueua a estos señores, porque les conuiene, y no porque los mejore en la estancia.

Y luego llamò a Periandro, a Auristela, a   —174→   Constança, a las tres damas francessas, a Ruperta, a Antonio y a Croriano, y, dexando otra mucha gente fuera, se encerro con estos en la cueua, cerrando tras si la puerta de la ermita y la de la cueua. Viendose, pues, Bartolome y la de Talauera no ser de los escogidos ni llamados de Soldino, o ya de despecho, o ya lleuados de su ligera condicion, se concertaron los dos, viendo ser tan para en vno, de dexar Bartolome a sus amos, y la moça a sus arrepentimientos; y assi, aliuiaron el bagaje de dos habitos de peregrinos, y la moça a cauallo, y el galan a pie, dieron cantonada, ella a sus compassiuas señoras, y el a sus honrados dueños, lleuando en la intencion de yr tambien a Roma, como yuan todos. Otra vez se ha dicho que todas las acciones no verissimeles ni prouables se han de contar en las historias, porque si no se les da credito, pierden de su valor; pero al historiador no le conuiene mas de dezir la verdad, parezcalo o no lo parezca. Con esta maxima, pues, el que   -fol. 182v-   escriuio esta historia, dize que Soldino, con todo aquel esquadron de damas y caualleros, baxò por las gradas de la escura cueua, y, a menos de ochenta gradas, se descubrio el cielo luziente y claro, y se vieron vnos amenos y tendidos prados que entretenian la vista y alegrauan las almas; y, haziendo Soldino rueda de los que con el auian baxado, les dijo:

-Señores, esto no es encantamento, y esta cueua por donde aqui hemos venido, no sirue sino de atajo para llegar desde alla arriba a este   —175→   valle que veys, que vna legua de aqui tiene mas facil, mas llana y mas apacible entrada. Yo leuantè aquella ermita, y con mis braços y con mi continuo trabajo cabè la cueua, y hize mio este valle, cuyas aguas y cuyos frutos con prodigalidad me sustentan. Aqui, huyendo de la guerra, hallè la paz; la hambre que en esse mundo de alla arriba, si assi se puede dezir, tenia, hallò aqui a la hartura; aqui, en lugar de los principes y monarcas que mandan el mundo, a quien yo seruia, he hallado a estos arboles mudos, que, aunque altos y pomposos, son humildes; aqui no suena en mis oydos el desden de los emperadores, el enfado de sus ministros; aqui no veo dama que me desdeñe, ni criado que mal me sirua; aqui soy yo señor de mi mismo, aqui tengo mi alma en mi palma, y aqui por via recta encamino mis pensamientos y mis desseos al cielo; aqui he dado fin al estudio de las matematicas, he contemplado el curso de las estrellas y el mouimiento del sol y de la luna; aqui he hallado causas para alegrarme y causas para entristezerme, que aun estan por venir, que seran tan ciertas, segun yo pienso, que corren parejas con la misma verdad. Agora, agora, como presente, veo quitar la cabeça a vn valiente pirata178, vn valeroso mancebo de la casa de Austria nacido. ¡O, si le viessedes como yo le veo, arrastrando estandartes por el agua, bañando con menosprecio sus medias   -fol. 183r-   lunas, pelando sus luengas colas de cauallos, abrasando baxeles, despedaçando cuerpos, y quitando vidas! Pero, ¡ay de   —176→   mil, que me haze entristezer otro179 coronado jouen, tendido en la seca arena, de mil moras lanças atrauesado, el vno nieto y el otro hijo del rayo espantoso de la guerra, jamas como se deue alabado, Carlos V, a quien yo serui muchos años, y siruiera hasta que la vida se me acabara, si no lo estoruara el querer mudar la milicia mortal en la diuina. Aqui estoy, donde sin libros, con sola la esperiencia que he adquirido con el tiempo de mi soledad, te digo, ¡o Croriano!, y en saber yo tu nombre sin auerte visto jamas me acreditè contigo, que gozarás de tu Ruperta largos años; y a ti, Periandro, te asseguro buen sucesso de tu peregrinacion: tu hermana Auristela no lo serà presto, y no porque ha de perder la vida con breuedad; a ti, ¡o Constança!, subiras de condessa a duquessa, y tu hermano Antonio, al grado que su valor merece; estas señoras francessas, aunque no consigan los desseos que agora tienen, conseguiran otros que las honren y contenten. El auer pronosticado el fuego, el saber vuestros nombres sin aueros visto jamas, las muertes que he dicho que he visto antes que vengan, os podran mouer, si quereys, a creerme; y mas quando halleys ser verdad que vuestro moço Bartolome, con el bagaje y con la moça castellana, se ha ydo y os ha dexado a pie: no le sigays, porque no le alcançareys; la moça es mas del suelo que del cielo, y quiere seguir su inclinacion, ha despecho y pesar de vuestros consejos. Español soy, que me obliga a ser cortès y a ser verdadero; con la cortesia   —177→   os ofrezco quanto estos prados me ofrecen, y con la verdad, a la esperiencia de todo quanto os he dicho. Si os marauillare de ver a vn español en esta agena tierra, aduertid que ay sitios y lugares en el mundo saludables mas que otros, y este en que estamos lo   -fol. 183v-   es para mi mas que ninguno. Las alquerias, caserias y lugares que ay por estos contornos, las habitan gentes catolicas y santas. Quando conuiene, recibo los sacramentos, y busco lo que no pueden ofrecer los campos para passar la humana vida. Esta es la que tengo, de la qual pienso salir a la siempre duradera. Y por agora no mas, sino vamonos arriba; daremos sustento a los cuerpos, como aqui abaxo le hemos dado a las almas.



