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Epístola VI

Al licenciado Diego Magastre y al licenciado Alonso de la Mota


Sobre el número ternario


Por mi fe, señor licenciado Magastre y señor licenciado Alonso de la Mota, que me han echado las bulas. Quisieron vs. ms. que el día de los Reyes nos juntásemos a una merienda para alegrarnos en la fiesta: puso uno un capón y otro un par de perdices, y mi escote ordenaron que fuese un discurso del número ternario, en alusión de los tres reyes. Si yo me contentara con traer las cosas que en sí encierra este número, a diestro y a siniestro, pudiera, sin dificultad, hacer un nuevo caos y cumplir mi obligación a poco trabajo; pero, ya que acepté esta parte, quiero darla con las notas y observaciones de más erudición que pudiere, si de mí se puede esperar alguna.

Los magos vinieron del Oriente a Jerusalén (Matheo, cap. II), diciendo: ¿Dónde ha nacido el Rey de los judíos? Porque habemos visto su estrella y le venimos a adorar. La provincia oriental de donde vinieron fué la Arabia, profetizada ya por David, salmo LXXI, verso 10: Reges Tharsis et insulae munera offerent; reges Arabum, et Sabba dona adducent. Arabia, dice Claudio Ptolomeo, es fertilísima de aromas; envíanos encienso, mirra, jengibre, amomo, cinamomo, copia de pimienta y otras cosas; tiene famosos caballos, camellos y bueyes. Pues el oro de Arabia, ¿quién no le celebra? De aquí fueron los magos o reyes. Magos, entiendo con el doctísimo Maldonado, sobre este lugar de san Mateo, no mágicos ni encantadores, sino hombres doctos y insignes en el conocimiento de las estrellas, y que, con la sagacidad natural y ciencia, pronosticaron cosas futuras y interpretaban sueños; astrólogos, en efecto, o pitones o sabios; que los Persas a los sabios llaman magos, como los Griegos filósofos, los Italianos de la Toscana arúspices, los Indios bracmanes o gimnosofistas. Y estos magos eran reyes (ésta es la común opinión de los doctores sacros) o príncipes, que del mismo modo se ha de entender. Virgilio en aquel verso:


Dic quibus in terris inscripti nomina regum nascantur flores?



Y Horacio, oda 29, libro I, reyes los llama claramente:


   Icci, beatis nunc Arabum invides
Gazis, et acrem militiam paras
    Non ante devictis Sabaeae19
Regibus, horribilique Medo.



Y estos reyes magos eran tres, según san Agustín, san León, Ruperto y otros: llamábanse Melchior, Gaspar, Baltasar. Tres fueron las regiones de donde vinieron: Arabia, Sabá, Tarsis; tres los dones que ofrecieron a Jesús: oro, mirra, encienso. Pues ¿por qué tantas triplicidades? Porque adorando a Cristo, con quien por vía de concomitancia asistían al Padre y el Espíritu Santo, adoraban intrínsecamente la Santísima Trinidad; que no es posible que hubiesen venido tres para menos que para símbolo de la divina Tríada, la cual quiso Dios significar de mil maneras y en mil lugares. Adam, padre del género humano, engendró tres hijos: Caín, Abel y Seth; Noé, padre segundo de las gentes, procreó también tres: Sem, Cam y Jafet. Abraham hospedó tres ángeles; Sara coció tres medidas de harina para regalarlos. Tres cortesías les hizo Abraham: lavatorio, comida y sombra del árbol. Tres fueron los santos de quien Dios se llama señor: Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob; tres los niños que salieron del horno ilesos. A tres días que apacentó el ganado Moisés, se le apareció Dios en la zarza; tres subieron al monte por la salud del pueblo: Moisés, Aarón y Hus. Tres veces se midió Eliseo con el niño para resucitarlo, y trescientos lugares hay a este propósito, y no es el menor el de los tres magos o reyes de Oriente, que hoy con tanta fiesta celebramos.

El número ternario fué venerado de los étnicos de mil modos, con muchas significaciones y a muchos propósitos. Aun las cosas que casualmente tenían el número tres las estimaban más que otras, por parecerles que, aunque obradas acaso, tenían aprobación divina, porque estaban persuadidos que agradaba a Dios el número ternario; tanto, que vino a ser proverbio: Numero Deus impare gaudet. Millares de cosas hay con el número de tres en sí incluso. Tres parcas: Laquesis, Cloto, Atropos; tres Gracias: Thalía, Aglaya, Pasitea; tres hijos de Rhea: Júpiter, Neptuno, Fitón; y tres hijas: Vesta, Ceres, Juno. Tres Sirenes en Trinacría; tres enigmas proponía la esfinge tebana: cuál era la cosa de dos pies, de tres pies y de cuatro pies.

El derecho es de tres maneras: natural, civil y gentil; la medicina también: lógica, metódica y empírica; los géneros de hablar tres: sublime, templado y humilde; la mesa délfica de Apolo, de tres pies, dicha trípode. La ciudad de Roma es dividida en tres estados: senatorio, ecuestre y plebeyo. De este número tuvieron nombre los tribus, tribunos, triumviros, trinummo y trimegisto. La Quimera fué bestia de tres cabezas; el monstruo Scila, perro, virgen y pescado; las Gorgones tres, las Furias tres, las Arpías tres, los libros sibilinos tres. Quien de esto quisiere hacer cornucopia, lea a Ausonio, en el idilio que comienza: Ter bibe; quedará bastantemente satisfecho. Pero lo que es más de considerar, a mi juicio, son algunas observaciones y notas acerca del número ternario. La primera sea, que naturaleza hace muchas cosas debajo de este número. Virgilio, en el libro I de su Geórgica, avisa a los labradores de los tiempos por la luna y por el sol. De la luna hace tres pronósticos que, oscura, señala lluvia; roja, vientos; clara, serenidad:


   Luna revertentes cum primum colligit ignes,
Si nigrum obscuro comprenderit aèra cornu,
Maximus agricolis pelagoque parabitur imber:
At si virgineum suffuderit ore ruborem,
Ventus erit: vento semper rubet aurea Phoebe:
Sin ortu in quarto (namque is certissimus auctor)
Pura, neque obtusis per caelum cornibus ibit,
Totus, et ille dies, et qui nascentur ab illo,
Exactum ad mensem pluvia ventisque carebunt.20


    Si la luna mostrare en el ocaso
Oscuro y negro el cuerno, grande lluvia
A la tierra y al mar se le apareja;
Y si su rostro virginal sacare
Arreboles, habrá viento sin duda;
Pero si por el cielo apareciere
Pura y clara, con cuernos plateados,
Todo aquel día y los demás siguientes,
Al fin del mes será tiempo sereno.



Del sol hace muchos prognósticos, mas en tres maneras: del sol cuando nace, y del sol cuando se pone, y del sol juntamente cuando nace y cuando se pone.


Sol quoque et ex oriens, et cum se condidit in undas,
Signa dabit, etc.



Y más abajo:


At si cum referetque diem, condetque relatum,
Lacidus orbis erit, frustra terrebere nimbis:
Et claro sylvas cernes Aquilone moveri.21



Y las señales del juicio extremo han de ser en el sol, en la luna y en las estrellas. Cosa notabilísima fué lo que naturaleza hizo cuando mostró tres soles a un tiempo, y éstos solamente vistos en España la noche que nació Cristo, nuestro Salvador. ¡Oh madre naturaleza, cuánto te debemos los españoles por habernos honrado con esta estupenda triplicidad de soles, significadores de la Trinidad inmensa de Dios!

La segunda nota es, que el número ternario significa el grado supremo de perfección. Así Parece por Horacio, oda I, lib. I:


   Hunc si mobilium turba Quiritium
Certat tergeminis tollere honoribus; etc.



Donde llama cargos tergéminos, o triplicados a los cargos amplísimos y excelentísimos, cuales fueron la edilidad mayor, la pretura y consulado. Y el mismo en la oda III:


   Illi robur et aes triplex
Circa pectus erat, qui fragilem truci
    Commisit pelago ratem
Primus...



«El primero, dice, que sulcó el mar, sin duda tenía en el pecho algún roble o bronce triplicado», es a saber, durísimo. Y el mismo, en la oda XIII de este libro, usó del mismo término:


   Felices ter, et amplius,
Quos irrupta tenet copula; etc.



