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ArribaAbajoJornada segunda

 

Salen DON JUAN, y DOÑA ANA con manto.

 
DON JUAN.
Doña Ana hermosa, dulce prenda mía,
que has madrugado a duplicar el día,
siendo entre más lucidos arreboles,
cada lucero tuyo muchos soles;
siendo, negada a frágiles desmayos,
cada mejilla tuya muchos Mayos;
pues heredan en vida a tus primores,
luz las estrellas y verdor las flores;
débate confianza más segura
un alma, que al poder de tu hermosura,
rinde la libertad más presumida
que de poder triunfar de ser vencida;
Tú serás sola, ¡oh adorado dueño!
Debida recompensa a tanto empeño,
de mi amor, de mi fe, de mi cuidado,
el empleo, el objeto y el sagrado.

  (Ap.  

Finjo, por lo que debo a su decoro,
que a esta aborrezco y a Leonor adoro.)
DOÑA ANA.
(Asegurada quedo, aunque celosa;
vine, pues miro en él tan afectuosa,
y tan firme su fe con mi esperanza
no será bien mostrar desconfianza);
justo es que se asegure mi advertencia
de que no has de negar corresponden
a un afecto tan ciego,
que fue posible a tu amoroso fuego,
y que fue tan profundo mi recato
por ser contigo fiel, conmigo ingrato;
tan poderosa obligación no no creo,
que la ha de atropellar otro deseo,
que ni en tu sangre presumir se debe
de vulgar proceder, acción aleve,
ni cuando inadvertido y desatento
se osara revelar tu atrevimiento
contra... Pero enmudezca el necio labio
que ni aun temido he de sufrir mi agravio
DON JUAN.
Yo, mi bien, te venero tan constante,
tan ciegamente amante,
que de mi activa llama o la porfía
pasa de amor y llega a la idolatría
Pues...
DOÑA ANA.
Ya en una fe que llega a extremos
retóricos apoyos afectemos,
que la que tanto en ambos se acredita
no de ponderaciones necesita,
y en lo muy bachiller, así lo siento,
la voluntad parece cumplimiento,
el amor ha de ser, para ser fino,
portugués envainado en vizcaíno.
DON JUAN.
Ya mudo tu belleza reverencio;
enmudezca la voz, hable el silencio.
DOÑA ANA.
Muda, pues, a mi afecto haré más sabio
hablen los ojos y enmudezca el labio.
DON JUAN.

 (Ap.)  

Harto finjo, Leonor, por obligarte.
DOÑA ANA.

 (Ap. 

Harto me animo, honor, por esforzarse
pues adiós, mi don Juan, que mi esperanza
va navegando en próspera bonanza.
DON JUAN.
Más vida pertenece a mi ventura:
Clicie he de ser del sol de mi hermosura.
DOÑA ANA.
No has de ir conmigo, que si cuidadoso,
como anda celoso,
de mis pasos mi hermano fuere espía,
sola es mejor que me halle.
DON JUAN.
Ya del día
lloro el ocaso, pues tu ausencia lloro.
DOÑA ANA.
Tu sangre, mi razón y mi decoro,
dan voces en tu pecho mudamente;
no te niegues, don Juan, a lo decente,
que mujeres airadas, no te asombre,
no son mujeres, sino más que hombres..)

 (Vase 

DON JUAN.
Bien defiende su justicia;
pero está muy pertinaz
el juez; sobornole amor
con otra hermosa deidad.
Avasallase a su imperio;
y así, ciego en el obrar,
arde en esta llama tibio
Y en la otra llama inmortal.
 

Sale FLORA con un papel.

