Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo

Endechas




- I -


ArribaAbajo   Lloren los pajarillos,
lloren la triste suerte
que aflige mi señora;
los tiernos Cupidillos
lloren, pues ella llora  5
tan infelice muerte,
tan aciaga hora;
llore también Citeres
y el dios de los placeres
al pájaro cuitado  10
que al Orco tenebroso
así fue arrebatado,
¡ay, trance congojoso,
ay, de la muerte esquiva
que de tal bien nos priva!  15
¡Oh, dejaras, dejaras
la avecilla graciosa,
delicias de Filena,
la de la voz sabrosa,
y nunca atormentaras  20
con tan amarga pena,
ay Dios, su blando pecho,
que en llanto está deshecho
y a todos enternece!
El corazón parece  25
que de dolor se oprime
al verla cómo gime
junto a su pajarito
contando congojada,
viéndolo muertecito,  30
la gracia y alegría
de su voz regalada,
que antes la suspendía
y ahora va por la vía
que de nadie es tornada.  35




- II -


ArribaAbajo   Ingrata señora,
mi bien y amor mío,
¡ay!, deja el desvío
y oye a quien te adora;
   y mi humilde ruego  5
no quede burlado,
ni sea desdeñado
mi amoroso fuego;
   puesto que en mi daño
tu rigor me aqueja,  10
el mal no me deja
y el bien me es extraño.
   Mas, ¿qué en mi tormento
haré tan sin tasa,
si un fuego me abrasa  15
que en el alma siento?
   A ti he de volverme
por fuerza o de grado.
Seré al bien tornado
si quieres valerme;  20
   seré socorrido
del mal que me oprime
el pecho, que gime
desdenes y olvido.
   Bienes sin medida  25
sentiré al momento,
y hará mi contento
más dulce la vida.
   La paz deliciosa
nos dará sus dones;  30
nuestros corazones
en calma amorosa
   gozarán seguros
cuanto amor alcanza,
sin temer mudanza  35
ni males futuros.




- III -


ArribaAbajo   ¡Ay, si hubiese un día,
Filis rigurosa,
que fueras piadosa
con la pena mía!
   Por muy apartado,  5
¡cómo le esperara
y en él aliviara
todo el mal pasado!;
   y en esta memoria
tuviera por bienes  10
tus crudos desdenes,
mis penas por gloria.
   Mas, ¿como esperarlo
podré -¡ay de mí, triste!-,
pues si en ti consiste  15
nunca he de gozarlo?
   Tu aspereza dura
mi esperanza apoca,
y el mal que me toca
mi daño asegura.  20
   Contino estoy viendo
que el cuerpo en cadena
y el ánimo en pena
se están consumiendo;
   y en lid tan rabiosa  25
de males sin cuento,
ni acabar me siento,
ni el pecho reposa;
   que tú por mil medios
permites que viva,  30
negándome esquiva
después los remedios,
   porque de esta suerte
doblado padezca,
la vida aborrezca,  35
no espere la muerte.




- IV -


ArribaAbajo   Ven, zagala mía,
vuelve ya a la aldea,
que de ti desea
toda su alegría;
   vuelve, y la traidora  5
ciudad desampara,
que así te separa
de quien más te adora;
   cierra tus oídos
a su voz y encantos;  10
niégate a sus llantos,
porque son fingidos.
   Los que más se esfuercen
en fingir amarte,
a más mala parte  15
sus intentos tuercen;
   en siendo admitidos
dejarante luego
y harán a tu ruego
sordos los oídos.  20
   Pues huye, pastora,
huye sus engaños;
ven, goza tus años
do la verdad mora;
   ven, goza la aldea,  25
sus flores y prado,
goza tu ganado
que ya te desea;
   goza la frescura
de este claro río  30
y el bosque sombrío
de grata verdura.
   Aquí viviremos
los dos dulcemente,
y junto a la fuente  35
las siestas haremos.
   En ella bien sabes
cuál arrulla el viento
y cuál dan contento
cantando las aves.  40
   El bosque defiende
del sol abrasado,
y el blanco ganado
paciendo se extiende;
   en tu sauce hojoso  45
con pompa y verdura
tendremos segura
quietud y reposo,
   y en su sombra fría
cantaremos luego  50
nuestro dulce fuego
con dulce alegría.
   A tu blanca falda
traeré yo mil rosas;
de las más hermosas  55
haré una guirnalda;
   con ella tu frente
ceñiré postrado
y el pelo dorado
más que el sol luciente.  60
   Cantando tras esto
a tu choza iremos;
en ella entraremos
cuando el sol sea puesto;
   y habré de dejarte  65
para ir a la mía,
mas de nuevo al día
tornaré a buscarte.




