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Teatro Crítico Universal o Discursos en todo género de materia para desengaño de errores comunes. Selección

Benito Jerónimo Feijoo





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[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785. Tomo V. Páginas 371-395]

§. I

1. La regla de la creencia del vulgo es la posesión. Sus ascendientes son sus oráculos, y mira como una especie de impiedad, no creer lo que creyeron aquellos. No cuida de examinar qué origen tiene la noticia: bástale saber que es algo antigua para venerarla, a manera de los egipcios que adoraban el Nilo, ignorando dónde o cómo nacía, y sin otro conocimiento que el que venía de lejos.

2. ¡Qué quimeras, qué extravagancias no se conservan en los pueblos a la sombra del vano pero ostentoso título de tradición! ¿No es cosa para perderse de risa el oír en éste, en aquél y en el otro país, no sólo a rústicos y niños, pero aun a venerados sacerdotes, que en tal o tal   —351→   parte hay una mora encantada, la cual se ha aparecido diferentes veces? Así se lo oyeron a sus padres y abuelos, y no es menester más. Si los apuran, alegarán testigos vivos que la vieron, pues en ningún país faltan embusteros que se complacen en confirmar tales patrañas. Supongo, que en aquellos lugares del cantón de Lucerna, vecinos a la montaña de Fraemont, donde reina la persuasión de que todos los años en determinado día se ve Pilatos sobre aquella cumbre vestido de juez, pero los que le ven mueren dentro del año, se alegan siempre testigos de la visión, que murieron poco ha. Esto, junto con la tradición anticuada, y el darse vulgarmente a aquella eminencia el nombre de la Montaña de Pilatos, sobra para persuadir a los espíritus crédulos.

§. II

3. Cuando la tradición es de algún hecho singular que no se repite en los tiempos subsiguientes, y de que, por tanto, no pueden alegarse testigos, suple por ellos para confirmación, cualquiera vestigio imaginario, o la arbitraria designación del sitio donde sucedió el hecho. Juan Jacobo Scheuzer, docto naturalista, que al principio de este siglo o fines del pasado hizo varios viajes por los montes Helvéticos, observando en ellos cuanto podía contribuir a la historia natural, dice que hallándose en muchas de aquellas rocas varios lineamentos que rudamente representan o estampas del pie humano o de algunos brutos, o efigie entera de ellos, o de hombres (del mismo modo que en las nubes, según que variamente las configura el viento, hay también estas representaciones), la plebe supersticiosa ha adoptado varias historias prodigiosas y ridículas a aquellas estampas, de las cuales refiere algunas. Pongo ésta por ejemplo: hay en el cantón de Uri un peñasco, que en dos pequeñas cavidades representa las patas de un buey. Corre junto a él un arroyo llamado Stierenenbach, que en la lengua del país significa Arroyo del Buey, o cosa semejante. ¿Qué dicen sobre   —352→   esto los paisanos? Que en aquel sitio un buey lidió con el diablo, y le venció; que lograda la victoria, bebió en el arroyo con tanto exceso que murió de él, y dejó impresos los pies de atrás en la roca.

4. He oído varias veces, que sobre la cumbre de una montaña del territorio de Valdeorras hay un peñasco donde se representan las huellas de un caballo. Dicen los rústicos del país que son del caballo de Roldán, el cual desde la cumbre de otra montaña, puesta enfrente saltó a aquella de un brinco, y de hecho llaman al sitio el Salto de Roldán. De suerte que estos imaginarios, rudos y groseros vestigios, vienen a ser como sellos que autorizan en el estúpido vulgo sus más ridículas y quiméricas tradiciones.

5. Los habitadores de la isla de Zeilán están persuadidos a que el paraíso terrestre estuvo en ella. En esto no hay que extrañar, pues en aun algunos doctores nuestros se han inclinado a pensar lo mismo, en consideración de la singular excelencia de aquel clima, y admirable fecundidad del terreno. Pero añaden los de Zeilán una tradición muy extravagante a favor de su opinión. En una roca de la montaña de Colombo muestra una huella, que dicen ser del pie de Adán; y de un lago de agua salada que está cerca, afirman que fue formado de las lágrimas que vertió Eva por la muerte de Abel. ¡Raro privilegio de llanto, a quien no enjugaron, ni los soles ni los vientos de tantos siglos!

6. Igualmente fabulosa y ridícula, pero más torpe y grosera, es otra tradición de los mahometanos, los cuales cerca del templo de Meca señalan el sitio donde Adán y Eva usaron la primera vez el derecho conyugal, con la individual menudencia de decir, que tal montaña sirvió a Eva de cabecera, que los pies correspondieron a tal lugar, a tal las rodillas, etc., en que suponen una estatura enormísimamente grande a nuestros primeros padres. ¡Bellos monumentos para acreditar más bellas imaginaciones!

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§. III

7. Parece que en las tradiciones que hasta ahora hemos referido se ve lo sumo a que puede llegar en esta materia la necedad del vulgo. Sin embargo, no han faltado pueblos que pujasen la extravagancia y el embuste a los nombrados. Los habitadores de la ciudad de Panope, en la Focide, se jactaban de tener algunos restos del lodo de que Prometeo formó el primer hombre. Por tales mostraban ciertas piedras coloradas, que daban con corta diferencia el mismo olor que el cuerpo humano. ¡Qué reliquias tan bien autorizadas y tan dignas de la mayor veneración! Puede decirse que competían a estos aquellos paropamisas, de quienes cuenta Arriano, que mostrando a los soldados de Alejandro una caverna formada en una montaña de su país, les decían que aquélla era la cárcel donde Júpiter había aprisionado a Prometeo, si acaso no fueron autores del embuste los mismos soldados de Alejandro.

8. Los cretenses, aún en tiempo de Luciano fomentaban la vanidad de haber sido Júpiter compatriota suyo, mostrando su sepulcro en aquella isla, sin embarazarse en reconocer mortal a quien adoraban como Dios. Pedro Belonio, viajero del siglo XVI, halló a los de la isla de Lemos tercos en conservar la antiquísima tradición, (siendo su origen mera ficción poética) de que allí había caído Vulcano, cuando Júpiter le arrojó del Cielo; en cuya comprobación mostraban el sitio donde dio el golpe, que es puntualmente aquel de donde saca la tierra que llaman lemnia o sigilada, tan famosa en la medicina.

§. IV

9. Pero acaso sólo en pueblos bárbaros se establecen tales delirios. ¡Oh!, que en esta materia apenas hay pueblo a quien no toque algo de barbarie, si la tradición lisonjea su vanidad o se cree que apoya su religión. Nadie duda que los romanos en tiempo de Plinio   —354→   y Plutarco, eran la nación más culta y racional del mundo: pues en ese mismo tiempo se mostraba en Roma una higuera, a cuya sombra (según la voz común) había una loba alimentando a Rómulo y Remo. Estaban asimismo persuadidos los romanos a que las dos divinidades de Cástor y Pólux los habían asistido visiblemente, militando por ellos a caballo en la batalla del lago de Regilo, para cuya comprobación, no sólo mostraban el templo erigido en memoria de este beneficio, mas también la impresión de los pies del caballo de Cástor en una piedra.

10. Supongo que había muchos entre los romanos que tenían por fabuloso cuanto se decía del prodigioso nacimiento y educación de Rómulo y Remo, y no faltaban algunos que no creían la aparición de Cástor y Pólux. Pero unos y otros callarían, ocultando en su corazón el desprecio de aquellas patrañas, por ser peligroso contradecir la opinión común de que hace vanidad o que es gloriosa al pueblo, como la primera, y mucho más aquella que se cree obsequiosa a la religión, como la segunda.

§. V

11. Esto es lo que siempre sucedió, esto es lo que siempre sucederá, y esto es lo que eterniza las tradiciones más mal fundadas, por más que para algunos sabios sea su falsedad visible. Una especie de tiranía intolerable ejerce la turba ignorante sobre lo poco que hay de gente entendida, que es precisarla a aprobar aquellas vanas creencias que recibieron de sus mayores, especialmente si tocan en materia de religión. Es ídolo del vulgo el error hereditario. Cualquiera que pretende derribarle, incurre, sobre el odio público, la nota de sacrílego. En el que con razón disiente a mal tejidas fábulas, se llama impiedad la discreción, y en el que simplemente cree, obtiene nombre de religión la necedad. Dícese, que piadosamente se cree tal o tal cosa. Es menester para que se crea piadosamente el que se crea prudentemente; porque es imposible verdadera piedad, así como otra cualquiera   —355→   especie de virtud que no esté acompañada de prudencia.

12. La mentira, que siempre es torpe, introducida en materias sagradas, es torpísima porque profana el templo y desdora la hermosísima pureza de la religión. ¡Qué delirio! pensar que la falsedad puede ser obsequio de la Majestad soberana, que es verdad por esencia. Antes es ofensa suya, y tal, que tocando en objetos sagrados, se reviste cierta especie de sacrilegio. Así, son dignos de severo castigo todos los que publican milagros falsos, reliquias falsas y cualesquiera narraciones eclesiásticas fabulosas. El perjuicio que estas ficciones ocasionan a la religión es notorio. El infiel, averiguada la mentira, se obstina contra la verdad. Cuando se le oponen las tradiciones apostólicas o eclesiásticas, se escudan con falsedad de varias tradiciones populares. No hay duda que es impertinente el efugio, pero bastante para alucinar a los que no distinguen el oro del oropel.

§. VI

13. Largo campo para ejercitar la crítica es el que tengo presente, por se innumerables las tradiciones, o fabulosas o apócrifas, que reinan en varios pueblos del cristianismo. Pero es un campo lleno de espinas y abrojos, que nadie ha pisado sin dejar en él mucha sangre. ¿Qué pueblo o qué iglesia mira con serenos ojos que algún escritor le dispute sus más mal fundados honores? Antes se hace un nuevo honor de defenderlos a sangre y fuego. Al primer sonido de la invasión se toca a rebato, y salen a campaña cuantas plumas son capaces, no sólo de batallar con argumentos, mas de herir con injurias, siendo por lo común estas segundas las más aplaudidas, porque el vulgo apasionado contempla el furor como hijo del celo; y suele serlo sin duda, pero de un celo espurio y villano. ¡Oh sacrosanta verdad! Todos dicen que te aman; pero ¡qué pocos son los que quieren sustentarte a costa suya!

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14. Sin embargo, esta razón no sería bastante para retirarme del empeño, porque no me dominan los vulgares miedos que aterran a otros escritores. Otra de mayor peso me detiene, y es, que siendo imposible combatir todas las tradiciones fabulosas, ya por no tener noticia de todas, ni aún de una décima parte de ellas, ya porque aun aquellas de que tengo, o puede adquirir noticia, ocuparían un grueso volumen, parece preciso dejarlas todas en paz, no habiendo más razón para elegir unas que otras, en cuya indiferencia sería muy odiosa, respecto de los interesados, la elección.

