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La religiosidad


Uno de los aspectos más difíciles de enjuiciar en la obra poética de Rosalía es el del alcance, la hondura o la autenticidad de su sentido religioso de la vida. No faltan poemas (ni alusiones religiosas) a lo largo de toda su obra; podemos decir, incluso, que son poemas donde late un vivo sentimiento religioso. Y, sin embargo, el conjunto de su obra ofrece un desolado panorama sobre el hombre, hasta tal punto que uno de los mejores historiadores de la literatura gallega afirma:

Na poesía de Rosalía non hai salvación pra o home. As alusións á divinidade son enigmáticas ou contradictorias. O piedoso final de En las orillas del Sar semella colofón de circunstancias i está fora da terribre lóxica interna do desolado libro2.

Tal como señala Carballo Calero, el poema final de En las orillas del Sar contradice el sentido general de la existencia que se muestra en las obras de madurez de la autora.

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En realidad, este poema no aparece en la primera edición, que fue la única que ordenó Rosalía. La situación de privilegio que le otorgaron a partir de la segunda edición, y el poemilla preliminar, también añadido, envuelven al libro en un clima religioso que no contribuye precisamente a aclarar las cosas, aunque sí cumple la función que, probablemente, le encomendaron los que así lo dispusieron: ofrecer de Rosalía una imagen más ortodoxa .

Como los poemas de tema o tono religioso son bastante abundantes, nos parece interesante hacer un análisis de ellos a fin de determinar las características de la vivencia religiosa de Rosalía.

Encontramos en primer lugar una religiosidad de tipo popular, casi folklórica, que aparece vinculada exclusivamente al libro de Cantares gallegos. Son oraciones, alabanzas, peticiones, relatos de milagros en los que va implícita la fe sin problemas del carbonero. En ellos, Rosalía está haciéndose eco de una forma de creer popular. Es aventurado afirmar que un poeta se hace eco y que no expresa una creencia de tipo individual, pero en el libro de Cantares encontramos abundantes ejemplos de una Rosalía muy distinta a la de sus obras anteriores y posteriores; en los Cantares hay alegría, vitalismo, esperanza, canciones de amor, picardía, fe... No es descabellado suponer que la poeta hizo un esfuerzo por salir de su propio mundo, siempre atormentado, y por reflejar los aspectos más atractivos de la vida y del espíritu galaico. Es verdad también, y no debemos olvidarlo, que ese esfuerzo fue realizado en un momento de su vida propicio a tal tarea. La misma Rosalía, en el prólogo a Follas novas, nos dice refiriéndose a Cantares gallegos: «Cousa este último dos meus días de esperanza e xuventude, ben se ve que ten algo da frescura propia da vida que comenza». Vistos desde el desaliento y el pesimismo de su   —37→   madurez, los Cantares parecen a su autora una muestra de optimismo juvenil. Sin embargo, La flor y A mi madre, que son obras anteriores o contemporáneas, plantean ya los temas del dolor, la duda, la angustia. No es sólo, pues, consecuencia de su juventud el clima que respiran los Cantares, sino, creemos, de un talante adoptado por su autora. Rosalía quiere que Galicia sea el objeto principal del libro. Citemos de nuevo sus palabras del prólogo a Follas novas: «Galicia era nos Cantares o obxeto, a alma enteira». Para conseguir esto, ella se retiró a un segundo plano, se hizo voz del pueblo, y así nos dejó el testimonio de una manera sencilla de vivir y creer.

A la luz de esta intención creo que deben analizarse gran parte de los poemas o de las alusiones religiosas que aparecen en el libro. Veamos algunos ejemplos:

Se invoca el nombre de Dios o la Virgen para reforzar la expresión de un deseo:


Dios santo premita
que aquestes cantares
de alivio vos sirvan
nos vosos pesares.


(C. G. 25)                



-Dios bendiga todo, nena;
rapaza. Dios te bendiga,
xa que te dou tan grasiosa,
xa que te dou tan feitiña.


(C. G. 28)                


La providencia de Dios se muestra remediando los males humanos, sobre todo las necesidades de los pobres, unas veces mediante el milagro, otras, en forma más sencilla, a través de la intervención de un ser compasivo. Por otra parte, la miseria no suscita rebeldía en quien la padece; el ejemplo de la vida de Cristo parece consolarles:

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¡Qué vida a dos probes, nena!
¡Qué vida! ¡Qué amarga vida!
Mais Noso Señor foi probe.
¡Que esto de alivio nos sirva!


(C. G. 31)                


El pobre reconoce la mano de Dios en la persona que le socorre:


-¡Bendito sea Dios, bendito,
bendita a Virxe María,
que con tanto ben me acode
por unha man compasiva!