«Oh tres veces dichosos aquellos que viven en la no rompida cópula del matrimonio.» Donde tres veces dichosos es lo mismo que dichosísimos. Esta perfección enseña claramente el psalmista rey, diciendo en tres versos:


Beatus ille, qui non abiit in consilio impiorum.
Et in via peccatorum non stetit.
Et in cathedra pestilentiae non sedit.



«Bienaventurado el que no se halló en el consejo de los malos, ni hizo alto en el camino de los pecadores, ni se asentó en la cátedra de pestilencia.» Y el francés en su lengua vulgar, para llamar a un hombre muy valiente, le dice trefort, tres veces fuerte, es a saber, fortísimo.

La tercera nota sea que el número ternario significa felicidad. Horacio, oda XVII, lib. II:


   Cum populus frequens
Laetum theatris ter crepuit sonum.



«Cuando el pueblo numeroso hizo en los teatros tres veces alegre aplauso.» Felice honra al que se le hace, y gloria suma. Propercio, elegía, VIII, lib. III:


Et manibus faustos ter crepuere sonos.



«Y con las manos le hicieron tres veces aplauso felice.» Y Virgilio, en el lib. IV de su Geórgica, dice:


Terque fragor stagnis auditus Avernis.



Aquí dice Servio que se alegró grandemente el infierno de ver volver a Eurídice, mujer de Orfeo; y cuando entró, en señal de su contento, las ánimas le hicieron tres veces aplauso.

La cuarta nota sea, que el número ternario fué muy usado en los sacrificios y otras cosas divinas, y en los encantos y arte mágica. Marón, la I de la Geórgica:


Terque novas circum felix eat hostia fruges,
Omnis quam chorus, et socii comitentur ovantes,
Et Cererem clamore vocent in tecta.


    La bestia que ha de ser sacrificada,
Dé tres vueltas primero a los sembrados,
Vaya el coro tras ella, y con guirnaldas
Los compañeros síganla, llamando
A Ceres con clamores a su casa.



Ésta era la fiesta ambarval, que era salir a bendecir los panes al rededor de los sembrados, y celebrábase en honor de la diosa Ceres, instituidora de la agricultura. Unos dicen que la res era un cordero, otros que un puerco, otros que un becerro; pero lo más cierto es que llevaban juntamente tres reses, cordero, becerro y puerco; y por eso a este sacrificio llamaban suovitaurilia, que es tanto como decir sus, ovis, taurus, los tres animales dichos. Lo mismo dice Catón en el libro De re rustica, a quien se debe dar entero crédito. En fin, lo que hace a nuestro propósito es, que con aquella víctima daban tres vueltas a los sembrados, y que eran las reses tres, como misterio muy proprio y acomodado a las cosas divinas. Horacio, oda XXVIII, lib. I:


Quamquam festinas, non est mora longa, licebit
    Iniecto ter pulvere curras.



Entre los antiguos era casi sacrilegio dejar al difunto por sepultar. En Homero, Patroclo insepulto se le aparece a su amigo Aquiles, y le ruega que le dé luego sepultura, porque pueda entrar en el infierno; que la gentilidad tenía que las ánimas de los que no habían sido sepultados andaban vagando por las soledades del Orco, y que Carón no las admitía en su barca para pasarlas. Y llamábase justa sepultura cuando, al enterrar el cuerpo, se le echaba tres veces tierra, que es lo que aquí dice Horacio: Ter iniecto pulvere. De lo mismo se queja Ariadna, con Theiseo, en Catulo:


Pro quo dilaceranda feris dabor, alitibusque
Praeda, nec iniecta tumulabor, mortua, terra.



Marciano dice en la ley Divi fratres, ff. de rellge. et sump. funerum: «Los hermanos divos por un edicto mandaron que nadie fuese osado inquietar el cuerpo entregado a la justa sepultura.» Y Arquitas Tarentino, en Horacio, lib. I, oda XXVIII, ruega al marinero que pasa, que no pase sin echar un poco de tierra al cuerpo que allí estaba por enterrar:


At tu, nauta, vagae ne parce malignus arenae
    Ossibus, et capiti inhumato
Particulam dare.



Virgilio dice, en la persona de Sinón, que Diomedes y Ulises robaron de Troya el Paladion fatal, y que apenas le pusieron en su real, cuando la diosa Palas hizo tres milagros: uno que echó de sí llamaradas de fuego, otro que sudó, y otro que tembló la estatua tres veces:


Vix positum castris simulacrum, arsere coruscae
Luminibus flammae arrectis: salsusque per artus
Sudor ijt: terque ipsa solo (mirabile22 dictu)
Emicuit, parmamque ferens, hastamque trementem.



En los encantos de la magia era muy ordinario, y aun a parecer de los mágicos necesario, este número. El mismo Virgilio, égloga VIII:


Terna23 tibi haec primum triplici diversa colore
Licia circumdo; terque hace altaria circum
Effigiem duco: numero Deus impare gaudet.



Donde vemos que pone tres lizos y tres colores, y que con la imagen de cera da tres vueltas al altar. Teócrito, en su Pharmaceutria, dice otro tanto:


Ter libo, ter et haec pronuntio mystica verba.



«Tres veces sacrifico, y tres veces pronuncio estas místicas palabras.» Ovidio, en el II de los Fastos, dice de una encantadora, que ponía bajo el lumbral tres pedazos de encienso con tres dedos:


Et digitis tria thura tribus sub limine ponit.



Y Tibulo, lib. I: Ter cane: ter dictis despue24 carminibus. «Canta tres canciones, y dichas, escupe tres veces.» Y Petronio, hablando de una maga: Ter me iussit expuere, terque lapillos conicere25 in sinum. «Tres veces me mandó escupir, y echarle tres veces piedras en el regazo.» Y el poeta Nemesiano:


Quid prodest, quod me peregrini mater Amyntae
Ter vitis, ter fronde sacra, ter thure vaporo
Lustravit?



«¿Qué importa, dice, que la madre del forastero Amintas me haya purificado tres veces con las tocas, tres veces con la sagrada hoja, y tres veces con el vaporoso encienso?»

La quinta nota sea, que los gentiles tenían por cierto su daño y por cierto su bien, habiendo comprobación del número, ternario. Ovidio:


Ter tecum conata loqui, ter inutilis haesit
Lingua, ter in primo destitit ore sonus.



«Tres veces probé a hablarte; tres veces se me pegó a la garganta la inútil lengua; tres veces se quedó la palabra en la boca.» Virgilio, lib. VII de la Eneida:


Hic pater omnipotens ter caelo clarus ab alto intonuit.



Y luego dice:


Diditur hic subito Troiana per agmina rumor,
Advenisse diem, quo debita moenia condant.



Así como Júpiter tronó tres veces desde el cielo, se alegraron los Troyanos grandemente, y con aquella señal tuvieron por cierto ser llegado el día de fundar la ciudad prometida.

La sexta y última nota sea, que así cristianos como gentiles siempre han sentido bien del número ternario. Los Pitagóricos, según Plutarco, dedicaron el número ternario a la justicia, porque la justicia está en medio de los dos extremos, ofensor y ofendido, con que se engendra la triplicidad. Y los antiguos, no solamente los números, pero las figuras aplicaban a los nombres de los dioses, como el triángulo a Diana; y por eso la decían tritogenia, y a Minerva trigémina; porque los Egipcios con ella significaban los tiempos del año, que entre ellos eran tres: verano, estío y invierno. Demócrito dijo que Palas fué llamada Tritonia, por haber dado tres preceptos acomodados a la buena institución: Bene consulendum, recte iudicandum, iuste agendum. «Aconsejar bien, juzgar bien, tratar bien.»

Celio Rodigino, lib. XXII, capítulo IX, dice que Dios, autor del universo, es reverenciado con tres cosas: con adoración, con sacrificio de encienso y con himnos; y éstos cantados en tres tiempos: por la mañana, a mediodía y a la tarde. La Iglesia usa contra los tres enemigos del alma oraciones, ornamentos y ceremonias. Eubulo decía que en la comida se han de beber tres copas de vino: una a la salud, otra al gusto, otra al sueño. En honra y gloria de los tres Horacios, que triunfaron de los tres Curiacios, dice Dionisio que instituyó el pueblo romano el privilegio de los tres hijos: Ius trium liberorum; y era, que a quien se le concedía, se le daba renta o ración para sustentar tres hijos. El emperador Domiciano hizo merced de este privilegio a nuestro español Marcial; él mismo lo testifica en la cortapisa del libro II:


Natorum mihi ius trium roganti
Musarum pretium dedit mearum,
Solus qui poterat. Valebis, uxor?
Non debet domine perire munus.



