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Biblioteca de autores españoles

Desde la formación del lenguaje hasta nuestros días



Historiadores primitivos de indias

Colección dirigida e ilustrada
por don Enrique de Vedia


Tomo segundo


Madrid. 1853





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ArribaAbajoPedro Sancho de la Hoz

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ArribaAbajoBiografía de Pedro Sancho de la Hoz

Don Joaquín García Icazbalceta en el Apéndice que compuso para su versión de la Conquista del Perú, del insigne historiador norteamericano Guillermo H. Prescott, dijo que habría sido de desear que hombre tan extraordinario como Francisco Pizarro, escribiera una relación de los hechos asombrosos de que fue protagonista principal, para que se conservara así un testimonio comparable al que nos legó Cortés con sus Cartas sobre la conquista de México. A falta de ese relato que hubiera aclarado tantos puntos oscuros de la gesta del Marqués, hemos de acudir forzosamente a lo que consignaron sus Secretarios, Francisco de Jerez, en primer término, y luego Pedro Sancho de la Hoz, que actuó como tal en ausencia del primero y por cierto tiempo.

Si lo que nos ha quedado de Jerez es valioso en alto grado, lo que ha llegado hasta nosotros de Sancho de la Hoz tiene igual mérito, por tratarse de un testigo presencial de los hechos por él narrados y   —128→   porque su Relación de la Conquista del Perú la redactó por orden de Pizarro para enviarla al Emperador. Según asegura al final de la misma, cuando la tuvo concluida la leyó en presencia de Pizarro y de los que estaban a su servicio, los que, por haberla hallado exacta la firmaron. En efecto, al término de la Relación citada constan estas palabras:

«Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho gobernador y los oficiales de S. M. la firmaron de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales, Pero Sancho».


Deberemos el conocimiento de la Relación de Sancho de la Hoz, al polígrafo mexicano don Joaquín García Icazbalceta, pues se había perdido el original español y el texto de Sancho no habría llegado hasta nosotros, si no mediara la feliz circunstancia de haberlo traducido al italiano, antes de que se extraviara, Juan Bautista Ramusio, e incorporado en la Colección de Viajes que él publicó en Venecia a mediados del siglo XVI. Ramusio nació en Venecia en 1485 y falleció en Padua el 10 de julio de 1557, a la edad de setenta y dos años. Fue hombre eminente, como anota Icazbalceta, y su actividad intelectual anda vinculada a las que desarrollaba en Venecia Aldo Manucio, ese impresor egregio cuyos trabajos, como dijo Pedro de Nolhac, la humanidad sabia debería recibirlos de rodillas.

En la Colección de Viajes de Ramusio encontró Icazbalceta el relato de Pedro Sancho de la Hoz en idioma italiano y devolviéndolo al español lo publicó en 1849 como Apéndice al libro de Prescott sobre el Perú, que lo había vertido del inglés. El conocimiento   —129→   de los idiomas extranjeros servía al ilustre mexicano para poner los mejores trabajos históricos al alcance de los estudiosos de su patria.

¿Quién era Pedro Sancho de la Hoz, cuya Relación es uno de los documentos más antiguos de la conquista del Perú?

No conocemos hasta ahora ni el lugar ni la fecha de su nacimiento en España. En su vida hay que distinguir dos partes bien marcadas: la de sus actuaciones en el Perú y la de sus pasos en la conquista de Chile junto a Pedro de Valdivia. El haber intervenido en esta última, nos ha valido el que don José Toribio Medina se preocupara con la figura de este Cronista y le dedicara un artículo en su Diccionario Biográfico Colonial de Chile, publicado en Santiago el año de 1906.

Anota Medina que de un pleito que le siguió a Pedro Sancho en Sevilla el clérigo Juan de Sosa, consta que el primero actuó como Escribano en el reparto de los tesoros entregados a Pizarro en Cajamarca, por el Inca Atahualpa y que habiéndole dado poder el citado clérigo para que recibiera su parte, se quedó con ella. Los jueces absolvieran a Pedro Sancho de esta acusación. Sancho de la Hoz presta confesión en Sevilla el 23 de junio de 1536 y en ella dice que acompañó a Francisco Pizarro desde que pasó a conquistar la Nueva Castilla, y hasta acabarla de conquistar y poblar anduvo de conquistador en ella y sirvió a S. M. en la dicha conquista, hasta ahora que vino.

Hemos visto que la Relación de Sancho está fechada en 1534. Parece que actuó como Secretario de Pizarro en el año de 1533 a 1534, por ausencia de Jerez. En 1535 hallábase todavía en Lima, dice Medina, pero ya no era Secretario de Pizarro. Vuelto a España en aquel mismo año de 1535, con una fortuna de cincuenta mil ducados, se casa con una dama noble llamada doña Guiomar de Aragón y llega a ser Regidor   —130→   de Toledo; en compañía de doña Guiomar gasta en poco tiempo el dinero que llevara. Logra que se le conceda permiso para quedarse en España sin perder los indios y granjerías que tenía encomendados en el Perú, hasta que por fin, el 24 de enero de 1539, celebra con Carlos V una capitulación para efectuar descubrimientos por la Mar del Sur, desde donde acababan los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro hacia adelante. Se le concede el título de Gobernador de las tierras que descubriera hasta el Estrecho. Había de descubrir y explorar a su costa en dos navíos que armaría a su costa, la Mar del Sur y proveería de las gentes, armas y bastimentos necesarios para la empresa.

Dejó Pedro Sancho a su mujer en España y regresó al Perú, en donde se halló con la desagradable sorpresa de que Francisco Pizarro había otorgado ya la gobernación de Chile a Pedro de Valdivia, hombre de extremada valía. No le quedó sino aceptar lo que Pizarro propuso: que se firmara un contrato de compañía en virtud del cual Valdivia y Sancho se asociaban para la conquista de Chile; Valdivia se adelantaría con las tropas y Sancho de la Hoz se juntaría con él a los cuatro meses, llevando provisiones y pertrechos. En 1540 salió Valdivia del Cuzco para el Sur. Sancho de la Hoz no ha llevado ni armas ni provisiones para la empresa. Arrepentido del contrato firmado en el Perú ha seguido secretamente a Valdivia en compañía de cuatro aventureros, con el plan de apresarle a traición, exhibir sus títulos a la conquista de Chile y tomar el mando en el empeño descubridor. Llegó sorpresivamente a Atacama una noche de junio de 1540 y penetró con los conjurados en la toldería que se le señaló como alojamiento de Valdivia para poner en práctica sus planes. Valdivia no estaba allí, se había adelantado para preparar alojamiento para la tropa y a la sazón se encontraba en un pueblo de indios llamado también Atacama. En el toldo se alojaba Inés Suárez, acompañada de Luis Torres y otros oficiales, con los que conversaba tranquilamente.   —131→   Prevenido Valdivia de las intenciones de Sancho de la Hoz, contando con la lealtad de sus compañeros, regresó al día siguiente y redujo a prisión a los conjurados. A los aventureros que acompañaban a Sancho les obligó a regresar al Perú y a éste le mantuvo preso en los dos meses que duró la permanencia en Atacama. Le perdonó la vida por las súplicas de dos de sus mejores capitanes: Juan Bohón y Alonso de Monroy, escribe don Diego Barros Arana, a condición de que renunciaría por escrito y ante escribano del ejército a todos sus derechos a la conquista de Chile. Valdivia le tomaría bajo sus banderas y le daría un repartimiento proporcionado a su calidad. Se firmó el compromiso el 12 de agosto de 1540.

El 10 de diciembre de 1547, se embarcaba Valdivia secretamente en uno de los puertos de la tierra chilena recién descubierta, para pasar al Perú. Iba a ponerse a órdenes de La Gasca sabedor de que había venido al Perú a sofocar la revolución de Gonzalo Pizarro. Encargó el gobierno de la naciente colonia a Francisco de Villagra. A los pocos días de ausencia de Valdivia descubre Villagra un complot movido por Pedro Sancho de la Hoz en el que está complicado también Juan Romero, que ha aconsejado e instigado al acto. A los dos les corta la cabeza: a Sancho de la Hoz el 8 de diciembre, «en honor de María Santísima y para celebrar dignamente su fiesta» y al día siguiente a Romero. Así terminó sus días en Chile, el año de 1547, el Cronista y Secretario de Francisco Pizarro, de cuya obra escrita ha dicho Icazbalceta: «No hay documento que se acerque más a una relación dictada por el mismo Pizarro». Y Raúl Porras Barrenechea ha agregado, en su monografía sobre Los Cronistas de la Conquista, que: «Si ella hubiera desaparecido estaría incompleta la historia de una etapa decisiva de la conquista y de la caída del imperio», agregando que «La Crónica de Sancho es indispensable para reconstruir el proceso y la muerte de Atahualpa y el trayecto de los españoles de Cajamarca   —132→   al Cuzco. Toda dilucidación histórica sobre las costumbres e instituciones del Inkario tendrá que recurrir a sus notas como al más seguro punto de partida, antes de toda adulteración o posible simbiosis con la cultura importada».

El R. P. Rubén Vargas Ugarte, se expresa así en su libro sobre Fuentes históricas del Perú:

«En cuanto al valor de la Crónica de Sancho de la Hoz, ha de decirse que tiene toda la verdad y frescura de lo que se ha visto con los ojos. Le resta méritos el haberla escrito por inspiración de Pizarro, y, más que nada, la dudosa moralidad del autor. Encierra datos de importancia sobre la campaña emprendida contra las tropas de Quizquiz y Chalcuchima y no pocas descripciones de la tierra, desde Jauja hasta el Cuzco, así como de esta ciudad y de algunos de sus monumentos».


(Obra citada, página 150)                




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ArribaAbajoRelación de la conquista del Perú escrita por Pedro Sancho secretario de Pizarro y escribano de su ejército

Publicada en italiano por Juan Bautista Ramusio, y traducida por primera vez al castellano por Joaquín García Icazbalceta


1849


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Relación de lo sucedido en la conquista y pacificación de estas provincias de la Nueva Castilla, y de la calidad de la tierra, después que el capitán Hernando Pizarro se partió y llevó a Su Majestad la relación de la victoria de Caxamalca y de la prisión del cacique Atabalipa2


ArribaAbajoCapítulo I
De la gran cantidad de plata y oro que se trajo del Cuzco, y de la parte que se envió a Su Majestad el Emperador por el quinto real: de cómo fue declarado libre el cacique preso Atabalipa de la promesa que les había hecho de la casa llena de oro por rescate: y de la traición que el dicho Atabalipa meditaba contra los españoles por la cual le hicieron morir


Partido que hubo el capitán Hernando Pizarro con los cien mil pesos de oro y cinco mil marcos de plata que se mandaron a Su Majestad por su real quinto, de allí a diez o doce días llegaron los dos españoles que traían el oro del Cuzco y al punto se fundió una parte de él porque eran piezas pequeñas y muy finas y montó a la   —136→   suma3 de quinientas y tantas planchas de oro arrancadas de unos paneles de la casa del Cuzco, y las planchas más pequeñas pesaban cuatro o cinco libras cada una y otras chapas de diez o doce libras, con las cuales estaban cubiertas todas las paredes de aquel templo; trajeron también un asiento de oro muy fino, labrado en figura de escabel que pesó diez y ocho mil pesos. Trajeron asimismo una fuente toda de oro, muy sutilmente labrada que era muy de ver, así por el artificio de su trabajo como por la figura con que era hecha, y la de muchas otras piezas de vasos, ollas y platos que asimismo trajeron. De todo este oro se juntó una cantidad que subió a dos millones y medio, que reducido a oro fino vino a ser un millón trescientos veinte y tantos mil pesos, de lo que se sacó el quinto para S. M. que fueron doscientos sesenta y tantos mil pesos. De plata se hallaron cincuenta mil marcos, de los cuales tocaron a S. M. diez mil, y se entregaron al Tesorero de S. M. los ciento y sesenta mil pesos y cinco mil marcos de plata, porque, como se ha dicho, los cien mil4 pesos restantes y los cinco mil marcos de plata los llevó Hernando Pizarro para ayuda de los gastos que Su Majestad Cesárea hacía en la guerra contra los turcos enemigos de nuestra santa fe, según se decía. Todo el resto fue dividido entre los soldados y compañeros del Gobernador, el cual dio a cada uno según lo que en su conciencia y en justicia pensaba que merecía considerando los trabajos que había pasado y la calidad de la persona, todo lo cual hizo con suma diligencia y con la mayor presteza posible, para partirse de aquel lugar e irse a la ciudad de Xauxa. Y porque entre aquellos soldados había algunos que eran viejos y ya más propios para el descanso que para la fatiga, y que en aquella guerra habían trabajado y servido mucho, les dio licencia para que se volviesen a España, con cuya humanidad lograba que volviendo éstos diesen mejor   —137→   testimonio de la grandeza y riqueza de la tierra, de manera que acudiese gente bastante para que se poblase y se acreciese; porque en verdad siendo la tierra grande y llena de naturales, los españoles que en ella había entonces eran poquísimos para conquistarla, mantenerla, poblarla; y aunque habían hecho y obrado grandes cosas en la conquista de ella, fue más bien por la ayuda de Dios que en todo lugar y ocasión les dio victoria, que por fuerzas y medios que tuviesen para lograrla; con cuyo auxilio contaban les sostendría en lo de adelante.

Hecha aquella fundición, el Gobernador mandó que el notario extendiera una escritura, en la cual daba por libre al cacique Atabalipa y le absolvía de la promesa y palabra que había dado a los españoles que lo prendieron de la casa de oro que les había otorgado; la cual escritura hizo pregonar públicamente a son de trompetas en la plaza de aquella ciudad de Caxamalca, notificándola también al dicho Atabalipa por medio de una lengua5, y asimismo declaró en el propio pregón, que porque convenía al servicio de S. M. y a la seguridad de la tierra, quería mantenerlo preso con buena guarda, hasta tanto que llegaran más españoles con que se asegurase mejor, pues estando libre y siendo él tan gran señor y teniendo tanta gente de guerra, y que todos le temían y obedecían, preso como se hallaba, aunque estaba a trescientas leguas no podía menos de hacerlo así para quitarse de toda sospecha; tanto más que muchas veces se había tenido por cosa cierta, que había mandado juntar gente de guerra para acometer a los españoles; la cual, como luego se dirá, la había juntado y puesto en orden con sus capitanes, y sólo se dilataba el efecto por la falta de su persona y de su general Chilicuchima, que estaba asimismo preso. Pasados algunos días, ya que los españoles estaban a punto de partirse para embarcarse y volver a España, y el Gobernador alistaba la demás gente para salir de Xauxa, Dios Nuestro Señor que con su infinita bondad guía y encamina las cosas para que todo sea en   —138→   mayor servicio suyo, como será, habiendo en esta tierra españoles que la habiten, y hagan venir en conocimiento del verdadero Dios a los naturales de la dicha tierra, para que Nuestro Señor sea siempre alabado y conocido de estos bárbaros y ensalzada su santa fe, permitió que se descubriese y trastornase el mal propósito que tenía este soberbio tirano en satisfacción de las muchas buenas obras y buen tratamiento que siempre del Gobernador y de cada uno de los españoles de su compañía había recibido; cuya recompensa, según su intento, había de ser de la suerte y manera que solía darla a los caciques y señores de la tierra, mandándolos matar sin culpa ni causa ninguna. Pues sucedió que volviéndose a España nuestros soldados licenciados, viendo él que se llevaban consigo el oro sacándolo de su tierra, considerando que poco ha era tan gran señor que tenía todas aquellas provincias con sus riquezas sin contradicción alguna, y sin considerar las justas causas por las cuales le habían despojado de ellas, había dado orden que cierta gente que por mandato suyo se había juntado en la tierra de Quito, viniera a acometer a los españoles que estaban en Caxamalca una noche a una hora concertada, por cinco partes, asaltándoles en sus cuarteles y prendiendo fuego por todas partes donde pudiesen. Andaban en aquel tiempo fuera de Caxamalca treinta españoles y más que eran idos a la ciudad de San Miguel para embarcar el oro de S. M., y creyendo que por ser éstos asimismo pocos les podría matar con facilidad antes que pudieran juntarse con los de Caxamalca6, de lo cual se hubo larga información de muchos caciques y de sus mismos principales, que todos sin temer tormentos ni amenazas voluntariamente dijeron y confesaron esta conjuración; cómo venían a la tierra cincuenta mil hombres de Quito y muchos Caribes, y que en todos los confines de aquella provincia había gente armada en gran número; que por no hallarse mantenimientos para toda así junta, se había dividido en tres o cuatro partes, y que todavía esparcidos de esta   —139→   manera eran tantos, que no hallando con qué sustentarse cogían su maíz verde y lo secaban para que no les faltasen vituallas. Sabido todo esto, y siendo ya para todos cosa pública y clara que en sus ejércitos decían que venían para matar a todos los cristianos, viendo el Gobernador en cuanto peligro estaba el gobierno y todos los españoles, para poner remedio en ello aunque le dolía mucho venir a tal término, vista sin embargo la información y proceso hecho, habiendo juntado a los oficiales de S. M., y a los capitanes de su compañía, y a un doctor que entonces estaba en este ejército, y al padre fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de Santo Domingo enviado por el Emperador Nuestro Señor para la conversión y doctrina de las gentes de estos reinos; después de haberse disputado y discurrido mucho sobre el daño o provecho que podría seguirse de la vida o muerte de Atabalipa, se resolvió que se hiciese justicia de él, y porque así lo pidieron los oficiales de S. M. y el doctor juzgó ser bastante la información, fue al cabo sacado de la prisión en que estaba y a son de trompeta que publicase su traición y alevosía, fue llevado al medio de la plaza de la ciudad y atado a un palo, mientras el religioso lo iba consolando y enseñándole por medio de una lengua las cosas de nuestra fe cristiana, diciéndole que Dios había querido que fuese muerto por los pecados que había cometido en el mundo, y que debía arrepentirse de ellos, y que Dios le perdonaría si lo hacía así y se bautizaba al punto. Movido él de estas razones pidió el bautismo y se lo dio al instante aquel reverendo padre, que le ayudó mucho con esta exhortación; de tal manera que aunque estaba sentenciado a ser quemado vivo, se le dio una vuelta al cuello con un cordón7 y de este modo fue ahogado; mas cuando vio que se le ponían para matarle, dijo que recomendaba al Gobernador sus hijos pequeños, que los tomase consigo; y con estas postreras palabras y diciendo por su ánima los españoles que le rodeaban el credo, fue de pronto ahogado. Dios lo tenga en su   —140→   santa gloria, pues murió arrepentido de sus culpas y con la verdadera fe de cristiano.

