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Idilios




- I -


Idilio sacro a santo Tomás

ArribaAbajo   «Dame, cristiana musa,
la cítara süave
do los profanos héroes
un tiempo celebraste,
   la cítara que pende  5
en el templo admirable
de la Sabiduría
en columna de jaspe,
   y enséñame cuál nombre
nos trae el sol radiante  10
en esta alegre aurora
que aguardan los mortales.
   ¿Cuál gran virtud, cuál hijo
de la Iglesia triunfante,
será bien que este día  15
con tu favor yo cante?
   ¿Por qué causa movida
tanto puede alegrarse
la Atenas española,
de todas ciencias madre?  20
   ¿Qué címbalas sonoras
sus ecos dan al aire,
y qué músicas dulces
del santo templo salen?
   ¿Cuál congreso de sabios  25
con lauros inmortales
en sus doctos liceos
festivas palmas baten?
   ¿Qué misterio este día
veneran sus altares,  30
que ufanos cielo y tierra
en él muestran gozarse?»
   Así dije; y la Fama,
que se mostró en el aire
con faz bella, alas de oro  35
y túnica radiante,
   tocó el clarín sonoro,
que oyeron los distantes
coluros de la esfera,
y dijo en voz süave:  40
   «No más crédula Grecia
sus Siete Sabios cante,
ni más bárbaro Egipto
sus mágicos alabe;
   no más la antigua Roma  45
su siglo de oro ensalce,
ni el apartado China
sus tan sutiles artes;
   que el varón que yo alabo
ciencias halló más grandes,  50
discípulos más sabios,
liceos más durables.
   Que no en fábulas doctas
su ingenio se complace,
mas en mostrar al mundo  55
las más altas verdades.
   Varón sencillo y recto,
a Dios y al mundo amable,
a aquellos que en su gloria
habitan semejante;  60
   que Dios ante los reyes
quiso magnificarle,
y en fin entre sus santos
le hizo no menos grande.
   Ora, reprende, arguye,  65
trabaja vigilante,
se muestra sobrio y parco,
y obras de apóstol hace.
   «¿Quién es, preguntáis, éste?»;
y os pondréis a loarle:  70
éste es el que en su vida
obró prodigios grandes.
   Éste el Tomás de Aquino,
éste es el doctor ángel,
de nuestra fe lumbrera,  75
de su doctrina atlante,
   que en medio de la Iglesia
sus dulces labios abre,
sembrando cual rocío
doctrinas celestiales,  80
   que a todos pan de vida
y entendimiento esparce,
y da a beber las aguas
de salud perdurable.
   Cual matutina estrella  85
que entre las sombras sale,
cual iris que entre nubes
ostenta más realce,
   así entre la ignorancia
y vicios deleznables  90
brillaban de su ciencia
los cándidos celajes.
   Cual vaso de oro puro
del más precioso esmalte,
cual rico incienso al fuego  95
que espira olor fragante,
   así eran las virtudes
de que logró adornarse,
y el fuego de amor puro
que en sus entrañas arde.  100
   Cual lirio que está ameno
del agua a los raudales,
cual en Líbano cedro
se remonta a los aires,
   así en gracias Aquino  105
florece y sobresale
entre todos los hijos
de la Iglesia su madre.
   ¿Pues qué de sus escritos?
Ellos mismos le alaben;  110
que no mi aliento tiene
lengua que a tanto baste.
   ¿Cuál pluma de hombre puro
tal pudo remontarse,
o cuál mortal ingenio  115
a Dios así ensalzarse?
   Decidme, peregrinos
que el orbe transitasteis,
¿visteis, por dicha, ingenio
que al de Tomás iguale?  120
   Mancebos de la Iberia,
mis jóvenes amables
que del divino Theos
la sacra ciencia amasteis,
   venid hoy a las aguas  125
que de esta fuente salen,
que son más que miel dulces
y más que leche suaves.
