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ArribaAbajo

Romances




- I -


La amante desdeñosa

ArribaAbajo   «Si me quieres como dices,
deja el desdén, zagaleja,
que nunca se unieron bien
el amor y la aspereza.
   El desdén, oponlo cruda  5
si otro zagal te festeja,
que querer a dos a un tiempo
es hacer a ambos ofensa.
   Uno sea el escogido;
mas cuando feliz lo sea,  10
goza de su amor, serrana,
y él en libertad te quiera;
   pues en amor los rigores
son cual hielo en primavera,
que quita galas al mayo,  15
y a los ganados la hierba,
   y el favor, plácida lluvia
con que abril al campo alegra,
que hace florecer los valles
y espigar la sementera.  20
   Favorece y no desdeñes,
que no toda la belleza
está en unos lindos ojos
o en una dorada trenza.
   Beldad vana y sin agrado  25
es bien cual pomposa hiedra,
que alegres todos la miran,
pero ninguno la aprecia;
   mas al agasajo unida,
cual vid de racimos llena,  30
a cuya sombra apacible
gozosos todos se asientan.
   Flor de un día es la hermosura,
y el tiempo tras sí la lleva;
y si en mis palabras dudas,  35
toma una lición en Celia;
   mas la afable cortesía
ni se deshoja ni altera,
y siempre cautiva el alma
tiene en su dulce cadena.  40
   Sé cariñosa, Amarilis,
y verás toda la aldea,
si ora tu altivez murmura,
celebrar tu gentileza».
   Esto Belardo cantaba  45
de una zagala a las puertas;
y ella enojada se asoma
y que se calle le ordena.




- II -


Convite a una zagala

ArribaAbajo   Por entre la verde hierba
baja un arroyuelo al prado,
manchando de espuma y nácar
las flores que encuentra al paso.
   Con mil vueltas se desliza:  5
ora va apacible y manso,
y ora hace un blando susurro,
las guijas atropellando.
   La arena en sus ondas bulle,
la arena que entre sus granos  10
esconde un oro más puro
que el del celebrado Tajo.
   Luego el fugaz paso enfrena,
y parece que, cansado
de tanto correr, se duerme  15
en un plácido remanso,
   do se ven los pececillos
ya ir sus cristales surcando,
y ya que asoman sobre ellos
con mil bulliciosos saltos.  20
   Los árboles de la orilla,
en el fondo retratados,
dos veces la vista alegran
con la pompa de sus ramos.
   Entre ellos los pajarillos,  25
o alternan su dulce canto,
o de rama en rama vuelan
lascivos y alborotados.
   Aquí un ruiseñor se escucha
querellarse enamorado,  30
y allí tras su compañera
sale un colorín volando.
   Allá la tórtola gime;
y al arrullo solitario
rendida, su fiel consorte  35
le vuelve un quejido blando.
   Las oficiosas abejas,
en un tomillar cercano,
con dulce trompa susurran
entre violas y amarantos.  40
   Aquí está la grata sombra
del álamo consagrado,
zagala hermosa, a tu nombre
desde que en él nos hablamos.
   Crece en su lisa corteza,  45
tallada por mi fiel mano,
nuestra cifra, ¡eterna dure!,
entre un mirto al Amor grato.
   Pues, ¡ay!, ¿qué nos detenemos?
Ven a su umbroso descanso,  50
que ya del sol y tus ojos
no puedo llevar los rayos.
   Ven y a mis ruegos te inclina;
dame, adorada, la mano,
que bien este don merece  55
quien su corazón te ha dado.
   Celebrarán nuestra gloria
las avecillas cantando,
murmurando el arroyuelo,
y balando los ganados.  60




- III -


ArribaAbajo   Si tan niña te casaron,
¿por qué te quejas, Belisa,
que las solteras se lleven
los galanes de la villa?
   Ir en buen hora las deja;  5
no con tus llantos y envidia
sus favores solemnices
y publiques tu desdicha.
   Déjalas ir a los bailes,
deja que canten ã rían,  10
que tú a par suyo triscaras
si hoy no vivieras cautiva.
   De tu mal hado te queja;
mas no sus fiestas impidas,
que pensarán que son celos  15
tan cuidadosas porfías.
   El cuento serás del valle
si, opuesta a sus alegrías,
en dar consejo te metes
sin que nadie te los pida;  20
   que la modestia parece
sólo bien cuando es benigna,
pero no el rigor, zagala,
que en vez de alabar se irrita.
   Dale a tu velado gusto,  25
pues le tienes de por vida,
y en paz las serranas deja
querer bien y ser queridas;
   que si bien él te parece
y eres a sus ojos linda,  30
más que codiciar no tienes,
lastimada casadilla.