 
FLORA.
Buenas nuevas, buenas nuevas.
¡Albricias, señor don Juan!
DON JUAN.
Flora mía, flor hermosa
de aquel Mayo celestial,
rayo de aquel sol divino
de quien puede mendigar
luz el que de aqueste globo
es antorcha universal,
¿De qué dicha me aseguras
feliz vitoria? No ya
con suspensiones tu voz
dilate mis glorias más.
FLORA.
De mi ama, cuando menos,
os traigo un papel; catad
si vos fará buena pro
bocado que es dulce asaz.
DON JUAN.
¿Papel de Leonor? Un mundo
para premiarte, será
corta recompensa.
FLORA.
Sabe
Su Divina Majestad,
don Juan, que fueron mis ruegos
tenazas, y en su crueldad
clavó el papel; forcejeamos,
yo tirar y el a cejar.
Emperreme, agarré bien,
y de un tirón, a pesar
de su fuerza, le arranqué
de su recato. Mirad
si con tal perro de ayuda
podrá vuestro amor pelear.
DON JUAN.
Toma esta cadena, sea,
no paga, sino señal
de mi afecto; y dame, Flora
ese tesoro, en que está
cifrada de mi deseo
la mayor felicidad.
FLORA.
Admito el trueque. (Ap.  Si medio
pliego de papel no más
paga así un amante, ¿a cómo
cada resma le saldrá?)
DON JUAN.
¡Con qué alborozo a esta dicha
todos mis sentidos van!

 (Lee) 

«Para remedio de cierto disgusto en que corre tormenta mi libertad, necesito de hablaros esta noche en mi casa; suplicoos que estéis en ella a tiempo en que por estar fuera o recogido mi padre, pueda tener seguridad de que no os vea. El cielo os guarde. -Leonor».

A un favor tan declarado,
¿Quién se halla tan incapaz
de merecerle? ¿Qué extremos
desempeñarle podrán?
FLORA.

 (Ap.) 

¡Ay, mi don Juan de buen alma,
qué fácil sois de engañar!
¡Cómo después esa miel
se os ha de volver agraz!
 

Salen DON FÉLIX y PEPINO.

 
DON FÉLIX.
¿Señor don Juan?
DON JUAN.
¡Oh don Félix,
a qué buen tiempo llegáis!
DON FÉLIX.

 (Ap.) 

¿Qué miro? ¡Valgame el cielo!
¿Flora en casa de don Juan?
FLORA.

 (Ap.) 

De verme aquí tendrá celos
don Félix; pero él sabrá
presto la verdad del caso.
DON JUAN.
Ayudadme a celebrar
el triunfo más soberano
de la más bella deidad
a quien en su templo, amor
construye sagrado altar.
que Pues a los dos informa
la ley de una voluntad,
lo que fuere gusto mío
interés vuestro será.
aquella dama, de quien
os hablé tres días ha,
aunque en su rigor entonces
se mostró tan pertinaz,
sosegado el crespo orgullo
de su airada tempestad
en el puerto de su pecho
se abriga mi nave ya.
Aquesta criada ahora
un papel suyo me trae,
que de su amorosa llama
confirmadas muestras da.
Mirad si debo a esta dicha
festiva solemnidad,
cuando aunque indigna sus aras
la adoración llegará.
PEPINO.

 (Ap.)  

No es nada lo que le ha dicho,
poco turbio es el don Juan.
DON FÉLIX.

 (Ap.)  

¿A quién le habrá sucedido
caso cómo este jamás?
¡Pues no he muerto a la violencia
de tan sañudo pesar,
o aprendo para insensible
o estudio para inmortal.
DON JUAN.
¿Qué decís de mi ventura?
DON FÉLIX.
Digo, que es justo estimar
favor, que aun vuestro deseo
no pudo crecerle más.

  (Ap. 

Sin alma estoy y estoy vivo,
¡Oh! abráseme este volcán
de mis celos, como celos
de mis agravios, que ya
aun se ha negado a mi pena
el alivio de dudar.
¡Que sufra a mis ojos esta
infamia!) Señor don Juan,
no es razón que malogréis
esta visita, que os da
nuevas de tanto favor
por mí; yo os quiero dejar,
que esta tarde os buscaré
desocupado.
DON JUAN.
Esperad.
DON FÉLIX.
Esa atención es primero.
DON JUAN.
Para todo habrá lugar.
DON FÉLIX.
No, no quiero embarazaros.
DON JUAN.
Vos nunca me embarazáis.
DON FÉLIX.
Rabiando voy a morir.