(C. G. 32)                


En el Cantar XX nos cuenta un milagro: la Virgen da de mamar a un niño pobre. Una campesina presencia el prodigio mirando por el ojo de la cerradura. Hay que destacar que el milagro aparece contado con todas las características que atribuye siempre el pueblo a las apariciones celestiales: una luz blanca ilumina la escena, hay olor a rosas, músicas extrañas, crecen azucenas, los ángeles hacen una cuna con sus alas, y nubes rosadas forman la cabecera... El cuadro parece un fiel reflejo de aquellas estampitas devotas que todavía hacen las delicias de muchas personas de gusto y corazón sentimental (C. G. 84 y ss.).

Comparemos estos poemas de pobres consolados y protegidos por la Providencia divina con uno de su último libro, en el que se trata el mismo tema:


   Cuando sopla el Norte duro
y arde en el hogar el fuego,
y ellos pasan por mi puerta
flacos, desnudos y hambrientos,
el frío hiela mi espíritu,
como debe helar su cuerpo,
y mi corazón se queda
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al verlos ir sin consuelo,
cual ellos, opreso y triste,
desconsolado cual ellos.


(O. S. 355)                


Entre ambos poemas media, prácticamente, toda la vida de Rosalía. Podríamos pensar en una evolución, en un descreimiento paulatino, pero realmente creemos que los ejemplos de Cantares citados no responden a una etapa de su vida religiosa, sino a una postura. Rosalía está, permítasenos la palabra, imitando el sentir popular; o, si se prefiere, identificándose con la forma de creer del pueblo. Una prueba de popularismo sería la coloreada iconografía del relato del milagro.

Otros ejemplos de popularismo los vemos en las alabanzas a santos o a advocaciones mañanas que gozan de gran devoción en Galicia y junto a cuyas ermitas se celebran romerías: «Nosa Señora da Barca» (C. G. 41); Santa Margarita (C. G. 147), etc.

Las peticiones que se hacen a los santos responden al mismo tono folklórico. Una soltera le pide a San Antonio que le proporcione un hombre, siguiendo la leyenda que atribuye a este santo virtud casamentera:


Meu santo San Antonio,
daime un homiño,
anque o tamaño teña
dun gran de millo.


(C. G. 65)                


En el cantar V una costurera le ofrece a una santa sus pendientes y su collar si le enseña a bailar. La santa le reprocha su frivolidad, provocando así las iras de la moza, que sin ningún respeto la insulta (C. G. 36).

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De distinto carácter nos parecen otros poemas o alusiones religiosas que agrupamos bajo el epígrafe de religiosidad tradicional. En ellos, Rosalía parece estar dando expresión a sus propias creencias individuales. No se citan como ejemplos de religiosidad porque carecen de la pasión que suele acompañar a los típicos poemas religiosos de Rosalía, pero precisamente por ello nos parecen muy importantes a la hora de analizar sus creencias.

Desperdigadas a lo largo de toda su obra aparecen alusiones a la Divinidad que reflejan creencias antiguas y tradicionales: Dios creador del mundo y los hombres; distribuidor de premios y castigos eternos; amorosa protección de la Virgen y del ángel de la guarda, etc. Estas alusiones están en flagrante oposición con la visión de la vida que nos ofrece el conjunto de la obra rosaliana, e incluso con los escasos poemas religiosos, muestra siempre de un espíritu confuso y atormentado. Sin embargo, ahí están para desesperación del crítico. ¿Cómo explicarlos? Creemos que una explicación es considerarlos como restos de unas creencias vividas durante su niñez y en cierto modo desvinculadas de la evolución posterior de su espiritualidad. A semejanza de la lengua de esos pueblos desterrados, que, enclavados en comunidades muy distintas, mantienen usos lingüísticos caducados en el país de origen, así en el espíritu humano pueden perdurar hábitos antiguos que no guarden ninguna relación con las creencias del presente.

Analizando las referencias religiosas a que nos referimos, podemos descubrir elementos que apoyan nuestra interpretación; por ejemplo, la gran importancia de los gestos, de las ceremonias. (Sabido es que para el niño la ceremonia es consustancial a la religión; para él, rezar es decir la oración). Veamos un ejemplo en Rosalía: una joven ve un mochuelo y se asusta; la noche está tormentosa y no se atreve   —41→   a seguir su camino porque el ave la está mirando; entonces la joven se acuerda de la Virgen y le reza un avemaría (C. G. 72). A todas luces, el gesto de rezar el avemaría es infantil o, si se prefiere, reminiscencia de una religiosidad infantil, que precisa exteriorizarse o concretarse en palabras, signos, actitudes...

Rosalía recuerda alguna de las ceremonias religiosas con emoción teñida de nostalgia. En la evocación de la casa solariega de los Castros, Arretén, nos dice:


Cando os cantos na capilla
da Gran casa resoaban
con fervor e fe sensilla,
rico fruto da semilla
que os varóns santos sembraban.