- IV -


ArribaAbajo   ¡Ay, bellísima Amarilis!,
que el corazón me robaste
con tus divinos ojuelos
cuando te vide ayer tarde:
   ¡qué bizarra que saliste,  5
soberanamente afable,
rindiendo los corazones
con tu gracia y tus donaires!
   Al atravesar la plaza
por medio de los zagales,  10
matando de tan hermosa,
rindiendo de tan amable,
   tu airosa desenvoltura,
tus donosas libertades,
te dieron tantos cautivos  15
cuantos lograron mirarte.
   Mil esclavos te hiciste
sólo en aquel breve instante,
pero como yo ninguno
(perdona que he de alabarme),  20
   pues aunque todos conocen
de tu beldad los quilates,
yo en idolatrar los venzo
tus divinas calidades.
   Por esto fui más dichoso,  25
y logré, llegando a hablarte,
ofrecerte en sola un hora
mil siglos de voluntades.
   Piadosa las recibiste;
Dios quiera que mis verdades  30
tan eternas en ti sean
como yo seré en amarte.
   Lo que Amor me martiriza
desde aquel feliz instante,
porque no se lo agradezcas  35
quiere mi fe recatarte;
   sólo diré en breve suma,
porque el corazón descanse
del infierno de no verte,
de la gloria de adorarte,  40
   que al mirar embebecido
la gracia de tu semblante
y el valor de tu hermosura
y lo airoso de tu talle,
   dije, viéndome rendido  45
de hechizos tan celestiales:
«¡Ay, bellísima Amarilis,
que el corazón me robaste!».




- V -


La cita del amor

ArribaAbajo   Asomaba el sol, dorando
de un alto monte la cima,
cuando de su humilde choza
la bella Fili salía.
   Más luces va dando al valle  5
que el sol al cándido día,
más fresco aljófar que el mayo,
y que el alba alegre risa.
   Su tierno cáliz las flores
abren doquiera que mira;  10
do imprime el pie, rosas nacen;
do la mano, clavellinas.
   Con mil trinos delicados,
las alegres avecillas
en los árboles pomposos  15
con su sombra la convidan;
   mas ella, sin atenderlas,
herida de amor camina,
donde su fiel zagalejo
la está esperando, ¡qué dicha!  20
   Llega en fin; y tales quedan
en su cariñosa vista,
que uno en otro transportado,
ninguno a hablar se atrevía.
   Sólo del zagal los ojos  25
le dieron la bienvenida;
los ojos, que mudo el labio
ni aun hacer esto podía.
   Ella cortés le responde,
que siempre la cortesía,  30
no la rustiquez grosera,
fue de la beldad amiga;
   y luego más bien cobrados
se juran una fe misma,
regalando su esperanza  35
con mil sencillas caricias.
   ¡Qué de amores se prometen!
¡Qué glorias se facilitan
cuando en el ardiente agosto
torne a la aldea la niña!  40
   Allí tramarán conciertos,
allí en plácidas delicias
lecho les dará algún valle,
sombra alguna verde encina,
   donde el zagal venturoso  45
halle el fin de sus fatigas,
y goce entre mil suspiros
su amorosa tortolita.
   Así alegres se entretienen;
y para acallar la envidia,  50
las manos se dan de esposos
y su dulce amor confirman.