Después de haber sido ahogado de esta manera, en cumplimiento de la sentencia se le arrimó fuego de modo que se le quemara alguna parte de la ropa y de la carne. Aquella noche (porque murió ya tarde) quedó su cuerpo en la plaza para que todos supieran su muerte, y a otro día mandó el Gobernador que todos los españoles asistieran a su entierro, y con la cruz y demás religioso aparato fue llevado a la iglesia y enterrado con tanta solemnidad como si hubiera sido el primer español de nuestro campo. De lo cual todos los principales señores y caciques que lo servían recibieron gran contento considerando la grande honra que se le hacía, y por saber que por haberse hecho cristiano no fue quemado vivo, y que fue enterrado en la iglesia como si fuera español.




ArribaAbajoCapítulo II
Eligen por señor del Estado de Atabalipa a su hermano Atabalipa8, en cuya coronación se guardaron las ceremonias, según la usanza de los caciques de aquellas provincias. Del vasallaje y obediencia que ofrecieron Atabalipa y otros muchos caciques al Emperador


Hecho esto mandó el Gobernador que al punto se juntasen en la plaza mayor de aquella ciudad todos los caciques y señores principales que vivían entonces en ella en compañía del señor muerto, que eran muchos y de   —141→   lejanas tierras, para darles otro señor que los gobernara en nombre de S. M. por estar acostumbrado hacía largo tiempo a dar siempre obediencia y tributo a un sólo señor, que de no ser así resultaría gran confusión, porque cada uno se alzara con su señoría, costara gran trabajo traerlos a la amistad de los españoles y al servicio de S. M.; por esto, y por otras muchas razones los hizo juntar el Gobernador, y hallándose entre ellos un hijo de Gucunacaba9 llamado Atabalipa hermano de Atabalipa, a quien tocaba por derecho el reino, dijo a todos que ya veían cómo Atabalipa había muerto por la traición que había concertado contra él, y puesto que todos habían quedado sin señor que les gobernase y a quien obedecer, él quería darles un señor que les contentara a todos y que éste era Atabalipa que tenían allí presente, al cual pertenecía legítimamente aquel reino, como hijo de aquel Gucunacaba a quien tanto habían amado. Que era persona joven que les trataría con mucho amor, y tenía harta prudencia para gobernar aquella tierra; que sin embargo mirasen si lo querían por señor, que se los daría, y que de no, ellos nombrasen otro, que con tal de que fuese capaz, él se los daría por señor. Ellos respondieron que pues Atabalipa era muerto, obedecerían a Atabalipa o a cualquier otro que les diese, y así se dispuso que a otro día se le prestase obediencia de la manera acostumbrada. Venido el día siguiente se juntaron de nuevo todos delante de la puerta del Gobernador, donde se puso el cacique en su asiento y cerca de él todos los demás señores y principales, cada uno por su orden; y hechas las ceremonias debidas, cada uno vino a ofrecerle un plumaje blanco en señal de vasallaje y de tributo, que ésta es costumbre antigua entre ellos desde que esta tierra fue conquistada por estos Cuzcos10. Hecho esto cantaron y bailaron haciendo una gran fiesta, en la cual el nuevo cacique Rey no se vistió ninguna ropa de precio, ni se puso borla en la frente como solía traerla   —142→   el señor muerto. Y preguntándole el Gobernador por qué hacía esto, dijo que era costumbre de sus antepasados cuando tomaban posesión del señorío, hacer duelo por el cacique muerto y pasaban tres días ayunando encerrados en una casa, y después salían fuera con mucha honra y solemnidad y hacían gran fiesta, por lo cual él quería hacer lo mismo y estar dos días ayunando. El Gobernador le respondió, que pues era costumbre antigua la guardase, y que luego le daría muchas cosas que el Emperador Nuestro Señor le mandaba que le dijera a él y a todos los señores de aquellas provincias; y luego se puso el cacique a su ayuno en un lugar apartado del consorcio de los demás, que era una casa que le habían aparejado para este efecto desde el día que le fue notificado por el Gobernador, la que estaba cerca de su alojamiento, de lo cual quedaron muy maravillados al dicho Gobernador y los demás españoles, viendo cómo en tan breve espacio habían hecho una casa tan grande y buena. En ella se estuvo encerrado y retraído, sin que nadie le viera ni entrara a aquel lugar, salvo los criados que le servían y le llevaban la comida, o el Gobernador cuando le quería mandar alguna cosa. Acabado el ayuno salió fuera ricamente vestido y acompañado de mucha gente; caciques y principales que lo aguardaban, y adornados todos los lugares donde había de asentarse con cojines de gran precio y puestos bajo de los pies paños de corte. Se asentó junto a él Calicuchima, el Gran Capitán de Atabalipa que le conquistó esta tierra, como se cuenta en la relación hecha de las cosas de Caxamalca11 y junto de él el capitán Tice, uno de los principales, y de la otra parte ciertos hermanos del señor, y seguían de uno y otro lado, otros caciques y capitanes y gobernadores de provincias y otros señores de grandes tierras, y finalmente no se asentó aquí ninguna persona que no fuese de calidad; y comieron todos juntos en el suelo, que no usan otra mesa, y después de haber comido, dijo el cacique quería dar la obediencia en nombre de S. M. como la habían dado sus   —143→   principales. El Gobernador le dijo que hiciera como le pareciera y luego le ofreció un plumaje blanco que sus caciques le habían dado, diciéndole que se lo presentaba en muestra de obediencia. El Gobernador lo abrazó con mucho amor y lo recibió, diciéndole que cuando quisiera le diría las cosas que tenía que decirle en nombre del Emperador, y quedó concertado entre los dos que se juntarían otra vez para este efecto el día siguiente. Llegado se presentó en la junta el Gobernador vestido lo mejor que pudo con ropa de seda, acompañado de los oficiales de S. M. y de algunos hidalgos de su compañía, que asistieron bien vestidos para mayor solemnidad de esta ceremonia de amistad y paz, y a su lado hizo poner el Alférez con el estandarte real. Luego el Gobernador fue preguntando a cada uno por su orden cómo se llamaba y de qué tierra era señor, y mandó que lo fuese notando su Secretario y Escribano, y serían hasta cincuenta caciques y señores principales. Encarándose después con todos ellos les dijo que el emperador D. Carlos nuestro señor de quien eran criados y vasallos los españoles que estaban en su compañía, le había enviado a aquella tierra para darles a entender y predicarles cómo un solo Señor Criador del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, los había criado y les daba la vida y el ser, y hacía nacer los frutos de la tierra con que se sustentaban, y a este fin les enseñara lo que habían de hacer y de guardar para salvarse; y cómo por mano de este Nuestro Señor Dios todopoderoso y de sus vicarios que dejó en la tierra, porque él subió al cielo donde ahora habita y será glorificado eternamente, fueron dadas aquellas provincias al Emperador para que se hiciera cargo de ellas, el cual le mandaba para que los doctrinase en la fe cristiana y los pusiera bajo su obediencia; y que todo lo tenía por escrito a fin de que lo escuchasen y cumpliesen, lo cual les hizo leer y declarar palabra por palabra por medio de un intérprete. Luego les preguntó si lo habían entendido bien y respondieron que sí, y que pues les había dado por señor a Atabalipa ellos harían todo lo que les ordenara en nombre de S. M., teniendo por Señor Supremo al Emperador,   —144→   y después al Gobernador y después a Atabalipa, para hacer cuanto les mandara en su nombre. Luego al punto tomó el Gobernador en las manos el estandarte real el cual levantó en alto tres veces, y les dijo que como vasallos de la Majestad Cesárea debían hacer ellos lo mismo, y al punto lo tomó el cacique y después los capitanes y los otros principales y cada uno lo alzó en alto dos veces; luego fueron a abrazar al Gobernador, el cual los recibió con mucha alegría por ver su pronta voluntad y con cuánto contento habían oído las cosas de Dios y de nuestra religión. El Gobernador quiso que de todo esto se pusiese testimonio por escrito, y acabado, el cacique y los principales hicieron grandes fiestas, de manera que todos los días había holgorio y regocijo en juegos y convites que de ordinario se hacían en la casa del Gobernador.




ArribaAbajoCapítulo III
Trayendo una nueva colonia de españoles para poblar en Xauxa tienen nueva de la muerte de Guaritico12 hermano de Atabalipa. Después que pasaron la tierra de Guamachuco, Adalmach13, Guaiglia14, Puerto Nevado y Capo Tambo15, entienden que en Tarma les aguardan para acometerles muchos indios de guerra por lo cual echan prisiones a Calicuchima, y siguiendo intrépidos su viaje van a Cachamarca16 donde hallan mucho oro


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En este tiempo acabó de repartir entre los españoles de su compañía el oro y la plata que se hubo en aquella casa, y Atabalipa dio el oro de los quintos reales al tesoro de S. M. el cual hizo cargar para llevarlo a la ciudad de Xauxa donde pensaba fundar colonia de españoles por las noticias que tenía de las buenas provincias comarcanas y de las muchas ciudades que había todo alrededor de ella. Hizo asimismo poner en orden los españoles y proveerles de armas y otras cosas para la jornada, y venido el tiempo de la partida les dio naturales que les llevasen su oro y sus cargas. Antes de partirse habiendo entendido la poca gente que había en la ciudad de San Miguel para poder mantenerse en ella, sacó de los españoles que había de llevar consigo diez soldados de a caballo con un Capitán, persona de mucho recaudo; al cual mandó que se fuere para aquella ciudad y se mantuviera en ella hasta que llegasen navíos con gente que la pudiera guardar, y que luego se volviese a Xauxa donde él iba a asentar un pueblo de españoles, y fundir el oro que llevaba, prometiendo que les daría todo el oro que entonces les tocara con tanta puntualidad como si se hallaran presentes, porque su vuelta era muy necesaria, siendo aquella la primera ciudad donde se había de poblar y dejar colonia de españoles por la Majestad Cesárea, y la principal porque en ella se habían de recoger y recibir los navíos que viniesen de España para aquella tierra.

De esta manera se partieron con la instrucción que el Gobernador les dio de lo que habían de hacer en la pacificación de la gente de la comarca. El Gobernador se partió asimismo después un lunes por la mañana, y en aquel día caminó tres leguas y fue a dormir a orillas de un río, donde llegó la nueva de que un hermano del cacique Atabalipa llamado Guaritico, y hermano asimismo de Atabalipa, había sido muerto por unos capitanes de Atabalipa por orden suya. Este Guaritico era persona muy principal y amigo de los españoles, el que había sido mandado por el Gobernador desde Caxamalca para aderezar los puentes y malos pasos del camino. El cacique mostró sentir gran pesadumbre por su muerte, y el Gobernador   —146→   lo sintió mucho porque lo quería, por ser muy útil a los cristianos. A otro día se partió el Gobernador de aquel lugar, y por sus jornadas llegó a la tierra de Guamachucho, diez y ocho leguas de Caxamalca, y habiéndose reposado allí dos días se partió para Caxamalca nueve leguas adelante, a donde llegó en tres días y descansó cuatro para que la gente reposara y recogiese bastimento para pasar a Guaiglia, veinte leguas de allí. Partido de este pueblo llegó en tres días al Puerto de Nevado el que pasó y a otro día de mañana llegó a una jornada de Guaiglia, y mandó el Gobernador un Capitán suyo, que fue el mariscal D. Diego de Almagro, con gente de a caballo para que tomase un puente a dos leguas de Guaiglia cuyo puente era fabricado de la manera que luego se dirá. Este Capitán tomó el puente junto con un monte fuerte que dominaba aquella tierra. El Gobernador no tardó en llegar al puente con el resto de los suyos, y habiéndolo pasado partió a otro día de mañana, que fue domingo, para Guaiglia, y llegados, oyeron luego misa y después entró en ciertos aposentos buenos; y reposado allí ocho días se partió con la gente, y a otro día pasó a otra puente de criznejas que estaba sobre el dicho río, el cual pasa por un valle muy deleitable. Caminaron treinta leguas hasta donde el capitán Herrando Pizarro llegó cuando fue a Pachacamac, según se mandó larga relación a S. M. de todo lo que hizo en este viaje hasta Pachacamac y de allí a la ciudad de Xauxa y en la vuelta a Caxamalca cuando trajo consigo al capitán Chilichuchima y de otras cosas que aquí no se relatan. El Gobernador enderezó su camino, y por sus jornadas llegó a la tierra de Caxatambo. De allí se partió sin hacer más que pedir algunos indios para que cargasen el oro de S. M. y de los soldados, y usando siempre de grande vigilancia en saber y tener noticias de las cosas que sucedían en la tierra; y con buen concierto en la gente siempre con vanguardia y retaguardia como hasta allí había hecho, temiendo que el capitán Chillichuchima que traía consigo le tramase alguna traición por la sospecha que había tenido mucho más que en Caxatambo ni en diez leguas adelante había encontrado gente alguna, ni menos se encontró en una parada que se hizo en un pueblo a   —147→   cinco leguas más allá, porque toda se había huido sin que pareciese alma viviente. Llegado allí vino un indio criado de un español, que era de aquella tierra de Pambo, distante de aquí diez leguas y veinte de la ciudad de Xauxa, del cual se entendió que se había juntado mucha gente de guerra en Xauxa para matar a los cristianos que venían, y que traían por capitanes a Incorabaliba, Iguaparro, Mortay y otro capitán, todos cuatro personas principales y que tenían mucha gente consigo, añadiendo además que en un pueblo a cinco leguas de Xauxa llamado Tarma se había puesto una parte de esta gente a guardar un mal paso que había en un monte, para cortarlo y romperlo de manera que los españoles no lo pudiesen pasar. Informado de esto el Gobernador mandó echar prisiones al capitán Chillichuchima, porque se decía por cosa cierta, que por consejo y mandato suyo se había movido aquella gente, pensando él huírseles a los cristianos e ir a juntarse con ella, de cuyos tratos no era sabedor el cacique Atabalipa, y por esto no dejaban estas gentes que ningún indio pasara a la parte del cacique para que le pudiera dar noticia de estos trabajos. La causa porque se habían rebelado y querían guerra con los cristianos, era porque veían la tierra ganada por los españoles y querían gobernarla ellos17.

El Gobernador antes de partirse de aquel lugar envió un Capitán con gente de a caballo para que tomase un puerto nevado que estaba a tres leguas y fuera a pasar   —148→   la noche en unos campos cerca de Pombo y así lo hizo, que pasó el puerto con mucha nieve, pero sin encontrar tropiezo alguno, y asimismo lo pasó el Gobernador sin oposición, salvo la incomodidad de la nieve que les cayó muy impetuosa. Pasaron todos la noche en aquel campo sin toldo ninguno sobre la nieve, sin tener provisión de leña ni de vitualla. Llegados a la tierra de Pombo proveyó y mandó el Gobernador que los soldados se alojasen con el mejor orden y recaudo que se pudiera, porque tenía nueva de que los enemigos se aumentaban a cada momento, y se tenía por cierto que aquí vendría a embestir a los españoles, y por esa hizo aumentar las rondas y centinelas espiando siempre los pasos de los enemigos. Después de haberse reposado allí otro día de ciertos enviados que el cacique Atabalipa había mandado para saber lo que pasaba en Xauxa, vino uno que dijo cómo la gente de guerra estaba cinco leguas de Xauxa camino del Cuzco, y venía a quemar el pueblo y todos los edificios de él, para que los cristianos no hallaran donde hospedarse y que luego querían irse la vuelta del Cuzco a juntarse con un Capitán que se llamaba Quizquiz, que estaba allí con mucha gente de guerra, que había venido de Quito por mandado de Atabalipa para seguridad de la tierra. Sabido esto por el Gobernador hizo aparejar sesenta y cinco caballos ligeros, y con veinte peones que guardaban a Chillichuchima, sin estorbo de bagajes, se partió para Xauxa dejando allí al Tesorero con la otra gente guardando la cola del campo y el oro de S. M. y de la compañía. El día que se partió de Pombo caminó unas siete leguas y se fue a quedar en un pueblo que se dice Cacamarca y aquí se encontraron setenta mil pesos de oro en piezas ricas, para cuya guardia dejó el Gobernador dos cristianos de a caballo, para que cuando la retaguardia llegara lo condujesen bien guardado; luego a la mañana se partió con su gente en buen orden habida nueva de que a tres leguas de allí estaban cuatro mil hombres; y en la marcha iban siempre por delante tres o cuatro caballos ligeros para que encontrándose con algún espía de los enemigos lo tomasen para que no diera aviso de su venida. A hora del medio día llegaron a   —149→   aquel mal paso de Tarma donde decían que había gente guardándolo para defenderlo, el cual mostraba ser tan dificultoso que parecía imposible poder subirlo, porque había un mal paso de piedra para bajar al arroyo donde tenían que apearse todos los que iban a caballo, y después era preciso que subiesen a lo alto por una cuesta, y por la mayor parte «era» monte empinado y difícil que duraba como una legua, la cual se pasó sin que parecieran los indios que se decía estaban armados. Y a la tarde, pasada la hora de vísperas, llegó el Gobernador con su gente a aquel pueblo de Tarma, que por ser en mal sitio y tenerse nueva que habían de venir a ella indios para sorprender a los cristianos, no quiso detenerse más tiempo que el necesario para dar de comer a los caballos y reponerlos de la hambre y fatiga pasada, para salir presto de aquel lugar que no tenía otra parte llana sino la plaza y estaba en una pequeña ladera cercado de montañas todo alrededor por espacio de una legua. Por ser ya noche asentó aquí su campo estando siempre alerta con los caballos ensillados, y la gente sin comer, y finalmente sin refrigerio alguno, porque no tenía ni leña, ni agua, ni traían consigo sus toldos para poder abrigarse, que fue causa de que casi murieran todos de frío porque llovió mucho a prima noche, y después nevó de tal manera que las armas y ropas que traían puestas se mojaron todas. Mas cada uno se remedió lo mejor que pudo, y así se pasó aquella mala y trabajosa noche hasta que amaneció, y entonces mandó que subieran a caballo para llegar temprano a Xauxa que estaba cuatro leguas de allí, y andadas las dos, el Gobernador repartió los sesenta y cinco caballos entre tres capitanes dando quince a cada uno, y tomando consigo los otros veinte con los veinte peones que guardaban a Chillichuchima. En este orden caminaron hasta Porsi, una legua de Xauxa, habiendo ordenado a cada Capitán lo que debía hacer, y todos se detuvieron en un pueblo pequeño que encontraron. Luego marcharon todos con buen concierto y dieron vista a la ciudad, y en una cuesta se pararon todos a un cuarto de legua.