(C. G. 144)                


Probablemente uno de los motivos del arraigo de estas vivencias religiosas tradicionales sea precisamente su vinculación a un tiempo venturoso. Se repite en Rosalía la idea de que la pérdida de la fe va acompañada de la pérdida de la felicidad y, a la inversa, los tiempos felices son aquellos iluminados por la creencia. Podemos adelantar una hipótesis que más tarde intentaremos demostrar: Rosalía es incrédula a su pesar; como en Machado, se da en ella esa angustia de «querer y no poder / creer, creer y creer». Por eso, su descreimiento es compatible con esas reliquias de fe antigua, de antigua felicidad.

Como manifestación de esta religiosidad tradicional consideramos también el gusto por los ángeles y apariciones celestiales: «Baixaron os ánxeles» (F. N. 219).

En un poema en el que se cuenta, entre comentarios personales, la suerte de un presunto suicida, se observan reiteradas alusiones a los alados seres:

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Era nunha mañán do mes de maio
en que parés que os ánxeles cantaban,
[...]
Da Garda ánxel bondoso,
que as brancas alas paseñiño bates.


(F. N. 233)                


Dios aparece en estos poemas como creador de la belleza del mundo. Un enamorado admira así los dones de la joven que ama:


¡Qué feita, qué linda,
qué fresca, qué branca
dou Dios á meniña
da verde montaña!


(C. G. 68)                


De los robledos gallegos se dice:


...monumento
que en sólo un día no levanta el hombre,
pues es obra que Dios al tiempo encarga...


(O. S. 337)                


A propósito de este poema, en el que la poeta se lamenta de la tala inútil y bárbara de los árboles patrios, hemos observado una nota que se repite en otros varios: cuando el poema va a tener una repercusión social, Rosalía prodiga las alusiones religiosas, de forma claramente innecesaria. Da la impresión de que está buscando una expresión aceptada por la sociedad. No es que utilice hipócritamente lo religioso, sino que, de forma intuitiva, se da cuenta de que la comunidad de creencias tradicionales favorecerá la aceptación de sus ideas. En la parte final del poema «¡Jamás lo olvidaré!... De asombro llena» (O. S. 336) , en el espacio de quince versos, encontramos cuatro vocativos dirigidos a la divinidad   —43→   (dos veces «Señor»; «Dios bueno» y «Tú») y dos referencias bíblicas: el Mártir del Gólgota y Lázaro. La misma abundancia y gratuidad encontramos en los poemas «A gaita gallega» (C. G. 126) dedicados a Ventura Ruiz Aguilera en respuesta a otro del mismo nombre de la poeta, y en el dedicado a Sir John Moore, general inglés enterrado en La Coruña (F. N. 221).

Hemos visto que el Dios de estos poemas de religiosidad tradicional se muestra como creador de belleza. Otra de sus cualidades es la de repartir justicia. En este sentido aparece reflejado en un poema de tipo dialogado; el marido confía en la justicia divina para no tomársela por su mano; la mujer comprende su decisión, pero plantea una de las preguntas que se repite más en la poesía de Rosalía: ¿por qué unos son tan desgraciados y otros tan dichosos en la vida? (F. N. 306).

Finalmente señalaré que Dios, en estos poemas, aparece como un ser que se compadece de las miserias humanas; y éste es un punto importantísimo. Para Rosalía, el problema fundamental es el de la existencia del dolor; en su obra se refleja el esfuerzo por comprender esa dimensión de la persona humana. Es éste un punto que desarrollaré más tarde; pero ahora, a fin de facilitar la comprensión de su obra, damos un esquema de su actitud ante este fenómeno: hay dolor en el mundo, pero Dios se compadece del hombre, le remedia y le compensa en la otra vida. Segunda etapa: hay dolor y el hombre se rebela, pero el ejemplo de un Cristo sufriente y la vaga esperanza de una vida mejor le sirven de consuelo. Tercera etapa: hay dolor y nada lo justifica; el hombre es un ser desoladoramente solo y dolorido. En los poemas que estamos analizando nos encontramos en la primera etapa: el hombre, aun el más despreciado, es protegido por un Dios que en el último momento   —44→   le tiende una mano compasiva. Los dos ejemplos que citamos se refieren a dos seres desdichados que deciden poner fin a su vida. Son los poemas «Era no mes de maio» (F. N. 232) y «Al caer despeñado en la hondura» (O. S. 392).

La segunda etapa de la evolución espiritual de Rosalía se caracteriza por la efusión sentimental; son poemas de un gran lirismo, que revelan un estado de gran tensión emocional: abundan las lágrimas, suspiros, sollozos, alternando los momentos de depresión con los de exaltación casi mística. En estos poemas se apoyan los que defienden un sentido religioso de la vida en Rosalía. No cabe duda de que tales poemas rebosan sinceridad, pero creo que son expresión de sentimientos esporádicos y no de un hondo convencimiento que dé sentido a la vida. En estos poemas la religión aparece como consuelo a los dolores de la existencia o, de forma más radical, como algo que la ilumina y le da sentido; pero insisto en que la agitación emocional que respiran los convierte en testimonios de un estado de ánimo momentáneo y no de una creencia habitual. Vamos a ir viendo ejemplos.