- VI -


ArribaAbajo   Zagala del alma mía,
así en verdor floreciente
el cielo tu vida guarde
y tu belleza conserve;
   que acabes ya de decirme  5
si mis cariños te ofenden,
o si gustosa los oyes
en medio de tus desdenes;
   porque yo estoy tan confuso
(perdona si lo dijere)  10
que de miedo de enojarte
no acierto bien a quererte.
   En tus ojos, si me miras,
miro mi vida y mi muerte:
mi muerte, si están airados;  15
mi vida, si están alegres;
   pero con tal diferencia,
que por un instante breve
en que alegres me dan vida,
me matan airados siempre;  20
   y si atiendo a tus palabras,
loco debiera volverme,
si de ellas sacar quisiera
si te enojo o si me quieres.
   Unas veces me recibes  25
con tan extraños desdenes
que me enmudecen cobarde,
temeroso de ofenderte;
   y otras con nuevas caricias
me halagas y favoreces,  30
y yo me quedo dudoso
entre mil males y bienes,
   sin saber, por mi desdicha,
cuáles serán aparentes,
si los enojos pasados  35
o los favores presentes.
   Pues si con alguna prueba
quiero salir impaciente
de las dudas en que muero,
las saco de ella más fuertes,  40
   porque al paso que enojada
tú procuras contenerme,
con su mirar halagüeño
tus ojuelos te desmienten,
   y dándome nuevos bríos,  45
si por no enojarte ceden,
entre una dulce esperanza
mis atrevimientos crecen.
   Por eso tú, zagaleja,
dime, por Dios, claramente  50
si me quieres o me olvidas,
sin ficciones ni desdenes.
   Sácame de confusiones,
así en verdor floreciente
el cielo tu vida guarde  55
y tu belleza conserve.




- VII -


ArribaAbajo   Como mi culpa conozco,
no quiero, mi bien, pedirte
que mi ignorancia perdones
y tus agravios olvides.
   Antes, bellísima ingrata,  5
con nuevos rigores sigue
que el corazón atormenten
de un amador infelice:
   ni tu bello rostro vea
sin que él contra mí se irrite,  10
ni pueda mirar tus ojos
sin que airados me castiguen;
   tus palabras me baldonen,
y nunca yo logre oírte
sino quejas de un agravio  15
que mi memoria lastimen;
   de la tuya esté borrado
y abandonado y humilde,
en la cumbre do me he visto
al más enemigo mire;  20
   y tú, como de una sombra
que te espante y horrorice,
huyas mi vista y la temas,
y yo por verte suspire.
   Que esto y mucho más merece,  25
y de ti, mi bien, lo pide
quien pudo tales agravios
sin causa alguna decirte.




- VIII -

ArribaAbajo   ¿Qué me quieres, pensamiento?
Memoria mía, ¿qué quieres?
Si acordándome estos males
me privas de tantos bienes,
   mejor es que en ellos viva  5
sin que recelos me alteren.
Si no puedo averiguarlo
ni me dejan que lo intente,
   al menos en este estado,
sin los sustos de perderle,  10
gozaré el bien que en mis penas
me consuela y entretiene;
   la esperanza con que vivo
crecerá más y más siempre,
y aquietarase el cuidado  15
con seguridad alegre.
   Mas si la esperanza falta,
el triste que sólo tiene
en ella su corto alivio,
¡cuál quedará si le pierde!;  20
   ¡cuál quedará en un estado
do, sin que remedio espere
en medio de tantos males,
amor habrá de perderse!
   ¡Ay, Dios, y qué gran desdicha  25
encontrarse, y de repente,
cuando tras el bien se corre,
con la más infeliz suerte!
   Por esto vos, pensamiento,
dejad, dejad de ofrecerme  30
tan necias desconfianzas,
aunque yo engañado quede,
   que más vale en mis desdichas
negarlas por no perderme,
que no por creer mis celos  35
ofender a quien los diere.

   Mas, ¿cómo, cuitado,
si ciertos los ve
mi suerte infeliz,
negarlos podré?  40
   Amando más fino;
que esto puede hacer
disculpas que prueben
su buen proceder.
   ¡Ay, trance fatal  45
de un ciego querer,
do el bien es fingido
y el mal cierto es!