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ArribaAbajoCapítulo IV
Llegan a la ciudad de Xauxa; quedan algunos guardando aquel lugar y otros van contra el ejército de los enemigos, con los cuales pelean. Alcanzan victoria y se vuelven a Xauxa. No se quedan allí mucho tiempo, sino que van algunos la vuelta del Cuzco para pelear con el grueso del ejército enemigo; pero no les sale bien el intento y se vuelven a Xauxa


Los naturales salieron todos fuera al camino para ver a los cristianos, celebrando mucho su venida, porque con ello pensaban que saldrían de la esclavitud en que les tenía aquella gente extranjera. En este sitio quisieron esperar que entrase más el día, pero viendo que no parecía ninguna gente de guerra, comenzaron a caminar para entrar en la ciudad, y al bajar aquella pequeña cuesta, vieron venir corriendo a gran furia un indio con una lanza enhiesta, y llegado a ellos, se halló ser un criado de los cristianos, el que dijo que su amo lo enviaba a que les hiciera saber que debían darse prisa porque los enemigos estaban en la ciudad, y que dos cristianos de a caballo se habían adelantado a los demás, y habían entrado a ver los edificios que había en ella, y yendo registrándola, vieron unos veinte indios que salían de ciertas casas con sus lanzas y otras armas, llamando a los otros para que salieran y vinieran a juntarse con ellos. Los dos cristianos viéndolos juntarse, sin hacer caso de sus gritos ni clamores dieron sobre ellos y mataron algunos, y pusieron en huida a otros, los cuales se fueron luego a juntar con los otros que habían venido a su socorro y formaron un montón como de doscientos, a los que de nuevo acometieron los españoles en una calle angosta y los rompieron, haciéndolos retroceder hasta la orilla de un gran río que pasa por aquella ciudad, y entonces uno de estos españoles había enviado el indio que he dicho con lanza enhiesta en señal de que había en la ciudad enemigos armados. Oído esto arrimaron los españoles   —151→   las espuelas a sus caballos y sin detenerse llegaron a la ciudad y entraron dentro; y encontrados sus compañeros ellos les contaron lo que les había sucedido con aquellos indios, y corriendo los capitanes para aquella parte adonde se habían retraído los enemigos, llegaron a la orilla del río que estaba entonces muy crecido, y desde la orilla vieron de la otra banda a un cuarto de legua los escuadrones de los enemigos. Pues pasado el río con no pequeño trabajo y riesgo, se fueron para ellos. El Gobernador se quedó guardando la ciudad porque asimismo se decía que dentro había enemigos escondidos. Visto por los indios que los cristianos habían pasado el río comenzaron a retirarse, hechos dos escuadrones. Y uno de los capitanes españoles con sus quince caballos ligeros aguijó por una cuesta del collado donde estaban para ganarlo, de modo que no se pudieran retraer y hacerse fuertes allí; y los otros dos capitanes se fueron por derecho la vuelta de ellos, por junto al río y los alcanzaron en una sementera de maíz, donde los rompieron y pusieron en derrota, cogiéndolos a todos, que de seiscientos que eran, no se escaparían arriba de veinte a treinta, que tomaron el monte antes que llegara el Capitán con los otros quince, y así se salvaron. Los más de ellos se recogían hacia el agua pensando salvarse en ella, pero los caballos ligeros pasaban el río casi a nado tras de ellos y no dejaban uno a vida, salvo algunos pocos que se les habían escondido en el alcance después que fueron desbaratados. Corrieron luego la tierra hasta una legua más abajo sin hallar indio ninguno. Pues vueltos se reposaron ellos y sus caballos, que bien lo necesitaban, porque con la larga jornada hecha antes, y con haber corrido aquellas dos leguas estaban harto estropeados. Sabida la verdad de qué gente fuese aquélla, se halló que los cuatro capitanes y la gente estaban asentados a seis leguas de Xauxa, río abajo, y que el propio día habían enviado aquellos seiscientos hombres para acabar de quemar la ciudad de Xauxa, habiendo quemado ya la otra mitad hacía ya siete u ocho días, y entonces quemaron un edificio grande que estaba en la plaza y otras cosas   —152→   (cose) a vista de la gente de la ciudad con muchas ropas y maíz, para que los españoles no lo aprovecharan. Quedaron los vecinos tan enemistados con ellos que si algún indio de éstos se metía adentro y se escondía, lo mostraban a los cristianos para que lo matasen, y ellos propios ayudaban a matarlos, y aun los habrían matado con sus propias manos, si los cristianos se lo permitieran. Informados, pues, los capitanes del lugar donde se hallaban estos enemigos y del camino, del cual habían andado parte, determinaron no encerrarse en Xauxa sino pasar adelante y dar en el grueso de gente que estaba a cuatro leguas, antes que tuviesen nueva de su venida. Con este intento mandaron que pusiesen a punto los soldados; pero no tuvo efecto su propósito porque hallaron los caballos tan cansados que tomaron por mejor partido el volver atrás, como lo hicieron. Llegados a Xauxa refiriendo al Gobernador lo sucedido, de lo que hubo mucho contento, y los recibió con mucha alegría agradeciéndolos a todos el que se hubieran portado tan valerosamente. Y les dijo que de todos modos entendía que se fuese a acometer el campo de los enemigos, porque aunque fuesen avisados de la victoria estaba cierto que los esperarían. Al punto mandó a su Maese de Campo que los aposentase y les dijese que descansaran lo que les quedaba de día, y la noche hasta que saliera la luna, y que entonces se pusiesen a punto para ir a dar sobre los enemigos. Para aquella hora estuvieron en orden cincuenta caballos ligeros, que al toque de la trompeta se presentaron armados con sus caballos en el aposento del Gobernador, el que los despachó muy luego y siguieron su camino. Quedaron en la ciudad con él quince caballos con los veinte peones que hacían la guardia toda la noche con los caballos ensillados, hasta que volvió el Capitán de aquella salida que fue de allí a cinco días. Contó el Gobernador todo lo que había sucedido desde que él se partió, diciendo que la noche que salió de Xauxa caminó unas cuatro leguas antes que amaneciera, con mucha diligencia para dar en el campo de los enemigos antes que fuesen avisados de su venida; y que estando ya cerca vieron al   —153→   amanecer una gran humareda18 en el lugar donde estaban aposentados, que serían dos leguas adelante; y así aguijó con los suyos a gran furia pensando que los enemigos avisados de su venida se le huían, y quemaban los aposentos que había en un pueblo; y así era porque se huían después de prender fuego a aquella mísera población. Llegados los españoles a aquel lugar siguieron la huella de la gente por un valle muy llano, y según que los iban alcanzando topaban, porque venían más espacio con muchas mujeres, y muchachos en la retaguardia, y dejándoselos atrás para alcanzar a los hombres, corrieron más de cuatro leguas, y alcanzaron algunos escuadrones de ellos. Como una parte de ellos vio a los castellanos desde algo lejos, tuvieron tiempo de tomar un monte y se salvaron en él, y otros, que fueron pocos, fueron muertos, quedando en poder de los cristianos (que por tener los caballos cansados no quisieron subir al monte) muchos despojos suyos, y mujeres y muchachos. Y como ya era llegada la noche volvieron a dormir a una aldea que dejaron atrás, y al día siguiente determinaron estos españoles seguir su camino la vuelta de Cuzco tras de los indios para tomarles ciertos puentes de red y no dejarlos pasar; pero por falta de pasturas para sus caballos se vieron obligados a volverse atrás, con gran disgusto del Gobernador, porque a lo menos no habían seguido hasta quitarles aquellos puentes y no dejarlos pasar la vuelta del Cuzco, porque siendo gente forastera se temía que hicieran gran daño en los vecinos de aquellos lugares.



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ArribaAbajoCapítulo V
Nombran nuevos oficiales en la ciudad de Xauxa para fundar población de españoles, y habiendo tenido nueva de la muerte de Atabalipa, con mucha prudencia y arte para mantenerse en gracia de los indios, tratan de nombrar nuevo señor


Y por esta causa, llegadas que fueron las cargas y la retaguardia que había dejado en Pombo, echó bando de que por cuanto tenía determinado fundar en aquella ciudad población de españoles en nombre de S. M., los que quisieran avecindarse allí podían hacerlo; pero no hubo ningún español que quisiera quedarse, diciendo que mientras estuviese fuera la gente de guerra con las armas en la mano por aquella tierra, no estarían los naturales de la provincia al servicio y sujeción de los españoles y obediencia de S. M. Visto esto por el Gobernador determinó no perder por entonces el tiempo en aquel negocio, sino ir contra los enemigos la vuelta del Cuzco, para echarlos de aquella provincia y desbaratarlos del todo. En el intermedio, para poner orden en las cosas de aquella ciudad, fundó el pueblo a nombre de S. M. y creó oficiales para la justicia de él19 que fueron ochenta, y los cuarenta de ellos fueron cuarenta caballos ligeros que dejó allí de guarnición con el Tesorero para que guardase también el oro de S. M., dejándolo por su Lugarteniente, y para que en todo fuese cabeza y tuviera el mando y suma del gobierno. En estas cosas vino a morir el cacique Atabalipa de su enfermedad, de lo que hubo mucho pesar el Gobernador y con él todos los demás españoles, porque cierto era muy prudente y tenía mucho amor a los españoles. Se dijo públicamente que el capitán Calichuchima le dio con que muriera porque deseaba que la tierra quedara por la gente de Quito y no por la natural   —155→   del Cuzco ni por los españoles, y si aquel cacique viviera no hubiera podido lograr lo que deseaba. Al punto hizo llamar el Gobernador al capitán Calichuchima y a Tizas y a un hermano del cacique y a otros capitanes principales y caciques que eran venidos de Caxamalca, a los cuales dijo que debían saber bien que él les había dado por señor a Atabalipa, y que siendo muerto, ellos debían pensar a quién querían por señor, que él se los daría. Hubo entre ellos gran diferencia sobre esto, porque Calichuchima quería que fuese señor el hijo de Atabalipa Aticoc, y hermano del cacique muerto, y otros señores que no eran de la tierra de Quito querían que el señor fuera natural del Cuzco, y proponían un hermano carnal de Atabalipa. El Gobernador dijo a los que querían por señor al hermano de Atabalipa que lo mandaran llamar, y que cuando viniera si hallaba que era sujeto de valer, lo nombraría, y con esta respuesta se acabó aquella junta. Y habiendo llamado de parte del Gobernador al capitán Calichuchima le dijo estas palabras: «Ya tú sabes que amaba yo mucho a tu señor Atabalipa, y hubiera querido que pues murió y dejó hijo, éste fuera señor, y que tú ya que eres hombre prudente hubieras sido su Capitán hasta tanto que estuviera en edad de gobernar sus señoríos, y por esto deseo tanto que se le mande llamar presto, porque por amor de su padre lo amo mucho y a ti asimismo. Pero junto con esto, ya que todos estos caciques que están aquí son tus amigos y tienen mucha influencia en los soldados de su nación, será bien que les mandes mensajeros para que vengan de paz, porque no quisiera encruelecerme contra ellos y matarlos como vez que lo voy haciendo, cuando deseo que las cosas de estas provincias estén quietas y pacíficas». Este Capitán tenía gran deseo, como se ha dicho, que el hijo de Atabalipa fuera señor, y conociéndolo el Gobernador le dijo con arte estas palabras, y le dio esta esperanza; no porque tuviera ánimo de hacerlo20, sino para que entre tanto   —156→   que aquel hijo de Atabalipa venía para este efecto, hiciera que aquellos capitanes de guerra que habían tomado las armas vinieran de paz. Se acordó asimismo que él dijese a Aticoc y a los otros señores de la provincia del Cuzco, que les daría por señor al que ellos quisiesen; porque era menester que así se gobernara en el estado que estaban las cosas para estar bien con todos. A Calichuchima trataba de dar palabras para que hiciera venir las gentes que estaban en el Cuzco con las armas a dejarlas, porque no hiciesen daño en las gentes del país, y a los del Cuzco para que fueran amigos verdaderos de los cristianos y les dieran aviso de lo que trataban los enemigos y de todo lo que se hacía en la tierra, y por esta causa y otras decía esto el Gobernador con mucha prudencia. Chilichuchima, a lo que mostró, recibió tanto contento de estas palabras, como si lo hubieran hecho señor de todo el mundo, y respondió que haría todo lo que mandaba y que holgaría mucho de que los caciques y soldados vinieran de paz21 y que despacharía mensajeros a Quito para que el hijo de Atabalipa viniera; pero que temía que lo estorbaran dos grandes capitanes que estaban con él, que no lo dejarían venir; que no obstante eso mandaría tal persona con la embajada que pensaba que todos se conformarían con su voluntad. Y luego añadió: «Señor, pues quieres que yo haga venir estos caciques, quítame de encima esta cadena, porque viéndome con ella no querrán obedecerme». El Gobernador, para que no sospechara que fuese fingido lo que le había dicho, le dijo que era contento de hacerlo, pero con la condición de que había de ponerle guarda de cristianos hasta que hiciera venir de paz aquellos soldados que estaban de guerra y viniera22 el hijo de Atabalipa. Él quedó satisfecho con esto y así fue suelto, y el Gobernador   —157→   le puso una buena guardia, por ser aquel Capitán la llave para tener la tierra pacífica y sujeta. Tomada esta providencia y ordenada la gente que había de ir con el Gobernador la vuelta del Cuzco, que eran cien caballos y treinta peones, mandó a un Capitán que con sesenta de a caballo y algunos peones fuera por delante para reponer los puentes que estuvieran quemados, y el Gobernador se quedó mientras a dar orden en muchas cosas convenientes a la ciudad y a la República que había de dejar ya como fundada, y para esperar la respuesta de los cristianos que había mandado a la costa para ver los puertos y poner cruces en ellos, por si alguno viniera a reconocer la tierra.




ArribaAbajoCapítulo VI
Descripción de los puentes que los indios acostumbran hacer para pasar los ríos, y de la trabajosa jornada que tuvieron los españoles en la ida al Cuzco, y de la llegada a Panarai y a Tarcos, ciudad de los indios