 (Vase.) 

FLORA.

 (Ap.)  

Chispeando de celos va.
DON JUAN.
Desazonado advertí
a don Félix, aunque más
se esforzaba, que una pena
siempre se desmiente mal;
iré siguiéndole, Flora,
de aquestepapel será
mi obediencia la respuesta;
y adiós, adiós, que alcanzar
a don Félix es forzoso.

 (Vase.) 

FLORA.
El cielo os guarde, don Juan.
PEPINO.
Taimada, proto alcahueta,
que sin duda es Satanás.
Tu catedrático en esta
doctrina de alcahuetear;
de las bolsas el ce ce,
de los chismes el cis zas,
cocinera de embelecos
que con su pimienta y sal
los guisas, cual digan beatas,
¿Cómo, di, sin más ni más
en el signo Capricornio
ha puesto a don Félix ya
esta tu ama? Di, ¿cómo
es con él tan liberal
de los tallos que se crían
en Medellín? Ven acá,
dame al punto cuenta desto,
que está mi curiosidad
a la muerte por saber
el caso.
FLORA.
Pues allá ya
porque no mal para; escuche,
señor mío: en Madrid no hay
dama ninguna que pueda
con solo un galán pasar,
porque son tan redomados
aun los más finos, que ya
cualesquiera dellos es
de su bolsa más galán
que de su dama; y así,
mi ama quiere imitar
el común estilo, haciendo
como todas las demás;
que galanes y camisas
siete se han de remudar
cada semana.
PEPINO.
Setenta,
y falta nos pueden dar
las tales hembras. ¡Mal año!
¡Fuego, fuego de alquitrán
en sus mañas y en sus mozos
que un amén no faltará!
Pero dejando esto aparte,
¿Cuánto te ha dado don Juan
por el papel de Leonor?
FLORA.
Esta cadenilla; mas
della vuesarced, mi Rey,
Niquil ha de garrafar.
PEPINO.
¡Oh buen Juan! oh Juan divino!
¡Oh Juan de Juanes, y tal
que comparado contigo
es Juanillo el preste Juan!
De los Juanes he de ser
tan abogado, que ya
me muero por los juanetes
porque comienzan con Juan.
¡Ay, Flora, lo que te quiero!
FLORA.
¿Mucho?
PEPINO.
Mucho.
FLORA.
¿Tanto?
PEPINO.
Y Más.
FLORA.
¿Y sin la cadena?
PEPINO.
¡Zape!
FLORA.
¿Y con ella?
PEPINO.
Miz.
FLORA.
¡Oh gran
tacaño!
PEPINO.
Tu aprendiz soy.
FLORA.
Pues amigo, no hay que hablar.
Ojos que la vieron ir,
no en Flora la verán más.
PEPINO.
Siguiéndote iré, aunque vayas
al mismo infierno a parar.

 (Vase.) 

 

Sale LEONORsola.

 
LEONOR.
No he podido conseguir
este triunfo, y así es justo,
para libertar mi gusto
otros medios elegir.
Hablaré claro a don Juan,
cortés será mi desprecio.
¡Oh, plegue a Dios que lo necio
no le estrague lo galán!
Mi padre en esta violencia
está ciego, y no es casarme
sino antes venderme, darme
marido por conveniencia.
 

Sale FLORA.