- V -


ArribaAbajo   Ingrata pastorcilla,
ingrata cuanto hermosa,
que en esta verde orilla
me dejas, desdeñosa,
   y ni mi amor ni el llanto  5
que lloro de mis ojos
aplaca tus enojos,
mitiga mi quebranto:
   ¿Por qué, ¡ay de mí!, te alejas?;
¿cómo te vas huyendo?;  10
¿por qué, cruel, me dejas
si ves que estoy muriendo?
   ¿Por qué huyes, pastora?;
¿por qué a mi voz no vuelves,
y en tanto mal resuelves  15
dejar a quien te adora?
   ¡Ay!, mírame siquiera;
vuelve hacia mí la cara,
vuélvela antes que muera,
quizá que me aliviara;  20
   quizá que tú al mirarme
tan mísero y tan triste
(lo que hasta aquí no hiciste)
quisieras consolarme,
   quisieras darme vida,  25
quisieras darme aliento,
de mí compadecida,
de mí y de mi tormento.
   Mas, ¡ay, desventurado!,
llamarte no aprovecha,  30
que huyendo vas cual flecha
que el arco ha disparado.




- VI -


En la ausencia de mis amigos

ArribaAbajo   En medio de las sombras,
que con silencio pío
le escuchan compasivas
los ayes y gemidos,
   así llorando estaba  5
el infeliz Batilo
la falta dolorosa
de todos sus amigos.
   La luna plateada
con resplandor benigno  10
bañaba de sus luces
los orbes de zafiros;
   y las menores lumbres,
con desmayados brillos,
se pierden a los ojos  15
que observan sus caminos.
   El céfiro halagüeño
parece que dormido
pasaba por las flores,
según sus blandos silbos;  20
   naturaleza muda
del movimiento activo
descansa que el Excelso
le puso en el principio.
   Él sólo en cuyos ojos,  25
aun como breve alivio,
el sueño regalado
no esparce su rocío,
   tras un amargo lloro,
ahogadas en suspiros,  30
así lanzó estas quejas
con labio dolorido:
   «¿Qué fin tendrán mis penas?
¡Ay, cielos cristalinos!,
decid cuándo mi pecho  35
podré mirar tranquilo.
   Ay, pálidos luceros,
de mi clamor testigos,
moradas solitarias,
silencio no rompido:  40
   en vuestra larga vela,
decidme si habéis visto
dolor en pecho humano
que iguale al dolor mío.
   Todo en reposo dulce  45
descansa adormecido;
mas aunque todo cesa,
no cesan mis martirios;
   que el sueño vuela lejos
de donde oyó gemidos,  50
y al triste que le implora
se niega fugitivo.
   Los venturosos busca,
y en los palacios ricos
derrama sus vapores  55
en lechos bien mullidos.
   Las músicas le agradan
y estrépitos festivos,
que no los ayes tristes
que lanzo de contino.  60
   Horror me causa el verme,
no es vida la que vivo;
mi suerte venturosa
cual sombra se deshizo.
   Tal la grosera mano  65
del rústico atrevido
en el ameno valle
corta el morado lirio;
   el ámbar con que paga
tributo al que le hizo,  70
de las quebradas hojas
no vuela ya al empíreo;
   su pompa desfallece,
y hallándolo marchito,
ya el mismo que lo corta  75
lo arroja desabrido.
   ¿Dónde volverme puedo,
pues lejos, ¡ay!, me miro
de mis amigos dulces,
tan solo y abatido,  80
   que ya sus blandas voces
no gozan mis oídos,
ni ya estrechar me es dado
sus labios con los míos?
   ¿Dónde podré acogerme?  85
¿De quién seré atendido,
o a quién pedir consuelo
podré de mi destino?
   Para dejarlos luego,
¿quién, infeliz, me dijo  90
que yo me los hiciese
mitades de mí mismo?
   ¡Qué gozo el de las almas
que la amistad ha unido...!
¡Felicidad celeste,  95
de todo bien principio!;
   que el hombre miserable,
continuo de peligros
cercado, necesita
consolador y arrimo.  100
   Los bienes son entonces
más dulces y cumplidos,
y a los acerbos males
espera presto alivio.
   Ternuras celestiales  105
de un pecho condolido,
¿qué bálsamo repara
tan presto los sentidos?
   Coloquios agradables,
mil veces repetidos,  110
do la virtud se salva
del pestilente vicio;
   coloquios donde el alma,
sin dolo ni artificio,
parece que se sale  115
a unir con el amigo,
   de la amistad sois fruto...
Los pechos corrompidos
su santo honor infaman,
aun de nombrarla indignos.  120
   Lejos de aquí, profanos;
que el numen encendido
hoy canta sus loores
con no vulgar estilo.
   Ven, alma paz del cielo,  125
con celestiales visos,
y en amistad enlaza