Se partió este Capitán el jueves con los que habían de seguirle, y el Gobernador con la demás gente, y Chilichuchima y su guardia el lunes siguiente; de mañana estuvieron todos a punto de armas y de todas las cosas necesarias, por ser largo el viaje que habían de hacer y quedarse todas las cargas en Xauxa, por no ser conveniente llevarla consigo en esta jornada. Caminó el Gobernador dos días por un valle abajo, a la orilla del río de Xauxa que era muy deleitable y poblada de muchos lugares, y al tercer día llegó a un puente de redes que   —158→   está sobre el dicho río, el cual habían quemado los soldados indios después que hubieron pasado; pero ya el Capitán que había ido por delante había hecho que los naturales lo repusieran. Y las partes en que hacen estos puentes de redes, donde los ríos son crecidos, por estar poblada la tierra adentro lejos del mar, casi no hay indio alguno que sepa nadar, y por esta causa, aunque los ríos sean pequeños y se puedan vadear, no obstante les echan puentes, de este modo; que si las dos orillas del río son pedregosas levantan en ellas una pared grande de piedra y después ponen cuatro bejucos («stanghe») que atraviesan el río, gruesos de dos palmos o poco menos y en el medio figura a manera de zarzo entretejen mimbres verdes gruesos como dos dedos bien tejidos, de suerte que unos no queden más flojos que otros, atados y en buena forma, y sobre éstos ponen ramas atravesadas de modo que no se ve el agua y de esta manera es el piso del puente. Y de la misma suerte tejen una barandilla en el borde del puente con estos mismos mimbres, para que nadie pueda caer en el agua de lo cual no hay a la verdad ningún peligro bien que al que no es práctico parece cosa peligrosa el haberlo de pasar, porque siendo el trecho grande se dobla el puente cuando pasa uno por él, que siempre va uno bajando hasta el medio, y desde allí subiendo, hasta que acabe de pasar a la otra orilla, y cuando se pasa tiembla muy fuerte, de manera que al que no está a ello acostumbrado se le va la cabeza. Hacen de ordinario dos puentes juntos, porque dicen que por el uno pasan los señores, y por el otro la gente común. Tienen en ellos sus guardas, y el cacique señor de toda la tierra las tiene allí de continuo, para que si alguno le hurtara oro o plata u otra cosa, a él o a otro señor de la tierra no lo pudiera pasar, y los que guardan estos puentes tienen cerca sus casas, y de continuo tienen a mano mimbres y zarzos y cuerdas para componer los puentes cuando se van estropeando y hacerlos de nuevo si menester fuera. Pues las guardas que estaban en este puente cuando pasaron los indios que lo quemaron escondieron los materiales que tenían para reponerlo, porque de otra manera lo hubieran asimismo quemado, y por esta razón   —159→   lo hicieron en tan poco espacio para que pasaran los españoles. Los caballos españoles y el Gobernador pasaron por el uno de estos puentes, aunque por estar fresco y no bien ordenado tuvieron mucho trabajo, porque por haber pasado por allí el Capitán que iba adelante con los sesenta caballos se habían hecho muchos agujeros, y estaba medio desbaratado. Todavía pasaron los caballos sin que peligrase ninguno, aunque casi todos cayeron porque se movía el puente y temblaba todo, pero como se ha dicho estaba el puente hecho de manera que aunque doblasen los cuatro pies no podían caer abajo el agua. Pasados que fueron todos, el Gobernador acampó en unas arboledas que había allí por donde pasaban muchos hermosos arroyos de agua hermosa y limpia. Prosiguieron después su viaje andando dos leguas por la orilla de aquel río por un valle estrecho, que tenía montañas altísimas de uno y otro lado, y en partes tiene este valle por donde pasa el río tan poco espacio, que hay tanto camino entre el pie del monte y el río como un tiro de piedra, y en otros lugares por la cuesta de la montaña poco más. Pasadas dos leguas de este valle se encontró otro puente pequeño sobre otro río por el que pasó toda la gente de a pie, y los caballos lo vadearon, tanto por estar el puente maltratado como por estar el agua baja en aquel tiempo. Pasado el río se comenzó a subir una montaña asperísima y larga, toda hecha de escalones de piedra muy menudos. Aquí trabajaran tanto los caballos que cuando acabaron de subirla se habían desherrado la mayor parte, y tenían gastados los cascos de los cuatro pies. Subida aquella montaña que duraría hasta media legua, andando en la tarde otro pedazo por una cuesta, llegó el Gobernador con esta gente a una aldea, que habían saqueado y quemado los indios enemigos, y por eso no se halló en ella gente ni maíz, ni otro mantenimiento, y el agua estaba muy lejos porque las indias habían roto las cañerías que venían a la ciudad, que fue un gran mal, y de mucha incomodidad para los españoles, porque por haber aquel día hallado el camino áspero, trabajoso y largo, tenían necesidad de buen alojamiento. Se partió de aquí el Gobernador al otro día, y fue a   —160→   dormir a otro pueblo, que aunque era muy grande y bueno, y lleno de muchos aposentos, se halló en él tan poco refrigerio como en el pasado: y este pueblo se llama Panarai. Se maravilló mucho el Gobernador con los españoles de no hallar aquí ni mantenimiento ni cosa alguna, porque siendo este lugar de un señor de los que habían estado con Atabalipa y con el señor muerto en compañía de los cristianos, había venido de continuo en compañía suya hasta Xauxa, y dijo que quería adelantarse para aparejar en esta tierra suya vituallas y otras cosas necesarias para los españoles, y no hallándose aquí ni él ni su gente se tuvo por cierto que la comarca estaba alzada, y no habiéndose tenido carta ninguna del Capitán que iba por delante con los sesenta de a caballo, salvo en una en la que hacía saber que andaba tras de los indios enemigos, se temía que los contrarios le hubiesen tomado algún paso, de manera que no pudiera venir ningún mensajero suyo. Los españoles buscaron tanto que hallaron algún maíz y ovejas, con lo que pasaron aquella noche, y al otro día a buena hora se partieron y llegaron a un pueblo llamado Tarcos, donde se encontró al cacique señor de la tierra con alguna gente, el cual dio aviso del día que habían pasado por allí los cristianos y que caminaban a pelear con los enemigos que tenían asentados sus reales en una población vecina. Recibieron todos grande placer con esta noticia, y con haber hallado buena acogida en aquel lugar, porque el cacique había hecho traer a la plaza una buena cantidad de maíz, leña, ovejas, y otras cosas de que tenían gran necesidad los españoles.



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ArribaAbajoCapítulo VII
Prosiguiendo su viaje tienen aviso enviado por los cuarenta caballeros españoles, del estado del ejército indio, con el cual victoriosamente habían combatido


A otro día que fue sábado día de Todos Santos, el fraile que estaba con esta compañía, dijo misa por la mañana, según es costumbre decirla en semejante día, y después se partieron todos y caminaron hasta llegar a un río caudaloso tres leguas adelante siempre bajando de la montaña con bajada áspera y larga. Este río tenía asimismo un puente de red que por estar roto fue preciso vadear el río, y después se subió otra montaña muy grande, que mirándola de alto a bajo parecía cosa imposible que los pájaros pudieran llegar volando por el aire, cuanto menos subirla por la tierra hombres de a caballo, pero se les hizo menos pesado el camino porque se iba subiendo en caracol y no derecho; bien que la mayor parte eran escalones grandes de piedra que fatigaban mucho a los caballos y se les gastaban y lastimaban los cascos, aunque los llevaban por la brida. De este modo se subió una legua larga, y se anduvo otra por una ladera de camino más fácil, y a la tarde llegó el Gobernador con los españoles a una población corta, de la que estaba quemada una parte, y en la otra parte que había quedado sana, se aposentaron los españoles, y a la tarde llegaron dos correos indios enviados por el Capitán que iba adelante. Los cuales trajeron por cartas noticias al Gobernador, cómo era llegado con gran diligencia a la tierra de Parcos, la que había dejado atrás, porque habiendo tenido aviso que estaban aquí los capitanes con toda la gente enemiga, no los encontró allí, y tuvo nueva cierta de que se habían retirado a Bilcas, y por lo tanto caminó adelante con su gente hasta llegar cinco leguas de Bilcas donde esperó la noche, y marchó en secreto para no ser sentido de ciertas espías que estaban puestas a   —162→   una legua de Bilcas. Y habida nueva que los enemigos estaban dentro de un pueblo sin tener noticia alguna de su venida, se alegró mucho el Capitán, y subida una montaña donde estaba aquel lugar, harto difícil, al amanecer entró dentro y entró (¿encontró?) aposentada alguna gente con poco recaudo. Los caballos españoles comenzaron a dar sobre ella por las plazas hasta tanto que entre muertos y huidos no quedó persona alguna, porque había pocos soldados indios que se habían retirado a una montaña aparte del camino, los cuales luego que aclaró el día y vieron a los españoles, se juntaron en escuadrones viniendo contra ellos diciéndoles, «Ingres», el cual nombre tienen ellos por muy afrentoso, siendo ésta una gente despreciable que vive en las tierras calientes de la costa del mar, y por ser aquella provincia región fría e ir los españoles vestidos y cubiertas sus carnes, les llamaban ellos Ingres, amenazándolos con que los harían sus esclavos por ser pocos, que no llegaban a cuarenta, y desafiándolos les decían que bajaran allá abajo a donde ellos estaban. El Capitán, aunque conocía que estaba en mal lugar para pelear con los caballos, de que poco se podían valer los españoles, no obstante para que los enemigos no pensaran que el no pelear era por falta de ánimo, tomó consigo treinta caballos y dejando los otros en guarda del pueblo bajó abajo contra ellos por una espesura23 del monte y una cuesta muy penosa. Los enemigos lo aguardaron animosamente y en el choque mataron un caballo, hiriendo otros dos, pero al fin siendo todos desbaratados huyeron unos por una parte y otros por otra del monte, camino muy áspero por donde los caballos no pudieron seguirlos ni hacerles daño. En esto se vino a juntar con ellos un Capitán que se había huido del pueblo, que habiendo sabido de ellos que habían muerto un caballo y herido dos, dijo, «volvamos atrás y peleemos con éstos hasta que no quede uno a vida, que son pocos», y al punto se resolvieron todos con más ánimo y mayor ímpetu que antes, y en   —163→   esto se trabó una reñida batalla mayor que la primera. Al cabo huyeron los indios y los caballos los siguieron por todas partes del monte mientras que pudieron. En estos dos encuentros quedaron muertos más de seiscientos hombres y se cree que también murió Maila, el uno de los capitanes, porque todos los indios dijeron, y los de su parte cuando mataron el caballo le cortaron la cola y puesta en una lanza la llevaban por delante a guisa de estandarte. Les hizo asimismo saber que pensaba reposar aquí tres días por consideración a los cristianos y caballos heridos, y después partirían para tomarles antes de todo un puente de redes que había allí cerca, para que los enemigos fugitivos no lo pasaran y fueran a juntarse con Quizquiz en el Cuzco y con la guarnición de gente que tenía, la cual se decía que esperaba a los españoles en un mal paso cerca del Cuzco; pero que aun cuando fuese mucho más malo, esperaban en Dios que según el lugar que habían tenido aquella batalla, tierra tan áspera y pedregosa, no se podrían defender de ellos los indios en ninguna otra parte por difícil y trabajosa que fuese, ni ofender a los españoles en ningún mal paso; y que salido de aquí y pasado el puente que está a tres leguas del Cuzco, allí esperaría al Gobernador como le había informado, y que tuviera entendido que con indios ligeros le daría aviso de cuanto le aconteciera.




ArribaAbajoCapítulo VIII
Después de varias incomodidades sufridas en el viaje, habiendo pasado las ciudades de Bilcas y de Andabailla, antes de llegar a Airamba tienen cartas de los españoles por las cuales le mandan un socorro de treinta caballeros


Habiendo recibido esta carta el Gobernador y todos los españoles que con él estaban, hubieron infinito contento   —164→   de la victoria que había alcanzado el Capitán, y al instante la mandó junta con otra a la ciudad de Xauxa, al Tesorero y a los españoles que se habían quedado allí, para que participaran con ellos del contento por la victoria del Capitán. Y asimismo mandó correos al Capitán y a los españoles que estaban con él agradeciéndoles mucho la victoria que habían alcanzado, rogándoles y aconsejándoles que en estas cosas se gobernasen más bien por la prudencia que por la confianza en su fuerza, y que de todas maneras le esperara pasado el último puente, para que después entrasen todos juntos en la ciudad del Cuzco. Hecho esto partió el Gobernador al día siguiente que fue de camino áspero y fatigoso, de montañas pedregosas y subidas y bajadas, de escalones de piedra, que todos creyeron que con dificultad pondrían sacar de ellas los caballos, considerando el camino andado y por andar. Fueron a dormir aquella noche a un pueblo que estaba de la otra parte del río, el que tenía asimismo un puente de red; los caballos pasaron por el agua y la gente de a pie con los criados de los cristianos por el puente. El día siguiente tuvieron buen camino junto al río donde encontraron muchas salvajinas, ciervos y gamuzas, y aquel día llegaron a hospedarse en ciertos aposentos cercanos a Bilcas, donde el Capitán que iba por delante había hecho alto para caminar por la noche y entrar en Bilcas sin ser sentido como entró, y aquí se recibió otra carta suya, donde decía que había partido de Bilcas hacía dos días y era llegado a un río cuatro leguas adelante, al que había vadeado por estar quemado el puente, y aquí había entendido que el capitán Narabaliba andaba huyendo con unos veinte indios y que se había encontrado con dos mil indios que le había mandado de socorro el Capitán del Cuzco, los cuales como supieron la derrota de Bilcas se volvieron huyendo con él, tratando de ir a juntarse con las reliquias esparcidas de los que huían, esperándolos en una población llamada Andabailla, y que él estaba resuelto a no detenerse hasta encontrarse con ellos. Entendidas estas nuevas por el Gobernador pensó mandarle socorro, pero luego no lo hizo porque consideró que si se había de dar la batalla, ya estaría dada, y no   —165→   llegaría a tiempo, y más bien determinó no detenerse ni un sólo día hasta que lo alcanzara, y de este modo se partió para Bilcas donde entró el día siguiente temprano, y por aquel día no quiso andar más adelante. Está puesta esta ciudad de Bilcas en un monte alto, y es gran pueblo y cabeza de provincia. Tiene una hermosa y gentil fortaleza, hay muchas casas de piedra muy bien labradas y está medio camino de Xauxa al Cuzco. A otro día fue el Gobernador a dormir de la otra parte del río a cuatro leguas de Bilcas, y aunque fue la jornada corta fue no obstante trabajosa, que todo fue bajar por una montaña, casi toda de escalones de piedra, y la gente vadeó el río con mucha fatiga porque iba muy crecido, y asentó su campo de la otra banda en unas arboledas. Apenas era llegado aquí el Gobernador cuando recibió una carta del Capitán que iba a la descubierta, en la que le daba a entender que los enemigos habían pasado cinco leguas adelante y esperaban en la falda de un monte en una tierra llamada Curamba, y que allí había mucha gente junta y habían hecho muchos reparos y puesto gran cantidad de piedras para que los españoles no pudiesen subir. El Gobernador entendido esto, aunque el Capitán no le pedía socorro creyendo que lo necesitaría ahora, hizo al punto que se alistase el mariscal D. Diego de Almagro con treinta caballos ligeros bien en orden de armas y caballos, y no quiso que llevara consigo peón alguno, porque le mandó que no se detuviera para nada hasta que alcanzara al Capitán que iba adelante con los otros, y habiendo partido partió asimismo el Gobernador, al día siguiente con diez de a caballo y los veinte peones que guardaban a Chilichuchima y apretó tanto el paso aquel día que de dos jornadas hizo una. Ya que estaba para llegar al pueblo donde había de dormir llamado Andabailla, vino un indio huyendo a decir que en cierta subida del monte que señaló con el dedo se había descubierto gente de guerra enemiga, por lo que el Gobernador así armado como estaba a caballo con los españoles que tenía consigo, fue a tomar lo alto de aquella cuesta y le registró toda sin hallar la gente que el indio había dicho, porque aquella era gente natural de   —166→   la tierra que venía huyendo de los indios de Quito, porque le hacían grandísimo daño. Llegado el Gobernador y la compañía a aquel pueblo de Andabailla cenaron y reposaron aquella noche; y a otro día llegaron al puebla de Airamba donde había escrito el Capitán que estaba junta la gente armada para esperarlos en el camino.




ArribaAbajoCapítulo IX
Llegados a un pueblo encuentran mucha plata en tablas de veinte pies de largo. Prosiguiendo su viaje tienen cartas de los españoles del reñido y adverso combate que habían sostenido contra el ejercito de los indios


Aquí se hallaron dos caballos muertos de donde se hubo sospechado que al Capitán le hubiese sucedido alguna desgracia; pero entrados en el pueblo, por una carta que llegó antes de que se aposentaran se supo cómo el Capitán había encontrado aquí gente de guerra y que por ganar la montaña había subido una cuesta donde había encontrado gran cantidad de piedra junta, señal de que quisieron aguardar aquí, y que andaban en busca de los indios, porque tenían noticia de que no estaban muy lejos y que los dos caballos eran muertos de tanto calentarse y resfriarse. No escribió cosa alguna del socorro que le había mandado el Gobernador, por lo que se consideró que no le habría llegado todavía. Se partió de aquí a otro día el Gobernador y fue a dormir a un río, cuyo puente habían quemado los enemigos, de manera que fue preciso vadearlo con mucha fatiga, porque la corriente era crecida y el fondo del río muy pedregoso. Otro día fue a dormir a una villa en cuyos aposentos se   —167→   encontró mucha plata en tablones grandes de veinte pies de largo, uno de ancho y de un dedo o dos de grueso; y contaron los indios que aquí estaban, que aquellos tablones fueron de un gran cacique y que uno de los señores del Cuzco los ganó y se los llevó así en tablas, con las que el cacique vencido había hecho una casa. El día siguiente partió el Gobernador para pasar el puente del último río que era casi tres leguas de allí. Antes que llegara a aquel río, vino un mensajero con una carta del Capitán, en la que avisaba cómo era llegado a aquel último río con mucha diligencia para que los enemigos no tuvieran lugar de quemar el puente; pero al tiempo que llegó lo habían acabado de quemar, y por ser ya tarde no quiso pasar el río aquel mismo día, sino que se fue a quedar en una aldea que estaba al par de él. A otro día pasó el agua que daba al pecho de los caballos y siguió su camino derecho al Cuzco que estaba de allí doce leguas; y como en el camino fue informado que en una montaña inmediata se habían hecho fuertes todos los enemigos esperando que al día siguiente viniera Quizquiz en su ayuda con refuerzo de gente que tenía en el Cuzco para juntarse con ellos, por esta causa había aguijado con gran presteza con cincuenta caballos, porque los diez los había dejado guardando las cargas y cierto oro que se halló en la rota de Bilcas; y un sábado a hora de medio día empezaron a subir una montaña a caballo, y siendo larga que duraba bien una legua de camino, fatigados de la subida áspera y del calor del medio día, que era muy grande, se pararon un rato y dieron a los caballos maíz, que tenían por habérselo traído los naturales de un pueblo vecino, y prosiguiendo su camino el Capitán que iba delante de los otros como un tiro de ballesta, vio los enemigos en lo alto de la montaña que la cubrían toda, y que tres o cuatro mil bajaban para abajo para pasar por donde estaban ellos, por lo que habiendo llamado a los españoles para ordenarlos en batalla no pudo esperar a juntarlos, porque los indios ya estaban cerca, y venían contra ellos animosamente; pero con los que halló aparejados se adelantó a darles batalla, y los españoles que iban llegando subían por la cuesta del monte,   —168→   unos por una parte y otros por otra; entraron entre los enemigos que tenían delante sin atender mucho al principio a pelear sino a defenderse de las piedras que les tiraban, hasta que subieron a lo alto del monte en que veían consistir la victoria cierta. Los caballos estaban tan cansados que no podían tomar resuello para poder dar con ímpetu sobre tanta multitud de enemigos, y no cesando éstos de incomodarlos y hostigarlos de continuo con sus lanzas, piedras y flechas que les tiraban los fatigaron a todos de tal manera que apenas podían llevar los caballeros sus caballos al trote y algunos al paso. Percibiendo los indios el cansancio de los caballos, comenzaron a cargar con mayor furia, y a cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto cargó tanto la muchedumbre que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron encima de sus caballos. Los otros pelearon a pie muy valerosamente, pero al cabo no siendo vistos de los compañeros que hubieran podido socorrerles, quedaron prisioneros allí, y sólo uno de ellos fue muerto sin poder echar mano a la espada ni defenderse, antes fue causa de que quedase muerto con él un buen soldado, porque se había agarrado a la cola de su caballo que no lo dejó pasar adelante con los otros. Les abrieron a todos la cabeza por medio con sus hachas y porras; hirieron diez y ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió. Plugo a Dios Nuestro Señor que los españoles ganaron un llano que había en aquel monte y los indios se recogieron a una colina inmediata. El Capitán mandó que la mitad de los suyos quitasen los frenos a los caballos y les dieran de beber en un arroyo que pasaba por allí, y que luego hicieran lo mismo los otros, lo que se hizo sin que lo estorbaran para nada los enemigos. Después dijo a todos el Capitán: «Señores vámonos todos de aquí paso a paso por esta ladera de modo que los enemigos entiendan que huimos de ellos, para que nos vengan a buscar abajo, que si podemos traerlos a este llano daremos todos de golpe sobre ellos de manera que espero que ninguno se ha de escapar de nuestras manos, porque nuestros caballos están ya algo descansados, y si los ponemos   —169→   en fuga acabaremos de ganar lo alto del monte»; y así fue, que pensando los indios que los españoles se retiraban bajaron abajo algunos de ellos tirándoles piedras con sus hondas y flechas. Visto por los cristianos ser ya tiempo volvieron las riendas a sus caballos, y antes que los indios pudieran recogerse al monte, donde antes estaban fueron muertos unos veinte, lo que visto por ellos y como era poco seguro el lugar donde se hallaban, dejaron aquel monte y se fueron retirando a otro más alto. El Capitán con los españoles acabó de subir a lo alto del monte, y aquí por ser ya noche acampó con su gente, y los indios acamparon asimismo a dos tiros de ballesta, de manera que en cada campo se oían las voces del otro. El Capitán hizo curar a los heridos y apostó rondas y centinelas para la noche, y mandó que todos los caballos estuvieran ensillados y con los frenos puestos hasta el día siguiente en que había de pelear con los indios; y trató de animar e infundir valor a los suyos diciéndoles «que de todos modos era menester dar en ellos a la mañana siguiente sin aguardar un instante, porque había tenido nueva de que el capitán Quizquiz venía a los enemigos con un gran refuerzo, y que de ninguna manera convenía esperar a que se juntaran». Mostraron todos tan grande ánimo y esfuerzo como si tuvieran la victoria en la mano, y todavía les confortó el capitán diciéndoles «que tenía por más peligrosa la jornada del día pasado que la que les aguardaba al siguiente y que Dios Nuestro Señor como les había librado del peligro pasado así les daría victoria en lo de adelante, y que mirasen que si el día anterior estando sus caballos tan cansados habían atacado a los enemigos con desventaja, y los habían desbaratado y echado de sus fortalezas, no pasando ellos de cincuenta, y siendo los enemigos más de ocho mil, ¿qué no debían esperar estando frescos y descansados?». Con éstas y otras pláticas animosas se pasó aquella noche, y los indios se estaban en su campo dando grandes voces y diciendo, «esperad, cristianos a que amanezca que todos habéis de morir a nuestras manos y os quitaremos los caballos con cuanto tenéis», añadiendo palabras injuriosas, según suena en aquella lengua, teniendo determinado entrar a combatir   —170→   a los cristianos luego que amaneciera, creyéndolos cansados y a sus caballos por el trabajo del día anterior, y por verlos en tan corto número y saber que muchos de sus caballos estaban heridos. De esta manera, de una y otra parte concurrían en el mismo pensamiento, mas los indios creían firmemente que no se les escaparían los cristianos.