Y con esto alzo las mesas de mi pobre convite; que no es razón perder por enfadoso lo, que debiera merecer por el deseo de acertar. Nuestro Señor, etc. De casa, Julio 3.




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Epístola VII

Al licenciado Andrés de la Parra, Racionero de la Santa Iglesia de Toledo


Acerca del nombre «Tajo» y otras cosas tocantes a la cuidad de Toledo


Con gran cuidado me ha tenido, la indisposición de v. m. Huélgome por extremo de la mejoría, y ruego, a nuestro Señor dé a v. m. confirmada salud y largos años de vida. Si está v. m. para armas tomar, se sirva de pasar los ojos por estos dos párrafos, que por ser tocantes a cosas de Toledo los envío, más que por dignos de estimación alguna.

Al río Tajo dice San Isidoro, en sus Etimologías, que le dió nombre Cartago la de España. Sus palabras son éstas del lib. XIII, capítulo XXI: Tagum quoque fluvium Carthago Hispaniae nuncupavit, ex qua ortus procedit fluvius arenis auriferis copiosus, etc. «Cartago la de España dió nombre al río Tajo, de la cual descendiendo, corre copioso de arenas de oro.» Dél hace mención Séneca en la tragedia de Thyestes, en el coro del segundo acto:


Non quidquid fodit occidens,
Aut unda Tagus aurea
Claro devehit alveo; etc.


No cuanto el Occidente nos da de oro,
Ni cuanto el Tajo en sus doradas ondas
Vuelve y revuelve por su clara madre; etc.



Sobre este lugar el docto Antonio Delrío, se espanta de San Isidoro, porque dice que Cartago le dió nombre al Tajo, pareciéndole que es imposible que Cartago ni la nuestra Esparta ria ni Cartago la africana, se le haya dado. Sed quomodo illum, dice, nuncupavit Carthago? vel quomodo prius dicebatur, antequam sic nuncuparetur? aut quae ista Carthago, ex qua Tagus ortus? nova an vetus? an quae alia? De mendo liquet, de castigatione non liquet. «¿Cómo Cartago le dió nombre al Tajo? ¿o cómo se decía antes que se llamara así? ¿o qué Cartago es ésta, de donde nace el Tajo? ¿La nueva, o la vieja o qué otra? Del error consta, pero no de la enmienda.» Aquí trabaja este autor por emendar este lugar; nec proficit hilum. Su engaño consiste en no tener noticia de la tercera Cartago, que fué en la Celtiberia, entre Priego y Torralba, a la falda de los montes Celtibéricos, de donde nace el Tajo, y adonde estaba Cartago la Vieja, como lo testifica Claudio Ptolomeo, en sus Tablas, fol. 28. De ésta, pues, trae su nacimiento Tajo, y así dijo muy bien San Isidoro: Tagum Carthago nuncupavit, etc.

Pero cómo Cartago haya dado nombre a Tajo, dudó bien Antonio Delrío, pues no lo dijo San Isidoro, ni otro autor que yo haya visto hasta hoy, que ha salido a luz muy poco ha, M. Máximo Cesaraugustano, cuyas palabras, explican esta duda: Gothi per idem tempus possidebant hic, quidquid est à Cara Tagi, id est, a capite Tagi, quod est planicies dicta Tagus, ubi fluvius hic nascitur in Celtiberia usque ad immersionem eius in oceanum prope Olissiponem. De manera que de Cartago, que quiere decir en lengua antigua española Cabeza de Vega, porque cara significa cabeza, y Tajo vega (donde nace este río, y de aquí va a dar al Océano, cerca de Lisboa) tomó su nombre el Tajo; con que queda explicado el lugar de San Isidoro, y Antonio Delrío desengañado. Aunque le debemos una buena indagación, y es, que Tajo, antes que Cartago le diera el nombre, se llamó Theodoro, que quiere decir don divino; y pruébalo con Aristóteles, en el libro De admirandis auditionibus: In Iberia flumen Theodorus vocatum circa littora, multum arenae aureae volvit, ut fertur. «En Iberia el río llamado Teodoro, cerca de las riberas lleva mucho oro en sus arenas, según es fama.» Nota digna de hombre tan erudito, y gloriosa al Tajo toledano.

El segundo párrafo es, que el doctor Salazar de Mendoza, canónigo de esa santa iglesia, valiente escritor, dice en su libro de las Dignidades seglares de Castilla y León, y otros con él, que San Eugenio, discípulo de los apóstoles, fué el primero prelado de Toledo. Sin duda fué segundo, porque Flavio Dextro testifica, en su Historia omnímoda, que Elpidio fué creado obispo de Toledo, año 37 del nacimiento de Cristo, por el apóstol Santiago. Sus palabras son: Alios et S. Iacobus creavit episcopos, alterum Basilium, qui primus fuit Carthagini Spartariae praesul26, Eugenius Valentiae, Agathodorus Tarraconensis, Elpidius Toletanus, Ethenus Barcinonensis, etc. y el mismo autor dice que San Elpidio, con otros discípulos de Santiago, en la primera persecución de Nerón, padeció martirio junto a Valencia por el juez Aloto, habiéndose juntado allí para hacer un concilio. Fué su muerte año del nacimiento de Cristo 65. Eugenio fué obispo de Toledo año 100, según el dicho Dextro, fol. XVIII.

El mismo canónigo pone en el capítulo V del Origen de los condes, a Valderico, conde de Toledo; y paréceme que si hallara, más condes de Toledo, que los hubiera puesto. Adviértase, pues, que el año 590, día del arcángel San Miguel hubo en Toledo una sínodo de setenta y dos obispos de España y Francia, donde asistieron muchos príncipes seculares, y entre ellos se halló Gudila, conde de Toledo, y Estéfano, conde y príncipe de Toledo. Contando los príncipes que se hallaron en esta sínodo, dice: Et27 ex regis consilio Gudila comes Toleti, Ophilo comes Hispalensis: Nicolaus comes scantiarum: cognatus Ophilonis: Stephanus comes ex regia nobilitate, Ophilonis pater, et frater Fonsae regis soceri, Toleti Princeps, et multi alij catholici viri. «Halláronse allí, dice, del Consejo Real, Gudila, conde de Toledo; Ofilón, conde de Sevilla; Nicolás, conde de la copa, deudo de Ofilón; el conde Estéfano, descendiente de la casa real, padre de Ofilón y hermano de Fonsa, suegro del Rey, príncipe de Toledo, y otros muchos católicos varones.»

Pudiera tocar algunas cosas de Toledo que los coronistas de esa ciudad han olvidado; pero, como mies ajena, la dejo para sus dueños. Aunque para quien quisiere ser curioso de su patria, no fuera malo apuntar cómo el monesterio de San Benito, sobre el Tajo, le edificó el rey Victerico, y su primer abad fué Egila; y cómo en tiempo de Olimpio, segundo de este nombre, arzobispo de Toledo, se ensanchó la iglesia y fué dotada de una ilustre librería; y cómo por San Elpidio, arzobispo, a petición de algunos obispos, la provincia cartaginense, que hasta su tiempo había sido una y obedecía al prelado de Toledo, fué dividida en Carpetana y Cartaginense; y cómo se hermanó la iglesia de Toledo, en tiempo del arzobispo Aurasio, con la romana y con la africana y con la de Milán; y cómo San Félix, arcediano de Toledo, en tiempo de Melancio padeció martirio en Sevilla, a dos de mayo, y otras cosas no indignas de memoria.

Esto baste; que aunque v. m. tenga gusto de oír grandezas de su iglesia, no lo permite la reciente convalecencia. Trate v. m. de su regalo, y me mande cosas de su servicio, pues me tiene aquí por suyo. Nuestro Señor, etc. De Murcia y Junio 20.




