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  —154→     —155→     -fol. 58r-  

ArribaAbajoLibro segvndo de los trabajos de Persiles y Sigismunda


ArribaAbajoCapitvlo primero

Donde se cuenta cómo el nauio se volco, con todos los que dentro del yuan


Parece que el autor desta historia sabía mas de enamorado que de historiador, porque casi este primer capitulo de la entrada del segundo libro le gasta todo en vna difinicion de zelos, ocasionados de los que mostro tener Auristela por lo que le conto el capitan del nauio; pero en esta traducion, que lo es, se quita por prolixa, y por cosa en muchas partes referida y ventilada, y se viene a la verdad   -fol. 58v-   del caso, que fue que, cambiandose el viento y enmarañandose las nubes, cerrò la noche escura y tenebrosa, y los truenos, dando por mensageros a los relampagos, tras quien se siguen, començaron a turbar los marineros y a deslumbrar la vista de todos   —156→   los de la naue, y començo la borrasca con tanta furia, que no pudo ser preuenida de la diligencia y arte de los marineros, y assi, a vn mismo tiempo les cogio la turbacion y la tormenta; pero no por esto dexò cada vno de acudir a su oficio y a hazer la faena que vieron ser necessaria, si no para escusar la muerte, para dilatar la vída: que los atreuidos que de vnas tablas la fian, la sustentan quanto pueden, hasta poner su esperança en vn madero que a caso la tormenta desclauò de la naue, con el qual se abraçan, y tienen a gran ventura tan duros abraços. Mauricio se abraçò con Transila, su hija; Antonio, con Ricla y con Constança, su madre y hermana; sola la desgraciada Auristela quedò sin arrimo, sino el que le ofrecia su congoxa, que era el de la muerte, a quien ella de buena gana se entregara, si lo permitiera la christiana y catolica religion, que con muchas veras procuraua guardar; y assi, se recogio entre ellos, y hechos vn ñudo, o, por mejor dezir, vn ouillo, se dexaron calar casi hasta la postrera parte del nauio, por escusar el ruydo espantoso de los truenos, y la interpolada luz de los relampagos, y el confuso estruendo de los marineros. Y en aquella semejança del limbo se escusaron de no verse vnas vezes tocar el cielo con las manos, leuantandose el nauio sobre las mismas nubes, y otras vezes barrer la gabia las arenas del mar profundo. Esperauan la muerte cerrados los ojos, o, por mejor dezir, la temian sin verla: que la figura de la muerte, en qualquier trage   —157→   que venga, es espantosa, y la que coge a vn desapercebido en todas sus fuerças y salud, es formidable. La tormenta crecio de manera, que agotò la ciencia de los marineros, la solicitud   -fol. 59r-   del capitan, y, finalmente, la esperança de remedio en todos. Ya no se oian vozes que mandauan hagase esto o aquello, sino gritos de plegarias y votos que se hazian, y a los cielos se embiauan; y llegò a tanto esta miseria y estrecheza, que Transila no se acordaua de Ladislao, Auristela de Periandro: que vno de los efetos poderosos de la muerte, es borrar de la memoria todas las cosas de la vida, y pues llega a hazer que no se sienta la passion zelosa, tengase por dicho que puede lo impossible. No auia alli relox de arena que distinguiesse las horas, ni aguja que señalasse el viento, ni buen tino que atinasse el lugar donde estauan: todo era confusion, todo era grita, todo suspiros y todo plegarias. Desmayò el capitan, abandonaronse los marineros, rindieronse las humanas fuerças, y poco a poco el desmayo llamò al silencio, que ocupò las vozes de los mas de los miseros que se quexauan. Atreuiose el mar insolente a passearse por cima de la cubierta del nauio, y aun a visitar las mas altas gabias, las quales tambien ellas, casi como en vengança de su agrauio, besaron las arenas de su profundidad. Finalmente, al parecer del dia, si se puede llamar dia el que no trae consigo claridad alguna, la naue se estuuo queda y estancò, sin mouerse a parte alguna, que es vno de los peligros, fuera   —158→   del de anegarse, que le puede suceder a vn vaxel; finalmente, combatida de vn vracan furioso, como si la voluieran con algun artificio, puso la gabia mayor en la hondura de las aguas, y la quilla descubrio a los cielos, quedando hecha sepultura de quantos en ella estauan.

¡A Dios, castos pensamientos de Auristela; a Dios, bien fundados dissinios; sossegaos, pasos, tan honrados como santos; no espereis otros mauseolos ni otras pyramides ni agujas que las que os ofrecen essas mal breadas tablas! Y vos, ¡o Transila!, exemplo claro de honestidad, en los braços de vuestro   -fol. 59v-   discreto y anciano padre podeis celebrar las bodas, si no con vuestro esposo Ladislao, a lo menos con la esperança, que ya os aura conduzido a mejor talamo. Y tu, ¡o Ricla!, cuyos desseos te lleuauan a tu descanso, recoge en tus braços a Antonio y a Constança, tus hijos, y ponlos en la presencia del que agora te ha quitado la vida para mejorartela en el cielo.

En resolucion, el bolcar de la naue, y la certeza de la muerte de los que en ella yuan, puso las razones referidas en la pluma del autor desta grande y lastimosa historia, y ansimismo puso las que se oiran en el siguiente capitulo.



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ArribaAbajoCapitvlo segvndo del segundo libro

Donde se cuenta vn estraño sucesso


Parece que el bolcar de la naue bolco o, por mejor dezir, turbò el juyzio del autor de esta historia, porque a este segundo capitulo le dio quatro o cinco principios, casi como dudando que fin en el tomaria. En fin, se resoluio diziendo que las dichas y las desdichas suelen andar tan juntas, que tal vez no ay medio que las diuida; andan el pesar y el plazer tan apareados, que es simple el triste que se desespera y el alegre que se confia, como lo da facilmente a entender este estraño sucesso. Sepultóse la naue, como queda dicho, en las aguas; quedaron los muertos sepultados sin tierra; deshizieronse sus esperanças, quedando impossib(i)l[e] a todo su remedio; pero los piadosos cielos, que de muy atras toman la corriente de remediar nuestras desuenturas, ordenaron que la naue, lleuada poco a poco de las olas, ya mansas y recogidas, a la orilla del mar, [diesse] en vna playa que por entonces su apazibilidad y mansedumbre podia   -fol. 60r-   seruir de seguro puerto; y no lexos estaua vn puerto capacissimo de muchos vaxeles, en cuyas aguas, como en espejos claros, se   —160→   estaua mirando vna ciudad populosa, que, por vna alta loma, sus vistosos edificios leuantaua. Vieron los de la ciudad el vulto de la naue, y creyeron ser el de alguna vallena o de otro gran pescado que, con la borrasca passada, auia dado al traues. Salio infinita gente a verlo, y, certificandose ser nauio, lo dixeron al rey Policarpo, que era el señor de aquella ciudad, el qual, acompañado de muchos, y de sus dos hermosas hijas, Policarpa y Sinforosa, salio tambien, y ordenò que, con cabestrantes, con tornos y con varcas, con que hizo rodear toda la naue, la tirassen y encaminassen al puerto. Saltaron algunos encima del buco, y dixeron al rey que dentro del sonauan golpes, y aun casi se oian vozes de viuos. Vn anciano cauallero que se hallò junto al rey, le dixo:

-Yo me acuerdo, señor, auer visto en el mar Mediterraneo, en la ribera de Genoua, vna galera de España que, por hazer el cur con la vela, se bolco como està agora este vaxel, quedando la gabia en la arena y la quilla al cielo; y, antes que la voluiessen o endereçassen, auiendo primero oydo rumor, como en este se oye, asserraron el vaxel por la quilla, haziendo vn buco capaz de ver lo que dentro estaua; y el entrar la luz dentro, y el salir por el el capitan de la misma galera y otros quatro compañeros suyos, fue todo vno. Yo vi esto, y està escrito este caso en muchas historias españolas, y aun podria ser viniessen agora las personas que segunda vez nacieron al mundo del vientre desta galera; y si   —161→   aqui sucediesse lo mismo, no se ha de tener a milagro, sino a misterio: que los milagros suceden fuera del orden de la naturaleza, y los misterios son aquellos que parecen milagros y no lo son, sino casos que acontecen raras   -fol. 60v-   vezes.

-¿Pues a que aguardamos? -dixo el rey-. Sierrese luego el buco, y veamos este misterio: que si este vientre vomita viuos, yo lo tendre por milagro.

Grande fue la priessa que se dieron a serrar el vaxel, y grande el desseo que todos tenian de ver el parto. Abriose, en fin, vna gran concauidad, que descubrio muertos muertos y viuos que lo parecian; metio vno el braço, y assio de vna donzella, que el palpitarle el coraçon daua señales de tener vida; otros hizieron lo mismo, y cada vno sacò su pressa, y algunos, pensando sacar viuos, sacauan muertos: que no todas vezes los pescadores son dichosos. Finalmente, dandoles el ayre y la luz a los medio viuos, respiraron y cobraron aliento; limpiaronse los rostros, fregaronse los ojos, estiraron los braços, y, como quien despierta de vn pesado sueño, miraron a todas partes, y hallóse Auristela en los braços de Arnaldo, Transila en los de Clodio, Ricla y Constança en los de Rutilio, Antonio el padre y Antonio el hijo en los de ninguno, porque se salio por si mismo, y lo mismo hizo Mauricio. Arnaldo quedò mas atonito y suspenso que los resucitados, y mas muerto que los muertos. Miròle Auristela, y, no conociendole, la primera palabra que le dixo   —162→   fue -que ella fue la primera que rompio el silencio de todos-:

-¿Por ventura, hermano, està entre esta gente la bellissima Sinforosa?

-¡Santos cielos, que es esto! -dixo entre si Arnaldo-. ¿Que memorias de Sinforosa son estas, en tiempo que no es razon que se tenga acuerdo de otra cosa que de dar gracias al cielo por las recebidas mercedes?

Pero, con todo esto, la respondio, y dixo que si estaua, y le preguntò que cómo la conocia; porque Arnaldo ignoraua lo que Auristela con el capitan del nauio, que le conto los triunfos de Periandro, auia passado, y no pudo alcançar la causa por la qual Auristela preguntaua por Sinforosa: que, si la alcançara, quiça dixera que   -fol. 61r-   la fuerça de los zelos es tan poderosa y tan sutil, que se entra y mezcla con el cuchillo de la misma muerte, y va a buscar al alma enamorada en los vltimos trances de la vida.

Ya despues que passò algun tanto el pauor en los resucitados, que assi pueden llamarse, y la admiracion en los viuos que los sacaron, y el discurso en todos dio lugar a la razon, confusamente vnos a otros se preguntauan cómo los de la tierra estauan alli, y los del nauio venian alli. Policarpo, en esto, viendo que el nauio, al abrirle la boca, se le auia llenado de agua, en el lugar del ayre que tenia, mandò lleuarle a jorro al puerto, y que con artificios le sacassen a tierra, lo qual se hizo con mucha presteza. Salieron assimismo a tierra toda la gente que   —163→   ocupaua la quilla del nauio, que fueron recebidos del rey Policarpo y de sus hijas, y de todos los principales ciudadanos, con tanto gusto como admiracion; pero lo que mas les puso en ella, principalmente a Sinforosa, fue ver la incomparable hermosura de Auristela; fue tambien a la parte de esta admiracion la belleza de Transila, y el gallardo y nueuo trage, pocos años y gallardia de la barbara Constança, de quien no desdezia el buen parecer y donayre de Ricla, su madre; y, por estar la ciudad cerca, sin preuenirse de quien los lleuasse, fueron todos a pie a ella. Ya en este tiempo auia llegado Periandro a hablar a su hermana Auristela, Ladislao a Transila, y el barbaro padre a su muger y a su hija, y los vnos a los otros se fueron dando cuenta de sus sucessos; sola Auristela, ocupada toda en mirar a Sinforosa, callaua; pero en fin hablò a Periandro, y le dixo:

-¿Por ventura, hermano, esta hermosissima donzella que aqui va es Sinforosa, la hija del rey Policarpo?

-Ella es -respondio Periandro-; sujeto donde tienen su assiento la belleza y la cortesia.

-Muy cortés deue de ser -respondio Auristela-, porque es muy hermosa.

-Aunque no lo   -fol. 61v-   fuera tanto -respondio Periandro-, las obligaciones que yo la tengo me obligaran, ¡o querida hermana mia!, a que me lo pareciera.

-Si por obligaciones va, y vos por ellas encareceis las hermosuras, la mia os ha de parecer   —164→   la mayor de la tierra, segun os tengo obligado.

-Con las cosas diuinas -replicò Periandro- no se han de comparar las humanas; las hiperboles alabanças, por mas que lo sean, han de parar en puntos limitados: dezir que vna muger es mas hermosa que vn angel, es encarecimiento de cortesia, pero no de obligacion. Sola en ti, dulcissima hermana mia, se quiebran reglas, y cobran fuerças de verdad los encarecimientos que se dan a tu hermosura.

-Si mis trabajos y mis dessassossiegos, ¡o hermano mio!, no turbaran la mia, quiça creyera ser verdaderas las alabanças que de ella dizes; pero yo espero en los piadosos cielos que algun dia ha de reduzir a sossiego mi dessassossiego, y a bonança mi tormenta, y, en este entretanto, con el encarecimiento que puedo, te suplico que no te quiten ni borren de la memoria lo que me deues otras agenas hermosuras ni otras obligaciones, que en la mia y en las mias podras satisfazer el desseo y llenar el vazio de tu voluntad, si miras que, juntando a la belleza de mi cuerpo, tal qual ella es, (a) la de mi alma, hallarás vn compuesto de hermosura que te satisfaga.

Confuso yua Periandro oyendo las razones de Auristela; juzgauala zelosa, cosa nueua para el, por tener por larga esperiencia conocido que la discrecion de Auristela jamas se atreuio a salir de los limites de la honestidad; jamas su lengua se mouio a declarar sino honestos y castos   —165→   pensamientos, jamas le dixo palabra que no fuesse digna de dezirse a vn hermano en público y en secreto. Yua Arnaldo inuidioso de Periandro; Ladislao, alegre con su esposa Transila; Mauricio, con su hija y yerno; Antonio el grande, con su muger   -fol. 62r-   y hijos; Rutilio, con el hallazgo de todos; y el maldiziente Clodio, con la ocasion que se le ofrecia de contar, dondequiera que se hallasse, la grandeza de tan estraño sucesso. Llegaron a la ciudad, y el liberal Policarpo honró a sus huespedes real y magnificamente, y a todos los mandò alojar en su palacio, auentajandose en el tratamiento de Arnaldo, que ya sabía que era el heredero de Dinamarca, y que los amores de Auristela le auian sacado de su reyno; y, assi como vio la belleza de Auristela, hallò su peregrinacion en el pecho de Policarpo disculpa. Casi en su mismo cuarto Policarpo y Sinforosa alojaron a Auristela, de la qual no quitaua la vista Sinforosa, dando gracias al cielo de auerla hecho, no amante, sino hermana de Periandro; y, ansi por su estremada belleza, como por el parentesco tan estrecho que con Periandro tenia, la adoraua, y no sabía vn punto desuiarse de ella: desmenuzauale sus acciones, notauale las palabras, ponderaua su donayre, hasta el sonido y organo de la voz le daua gusto. Auristela casi por el mismo modo y con los mismos afectos miraua a Sinforosa, aunque en las dos eran diferentes las intenciones: Auristela miraua con zelos, y Sinforosa con senzilla beneuolencia. Algunos   —166→   dias estuuieron en la ciudad, descansando de los trabajos passados, y dando traça de voluer Arnaldo a Dinamarca, o adonde Auristela y Periandro quisieran, mostrando, como siempre lo mostraua, no tener otra voluntad que la de los dos hermanos. Clodio, que con ociosidad y vista curiosa auia mirado los mouimientos de Arnaldo, y quan oprimido le tenia el cuello el amoroso yugo, vn dia que se hallò solo con el, le dixo:

-Yo, que siempre los vicios de los principes he reprehendido en público, sin guardar el deuido decoro que a su gra[n]deza se deue, sin temer el daño que   -fol. 62v-   nace del dezir mal, quiero agora sin tu licencia dezirte en secreto lo que te suplico con paciencia me escuches: que, lo que se dize aconsejando, en la intencion halla disculpa lo que no agrada.

Confuso estaua Arnaldo, no sabiendo en que yuan a parar las preuenciones del razonamiento de Clodio, y, por saberlo, determinò de escuchalle, y assi le dixo que dixesse lo que quisiesse; y Clodio, con este saluoconduto, prosiguio diziendo:

-Tu, señor, amas a Auristela; mal dixe amas, adoras, dixera mejor, y, segun he sabido, no sabes mas de su hazienda ni de quien es, que aquello que ella ha querido dezirte, que no te ha dícho nada. Hasla tenido en tu poder mas de dos años, en los quales has hecho, segun se ha de creer, las diligencias possibles por enternezer su dureza, amansar su rigor y rendir su voluntad a la tuya por los medios honestissimos   —167→   y eficazes del matrimonio, y en la misma entereza se està oy que el primero dia que la solicitaste, de donde arguyo que, quanto a ti te sobra de paciencia, le falta a ella de conocimiento; y has de considerar que algun gran misterio encierra desechar vna muger vn reyno y vn principe que merece ser amado. Misterio tambien encierra ver vna donzella vagamunda, llena de recato de encubrir su linage, acompañada de vn moço que, como dize que lo es, podria no ser su hermano, de tierra en tierra, de isla en isla, sugeta a las inclemencias del cielo y a las borrascas de la tierra, que suelen ser peores que las del mar alborotado. De los bienes que reparten los cielos entre los mortales, los que mas se han de estimar son los de la honra, a quien se posponen los de la vida; los gustos de los discretos hanse de medir con la razon, y no con los mismos gustos.

Aqui llegaua Clodio, mostrando querer proseguir con vn filosofico y graue razonamiento, quando entrò Periandro, y le hizo callar con su llegada, a pesar   -fol. 63r-   de su desseo y aun de el de Arnaldo, que quisiera escucharle; entraron assimismo Mauricio, Ladislao y Transila, y con ellos Auristela, arrimada al ombro de Sinforosa, mal dispuesta, de modo que fue menester lleuarla al lecho, causando con su enfermedad tales sobresaltos y temores en los pechos de Periandro y Arnaldo, que, a no encubrillos con discrecion, tambien tuuieran necessidad de los medicos, como Auristela.



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ArribaAbajoCapitvlo tercero del segundo libro

A penas supo Policarpo la indisposicion de Auristela, quando mandò llamar sus medicos que la visitassen; y como los pulsos son lenguas que declaran la enfermedad que se padece, hallaron en los de Auristela que no era del cuerpo su dolencia, sino del alma; pero antes que ellos conocio su enfermedad Periandro, y Arnaldo la entendio en parte, y Clodio mejor que todos. Ordenaron los medicos que en ninguna manera la dexassen sola, y que procurassen entretenerla y diuertirla con musica, si ella quisiesse, o con otros algunos alegres entretenimientos. Tomò Sinforosa a su cargo su salud, y ofreciole su compañia a todas horas, ofrecimiento no de mucho gusto para Auristela, porque quisiera no tener tan a la vista la causa que pensaua ser de su enfermedad, de la qual no pensaua sanar, porque estaua determinada de no dezillo: que su honestidad le ataua la lengua, su valor se oponia a su desseo. Finalmente, despejaron todos la estancia donde estaua, y quedaronse solas con ella Sinforosa y Policarpa, a quien con ocasion bastante despidio Sinforosa, y a penas se vio sola con Auristela, quando, poniendo su boca con la suya, y apretandole   —169→     -fol. 63v-   reziamente las manos, con ardientes suspiros parecio que queria trasladar su alma en el cuerpo de Auristela; afectos que de nueuo la turbaron, y assi le dixo:

-¿Que es esto, señora mia? Que estas muestras me dan a entender que estays mas enferma que yo, y mas lastimada el alma que la mia. Mirad si os puedo seruir en algo, que, para hazerlo, aunque està la carne enferma, tengo sana la voluntad.

-Dulce amiga mia -respondio Sinforosa-, quanto puedo agradezco tu ofrecimiento, y con la misma voluntad con que te obligas te respondo, sin que en esta parte tengan alguna comedimientos fingidos ni tibias obligaciones. Yo, hermana mia, que con este nombre has de ser llamada, en tanto que la vida me durare, amo, quiero bien, adoro. ¿Dixelo? No; que la verguença, y el ser quien soy, son mordaças de mi lengua. Pero ¿tengo de morir callando? ¿Ha de sanar mi enfermedad por milagro? ¿Es, por ventura, capaz de palabras el silencio? ¿Han de tener dos recatados y vergonçosos ojos virtud y fuerça para declarar los pensamientos infinitos de vn alma enamorada?

Esto yua diziendo Sinforosa, con tantas lagrimas y con tantos suspiros, que mouieron a Auristela a enjugalle los ojos y a abraçarla, y a dezirla:

-No se te mueran, ¡o apassionada señora!, las palabras en la boca; despide de ti por algun pequeño espacio la confusion y el empacho, y   —170→   hazme tu secretaria: que los males comunicados, si no alcançan sanidad, alcançan aliuio. Si tu passion es amorosa, como lo imagino, sin duda, bien se que eres de carne, aunque pareces de alabastro, y bien se que nuestras almas estan siempre en continuo mouimiento, sin que puedan dexar de estar atentas a querer bien a algun sujeto a quien las estrellas las inclinan, que no se ha de dezir que las fuerçan. Dime, señora, a quien quieres, a quien amas y a quien adoras: que, como no des en el disparate de amar a vn toro, ni en el que dio el que adorò   -fol. 64r-   el platano, como sea hombre el que, segun tu dizes, adoras, no me causarà espanto ni marauilla. Muger soy como tu; mis desseos tengo, y hasta aora, por honra del alma, no me han salido a la boca, que bien pudiera, como señales de la calentura; pero al fin auran de romper por inconuenientes y por impossibles, y, siquiera en mi testamento, procurarè que se sepa la causa de mi muerte.

Estauala mirando Sinforosa. Cada palabra que dezia, la estimaua como sí fuera sentencia salida por la boca de vn oraculo.

-¡Ay, señora -dixo-, y cómo creo que los cielos te han traido por tan estraño rodeo, que parece milagro, a esta tierra, condolidos de mi dolor y lastimados de mi lástima! Del vientre escuro de la naue te voluieron a la luz del mundo, para que mi escuridad tuuiesse luz, y mis desseos salida de la confusion en que estan; y assi, por no tenerme ni tenerte mas suspensa,   —171→   sabras que a esta isla llegò tu hermano Periandro.

Y sucessiuamente le conto del modo que auia llegado, los triunfos que alcançò, los contrarios que vencio, y los premios que ganò, del modo que ya queda contado; dixole tambíen cómo las gracias de su hermano Periandro auian despertado en ella vn modo de desseo que no llegaua a ser amor, sino beneuolencia; pero que despues, con la soledad y ociosidad, yendo y viniendo el pensamiento a contemplar sus gracias, el amor se le fue pintando, no como hombre particular, sino como a vn principe: que, si no lo era, merecia serlo.

-Esta pintura me la grauò en el alma, y yo, inaduertida, dexè que me la grauasse, sin hazerle resistencia alguna; y assi, poco a poco, vine a quererle, a amarle y aun a adorarle, como he dicho.

Mas dixera Sinforosa, si no boluiera Policarpa, desseosa de entretener a Auristela, cantando al son de vna harpa que en las manos traia. Enmudecio Sinforosa, quedò perdida Auristela; pero el silencio de la vna y el perdimiento de la otra, no fueron parte para   -fol. 64v-   que dexassen de prestar atentos oydos a la sin par en musica Policarpa, que desta manera començo a cantar en su lengua lo que despues dixo el barbaro Antonio que en la castellana dezia:



   Cintia, si desengaños no son parte
para cobrar la libertad perdida,
—172→
da riendas al dolor, suelta la vida,
que no es valor ni es honra el no quexarte.

   Y el generoso ardor que, parte a parte,  5
tiene tu libre voluntad rendida,
será de tu silencio el homicida
quando pienses por el eternizarte.

    Salga con la doliente ánima fuera
la enferma voz, que es fuerça y es cordura  10
dezir la lengua lo que al alma toca.

    Quexandote, sabra el mundo siquiera
quan grande fue de amor tu calentura,
pues salieron señales a la boca.



Ninguno como Sinforosa entendio los versos de Policarpa, la qual era sabidora de todos sus desseos; y, puesto que tenia determinado de sepultarlos en las tinieblas del silencio, quiso aprouecharse del consejo de su hermana, diziendo a Auristela sus pensamientos, como ya se los auia començado a dezir. Muchas vezes se quedaua Sinforosa con Auristela, dando a entender que mas por cortés que por su gusto propio la acompañaua. En fin, vna vez, tornando a anudar la plática passada, le dixo:

-Oyeme otra vez, señora mia, y no te cansen mis razones, que, las que me bullen en el alma, no dexan   -fol. 65r-   sossegar la lengua; rebentaré si no las digo, y este temor, a pesar de mi credito, hara que sepas que muero por tu hermano, cuyas virtudes, de mi conocidas, lleuaron tras si mis enamorados desseos, y, sin entremeterme en saber quien son sus padres, la patria o riquezas,   —173→   ni el punto en que le ha leuantado la fortuna, solamente atiendo a la mano liberal con que la naturaleza le ha enriquezido. Por si solo le quiero, por si solo le amo, y por si solo le adoro; y por ti sola, y por quien eres, te suplico que, sin dezir mal de mis precipitados pensamientos, me hagas el bien que pudieres. Innumerables riquezas me dexò mi madre en su muerte, sin sabiduria de mi padre; hija soy de vn rey, que, puesto que sea por eleccion, en fin es rey; la edad, ya la ves; la hermosura no se te encubre que, tal qual es, ya que no merezca ser estimada, no merece ser aborrecida. Dame, señora, a tu hermano por esposo; darete yo a mi misma por hermana, repartire contigo mis riquezas, procuraré darte esposo que despues, y aun antes de los dias de mi padre, le elijan por rey los de este reyno; y quando esto no pueda ser, mis tesoros podran comprar otros reynos.

Teniale a Auristela de las manos Sinforosa, bañandoselas en lagrimas, en tanto que estas tiernas razones la dezia; acompañauale en ellas Auristela, juzgando en si misma quales y quantos suelen ser los aprietos de vn coraçon enamorado; y aunque se le representaua en Sinforosa vna enemiga, la tenia lástima: que vn generoso pecho no quiere vengarse quando puede, quanto mas que Sinforosa no la auia ofendido en cosa alguna que la obligasse a vengança: su culpa era la suya, sus pensamientos los mismos que ella tenia, su intencion la que a ella traia desatinada; finalmente, no podia culparla,   —174→   sin que ella primero no quedasse conuencida del mismo delito. Lo que procurò   -fol. 65v-   apurar fue si la auia fauorecido alguna vez, aunque fuesse en cosas leues, o si con la lengua o con los ojos auia descubierto su amorosa voluntad a su hermano. Sinforosa la respondio que jamas auia tenido atreuimiento de alçar los ojos a mirar a Periandro, sino con el recato que a ser quien era deuia, y que al paso de sus ojos auia andado el recato de su lengua.

-Bien creo esso -respondio Auristela-; pero ¿es possible que el no ha dado muestras de quererte? Si aura, porque no le tengo por tan de piedra, que no le enternezca y ablande vna belleza tal como la tuya; y assi, soy de parecer que, antes que yo rompa esta dificultad, procures tu hablarle, dandole ocasion para ello con algun honesto fauor: que tal vez los impensados fauores despiertan y encienden los mas tibios y descuydados pechos; que, si vna vez el responde a tu desseo, seráme facil a mi hazerle que de todo en todo le satisfaga. Todos los principios, amiga, son dificultosos, y en los de amor dificultosissimos. No te aconsejo yo que te deshonestes ni te precipites: que los fauores que hazen las donzellas a los que aman, por castos que sean, no lo parecen, y no se ha de auenturar la honra por el gusto; pero, con todo esto, puede mucho la discrecion, y el amor, sutil maestro de encaminar los pensamientos, a los mas turbados ofrece lugar y coyuntura de mostrarlos sin menoscabo de su credito.



  —175→  

ArribaAbajoCapitvlo qvarto del segundo libro

Donde se prosigue la historia y amores de Sinforosa


Atenta estaua la enamorada Sinforosa a las discretas razones de Auristela, y, no respondiendo a ellas, sino voluiendo a anudar las del passado razonamiento,   -fol. 66r-   le dixo:

-Mira, amiga y señora, hasta dónde llegò el amor que engendrò en mi pecho el valor que conoci en tu hermano, que hize que vn capitan de la guarda de mi padre le fuesse a buscar, y le traxesse, por fuerça o de grado, a mi presencia, y el nauio en que se enuarcò es el mismo en que tu llegaste, porque en el, entre los muertos, le han hallado sin vida.