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ArribaAbajoCapitvlo diez y nveve del tercero libro

Adereçóse la pobre mas que limpia comida, aunque fue muy limpia cosa, no muy nueua para los quatro peregrinos, que se acordaron entonces de la isla barbara y de la de las Ermitas, donde quedò Rutilio, y adonde ellos comieron de los ya sazonados, y ya no, frutos de los arboles; tambien se les vino a la memoria la profecia falsa de los isleños, y las muchas de Mauricio, con las moriscas del xadraque, y, vltimamente, las del español Soldino. Pareciales que andauan rodeados de adiuinanças, y metidos hasta el alma en la iudiciaria astrologia, que, a no ser acreditada con la esperiencia, con dificultad le dieran credito.

Acabóse la breue comida; salio Soldino, con todos los que con el estauan, al camino para despedirse dellos, y en el echaron menos a la moça castellana y a Bartolome el del bagaje, cuya falta no dio poca pesadumbre a los quatro, porque les faltaua el dinero y la reposteria. Mastro congoxarse Antonio, y quiso adelantarse a buscarle, porque bien se imaginò que la moça le lleuaua, o el lleuaua a la moça, o, por mejor   -fol. 184r-   dezir, el vno se lleuaua al otro; pero Soldino le dixo que no tuuiesse pena, ni se mouiesse a   —179→   buscarlos, porque otro dia volueria su criado arrepentido del hurto, y entregaria quanto auia lleuado. Creyeron, y assi no curò Antonio de buscarle; y mas, que Feliz Flora ofrecio a Antonio de prestarle quanto huuiesse menester para su gusto y el de sus compañeros desde alli a Roma, a cuya liberal oferta se mostro Antonio agradecido lo possible, y aun se ofrecio de darle prenda que cupiesse en el puño, y en el valor passasse de cincuenta mil ducados; y esto fue pensando de darle vna de las dos perlas de Auristela, que, con la cruz de diamantes, guardadas siempre consigo las traia. No se atreuio Feliz Flora a creer la cantidad del valor de la prenda; pero atreuiose a voluer ha hazer el ofrecimiento hecho. Estando en esto, vieron venir por el camino, y passar por delante dellos, hasta ocho personas a cauallo, entre las quales yua vna muger sentada en vn rico sillon, y sobre vna mula, vestida de camino, toda de verde, hasta el sombrero, que con ricas y varias plumas açotaua el ayre, con vn antifaz, assimismo verde, cubierto el rostro. Passaron por delante dellos, y con baxar las cabeças, sin hablar palabra alguna, los saludaron, y passaron de largo; los del camino tampoco hablaron palabra, y al mismo modo les saludaron. Quedauase atras vno de los de la compañia, y, llegandose a ellos, pidio por cortesia vn poco de agua; dieronsela, y preguntaronle que gente era la que yua alli delante, y que dama la de lo verde, a lo que el caminante respondio:

  —180→  

-El que alli delante va, es el señor Alexandro Castrucho, gentilhombre capuano, y vno de los ricos varones, no sólo de Capua, sino de todo el reyno de Napoles; la dama es su sobrina, la señora Ysabela Castrucho, que nacio en España, donde dexa   -fol. 184v-   enterrado a su padre, por cuya muerte su tio la lleua a casar a Capua, y, a lo que yo creo, no muy contenta.