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Epístola VIII

Al licenciado Luis Tribaldo de Toledo


Sobre la obscuridad del «Polifemo» y «Soledades» de Don Luis de Góngora


Había en Paulenca, una de las villas de la ínclita Granada, un sacristán si tosco por el lugar de su nacimiento, hombre de humor por lúcidos intervalos, que a veces le fatigaban. Éste, señor licenciado, estando un día en el campanario de su iglesia para tocar a las Ave Marías (costumbre santa de nuestra España), dió los primeros golpes con el compás ordinario; y viendo desde la torre toda la gente que estaba recogida en la plaza rezando descubierta, detúvose en el postrero golpe un gran rato, y dijo a un compañero suyo: ¡Hola, mira cómo te los tengo!

A fe de hombre de bien que me parece que el archipoeta de Córdoba (quem honoris gratia nomino), ha querido representar estos días al sacristán de Paulenca, teniendo con su buen capricho a los más poetas de España descaperuzados, aguardando que dé la tercera campanada. No digo yo que este humor es natural en él, sino que ha sido eutrapelia y rato de entretenimiento, arrojando la capa capitular por el ameno prado, para desenfadarse del continuo coro, gustando de dar papilla a los demás poetas con esta nueva secta de poesía ciega, enigmática y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna. Porque ¿quién puede presumir de un ingenio tan divino, que ha ilustrado la poesía española a satisfacción de todo el mundo; ha engendrado tan peregrinos conceptos; ha enriquecido la lengua castellana con frases de oro, felicemente inventadas Y felicemente recibidas con general aplauso; ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estudio sumo, lo que ni la lengua puede encarecer, ni el entendimiento acabar de admirar, atónito y pasmado; que había de salir ahora con ambagiosos hibérbatos, y con estilo tan fuera de todo estilo, y con una lengua tan llena de confusión, que parecen todas las de Babel juntas, dadas para cegar el entendimiento y castigar los pecados de Nembrot?

¿Es posible, poetas, que no habéis conocido que esto ha sido hecho, o para prueba de su ingenio, como inventó Ausonio los versos monosílabos y se inventaron antes los ropálicos y los leoninos, no porque ellos sean buenos, sino para probar las fuerzas y caudal proprio, o para reírse de vosotros, pues quiere a fuerza de ingenio, con estas ilusiones haceros recibir por bueno lo que él conoce ser malo, vicioso y detestable? Y si acaso (lo que no pienso) habla de veras, y le parece que esta nueva secta de lenguaje poético debe ser admitida, confesaré de plano que, o yo he menester purgarme con las tres Anticiras de Horacio, o él va totalmente fuera de trastes.

Entrando, pues, en este crético labirinto, pregunto si la obscuridad es virtud o vicio. Cualquiera responderá, con Tulio y con Quintiliano y con los demás maestros de la elocuencia, absolutamente que es vicio, Brevis esse laboro, obscurus fio. «Procurando ser breve, peco de obscuro.» La brevedad es virtud; digo la oración concisa y casta, que no tiene más ni menos de lo que ha menester; porque, si tiene más, es ambiciosa, si menos, es obscura, y, por consecuencia, viciosa.

¿Quién nos sabrá decir la causa de los que afectan la obscuridad? A la mano tenemos a Marco Fabio, en el lib. VIII de sus Instituciones oratorias, cap. II: Hinc enim aliqui famam eruditionis affectant, ut quaedam soli scire videantur. Había tratado de la obscuridad, y dice luego: «Con ésta algunos pretenden la fama de erudición, para que se entienda que ellos solos saben.» Y éste no es nuevo vicio; pues escribe Tito Livio que hubo un maestro que mandaba a sus discípulos hablasen obscuro; y así, cuando alguno venía con oración muy intricada: «Ésta sí, decía, es mucho mejor; que yo no la entiendo.» Tanto melior, ne ego quidem, intellexi. De esto se ríe bravamente Quintiliano; pero ¿quién no? Y él mismo dice lo que siente acerca de esto: At ego otiosum, sermonem dixerim, quem auditor suo ingenio non intelligit. «Ocioso, vano y sin fruto es el lenguaje que el oyente ingenioso no entiende.» Y luego dice: Quidam, emutatis in perversum dictis de figuris, idem vitium, consequuntur; pessima vero, quae verbis operta, occulto sensu sunt. «Algunos, dice, depravando los conceptos con figuras, incurren en el mismo vicio; y lo peor de todo es, que palabras muy claras producen sentido muy oculto.» ¿Hay más que decir para nuestro propósito? No por cierto.

¿Qué otra cosa nos dan el Polifemo y Soledades y otros poemas semejantes, sino palabras trastornadas con catacreses y metáforas licenciosas, que cuando fueran tropos muy legítimos, por ser tan continuos y seguidos unos tras otros, habían de engendrar obscuridad, intricamiento y embarazo? Y el mal es, que de sola la colocación de palabras y abusión de figuras nace y procede el caos de esta poesía. Que si yo no la entendiera por los secretos de naturaleza, por las fábulas, por las historias, por las propriedades de plantas, animales y piedras, por los usos y ritos de varias naciones que toca, cruzara las manos y me diera por rendido, y confesara que aquella obscuridad nacía de mi ignorancia, y no de culpa suya, habiéndolo dicho dilúcida y claramente como debe. Oigamos a Horacio lo que siente sobre esto; que es su voto de los mejores:


Vir bonus et prudens versus reprehendet inertes,
Culpabit duros; incomptis allinet atrum,
Transverso calamo signum; ambitiosa recidet
Ornamenta, parum, claris lucem, dare coget:
Arguet ambigue dictum; etc.



Oigamos también a Marcial, libro X, epigrama XXI:


   Scribere te quae vix intelligat ipse Modestus,
Et vix Claranus; quid rogo, Sexte, iuvat?
Non lectore tuis opus est, sed Apolline, libris:
    Iudice te maior Cinna Marone fuit.
Sic tua laudentur: sane mea carmina, Sexte,
Grammaticis placeant, et sine grammaticis.



Quid enim, prodest (dice San Augustín, lib. IV, De doctrina christiana) loquutionis integritas, quam non sequitur intellectus audientium? «¿Qué importa el peregrino pensamiento, dicho con perfectísima gala, si no le alcanza el oyente?» Que hable el poeta como docto, consiéntolo y apruébolo; y es bien que, ya por la divinidad de la poesía, ya porque los poetas son maestros de la filosofía y censores de la vida humana, hablen en sublime estilo y toquen cosas arcanas y secretas.


Lectorem delectando, pariterque monendo.



Virgilio, Horacio, Catulo Propercio, Tibulo, Ovidio, Ausonio, Nemesiano, Fracastoro, Pontano, y otros mil, que entre los latinos reverenciamos, juntamente, con nuestros españoles Lucano, Marcial, Séneca y Claudiano, claro escribieron, excepto algunos lugares de doctrina particular o historia recóndita o secretos de naturaleza, que, como padres de las ciencias y como curiosos humanistas, siembran algunas veces por sus obras. Y digo bien algunas veces, porque, si lo hicieran siempre, cayeran en el vicio de obscuridad, condenada de todos los que bien sienten. Escuchad a Ausonio, sobre la vaquilla que esculpió Mirón:


Buccula sum caelo divini facta Myronis
    Aerea, nec factam me puto, sed genitam.
Sic me taurus init, sic proxima buccula mugit.
    Sic vitulus sitiens ubera nostra petit.
Miraris quod fallo gregem? gregis ipse magister
    Inter pascentes me numerare solet.



¿Qué más claro? ¿qué más elegante? ¿qué más bien dicho? Entre Virgilio; veamos cómo lo hace:


Vix ea fatus erat, cum circumfusa repente
Scindit se nubes, et in aether purgant apertum.
Restitit AEneas claraque in luce resistit
Os humerosque Deo similis; namque ipsa decoram
Caesariem nato genitrix, lumenque iuventae
Purpureum, et laetos oculis afflarat honores.



