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Década segunda


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Epístola I

Al Doctor Salvador de León


Contra los bermejos


Pregúntame v. m., señor doctor, que cómo me va de pleito con Pedro de Molina, y si estamos o estaremos de acuerdo sobre las canales que han sido la rémora del edificio de mi casa. Respondo, señor, que ni tengo pleito, porque, aunque se pierda la casa, no quiero pleitearla; ni estamos de acuerdo, porque un sí y un no son malos de acordar. La verdad es que cuando Pedro de Molina y yo fuimos a ver el solar para tratar de su compra, viendo dos canales que caían al descubierto, le dije que estando allí aquella posesión, no trataría yo de comprar la casa; él me replicó que no me diese eso cuidado, que él las quitaría. Supuesto lo dicho, tratamos de la venta y la efectuamos; después acá no quiere quitar las canales, diciendo que no se acuerda haber dicho tal. Heme enfadado de manera, que me melancoliza este hecho, y no sé lo que ha de surtir al cabo. Por lo menos no tengo de dar blanca a escribanos ni procuradores; porque me parece que cualquier yerro será menos malo que tratar de pleito.

Dirá v. m., y cualquiera, que un hombre como yo, que he andado las siete partidas del infante don Pedro y que no he dejado en el discurso de mi vida por andar las romerías de Ulises ni las estaciones de Apolonio Tianeo, haya caído en esta trampa, que parece notable desacuerdo. V. m. y cualquiera tiene razón, que tan largos años y tanta experiencia bien pudiera haberme hecho cauto, si no sabio. Mas, créame v. m., que es dificultoso, y aun imposible, contrastar a la naturaleza. Yo nací con buena alma y pecho sincero y bueno, y primeramente estoy obligado a juzgar bien de todos, y medir el corazón ajeno por el mío. Aunque, hablando más claro, y sin buscar disculpa, yo he sido un gran chuzón y un conocido Lorenzo. ¿No me bastaba a mí saber que este hombre era bermejo, para guardarme dél, pues es fácil guardarnos del enemigo declarado?

Es voz del pueblo que las personas señaladas por naturaleza vienen apestadas, y que Dios les puso aquellas señales para que nos guardásemos de ellas. Allá los romanos mandaban que los toros bravos de la vacada llevasen en el cuerno un manojo de heno, para que fuesen conocidos por animales dañosos. El mismo remedio usa naturaleza con los que formó y echa fuera señalados, como el bermejo, el cojo, el mulato, el bizuejo; que estos tales, aunque quieran reformarse, les es casi imposible, que siempre la vasija sabe al licor que primero recibió; y lo que desde su principio es vicioso, con el tiempo no puede mejorarse, como dice la regla del Derecho tan trillada. Claudio Minos, varón doctísimo, dice que el cuerpo vicioso es imagen de la naturaleza viciosa, y que por esto vemos que el que nace cojo, cojea en alguna parte del ánima, y el que nace con alguna corcova, que también corcovea después en sus costumbres naturales. Homero confirma esto con Thersites, que le pinta monstruoso en las partes corporales, y en sus costumbres conforme; porque le hace por toda la obra torpe, charlatán, revoltoso y con otros mil defectos. Marcial dice contra Zoilo todo esto en un dístico, que lo quiso recoger con su acostumbrada agudeza:


Crine ruber, niger ore, brevis pede, lumine laesus:42
Rem magnam praestas43, Zoile, si bonus es.



«Zoilo, tú eres bermejo, mulato, cojo, bizuejo: gran milagro si eres hombre de bien.» Y note v. m. que por mayor vicio puso primero el del bermejo.

Notorio es el chiste que le pasó a un caminante con otro que era bermejo; éste es caso de nuestro tiempo. Encontróse un cortesano con el dicho bermejo, y miróle ahincadamente al rostro; el bermejo se corrió y díjole que por qué había clavado en él los ojos tanto. Respondióle el cortesano sagaz: Mirando a v. m., me estoy acordando de lo que dijo un día el rey don Felipe II, nuestro señor, que nunca hombre de ese pelo le había engañado. Contento el bermejo, replicó: Pues ¿cómo, señor? Dijo que porque nunca se había fiado de ellos. El bermejo quedó corrido, y el cortesano por tal.

Rubeta llama el latino a un sapo rojo, grandemente ponzoñoso; y dijéralo yo que había de ser rojo para ser ponzoñoso. Opinión es vulgar que del sudor del hombre bermejo se hace tósigo; y no tiene poco de verdad, pues se conforma con el refrán, evangelio pequeño: Bermejo, ni gato ni perro. Y este nombre perro, yo no sé de dónde traiga su derivación, si no es de pyrrho, nombre griego, que significa bermejo; y el caso es que Pirro, hijo de Aquiles, se llamaba Alejandro, y porque era bermejo le dijeron Pirro. Y bastaba ser bermejo para haber usado tanta crueldad contra Polites, hijo de Príamo, que le mató delante los ojos de su padre, y al mesmo rey Príamo, tan viejo, que apenas se podía sustentar con un báculo en la mano.

El animal llamado estelión es un lagartillo bermejo, y dice Alciato que es símbolo de los celos y del engaño, y que habita en las cavernas y en las sepulturas:


Parva lacerta atris stellatus corpora guttis
    Stellio, qui latebras et cava busta colit,
Invidiae pravique doli fert symbola pictus:
    Heu nimium nuribus cognita zelolypis.



Y dice Claudio Minos que, muerto este lagartillo metido en ungüento, las mujeres celosas que se querían vengar de sus comblezas, las enviaban por terceras personas de este ungüento, y que untándose con él, se les llenaban las caras de impédines y lantejuelas. Y Plinio dice del estelión que es tan maligno, que cuando se despoja de su pellejo (como suele la culebra entre dos peñascos) se lo come, porque sabe que es bueno contra el morbo comicial o gota coral, y lo hace porque no quiere que haga provecho a nadie cosa suya. De este bermejuelo se dice el delito del estelionato, que como éste es símbolo del engaño, por eso los contratos hechos cautelosamente se llaman estelionatos. Virgilio dice que este estelión persigue a las abejas, comiéndoles y destruyéndoles sus panales:


...Nam saepe lavos ignotus adedit
Stellio...



Y llámale no conocido, no porque las abejas no le conocen, sino porque se les entra sin ser sentido, cautelosamente, por entradas encubiertas, como enemigo insidioso.

Los antiguos solían poner en los campos sembrados unos paños rojos, porque las aves se retiraran, y, espantadas de aquel color, no se abatiesen a comer la semilla. A esto alude Horacio cuando les dice a los poetas que, aunque tienen licencia para muchas cosas, pero no tanta que junten cosas contrarias y enemigas; y para significar esto, dice que no han de juntarse serpientes y aves, enemigos capitales. Porque de Lúculo, caballero romano, se dice que, para tener un huerto suyo libre y seguro de las aves, pintó en las paredes de él unos crocodilos bermejos (como lo son), con que huían las aves, espaventadas de ver aquel maldito color. ¿Qué diremos de la bermeja salamandra, tan extraño animalejo, que con su hielo y frialdad vence, ¿qué digo vence?, apaga y mata al más ardiente fuego?

Cuando las mujeres casadas antiguamente se querían velar, y velaban, se les ponía en la cabeza un flámmeo, que era una toca roja, en señal (dicen) de la vergüenza y honestidad que habían de guardar a sus maridos. Pero yo no lo entiendo así, sino que, como consta de lo que arriba habemos dicho, este color era terrífico, y con el flámmeo rojo daban a entender que habían de huir de las mujeres casadas más que del diablo, y que le llevaban para espantar y arredrar de sí a los hombres lascivos que las pretendiesen. ¿Quiere v. m. verlo? Lea a Marcial, y en muchos lugares verá el uso que tenían los romanos de poner en el circo máximo, cuando había juego de toros, leones, tigres y otras bestias, unas pilas, que eran unos dominguillos vestidos de paño rojo, con que reían mucho; porque, cuando las bestias los veían, revolvían dando corcovos, huyendo a toda priesa, de puro miedo, y no podían alentar de sólo haber visto los dominguillos bermejos.

Con todo eso, lo que a mí me causa grandísima risa es la costumbre de los alemanes y de todas aquellas partes septentrionales, y es que a los verdugos los visten de rojo, sin poder llevar vestido de otro color; y no hay hombre ni mujer, por bajos y humildes que sean, que quieran llevar vestido rojo, aunque se lo den dado, y se dejarán matar antes que rendirse a llevarle. Realmente este color es para verdugos y traidores. Échase de ver en la historia de Faraón, pues queriendo Dios castigar a él y a sus Egipcios, que cargaban sobre los Israelitas abrió las aguas del mar Bermejo, y él, como ministro riguroso y verdugo de la Majestad divina, los cogió entre sus ondas, y les dió tormento de agua a todos en su profundo seno.

Ítem, de ningún lugar de los evangelistas sabemos que Judas Escariote fuese bermejo, y todos los pintores nos le pintan así; y sin duda lo sacan por discreción, porque se persuaden que ningún discípulo de Cristo, no siendo bermejo, se hubiera determinado a venderle.

Con esto, señor doctor, he desfogado mi cólera, y ahora, que estoy sin ella, digo dél que es tan honrado y hombre de bien como el que más. Y esto siento con verdad, dando lo demás por rato entretenido y ocioso.

Nuestro Señor a v. m. guarde, etc. De casa. Marzo, 4.




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Epístola II

A Don Tomás Tamayo y Vargas, Coronista de Su Majestad


En defensa de ciertos lugares de Virgilio


He visto las notas de v. m. sobre Garcilaso, príncipe de la poesía española de su tiempo, dignas por cierto de ser reverenciadas por su erudición y gran sabor de buenas letras y aristárquica censura. Ya nuestra España cada día más se va ilustrando en esta parte, de que tan menesterosa ha estado hasta hoy; y pienso que los ingenios españoles, según son talentosos, como sobran en caudal de entendimiento a muchas naciones, llegarán presto a correr parejas con ellos en letras humanas todos en general, que algunos, ya gloria a Dios, pueden gallear con los Scalígeros y Lipsios de Francia y Flandes. Y no es el último v. m. de los campiones que de nuestra parte les opongo, si bien, por hablar en presencia, debo enmudecer temprano; pero en otro lugar soltaré la voz para decir mi sentimiento libremente.