   Bebed una y mil veces,
y vuestra sed se sacie;  130
veréis patente en ellas
lo que saber ansiasteis:
   cómo existe el Ser Sumo
de bondad insondable,
que es de cuanto hay origen  135
y él no pende de nadie:
   Solo, veraz y simple,
bueno, sabio, inefable,
potente, eterno, hermoso
y en todo inmensurable;  140
   cómo en sola tina esencia
son tres personas reales,
en ser, dignidad, tiempo
y atribución iguales:
   el Padre no engendrado,  145
el Hijo que de él nace,
y el Espíritu excelso,
que de ambos a dos sale;
   cómo Dios crió en tiempo
millares de millares  150
de espíritus que el alba
de su visión gozasen,
   y a poco por soberbia
cayó la tercer parte
de luces rebelada  155
al centro miserable;
   cómo Dios crió al hombre
poco menos que al ángel,
con alma intelectiva
hecha a su santa imagen,  160
   diole libre albedrío,
con más que naturales
dotes en alma y cuerpo
con que a su Autor amase;
   cómo el serpiente antiguo  165
mendaz llegó a tentarle,
haciendo (¡gran miseria!)
que contra Dios pecase,
   el cual perdió su gracia,
y heredó en este instante  170
la muerte, y le cercaron
duras penalidades;
   cómo empezó el Demonio,
fuerte, armado a llamarse,
en el atrio del mundo  175
mandando a los mortales,
   mas Dios, que amaba al hombre,
a sí quiso llamarle
con leyes y decretos
de fuerza irrevocable,  180
   elevó su flaqueza
con gracias eficaces
que vencen las insidias
del Lucifer infame;
   cómo el Señor sus armas  185
le dio espirituales,
púsole la visera
de ciega fe constante,
   extendiole el escudo
de esperanza en que aguarde,  190
forjole el limpio peto
de caridad amante,
   ciñole la loriga
de virtudes morales,
y dio de su doctrina  195
la espada de dos haces
   con que debelar pueda
Mundo, Demonio y Carne,
más porque unido a ella
su aliento no desmaye.  200
   El mismo Verbo eterno,
benigno, humilde, afable,
apareciendo en tiempo,
tomó su humano traje.
   Es niño y perseguido  205
de un rey abominable,
huyendo de él a Egipto,
do le llamó su Padre;
   en ásperos desiertos,
sed padeciendo y hambre,  210
tentado del Demonio
con bien distintas artes;
   perseguido en su patria,
sufriendo mil ultrajes,
dejado de los suyos  215
en manos de execrables,
   preso, acusado y reo,
vierte toda su sangre,
es fábula del pueblo,
y muere en cruz infame.  220
   ¡Oh cielos, asombraos!
¿Tanto pudo importarle
a Dios el hombre ingrato,
que a tal extremo baje?
   De entre sus pies, huyendo  225
vencido, el Diablo sale.
Baja al oscuro reino,
y tremen sus umbrales;
   torna al tercero día
a resurgir triunfante;  230
del Reino de Dios habla
que al hombre intenta darle,
   samaritano pío
que aceite y vino esparce
en las llagas del pobre  235
mortal que débil yace,
   sacramentos divinos,
perceptibles señales
de la invisible cura
del humano linaje.  240
   Asciende en virtud propia
los orbes celestiales
y abre sus altas puertas,
a nadie abiertas antes.
   Su santo amor envía  245
que al hombre conhortase,
y es entre Dios y el hombre
mediador incesante;
   y en fin el postrer día
vendrá en trono brillante  250
de majestad y gloria
a juzgar toda carne.
   Éstas son del de Aquino
las ciencias admirables,
dignas de que los hombres  255
para sin fin las guarden.
   En éstas ha tenido
el más feliz certamen,
concluyó su carrera,
guardó su fe inviolable.  260
   En éstas él triunfara