¿Hay claridad con tanta elegancia? ¿hay elegancia con tanta claridad? Bien sé que de cuando en cuando suelen estos graves autores tocar algo, en que se detenga el lector, y repare en la sentencia, por estar oculta con algún paso de erudición, como se ve en nuestro Virgilio, cuando dijo: Parmaque inglorius alba; y en otra parte: Et mutas agitare inglorius artes; lugares ambos clarísimos en la forma de decir, si bien tocan algo de humanidad; porque, si dijo adarga blanca, fué porque los soldados no podían poner en el escudo o adarga cifra, ni empresa, sin haber hecho primero alguna hazaña; y si dijo mudas artes, fué para significar la empírica y la cirugía, artes con que no se gana gloria ni fama, como de la medicina hipocrática, facultad gloriosa y digna de ser alabada. Marcial tocó, en los versos que diré luego, una costumbre de los antiguos, que cuando se juntaban a hacer buena jera y beber alegremente, se ponían a la mesa coronados, y bebía cada uno tantas copas de vino como letras tenía el nombre de su dama. Entendida esta costumbre, ¿qué más claro pudo hablar Marcial cuando dijo:


Naevia sex cyathis, septem28 Lucrina bibatur,
    Quinque Lycas, Lyde quatuor, Ida tribus.
Omnis ab infuso numeretur amica Falerno;
    Et quia nulla venit, tu mihi, Somne29, veni.



Un amigo hizo este soneto A la Muerte inexorable:


   Si igualas en el vuelo al tiempo cano,
En ligereza al ciervo fugitivo,
No pongas duda, cogeráte vivo
La que a Dios alcanzó en disfraz humano.
   Escudo que forjó mágica mano,
Templado en aguas de Jalón lascivo,
No es bastante defensa; irás captivo
En la sarta común, tarde o temprano.
   Áureo cetro de rey, sacra tiara,
Egis de Palas, maza hercúlea fuerte
Quebranta y desmenuza como alheña.
   Hombre, ten por verdad más que el sol clara,
Que si llegó la hora de la muerte,
En la mitad de Tíbur es Cerdeña.



En este soneto sólo el postrer verso es obscuro para quien no supiere que Tíbur fué lugar sanísimo, y Cerdeña tan enferma y pestilente, que por ello fué un tiempo inhabitable. Sabido esto, no tiene el verso obscuridad ninguna; lo que no vemos en esta poesía culta, que, sin haber doctrina secreta, sino sólo el trastorno de las palabras, y el modo de hablar peregrino y jamás usado ni visto en nuestra lengua, ni en otra vulgar, toscana, tudesca, flamenca ni francesa, camina como el lobo, que da unos pasos adelante y otros atrás, para que, así confusos, no se eche de ver el camino que lleva.

Y cuando aquel modo de escribir intricado se usara raras veces, pudiérase llevar, y se hallara menos cansado nuestro entendimiento, pues tenía pausas para descansar, y uno con otro fuera comportable. Mas un perpetuo modo de hablar obscuro, o habemos de decir con San Jerónimo, lo que dijo leyendo a Persio: Non vis intelligi, neque intelligaris, estrellándolo en una pared, o traer atada al cinto la sibila Cumea, que nos lleve por aquellos soterrános, y nos diga qué países y qué gentes son aquéllas, y qué moneda es la que allí corre, que como ni tiene cruz, ni colunas de Hércules, ni castillos, ni leones, no la conocemos. Y el poeta, según Horacio, no puede sino


Signatum praesente nota producere nomen.



Estas nuevas y nunca vistas poesías son hijas del Mongibelo, que arrojan y vomitan más humo que luz. Los Lapitas y Centauros fueron nubígenas, engendrados de las nubes; y así como nacieron, tomaron las armas unos contra otros, y dándose la batalla, brevísimamente remataron su plana. Otro tanto creo les ha de suceder a estos mal nacidos Polifemos, humosos y negros, y que, por lo menos, les ha de quebrar el ojo el astuto marido de la casta Penélope.

No siempre la obscuridad es viciosa; que cuando (como acabamos de decir) proviene de alguna doctrina exquisita, que el poeta señaló (no siendo muy a menudo), es loable y buena, como aquello de Marcial: Venit et epoto Sarmata pastus equo; que, según Plinio, los sármatas septentrionales bebían una gachilla muy rala, de mijo, leche y sangre de caballo.

Ni es viciosa, cuando alguna palabra ignorada de los hombres semidoctos escurece la oración, como aquello del mismo autor: Cui pila taurus erat; y esotro: Et crescunt media pegmata celsa via; y aquel: Addet et arcano mista Falerna garo. Donde pila significa el dominguillo; pegmata, las apariencias del teatro; garo, un licor delicado, hecho de las entrañas y sangre del pescado alache, que los romanos echaban en el vino por cosa de gran apetito, y el mejor era el de nuestra Cartagena.

Ni es viciosa, cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe, porque no ofenda las orejas castas; que esto todos los escritores lo guardan; y así Virgilio dijo geniale arvum. En esto no reparan los epigrammatarios; que la materia de suciedad es suya; y eso es lo que advierte Marcial en el proemio del primer libro: Lascivam verborum licentiam, id est epigrammatum linguam excusarem, si meum esset exemplum. Sic scripsit Catullus, sic Marullus, sic Pedo, sic Getulicus, sic quicumque perlegitur. «La deshonesta licencia de palabras, o por mejor decir, la lengua de los epigramas, excusárala, si yo fuera el primero. Así escribió Catulo, así Marulo, así Pedón, así Getúlico y cualquiera poeta epigramatario que se lee.»

Ni es viciosa la obscuridad en los poetas satíricos; porque como ellos tiran flechas atosigadas a unos y a otros, y les hacen a los viciosos tragar la reprehensión como píldora, la doran primero con la perífrasis intricada, y fingiendo nuevos nombres, para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamente; y ésta es la causa que tiene por disculpa la tal obscuridad.

En los demás lugares siempre es viciosa, siempre es condenada de los retóricos, a quien toca el juicio de este pleito; y así todos la debemos impugnar como a enemigo declarado, aborrecer como a furia del infierno, evitar como a peste de la poética elocución.

Agora, pues, examinemos algo de nuestro Polifemo, y veremos si hay en él las causas que disculpan y defienden a la obscuridad. La primera estancia dél es ésta:


   Estas que me dictó rimas sonoras,
Culta sí, aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas,
Que es rosa el alba y rosicler el día;
En tanto que de luz tu Niebla doras.
Escucha al son de la zampoña mía;
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento y fatigar la selva.



En esta ni en las otras siguientes estancias del Polifemo, ni fábula, ni historia, ni secreto natural, ni ritos, ni costumbres de provincias, veo que tengan necesidad de comento. Luego síguese que el velo que entenebrece los conceptos de esta fábula es sola la frasis. ¡Harta desdicha que nos tengan amarrados al banco de la obscuridad solas palabras! Y ésas, no por ser antiguas, no por ser inauditas, no por ser ficticias, no por ser nuevas o peregrinas, sino por dos causas: la una por la confusa colocación de partes, la otra por las continuas y atrevidas metáforas, que cada una es viciosa si es atrevida, y juntas mucho más.

Que la mala colocación de las palabras cause(n) confusión, vese claro en estos versos:


   Estas que me dictó rimas sonoras,
Culta sí, aunque bucólica, Talía.



Por Estas rimas sonoras que me dictó la culta Talía, aunque bucólica.


   Treguas del ejercicio sean robusto,
por treguas sean del ejercicio robusto.




   Rico de cuanto el huerto ofrece pobre,
por rico de cuanto ofrece el pobre huerto.



A las que esta montaña engendra arpías, por a las arpías que esta montaña engendra; y otros muchos versos de este género. Y también queda confusa la frasis con la privación de los artículos castellanos, que son forzosos en nuestra lengua, sopena de hablar vascongado; como:


En tablas dividida rica nave,
por en tablas dividida la rica nave,
   Ninfa de Doris hija la más bella



Adora que vió el reino de la espuma, por adora a la hija de Doris, la más bella ninfa que vió el reino de la espuma.

Y otros infinitos versos de esta manera.

Las perpetuas metáforas son también la principal causa de esta confusión y obscuridad; como:


Peinar el viento y fatigar la selva.



Aquí peinar el viento es atrevida metáfora, de que fué reprendido Ennio, porque dijo:


Iuppiter hibernas cana nive conspuit Alpes.



«Júpiter escupió blanca nieve sobre los fríos Alpes.»

También es atrevida aquella metáfora:


Mordaza es a la gruta de su boca.