-Esso será -respondio el escudero enlutado de Ruperta-, no porque va a casarse, sino porque el camino es largo: que yo para mi tengo, que no ay muger que no dessee enterarse con la mitad que le falta, que es la del marido.

-No se essas filosofias -respondio el caminante-; sólo se que va triste, y la causa ella se la sabe; y a Dios quedad, que es mucha la ventaja que mis dueños me lleuan.

Y, picando apriessa, se les fue de la vista, y ellos, despidiendose de Soldino, le abraçaron y le dexaron. Oluidauase de dezir cómo Soldino auia aconsejado a las damas francessas que siguiessen el camino derecho de Roma, sin torcerle para entrar en Paris, porque assi les conuenia. Este consejo fue para ellas como si se le dixera vn oraculo, y assi, con parecer de los peregrinos, determinaron de salir de Francia por el Delfinado, y, atrauessando el Piamonte y el estado de Milan, ver a Florencia, y luego a Roma. Tanteado, pues, este camino, con proposito de alargar algun tanto mas las jornadas que hasta alli, caminaron; y otro dia, al romper del alua, vieron venir hazia ellos al tenido por ladron,   —181→   Bartolome el bagajero, detras de su bagaje, y el vestido como peregrino. Todos gritaron quando le conocieron, y los mas le preguntaron que huyda auia sido la suya, que trage aquel, y que buelta aquella. A lo que el, hincado de rodillas delante de Constança, casi llorando, respondio a todos:

-Mi huyda no se cómo fue; mi trage ya veys que es de peregrino; mi buelta es a restituyr lo que quiça, y aun sin quiça, en vuestras imaginaciones me tenia confirmado por ladron: aqui, señora Constança, viene el bagaje, con todo aquello que en el estaua, excepto dos vestidos de peregrinos, que el vno es este que yo traygo, y el otro queda haziendo romera a la ramera de Talauera,   -fol. 185r-   que doy yo al diablo al amor y al bellaco que me lo enseñò; y es lo peor que le conozco y determino ser soldado debaxo de su bandera, porque no siento fuerças que se opongan a las que haze el gusto con los que poco saben. Echeme vuessa merced su bendicion, y dexeme voluer, que me espera Luysa, y aduierta que vueluo sin blanca, fiado en el donayre de mi moça mas que en la ligereza de mis manos, que nunca fueron ladronas, ni lo seran, si Dios me guarda el juyzio, si viuiesse mil siglos.

Muchas razones le dixo Periandro para estoruarle su mal proposito; muchas le dixo Auristela, y muchas mas Constança y Antonio; pero todo fue, como dizen, dar vozes al viento y predicar en desierto. Limpióse Bartolome sus lagrimas, dexò su bagaje, voluio las espaldas, y   —182→   partio en vn buelo, dexando a todos admirados de su amor y de su simpleça. Antonio, viendole partir tan de carrera, puso vna flecha en su arco, que jamas la disparò en vano, con intencion de atrauessarle de parte a parte y sacarle del pecho el amor y la locura; mas Feliz Flora, que pocas vezes se le apartaua del lado, le trauò del arco, diziendole:

-Dexale, Antonio, que harta mala ventura lleua en yr a poder y a sujetarse al yugo de vna muger loca.

-Bien dizes, señora -respondio Antonio-; y pues tu le das la vida, ¿quien ha de ser poderoso a quitarsela?

Finalmente, muchos dias caminaron sin sucederles cosa digna de ser contada; entraron en Milan; admiróles la grandeza de la ciudad, su infinita riqueza, sus oros, que alli, no solamente ay oro, sino oros; sus belicas herrerias, que no parece sino que alli ha passado las suyas Bulcano; la abundancia infinita de sus frutos, la grandeza de sus templos y, finalmente, la agudeza del ingenio de sus moradores; oyeron dezir a vn huesped suyo que lo mas que auia que ver en aquella ciudad era la Academia de los   -fol. 185v-   Entronados180, que estaua adornada de eminentissimos academicos, cuyos sutiles entendimientos dauan que hazer a la fama a todas horas y por todas las partes del mundo; dixo tambien que aquel dia era de academia, y que se auia de disputar en ella si podia auer amor sin zelos.

-Si puede -dixo Periandro-; y, para prouar   —183→   esta verdad, no es menester gastar mucho tiempo.

-Yo -replicò Auristela- no se que es amor, aunque se lo que es querer bien.

A lo que dixo Belarminia:

-No entiendo esse modo de hablar, ni la diferencia que ay entre amor y querer bien.