-Assi deue de ser -respondio Auristela-: que el me conto gran parte de lo que tu me has dicho, de modo que ya yo tenia noticia, aunque algo confusa, de tus pensamientos, los quales, si es possible, quiero que sossiegues hasta que se los descubras a mi hermano o hasta que yo tome a cargo tu remedio, que será luego que me descubras lo que con el te huuiere sucedido: que ni a ti te faltarà lugar para hablarle, ni a mi tampoco.

  —176→  

De nueuo voluio Sinforosa a agradecer a Auristela su ofrecimiento, y de nueuo voluio Auristela a tenerla lástima. En tanto que entre las dos esto passaua, se las auia Arnaldo con Clodio, que moria por turbar o por deshazer los amorosos pensamientos de Arnaldo; y hallandole solo, si solo se puede hallar quien tiene ocupada el alma de amorosos desseos, le dixo:

-El otro dia te dixe, señor, la poca seguridad que se puede tener de [la] voluble condicion de las mugeres, y que Auristela, en efeto, es muger, aunque parece vn angel, y que Periandro es hombre, aunque sea su hermano; y no por esto quiero dezir que engendres en tu pecho alguna mala sospecha, sino que cries algun discreto recato; y si por ventura te dieren lugar de que discurras por el camino de la razon, quiero que tal vez consideres quien eres, la soledad de tu padre, la falta que hazes a tus vassallos, la contingencia en que te pones de perder tu reyno, que es la misma en que està la naue donde falta el piloto que la gouierne. Mira que los reyes estan obligados a casarse, no con la hermosura, sino con el linage; no con la riqueza, sino con la   -fol. 66v-   virtud, por la obligacion que tienen de dar buenos sucessores a sus reynos. Desmengua y apoca el respeto que se deue al principe, el verle coxear en la sangre, y no basta dezir que la grandeza de rey es en si tan poderosa, que yguala consigo misma la baxeza de la muger que escogiere. El cauallo y la yegua de casta generosa y conocida, prometen crias de   —177→   valor admirable, mas que las no conocidas y de baxa estirpe; entre la gente comun tiene lugar de mostrarse poderoso el gusto; pero no le ha de tener entre la noble; assi que, ¡o señor mio!, o te vuelue a tu reyno, o procura con el recato no dexar engañarte. Y perdona este atreuimiento, que, ya que tengo fama de maldiziente y murmurador, no la quiero tener de mal intencionado; debaxo de tu amparo me traes, al escudo de tu valor se ampara mi vida, con tu sombra no temo las inclemencias del cielo, que ya con mejores estrellas parece que va mejorando mi condicion, hasta aqui deprauada.

-Yo te agradezco, ¡o Clodio! -dixo Arnaldo-, el buen consejo que me has dado; pero no consiente ni permite el cielo que le reciba. Auristela es buena, Periandro es su hermano, y yo no quiero creer otra cosa, porque ella ha dicho que lo es: que, para mi, qualquiera cosa que dixere, ha de ser verdad. Yo la adoro sin disputas: que el abismo casi infinito de su hermosura, lleua tras si el de mis desseos, que no pueden parar sino en ella, y por ella he tenido, tengo y he de tener vida. Ansi que, Clodio, no me aconsejes mas, porque tus palabras se lleuaràn los vientos, y mis obras te mostrarán quan vanos seran para conmigo tus consejos.

Encogio los ombros Clodio, baxó la cabeça, y apartóse de su presencia, con proposito de no seruir mas de consejero, porque, el que lo ha de ser, requiere tener tres calidades: la primera, autoridad; la segunda, prudencia: y la tercera, ser   —178→   llamado. Estas reuoluciones, traças y maquinas   -fol. 67r-   amorosas andauan en el palacio de Policarpo, y en los pechos de los confusos amantes, Auristela celosa, Sinforosa enamorada, Periandro turbado, y Arnaldo pertinaz; Mauricio haziendo dissinios de voluer a su patria contra la voluntad de Transila, que no queria voluer a la presencia de gente tan enemiga del buen decoro como la de su tierra; Ladislao, su esposo, no osaua ni queria contradezirla; Antonio el padre moria por verse con sus hijos y muger en España, y Rutilio, en Italia, su patria. Todos desseauan, pero a ninguno se le cumplian sus desseos: condicion de la naturaleza humana, que, puesto que Dios la crio perfecta, nosotros, por nuestra culpa, la hallamos siempre falta, la qual falta siempre la ha de auer mientras no dexaremos de dessear. Sucedio, pues, que casi de industria dio lugar Sinforosa a que Periandro se viesse solo con Auristela, desseosa que se diesse principio a tratar de su causa y a la vista de su pleyto, en cuya sentencia consistia la de su vida o muerte. Las primeras palabras que Auristela dixo a Periandro, fueron:

-Esta nuestra peregrinacion, hermano y señor mio, tan llena de trabajos y sobresaltos, tan amenazadora de peligros, cada dia y cada momento me haze temer los de la muerte, y querria que diessemos traça de assegurar la vida, sossegandola en vna parte, y ninguna hallo tan buena como esta donde estamos: que aqui se te ofrecen riquezas en abundancia, no en promessas,   —179→   sino en verdad, y muger noble y hermosissima en todo estremo, digna, no de que te ruegue, como te ruega, sino de que tu la ruegues, la pidas y la procures.

En tanto que Auristela esto dezia, la miraua Periandro con tanta atencion, que no mouia las pestañas de los ojos; corria muy a priessa con el discurso de su entendimiento, para hallar adonde podrian yr encaminadas aquellas razones; pero, passando adelante con ellas, Auristela le sacò de   -fol. 67v-   su confusion, diziendo:

-Digo, hermano, que con este nombre te he de llamar en qualquier estado que tomes, digo que Sinforosa te adora y te quiere por esposo; dize que tiene riquezas increybles, y yo digo que tiene creyble hermosura; digo creyble, porque es tal, que no ha menester que exageraciones la leuanten ni hiperboles la engrandezcan; y, en lo que he echado de ver, es de condicion blanda, de ingenio agudo, y de proceder tan discreto como honesto. Con todo esto que te he dicho, no dexo de conocer lo mucho que mereces, por ser quien eres; pero, segun los casos presentes, no te estara mal esta compañia. Fuera estamos de nuestra patria; tu, perseguido de tu hermano, y yo de mi corta suerte; nuestro camino a Roma, quanto mas le procuramos, mas se dificulta y alarga; mi intencion no se muda, pero tiembla, y no querria que, entre temores y peligros, me salteasse la muerte, y assi, pienso acabar la vida en religion, y querria que tu la acabasses en buen estado.

  —180→  

Aqui dio fin Auristela a su razonamiento, y principio a vnas lagrimas que desdezian y borrauan todo quanto auia dicho; sacò los braços honestamente fuera de la colcha, tendiolos por el lecho, y voluio la cabeça a la parte contraria de donde estaua Periandro, el qual, viendo estos estremos, y auiendo oydo sus palabras, sin ser poderoso a otra cosa, se le quitò la vista de los ojos, se le añudò la garganta y se le trauò la lengua, y dio consigo en el suelo de rodillas, y arrimò la cabeça al lecho; voluio Auristela la suya, y, viendole desmayado, le puso la mano en el rostro y le enjugò las lagrimas, que, sin que el lo sintiesse, hilo a hilo le bañauan las mexillas.



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ArribaAbajoCapitvlo qvinto del segundo libro

De lo que passò entre el rey Policarpo y su hija Sinforosa


Efetos vemos en la naturaleza de quien ignoramos las causas: adormecense o entorpecense a vno los dientes de ver cortar con vn cuchillo vn paño; tiembla tal vez vn hombre de vn raton, y yo le he visto temblar de ver cortar vn rabano, y a otro he visto leuantarse de vna mesa de respeto, por ver poner vnas azeytunas. Si se pregunta la causa, no ay saber dezirla, y los que mas piensan que aciertan a dezilla, es dezir que las estrellas tienen cierta antipatia con la complesion de aquel hombre, que le inclina o mueue a hazer aquellas acciones, temores y espantos, viendo las cosas sobredichas y otras semejantes que a cada paso vemos. Vna de las difiniciones del hombre, es dezir que es animal risible, porque sólo el hombre se rie, y no otro ningun animal; y yo digo que tambien se puede dezir que es animal llorable, animal que llora; y ansi como por la mucha risa se descubre el poco entendimiento, por el mucho llorar, el poco discurso. Por tres cosas es licito que llore el varon prudente: la vna, por auer pecado;   —182→   la segunda, por alcançar perdon del; la tercera, por estar zeloso: las demas lagrimas no dizen bien en vn rostro graue. Veamos, pues, desmayado a Periandro, y, ya que no llore de pecador ni arrepentido, llore de zeloso, que no faltarà quien disculpe sus lagrimas, y aun las enjugue, como hizo Auristela, la qual, con mas artificio que verdad, le puso en aquel estado. Voluio en fin en si, y, sintiendo pasos en la estancia, voluio la cabeça, y vio a sus espaldas a Ricla y a Constança,   -fol. 68v-   que entrauan a ver a Auristela, que lo tuuo a buena suerte: que, a dexarle solo, no hallara palabras con que responder a su señora, y assi se fue a pensarlas y a considerar en los consejos que le auia dado. Estaua tambien Sinforosa con desseo de saber que auto se auia proueydo en la audiencia de Amor en la primera vista de su pleyto, y sin duda que fuera la primera que entrara a ver a Auristela, y no Ricla y Constança; pero estoruòselo llegar vn recado de su padre el rey, que la mandaua yr a su presencia luego y sin escusa alguna. Obedeciole, fue a verle, y hallòle retirado y solo; hizola Policarpo sentar junto a si, y, al cabo de algun espacio que estuuo callando, con voz baxa, como que se recataua de que no le oyessen, la dixo:

-Hija, puesto que tus pocos años no estan obligados a sentir que cosa sea esto que llaman amor, ni los muchos mios esten ya sugetos a su jurisdicion, todauia tal vez sale de su curso la naturaleza, y se abrassan las niñas verdes, y se secan y consumen los viejos ancianos.

  —183→  

Quando esto oyo Sinforosa, imaginò, sin duda, que su padre sabia sus desseos; pero, con todo esso, calló, y no quiso interromperle hasta que mas se declarasse; y, en tanto que el se declaraua, a ella le estaua palpitando el coraçon en el pecho. Siguio, pues, su padre diziendo:

-Despues, ¡o hija mia!, que me faltó tu madre, me acogi a la sombra de tus regalos, cubrime con tu amparo, gouerneme por tus consejos, y he guardado, como has visto, las leyes de la viudez con toda puntualidad y recato, tanto por el credito de mi persona, como por guardar la fe catolica que professo; pero despues que han venido estos nueuos huespedes a nuestra ciudad, se ha desconcertado el relox de mi entendimiento, se ha turbado el curso de mi buena vida, y, finalmente, he caydo desde la cumbre de mi presuncion discreta hasta el abismo baxo de no se que desseos, que, si los callo,   -fol. 69r-   me matan, y, si los digo, me deshonran. No mas suspension, hija; no mas silencio, amiga; no mas; y si quieres que mas aya, sea el dezirte que muero por Auristela. El calor de su hermosura tierna ha encendido los huessos de mi edad madura; en las estrellas de sus ojos han tomado lumbre los mios, ya escuros; la gallardia de su persona ha alentado la floxedad de la mia. Querria, si fuesse possible, a ti y a tu hermana daros vna madrastra que su valor disculpe el darosla. Si tu vienes con mi parecer, no se me dara nada del que diran, y quando por esta, si pareciere locura, me quitaren el reyno, reyne yo en   —184→   los braços de Auristela, que no aura monarca en el mundo que se me yguale. Es mi intencion, hija, que tu se la digas, y alcances de ella el si que tanto me importa, que, a lo que creo, no se le hara muy dificultoso el darle, si con su discrecion recompensa y contrapone mi autoridad a mis años, y mi riqueza a los suyos. Bueno es ser reyna, bueno es mandar; gusto dan las honras, y no todos los passatiempos se cifran en los casamientos yguales. En albricias del si que me has de traer de esta embaxada que lleuas, te mando vna mejora en tu suerte, que, si eres discreta, como lo eres, no has de acertar a dessearla mejor. Mira: quatro cosas ha de procurar tener y sustentar el hombre principal, y son: buena muger, buena casa, buen cauallo y buenas armas. Las dos primeras, tan obligada està la muger a procurallas como el varon, y aun mas, porque no ha de leuantar la muger al marido, sino el marido a la muger; las magestades, las grandezas altas, no las aniquilan los casamientos humildes, porque, en casandose, ygualan consigo a sus mugeres; assi que, sease Auristela quien fuere, que, siendo mi esposa, será reyna, y su hermano Periandro mi cuñado, el qual, dandotelo yo por esposo, y honrandole con título de mi cuñado, vendras tu tambien a ser estimada, tanto por ser su   -fol. 69v-   esposa, como por ser mi hija.

-¿Pues cómo sabes tu, señor -dixo Sinforosa-, que no es Periandro casado, y, ya que no lo sea, quiera serlo conmigo?

  —185→  

-De que no lo sea -respondio el rey- me lo da a entender el verle andar peregrinando por estrañas tierras, cosa que lo estoruan los casamientos grandes; de que lo quiera ser tuyo, me lo certifica y assegura su discrecion, que es mucha, y caera en la cuenta de lo que contigo gana; y pues la hermosura de su hermana la haze ser reyna, no será mucho que la tuya le haga tu esposo.

Con estas vltimas palabras y con esta grande promessa, paladeò el rey la esperança de Sinforosa, y saboreòle el gusto de sus desseos, y assi, sin yr contra los de su padre, prometio ser casamentera, y admitio las albricias de lo que no tenia negociado; sólo le dixo que mirasse lo que hazía en darle por esposo a Periandro, que, puesto que sus habilidades acreditauan su valor, todauia sería bueno no arrojarse sin que primero la esperiencia y el trato de algunos dias le assegurasse; y diera ella porque en aquel punto se le dieran por esposo, todo el bien que acertara a dessearse en este mundo, los siglos que tuuiera de vida: que, las donzellas virtuosas y principales, vno dize la lengua, y otro piensa el coraçon.

Esto passaron Policarpo y su hija, y en otra estancia se mouio otra conuersacion y plática entre Rutilio y Clodio. Era Clodio, como se ha visto en lo que de su vida y costumbres queda escrito, hombre malicioso sobre discreto, de donde le nacia ser gentil maldiziente: que el tonto y simple, ni sabe murmurar, ni maldezir; y aunque   —186→   no es bien dezir bien mal, como ya otra vez se ha dicho, con todo esto, alaban al maldiziente discreto: que la agudeza maliciosa, no ay conuersacion que no la ponga en punto y de sabor, como la sal a los manjares, y, por lo menos, al maldiziente agudo, si le vituperan y condenan por perjudicial, no dexan de absoluerle y alabarle por discreto. Este, pues, nuestro murmurador,   -fol. 70r-   a quien su lengua desterro de su patria en compañia de la torpe y viciosa Rosamunda, auiendo dado ygual pena el rey de Inglaterra a su maliciosa lengua como a la torpeza de Rosamunda, hallandose solo con Rutilio, le dixo:

-Mira, Rutilio; necio es, y muy necio, el que, descubriendo vn secreto a otro, le pide encarecidamente que le calle, porque le importa la vida en que lo que le dize no se sepa. Digo yo agora: ven aca, descubridor de tus pensamientos y derramador de tus secretos: si a ti, con importarte la vida, como dizes, los descubres al otro a quien se los dizes, que no le importa nada el descubrillos, ¿cómo quieres que los cierre y recoja debaxo de la llaue del silencio? ¿Que mayor seguridad puedes tomar de que no se sepa lo que sabes, sino no dezillo? Todo esto se, Rutilio, y, con todo esto, me salen a la lengua y a la boca ciertos pensamientos, que rabian porque los ponga en voz y los arroje en las plaças antes que se me pudran en el pecho o rebiente con ellos. Ven aca, Rutilio: ¿que haze aqui este Arnaldo, siguiendo el cuerpo de Auristela como si fuesse su misma sombra, dexando su reyno a la   —187→   discrecion de su padre, viejo y quiça caduco, perdiendose aqui, anegandose alli, llorando aca, suspirando aculla, lamentandose amargamente de la fortuna que el mismo se fabrica? ¿Que diremos desta Auristela y deste su hermano, moços vagamundos, encubridores de su linage, quiça por poner en duda si son o no principales? Que, el que està ausente de su patria, donde nadie le conoce, bien puede darse los padres que quisiere, y, con la discrecion y artificio, parecer, en sus costumbres, que son hijos del sol y de la luna. No niego yo que no sea virtud digna de alabança mejorarse cada vno; pero ha de ser sin perjuyzio de tercero. El honor y la alabança son premios de la virtud, que siendo firme y solida se le deuen; mas no se le deue a la ficticia y hipocrita. ¿Quien puede ser este luchador, este esgrimidor, este corredor y saltador,   -fol. 70v-   este Ganimedes, este lindo, este aqui vendido, aculla comprado, este Argos de esta ternera de Auristela, que a penas nos la dexa mirar por brujula, que, ni sabemos, ni hemos podido saber deste par, tan sin par en hermosura, de donde vienen ni a do van? Pero lo que mas me fatiga de ellos es que, por los onze cielos que dizen que ay, te juro, Rutilio, que no me puedo persuadir que sean hermanos, y que, puesto que lo sean, no puedo juzgar bien de que ande tan junta esta hermandad por mares, por tierras, por desiertos, por campañas, por hospedages y mesones. Lo que gastan sale de las alforjas, saquillos y repuestos, llenos de pedaços de oro, de las barbaras   —188→   Ricla y Constança. Bien veo que aquella cruz de diamantes, y aquellas dos perlas que trae Auristela, valen vn gran tesoro; pero no son prendas que se cambian ni truecan por menudo. Pues pensar que siempre han de hallar reyes que los hospeden y príncipes que los fauorezcan, es hablar en lo escusado. ¿Pues que diremos, Rutilio, aora, de la fantasia de Transila y de la astrología de su padre, ella que rebienta de valiente, y el que se precia de ser el mayor judiciario del mundo? Yo apostarè que Ladislao, su esposo de Transila, tomara aora estar en su patria, en su casa y en su reposo, aunque passara por el estatuto y condicion de los de su tierra, y no verse en la agena, a la discrecion del que quisiere darles lo que han menester. ¿Y este nuestro barbaro español, en cuya arrogancia deue estar cifrada la valentia del orbe? Yo pondre que, si el cielo le lleua a su patria, que ha de hazer corrillos de gente, mostrando a su muger y a sus hijos embueltos en sus pellejos, pintando la isla barbara en vn lienço, y señalando con vna vara el lugar do estuuo encerrado quinze años, la mazmorra de los prisioneros, y la esperança inutil y ridícula de los barbaros, y el incendio no pensado de la isla; bien ansi como hazen los que,   -fol. 71r-   libres de la esclauitud turquesca, con las cadenas al ombro, auiendolas quitado de los pies, cuentan sus desuenturas con lastimeras vozes y humildes plegarias en tierra de christianos. Pero esto passe, que, aunque parezca que cuentan impossibles, a mayores peligros   —189→   està sugeta la condicion humana, y los de vn desterrado, por grandes que sean, pueden ser creederos.

-¿Adonde vas a parar, o Clodio? -dixo Rutilio.

-Voy a parar -respondio Clodio- en dezir de ti que mal podras vsar tu oficio en estas regiones, donde sus moradores no dançan ni tienen otros passatiempos sino lo que les ofrece Baco, en sus taças risueño, y en sus beuidas lasciuo; pararé tambien en mi, que, auiendo escapado de la muerte por la benignidad del cielo y por la cortesia de Arnaldo, ni al cielo doy gracias, ni a Arnaldo tampoco: antes querria procurar que, aunque fuesse a costa de su desdicha, nosotros enmendassemos nuestra ventura. Entre los pobres pueden durar las amistades, porque la ygualdad de la fortuna sirue de eslabonar los coraçones; pero entre los ricos y los pobres no puede auer amistad duradera, por la desygualdad que ay entre la riqueza y la pobreça.

-Filosofo estás, Clodio -replicò Rutilio-; pero yo no puedo imaginar que medio podremos tomar para mejorar, como dizes, nuestra suerte, si ella començo a no ser buena desde nuestro nacimiento. Yo no soy tan letrado como tu; pero bien alcanço que, los que nacen de padres humildes, si no los ayuda demasiadamente el cielo, ellos por si solos pocas vezes se leuantan adonde sean señalados con el dedo, si la virtud no les da la mano. ¿Pero a ti, quien te la   —190→   ha de dar, si la mayor que tienes es dezir mal de la misma virtud; y a mi, quien me ha de leuantar, pues, quando mas lo procure, no podre subir mas de lo que se alça vna cabriola? Yo dançador, tu murmurador; yo condenado a la horca, en mi patria, tu desterrado de la tuya   -fol. 71v-   por maldiziente: mira que bien podremos esperar que nos mejore.

Suspendiose Clodio con las razones de Rutilio, con cuya suspension dio fin a este capitulo el autor desta grande historia.



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ArribaAbajoCapitvlo sexto del segundo libro

Todos tenian con quien comunicar sus pensamientos: Policarpo con su hija, y Clodio con Rutilio; sólo el suspenso Periandro los comunicaua consigo mismo: que le engendraron tantos las razones de Auristela, que no sabía a qual acudir que le aliuiasse su pesadumbre.

-¡Valame Dios! ¿Que es esto? -dezia entre si mismo-. ¿Ha perdido el juyzio Auristela? ¡Ella mi casamentera! ¿Cómo es possible que aya dado al oluido nuestros conciertos? ¿Que tengo yo que ver con Sinforosa? ¿Que reynos ni que riquezas me pueden a mi obligar a que dexe a mi hermana Sigismunda, si no es dexando de ser yo Persiles?

En pronunciando esta palabra, se mordio la lengua y miró a todas partes, a ver si alguno le escuchaua; y assegurandose que no, prosiguio diziendo:

Sin duda, Auristela està zelosa: que los zelos se engendran, entre los que bien se quieren, del ayre que passa, del sol que toca, y aun de la tierra que pisa. ¡O señora mia, mira lo que hazes, no hagas agrauio a tu valor ni a tu belleza, ni me quites a mi la gloria de mis firmes pensamientos, cuya honestidad y firmeza me va   —192→   labrando vna inestimable corona de verdadero amante! Hermosa, rica y bien nacida es Sinforosa; pero, en tu comparacion, es fea, es pobre y de linage humilde. Considera, señora, que el amor nace y se engendra en nuestros pechos, o por eleccion, o por destino: el que por destino, siempre está en su punto; el que por eleccion, puede crecer o menguar, segun pueden menguar o crecer las causas que nos obligan y mueuen a querernos.   -fol. 72r-   Y siendo esta verdad tan verdad como lo es, hallo que mi amor no tiene terminos que le encierre, ni palabras que le declare; casi puedo dezir que desde las mantillas y faxas de mi niñez te quise bien, y aqui pongo yo la razon del destino; con la edad, y con el vso de la razon, fue creciendo en mi el conocimiento, y fueron creciendo en ti las partes que te hizieron amable; vilas, contemplélas, conocilas, grauélas en mi alma, y de la tuya y la mia hize vn compuesto tan vno y tan solo, que estoy por dezir que tendra mucho que hazer la muerte en diuidirle. Dexa, pues, bien mio, Sinforosas; no me ofrezcas agenas hermosuras, ni me combides con imperios ni monarquias, ni dexes que suene en mis oydos el dulce nombre de hermano con que me llamas. Todo esto que estoy diziendo entre mi, quisiera dezirtelo a ti por los mismos terminos con que lo voy fraguando en mi imaginacion; pero no será possible, porque la luz de tus ojos, y mas si me miran airados, ha de turbar mi vista y enmudecer mi lengua. Mejor será escriuirtelo en vn   —193→   papel, porque las razones seran siempre vnas, y las podras ver muchas vezes, viendo siempre en ellas vna verdad misma, vna fe confirmada, y vn desseo loable y digno de ser creido; y assi, determino de escriuirte.

Quietòse con esto algun tanto, pareciendole que con mas aduertido discurso pondria su alma en la pluma que en la lengua. Dexemos escriuiendo a Periandro, y vamos a oyr lo que dize Sinforosa a Auristela; la qual Sinforosa, con desseo de saber lo que Periandro auia respondido a Auristela, procurò verse con ella a solas, y darle de camino noticia de la intencion de su padre, creyendo que, a penas se la auria declarado, quando alcançasse el si de su cumplimiento, puesta en pensar que pocas vezes se desprecian las riquezas ni los señorios, especialmente de las mugeres, que por naturaleza las mas son codiciosas, como las mas son altiuas y soberuias. Quando Auristela vio a Sinforosa, no le plugo mucho su llegada, porque no tenia   -fol. 72v-   que responderle, por no auer visto mas a Periandro; pero Sinforosa, antes de tratar de su causa, quiso tratar de la de su padre, imaginandose que, con aquellas nueuas que a Auristela lleuaua, tan dignas de dar gusto, la tendria de su parte, en quien pensaua estar el todo de su buen sucesso, y assi le dixo:

-Sin duda alguna, bellissima Auristela, que los cielos te quieren bien, porque me parece que quieren llouer sobre ti venturas y mas venturas. Mi padre, el rey, te adora, y conmigo te   —194→   embia a dezir que quiere ser tu esposo; y en albricias del si que le has de dar, y yo se le he de lleuar, me ha prometido a Periandro por esposo. Ya, señora, eres reina; ya Periandro es mio; ya las riquezas te sobran, y si tus gustos en las canas de mi padre no te sobraren, sobrarte han en los del mando y en los de los vassallos, que estaran continuo atentos a tu seruicio. Mucho te he dicho, amiga y señora mia, y mucho has de hazer por mi: que de vn gran valor no se puede esperar menos que vn grande agradecimiento. Comience en nosotras a verse en el mundo dos cuñadas que se quieren bien, y dos amigas que sin doblez se amen, que si veran, si tu discrecion no se oluida de si misma. Y dime agora que es lo que respondio tu hermano a lo que de mi le dixiste, que estoy confiada de la buena respuesta, porque bien simple seria el que no recibiesse tus consejos como de vn oraculo.

A lo que respondio Auristela:

-Mi hermano Periandro es agradecido como principal cauallero, y es discreto como andante peregrino: que el ver mucho y el leer mucho auiua los ingenios de los hombres. Mis trabajos y los de mi hermano nos van leyendo en quanto deuemos estimar el sossiego, y pues que el que nos ofreces es tal, sin duda imagino que le auremos de admitir; pero hasta aora no me ha respondido nada Periandro, ni se de su voluntad cosa que pueda alentar tu esperança ni desmayarla. Da, ¡o   -fol. 73r-   bella Sinforosa!, algun tiempo al tiempo, y dexanos considerar el bien de tus   —195→   promesas, porque, puestas en obra, sepamos estimarlas. Las obras que no se han de hazer mas de vna vez, si se yerran, no se pueden enmendar en la segunda, pues no la tienen; y el casamiento es vna destas acciones, y assi, es menester que se considere bien antes que se haga, puesto que los terminos desta consideracion los doy por passados, y hallo que tu alcançaràs tus desseos, y yo admitire tus promesas y consejos. Y vete, hermana, y haz llamar de mi parte a Periandro, que quiero saber del alegres nueuas que dezirte, y aconsejarme con el de lo que me conuiene, como con hermano mayor, a quien deuo tener respeto y obediencia.

Abraçóla Sinforosa, y dexòla, por hazer venir a Periandro a que la viesse; el qual, en este tiempo, encerrado y solo, auia tomado la pluma, y, de muchos principios que en vn papel borrò y tornò a escriuir, quitò y añadio, en fin salio con vno que se dize dezia desta manera:

«No he osado fiar de mi lengua lo que de mi pluma, ni aun della fio algo, pues no puede escriuir cosa que sea de momento el que por instantes està esperando la muerte. Aora vengo a conocer que no todos los discretos saben aconsejar en todos los casos; aquellos, si, que tienen esperiencia, en aquellos sobre quien se les pide el consejo. Perdoname que no admito el tuyo, por parecerme, o que no me conoces, o que te has oluidado de ti misma; vuelue, señora, en ti, y no te haga vna vana presuncion   —196→   zelosa salir de los límites de la grauedad y peso de tu raro entendimiento. Considera quien eres, y no se te oluide de quien yo soy, y veràs en ti el término del valor que puede dessearse, y en mi el amor y la firmeza que puede imaginarse; y firmandote en esta cunsideracion discreta, no temas que agenas hermosuras me enciendan, ni imagines que a tu incomparable virtud y belleza otra alguna se anteponga. Sigamos   -fol. 73v-   nuestro viage, cumplamos nuestro voto, y quedense a parte zelos infructuosos y mal nacidas sospechas. La partida desta tierra solicitaré con toda diligencia y breuedad, porque me parece que, en salir della, saldre, del infierno de mi tormento, a la gloria de verte sin zelos.»

Esto fue lo que escriuio Periandro, y lo que dexò en limpio al cabo de auer hecho seys borradores; y, doblando el papel, se fue a ver a Auristela, de cuya parte ya le auian llamado.