15. En este embarazo tomaré un camino medio, que es sacar al Teatro, para que sirvan de ejemplar, dos o tres tradiciones de las más famosas, cuya impugnación carezca de riesgo, por no existir o estar muy distantes los que pueden considerarse apasionados por ellas.

§. VII

16. La primera y más célebre que ocurre es de la carta y efigie de Cristo, Señor nuestro, enviada por el mismo Señor al rey de Edesa Abgaro. Refiérese el caso de este modo. Este príncipe, el cual se hallaba incomodado de una penosa enfermedad habitual (unos dicen gota, otros lepra), habiendo llegado a sus oídos alguna noticia de la predicación y milagros de Cristo, determinó implorar su piedad para la curación del mal que padecía, haciendo al mismo tiempo una sincera protestación de su fe. Con este designio le escribió la siguiente carta:

Abgaro, Rey de Edesa, A Jesús, Salvador lleno de bondad, que se manifiesta en Jerusalén:

SALUD

17. He oído los prodigios y curas admirables que haces, sanando los enfermos sin hierbas ni medicinas. Dícese que das vista a los ciegos, recto movimiento a   —357→   los cojos, que limpias los leprosos, que expeles los demonios y espíritus malignos, restableces la salud a los que padecen incurables y prolijas dolencias, y revocas a vida a los difuntos. Oyendo estas cosas, yo creo que eres Dios, que has descendido del cielo, o que eres el Hijo de Dios, pues obras tales prodigios. Por tanto, me he resuelto a escribirte esta carta, y rogarte afectuosamente tomes el trabajo de venir a verme y curarme de una enfermedad que cruelmente me atormenta. He sabido que los judíos te persiguen, murmurando de tus milagros, y quieren quitarte la vida. Yo tengo aquí una ciudad, que es hermosa y cómoda, y aunque pequeña, bastará para todo lo que te sea necesario.

18. La respuesta del Redentor fue en esta forma:

Bienaventurado eres, Abgaro, porque de mí está escrito que los que me vieron no creen en mí, para que los que no me vieron crean y consigan la vida. En cuanto a lo que me pides de que vaya a verte, es necesario que yo cumpla aquí con todo aquello para que fui enviado, y que después vuelva a aquel que me envió. Cuando haya vuelto, yo te enviaré un discípulo mío que te cure de tu enfermedad, y que dé la vida a ti y a los que están contigo.

19. El primero que dio noticia de estas dos cartas fue Eusebio Cesariense. Siguiéronle San Efrén, Evagrio, San Juan Damasceno, Teodoreto Studita y Cedreno. El número y gravedad de estos autores puede considerarse suficientísimo para calificar cualquiera especie histórica; pero debiendo notarse que todos ellos no tuvieron otro fundamento, que ciertos Anales de la misma ciudad o iglesia de Edesa, como se colige de Eusebio, no merecen otra fe sobre el asunto que la que se debe a esos mismos anales. Por otra parte son graves los fundamentos que persuaden ser indignos de fe.

20. El primero es que el papa Gelasio, en el concilio romano celebrado el año de 494, condenó por apócrifas, tanto la carta de Abgaro a Cristo Señor nuestro, como la de Cristo a Abgaro.

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21. El segundo, que aquellas palabras que hay en la carta de Cristo: De mí está escrito que los que me vieron no creen en mí, para que los que no me vieron crea y consigan la vida, no hallándose, ni aun por equivalencia o alusión, en algún libro del viejo Testamento, sólo pueden ser relativas a aquella sentencia del Señor al apóstol Santo Tomás, en el evangelio de San Juan: Bienaventurados los que no me vieron y creyeron en mí. Este evangelio, como ni algún otro, no se escribió viviendo el Señor, sino después de su muerte y subida a los cielos. Luego es supuesta la carta, pues hay en ella una cita que sólo se pudo verificar algún tiempo después de la ascensión del Salvador.

22. El tercero, que es increíble que Cristo, de quien por todos los cuatro evangelios consta que acudió prontamente con el remedio a todos los enfermos que con verdadera fe imploraban su piedad, dilatase tanto la curación de Abgaro.

23. El cuarto, que carece de toda verosimilitud el ofrecimiento o convite de hospedaje y asilo que hace Abgaro a Cristo. Si aquel príncipe creía, como suela en la carta, la divinidad de Cristo, creía, consiguientemente, que para nada necesitaba asilo de Edesa, pues como Señor de cielo y tierra podía impedir que los judíos le hiciesen otro mal que el que él libremente permitiese. Sería buena extravagancia ofrecer su protección el reyezuelo de una ciudad al Dueño de todo el orbe. Omito otros argumentos.

§. VIII

24. A la tradición que hemos impugnado se la dio después por compañera otra, que hace un cuerpo de historia con ella. Cuéntase que el mismo rey Abgaro envió a Cristo Señor nuestro un pintor, para que le sacase copia de su rostro, pero nunca el artífice pudo lograrle, porque el resplandor divino de la cara del Salvador le turbaba la vista y hacía errar el pincel. En cuyo embarazo suplió milagrosamente la benignidad soberana del Redentor el defecto del arte humano, porque aplicando   —359→   al rostro un lienzo, sin más diligencia sacó estampadas perfectamente en él todas sus facciones, y este celestial retrato envió al devoto Abgaro.

25. Esta tradición se ha vulgarizado y extendido mucho, por medio de varias pinturas de la cara del Salvador, que se pretende ser traslados de aquella primera imagen; y con este sobrescrito se hacen sumamente recomendables a la devoción de la gente crédula. Pero la variedad o discrepancia de estas mismas copias, descubre la incertidumbre de la noticia. Yo he visto dos: una, que se venera en la sacristía de nuestro gran monasterio de San Martín, de la ciudad de Santiago; otra, que trajo a ésta de la América el reverendísimo padre maestro Fr. Francisco Tineo, franciscano, sacada de una que tenía el príncipe de Santo Bono, virrey que fue del Perú. Estas dos copias son poco parecidas en los lineamentos y diversísimas en el color, porque la primera es morena y la segunda muy blanca. A sujetos que vieron otras, oí que notaron en ellas igual discrepancia.

26. Esta variedad constituye una preocupación nada favorable a aquella tradición; pero no puede tomarse como argumento eficaz de su falsedad, pues no hay incompatibilidad alguna en que, habiendo quedado una imagen verdadera de la cara de Cristo en la ciudad de Edesa, en otras partes fingiese este y el otro pintor ser copias de aquellas algunos retratos que hicieron, siguiendo su fantasía; y de aquí puede depender la diversidad de ellos.

27. Dejando, pues, este argumento, lo que a mi parecer, prueba concluyentemente la suposición de aquella imagen es el silencio de Eusebio. Este autor, habiendo visto las actas de la iglesia de Edesa, no habla palabra de ella: y tan fuera de toda creencia es que los edesianos no tuviesen apuntada aquella noticia, si fuese verdadera, como que Eusebio hallándola no la publicase. La historia de la correspondencia epistolar entre Jesucristo y Abgaro trae tan unida consigo la circunstancia del retrato, y esta circunstancia añade tan especioso lustre a aquella   —360→   historia, que se debe reputar moralmente imposible, tanto el que en las actas de la iglesia de Edesa dejase de estar apuntada, como que Eusebio encontrándola allí dejase de referirla, especialmente cuando cuenta con mucha individuación las consecuencias de aquella embajada de Abgaro, esto es, la misión de Tadeo a Edesa, su predicación en aquella ciudad y la curación del rey, todo sacado de dichas actas.

28. El primero que dio noticia de esta milagrosa imagen fue Evagrio, refiriendo el sitio que Cosroes, rey de los persas, puso a la ciudad de Edesa, donde dice, que obrando Dios un gran portento por medio de ella, hizo vanos todos los conatos de los sitiadores. Floreció Evagrio en el sexto siglo; y el silencio de todos los autores que le precedieron, funda por sí solo una fuerte conjetura de la suposición, la cual se hace sin comparación más grave, notando que Evagrio cita para la relación de aquel sitio a Procopio, y le sigue en todas las circunstancias de él, exceptuando la de la imagen, de la cual ni el menor vestigio se halla en Procopio.

29. No ignoro que hay una relación de translación de aquella imagen de Edesa a Constantinopla, cuyo autor se dice ser el emperador Constantino Porfirogeneto. Pero esto nada obsta. Lo primero, porque es muy incierto que la relación sea del autor que se dice; y el cardenal Baronio, aunque parece asiente a la historia, disiente en el autor. Lo segundo, porque toda aquella narración, si se mira bien, se halla ser un tejido de fábulas, y éste es el sentir de buenos críticos. Lo tercero, porque aunque la translación fuese verdadera, no se infiere serlo la imagen. Yo creeré fácilmente que los edesianos tenían y mostraban una imagen del Salvador, que decían haber sido formada con el modo milagroso que hemos expresado, y enviada por Jesucristo a Abgaro; pero esto sólo prueba que después que vieron lograda y extendida felizmente la fábula de la legacía y correspondencia epistolar de que ellos habían sido autores por medio de unas actas supuestas,   —361→   se atrevieron a darle un nuevo realce con la suposición de la imagen. Para que esta segunda fábula se extendiese como la primera, antes de la translación de la imagen a Constantinopla, hubo sobradísimo tiempo, porque dicha translación se refiere hecha en el siglo décimo.

30. El cardenal Baronio añade que, después de la toma de Constantinopla por los turcos, fue transferida aquella imagen a Roma; pero sin determinar el modo ni circunstancia alguna de esta segunda translación; también sin citar autor o testimonio alguno que la acredite, lo que desdice de la práctica común de este eminentísimo autor, por lo cual me inclino a que la translación de Constantinopla a Roma no tiene otro fundamento que alguna tradición o rumor popular.

§. IX

31. Como la ciudad de Edesa se hizo famosa con la supuesta carta de Cristo a Abgaro, la de Mecina ha pretendido, y aún pretende hoy, ilustrarse con otra de su Madre Santísima, escrita a sus ciudadanos, la cual guarda como un preciosísimo tesoro. No sé el origen o fundamento de estas tradición. Pienso, que ni aún los mismos que se interesan en apoyarla están acordes sobre si la carta fue escrita por María Santísima cuando vivía en la tierra, o enviada después de su asunción al cielo.