-Esta -replicò Auristela-: querer bien puede ser sin causa vehemente que os mueua la voluntad, como se puede querer a vna criada que os sirue o a vna estatua o pintura que bien os parece o que mucho os agrada; y estas no dan zelos, ni los pueden dar; pero aquello que dizen que se llama amor, que es vna vehemente passion del ánimo, como dizen, ya que no de zelos, puede dar temores que lleguen a quitar la vida, del qual temor a mi me parece que no puede estar libre el amor en ninguna manera.

-Mucho has dicho, señora -respondio Periandro-; porque no ay ningun amante que estè en possession de la cosa amada, que no tema el perderla; no ay ventura tan firme, que tal vez no de bayuenes; no ay clauo tan fuerte, que pueda detener la rueda de la fortuna; y si el desseo que nos lleua a acabar presto nuestro camino no lo estoruara, quiça mostrara yo oy en la Academia que puede auer amor sin zelos, pero no sin temores.

Cessò esta plática; estuuieron quatro dias en Milan, en los quales començaron a ver sus grandezas, porque acabarlas de ver no dieran tiempo quatro años; partieronse de alli, y llegaron a   —184→   Luca, ciudad pequeña, pero hermosa y libre181, que, debaxo de las alas del Imperio y de España, se descuella, y mira essenta a las ciudades de los principes que la dessean; alli, mejor que en otra parte ninguna, son bien vistos y   -fol. 186r-   recebidos los españoles, y es la causa que en ella no mandan ellos, sino ruegan, y como en ella no hazen estancia de mas de vn dia, no dan lugar a mostrar su condicion, tenida por arrogante. Aqui acontecio a nuestros passageros vna de las mas estrañas auenturas que se han contado en todo el discurso deste libro.



  —185→  

ArribaAbajoCapitvlo veinte del tercero libro

Las posadas de Luca son capazes para aloxar vna compañia de soldados, en vna de las quales se aloxò nuestro esquadron, siendo guiado de las guardas de las puertas de la ciudad, que se los entregaron al huesped por cuenta, porque a la mañana, o quando se partiessen, la auia de dar dellos. Al entrar, vio la señora Ruperta que salia vn medico, que tal le parecio en el trage, diziendo a la huespeda de la casa, que tambien le parecio no podia ser otra:

-Yo, señora, no me acabo de desengañar si esta donzella está loca o endemoniada, y, por no errar, digo que está endemoniada y loca; y, con todo esso, tengo esperança de su salud, si es que su tio no se da priessa a partirse.

-¡Ay, Iesus! -dixo Ruperta-. ¿Y en casa de endemoniados y locos nos apeamos? En verdad, en verdad, que si se toma mi parecer, no hemos de poner los pies dentro.

A lo que dixo la huespeda:

-Sin escrupulo puede vuessa señoria -que este es el merced de Italia- apearse, porque de cien leguas se podia venir a ver lo que està en esta posada.

Apearonse todos, y Auristela y Constança,   —186→   que auian oydo las razones de la huespeda, le preguntaron que auia en aquella posada, que tanto encarecia el verla.

-Venganse conmigo -respondio la huespeda-, y veran lo que veran, y diran lo que yo digo.

Guiò, y siguieronla, donde vieron echada en vn lecho dorado a vna hermosissima   -fol. 186v-   muchacha, de edad, al parecer, de diez y seys o diez y siete años; tenia los braços aspados y atados con vnas vendas a los balaustres de la cabecera del lecho, como que le querian estoruar el mouerlos a ninguna parte; dos mugeres, que deuian de seruirla de enfermeras, andauan buscandole las piernas, para atarselas tambien, a lo que la enferma dixo:

-Vasta que se me aten los braços; que todo lo demas, las ataduras de mi honestidad lo tiene ligado.

Y, boluiendose a las peregrinas, con leuantada voz, dixo:

-¡Figuras del cielo, angeles de carne! Sin duda, creo que venis a darme salud, porque de tan hermosa presencia y de tan christiana visita no se puede esperar otra cosa. Por lo que deueys a ser quien soys, que soys mucho, que mandeys que me desaten; que, con quatro o cinco bocados que me de en el braço, quedarè harta y no me hare mas mal, porque no estoy tan loca como parezco, ni el que me atormenta es tan cruel que dexarà que me muerda.