Como ha sido notado el otro autor, porque dijo: Montes verrucosos. En fin, todo está lleno de metáforas, que aunque sean muy buenas, por hallarse tan a hita vista unas de otras, y ser tan particulares y nuevas, se dejan sentir más presto; que las comunes lo son y no lo parecen.

Según lo dicho (que no quiero salpicarlo todo), bien claro consta que la obscuridad del Polifemo no tiene excusa; pues no nace de recóndita doctrina, sino del ambagioso hipérbato, tan frecuente y de las metáforas tan continuas, que se descubren unas a otras, y aun a veces están unas sobre otras.

Supuesta esta verdad, ¿qué le mueve al autor de éste y de otros tales poemas a desvelarse en buscar perífrases obscuras, y embelesarnos con fantásticas formas de decir, para que no le entendamos? No hallo qué le mueva más de la razón arriba dicha, que es: prueba de ingenio y ostentación de sus fuerzas. Si es eso, ya le concedemos esa gloria, y le confesamos que tiene tan felice ingenio, que podrá hacer imposibles; como no quiera sustentar que tiene ése por camino cierto de la alocución poética; pues me ha de conceder que cualquier escritor pretende en sus obras enseñar, deleitar y mover, y que la obscuridad cierra a cal y canto las puertas de los tres oficios. Porque ¿cómo será enseñado el que no entienda la cosa? ¿Cómo deleitará el que no es entendido? ¿Cómo moverá los ánimos al lector, que se queda ayuno de cuanto lee una vez y otra?

No quiero apretar más los cordeles; que ya la verdad centellea por los ojos, y como hacha resplandeciente alumbra y se deja ver. El lector se corre de volver y revolver tantas veces sin adivinarlos, el oyente se duerme al son de los incomprensibles enigmas, y, finalmente, yo me canso perdiendo el tiempo, joya preciosísima, en cosa menos útil que molesta, y más temeraria que gloriosa.

V. m, señor licenciado, eche su bastón y como tan gran crítico, me diga su sentimiento, que será para mí oráculo indubitable y cierto. Nuestro Señor guarde a v. m., etc. De Murcia y noviembre 15.




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Epístola IX

Don Francisco del Villar al Padre Maestro Fray Joan Ortiz, Ministro de la Santísima Trinidad en Murcia


Sobre la carta pasada de los Polifemos


En otras he dicho a V. P. mi sentimiento acerca de la erudición y ingenio del licenciado Francisco de Cascales, cuya amistad a V. P. invidio, y a quien quiero dé mis saludes y recomendaciones, y excuse esta niñería, pues mayores estudios lo serán en sus manos; que sólo ha sido querer arrojar la capa, si ya no capitular por indigno, la propria al prado, para desenfadarme un poco.

Excelente cosa es comparar al Mongibelo las poesías obscuras, y llamarlas hijas suyas; pues, como dice el amigo, todo es humo; y el faltarles la luz, pienso que nace de que, divertidos en el ambage y circunloquios, no buscan los conceptos. ¡Oh, qué bien dice San Jerónimo! No he visto ni oído mayor donaire en mi vida; parece que le soborné para el intento. Y lo que más estimo es que concluye con aquel argumento tan insoluble y doctrina tan importante, de proponer las obligaciones que cualquiera debe procurar cumplir en sus escritos, y que todas se pierden con la obscuridad.

Yo sospecho que lo que a este poeta le ha hecho obscurecerse, es permitirlo las materias que ha tratado con tanta agudeza. Perdone Marcial; aunque no sé si le perdonara los muchos conceptos que le hurta y la sal con que los guisa. Si ha satirizado superiormente, dígalo el Coridón; si ha tocado fábulas con más valentía que otro ninguno, dígalo el principio de las Soledades:


   Era del año la estación florida,
En que el mentido robador de Europa,
Media luna lais armas de su frente,
Y el sol todos los rayos de su pelo,
Luciente honor del cielo,
En dehesas azules pace estrellas.


Que parece que eleva, y más con aquel adyunto mentido, que siempre que lo considero, me dan impulsos de levantarle estatua. Pues bien se toca el punto de astrología; y el pacer estrellas en dehesas azules escríbase cm letras de oro. Y no cansen las cosas por tener mucho bueno; que es lástima que los retóricos presuman de un ingenio que se cansa de agudezas y metáforas continuas; como si no hubiera hombres que en su vida pudieran llevar el agrio en ninguna comida, y otros que no estiman otra moneda que el oro.

Si nuestro poeta tratara de alguna historia, culpáramosle en hora buena; porque, como los heroicos hechos y grandiosas hazañas se proponen para que todo el mundo las imite y entienda, es bien se traten con el estilo claro; más conceptos subtiles, levantados de punto, singulares alusiones, pinturas fabulosas, galanas fábulas a propósito, qui potest capere capiat. Y si sabe hacer todo esto, díganlo sus obras todas, y comencemos por el principio del Polifemo, que es pasmoso:


   ... el mar Siciliano
El pie argenta de plata a Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano,
O tumba de los huesos de Tifeo.


¿Qué mayor gala? ¿Qué más linda pintura de aquellos volcanes? ¿Qué más bien tocada la fábula de los gigantes, y qué más bien dispuesta la descripción del sitio? Y particularizando más mi intento, cotejemos a don Luis con los poetas latinos, a cuya superioridad todo el mundo reconoce vasallaje y se rinde, y veremos si les imita y aun si les excede y sobrepuja. Por cierto que no supieron ellos más bien su lengua que el nuestro la suya. Y veamos si usan de trasmutaciones, y no nos cansemos buscando, sino miremos desde los primeros versos de sus obras, que parece que lo toman por oficio. Virgilio:


Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi,
Silvestrem tenui Musam meditaris avena.


Que si ahora dijera uno: Oh Titiro, que en una vimbrosa recostado haya, tú silvestre ejercitas delicada musa con zampoña, sin duda dijéramos que hablaba en jerigonza.


Barbara Pyramidum sileat miracula Memphis,



Assyrius30 iactet nec Babylona labor.


(Marcial.)                



Divitias alius fulvo sibi congerat auro.


(Tibulo.)                



Peliaco quondam prognatae vertice pinus
Dicuntur liquidas Neptuni nasse per undas.


(Catulo.)                



Maecenas atavis edite regibus.


(Horacio.)                


Mas dejemos éstos, que se precian de obscuros, y vamos a otros de más suavidad. Ovidio, en sus Metamorfoses:

In nova fert animus mutatas dicere formas Corpora. Di coeptis, nam vos mutastis et illas, Aspitate meis.


Cornelio Galo:


Aemula cur cesas finem properare senectus?


Lucano:


Bella per Emathios plusquam civilia campos.


Todos los cuales usan licencias Y transmutaciones, harto más atrevidas y temerarias que las nuestras. Pues Terencio aparta el adverbio de su adjetivo: Omnes quibus res sunt minus secundae, magis sunt nescio quomodo suspiciosi. ¿Y qué mayor transmutación, ni más dura, que esta de Ovidio?


Ad mea perpetuum deducite31 tempora carmen.


Pues bien sabemos que ninguno se la gana en facilidad natural; y así el obscurecerse lo hace de intento. Y si era falta el escribir claro, véase a Marcial respondiendo a una objeción de Zoilo, libro II, epigrama 58:


Pexatus pulchre32 rides mea, Zoile, trita
    Sunt haec trita quidem, Zoile; sed mea sunt.


De manera que parece que en este tiempo andaban los mismos pleitos que hoy tenemos. Más claro lo dice el mismo, libro XI, en un epigrama al lector:


Qui gravis es nimium, potes hinc jam, lector, abire
    Quolibet: urbanae scripsimus ista togae.


Y por imitar en todo al nuestro, parece que tuvo este autor dos métodos de escribir; y habiéndole cansado el primero, siguió el segundo, aunque contra el parecer de muchos. Bien claro lo dice en el libro VI, epigrama 60:


Laudat, amat, cantat nostros mea Roma libellos:
    Meque sinus omnes33, me manus omnis habet.
Ecce rubet quidam, pallet, stupet, oscitat, odi.34
    Hoc volo: nunc nobis carmina nostra placent.