32. Como quiera que sea, el cardenal Baronio condena por apócrifa esta carta, al año 48 de la era cristiana. Síguenle todos o casi todos los críticos desapasionados. Un autor alemán quiso vindicar la verdad de esta carta en un escrito que intituló: Epistolae B. Mariae Virginis ad Messanenses veritas vindicata. Acaso la autoridad de este escritor, que sin duda era muy erudito, hará fuerza a algunos, considerándole desinteresado en el asunto, porque no era mecinés ni aun siciliano, sino alemán. Pero es de notar, que aunque no natural de Mecina, estaba cuando escribió y publicó dicho libro, domiciliado en Mecina, donde enseñó muchos años filosofía, teología, matemáticas; circunstancia, que equivale para el efecto a la de   —362→   nacer en Mecina, porque los que son forasteros en un pueblo, ya por congraciarse con los naturales, ya por agradecer el bien que reciben de ellos, suelen ostentar tanto y aun mayor celo que los mismos naturales en preconizar las glorias del país.

33. Añádase a esto lo que se refiere en la Naudeana, que habiendo el docto Gabriel Naudeo reconvenido al dicho autor alemán sobre el asunto de su libro, probándole con varias razones que la carta de nuestra Señora había sido supuesta por los de Mecina, le respondió que no estaba ignorante de aquellas razones y de la fuerza de ellas, pero que él había escrito su libro, no por persuasión de la verdad de la carta, sino por cierto motivo político.

34. Por otra parte, consta que la tradición de Mecina tiene poca o ninguna aceptación en Roma, porque habiendo la Congregación del Índice censurado el libro del dicho autor, éste se vio precisado a pasar a Roma a defenderse, y lo más que pudo obtener fue reimprimir el libro, quitando y añadiendo algunas cosas, y mudando el título de Veritas vindicata, en el de Conjectatio ad Epistolam Beatissimae Mariae Virginis ad Messanenses. Esto viene a ser una prohibición de que la tradición de Mecina se asegure como verdad histórica, permitiéndola sólo a una piadosa conjetura.

35. Finalmente, el mismo contexto de la carta, si es tal cual le propone Gregorio Leti, en la Vida del Duque de Osuna, parte II, libro II, prueba invenciblemente la suposición. El contenido se reduce a tomar la Virgen Santísima debajo de su protección a la ciudad de Mecina y ofrecerla que la libraría de todo género de males; lo que estuvo muy lejos de verificarse en el efecto (dice el autor citado), pues ninguna otra ciudad ha padecido más calamidades de rebeliones, pestilencias y terremotos. Estas son sus palabras: Il senno di questa Lettera consiste, che essa Santa Vergine pigliava li Messinesi nella sua protettione, e che prometteva a di liberarli d'ogni qualunque male, pero no vi è città,   —363→   che sia stata più di questa sposta alle calamita delle rebellioni, de terremoti, e delle pesti.

36. Doy que la indemnidad de cualquiera mal, prometida a la ciudad en la carta, sea adición o exageración del historiador alegado; pero la especial protección de la reina de los ángeles a los mecinenses todos sienten que está expresa en su contexto. Esto basta para degradar de toda fe la tradición de Mecina. Para que la especial protección de María, Señora nuestra, se verificase sería preciso que aquella ciudad lograse alguna particular exención de las tribulaciones y molestias que son comunes a otros pueblos. Esto es lo que no se halla en las historias, antes todo lo contrario; y en cuanto a esta parte es cierto lo que dice Gregorio Leti. Pocas ciudades se hallarán en el orbe que, aun ciñéndonos a la era cristiana, hayan padecido más contratiempos que la de Mecina.

§. X

37. De la ciudad de Mecina pasaremos a las de Venecia y Vercelli, porque en estos dos pueblos se conservan equívocos monumentos a favor de una tradición fabulosa extendida en todo el vulgo de la cristiandad. Hablo del hueso de San Cristóbal, que se muestra en Venecia, y del diente del mismo santo que se dice hay en Vercelli.

38. La estatura gigantesca de este santo mártir, juntamente con la circunstancia de atravesar un río, conduciendo sobre sus hombros a Cristo, Señor nuestro, en la figura de un niño, está tan generalmente recibida, que no hay pintor que le presente de otro modo; pero ni uno ni otro tiene algún fundamento sólido. No hay autor o leyenda antigua digna de alguna fe que lo acredite. El padre Jacobo Canisio, en una anotación a la Vida del Santo, escrita por el padre Rivadeneira, cita lo que se halla escrito de él en la misa, que para su culto compuso San Ambrosio, y en el breviario antiguo de Toledo. Ni en uno ni en otro monumento se encuentra vestigio del tránsito del   —364→   río con el niño Jesús a los hombros. Nada dice tampoco San Ambrosio de su estatura. En un himno del Breviario de Toledo se lee que era hermoso y de gallarda estatura. Elegans quem statura mente elegantior, visu fulgens, etc. Pero esto se puede decir de un hombre de mediana y proporcionada estatura, pues en la proporción, no en una extraordinaria magnitud consiste la elegancia. Tampoco tiene concernencia alguna a su proceridad gigantea lo que en una capítula del mismo oficio se lee, que de muy pequeño se hizo grande el santo: De minimo grandis, pues inmediatamente a estas palabras las explica de la elevación del estado humilde de soldado particular al honor de caudillo de varios pueblos, ut ex milite dux fieret populorum.1

39. Por lo que mira a la historia del pasaje del río puede discurrirse, que tuvo su origen en una equivocación ocasionada del mismo nombre del santo, porque Christophorus o Christophoros (que así se dice en griego el que nosotros llamamos Christóbal), significa el que lleva, sostiene o conduce a Cristo, portans Christum. Digo que esto pudo ocasionar la fábrica de aquella fábula, en que el santo mártir se representa conduciendo a Cristo sobre sus hombros.

40. Por lo que mira al hueso o diente que se muestran de San Cristóbal decimos, que ni son de San Cristóbal ni de otro algún hombre, sino de algunas bestias muy corpulentas, o terrestres o marítimas. En el primer   —365→   tomo, discurso XII, núm. 29, notamos, citando a Suetonio, que el pueblo reputaba ser huesos de gigantes algunos de enorme grandeza, que Augusto tenía en el palacio de Capri, los cuales los intelingentes conocían ser de bestias de grande magnitud.

41. Este error del vulgo se ha extendido a otros muchos huesos del propio calibre, y de él han dependido las fábulas de tanto gigante enorme, repartidas en varias historias, como ya hemos advertido en el discurso citado en el número antecedente. Pero hoy podemos hablar con más seguridad contra este común engaño, después de haber visto la docta Disertación que sobre la materia de él dio a luz el erudito caballero y famoso médico inglés Hans Sloane, y se imprimió en las Memorias de la Academia Real de las Ciencias del año 1727.

42. Hace el referido autor una larga enumeración de varios dientes y otros algunos huesos que, después de pasar mucho tiempo por despojos de humanos gigantes, bien examinado se halló pertenecer o a peces cetáceos o a cadáveres elefantinos. Tal fue el diente que pesaba ocho libras, hallado cerca de Valencia del Delfinado, año de 1456. Tal el cráneo, de quien hace memoria Geronino Magio en sus Misceláneos, de once palmos de circunferencia, hallado cerca de Túnez. Tal un diente descubierto en el mismo sitio y remitido al sabio Nicolás de Peiresk, que reconoció ser diente molar de un elefante, como el otro de que hemos hablado arriba. Tal el diente que se guarda en Amberes y el vulgo de aquella ciudad y territorio estimó ser de un gigante llamado Antígono, tirano del país, en tiempo de los romanos y muerto por Brabón, pariente de Julio César; narración toda fabulosa, sin la menor verosimilitud. Tales otros desenterrados en la Baja Austria, cerca de la mitad del siglo pasado, de que hace memoria Pedro Lambecio. Tales los huesos descubiertos cerca de Viterbo el año de 1687, que cotejados con otros de un esqueleto entero de un elefante que hay en el gavinete del gran duque de Florencia, se observaron tan perfectamente   —366→   semejantes, que no fue menester otra cosa para desengañar a los que los juzgaban partes de un cadáver gigantesco. Tales otros muchos omitimos, y de que el caballero Sloane da individual noticia en la disertación citada, con fieles y eficaces pruebas de que todos son despojos de algunas bestias de enorme grandeza, por la mayor parte de elefantes.

43. Ni haga a alguno dificultad que el elefante tenga dientes tan grandes, cuales son algunos que se muestran como de San Cristóbal o de otro algún imaginario gigante; pues es cosa sentada entre los naturalistas que algunas bestias de esta especie tienen dientes molares de tanta magnitud. Y si se habla de sus dos colmillos o dientes grandes, que naciendo en la mandíbula superior, les penden fuera de la boca, y en que consiste la preciosidad del marfil, se ha visto tal cual de éstos, que pesaba hasta cincuenta libras. Pero lo que dice Vartomano, citado por Gesnero, que vio dos, que juntos pesaban trescientas libras, necesita confirmación.

44. De todo lo dicho concluimos, no sólo que la tradición de la estatura gigantéa de San Cristóbal es fabulosa y que los dientes que se ostentan como reliquias suyas, no lo son; pero que ni tampoco son de cadáveres humanos todos los demás dientes o huesos de muy extraordinaria magnitud2.

  —371→  

ArribaAbajoDisertación sobre la Campana de Velilla

1. Siendo en la línea de tradiciones populares, la de las prodigiosas pulsaciones de la Campana de Velilla, una de las más famosas del mundo, habiéndose derivado su noticia de España a las naciones extranjeras, como consta de muchos libros estampados en ellas, nos parece lisonjearemos la curiosidad pública, proponiendo en este lugar (que es el propio de tal materia) las pruebas que hay a favor de la verdad de dicha tradición, y ejerciendo nuestra crítica sobre ellas. A la Excelentísima Señora Condesa de Atarés, igualmente grande por sus prendas personales que por su ilustrísimo nacimiento, hemos debido todos los testimonios que se alegarán por la verdad de aquella Tradición, juntamente con la insinuación de su deseo de que los sacásemos a la pública luz. Copiaremos a la letra el manuscrito que su excelencia se dignó de remitirnos, omitiendo sólo las cuatro primeras hojas que contienen algunas noticias de las antigüedades de Velilla, Villa sita en el reino de Aragón a la orilla del Ebro y distante nueve leguas de Zaragoza, población de doscientos vecinos y porción de la Baronía de Quinto, la cual posee la nobilísima familia de Villapando en la casa de los Excelentísimos Condes de Atarés.