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ArribaAbajoCapitvlo septimo del segundo libro, diuidido en dos partes

[Primera parte]


Rvtilio y Clodio, aquellos dos que querian enmendar su humilde fortuna, confiados el vno de su ingenio y el otro de su poca verguença, se imaginaron merecedores el vno de Policarpa y el otro de Auristela; a Rutilio le contentò mucho la voz y el donayre de Policarpa, y a Clodio la sin ygual belleza de Auristela, y andauan buscando ocasion como descubrir sus pensamientos sin que les viniesse mal por declararlos: que es bien que tema vn hombre baxo y humilde que se atreue a dezir a vna muger principal lo que no auia de atreuerse a pensarlo siquiera; pero tal vez acontece que la desemboltura de vna poco honesta, aunque principal señora, da motiuo a que vn hombre humilde y baxo ponga en ella los ojos y le declare sus pensamientos. Ha de ser anexo a la muger principal el ser graue, el ser compuesta y recatada, sin que por esto sea soberuia, desabrida y descuydada; tanto ha de parecer mas humilde y mas graue vna muger, quanto es mas señora. Pero en estos dos caualleros y nueuos amantes, no nacieron sus desseos de las desembolturas y   —198→   poca grauedad de sus señoras; pero, nazcan de do nacieren, Rutilio, en fin, escriuio vn papel a Policarpa, y Clodio a Auristela, del tenor que se sigue:

  -fol. 74r-  

RUTILIO A POLICARPA

«Señora, yo soy estrangero, y, aunque te diga grandezas de mi linage, como no tengo testigos que las confirmen, quiça no hallaràn credito en tu pecho; aunque, para confirmacion de que soy illustre en linage, basta que he tenido atreuimiento de dezirte que te adoro. Mira que prueuas quieres que haga para confirmarte en esta verdad, que a ti estara el pedirlas, y a mi el hazerlas; y pues te quiero para esposa, imagina que desseo como quien soy, y que merezco como desseo: que de altos espiritus es aspirar a las cosas altas. Dame siquiera con los ojos respuesta deste papel, que, en la blandura o rigor de tu vista, vere la sentencia de mi muerte o de mi vida.»

Cerrò el papel Rutilio, con intencion de darsele a Policarpa, arrimandose al parecer de los que dizen: diselo tu vna vez, que no falta[rá] quien se lo acuerde ciento. Mostroselo primero a Clodio, y Clodio le mostro a el otro que para Auristela tenia escrito, que es este que se sigue:

  —199→  

CLODIO A AURISTELA

«Vnos entran en la red amorosa con el ceuo de la hermosura, otros con los del donayre y gentileza, otros con los del valor que consideran en la persona a quien determinan rendir su voluntad; pero yo por diferente manera he puesto mi garganta a su yugo, mi ceruiz a su coyunda, mi voluntad a sus fueros, y mis pies a sus grillos, que ha sido por la de la lástima: que ¿qual es el coraçon de piedra que no la tendra, hermosa señora, de verte vendida y comprada, y en tan estrechos pasos puesta, que has llegado al vltimo de la vida por momentos? El yerro y despiadado azero ha amenazado tu garganta, el fuego ha abrasado las ropas de tus vestidos, la nieue tal vez te ha tenido yerta, y la hambre enflaquecida, y de amarilla tez cubiertas las rosas de tus mexillas, y, finalmente, el agua   -fol. 74v-   te ha sorbido y vomitado; y estos trabajos no se con que fuerças los lleuas, pues no te las pueden dar las pocas de vn rey vagamundo, y que te sigue por solo el interes de gozarte, ni las de tu hermano, si lo es, son tantas, que te puedan alentar en tus miserias. No fies, señora, de promesas remotas, y arrimate a las esperanças propinquas, y escoge vn modo de vida que te assegure la que el cielo quisiere darte. Moço soy, habilidad tengo para saber viuir en los mas vltimos rincones de la tierra;   —200→   yo dare traça còmo sacarte desta y librarte de las importunaciones de Arnaldo, y, sacandote deste Egipto, te lleuarè a la tierra de promission, que es España, o Francia, o Italia, ya que no puedo viuir en Inglaterra, dulce y amada patria mia; y, sobre todo, me ofrezco a ser tu esposo, y desde luego te aceto por mi esposa.»

Auiendo oydo Rutilio el papel de Clodio, dixo:

-Verdaderamente, nosotros estamos faltos de juyzio, pues nos queremos persuadir que podemos subir al cielo sin alas, pues las que nos da nuestra pretension son las de la hormiga. Mira, Clodio: yo soy de parecer que rasguemos estos papeles, pues no nos ha forçado a escriuirlos ninguna fuerça amorosa, sino vna ociosa y baldia voluntad, porque el amor ni nace ni puede crecer si no es al arrimo de la esperança, y, faltando ella, falta el de todo punto. Pues ¿por que queremos auenturarnos a perder, y no a ganar, en esta empresa? Que el declararla, y el ver a nuestras gargantas arrimado el cordel o el cuchillo, ha de ser todo vno; demas, que, por mostrarnos enamorados, auremos de parecer, sobre desagradecidos, traidores. ¿Tu no ves la distancia que ay de vn maestro de dançar que enmendo su oficio con aprender el de platero, a vna hija de vn rey, y la que ay de vn desterrado murmurador a la que desecha y menosprecia reynos? Mordamonos la lengua, y llegue nuestro arrepentimiento a do ha llegado nuestra   —201→   necedad. A lo menos, este mi papel   -fol. 75r-   se dara primero al fuego o al viento que a Policarpa105.

-Haz tu lo que quisieres del tuyo -respondio Clodio-, que el mio, aunque no le de a Auristela, le pienso guardar por honra de mi ingenio; aunque temo que, si no se le doy, toda la vida me ha de morder la conciencia de auer tenido este arrepentimiento, porque el tentar no todas las vezes daña.

Estas razones passaron entre los dos fingidos amantes, y atreuidos y necios de veras. Llegóse, en fin, el punto de hablar a solas Periandro con Auristela, y entrò a verla, con intencion de darle el papel que auia escrito; pero, assi como la vio, oluidandose de todos los discursos y disculpas que lleuaua preuenidas, le dixo:

-Señora, mirame bien, que yo soy Periandro, que fuy el que fue Persiles, y soy el que tu quieres que sea Periandro. El nudo con que estan atadas nuestras voluntades, nadie le puede desatar sino la muerte; y, siendo esto assi, ¿de que te sirue darme consejos tan contrarios a esta verdad? Por todos los cielos, y por ti misma, mas hermosa que ellos, te ruego que no nombres mas a Sinforosa, ni imagines que su belleza ni sus tesoros han de ser parte a que yo oluide las minas de tus virtudes y la hermosura incomparable tuya, assi del cuerpo como del alma. Esta mia, que respira por la tuya, te ofrezco de nueuo, no con mayores ventajas que aquellas con que te la ofreci la vez primera que mis ojos te vieron, porque no ay clausula que   —202→   añadir a la obligacion en que quedè de seruirte, el punto que en mis potencias se imprimio el conocimiento de tus virtudes. Procura, señora, tener salud, que yo procuraré la salida de esta tierra, y dispondre lo mejor que pudiere nuestro viage: que, aunque Roma es el cielo de la tierra, no està puesta en el cielo, y no aura trabajos ni peligros que nos nieguen del todo el llegar a ella, puesto que los aya para dilatar el camino; tente al tronco y a las ramas de tu mucho valor, y   -fol. 75v-   no imagines que ha de auer en el mundo quien se le oponga.

En tanto que Periandro esto dezia, le estaua mirando Auristela con ojos tiernos, y con lagrimas de zelos y compassion nacidas; pero, en fin, haziendo efeto en su alma las amorosas razones de Periandro, dio lugar a la verdad que en ellas venía encerrada, y respondiole seys o ocho palabras, que fueron:

-Sin hazerme fuerça, dulce amado, te creo; confiada, te pido que con breuedad salgamos desta tierra: que, en otra, quiça conualecere de la enfermedad zelosa que en este lecho me tiene.

-Si yo huuiera dado, señora -respondio Periandro-, alguna ocasion a tu enfermedad, lleuara en paciencia tus quexas, y en mis disculpas hallaras tu el remedio de tus lástimas; pero como no te he ofendido, no tengo de que disculparme. Por quien eres, te suplico que alegres los coraçones de los que te conocen, y sea breuemente, pues faltando la ocasion de tu enfermedad,   —203→   no ay para que nos mates con ella. Pondre en efeto lo que me mandas: saldremos desta tierra con la breuedad possible.

-¿Sabes quanto te importa, Periandro? -respondio Auristela-; pues has de saber que me van lisongeando promesas y apretando dadiuas; y no como quiera: que, por lo menos, me ofrecen este reyno. Policarpo el rey106 quiere ser mi esposo; hamelo embiado a dezir con Sinforosa, su hija, y ella, con el fauor que piensa tener en mi siendo su madrastra, quiere que seas su esposo. Si esto puede ser, tu lo sabes, y si estamos en peligro, consideralo, y, conforme a esto, aconsejate con tu discrecion, y busca el remedio que nuestra necessidad pide. Y perdoname, que la fuerça de las so[s]pechas han sido las que me han forçado a ofenderte; pero estos yerros facilmente los perdona el amor.

-Del se dize -replicò Periandro- que no puede estar sin zelos, los quales, quando de debiles y flacas ocasiones nacen, le hazen crecer, siruiendo de espuelas   -fol. 76r-   a la voluntad, que, de puro confiada, se entibia, o, a lo menos, parece que se desmaya. Y, por lo que deues a tu buen entendimiento, te ruego que, de aqui adelante, me mires, no con mejores ojos, pues no los puede auer en el mundo tales como los tuyos, sino con voluntad mas llana y menos puntuosa, no leuantando algun descuydo mio, mas pequeño que vn grano de mostaça, a ser monte que llegue a los cielos, llegando a los zelos; y, en lo demas, con tu buen juyzio entreten al rey y a   —204→   Sinforosa, que no la ofenderas en fingir palabras que se encaminan a conseguir buenos desseos. Y queda en paz, no engendre en algun mal pecho alguna mala sospecha nuestra larga plática.

Con esto la dexò Periandro, y, al salir de la estancia, encontro con Clodio y Rutilio: Rutilio acabando de romper el papel que auia escrito a Policarpa, y Clodio doblando el suyo para ponerselo en el seno; Rutilio arrepentido de su loco pensamiento, y Clodio satisfecho de su habilidad y vfano de su atreuimiento; pero andara el tiempo y llegarà el punto donde diera el por no auerle escrito la mitad de la vida, si es que las vidas pueden partirse.



  —205→  

ArribaAbajoCapitvlo septimo del segundo libro

[Segunda parte]


Andaua el rey Policarpo alboroçado con sus amorosos pensamientos, y desseoso, ademas, de saber la resolucion de Auristela, tan confiado y tan seguro que auia de corresponder a lo que desseaua, que ya consigo mismo traçaua las bodas, concertaua las fiestas, inuentaua las galas, y aun hazía mercedes en esperança del venidero matrimonio. Pero, entre todos estos dissinios, no tomaua el pulso a su edad, ni ygualaua con discrecion la disparidad que ay de diez y siete años a setenta;   -fol. 76v-   y, quando fueran sesenta, es tambien grande la distancia: ansi halagan y lisongean los lasciuos desseos las voluntades, assi engañan los gustos imaginados a los grandes entendimientos, assi tiran y lleuan tras si las blandas imaginaciones a los que no se resisten en los encuentros amorosos. Con diferentes pensamientos estaua Sinforosa, que no se asseguraua de su suerte, por ser cosa natural que, quien mucho dessea, mucho teme; y las cosas que podian poner alas a su esperança, como eran su valor, su linage y hermosura, essas mismas se las cortauan, por ser propio de los amantes   —206→   rendidos pensar siempre que no tienen partes que merezcan ser amadas de los que bien quieren. Andan el amor y el temor tan apareados, que, a do quiera que voluais la cara, los vereis juntos; y no es soberuio el amor, como algunos dizen, sino humilde, agradable y manso; y tanto, que suele perder de su derecho por no dar a quien bien quiere pesadumbre; y mas, que como todo amante tiene en sumo precio y estima la cosa que ama, huye de que de su parte nazca alguna ocasion de perderla. Todo esto, con mejores discursos que su padre, consideraua la bella Sinforosa, y, entre temor y esperança puesta, fue a ver a Auristela y a saber della lo que esperaua y temia. En fin se vio Sinforosa con Auristela, y sola, que era lo que ella mas desseaua; y era tanto el desseo que tenia de saber las nueuas de su buena o mala andança, que, assi como entrò a verla, sin que la hablasse palabra, se la puso a mirar ahincadamente, por ver si en los mouimientos de su rostro le daua señales de su vida o muerte. Entendiola Auristela, y, a media risa, quiero dezir, con muestras alegres, le dixo:

-Llegaos, señora, que a la rayz del arbol de vuestra esperança no ha puesto el temor segur para cortar. Bien es verdad que vuestro bien y el mio se han de dilatar algun tanto; pero en fin llegarán, porque, aunque   -fol. 77r-   ay inconuenientes que suelen impedir el cumplimiento de los justos desseos, no por esso ha de tener la des[es]peracion fuerças para no esperalle. Mi hermano dize   —207→   que el conocimiento que tiene de tu valor y hermosura no solamente le obliga, pero que le fuerça a quererte, y tiene a bien y a merced particular la que le hazes en querer ser suya107; pero antes que venga a tan dichosa possession, ha menester defraudar las esperanças que el principe Arnaldo tiene de que yo he de ser su esposa, y sin duda lo fuera yo, si el serlo tu de mi hermano no lo estoruara: que has de saber, hermana mia, que assi puedo yo viuir sin Periandro, como puede viuir vn cuerpo sin alma: alli tengo de viuir donde el viuiere, el es el espiritu que me mueue y el alma que me anima; y siendo esto assi, y el se casa en esta tierra contigo, ¿cómo podre yo viuir en la de Arnaldo en ausencia de mi hermano? Para escusar este desman que me amenaza, ordena que nos vamos con el a su reyno, desde el qual le pediremos licencia para yr a Roma a cumplir vn voto cuyo cumplimiento nos sacò de nuestra tierra; y està claro, como la esperiencia me lo ha mostrado, que no ha de salir vn punto de mi voluntad. Puestos, pues, en nuestra libertad, facil cosa será dar la vuelta a esta isla, donde, burlando sus esperanças, veamos el fin de las nuestras, yo casandome con tu padre, y mi hermano contigo.

A lo que respondio Sinforosa:

-No se, hermana, con que palabras podre encarecer la merced que me has hecho con las que me has dicho, y assi la dexaré en su punto, porque no se cómo esplicarlo; pero esto que   —208→   aora dezirte quiero, recibelo antes por aduertimiento que por consejo: aora estás en esta tierra, y en poder de mi padre, que te podra y querra defender de todo el mundo, y no será bien que se ponga en contingencia la seguridad de tu possession. No le ha de ser possible a Arnaldo   -fol. 77v-   lleuaros por fuerça a ti y a tu hermano, y hale de ser forçoso, si no querer, a lo menos, consentir lo que mi padre quisiere, que le tiene en su reyno y en su casa. Assegurame tu, ¡o hermana!, que tienes voluntad de ser mi señora, siendo esposa de mi padre, y que tu hermano no se ha de desdeñar de ser mi señor y esposo: que yo te dare llanas todas las dificultades e inconuenientes que para llegar a este efeto pueda poner Arnaldo.

A lo que respondio Auristela:

-Los varones prudentes, por los casos passados y por los presentes, juzgan los que estan por venir. A hazernos fuerça pública o secreta tu padre en nuestra detencion, ha de irritar y despertar la colera de Arnaldo, que en fin es rey poderoso, a lo menos lo es mas que tu padre, y los reyes, burlados y engañados, facilmente se acomodan a vengarse; y assi, en lugar de auer recebido con nuestro parentesco gusto, recibiriades daño, trayendoos la guerra a vuestras mismas casas. Y si dixeres que este temor se ha de tener siempre, ora nos quedemos aqui, ora voluamos despues, considerando que nunca los cielos aprietan tanto los males, que no dexen alguna luz con que se descubra la de su remedio,   —209→   soy de parecer que nos vamos con Arnaldo, y que tu misma, con tu discrecion y auiso, solicites nuestra partida: que en esto solicitaràs y abreuiarás nuestra buelta, y aqui, si no en reynos tan grandes como los de Arnaldo, a lo menos en paz mas segura, gozarè yo de la prudencia de tu padre, y tu de la gentileza y bondad de mi hermano, sin que se diuidan y aparten nuestras almas.

Oyendo las quales razones, Sinforosa, loca de contento, se abalançò a Auristela y le echò los braços al cuello, midiendole la boca y los ojos con sus hermosos labios. En esto vieron entrar por la sala a los dos, al parecer, barbaros, padre y hijo, y a Ricla y Constança, y luego tras ellos entraron Mauricio, Ladislao y Transila, desseosos de ver y hablar a Auristela   -fol. 78r-   y saber en que punto estaua su enfermedad, que los tenia a ellos sin salud. Despidiose Sinforosa mas alegre y mas engañada que quando auia entrado: que los coraçones enamorados creen con mucha facilidad aun las sombras de las promesas de su gusto. El anciano Mauricio, despues de auer passado con Auristela las ordinarias preguntas y respuestas que suelen passar entre los enfermos y los que los visitan, dixo:

-Si los pobres, aunque mendigos, suelen lleuar con pesadumbre el verse desterrados o ausentes de su patria, donde no dexaron sino los terrones que los sustentauan, ¿que sentiran los ausentes que dexaron en su tierra los bienes   —210→   que de la fortuna pudieran prometerse? Digo esto, señora, porque mi edad, que con pressurosos pasos me va acercando al vltimo fin, me haze dessear verme en mi patria, adonde mis amigos, mis parientes y mis hijos me cierren los ojos y me den el vltimo vale. Este bien y merced conseguiremos todos quantos aqui estamos, pues todos somos estrangeros y ausentes, y todos, a lo que creo, tenemos en nuestras patrias lo que no hallaremos108 en las agenas, si tu, señora, quisieres solicitar nuestra partida, o, a lo menos, teniendo por bien que nosotros la procuremos, puesto que no será possible el dexarte, porque tu generosa condicion y rara hermosura, acompañada de la discrecion, que admira, es la piedra yman de nuestras voluntades.

-A lo menos -dixo a esta sazon Antonio el padre-, de la mia y de las de mi muger y hijos lo es de suerte, que primero dexaré la vida, que dexar la compañia de la señora Auristela, si es que ella no se desdeña de la nuestra.

-Yo os agradezco, señores -respondio Auristela-, el desseo que me aueis mostrado, y aunque no está en mi mano corresponder a el como deuia, todauia hare que le pongan en efeto el principe Arnaldo y mi hermano Periandro, sin que sea parte mi enfermedad, que ya es salud, a impedirle. En tanto, pues, que llega el felice dia y punto de nuestra partida,   -fol. 78v-   ensanchad los coraçones, y no deis lugar que reyne en ellos la malencolia, ni penseis en peligros   —211→   venideros: que, pues el cielo de tantos nos ha sacado, sin que otros nos sobreuengan, nos lleuarà a nuestras dulces patrias: que los males que no tienen fuerças para acabar la vida, no la han de tener para acabar la paciencia.

Admirados quedaron todos de la respuesta de Auristela, porque en ella se descubrio su coraçon piadoso y su discrecion admirable. Entrò en este instante el rey Policarpo, alegre sobre manera, porque ya auia sabido de Sinforosa, su hija, las prometidas esperanças del cumplimiento de sus entre castos y lasciuos desseos: que los impetus amorosos que suelen parecer en los ancianos, se cubren y disfraçan con la capa de la hipocresia: que no ay hipocrita, si no es conocido por tal, que dañe a nadie sino a si mismo, y los viejos, con la sombra del matrimonio, dissimulan sus deprauados apetitos. Entraron con el rey Arnaldo y Periandro, y dandole el parabien a Auristela de la mejoria, mandò el rey que, aquella noche, en señal de la merced que del cielo todos en la mejoria de Auristela auian recebido, se hiziessen luminarias en la ciudad, y fiestas y regozijos ocho dias continuos. Periandro lo agradecio, como hermano de Auristela, y Arnaldo, como amante que pretendia ser su esposo. Regozijauase Policarpo alla entre si mismo en considerar quan suauemente se yua engañando Arnaldo, el qual, admirado con la mejoria de Auristela, sin que supiesse los dissinios de Policarpo, buscaua modos de salir de su ciudad, pues tanto quanto mas se   —212→   dilataua su partida, tanto mas, a su parecer, se alongaua el cumplimiento de su desseo. Mauricio, tambien desseoso de voluer a su patria, acudio a su ciencia, y hallò en ella que grandes dificultades auian de impedir su partida; comunicòlas con Arnaldo y Periandro, que ya auian sabido los intentos de Sinforosa y   -fol. 79r-   Policarpo, que les puso en mucho cuydado, por saber cierto, quando el amoroso desseo se apodera de los pechos poderosos, suele romper por qualquiera dificultad, hasta llegar al fin de ellos; no se miran respetos, ni se cumplen palabras, ni guardan obligaciones; y assi, no auia para que fiarse en las pocas o ninguna en que Policarpo les estaua. En resolucion, quedaron los tres de acuerdo que Mauricio buscasse vn vaxel, de muchos que en el puerto estauan, que los lleuasse a Inglaterra secretamente, que para embarcarse no faltaria modo conuenible, y que, en este entretanto, no mostrasse ninguno señales de que tenian noticia de los dissinios de Policarpo. Todo esto se comunicò con Auristela, la qual aprouo su parecer, y entrò en nueuos cuydados de mirar por su salud y por la de todos.



  —213→  

ArribaAbajoCapitvlo octavo del segundo libro

Da Clodio el papel a Auristela; Antonio, el barbaro, le mata por yerro


Dize la historia que llegò a tanto la insolencia o, por mejor dezir, la desuerguença de Clodio, que tuuo atreuimiento de poner en las manos de Auristela el desuergonçado papel que la auia escrito, engañada con que le dixo que eran vnos versos deuotos, dignos de ser leidos y estimados. Abrio Auristela el papel, y pudo con ella tanto la curiosidad, que no dio lugar al enojo para dexalle de leer hasta el cabo; leyole, en fin, y voluiendole a cerrar, puestos los ojos en Clodio, y no echando por ellos rayos de amorosa luz, como las mas vezes solia, sino centellas de rabioso fuego, le dixo:

-Quitateme   -fol. 79v-   de delante, hombre maldito y desuergonçado: que, si la culpa deste tu atreuido disparate, entendiera que auia nacido de algun descuydo mio que menoscabara mi credito y mi honra, en mi misma castigara tu atreuimiento; el qual no ha de quedar sin castigo, si ya entre tu locura y mi paciencia no se pone el tenerte lástima.

Quedò atonito Clodio, y diera el por no   —214→   auerse atreuido la mitad de la vida, como ya se ha dicho; rodearonle luego el alma mil temores, y no se daua mas término de vida, que lo que tardassen en saber su vellaqueria Arnaldo o Periandro; y, sin replicar palabra, baxò los ojos, voluio las espaldas, y dexò sola a Auristela, cuya imaginacion ocupò vn temor, no vano, sino muy puesto en razon, de que Clodio, desesperado, auia de dar en traydor, aprouechandose de los intentos de Policarpo, si a caso a su noticia viniesse, y determinò darla de aquel caso a Periandro y Arnaldo.

Sucedio en este tiempo que, estando Antonio el moço solo en su aposento, entrò a deshora vna muger en el, de hasta quarenta años de edad, que, con el brio y donayre, deuia de encubrir otros diez, vestida, no al vso de aquella tierra, sino al de España; y aunque Antonio no conocia de vsos sino de los que auia visto en los de la barbara isla donde se auia criado y nacido, bien conocio ser estrangera de aquella tierra. Leuantóse Antonio a recebirla cortesmente, porque no era tan barbaro que no fuesse bien criado; sentaronse, y la dama -si en tantos años de edad es justo se le de este nombre-, despues de auer estado atenta mirando el rostro de Antonio, dixo:

-Parecerte ha nouedad, ¡o mancebo!, esta mi venida a verte, porque no deues de estar en vso de ser visitado de mugeres, auiendote criado, segun he sabido, en la isla barbara, y no entre barbaros, sino entre riscos y peñas, de las quales,   —215→   si como sacaste la belleza y brio que tienes, has sacado tambien   -fol. 80r-   la dureza en las entrañas, la blandura de las mias temo que no me ha de ser de prouecho. No te desuies, sossiegate y no te alborotes, que no està hablando contigo algun mostruo ni persona que quiera dezirte ni aconsejarte cosas que vayan fuera de la naturaleza humana; mira que te hablo español, que es la lengua que tu sabes, cuya conformidad suele engendrar amistad entre los que no se conocen. Mi nombre es Zenotia; soy natural de España, nacida y criada en Alhama, ciudad del reyno de Granada; conocida por mi nombre en todos los de España, y aun entre otros muchos, porque mi habilidad no consiente que mi nombre se encubra, haziendome conocida mis obras. Sali de mi patria aura quatro años, huyendo de la vigilancia que tienen los mastines veladores que en aquel reyno tienen del catolico rebaño; mi estirpe es agarena; mis exercicios, los de Zoroastes, y en ellos soy vnica. ¿Ves este sol que nos alumbra? Pues si, para señal de lo que puedo, quieres que le quite los rayos y le assombre con nubes, pidemelo, que hare que a esta claridad suceda en vn punto escura noche; o ya, si quisieres ver temblar la tierra, pelear los vientos, alterarse el mar, encontrarse los montes, bramar las fieras, o otras espantosas señales que nos representen la confusion del caos primero, pidelo, que tu quedaràs satisfecho, y yo acreditada. Has de saber ansimismo que en aquella ciudad de Alhama siempre ha auido alguna muger   —216→   de mi nombre109, la qual, con el apellido de Zenotia, hereda esta ciencia, que no nos enseña a ser hechizeras, como algunos nos llaman, sino a ser encantadoras y magas, nombres que nos vienen mas al propio. Las que son hechizeras, nunca hazen cosa que para alguna cosa sea de prouecho: exercitan sus burlerias con cosas, al parecer, de burlas, como son hauas mordidas, agujas sin puntas, alfileres sin cabeça, y cabellos cortados en crecientes o menguantes de luna; vsan de caracteres   -fol. 80v-   que no entienden, y, si algo alcançan, tal vez, de lo que pretenden, es, no en virtud de sus simplicidades, sino porque Dios permite, para mayor condenacion suya, que el demonio las engañe. Pero nosotras, las que tenemos nombre de magas y de encantadoras, somos gente de mayor quantia: tratamos con las estrellas, contemplamos el mouimiento de los cielos, sabemos la virtud de las yeruas, de las plantas, de las piedras, de las palabras, y, juntando lo actiuo a lo passiuo, parece que hazemos milagros, y nos atreuemos a hazer cosas tan estupendas, que causan admiracion a las gentes, de donde nace nuestra buena o mala fama: buena, si hazemos bien con nuestra habilidad; mala, si hazemos mal con ella. Pero como la naturaleza parece que nos inclina antes al mal que al bien, no podemos tener tan a raya los desseos, que no se deslizen a procurar el mal ageno: que ¿quien quitará al ayrado y ofendido que no se vengue? ¿Quien al amante desdeñado que no quiera, si puede, reduzir a ser   —217→   querido del que le aborrece? Puesto que en mudar las voluntades, sacarlas de su quicio, como esto es yr contra el libre aluedrio, no ay ciencia que lo pueda, ni virtud de yeruas que lo alcancen.

A todo esto que la española Zenotia dezia, la estaua mirando Antonio, con desseo grande de saber que suma tendria tan larga cuenta; pero la Zenotia prosiguio diziendo:

-Digote, en fin, barbaro discreto, que la persecucion de los que llaman inquisidores en España, me arrancò de mi patria: que, quando se sale por fuerça della, antes se puede llamar arrancada que salida. Vine a esta isla por estraños rodeos, por infinitos peligros, casi siempre como si estuuieran cerca, voluiendo la cabeça atras, pensando que me mordian las faldas los perros, que aun hasta aqui temo; dime presto a conocer al rey antecessor de Policarpo; hize algunas marauillas, con que dexè marauillado   -fol. 81r-   al pueblo; procurè hazer vendible mi ciencia tan en mi prouecho, que tengo juntos mas de treynta mil escudos en oro; y, estando atenta a esta ganancia, he viuido castamente, sin procurar otro algun deleyte, ni le procurara si mi buena o mi mala fortuna no te huuieran traido a esta tierra, que en tu mano està darme la suerte que quisieres. Si te parezco fea, yo hare de modo que me juzgues por hermosa; si son pocos treynta mil escudos que te ofrezco, alarga tu desseo y ensancha los sacos de la codicia y los senos, y comiença desde luego a contar   —218→   quantos dineros acertares a dessear. Para tu seruicio sacaré las perlas que encubren las conchas del mar, rendire y traere a tus manos las aues que rompen el ayre, hare que te ofrezcan sus frutos las plantas de la tierra, hare que brote del abismo lo mas precioso que en el se encierra, harete inuencible en todo, blando en la paz, temido en la guerra; en fin, enmendaré tu suerte de manera que seas siempre inuidiado, y no inuidioso. Y, en cambio destos bienes que te he dicho, no te pido que seas mi esposo, sino que me recibas por tu esclaua: que, para ser tu esclaua, no es menester que me tengas voluntad como para ser esposa, y, como yo sea tuya, en qualquier modo que lo sea, viuire contenta. Comiença, pues, ¡o generoso mancebo!, a mostrarte prudente, mostrandote agradecido: mostrarte has prudente, si, antes que me agradezcas estos desseos, quisieres hazer esperiencia de mis obras; y, en señal de que assi lo haras, alegrame el alma aora con darme alguna señal de paz, dandome a tocar tu valerosa mano.