ArribaAbajoCapítulo X
Viene nueva de la victoria alcanzada por los españoles hasta poner en fuga al ejército indio. A Chilichuchima le mandan echar una cadena al cuello teniéndolo por traidor. Pasan por Rímac y allí se reúnen y luego todos juntos van a Sachisagagna24 y queman a Chilichuchima


Estas nuevas alcanzaron al Gobernador cerca del último río, como queda dicho, el cual sin mostrar alteración en el semblante las comunicó a los diez de a caballo y veinte peones que traía consigo, consolándoles a todos con buenas razones que les exponía, aunque ellos se turbaron mucho en su ánimo, pensando que pues una corta cantidad de indios respecto al número ponderado había maltratado de tal modo a los cristianos en la primera acción, mayor guerra les habrían dado al otro día teniendo los caballos heridos y sin haber llegada todavía a los españoles el socorro de los treinta caballos que se les mandó; pero mostrando todos poner la esperanza en Dios llegaron al río, el que pasaron en balsas de la tierra llevando los caballos a nado por estar quemado el puente; y estando entonces el río muy crecido se tardó en pasarlo   —171→   el resto de aquel día y el otro hasta la hora de siesta; y queriendo el Gobernador partir sin aguardar a que pasaran los indios amigos, se vio venir un cristiano que reconocido desde lejos todos juzgaron que el Capitán con los caballos había sido roto y desbaratado, y que éste traía la nueva en fuga. Pero llegado a presencia del Gobernador dio gran consuelo a los ánimos de todos con la nueva que trajo, refiriendo que Dios Nuestro Señor, que nunca abandona a sus siervos fieles en la mayor extremidad, hizo que estando el Capitán con los otros por la noche a buen recaudo esperando el día y animando a los suyos para el combate de la mañana, llegó el Mariscal con el refuerzo mandado de los treinta caballos y con los diez que habían dejado atrás que en todo fueron cuarenta, y cuando se vieron todos juntos sintieron los primeros tanto placer como si hubiesen resucitado aquel día, teniendo por cierta la victoria para el día siguiente. Venido el día, que fue domingo, montaron todos al alba y puestos en ala para hacer mejor rostro, se fueron la vuelta de los indios que en la noche habían determinado acometer a los cristianos, pero viendo a la mañana tanta gente pensaron, como así era, que en la noche les había llegado algún socorro, por lo que no alcanzándoles el ánimo para hacerles frente, y viendo que venían la cuesta arriba en su busca, volvieron las espaldas retirándose de monte en monte. Los españoles no los siguieron por ser la tierra áspera, y además les cogió una neblina tan espesa que no se veían unos a otros, y con todo por la falda de un cerro mataron muchos enemigos. En esto venían mil indios en un escuadrón que mandaba el Quizquiz en socorro de los suyos, los que conforme vieron a los cristianos a caballo y tan a punto de guerra, tuvieron tiempo de retraerse al monte. Al punto se recogieron los cristianos a su fuerte, desde donde había enviado el Capitán este mensajero al Gobernador, avisándole que lo esperaría allí hasta que llegara. Entendida esta nueva por el Gobernador, se alegró mucho de la victoria que Dios Nuestro Señor le había dado cuando menos la esperaba, y sin detenerse en punto, mandó que se pasara adelante con el fardaje y los indios   —172→   que quedaban, porque juntamente con esta noticia había tenido aviso de que en la retirada de esta gente enemiga se habían apartado de los otros cuatro mil hombres, y que por tanto anduviera sobre aviso, y que asimismo, se daba por seguro que Chilichuchima disponía y mandaba todo esto y daba aviso a los enemigos de lo que habían de hacer, y que por eso lo llevara a buen recaudo. Pues el Gobernador vencida su jornada, hizo echar prisiones a Chilichuchima y le dijo: «Bien sabes de qué modo me he portado contigo y cómo te he tratado siempre, haciéndote Capitán que gobernara toda la tierra hasta que el hijo de Atabalipa viniera de Quito para hacerlo Señor, y aunque he tenido muchas causas para hacerte morir no lo he querido hacer, creyendo siempre que te enmendaras. Asimismo te he rogado muchas veces que para bien de todos dieras traza de que estos indios enemigos con los que de tú tienes influjo y amistad, se sosegaran y dejaran las armas, pues aunque habían hecho mucho daño y muerte a Guaritico que venía de Xauxa por mandato mío, los perdonaría yo a todos; pero a pesar de todas estas amonestaciones mías has querido perseverar en tu mal ánimo y propósito, pensando que los avisos que dabas a los capitanes enemigos fueran poderosos a lograr tu dañado designio; mas ya puedes ver cómo con la ayuda de nuestro Dios siempre los hemos desbaratado y lo mismo será en lo de adelante, y ten por cierto que no podrán escaparse ni volver a Quito de donde salieron, ni tú volverás a ver el Cuzco, porque tan luego como haya yo llegado a donde está el Capitán con mis gentes, te haré quemar vivo, porque has sabido guardar tan mal la amistad que a nombre del César mi señor concerté contigo, y de esto no te quepa duda si no das traza de que estos indios amigos tuyos dejen las armas y vengan de paz, como te he dicho otras veces». A todas estas razones estuvo atento Chilichuchima sin responder palabra, pero siempre obstinado en su endurecimiento dijo: «que no se hacía lo que él mandaba a aquellos capitanes porque no querían obedecer; que por él no había quedado de hacerles entender que vinieran de paz», con semejantes palabras se disculpaba de lo que se le atribuía; pero   —173→   el Gobernador, que ya sabía de cierto sus tratos, le dejó en su mal pensamiento sin volverle a hablar acerca de esto. Pues pasado el río ya tarde pasó adelante el Gobernador con esta gente y llegó por la noche a un pueblo llamado Rímac, una legua de aquel río. Y aquí llegó el Mariscal con cuatro caballos a esperarlo y después de hablarse se partieron a otro día para el campo de los caballos españoles, adonde llegó en la tarde, habiendo salido a su encuentro el Capitán y muchos otros, y se holgaron todos mucho de verse juntos. El Gobernador dio a cada uno las gracias, según sus méritos, por el valor que habían mostrado, y todos juntos partieron y en la tarde llegaron dos leguas más adelante a un pueblo llamado Sachisagagna. Los capitanes informaron al Gobernador de todo lo sucedido en la forma que se ha contado. Entrados a aposentarse en este pueblo, el Capitán y el Mariscal pidieron al Gobernador que hiciera justicia de Chilichuchima, porque había de saber que todo lo que hacían los cristianos lo avisaba Chilichuchima a los contrarios, y que él era el que les había hecho salir del monte de Bilcas, exhortándolos a venir a pelear con los cristianos que eran pocos, y que con los caballos no podrían subir aquellas montañas sino paso a paso y a pie, dándoles otros mil avisos de donde los habían de esperar y de lo que habían de hacer como hombre que había visto estos lugares y conocía las mañas de los cristianos, con los que había vivido tanto tiempo. Informado el Gobernador de todas estas cosas mandó que fuese quemado vivo en medio de la plaza, y así se hizo que los principales y más familiares suyos eran los que ponían más diligencia en prender el fuego. El religioso trataba de persuadirlo a que se hiciera cristiano diciéndole que los que se bautizaban y creían con fe verdadera en nuestro redentor Jesucristo, iban a la gloria del paraíso y los que no creían en él iban al infierno y a sus penas, haciéndoselo entender todo por un intérprete. Mas él no quiso ser cristiano diciendo que no sabía qué cosa fuera esa ley, y comenzó a invocar a Paccamaca y al capitán Quizquiz, que vinieran a socorrerlo. Este Paccamaca tienen los indios por su Dios, y le ofrecen mucho oro y plata, y es cosa verificada que el demonio está en ese ídolo y   —174→   habla con los que van a pedirle alguna cosa. Y de esto se habla largamente en la relación que se envió a S. M. desde Caxamalca. De este modo pagó este Capitán las crueldades que hizo en la conquista de Atabalipa, y las maldades y traiciones que fraguó en daño de los españoles y deservicio de S. M. Toda la gente de la tierra se alegró infinito de su muerte, porque era muy aborrecido de todos por conocer lo cruel que era.




ArribaAbajoCapítulo XI
Visítalos un hijo del cacique Guaynacaba con el cual conciertan amistad, y les hace saber los movimientos del ejército de los indios enemigos, con el que tienen algunos encuentros antes de entrar en el Cuzco, donde ponen por señor al hijo de Guainacaba


Aquí reposaron los españoles aquella noche habiendo puesto buenas guardias en el campo por haberse entendido que Quizquiz estaba cerca con toda la gente; y a la mañana siguiente vino a visitar al Gobernador un hijo de Guainacaba hermano del cacique muerto, el mayor y más principal señor que había entonces en aquella tierra, que había andado siempre fugitivo porque no lo mataran los de Quito. Éste dijo al Gobernador que lo ayudaría en todo lo que pudiera para echar fuera de la tierra a todos los de Quito por ser sus enemigos y que lo odiaban y no querían estar sujetos a gente forastera. Éste era al que de derecho venía aquella provincia, y al que todos los caciques de ella querían por señor. Cuando vino a ver al Gobernador vino por los montes extraviando caminos, por temor de los de Quito, y el Gobernador recibió gran contento de su venida y le respondió:   —175→   «mucho me place lo que me dices y hallarte con tan buena disposición para echar fuera esta gente de Quito, y has de saber que yo no he venido de Xauxa para otro efecto sino para impedir que ellos te hicieran daño, y librarte de su esclavitud, y puedes creer que yo no vengo para provecho mío, porque estaba yo en Xauxa seguro de tener guerra con ellos, y era excusado el trabajo de hacer tan larga y difícil jornada; pero sabiendo los agravios que te hacían quise venir a remediarlos y desfacerlos, como me lo mandaba el Emperador mi señor. Y así puedes estar seguro de que haré en favor tuyo todo lo que me parezca conveniente, y también para libertar de esta tiranía a las del Cuzco». Estas grandes promesas le hizo y dijo el Gobernador para tenerlo grato, y para que de continuo le diera noticia de cómo andaban las cosas, y aquel cacique quedó maravillosamente satisfecho y lo mismo todos los que con él habían venido. Y respondiole: «de aquí en adelante te daré cabal noticia de todo lo que hagan los de Quito para que no puedan incomodarte»; y de este modo se partió de él y dijo: «iba yo a pescar porque sé que mañana no comen carne los cristianos, y me encontré con este mensajero que me dice que Quizquiz con su gente de guerra va a quemar el Cuzco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que pongas remedio». El Gobernador hizo luego poner toda la gente a punto, y aunque era ya hora del mediodía, conocida la necesidad no quiso detenerse a comer, sino que caminó con todos los españoles en derechura la vuelta del Cuzco, que estaba a cuatro leguas de aquel lugar, con intención de asentar su campo cerca de la ciudad para entrar en ella a otro día temprano; y andadas dos leguas vio a lo lejos levantarse una grande humareda, y preguntada la causa a unos indios, dijeron que era un escuadrón de los de Quizquiz que había bajado del monte y le habían prendido fuego. Dos capitanes se adelantaron con unos cuarenta caballos para ver de alcanzar este escuadrón, el cual con presteza se juntó con los de Quizquiz y de los otros capitanes que estaban en una cuesta una legua antes de llegar al Cuzco aguardando a los cristianos en un paso en medio del camino. Vistos por los capitanes y   —176→   españoles no pudieron evitar el encuentro con ellos, aunque el Gobernador les había hecho entender que esperaran a los otros para juntarse con ellos, lo que habrían hecho si no fuera porque los indios se movieron con mucho ánimo a encontrarlos. Y antes de ser acometidos les cayeron encima en la falda de un cerro y en breve espacio los rompieron haciéndolos huir al monte y matándoles doscientos. Otra escuadra de gente de a caballo traspuso por otra cuesta del monte en donde estaban de dos a tres mil indios, los que no teniendo ánimo para esperarlos, dejadas las lanzas que llevaban para poder mejor correr, echaron a huir. Y después que los primeros rompieron y desbarataron aquellos dos escuadrones y los hicieron huir a la alto, habiendo dos caballos ligeros españoles visto ciertos indios que de nuevo volvían abajo, se pusieron a escaramuzar con ellos y se vieron en gran peligro, sino que fueron socorridos y a uno le mataron el caballo, de lo que tomaron tanto ánimo los indios, que hirieron cuatro o cinco caballos y un cristiano, y los hicieron retirar hasta el llano. Los indios, como no habían visto hasta entonces huir a los cristianos, pensaron que lo hacían con arte para atraerlos al llano, y después acometerlos como lo hicieron en Bilcas, y entre ellos mismos lo decían, y por esta causa estuvieron sobre sí y no quisieron bajar abajo y seguirlos. En esto había llegado el Gobernador con los españoles, y por ser ya tarde asentaron el campo en un llano, y los indios se mantuvieron sobre el monte hasta la media noche a un tiro de arcabuz, dando gritos, y los españoles estuvieron toda la noche con los caballos ensillados y enfrenados; y a otro día al rayar el alba el Gobernador, ordenada la gente de a pie y de a caballo, tomó su camino para entrar en el Cuzco con buen concierto y sobre aviso creyendo que los enemigos vendrían a acometerle en el camino, pero no compareció ninguno. De este modo entró el Gobernador con su gente en aquella gran ciudad del Cuzco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a hora de misa mayor, a quince días del mes de noviembre del año del nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII. Hizo el Gobernador alojar a todos los cristianos   —177→   en los aposentos que estaban alrededor de la plaza de la ciudad, y mandó que todos salieran a dormir con sus caballos a la plaza en sus toldos, hasta que pudiera verse si venían los enemigos y fue continuado y observado este orden por un mes continuo. El día siguiente el Gobernador hizo señor a aquel hijo de Guaynacaba por ser joven prudente y vivo y el principal de cuantos había allí en aquel tiempo y a quien (como queda dicho) venía de derecho aquella señoría e hízolo tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales no se juntaran con los de Quito, sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer y no se abanderizaran, y así mandó a todos los caciques que lo obedecieran por señor e hicieran todo lo que él les mandara.