COPIA DEL MANUSCRITO

2. En lo alto de la iglesia de San Nicolás obispo (colocada en un monte vecino a Velilla) a la parte de medio día, hasta de pocos años a esta parte, en que se ha hecho torre a la iglesia, había tres pilares, y en medio de ellos, dos campanas descubiertas al aire: la menor estaba a la mano izquierda; ésta se toca como las demás a fuerza de brazos y por sí sola jamás se ha tocado. La mayor estaba a la derecha, que es la que diversas veces se ha tocado milagrosamente y sin impulso ajeno; la circunferencia de ésta es de diez palmos, de metal limpio, claro y liso; está hendida por un lado, por lo cual, cuando se toca como las demás, y por mano ajena, suena como quebrada, se ven en ella dos crucifijos revelados,   —372→   uno al Oriente y otro al Poniente, y a los lados de cada uno las imágenes de la Virgen nuestra Señora y de San Juan Evangelista; al medio día y al Septentrión tiene dos cruces, y en el circuito de toda ella este verso de la Sibila Cumea: Christus Rex venit in pace, et Deus homo factus est. El est, con la última s del factus, por no coger en su redondez, están en las cuatro partes de la campana; la S que falta del factus al poniente; la E al medio día; la segunda S al oriente y la T al septentrión. Las letras de este letrero son antiquísimas, y hay pocos que las puedan leer y declarar.

3. Son muchos los autores naturales y extranjeros, que hablan de esta campana. Vairus, de Fascino, refiere en lengua latina, que en los reinos de España, en un pueblo llamado Velilla de la diócesis de Zaragoza, hay una campana que llaman del Milagro, que muchas veces se ha tocado por sí sola, pronosticando algunas cosas adversas a la cristiandad, meses antes de suceder, de lo que leyó testimonios por escribanos públicos, y con mucho número de testigos, además de la fe que de ello daban en sus letras los virreyes de aquel reino. Hasta aquí Vairo, a quien siguen no pocos autores: Antonio Daurocio, tomo II Exemplorum, cap. IV, título XXV, ejemplo VII; Pedro Gregorio, De Republica, libro II, cap. III, número 25; Fabio Paulino, libro IV De hebdomadum, cap. VII, Pap. Milij 215; Camilo Borelo, De praestantia legis catholicae, cap. LXXVIII, número 21; Martín Delrío, libro IV De magia, cap. III, quaest. II; Pedro Mateo Historiographus Henrici IV, in Chron., página 54; Blas Ortiz, In itinerario Adriani; Bleda, In defensione fidei, cap. XIII, folio 89 y 531; don Sebastián de Covarrubias, In thesauro linguae Castellan., lit. C., verb. Campana; Torreblanca, De magia, libro I, cap. I, número 48; y otros aun con mayor distinción y claridad, y entre ellos el arzobispo de Tarragona, don Antonio Agustín, que refiere algunos tiempos en que se tocó, en sus Diálogos de medallas, diálogo VI; Valle de Moura, In tractatu de Incantatione, sect. 1ª, cap. I, número 27; Damiano Fonseca, In tractatu de expulsione moriscorum, italice conscripto; Salazar de Mendoza, en las Dignidades de Castilla, libro IV, capítulo III, folio 118; Angelo Roca, obispo de Tagasta, ciudad en África, célebre por haber nacido en ella San Agustín, doctor de la Iglesia, In tractatus De Campanis, cap. VII, folios 62 y 63. Éste dijo mucho más que otros extranjeros; el cual libro está en la preciosa biblioteca, llena de libros de todas facultades, que fue de don Lorenzo Ramírez   —373→   de Prado, del Consejo de su majestad, y oídor en el de su real Hacienda. El padre fray Marcos de Guadalajara y Javier, observante carmelita, en su Historia pontifical, parte IV, libro X, cap. V, folio 577, y en el libro de la Expulsión, parte II, capítulo I; y el doctor don Martín Carrillo, abad de Monte Aragón, libro V de sus Anales, año 1435, folio 354, que afirma haberla visto tocarse en el año 1568, y después el doctor Blasco de Lanuza, canónigo penitenciario de la Seo de Zaragoza, que es el más moderno, en sus Historias de Aragón, libro III, cap. XVI, folio 293. No obstante, tanta autoridad de autores, monumentos, testimonios y testigos, como abajo se dirán, procedió contra el crédito del milagroso tañido de esta campana el padre Juan Mariana, como se dijo arriba, y con igual sinrazón Gerónimo Zurita, no queriendo asentir a lo que se refiere; y aún dice, que aunque la hubiera visto tañerse por sí a solas, lo tendría por ilusión, dándole el crédito que dio Estrabón cuando oyó el sonido que al salir el sol, con el resplandor de sus rayos hacia la estatua de Memnon en la ciudad de Tebas, en el templo de Serapis; y no tiene razón Zurita, pues debe rendirse a testimonios tan autorizados y reconocer la diferencia de una campana, que visiblemente se ven los movimientos de la lengua con que se tañe, a una estatua, cuyo sonido sólo se pudo oír, sin verse ni examinarse la causa de él, que acaso pudo ser oculta y artificiosa, con otras muchas diferencias que hay entre la campana y la estatua de Memnon.

4. Por los sucesos que después se han seguido a los tañidos milagrosos de esta campana, se está en la persuasión de que siempre sus toques han sido pronósticos y avisos de cosas notables. Muchos quieren esforzar, pero en vano y con razones de ningún peso, que estos toques espontáneos no sean milagrosos, sino naturales: unos dicen que lo pueden ser por influjo de los astros, debajo de cuya conjunción, observada en orden a aquel fin, la fabricó y fundió algún perito astrónomo, lo que es dificultoso e imposible de probar; mayormente, que no pueden influir los astros a las cosas inanimadas para darles virtud de pronosticar las futuras; lo cual, con mucha razón, impugna Valle de Moura Tractatu de Incant. opúsculo I, sect. II, capítulo VIII, número 38, con otros muchos.

5. Otros atribuyen esta virtud a la campana, en atención a   —374→   una moneda de las treinta en que Judas vendió al Redentor; la cual, con otras monedas antiguas de aquel lugar, para suplir la falta de metal, se empleó en la fundición de la campana. Así lo dice Salazar de Mendoza, en las Dignidades de Castilla, libros III y IV, folio 180; pero no cita escritor alguno ni expone razones con que se pruebe, sin las cuales, y sin la autoridad de más autores, no se puede fundar tal especie ni se hace creíble que moneda tan digna de aprecio y veneración se hiciese tan poco estimable que, a falta de metal, se emplease en la fundición de una campana, y más ignorándose su origen, el tiempo de su fundición y por quién se hizo; con que esta especie carece de fundamento.

6. Algunos dicen, que esto sucede en fuerza del verso latino de la Sibila, que está en ella grabado, y que se puede decir que, como ensalmo, tenga virtud admirable de pronosticar las cosas futuras, como la tuvo la misma Sibila; pero no es razón suficiente, porque si bien tuvo don para profetizar fue mientras vivió, y gracia personal no comunicable a sus palabras, ni el que las puso pudo darles esta virtud.

7. Puede dudarse si esta campana se toca por arte del demonio, haciendo éste mover la lengua, o si algunos hechiceros, con su ayuda, lo han podido practicar en las coasiones que se ha tañido por sí sola; pues consta de historias y de personas graves, que el demonio ha hecho mover muchas veces los cuerpos inanimados de una parte a otra, y lo propio pudo haber ejecutado con la lengua de la campana; pero no habiendo otro fundamento para este discurso que la posibilidad y capacidad en la ciencia del demonio, parece temeridad atribuirla tan portentosos y admirables tañidos, y más estando dicha campana consagrada y bendita, habiendo en ella dos crucifijos, dos imágenes de María Santísima, dos del apóstol y evangelista San Juan y dos cruces; y juntamente, tocándose en forma de cruz, de cuya señal huyen los demonios, y habiendo en la circunferencia de la campana palabras santas y divinas; y si, como dice Angelo Rocha, capítulo VI, folio 54, y capítulo XXI, folio 138, con las palabras Verbum caro factum est se ahuyentan los demonios, en esta campana de Velilla se leen las mismas palabras, pues son lo propio las de Deus homo factus est, que están en ella grabadas: todo persuade que el demonio no se atrevería a obrar en ella efectos tan admirables, siendo una   —375→   campana con tantas circunstancias venerable y devota, y hallándose tan defendida y armada contra su poder, cuando él, por lo general, es enemigo de toda campana, de tal manera que en las juntas que tiene con sus magos y hechiceros, si oye campanas, huye con todos los suyos, y las llama perros ladradores, como lo refiere Binsfeldio; las cuales también tienen virtud de ahuyentar los nublados, según la opinión de muchos autores que sobre esto han escrito.

8. Algunos quieren, puede haberse tocado esta campana por razón del viento, movidos de que ordinariamente, cuando se toca, le hace muy grande, con torbellinos y tiempo borrascoso; pero está fuera también razón para que se tocase asimismo la campana que está a su mano izquierda, que es menor, y un cimbalillo que está muy cerca, y tal cosa no se ha experimentado; siendo esto más fácil que el que se toque esta campana del Milagro, por ser más pesada y estar fija en los ejes, de tal suerte que no se puede bandear; y si ésta pudiera ser razón poderosa, sucedería lo mismo a toda campana puesta en alto y descubierta; y vemos que, por lo regular, no sucede; además, que cuando se tocó en el año 1601, sus más furiosos tañidos y mayores movimientos fueron en los días del Corpus y vigilia de San Pedro, en los cuales hubo tan grande calma que no se movían las hojas de los árboles; y aun con todo, para asegurarse don Dionisio de Guarás, que la vio y oyó tañerse, cubrió el torreón con algunas capas por aquella parte donde podía entrar algún viento, a vista de muchas personas de distinción; y poniendo al lado de la campana una vela encendida se mantenía sin apagarse, al mismo tiempo que la campana proseguía en sus toques y tañidos.

9. Francisco de Segura, en la relación que hizo en verso, año de 1601, dice que hizo labrar esta campana San Paulino, obispo de Nola, del cual afirman algunos autores fue el que inventó las campanas y las introdujo, si bien otros dicen que fue el papa Sabiniano, de lo cual tratan Onofre Panvino, in Epitome, agens de pontifice Sabiniano: Polidoro Virgilio, libro VI, capítulo XII; Angelo Rocha, De campanis, capítulo I; Camillo Borel, De Praestan. Relig. Cathol. capítulo 78, número 17: Juan Antón de Nigi in suo Repertorio super capitulis regni, capítulo CLXXXV.

10. Escríbese de algunas que se tañen avisando las muertes de   —376→   algunos religiosos; pero por cosas tan notables y que han de suceder en la monarquía de España, no se sabe de otra campana, que de la de Velilla. En Alemania hay una que siempre que ha de morir alguna religiosa se toca ella misma; está en el monasterio Bodkense, que edificó San Meinulfo; refiérelo Gobelino in Vita Meinulfi, in mense Octobri. Otra en Zamora, en un convento de la misma orden, que pronostica lo mismo tres días antes de la muerte de algún religioso, lo que sucede aun no estando alguno enfermo al tiempo de comenzarse a tocar: lo dice don fray Juan López, obispo de Monopoli, parte III, Historia de Santo Domingo, libro I, capítulo XXXVII, folio 150, y libro II, capítulo XXV, folio 82; y el mismo, en el mismo lugar, refiere lo mismo de otra pequeña, que llaman de San Álvaro, por estar dentro de la capilla de este santo, en Córdoba, en el convento de Aula Dei, de su orden. Del Japón se escribe que hay otra que tocándola, si hace el sonido bronco y triste, anuncia trabajo en la república.