 
FLORA.
¿Señora?
LEONOR.
¡Ah mi Flora!
FLORA.
Ya
El papel se despachó.
LEONOR.
Y dime, ¿qué respondió?
FLORA.
Que su obediencia será
la respuesta.
LEONOR.
Bien lo hiciste.
FLORA.
No tan bien que no me viese
tu don Félix y tuviese
celos.
LEONOR.
¿Pues dónde le viste?
FLORA.
A ver a don Juan entró
cuando yo estaba con él
hablando; al fin, que el papel
era tuyo no ignoró.
LEONOR.
Fácil será el sosegar
lo inquieto de sus desvelos,
pues de lo que tiene celos
antes le debe obligar.
FLORA.
Presto la satisfacción
de don Félix admitiste,
de cera a sus ruegos fuiste,
¡Qué blanda es tu condición!
LEONOR.
¡Ay Flora! es tan vehemente
este afecto de mi amor,
que aun estudiando el rigor
no sé mostrarme impaciente.
En la mayor tempestad
de mis airados enojos,
dejar que mientan mis ojos
no quiere la voluntad.
En mi cualquiera aspereza
es ley de mi pundonor,
porque es bien mostrar valor
aun dentro de una flaqueza.
FLORA.
Notables sois los que amáis;
extraña es vuestra locura,
nunca estáis con más ternura
que cuando sin él estáis.
Pucheritos son de niños
vuestras iras en rigor,
que en diciendo bajo el amor,
paran en tiernos cariños.
LEONOR.
Tú solo de mi albedrío
el imperio vencerás,
tú solo eternizarás
dominio en el pecho mío
a ti solo avasallada
triunfos el alma previene.
FLORA.
Hele, hele por do viene
don Félix por la calzada.
LEONOR.
Pues ten tu cuidado, Flora,
de avisarme si don Juan
viene o mi padre.
FLORA.
Serán
Linces mis ojos, Señora.

 (Vase.) 

 

Sale DON FÉLIX.

 
LEONOR.
¿Cómo, señor don Félix, desta suerte
en mi cuarto os entráis, cuando se advierte
riesgo tan evidente
en quien mi padre venga, y...
DON FÉLIX.
No consiente,
Aleve, ingrata, en el pesar que siento
ley la razón ni freno el sufrimiento.
Cocodrillo engañoso,
cauta sirena y áspid venenoso,
de cuyo ingrato pecho es lo halagüeño,
cauto disfraz de tu sañudo ceño.
¿Eres tú la que amante
ostentó presunciones de constante,
alegando finezas repetidas,
según las ponderabas bien sentidas?
¿Eres tú la que en llama siempre ardiente
de mi amor a las aras obediente
sacrificaste el alma,
quedando ufana de rendir tu palma?
¿Eres tú... Mas no eres,
cada instante sois otras las mujeres;
un papel... ¡qué rigor! ¡mortal me siento
a don Juan... ¡qué pesar! ¡grave tormento!
Le escribes? Donde bien mi fe pagaste
cuanto pudo desear le aseguraste,
en tormenta de agravios tan severa,
ya que de amante no, de honrado muera.
LEONOR.
Templa, don Félix, desaires
contra mi decoro; templa
de inadvertidos discursos
mal informadas sospechas.
Apura esas presunciones
antes que a mi honor te atrevas,
que si en tu crédito caben
no caben en mi decencia.
DON FÉLIX.
Sólo esto me falta ahora
para que mi juicio pierda;
pues, ingrata ¡estoy sin mí!
¿No son evidencias ciertas
las que a mi sentido informan
desta injusta grave ofensa?
LEONOR.
Mira si de tus indicios
es la información siniestra
pues antes me debes gracias
de lo que concibes quejas.
DON FÉLIX.

  (Ap. 

Ya se enmienda.) Leonor, muda
de proceder; no pretendas
cuando reprimo furores
desenfrenar impaciencias;
para incertidumbres guarda
satisfacciones, que es necia
la disculpa que se anima
a vista de una evidencia.
LEONOR.
Oye, pues, los desengaños
de tus celos, porque adviertas
que no es legítimo el juicio
que de apariencia se engendra.
 

Sale FLORA.

 
FLORA.
Señora ¡gran mal! tu padre
en cuerpo y en alma llega
cerca de casa; ya el coche
se siente.
LEONOR.
¡Terrible pena!
FLORA.
Mira que también don Juan
en la antecámara espera.
¿Qué he de hacer?
LEONOR.
¡Fuerte rigor!
Flora, a mi cuarto le lleva.