Y diziendo esto, se leuantò para yr a abraçarle. Antonio, viendo lo qual, lleno de confusion, como si fuera la mas retirada donzella del mundo, y como si enemigos combatieran el castillo de su honestidad, se puso a defenderle, y, leuantandose, fue a tomar su arco, que siempre, o le traia consigo, o le tenia   -fol. 81v-   junto a si, y poniendo en el vna flecha, hasta veynte pasos desuiado de la Zenotia, le encarò la flecha. No le contentò mucho a la enamorada dama la postura amenazadora   —219→   de muerte de Antonio, y, por huyr el golpe, desuiò el cuerpo, y passò la flecha volando por junto a la garganta -en esto mas barbaro Antonio de lo que parecia en su trage-. Pero no fue el golpe de la flecha en vano, porque a este instante entraua por la puerta de la estancia el maldiziente Clodio, que le siruio de blanco, y le passò la boca y la lengua, y le dexò la vida en perpetuo silencio: castigo merecido a sus muchas culpas. Voluio la Zenotia la cabeça, vio el mortal golpe que auia hecho la flecha, temio la segunda, y, sin aprouecharse de lo mucho que con su ciencia se prometia, llena de confusion y de miedo, tropeçando aqui y cayendo alli, salio del aposento, con intencion de vengarse del cruel y desamorado moço.



  —220→  

ArribaAbajoCapitvlo nveve del segundo libro

No le quedò sabrosa la mano a Antonio del golpe que auia hecho: que, aunque acerto errando, como no sabía las culpas de Clodio, y auia visto la de la Zenotia, quisiera auer sido mejor certero. Llegóse a Clodio, por ver si le quedauan algunas reliquias de vida, y vio que todas se las auia lleuado la muerte; cayo en la cuenta de su yerro, y tuuose verdaderamente por barbaro. Entrò en esto su padre, y, viendo la sangre y el cuerpo muerto de Clodio, conocio por la flecha que aquel golpe auia sido hecho por la mano de su hijo. Preguntóselo, y respondiole que si; quiso saber la   -fol. 82r-   causa, y tambien se la dixo; admiróse el padre; lleno de indignacion, le dixo:

-Ven aca, barbaro; si a los que te aman y te quieren procuras quitar la vida, ¿que haras a los que te aborrecen? Si tanto presumes de casto y honesto, defiende tu castidad y honestidad con el sufrimiento: que los peligros semejantes no se remedian con las armas ni con esperar los encuentros, sino con huyr de ellos. Bien parece que no sabes lo que le sucedio a aquel mancebo hebreo que dexò la capa en manos de la lasciua señora que le solicitaua. Dexaras tu, ignorante,   —221→   essa tosca piel que traes vestida, y esse arco, con que presumes vencer a la misma valentia; no le armaras contra la blandura de vna muger rendida, que, quando lo està, rompe por qualquier inconueniente que a su desseo se oponga. Si con esta condicion passas adelante en el discurso de tu vida, por barbaro serás tenido, hasta que la acabes, de todos los que te conocieren. No digo yo que ofendas a Dios en ningun modo, sino que reprehendas, y no castigues, a las que quisieren turbar tus honestos pensamientos; y aparejate para mas de vna batalla, que la verdura de tus años y el gallardo brio de tu persona, con muchas batallas te amenazan; y no pienses que has de ser siempre solicitado, que alguna vez solicitarás, y, sin alcançar tus desseos, te alcançarà la muerte en ellos.

Escuchaua Antonio a su padre, los ojos puestos en el suelo, tan vergonçoso como arrepentido. Y lo que le respondio, fue:

-No mires, señor, lo que hize, y pesame de auerlo hecho; procurarè enmendarme de aqui adelante, de modo que no parezca barbaro por riguroso, ni lasciuo por manso; dese orden de enterrar a Clodio, y de hazerle la satisfacion mas conueniente que ser pudiere.

Ya en esto auia volado por el palacio la muerte de Clodio; pero [no] la causa   -fol. 82v-   de ella, porque la encubrio la enamorada Zenotia, diziendo sólo que, sin saber porque, el barbaro moço le auia muerto. Llegò esta nueua a los oydos de   —222→   Auristela, que aun se tenia el papel de Clodio en las manos, con intencion de mostrarsele a Periandro, o a Arnaldo, para que castigassen su atreuimiento; pero viendo que el cielo auia tomado a su cargo el castigo, rompio el papel, y no quiso que saliessen a luz las culpas de los muertos: consideracion tan prudente como christiana. Y bien que Policarpo se alborotò con el sucesso, teniendose por ofendido de que nadie en su casa vengasse sus injurias, no quiso aueriguar el caso, sino remitioselo al principe Arnaldo, el qual, a ruego de Auristela y al de Transila, perdonò a Antonio y mandò enterrar a Clodio, sin aueriguar la culpa de su muerte, creyendo ser verdad lo que Antonio dezia, que por yerro le auia muerto, sin descubrir los pensamientos de Zenotia, porque a el no le tuuiessen de todo en todo por barbaro. Passò el rumor del caso, enterraron a Clodio, quedò Auristela vengada, como si en su generoso pecho albergara genero de vengança alguna, assi como albergaua en el de la Zenotia, que beuia, como dizen, los vientos imaginando cómo vengarse del cruel flechero, el qual, de alli a dos dias, se sintio mal dispuesto, y cayo en la cama con tanto descaecimiento, que los medicos dixeron que se le acabaua la vida, sin conocer de que enfermedad. Lloraua Ricla, su madre, y su padre Antonio tenia de dolor el coraçon consumido; no se podia alegrar Auristela ni Mauricio; Ladislao y Transila sentian la misma pesadumbre; viendo lo qual, Policarpo acudio a su consejera Zenotia,   —223→   y le rogo procurasse algun remedio a la enfermedad de Antonio, la qual, por no conocerla los medicos, ellos no sabian hallarle. Ella le dio buenas esperanças, assegurandole que de aquella enfermedad   -fol. 83r-   no moriria; pero que conuenia dilatar algun tanto la cura. Creyola Policarpo como si se lo dixera vn oraculo. De todos estos sucessos no le pesaua mucho a Sinforosa, viendo que por ellos se detendria la partida de Periandro, en cuya vista tenia librado el aliuio de su coraçon: que, puesto que desseaua que se partiesse, pues no podia voluer si no se partia, tanto gusto le daua el verle, que no quisiera que se partiera. Llegò vna sazon y coyuntura donde Policarpo y sus dos hijas, Arnaldo, Periandro y Auristela, Mauricio, Ladislao y Transila, y Rutilio, que despues que escriuio el villete a Policarpa, aunque le auia roto, de arrepentido andaua triste y pensatiuo, bien assi como el culpado, que piensa que quantos le miran son sabidores de su culpa, digo que la compañia de los ya nombrados se hallò en la estancia del enfermo Antonio, a quien todos fueron a visitar, a pedimiento de Auristela, que ansi a el como a sus padres los estimaua y queria mucho, obligada del beneficio que el moço barbaro le auia hecho quando los sacò del fuego de la isla y la lleuò al serrallo110 de su padre; y mas, que como en las comunes desuenturas se reconcilian los animos y se trauan las amistades, por auer sido tantas las que en compañia de Ricla y de Constança y de los dos Antonios auia passado, ya   —224→   no solamente por obligacion, mas por eleccion y destino los amaua. Estando, pues, juntos, como se ha dicho, vn dia, Sinforosa rogo encarecidamente a Periandro les contasse algunos sucessos de su vida, especialmente se holgaria de saber de donde venía la primera vez que llegò a aquella isla, quando ganò los premios de todos los juegos y fiestas que aquel dia se hizieron, en memoria de auer sido el de la eleccion de su padre; a lo que Periandro respondio que si haria si se le permitiesse començar el cuento de su historia, y no del mismo principio,   -fol. 83v-   porque este no lo podia dezir ni descubrir a nadie hasta verse en Roma con Auristela, su hermana. Todos le dixeron que hiziesse su gusto, que de qualquier cosa que el dixesse le recibirian; y el que mas contento sintio fue Arnaldo, creyendo descubrir, por lo que Periandro dixesse, algo que descubriesse quien era. Con este saluoconduto, Periandro dixo desta manera:



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ArribaAbajoCapitvlo decimo del segundo libro

Cuenta Periandro el sucesso de su viage


-El principio y preambulo de mi historia, ya que quereys, señores, que os la cuente, quiero que sea este: que nos contempleys a mi hermana y a mi, con vna anciana ama suya, enuarcados en vna naue cuyo dueño, en el lugar de parecer mercader, era vn gran cossario. Las riberas de vna isla barriamos, quiero dezir que yuamos tan cerca de ella, que distintamente conociamos, no solamente los arboles, pero sus diferencias. Mi hermana, cansada de auer andado algunos dias por el mar, desseó salir a recrearse a la tierra; pidioselo al capitan, y como sus ruegos tienen siempre fuerça de mandamiento, consintio el capitan en el de su ruego, y, en la pequeña varca de la naue, con solo vn marinero, nos echò en tierra a mi y a mi hermana, y a Cloelia, que este era el nombre de su ama. Al tomar tierra, vio el marinero que vn pequeño rio, por vna pequeña boca, entraua a dar al mar su tributo; hazianle sombra por vna y otra ribera gran cantidad de verdes y hojosos arboles, a quien seruian de cristalinos espejos sus transparentes aguas. Rogamosle se entrasse   —226→   por el rio, pues la amenidad del sitio nos   -fol. 84r-   combidaua. Hizolo assi, y començo a subir por el rio arriba; y, auiendo perdido de vista la naue, soltando los remos, se detuuo y dixo: «Mirad, señores, del modo que aueis de hazer este viage, y hazed cuenta que esta pequeña varca que aora os lleua es vuestro nauio, porque no aueis de voluer mas al que en la mar os queda aguardando, si ya esta señora no quiere perder la honra, y vos, que dezis que soys su hermano, la vida.» Dixome, en fin, que el capitan del nauio queria deshonrar a mi hermana y darme a mi la muerte, y que atendiessemos a nuestro remedio, que el nos seguiria y acompañaria en todo lugar y en todo acontecimiento. Si nos turbamos con esta nueua, juzguelo el que estuuiere acostumbrado a recebirlas malas de los bienes que espera. Agradecile el auiso, y ofrecile la recompensa quando nos viessemos en mas felice estado. «Aun bien -dixo Cloelia-, que traygo conmigo las joyas de mi señora.» Y aconsejandonos los quatro de lo que hazer deuiamos, fue parecer del marinero que nos entrassemos el rio adentro: quiça descubririamos algun lugar que nos defendiesse, si a caso los de la naue viniessen a buscarnos. «Mas no vendran -dixo-, porque no ay gente en todas estas islas, que no piense ser cossarios todos quantos surcan estas riberas, y, en viendo la naue o naues, luego toman las armas para defenderse; y, si no es con assaltos nocturnos y secretos, nunca salen medrados los cossarios.»   —227→   Pareciome bien su consejo; tomé yo el vn remo, y ayudéle a lleuar el trabajo. Subimos por el rio arriba, y, auiendo andado como dos millas, llegò a nuestros oydos el son de muchos y varios instrumentos formado, y luego se nos ofrecio a la vista vna selua de arboles mouibles que de la vna ribera a la otra ligeramente cruzauan; llegamos mas cerca, y conocimos ser varcas enramadas lo que parecian arboles, y que el son le formauan los instrumentos que tañian los que en ellas yuan. Apenas   -fol. 84v-   nos huuieron descubierto, quando se vinieron a nosotros y rodearon nuestro barco por todas partes. Leuantóse en pie mi hermana, y, echandose sus hermosos cabellos a las espaldas, tomados por la frente con vna cinta leonada o liston que le dio su ama, hizo de si casi diuina e improuisa muestra: que, como despues supe, por tal la tuuieron todos los que en las varcas venian, los quales, a vozes, como dixo el marinero, que las entendía, dezian: «¿Que es esto? ¿Que deidad es esta que viene a visitarnos y a dar el parabien al pescador Carino y a la sin par Seluiana de sus felicissimas bodas?» Luego dieron cabo a nuestra varca, y nos lleuaron a desenuarcar no lexos del lugar donde nos auian encontrado.

»Apenas pusimos los pies en la ribera, quando vn esquadron de pescadores, que assi lo mostrauan ser en su trage, nos rodearon, y vno por vno, llenos de admiracion y reuerencia, llegaron a besar las orillas del vestido de Auristela, la   —228→   qual, a pesar del temor que la congoxaua de las nueuas que la auian dado, se mostro a aquel punto tan hermosa, que yo disculpo el error de aquellos que la tuuieron por diuina. Poco desuiados de la ribera, vimos vn talamo en gruessos troncos de sabina sustentado, cubierto de verde juncia, y oloroso con diuersas flores que seruian de alcatifas al suelo; vimos ansimismo leuantarse de vnos assientos dos mugeres y dos hombres, ellas moças, y ellos gallardos mancebos: la vna hermosa sobremanera, y la otra fea sobremanera; el vno gallardo y gentil hombre, y el otro no tanto; y todos quatro se pusieron de rodillas ante Auristela, y el mas gentil hombre dixo: «¡O tu, quienquiera que seas, que no puedes ser sino cosa del cielo! Mi hermano y yo, con el estremo a nuestras fuerças possible, te agradecemos esta merced que nos hazes honrando nuestras pobres y ya de oy mas ricas bodas. Ven, señora, y si, en lugar de los palacios de   -fol. 85r-   cristal que en el profundo mar dexas, como vna de sus habitadoras, hallares en nuestros ranchos las paredes de conchas y los tejados de mimbres, o, por mejor dezir, las paredes de mimbres y los tejados de conchas, hallaràs, por lo menos, los desseos de oro y las voluntades de perlas para seruirte. Y hago esta comparacion, que parece impropia, porque no hallo cosa mejor que el oro, ni mas hermosa que las perlas.» Inclinóse a abraçarle Auristela, confirmando con su grauedad, cortesia y hermosura, la opinion que della tenian. El pescador menos gallardo se   —229→   apartò a dar orden a la demas turba a que leuantassen las vozes en alabanças de la rezien venida estrangera, y que tocassen todos los instrumentos en señal del regozijo. Las dos pescadoras, fea y hermosa, con sumission humilde, besaron las manos a Auristela, y ella las abraçò cortés y amigablemente. El marinero, contentissimo del sucesso, dio cuenta a los pescadores del nauio que en el mar quedaua, diziendoles que era de cossarios, de quien se temia que auian de venir por aquella donzella, que era vna principal señora, hija de reyes: que, para mouer los coraçones a su defensa, le parecio ser necessario leuantar este testimonio a mi hermana. Apenas entendieron esto, quando dexaron los instrumentos regozijados y acudieron a los belicos, que tocaron ¡arma, arma!, por entrambas riberas.

»Llegò en esto la noche; recogimonos al mismo rancho de los desposados, pusieronse centinelas hasta la misma boca del rio, ceuaronse las nasas, tendieronse las redes, y acomodaronse los ançuelos, todo con intencion de regalar y seruir a sus nueuos huespedes; y, por mas honrarlos, los dos rezien desposados no quisieron aquella noche passarla con sus esposas, sino dexar los ranchos solos a ellas, y a Auristela y a Cloelia, y que ellos, con sus amigos, conmigo y con el marinero, se les hiziesse guarda y centinela;   -fol. 85v-   y aunque sobraua la claridad del cielo por la que ofrecia la de la creciente luna, y en la tierra ardian las hogueras que el nueuo   —230→   regozijo auia encendido, quisieron los desposados que cenassemos en el campo los varones, y dentro del rancho las mugeres. Hizose assi, y fue la cena tan abundante, que parecio que la tierra se quiso auentajar al mar, y el mar a la tierra, en ofrecer la vna sus carnes y la otra sus pescados. Acabada la cena, Carino me tomò por la mano, y, passeandose conmigo por la ribera, despues de auer dado muestras de tener apassionada el alma, con sollozos y con suspiros me dixo: «Por tener milagrosa esta tu llegada a tal sazon y tal coyuntura, que con ella has dilatado mis bodas, tengo por cierto que mi mal ha de tener remedio mediante tu consejo; y ansi, aunque me tengas por loco, y por hombre de mal conocimiento y de peor gusto, quiero que sepas que, de aquellas dos pescadoras que has visto, la vna fea y la otra hermosa, a mi me ha cabido en suerte de que sea mi esposa la mas bella, que tiene por nombre Seluiana; pero no se que te diga, ni se que disculpa dar de la culpa que tengo ni del yerro que hago: yo adoro a Leoncia, que es la fea, sin poder ser parte a hazer otra cosa. Con todo esto, te quiero dezir vna verdad, sin que me engañe en creerla: que, a los ojos de mi alma, por las virtudes que en la de Leoncia descubro, ella es la mas hermosa muger del mundo; y ay mas en esto: que de Solercio, que es el nombre del otro desposado, tengo mas de vn barrunto que muere por Seluiana. De modo que nuestras quatro voluntades estan trocadas, y esto ha sido por querer todos   —231→   quatro obedecer a nuestros padres y a nuestros parientes, que han concertado estos matrimonios; y no puedo yo pensar en que razon se consiente que, la carga que ha de durar toda la vida, se la eche el hombre sobre sus ombros, no por el suyo, sino por el gusto ageno. Y, aunque esta tarde auiamos de   -fol. 86r-   dar el consentimiento y el si del cautiuerio de nuestras voluntades, no por industria, sino por ordenacion del cielo, que assi lo quiero creer, se estoruò con vuestra venida. De modo que aun nos queda tiempo para enmendar nuestra ventura, y para esto te pido consejo, pues como estrangero111, y no parcial de ninguno, sabras aconsejarme; porque tengo determinado que, si no se descubre alguna senda que me lleue a mi remedio, de ausentarme destas riberas, y no parecer en ellas en tanto que la vida me durare, ora mis padres se enojen, o mis parientes me riñan, o mis amigos se enfaden.» Atentamente le estuue escuchando, y de improuiso me vino a la memoria su remedio, y a la lengua estas mísmas palabras: «No ay para que te ausentes, amigo; a lo menos, no ha de ser antes que yo hable con mi hermana Auristela, que es aquella hermosissima donzella que has visto. Ella es tan discreta, que parece que tiene entendimiento diuino, como tiene hermosura diuina.»

»Con esto nos voluimos a los ranchos, y yo conte a mi hermana todo lo que con el pescador auia passado, y ella hallò en su discrecion el modo como sacar verdaderas mis palabras y el   —232→   contento de todos, y fue que, apartandose con Leoncia y Seluiana a vna parte, les dixo: «Sabed, amigas, que de oy mas lo aueis de ser verdaderas mias: que, juntamente con este buen parecer que el cielo me ha dado, me dotó de vn entendimiento perspicaz y agudo, de tal modo, que, viendo el rostro de vna persona, le leo el alma y le adeuino los pensamientos. Para prueua desta verdad, os presentarè a vosotras por testigos: tu, Leoncia, mueres por Carino, y tu, Selu[i]an(i)a, por Solercio; la virginal verguença os tiene mudas, pero por mi lengua se rompera vuestro silencio, y por mi consejo, que, sin duda alguna, será admitido, se ygualarán vuestros desseos. Callad, y dexadme hazer, que, o yo no tendre discrecion, o vosotras tendreys felice fin en vuestros desseos.» Ellas, sin responder palabra, sino con besarla infinitas vezes las manos,   -fol. 86v-   y abraçandola estrechamente, confirmaron ser verdad quanto auia dicho, especialmente en lo de sus trocadas aficiones.

»Passòse la noche; vino el dia, cuya alborada fue regozijadissima, porque con nueuos y verdes ramos parecieron adornadas las varcas de los pescadores; sonaron los instrumentos con nueuos y alegres sones; alçaron las vozes todos, con que se aumentò la alegria; salieron los desposados para yrse a poner en el talamo donde auian estado el dia de antes; vistieronse Seluiana y Leoncia de nueuas ropas de boda. Mi hermana, de industria, se adereçò y compuso con los mismos vestidos que tenia, y, con ponerse   —233→   vna cruz de diamantes sobre su hermosa frente, y vnas perlas en sus orejas, joyas de tanto valor, que hasta aora nadie les ha sabido dar su justo precio, como lo vereys quando os las enseñe, mostro ser imagen sobre el mortal curso leuantada. Lleuaua assidas de las manos a Seluiana y a Leoncia, y, puesta encima del teatro donde el talamo estaua, llamò y hizo llegar junto a si a Carino y a Solercio. Carino llegò temblando y confuso de no saber lo que yo auia negociado, y, estando ya el sacerdote a punto para darles las manos y hazer las catolicas ceremonias que se vsan, mi hermana hizo señales que la escuchassen; luego se estendio vn mudo silencio por toda la gente, tan callado, que apenas los ayres se mouian. Viendose, pues, prestar grato oydo de todos, dixo en alta y sonora voz: «Esto quiere el cielo.» Y, tomando por la mano a Seluiana, se la entregò a Solercio, y assiendo de la de Leoncia, se la dio a Carino. «Esto, señores -prosiguio mi hermana-, es, como ya he dicho, ordenacion del cielo, y gusto no accidental, sino propio destos venturosos desposados, como lo muestra la alegria de sus rostros y el si que pronuncian sus lenguas.» Abraçaronse los quatro, con cuya señal todos los circunstantes aprouaron su trueco,   -fol. 87r-   y confirmaron, como ya he dicho, ser sobrenatural el entendimiento y belleça de mi hermana, pues assi auia trocado aquellos casi hechos casamientos con sólo mandarlo.

»Celebróse la fiesta, y luego salieron de entre   —234→   las varcas del rio quatro despalmadas, vistosas por las diuersas colores con que venian pintadas, y los remos, que eran seys de cada vanda, ni mas ni menos; las vanderetas, que venian muchas por los filaretes, ansimismo eran de varios colores; los doze remeros de cada vna venian vestidos de blanquissimo y delgado lienço, de aquel mismo modo que yo vine quando entré la vez primera en esta isla. Luego conoci que querian las varcas correr el palio, que se mostraua puesto en el arbol de otra varca, desuiada de las quatro como tres carreras de cauallo; era el palio de tafetan verde listado de oro, vistoso y grande, pues alcançaua a besar y aun a passearse por las aguas. El rumor de la gente y el son de los instrumentos era tan grande, que no se dexaua entender lo que mandaua el capitan del mar, que en otra pintada varca venía. Apartaronse las enramadas varcas a vna y otra parte del rio, dexando vn espacio llano en medio, por donde las quatro competidoras varcas volassen, sin estoruar la vista a la infinita gente que desde el talamo y desde ambas riberas estaua atenta a mirarlas; y estando ya los vogadores assidos de las manillas de los remos, descubiertos los braços, donde se parecian los gruessos neruios, las anchas venas y los torzidos musculos, atendian la señal de la partida, impacientes por la tardança, y fogosos, bien ansi como lo suele estar el generoso can de Irlanda, quando su dueño no le quiere soltar de la traylla a hazer la presa que a la vista se le muestra.

  —235→  

»Llegò, en fin, la señal esperada, y a vn mismo tiempo arrancaron todas quatro varcas, que no por el agua, sino por el viento parecia que volauan. Vna dellas, que lleuaua por insignia   -fol. 87v-   vn vendado Cupido, se adelantò de las demas casi tres cuerpos de la misma varca, cuya ventaja dio esperança a todos quantos la mirauan de que ella seria la primera que llegasse a ganar el desseado premio. Otra que venía tras ella, yua alentando sus esperanças, confiada en el teson durissimo de sus remeros; pero viendo que la primera en ningun modo desmayaua, estuuieron por soltar los remos sus vogadores. Pero son diferentes los fines y acontecimientos de las cosas de aquello que se imagina, porque aunque es ley que, los combates y contiendas, que ninguno de los que miran fauorezca a ninguna de las partes con señales, con vozes o con otro algun genero que parezca que pueda seruir de auiso al combatiente, viendo la gente de la ribera que la varca de la insignia de Cupido se auentajaua tanto a las demas, sin mirar a leyes, creyendo que ya la victoria era suya, dixeron a vozes muchos: «¡Cupido vence; el Amor es inuencible!», a cuyas vozes, por escuchallas, parece que afloxaron vn tanto los remeros del Amor. Aprouechóse de esta ocasion la segunda varca, que detras de la del Amor venía, la qual traia por insignia al Interes, en figura de vn gigante pequeño, pero muy ricamente adereçado, y impelio los remos con tanta fuerça, que llegò a ygualarse el Interes con el Amor, y,   —236→   arrimandosele a vn costado, le hizo pedaços todos los remos de la diestra vanda, auiendo primero la del Interes recogido los suyos y passado adelante, dexando burladas las esperanças de los que primero auian cantado la victoria por el Amor, y voluieron a dezir: «¡El Interes vence, el Interes vence!», La varca tercera traia por insignia a la Diligencia, en figura de vna muger desnuda, llena de alas por todo el cuerpo, que, a traer trompeta en las manos, antes pareciera fama que diligencia. Viendo el buen sucesso   -fol. 88r-   del Interes, alento su confiança, y sus remeros se esforçaron de modo que llegaron a ygualar con el Interes; pero, por el mal gouierno del timonero, se embaraçò con las dos varcas primeras, de modo que los vnos ni los otros remos fueron de prouecho. Viendo lo qual la postrera, que traia por insignia a la Buena Fortuna, quando estaua desmayada y casi para dexar la empresa, viendo el intricado enredo de las demas varcas, desuiandose algun tanto de ellas por no caer en el mismo embaraço, apreto, como dezirse suele, los puños, y, deslizandose por vn lado, passò delante de todas. Cambiaronse los gritos de los que mirauan, cuyas vozes siruieron de aliento a sus vogadores, que, embeuidos en el gusto de verse mejorados, les parecia que, si los que quedauan atras entonces les lleuaran la misma ventaja, no dudaran de alcançarlos ni de ganar el premio, como lo ganaron, mas por ventura que por ligereza. En fin, la Buena Fortuna fue la que la tuuo buena entonces, y la mia de agora no   —237→   lo seria si yo adelante passasse con el cuento de mis muchos y estraños sucessos; y assi, os ruego, señores, dexemos esto en este punto, que esta noche le dare fin, si es possible que le puedan tener mis desuenturas.

Esto dixo Periandro, a tiempo que al enfermo Antonio le tomò vn terrible desmayo; viendo lo qual su padre, casi como adeuino de donde procedia, los dexò a todos y se fue, como despues parecera, a buscar a la Zenotia, con la qual le sucedio lo que se dira en el siguiente capitulo.



  —238→     -fol. 88v-  

ArribaAbajoCapitvlo onze del segundo libro

Pareceme que, si no se arrimara la paciencia al gusto que tenían Arnaldo y Policarpo de mirar a Auristela, y Sinforosa de ver a Periandro, ya la huuieran perdido escuchando su larga plática, de quien juzgaron Mauricio y Ladislao que auia sido algo larga, y traida no muy a proposito, pues, para contar sus desgracias propias, no auia para que contar los plazeres agenos. Con todo esso, les dio gusto, y quedaron con el esperando oir el fin de su historia, por el donayre siquiera y buen estilo con que Periandro la contaua. Hallò Antonio el padre a la Zenotia que buscaua, en la camara del rey, por lo menos, y en viendola, puesta vna desenuaynada daga en las manos, con colera española y discurso ciego, arremetio a ella, diziendola, la assio del braço yzquierdo, y, leuantando la daga en alto, la dixo:

-Dame, ¡o hechizera!, a mi hijo viuo y sano, y luego; si no, haz cuenta que el punto de tu muerte ha llegado. Mira si tienes su vida embuelta en algun emboltorio de agujas sin ojos o de alfileres sin cabeças; mira, ¡o perfida!, si la tienes escondida en algun quicio de puerta o en alguna otra parte que sólo tu la sabes.

  —239→  

Pasmòse Zenotia, viendo que la amenazaua vna daga desnuda en las manos de vn español colerico, y, temblando, le prometio de darle la vida y salud de su hijo; y aun le prometiera de darle la salud de todo el mundo, si se la pidiera: de tal manera se le auia entrado el temor en el alma. Y assi le dixo:

-Sueltame, español, y enuay[n]a tu azero, que los que tiene tu hijo le han conduzido al término en que está; y pues sabes que las mugeres somos naturalmente vengatiuas, y mas quando nos llama a la vengança el desden y el menosprecio, no te marauilles   -fol. 89r-   si la dureza de tu hijo me ha endurezido el pecho. Aconsejale que se humane de aqui adelante con los rendidos, y no menosprecie a los que piedad le pidieren, y vete en paz, que mañana estara tu hijo en disposicion de leuantarse bueno y sano.