11. Otros casos como éstos, de particulares y singulares campanas, refiere Angelo de Rocha; pero entre ellas ninguna tan singular como la de Velilla, cuyos tañidos atribuye don Francisco Torreblanca, Dic. tract. De Magia, libro I, capítulo XXI, número 48, a señal divina, y lo acreditan los santos efectos que causan, moviendo los corazones de los que los oyen a contrición y devoción, como muchos de ellos lo han asegurado; y no deja de ser conforme que esta campana avise y aperciba a los católicos y a sus príncipes para que se prevengan en las novedades que han de suceder y en los daños que amenazan a la religión, cuando el principal destino de las campanas es el congregar a los fieles en la Iglesia para orar a Dios y para impetrar sus misericordias.

12. Ordinariamente, cuando quiere tañerse esta campana, se estremece primero y tiembla antes de tocarse, como lo acreditan diferentes testimonios de notarios, y algunas veces se alarga y dilata su lengua, como sucedió en los años 1527 y 1564.

13. En el año de 714, según lo que el maestro Castroverde, predicador insigne del rey don Felipe II de Aragón y III Castilla, dijo a don Diego de Salinas y Heraso, oídor de la Cámara de Comptos del reino de Navarra, el cual lo escribe en el discurso que hizo de esta campana, se tañó mucho en el tiempo que sucedió la pérdida de España, y aunque no hay otro autor que   —377→   esto asegure, bastan las circunstancias de éste para ser recomendable esta noticia, y más que en aquellos tiempos, y en muchos otros que los siguieron, no estaban los aragoneses para escribir estas historias, sino que todos se empleaban, más que en el ejercicio de la pluma, en el de las armas, procurando recobrar a lanzadas la tierra de los moros.

14. En el año 1435, a 4 de agosto, día jueves, se tañó esta campana, señalando la prisión, que al otro día sucedió por los genoveses, de las personas reales del rey don Alonso el Quinto de Aragón, del rey don Juan de Navarra y del infante don Enrique, todos tres hermanos, hijos del rey don Fernando el Honesto, de Aragón, en la batalla naval, que se perdió junto a la isla de Ponza, en cuya ocasión fue también preso con los reyes Ramiro de Funes, primogénito del vicecanciller Juan de Funes, señor entonces de la baronía de Quinto y sus agregados, y entre ellos de Velilla, y también fue preso Francisco de Villalpando, hermano del que casó con doña Contesina de Funes, hija del vicecanciller y heredera que fue suya de todos sus bienes y de esta baronía.

15. Al año siguiente de 1436, vigilia de la Epifanía, estando los reyes presos, se volvió a tocar cuando se concertaban entre sus enemigos ciertos tratos en daño de sus personas y reinos. Y a 30 de octubre volvió a tocarse, el día mismo que fueron puestos en libertad, de la cual resultó la adquisición del reino de Nápoles, en que se ve que no siempre se ha tocado señalando cosas adversas.

16. En el año 1485 se tocó esta campana tres días enteros, cuando los judíos se concertaron en dar la muerte al primer inquisidor de Aragón, el maestro Pedro Darbués de Epila, canónigo de la Seo de Zaragoza, como lo ejecutaron jueves a 13 de septiembre, a la media noche, matándole delante del coro de dicha iglesia, adonde estuvo su sepulcro, en el cual se veneró por mártir, nombrándole el Justo Mastrepila y después San Pedro Arbués; y aunque algunos dijeron que se tocó un año entero, recibieron engaño, pues no fue esta campana, sino otra de las ordinarias de aquella iglesia, que en conmemoración suya la tocaron un año entero, y le cantaron todos los días un salmo, como dice Zurita en sus Anales, libro XX, capítulo LXV, al fin.

17. Tocose también en el año 1492, cuando Juan de Cañamás   —378→   hirió en Barcelona al rey Católico don Fernando. Dícelo Carbonell en su Vida, y en la suya el arzobispo don Fernando de Aragón, y también se tocó antes de la muerte de dicho rey Católico don Fernando, en el año de 1515.

18. En el de 1527, a 29 de marzo, se tocó esta milagrosa campana, como consta por auto que tiene el marqués de Ossera, testificado por Bernat del Pin, notario real y vecino de Velilla, y entre otras cosas dice que a los circunstantes y a él les pareció que al tañerse esta campana se alargaba su lengua, más de lo que era, unos cinco dedos, y esto sucedió cuando Carlos de Borbón y el ejército del emperador Carlos V saquearon a Roma. En este año nació don Felipe I, rey de Aragón y II de Castilla.

19. En el año 1539 se tocó cuando murió la emperatriz doña Isabel, mujer del emperador Carlos V; y se puede presumir que como en este año comenzó el heresiarca Calvino a publicar sus errores, quiso Nuestro Señor avisar a la cristiandad para que se guardase de ellos y para prevenir remedios para atajarlos.

20. Tocose también año 1558, en las muertes del emperador Carlos V y en las de sus dos hermanas doña Leonor, reina de Francia, y doña María, reina de Hungría; y en la de la reina de Inglaterra, doña María, mujer del rey don Felipe el I de Aragón y II de Castilla.

21. Año de 1564, lunes, a 2 de noviembre, se tañó muy reciamente, yendo a la redonda la lengua y dando muchos golpes en cruz y haciendo un sonido triste y doloroso, según pareció a los que allí se hallaban, a los cuales se les erizaban los cabellos oyendo que era diferente del que acostumbraba hacer cuando se tañía con la mano, y al pararse tembló la campana; y luego de la misma suerte se volvió a tañer en forma de cruz, dando los golpes, y dio tres o cuatro no muy recios, aunque siempre dolorosos y tristes; y volvió a andar a la redonda la lengua tan aprisa que nadie con la mano la pudiera volver con tanta prontitud, y dio otros tres o cuatro golpes como los dichos, y volvió tercera y cuarta vez a hacer los propios movimientos, dando los golpes hacia el Oriente, y cuando se tañía se alargaba la lengua más de lo que era una mano, sucediendo esto en diversas horas del día, aunque la última vez se tocó más aprisa que las demás, y hacía el sonido mucho más triste, hallándose presente a estos tañidos, entre otros, don   —379→   Antonio de Villalpando y Funes, señor de la baronía de Quinto y de la villa de Estopiñán, y también señor de la de Velilla: todo lo cual consta por auto testificado por Domingo de Bielsa, notario real de Quinto, el cual tiene en su archivo el conde de Atarés. En este año hubo cortes en el reino de Aragón, celebradas en la villa de Monzón, y al principio del siguiente el gran turco Solimán envío su ejército y armada contra la Isla de Malta y religión de San Juan, cuyo cerco, defensa y sucesos fueron notables y dignos de que esta campana los previniera, y también pudo pronosticar la peste que al año siguiente hubo en Aragón.

22. Año 1568 se tañó mucho, y estándose tañendo se rompió la cuerda con que la lengua estaba atada, por lo cual cayó abajo, y la parte de la cuerda que quedó hacia el mismo movimiento en círculo y daba los golpes de la propia suerte. Viendo esto un clérigo muy devoto, natural del mismo lugar, llamado mosen Martín García, que murió en las Capuchinas de Zaragoza con opinión de santo, y fue el que, con la madre Serafina, las trajo a España, donde fundó muchos conventos de ellas, que entonces hacía oficio de cura, volvió a atar la lengua de la campana en el lugar que antes estaba, y volvió después a continuar sus tañidos. Esto lo dice don Martín Carrillo, abad de Monte Aragón, en su Cronología del Mundo, folio 355, y que él se halló presente, y vio que Domingo de Bielsa, tío suyo, hermano de su madre, familiar del Santo Oficio, llegó estándose tañendo, su rostro a ella para adorarla con gran reverencia, y entonces la lengua de la campana dio tan gran golpe que él cayó en tierra, y lo bajaron sin sentido y como muerto a su casa, y de ello le quedó una cuartana que le duró todo un año. Estos tañidos parecen pronosticaron la alteración de los moriscos de Granada y conciertos que hicieron para levantarse contra España, la prisión y muerte del príncipe don Carlos y la muerte de doña Isabel de la Paz, tercera mujer del rey don Felipe I de Aragón, y de Castilla II.

23. Año de 1578 se tocó, y sucedió la infeliz jornada de África del rey don Sebastián y su muerte, y en Flandes la de don Juan de Austria.

24. Año de 1579 se volvió a tocar, por más que diga lo contrario el doctor don Juan de Quiñones, alcalde de corte de Madrid, en el discurso que de esta campana hizo año de 1625, el que, al folio   —380→   5, dice no consta se tañese tal año, ni hay autor que tal diga y afirme si no es el abad de Monte Aragón, don Martín Carrillo, y no tuvo en esto razón, pues no todos los autores tuvieron noticia de sus tañidos; pues muchos escribieron por relación de otros, y no cuidaron todos de saberlo, y el dicho abad, como autor del propio lugar, pudo saberlo mejor haciendo diligencias: además que su autoridad es bastante, y que es cierto y seguro que este año se tocó, como parece por auto testificado por Bartolomé Gonzalbo, notario real de Velilla, y los sucesos que señaló fueron notables, así por las guerras de los portugueses y muerte de su último rey, el cardenal don Enrique, como también por la unión de las dos coronas de Castilla y Portugal.

25. Año 1580, día de San Matías apóstol, y último de agosto, y también a 10 de noviembre, se tocó señalando la muerte de la reina doña Ana de Austria, mujer última del rey don Felipe el Prudente y madre del rey don Felipe II de Aragón y III de Castilla; la cual murió a 26 de noviembre, día miércoles, y quince días después de este último tañido.

26. Año 1582, a 6, 8 y 9 de marzo se tocó, como consta por los autos testificados por dicho Bartolomé Gonzalbo, y luego sucedió la muerte del príncipe de España, don Diego, y preparación que hizo don Antonio, pretensor del reino de Portugal, para tomar las islas Terceras.

27. Año 1583 se tocó cuando, continuando sus rebeldías los estados de Flandes, hicieron venir de Francia al duque de Alanson, hermano del rey de Francia, y dentro de Amberes le nombraron y juraron por duque de Brabante.