 (Vase FLORA.)  

Don Félix, bien ves el riesgo
en que estamos.
DON FÉLIX.
Pues ¿qué intentas?
LEONOR.
Que antes que llegue mi Padre
te vayas; esto te ruega
mi amor.
DON FÉLIX.
Pues adiós, ingrata,
para siempre.
LEONOR.
Cuando sepas
mi designio, estimarás
la verdad de mis firmezas.
 

(Vase LEONOR por la una puerta va a salir DON FÉLIX por la otra, y detiénese.)

 
DON FÉLIX.
Bueno es esto. ¡Vive Dios
que sube ya la escalera
don Rodrigo! No es posible
que salga si ¿que me vea.
¿Qué haré, cielos? ¡Oh si acaso
en alguna sala de estas
puedo esconderme! ¡Qué dicha
ha sido el hallarla abierta!

 (Escóndese DON FÉLIX.) 

 

Salen LEONOR, DON JUAN y FLORA.

 
DON JUAN.
Dichoso he sido, Leonor,
en que esta ocasión se ofrezca.
LEONOR.

 (Ap.) 

Mira si viene.
FLORA.
Ya miro,
(Que en esto nada soy lerda.)
LEONOR.
Forzoso es, señor don Juan,
que os entréis en esta pieza
hasta que yo de mi padre
desembarazarme pueda.
DON JUAN.
Aquí, mi Leonor, te aguardo.
LEONOR.
Entra, pues.
FLORA.
Acaba, cierra
Presto, que llega tu padre.

 (Escóndese DON JUAN.) 

 

Sale DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO.

  (Ap. 

Presto, que tu padre llega,
dijo Flora. ¿Cómo, cómo,
Leonor, no se lo que crea,
recata ninguna acción
de mí? Cuerda mi advertencia
disimule.) ¡Oh Leonor mía!
LEONOR.
¿Pues cómo, Señor...  (Ap.  Oh quiera
el cielo que no me turbe!)
FLORA.

 (Ap.)  

Animo, apretar la cuerda.
LEONOR.
¡Te recoges esta noche
tan tarde?
DON RODRIGO.
Una diligencia
tuve que hacer, fue preciso
que me detuviese en ella.
 

Sale PEPINO y túrbase.

 
PEPINO.
¿Cómo, Señor, sin decirme...

  (Ap.  

¡Oh cuerpo de Cristo, buena
la habemos hecho!)
LEONOR.

 (Ap.) 

¡Que entrase
deste modo! ¡Suerte adversa!
DON RODRIGO.
No os vais, hidalgo, esperad.
PEPINO.
Yo esperaré más que esperan
treinta indios.  (Ap.  Pensé
que aquí mi amo estuviera,
pensé mal; por tal pensar
un pienso como a una bestia
me pueden dar.)
DON RODRIGO.

 (Ap. 

¡Ay de mí!
Muchas sospechas son estas.)
¿A quién buscáis en mi casa
a estas horas?
PEPINO.

 (Ap. 

¿Qué respuesta
le daré?) Señor, yo busco
a quien vos quisiereis; vea
vuestro gusto la persona
que he de buscar, buscarela,
que yo sabré ser buscón;
en mi vida armé pendencia.
FLORA.

  (Ap. 

El se ha turbado; ahora bien,
Al arma, embustes.)  (A LEONOR.  Notemas
señora, que ya yo voy con una valiente treta.)
Camargo, ¿cómo se ha entrado
hasta acá dentro? ¿Allá fuera
en el corredor no dije
que me esperara? ¡Qué necia
licencia de escuderazo!
PEPINO.

 (Ap.) 

Vive Dios, que me marea
esta mujer. ¡En mi vida
he visto tal embustera!
DON RODRIGO.
¿Luego conoceisle vos?
FLORA.
Y tú también, si te acuerdas,
le conoces: es criado
de doña Aldonza Teresa
de Girón, grande amiga
de mi Señora.
PEPINO.
Es la mesma
verdad, si he de andar puntual,
la que dice esa doncella;
si no que soy vizcaíno,
y así tengo corta estrella
en hablar, luego me turbo.
LEONOR.