Generalmente el punto de partida de estos poemas es una situación de tristeza. Ante el dolor de la pérdida de su madre, Rosalía encuentra un consuelo en la religión:


   La Virgen de las Mercedes
estaba junto a mi lecho...
Tengo otra madre en lo alto...,
por eso yo no me he muerto.


(O. C. 247)                


La nostalgia de la tierra es otras veces el punto de partida para esos sentimientos que podríamos calificar de pseudo-religiosos.

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Ven a noite..., morre o día,
as campanas tocan lonxe
o tocar da Ave María.

Elas tocan pra que rece;
eu non rezo, que os saloucos
afogándome parece que
por min tén que rezar.


(C. G. 61)                


La misma Rosalía admite en ocasiones la extrañeza de las ideas que se le ocurren. Obsérvese también la reiteración del estado inicial de tristeza.


Cando antre as naves tristes e frías
de alto mural, cal elas fría, cal elas triste,
ó ser da tarde vou a rezar,
¡qué pensamentos loucos e estraños
á miña mente veñen e van!


(F. N. 192)                


Pero el poema donde más claramente aparece reflejado el estado de ánimo que da lugar a estas explosiones de sentimiento religioso es el titulado «Santa Escolástica». Escrito en primera persona, tiene un carácter claramente autobiográfico: nos cuenta las calles compostelanas por las que pasa antes de llegar a la Catedral. El ambiente («bochornoso calor que enerva y rinde») favorece la inestabilidad psíquica. En un estado de ánimo caracterizado por la ansiedad, por el cansancio de vivir, por la rebeldía contra todo, Rosalía llega al templo, que está solitario y casi en la oscuridad («de fieles despoblado y donde apenas su resplandor las lámparas lanzaban») y se siente vivamente impresionada. Lo cuenta así:

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   Majestad de los templos, mi alma femenina
te siente, como siente las maternas dulzuras,
las inquietudes vagas, las ternuras secretas
y el temor a lo oculto, tras de la inmensa altura.


Es algo irracional; para Rosalía, casi instintivo, como el amor maternal; como la inquietud o el temor sin objeto concreto, como la ternura súbita que inspira un niño; algo que le sobreviene, que ella siente y que, curiosamente, relaciona con su naturaleza femenina. Probablemente, de forma inconsciente, se da cuenta de que esas emociones o sentimientos son más propios de mujeres que de hombres.

La impresión global que el ambiente le produce escapa a su comprensión y sólo se refiere a ella mediante comparaciones («te siente, como siente las maternas dulzuras», etc.), pero notemos que está formada por buen número de elementos de tipo sensorial: la música, el silencio, la oscuridad, los olores...



   Y aún más que los acentos del órgano y la música
sagrada, conmovióme aquel silencio místico
que llenaba el espacio de indefinidas notas,
tan sólo perceptibles al conturbado espíritu.

   Del incienso y la cera, el acusado aroma
que impregnaba la atmósfera que allí se respiraba,
no sé por qué, de pronto, despertó en mis sentidos
de tiempos más dichosos reminiscencias largas.


A esos elementos sensoriales viene a unirse el recuerdo de tiempos pasados, de esos tiempos dichosos en los que fe y felicidad iban unidas; entonces se produce un estado de expectación; algo puede suceder:


   Y la mirada inquieta, cual buscando refugio
para el alma, que sola luchaba entre tinieblas,
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recorrió los altares, esperando que acaso
algún rayo celeste brillase al fin en ella.


El ambiente es tan similar a los que hemos visto al hablar de la religiosidad tradicional, que no nos extrañaría una aparición celeste. Pero estamos en otro momento; no se trata de un presunto suicida sino de la misma poetisa. Lo que sucede es una revelación en la que se mezclan elementos profanos y religiosos: un rayo de luz ilumina la imagen de Santa Escolástica produciendo en Rosalía una conmoción artístico-religiosa:



   ¡Ya yo no estaba sola!... En armonioso grupo,
como visión soñada, se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el contorno divino,
que en un nimbo envolvía vago el sol de la tarde.

   Todo cuanto en mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos empeños,
ante el sueño admirable que realizó el artista,
volviendo a tomar vida, resucitó en mi pecho.