No hay cosa en su comento de v. m. que no admire, aunque, como soy tan aficionado a Virgilio, padre verdadero de la poesía épica, llevo mal que nadie le toque en la fimbria de su ropa, y quisiera yo ser un centímano Tucca o Mecio para su defensa; pero ostentaré brío, si fuerzas no puedo.

Dos lugares toca v. m.: uno, folio 5, sobre el verso:


Cuanto corta la espada en un rendido.



y otro, folio 41, sobre el hemistiquio y verso siguiente:


      Agora me veo
En esta agua que corre clara y pura.



En ambos lugares está, a mi parecer, mal acusado Virgilio de los que v. m. dice. Respondamos a este último, que es más fácil, primero. Dice Marón:


   Nec sum adeo informis, nuper me in littore vidi,
Cum placidum ventis staret mare.


    Ni soy tan feo; que ahora en la ribera
Deste mar me miré, que estaba en calma.



No sé con qué ojos miraron Servio y Rhodigino aquí estos versos, confesando el uno descuido en Virgilio y excusándole con que se engañó por Teócrito, que lo dijo en la persona de Polifemo, y que éste lo pudo decir, como hijo de Neptuno, que tenía potestad sobre las aguas, lo que no pudo hacer el pastor Mantuano; y el otro teniendo por imposible que se hubiese visto en el mar, por ser su agua oleosa de su naturaleza, y por ser agitable. Vuelvo a decir que no sé con qué ojos miraron estos graves críticos a Virgilio, pues no vieron la evidentísima razón que da diciendo:


Cum placidum ventis staret mare.



«Estando el mar en calma.» Lo cual es certísimo, porque yo he hecho la experiencia en el mar, y la podrá hacer cualquiera; y hallará esta verdad, así en aguas saladas como dulces, que unas y otras son transparentes, y por el mismo caso reddunt imaginem cernentis, representan el rostro del que se mira, y aun todo el cuerpo. El negocio consiste en que estén las aguas sosegadas; porque sola la agitación es el impedimento de no verse el que se mira. Y así, todas las veces que a las aguas se dan los epítetos de verdes, vítreas, líquidas, plácidas, se entiende sosegadas; que con la agitación y movimiento ni están claras ni puras; por lo cual no debe ser calumniado Virgilio, que dijo:


Cum placidum ventis staret mare.



Ni Garcilaso, que dijo:


En esta agua que corre clara y pura.



Ni Silio, que dijo:


      Micat aereus alta
Fulgor aqua trifidi splendentis in aequore rostri.



Ni Claudiano, que dijo:


   Haud procul inde lacus (Pergum dixere, Sicani)
Panditur, et nemorum frondoso margine cinctus
Vicinis pallescit aquis.



Ni Ausonio, que dijo del río Mosella:


   Liquidarum et lapsus aquarum
Prodit caerulea44 dispersas luce figuras.



Ni el mismo Virgilio, en el octavo de la Eneida, que dijo:


Viridesque secant placido aequore silvas.



Por todos los cuales testimonios consta que estando sosegada el agua, representa al que se mira en ella, y que Virgilio dijo con verdad:


   Nuper me in littore vidi,
Cum placidum ventis staret mare.



El otro lugar de Virgilio es sobre el verso del postrero libro de la Eneida, al fin:


   Hoc dicens, ferrum adverso sub pectore condit
Fervidus.


   Esto diciendo, le metió la espada
Sobre el opuesto pecho prestamente.



Calumnian a Virgilio porque introduce a Eneas, que mata a Turno, confesándose por rendido, teniendo fama de piadoso por todo el poema. Defiéndenle Scalígero y Cerda, graves autores; y a su parecer de v. m. no le acaban de defender. Yo digo (puedo engañarme) que Virgilio no tiene necesidad de defensa. Él previno cautamente la objeción que se le hace allí:


   Stetit acer in armis
AEneas volvens oculos, dextramque repressit;
Et iam iamque magis cunctantem flectere sermo
Coeperat; etc.



Y por ventura, si él mismo no hubiera abierto la puerta, nadie hubiera hablado; pues no había causa para ello; que en un duelo como éste, o en conflicto de dos generales, puede justamente el uno matar al otro, para quitar la causa de la guerra. A esto se me replicará que no es muy fuerte esta razón en Eneas, por haberle llamado Virgilio en tantos lugares piadoso, y que debiera en un rendido ejercer su piedad: argumento de los calumniadores. Respondo, lo primero, que no es contra la piedad matar al enemigo en justa causa: Nam de imperio certamen erat. Pues Turno quería que fuese Lavinia y el reino del vencedor:


Nostro dirimatur sanguine bellum.



Y el rey Latino había prometido su hija y reino a quien de los dos venciese; y para que la victoria no estuviese en duda y pleito, quedando el contrario vivo, quitándole la vida quitó también la duda. Lo segundo, pio en latín derechamente no significa piadoso y compasivo, sino santo, justo, religioso, cultor de los dioses; y tal le pinta Virgilio por toda la Eneida, y no misericordioso, si bien no le hace cruel, y en esta acción última tampoco; antes bien, enternecido de ver a su mayor enemigo rendido y postrado a sus pies, reprimió la valerosa diestra, y ya que estaba casi movido a dejarle con la vida, vió a Turno, ceñido del tahalí, que había ganado a Palante, cuando le mató, siendo amigo carísimo de Eneas y hijo de Evandro, de quien había recibido tanta merced. Entonces, encendido en justa ira, dió muerte a Turno; con que cumplió la obligación de amigo, así en la venganza de la honra, como en el rito gentílico que tenían, de que el alma del que moría muerte violenta andaba en pena hasta ser vengada la muerte. Que pío signifique hombre recto y justo vese en muchos lugares. Nuestro autor, en el libro VI:


Quique pii vates et Phoebo digna locuti45.



Y en el V:


Quae ne mostra pii paterentur talia Troes.



Y Cicerón, en aquellos versos que tradujo de Eurípides:


   Si violandum est ius, regnandi gratia
Violandum, est, aliis46 rebus pietatem colas.



Donde pietas ni por pensamiento significa piedad, sino justicia, santidad, y culto a Dios y a los mayores. El padre Joan Luis de la Cerda, doctísimo humanista, lo defiende largamente por otro camino que Scalígero, diciendo que Virgilio, como poeta épico, tuvo obligación forzosa, so pena de mal poeta, a hacer que Eneas matase a Turno, para acabar en trágico. Sobre esto hace un largo discurso en el lugar citado; pero con la buena paz de tan gran varón, no es cierta su doctrina. V. m. me la haga de oírme.

Dice Cerda que el épico debe dar fin trágico a su poema, y que, de no hacerlo, es digno de reprehensión; en que dice haber pecado Homero y Ariosto, por haber mal cumplido esta parte. El fundamento en que libra toda su opinión es éste: Epica omnis, quale est opus Virgilianum, ad tragicam refertur; imo ipsa epica mera est tragoedia, auctore Aristotele. De donde infiere que, siendo la epopeya mera tragedia, debe el poeta heroico mover afectos de misericordia y miedo, los cuales propriamente son trágicos, en la solución de la obra.

De ningún lugar de la Poética de Aristóteles se colige tal doctrina; y si alguno hay que aluda algo, es éste: Iisdem praeterea generibus epopoeiae, quibus tragoedia constet, est necesse: etenim vel simplicem, vel complicitam, vel moratam, vel patheticam hanc esse oportet. Había dicho Aristóteles que la epopeya convenía con la tragedia en la unidad de acción; agora dice que también puede ser simple y doble, morata y patética, como la tragedia. Esto no tiene duda, porque todas estas cosas son comunes entre sí a todas las especies de poesía; pero de aquí no se colige que haya de ser trágica la epopeya; porque la comedia guarda unidad y es simple y doble, morata y patética, y si la ilación fuera cierta, también la comedia sería trágica; cosa monstruosa. De lo que se puede entender que tienen ambas una misma obligación, es de que ambas abrazan acción ilustre y grandiosa, y que siendo iguales en acción, deben serlo en todo su contexto. Ambas acciones son magníficas, ¿luego han de tener un mismo contexto? Niégolo; porque, aunque iguales en magnificencia, pueden ser, como lo son, de diferente naturaleza; y siéndolo, han de producir diferentes efectos: que los produzgan vese claro; porque las acciones trágicas mueven a conmiseración y miedo, y si no moviesen a eso, no serían trágicas.

Las acciones épicas están fundadas sobre los hechos de caballería y de la virtud heroica, y tiran a dar suma excelencia al caballero que se celebra. Luego, aunque las personas que se introducen fatales en el uno y otro poema sean de estado y dignidad real, suprema y soberana, por tirar unas a un blanco y otras a otro, engendra cada una contexto diferente. Demás desto, en la tragedia no se requieren personas buenas ni malas, sino intermedias. Oigamos a Aristóteles: Reliquum est, ut is maxime idoneus habeatur, qui medius inter tales sit; is autem erit, qui nec virtute, neo iustitia antecellat.

Resta, pues, que aquella persona fatal sea para la tragedia la más idónea, que esté en medio de buena y mala; y estarálo aquella que no se aventaja en virtud ni justicia. Al contrario, el épico busca lo sumo y lo más excelente; y así hallaremos en Eneas la excelencia de la religión y piedad, en Aquiles la perfección de la valentía, y en Ulises la viva idea de la prudencia; ¿luego son diferentes las personas trágicas y las heroicas?

Mas, otro fundamento no menos fuerte. Aunque las especies de la poesía tienen muchas cosas en que concuerdan, como sabemos, todas son diferentes en el fin suyo. La comedia tiene por fin mover a risa y pasatiempo, la tragedia tiene por fin mover a misericordia y a temor, la epopeya tiene por fin poner en la mayor excelencia de virtud a la persona fatal que cantamos. Luego, siendo los fines de la tragedia y epopeya diversos, como vemos, habrán de ser diversas las acciones; y siéndolo, ¿cómo puede ser trágica miserable la triunfante epopeya?