-Quando assi no sea -respondio Antonio-, ni a mi me faltarà industria para hallarte, ni colera para quitarte la vida.

Y con esto la dexò, y ella quedò tan entregada al miedo, que, oluidandose de todo agrauio, sacò del quicio de vna puerta los hechizos que auia preparado para consumir la vida poco a poco del riguroso moço, que con los de su donayre y gentileza la tenia rendida. Apenas huuo sacado la Zenotia sus endemoniados preparamentos de la puerta, quando salio la salud perdida de Antonio a plaça, cobrando en su rostro las primeras colores, los ojos vista alegre, y las desmayadas fuerças esforçado brio, de lo que   —240→   recibieron general contento quantos le conocian; y, estando con el a solas, su padre le dixo:

-En todo quanto quiero agora dezirte, ¡o hijo!, quiero aduertirte que aduiertas que se encaminan mis razones a aconsejarte que no ofendas a Dios en ninguna manera; y bien auras echado de ver esto en quinze o diez y seys años que ha que te enseño la ley que mis padres me enseñaron, que es la catolica, la verdadera, y en la que se han de saluar y se han saluado todos los que han entrado hasta aqui y han de entrar de aqui adelante en el reyno de los cielos. Esta santa ley nos enseña que no estamos obligados a castigar a los que nos ofenden, sino a aconsejarlos la enmienda de sus delitos: que el castigo toca al juez, y la reprehension a todos, como sea con las condiciones que despues te dire. Quando te combidaren a hazer ofensas que redunden en deseruicio de Dios, no tienes para que armar el arco, ni disparar flechas, ni dezir injuriosas palabras: que, con no recebir el consejo, y apartarte de la ocasion, quedarás vencedor en la   -fol. 89v-   pelea, y libre y seguro de verte otra vez en el trance que aora te has visto: la Zenotia te tenia hechizado, y con hechizos de tiempo señalado, poco a poco, en menos [de] diez dias, perdieras la vida, si Dios y mi buena diligencia no lo huuiera estoruado. Y vente conmigo, porque alegres a todos tus amigos con tu vista; y escuchemos los sucessos de Periandro, que los ha de acabar de contar esta noche.

Prometiole Antonio a su padre de poner en   —241→   obra todos sus consejos, con el ayuda de Dios, a pesar de todas las persuasiones y lazos que contra su honestidad le armassen. La Zenotia, en esto, corrida, afrentada y lastimada de la soberuia desamorada del hijo, y de la temeridad y colera del padre, quiso por mano agena vengar su agrauio, sin priuarse de la presencia de su desamorado barbaro; y, con este pensamiento y resuelta determinacion, se fue al rey Policarpo y le dixo:

-Ya sabes, señor, cómo, despues que vine a tu casa y a tu seruicio, siempre he procurado no apartarme en el con la solicitud possible; sabes tambien, fiado en la verdad que de mi tienes conocida, que me tienes hecha archiuo de tus secretos, y sabes, como prudente, que, en los casos propios, y mas si se ponen de por medio desseos amorosos, suelen errarse los discursos que, al parecer, van mas acertados; y por esto querria que, en el que aora tienes hecho de dexar yr libremente a Arnaldo y a toda su compañia, vas fuera de toda razon y de todo término. Dime: si no puedes presente rendir a Auristela, ¿cómo la rendiras ausente? ¿Y cómo querra ella cumplir su palabra, voluiendo a tomar por esposo a vn varon anciano, que en efeto lo eres, que las verdades que vno conoce de si mismo no nos pueden engañar, teniendose ella de su mano a Periandro, que podria ser que no fuesse su hermano, y a Arnaldo, principe moço y que no la quiere para menos que para ser su esposa? No dexes, señor, que la ocasion   -fol. 90r-   que agora   —242→   se te ofrece te vuelua la calua en lugar de la guedeja, y puedes tomar ocasion de detenerlos de querer castigar la insolencia y atreuimiento que tuuo este mostruo barbaro que viene en su compañia de matar en tu misma casa a aquel que dizen que se llamaua Clodio: que, si ansi lo hazes, alcançaràs fama que aluerga en tu pecho, no el fauor, sino la justicia.

Estaua escuchando Policarpo atentissimamente a la maliciosa Zenotia, que, con cada palabra que le dezia, le atrauessaua como si fuera con agudos clauos el coraçon, y luego, luego quisiera correr a poner en efeto sus consejos. Ya le parecia ver a Auristela en braços de Periandro, no como en los de su hermano, sino como en los de su amante; ya se la contemplaua con la corona en la cabeça del reyno de Dinamarca, y que Arnaldo hazia burla de sus amorosos dissinios; en fin, la rabia de la endemoniada enfermedad de los zelos se le apoderò del alma en tal manera, que estuuo por dar vozes y pedir vengança de quien en ninguna cosa le auia ofendido. Pero viendo la Zenotia quan sazonado le tenia, y quan prompto para executar todo aquello que mas le quisiesse aconsejar, le dixo que se sossegasse por entonces, y que esperassen a que aquella noche acabasse de contar Periandro su historia, porque el tiempo se le diesse de pensar lo que mas conuenia. Agradecioselo Policarpo, y ella, cruel y enamorada, daua traças en su pensamiento cómo cumpliesse el desseo del rey y el suyo. Llegò en esto la noche;   —243→   juntaronse a conuersacion como la vez passada; voluio Periandro a repetir algunas palabras antes dichas, para que viniesse con concierto a anudar el hilo de su historia, que la auia dexado en el certamen de las varcas.



  —244→     -fol. 90v-  

ArribaAbajoCapitvlo doze del segundo libro

Prosigue Periandro su agradable historia, y el robo de Auristela


La que con mas gusto escuchaua a Periandro era la bella Sinforosa, estando pendiente de sus palabras como con las cadenas que salian de la boca de Hercules112: tal era la gracia y donayre con que Periandro contaua sus sucessos. Finalmente, los voluio anudar, como se ha dicho, prosiguiendo desta manera:

-Al Amor, al Interes y a la Diligencia dexò atras la Buena Fortuna: que sin ella vale poco la diligencia, no es de prouecho el interes, ni el amor puede vsar de sus fuerças. La fiesta de mis pescadores, tan regozijada como pobre, excedio a las de los triunfos romanos: que tal vez en la llaneza y en la humildad suelen esconderse los regozijos mas auentajados. Pero como las venturas humanas esten por la mayor parte pendientes de hilos delgados, y los de la mudança facilmente se quiebran y desbaratan, como se quebraron las de mis pescadores, y se retorcieron y fortificaron mis desgracias, aquella noche la passamos todos en vna isla pequeña que en la mitad del rio se hazía, combidados   —245→   del verde sitio y apazible lugar. Holgauanse los desposados, que, sin muestras de parecer que lo eran, con honestidad y diligencia de dar gusto a quien se le auia dado tan grande poniendolos en aquel desseado y venturoso estado, (y assi) ordenaron que en aquella isla del rio se renouassen las fiestas y se continuassen por tres dias. La sazon del tiempo, que era la del verano, la comodidad del sitio, el resplandor   -fol. 91r-   de la luna, el susurro de las fuentes, la fruta de los arboles, el olor de las flores, cada cosa destas de por si, y todas juntas, combidauan a tener por acertado el parecer de que alli estuuiessemos el tiempo que las fiestas durassen.

»Pero, apenas nos auiamos reduzido a la isla, quando, de entre vn pedaço de bosque que en ella estaua, salieron hasta cincuenta salteadores armados a la ligera, bien como aquellos que quieren robar y huyr, todo a vn mismo punto; y como los descuydados acometidos suelen ser vencidos con su mismo descuydo, casi sin ponernos en defensa, turbados con el sobresalto, antes nos pusimos a mirar que acometer a los ladrones, los quales, como hambrientos lobos, arremetieron al rebaño de las simples ouejas, y se lleuaron, si no en la boca, en los braços, a mi hermana Auristela, a Cloelia, su ama, y a Seluiana y a Leoncia, como si solamente vinieran a ofendellas, porque se dexaron muchas otras mugeres a quien la naturaleza auia dotado de singular hermosura. Yo, a quien el estraño caso   —246→   mas colerico que suspenso me puso, me arrojè tras los salteadores, los segui con los ojos y con las vozes, afrentandolos, como si ellos fueran capazes de sentir afrentas, solamente para irritarlos a que mis injurias les mouiessen a voluer a tomar vengança de ellas; pero ellos, atentos a salir con su intento, o no oyeron, o no quisieron vengarse, y assi se desparecieron; y luego los desposados y yo, con algunos de los principales pescadores, nos juntamos, como suele dezirse, a consejo, sobre que hariamos para enmendar nuestro yerro y cobrar nuestras prendas. Vno dixo: «No es possible sino que alguna naue de salteadores está en la mar, y en parte donde con facilidad ha echado esta gente en tierra, quiça sabidores de nuestra junta y de nuestras fiestas. Si esto es ansi, como sin duda lo imagino, el mejor remedio es que salgan algunos varcos de los   -fol. 91v-   nuestros, y les ofrezcan todo el rescate que por la presa quisieren, sin detenerse en el, tanto mas quanto que las prendas de esposas, hasta las mismas vidas de sus mismos esposos merecen en rescate.» «Yo sere -dixe entonces- el que hare essa diligencia: que, para conmigo, tanto vale la prenda de mi hermana, como si fuera la vida de todos los del mundo.» Lo mismo dixeron Carino y Solercio, ellos llorando en público, y yo muriendo en secreto.

»Quando tomamos esta resolucion, començaua anochecer; pero, con todo esso, nos entramos en vn barco los desposados y yo, con seys   —247→   remeros; pero, quando salimos al mar descubierto, auia acabado de cerrar la noche, por cuya escuridad no vimos vaxel alguno. Determinamos de esperar el venidero dia, por ver si con la claridad descubriamos algun nauio, y quiso la suerte que descubriessemos dos, el vno que salia del abrigo de la tierra, y el otro que venia a tomarla; conoci que el que dexaua la tierra era el mismo de quien auiamos salido a la isla, assi en las vanderas como en las velas, que venian cruzadas con vna cruz roxa; los que venían de fuera las traian verdes, y los vnos y los otros eran cossarios. Pues como yo imaginé que el nauio que salia de la isla era el de los salteadores de la presa, hize poner en vna lança vna vandera blanca de seguro; vine arrimando al costado del nauio, para tratar del rescate, lleuando cuydado de que no me prendiesse. Assomóse el capitan al borde, y, quando quise alçar la voz para hablarle, puedo dezir que me la turbò y suspendio y cortò en la mitad del camino vn espantoso trueno que formò el disparar de vn tiro de artilleria de la naue de fuera, en señal que desafiaua a la batalla al nauio de tierra. Al mismo punto le fue respondido con otro no menos poderoso, y, en vn instante, se començaron a cañonear las dos naues, como si fueran de dos conocidos y irritados enemigos. Desuióse nuestro barco   -fol. 92r-   de en mitad de la furia, y desde lexos estuuimos mirando la batalla; y auiendo jugado la artilleria casi vna hora, se aferraron los dos nauios con vna no vista furia.   —248→   Los del nauio de fuera, o mas venturosos, o, por mejor dezir, mas valientes, saltaron en el nauio de tierra, y en vn instante desembaraçaron toda la cubierta, quitando la vida a sus enemigos, sin dexar a ninguno con ella. Viendose, pues, libres de sus ofensores, se dieron a saquear el nauio de las cosas mas preciosas que tenia, que por ser de cossarios no era mucho, aunque en mi estimacion eran las mejores del mundo, porque se lleuaron de las primeras a mi hermana, a Seluiana, a Leoncia y a Cloelia, con que enriquezieron su naue, pareciendoles que en la hermosura de Auristela lleuauan vn precioso y nunca visto rescate. Quise llegar con mi varca a hablar con el capitan de los vencedores; pero como mi ventura andaua siempre en los ayres, vno de tierra soplò, y hizo apartar el nauio. No pude llegar a el, ni ofrecer impossibles por el rescate de la presa, y assi fue forçoso el voluernos, sin ninguna esperança de cobrar nuestra pérdida; y, por no ser otra la derrota que el nauio lleuaua que aquella que el viento le permitia, no podimos por entonces juzgar el camino que haria, ni señal que nos diesse a entender quienes fuessen los vencedores, para juzgar siquiera, sabiendo su patria, las esperanças de nuestro remedio. El volo, en fin, por el mar adelante, y nosotros, desmayados y tristes, nos entramos en el rio, donde todos los varcos de los pescadores nos estauan esperando. No se si os diga, señores, lo que es forçoso deziros: vn cierto espiritu se entrò entonces en mi pecho, que,   —249→   sin mudarme el ser, me parecio que le tenia mas que de hombre, y assi, leuantandome en pie sobre la varca, hize que la rodeassen todas las demas y estuuiessen atentos a estas o otras semejantes razones   -fol. 92v-   que les dixe: «La baxa fortuna jamas se enmendo con la ociosidad ni con la pereza; en los animos encogidos nunca tuuo lugar la buena dicha; nosotros mismos nos fabricamos nuestra ventura, y no ay alma que no sea capaz de leuantarse a su assiento; los cobardes, aunque nazcan ricos, siempre son pobres, como los auaros mendigos. Esto os digo, ¡o amigos mios!, para moueros y incitaros a que mejoreis vuestra suerte y a que dexeis el pobre ajuar de vnas redes y de vnos estrechos varcos, y busqueis los tesoros que tiene en si encerrados el generoso trabajo: llamo generoso, al trabajo del que se ocupa en cosas grandes. Si suda el cauador rompiendo la tierra, y apenas saca premio que le sustente mas que vn dia, sin ganar fama alguna, ¿porque no tomarà en lugar de la azada vna lança, y, sin temor del sol ni de todas las inclemencias del cielo, procurarà ganar con el sustento fama que le engrandezca sobre los demas hombres? La guerra, assi como es madrastra de los cobardes, es madre de los valientes, y los premios que por ella se alcançan, se pueden llamar vltramundanos. ¡Ea, pues, amigos, juuentud valerosa, poned los ojos en aquel nauio que se lleua las caras prendas de vuestros parientes, encerrandonos en estotro que en la ribera nos dexaron, casi, a lo que creo,   —250→   por ordenacion de cielo! Vamos tras el, y hagamonos piratas, no codiciosos, como son los demas, sino justicieros, como lo seremos nosotros. A todos se nos entiende el arte de la marineria; bastimentos hallaremos en el nauio, con todo lo necessario a la nauegacion, porque sus contrarios no le despojaron mas que de las mugeres; y si es grande el agrauio que hemos recebido, grandissima es la ocasion que para vengarle se nos ofrece. Sigame, pues, el que quisiere, que yo os suplico, y Carino y Solercio os lo ruegan, que bien se que no me han de dexar en esta valerosa empresa.»

»Apenas   -fol. 93r-   huue acabado de dezir estas razones, quando se oyo vn murmureo por todas las varcas, procedido de que vnos con otros se aconsejauan de lo que harian, y entre todos salio vna voz que dixo: «Embarcate, generoso huesped, y se nuestro capitan y nuestra guia, que todos te seguiremos.» Esta tan improuisa resolucion de todos me siruio de felice auspicio, y, por temer que la dilacion de poner en obra mi buen pensamiento, no les diesse ocasion de madurar su discurso, me adelanté con mi barco, al qual siguieron otros casi quarenta; llegué a reconocer el nauio: entré dentro, escudriñéle todo, mirè lo que tenia y lo que le faltaua, y hallé todo lo que me pudo pedir el desseo que fuesse necessario para el viage. Aconsejéles que ninguno voluiesse a tierra, por quitar la ocasion de que el llanto de las mugeres y el de los queridos hijos no fuesse parte para dexar de poner   —251→   en efeto resolucion tan gallarda. Todos lo hizieron assi, y desde alli se despidieron con la imaginacion de sus padres, hijos y mugeres. ¡Caso estraño, y que ha menester que la cortesía ayude a darle credito! Ninguno voluio a tierra, ni se acomodò de mas vestidos de aquellos con que auia entrado en el nauio, en el qual, sin repartir los oficios, todos seruian de marineros y de pilotos, excepto yo, que fuy nombrado por capitan por gusto de todos. Y, encomendandome a Dios, comence luego a exercer mi oficio, y lo primero que mandè fue desembaraçar el nauio de los muertos que auian sido en la passada refriega, y limpiarle de la sangre, de que estaua lleno; ordenè que se buscassen todas las armas, ansi ofensiuas como defensiuas, que en el auia, y, repartiendolas entre todos, di a cada vno la que, a mi parecer, mejor le estaua; requeri los bastimentos, y, conforme a la gente, tanteè para quantos dias serian bastantes, poco mas a menos. Hecho esto, y hecha oracion al cielo, suplicandole encaminasse   -fol. 93v-   nuestro viage y fauoreciesse nuestros tan honrados pensamientos, mandé hizar las velas, que aun se estauan atadas a las entenas, y que las dieramos al viento, que, como se ha dicho, soplaua de la tierra, y, tan alegres como atreuidos, y tan atreuidos como confiados, començamos a nauegar por la misma derrota que nos parecio que lleuaua el nauio de la presa. Veysme aqui, señores que me estays escuchando, hecho pescador y casamentero rico con mi querida   —252→   hermana, y pobre sin ella, robado de salteadores, y subido al grado de capitan contra ellos: que las vueltas de mi fortuna no tienen vn punto donde paren, ni terminos que las encierren.

-No mas -dixo a esta sazon Arnaldo-; no mas, Periandro amigo; que, puesto que tu no te canses de contar tus desgracias, a nosotros nos fatiga el oyrlas, por ser tantas.

A lo que respondio Periandro:

-Yo, señor Arnaldo, soy hecho como esto que se llama lugar, que es donde todas las cosas caben, y no ay ninguna fuera del lugar, y en mi le tienen todas las que son desgraciadas, aunque, por auer hallado a mi hermana Auristela, las juzgo por dichosas: que, el mal que se acaba sin acabar la vida, no lo es.

A esto dixo Transila:

-Yo, por mi, digo, Periandro, que no entiendo essa razon; sólo entiendo que le será muy grande si no cumplis el desseo que todos tenemos de saber los sucessos de vuestra historia, que me va pareciendo ser tales, que han de dar ocasion a muchas lenguas que los113 cuenten y muchas injuriosas plumas que la escriuan. Suspensa me tiene el veros capitan de salteadores; juzgué merecer este nombre vuestros pescadores valientes, y estare esperando, tambien suspensa, qual fue la primera hazaña que hizistes y la auentura primera con que encontrastes.

-Esta noche, señora - respondio Periandro-,   —253→   dare fin, si fuere possible, al cuento, que aun hasta agora se está en sus principios.

Quedando todos de acuerdo que   -fol. 94r-   aquella noche voluiessen a la misma plática, por entonces dio fin Periandro a la suya.



  —254→  

ArribaAbajoCapitvlo treze del segundo libro

Da cuenta Periandro de vn notable caso que le sucedio en el mar


La salud del enechizado Antonio voluio su gallardia a su primera entereza, y con ella se boluieron a renouar en Zenotia sus mal nacidos desseos, los quales tambien renouaron [en] su114 coraçon los temores de verse de el ausente: que, los desahuciados de tener en sus males remedio, nunca acaban de desengañarse que lo estan, en tanto que veen presente la causa de donde nacen. Y assi, procuraua, con todas las traças que podia imaginar su agudo entendimiento, de que no saliessen de la ciudad ninguno de aquellos huespedes, y assi, voluio a aconsejar a Policarpo que en ninguna manera dexasse sin castigo el atreuimiento del barbaro homicida, y que, por lo menos, ya que no le diesse la pena conforme al delito, le deuia prender y castigarle siquiera con amenazas, dando lugar que el fauor se opusiesse por entonces a la justicia, como tal vez se suele hazer en mas importantes ocasiones. No la quiso tomar Policarpo en la que este consejo le ofrecia, diziendo a la Zenotia que era agrauiar la autoridad del principe   —255→   Arnaldo, que debaxo de su amparo le traia, y enfadar a su querida Auristela, que como a su hermano le trataua; y mas, que aquel delito fue accidental y forçoso, y nacido mas de desgracia que de malicia; y mas, que no tenia parte que le pidiesse, y que todos quantos le conocian,   -fol. 94v-   afirmauan que aquella pena era condigna de su culpa, por ser el mayor maldiziente que se conocia.

-¿Cómo es esto, señor -replicò la Zenotia-, que auiendo quedado el otro día entre nosotros de acuerdo de prenderle, con cuya ocasion la tomasses de detener a Auristela, agora estàs tan lexos de tomarle? Ellos se te yran, ella no voluera, tu llorarás entonces tu perplexidad y tu mal discurso, a tiempo quando ni te aprouechen las lagrimas, ni [puedas] enmendar en la imaginacion lo que aora con nombre de piadoso quieres hazer. Las culpas que comete el enamorado en razon de cumplir su desseo, no lo son, en razon de que no es suyo ni es el el que las comete, sino el amor, que manda su voluntad. Rey eres, y de los reyes las injusticias y rigores son bautizadas con nombre de seueridad. Si prendes a este moço, daras lugar a la justicia, y soltandole, a la misericordia, y en lo vno y en lo otro confirmaràs el nombre que tienes de bueno.

Desta manera aconsejaua la Zenotia a Policarpo, el qual, a solas y en todo lugar, yua y venía con el pensamiento en el caso, sin saber resoluerse de que modo podia detener a Auristela   —256→   sin ofender a Arnaldo, de cuyo valor y poder era razon temiesse; pero, en medio de estas consideraciones, y en el de las que tenia Sinforosa, que, por no estar tan recatada ni tan cruel como la Zenotia, desseaua la partida de Periandro, por entrar en la esperança de la buelta, se llegò el término de que Periandro voluiesse a proseguir su historia, que la siguio en esta manera:

-Ligera volaua mi naue por donde el viento queria lleuarla, sin que se le opusiesse a su camino la voluntad de ninguno de los que yuamos en ella, dexando todos en el aluedrio de la fortuna nuestro viage, quando, desde lo alto de la gauia vimos caer a vn marinero, que, antes que llegasse a la cubierta del nauio, quedò suspenso   -fol. 95r-   de vn cordel que traia anudado a la garganta. Lleguè con priessa, y cortésele, con que estoruè no se le acortasse la vida. Quedò como muerto, y estuuo fuera de si casi dos horas, al cabo de las quales voluio en si, y preguntandole la causa de su desesperacion, dixo: «Dos hijos tengo, el vno de tres y el otro de quatro años, cuya madre no passa de los veynte y dos, y cuya pobreza passa de lo possible, pues sólo se sustentaua del trabajo de estas manos; y estando yo agora encima de aquella gauia, volui los ojos al lugar donde los dexaua, y, casi como si alcançara a verlos, los vi hincados de rodillas, las manos leuantadas al cielo, rogando a Dios por la vida de su padre, y llamandome con palabras tiernas; vi ansimismo   —257→   llorar a su madre, dandome nombres de cruel sobre todos los hombres. Esto imaginé con tan gran vehemencia, que me fuerça a dezir que lo vi, para no poner duda en ello. Y el ver que esta naue buela y me aparta dellos, y que no se donde vamos, y la poca o ninguna obligacion que me obligò a entrar en ella, me trastornò el sentido, y la desesperacion me puso este cordel en las manos, y yo le di a mi garganta, por acabar en vn punto los siglos de pena que me amenazaua.»

»Este sucesso mouio a lástima a quantos le escuchauamos, y, auiendole consolado, y casi assegurado que presto dariamos la vuelta contentos y ricos, le pusimos dos hombres de guarda que le estoruassen voluer a poner en execucion su mal intento, y ansi le dexamos; y yo, porque este sucesso no despertasse en la imaginacion de alguno de los demas el querer imitarle, les dixe que «la mayor cobardia del mundo era el matarse, porque el homicida de si mismo, es señal que le falta el ánimo para sufrir los males que teme. Y ¿que mayor mal puede venir a vn hombre que la muerte? Y siendo esto assi, no es locura el dilatarla: con la vida se enmiendan y mejoran las malas suertes, y, con   -fol. 95v-   la muerte desesperada, no sólo no se acaban y se mejoran, pero se empeoran y comiençan de nueuo. Digo esto, compañeros mios, porque no os assombre el sucesso que aueis visto deste nuestro desesperado: que aun oy començamos a nauegar, y el ánimo me està diziendo   —258→   que nos aguardan y esperan mil felices sucessos.» Todos dieron la voz a vno para responder por todos, el qual desta manera dixo: «Valeroso capitan, en las cosas que mucho se consideran, siempre se hallan muchas dificultades, y en los hechos valerosos que se acometen, alguna parte se ha de dar a la razon, y muchas a la ventura; y en la buena que hemos tenido en auerte elegido por nuestro capitan, vamos seguros y confiados de alcançar los buenos sucessos que dizes. Quedense nuestras mugeres, quedense nuestros hijos, lloren nuestros ancianos padres, visite la pobreza a todos: que los cielos, que sustentan los gusarapos del agua, tendran cuydado de sustentar los hombres de la tierra. Manda, señor, hizar las velas; pon centinelas en las gauias, por ver si descubren en que podamos mostrar que, no temerarios, sino atreuidos, son los que aqui vamos a seruirte.» Agradeciles la respuesta, hize hizar todas las velas, y, auiendo nauegado aquel dia, al amanecer del siguiente, la centinela de la gauia mayor dixo a grandes vozes: «¡Nauio, nauio!» Preguntaronle que derrota lleuaua y que de que tamaño parecia. Respondio que era tan grande como el nuestro, y que le teniamos por la proa. «Alto, pues -dixe-, amigos; tomad las armas en las manos, y mostrad con estos, si son cossarios, el valor que os ha hecho dexar vuestras redes.»

»Hize luego cargar las velas, y, en poco mas de dos horas, descubrimos y alcançamos el nauio,   —259→   al qual enuestimos de golpe, y, sin hallar defensa alguna, saltaron en el mas de quarenta de mis soldados, que no tuuieron en quien ensangrentar las espadas, porque solamente traia algunos   -fol. 96r-   marineros y gente de seruicio; y mirandolo bien todo, hallaron en vn apartamiento, puestos en vn cepo de hierro por la garganta, desuiados vno de otro casi dos varas, a vn hombre de muy buen parecer y a vna muger mas que medianamente hermosa, y en otro aposento hallaron, tendido en vn rico lecho, a vn venerable anciano, de tanta autoridad, que obligò su presencia a que todos le tuuiessemos respeto. No se mouio del lecho, porque no podia; pero, leuantandose vn poco, alçò la cabeça y dixo: «Enuaynad, señores, vuestras espadas, que en este nauio no hallareis ofensores en quien exercitarlas; y si la necessidad os haze y fuerça a vsar este oficio de buscar vuestra ventura a costa de las agenas, a parte aueis llegado que os harà dichosos, no porque en este nauio aya riquezas ni alajas que os enriquezcan, sino porque yo voy en el, que soy Leopoldio, el rey de los danaos.» Este nombre de rey me auiuò el desseo de saber que sucessos auian traido a vn rey estar tan solo y tan sin defensa alguna. Lleguéme a el, y preguntèle si era verdad lo que dezia, porque, aunque su graue presencia prometia serlo, el poco aparato con que nauegaua hazía poner en duda el creerle. «Manda, señor -respondio el anciano-, que esta gente se sossiegue, y escuchame vn poco, que en breues   —260→   razones te contaré cosas grandes.» Sossegaronse mis compañeros, y ellos y yo estuuimos atentos a lo que dezir queria, que fue esto:

«El cielo me hizo rey del reyno de Danea, que heredé de mis padres, que tambien fueron reyes y lo heredaron de sus passados, sin auerles introduzido a serlo la tirania ni otra negociacion alguna. Caséme en mi mocedad con vna muger mi ygual; muriose, sin dexarme sucession alguna. Corrio el tiempo, y muchos años me contuue en los limites de vna honesta viudez; pero, al fin, por culpa   -fol. 96v-   mia, que, de los pecados que se cometen, nadie ha de echar la culpa a otro sino a si mismo, digo que, por culpa mia, tropece y cai en la de enamorarme de vna dama de mi muger, que, a ser ella la que deuia, oy fuera el dia que fuera reyna, y no se viera atada y puesta en vn cepo, como ya deueis de auer visto. Esta, pues, pareciendole [no] ser injusto anteponer los rizos de vn criado mío a mis canas, se enuoluio con el, y no solamente tuuo gusto de quitarme la honra, sino que procurò, junto con ella, quitarme la vida, maquinando contra mi persona con tan estrañas traças, con tales embustes y rodeos, que, a no ser auisado con tiempo, mi cabeça estuuiera fuera de mis ombros, en vna escarpia, al viento, y las suyas coronadas del reyno de Danea. Finalmente, yo descubri sus intentos a tiempo quando ellos tambien tuuieron noticia de que yo lo sabía. Vna noche, en vn pequeño nauio que estaua con las velas en alto para partirse, por huyr del   —261→   castigo de su culpa y de la indignacion de mi furia, se enuarcaron. Supelo, vole a la marina en las alas de mi colera, y hallé que auria veinte horas que auian dado las suyas al viento; y yo, ciego del enojo, y turbado con el desseo de la vengança, sin hazer algun prudente discurso, me enuarqué en este nauio, y los segui, no con autoridad y aparato de rey, sino como particular enemigo. Hallélos a cabo de diez dias en vna isla que llaman del Fuego; cogilos, y descuydados, y puestos en esse cepo que aureis visto, los lleuaua a Danea para darles, por justicia y processos fulminados, la deuida pena a su delito115. Esta es pura verdad: lo[s] delinquentes ai estan, que, aunque no quieran, la acreditan; yo soy el rey de Danea, que os prometo cien mil monedas de oro, no porque las trayga aqui, sino porque os doy mi palabra de poneroslas y embiaroslas donde quisieredes, para cuya seguridad, si no basta mi palabra, lleuadme con vosotros   -fol. 97r-   en vuestro nauio, y dexad que en este mio, ya vuestro, vaya alguno de los mios a Danea, y trayga este dinero donde le ordenaredes. Y no tengo mas que deziros.»