   Y orando y bendiciendo al que es todo hermosura
se dobló mi rodilla, mi frente se inclinó
ante Él, y, conturbada, exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay poesía!... Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»


(O. S. 368-370)                


De la emoción estética se ha pasado a la emoción religiosa por un condicionamiento ambiental; en realidad, vivencia religiosa no hay. Hemos visto el paso de un estado depresivo a otro de exaltación, y la importancia que en este paso de uno a otro han tenido elementos de tipo sensorial unidos a la añoranza del pasado. No se pueden hacer afirmaciones tajantes, pero la impresión que produce el poema es que se trata de un momento de entusiasmo. ¿Hasta qué   —48→   punto estos momentos -que se repiten- influyen en la concepción del mundo de Rosalía? ¿Hasta qué punto son algo esporádico, transitorio, accidental? Insisto en que no pueden hacerse afirmaciones drásticas, pero lo cierto es que, comparados con el conjunto de su obra, estos poemas se nos muestran como explosiones fugaces de una exaltación religiosa, apoyada exclusivamente en el sentimiento.

Como es lógico en una religiosidad de base sentimental, la figura de Cristo posee especial importancia.

Rosalía, que se siente a sí misma como un ser sufriente, experimenta una especie de simpatía hacia la imagen de un Dios que sufre. Esa figura le sirve de lazo de unión con la Divinidad:


O órgano lanza tristes cramores,
os das campanas responden lexos,
i a santa imaxen do Redentore
pares que suda sangre no Huerto.
Señor Santísimo, ós teus pes ¡cánto
tamén de angustia sudado teño!


(F. N. 176)                


Veamos un ejemplo decisivo de esta religión humanizada por la figura de Cristo:



   Si medito en tu eterna grandeza,
buen Dios, a quien nunca veo,
y levanto asombrada los ojos
hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y mundos...,
toda conturbada, pienso
que soy menos que un átomo leve,
perdido en el Universo;
nada, en fin..., y que al cabo en la nada
han de perderse mis restos.

   Mas si cuando el dolor y la duda
me atormentan, corro al templo,
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y a los pies de la Cruz un refugio
busco ansiosa implorando remedio,
de Jesús el cruento martirio
tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
en sus dolores acerbos,
que cual niño que reposa
en el regazo materno,
después de llorar, tranquila
tras la expiación, espero
que allá donde Dios habita
he de proseguir viviendo.


(O. S. 372)                


La preferencia por el Dios humanizado, sufriente, frente al Dios eterno, poderoso y lejano, parece clara. Pero el poema es importante por otra razón: desprovisto del tono exaltado, conturbado para utilizar la expresión de Rosalía, que veíamos en el anterior, se nos aparece como una reflexión de la autora sobre su manera de vivir la religión, y esto le da un valor testimonial. El crítico ha de dar crédito a la poeta, y aquí se nos está diciendo que hay un hábito de religiosidad; una religiosidad sentimental, necesitada de ceremonias, incluso («corro al templo»), pero, como quiera que se mire, religiosidad, al cabo.

El mismo carácter y el mismo tono reflexivo tiene el poema que los editores colocaron al final de En las orillas del Sar: «Tan sólo dudas y terrores siento, / divino Cristo, si de Ti me aparto».

Los dos últimos poemas citados nos están indicando la existencia de un tipo determinado de religiosidad: no se trata de una identificación con el sentir popular, ni de restos emergidos de una tradición religiosa recibida en la niñez, ni tampoco son el fruto de un momento de emoción provocado por el dolor o el entusiasmo artístico. En ellos la   —50→   autora, serenamente, echa la vista atrás y reconoce su necesidad de consuelo: creo que esto es lo fundamental.

La identificación de su vida dolorosa con la del Cristo, la esperanza de que tanto dolor no sea inútil («adivino tan dulces promesas en sus dolores acerbos»), la angustia que le produce prescindir de esa esperanza («tan sólo dudas y terrores siento»), son elementos decisivos en la religiosidad de Rosalía. Parece claro que en un momento de su vida, del que algunos poemas dejan constancia, Rosalía cree porque necesita creer, porque sin esa creencia la vida le resulta insoportable.

Esta necesidad de creer adquiere acentos entrañables cuando la muerte se lleva a uno de sus hijos pequeños:


   Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.


(O. S. 319)                


Obsérvese la vaguedad de ese más allá: «en el cielo, en la tierra, en lo insondable». Lo que importa es ese impulso, esa necesidad de recuperar lo perdido, esa esperanza irracional de que no haya acabado todo.

La necesidad de consuelo puede dar origen a una religiosidad cómoda y tranquila. No es este el caso de Rosalía. Continuamente replantea problemas fundamentales, a los que muchas veces, eso sí, intenta dar una respuesta religiosa que no resulta muy convincente. Veamos algunos ejemplos.

En el poema titulado «Soberba» nos plantea una situación similar a las que hemos visto en el libro de Cantares: se   —51→   desencadena una tormenta y los campesinos realizan una serie de ritos religiosos para conjurarla. En medio de este ambiente, uno de los hijos, soberbio y sañudo, hace una pregunta que revela una inteligente mala idea en el chico y que plantea un tema interesante: el temor, que es la base de esta religión campesina, es común al hombre y al animal.