-¡Pobre de ti, sobrina -dixo vn anciano que   —187→   auia entrado en el aposento-, y qual te tiene esse que dizes que no ha de dexar que te muerdas! Encomiendate a Dios, Ysabela, y procura comer, no de tus hermosas carnes, sino de lo que te diere este tu tio, que bien te quiere. Lo que cria el ayre, lo que mantiene el agua, lo que sustenta la tierra te trahere: que tu mucha hazienda y mi voluntad mucha te lo ofrece todo.

La doliente moça respondio:

-Dexenme sola con estos angeles: quiça mi enemigo el demonio huyra de mi, por no estar con ellos.

Y, señalando con la cabeça que se quedassen con ella Auristela, Constança, Ruperta y Feliz Flora, dixo que los demas se saliessen, como se hizo con voluntad y aun con ruegos de su anciano y lastimado tio, del qual supieron ser aquella la gentil dama de lo verde que, al salir de la cueua del sabio español, auian visto passar por el camino, que el criado   -fol. 187r-   que se quedò atras les dixo se llamaua Ysabela Castrucha, y que se yua a casar al reyno de Napoles.

Apenas se vio sola la enferma, quando, mirando a todas partes, dixo que mirassen si auia otra persona en el aposento que aumentasse el numero de los que ella dixo que se quedassen. Mirólo Ruperta y escudriñólo todo, y assegurò no auer otra persona que ellos. Con esta seguridad, sentose Ysabela como pudo en el lecho, y, dando muestras de que queria hablar de proposito, rompio la voz con vn tan grande suspiro, que parecio que con el se le arrancaua el alma;   —188→   el fin del qual fue tenderse otra vez en el lecho, y quedar desmayada, con señales tan de muerte, que obligò a los circunstantes a dar vozes pidiendo vn poco de agua para bañar el rostro de Ysabela, que a mas andar se yua al otro mundo. Entrò el misero tio, lleuando vna cruz en la vna mano, y en la otra vn hisopo bañado en agua bendita; entraron assimismo con el dos sacerdotes, que, creyendo ser el demonio quien la fatigaua, pocas vezes se apartauan della; entrò assimismo la huespeda con el agua; roziaronle el rostro, y voluio en si, diziendo:

-Escusadas son por agora estas preuenciones; yo saldre presto; pero no ha de ser quando vosotros quisieredes, sino quando a mi me parezca, que será quando viniere a esta ciudad Andrea Marulo, hijo de Iuan Bautista Marulo, cauallero desta ciudad, el qual Andrea agora está estudiando en Salamanca, bien descuydado destos sucessos.

Todas estas razones acabaron de confirmar en los oyentes la opinion que tenian de estar Ysabela endemoniada, porque no podian pensar cómo pudiesse saber ella Iuan Bautista Marulo quien fuesse, y su hijo Andrea; y no faltò quien fuesse luego a dezir al ya nombrado Iuan Bautista Marulo lo que la bella endemoniada del y de su hijo auia dicho. Tornò a pedir que la dexassen sola con los que antes auia   -fol. 187v-   escogido; dixeronle los sacerdotes los Euangelios, y hazieron su gusto, lleuandole todos de la señal que auia dicho182 que daria quando el demonio   —189→   la dexasse libre, que indubitablemente la juzgaron por endemoniada. Feliz Flora hizo de nueuo la pesquisa de la estancia, y, cerrando la puerta della, dixo a la enferma:

-Solos estamos; mira, señora, lo que quieres.

-Lo que quiero es -respondio Ysabela- que me quiten estas ligaduras, que, aunque son blandas, me fatigan, porque me impiden.

Hizieronlo assi con mucha diligencia, y, sentandose Ysabela en el lecho, assio de la vna mano a Auristela, y de la otra a Ruperta, y hizo que Constança y Feliz Flora se sentassen junto a ella en el mismo lecho; y assi, apiñadas en vn hermoso monton, con voz baxa y lagrimas en los ojos, dixo:

-Yo, señoras, soy la infelize Ysabela Castrucha, cuyos padres me dieron nobleza, la fortuna, hazienda, y los cielos, algun tanto de hermosura; nacieron mis padres en Capua, pero engendraronme en España, donde naci, y me crie en casa deste mi tio que aqui està, que en la corte del emperador la tenia. ¡Valame Dios, y para que tomo yo tan de atras la corriente de mis desuenturas! Estando, pues, yo en casa deste mi tio, ya huerfana de mis padres, que a el me dexaron encomendada y por tutor mio, llegò a la corte vn moço a quien yo vi en vna yglesia, y le miré tan de proposito -y no os parezca esto, señoras, desemboltura, que no parecera si consideraredes que soy muger-, digo que le mire en la yglesia de tal modo, que en casa no podia estar sin mirarle, porque quedò su presencia   —190→   tan impressa en mi alma, que no la podia apartar de mi memoria. Finalmente, no me faltaron medios para entender quien el era, y la calidad de su persona, y que hazía en la corte, o donde yua; y lo que saqué en limpio fue que se llamaua Andrea Marulo, hijo de Iuan Bautista   -fol. 188r-   Marulo, cauallero desta ciudad, mas noble que rico, y que yua a estudiar a Salamanca. En seys dias que alli estuuo, tuue orden de escriuirle quien yo era, y la mucha hazienda que tenia, y que de mi hermosura se podia certificar viendome en la yglesia; escriuile assimismo que entendia que este mi tio me queria casar con vn primo mio, porque la hazienda se quedasse en casa, hombre no de mi gusto ni de mi condicion, como es verdad; dixele assimismo que la ocasion en mi le ofrecia sus cabellos, que los tomasse, y que no diesse lugar en no hazello al arrepentimiento, y que no tomasse de mi facilidad ocasion para no estimarme. Respondio, despues de auerme visto no se quantas vezes en la yglesia, que por mi persona sola, sin los adornos de la nobleza y de la riqueza, me hiziera señora del mundo, si pudiera, y que me suplicaua durasse firme algun tiempo en mi amorosa intencion, a lo menos hasta que el dexasse en Salamanca a vn amigo suyo que con el desta ciudad auia partido a seguir el estudio. Respondile que si haria, porque en mi no era el amor importuno ni indiscreto, que presto nace y presto se muere. Dexóme entonces por honrado, pues no quiso faltar a su amigo, y con lagrimas,   —191→   como enamorado, que yo se las vi verter, passando por mi calle el dia que se partio sin dexarme, y yo me fuy con el sin partirme. Otro dia -¡quien podra creer esto!; ¡que de rodeos tienen las desgracias para alcançar mas presto a los desdichados!-, digo que otro dia concerto mi tio que voluiessemos a Italia, y sin poderme escusar, ni valerme el fingirme enferma, porque el pulso y la color me hazian sana, mi tio no quiso creer que de enferma, sino de mal contenta del casamiento, buscaua traças para no partirme.

»En este tiempo le tuue para escriuir a Andrea de lo que me auia sucedido, y que era forçoso el partirme; pero que yo procuraria passar por esta ciudad,   -fol. 188v-   donde pensaua fingirme endemoniada, y dar lugar con esta traça a que el le tuuiesse de dexar a Salamanca, y venir a Luca, adonde, a pesar de mi tio y aun de todo el mundo, sería mi esposo; assi que en su diligencia estaua mi ventura, y aun la suya, si queria mostrarse agradecido. Si las cartas llegaron a sus manos, que si deuieron de llegar, porque los portes las hazen ciertas, antes de tres dias ha de estar aqui. Yo, por mi parte, he hecho lo que he podido; vna legion de demonios tengo en el cuerpo, que lo mismo es tener vna onça de amor en el alma, quando la esperança desde lexos la anda haziendo cocos. Esta es, señoras mias, mi historia; esta mi locura; esta mi enfermedad; mis amorosos pensamientos son los demonios que me atormentan; passo hambre, porque   —192→   que espero hartura; pero, con todo esso, la desconfiança me persigue, porque, como dizen en Castilla, a los desdichados se les suelen helar las migas entre la boca y la mano. Hazed, señores, de modo que acrediteys mi mentira y fortalezcays mis discursos, haziendo con mi tio que, puesto que yo no sane, no me ponga en camino por algunos dias; quiça permitira el cielo que llegue el de mi contento con la venida de Andrea.

No aura para que preguntar si se admiraron o no los oyentes de la historia de Ysabela, pues la historia misma se trae consigo la admiracion, para ponerla en las almas de los que la escuchan. Ruperta, Auristela, Constança y Feliz Flora, le ofrecieron de fortalezer sus dissignios, y de no partirse de aquel lugar hasta ver el fin dellos, pues, a buena razon, no podia tardar mucho.