Pues si el obscurecerse y usar de transmutaciones es tan ordinario, y se alaba en los poetas latinos, ¿por qué en los españoles se ha de reprender, y más en quien los usa con tanto donaire y suavidad? Y si allí fué lícito, ¿qué delitos ha cometido nuestra lengua, para no gozar de las exenciones y privilegios que la latina? Pues si la disparidad está en que no hace tan buena consonancia al oído, muchos la aprueban, aunque la reprueban muchos; y no habiendo otra razón que el gusto de cada uno, no debe reducirse a disputa, pues de gustos no la ha de haber, sino que cada uno siga lo que más bien le parezca.

Yo sospecho que lo que a Horacio le ocasionó a poner en su Arte una cuestión que comienza:


Natura fieret laudabile carmen an arte,
    Quaesitum est; etc.


ació de esta variedad en la disposición en las partes de la oración, y de la licencia que la Poesía se ha tomado para tropos y figuras licenciosas. Mas el argumento mayor que yo me hago para excusar la obscuridad de los escritos de don Luis, es ver que en la lengua latina escribieron Cicerón y Paulo Manucio, y en la misma Horacio y Marcial, y a aquéllos entendemos como si hablaran en la nuestra materna, y éstos nos hacen trabajar, como si no tuviéramos principios de la Gramática. Pues, supuesto que los unos y los otros aciertan, ¿de dónde hemos de tomar tan notable diferencia, si no es del diferente modo de disponer las frases que tiene el orador del poeta? Oficios son bien diferentes, como dicen todos los retóricos. Algo dice C. Galo, elegía I:


Dum juvenile decus, dum mens sensusque manebat,
    Orator toto clarus in orbe fui.
Saepe poetarum mendacia dulcia finxi; etc.


Pero más claro Juvenal, y más a propósito, en la sátira VII:


Sed vatem egregium, cui non sit publica vena,
Qui nihil expositum soleat deducere; etc.


Si ya no es que ha de dañar a este caballero lo que le hace digno de premio, que es haber usado de frases nuevas en nuestra lengua, imitadas de la latina, y haberlas amplificado con notable gala y agudeza; pues mirando la mejor retórica que hasta hoy tenemos, y lo mejor de sus obras, que es el Arte poética de Horacio, veremos que esto no tiene inconveniente; pues, como en todas las cosas, también se extiende a las palabras la jurisdicción del uso:


Ut silvae foliis pronos35 mutantur in annos; etc.


Y más abajo:


Multa renascuntur quae iam, cecidere, cadentque
Quae nunc sunt in honore vocabula, si volet usus.
Quem, penes arbitrium, est, et ius et norma36 loquendi.


No sé qué más claro se pueda decir. Y lo que me admira es que después de haberlo satirizado, le imitan todos, quedando pasmados de oír que a las aves llamaba cítaras de pluma; y Lope, en su Andrómeda, llama a los ánades naves de pluma, y otras infinitas imitaciones, que dejo por no cansarme y cansar a V. P., a quien suplico a estas impertinencias dé tantas permisiones cuantas yo di admiraciones y alabanzas al ingenio del amigo, que por ser el que así lo es otro yo, pienso lo habrá reputado V. P. por servicio personal; a quien nuestro Señor, etc.




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Epístola X

A Don Francisco del Villar, el Licenciado Francisco de Cascales


Contra su apología


Por lo que yo he visto en la apología de v. m., y por lo que me ha dicho nuestro padre ministro, fray Joan Ortiz, oráculo de letras humanas y divinas, conozco el favor que se me hace honrándome con su voto, que si no viniera tan lleno de afecto, pudiera haberme desvanecido; si bien le estimo, por ser de v. m., por bastante a calificar al mejor sujeto de España.

La deuda en que v. m. me pone es mucha; y pues no puedo (confiésolo) pagarla, hago cesión de bienes desde luego, y me doy por esclavo de v. m., de quien se puede servir como, en fin, de cosa propria. Y pues ya estoy dentro de los umbrales y de la casa y museo de v. m., quiero animarme a cosas mayores, y probar la mano en conferir algo con v. m. acerca de la poesía nueva de don Luis de Góngora y su defensa.

Lo primero que v. m. hace en su discurso ingenioso y docto, es citar algunos lugares elegantes, agudos y cultos de sus obras. Mas ¿cuáles no lo son? Digo, pues, conformándome con v. m., que a ese caballero siempre le he tenido y estimado por el primer hombre y más eminente de España en la poesía, sin excepción alguna, y que es el cisne que más bien ha cantado en nuestras riberas. Así lo siento y así lo digo. Pero, como yo concedo esto, me ha de conceder v. m. y todos los doctos, que han de ser en esto solamente oídos, que aquella obscuridad perpetua debe ser condenada.

No quiero repetir las razones que tengo dadas en esotra carta, que v. m. ha visto, que sería actum agere; sólo iré satisfaciendo con la brevedad posible a las que v. m. da en su apología.

Dice v. m. que no hizo cosa nueva don Luis en la disposición de su lenguaje y en el trastrueco de palabras, pues lo mismo se halla en todos los poetas latinos; y que si aquéllos son alabados por ello, o a lo menos no reprendidos, que por qué lo ha de ser don Luis, siguiendo las pisadas, de tan doctos varones como fueron Virgilio, Tibulo, Horacio, Ovidio y Juvenal, a quien v. m. alega para librarle de culpa, y enviarle hecha la barba al templo de Júpiter Capitolino. La solución de este argumento me parece fácil, porque la lengua latina tiene su dialecto y proprio lenguaje, y la castellana el suyo, en que no convienen. Que el trastorno de palabras sea natural en la latina, si es menester, traeré para ello seiscientas autoridades. Y para que v. m. entienda que esto no sólo corre en los poetas, ni es estilo proprio de ellos, sino común a la lengua, serán todas de prosa latina, y de sólo Cicerón, sol de la elocuencia:

Animadverti, iudices, hanc accusatoris causam in duas divisam esse partes. (En la oración pro Rabirio.) «Considero, jueces, esta del acusador causa, en dos dividida estas partes.»37

Quae sunt urbanarum maledicta litium. (Philipica XIV.) «Que son de urbanos murmuraciones pleitos.»

Testis est Gallia, per quam legionibus nostris in Hispaniam iter Gallorum interemptione patefactum est. (Pro lege Manilia.) «Testigo es Francia, por la cual a legiones nuestras para España camino, con de los franceses matanza, abierto fué.»

Cum multa annorum intercesserint millia, ut omnium siderum, eodem, unde profecta sunt fiat ad unum tempus conversio. (De finibus.) «Como muchos de años hayan pasado millares, para que de todas las estrellas, allá, de donde salieron, se haga a un tiempo conversión.»

Gloria est illustris ac pervagata multorum et magnorum vel in suos cives, vel in patriam, vel in omne genus hominum fama meritoram. (Pro Marcello.) «La gloria es una ilustre, extendida de muchos, y grandes, o para sus ciudadanos, o para la patria, o para todo género de hombres fama méritos.»

Messoria se corbe contexit Gracchus. (Pro Sextio.) «Con la segadora se corbilla cubrió Graccho.»

Coriolanus, quod adiutor contra patriam ei inveniretur nemo, mortem sibi conscivit. (In Laelio.) «Coriolano, porque ayudante para la patria hallaba ninguno, muerte se dió.»38

No quiero cansar ni cansarme con más ejemplos, que es trabajo infinito. De manera que éste es idioma de la lengua latina, y no de la castellana, ni de otra ninguna vulgar, hijas de la romana, que son la española, italiana y francesa. De la nuestra no son menester testimonios, pues es cosa más clara que el sol. La italiana tampoco admite esos trastruecos.


Voi che ascoltate in rime sparse il suono.


(Petrarca.)                



Fina che tolli Durindana al conte.


(Ariosto.)                


Ni menos la francesa, así en prosa como en verso. En Salmonio Macrino hay este título en prosa: Ode à Salmon Macrin, sur la mort de sa Gelonis, par Joachim du Bellay. «Oda a Salmón Macrín sobre la muerte de su Gelonis, por Joachim de Bellay.» Y luego comienza la oda:


Tout ce qui prent naissance,
Est perissable aussi,
L'indubitable puissance
Du sort le veut ainsi; etc.