-Ña nai, a vaca marela
tembra coma vós na corte.
¿Fixo algún pecado ela?
¿Virá un raio a darlle morte?


El diálogo siguiente entre madre e hijo plantea otro tema no menos interesante: los misteriosos caminos de la justicia divina:



-Si ela non fixo pecado,
mal cristiano, ti o fixeche;
que es pecador rematado
mesmo dendes que naceche.

-¿I a probe vaca marela
paga, decí, o que eu pequéi?
-Pagas ti; morrendo ela,
di, ¿con qué te manteréi?


(F. N. 253)                


Una de las dudas que más parecen atormentar a Rosalía es que la inmortalidad, el deseo de pervivencia, sea únicamente un sueño del hombre. Lo plantea bajo distintas perspectivas. Veamos algún ejemplo. En el poema que comienza «Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo», Rosalía se plantea la posibilidad de que el deseo de inmortalidad sea una ilusión común a hombres y seres inanimados:


   Para no separarse... ¡Ilusión bienhechora
de inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa!
—52→
¿Mas quién sabe si en tanto hacia su fin caminan,
como el hombre, los astros con ser eternos sueñan?


(O. S. 350)                


Fijémonos bien en esa frase: «ilusión bienhechora de inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa». Afirmaciones de esta índole son típicas del último libro de Rosalía. En ella, como en Unamuno, batallan el corazón y la cabeza; a veces quisiera saber, pero, lúcidamente, comprende la inutilidad del deseo:


   Que se van o se mueren, esta duda
es en verdad cruel;
pero ello es que nos vamos o nos dejan,
sin saber si después de separarnos
volveremos a hallarnos otra vez.


(O. S. 358)                


En ocasiones plantea la duda de una forma literaturizante; es la voz del diablo la que llega al oído de la joven que lucha entre sus pasiones: «De la noche en el vago silencio» (O. S. 362).

Los poemas de suicidio sirven muchas veces a Rosalía de vehículo para sus preocupaciones o sus ideas. Veamos la reflexión final que le inspira ese hecho en uno de los últimos poemas de En las orillas del Sar:


   Lo que encontró después posible y cierto
el suicida infeliz, ¿quién lo adivina?
¡Dichoso aquel que espera
tras de esta vida hallarse en mejor vida!


(O. C. 660)                


Hay un poema de tema religioso que me parece interesantísimo para comprender la religiosidad de Rosalía porque nos abre nuevos caminos para la interpretación: es el   —53→   que comienza así: «Arrodillada ante la tosca imagen» (O. S. 320-325) . En él, la autora se plantea problemas trascendentales y nos da su postura ante ellos.

Notemos en primer lugar la radicalidad de las preguntas iniciales: «¿Qué somos? ¿Qué es la muerte?». El poema comienza en tono sereno, que permite incluso cierta retórica: el hombre es incapaz de responder a estas cuestiones, y el Cielo y el Infierno -elementos retóricos, innecesarios y literaturizantes- no las responden tampoco. A partir de la tercera estrofa y hasta la penúltima, el poema va subiendo de tono dramático -y también de calidad-. Rosalía vive la angustia del silencio de Dios: sus preguntas dirigidas ahora a Él, sus ruegos, sus lágrimas, en definitiva su dolor, se quedan sin respuesta. ¿Cómo reacciona la poeta ante este silencio? Creo que, si pudiéramos responder sin vacilaciones a esta cuestión, habríamos resuelto el problema de la religiosidad de nuestra autora. Desgraciadamente tenemos, como siempre, que limitarnos al poema que analizamos. En éste la respuesta no es definitiva: «todo acabó quizá menos mi pena». Ese quizá sigue manteniendo abierto un portillo a la esperanza, pequeño, desde luego, porque la actitud de Rosalía es de una gran desolación: «en mil pedazos roto mi Dios cayó al abismo». Sin embargo, la búsqueda continúa: «al buscarle anhelante sólo encuentro la soledad inmensa del vacío». Podríamos pensar, desde un punto de vista religioso, que lo importante es la búsqueda. La única cuestión es: ¿hasta cuándo seguirá buscando inútilmente?, ¿hasta cuándo sentirá ese silencio como un silencio de Dios y no como una señal de su inexistencia?

Hay otro elemento en este poema que me parece importante porque se repite varias veces en su obra: Rosalía considera la fe como una venda; es decir, la fe es algo que impide ver la triste y dolorosa realidad: «¡Qué horrible sufrimiento!...   —54→   vuelve a mis ojos la celeste venda de la fe bienhechora que he perdido». Hace tiempo ya que nos estamos moviendo en una familia de ideas: la religión como consuelo, la fe como venda que oculta la realidad, la necesidad de creer, el dolor de no creer... Lo hemos dicho ya una vez: Rosalía, si es incrédula, lo es a su pesar, aferrándose desesperadamente a creencias antiguas, pidiendo a un Dios «en mil pedazos roto» que le devuelva la «celeste venda» de la fe... Dramática y terrible situación de una persona que, sin dejar de ser fiel a sí misma, intenta buscar una solución trascendente a su vida.