los hombres divididos.
   Mas quien gozarla quiera
consulte bien consigo  130
si halla capaz su pecho
de sus sagrados ritos.
   Su honor es sacrosanto;
feliz el que propicio
su numen adorase  135
y está a su ley sumiso;
   y tristes, ¡ay!, de aquellos
que viven escondidos,
cual bárbaros salvajes,
en ásperos retiros.  140
   Inútilmente sabios,
¿cuál de su afán prolijo
el fruto será? ¡Oh necios!,
dejad tal desvarío.
   Nunca el diamante bruto  145
dio sus hermosos brillos.
El oro en el minero,
¿qué fruto da?, decidlo.
   Si al cuerpo fatigado
repara el ejercicio,  150
¿al alma ha de negarse
tan celestial alivio?
   Probad, probad ansiosos
los sentimientos finos
de la amistad, gozando  155
de su calor benigno;
   que el néctar que la abeja
liba con dulce pico
en el florido valle
del cárdeno jacinto,  160
   comparación no tiene
con el dulzor divino
que dos amigos gozan
de corazón sencillo
   cuando a la par sentados  165
con simple desaliño,
cuanto en su pecho esconden
se dicen sin testigos.
   Sus almas se dilatan
como en abril florido  170
abre el clavel las hojas
al rayo matutino.
   Agora al bien alegres
y al mal entristecidos,
a un alma virtuosa,  175
¿qué gusto será oírlos?
   Y si las rudas fieras,
con el confuso instinto,
de su dulzor conocen
el agradable hechizo,  180
   el hombre, a quien es dado
un ser que formar quiso
el Dios de lo creado
semejante a sí mismo,
   ¿resistirá a sus leyes  185
y juzgará enemigos
los hombres, sus hermanos,
para su bien nacidos?
   ¿Por qué naturaleza
tan en igual nos hizo  190
y en nuestros labios pone
don de palabras rico?
   ¿Por qué nos dio el sensible
pecho? ¿Por qué el activo
calor, que el alma inflama  195
del padre para el hijo,
   si nuestro hermano vemos
con corazón tranquilo,
o con rudez grosera
su sociedad huimos?  200
   Tú sola, amistad santa,
formas el indiviso
lazo que al hombre liga
del Orinoco al Indo;
   tú unir supiste sola  205
en murados recintos
los mortales primeros,
cual fieras esparcidos.
   Por ti en las anchas plazas
suena el rumor festivo,  210
y en ocio y paz descansa
el vulgo movedizo;
   y a mí gustar hiciste
placeres no sabidos,
más que la miel sabrosos  215
libada del tomillo;
   mas, ¡ay!, que ora sus dejos
son de amargor prolijo,
y a tanto bien suceden
dolores infinitos.  220
   ¡Qué suerte tan dichosa,
gozar de un buen amigo
y echarse entre sus brazos
como en sagrado asilo!
   Pero, ¡ay!, ¡qué desgraciada  225
mirarse de improviso,
no de uno, mas de todos
a un tiempo dividido!
   ¡Oh nombres, dulces nombres,
en mi pecho esculpidos!,  230
¡oh mi Delio!, ¡oh Menalio!,
¡oh tú, mi gran Jovino!
   En la callada noche
con lamentable grito
vuestros sagrados nombres  235
mil veces, ¡ay!, repito.
   El eco me acompaña,
que en sones bien distintos
por todos estos valles
resuena dividido,  240
   y el agitado pecho
los ayes, al oírlo,
con desmayadas voces
renueva semivivo.
   Las sombras que dilatan  245
su augusto señorío
por el inmenso espacio
que deja el sol vacío,
   y este silencio triste,
apena interrumpido  250
del ruiseñor, que entona
armoniosos trinos,
   donde el callado soplo
del viento y el ruïdo
que forma la corriente  255
del Toretes cristalino
   al ánimo agitado
trasladan el antiguo
primer caos y lo llenan
de su pavor sombrío,  260
   son, ¡ay!, imagen débil
de mi dolor... ¡Oh amigos!
¡Oh nombres que mil veces,
llorando, al eco digo!
   ¡Qué gloria el poseeros!  265
Empero, ¡qué martirio
no veros, para un pecho
de todo bien vacío!
   Con nada me consuelo;
que todo cuanto miro,  270
bien lejos de aliviarme,
me dobla mis delirios.
   El bien huyó cual sombra,
y al borde de un abismo
de males insondables  275
me encuentro de improviso.
   ¡Excelso Dios!, ¿quién puede
valerme en tal conflicto?
¿Quién a mi triste ruego
se mostrará movido?  280
   ¡Santa amistad! Tú sola...
Con bálsamo divino
repara las heridas
del ánimo abatido,
   y con benigna mano  285
tocando el pecho mío,
aplaca en él, aplaca
tan recios torbellinos».