de los abominables
herejes que a la Iglesia
persiguen contumaces,
   lobos que la insidiaron,  265
de ovejas en el traje,
ladrones que no entraran
por puertas regulares,
   raposas que a las mieses
traen llamas devorantes,  270
fieras que los majuelos
del caro Engadi parten,
   sierpes que entre las flores
se envuelven por vengarse,
langostas que del cieno  275
al dulce grano salen,
   hidras de mil cabezas
de lenguas penetrantes,
bien que el brazo de Aquino
los cuellos les cortase.  280
   Por esto, el Doctor Santo
ganó aplausos más grandes
que el Hércules antiguo,
ejemplo a mil edades;
   por esto, en lo futuro,  285
por premio igual le cabe
corona de justicia
que el Juez Sumo ha de darle.
   ¡Oh, cuánto, mi Dios, pudo
en tu virtud gozarse  290
el grande Aquino, y cuánto
en tu mansión le honraste!
   Tú hiciste que el deseo
su pecho ardiente sacie,
y cuanto pronunciaron  295
sus labios no le falte.
   Con dulces bendiciones
su suerte preparaste;
de excelso honor y gloria
sus sienes circundaste.  300
   Ceñístele la estola
de gozos perdurables,
le ornaste con corona
de piedras rutilantes;
   y dístele en fin vida  305
de días eternales,
gozando la alegría
de tu hermoso semblante.
   Cubrid a vista de esto
la faz, oh detestables  310
gentiles, que al Demonio
en bultos mil honrasteis.
   ¿Hasta cuándo, hombres ciegos,
tendréis corazón grave,
buscaréis la mentira,  315
amaréis vanidades?
   Quien de vos quiera vida,
quien de vos la luz ame,
llegue, y tendrá en Aquino
el bien que deseare.  320
   Y vos, hispanos pechos
do la santa fe late,
si queréis ser de Aquino
discípulos sin pares,
   lejos, lejos del ocio  325
o doctrinas mendaces,
las horas de las vida
en esto han de ocuparse:
   las Santas Escrituras
vuestra humildad acate;  330
las firmes tradiciones
tened siempre delante;
   los concilios sagrados
más vuestra atención llamen,
y la lección continua  335
de los sagrados Padres;
   la eclesiástica historia
y cristianos anales
amenen el estudio
con hechos memorables.  340
   Veréis que en nuestra España
de nuevo otra vez nacen
Castros, Canos, Leones,
Sotos, Granadas, Suárez.
   Dichosos, dirá el mundo,  345
los hijos de tal padre,
y el padre de tal hijo
que así supo educarle;
   que es más que la riqueza
el saber importante,  350
y a cuantos el sol miran
es lo que más les vale,
   y el que es sabio en los pueblos
hereda honores grandes,
y vivirá su nombre  355
serie de Olimpiades».
   Así dijo la Fama,
y viose en todas partes
del gran séquito suyo
mil felices señales.  360
   Sólo del hondo abismo
bramaron arrogantes
Simón, Ebión, Cerinto
y todos sus secuaces.
   Desde el helado norte  365
tentaron los falaces
espurios de Lutero
borrar honor tan grande.
   Mas nada estas insidias
contra Tomás le valen,  370
a quien dañar no pueden
los hijos de maldades,
   que al cielo escupir fuera
querer hombres infames
borrar fama que ha sido  375
seis siglos tan constante,
   fama que Dios confirma
con portentos notables,
que mira Dios la causa
del siervo fiel que le ame.  380
   Así que muchas gentes
su ciencia han de alabarle,
y no será borrada
hasta que el mundo acabe.
   Del orbe su memoria  385
no faltará un instante,
pues su nombre una a otra
se dirán las edades,
   digno en fin que las gentes
más remotas lo ensalcen,  390
y que la Iglesia santa
sus alabanzas cante.