La estrofa final contrasta violentamente con el resto del poema: los ángeles que la miran, la voz dulce que oye, bastan para impregnar de artificiosidad la solución propuesta. Rosalía, en este momento de su vida, no encuentra una postura auténticamente religiosa para el silencio que percibe, para su vivencia de la soledad; la estrofa final indica el camino trillado de la religiosidad tradicional: el hombre no debe osar que su voz llegue a Dios, es demasiado mezquino y Dios demasiado grande. Pero nosotros sentimos -y probablemente Rosalía también- que calificar de «insolente grito» la sincera y dolorida súplica anterior es salirse por la tangente.

Como el concepto de fe-venda es importante para juzgar la religiosidad, veamos cómo Rosalía ha llegado a él. Se parte de una idea que ya hemos visto anteriormente: sin fe no hay felicidad. Ya en La Flor, su primer libro de poesía, encontramos esta idea:


   Y perdida la fe..., la fe perdida...,
roto el cristal de esa belleza oculta,
el cielo encantador de nuestra vida
entre pálidas nubes se sepulta...


(O. C. 224)                


  —55→  

Cuando la razón hace morir en el corazón la ilusión, cuando la fe se pierde, la poeta siente que todo se ha perdido:



   Al que en la vida una vez
mira la fe ya perdida
que acarició su niñez,
y la terrible vejez
siente venir escondida.

   Quien contempla la ilusión
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón;
¿qué es lo que le queda?... ¡Nada!


(O. C. 229)                


En el primer poema de En las orillas del Sar, al evocar los tiempos pasados, Rosalía califica ya a la fe de «venda celeste». El cambio de perspectiva es claro: en sus primeros poemas sentía que la fe proporcionaba la felicidad; en los últimos comprende que la fe impedía ver la triste realidad de la vida...


   Puro el aire, la luz sonrosada,
¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso
visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
de la fe sobre sus ojos...


(O. S. 314)                


Pero no sólo la fe en los dogmas religiosos es una venda; para Rosalía lo es también cualquier creencia que dé sentido a la vida. La lucha por el progreso humano es equiparada por ella a la fe religiosa:


   Obreros incansables, ¡yo os saludo!,
llena de asombro y de respeto llena,
—56→
viendo cómo la Fe que guió un día
hacia el desierto al santo anacoreta,
hoy, con la misma venda transparente,
hasta el umbral de lo imposible os lleva.


(O. S. 393)                


En este último poema Rosalía parece encontrarse más allá de toda creencia. Reconoce en la esperanza y en la fe -de cualquier clase- una fuente creadora, pero ella se siente al margen. Hay en la parte final del poema una fría amargura, característica de la última etapa poética de la autora:


   ¡Esperad y creed!: «crea» el que cree,
y ama con doble ardor aquel que espera.
   Pero yo en el rincón más escondido
y también más hermoso de la Tierra,
sin esperar a Ulises
(que el nuestro ha naufragado en la tormenta)
semejante a Penélope,
tejo y destejo sin cesar mi tela...


(O. S. 393)                


Podemos preguntarnos: ¿cuándo la necesidad de creer dio paso en Rosalía al escepticismo? ¿Por qué dejó de buscar el consuelo que la religión le ofrecía? En su propia obra encontramos la respuesta: el dolor constante e injustificado, la reiteración de los males, seca la fe. Desde el comienzo, Rosalía había identificado tiempos dichosos con tiempos de fe, en cierto modo con infancia e inocencia. Cuando se presenta el dolor, la religión se convierte en consuelo; cuando el dolor vuelve una y otra vez, cuando nada ni nadie justifica esa constancia en la desgracia, la fe aparece como una venda bienhechora y desgraciadamente perdida. Veamos tres momentos de esta evolución.

  —57→  

En La Flor, la fe aparece confundida con las «ilusiones de paz y amor»: creer es ser dichoso, amar, esperar; si algo se rompe, todo desaparece:


   Y rotas ya de la existencia mía
de paz y amor las ilusiones bellas,
llenas de horror las contemplé en un día,
cual en cielo sin luz muertas estrellas.
Su oscuridad mi porvenir partía,
mi fe y mi paz se confundió con ellas;
que eran del alma indisolubles lazos,
que se fueron, al fin, hechas pedazos.