- VII -


ArribaAbajo   En tanto que la noche
de parda sombra viste
las cimas de los montes
y el ronco viento gime,
   pues los pastores dejan  5
la vela a los mastines
y mi ganado duerme
seguro en los rediles,
   quejémonos a solas,
y dé mi llanto triste  10
corriente a los pesares
que el corazón oprimen.
   Serán testigos mudos
de mi dolor terrible
las solitarias aves  15
que en estas peñas viven.
   Del cielo los luceros,
si en su mansión se admiten
de míseros mortales
las súplicas humildes,  20
   acaso compasivos
las lágrimas estimen,
Elisa, y mis dolores
y tu rigor mitiguen.
   ¿Quién, dulce dueño mío,  25
creyera que insensible
te hallaran los suspiros
que el corazón despide?;
   ¿quién, que tu pecho sea
más que el diamante firme,  30
sin que a moverle basten
mis ansias infelices?
   De tus hermosos ojos,
que daban como el iris
la paz a aquestos valles  35
serenos y apacibles,
   ¿quién recelar pudiera,
que agora así se irriten?
Para un humilde esclavo,
las iras, ¿de qué sirven?  40
   Si gustas que padezca,
padezca y no me olvides,
ni así por no escucharme,
señora, te retires.
   Un tiempo fue que el valle  45
con cánticos felices
sonaba, y tú bajabas
tan sólo por oírme.
   Un tiempo, cuando el prado
abril de hierba viste  50
y el alba entre las flores
a un tiempo llora y ríe,
   llevaba yo a ofrecerte,
sembradas de jazmines,
las orzas de cuajada;  55
y ahora me despides.
   Despídesme y me cierras
tu choza sin sufrirme.
De olvido tan tirano
los cielos te castiguen.  60
   Acuérdome la tarde
que el ramo de alhelises
te di junto a la fuente,
que alegre al recibirle,
   con ademán risueño,  65
«Batilo», me dijiste,
«por tuyo solamente
mi mano lo recibe».
   Y yo, pagado entonces,
más crédulo que simple,  70
te dije, de amor loco:
«El don al alma sigue.
   ¿Qué mucho te dé un ramo
quien todo te se rinde,
ni que te ofrezca flores  75
quien de tus ojos vive?».
   Bien tu respuesta sabes
y lo que entonces hice;
pero llevose el viento
la fe que allí me diste.  80
   Quien en promesas fía
sobre el arena escribe,
firmeza en sus amores
ninguno se imagine.
   La noche con sus sombras  85
un tiempo el mundo oprime,
mas luego el sol que nace
ligero las despide.
   Enero a los arroyos
detiene el curso libre,  90
luego el abril les manda
que sueltos se deslicen.
   Si el aquilón se enoja,
por más que airado silbe,
al cabo calma y deja  95
que el céfiro suspire.
   Todo mudanza tiene
y alteración admite;
mi amor y desventura
son solamente firmes.  100