 (Ap.) 

Dicha será que lo crea.
DON RODRIGO.
¿Noes bueno, que siempre os quise
reconocer? Cierto era
que en otra parte os había
visto.
PEPINO.
Sí, Señor, en esta
casa, donde ha un mes que sirvo
a doña Alcuza Perea.

  (Ap. 

¡Vive Cristo que erré el nombre!
El diablo me saque de esta,
por quien es...)
DON RODRIGO.
¿Y a qué venís
tan tarde?
FLORA.
A una impertinencia;
viene por una jaulilla
que me encargó que la hiciera
su ama, que tengo yo
linda maña para hacerlas,
porque mañana ha de ir
a dar una norabuena,
y quiere llevar el moño
bien puesto.
PEPINO.

 (Ap.) 

La quinta esencia
del enredo es la Florilla.
¡Mal año, como las pega!
LEONOR.

 (Ap.) 

Lindamente ha sucedido.
DON RODRIGO.
Pues esperad allá fuera,
que luego os despacharán.
PEPINO.
¿Oye usted, Señora? Sea
con brevedad, que me faltan
treinta recados, y es fuerza
darlos todos esta noche.
FLORA.
Ya salgo, tenga paciencia.
PEPINO.

 (Ap.) 

Mamola el viejo; el demonio
en esta trampa no diera.

 (Vase.) 

FLORA.

 (Ap.) 

Con lindo arte hemos salido
de este aprieto.
DON RODRIGO.
Leonor, entra
en tu cuarto, que es ya hora
de recogernos.
LEONOR.

 (Ap.) 

Atenta
esperaré a que mi padre
se acueste, porque no pueda
estorbar que hable a don Juan;
que en aquesta diligencia
fundan mi amor y mi gusto
el remedio de mi pena.
 

(Vanse LEONOR y FLORA.)

 
DON RODRIGO.
Ya se entró, ¡válgame Dios!
¡En qué confusa tormenta
de recelos mi discurso
temiendo naufragios queda!
¿A qué propósito pudo
decir Flora ¡grave pena!
a Leonor, cuando yo entraba
«Presto, que tu padre llega?»
¿Y este hombre, que tan hallado
se entró en mi casa ¡oh severa
Fortuna! en su turbación
No dio disculpado muestras?
¿Pero en Leonor han perdido
la cordura y la modestia
decente albergue jamás?
¿No han vivido siempre en ella
la atención tan sin estrago
y el recato tan sin queja,
que desmintieron su edad
sus ancianas advertencias?
Cierto es, sí; pero es mujer
y está su naturaleza
tan cercada de peligros,
tan pronta a las contingencias
de un licencioso desaire,
de una profana flaqueza,
que el reprimirse es difícil;
y así es justo que la tema
en lo dama bien hallada
y en lo advertida extranjera.
Vive Dios, que he de quietar
o averiguar mis sospechas;
haga, pues, hoy mi cuidado
la diligencia primera.
Registrar toda la casa
será bien, pues aunque sea
vano este escrúpulo, es justo
que mi obligación atienda
aun al menos importante
examen; pase de atenta
al extremo de prolija
mi vigilante cautela.

 (Vase.) 

 

Asómase a la puerta DON FÉLIX.

 
DON FÉLIX.
Parece que ya rendidos
a la quietud halagüeña
de la noche, yacen todos
en la estación más funesta.
Pero si no fue ilusión,
pasos he sentido cerca
desde aquí podré curioso
ver quien es sin que me vea.
 

Sale DON RODRIGO con una luz.

 
DON RODRIGO.
Estas dos salas me faltan
de mirar; esta primera
está cerrada.
 

(Tienta la puerta, y en el ruido que ha de hacer un pestillo, parezca que está cerrada; va a pasar a la otra, llame DON JUAN por de dentro.)

 
DON JUAN.

 (Dentro.) 