  —193→  

ArribaAbajoCapitvlo ventivno del tercero libro

Priessa se daua la hermosa Ysabela Castrucha a reualidar su demonio, y priessa se dauan las quatro, ya   -fol. 189r-   sus amigas, a fortalezer su enfermedad, afirmando, con todas las razones que podian, de que verdaderamente era el demonio el que hablaua en su cuerpo; porque se vea quien es el amor, pues haze parecer endemoniados a los amantes. Estando en esto, que sería casi al anochecer, voluio el medico a hazer la segunda visita, y acaso truxo con el a Iuan Bautista Marulo, padre de Andrea el enamorado, y, al entrar del aposento de la enferma, dixo:

-Vea vuessa merced, señor Iuan Bautista Marulo, la lástima desta donzella, y si merece que en su cuerpo de angel se ande espaciando el demonio; pero vna esperança nos consuela, y es que nos ha dicho que presto saldra de aqui, y dara por señal de su salida la venida del señor Andrea, vuestro hijo, que por instantes aguarda.

-Assi me lo han dicho -respondio el señor Iuan Bautista-, y holgariame yo que casas mias fuessen paraninfos de tan buenas nueuas.

-Gracias a Dios y a mi diligencia -dixo Ysabela-; que, si no fuera por mi, el se estuuiera   —194→   agora quedo en Salamanca, haziendo lo que Dios se sabe. Creame el señor Iuan Bautista, que está presente, que tiene vn hijo mas hermoso que santo, y menos estudiante que galan: que mal ayan las galas y las atildaduras de los mancebos, que tanto daño hazen en la republica, y mal ayan juntamente las espuelas que no son de rodaxa, y los azicates que no son puntiagudos, y las mulas de alquiler que no se auentajan a las postas.

Con estas fue ensartando otras razones equiuocas, conuiene a saber, de dos sentidos, que de vna manera las entendian sus secretarias, y de otra los demas circunstantes: ellas las interpretauan verdaderamente, y los demas, como desconcertados disparates.

¿Donde vistes vos, señora -dixo Marulo-, a mi hijo Andrea? ¿Fue en Madrid, o en Salamanca?

-No fue sino en Illescas -dixo Ysabela-, cogiendo guindas la mañana de San Iuan, al tiempo que alboreaua; mas, si va a dezir verdad, que es milagro   -fol. 189v-   que yo la diga, siempre le veo, y siempre le tengo en el alma.

-Aun bien -replicò Marulo- que estè mi hijo cogiendo guindas, y no espulgandose, que es mas propio de los estudiantes.

-Los estudiantes que son caualleros -respondio Ysabela, de pura fantasia-, pocas vezes se espulgan, pero muchas se rascan: que estos animalejos que se vsan en el mundo tan de ordinario, son tan atreuidos, que assi se entran   —195→   por las calças de los principes, como por las fraçadas de los hospitales.

Todo lo sabes, malino -dixo el medico-; bien parece que eres viejo -y esto encaminando su razon al demonio que pensaua que tenia Ysabela en el cuerpo.

Estando en esto, que no parece sino que el mismo Satanas lo ordenaua, entrò el tio de Ysabela, con muestras de grandissima alegria, diziendo:

-¡Albricias, sobrina mia; albricias, hija de mi alma, que ya ha llegado el señor Andrea Marulo, hijo del señor Iuan Bautista, que está presente! ¡Ea, dulce esperança mia, cumplenos la que nos has dado de que has de quedar libre en viendole! ¡Ea, demonio maldito, vade retro, exi foras, sin que lleues pensamiento de voluer a esta estancia, por mas barrida y escombrada que la veas!

-Venga, venga -replicò Ysabela- esse putatiuo Ganimedes, esse contrahecho Adonis, y deme la mano de esposo, libre, sano y sin cautela; que yo le he estado aqui aguardando mas firme que roca puesta a las ondas del mar, que la tocan, mas no la mueuen.

Entrò de camino Andrea Marulo, a quien ya en casa de su padre le auian dicho la enfermedad de la estrangera Ysabela, y de cómo le esperaua para darle por señal de la salida del demonio. El moço, que era discreto y estaua preuenido, por las cartas que Ysabela le embiò a Salamanca, de lo que auia de hazer si la alcançaua   —196→   en Luca, sin quitarse las espuelas, acudio a la posada de Ysabela, y entrò por su estancia como atontado y loco, diziendo:

-¡Afuera, afuera, afuera; aparta,   -fol. 190r-   aparta, aparta; que entra el valeroso Andrea, quadrillero mayor de todo el infierno, si es que no vasta de vna esquadra!183.

Con este alboroto y vozes, casi quedaron admirados los mismos que sabian la verdad del caso; tanto, que dixo el medico y aun su mismo padre:

-Tan demonio es este, como el que tiene Ysabela.

Y su tio dixo:

-Esperauamos a este mancebo para nuestro bien, y creo que ha venido para nuestro mal.

-Sossiegate, hijo, sossiegate -dixo su padre-; que parece que estas loco.