28. El año 1601, a 13 de junio, a las siete de la mañana, estando diciendo misa en el altar de San Nicolás, de la ermita ya referida, mosén Martín García, que fue el que en el año de 1568 ató la lengua, como queda dicho, oyó este el sonido de la campana, y dijo al que le ayudaba a misa que bajase al lugar y diese aviso de ello; y en acabando la misa subió de los primeros y vio que se tañía ella misma, y estaba asida a la lengua un pedazo de cuerda de una vara de largo, que le habían puesto para poder repicar mejor, y con el movimiento de la lengua andaba dando vueltas y golpes a los circunstantes, de suerte que no dejaba llegar a nadie cerca de ella. Visto esto por este buen sacerdote, cogió la cuerda para tenerla, y   —381→   con la fuerza que iba lo derribó en tierra, sucediéndole lo propio otra vez que lo intentó; por lo cual, con un puñal que le dieron, tomando ligeramente la cuerda con una mano y teniendo el puñal a la contraria, la misma cuerda se cortó con él, tal era su velocidad. Andando siempre la lengua alrededor dio siete golpes, entre Mediodía y Poniente; y con poca distancia, nueve, doce, quince y treinta, tocando muy poco en las demás partes, si bien la iba rodeando toda; después prosiguió por el circuito, dando los más golpes a Oriente, y rodeando tañó continuamente hasta las nueve, y pasando media hora hizo la lengua su movimiento circular, tañendo medio cuarto, y a las diez volvió a tañer con gran furia, haciendo el sonido como de cajas de guerra cuando tocan al arma, dando lo más recios entre Mediodía y Poniente, y algunos hacia Oriente, y de esta suerte continuó tañéndose con el movimiento circular hasta las once y un cuarto, parándose dos o tres veces cosa de medio cuarto, si bien nunca dejó el circular movimiento. A mediodía volvió a hacer muestras de que quería tañer, y a las cuatro de la tarde comenzó, con menos fuerza que las veces pasadas, dando la lengua los golpes hacia el Septentrión por espacio de medio cuarto, y después anduvo alrededor con su ordinario movimiento hasta las ocho horas y media, que lo apresuró más, y empezó a tañerse, dando como cosa de un cuarto siempre los más recios golpes entre Mediodía y Oriente, y otros a Poniente, y le duró esto hasta las doce de la noche. El jueves, a 14, hizo la lengua muchos movimientos circulares, y se tañó en diferentes horas, haciendo el ruido de las cajas de guerra, y tembló un poco la campana. Viernes se volvió a mover para querer tañerse; mas no lo hizo hasta el sábado, siendo sus golpes los más recios a la parte del Mediodía y Poniente. A 17 hizo algunos movimientos, y a 21, día del Corpus, se tañó de suerte que, quitadas las interrupciones, duraron sus toques seis horas, estremeciéndose por gran rato. El viernes, a 22, comenzó a tañerse a las ocho de la mañana, haciendo grandes temblores y movimientos, y estándose tañendo se rompió la cuerda donde estaba atada la lengua de la campana, la cual cayó abajo, y el pedazo de la cuerda que había quedado asida iba por la campana haciendo los círculos y dando los golpes como lo acostumbraba hacer la lengua, y algunas veces volviendo la punta de la cuerda para arriba, como pidiéndola; y así, bajaron luego   —382→   al lugar por la suya propia, que en los últimos de mayo se había roto por las asas, y estaba ya aderezada; porque ésta con que estos días se había tañido era de otra campana, que la habían puesto para repicar las Pascuas, y el doctor Pedro García, rector que entonces era de Velilla, con reverencia se la restituyó, atándola en la cuerda que colgaba de arriba de la campana, y pesaba esta lengua doce libras. Luego, lo que quedó del viernes y sábado, se fue estremeciendo como que quería tañer, y se anduvo harto alrededor de la campana la lengua nuevamente puesta, y al siguiente día, que fue el del glorioso precursor San Juan Bautista, a la una hora después de mediodía, comenzó dando con velocidad recios golpes con movimientos ordinarios: esto se continuó a 25, 26, y 28, con tiempo quieto y sosegado y sin aire. Y a 29, día de San Pedro apóstol, se estremeció algunas veces, y no tañó hasta el otro día 30, que fue la última vez de aquel año. Constan todos estos tañidos, así por escribirlos y confirmarse en ellos todos los historiadores, como también por autos testificados por Bartolomé Gonzalbo, de Velilla, notario real ya dicho, y de otros ocho notarios reales y públicos que junto con él los testificaron; y entre cuatro mil y más personas, que acudieron y vieron esta maravilla, fueron muchos rectores, vicarios, sacerdotes y religiosos, y muchos caballeros y damas; y entre otros, don García de Funes y Villalpando y su mujer doña Vicenta Clara de Ariño, señores de las baronías de Quinto, Osera y Figueruelas y de la villa de Estopiñán, y también del propio lugar de Velilla; doña Isabel de Villalpando, su hija, marquesa que fue de Navarrens y señora de la villa y honor de Gurea; don Gaspar Galcerán de Castro y de Pinós, conde de Guimera; don Martín de Spes y doña Estefanía de Castro, barones de la Laguna, y doña Margarita, su hija, condesa que fue de Osona; don Enrique de Castro, canónigo de la Santa Iglesia de la Seo de Zaragoza, el cual, por curiosidad, quiso asirse de la lengua de la campana estándose tañendo, para ver si la podía tener, y asiendo de ella no pudo, antes le quedó, de la fuerza que hizo, por muchos días dolor en el brazo; hallaron también doña María de Ariño, religiosa profesa en el monasterio del Sepulcro de Zaragoza, tía de la señora de Quinto; doña Beatriz de Ferreira y su sobrina doña Paula, con don Francisco Coloma, señor de Malón;   —383→   don Juan de Francia, señor de Bureta; don N. Lanaja, señor de Pradilla; don Matías Marín, caballero del hábito de Montesa; don Dionisio de Guarás, el cual fue el que puso la capa delante de la campana para que el aire no la diese, como queda dicho. La nueva de esta prodigiosa tañida admiró a Italia y Francia y a todo el mundo, no sabiendo adonde daría el golpe que amenazaba, y el duque de Sesa, embajador de España en Roma, envió el testimonio de esto a la santidad de Clemente VIII, y la historia de ello se imprimió en Roma y hoy se guarda en la biblioteca Angelicana. Monsieur de Rupopet, que continuaba el oficio de embajador del Cristianísimo en la corte del católico Filipo, lo escribió a su rey a París, y entre otras cosas le refería que esta campana jamás tañía si no es cuando había de suceder algún notable suceso. La causa de haberse tañido este año se tiene por cosa indubitada; fue para recordar a España y avisarla del peligro inminente en que estaba, pues cuando se tañía estaban tratando en Aragón los moriscos el levantamiento general de ellos contra estos reinos, y se probó después en diversos autos de fe que, oyéndola tañer de Jelsa, lugar de quinientos vecinos, todos moriscos, que está a media legua de Velilla, donde tenían la junta con ciertos moriscos valencianos, que venían de Constantinopla con cargo de embajadores del Gran Turco para concluir la prodición, se levantaron alborotados oyendo que se tañía diciendo: «¿Cuándo ha de callar esta baladrera?» El patriarca, arzobispo de Valencia, don Juan de Ribera, afirmaba que por esto se tañía, y el padre Bleda, en la parte citada, dice que fue para dar aviso a este estrago, y lo propio sienten todos los historiadores de aquellos tiempos, y quien lo pronosticó fue Diego de Salinas y de Heraso, oidor de Comptos en Navarra, discurriendo por el número de los golpes que en esta ocasión dio dicha campana, en el discurso impreso que de ella dio a Don Felipe II, rey de Aragón y III de Castilla, a 3 de abril de 1602, y se acabó de descubrir su efecto de esta tañida y el levantamiento y traición de los moriscos, año 1609, y por ello fueron justamente expelidos de estos reinos.

29. Miércoles, a 27 de agosto del año santo de 1625, a las cinco horas después de mediodía, se tañó por espacio de un cuarto,   —384→   como parece por auto testificado por Pedro García, notorio real, habitante en Velilla, y la noche antes habían sentido los de aquel lugar tres golpes suyos, y el viernes, a 29, a las dos de la tarde, se volvió a tañer media hora, señalando los golpes a Oriente y dando otros entre Oriente y Septentrión; si bien de este día no se hizo auto por falta de notario, mas viéronlo muchas personas; todo lo cual fue prevenir para el tañimiento de adelante. Últimamente, el mismo año, a 24 de octubre, se comenzó a tañer a las nueve de la mañana, andando la lengua alrededor con gran furia, y consecutivamente dio nueve golpes, y volvió a andar alrededor tan recio como una rueda de molino cuando más muele, haciendo el ruido sordo como de cajas de guerra cuando tocan al arma, y dio veintitrés golpes, lo cual duró media hora, y se paró; y a las once volvió a tañerse de la suerte dicha, y dio seis golpes, y anduvo alrededor de la campana la lengua y dio después quince golpes, y por espacio de un cuarto de hora anduvo alrededor con gran furia, haciendo el propio sonido de como quien tañe al arma, y al fin dio cuatro golpes y se paró. A las dos horas de la tarde volvió a andar alrededor y hacer el mismo ruido con gran furia, y dio con mucho rigor quince golpes, y se paró prontamente, y antes de una Ave María volvió a andar alrededor, y dio ocho, dieciocho, cinco, siete, dos, tres y doce golpes, andando siempre al fin de ellos alrededor, y se paró de allí a poco rato; y luego volvió a andar de la propia suerte, y dio nueve golpes y casi juntos siete, y anduvo después la lengua un poco, sin tocar en el ámbito de la campana, y dio nueve, doce y siete golpes más recios que todos, y después comenzó despacio a andar alrededor, y dio catorce, cuatro y diez golpes, todos los cuales, desde los primeros a los últimos, dieron señalando a Oriente y en una parte y propio lugar, sin diferenciar un dedo. Parose con éstos, si bien volvió a continuar sus movimientos circulares, y se tañó muchas veces en aquella tarde y noche hasta el amanecer, y de esto testificó muchos autos Domingo de Torres, notario real, habitante en Jelsa, y de ellos hay muchos testigos, y entre otros don Alonso, don Francisco y don Gracia de Villalpando, tíos y hermanos del marqués de Osera, señor del mismo lugar de Velilla. Los sucesos que previno esta tañida fueron muchos, y particularmente   —385→   se probó que aquel día salió de Inglaterra la armada que dio sobre Cádiz aquel año, y fue hecha retirar por el valor de don Fernando Girón, gran cruz de San Juan, y se pueden atribuir estos tañimientos a la recuperación del Brasil y a la liga y confederación que los enemigos de España concertaron en daño nuestro y a la celebración de las cortes, que a los tres reinos de la corona de Aragón hizo la majestad de Felipe III, rey de ella: las de Cataluña, en la ciudad de Lérida; las de Valencia, en la villa de Monzón, y las de Aragón, comenzadas en la ciudad de Balbastro y concluidas en la de Calatayud, en las cuales los valencianos sirvieron a su majestad con mil hombres y los aragoneses con dos mil, todos pagados por quince años, para socorro de las guerras que tenía, y le llamaron servicio voluntario, lo cual fue en el siguiente año 1626.