¿Es Leonor?
DON RODRIGO.
¡Ay de mí! ¡Terrible pena!
DON FÉLIX.
¿Qué escucho? ¡Ah tirana, cómo
fueron mis sospechas ciertas!
DON JUAN.
Abre, mi bien.
DON RODRIGO.
¡Que al combate
de esta desdicha no muera!
No está en la puerta la llave,
abriré con la maestra;
Si, ya abro.
 

Sale DON JUAN, y túrbase.

 
DON JUAN.
¡Oh Leonor mía!
Mas, ¿qué miro? ¡Suerte fiera!
DON FÉLIX.
¡Mortal estoy!
DON RODRIGO.
Pues don Juan,
vos con tirana grosera
osadía, os atrevéis
a oscurecer la soberbia
sagrada luz de mi honor?
¿Vos animáis en ofensa
de mi opinión tan indignas
escandalosas violencias?
Pues con más lícitos medios,
con pretensiones más cuerdas,
¿No consiguierais posible
lo que atrevido os despeña?
Vive Dios, que destemplara
lo cuerdo de mi paciencia
del estrago más airado
la venganza más sangrienta,
a no juzgar que estas son
galanterías que empiezan
a ser en fe de marido
anticipadas finezas
en vos. Bien os empeñáis,
no, no, no me descontenta,
que ya, don Juan, lo galán
costosos riesgos os deba.
DON JUAN.
Nunca, señor don Rodrigo,
me determiné a esta empresa
con intención que ofender
vuestro respeto pudiera;
siempre de vuestro decoro
veneré la conveniencia.
DON RODRIGO.
¿Paréceos, señor don Juan,
que a no creer eso, tuviera
tanta paciencia? Ya sé
que no fue intención siniestra.
DON JUAN.
Licenciosas travesuras
de quien alcanzar desea
de hijo vuestro humilde nombre,
templado enojo merezcan.
DON RODRIGO.

 (Ap. 

Él está pronto a casarse,
no es bien mostrarle aspereza.)
No sino agradecimientos
de quien es bien que os prevenga
desde hoy caricias de padre
y olvidos de suegro. Sea
confirmación este abrazo
de obligación tan estrecha.
DON JUAN.
Siempre, Señor, me hallaréis
sujeto a vuestra obediencia.
DON FÉLIX.
¡No sé como me reporto
en desdicha tan severa!
DON RODRIGO.
Desde ahora es justo que corra
el serviros por mi cuenta,
el no dilatar la boda
bien veréis que será fuerza.
Y así, puesto que ha de ser
esta casa siempre vuestra
(Así mi honor aseguro),
desde hoy quiero que lo sea;
lo restante de la noche
habéis de pasar en ella.
DON JUAN.
No os merece este favor
quien tanto en él interesa.
DON RODRIGO.

 (Ap.) 

De esta suerte los estragos
de esta ruina se remedian.
DON JUAN.

 (Ap.) 

¡Quién creyera que este caso
de mi amor el logro fuera!
Ya he conseguido esta dicha.
DON RODRIGO.

 (Ap. 

Ya he redimido esta ofensa.)
Entrad, pues, señor don Juan.
DON JUAN.
En mi vuestro gusto reina.
 

(Vanse.)

 
 

Sale DON FÉLIX de donde estaba escondido.

 
DON FÉLIX.
¡Quedamos buenos, amor!
Restan más desdichas, restan
más iras de la fortuna
contra esta vida, que queda
ya de la muerte pisando
la horrible pálida senda?
Todo el veneno apuré
que con severa violencia
incluye en sí el desengaño;
Perdite ya, sin que pueda
animar una esperanza
en tan prolija tormenta.
¡Mal haya quien en lo frágil
de una mujer lisonjera,
de su gusto y de su honor
deposita las riquezas!
Vive Dios, que si esta ingrata
no ve la misma evidencia
del delito, ha de negar
la culpa! Pues porque tenga
imposibles las salidas
en los cargos deesta ofensa
seme ha ofrecido esta traza.
A don Juan en esta pieza
por secreta recataba;
luego es forzoso que vuelva
a querer abrirle; pues
yo me he de ocultar en ella,
porque cuando al agresor
busque de mí agravio vea
al ofendido, que airado,
su aleve pecho condena.
 