-¿No lo ha de estar -dixo Ysabela-, si me vee a mi? ¿No soy yo, por ventura, el centro donde reposan sus pensamientos? ¿No soy yo el blanco donde assestan sus desseos?

-Si, por cierto -dixo Andrea-; si que vos soys señora de mi voluntad, descanso de mi trabajo y vida de mi muerte. Dadme la mano de ser mi esposa, señora mia, y sacadme, de la esclauitud en que me veo, a la libertad de verme debaxo de vuestro yugo; dadme la mano, digo otra vez, bien mio, y alçadme de la humildad de ser Andrea Marulo a la alteza de ser esposo de Ysabela Castrucho; vayan de aqui fuera los demonios que quisieren estoruar tan sabroso   —197→   nudo, y no procuren los hombres apartar lo que Dios junta.

-Tu dizes bien, señor Andrea -replicò Ysabela-; y, sin que aqui interuengan traças, maquinas ni embelecos, dame essa mano de esposo, y recibeme por tuya.

Tendio la mano Andrea, y en aquel instante alçò la voz Auristela, y dixo:

-Bien se la puede dar, que para en vno son.

Pasmado y atonito, tendio tambien la mano su tio de Ysabela, y trauò de la de Andrea, y dixo:

-¿Que es esto, señores? ¿Vsase en este pueblo que se case vn diablo con otro?

-Que no -dixo el medico-; que esto deue de ser burlando, para que el diablo se vaya, porque no es possible que este caso que va sucediendo pueda ser preuenido por entendimiento humano.

-Con todo esso -dixo el tio de Ysabela-,   -fol. 190v-   quiero saber de la boca de entrambos que lugar le daremos a este casamiento: el de la verdad, o el de la burla.

-El de la verdad -respondio Ysabela-; porque ni Andrea Marulo está loco, ni yo endemoniada. Yo le quiero y escojo por mi esposo, si es que el me quiere y me escoje por su esposa.

-No loco ni endemoniado, sino con mi juizio entero, tal qual Dios ha sido seruido de darme.

Y, diziendo esto, tomò la mano de Ysabela, y ella le dio la suya, y, con dos sies, quedaron indubitablemente casados.

  —198→  

-¿Que es esto? -dixo Castrucho-. ¿Otra vez? ¡Aqui de Dios! ¿Cómo, y es possible que assi se deshonren184 las canas deste viejo?

-No las puede deshonrar -dixo el padre de Andrea- ninguna cosa mia. Yo soy noble, y, si no demasiadamente rico, no tan pobre que aya menester a nadie. No entro ni salgo en este negocio; sin mi sabiduria se han casado los muchachos: que, en los pechos enamorados, la discrecion se adelanta a los años, y si las mas vezes los moços en sus acciones disparan, muchas aciertan; y quando aciertan, aunque sea acaso, exceden con muchas ventajas a las mas consideradas. Pero mirese, con todo esso, si lo que aqui ha passado puede passar adelante, porque si se puede deshazer, las riquezas de Ysabela no han de ser parte para que yo procure la mejora de mi hijo.

Dos sacerdotes que se hallaron presentes, dixeron que era válido el matrimonio, presupuesto que, si con parecer de locos le auian començado, con parecer de verdaderamente cuerdos le auian confirmado.

-Y de nueuo le confirmamos -dixo Andrea.

Y lo mismo dixo Ysabela. Oyendo lo qual su tio, se le cayeron las alas del coraçon, y la cabeça sobre el pecho, y, dando vn profundo suspiro, buelto los ojos en blanco, dio muestras de auerle sobreuenido vn mortal parasismo. Lleuaronle sus criados al lecho, leuantóse del suyo Ysabela, lleuóla Andrea a casa de su padre, como a su esposa, y, de alli a dos dias, entraron   —199→   por la puerta de vna yglesia vn niño, hermano   -fol. 191r-   de Andrea Marulo, a bautizar; Ysabela y Andrea a casarse, y a enterrar el cuerpo de su tio, porque se vean quan estraños son los sucessos desta vida: vnos a vn mismo punto se bautizan, otros se casan, y otros se entierran. Con todo esso, se puso luto Ysabela, porque esta que llaman muerte, mezcla los talamos con las sepulturas, y las galas con los lutos. Quatro dias mas estuuieron en Luca nuestros peregrinos y la esquadra de nuestros passageros, que fueron regalados de los desposados y del noble Iuan Bautista Marulo. Y aqui dio fin nuestro autor al tercero libro desta historia.