Antes añado, por última resolución, que no acaba en trágica la epopeya de Virgilio; porque matar Eneas a Turno, o cualquiera a su contrario, no es caso trágico ni conmiserable. Pruébolo con expresas palabras de Aristóteles, en su Poética: Itaque si hostis hostem obtruncet, obtruncaturusve sit, nequaquam miserabile asequetur. Cuando un enemigo mata a su enemigo, no es caso conmiserable; pues ¿cuándo lo será?, cuando la muerte se hiciere de hermano a hermano, de hijo a padre, de madre a hijo, o hijo a madre. Ídem, ibídem: Perturbationes vero ipsae47, quando evenerint inter necessarios, veluti si frater fratrem, filius patrem, mater filium, filius matrem necet necaturusve sit aut tale aliquid patret, captandae48 sunt. Y así, porque Turno muera en la Eneida a manos de su contrario, no es trágica la epopeya de Virgilio. Y esa muerte, y otras muchas que haya en el discurso de la obra, no le quitan su gloria y excelencia a Eneas, persona fatal del poema virgiliano.

De esta opinión del padre Joan Luis, a mi parecer falsa, procedió otro error, que fué el juicio que hizo de Homero y Ariosto, condenando a aquél en la muerte de Héctor, por ser persona indigna de muerte; y a éste en la muerte de Rodamonte por ser hombre impío y cruel, y en fin tan malo que su muerte no pudo mover a lástima, sino a contento; cosa contra la acción trágica. Digo, pues, que el épico solamente busca acciones que sean aptas para sacar de ellas gloria y honra a su persona fatal; y Rugero ganó glorioso nombre en matar a Rodamonte, hombre tan facineroso; y Aquiles en hacer otro tanto, y triunfar de su mayor enemigo, que es el fin que pretende desde su principio. Y por esta causa Eneas también tuvo obligación de dar muerte a Turno, con que acabó su conquista, y ganó el derecho de casarse con Lavinia. Finalmente, digo que el mismo Virgilio se obligó a que Eneas diese la muerte a Turno, cuando dijo en el libro XI:


   Quod vitam moror invisam, Pallante perempto,
Dextera causa tua est, Turnum natoque patrique
Quam debere vides: meritis vacat hic tibi solus
Fortunaeque locus.



«Si vivir deseo (dice Evandro), es porque espero, oh Eneas, que tu diestra ha de vengarme de Turno. Si esto veo, no quiero más vivir; y si haces esto, habrás cumplido con tu obligación.»

Otras cosas pudiera traer en comprobación de mi intento; pero, si con esto basta, lo demás será ocioso y sobrado, principalmente ante quien es oración demosténica el más breve laconismo.

Nuestro Señor a v. m. guarde muchos años. Murcia y Noviembre 9.




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Epístola III

Al Apolo de España, Lope de Vega Carpio


En defensa de las comedias y representación de ellas


Muchos días ha, señor, que no tenemos en Murcia comedias; ello debe ser porque aquí han dado en perseguir la representación, predicando contra ella, como si fuera alguna secta o gravísimo crimen. Yo he considerado la materia, y visto sobre ella mucho, y no hallo causa urgente para el destierro de la representación; antes bien muchas en su favor, y tan considerables, que si hoy no hubiera comedias, ni teatros de ellas, en nuestra España, se debieran hacer de nuevo, por los muchos provechos y frutos que de ellas resultan. A lo menos a mí me lo parece.

V. m. se sirva de oírme un rato por este discursillo, y decirme lo que siente, y pasar la pluma, como tan buen crítico, por lo que fuere digno de asterisco; que siendo v. m. el que más ha ilustrado la poesía cómica en España, dándole la gracia, la elegancia, la valentía y ser que hoy tiene, nadie como v. m. podrá ser el verdadero censor.

Así como entre los romanos tuvo la representación de tragedias y comedias firme asiento y alzó cabeza, hubo teatros, hechos por el pueblo romano, según Tácito, libro XIV de sus Anales, y Ausonio, in Sapientes, donde se hiciesen estos juegos escénicos. Y aunque al principio todo el auditorio de caballeros y ciudadanos estaba indistintamente junto, después, creciendo esta arte histriónica, creció también el gusto y curiosidad de oírla; y así se hicieron separados y distintos lugares para los senadores, para los caballeros, para las mujeres y para la gente plebeya.

El imperio romano, como al peso de su potencia trajo a sí todas las naciones, también trajo todos los vicios, y de la peste de ellos quedó tocada la representación, tomando larga licencia para hacer y decir torpezas y deshonestidades, hasta representar en el tablado descaradamente concúbitos torpes con lascivos meneos, irritantes a lujuria. ¿Qué os diré?, sacaban al tablado mujeres desnudas y hombres desnudos, mujeres públicas y muchachos perdidos y sucios, que acabada la comedia llamaban a los oyentes para usar con ellos. Véanse Tertuliano, Arnobio, Cipriano, San Agustín y otros padres de la Iglesia, que reprehenden estas abominaciones. Vino a tanto extremo la desvergüenza de esto, que la ley con justa razón condenó a los representantes a graves penas, y los dió por infames y privó de oficios públicos, hasta ponerlos en predicamento de esclavos. Y algunos emperadores los desterraron de toda Italia, aunque otros los hicieron volver y honraron de manera, que fué menester poner remedio en las muchas dádivas y honras que los príncipes les hacían.

Cornelio Tácito dice que Augusto César, ya por dar contento a su gran privado Mecenas, que favorecía a un famoso bailarín llamado Batilo, ya porque él tenía particular gusto en ello, se hallaba muchas veces en los teatros, con que hacía no pequeña lisonja al pueblo. Y añade, sobre este lugar, Lipsio que el mismo Augusto inventó la representación de los pantomimos; y Suidas y Zozimo escriben que antes de Augusto no los hubo, aunque César Bulengero dice que sí los hubo.

En aquel tiempo, y antes y entonces entre los griegos, se ejercitaba mucho y de muchas maneras la representación. Había histriones, según Ravisio, thymélicos, ethólogos, chironomos, rapsodos; había representación de comedias y tragedias, y de mimos, que eran unos entremeses de risa, pero con grande disolución y lascivia; había representación de bailarines, que representaban cualquiera acción, o fuese de amores, o alguna batalla, o toma de ciudad. Como se dice de Telestes, que delante del rey Demetrio danzó el concúbito de Marte con Venus con tanta propriedad, que le dijo el rey: Haces, amigo, tan al vivo esa representación danzando, que me parece que lo veo todo, y que lo oigo. Y las saltaciones eran en dos modos, una Pírrica o armada, y otra Eumelia o pacífica. Había otra representación de músicos, que imitaban y hacían al vivo cualquiera acción, con su varia y dulce armonía de instrumentos musicales.

Tranquilo, en la Vida de Julio César, dice que Furio Leptino, de estirpe pretoria, y Aulo Calpeno, senador, danzaron la Pírrica. Pero ¿qué hay que espantar, si lo mismo se escribe de Octaviano? Fueron todo género de representantes tan estimados en aquellos tiempos, que grandes caballeros y príncipes los acompañaban por las calles y los visitaban en sus casas muy a menudo. Séneca, al fin del libro I de las Cuestiones naturales, dice estas palabras: No se vacía la casa del representante Pílades y de Batilo; aguardan unos que salgan otros; en la escuela desta arte se ejercitan discípulos, y salen grandes maestros; por toda la ciudad, en cada casa suena el tablado de los bailarines; aquí danzan hombres, allí mujeres; y todos contienden sobre quién irá al lado del representante . Esta honra que usaban con los histriones caballeros y senadores, vitupera y condena el doctísimo Tertuliano en su libro De spectaculo, diciendo, en suma, que entraban en casa de los representantes hombres y mujeres: hombres, que les daban las almas, y mujeres, que les daban los cuerpos; tanto era el deleite que sentían en aquella viciosa representación. Tácito en el libro citado dice estas palabras: De la cantidad del salario de los representantes, llamado lucar, y contra la protervia de sus valedores se decretaron en el Senado principalmente estas cosas: Que ningún senador entrase en las casas de los pantomimos; que ningún caballero romano los acompañase por la ciudad, y que los pretores condenasen a destierro a los que los mirasen inmodestamente. Con todo eso, ni esta ni otras pragmáticas, ni esta ni otras penas pudieron refrenar el ímpetu de los aficionados a esta arte; porque en todo tiempo tuvieron los histriones grandes valedores. Roscio Galo, famosísimo representante, fué tan amado de Lucio Sila, dictador, que le hizo merced del anillo de oro, quiero decir, que le armó caballero, y Cicerón se ponía con él a contender: Cicerón a decir una cosa por más frases, y Roscio a representarla por más modos. Cicerón fué tan amigo de Esopo, histrión, que le llamaba su regalo. El emperador Nerva Cocceyo amó con grande extremo a Pílades, singular en la histriónica; Rubrio, según Plinio, fué muy estimado de Lucio Planeo, tanto, que mandó se llamase Rubrio Planeo; Astidamante mereció, por su arte, que se pusiese en el teatro su estatua; Nicostrato fué tan estimado entre los griegos como Roscio entre los romanos, por cuya destreza y perfección en esta arte se dice por proverbio: Yo lo haré como Nicostrato, que quiere decir, consumadamente. Citeris fué una representanta, a quien M. Antonio, después de su victoria, trajo a Roma en su coche, tirado de leones. Thymele fué la primera representanta que enseñó el arte de danzar representando, de quien los bailarines representantes se llaman thymélicos.

No trato de otros muchos de grande fama, que entre poetas y historiadores han dejado nombre excelente. Para mi propósito los dichos sobran; y aunque es verdad que todos éstos, y los demás que he callado, han merecido toda esta honra por la destreza y excelencia de su arte, por otra parte digo que la han desmerecido, y que con justa razón fueron desterrados de Tiberio y de Trajano y de otros emperadores, y vituperados de muchos varones graves y de muchos santos, y condenados por las leyes y por los cánones y decretos pontificales respecto de la torpeza y deshonestidad, y a veces arte mágica, con que en aquel tiempo representaban.