30. Miércoles a 15 de Marzo año de 1628, se volvió a tañer, a las seis de la mañana, por espacio de un cuarto. No se tomó por auto por no hallarse allí notario; mas lo vieron más de treinta personas, y entre ellas dos sacerdotes, y andaba la lengua alrededor dando los golpes señalando al Septentrión, lo cual era a tiempo que los árabes y moros tenían cercada a la Mamora, fuerza importante en África, y por noviembre, la flota de Nueva España se perdió, cogiéndola los holandeses toda, con más de ocho millones en ella, sin los navíos, que sin hallar defensa en ellos se entregaron a los enemigos; que fue pérdida notable y lastimosa.

31. Año 1629, a 16 de marzo, día viernes de la segunda semana de Cuaresma, a las diez de la mañana, se volvió a tocar por espacio de medio cuarto, yendo la lengua aprisa por el rededor de la campana haciendo el sonido acostumbrado, y dio cuatro golpes reciamente contra el aire, que era hacia Poniente, y volvió a andar alrededor; y luego dio otros dos golpes de la misma suerte, y se paró. No se hizo auto por no haber notario; pero para memoria de este tañido, el marqués de Osera hizo que mediante juramento, que él mismo les tomó aquel día, lo depusiesen muchos testigos, y entre otros había algunos hidalgos y familiares del Santo Oficio; todo lo cual parece un papel firmado de sus manos, y luego al año siguiente se siguió una grande hambre en el reino de Aragón, pues llegó, a los últimos de 1630, a valer el cahíz de trigo a ciento veinte reales de plata.

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32. Año 1646, domingo, a 29 de abril, a las dos de la mañana, se tañó esta campana dando diez golpes, y después, por espacio de tres cuartos de hora, se volvió a tañer otras tres veces a nueve golpes; volvió un testigo y la oyeron dos o tres; daba los golpes, casi todos, hacia donde sale el sol en tiempo de invierno, que venía a ser hacia Fraga, y los daba muy despacio, y la noche siguiente, a la misma hora, volvió a dar otros cuatro golpes.

33. La última vez que se sabe haberse tocado esta campana fue el día 28 del mes de marzo del año de 1667, por espacio de hora y media seguidamente, dando su lengua vuelta alrededor y algunos golpes grandes, de suerte que se podía oír de más de un cuarto de legua: se hallaban presentes muchas personas, y especialmente el padre fray Juan Arbizu, religioso Francisco; mosen Felipe López, mosen Juan Gonzalbo y mosen Juan López, beneficiados de Velilla y vecinos de ella: Nicolás Salvador y Juan Ferrer juraron haberse hallado presentes, y testificó auto de todo Miguel Balmaseda, notario real, habitante en Quinto, bajo el día 2 de abril del dicho año.

34. Aunque se dice en algunas partes que los testimonios de los tañidos de esta campana de Velilla se hallan en los archivos de los marqueses de Osera, que entonces era señores de dicha villa y de la baronía de Quinto, se advierte que habiendo ganado dicha baronía, con otras y sus agregados, y también entre ellas la villa de Velilla, la familia de los excelentísimos condes de Atarés, se trasladaron a su archivo todos los papeles pertenecientes a dichos estados y baronías ganadas, que estaban en el archivo de los marqueses de Osera, y entre otros los testimonios de algunos tañidos de esta campana; y así, estos se hallan ya en los archivos del conde de Atarés, y no en el del marqués de Osera.

35. Todas estas noticias se han sacado de un libro que compuso el marqués de Osera, don Juan de Funes y Villalpando, señor entonces de la baronía de Quinto y de Velilla, en que trata de todas las cosas más principales pertenecientes a sus familias y estados, el cual dedica a su hijo don Francisco; cuyo libro está en poder de los condes de Atarés.



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ArribaAbajoReflexiones críticas sobre el escrito antecedente

Sobre los autores que afirman el prodigio §. I

1. La multitud de autores que al principio se citan por las espontáneas pulsaciones de la campana de Velilla, constituyen una prueba muy débil. En las más relaciones históricas, cien autores no son más que uno solo; esto es, los noventa y nueve no son más que ecos, que repiten la voz de uno, que fue el primero que estampó la noticia. Pero especialmente las cosas prodigiosas, en siendo publicadas por cualquier escritor, hallan a millares plumas que propagan su fama. Es notable la complacencia que tienen los hombres en referir prodigios, y también los halaga para escribirlos la complacencia que con ello saben han de dar a los lectores.

2. Noto que en la frente de los que se citan está puesto Vairo, autor que juzgo extranjero, ya porque el apellido lo es, ya porque no hallo tal autor en la Biblioteca hispana de don Nicolás Antonio. Por consiguiente, aunque él diga que vio testimonios de escribanos que aseguraban el portento, y cartas de los virreyes de aquel reino que lo confirmaban, acaso no hubo más que una noticia incierta de uno y otro. Esta sospecha es permitida respecto de un autor extranjero en la relación de un hecho de nuestra España, entre tanto que ignoramos qué grado de fe merece su sinceridad o su crítica. Sospecho que acaso será el benedictino Vairo, que comúnmente se cita sobre Fascinación; pero aunque su libro no es el de los más raros, ni le tengo ni le necesito tener para saber que es autor extranjero.

3. Como en el país donde vivo hay tan pocos libros de los autores que cita el escrito, sólo pude ver dos; pero estos dos vienen a ser ninguno. El primero es el padre Martín Delrío, el cual sólo cita a Vairo; el segundo, Covarrubias, el cual cita a Delrío; con que Vairo, Delrío y Covarrubias no son más que Vairo. A los   —388→   autores que alega el escrito podemos añadir otros tres: Beyerlinck, en el Teatro de la vida humana, (véase Campana); el padre Abarca, en el libro I de los Anales de Aragón, tratando del rey don Alonso el Primero, capítulo IV, y nuestro Navarro, Prolegom. IV de Angelis, número 128 et seq. Estos dos últimos no citan a otro autor. Beyerlinck sólo cita a Vairo. Es verosímil que Vairo sea la fuente de donde bebieron casi todos, y copiada la noticia de Vairo en las Disquisiciones mágicas del padre Martín Delrío, libro extremamente vulgarizado, de aquí la habrán tomado infinitos.

Sobre la opinión de Zurita §. II

4. Los créditos de este autor en materia de historia son tan grandes, que parece se debe una especialísima estimación a su voto en el asunto que tratamos; mayormente habiéndose declarado por la opinión negativa, a la cual sólo pudo inclinarle el amor de la verdad, pues como aragonés, la afición a su patria era natural le moviese a concederle el honor de poseer, en la campana fatídica, tan prodigiosa y singular alhaja. A que se añade que siendo el autor natural de Zaragoza, distante sólo nueve leguas de Velilla, gozaba una situación oportunísima para informarse bien de la realidad del hecho.

5. Mas a la verdad, el testimonio de Zurita es tan ambiguo, que no sin alguna apariencia se podría torcer a favor del prodigio.

«De mí, dice, puedo afirmar que si lo viese, como hay muchas personas de crédito que lo han visto, pensaría ser ilusión.» Afirmar el testimonio de personas de crédito que lo vieron parece que equivale a afirmar el hecho, porque a personas de crédito da asenso el que los reputa tales, en lo que deponen como testigos oculares; mas, por otra parte, este autor manifiesta claramente su disenso.

6. Tres salidas me ocurren para evitar su contradicción. La primera, que el dar a aquellos testigos el atributo de personas de crédito significa sólo la fama y opinión común que tenían de tales, no el concepto particular del autor. La segunda, que los tenía por tales en general, lo cual no quita que en cuanto a aquel singular hecho degenerasen de su veracidad. Ya más de una vez hemos notado   —389→   que hombres por lo común bastantemente veraces se dejan tal vez vencer de la halagüeña tentación de fingir que vieron uno u otro prodigio. La tercera, que aun en la relación de este hecho particular les concede la sinceridad, pero juzgando que fueron engañados. Esto parece significa el decir que si lo viese como ellos pensaría ser ilusión. Mas ¿qué tendría el autor por ilusión en la presente materia? No ilusión diabólica; es claro, porque si se supone intervención del demonio, cesa todo motivo de disentir a la realidad del hecho, siéndole tan fácil al demonio el mover la lengua de la campana como engañar los ojos de los circunstantes con la falsa apariencia del movimiento. Así, sin duda, el autor entendió aquí por ilusión algún juego de manos, trampa o artificio oculto con que alguna o algunas personas, de concierto, hiciesen golpear la campana de modo que pareciese que la lengua por sí misma se movía; lo que no juzgamos imposible en vista de otros muchos artificios con que se trampean objetos, en que antes de revelarse la oculta manipulación se representa igualmente difícil y aun imposible el engaño de los ojos.

7. Lo que de aquí se puede colegir es que la cualidad de insigne historiador que todos justamente conceden a Zurita por su exactitud, sinceridad y diligencia, nada autoriza su voto en la presente materia, porque supuesta por él la relación de testigos oculares fidedignos, no contradichos por otros de la misma clase, la impugnación ya no puede fundarse en noticias históricas (pues no hay otras en esta materia que las que dan los testigos), sino en otros principios independientes de la historia. Es, pues, para mí verosímil que en la misma cualidad del prodigio encontró la dificultad o estorbo para el asenso. Por eso pasamos a examinar este punto.

Sobre el carácter del prodigio §. III

8. Todo lo portentoso, prescindiendo de las pruebas que pueden persuadirlo, tiene algunos grados de increíble; y tanto más cuanto el portento fuese mayor o más inusitado. Así, a proporción que se aleja más y más de la naturaleza y estado común de las cosas, necesita de más y más eficaces testimonios para ser creído. Punto es éste sobre que no debemos detenernos ahora, por   —390→   haberle tratado muy de intento en el discurso en que sobre fundamentos solidísimos establecimos la regla matemática de la fe humana.

9. El prodigio de la campana de Velilla, mirado sólo por la parte de posibilidad que tiene en la actividad de sus causas, no puede decirse que sea de los mayores, pues no sólo Dios, o por sí mismo o mediante el ministerio de un ángel, puede dar cualesquiera movimientos a la lengua de la campana; mas también el demonio, con el concurso ordinario de la causa primera, puede hacerlo. Así, debajo de esta consideración, no puede hallar en la prudencia humana la menor repugnancia para ser creído.

Sobre las pruebas testimoniales §. IV

10. Son tantas éstas y tan circunstanciadas, que muy pocos hechos se hallan tan calificados con esta especie de pruebas. Así, no se puede negar que dan una gran probabilidad al prodigio, y aun dijera certeza moral, si no se me atravesase el paso el genio mal acondicionado de la crítica proponiéndome algunos reparos, que expondré al juicio de los lectores.