(Escóndese DON FÉLIX donde estaba DON JUAN.)

 
 

Sale LEONOR con luz.

 
LEONOR.
Ya parece que mi padre
en mansa quietud sosiega
segura, pues, a don Juan
podré hablar. Llegó a la puerta.
Don Juan, bien podéis salir.
Mas, ¿qué veo?¡Pena inmensa!
 

Sale DON FÉLIX.

 
DON FÉLIX.
Ya salgo, ingrata alevosa
a hacer fúnebres obsequias
a mi esperanza; ya salgo
a ver la correspondencia
de una voluntad, que tuvo
desdichas de verdadera;
ya salgo de mí, Leonor,
mira si quedas contenta.
LEONOR.
¡Mi bien! ¡Don Félix! ¡Mi dueño!
Injustamente te quejas
de mi amor, porque a mi amor
debes tan grandes finezas
que el mayor extremo en ti
será corta recompensa,
que aunque este suceso arguye
culpa contra...
DON FÉLIX.
Cesa, cesa
de multiplicar agravios,
que ya en mi pecho no hay fuerzas
para poder tolerar
su sediciosa contienda.
De suerte en estos delitos
vas procediendo, que llegan,
más que cuando los cometes
a irritar cuando los niegas.
LEONOR.
Pues ¿cómo no he de negarlos
si estoy de ellos tan ajena
que aun imaginado en mí
no hay desaire que se atreva?
DON FÉLIX.
Digo que tienes razón;
digo, Leonor, que son ciertas
de tu afecto las caricias,
de tu pecho las firmezas.
Digo que no son verdades
estos sucesos, que alegan
evidencias, que son juzgo
ilusiones de la idea.
Tú desmientes en lo firme
tu ser; pero tus finezas
serán de meditación,
que sólo cuando te elevas
en éxtasis retirado
las fías a las potencias.
No te espantes quelas dude
que al fin, como por las puertas
de los sentidos jamás
han salido, es cosa cierta
que si no las adivino
no es posible que las crea
y ya, Leonor, nada importa
ser falsas o verdaderas.
Tu padre halló recatado
a don Juan en esa pieza;
portose cuerdo, obligole
¡qué rigor! a que viniera
en tu casamiento. Vino
en él, concertada queda
para mañana tu boda
y mi muerte... Considera
si esta paga satisface
de mis afectos la deuda.
LEONOR.
¿Qué es lo que dices? ¿Mi padre
para darme muerte ordena,
que con don Juan... Y que tú...
aquí enmudece la lengua;
dueño mío.
DON FÉLIX.
Basilisco
mío...
LEONOR.
Oye, porque sepas...
DON FÉLIX.
Calla, porque no ocasiones...
LEONOR.
Que el corazón te venera...
DON FÉLIX.
Alguna temeridad
de mi loca inadvertencia.
LEONOR.
Piadosa, ya que no amante,
te procuran mis ternezas.
DON FÉLIX.
Honrado, si no advertido,
te excusaré lisonjera.
LEONOR.
Mira que...
DON FÉLIX.
No hay que mirar.
LEONOR.
Advierte...
DON FÉLIX.
Nada me adviertas.
LEONOR.
Que soy...
DON FÉLIX.
Frágil, ya lo he visto.
LEONOR.
Constante...
DON FÉLIX.
En hacer ofensas.
LEONOR.
¿Qué, al fin te vas?
DON FÉLIX.
A olvidarte
LEONOR.
¿Qué, al fin me dejas?
DON FÉLIX.
Es fuerza,
y así en tan grave rigor...
LEONOR.
Pues en tan fiera tormenta...
DON FÉLIX.
Venganza, agravios, venganza.
LEONOR.
Paciencia, penas, paciencia.