- IX -


ArribaAbajo   Venid, venid, zagalejos,
que al campo sale Amarilis,
si es que a media tarde el alba
ver alguna vez quisisteis.
   Veréis brincar los corderos  5
cuando a mi pastora miren,
y que doquiera que vaya
balando por sal la siguen;
   el canto veréis que esfuerzan
calandrias y colorines,  10
y que nacen azucenas
do su breve planta imprime;
   que la senda por do pase
olor de casia despide,
y que si los troncos toca  15
producen frescos jazmines.
   Veréis cómo el arroyuelo
por boca de perlas ríe,
y saltar los pececillos
cuando en el agua se mire;  20
   cantarle veréis tonadas
con flautas y tamboriles
a mil zagales, que presos
de sus rubias trenzas viven.
   Veréis que al olmo sus hojas  25
de campanillas le sirven,
y quiere seguir con ellas
son y danzas pastoriles.
   Veréis tristes las zagalas
cuando de ellas se retire.  30
¿Pues qué los tiernos zagales?
Vereislos mucho más tristes.
   A mí al fin vereisme ufano
si es que «Adiós, zagal», me dice;
empero si no me hablare,  35
de pena veréis morirme.




- X -


ArribaAbajo   Donde el celebrado Tormes
la orilla arenosa argenta
del nácar con que benigno
salpica la verde hierba,
   mirándose en sus cristales  5
y sentado en una peña
que opuesta al ligero curso,
si no le rompe, le enfrena,
   llorando el triste Batilo,
entre míseras endechas  10
así hablaba a su zagala,
cual si delante estuviera:
   «¡Ay, pastora de mis ojos!,
cuya angélica belleza
embelesa toda el alma,  15
todo el corazón recrea;
   señora de mi albedrío,
honor y luz de la aldea,
cuyos ojos celestiales
el florido campo alegran,  20
   ¿qué te han hecho, dulce dueño?,
¿qué te han hecho?, ¿o qué tristeza
tan torpemente oscurece
tu luz con infame niebla?
   ¿Qué te han hecho?, ¿o dónde es ida  25
la gallarda gentileza,
noble ultraje de hermosuras
y emulación de las deas?
   ¿Dónde están ora las gracias,
dónde está la faz serena  30
que dio a la aurora lecciones
y que envidió Citerea?
   Tus ojos están parados,
tu cara, amarilla, yerta;
una, de dolor trasunto,  35
los otros, fuentes de perlas.
   La púrpura de tus labios
se ha vuelto en pálida cera,
y en nacarados jazmines
las que eran rosas pangeas;  40
   de tu boca, do las Gracias
su dulce morada asientan
y cuya voz regalada
respira apacible néctar,
   sólo suspiros se escuchan  45
que mi corazón penetran,
o doloridas palabras
que de tu mal me recuerdan.
   ¿Pues qué es esto, amores míos?
¿Quién oscurecer intenta  50
la rosa mejor al prado
y el mejor sol a la tierra?
   ¿Qué densa nube te ofusca?
¿Qué nuevas olas son éstas
que tu hermosura marchitan  55
y mi corazón anegan?
   ¿Hate algún necio ofendido?
¿O alguna zagala necia,
descortésmente villana,
te compitió en gentileza?  60
   ¿Se te muere tu ganado,
o alguna simple cordera
fue acaso del feroz lobo
devorada en tu presencia?
   ¿No te sirven los zagales  65
en medio de tu esquiveza,
y en cantares tu hermosura
las zagalas no celebran?
   ¿Pues qué tienes? ¿Qué te aflige?
¿Qué es esto, pastora bella?  70
¿Tú, mi vida, tan cobarde?
¿Tú, divina luz, tan muerta?
   ¡Ay!, declárame tus males,
y dime, por Dios, tus penas,
si es que no quieres, zagala,  75
que me acabe tu tristeza».




- XI -


ArribaAbajo   Sobre la menuda arena,
debajo de un fresco aliso
que argenta de blando aljófar
un arroyo cristalino,
   mientras sus blancas ovejas  5
paciendo van sin peligro
sazonada hierba al prado
y al valle tierno tomillo,
   tendido está lamentando,
desdichado cuanto fino,  10
los rigores de una ausencia
el infelice Batilo.
   Pasando a la dulce lira
el arco, cuyo sonido
amansó un tiempo las fieras  15
y enfrenar pudo los ríos,
   desata la voz cansada,
después de un tierno suspiro
que saca del hondo pecho,
y dice al monte vecino:  20
    ¡Ay!, si mi peregrino
    amor y mi dolor, ¡ay me!, supieras,
    tu nativa dureza enternecieras.