ArribaAbajoCapítulo XII
El nuevo cacique va con ejército para echar a Quizquiz del Estado de Quito; tiene algunos encuentros con los indios, y por la aspereza de los caminos se vuelven, y de nuevo van allá con ejército y compañía de españoles, y antes que vayan, el cacique da la obediencia al Emperador


Hecho esto luego dio orden a este cacique nuevo de que se juntara mucha gente para ir a debelar a Quizquiz y echar a los de Quito fuera de la tierra, diciendo que no era cosa regular que siendo él Señor otro permaneciera en la tierra suya contra su voluntad, y otras palabras que sobre esto dijo el Gobernador en presencia de todos, para que vieran el favor que él le daba, y el afecto que le mostraba, y esto no por bien o provecho que pudiera resultar   —178→   a los españoles, sino por el suyo particular. El cacique recibió mucho contento de esta orden y en término de cuatro días juntó cinco mil indios y más, todos bien a punto con sus armas, y el Gobernador mandó con ellos un Capitán suyo con cincuenta de a caballo, y él se quedó guardando la ciudad con el resto de la gente. Pasados diez días volvió el Capitán y contó al Gobernador lo que había sucedido, diciendo que al anochecer había llegado con la gente al real de Quizquiz a cinco leguas de allí, porque había ido rodeando por otro camino, por donde le había guiado el cacique; pero antes que llegara al real enemigo encontró por el camino doscientos indios apostados en una hoya y que por la tierra áspera no pudo quitarles el fuerte y adelantárseles para que no pudieran dar aviso de su ida, como lo dieron. Mas aunque esta compañía estaba en lugar fuerte no se atrevió a esperarlo y se pasó de la otra parte de un puente que era imposible el pasarlo, porque desde un monte que lo dominaba, adonde los indios se habían recogido, tiraban tantas piedras que a ninguno dejaban pasar, y por ser la tierra y el sitio de lo más áspero e inaccesible que se ha visto, se volvieron atrás, y todavía dijo que había muerto doscientos indios, y el cacique se alegró mucho de cuanto se había obrado, y al volver a la ciudad lo llevó por otro camino más corto, en el que halló el Capitán por muchas partes gran cantidad de piedras amontonadas para defenderse de los cristianos, y halló entre otros pasos uno tan malo y difícil, que sufrió grandes trabajos con toda su gente y no se podía seguir adelante, donde bien se conoció que el cacique tenía amistad verdadera y no fingida con el Gobernador y los cristianos, porque los apartó de aquel camino en donde no habría escapado ningún español. Dijo que después que se partió de la ciudad no anduvo un tiro de ballesta por tierra llana; que toda la tierra era montañosa, pedregosa y dificilísima de andar, y que si no hubiera sido porque era la primera vez que iban con el cacique y pudiera achacarlo a miedo, se hubiera vuelto para atrás. El Gobernador hubiera querido que se siguiera a los enemigos hasta echarlos del lugar donde estaban; pero oída la aspereza   —179→   del sitio quedó contento de lo que se había hecho. El cacique dijo que él había mandado su gente al alcance de los enemigos y que pensaba que les harían algún daño, y así dentro de cuatro días vino luego la nueva de que les habían muerto mil indios. El Gobernador encargó otra vez al cacique que hiciera juntar más gente, que él quería mandar con ella caballos suyos para que no parara hasta echar de la tierra a los enemigos. Vuelto el cacique de esta jornada se fue a ayunar a una casa que estaba en un monte, habitación que labró su padre en otro tiempo, donde estuvo tres días, y pasados vino a la plaza donde los hombres de aquella tierra le dieron obediencia según su usanza, reconociéndolo por señor y ofreciéndole el plumaje blanco, según hicieron en Caxamalca al cacique Atabalipa. Hecho esto hizo juntar todos los caciques y señores que había allí y habiéndoles hablado sobre el daño que hacían los de Quito en su tierra, y cuánto bien resultaría a todos de poner remedio, les mandó que llamaran y aparejaran gente para ir contra ellos y echarles del lugar en que se habían puesto, lo que hicieron al punto sus capitanes, y dieron traza de hacer gente en tan breve espacio, que en término de ocho días puso en aquella ciudad más de diez mil hombres de guerra, todos escogidos, y el Gobernador hizo alistar cincuenta caballos ligeros con un Capitán para que salieran el último día de la pascua de Navidad. El Gobernador antes que se hiciera aquella jornada, queriendo asentar paz y amistad con aquel cacique y su gente, dicha la misa por el religioso el día de Navidad, salió a la plaza con mucha gente de su compañía que hizo juntar, y en presencia del cacique y señores de la tierra y gente de guerra que estaba sentada junto con sus españoles, el cacique en un escabel y su gente en el suelo alrededor suyo. El Gobernador les hizo un parlamento como en semejantes casos suele hacerse, y por mí su Secretario y Escribano del ejército les fue leída la demanda y requerimiento que S. M. había mandado se les hiciera, y su contenido les fue declarado por un intérprete, lo entendieron bien y a todo respondieron. Requirióseles que fueran y se llamaran vasallos de S. M. y el Gobernador le recibió en su amistad con la misma solemnidad con que   —180→   se hizo la otra vez de alzar dos veces el estandarte real, y en señal de ello los abrazó el Gobernador con mucha alegría a son de trompetas, haciéndose otras solemnidades que aquí no se escriben por evitar prolijidad. Hecho esto se puso en pie el cacique y en un vaso de oro dio a beber por su mano al Gobernador y a los españoles, y luego se fueron a comer por ser ya tarde.




ArribaAbajoCapítulo XIII
Tienen sospecha de que el cacique quiere revelarse, resulta infundada, van con él muchos españoles con veinte mil indios contra Quizquiz, y de lo que les acontece dan aviso al Gobernador por medio de una carta


Y habiéndose de partir dentro de dos días el Capitán español con los indios y el cacique para ir contra los enemigos, no pudiendo durar siempre las cosas en un mismo ser por estar sujetas a las varias vicisitudes del mundo que cada día acontecen, fue informado el Gobernador por algunos españoles e indios amigos y aliados naturales de la tierra, de que se trataba y platicaba entre los principales del cacique de juntarse con la gente de Quito, y otras cosas de que lo acusaban; de lo que habida alguna sospecha y para tener entera certificación de que era fiel y verdadera la amistad del cacique a los cristianos que lo querían tanto, queriendo saber la verdad del hecho, a otro dio llamada el cacique y otros principales a su aposento les dijo lo que se contaba de ellos, de lo cual hecha averiguación y dado tormento a algunos indios resultaron el cacique y los principales sin culpa ninguna, y se certificó que ni en dicho ni en hecho se había tratado cosa alguna en daño de españoles, pero sí que dos principales   —181→   eran los que habían dicho que puesto que sus antepasados no habían estado nunca sujetos a otro, no debían ellos ni el cacique someterse. Pero no obstante esto, por lo que se pudo comprender entonces y después, se conoció y creyó que siempre amaron a los españoles y no fue fingida su amistad con ellos.

No salió esta gente a su jornada, porque siendo el rigor del invierno y lloviendo todos los días mucho, se determinó dejar pasar la fuerza del agua, principalmente por haber muchos puentes maltratados y rotos que era preciso componer. Venido el tiempo en que cesaron las aguas, el Gobernador hizo poner en orden los cincuenta caballos con el cacique y la gente suya que tenía dispuesta para la jornada, los cuales con el Capitán que él les dio se pusieron en marcha la vuelta de Xauxa para la ciudad de Bilcas, donde se tenía entendido que estaban los enemigos, y por estar los caminos cortados por las muchas lluvias del invierno y los ríos crecidos sin que hubiera puente alguno en muchos de ellos, los españoles pasaron con sus caballos con mucho trabajo, y uno de ellos se ahogó. Llegados por sus jornadas al río que está a cuatro leguas de Bilcas, se entendió que los enemigos se iban la vuelta de Xauxa. Y por estar el río crecido y furioso, y el puente quemado, hubieron de detenerse para hacerlo de nuevo, porque sin él era imposible pasarlo, ni con sus barcos que llaman balsas, ni a nado, ni de otra manera. Veinte días estuvo aquí el campo para reponer el puente, pues los maestros tuvieron mucho que hacer, porque la agua estaba crecida y desbarataba las crisnejas que se ponían; y si el cacique no tuviera aquí tanto número de gente para hacer este puente y para él pasar y tirar de las crisnejas, no se habrían podido hacer, pero habiendo veinticinco mil hombres de guerra, y volviendo a probar una vez y otra, valiéndose de cuerdas y de balsas, al cabo pasaron las crisnejas, y pasadas hicieron luego en breve espacio el puente; tan bueno y tan bien hecho, que otro semejante y tan grande no se halla en aquella tierra, que es de trescientos sesenta y tantos pies de largo, y de ancho podían pasar dos caballos a un tiempo sin riesgo alguno. Pues pasado aquel puente y   —182→   allegados a Bilcas, los españoles se aposentaron en la ciudad, desde donde dieron cuenta al Gobernador de cómo andaban las cosas. Aquí estuvo asentado el campo descansando algunos días para tener noticia del lugar en que estaban los enemigos, que no lo sabían más particularmente sino que iban la vuelta de Xauxa, y que pensaban ir a dar en los españoles que habían quedado allí de guarnición. Pues sabido esto se partió al punto el Capitán con los españoles en auxilio suyo, llevándose consigo a un hermano del cacique con cuatro mil hombres de guerra, y el cacique se volvió a la ciudad del Cuzco, y el Capitán envió al Gobernador la carta que el Lugarteniente escribía de Xauxa a gran prisa y era del tenor siguiente: «Cuando vuestra merced echó del Cuzco a los enemigos se rehicieron y vinieron la vuelta de Xauxa y antes que llegaran se supo por los nuestros cómo venían con gran pujanza porque de todos los lugares de la comarca sacaban la más gente que podían tanto para la guerra como para los mantenimientos y cargas, lo que sabido por el tesorero Alfonso envió cuatro caballos ligeros a un puente que está doce leguas de la ciudad de Xauxa, donde supieron que los enemigos estaban de la otra parte en una provincia principal, de manera que vueltos a Xauxa puso el Tesorero la mayor diligencia que pudo, así en la guarda de la ciudad y en el buen trato de los caciques que estaban dentro de la ciudad con él, como en informarse y entender sotilmente todos los pasos de los enemigos. Y la mayor sospecha que tenían era de los indios que estaban dentro de la población, que eran en gran cantidad, y de los comarcanos, porque casi todos estaban de acuerdo con los enemigos para venir a atacar a los españoles por cuatro partes. Con este acuerdo, los indios de Quito pasaron con intento de que un Capitán con quinientos de ellos viniera de la parte de un monte y pasaran el río que dista un cuarto de legua de la ciudad, y se pusiera en lo más alto del monte para asaltar la ciudad un día concertado entre ellos, y el capitán Quizquiz e Incurabaliba, que eran los principales capitanes, habían de venir por el llano con el mayor golpe de gente, lo que se supo pronto por medio de un indio a quien   —183→   se le dio tormento, de manera que el Capitán que había de pasar el río y embestir la ciudad desde el monte caminó mucho y llegó un día antes que la demás gente; y una mañana al amanecer vino nueva a la ciudad cómo muchos enemigos habían pasado el puente, de que nació grande alteración entre los indios naturales de Xauxa que servían lealmente a los cristianos, de donde se presumió que toda la tierra estaba alzada como se ha dicho. Proveyó principalmente el Tesorero que todo el oro de S. M. y de los compañeros que entonces había en la ciudad se pusiese en una gran casa donde hizo poner guardia de los españoles más flacos y enfermos, ordenando que los demás estuviesen prevenidos para pelear, y mandó que diez caballos ligeros fueran a ver cuanta cantidad de enemigos era la que había pasado el río para tomar el monte, y él se quedó en la plaza con la demás gente esperando por si el mayor número de enemigos viniera por el llano. Los corredores españoles dieron en los indios que habían pasado el puente, los cuales se retiran y las españoles hubieron de pasar el puente tras ellas con algunos peones ballesteros que les había mandado el Tesorero, de manera que los indios se volvieron huyendo con mucho daño. El golpe más grande de los otros que venía por el llano no llegaron al tiempo que habían concertado con los otros para asaltar la ciudad, y por esperarlos andaban entreteniendo el tiempo. Esta noche y el día se estuvo con mucha vigilancia en la ciudad y estuvo siempre la gente armada con los caballos ensillados, todos juntos en la plaza, pensando que la noche siguiente vendrían los indios a embestir la ciudad y a tratar de quemarla, como se decía que tenían intento de hacerlo. Pasados los dos cuartos de la noche viendo que los enemigos no parecían tomó consigo el Tesorero un caballo ligero y fue a ver en qué parte habían asentado el campo los indios enemigos y cuánto se habían acercado a la ciudad (porque los indios que de esto daban aviso no sabían dónde estaban, y asimismo porque los enemigos tomaban los caminos para que nadie diera aviso), de manera que aclarando el día se halló el Tesorero a cuatro leguas de la ciudad, y visto el lugar donde estaban los indios y la calidad   —184→   del sitio, se volvió a la ciudad a la que llegó después de mediodía. Visto por los indios enemigos que los españoles los habían descubierto, y temiendo mucho, se alzaron de aquel sitio y se fueron la vuelta de la ciudad, y en la noche se vinieron a poner un cuarto de legua de ella a la orilla de un río pequeño que entraba en el grande. Sabido esto por los españoles estuvieron aquella noche con mucho recaudo, y al día siguiente por la mañana después de oír misa tomó el tesorero veinte caballos ligeros y veinte peones con dos mil indios amigos, dejando en la ciudad otros tantos españoles de a caballo y otros tantos de a pie, previniéndoles que cuando los enemigos los acometieran por la otra parte hicieran una señal que ellos la pudieran ver para que vinieran a socorrerlos. Salidos de la ciudad los españoles con el Lugarteniente, vieron que los indios de Quito habían cruzado el río pequeño con sus escuadrones, en los que podría haber hasta seis mil de ellos, que viendo a los españoles se retiraron y volvieron a pasar de la otra banda. Pues viendo el Tesorero y los españoles que si ellos no acometían a los enemigos aquel día, la noche siguiente vendrían a saquear y poner fuego a la ciudad, de manera que se tendría mayor trabajo si se aguardara la noche, determinó de pasar el río y pelear con los enemigos, donde se tuvo una brava escaramuza así de tiros de ballestas y arcos como de piedras, y al Tesorero que iba delante de todos por el río abajo, le acertaron una en la coronilla de la cabeza que lo echó del caballo en medio del río, y atarantado se lo llevó el agua un gran tiro de piedra, de suerte que se hubiera ahogado si no lo hubieran socorrido unos ballesteros españoles que allí estaban, que lo sacaron con mucho trabajo. Dieron asimismo a su caballo una pedrada en una pierna que se la rompieron y murió luego. En esto cobraron grande ánimo los españoles y apretaron para pasar el río; y viendo los indios su determinación se retiraron huyendo a un monte agro donde murieron unos ciento. Los caballos los siguieron más de legua y media por el monte; y porque se habían recogido a lo más fuerte del monte a donde los caballos no podían subir, se retiraron a la ciudad. Y visto luego   —185→   que los enemigos no salían de aquella fortaleza del monte, se determinaron a volver de nuevo contra ellos, y salieron la vuelta de ellos veinte españoles con más de tres mil indios amigos, y los acometieron en aquel monte, donde estaban fortalecidos y mataron muchos echándolos más de tres leguas con muerte de muchos caciques comarcanos que estaban a favor suyo; con cuya victoria quedaron tan contentos los indios amigos como si ellos solos la hubieran alcanzado. Los indios de Quito se volvieron a juntar otra vez en un sitio que se llama Tarma distante cinco leguas de Xauxa, de donde asimismo fueron echados, porque hacían mucho daño en las tierras vecinas.