Pero agora ya la representación está castrada; ya tiene maniotas, que no la dejan salir del honesto paso; ya tiene freno en la boca, que no le consiente hablar cosa fea; ya vive tan reformada, que no hay ojos linceos de curioso que le ponga nota alguna. Gracias a Dios y a nuestro cristianísimo rey y a sus sapientísimos consejeros, que han examinado esto con tanta curiosidad y atención, que cuantas circunstancias podían agravar este caso las han mirado y previsto, prescribiendo a los representantes los términos de la representación, sometiendo a varones doctos el examen de las comedias, hasta mandar que no yendo firmadas o rubricadas del real Consejo no se puedan representar en parte ninguna.

Supuesto, pues, que hoy se representa sin deshonestidad, se danza sin movimientos irritantes y se canta tan modestamente como vemos, no ha lugar la ley que los amenaza; no ha lugar el decreto romano que los destierra; no han lugar los cánones de los pontífices que los condenan; no han lugar las reprehensiones de los santos. Concluyo, en fin, que la representación de las comedias es lícita.

Sobre esto habla largamente Homobono y el P. Mendoza en su Quodlibeto, y resuelven que oír comedias, o representarlas, o consentirlas, no es pecado mortal, no siendo las representaciones, bailes y cantares torpes y lascivos, aunque las comedias sean profanas, y aunque representen mujeres, y aunque éstas se vistan en hábito de hombres. Si bien advierte el P. Mendoza que si alguno hubiere tan flaco y fácil, que con cualquier pequeña ocasión de mujer tiene proclividad al pecado, que este tal hará mal de meterse en el peligro de pecar.

El P. Tomás Sánchez, religioso de la Compañía de Jesús, libro De matrimonio, dice y concluye que decir o escribir o oír palabras torpes y deshonestas no es intrínsecamente malo, sino indiferente; porque de las circunstancias y fin del que habla, escribe o oye, pende la bondad o malicia; que como las palabras son señales significativas del concepto, en tanto serán malas o buenas, en cuanto los conceptos son malos o buenos; y el conocimiento de las cosas torpes es indiferente, porque puede mirar, ya a buen fin, como es la investigación de la malicia moral, ya a mal fin, como al fomento de la lujuria. Y concluye también que es solamente pecado venial hablar palabras deshonestas por alguna vana causa, o por deleite del artificio y curiosidad, como no haya delectación venérea y lasciva. Y para lo dicho trae a Cayetano, a Filarco, a San Antonino, a Navarro, a Juan Hessels y a Graffis y a otros.

Pues ¿qué será no habiendo acciones, bailes, ni cantares torpes y lascivos, sino tan limitados y compuestos como hoy los vemos en las comedias? Será lo que infiere el dicho autor: que cuando las cosas que se representan no son torpes, y el modo de representar no es torpe, no pecan mortalmente los que los representan, ni los que las oyen, ni los que las consienten, ni los poetas que las escriben, ni los clérigos que asisten a oírlas, no obstante la prohibición del capítulo Clerici y el capítulo Non oportet; porque, según Cayetano, pueden lícitamente asistir cesando escándalo y menosprecio, el cual cesa hoy, a parecer del P. Tomás Sánchez.

Ya que se puede representar y oír representar con este salvoconducto de que los representantes no traen la peste contagiosa de la deshonestidad y lascivia, consideremos agora si el artificio de la representación y el de la comedia y tragedia es de algún provecho para la vida humana. ¿Cómo de alguno?, de infinitos. El P. Martín Antonio Delrío, religioso de la Compañía de Jesús, en sus comentarios sobre las tragedias de Séneca, en el prolegómeno, dice que en la tragedia se nos propone la vida y costumbres que habemos de huir y abominar, y en la comedia el género de vida que nos conviene seguir; y en confirmación de esto trae unos versos de Timocles, poeta griego, al cual citan Arsenio sobre Eurípides, y Ateneo en el libro VI, y Stobeo, cap. I, sermón 133. Traducidos suenan así:


   Escúchame, te ruego, lo que quiero
Decirte en tu provecho. Ya bien sabes
Que el hombre es animal calamitoso,
Y su vida sujeta a mil molestias:
Un alivio le queda solamente
Para su bien, y es ése el mal ajeno.
Del mal ajeno toma documentos,
Del mal ajeno saca su consuelo,
Del mal ajeno forma sus costumbres:
¿La grande utilidad no consideras
Que acarrean los trágicos al hombre?
Si alguno vive pobre y afligido,
Viendo en mayor necesidad a Télefo,
Lleva con más paciencia su pobreza;
¿Otro es furioso?, de Alcmeón se acuerda;
¿Otro es ciego?, consuélase con Edipo;
¿Murió tu hijo?, vuelve el rostro a Niobe;
¿Hay algún cojo?, mire a Filoctetes;
¿Hay algún viejo miserable y pobre?,
A Eneo represente ante los ojos.
En fin, quien considera los ajenos
Males en mayor punto de miseria,
Los suyos llevará con más paciencia.



Los poetas son cisnes que siempre cantan divinamente, águilas que se trasmontan a los cielos, ríos que en vez de agua manan candidísima leche, láminas donde se imprimen y quedan eternamente las leyes de amor, las de justicia, las de misericordia, las condiciones y preceptos de la vida humana. Vamos, vamos al teatro escénico, que allí hallará el rey un rey que representa el oficio real; adónde se extiende su potestad; cómo se ha de haber con los vasallos; cómo ha de negar la puerta a los lisonjeros; cómo ha de usar de la liberalidad, para que no sea avaro ni pródigo; cómo ha de guardar equidad, para no ser blando ni cruel. Vamos al teatro, y veremos un padre de familia, que con su vida y costumbres, y con sus consejos, sacados de las entrañas de la filosofía, nos enseña cómo habemos de gobernar nuestra casa y criar nuestros hijos.

Minturno dice, con Cicerón, que la comedia es imitación de las costumbres y imagen de la verdad. ¡Oh cielos, que sea esto certísimo, y haya quien exclame en los púlpitos, y acuse y reprehenda y condene la representación a las eternas penas del infierno! No sé con qué razón se defiende; no sé qué leyes, qué textos tiene en su favor; no sé qué espíritu le mueve la lengua. Trepidaverunt ubi non erat timor. «Temblaron de pies y manos donde no había peligro que temer.» ¡Oh hombres sin hombre! ¡Oh corazones sin corazón! La comedia dice este autor que es imitación de las costumbres. Veamos esto cuán cierto sea. ¿Cuán cierto? Más que la regla de Policleto, más claro que el sol de mediodía.

Costumbres son las disposiciones del ánimo y apetitos a que naturaleza nos inclina; y como ya nos inclinamos al bien, ya al mal, por eso son las costumbres, ya buenas, ya malas; y porque el poeta es imitador de las acciones humanas, en las cuales se echan de ver y descubren las costumbres, necesariamente se ocupa en la imitación de las costumbres. El poeta es muy circunspecto y muy docto, y como tal, en sus poesías no perturba ni confunde las costumbres de los unos con las de los otros, sino que a cada uno le da sus partes y propriedades, pues en todas edades y en todos estados hay distintas costumbres. Los mozos de su naturaleza son lascivos, largos en dar y gastar, ambiciosos, coléricos, animosos, más amigos de honra que de provecho; prestos en creer, fáciles en mudarse, dados a cosas de alegría, incautos y olvidados del tiempo futuro. Al contrario, los viejos son cautos, prudentes, tímidos, de poca esperanza, avaros, templados, atentos a la guarda de la hacienda, grandes habladores, Catones en reprehender, jactanciosos y alabadores de sí mismos, mal acondicionados y terribles. En fin, los poetas van discurriendo por las condiciones de todos y de todas las naciones; porque diferentemente se ha el Portugués que el Castellano, el Tudesco que el Italiano, el Ateniense que el Lacedemonio; y no solamente imita el poeta las costumbres, pero los afectos y pasiones del ánimo; por donde viene a ser el poema, ya morato, ya patético. Será morato, adonde principalmente se pintan y expresan las costumbres; será patético, donde predomina la pintura y descripción de los afectos.

Pues si tenemos en el teatro poesías que nos descubren las rayas de la naturaleza humana, y nos avisan del mal y del buen suceso que nos aguarda, y nos traen a la memoria los varios acontecimientos de la vida, y de ellos nos hacen un mapa universal, donde cada uno conoce y ve como en espejo sus costumbres, por las del otro que allí se representa, y aprende aquello que le ha de ser de provecho, y abomina aquello que le ha, de ser dañoso y veneno mortal si lo toma y sigue, por el fin y paradero en que el otro vino a dar, ¿podrá decir alguno que la representación no es útil y provechosa? ¿Qué padre ve un hijo en el tablado, desbaratado y vicioso, que acaba en un infortunio, afrenta o muerte desgraciada, que no desvía el suyo de los pasos por donde aquél anduvo? ¿Qué madre ve una alcagüeta en el teatro, que entra en cas de la otra matrona en son de venderle tocas, pebetes, ungüentillos y otras buhonerías, y debajo de aquella simulada santidad trae a la hija el billete, y si puedo, la habla y persuade que dé contento al galán que la sirve con vicioso intento, y no queda con esto advertida para no recibir en su casa tales viejas, tales Lamias, tales Circes? No es menester singularizarlo todo; que por las uñas se conoce el león.

Dice también que la comedia es imagen de la verdad. Dice verdad; porque, si bien los poetas, principalmente cómicos, por la mayor parte cuanto representan es fingido, y la acción que toman no pasó jamás, sino que ellos inventan el argumento y los nombres de las personas, esto hacen para representar más al vivo lo que importa a nuestras costumbres y al bien político y doméstico. Declárome: dice Aristóteles, en su Poética, capítulo VII, tratando de la diferencia que hay del historiador al poeta, que no es oficio del poeta narrar los casos sucedidos propriamente como sucedieron, sino como pudieran suceder verisímil o necesariamente. Por donde viene a ser la poesía más excelente que la historia; y la causa es, porque aquélla mira a objeto universal, y ésta particular. De aquí se echa de ver que tomando un suceso como naturaleza lo comenzó y acabó, le hallaremos muchas imperfecciones, y ésas es menester emendarlas con el arte, y perfeccionarlas de manera que no le falte circunstancia necesaria para que aquella obra parezca y sea consumada. Pues esta licencia que tiene el poeta para quitar y poner en la obra de naturaleza, se llama ficción poética; y para quitarse de este trabajo de estar emendando obras ajenas, suelen muchas veces, principalmente en poemas cómicos, fingirlo todo; porque, según los preceptos del arte, fundados en razón, salga la obra perfecta conforme a lo que el poeta pretende inducir y persuadir en favor de la buena institución nuestra. Como si quisiese movernos a la justicia, a la paz, a la guerra, a las letras, a la liberalidad, para cualquiera de estos objetos universales finge una acción particular, de donde derechamente venga a conseguir el intento que toma. Pues pregunto yo agora: ¿el poeta que esto finge, diremos que miente?, ¿diremos que dice contra la verdad? No por cierto; antes diremos que debajo de aquel argumento fingido nos pone un espejo y una imagen de la verdad. Pues en aquella acción de la paz nos representa las excelencias de la paz; y en la acción de un hombre liberal nos enseña el bien y gloria que el hombre alcanza usando bien de la liberalidad.