»Mirauanse mis compañeros vnos a otros, y dieronme la vez de responder por todos, aunque no era menester, pues yo, como capitan, lo podia y deuia hazer. Con todo esto, quise tomar parecer con Carino y con Solercio, y con algunos de los demas, porque no entendiessen que me queria alçar de hecho con el mando que de su voluntad ellos tenian dado; y assi, la respuesta   —262→   que di al rey, fue dezirle: «Señor, a los que aqui venimos, no nos puso la necessidad las armas en las manos, ni ninguno otro desseo que de ambiciosos tenga semejança; buscando vamos ladrones, a castigar vamos salteadores, y a destruyr piratas; y pues tu estàs tan lexos de ser persona deste genero, segura está tu vida de nuestras armas: antes, si has menester que con ellas te siruamos, ninguna cosa aura que nos lo impida; y aunque agradecemos la rica promesa de tu rescate, soltamos la promesa, que, pues no estás cautiuo, no estás obligado al cumplimiento de ella. Sigue en paz tu camino, y, en recompensa que vas de nuestro encuentro mejor de lo que pensaste, te suplicamos perdones a tus ofensores: que la grandeza del rey algun tanto resplandece mas en ser misericordiosos que justicieros.» Quisierase humillar Leopoldio a mis pies; pero no lo consintio ni mi cortesia ni su enfermedad. Pedile me diesse alguna poluora, si lleuaua, y partiesse con nosotros de sus bastimentos, lo qual se hizo al punto. Aconsejèle assimismo que, si no perdonaua a sus dos enemigos, los dexasse en mi nauio, que yo los pondria en parte donde no la tuuiessen mas de ofenderle. Dixo que si haria, porque la presencia del ofensor suele renouar la injuria en el ofendido. Ordené que luego nos voluiessemos a nuestro nauio, con la poluora y   -fol. 97v-   bastimentos que el rey partio con nosotros, y queriendo passar a los dos prisioneros, ya sueltos y libres del pesado cepo, no dio lugar vn rezio viento   —263→   que de improuiso se leuantò, de modo que apartò los dos nauios, sin dexar que otra vez se juntassen. Desde el borde de mi naue me despedi del rey a vozes, y el, en los braços de los suyos, salio de su lecho y se despidio de nosotros; y yo me despido agora, porque la segunda hazaña me fuerça a descansar para entrar en ella.



  —264→  

ArribaAbajoCapitvlo catorze del segundo libro

A todos dio general gusto de oir el modo con que Periandro contaua su estraña peregrinacion, si no fue a Mauricio, que, llegandose al oido de Transila, su hija, le dixo:

-Pareceme, Transila, que con menos palabras y mas sucintos discursos pudiera Periandro contar los de su vida; porque no auia para que detenerse en dezirnos tan por estenso las fiestas de las varcas, ni aun los casamientos de los pescadores, porque los episodios que para ornato de las historias se ponen, no han de ser tan grandes como la misma historia; pero yo, sin duda, creo que Periandro nos quiere mostrar la grandeza de su ingenio y la elegancia de sus palabras.

-Assi deue de ser -respondio Transila-; pero lo que yo se dezir es que, ora se dilate o se sucinte en lo que dize, todo es bueno y todo da gusto.

Pero ninguno le recebi(r)a mayor, como ya creo que otra vez se ha dicho, como Sinforosa, que, cada palabra que Periandro dezia, assi le regalaua el alma, que la sacaua de si misma. Los rebueltos pensamientos de Policarpo, no le dexauan estar muy atento a los razonamientos   —265→   de Periandro, y quisiera que no   -fol. 98r-   le quedara mas que dezir, porque le dexara a el mas que hazer: que las esperanças propinquas de alcançar el bien que se dessea, fatigan mucho mas que las remotas y apartadas. Y era tanto el desseo que Sinforosa tenia de oir el fin de la historia de Periandro, que solicitò el voluerse a juntar otro dia, en el qual Periandro prosiguio su cuento en esta forma:

-Contemplad, señores, a mis marineros, compañeros y soldados, mas ricos de fama que de oro, y a mi con algunas sospechas de que no les huuiesse parecido bien mi liberalidad; y puesto que nacio tan de su voluntad como de la mia en la libertad de Leopoldio, cormo no son todas vnas las condiciones de los hombres, bien podia yo temer no estuuiessen todos contentos, y que les pareciesse que sería dificil recompensar la pérdida de cien mil monedas de oro, que tantas eran las que prometio Leopoldio por su rescate, y esta consideracion me mouio a dezirles: «Amigos mios, nadie esté triste por la perdida ocasion de alcançar el gran tesoro que nos ofrecio el rey, porque os hago saber que vna onça de buena fama vale mas que vna libra de perlas; y esto no lo puede saber sino el que comiença a gustar de la gloria que da el tener buen nombre. El pobre a quien la virtud enriqueze, suele llegar a ser famoso, como el rico, si es vicioso, puede venir y viene a ser infame: la liberalidad es vna de las mas agradables virtudes, de quien se engendra la buena fama; y   —266→   es tan verdad esto, que no ay liberal mal puesto, como no ay auaro que no lo sea.»

»Mas yua a dezir, pareciendome que me dauan todos tan gratos oidos como mostrauan sus alegres semblantes, quando me quitò las palabras de la boca el descubrir vn nauio que, no lexos del nuestro, a orça, por delante de nosotros passaua. Hize tocar a arma, y dile caza con todas las velas tendidas, y en breue rato me le puse a tiro de cañon; y disparando vno sin bala, en señal de que amaynasse,   -fol. 98v-   lo hizo assi, soltando las velas de alto a baxo. Llegando mas cerca, vi en el vno de los mas estraños espectaculos del mundo: vi que, pendientes de las entenas y de las xarcias, venian mas de quarenta hombres ahorcados; admiròme el caso, y, abordando con el nauio, saltaron mis soldados en el, sin que nadie se lo defendiesse. Hallaron la cubierta llena de sangre y de cuerpos de hombres semiuiuos, vnos con las cabeças partidas, y otros con las manos cortadas; tal vomitando sangre, y tal vomitando el alma; este gimiendo dolorosamente, y aquel gritando sin paciencia alguna. Esta mortandad y fracasso, daua señales de auer sucedido sobremesa, porque los manjares nadauan entre la sangre, y los vasos mezclados con ella guardauan el olor del vino. En fin, pisando muertos y hollando heridos, passaron los mios adelante, y en el castillo de popa hallaron puestas en esquadron hasta doze hermosíssimas mugeres, y delante dellas vna, que mostraua ser su capitana, armada de vn cosselete blanco,   —267→   y tan terso y limpio, que pudiera seruir de espejo, a quererse mirar en el; traia puesta la gola, pero no las escarcelas ni los braçaletes; el morrion si, que era de hechura de vna enroscada sierpe, a quien adornauan infinitas y diuersas piedras de colores varios; tenia vn venablo en las manos, tachonado de arriba abaxo con clauos de oro, con vna gran cuchilla, de agudo y luziente azero forjada, con que se mostraua tan briosa y tan gallarda, que bastò a detener su vista la furia de mis soldados, que con admirada atencion se pusieron a mirarla. Yo, que de mi naue la estaua mirando, por verla mejor, passé a su nauio, a tiempo quando ella estaua diziendo: «Bien creo, ¡o soldados!, que os pone mas admiracion que miedo este pequeño esquadron de mugeres que a la vista se os ofrece, el qual, despues de la vengança que hemos tomado de nuestros agrauios, no ay cosa que pueda engendrar en   -fol. 99r-   nosotras temor alguno; enuestid, si venis sedientos de sangre, y derramad la nuestra, quitandonos las vidas: que, como no nos quiteis las honras, las daremos por bien empleadas. Sulpicia es mi nombre; sobrina soy de Cratilo, rey de Bituania; casòme mi tio con el gran Lampidio, tan famoso por linage, como rico de los bienes de naturaleza y de los de la fortuna. Yuamos los dos a ver al rey, mi tio, con la seguridad que nos podia ofrecer yr entre nuestros vassallos y criados, todos obligados por las buenas obras que siempre les hizimos; pero la hermosura y el vino, que suelen trastornar los   —268→   mas viuos entendimientos, les borrò las obligaciones de la memoria, y en su lugar les puso los gustos de la lasciuia. Anoche beuieron de modo que les sepultò en profundo sueño, y algunos, medio dormidos, acudieron a poner las manos en mi esposo, y, quitandole la vida, dieron principio a su abominable intento. Pero como es cosa natural defender cada vno su vida, nosotras, por morir vengadas siquiera, nos pusimos en defensa, aprouechandonos del poco tiento y borrachez con que nos acometian, y, con algunas armas que les quitamos, y con quatro criados que, libres del humo de Baco, nos acudieron, hizimos en ellos lo que muestran essos muertos que estan sobre essa cubierta; y passando adelante con nuestra vengança, auemos hecho que essos arboles y essas entenas produzcan el fruto que de ellas veis pendiente: quarenta son los ahorcados, y, si fueran quarenta mil, tambien murieran, porque su poca o ninguna defensa, y nuestra colera, a toda esta crueldad, si por ventura lo es, se estendia. Riqueza traygo que poder repartir, aunque mejor diría que vosotros podais tomar; sólo puedo añadir que os las entregaré de buena gana; tomadlas, señores, y no toqueis en nuestras honras, pues con ellas antes quedareis infames que ricos.»

»Parecieronme tan bien las   -fol. 99v-   razones de Sulpicia, que, puesto que yo fuera verdadero cossario, me ablandara. Vno de mis pescadores dixo a este punto: «¡Que me maten si no se nos ofrece aqui oy otro rey Leopoldio con quien nuestro   —269→   valeroso capitan muestre su general condicion! ¡Ea, señor Periandro; vaya libre Sulpicia, que nosotros no queremos mas de la gloria de auer vencido nuestros naturales apetitos!» «Assi será -respondi yo-, pues vosotros, amigos, lo quereis; y entended que116 obras tales nunca las dexa el cielo sin buena paga, como, a las que son malas, sin castigo. Despojad essos arboles de tan mal fruto, y limpiad essa cubierta, y entregad a essas señoras, junto con la libertad, la voluntad de seruirlas.» Pusose en efeto mi mandamiento, y, llena de admiracion y de espanto, se me humillò Sulpicia, la qual, como persona que no acertaua a saber lo que le auia sucedido, tampoco acertaua a responderme; y lo que hizo fue mandar a vna de sus damas le hiziesse traer los cofres de sus joyas y de sus dineros. Hizolo assi la dama, y en vn instante, como aparecidos o llouidos del cielo, me pusieron delante quatro cofres llenos de joyas y dineros; abriolos Sulpicia, y hizo muestra de aquel tesoro a los ojos de mis pescadores, cuyo resplandor, quiça, y aun sin quiça, cego en algunos la intencion que de ser liberales tenian; porque ay mucha diferencia de dar lo que se possee y se tiene en las manos, a dar lo que està en esperanças de posseerse. Sacò Sulpicia vn rico collar de oro, resplandeciente por las ricas piedras que en el venian engastadas, y diziendo: «Toma, capitan tan valeroso, esta prenda rica, no por otra cosa que por serlo la voluntad con que se te ofrece: dadiua es de vna pobre viuda que ayer se vio en   —270→   la cumbre de la buena fortuna, por verse en poder de su esposo, y oy se vee sugeta a la discrecion destos soldados que te rodean, entre los quales puedes repartir estos tesoros, que, segun se dize, tienen fuerças para   -fol. 100r-   quebrantar las peñas.» A lo que yo respondi: «Dadiuas de tan gran señora, se han de estimar como si fuessen mercedes.» Y, tomando el collar, me volui a mis soldados y les dixe: «Esta joya es ya mia, soldados y amigos mios, y assi, puedo disponer de ella como cosa propia, cuyo precio, por ser, a mi parecer, inestimable, no conuiene que se de a vno solo; tomele y guardele el que quisiere, que, en hallando quien le compre, se diuidira el precio entre todos, y quedese sin tocar lo que la gran Sulpicia os ofrece, porque vuestra fama quede con este hecho frisando con el cielo.» A lo que vno respondio: «Quisieramos, ¡o buen capitan!, que no nos huuieras preuenido con el consejo que nos has dado, porque vieras que de nuestra voluntad correspondiamos a la tuya. Vuelue el collar a Sulpicia; la fama que nos prometes, no ay collar que la ciña ni límite que la contenga.» Quedè contentissimo de la respuesta de mis soldados, y Sulpicia, admirada de su poca codicia. Finalmente, ella me pidio que le diesse doze soldados de los mios que le siruiessen de guarda y de marineros, para lleuar su naue a Bituania. Hizose assi, contentissimos los doze que escogi, sólo por saber que yuan a hazer bien. Proueyonos Sulpicia de generosos vinos y de muchas conseruas, de que   —271→   careciamos. Soplaua el viento próspero para el viage de Sulpicia y para el nuestro, que no lleuaua determinado paradero. Despedimonos de ella; supo mi nombre y el de Carino y Solercio, y, dandonos a los tres sus braços, con los ojos abraçò a todos los demas, ella llorando lagrimas de plazer y tristeza nacidas: de tristeza, por la muerte de su esposo; de alegria, por verse libre de las manos que penso ser de salteadores, nos diuidimos y apartamos.

»Oluidaua de deziros cómo volui el collar a Sulpicia, y ella le recibio a fuerça de mis importunaciones, y casi tuuo a afrenta que le estimasse yo en tan poco que   -fol. 100v-   se le voluiesse. Entré en consulta con los mios sobre que derrota tomariamos, y concluyóse que la que el viento lleuasse, pues por ella auian de caminar los demas nauios que por el mar nauegassen; o, por lo menos, si el viento no hiziesse a su proposito, harian bor(o)dos hasta que les viniesse a cuento. Llegò en esto la noche, clara y serena, y yo, llamando a vn pescador marinero que nos seruia de maestro y piloto, me sente en el castillo de popa, y, con ojos atentos, me puse a mirar el cielo.

-Apostarè -dixo a esta sazon Mauricio a Transila, su hija-, que se pone agora Periandro a descriuirnos toda la celeste esfera, como si importasse mucho a lo que va contando el declararnos los mouimientos del cielo. Yo, por mí, desseando estoy que acabe, porque el desseo que tengo de salir de esta tierra, no da lugar   —272→   a que me entretenga ni ocupe en saber quales son fixas o quales erraticas estrellas; quanto mas, que yo se de sus mouimientos mas de lo que el me puede dezir.

En tanto que Mauricio y Transila esto con sumissa voz hablauan, cobrò aliento Periandro para proseguir su historia en esta forma:



  —273→  

ArribaAbajoCapitvlo qvinze del segundo libro

-Començaua a tomar possession el sueño y el silencio de los sentidos de mis compañeros, y yo me acomodaua a preguntar al que estaua conmigo muchas cosas de las necessarias para saber vsar el arte de la marineria, quando, de improuiso, començaron a llouer, no gotas, sino nubes enteras de agua sobre la naue, de modo que no parecia sino que el mar todo se auia subido a la region del viento, y desde alli se dexaua descolgar sobre el nauio. Alborotamonos todos, y, puestos en pie, mirando   -fol. 101r-   a todas partes, por vnas vimos el cielo claro, sin dar muestras de borrasca alguna, cosa que nos puso en miedo y en admiracion. En esto, el que estaua conmigo dixo: «Sin duda alguna, esta lluuia procede de la que derraman por las ventanas que tienen mas abaxo de los ojos aquellos mostruosos pescados que se llaman naufragos117; y, si esto es assi, en gran peligro estamos de perdernos: menester es disparar toda la artilleria, con cuyo ruydo se espantan.» En esto, vi alçar y poner en el nauio vn cuello como de serpiente terrible, que, arrebatando vn marinero, se le engullò y tragò de improuiso, sin tener necessidad de mascarle. «Naufragos son -dixo el piloto-;   —274→   con balas o sin ellas, que el ruydo, y no el golpe, como tengo dicho, es el que ha de librarnos.» Traia el miedo confusos y agazapados los marineros, que no osauan leuantarse en pie por no ser arrebatados de aquellos vestiglos; con todo esso, se dieron priessa a disparar la artilleria y a dar vozes vnos, y acudir otros a la bomba para voluer el agua al agua. Tendimos todas las velas, y, como si huyeramos de alguna gruessa armada de enemigos, huymos el sobre estante peligro, que fue el mayor [en] que hasta entonces nos auiamos visto.

»Otro dia, al crepusculo de la noche, nos hallamos en la ribera de vna isla no conocida por ninguno de nosotros, y, con dissinio de hazer agua en ella, quisimos esperar el dia sin apartarnos de su ribera. Amaynamos las velas, arrojamos las ancoras, y entregamos al reposo y al sueño los trabajados cuerpos, de quien el sueño tomò possession blanda y suauemente. En fin, nos desenuarcamos todos y pisamos la amenissima ribera, cuya arena, vaya fuera todo encarecimiento, la formauan granos de oro y de menudas perlas. Entrando mas adentro, se nos ofrecieron a la vista prados cuyas yeruas no eran verdes por ser yeruas, sino por ser esmeraldas, en el qual verdor las tenian, no cristalinas   -fol. 101v-   aguas, como suele dezirse, sino corrientes de liquidos diamantes formados, que, cruzando por todo el prado, sierpes de cristal parecian. Descubrimos luego vna selua de arboles de diferentes generos, tan hermosos, que nos suspendieron las almas   —275→   y alegraron los sentidos: de algunos pendian ramos de rubies que parecian guindas, o guindas que parecian granos de rubies; de otros pendian camuesas, cuyas mexillas la vna era de rosa, la otra de finissimo topazio; en aquel se mostrauan las peras, cuyo olor era de ambar, y cuyo color de los que forma en el cielo quando el sol se traspone. En resolucion, todas las frutas de quien tenemos noticia estauan alli en su sazon, sin que las diferencias del año las estoruassen: todo alli era primauera, todo verano, todo estio sin pesadumbre, y todo otoño agradable, con estremo increyble. Satisfazia a todos nuestros cinco sentidos lo que mirauamos: a los ojos, con la belleza y la hermosura; a los oydos, con el ruydo manso de las fuentes y arroyos, y con el son de los infinitos paxarillos, que, con no aprendidas vozes formado, los quales, saltando de arbol en arbol y de rama en rama, parecia que en aquel distrito tenian cautiua su libertad, y que no querian ni acertauan a cobrarla; al olfato, con el olor que de si despedian las yeruas, las flores y los frutos; al gusto, con la prueua que hizimos de la suauidad dellos; al tacto, con tenerlos en las manos, con que nos parecia tener en ellas las perlas del Sur, los diamantes de las Indias y el oro del Tibar.

-Pesame -dixo a esta sazon Ladislao a su suegro, Mauricio- que se aya muerto Clodio: que a fee que le auia dado bien que dezir Periandro en lo que va diziendo.

-Callad, señor -dixo Transila, su esposa-,   —276→   que, por mas que digays, no podreys dezir que no prosigue bien su cuento Periandro.

El qual, como se ha dicho, quando   -fol. 102r-   algunas razones se entremetian de los circunstantes, el tomaua aliento para proseguir en las suyas: que, quando son largas, aunque sean buenas, antes enfadan que alegran.

-No es nada lo que hasta aqui he dicho -prosiguio Periandro-, porque, a lo que resta por dezir, falta entendimiento que lo perciba, y aun cortesias que lo crean. Volued, señores, los ojos, y hazed cuenta que veys salir del coraçon de vna peña, como nosotros lo vimos, sin que la vista nos pudiesse engañar, digo que vimos salir de la abertura de la peña, primero vn suauissimo son, que hirio nuestros oydos y nos hizo estar atentos, de diuersos instrumentos de musica formado; luego salio vn carro que no sabre dezir de que materia, aunque dire su forma, que era de vna naue rota que escapaua de alguna gran borrasca; tirauanla doze poderosissimos ximios, animales lasciuos. Sobre el carro venía vna hermosissima dama, vestida de vna roçagante ropa de varias y diuersas colores adornada, coronada de amarillas y amargas adelfas. Venia arrimada a vn baston negro, y en el fixa vna tablachina o escudo, donde venian estas letras: SENSVALIDAD. Tras ella salieron otras muchas hermosas mugeres, con diferentes instrumentos en las manos, formando vna musica, ya alegre, y ya triste, pero todas singularmente regozijadas. Todos mis compañeros y yo   —277→   estauamos atonitos, como si fueramos estatuas sin voz, de dura piedra formados. Llegóse a mi la Sensualidad, y, con voz entre ayrada y suaue, me dixo: «Costarte ha, generoso mancebo, el ser mi enemigo, si no la vida, a lo menos el gusto». Y diziendo esto, passò adelante, y las donzellas de la musica arrebataron, que assi se puede dezir, siete o ocho de mis marineros, y se los lleuaron consigo, y voluieron a entrarse, siguiendo a su señora, por la abertura   -fol. 102v-   de la peña. Voluime yo entonces a los mios para preguntarles que les parecia de lo que auian visto; pero estoruòlo otra voz o vozes que llegaron a nuestros oidos, bien diferentes que las passadas, porque eran mas suaues y regaladas, y formauanlas vn esquadron de hermosissimas, al parecer, donzellas, y, segun la guia que traian, eranlo, sin duda, porque venía delante mi hermana Auristela, que, a no tocarme tanto, gastara algunas palabras en alabança de su mas que humana hermosura. ¿Que me pidieran a mi entonces que no diera, en albricias de tan rico hallazgo? Que, a pedirme la vida, no la negara, si no fuera por no perder el bien tan sin pensarlo hallado. Traia mi hermana a sus dos lados dos donzellas, de las quales la vna me dixo: «La Continencia y la Pudicicia, amigas y compañeras, acompañamos perpetuamente a la Castidad, que en figura de tu querida hermana Auristela oy ha querido disfraçarse, ni la dexaremos hasta que con dichoso fin le de a sus trabajos y peregrinaciones en la alma ciudad de Roma.» Entonces   —278→   yo, a tan felices nueuas atento, y de tan hermosa vista admirado, y de tan nueuo y estraño acontecimiento, por su grandeza y por su nouedad, mal seguro, alcè la voz, para mostrar con la lengua la gloria que en el alma tenia, y queriendo dezir: «¡O vnicas consoladoras de mi alma; o ricas prendas, por mi bien halladas, dulces y alegres en este y en otro qualquier tiempo!118», fue tanto el ahínco que puse en dezir esto, que rompi el sueño, y la vision hermosa desaparecio, y yo me hallé en mi nauio con todos los mios, sin que faltasse alguno de ellos.

A lo que dixo Constança:

-¿Luego, señor Periandro, dormiades?

-Si -respondio-; porque todos mis bienes son soñados.

-En verdad -replicò Constança-, que ya queria preguntar a mi señora Auristela adonde auia estado el tiempo que no auia parecido.

-De tal manera -respondio   -fol. 103r-   Auristela- ha contado su sueño mi hermano, que me yua haziendo dudar si era verdad o no lo que dezia.

A lo que añadio Mauricio:

-Essas son fuerças de la imaginacion, en quien suelen representarse las cosas con tanta vehemencia, que se aprehenden de la memoria, de manera que quedan en ella, siendo mentiras, como si fueran verdades.

A todo esto, callaua Arnaldo, y consideraua los afectos y demostraciones con que Periandro contaua su historia, y de ninguno dellos podia sacar en limpio las sospechas que en su alma   —279→   auia infundido el ya muerto maldiziente Clodio de no ser Auristela y Periandro verdaderos hermanos. Con todo esso, dixo:

-Prosigue, Periandro, tu cuento sin repetir sueños, porque los animos trabajados siempre los engendran muchos, y confusos, y porque la sin par Sinforosa està esperando que llegues a dezir de donde venias la primera vez que a esta isla llegaste, de donde saliste coronado de vencedor de las fiestas que por la eleccion de su padre cada año en ella se hazen.

-El gusto de lo que soñe -respondio Periandro- me hizo no aduertir de quan poco fruto son las digressiones en qualquiera narracion, quando ha de ser sucinta, y no dilatada.

Callaua Policarpo, ocupando la vista en mirar a Auristela, y el pensamiento en pensar en ella; y assi, para el importaua muy poco, o nada, que callasse o que hablasse Periandro, el qual, aduertido ya de que algunos se cansauan de su larga plática, determinò de proseguirla, abreuiandola, y siguiendola en las menos palabras que pudiesse; y assi dixo:



  —280→     -fol. 103v-  

ArribaAbajoCapitvlo diez y seys del segundo libro

Prosigue Periandro su historia


-Desperte del sueño, como he dicho; tomè consejo con mis compañeros que derrota tomariamos, y salio decretado que por donde el viento nos lleuasse: que, pues yuamos en busca de cossarios, los quales nunca nauegan contra viento, era cierto el hallarlos. Y auia llegado a tanto mi simpleza, que preguntè a Carino y a Solercio si auian visto a sus esposas en compañia de mi hermana Auristela, quando yo la vi soñando. Rieronse de mi pregunta, y obligaronme, y aun forçaronme, a que les contasse mi sueño. Dos meses anduuimos por el mar sin que nos sucediesse cosa de consideracion alguna, puesto que le escombramos de mas de sesenta nauios de cossarios, que, por serlo verdaderos, adjudicamos sus robos a nuestro nauio y le llenamos de innumerables despojos, con que mis compañeros yuan alegres, y no les pesaua de auer trocado el oficio de pescadores en el de piratas, porque ellos no eran ladrones sino de ladrones, ni robauan sino lo robado.

»Sucedio, pues, que vn porfiado viento nos salteò vna noche, que, sin dar lugar a que amaynassemos   —281→   algun tanto o templassemos las velas, en aquel término que las hallò, las tendio y acossò, de modo que, como he dicho, mas de vn mes nauegamos por vna misma derrota; tanto, que, tomando mi piloto el altura del polo donde nos tomò el viento, y tanteando las leguas que haziamos por hora, y los dias que auiamos nauegado, hallamos ser quatrocientas leguas, poco mas o menos. Voluio el piloto a tomar la altura, y vio que estaua debaxo   -fol. 104r-   del norte, en el parage de Noruega, y, con voz grande y mayor tristeza, dixo: «Desdichados de nosotros, que, si el viento no nos concede a dar la buelta para seguir otro camino, en este se acabará el de nuestra vida, porque estamos en el mar glacial, digo, en el mar helado, y, si aqui nos saltea el hyelo, quedaremos empedrados en estas aguas.» Apenas huuo dicho esto, quando sentimos que el nauio tocaua por los lados y por la quilla como en mouibles peñas, por donde se conocio que ya el mar se començaua a helar, cuyos montes de hyelo, que por de dentro se formauan, impedian el mouimiento del nauio. Amaynamos de golpe, porque, topando en ellos, no se abriesse, y en todo aquel dia y aquella noche se congelaron las aguas tan duramente, y se apretaron de modo, que, cogiendonos en medio, dexaron al nauio engastado en ellas, como lo suele estar la piedra en el anillo. Casi como en vn instante començo el hyelo a entumecer los cuerpos y a entristezer nuestras almas, y haziendo el miedo su oficio, considerando el manifiesto peligro, no   —282→   nos dimos mas dias de vida que los que pudiesse sustentar el bastimento que en el nauio huuiesse, en el qual bastimento desde aquel punto se puso tassa, y se repartio por orden, tan miserable y estrechamente, que desde luego començo a matarnos la hambre. Tendimos la vista por todas partes, y no topamos con ella en cosa que pudiesse alentar nuestra esperança, si no fue con vn bulto negro que, a nuestro parecer, estaria de nosotros seis o ocho millas; pero luego imaginamos que deuia de ser algun nauio a quien la comun desgracia de hyelo tenia aprisionado. Este peligro sobrepuja y se adelanta a los infinitos en que de perder la vida me he visto, porque vn miedo dilatado y vn temor no vencido, fatiga mas el alma que vna repentina muerte: que en el acabar subito se ahorran los   -fol. 104v-   miedos y los temores que la muerte trae consigo, que suelen ser tan malos como la misma muerte. Esta, pues, que nos amenazaua, tan hambrienta como larga, nos hizo tomar vna resolucion, si no desesperada, temeraria, por lo menos, y fue que consideramos que, si los bastimentos se nos acabauan, el morir de hambre era la mas rabiosa muerte que puede cauer en la imaginacion humana; y assi, determinamos de salirnos del nauio y caminar por encima del yelo, y yr a ver si, en el que se parecia, auria alguna cosa de que aprouecharnos, o ya de grado, o ya por fuerça.