ArribaAbajoCapítulo XIV
De la gran cantidad de oro y plata que hicieron fundir de las figuras de oro que adoraban los indios. De la fundación de la ciudad del Cuzco, donde se hizo población de españoles, y del orden que en ella pusieron


Sabidas estas buenas nuevas por el Gobernador las hizo publicar inmediatamente, de lo que todos los españoles hubieron sumo contento y dieron infinitas gracias a Dios de que se les hubiera mostrado en todo y por todo tan favorable a esta empresa. Luego escribió el Gobernador y envió correos a la ciudad de Xauxa dando a todos la enhorabuena y agradeciéndoles el valor mostrado, y en particular a su Lugarteniente, diciéndole que de todo lo que le sucediera en adelante, le diera asimismo aviso. En el entretanto se dio mucha prisa el Gobernador en partirse de allí, dejando proveídas las cosas en la ciudad, fundando colonia y poblando copiosamente la dicha ciudad.   —186→   Hizo fundir todo el oro que se había recogido, que estaba en pedazos, lo que hicieron en breve los indios prácticos en el oficio. Y se pesó la suma de todos y se hallaron quinientos ochenta mil doscientos y tantos pesos de buen oro. Se sacó el quinto de S. M. que fueron ciento diez y seis mil cuatrocientos sesenta y tantos pesos de buen oro. Y de la plata se hizo la misma fundición, y pesada en junto se hallaron ser doscientos quince mil marcos, poco más o menos, y de ellos ciento setenta mil y tantos eran de plata buena en vajilla y planchas, limpias y buenas y el resto no era así porque estaba en planchas y piezas mezcladas con otros metales conforme se sacaba de la misma. Y de todo esto se sacó asimismo el quinto de S. M. Verdaderamente era cosa digna de verse esta casa donde se fundía llena de tanto oro en planchas de ocho y diez libras cada una, y en vajilla; ollas y piezas de diversas figuras con que se servían aquellos señores, y entre otras cosas singulares eran muy de ver cuatro carneros de oro fino muy grandes, y diez o doce figuras de mujer, del tamaño de las mujeres de aquella tierra, todas de oro fino, tan hermosas y bien hechas como si estuvieran vivas. Éstas las tenían ellos en tanta veneración como si fueran señoras de todo el mundo y vivas, y las vestían de ropas hermosas y finísimas, y las adoraban por Diosas, y les daban de comer y hablaban con ellas como si fueran mujeres de carne. Éstas entraron en el quinto de S. M. Había además otras de plata de la misma hechura; y al ver los grandes vasos y piezas de aquella plata bruñida era cierto cosa de gran contento. Todo este tesoro lo dividió y repartió el Gobernador entre los españoles que fueron al Cuzco y los que se quedaron en la ciudad de Xauxa, dando a cada uno tanto de plata buena y tanto de mala con tantos pesos de oro bueno, y al que tenía caballo la parte conforme a su mérito y al de su caballo, y a las servicios que tenía hechos; y a los peones, lo mismo respectivamente según que se encontraba apuntado por su orden en el libro de las reparticiones que se hizo. Todo esto se acabó de hacer en ocho días y al cabo de otros tantos partió de aquí el Gobernador dejando poblada la ciudad del modo que se ha dicho.   —187→   En el mes de marzo de 1534 ordenó el Gobernador que se reunieran en esta ciudad la mayor parte de los españoles que tenía consigo, e hizo un acta de fundación y formación del pueblo, diciendo que lo asentaba y fundaba en el mismo ser y tomó posesión de él en medio de la plaza y en señal de fundar y comenzar a edificar el pueblo y colonia hizo ciertas ceremonias, según se contiene en la acta que se hizo, la que yo el Escribano leí en voz alta a presencia de todos; y se puso el nombre a la ciudad «la muy noble y gran ciudad del Cuzco», y continuando la población dispuso la casa para la iglesia que había de hacerse en la dicha ciudad sus términos, límites y jurisdicción, y en seguida echó un bando diciendo que podían venir a poblar aquí y serán recibidos por vecinos los que quisieran poblar, y vinieron muchos en tres años. De entre todos se escogieron las personas más hábiles para encargarse del gobierno de las cosas públicas y nombró su lugarteniente, alcaldes y regidores ordinarios, y otros oficiales públicos los cuales eligió y nombró en nombre de Su Majestad, y les dio poder para ejercer sus oficios. Esto hizo el Gobernador con acuerdo y consejo del religioso que traía consigo y del contador de S. M. que estaba entonces con él, con parecer de los cuales, vistas y consideradas las personas de los vecinos, hasta tanto que S. M. dispusiera lo que se había de hacer en el repartimiento de los naturales, en el intermedio fue a todos una cierta parte y cantidad señalada encomendando un número de ellos a los españoles que se quedaran para que los enseñaran y doctrinaran en las cosas de nuestra santa fe católica. Y fueron repartidos y dados en servicio de S. M. doce mil y tantos indios casados en la provincia del Callao, al medio de ella cerca de las minas, para que sacaran oro para S. M. de lo que se entiende le tendrá grandísimo provecho, considerada la riqueza de las minas que en ella hay, de las cuales cosas se hace larga mención en el libro de la fundación de esta colonia y en el registro del depósito que se hizo de los indios comarcanos, dejando a la voluntad de S. M. el aprobar, confirmar o enmendar estas cosas según que le parezca convenir mejor a su real servicio.



  —188→  
ArribaAbajoCapítulo XV
Parte el Gobernador con el cacique para Xauxa, y tiene nueva del ejército de Quito, y de ciertas naves que vieron en aquellas costas unos españoles que fueron a la ciudad de San Miguel


Hechas estas provisiones se partió el Gobernador para Xauxa llevándose consigo al cacique, y los vecinos quedaron guardando la ciudad, con ordenanzas que les dejó el Gobernador para que por ellas se gobernaran hasta tanto que él mandara otra cosa y caminando por sus jornadas el día de pascua vino a hallarse sobre el río de Bilcas, donde supo por cartas y noticias de Xauxa que la gente de guerra de Quito después que fue rota y echada de aquellos lugares últimos por el Capitán del Cuzco, se había retirado y fortificado a cuarenta leguas de Xauxa camino de Caxamalca en un mal paso en medio del camino, y habían hecho sus cercas para estorbar el paso a los caballos con unas puertas en ellas muy angostas y una calle para subir a una piedra alta donde el Capitán habitaba con la gente, que no tenía paso ninguno sino por esta parte donde habían hecho esta fuerza con estas puertas tan angostas, y que se pensaba que aquí esperaran socorro porque se tenía nueva de que el hijo de Atabalipa venía con mucha gente. Este aviso comunicó el Gobernador al cacique el cual despachó al punto correos a la ciudad del Cuzco para hacer venir gente de guerra, que no pasaran de dos mil, pero los mejores de toda la provincia, porque el Gobernador le dijo que era mejor que fueran pocos y buenos, que muchos e inservibles, porque los muchos destruirían las comidas de las tierras por donde pasaran, sin necesidad ni provecho. Escribió asimismo el Gobernador al Lugarteniente y Corregidor del Cuzco que favoreciera a los capitanes del cacique e hiciera diligencia de que la gente viniera pronto. Partió de este lugar el Gobernador el segundo día de pascua y por sus jornadas llegó a Xauxa donde supo por entero lo que allí había pasado en su ausencia, y en especial lo que   —189→   habían hecho los de Quito, y señaladamente le dijeron que después que los enemigos fueron ahuyentados de los alrededores de Xauxa, se habían retirado veinte o treinta leguas de allí en un monte, y que conforme el Capitán salió contra ellos con el hermano del cacique y cuatro mil hombres llegaron a la vista de ellos, después de descansar unos días fueron a acometerlos y los desbarataron y echaron de aquel sitio con mucho trabajo y peligro grande. Vueltos a Xauxa, el mariscal D. Diego de Almagro, que cuando el Capitán y españoles vinieron del Cuzco había venido con ellos por orden del Gobernador a visitar los indios comarcanos para ver y saber el estado en que estaban las cosas en aquella ciudad y de sus vecinos, salió a visitar los caciques y señores de la comarca de Chincha y Pachacama, y los otros que tienen sus tierras y viven en las postas del mar. En tal estado halló las cosas el Gobernador cuando llegó a Xauxa, y descansando del largo viaje sin proveer nada en los primeros días en cosa alguna, esperaba los indios para ir a echar a los enemigos del fuerte que habían tomado y acabar con ellos, cuando le llegó uno de dos mensajeros españoles que habían ido a la ciudad de San Miguel para ver cómo estaban las cosas de ella, el cual le dijo de esta manera:

«Señor, partido que hube de aquí por orden del Mariscal me puse a caminar con gran diligencia por los llanos y la orilla del mar no con poco trabajo, porque muchos caciques de los que hay por el camino estaban alzados; pero algunos que eran amigos nos proveyeron de lo que necesitábamos y ellos nos informaron que por la costa del mar se habían visto cuatro navíos, los que yo vi un día, y considerando que yo era enviado a la ciudad de San Miguel para saber si habían llegado navíos del adelantado Alvarado o de otros, anduve nueve días y nueve noches por la costa, algunas veces a la vista de ellos, creyendo tomarían puerto y entendería así quiénes eran, pero con toda esta diligencia y trabajo no pude conseguir lo que quería, por lo que me puse a seguir mi viaje a la ciudad de San Miguel, y pasando del otro lado del río grande fui informado por los indios de la tierra   —190→   de que venían cristianos por aquel camino, y pensando yo que sin duda sería gente del adelantado Alvarado, anduvimos un compañero y yo sobre aviso para no encontrarnos con ellos de improviso; y llegados cerca de Motupe supe que andaban cerca de aquella tierra y esperé que viniera la noche, y al despuntar el día envié a mi compañero a hablar con ellos y a ver qué gente fuera, y le di ciertas señales para que avisara y finalmente supe ser gente que venía a la conquista de estos reinos, por lo que me fui a ellos y hablé largo diciéndoles la embajada que llevaba y ellos con retorno me informaron diciéndome haber venido a la ciudad de San Miguel en ciertos navíos de Panamá, y eran en número de doscientos cincuenta. Llegados a San Miguel, el Capitán que estaba en aquella ciudad con los doscientos, de ellos setenta de a caballo, se había ido a las provincias de Quito para conquistarlas, y ellos que serían hasta treinta personas con sus caballos sabiendo las conquistas que se hacían en el Cuzco y la falta que había de gente no quisieron ir con el Capitán a aquellas provincias de Quito y así venían para Xauxa, y les dieron noticia de todo lo sucedido aquí, y de la guerra que se había tenido con los indios de Quito, y para traer más presto las nuevas de lo sucedido allá, me volví desde aquel lugar sin ir a la ciudad de San Miguel, sabiendo de cierto ser ya partido el Capitán con su gente y que ya iba cerca de Cossibamba. Volviendo por mi camino la pascua pasada encontré al mariscal D. Diego de Almagro cerca de la tierra de Cena que es donde se aparta el camino de Caxamalca al que conté cómo pasaban las cosas, y cómo el Capitán que iba a Quito sospechaban algunos que no iba con buenas intenciones. El Mariscal, oído esto se partió al punto para alcanzar al Capitán que llevaba esta gente a la jornada de Quito, para detenerlo hasta tanto que proveyeran juntos a las necesidades de esta guerra. Pues esto es, señor, lo que me ha sucedido en este viaje durante el cual procuré de tener noticia de aquellos navíos pero no pude saber de ellos otra cosa. De Alvarado nada se sabe, sino que se piensa que haya desembarcado ya en esta costa del mar o haya pasado más adelante según lo que las cartas me dicen».



  —191→  
ArribaAbajoCapítulo XVI
Labran en la ciudad de Xauxa una iglesia, y mandan tres mil indios con algunos españoles contra los indios enemigos. Tienen nueva de la llegada de muchos españoles y caballos, por lo cual mandan gente a la provincia de Quito. Relación de la calidad y gente de la tierra de Tumbes hasta Chincha y de la provincia Collao y Condisuyo


El Gobernador recibió este mensajero, leyó las cartas que traía y le preguntó otras muchas cosas, y para proveer lo que le parecía conveniente en este negocio llamó a todos los oficiales de S. M. y habiéndose tratado de la ida de aquel Capitán a Quito, y como el Mariscal ya se habría avocado con él según la nueva traída por aquel mensajero, se acordó que él mandara un Lugarteniente suyo con poder bastante para aquella jornada, y escritas sus cartas a la ciudad de San Miguel y al Mariscal diciéndoles lo que se había de hacer, despachó con ellas tres cristianos para que fueran con más presteza y más seguras, mandándoles que se dieran prisa en el camino y de continuo fueran avisando lo que supieran. Proveído esto ordenó el lugar y sitio donde se había de levantar la iglesia en aquella ciudad de Xauxa, la cual mandó que hicieran los caciques de la comarca, y fue edificada con sus grandes puertas de piedra. En este intermedio llegaron como cuatro mil indios de guerra de la ciudad del Cuzco de los que el cacique había mandado llamar, y el Gobernador hizo alistar cincuenta españoles de a caballo y treinta peones para ir a echar a los enemigos del paso donde estaban, y se partieron con el cacique y su gente, el cual cada vez quería más a los españoles. Mandó el Gobernador al Capitán de estos españoles que persiguieran a los enemigos hasta Guanuco o más allá conforme lo creyera necesario, y que de todo le avisaran de continuo por cartas y mensajeros. Después de esto vinieron al Gobernador nuevas de los navíos, la vigilia de pascua del Espíritu Santo, y asimismo recibió carta de San Miguel   —192→   que le trajeron dos españoles y supo cómo los navíos por el mal tiempo se habían quedado a sesenta leguas de Paccacama sin poder pasar adelante, y que el Adelantado de Alvarado había arribado a Puerto Viejo hacía ya tres meses con cuatrocientos hombres y ciento cincuenta de a caballo, y que con ellos se entraba la tierra dentro la vuelta de Quito, creyéndose que llegaría allá al tiempo que el mariscal don Diego entrara en aquellas provincias por otro lado. Por todos estos avisos de la justicia y regimiento de la ciudad de S. Miguel, y de otras partes entró en cuidado el Gobernador, y para poner remedio con acuerdo de los oficiales envió a sus mensajeros por mar en un bergantín, con los cuales mandó poderes al Mariscal para que en nombre de S. M. con la gente que llevaba y con la demás que ya estaría a punto en la ciudad de San Miguel, a la cual mandaba que le dieran ayuda, conquistara, pacificara y poblara aquellas provincias de Quito. Proveyó así mismo otras cosas sobre esto, para que el Alvarado no hiciera daño en la tierra, porque así lo deseaba S. M., y asimismo determinó que a la venida de los navíos se mandara a S. M. razón de todo lo sucedido hasta aquella hora en esta empresa para que sea de todo informado, y pueda proveer en todo lo que tenga por más cumplidero a su real servicio. En este estado están las cosas de la guerra y lo demás obrado en esta tierra; y de la calidad de ella se dirá brevemente porque de Caxamalca se mandó relación de ello. Esta tierra desde la ciudad de Túmbez hasta Chincha tendrá diez leguas en la costa del mar, en partes más y en partes menos; es tierra llana y arenosa, no nace en ella yerba, ni llueve sino poco; es tierra fértil del maíz y frutas porque siembran y riegan las heredades con agua de los ríos que bajan de los montes. Las casas que habitan los labradores son de juncos y ramas, porque cuando no llueve hace gran calor, y pocas casas tienen techos. Es gente ruin, y muchos son ciegos por la mucha arena que hay. Son pobres de oro y de plata, que lo que tienen es porque lo cambian por mercadurías los que viven las sierras. Toda la tierra cercana al mar es de esta manera hasta Chincha y también cincuenta leguas más adelante. Se   —193→   visten de algodón y comen maíz cocido y crudo y la carne media cruda. Al fin de los llanos que se llaman Ingres hay unas sierras altísimas que duran desde la ciudad de San Miguel hasta Xauxa, que bien podrán ser ciento cincuenta leguas de largo, pero tienen poca anchura. Es tierra muy alta y fuerte de montes y de muchos ríos; no hay selvas sino algunos árboles donde siempre hay muy gran niebla. Es muy fría porque hay una sierra nevada que dura casi desde Caxamalca a Xauxa, donde hay nieve todo el año. La gente que allí vive es más racional que la otra, porque es muy pulida y guerrera y de buena disposición. Éstos son muy ricos de oro y de plata porque lo sacan de muchas partes de la sierra. Ningún señor de los que han gobernado estas provincias ha hecho nunca caso de la gente de la costa, por ser ruin y pobre como se ha dicho, que no se servían de ella sino para traer pescado y frutas, pues por ser de tierra caliente luego que van a aquellos lugares de sierras se enferman por la mayor parte, y lo mismo sucede a los que habitan las montañas, si bajan a la tierra caliente. Los que habitan de la otra parte de la tierra adentro tras de las cumbres, son como salvajes que no tienen casas, ni maíz sino poco; tienen grandísimas montañas y casi se mantienen de la fruta de las árboles; no tienen domicilio ni asiento conocido; hay grandísimos ríos, y es tierra tan inútil, que pagaba todo el tributo a los señores en plumas de papagayo. Por ser esta sierra la mayor de toda la tierra tan estrecha y angosta y por estar destruida con las guerras que ha habido, no se pueden fundar poblaciones de cristianos, si no es un pueblo muy apartado de otro. Desde la ciudad de Xauxa camino del Cuzco se va anchando la tierra apartándose del mar; y los señares que han sido del Cuzco teniendo su estancia y residencia en el Cuzco, a la tierra que quedaba hacia Quito llamaban Cancasuelo, y a la tierra adelante que se llama Callao, Collasuyo; y a la parte del mar, Condisuyo; y a la tierra dentro Candasuyo; y de este modo ponían nombres a estas cuatro provincias hechas a guisa de cruz donde se encerraba su señorío. En el Colao no se tiene noticia de mar y es tierra llana a la que se ha visto, y grande y muy fría, y hay en ella muchos   —194→   ríos de que se saca oro. Dicen los indios que hay en ella una laguna grande de agua dulce, y en medio tiene dos islas. Para saber el estado de esta tierra y su gobierno, mandó el Gobernador dos cristianos que le trajesen de ello larga información, los que partieron a principios de diciembre. La parte de Condisuyo hacia el mar en derecho del Cuzco, es tierra pequeña y muy deleitable, aunque es toda de montañas y piedras y la parte de la tierra dentro es lo mismo; corren por ella todos los ríos que no van a dar al mar de poniente; es tierra de muchos árboles y montes y está muy poco poblada. Esta sierra corre desde Tumbes hasta Xauxa, y desde Xauxa hasta la ciudad del Cuzco; es pedregosa y áspera, que si no hubiera caminos hechos a mano no se podría andar a pie cuanto menos a caballo por lo que había muchas casas llenas de materiales para hacer el piso, y en esto tenían tanto empeño los señores que no faltaba sino hacerlo. Todas las montañas agras están hechas a guisa de escalones de piedra, y de la otra parte del camino no tenía anchura por causa de unos montes que lo estrechaban de ambos lados y en uno habían hecho un espolón de piedra para que algún día no se cayese, y hay también otros lugares en que el camino tiene de ancho cuatro o cinco cuerpos de hombre, hecho y empedrada de piedra. Uno de los mayores trabajos que pasaron los conquistadores en esta tierra fue en estos caminos. Todos o la mayor parte de los pueblos de esas faldas de las sierras están y viven en colinas y montes altos; sus casas son de piedra y tierra; hay muchos aposentos en cada pueblo, y por el camino a cada legua o dos y más cerca, se encuentran los hechos para aposentar a los señores cuando salían a visitar la tierra, y de veinte en veinte leguas hay ciudades principales cabezas de provincia a donde los de otras ciudades pequeñas traían sus tributos que pagaban así de maíz y ropas como de otras cosas. Todas esas ciudades grandes tienen pósitos llenos de las cosas que hay en la tierra y por ser muy fría se coge poco maíz, y éste no se da sino en partes señaladas; pero en todas, muchas legumbres y raíces con que las gentes se sustentan, y también buenas yerbas, como las   —195→   de España. Hay también nabos silvestres y amargos. Hay bastante ganado de ovejas que anda en rebaños con sus pastores que lo guardan apartado de las sementeras, y tienen cierta parte de la provincia donde invernan. La gente, como se ha dicho, es pulida y de razón, y andan todos vestidos y calzados; comen el maíz cocido y crudo, y beben mucha chicha que es un brebaje hecho de maíz a modo de cerveza. Es gente muy tratable y muy obediente y belicosa; tiene muchas armas de diversas maneras como se refirió en la relación que fue de Caxamalca de la prisión de Atabalipa, según arriba se dijo.