¿Qué no han dicho divinamente los poetas para bien nuestro?


   Norunt omnia vates,
Quae sint, quae fuerint, quae post ventura trahantur.



Los poetas, dice Marón, son unos cristalinos espejos, que nos dicen la verdad de lo que pasa y ha pasado y pasará en el mundo. Descendamos, pues, al conocimiento de todas las artes y de todas las ciencias. Aquí se hallará lleno y cumplido abundantemente el espacioso círculo de las cosas divinas y humanas; la verdadera enciclopedia de los griegos, los filósofos platónicos y socráticos, la escuela de los epicúreos y las cavilaciones de los subtiles sofistas. Hallaránse en los trágicos y cómicos poemas, cuanto más en los heroicos, sus opiniones, sus proposiciones y axiomas. Aquí los astrólogos verán sus ascendentes, sus triplicidades y sus horóscopos con grande cuenta y verdadero discurso tocados. Aquí los retóricos conocerán las flores de la elocuencia, sus tropos y figuras, el modo de enseñar, de deleitar y de vencer, moviendo mejor que en Demóstenes y mejor que en M. Tulio. Aquí el ingenioso arquitecto se holgará de ver termas, coliseos, anfiteatros, arcos, puentes, templos, casas magníficas desde la planta y montea, hasta echar la clave al edificio con su justa simetría y corresponsión de partes, con todo género de colunas, desde el plinto hasta el capitel, más bien que del ingenio monstruoso de Polión tratadas y compuestas. ¿Qué no hay aquí, que tenga el mundo desde donde nace hasta donde muere el sol, desde el austro Líbico hasta las Cabrillas y Pastor del cielo? Pues la frasis de la poesía es la más limpia, más gallarda, más florida, más cortesana que habló el mejor pico de oro de Roma vencedora y de la docta Atenas. Si éstas no son utilidades, donde se representa la noticia de todas las cosas, ¿cuáles lo son?, ¿cuáles?

No quiero sepultar en silencio la viva y natural acción de los representantes, que con ella levantan las cosas caídas, despejan las obscuras, engrandecen las pequeñas, dan vida a las muertas. Las partes de la elocuencia son cinco: invención, disposición, elocución, memoria y acción. Ésta tiene en las oraciones (así lo dice Quintiliano) admirable virtud y dominio, porque no importa tanto que las cosas que decimos sean calificadas, cuanto el modo con que se pronuncian. Que de la manera que yo oigo la cosa, de esa manera me persuado y me muevo. Si me dicen el concepto flojamente, flojamente se me encaja, y al contrario. Y así digo que no hay razón tan fuerte, que no pierda sus fuerzas si no es ayudada con la animosa acción del que dice; y los afectos del ánimo es fuerza que relinguen y desmayen si no los sopla el viento de la voz, si no los favorece el semblante del rostro, si no los anima el movimiento de las partes del cuerpo. Tratando de esto particularmente Fabio, dice así: «Documento sunt scenici actores, etc.» Esto que he dicho, dice, se echa de ver en los representantes escénicos, los cuales aun a los más excelentes poetas les añaden tanta gracia y los realzan de manera, que aquellas mismas poesías que les oímos, cuando las leemos nos agradan infinitas veces menos, y cebados de la buena acción nos hacen oír con gusto vilísimas raterías, y hacen que nos agraden poetas que puestos en nuestra librería no nos acordamos de ellos, y en los teatros son celebrados con grande copia y frecuencia de gente.

Nadie sintió como Demóstenes la potestad de la acción. Este gran orador, siendo preguntado que cuál era la más excelente y primera parte de la elocuencia, respondió que la acción; vuelto a preguntar que cuál era la segunda, replicó que la acción; y preguntado que cuál era la tercera, dijo que la acción. De donde coligieron que, no sólo juzgaba Demóstenes que la acción era la más principal, pero que ella era la que daba la victoria de la causa. Y el mismo Demóstenes era famosísimo en las acciones. Y así, habiendo leído los Rodios una oración de Demóstenes, le dijeron a su gran orador Esquines que les parecía admirable, y respondióles: ¿Pues qué os pareciera si la oyérades a él mismo?, dando a entender que una cosa buena, bien representada es mejor. Hablando Cicerón de la acción, dice que esta poderosa parte de la elocuencia la tiene el orador prestada y tomada del representante, cuya es de derecho, y del arte histriónica aprende el orador sus acciones, salvo que tiene algunas la histriónica que no convienen a la gravedad del orador, y éstas son las acciones mímicas, que son las que se usan en los entremeses o en los graciosos y vejetes de la comedia.

El representante, pues, sabe muy por menudo todo el oficio de la acción; la cual dice Quintiliano agudamente que es elocuencia del cuerpo; y así por todos los miembros dél va dando preceptos. De la cabeza dice que, así como ella es la parte principal en el cuerpo, lo es también en la acción, y que ha de tenerla el que dice, derecha, no baja como bestia, no torcida hacia tras como estrellero; pero si quiere significar arrogancia, la puede levantar; si tristeza, bajar; si dolor, inclinarla. El movimiento de la cabeza sea conforme a lo que dice, si niega, si concede; y corresponda con la acción de las manos; y el aspecto y semblante siga la significación de la cosa con moderación, porque el demasiado afecto es vicioso. Con el semblante nos mostramos humildes, bravos, blandos, tristes, alegres, soberbios y benignos. Lo primero que miramos en el que habla es el semblante; con éste amamos, con éste aborrecemos, y con éste entenderemos muchas cosas antes de hablar. La ceja, el soberbio y el que se admira la levanta, el que está triste la baja. Las narices hincha el airado; la honestidad pide los ojos serenos, la vergüenza bajos, la ira encarnizados, el dolor llenos de agua, el amor risueños y lascivos; y para no ser prolijo, no hay parte en el cuerpo que carezca de acción sujeta a las leyes de la histriónica.

Pues si sabemos por lo dicho que la acción es la que predomina en el oficio del orador, del predicador, de cualquiera que habla, y la victoria de lo que dice consiste en la acción, ¿quién negará el provecho de esta arte? Parece que basta lo dicho en abono de la poesía y de la representación; sólo querría desatar un lazo a mi parecer gordiano, y es éste: ¿cómo se puede creer que las tragedias y comedias son útiles y buenas, pues Platón expele de su república a los trágicos, cómicos y mímicos poetas, como a personas indignas del comercio humano? Espanta el rigor de Platón; pero no le espanta al indagador de la Natura, Aristóteles. Platón, como tan docto, sabía que el poeta es imitador de las acciones buenas y malas y de las costumbres buenas y malas de los hombres, y que cuanto más perfecto es el poeta, tanto más perfectamente trata la imitación dicha; y coligía que, en cuanto imitaba malas acciones y malas costumbres, damnificaba la república y era de mal ejemplo, y por esto no admitía poetas que se obligasen a esto, sino a aquellos, solamente, que cantasen los hechos insignes, las obras santas y alabanzas de los buenos, y grandezas de Dios.

A esto satisface Aristóteles en su Poética, diciendo que cuando el poeta saca al tablado un ladrón, un homicida cruel, una alcagüeta taimada, un mancebo vicioso, un perjuro, un rey tirano, y otras personas de mal ejemplo, que si esperamos hasta el plaudite y hasta la solución de la fábula, veremos el mal fin en que éstos paran; el merecido castigo que del cielo tienen; las desgracias en que se ven en el discurso de su vida hasta la muerte. Y considerando esto, de la misma manera que el buen ejemplo del virtuoso me incita a los actos de virtud, así el desastrado fin de éstos me espanta y aparta del vicio y de los caminos por donde se perdieron. De modo que no menos me enseña el malo con su fin desastrado, que el bueno con la gloria que alcanza de la virtud. Éste me llega a su trato, aquél me aparta del suyo; éste me pone amor en su buen ejemplo, aquél me pone temor con sus infortunios, y ambos, en fin, hacen en mí un mismo efecto, que es llevarme al camino de la salvación. ¿Los padres de la Compañía y otros religiosos no predican sermones que llaman de ejemplos?, ¿qué ejemplos son éstos? Unos de hombres viciosos, que acabaron en mal o se convertieron milagrosamente; otros de hombres virtuosos, que con su vida y costumbres edificaron muchas almas. ¿Qué otra cosa hacen los poetas con sus imitaciones de buenos y malos?, ¿no hacen lo mismo? Luego Platón no tuvo suficiente causa para la expulsión de los poetas, ni nadie para la expulsión de las comedias.

Últimamente, digo que no sólo la comedia enseña, pero que también deleita, ya con la imitación de las acciones y costumbres buenas, como habemos visto, y con las malas y con las lastimosas. Esto con un símil quedará verificado. Cuando un toro en el coso arrebata a un hombre, y con los cuernos le echa por los aires, le da una y otra cornada, le despedaza bramando, y le mata cruelmente, ¿hay dolor que se compare a éste?, ¿hay ojos que no se hagan fuentes, viendo tan lastimoso espectáculo? Pues si un pintor con vivas colores, o un poeta con su verdadera imitación, pintase aquel triste caso tan propriamente, que me pareciese a mí que veía otra vez aquella crueldad, la genuina imitación del pintor o del poeta, no me agradaría? Sin duda. Luego también agrada el histrión representando lo malo como lo bueno, lo lastimoso como lo alegre. Cuanto más que, fuera de que el principal deleite de la poesía nos viene por la imitación, tiene mil ayudas de costa para delectar: tiene los inopinados acontecimientos; tiene la tela del argumento tejida de varios enredos; tiene el artificio secreto que por debajo mina los corazones; tiene la diversidad de las personas; tiene las descripciones de los países, de los ríos, de los jardines, de los páramos y soledades; tiene la conexión y solución de la fábula; tiene la mudanza de una en otra fortuna, y tiene más que nadie sabrá decir. Y así lo dejo, porque callando lo reverencio más, y en el pensamiento celebro lo que no he dicho por cortedad de ingenio.