(O. C. 221)                


En Follas novas se expone de forma casi sistemática la idea que antes señalé: la desgracia trae el descreimiento. Dios debe evitar los golpes continuos, inesperados y desesperantes de la desgracia; si no, la impiedad cubrirá el mundo. Además, la desgracia es injusta: algunos apenas reciben un solo golpe suyo, otros los reciben continuamente. Rosalía cree firmemente que hay seres predestinados al dolor -como tendré ocasión de demostrar-. Es esta absurda e injusta predestinación la que está en flagrante oposición con la idea de un Dios justo y providente. En este momento de su vida Rosalía pide a Dios que no consienta el poder de la desgracia:



¿De dónde ven?, ¿qué quer?, ¿por qué a consintes,
potente Dios, que os nosos males miras?
¿Non ves, Señor, que o seu poder afoga
a fe i o amor no esprito que en Ti fía?

¡Ah, piedade, Señor! ¡Barre esa sombra
que en noite eterna para sempre envolve
a luz da fe, do amor e da esperanza!


(F. N. 213-214)                


  —58→  

La etapa final la encontramos en el último libro, En las orillas del Sar: la tristeza y los desengaños han arrebatado al espíritu todo consuelo:


   La nieve de los años, de la tristeza el hielo
constante, al alma niegan toda ilusión amada,
todo dulce consuelo.
Sólo los desengaños preñados de temores
y de la duda el frío,
avivan los dolores que siente el pecho mío,
y ahondando mi herida,
me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
eternas de la vida.


(O. S. 316)                


A partir de ahora podría ofrecer multitud de poemas en los que Rosalía prescinde de toda solución trascendente para su vida, pero esto tendremos ocasión de verlo en otro capítulo. Prefiero citar otro de los poemas de tema religioso, que me parece que cierra un ciclo importante en su vida espiritual. Hemos hablado de momentos de exaltación casi mística en Rosalía como característicos de cierta etapa de su evolución y nos preguntábamos sobre la importancia de su reiteración. En el poema que vamos a ver, Rosalía da una respuesta: llega un momento en que esos períodos de exaltación, esas llamadas divinas que el alma siente, son percibidas no como el alborear de un nuevo día, como la apertura a una creencia, sino como los últimos estertores de algo próximo a extinguirse:



   De repente los ecos divinos
que en el tiempo se apagaron,
desde lejos de nuevo llamáronle
con el poderoso encanto
que del fondo del sepulcro
hizo levantar a Lázaro.
—59→

   Agitóse al oírlos su alma
y volvió de su sueño letárgico
a la vida, como vuelve
a su patria el desterrado
que ve al fin los lugares queridos,
mas no a los seres amados.

   Alma que has despertado,
vuelve a quedar dormida;
no es que aparece el alba,
es que ya muere el día
y te envía en su rayo postrero
la postrimera caricia.


(O. S. 384)                


Recapitulando de forma esquemática todo lo dicho, tenemos las siguientes manifestaciones de religiosidad en Rosalía:

  • Identificación con la fe candorosa, sencilla, milagrera del pueblo.
  • Restos de creencias antiguas, infantiles, tradicionales, a las que se aferra por estar unidas para ella a tiempos felices.
  • La religión como valor social, comunidad de ideas y creencias.
  • Momentos de exaltación religiosa, en los que tienen gran importancia la inestabilidad psíquica inicial y elementos sensoriales.
  • Necesidad de creer: la figura de Cristo como lazo de unión con la Divinidad. Religión-Consuelo.
  • Dudas. Angustia ante el silencio de Dios. La fe como venda bienhechora perdida.
  • Conflicto entre la idea del Dios justo y consolador y los golpes absurdos e injustos del Destino: la desgracia destruye la fe.

Y, junto a esto, como nota negativa, hay que situar gran número de poemas en los que falta un sentido trascendente   —60→   de la vida, en los que el dolor, la injusticia, el hecho mismo de vivir carecen de una justificación.

Una cosa parece clara. Rosalía vivió su fe y su falta de fe como algo que le atañía sólo a ella. No hizo bandera de combate de sus creencias; por eso no le importaba contradecirse. Creo que sería falsear su espíritu el dar una respuesta tajante al problema de su religiosidad: es compleja y contradictoria como lo fue su espíritu torturado. Unas veces se le imponía una visión de la vida absurda y sin sentido; otras, el deseo de encontrar un sentido a la existencia le hacía volver a las antiguas creencias. Y a esto hay que añadir la presión social: vivió en el seno de una familia y de una sociedad en la que la religión impregnaba todas las manifestaciones de la vida. Es más, Rosalía tenía que sentir el descreimiento como una ruptura con sus mayores, con sus sombras, con todo lo que formaba el sustrato más profundo de su personalidad.

Una primera lectura de su obra pone de relieve los aspectos más destacados de ella: el pesimismo, el dolor, el cansancio de vivir, la falta de esperanza. Más tarde advertimos, más allá de las formas antiguas de una religiosidad caducada, otra forma más profunda y desconcertante de religiosidad: aquella que le hace pedir a un Dios «en mil pedazos roto» la «venda bienhechora» de la fe perdida.



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