   Las parleras avecillas
dejan los sonoros trinos,  25
trocándolos lastimadas
por tristísimos quejidos;
   las fieras desde sus grutas
en lamentos compasivos,
por acompañar sus quejas  30
mudan también los aullidos;
   el céfiro que en las hojas
vuela con manso ruïdo,
cede al aquilón que brama
envuelto en nieve y granizo;  35
   mientras el zagal cuitado
repite los ayes mismos,
llorando y mirando al monte,
como si él pudiera oírlos:
    ¡Ay!, si mi peregrino  40
    amor y mi dolor, ¡ay me!, supieras,
    tu nativa dureza enternecieras.

   El eco, que en él le escucha,
por su acostumbrado oficio,
le repite sus querellas  45
y dice lo que él ya ha dicho;
   el valle resuena todo,
y los tiernos corderillos
asustados se recogen
al abrigo de los riscos;  50
   las madres los echan menos,
y con débiles balidos
los lloran si no los hallan,
los llaman si los han visto.
   Mas el amador ausente,  55
cada vez más afligido,
de nuevo vuelve a quejarse,
y vuelve a decir lo mismo:
    ¡Ay!, si mi peregrino
    amor y mi dolor, ¡ay me!, supieras,  60
    tu nativa dureza enternecieras.




- XII -

ArribaAbajo   Si con tus dulces ojuelos
bastas, zagala, a abrasarme,
¿para qué doblarme quieres
con tu enojo los pesares?
   ¿Para qué el habla me niegas,  5
y con rigor intratable
me desprecias si me miras,
te ofendes si voy a hablarte?
   ¿Eres tú, bella Amarilis;
eres tú la que en amarme,  10
cuando mi querer compites,
siempre vencedora sales?;
   ¿la que tanto me aseguras
tu fineza y tus verdades?;
¿la que a tu lado me tienes  15
y bajas conmigo al valle?
   Qué mal que viene, pastora
(perdona que así he de hablarte),
lo que cariñosa dices
con lo que enojada haces.  20
   Por un exceso tan leve
(doy que tal deba llamarse)
ni yo he podido ofenderte
ni tú debes castigarme.
   De Amor fue toda la culpa;  25
y Amor de mi pecho sabe,
si se adelantó atrevido,
cuánto ya teme cobarde.
   Mil veces, al verte airada,
¡ay, Dios, y qué amargo trance!,  30
qué no imagina mi fe,
mi bien, por desenojarte.
   Mil veces voy a pedirte
que me perdones afable;
pero al punto nada encuentro  35
que para tu enojo baste,
   porque tus quejas me acuerda[n]
que en duda mis ansias traes
cuando me pediste celos
de unos versos ayer tarde.  40
   Plegue a Dios, si verso he hecho,
que cuando mi amor te alabe,
calle y no halle qué decirte,
y que otro mil versos halle.
   ¿Yo, versos, zagala hermosa?  45
¿Cómo agradar puede nadie
a quien de tus ojos vive
y se precia de adorarte?
   ¿Por qué tu belleza ofendes,
y tu gracia y tu donaire?  50
¿Acaso alguna serrana
puede contigo igualarse?
   Todas envidian tu brío,
y en tu celestial semblante
las gracias a coger vienen  55
que liberal quieres darle.
   Siendo esto así, ¿cómo piensas
que mis versos se empleasen
en cantar otra hermosura,
ni que a tu vista me agrade?  60
   Baste ya, cese el enojo;
vuelve, mi bien, a mirarme;
y mírame compasiva,
no con tu rigor me mates,
   mientras yo, cobarde, canto,  65
si te dignas de escucharme,
esta letrilla a tu enojo,
y ojalá pueda templarle:
    Baste de rigores,
    zagala querida,  70
    que ya en mil dolores
    fenece mi vida.