- II -


ArribaAbajo   Dame, sagrado Apolo,
dame, dame tu lira
para cantar las gracias
de mi dulce Belisa;
   y salgan de los bosques  5
las diosas y las ninfas,
y vengan a escucharme,
pues ya el Amor me inspira:
   El pecho se me enciende
y el labio se fatiga  10
con voces numerosas
de blanda melodía.
   ¡Oh, y qué dichoso tiempo
aquél en que dedica
mi fe mil alabanzas  15
a su gracia divina!
   Parece que la veo
del Tormes a la orilla,
de pastoras cercada,
de zagales seguida;  20
   los unos amorosos,
con voluntad sencilla
tributándola cultos
que ufana desperdicia;
   las otras halagüeñas,  25
aunque mueren de envidia,
ponderando sus gracias
al mirarla tan linda.
   ¡Qué agradables la sirven,
y en coros repartidas,  30
con bailes la festejan,
con guirnaldas la brindan!
   De mil rosas la adornan
cual soberana ninfa,
cantando su belleza  35
cuanto más la codician.
   Pero ¡cómo se corre,
bañando sus mejillas
de cándida azucena
con la púrpura tiria!  40
   ¿Quién no ha de amarla entonces?
¿Quién no querrá servirla?
¡Ay, felices desvelos
de una fe pura y limpia!
   ¡Qué dichoso momento  45
el de aquel feliz día
que logré merecerla,
que me creyó benigna!
   No se cuenten dichosos
mientras dure mi dicha,  50
ni zagalas hermosas
viviendo mi Belisa.
   ¡Qué gravedad modesta,
qué gracia peregrina
la de su bello rostro,  55
la de su dulce risa!
   Sus celestiales ojos,
¡qué blando amor respiran!;
con dulces rayos matan,
riéndolo, sus niñas.  60
   Por más que se recaten,
en cada vez que miran
no hay pecho que no enciendan,
no hay alma que no rindan.
   Los corazones todos  65
gustosos se le humillan,
que no hay fuerzas humanas
a gracias tan divinas.
   Pues de su fresca boca,
aquí calla la mía,  70
colgada a todas horas
del néctar que respira.
   Parece que las Gracias
ganarla solicitan,
viendo que las excede,  75
para su compañía.
   Cuando divide afable
la roja clavellina
de sus sutiles labios
para dar a Amor vida,  80
   dorando cariñosa
la tierna persuasiva
de un natural ceceo
que embelesa al oírla,
   tan dulces son sus voces,  85
tan blandas y expresivas,
que halagan y enamoran
al paso que cautivan.
   Los que sirenas niegan;
vengan, vengan a oírla,  90
y los que las conceden,
si pruebas solicitan;
   pues si de las sirenas
la blanda melodía
encanta dulcemente,  95
la de mi bien hechiza.
   Parece cuando habla
(¡oh, quién pudiera oírla!)
que son de miel sus voces,
que entre ámbares respira,  100
   pero, jamás usando
palabras que desdigan
de una virtud afable
la alteza peregrina.
   No sé cómo estos valles  105
tanta perla escondían,
ni cómo la criaron
tan discreta y tan linda.
   Cuando la vez primera
logré verla a la orilla  110
de un arroyo, entre flores
una siesta dormida,
   detúveme asustado,
creyendo que veía
a Venus que en el suelo  115
vagaba así vestida.
   Reverenciela humilde
y, en tierra las rodillas,
le dije mil amores
que el viento conducía.  120
   Quísela desde entonces;
y aunque se mostró esquiva,
vine a vencer con ruegos
la guerra de sus iras.
   Pagome al fin mis ansias,  125
y creció la fe mía;
y al paso de mi afecto
crecieron sus caricias,
   de suerte que primero
que deje de servirla,  130
el día será noche,
la noche será día,
   la nieve dará ardores,
serán las llamas frías,
y faltarán arenas  135
a la abrasada Libia,
   se agotarán las aguas
y se unirán las Indias
a la española playa
sin que la mar lo impida,  140
   al sol faltarán rayos
o, lo que más implica,
se acabarán las gracias
a mi dulce Belisa.