11. Es digna de reflexionarse más la materia de la objeción que se hace en el número 7. Supónese en ella que cuando se tañe la campana de Velilla, «ordinariamente hace muy grande viento, con torbellinos y tiempo borrascoso». Y en la respuesta no se niega esto; antes se confirma, pues para rebatir la fuerza de la objeción sólo se alega un caso, que es el de 1601, en que se tañó la campana sin que hubiese viento. Puesto lo cual, todas las demás informaciones que en diversos tiempos se hicieron de los espontáneos tañidos de la campana quedan sin fuerza, y sólo subsiste la del año 1601, y una información sola, muy expuesta está a la falencia. Cada día se ven informaciones hechas de milagros con toda la formalidad de la práctica; sin embargo de lo cual, apuradas después las cosas con más riguroso examen, de veinte se halla uno verdadero. Los amaños, que en materia de informaciones en cualquier asunto caben, son muchos.

12. Pasemos adelante. Doy que la información en cuanto a que la campana se tañó sin impelerla, ni viento, ni mano humana, sea muy verdadera; ¿no hay otro agente natural que pudiese moverla?   —391→   ¿Quién no ve que pudo hacer lo mismo un terremoto? Pero no siendo los testigos preguntados sobre esta circunstancia, pudo omitirse en la información.

13. El cardenal Bembo, en el libro XI de la Historia de Venecia, refiere que en un terremoto que se padeció en aquella ciudad el año de 1512, el movimiento de la tierra, comunicado a las torres, hizo tañer unas campanas y otras no. ¿Por qué no podría moverse por el mismo principio la campana de Velilla? Habrá quien diga que esto es extender los ojos a todo lo posible, y yo lo concedo. Pero repongo que eso es lo que se debe hacer en semejantes cuestiones. Cuando se disputa si algún efecto proviene de causa natural o sobrenatural, no se debe afirmar lo segundo sino cuando se halla totalmente imposible lo primero.

14. Hágome cargo de que así en la relación de los toques de 1601, como en la de 1568, se añaden circunstancias que prueban que no fue viento ni terremoto quien movió la campana. Pero ¿qué certeza tenemos de que esas circunstancias no fueron añadidas para preocupar objeciones? En las relaciones de milagros sucede frecuentemente que los que están empeñados en persuadir la realidad de ellos, al paso que los que dudan les van dando solución para atribuir los efectos a causa natural, van añadiendo circunstancias que prueben lo contrario. Aquel cura mosen Martín García, que en los dos casos de 1568 y 1601 se dice, que por sí mismo hizo las pruebas experimentales de ser milagrosos los tañidos, puede ser que fuese un hombre muy virtuoso, como se nos asegura en el Escrito apologético, o comúnmente reputado por tal. Pero como se encuentran no pocas veces eclesiásticos de excelente reputación, que cuentan y deponen de milagros que nunca existieron, o porque su virtud no corresponde a la apariencia, o porque están en el error de que aun por reste medio es lícito promover la piedad, ¿quién nos asegura que no era uno de éstos mosen Martín García?

15. De todas las informaciones alegadas, sólo en una o dos hay testigos que deponen con juramento; en algunas hay fe de notario; en otras, sólo una simple narración histórica de que vieron el prodigio fulano y citano; en otras se refiere el hecho sin citar testigo alguno.

16. Parece un defecto muy considerable de todos los hechos de los últimos tiempos, esto es, posteriores al santo Concilio de Trento, e informaciones hechas de ellos, que ninguno y ningunas se hallan   —392→   aprobadas por el ordinario, contra lo que el santo Concilio dispone, sesión XXV, decreto De invocatione et veneratione, etc., que no se admitan nuevos milagros sino con reconocimiento y aprobación del obispo, a la cual precede consulta de doctos teólogos y piadosos varones; lo que muestra la poca confianza que la Iglesia hace de las informaciones de milagros a quienes falta este requisito. En efecto, nada se prueba con más facilidad que un milagro. No es difícil hallar testigos, que tienen por obra de piedad declarar como cierto el que juzgan dudoso, y nadie lo contradice; los más porque juzgan especie de impiedad negar el asenso, y los menos por el temor de que el rudo vulgo los censure de impíos. Mas la Iglesia, que es regida por aquel espíritu que inspira la verdadera piedad, entra con tanta desconfianza en las informaciones de milagros, y las examina con tanta exactitud, que, como advertimos en otra parte, el padre Daubenton, en la Vida de San Francisco de Regis, que imprimió en París el año de 1716, dice que de cerca de cien milagros, que se presentaron testimoniados a la sagrada Congregación para la canonización de un santo del último siglo, sólo fue aprobado por verdadero uno, y la canonización se suspendió por entonces.

17. Se hace reparable que en el Escrito apologético no se refiere caso alguno de tañerse espontáneamente la campana desde el año de 1667 hasta hoy, que es un intervalo de setenta y tres años. Donde se debe notar, lo primero, que desde el año 1435, donde empiezan las reflexiones de los toques de la campana (porque antes de este tiempo, dice el autor del Escrito apologético, «no estaban los aragoneses para escribir historias»), hasta el de 1667, no se halla intervalo igual de tiempo en que no se cuenten, por lo menos, cinco casos en que se tañó; y desde 1558 hasta el de 1629, en que hay el intervalo de setenta y un años, se tañó, según la relación, once veces. No faltará quien diga que en estos últimos setenta y tres años no sonó la campana de Velilla porque ya no es la gente tan crédula. Nótese, lo segundo, que desde que España sacudió el yugo mahometano, no se dará intervalo igual del tiempo en que haya padecido ni más sangrientas guerras ni mayores revoluciones que en estos últimos setenta y tres años. ¿Cómo en acaecimientos de tanto bulto, y por tanto tiempo, estuvo quieta la fatídica campana, sin anunciar ninguno de ellos? Vimos en nuestros días la insigne revolución de extinguirse el dominio austríaco en España y pasar la corona   —393→   a la Casa de Borbón. Vimos a varios miembros de esta península bañados en sangre por una cruelísima guerra que tenía mucho de civil. Vimos desmembrar de esta corona los grandes estados de Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Y si han de entrar en cuenta las revoluciones adversas a la Iglesia (como deben entrar principalmente, pues así lo pronuncian los apologistas de la campana), dentro del espacio de tiempo señalado se vio la grande de ser despojada la real católica familia Estuarda de la corona de Inglaterra, a quien tocaba de justicia, para pasar a una casa protestante, y pocos años ha extinguida casi totalmente la cristiandad de la China. ¿Quién creerá que a sucesos de tan enorme magnitud y tan propios del asunto y destino de la campana estuviese ésta callada, habiendo clamoreado en una ocasión por la muerte que ejecutaron los judíos en el celoso inquisidor general San Pedro de Arbués (como se dice en el número 16); en otra, porque Juan de Cañamás hirió en Barcelona al rey católico (número 17); en otra, por la invasión de la armada otomana a la isla de Malta, con ser aquella invasión infeliz para los turcos (número 21); en otra, por haber tentado inútilmente el duque de Alanson hacerse dueño de Flandes (número 27); en otra, (número 29) porque vino la armada inglesa contra Cádiz, aunque se volvió sin hacer nada?

18. Es asimismo muy reparable que haya la campana anunciado algunas heridas muy leves que recibió el cuerpo de la Iglesia, y no otras gravísimas, como fueron las dos funestas revoluciones de Inglaterra en materia de religión en los reinados de Henrico VIII e Isabela; la apostasía de Lutero, que tan funesta fue a la Iglesia, y la extinción de la religión católica en los dilatados reinos de Suecia y Dania.

19. Noto últimamente que en el Escrito apologético se afirma que no siempre la campana anuncia tragedias, y se proponen algunos ejemplos de anuncios de sucesos felices. En los pronósticos de adversidades ya se puede discurrir el motivo de excitar a los pueblos a templar con oraciones y penitencias la indignación divina; bien que para este efecto estaría más oportunamente colocada la campana o en la corte de la cristiandad o en la de España que en un corto pueblo de Aragón. Pero en los anuncios de sucesos prósperos no es fácil discurrir motivo alguno. Fuera de que siendo los tañidos indiferentes para pronosticar uno u otro, al oírlos quedará   —394→   la gente sin movimiento alguno determinado, suspensa entre la esperanza y el temor.

20. Pero miremos ya el reverso de la medalla. ¿Carecen de solución los reparos propuestos? En ninguna manera. Al primero se puede responder que las certificaciones que hay de circunstancias, con las cuales es incompatible que en los casos de la existencia de aquellas circunstancias la campana se moviese por viento o terremoto, preponderan a las cavilaciones con que se procuran poner en duda.

21. Al segundo se puede responder: lo primero, que aunque sólo en una u otra información depusieron los testigos con juramento, ya esas pocas hacen bastante fuerza. Lo segundo, que la fe de notario, que intervino en muchas, asegura los hechos a cualquiera prudencia que no sea nimiamente desconfiada, pues siéndolo ya sale de los límites de prudencia. Si no se da asenso a las certificaciones de los notarios públicos, toda la fe humana va por tierra, y todo será confusión en la sociedad humana. Lo tercero, que el archivo donde están depositadas esas informaciones les da a todas un gran peso de autoridad, no siendo creíble que los señores marqueses de Osera recogiesen en su archivo informaciones de cuya verdad no estuviesen suficientemente asegurados.

22. Al tercero se responde que el santo Concilio de Trento, cuando manda que no se admitan milagros nuevos sin la aprobación del obispo, sólo prohíbe la publicación de ellos en el púlpito, porque el fin para que allí se proponen ordinariamente es la confirmación de las verdades de nuestra santa fe; y este destino pide que se apure primero la verdad de ellos con cuantos medios caben en la humana diligencia. Lo mismo se puede decir para representarlos en imágenes públicas. Mas para que las informaciones de milagros merezcan un prudente y racional asenso no es menester tanto.

23. Al cuarto y quinto se puede decir que quizá en los casos de acontecimientos mayores o más funestos la campana se tañó; pero no hubo el cuidado de certificarlo y archivar la certificación.

24. El último se satisface diciendo que la crítica no debe extenderse a indagar los secretos de la divina Providencia. Si el no alcanzar los motivos porque Dios obra muchas cosas fuese causa bastante para negar o dudar de los hechos, disentiríamos a la existencia   —395→   de infinitos que absolutamente son indubitables. Non ultra sapere quam oportet sapere.

25. Así, no puede negarse que, sin obstar los reparos hechos, el cúmulo de informaciones que se alegan a favor de las espontáneas pulsaciones de la campana de Velilla, da una gran probabilidad a la existencia del prodigio. A que añado que especialmente las del año 1601 y 1625, por la puntual y exacta enumeración de las muchas circunstancias individuales que en ellas se enuncian, tienen un carácter de verdad sumamente persuasivo.





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