Nuestro Señor a v. m. guarde. Murcia y Julio 5.




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Epístola IV

Al Licenciado Nicolás Dávila


Sobre la ortografía castellana


Bien me parece, señor licenciado, que aun de las cosas mínimas se quiera v. m. hacer dueño; siendo verdad que no se deben despreciar las cosas menores, sin quien las mayores no pueden pasar. Tratamos ayer algunos puntillos de ortografía castellana; pero tan sobre peine, que apenas se dió lugar a las dudas que en esta materia suelen ocurrir. Y v. m. me pidió, pudiéndome mandar, que hablase más extensamente de ello. In tenui labor est, at tenuis non gloria. Y si va a decir verdad, no es cosa tan tenue y humilde la que es bastante a desacreditar a un médico, a un teólogo y a un jurisconsulto, padre de la autoridad. Que un romancista, un idiota, un sin letras peque contra la ortografía, vaya; no me aspanto, no me encolerizo por ello; mas que los hombres que han frecuentado universidades, han arrastrado manteos, han recebido grados y láureas con general aclamación y aplauso, tropiecen a menudo en estas niñerías, reputación corre aquí; contagio tan común, antes que se extienda más, remedio presentáneo pide. A los impresores, a los maestros de escuela, dirán que toca la noticia de esta arte. Sí, su oficio proprio es. Mas están tan ajenos de saber las reglas de ella, que parece han estudiado en ignorarlas.

Pues para que hablemos con algún acierto, comencemos por su definición. La ortografía es arte que nos enseña con qué letras se escribe cada dicción. Ésta consta de letras y sílabas. Las letras unas son vocales, otras consonantes. Las vocales se pueden pronunciar solas, como ara, era, ira, ola, una. Las consonantes por eso se llaman así, porque no pueden sonar sino acompañadas con las vocales, como ramo, pena. Las vocales en castellano son cinco: a, e, i, o, u.


Sea, pues, la primera regla de ortografía

Cuantas vocales tiene una dicción, tantas sílabas tiene; como romano consta de tres sílabas, porque tiene tres vocales; parra de dos, porque tiene dos vocales; circunvecino de cinco sílabas, porque tiene cinco vocales. De esta regla se sacan los diptongos y contracciones. Diptongos castellanos son au, eu, como cauto, Ceuta; adonde, aunque hay tres vocales, no son más de dos sílabas, porque el diptongo reduce a una las dos vocales. Nuestra lengua vulgar tiene muchas maneras de diptongos: en ai, como baile; ei, como deleite; oi, como Zoilo; ie, como cielo; ue, como sueño, y otros así. Contracciones son donde las dos vocales, ya se vuelven en una, como el diptongo, ya se separan, como glorïoso, süave, que la primera dicción puede ser de cuatro y tres, y la otra de tres y dos. De estas cinco vocales dos hay comunes, que ya hacen oficio de vocales, ya de consonantes; i, u, la i es vocal, como mira, consonante como Troia; si bien en romance se usa la y más ordinario, como Troya, Mayo. La v es vocal, como vno; consonante, como vena. Y adviértase más, que la v suele ser líquida, esto es, que no tiene fuerza entera de letra, ni constituye sílaba. Pero, con todo eso, ha de oírse tanto cuanto, como cuando, cual, cuero. Aquí se engañan muchos, pensando que se pierde; no se pierde. Llegados aquí, digo que nuestra lengua castellana tiene necesidad de reparo en lo que diré. En los ejemplos de arriba, cuando, cual, cuero, la u es líquida, pero se oye. En otras dicciones no se oye de ninguna manera, como que, guitarra, guerra; diferente pronunciación que agüero, güeneja, agua, adonde se oye la u líquida, lo que no hace en guindo y otros. El italiano tiene remediado este inconveniente en su lengua; porque en vez de u pone h, y dice sighe por sigue, vaghea por vaguea. Y a su imitación podríamos nosotros decir ghindo, gherra; y la u que se sigue tras la q quitarla, porque conozcamos la diferencia de que a cual, pues aquí se oye la u líquida, y allí no. Este absurdo lo remedió el Toscano, diciendo en lugar de que, che, lo que nosotros no podemos imitar, por tener ya otro sonido en la lengua castellana, como lo vemos en ocho, broche. A quien le pareciere otra cosa, por no estar esto aún en uso, siga su suerte; pero a lo menos esto es cierto, que queda confusa la pronunciación entre gualda y guerra, escribiéndose ambas de una misma manera.




Segunda regla de ortografía

Cada letra tiene un sonido no más, como se ve en cualquiera de todo el abecedario; sola la c y la g padecen excepción; porque de una manera suenan con las vocales a, o, u que con e, i, como se ve por experiencia; pues decimos ca, co, cu, ga, go, gu; y no suenan así ce, ci, ge, gi. Y según dije antes, los italianos remedían esto diciendo ca, che, chi, co, cu, ga, ghe, ghi, go, gu. Y porque los castellanos usamos diferentemente la c y la z en ciertas dicciones, ponemos cedilla a la c para distinguir lo uno de lo otro, y esta diferencia no se halla en la lengua latina; porque diversa pronunciación es ça, ce, ci, ço, çu, que za, ze, zi, zo, zu, como cabeça, grandeza; en cuyo conocimiento yerran muchos, como si fuera alguna cosa muy difícil.




Tercera regla

Como escribimos, así habemos de pronunciar. Quintiliano: Scribendi ratio coniuncta cum loquendo est. De modo que si en romance digo: yo estoy sujeto, no escribiré: yo estoy subiecto, aunque en latín se diga y escriba de esta suerte. Esta regla no la siguen otras lenguas vulgares, cuales son la francesa, flamenca, alemana, moscovítica, porque el francés escribe dieu, mestre, y pronuncia diu, metre; y el alemán, flamenco y moscovita escriben Witiza, Wamba, y pronuncian Vitiza, Vamba, porque ellos, cuando usan de la v consonante, la duplican, y cuando vocal, la ponen sencilla. Mírese a Sigismundo Líbero, en el proemio de su Historia moscovítica.




Cuarta regla

Las consonantes cargan sobre las vocales, y si en medio hay dos consonantes, la una irá con la primera vocal, la otra con la segunda. Ejemplo de lo primero: para, pa-ra, cosa, co-sa; ejemplo de lo segundo: parra, par-ra, conde, con-de. Mas si una consonante va entre dos vocales, carga la consonante sobre la segunda vocal, como ara, a-ra, uno, u-no.




Quinta regla

Cuando dos consonantes disímiles se hallan en alguna dicción, las mismas han de ir inseparables en medio de cualquiera otra dicción. Y esta regla es de Theodo Gaza, observada de todos los hombres doctos. Hállanse Scipión, Ptolomeo, Psalmo, Gnaton, Stoico, Mnemósine; y por eso decimos discípulo, di-scí-pu-lo; apto, a-pto; Calipso, ca-li-pso; dignus, di-gnus; basta, ba-sta; Polimnia, po-li-mnia. Dos ll juntas solamente se hallan en nuestra lengua, y corren por la misma ley; llanto decimos con dos ll al principio, y así deletrearemos Castilla, Ca-stilla; morillo, mo-ri-llo. Lo que no pasa en latín, que Sylla se divide Syl-la; y es la causa, porque entre los latinos no hay dicción que comience por dos letras símiles.




Sexta regla

Cuando a la vocal antecedente se signen muta y líquida, las dos hieren a la siguiente vocal, como agro, a-gro; Pablo, Pa-blo. Líquidas son en castellano, solas r, l, como milagro, Agramante, Agreda, vocablo, Atlante, pentatlo, Acrocorinto, y otros muchos.

Dichas estas reglas, que me parece que bastan para la inteligencia de la ortografía, se deben advertir algunas notas más menudas sin nombre de regla.

Nota primera: la r y la s en principio de parte suena tanto como dos en medio, como ramo, sabio, parra, massa. Una en medio tiene sonido más tenue, y dos más fuerte, como marquesa, condessa, casa, escassa. Pero si la r o la s en medio de parte se ponen tras de alguna consonante, suena tanto sencilla como si fuera doble; y tras de consonante no se ha de poner doble, como Enrique, inmensa; y no se ha de escribir Enrrique ni inmenssa.

Nota segunda: los superlativos acabados en simo tengan dos ss, como doctíssimo, y los romances acabados en asse o esse, como amasse, leyesse. Otra cosa es cuando se sigue tras el verbo el pronombre se, como dícese, trátase.

Nota tercera: los nombres proprios y principios de versos y de cláusulas se escriben con letra versal, como Pedro, María, España, Toledo, Guadiana. Los nombres de dignidades es cosa indiferente; no es error ponerlos ni dejarlos de poner, como Duque y duque, Rey y rey.

Nota cuarta: los derivativos acabados en ivo se escriben siempre con v, como captivo, motivo, pasivo.

Nota quinta: los pretéritos imperfectos del indicativo, como en latín se pronuncian con b, en romance con v, como amava, quitava.

Nota sexta: ante b, m, p no se pone n, sino m, como campo, ambos, summo; la causa es, que para proferir la b, m, p se cierran los labios, y como todo se dice de un golpe, es fuerza que la que había de ser n se pronuncie como m. Hágase la prueba, y se verá, claro.

Nota séptima: la i latina sirva de vocal, como viviente; la y griega de consonante, como ayo.

Nota octava: la j tiene diferente pronunciación que la x, porque trabajo, Cornejo, hijo, más fuerte y robustamente se pronuncian que baxo, dixo, lexos; porque para aquéllos se juntan y aprietan los dientes, y para éstos no se llegan.