   Mira cuál me tienes
con tu enojo fiero;
¿no ves, ¡ay!, que muero  75
por tantos desdenes?
   Si no los detienes
ya siento acabarme;
¡ay!, vuelve a mirarme
de mí condolida.  80
    Baste de rigores,
    zagala querida,
    que ya en mil dolores
    fenece mi vida.




- XIII -


ArribaAbajo   No con tan ligera planta,
bellísima cazadora,
sigas del áspero monte
la veredas escabrosas;
   no del plomo te apercibas,  5
cuando te basta la hermosa
lumbre de tus dulces ojos
para darte mil victorias.
   El acero que lastima
tus manos de nieve y rosa,  10
para el soldado le deja,
pues con la beldad te sobra;
   y los segadores duros,
si la dorada mies cortan,
sufran del León fogoso  15
las llamas abrasadoras;
   mas tú evita sus ardores
en la regalada sombra
do mil lascivos Cupidos
las blandas alas tremolan.  20
   Mi amor, oficioso en tanto,
coronará tus garzotas,
ya del oloroso trébol,
ya de doradas vïolas;
   y a la bien templada lira  25
cantará tu voz sonora,
al compás de mis suspiros,
mil canciones amorosas.
   Oye en aquel verde tronco,
oye dos dulces palomas,  30
cómo entre blandos arrullos
su voz lasciva pregona
   cuánto mejor es del prado
gozar la mullida alfombra,
que no del áspero monte  35
las veredas escabrosas.
    Gózala, pastora,
    y su sombra fría,
    en la compañía
    de quien más te adora.  40




- XIV -


ArribaAbajo   No quieras con más desdenes,
bellísima Galatea,
probar mi amor, ni en tus iras
acreditar mi fineza.
   No quieras, siempre enojada,  5
sin que la causa se sepa,
dar que murmurar al valle
ni que decir a la aldea.
   Cese el desvío, zagala,
que alguna atrevida lengua  10
ya con ocasión te culpa,
y aun tu decoro atropella.
   ¿Qué quieres, ¡ay!, que no digan,
cuando te ven en las fiestas
huyendo de mí si bailas,  15
y mi lado si te asientas?
   Y en los inocentes juegos,
cuando las pastoras bellas
su gusto a los zagalejos
van preguntando a la oreja,  20
   tú sola, si es que te toca,
jamás a la mía llegas,
cuando las demás zagalas
de hacerlo no se desdeñan.
   ¿Pues qué, cuando vencedor  25
en la pastoril contienda,
te presenté la guirnalda
que me dio la rubia Alcea?
   Cuando tú la desechaste
tan injustamente fiera,  30
¿quién no alabó mi cariño,
quién no culpó tu entereza?
   ¡Oh, qué de cosas me dicen
porque te olvide, y me vuelva,
o a la delicada Cloris,  35
o a la discreta Filena!
   Unos te llaman altiva,
y alguno aun te llama necia;
perdóname si así hablo,
que tus desdenes me ciegan.  40
   Pero yo, sordo en mis ansias,
vuelvo a implorar tu clemencia,
humildemente rendido
al paso que me desprecias.




- XV -


ArribaAbajo   Enfermó en nuestra ribera
la más hermosa aldeana,
y el sol eclipsó sus luces
y el cielo negó sus aguas;
   en medio la primavera  5
viose la tierra agostada,
y atónitos, los jilgueros
no saludaron al alba;
   de dolor enmudecieron
los pastores y zagalas,  10
y cesaron en las chozas
los bailes y las lumbradas.
   Ante el genio de la aldea,
¡qué de votos y plegarias
las vírgenes no ofrecieron  15
humildemente postradas!
   Las víctimas se duplican
si la enfermedad se agrava;
si cede acaso, aun más ruegan,
y aunque se alivia no paran,  20
   que al ver de la compañera
la divina luz turbada,
o piadosamente ruegan,
o devotamente callan,
   hasta que al fin (¡oh inocencia  25
poderosa!, ¡qué no alcanzan
de tan cándidas palomas
las súplicas y las ansias!),
   cesaron las calenturas,
y la bellísima Arnarda  30
salió a dar convaleciente
vida y luz a valle y almas.

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