»Pusose en obra nuestro pensamiento, y en vn instante vieron las aguas sobre si formado,   —283→   con pies enxutos, vn esquadron pequeño, pero de valentissimos soldados; y siendo yo la guia, resbalando, cayendo y leuantando, llegamos al otro nauio, que lo era casi tan grande como el nuestro. Auia gente en el, que, puesta sobre el borde, adeuinando la intencion de nuestra venida, a vozes començo vno a dezirnos: «¿A que venis, gente desesperada? ¿Que buscays? ¿Venis, por venturas, a apressurar nuestra muerte y a morir con nosotros? Volueos a vuestro nauio, y, si os faltan bastimentos, roed las xarcias, y encerrad en vuestros estomagos los embreados leños, si es possible; porque pensar que os hemos de dar acogida, será pensamiento vano y contra los preceptos de la caridad, que ha de començar de si mismo. Dos meses dizen que suele durar este yelo que nos detiene; para quinze dias tenemos sustento; si es bien que le repartamos con vosotros, a vuestra consideracion lo dexo.» A lo que yo le respondi: «En los apretados peligros, toda razon se atropella, no ay respeto que valga, ni buen término que se guarde. Acogednos en vuestro nauio de grado, y juntaremos en el el bastimento que en el nuestro queda, y comamoslo amigablemente, antes que la precisa necessidad nos haga mouer las armas y   -fol. 105r-   vsar de la fuerça.» Esto le respondi yo, creyendo no dezian verdad en la cantidad del bastimento que señalauan; pero ellos, viendose superiores y auentajados en el puesto, no temieron nuestras amenazas ni admitieron nuestros ruegos: antes arremetieron a las armas, y se pusieron   —284→   en orden de defenderse. Los nuestros, a quien la desesperacion, de valientes, hizo valentissimos, añadiendo a la temeridad nueuos brios, arremetieron al nauio, y casi sin recebir herida le entraron y le ganaron, y alçòse vna voz entre nosotros que a todos les quitassemos la vida, por ahorrar de balas y de estomagos por donde se fuesse el bastimento que en el nauio hallassemos. Yo fuy de parecer contrario, y, quiça por tenerle bueno, en esto nos socorrio el cielo, como despues dire; aunque primero quiero deziros que este nauio era el de los cossarios que auian robado a mi hermana y a las dos rezien desposadas pescadoras. Apenas le huue reconocido, quando dixe a vozes: «¿Adonde teneis, ladrones, nuestras almas? ¿Adonde estan las vidas que nos robastes? ¿Que aueys hecho de mi hermana Auristela, y de las dos, Seluiana y Leoncia, partes, mitades de los coraçones de mis buenos amigos Carino y Solercio?» A lo que vno me respondio: «Essas mugeres pescadoras que dizes, las vendio nuestro capitan, que ya es muerto, a Arnaldo, principe de Dinamarca.»

-Assi es la verdad -dixo a esta sazon Arnaldo-, que yo comprè a Auristela y a Cloelia, su ama, y a otras dos hermosissimas donzellas, de vnos piratas que me las vendieron, y no por el precio que ellas merecian.

-¡Valame Dios -dixo Rutilio en esto-, y por que rodeos y con que eslabones se viene a enga[r]çar la peregrina historia tuya, o Periandro!

  —285→  

-Por lo que deues al desseo que todos tenemos de seruirte -añadio Sinforosa-, que abreuies tu cuento, ¡o historiador tan verdadero como gustoso!

  -fol. 105v-  

-Si hare -respondio Periandro-, si es possible que grandes cosas en breues terminos puedan encerrarse.



  —286→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y siete del segundo libro

Toda esta tardança del cuento de Periandro, se declaraua tan en contrario del gusto de Policarpo, que, ni podia estar atento para escucharle, ni le daua lugar a pensar maduramente lo que deuia hazer para quedarse con Auristela. Sin perjuyzio de la opinion que tenia de generoso y de verdadero, ponderaua la calidad de sus huespedes, entre los quales se le ponia delante Arnaldo, principe de Dinamarca, no por eleccion, sino por herencia; descubria en el modo de proceder de Periandro, en su gentileza y brio, algun gran personage; y en la hermosura de Auristela, el de alguna gran señora. Quisiera buenamente lograr sus desseos a pie llano, sin rodeos ni inuenciones, cubriendo toda dificultad y todo parecer contrario con el velo del matrimonio, que, puesto que su mucha edad no lo permitia, todauia podia dissimularlo, porque en qualquier tiempo es mejor casarse que abrassarse. Acuciaua y solicitaua sus pensamientos los que solicitauan y aquexauan a la embaydora Zenotia, con la qual se concerto que, antes de dar otra audiencia a Periandro, se pusiesse en efeto su dissinio, que fue que, de alli a dos noches, tocassen vn arma fingida en la   —287→   ciudad y se pegasse fuego al palacio por tres o quatro partes, de modo que obligasse a los que en el assistian a ponerse en cobro, donde era forçoso que interuiniesse la confusion y el alboroto, en medio del qual preuino gente que robassen al barbaro moço Antonio y a la hermosa Auristela, y assimismo ordenó a Policarpa, su hija, que, conmouida de lástima christiana, auisasse a   -fol. 106r-   Arnaldo y a Periandro el peligro que les amenazaua, sin descubrilles el robo, sino mostrandoles el modo de saluarse, que era que acudiessen a la marina, donde en el puerto hallarian vna saetia que los acogiesse.

Llegóse la noche, y, a las tres horas della, començo el arma, que puso en confusion y alboroto a toda la gente de la ciudad; començo a resplandecer el fuego, en cuyo ardor se aumentaua el que Policarpo en su pecho tenia; acudio su hija, no alborotada, sino con reposo, a dar noticia a Arnaldo y a Periandro de los dissinios de su traidor y enamorado padre, que se estendian a quedarse con Auristela y con el barbaro moço, sin quedar con indicios que le infamassen; oyendo lo qual, Arnaldo y Periandro llamaron a Auristela, a Mauricio, Transila, Ladislao, a los barbaros padre y hijo, a Ricla, a Constança y a Rutilio, y, agradeciendo a Policarpa su auiso, se hizieron todos vn monton, y, puestos delante los varones, siguiendo el consejo de Policarpa, hallaron paso desembaraçado hasta el puerto, y segura enuarcacion en la saetia, cuyo piloto y marineros estauan auisados y cohechados de   —288→   Policarpo que, en el mismo punto que aquella gente, que, al parecer, huyda, se enuarcasse, se hiziessen al mar, y no parassen con ella hasta Inglaterra, o hasta otra parte mas lexos de aquella isla. Entre la confusa griteria y el continuo vozear: «¡Alarma, alarma!», entre los estallidos del fuego abrassador, que como si supiera que tenia licencia del dueño de aquellos palacios para que los abrassasse, andaua encubierto Policarpo, mirando si salia cierto el robo de Auristela, y assimismo solicitaua el de Antonio la hechizera Zenotia; pero, viendo que se auian enuarcado todos, sin quedar ninguno, como la verdad se lo dezia y el alma se lo pronosticaua, acudio a mandar que todos los baluartes y todos los nauios que estauan en el puerto, disparassen la artilleria contra el nauio de los que en el huian, con lo qual de nueuo se aumentò el estruendo, y el miedo discurrio por los animos   -fol. 106v-   de todos los moradores de la ciudad, que no sabian que enemigos los assaltauan, o que intempestiuos acontecimientos les acometian.

En esto, la enamorada Sinforosa, ignorante del caso, puso el remedio en sus pies, y sus esperança[s] en su inocencia, y, con pasos desconcertados y temerosos, se subio a vna alta torre de palacio, a su parecer, parte segura del fuego que lo demas del palacio yua consumiendo. Acerto a encerrarse con ella su hermana Policarpa, que le conto como si lo huuiera visto la huida de sus huespedes, cuyas nueuas quitaron el sentido a Sinforosa, y en Policarpa pusieron   —289→   el arrepentimiento de auerlas dado. Amanecia en esto el alua, risueña para todos los que con ella esperauan descubrir la causa o causas de la presente calamidad, y en el pecho de Policarpo anochecia la noche de la mayor tristeza que pudiera imaginarse. Mordiase las manos Zenotia, y maldezia su engañadora ciencia y las promessas de sus malditos maestros. Sola Sinforosa se estaua aun en su desmayo, y sola su hermana lloraua su desgracia, sin descuydarse de hazerle los remedios que ella podia para hazerla voluer en su acuerdo. Voluio, en fin; tendio la la vista por el mar, vio volar la saetia donde yua la mitad de su alma, o la mejor parte della, y, como si fuera otra engañada y nueua Dido, que de otro fugitiuo Eneas se quexaua, embiando suspiros al cielo, lagrimas a la tierra y vozes al ayre, dixo estas o otras semejantes razones:

-¡O hermoso huesped, venido por mi mal a estas riberas, no engañador, por cierto, que aun no he sido yo tan dichosa que me dixesses palabras amorosas para engañarme! Amayna essas velas, o templalas algun tanto, para que se dilate el tiempo de que mis ojos vean esse nauio, cuya vista, sólo porque vas en el, me consuela. Mira, señor, que huyes de quien te sigue, que te alexas de quien te busca, y das muestras de que aborreces a quien te adora. Hija soy de vn rey, y me contento con   -fol. 107r-   ser esclaua tuya; y, si no tengo hermosura que pueda satisfazer a tus ojos, tengo desseos que puedan   —290→   llenar los vazios de los mejores que el amor tiene. No repares en que se abrasse toda esta ciudad: que, si vuelues, aura seruido este incendio de luminarias por la alegria de tu vuelta. Riquezas tengo, acelerado fugitiuo mio, y puestas en parte donde no las hallará el fuego aunque mas las busque, porque las guarda el cielo para ti solo.

A esta sazon, voluio a hablar con su hermamana, y le dixo:

-¿No te parece, hermana mia, que ha amaynado algun tanto las velas? ¿No te parece que no camina tanto? ¡Ay, Dios! ¿Si se aura arrepentido? ¡Ay, Dios, si la remora de mi voluntad le detiene el nauio!

-¡Ay, hermana! -respondio Policarpa-. No te engañes, que los desseos y los engaños suelen andar juntos. El nauio buela, sin que le detenga la remora de tu voluntad, como tu dizes, sino que le impele el viento de tus muchos suspiros.

Salteòlas en esto el rey, su padre, que quiso ver de la alta torre tambien, como su hija, no la mitad, sino toda su alma que se le ausentaua, aunque ya no se descubria. Los hombres que tomaron a su cargo encender el fuego del palacio, le tuuieron tambien de apagarle. Supieron los ciudadanos la causa del alboroto y el mal nacido desseo de su rey Policarpo, y los embustes y consejos de la hechizera Zenotia, y aquel mismo dia le depusieron del reyno, y colgaron a Zenotia de vna entena. Sinforosa y   —291→   Policarpa fueron respetadas como quien eran, y la ventura que tuuieron fue tal, que correspondio a sus merecimientos; pero no en modo que Sinforosa alcançasse el fin felice de sus desseos, porque la suerte de Periandro mayores venturas le tenia guardadas. Los del nauio, viendose todos juntos y todos libres, no se hartauan de dar gracias al cielo de su buen sucesso. De ellos supieron   -fol. 107v-   otra vez los traidores dissinios de Policarpo; pero no les parecieron tan traidores, que no hallasse en ellos disculpa el auer sido por el amor forjados: disculpa bastante de mayores yerros, que, quando ocupa a vn alma la passion amorosa, no hay discurso con que acierte ni razon que no atropelle. Haziales el tiempo claro, y, aunque el viento era largo, estaua el mar tranquilo. Lleuauan la mira de su viage puesta en Inglaterra, adonde pensauan tomar el dissinio que mas les conuiniesse, y con tanto sossiego nauegauan, que no les sobresaltaua ningun rezelo, ni miedo de ningun sucesso aduerso. Tres dias durò la apazibilidad del mar, y tres dias soplò próspero el viento, hasta que, al quarto, a poner del sol, se començo a turbar el viento y a desassossegarse el mar, y el rezelo de alguna gran borrasca començo a turbar a los marineros: que la inconstancia de nuestras vidas y la del mar simbolizan en no prometer seguridad ni firmeza alguna largo tiempo. Pero quiso la buena suerte que, quando les apretaua este temor, descubriessen cerca de si vna isla, que luego de los marineros fue conocida, y dixeron   —292→   que se llamaua la de las Ermitas, de que no poco se alegraron, porque en ella sabían que estauan dos calas capazes de guarecerse en ellas de todos vientos mas de veynte nauios; tales, en fin, que pudieran seruir de abrigados puertos. Dixeron tambien que, en vna de las ermitas, seruia de ermitaño vn cauallero principal frances llamado Renato, y en la otra ermita seruia de ermitaña vna señora francessa llamada Eusebia, cuya historia de los dos era la mas peregrina que se huuiesse visto. El desseo de saberla, y el de repararse de la tormenta si víniesse, hizo a todos que encaminassen alla la proa. Hizose assi, con tanto acertamiento, que dieron luego con vna de las calas, donde dieron fondo, sin que nadie se lo impidiesse; y, estando informado   -fol. 108r-   Arnaldo de que en la isla no auia otra persona alguna que la del ermitaño y ermitaña referidos, por dar contento a Auristela y a Transila, que fatigadas del mar venian, con parecer de Mauricio, Ladislao, Rutilio y Periandro, mandò echar el esquife al agua, y que saliessen todos a tierra a passar la noche en sossiego, libres de los baybenes del mar. Y aunque se hizo assi, fue parecer del barbaro Antonio que el y su hijo, y Ladislao y Rutilio, se quedassen en el nauio guardandole, pues la fee de sus marineros, poco esperimentada, no les deuia assegurar de modo que se fiassen dellos. Y, en efeto, los que se quedaron en el nauio fueron los dos Antonios, padre y hijo, con todos los marineros, que la mejor tierra para ellos es las   —293→   tablas embreadas de sus naues: mejor les huele la pez, la brea y la resina de sus nauios, que a la demas gente las rosas, las flores y los amarantos de los jardines. A la sombra de vna peña, los de la tierra se repararon del viento, y, a la claridad de mucha lumbre que de ramas cortadas en vn instante hizieron, se defendieron del frio, y ya, como acostumbradas a passar muchas vezes calamidades semejantes, passaron la desta noche sin pesadumbre alguna; y mas con el aliuio que Periandro les causò con voluer, por ruego de Transila, a proseguir su historia, que, puesto que el lo rehusaua, añadíendo ruegos Arnaldo, Ladislao y Mauricio, ayudandoles Auristela, la ocasion y el tiempo, la huuo de proseguir en esta forma:



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ArribaAbajoCapitvlo diez y ocho del segundo libro

-Si es verdad, como lo es, ser dulcissima cosa contar en tranquilidad la tormenta, y en la paz presente los peligros de la passada guerra, y en la salud la enfermedad   -fol. 108v-   padecida, dulce me ha de ser a mi agora contar mis trabajos en este sossiego, que, puesto que no puedo dezir que estoy libre de ellos todauia, segun han sido grandes y muchos, puedo afirmar que estoy en descanso, por ser condicion de la humana suerte que, quando los bienes comiençan a crecer, parece que vnos se van llamando a otros, y que no tienen fin donde parar, y los males por el mismo consiguiente. Los trabajos que yo hasta aqui he padecido, imagino que han llegado al vltimo paradero de la miserable fortuna, y que es forçoso que declinen: que, quando en el estremo de los trabajos no sucede el de la muerte, que es el vltimo de todos, ha de seguirse la mudança, no de mal a mal, sino de mal a bien, y de bien a mas bien; y este en que estoy, teniendo a mi hermana conmigo, verdadera y precisa causa de todos mis males y mis bienes, me assegura y promete que tengo de llegar a la cumbre de los mas felices que acierte a dessearme.

»Y assi, con este dichoso pensamiento, digo   —295→   que quedè en la naue de mis contrarios, ya rendidos, donde supe, como ya he dicho, la venta que auian hecho de mi hermana y de las dos recien desposadas pescadoras, y de Cloelia, al principe Arnaldo, que aqui està presente. En tanto que los mios andauan escudriñando y tanteando los bastimentos que auia en el empedrado nauio, a deshora, y de improuiso, de la parte de tierra descubrimos que sobre los hyelos caminaua vn esquadron de armada gente, de mas de quatro mil personas formado. Dexònos mas helados que el mismo mar vista semejante, aprestando las armas, mas por muestra de ser hombres, que con pe[n]samiento119 de defenderse. Caminauan sobre solo vn pie, dandose con el derecho sobre el calcaño yzquierdo, con que se impelian y resbalauan sobre el mar grandissimo trecho, y luego, voluiendo a reiterar el golpe, tornauan a resbalar otra gran pieça de camino;   -fol. 109r-   y desta suerte, en vn instante fueron con nosotros y nos rodearon por todas partes, y vno de ellos, que, como despues supe, era el capitan de todos, llegandose cerca de nuestro nauio, a trecho que pudo ser oido, assegurando la paz con vn paño blanco que volteaua sobre el braço, en lengua polaca, con voz clara, dixo: «Cratilo, rey de Bituania y señor destos mares, tiene por costumbre de requerirlos con gente armada, y sacar de ellos los nauios que del hyelo estan detenidos, a lo menos la gente y la mercancia que tuuieren, por cuyo beneficio se paga con tomarla por suya. Si vosotros gustaredes de   —296→   acetar este partido, sin defenderos, gozareis de las vidas y de la libertad, que no se os ha de cautiuar en ningun modo; miradlo, y si no, aparejaos a defenderos de nuestras armas, continuo vencedoras.»

»Contentòme la breuedad y la resolucion del que nos hablaua. Respondile que me dexasse tomar parecer con nosotros mismos, y fue el que mis pescadores me dieron, dezir que el fin de todos los males, y el mayor de ellos, era el acabar la vida, la qual se auia de sustentar por todos los medios possibles, como no fuessen por los de la infamia; y que, pues en los partidos que nos ofrecian no interuenia ninguna, y del perder la vida estauamos tan ciertos, como dudosos de la defensa, sería bien rendirnos, y dar lugar a la mala fortuna que entonces nos perseguia, pues podria ser que nos guardasse para mejor ocasion. Casi esta misma respuesta di al capitan del esquadron, y al punto, mas con apariencia de guerra que con muestras de paz, arremetieron al nauio, y en vn instante le desualijaron todo, y trasladaron quanto en el auia, hasta la misma artilleria y xarcias, a vnos cueros de bueyes que sobre el hyelo tendieron; liandolos por encima, asseguraron poderlos lleuar tirandolos con cuerdas, sin que se perdiesse cosa alguna. Robaron ansimismo lo que   -fol. 109v-   hallaron en el otro nuestro nauio, y, poniendonos a nosotros sobre otras pieles, alçando vna alegre vozeria, nos tiraron y nos lleuaron a tierra, que deuia de estar desde el lugar del nauio como veynte millas.   —297→   Pareceme a mi que deuia de ser cosa de ver caminar tanta gente por cima de las aguas a pie enxuto, sin vsar alli el cielo alguno de sus milagros120.

»En fin, aquella noche llegamos a la ribera, de la qual no salimos hasta otro dia por la mañana, que la vimos coronada de infinito numero de gente, que a ver la presa de los helados y yertos auian venido. Venia entre ellos, sobre vn hermoso cauallo, el rey Cratilo, que, por las insignias reales con que se adornaua, conocimos ser quien era; venia a su lado, assimismo a cauallo, vna hermosissima muger, armada de vnas armas blancas, a quien no podian acabar de encubrir vn velo negro con que venian cubiertas. Lleuòme tras si la vista, tanto su buen parecer, como la gallardia del rey Cratilo, y, mirandola con atencion, conoci ser la hermosa Sulpicia, a quien la cortesia de mis compañeros pocos dias [antes] auian dado la libertad que entonces gozaua. Acudio el rey a ver los rendidos, y, lleuandome el capitan assido de la mano, le dixo: «En este solo mancebo, ¡o valeroso rey Cratilo!, me parece que te presento la mas rica presa que en razon de persona humana hasta agora humanos ojos han visto.» «¡Santos cielos! -dixo a esta sazon la hermosa Sulpicia, arrojandose del cauallo al suelo-. O yo no tengo vista en los ojos, o es este mi libertador, Periandro.» Y el dezir esto, y añudarme el cuello con sus braços, fue todo vno, cuyas estrañas y amorosas muestras obligaron tambien a Cratilo a que del cauallo   —298→   se arrojasse y con las mismas señales de alegria me recibiesse. Entonces la desmayada esperança de algun buen sucesso estaua lexos de los pechos de mis pescadores; pero cobrando aliento en las   -fol. 110r-   muestras alegres con que vieron recebirme, les hizo brotar por los ojos el contento, y por las bocas las gracias que dieron a Dios del no esperado beneficio: que ya le contauan, no por beneficio, sino por singular y conocida merced. Sulpicia dixo a Cratilo: «Este mancebo es vn sujeto donde tiene su assiento la suma cortesia, y su albergue la misma liberalidad; y aunque yo tengo hecha esta esperiencia, quiero que tu discrecion la acredite, sacando por su gallarda presencia -y en esto bien se vee que hablaua como agradecida, y aun como engañada- en limpio esta verdad que te digo. Este fue el que me dio libertad despues de la muerte de mi marido; este el que no despreciò mis tesoros, sino el que no los quiso; este fue el que, despues de recebidas mis dadiuas, me las voluio mejoradas, con el desseo de darmelas mayores, si pudiera; este fue, en fin, el que, acomodandose, o, por mejor dezir, haziendo acomodar a su gusto el de sus soldados, dandome doze que me acompañassen, me tiene aora en tu presencia.» Yo entonces, a lo que creo, rojo el rostro con las alabanças, o ya aduladoras o demasiadas, que de mi oia, no supe mas que hincarme de rodillas ante Cratilo, pidiendole las manos, que no me las dio para besarselas, sino para leuantarme del suelo. En este entretanto,   —299→   los doze pescadores que auian venido en guarda de Sulpicia, andauan entre la demas gente buscando a sus compañeros, abraçandose vnos a otros, y, llenos de contento y regozijo, se contauan sus buenas y malas suertes: los del mar esagerauan su hyelo, y los de la tierra sus riquezas. «A mi -dezia el vno- me ha dado Sulpicia esta cadena de oro.» «A mi -dezia otro- esta joya, que vale por dos de essas cadenas.» «A mi -replicaua este- me dio tanto dinero.» Y aquel repetia: «Mas me ha dado a mi en este solo anillo de diamantes, que a todos vosotros junto.»

A todas estas pláticas puso   -fol. 110v-   silencio vn gran rumor que se leuantò entre la gente, causado del que hazía vn poderosissimo cauallo barbaro, a quien dos valientes lacayos traian del freno, sin poderse aueriguar con el. Era de color morzillo, pintado todo de moscas blancas, que sobremanera te hazian hermoso; venia en pelo, porque no consentia ensillarse del mismo rey; pero no le guardaua este respeto despues de puesto encima, no siendo bastantes a detenerle mil montes de embaraços que ante el se pusieran, de lo que el rey estaua tan pesaroso, que diera vna ciudad a quien sus malos siniestros le quitara. Todo esto me conto el rey breue y sucintamente, y yo me resolui con mayor breuedad a hazer lo que agora os dire.

Aqui llegaua Periandro con su plática, quando, a vn lado de la peña donde estauan recogidos los del nauio, oyo Arnaldo vn ruydo como   —300→   de pasos de persona que hazia ellos se encaminaua. Leuantóse en pie, puso mano a su espada, y, con esforçado denuedo, estuuo esperando el sucesso. Callò assimismo Periandro, y las mugeres con miedo, y los varones con ánimo, especialmente Periandro, atendian lo que sería. Y, a la escasa luz de la luna, que, cubierta de nubes, no dexaua verse, vieron que hazia ellos venian dos bultos, que no pudieran diferenciar lo que eran, si vno de ellos con voz clara no dixera:

-No os alborote, señores, quienquiera que seays, nuestra improuisa llegada, pues sólo venimos a seruiros. Esta estancia que teneis, desierta y sola, la podeys mejorar, si quisieredes, en la nuestra, que en la cima desta montaña està puesta; luz y lumbre hallareis en ella, y manjares, que, si no delicados y costosos, son, por lo menos, necessarios y de gusto.

Yo le respondi:

-¿Soys, por ventura, Renato y Eusebia, los limpios y verdaderos amantes en quien la fama ocupa sus lenguas, diziendo el bien que en ellos se encierra?

-Si   -fol. 111r-   dixerades los desdichados- respondio el bulto, acertarades en ello; pero, en fin, nosotros somos los que dezis, y los que os ofrecimos con voluntad sincera el acogimiento que puede daros nuestra estrecheza.

Arnaldo fue de parecer que se tomasse el consejo que se les ofrecía, pues el rigor del tiempo que amenazaua les obligaua a ello. Leuantaronse   —301→   todos, y, siguiendo a Renato y a Eusebia, que les siruieron de guias, llegaron a la cumbre de vna montañuela, donde vieron dos ermitas, mas comodas para passar la vida en su pobreza, que para alegrar la vista con su rico adorno. Entraron dentro, y, en la que parecia algo mayor, hallaron luzes, que de dos lamparas procedian, con que podian distinguir los ojos lo que dentro estaua, que era vn altar con tres deuotas imagenes: la vna, del autor de la vida, ya muerto y crucificado; la otra, de la reyna de los cielos y de la señora de la alegria, triste, y puesta en pie, del que tiene los pies sobre todo el mundo; y la otra, del amado dicipulo, que vio mas estando durmiendo, que vieron quantos ojos tiene el cielo en sus estrellas. Hincaronse de rodillas, y, hecha la deuida oracion con deuoto respeto, les lleuò Renato a vna estancia que estaua junto a la ermita, a quien se entraua por vna puerta que junto al altar se hazía. Finalmente, pues las menudencias no piden ni sufren relaciones largas, se dexaràn de contar las que alli passaron, ansi de la pobre cena, como del estrecho regalo, que sólo se alargaua en la bondad de los ermitaños, de quien se notaron los pobres vestidos, la edad, que tocaua en los margenes de la vejez, la hermosura de Eusebia, donde todauia resplandecian las muestras de auer sido rara en todo estremo. Auristela, Transila y Constança se quedaron en aquella estancia, a quien siruieron de camas secas espadañas, con otras yeruas, para dar gusto   —302→   al olfato [mas]   -fol. 111v-   que a otro sentido alguno. Los hombres se acomodaron en la ermita, en diferentes puestos, tan frios como duros, y tan duros como frios. Corrio el tiempo como suele; volo la noche, y amanecio el dia claro y sereno; descubriose la mar tan cortés y bien criada, que parecia que estaua combidando a que la gozassen voluiendose a enuarcar; y, sin duda alguna, se hiziera assi, si el piloto de la naue no subiera a dezir que no se fiassen de las muestras del tiempo, que, puesto que prometian serenidad tranquila, los efetos auian de ser muy contrarios. Salio con su parecer, pues todos se atuuieron a el: que, en el arte de la marineria, mas sabe el mas simple marinero, que el mayor letrado del mundo. Dexaron sus heruosos lechos las damas, y los varones sus duras piedras, y salieron a ver desde aquella cumbre la amenidad de la pequeña isla, que sólo podia bojar hasta doze millas; pero tan llena de arboles frutiferos, tan fresca por muchas aguas, tan agradable por las yeruas verdes, y tan olorosa por las flores, que, en vn ygual grado y a vn mismo tiempo, podia satisfazer a todos cinco sentidos. Pocas horas se auia entrado por el dia, quando los dos venerables ermitaños llamaron a sus huespedes, y, tendiendo dentro de la ermita verdes y secas espadañas, formaron sobre el suelo vna agradable alfombra, quiça mas vistosa que las que suelen adornar los palacios de los reyes. Luego tendieron sobre ella diuersidad de frutas, assi verdes como secas, y pan no tan reziente   —303→   que no semejasse vizcocho, coronando la mesa assimismo de vasos de corcho, con maestria labrados, de frios y liquidos cristales llenos. El adorno121, las frutas, las puras y limpias aguas, que, a pesar de la parda color de los corchos, mostrauan su claridad, y la necessidad juntamente, obligò a todos, y aun les forço, por mejor dezir, a que al rededor de la mesa se sentassen. Hizieronlo assi, y,   -fol. 112r-   despues de la tan breue como sabrosa comida, Arnaldo suplicò a Renato que les contasse su historia y la causa que a la estrecheza de tan pobre vida le auia conduzido; el qual, como era cauallero, a quien es anexa siempre la cortesia, sin que segunda vez se lo pidiessen, desta manera començo el cuento de su verdadera historia:



  —304→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y nueue del segundo libro

Cuenta Renato la ocasion que tuuo para yrse a la isla de las Ermitas


-Qvando los trabajos passados se cuentan en prosperidades presentes, suele ser mayor el gusto que se recibe en contarlos, que fue el pesar que se recibio en sufrirlos. Esto no podre dezir de los mios, pues no los cuento fuera de la borrasca, sino en mitad de la tormenta. Naci en Francia; engendraronme padres nobles, ricos y bien intencionados; crième en los exercicios de cauallero; medi mis pensamientos con mi estado; pero, con todo esso, me atreui a ponerlos en la señora Eusebia, dama de la reyna en Francia, a quien sólo con los ojos la di a entender que la adoraua, y ella, o ya descuydada, o no aduertida, ni con sus ojos ni con su lengua me dio a entender que me entendia. Y aunque el disfauor y los desdenes suelen matar al amor en sus principios, faltandole el arrimo de la esperança, con quien suele crecer, en mi fue al contrario, porque del silencio de Eusebia tomaua alas mi esperança con que subir hasta el cielo de merecerla. Pero la inuidia o la demasiada curiosidad de Libsomiro, cauallero   -fol. 112v-   assimismo frances, no   —305→   menos rico que noble, alcançò a saber mis pensamientos, y, sin ponerlos en el punto que deuia, me tuuo mas inuidia que lástima, auiendo de ser al contrario; porque ay dos males en el amor que llegan a todo estremo: el vno es querer y no ser querido; el otro, querer y ser aborrecido; y a este mal no se yguala el de la ausencia ni el de los zelos. En resolucion, sin auer yo ofendido a Libsomiro, vn dia se fue al rey, y le dixo cómo yo tenia trato illicito con Eusebia, en ofensa de la magestad real, y contra la ley que deuia guardar como cauallero, cuya verdad la acreditaria con sus armas, porque no queria que le mostrasse la pluma ni otros testigos, por no turbar la decencia de Eusebia, a quien vna y mil vezes acusaua de impudica y mal intencionada.