Nota nona: la j y la g tienen una misma pronunciación, pero se escriben distintamente. Todas las dicciones que en el presente del infinitivo se escribieren con j, escribirán en todas las demás veces con j, y las que con g, se escribirán también con g, como trabajar, despojar, ultrajar, en las demás veces diré también trabajo, trabajaba, trabajaren, trabajase, trabajé, etc. Y así mismo, de eligir, escoger, dirigir, etc., diré elige, eligía, eligiese, eligiré. Salvo donde la g carga sobre la a y la o, que entonces habemos de usar de la j, como elijo, elija, porque con g sonará eligo, eliga. En las demás dicciones servirá generalmente la g, como page, linage, hospedage, generación, ginete, Argivo, etc.

Nota décima: la ç y la z son de diferente pronunciación, como cabeça, pieça, calabaça, calaboço; grandeza, pureza, extrañeza. Y la b y la v también, como alcoba, lobo, bota, bestia, etc.; voto, uva, vano, verdad, veraz, etc. De aquí viene que dixo y hijo no son consonantes, ni trabajo y baxo, ni cabeça y grandeza, ni marquesa ni condessa, ni suave y cabe; yerros pueriles, pero dignos de gran pena en poetas célebres y doctos. Hallo en esta parte a los poetas españoles con oído tan boto y obtuso, que apenas sienten las dichas diferencias. Son tan remirados en esto los italianos, que usan los asonantes por consonantes diferentes, como puente y fuerte, condessa y marquesa, etc. Ariosto, canto 15:


   Veggio la santa croce: e veggio i segni
Imperial nel verde lito cretti.
Veggio altri a guardia de i battuti legni,
Altri a l'acquisto del paese eletti.
Veggio da dieci cacciar mille, e i regni
Di la da l'India ad Aragon sugetti:
E veggio i capitan di Carlo Quinto,
Dovunque vanno, haver per lutto vinto.



Y en el canto 17:


E poi, che'l tristo puzzo haver le parve,
Di che il fetido Beceo ogn'hora sape;
Piglia l'hirsuta pelle, e tutto entrarve
Lo fe: ch'ella e si grande che lo cape,
Coperto sotto a cosi strane larve.
Facendol gir carpon seco lo rape.
Là, dove chiuso era d'un sasso grave
De la sua donna il bel viso soave.



Y en el mismo canto:


   Se conosciute il Re quell'arme havesse,
Care havute l'havria sopra ogni arnese:
Ne in premio de la giostra l'havria messe,
Como che liberal fosse e cortese.
Lungo saria chi raccontar volesse

Chi l'havea si sprezzate e vilipese: Che'n mezo de la strada le lasciasse Preda a chiunque, o inanzi, o indietro andasse.


Semejante a esta estancia es esotra del libro 46, que comienza:


   Ruggier acrettò il Regno, e non contese
A i preghi loro: e in Bulgeria promesse
Di ritrovarsi dopo il terzo mese,
Quando fortuna altro di lui non fesse.
Leone Augusto, che la cosa intese,
Disse a Ruggier, ch'a la sua fede stesse,
Che poi, ch'egli de Bulgari ha il domino,
La pace e tra lor fatta, e Costantino.



Éste es mi sentimiento, conformándome con los Toscanos. Tengamos empacho nosotros de tener tan rústico oído, que no hallemos en los ejemplos dichos la diferencia que ellos.

En fin, señor, ¿quién no sabe las puntuaciones de comas, membros y períodos, admiraciones, interrogaciones y parénteses? Ignorar esto sería no saber nada. No digo más, ya porque hablo con quien está en el caso más presto que otro por su felice ingenio, ya por cumplir el precepto de Horacio:

Quidquid praecipies, esto brevis.



Vale.

De Murcia y Enero 4.






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Epístola V

A Don José de Pellicer


Defendiéndose el autor contra él de ciertas faltas que le puso injustamente


Dos sentencias veo encontradas: una del sabio que dijo con humildad, virtud requisita y necesaria en los doctos: Hoc unum scio me nihil scire; y otra de v. m. que piensa que él solo lo sabe todo. Lo primero, aunque considerando lo mucho que hay que saber, porque cada ciencia tiene inmenso fondo, se puede confesar que nadie sabe nada; pero es sin duda que quien estudia, cada día sabe más y halla nuevos provechos y aumentos de sabiduría. Y el primer grado de la sabiduría es procurar salir de la ignorancia. Horacio:


Sapientia prima est stultitia caruisse.


Lo segundo, que es pensar uno que lo sabe todo, es pensamiento tan desvanecido, que llega a ser delirio, porque el que más sabe, ignora infinitas veces más que sabe. Y como la ciencia es de condición esférica, aunque más vueltas le dé el deseoso de saber, no le puede hallar fin.

Sólo v. m. es el único en el mundo que ha tocado la meta de la sabiduría. Así lo entiendo yo y todos los que ven sus libros, en que con tan desordenada licencia derriba a los hombres más doctos de Europa con observaciones, no suyas, sino de otros autores, cuyos nombres calla, atribuyéndose el trabajo ajeno. Y los dueños de aquellas notas las hacen con reverencia, señalando y no ejecutando, como corteses y diestros esgrimidores. A lo menos pórtese v. m., ni tan humilde como el otro, ni tan arrogante como v. m. Siga al doctísimo Horacio:


Est inter Tanaim quiddam socerumque Viseli.


A los veinte y cuatro años de su edad, ¿se persuade v. m. que sabe para enmendar y castigar tan rigurosa y descortésmente a gravísimos varones que han escrito con aprobación y aplauso de todo el orbe? ¡Oh crítico feroz y temerario! Siquiera, temeroso de su daño, debe reportarse. Y si a mí no me cree, crea al gran Periandro Corintio:


Multis terribilis, caveto multos.


¿Qué hace v. m. ofendiendo a muchos? Hace muchos enemigos contra sí. Si esto es discreción o ignorancia, senténcielo un alcalde de Boceguillas. Dirá v. m. que, pues hablo enojado, que en algo me ha ofendido. Es verdad que si no lo estuviera, no hablara palabra; que es en mí de gran precio la Modestia y cortesía.

En su Phénix topó v. m. conmigo en dos cositas, las más triviales del mundo, notadas con tanto imperio como si fuera divum pater atque hominum rex. En el comento de su Phénix, que llama Diatribes, embeleco y tramoya de su vanidad para espantar el pueblo, dice que yo erré en lo que digo en mis Tablas poéticas, fol. 145, que de escribirse la dicción con ph, se conoce traer su origen de la lengua griega. Mis palabras son éstas: «La y sirva solamente a las dicciones griegas, Sátyra, Syrtes; la ph, otro tanto, philósopho, phantasma, aunque modernos alfabetistas han querido quitar la y y la ph de nuestro abecedario, fundándose, a lo que pienso, en que ya aquellas dicciones griegas se han naturalizado y hecho castellanas. No errará quien esto siguiere; pero más me atengo al uso antiguo, como fundado en doctrina; porque de aquella manera no se confunde la etimología del vocablo, pues de verle escrito así, conocemos traer su origen de la lengua griega.» Hasta aquí es texto mío. ¿Quién puede dudar esta doctrina? ¿Quién la puede impugnar, sino un jovenete enamorado de sí mismo que, sin respecto a las venerables canas de autores gravísimos, los huella, atropella, muerde y alancea?

Lo mismo que yo dice el doctísimo Minturno, obispo de Ugento, en su Poética toscana, con estas palabras: «Io ho sempre udito che parlar si deva come comunalmente si parla, ma non che si scrivano lo parole come d'il volgo ignorante si scrivano. E la ragione è, che ben che i dotti scriptori l'uso d'il parlare al popolo concedano, non dimeno la sciencia se ne reservano, de la quale gran parte n'ello escrivere consiste. Concio sia che de le figure d'egli elementi cognoscerci si faccia, quali sieno le parole, e'onde habbiano origine, á la qual noticia mai per verrebbe chi nello serivere l'uso d'il volgo seghitasse. ¿Chi mai saperebbe honore, habito, hora, e simile particelle esser tolte de la lingua latina; e myrto, nympha, philosopho, de la greca, ove scrite le vedesse, come le scriverebbe un sempliceto, et ignorante fanciullo,onore, abito, ora, Mirto, ninfa, filosofía?» ¿Esto lo puede refutar, sino un...? Pero más vale callar. Que bien sintió Mario Corrado, libro primero De lingua latina, contra los demasiadamente atrevidos en esto: Nec audiendi sunt iniquissimi in latinam linguam homines, qui latinitatem esse extinctam cupientes, nunc litterarum sonos, nunc syllabarum tempora, nunc aspirationum voces, nunc verborum accentus, nunc sermonis doctrinam, nunc recte scrivendi scientiam nullam esse hodie cavillantur.

Y el señor don Joseph, si sustenta, como romancista idiota, que se ha de escribir con f, y no con ph, ¿cómo escribe su nombre Joseph no con ph, y no con f?, ¿tan olvidado estaba de sí proprio? Demás de eso, ¿no sabe que la ph no se convierte en f, sino en p, como Josephus, Josepus y Joseph en romance Jusepe? ¿Y Phalanto Palanto? ¿Y phantasma, pantasma? Aprenda más o presuma menos; y su impugnación, como tan leve, yo la disimulara; mas su descortesía no.

¿Qué cosa es decir «un Francisco de Cascales»?

Y si aquí me tiene por tan humilde, ¿cómo allá en la Tabla dice: «Francisco de Cascales, insigne historiador notado»? ¿Es por honrarse y engrandecerse de haber notado y corregido a un hombre insigne? Grande salpullido de vanagloria tiene. ¿Piensa que por ser Pellicer lleva licencia in scriptis de pellizcar a todos con tanta libertad, como si el juicio de las letras humanas y divinas pasara ante su tribunal?

Más abajo dice también: «Cascales, como si fuera cónsul o dictador de la elocuencia española, dice: En la lengua castellana no tenemos más, de los latinos, que dos diptongos, au, eu, como autor, Euterpe. Pues pregunto, jaez, Eolo, Peleo, Eaco, blao, Joan, ¿qué son, si para ser diptongo basta la unión de dos vocales?» ¡Aguda pregunta, por cierto; digna canis pabulo! Respondo que ni Eolo, ni Peleo, ni Eaco son diptongos, ni habrá hombre semidocto que tal ponga en disputa, porque de su naturaleza son trisílabos. Y ahí son versos constantes éstos:


   Eolo dice con aspecto blando.
Tal Eaco se ostenta en la batalla.
De Peleo la furia y arrogancia.