- III -


El vaquero


Idilio XX de Teócrito

Argumento

Vino a la ciudad un pastor tenido entre sus aldeanos por muy hermoso, donde, como viese una ciudadana, herido de su no vista hermosura, se llegó a ella, queriendo jugar con ella y besarla al modo de los rústicos. Ella, desdeñando su hábito y groseras costumbres, le arrojó de sí. Quéjase, pues, el desdichado en este idilio de su grande afrenta y de la vanidad y soberbia de la ciudadana, refiriendo al fin el ejemplo de varias deidades que amaron a los pastores.


ArribaAbajo   Queriendo yo besarla dulcemente,
Eunica me burló, y me baldonando,
«Vete, vete», me dijo. «¿Tú me quieres,
desdichado, besar, siendo un vaquero?
Besar no sé yo al modo de los rústicos,  5
sino oprimir los labios ciudadanos.
Nunca tú besarás mi hermosa boca,
ni aun en sueños. ¡Cuál hablas! ¡Qué figura!
¡Cuán rústico que juegas! ¡Qué donoso
razonar! ¡Qué palabras tan süaves!  10
¡Qué blanda barba tienes y qué hermosa
cabellera! Tus labios son de enfermo,
tus manos están negras, y aun mal hueles.
Huye al punto de mí, no me contagies».
Esto diciendo, se escupió en el seno  15
tres veces, y mirome de contino
de la cabeza hasta los pies, hablando
allá entre dientes, y con malos ojos
me miraba, alegrándose en extremo
con su hermosura; y con la boca hinchada  20
de risa, me mofó con insolencia.
A mí al punto exaltóseme la sangre,
y se encendió con el dolor mi cuerpo,
cual la rosa lo está con el rocío.
Mas ella de verdad fuese y dejome;  25
y yo aún llevo el enojo dentro el pecho,
porque, siendo tan puesto y tan gracioso,
una fea ramera me burlase.
Así, pastores, la verdad decidme:
¿No soy hermoso yo? ¿Me hizo acaso  30
de súbito algún dios otro del que era?
Porque antes, de verdad, yo florecía
con agradable forma, cual del tronco
al rededor la hiedra, y adornaba
mi barba, y mis cabellos como el apio  35
en torno se esparcían de mis sienes,
y la mi frente cándida lucía
sobre las negras cejas, y los ojos
muy más donosos eran y agraciados
que no los de Minerva, y la mi boca,  40
más dulce que la leche ya cuajada,
y de ella me salía muy más dulce
la voz que los panales. ¿Pues mi canto?
También es dulce; y con la avena entono,
y con caña y con pluma y flauta izquierda;  45
y todas la mujeres en los montes
dicen que soy hermoso, y todas me aman.
Sólo las ciudadanas no me amaron,
pero por ser vaquero me desdeñan;
ni jamás oyen que el hermoso Baco  50
una novilla apacentó en las selvas,
ni saben que perdida anduvo Venus
de amores de un vaquero y en los montes
le acompañó de Frigia, y que a su Adonis
amó en las selvas y llorole en ellas.  55
Pues Endimión, ¿quién fue? ¿No fue un vaquero
al cual, apacentando su ganado,
no obstante amó la Luna, y con él vino,
bajando desde el cielo, al monte Latmio,
y durmió del zagal en compañía?  60
Un vaquero también tú, oh Rea, lloras;
y tú, oh Jove, ¿perdido no anduviste
por un muchacho, aunque zagal de bueyes?
Eunica, empero, sola no se digna
de querer un vaquero, y más ser quiere  65
que Cibeles, que Venus y la Luna.
Así, en lo venidero, ni en el monte,
Venus, ni en la ciudad, a aquel tu amado
quieras; mas sola por la noche duerme.



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