- VIII -


ArribaAbajo   ¡Quién pudiera, Rosana
oh, quién pudiera eternos
hacer, mi bien, de anoche
los fugaces momentos,
   aquellos en que, unidas  5
nuestras almas, mil besos,
suavísimos templaban
sus amorosos fuegos;
   aquellos en que, humilde,
al más fino, al más ciego  10
de los hombres miraste
a tus rodillas puesto;
   aquellos en que pude
sobre tu blanco cuello
descansar, y en el mío  15
sentir tu dulce peso;
   aquellos en que, absortos
entrambos, el silencio
ayes sólo turbaban
o ardientes juramentos  20
   juramentos sagrados,
bien mío, que primero
que en mi memoria falten,
me faltará el aliento!
   ¡Oh, quiera, condolido  25
de mis ansias, el cielo
que tú no los olvides,
que logren complemento!
   Mientras yo triste exclamo:
«¡Oh fugaces momentos,  30
aquellos en que asidas
las manos, en mil juegos,
mil lazadas y halagos
las ocupamos ciegos;
   aquellos do la tuya...!»  35
Rosana, dulce dueño,
¿por qué en instantes breves
voló tan feliz tiempo?




- IX -


ArribaAbajo   No, aleve; tus disculpas
descubren tu perfidia,
y en mis amargos celos
más cada vez me afirman.
   Yo sé que infiel me ofendes;  5
yo sé que falsa olvidas
mi amor, y que otros brazos
merecen tus caricias,
   que en ellos las finezas
a mi lealtad debidas  10
derramas, y cuán ciega
tu pundonor lastimas.
   Yo sé el injusto amante
que el alma embebecida
te tiene, y que mis ansias  15
mirando está con risa.
   Sí, sí, tu error intentas
dorar, ¡oh fementida!,
que tus disculpas falsas
aumentan mi desdicha.  20
   Mil veces en tus ojos,
por mucho que querías
celarlos, vi los fuegos
de tu pasión indigna,
   y a tu cobarde lengua,  25
con voz helada y tibia,
desmentir las protestas
que aleve repetías.
   Ayer, ayer, traidora,
que ciega el alma mía  30
gozar pensó en tus brazos
de amor las dulces dichas,
   ni un beso ni un halago
te debí, compasiva,
con que calmar la rabia  35
de mis celosas iras.
   Roguete apasionado,
mil veces tus rodillas
abracé, y otras tantas
me despediste esquiva.  40
   ¿De qué, de qué sirvieron
las lágrimas vertidas
sobre ese ingrato seno;
de qué mi fe sencilla?
   ¡Ay!, ¿dónde se volaron  45
aquellos claros días
en que causar pudimos
al mismo Amor envidia?;
   aquellos en que a solas
y como vid lasciva,  50
entre mis finos lazos
ahincada, me decías:
   «Toda, mi bien, soy tuya;
y el cielo que nos mira
me falte si te falto,  55
te acabe si me olvidas».
   Y yo en mil dulces besos
tu apasionada y fina
llama templé, y en ella
a un tiempo ciego ardía.  60
   Amor nos dio sus gustos;
¿por qué, traidora amiga,
por qué me los conviertes
en penas infinitas?
   Mis tiernos ruegos oye,  65
mi ardiente llanto mira,
y, o vuelve fiel a amarme,
o acábame la vida.




- X -


ArribaAbajo   Ojos desdichados,
de lágrimas llenos,
¿cuándo os veré ajenos
de tales cuidados?
   ¿Cuándo, ¡ay!, cuándo un día  5
tendré de reposo
con el fin glorioso
de tanta agonía?
   La esperanza ciega
sueños mil me pone,  10
mas razón se opone
a cuanto ella alega,
   y con la luz pura
que su niebla ahuyenta,
clara me presenta  15
mi negra ventura.
   ¡Triste, en cuán extraña
angustia me veo;
cuál temo y deseo
y amor cuál me engaña!  20
   Mi mísera vida
gastarse voy viendo,
más y más creciendo
del pecho la herida.
   Cuidados hay graves,  25
mas siempre un cuidado
viene acompañado
de alivios süaves;
   que así lo dispone
liberal el cielo,  30
y a espalda del duelo
el contento pone.
   Sólo a mí la puerta
del bien fue cerrada,
sólo en mí es quebrada  35
ley tan justa y cierta.
   Dichoso, ¡oh!, dichoso
aquel que en sus males
ve aun leves señales
de un fin venturoso.  40



Arriba
Anterior Indice Siguiente