Claro se ve en estos versos que Eolo, Eaco y Peleo son trisílabos, y que no hay en ellos unión de vocales; y blao disílabo es también, como dijo el otro.


Ponte tu sayo de blao.


Joan es diptongo castellano, como lo son suelo, cielo, puente y otros. Y éstos no son semejantes a los diptongos latinos; solamente lo son au, eu, como digo en mis Tablas, y bien. Pues siendo los diptongos que usa la lengua latina ae, oe, yi, au, eu, como AEneas, foemina, harpyia, auctor, Euterpe, de los cinco, los dos últimos sólo usa el castellano, y no de esotros. Luego yo sé lo que digo, y v. m. no lo que reprende. ¡Cuán poco sabe del uso de los diptongos quien ignora la diferencia dél a la sinéresis o contracción! El diptongo es forzoso, y la contracción es común y libre. Entre los latinos consta por los versos siguientes:


Ille cui ternis Capitolia celsa triumphis.


(Albinovano.)                



Cui pendere sua patereris in arbore poma.


(Virgilio.)                


Y v. m., en su Phénix, dijo:


Con ceño invidioso.


Y más abajo:


Pleitear invidioso.


Aquí de cuatro, y allá de cinco sílabas. Y v. m. mismo:


A lo real de los cántabros Haros.


Y después:


En su sepulcro al real cadáver de oro.


Real, en el primer verso, es de dos sílabas, y en el segundo de una. Y v. m. mismo:


El noble timiama, el suave amomo.


Y más abajo:


En esta, pues, süave,


Arriba, suave es disílabo; acá, trisílabo. Luego siguese que no es lo mismo el diptongo que la sinéresis, como v. m. piensa crasamente.

El modito, pues, de hablar es gracioso. «Cascales, como si fuera cónsul o dictador de la elocuencia española, dice: En la lengua castellana no tenemos más, de los latinos diptongos, que au, eu, como autor, Euterpe.» Pues pregunto: ¿cosa tan magistral y majestuosa es decir eso, para notarme de soberbio por ello? ¡Pues la frasis con que me lo dice, es erudita! ¡Cónsul de la elocuencia!Padre de la elocuencia, príncipe, maestro, luz, gloria, se suele decir; pero cónsul de la elocuencia, ni nadie lo ha dicho, ni nadie lo dirá, sino es diciendo un gran disparate.

Ea, señor don Joseph, tenga modestia, y no hable con desprecio de tantos; que, en tan poca edad, es mucha licencia. Parcius ista viris tamen objicienda memento. Y si es tan temerario, no se queje ni se espante que tenga enemigos. Honre su nación, y trate con respecto las ajenas, si quiere obviar enfados y ser honrado de todos. Oiga a Ludovico Carrión, insigne catedrático de Lovaina, en la carta que escribe a Claudio Puteano: Ego me ita in his libris comparavi ut veteres scriptorm defenderim, neque tamen novos prudens, sciens laeserim. Y acuérdese de Horacio, sátira IV, libro 1.


   Absentem qui rodit amicum,
Qui non defendit alio culpante, solutos
Qui captat risus hominum, famamque dicacis,
Fingere qui non visa potest, commissa tacere
Qui nequit, hic niger est, hunc tu, Romane, caveto.


Ya presumo de dónde se ha originado la pasión con que v. m. ha hablado de mí, aunque sin razón. Habiendo alabado yo su Phénix, cuando salió sin ejercitaciones, si bien las prometió, dije que me pesaba se hubiese compuesto en versos líricos, que desdecía de la acción que celebra. Y probó mi intención, diciendo que en el arte poética hay cuatro especies de poesía, entre sí distintas: trágica, cómica, lírica y épica; y que el Phénix ni pertenecía a la comedia ni a la poesía lírica. A la comedia ni a la tragedia no, porque son dramáticas, y el Phénix no lo es; ni a la lírica, porque tiene por fábula un pensamiento solo, como se ve en todos los poetas griegos, Píndaro y Anacreonte y otros; y en todos los latinos, como Horacio y Catulo y otros; y en todos los toscanos, como Petrarca, Ludovico Dolce y otros; luego queda, por lo dicho, que el Phénix toca a la épica. Ello es así, y hase de entender a los poemas menores, reducidos a la épica mayor. Épica mayor es la Eneida, la Ulisea, la Iliada y otras. Los poemas menores de la épica son: égloga, elegía, epístola, sátira y cantos de alguna acción pequeña, como los Triunfos, de Petrarca, los poemas de Dante Alígero, el Amor enamorado, de Minturno, y este Phénix, que tiene la varia descripción de la Arabia Félix; el nacimiento y muerte suya, y el viaje de su entierro, y vuelta a su patria; acción bastante para un poema épico de los menores, que se celebran en un canto. Siendo, pues, esta acción tan propria de la épica, haberla escrito en versos líricos, gran desacuerdo ha sido. Que la canción sea para un concepto solo, fuera de que lo dice Torcuato Tasso en sus Discursos poéticos, ello es tan cierto, que no tiene réplica, sino de quien vive tan a escuras en la poética como muchos gitanos de Apolo que gustan más de andar libres que vivir sujetos a la observancia honrosa de la ley.

Noté también algunas cosas dignas de enmienda, diciendo: que, pues el Phénix había de salir segunda vez, se podían con facilidad expurgar, si le parecía. Y no solamente no lo hizo, pero se indignó contra mí. Las notas eran: Primera:


   Árbol de bronce, el cedro incorruptible,
Yace allí, que porfía, etc.


Y más abajo:


   Yace junto a Pancaya, tan cercana,
La gran ciudad del Sol, etc.


El árbol y la ciudad no se dice que yacen, sino es que están derribados. Stant juniperi, Stat silva, dijo Virgilio. Y:


Trojaque nunc staret49,
Priamique arx alta maneres.


Marcial:


   Aedibus in mediis totos amplexa penates,
Stat platanus densis Caesariana comis.


Con sentido contrario, dijo Ovidio de Troya derribada, no estante:


Troja jacet certe Danais invisa puellis.


Y Cicerón:

Maximas virtutes jacere necesse est, voluptate dominante.


Cuando se habla de valles, y lugares bajos se usa también de este verbo:


Terrasque jacentes.


(Virgilio.)                



Si non50 per plana jacentis AEgypti; etc.


(Lucano.)                


Nota segunda:


   No lascivos de Venus los ardores,
Ni áun del amor la conjugal torpeza.


La cópula conjugal no es torpe, ni se debe decir tal del santo matrimonio. Y si alguna evasión tiene este lugar, que lo dudo, allá lo mire v. m., que yo lo he comunicado con teólogos muy doctos, y no le hallan explicación ni ropa que le venga; antes, con la distinción que v. m. hace de amor lascivo a amor honesto, cual es el del matrimonio, es inexcusable el término conjugal torpeza. Y así, debe v. m. confesar el error, y decir el conjugal deleite, con que queda sana la llaga.

Nota tercera:


Al exprimir estrellas la mañana.


Ésta me parece, no metáfora atrevida, sino catacresis viciosa; porque la catacresis es permitida donde falta palabra para la cosa. Como aquella de Virgilio:


   Instar montis equum divina Palladis arte
Aedificant.


A Ennio no le quisieron disimular los críticos aquella catacresis:


   Juppiter hybernas cana nive conspuit Alpes.51


Pareciéndoles cosa dura decir escupir nieve, ¿cómo pasaran ésta, exprimir estrellas?

Nota cuarta:


   Como amanece, en la natal hoguera,
En genetlíaco grave.


Este verso abunda de una sílaba, porque genetlíaco es de cinco sílabas, y no se puede hacer contracción en él, como tampoco se hace en egipcíaco, ni en armoníaco, ni en moguncíaco, ni en otros semejantes.

Nota quinta:


   La cuarta el cargo tiene
De conducir en brutos la suave
Mies de sabeas gomas,
Camellos agobiados con aroma.


Aquí la figura apposición está al redropelo. Porque dice en brutos camellos agobiados, y ha [de] decir en camellos brutos agobiados, como dijo Virgilio: Scipiones, dos rayos de la guerra; y Plinio dijo: Cicerón, padre de la patria. Donde se ve que sobre lo específico ha de cargar lo general o común. Y v. m. lo erró poniéndolo al contrario, pues dijo brutos camellos agobiados, habiendo de decir; camellos brutos agobiados.

Nota sexta:


   Por ti, devotamente
Teñida en nácar una y otra frente
Del volumen bruñido, etc.


Hasta:


   Y las rubias hebillas
Alcaides fueren de las blancas hojas.


Veo que toca v. m. aquí el uso de un librito que antiguamente llamaron volumen, el cual se hacía una hoja sobre otra siempre hasta el fin; y el fin era un umbilico o ejecillo (digámosle así), atravesado por la última hoja, con dos cuernecillos si era de marfil, de oro o de plata, llamados también frentes, que es lo que v. m. toca:


Teñida en nácar una y otra frente.


Y cuando llegaban al umbílico, acababan de leer el librito. A que aludió Marcial:


Jam pervenimus usque ad umbilicos52.


Esto corre así. Pero decir v. m. que las rubias hebillas eran alcaides de las blancas hojas, es decir que aquel librito se cerraba con manezuelas, como agora pasa. Y en el volumen no había tal cerradura. Esto se ve largamente explicado por Pierio Valeriano, fol. 248 de sus Hieroglyphicos. Demás que falsamente dice v. m. aquí que las rubias hebillas eran alcaides de las blancas hojas, porque este volumen era carta, y carta cerrada en la manera dicha; y así las hojas no eran blancas, pues iban escritas.

No trato de las demás notas que hice. Si esto, nacido de un pecho cándido, movió a v. m. a enojo, mi buen celo queda descubierto, y su pasión condenada. Y si todavía persevera en su humor, totam trado tibi simul vacunam. Vale.

De Murcia, etc.



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