«Todo lo que tiene nacimiento es fuerza ser perecedero y sujeto al inevitable hado.» Donde se ve que ni en prosa ni en verso usa el francés ni el italiano de las trasposiciones de don Luis.

No niego yo que la frasis poética sea algo más escura, pero no es revuelta ni confusa en la manera dicha. El poeta dice la cuarta luz por el cuarto día; sale Titán de lavar sus caballos en el oriental Océano, por sale el sol; era el tiempo que Apolo doraba los cuernos del toro, por era el mes de abril; la copa de Marte, por el escudo; la tierra Mavorcia, por Roma; ríe dulce, por dulcemente; pisa gallardo, por gallardamente, y otros mil modos, por tan usados, bien claros.

Siendo, pues, cierto que la lengua latina y castellana corren por diferentes caminos, quererlas don Luis llevar por una misma madre es violentar a la naturaleza y engendrar monstruosidades.

Dice v. m. adelante que Marcial padeció en su tiempo lo mismo que don Luis agora, que del estilo claro se pasó al obscuro. Yo no veo por dónde se pruebe eso, porque el epigrama Pexatus pulchre dice que Zoilo iba con una toga de pelo, mas ajena, y que él, aunque la llevaba raída, era suya. Y [en] el epigrama Qui gravis, etcétera, dice Marcial que los hombres severos y graves no lean sus versos, que son saturnalicios, y por consecuencia lascivos; que él no los escribe sino para la gente popular, que gusta de picardías. Y [en] el epigrama Laudat, amat, etcétera, habla contra un maldiciente, que no podía sufrir que Marcial fuese tan celebrado por toda Roma, y dice que sin duda eran buenos sus epigramas, pues aquél hacía tantos extremos, rabioso de invidia.

Y aquello de Horacio, Multa renascentur, etcétera, de ningún modo alude a la frasis poética, sino a los vocablos nuevos, que es permitido hacerlos, como sea con modestia, parce detorta. Y esotro lugar: Natura fieret laudabile carmen, an arte, etc., ni se acuerda de este nuevo estilo, ni habla de la licencia de los tropos y figuras. La duda fué: ¿qué hacía más excelente a la poesía, la vena o el arte? Y responde, que ambas son necesarias juntamente, y que la una a la otra se dan las manos. Puede ser que ojos más linceos que los míos juzguen esto de otra manera.

También afirma v. m. que los poetas latinos afectaron la obscuridad, y que señaladamente lo dice Juvenal en la sátira VII:


Sed vatem egregium, cui non sit publica vena,
Qui nihil expositum soleat deducere; etc.


Yo añado a esto lo que dice Horacio:


   Neque enim concludere versum
Dixerit esse satis; neque si quis scribat uti nos
Sermoni propriora, putes hunc esse poetam39.
Ingenium cui sit, cui mens divinior atque os
Magna sonaturum, des nominis huius honorem.


Considérese, pues, bien, que de ningún modo dicen Juvenal ni Horacio que el poeta haya de ser obscuro, sino que no ha de ser trivial, ni trovador humilde, antes severo y docto, que diga grandes conceptos y toque cosas de erudición. Dice Marcial, libro II, epigrama LXXXVI, que las nuevas invenciones son cosas de vulgo:


   Scribat carmina circulis Paloemon;
Me raris iuvat auribus placere.
Escriba Palemón versos al vulgo;
Que yo a los doctos dar contento quiero.


Y este mismo epigrama tiene arriba lo que yo he menester para mi propósito:


   Quod nec carmine glorior supino,
Nec retro lego Sotadem cinaedum,
Nusquam Graecula quod recantat Echo,
Nec dictat mihi luculentus Atys
Mollem debilitate Galliambon,
Non sum, Classice, tam40 malus poeta.
Quid si per graciles vias Petauri
Invitum iubeas subire Ladam?
Turpe est difficiles habere nugas,
Et stultus labor est ineptiarum.


Dice Marcial que si bien él no hace versos retrógrados, ni sotádicos, ni ecos, ni afectados y muy coloridos, como Atis, que no por eso es mal poeta; antes bien quiere seguir el camino que todos los poetas insignes han tenido, sin nuevas invenciones y artificios; y que esas novedades son buenas para el vulgo, y no para los doctos, a quien él pretende dar gusto; y que no porque el famoso corredor Lada no sepa andar por la maroma, como petaurista Arlequín, perderá la buena opinión de gran corredor. Como tampoco la perderá el poeta que dejase la ambiciosa poesía de los Polifemos y Soledades, y aquellas dificultades de los cultos, sin provecho ninguno.

Y que sea esta poesía inútil, pruébolo. Ella no es buena para poema heroico, ni lírico, ni trágico, ni cómico; luego es inútil. ¡Gracioso trabajo sería la Ulisea o Eneida escrita en aquel enigmático lenguaje! Pues una comedia o tragedia de aquella manera, ¿qué estómago le hará al auditorio? Pareceráles que son sordos y necios, pues teniendo oídos no oyen, y teniendo alma no entienden.

En fin, todo esto es un humor grueso que se le ha subido a la cabeza al autor de este ateísmo y a sus sectarios, que, como humor, se ha de evaporar y resolver poco a poco en nada. Tantos tropos causan alegorías, tantas alegorías engendran enigmas, y los enigmas no son para la poesía, ni son cosa que merece respuesta, Dice el Mantuano Dametas41:


Dic, quibus in terris et eris mihi magnus Apollo,
Tres pateat caeli spatium non amplius ulnas?


Responde Menalcas:


Dic, quibus in terris inscripti nomina regum
Nascantur flores, et Phyllida solus habeto?


Aquí el uno pregunta, y el otro no responde, sino pregunta; y ninguno desata al otro el enigma propuesto. Pues ¿por qué? Porque son indisolubles, inútiles y nugatorias, que sólo sirven de dar garrote al entendimiento. De Homero se dice que murió de pena de no haber podido dar solución a un enigma que le propusieron ciertos pescadores.

¡Oh diabólico poema! Pues ¿qué ha pretendido nuestro poeta? Yo lo diré; destruir la poesía con este silogismo: -«Yo he subido la poesía en la más alta cumbre que se ha visto, y no he sido premiado por ella condignamente. Si la fuerza de mi caudal poético vive en mí, como suele, quiero dar fin y cabo a trabajos tan mal agradecidos.» -Y así, echando el cartabón, vió que por este camino resolvería en cenizas frías esta arte tan infelice. ¿En qué manera? Volviendo a su primero caos las cosas; haciendo que ni los pensamientos se entiendan, ni las palabras se conozcan con la confusión y desorden.

Si don Luis se hubiera quedado, en la magnificencia de su primer estilo, hubiera puesto su estatua en medio de la Helicona; pero con esta introducción de la obscuridad, diremos que comenzó a edificar, y no supo echar la clave al edificio; quiso ser otro Ícaro, y dió nombre al mar Icario:


Qui variare cupit rem prodigaliter unam,
Delphinum in silvis appingit, fluctibus aprum.


Por realzar la poesía castellana, ha dado con las colunas en el suelo. Y si tengo de decir de una vez lo que siento, de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas; y el que pretende con la obscuridad no ser entendido, más fácilmente lo alcanzara callando. Así lo dijo Favorino: Quod si intelligi non vis, hoc abunde consequeris tacens. No le quito yo la licencia de algunos lugares obscuros con causa; mas afectar la obscuridad, eso se vitupera.

La poesía es como la pintura (testigo Horacio), la cual mucho tiempo se usó sin sombra. Inventóla Polignoto con gran felicidad; porque, realmente, la sombra hace campear las demás partes, que estaban sin ella lánguidas y casi muertas. Eso también debe hacer el poeta, traer algunos pasos de recóndita erudición que levante la poesía, y con eso parecerá docto y hará lo que los poetas griegos y latinos con grande alabanza hicieron; porque siendo todo obscuro, es pintar noches, que aunque pintura valiente, es desagradable y no para ordinaria.

Perdone v. m., que me he arrojado temerariamente; pues bastaba que v. m. tuviera otro parecer y gusto, para que me ajustara con él. Pero habrá valido mi atrevimiento para distinguir la prudencia de v. m de mi ignorancia, que confieso llanamente. Nuestro Señor a v. m. guarde. De Murcia y enero 13.





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