»Con esta informacion, alborotado el rey, me mandò llamar, y me conto lo que Libsomiro de mi le auia contado; disculpé mi inocencia, volui por la honra de Eusebia, y, por el mas comedido medio que pude, desmenti a mi enemigo. Remitiose la prueua a las armas. No quiso el rey darnos campo en ninguna tierra de su reyno, por no yr contra la ley catolica, que los prohibe. Dionosle vna de las ciudades libres de Alemania. Llegóse el dia de la batalla; parecio en el puesto con las armas que se auian señalado, que eran espada y rodela, sin otro artificio alguno; hizieron los padrinos y los juezes las ceremonias que en tales casos se acostumbran; partieronnos el sol, y dexaronnos. Entrè yo confiado   —306→   y animoso, por saber indubitablemente que lleuaua la razon conmigo, y la verdad de mi parte; de mi contrario bien se yo que entrò animoso, y mas soberuio y arrogante que seguro de su conciencia. ¡O soberanos cielos! ¡O juizios de Dios inescrutables! Yo hize lo que pude; yo puse mis esperanças en Dios y en la limpieça de mis no executados desseos; sobre mi no tuuo poder el miedo,   -fol. 113r-   ni la debilidad de los braços, ni la puntualidad de los mouimientos; y, con todo esso, y no saber dezir el cómo, me hallé tendido en el suelo, y la punta de la espada de mi enemigo puesta sobre mis ojos, amenazandome de presta y inebitable muerte. «Aprieta -dixe yo entonces-, ¡o mas venturoso que valiente vencedor mio!, esta punta de espada, y sacame el alma, pues tan mal ha sabido defender su cuerpo; no esperes a que me rinda, que no ha de confessar mi lengua la culpa que no tengo. Pecados si tengo yo que merecen mayores castigos; pero no quiero añadirles este de leuantarme testimonio a mi mismo, y assi, mas quiero morir con honra que viuir deshonrado.» «Si no te rindes, Renato -respondio mi contrario-, esta punta llegará hasta el celebro, y hara que con tu sangre firmes y confirmes mi verdad y tu pecado.» Llegaron en esto los juezes, y tomaronme por muerto, y dieron a mi enemigo el lauro de la vitoria. Sacaronle del campo en ombros de sus amigos, y a mi me dexaron solo, en poder del quebranto y de la confusion, con mas tristeza que heridas, y no con tanto dolor como   —307→   yo pensaua, pues no fue vastante a quitarme la vida, ya que no me la quitò la espada de mi enemigo.

»Recogieronme mis criados. Voluime a la patria. Ni en el camino, ni en ella, tenia atreuimiento para alçar los ojos al cielo, que me parecia que sobre sus parpados cargaua el peso de la deshonra y la pesadumbre de la infamia; de los amigos que me hablauan, pensaua que me ofendian; el claro cielo para mi estaua cubierto de obscuras tinieblas; ni vn corrillo acaso se hazía en las calles, de los vezinos del pueblo, de quien no pensasse que sus pláticas no naciessen de mi deshonra; finalmente, yo me hallè tan apretado de mis melancolias, pensamientos y confussas imaginaciones, que, por salir dellas, o, a lo menos, aliuiarlas, o acabar con la vida, determinè   -fol. 113v-   salir de mi patria, y, renunciando mi hazienda en otro hermano menor que tengo, en vn nauio, con algunos de mis criados, quise desterrarme y venir a estas setentrionales partes, a buscar lugar donde no me alcançasse la infamia de mi infame vencimiento, y donde el silencio sepultasse mi nombre. Hallè esta isla acaso; contentóme el sitio, y, con el ayuda de mis criados, leuantè esta ermita, y encerreme en ella. Despedilos; diles orden que cada vn año viniessen a verme, para que enterrassen mis huessos. El amor que me tenian, las promesas que les hize, y los dones que les di, les obligaron a cumplir mis ruegos, que no los quiero llamar mandamientos. Fueronse, y dexaronme entregado a   —308→   mi soledad, donde hallè tan buena compañia en estos arboles, en estas yeruas y plantas, en estas claras fuentes, en estos bulliciosos y frescos arroyuelos, que de nueuo me tuue lástima a mi mismo de no auer sido vencido muchos tiempos antes, pues con aquel trabajo huuiera venido antes al descanso de gozallos. ¡O soledad, alegre compañia de los tristes! ¡O silencio, voz agradable a los oydos, donde llegas, sin que la adulacion ni la lisonja te acompañen! ¡O, que de cosas dixera, señores, en alabança de la santa soledad y del sabroso silencio! Pero estoruamelo el deziros primero cómo dentro de vn año voluieron mis criados, y truxeron consigo a mi adorada Eusebia, que es esta señora ermitaña que veys presente, a quien mis criados dixeron en el término que yo quedaua, y ella, agradecida a mis desseos, y condolida de mi infamia, quiso, ya que no en la culpa, serme compañera en la pena, y, enuarcandose con ellos, dexò su patria y padres, sus regalos y sus riquezas, y lo mas que dexò fue la honra, pues la dexò al vano discurso del vulgo, casi siempre engañado, pues con su huyda confirmaua su yerro   -fol. 114r-   y el mio. Recebila como ella esperaua que yo la recibiesse, y la soledad y la hermosura, que auian de encender nuestros començados desseos, hizieron el efeto contrario, merced al cielo y a la honestidad suya. Dimonos las manos de legitimos esposos, enterramos el fuego en la nieue, y en paz y en amor, como dos estatuas mouibles, ha que viuimos en este lugar casi diez años, en los   —309→   quales no se ha passado ninguno en que mis criados no vueluan a verme, proueyendome de algunas cosas que en esta soledad es forçoso que me falten. Traen alguna vez consigo algun religioso que nos confiesse. Tenemos en la ermita suficientes ornamentos para celebrar los diuinos oficios; dormimos a parte, comemos juntos, hablamos del cielo, menospreciamos la tierra, y, confiados en la misericordia de Dios, esperamos la vida eterna.

Con esto dio fin a su plática Renato, y con esto dio ocasion a que todos los circunstantes se admirassen de su sucesso, no porque les pareciesse nueuo dar castigos el cielo contra la esperança de los pensamientos humanos, pues se sabe que por vna de dos causas vienen los que parecen males a las gentes: a los malos, por castigo, y a los buenos, por mejora; y en el número de los buenos pusieron a Renato, con el qual gastaron algunas palabras de consuelo, y ni mas ni menos con Eusebia, que se mostro prudente en los agradecimientos y consolada en su estado.

-¡O vida solitaria! -dixo a esta sazon Rutilio, que, sepultado en silencio, auia estado escuchando la historia de Renato-. ¡O vida solitaria -dixo-, santa, libre y segura, que infunde el cielo en las regaladas imaginaciones! ¡Quien te amara, quien te abraçara, quien te escogiera, y quien, finalmente, te gozara!

-Dizes bien -dixo Mauricio-, amigo Rutilio. Pero essas consideraciones han de caer sobre   —310→   grandes sujetos; porque no nos ha de causar marauilla que vn rustico pastor se retire   -fol. 114v-   a la soledad del campo, ni nos ha de admirar que, vn pobre que en la ciudad muere de hambre, se recoja a la soledad, donde no le ha de faltar el sustento. Modos hay de viuir que los sustenta la ociosidad y la pereza, y no es pequeña pereza dexar yo el remedio de mis trabajos en las agenas, aunque misericordiosas, manos. Si yo viera a vn Anibal cartagines encerrado en vna ermita, como vi a vn Carlos V cerrado en vn monasterio, suspendierame y admirarame; pero que se retire vn plebeyo, que se recoja vn pobre, ni me admira, ni me suspende. Fuera va deste cuento Renato, que le truxeron a estas soledades, no la pobreza, sino la fuerça que nacio de su buen discurso. Aqui tiene en la carestia abundancia, y en la soledad compañia, y, el no tener mas que perder, le haze viuir mas seguro.

A lo que añadio Periandro:

-Si, como tengo pocos, tuuiera muchos años, en trances y ocasiones me ha puesto mi fortuna, que tuuiera por suma felicidad que la soledad me acompañara, y en la sepultura del silencio se sepultara mi nombre; pero no me dexan resoluer mis desseos ni mudar de vida la priessa que me da el cauallo de Cratilo, en quien quedè de mi historia.

Todos se alegraron oyendo esto, por ver que queria Periandro voluer a su tantas vezes començado y no acabado cuento, que fue assi:



  —311→  

ArribaAbajoCapitvlo veynte del segundo libro

Quenta lo que le sucedio con el cauallo tan estimado de Cratilo como famoso


-La grandeza, la ferocidad y la hermosura del cauallo que os he descrito, tenian tan enamorado a Cratilo,   -fol. 115r-   y tan desseoso de verle manso, como a mi de mostrar que desseaua seruirle, pareciendome que el cielo me presentaua ocasion para hazerme agradable a los ojos de quien por señor tenia, y a poder acreditar con algo las alabanças que la hermosa Sulpicia de mi al rey auia dicho. Y assi, no tan maduro como presuroso, fuy donde estaua el cauallo, y subi en el sin poner el pie en el estriuo, pues no le tenia, y arremeti con el, sin que el freno fuesse parte para detenerle, y llegué a la punta de vna peña que sobre la mar pendia, y, apretandole de nueuo las piernas, con tan mal grado suyo como gusto mio, le hize bolar por el ayre y dar con entrambos en la profundidad del mar; y en la mitad del buelo me acorde que, pues el mar estaua elado, me auia de hazer pedaços con el golpe, y tuue mi muerte y la suya por cierta. Pero no fue assi, porque el cielo, que para otras cosas que el sabe me deue de tener guardado,   —312→   hizo que las piernas y braços del poderoso cauallo resistiessen el golpe, sin recebir yo otro daño que auerme sacudido de si el cauallo y echado a rodar, resbalando, por gran espacio. Ninguno huuo en la ribera que no pensasse y creyesse que yo quedaua muerto; pero, quando me vieron leuantar en pie, aunque tuuieron el sucesso a milagro, juzgaron a locura mi atreuimiento.

Duro se le hizo a Mauricio el terrible salto del cauallo tan sin lission: que quisiera el, por lo menos, que se huuiera quebrado tres o quatro piernas, porque no dexara Periandro tan a la cortesia de los que le escuchauan la creencia de tan dessaforado salto; pero el credito que todos tenian de Periandro, les hizo no passar adelante con la duda del no creerle: que, assi como es pena del mentiroso que, quando diga verdad, no se le crea, assi es gloria del bien acreditado el ser creydo quando diga mentira. Y como   -fol. 115v-   no pudieron estoruar los pensamientos de Mauricio la plática de Periandro, prosiguio la suya, diziendo:

-Volui a la ribera con el cauallo, volui assimismo a subir en el, y, por los mismos pasos que primero, le incitè a saltar segunda vez; pero no fue possible, porque, puesto en la punta de la leuantada peña, hizo tanta fuerça por no arrojarse, que puso las ancas en el suelo y rompio las riendas, quedandose clauado en la tierra. Cubriose luego de vn sudor de pies a cabeça, tan lleno de miedo, que le voluio de leon en   —313→   cordero, y de animal indomable en generoso cauallo, de manera que los muchachos se atreuieron a manosearle, y los cauallerizos del rey, enjaezandole, subieron en el y le corrieron con seguridad, y el mostro su ligereza y su bondad, hasta entonces jamas vista; de lo que el rey quedò contentissimo, y Sulpicia alegre, por ver que mis obras auian respondido a sus palabras.

»Tres meses estuuo en su rigor el yelo, y estos se tardaron en acabar vn nauio que el rey tenia començado para correr en conuenible tiempo aquellos mares, limpiandolos de cosarios, enriqueziendose con sus robos. En este entretanto, le hize algunos seruicios en la caça, donde me mostre sagaz y esperimentado, y gran sufridor de trabajos; porque en ningun exercicio corresponde assi al de la guerra como el de la caça, a quien es anexo el cansancio, la sed y la hambre, y aun a vezes la muerte. La liberalidad de la hermosa Sulpicia se mostro conmigo y con los mios estremada, y la cortesia de Cratilo le corrio parejas. Los doze pescadores que truxo consigo Sulpicia, estauan ya ricos, y los que conmigo se perdieron, estauan ganados. Acabóse el nauio; mandò el rey adereçarle y pertrecharle de todas las cosas necessarias largamente, y luego me hizo capitan del, a toda mi voluntad, sin obligarme a que hiziesse cosa mas de aquella que fuesse de   -fol. 116r-   mi gusto. Y despues de auerle bessado las manos por tan gran beneficio, le dixe que me diesse licencia de yr a buscar a mi hermana Auristela, de quien tenia noticia que   —314→   estaua en poder del rey de Dinamarca. Cratilo me la dio para todo aquello que quisiesse hazer, diziendome que a mas le tenia obligado mi buen término, hablando como rey, a quien es anexo tanto el hazer mercedes, como la afabilidad y, si se puede dezir, la buena criança. Esta tuuo Sulpicia en todo estremo, acompañandola con la liberalidad, con la qual, ricos y contentos, yo y los mios nos enuarcamos, sin que quedasse ninguno.

»La primer derrota que tomamos fue a Dinamarca, donde crei hallar a mi hermana, y lo que hallé fueron nueuas de que, de la ribera del mar, a ella y a otras donzellas las auian robado cosarios. Renouaronse mis trabajos, y començaron de nueuo mis lastimas, a quien acompañaron las de Carino y Solercio, los quales creyeron que en la desgracia de mi hermana y en su prission se deuia de comprehender la de sus esposas.

-Sospecharon bien -dixo a esta sazon Arnaldo.

Y prosiguiendo, Periandro dixo:

-Barrimos todos los mares, rodeamos todas o las mas islas destos contornos, preguntando siempre por nueuas de mi hermana, pareciendome a mi, con paz sea dicho de todas las hermosas del mundo, que la luz de su rostro no podia estar encubierta por ser escuro el lugar donde estuuiesse, y que la suma discrecion suya auia de ser el hilo que la sacasse de qualquier laberinto. Prendimos cosarios, soltamos prisioneros,   —315→   restituymos haziendas a sus dueños, alçamonos con las mal ganadas de otros, y con esto, colmando nuestro nauio de mil diferentes bienes de fortuna, quisieron los mios voluer a sus redes y a sus casas y a los braços de sus hijos, imaginando Carino y Solercio ser possible hallar a sus esposas en su tierra, ya que en las agenas no las hallauan. Antes desto llegamos a aquella isla, que, a lo que creo, se llama   -fol. 116v-   Scinta, donde supimos las fiestas de Policarpo, y a todos nos vino voluntad de hallarnos en ellas. No pudo llegar nuestra naue, por ser el viento contrario, y assi, en trage de marineros bogadores, nos entramos en aquel barco luengo, como ya queda dicho. Alli ganè los premios, alli fuy coronado por vencedor de todas las contiendas, y de alli tomò ocasion Sinforosa de dessear saber quien yo era, como se vio por las diligencias que para ello hizo. Vuelto al nauio, y resueltos los mios de dexarme, los rogue que me dexassen el barco, como en premio de los trabajos que con ellos auia passado. Dexaronmele, y aun me dexaran el nauio, si yo le quisiera, diziendome que, si me dexauan solo, no era otra la ocasion sino porque les parecia ser solo mi desseo, y tan impossible de alcançarle, como lo auia mostrado la esperiencia en las diligencias que auiamos hecho para conseguirle.

»En resolucion, con seys pescadores que quisieron seguirme, lleuados del premio que les di y del que les ofreci, abraçando a mis amigos, me enuarqué, y puse la proa en la isla barbara, de   —316→   cuyos moradores sabía ya la costumbre y la falsa profecia que los tenia engañados, la qual no os refiero porque se que la sabeys. Di al traues en aquella isla; fuy preso, y lleuado donde estauan los viuos enterrados; sacaronme otro dia para ser sacrificado; sucedio la tormenta del mar; desbarataronse los leños que seruian de barcas; sali al mar ancho en vn pedaço dellas, con cadenas que me rodeauan el cuello y esposas que me atauan las manos; cahi en las misericordiosas del principe Arnaldo, que està presente, por cuya orden entré en la isla para ser espia que inuestigasse si estaua en ella mi hermana, no sabiendo que yo fuesse hermano de Auristela, la qual otro dia vino en trage de varon a ser sacrificada.   -fol. 117r-   Conocila, dolíome su dolor, preuine su muerte con dezir que era hembra, como ya lo auia dicho Cloelia, su ama, que la acompañaua; y el modo como alli las122 dos vinieron, ella lo dirà quando quisiere. Lo que en la isla nos sucedio, ya lo sabeys, y con esto, y con lo que a mi hermana le queda por dezir, quedareys satisfechos de casi todo aquello que acertare a pediros el desseo en la certeza de nuestros sucessos.



  —317→  

ArribaAbajoCapitvlo ventivno del segundo libro

No se si tenga por cierto, de manera que osse afirmar, que Mauricio y algunos de los mas oyentes se holgaron de que Periandro pusiesse fin en su plática, porque las mas vezes, las que son largas, aunque sean de importancia, suelen ser desabridas. Este pensamiento pudo tener Auristela, pues no quiso acreditarle con començar por entonces la historia de sus acontecimientos, que, puesto que auian sido pocos desde que fue robada de poder de Arnaldo hasta que Periandro la hallò en la isla barbara, no quiso añadirlos hasta mejor coyuntura; ni, aunque quisiera, tuuiera lugar para hazerlo, porque se lo estoruara vna naue que vieron venir por alta mar, encaminada a la isla, con todas las velas tendidas, de modo que en breue rato llegò a vna de las calas de la isla, y luego fue de Renato conocida, el qual dixo:

-Esta es, señores, la naue donde mis criados y mis amigos suelen visitarme algunas vezes.

Ya en esto, echa la çaloma123 y arrojado el esquife al agua, se llenò de gente, que salio a la ribera, donde ya estauan para recebirle Renato y todos los que con el estauan. Hasta veynte serian los desembarcados,   -fol. 117v-   entre los quales salio   —318→   vno de gentil presencia, que mostro ser señor de todos los demas, el qual, apenas vio a Renato, quando con los braços abiertos se vino a el, diziendole:

-Abraçame, hermano, en albricias de que te traygo las mejores nueuas que pudieras dessear.

Abraçóle Renato, porque conocio ser su hermano Sinibaldo, a quien dixo:

-Ningunas nueuas me pueden ser mas agradables, ¡o hermano mio!, que ver tu presencia: que, puesto que en el siniestro estado en que me veo, ninguna alegria sería bien que me alegrasse, el verte, passa adelante, y tiene excepcion en la comun regla de mi desgracia.

Sinibaldo se124 voluio luego a abraçar a Eusebia, y le dixo:

-Dadme tambien vos los braços, señora, que tambien me deueys las albricias de las nueuas que traygo, las quales no serà bien dilatarlas, porque no se dilate mas vuestra pena. Sabed, señores, que vuestro enemigo es muerto de vna enfermedad que, auiendo estado seys dias antes que muriesse sin habla, se la dio el cielo seys horas antes que despidiesse el alma, en el qual espacio, con muestras de vn grande arrepentimiento, confessò la culpa en que auia caydo de aueros acusado falsamente; confessò su enuidia, declarò su malicia, y, finalmente, hizo todas las demostraciones vastantes a manifestar su pecado. Puso en los secretos juyzios de Dios el auer salido vencedora su maldad contra la bondad vuestra, y no sólo se contentò con dezirlo, sino   —319→   que quiso que quedasse por instrumento público esta verdad; la qual sabida por el rey, tambien por público instrumento os voluio vuestra honra, y os declarò a ti, ¡o hermano!, por vencedor, y a Eusebia por honesta y limpia, y ordenò que fuessedes buscados, y que, hallados, os lleuassen a su presencia, para recompensaros con su magnanimidad y grandeza las estrecheças en que os deueys de auer visto. Si estas son nueuas dignas de que os den gusto, a vuestra buena consideracion   -fol. 118r-   lo dexo.

-Son tales -dixo entonces Arnaldo-, que no ay acrecentamiento de vida que las auentaje, ni possession de no esperadas riquezas que las lleguen; porque la honra perdida y vuelta a cobrar con estremo, no tiene bien alguno la tierra que se le iguale. Gozeysle luengos años, señor Renato, y gozele en vuestra compañia la sin par Eusebia, yedra de vuestro muro, olmo de vuestra yedra, espejo de vuestro gusto, y exemplo de bondad y agradecimiento.

Este mismo parabien, aunque con palabras diferentes, les dieron todos, y luego passaron a preguntarle por nueuas de lo que en Europa passaua y en otras partes de la tierra, de quien ellos, por andar en el mar, tenian poca noticia. Sinibaldo respondio que, de lo que mas se trataua, era de la calamidad en que estaua puesto por el rey de los danaos, Leopold[i]o, el rey antiguo de Dinamarca, y por otros allegados que a Leopold[i]o fauorecian. Conto assimismo cómo se murmuraua que, por la ausencia de Arnaldo,   —320→   príncipe heredero de Dinamarca, estaua su padre tan a pique de perderse, del qual principe dezian que, qual mariposa, se yua tras la luz de vnos bellos ojos de vna su prisionera, tan no conocida por linage, que no se sabía quien fuessen sus padres. Conto con esto guerras del de Transiluania, mouimientos del turco, enemigo comun del genero humano; dio nueuas de la gloriosa muerte de Carlos V, rey de España y emperador romano, terror de los enemigos de la Yglesia y assombro de los sequazes de Mahoma; dixo assimismo otras cosas mas menudas, que vnas alegraron y otras suspendieron, y las vnas y las otras dieron gusto a todos, si no fue al pensatiuo Arnaldo, que, desde el punto que oyo la opresion de su padre, puso los ojos en el suelo y la mano en la mexilla, y, al cabo de vn buen espacio que assi estuuo, quitò los ojos de la tierra, y, poniendolos en el cielo, exclamando en voz alta, dixo:

-¡O amor,   -fol. 118v-   o honra, o compassion paterna, y cómo me apretays el alma! Perdoname, amor, que, no porque me aparte, te dexo; esperame, ¡o honra!, que, no porque tenga amor, dexarè de seguirte; consuelate, ¡o padre!, que ya vueluo; esperadme, vassallos, que el amor nunca hizo ninguno couarde, ni lo he de ser yo en defenderos, pues soy el mejor y el mas bien enamorado del mundo. Para la sin par Auristela quiero yr a ganar lo que [se] que es mio, y para poder merecer, por ser rey, lo que no merezco por ser amante: que el amante pobre, si la ventura a   —321→   manos llenas no le fauorece, casi no es possible que llegue a felice fin su desseo. Rey la quiero pretender, rey la he de seruir, amante la he de adorar; y, si con todo esto no la pudiere merecer, culparé mas a mi suerte que a su conocimiento.

Todos los circunstantes quedaron suspensos oyendo las razones de Arnaldo; pero el que mas lo quedò de todos fue Sinibaldo, a quien Mauricio auia dicho cómo aquel era el principe de Dinamarca, y aquella, mostrandole a Auristela, la prisionera que dezian que le traia rendido. Puso algo mas de proposito los ojos en Auristela Sinibaldo, y luego juzgò a discrecion la que en Arnaldo parecia locura, porque la belleza de Auristela, como otras vezes se ha dicho, era tal, que cautiuaua los coraçones de quantos la mirauan, y hallauan en ella disculpa todos los errores que por ella se hizieran. Es, pues, el caso, que aquel mismo dia se concerto que Renato y Eusebia se voluiessen a Francia, lleuando en su nauio a Arnaldo para dexalle en su reyno, el qual quiso lleuar consigo a Mauricio y a Transila, su hija, y a Ladislao, su yerno, y que, en el nauio de la huyda, prosiguiendo su viage, fuessen a España Periandro, los dos Antonios, Auristela, Ricla y la hermosa Constança.

  -fol. 119r-  

Rutilio, viendo este repartimiento, estuuo esperando a que parte le echarian; pero, antes que la declarassen, puesto de rodillas ante Renato, le suplicò le hiziesse heredero de sus alajas, y le dexasse en aquella isla, siquiera para que no   —322→   faltasse en ella quien encendiesse el farol que guiasse a los perdidos nauegantes; porque el queria acabar bien la vida, hasta entonces mala. Reforçaron todos su christiana peticion, y el buen Renato, que era tan christiano como liberal, le concedio todo quanto pedia, diziendole que quisiera que fueran de importancia las cosas que le dexaua, puesto que eran todas las necessarias para cultiuar la tierra y passar la vida humana; a lo que añadio Arnaldo que el le prometia, si se viesse pacifico en su reyno, de embiarle cada vn año vn vagel que le socorriesse. A todos hizo señales de bessar los pies Rutilio, y todos le abraçaron, y los mas dellos lloraron de ver la santa resolucion del nueuo ermitaño: que, aunque la nuestra no se enmiende, siempre da gusto ver enmendar la agena vida, si no es que llega a tanto la proterbidad nuestra, que querriamos ser el abismo que a otros abismos llamase.

Dos dias tardaron en disponerse y acomodarse para seguir cada vno su viage, y, al punto de la partida, huuo cortesses comedimientos, especialmente entre Arnaldo, Periandro y Auristela; y aunque entre ellos se mezclaron amorosas razones, todas fueron honestas y comedidas, pues no alborotaron el pecho de Periandro. Llorò Transila; no tuuo enjutos los ojos Mauricio, ni lo estuuieron los de Ladislao; gimio Ricla, enterneciose Constança, y su padre y su hermano tambien se mostraron tiernos. Andaua Rutilio de vnos en otros, ya vestido con los habitos   —323→   de ermitaño de Renato, despidiendose destos y de aquellos, mezclando solloços y lagrimas todo a vn   -fol. 119v-   tiempo. Finalmente, combidandoles el sossegado tiempo, y vn viento que podia seruir a diferentes viages, se enuarcaron, y le dieron las velas, y Rutilio mil bendiciones, puesto en lo alto de las ermitas. Y aqui dio fin a este segundo libro el autor desta peregrina historia.

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ArribaAbajoEnmiendas

Página 4, línea 31, dice: mostrò; léase: mostro. -6-5 y 7: prouò: prouo. -12-28: contò; conto. -19-18: resulto; resultó. -23-16: ceremonia; ceremonias. -24-19: sera; será. -31-16: acomodola; acomodóla. -33-5 y 6: respondi: «Porque yo soy aquel Antonio, beso; respondi -porque yo soy aquel Antonio-: «Beso. -46-21: offendia; ofendia. -60-4: entiendan.; entiendan? -66-13: sera; será. -104-31: sera; será. -210-10: hallarémos; hallaremos. -254-8: renouaron su; renouaron [en] su. -295-14: pensamiento; pe[n]samiento.

En las páginas 64-18, 225-9, 284-11 y 285-3, los correspondientes lugares de la edición original traen las erratas «cumpiimiento» (por «cumplimiento»), «las las» (por «las»), «annque» (por «aunque») y «tan tan» (por «tan»), que hemos salvado en la nuestra.