[...]




ArribaAbajoCapítulo XIX
En cuánta veneración tenían los indios a Guarnacaba cuando vino y lo tienen ahora después de muerto; y cómo por la desunión de los indios entraron con los españoles en el Cuzco, y de la fidelidad del nuevo cacique Guarnacaba a los cristianos


La ciudad del Cuzco es la cabeza y provincia principal de todas las otras, y desde aquí hasta la playa de San Mateo y de la otra parte más allá de la provincia del Collao, que toda es tierra de caribes flecheros, todo está rendido y sujeto a un solo señor que fue Atabalipa y antes de él a los otros señores pasados, y al presente es señor de todo este hijo de Guarnacaba. Este Guarnacaba que fue tan nombrado y temido, y lo es hasta hoy día así muerto como está, fue muy amado de sus vasallos,   —196→   sujetó grandes provincias y las hizo sus tributarias; fue muy obedecido y casi adorado, y su cuerpo está en la ciudad del Cuzco, muy entero, envuelto en ricos paños y solamente le falta la punta de la nariz. Hay otras imágenes hechas de yeso o de barro las que solamente tienen los cabellos y las uñas que se cortaba y los vestidos que se ponía en vida, y son tan veneradas entre aquellas gentes como si fueran sus dioses. Lo sacan con frecuencia a la plaza con músicas y danzas, y se están de día y noche junto a él espantándole las moscas. Cuando algunos señores principales vienen a ver al cacique, van primero a saludar a estas figuras y luego al cacique, y hacen con ellas tantas ceremonias, que sería gran prolijidad escribirlas. Se junta tanta gente a estas fiestas que se hacen en aquella plaza, que pasan de cien mil ánimas.

Salió muy bien el haber hecho señor a este hijo de Guarnacaba, porque venían todos los caciques y señores de la tierra y provincias apartadas a servirle y a dar por respeto suyo obediencia al Emperador. Los conquistadores pasaron grandes trabajos porque toda la tierra es la más montañosa y áspera que se puede andar a caballo, y se puede creer que si no fuera por la discordia que había entre la gente de Quito, y los naturales y señores de la tierra del Cuzco y su comarca, no habrían entrado los españoles en el Cuzco ni habrían sido bastantes para pasar adelante de Xauxa, y para haber entrado sería menester que hubieran ido en número de más de quinientos, y para poder mantenerla se necesitaban muchos más, porque la tierra es tan grande y tan mala, que hay montes y pasos que diez hombres los pueden defender de diez mil. Y nunca el Gobernador pensó poder ir con menos de quinientos cristianos a conquistarla, pacificarla y hacerla tributaria; pero como entendió la grande desunión que había entre los de aquella tierra y los de Quito, se propuso con los pocos cristianos que tenía ir a librarles de sujeción y servidumbre y a impedir los perjuicios y agravios que los de Quito hacían en aquella tierra y quiso Nuestro Señor usar merced con él. Ni nunca el Gobernador se hubiera aventurado a hacer tan larga y trabajosa jornada en esta tan grande empresa, a no haber   —197→   sido por la gran confianza que tenía en todos los españoles de su compañía, por haberlos experimentado y conocido ser diestros y prácticos en tantas conquistas, y avezados a estas tierras y a los trabajos de la guerra; lo que muy bien mostraron en esta jornada en lluvias y nieves, en atravesar a nado muchos ríos, en pasar grandes sierras y en dormir muchas noches al raso, sin agua que beber ni cosa alguna de que alimentarse, y siempre de día y de noche estar de guardia armados; en ir acabada la guerra a reducir muchos caciques y tierras que se habían alzado, y en venir de Xauxa al Cuzco donde tantos trabajos pasaron juntamente con su Gobernador, y donde tantas veces pusieron en peligro sus vidas en ríos y montes donde muchos caballos se mataron despeñándose. Este hijo de Guarnacaba tiene mucha amistad y conformidad con los cristianos, y por eso los españoles para conservarlo en la señoría se pusieron en infinitos afanes y finalmente se portaron en todas estas empresas tan valerosamente y sufrieran tanto, como otros españoles pueden haber hecho en servicio del Emperador, de manera que los mismos españoles que se han hallado en esta empresa se maravillan de lo que han hecho, cuando de nuevo se ponen a pensarlo, que no saben cómo están vivos y cómo han podido sufrir tantos trabajos y tan largas hambres; pero todo lo dan por bien empleado y de nuevo se ofrecen, si fuera necesario, a entrar en mayores fatigas para la conversión de aquellas gentes y ensalzamiento de nuestra santa fe católica. De la grandeza y sitio de la tierra antedicha se omite hablar, y sólo resta dar gracias y alabanzas a Nuestro Señor porque tan visiblemente ha querido guiar por su mano las cosas de S. M. y de estos reinos que por su divina providencia han sido iluminados y enderezados al verdadero camino de salvación. Plegue asimismo a su infinita bondad que de aquí en adelante vayan de bien en mejor, por intercesión de su bendita Madre, abogada de todos nuestros pasos, que los encamine a buen fin.

Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa a los 15 días del mes de julio de 1534, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y   —198→   Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del Gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho Gobernador y los oficiales de S. M. la firman de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales.- Pero Sancho.

Fin de la Relación de la Conquista del Perú.



Publicada en italiano por J. B. Ramusio, y traducida por primera vez al castellano por Joaquín García Icazbalceta.- (1849)

Obras de D. J. García Icazbalceta.- Tomo VIII.- México.- Imprenta de V. Agüeros, Editor.- Año de 1898.







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ArribaAbajoEl cronista Pedro Pizarro

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ArribaAbajoBiografía del cronista Pedro Pizarro

A diferencia de Agustín de Zárate, no se distingue este cronista por la corrección del lenguaje y lo pulido de la frase. Escribe en forma vulgar y defectuosa, como se ha notado más de una ocasión, pero su testimonio es muy valioso por ser el de un testigo presencial de los hechos que relata y amante de la verdad. «Los que me conocen, dice en sus escritos, saben ser yo amigo de la verdad y que la trato siempre, y así va aquí todo escrito con toda verdad».

El cronista Pizarro fue en todo tiempo muy estimado por los investigadores y uno de ellos, Guillermo H. Prescott, lo cita a cada paso en su célebre Historia de la Conquista del Perú.

Muy pocas noticias tenemos de él desgraciadamente. Sabemos que fue pariente de Francisco Pizarro y que con él pasó al Perú en 1530, luego de la capitulación que celebró este último con el monarca español para la conquista de la nueva tierra descubierta.   —202→   La obra de Pizarro: Relación del Descubrimiento y Conquista del Perú, se terminó de escribir el 7 de febrero de 1571 y permaneció por mucho tiempo inédita. El manuscrito fue conocido y utilizado por diversos historiadores y particularmente por Prescott. Se publicó por vez primera en 1844, en la Colección de documentos inéditos para la historia de España; posteriormente la obra se volvió a imprimir en la Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú, a cargo de Horacio Urteaga. y Carlos A. Romero. También se tradujo al inglés la obra de Pizarro y se publicó en Nueva York por los afanes de Means.

Tenemos que acudir a la obra del padre Rubén Vargas Ugarte S. J., Fuentes para la Historia del Perú, publicada en Lima en 1939, en busca de datos sobre Pedro Pizarro, pues es el que más ha logrado reunirlos. Transcribimos a continuación los que trae en su celebrado libro:

«Primo hermano del Conquistador, vino en su compañía en 1530 y le siguió en la conquista, aunque por su corta edad no figura como soldado ni tiene parte en el botín de Cajamarca. Más tarde, en el Cuzco, se ciñe la espada y desde entonces hasta 1540, en que se traslada a Arequipa, donde se le reparten tierras e indios de encomienda no abandona la milicia. Las alteraciones que sobrevienen le obligan nuevamente a tomar las armas y, aunque propenso siempre a seguir las banderas del Rey, claudica un tanto durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, motivo por el cual Jiménez de la Espada lo incluye entre los «cambiabanderas» o «tejedores» como diría Carvajal.

»Pacificado el Perú por Gasca, vuelve nuevamente a Arequipa, donde contrae matrimonio en 1551 con doña María Cornejo, hija de don Francisco Simancas. El alzamiento de Hernández Girón lo saca nuevamente al campo; en la rota de Villacurí, luchando con los leales, escapa a duras penas con la vida y torna a Villa Hermosa, donde en 1555 es nombrado   —203→   Alcalde Ordinario. Ya de edad madura, pues debía tener 56 años, toma la pluma y escribe su crónica que titula: De la conquista deste Reyno del Pirú y de las guerras y batallas que en ella ha habido desde la conquista que Guaynacava hizo en Quito y de los Reyes, Señores naturales que en este Reyno ha habido y guerras entre Atahualpa y Huáscar y de los sitios que idolatraban y gobierno que tenían y modo de servirse y de seguir la guerra y provincias e indios que en ella había e de otras cosas, como en ella se contiene y riquezas que en esta tierra se hallaron.

»Este libro que contiene 32 capítulos en 144 fojas, entregó Pizarro el 28 de marzo de 1572 a Damasio de Salcedo, residente en Salamanca, quien, a su vez, lo había de poner en manos del Rey. No sabemos la suerte que corriera el manuscrito, pero en 1844 lo publicaron en el tomo V de la C. D. I. H. de E., Fernández de Navarrete, Salvá y Sainz de Baranda, tomándolo, según parece, de los papeles de la Colección de Muñoz. Esta circunstancia nos induce a pensar que no es inverosímil se hayan deslizado errores y aun cometido omisiones en la transcripción. Lo reprodujo en El Ateneo (1.ª Época 1889. Tomo VII y VIII) D. Eugenio Larrabure y, modernamente, D. Carlos A. Romero en el tomo VI de la Colección de Libros y Documentos referentes a la Historia del Perú (Lima, 1917).

»Pizarro, a diferencia de Jerez y Estete, escribe a larga distancia de los sucesos. En febrero de 1571 pone término a su trabajo y, como no cuenta con otros apuntes que los de su feliz memoria, no es posible exigirle precisión en los datos y cronología exacta. Las fechas se le escapan y, tal cual sucedido, ya ha comenzado a esfumarse de su mente, pero con todo, asombra la riqueza de su información. El resquemor de las contiendas civiles ha debido agriar un tanto su ánimo y le predispone contra los partidarios de Almagro, pero no es tanta su pasión que le obligue a tergiversar los hechos. Sin duda que estas dos   —204→   circunstancias le hacen menos fidedigno, pero en cambio ninguna de las crónicas precedentes le aventaja en extensión y en abundancia. Tanto al describir los sucesos de la conquista como sus primeras impresiones en el Cuzco y las peripecias del sitio puesto a la ciudad por el Inca Manco, Pizarro dice lo que otros ignoraron o no alcanzaron a ver. Su lenguaje rudo, sencillo, desprovisto de elegancia, es un indicio de su sinceridad y si bien al referirse a ciertos personajes de la época su pluma no corre tan serena como fuera de desear, en otros casos las condiciones de la tierra, costumbres de sus habitantes y reminiscencias incaicas la hacen todavía más apreciable.

»De su vida, fuera de lo dicho antes, sólo agregaremos que en una escritura suscrita en 1557, en Arequipa y desempolvada por el canónigo D. Santiago Martínez, dice ser natural de Toledo e hijo de Martín Pizarro, natural de Trujillo y de Luisa Meneses. De su matrimonio con doña María Cornejo tuvo diez hijos, cinco varones y cinco mujeres y del segundo de ellos, o sea Martín, aún viven los descendientes. Debió fallecer entre los años de 1581 a 1589, pero se ignora la fecha exacta».


(Obra citada, páginas 151 y 152)                


En la Miscelánea Americanista, editada en homenaje a la memoria de don Antonio Ballesteros Beretta en Madrid el año de 1951, tomo primero, escribió don Narciso Alonso Cortés una monografía titulada: El Cronista Pedro Pizarro. En ella reprodujo los documentos originales encontrados por él y que dan luz sobre Pizarro y permiten completar adecuadamente algunos datos de su vida.

Sabemos así que en 1548 el licenciado don Pedro de La Gasca concedió a Pizarro, en premio de sus servicios a la causa real, no sólo la confirmación de la Encomienda de indios que la tenía en la ciudad de Arequipa, sino la ampliación de esa Encomienda, dándole todo lo que antes poseía Hernando de Torres.

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El mismo don Narciso Alonso Cortés, ha publicado también el Testamento Cerrado que en Arequipa otorgó el día 24 de marzo de 1586 Pedro Pizarro. El testador declara ser hijo legítimo de Martín Pizarro, natural de la ciudad de Toledo y de Luisa Méndez (no Meneses), ya difuntos, vecinos de la ciudad de Trujillo. Declara estar casado con doña María Cornejo de Simancas y tener nueve hijos legítimos: cinco hombres y cuatro mujeres. Distribuye luego sus bienes, que no eran pocos, entre su mujer e hijos.

Ocurrió el fallecimiento de Pedro Pizarro el día 9 de marzo de 1587, como aparece de la diligencia judicial en que su mujer comparece a pedir que se abra el testamento cerrado.

En el expediente tramitado en Valladolid por dos hijos de Pizarro: Francisco y Luis, para probar su hidalguía, y que también reproduce Cortés, se expresa que «dicho Pedro Pizarro, natural de Toledo, pasó a las Indias muy mozo, con el marqués don Francisco Pizarro, el cual siempre le trató y reconoció por su pariente muy cercano; y allá el dicho Pedro Pizarro se avecindó en la dicha ciudad de Arequipa, que es en el Perú, donde anduvo siempre en las guerras, como caballero hijodalgo, en servicio del rey don Felipe y emperador don Carlos, nuestros señores, e hizo grandes servicios, por los cuales se le hicieron mercedes y dieron repartimientos» (Obra citada, página 76).

Tales son los datos que investigaciones y estudios de estos últimos años nos dan sobre este pariente cercano del Marqués de los Atabillos y soldado cronista de la Conquista. Completaremos las informaciones sobre este Cronista con unos párrafos del doctor Porras Barrenechea, en el importante estudio de que antes hicimos mención publicado sobre Los Cronistas de la Conquista. Dicen así:

«Los comentadores de Pedro Pizarro alaban en él principalmente su sencillez, su falta de pretensiones literarias, su sinceridad evidente. Esta falta de aliño   —206→   en la frase es acaso uno de los mayores atractivos del cronista. Habla de sí generalmente en tercera persona, como cuando dice 'Pedro Pizarro se defendía con una adarga que tenía embrazada y una espada en la mano'. Pero el calor del relato lo hace abandonar esta impersonalidad, particularmente al evocar las más dramáticas peripecias de su vida, las batallas en que estuvo, para lo que adopta orgullosamente la primera persona del plural. Así en el asalto de la fortaleza de Sacsahuamán donde dice: 'Pues aguardando Juan Pizarro y los que con él estábamos', o en el relato de Chupas, en donde dice: 'no los podíamos herir a ellos por estar armados y dábamos a los caballos y ansí los matamos y herimos casi todos', en la derrota de Huarina: 'los que salimos de Guarina con las vidas'. Pero hay todavía una nota más emocionada en el lenguaje del cronista y es cuando, queriendo comunicar la evidencia de lo que dice, y que le crean, recurre ya a hablar en primera persona como cuando, refiriendo conversaciones de Atahualpa, escribe: 'estando yo presente', o refiriéndose a Pizarro cuando se vio obligada a ejecutar al Inka: 'yo vide llorar al Marqués de pesar por no podelle dar la vida', o cuando afirma orgullosamente su lealtad, diciendo, 'me he hallado en todas las batallas en servicio de S. M. y de su estandarte real, si no fue en la de Quito que no me hallé porque Gonzalo Pizarro me había quitado los indios y desterrado a Charcas porque no quise seguirle'.

»El sentimiento más hondo y arraigado en el ánimo de Pedro Pizarro es su orgullo de conquistador. Como su pariente don Francisco Pizarro y sus compañeros del descubrimiento, cree que la tierra les pertenece y se queja amargamente de 'los pretensores de agora a los que se dan tierras y repartimientos cuando antes no se daban, si no eran beneméritos que se habrían hallado en descubrir y conquistar esta tierra'. Y desconociendo el valor de las crónicas de Cieza, en unos pocos pasajes despectivos de su libro, surge airada y en primera persona su protesta de viejo   —207→   poblador de la tierra, contra los recién venidos: 'yo no le conozco con ser uno de los primeros que en este reino entraron'.

»La obra de Pedro Pizarro es por todos estos méritos espontáneos una de las fuentes más seguras e interesantes para la historia de la conquista. Su técnica es rudimentaria, pero la compensa su naturalidad. A pesar de su rudeza exhibe méritos que no tienen los cronistas más cultos: recogió muchas noticias útiles sobre las costumbres inkaicas que intercala en su relato y hasta esboza ligeras semblanzas o retratos sicológicos de los héroes de la conquista y de sus compañeros de armas, precisos y sumarios, de gran interés. Su crónica, sobre todo, ofrece el perenne encanto que revisten las proezas juveniles relatadas con el tono sereno de la madurez.

»El manuscrito de Pedro Pizarro fue entregado por un descendiente suyo al padre Bernabé Cobo, en la primera mitad del siglo XVII. En el inventario de los libros que hizo en el siglo XVIII el bibliotecario de la Biblioteca de Madrid don Francisco Antonio González (Tomo III, pág. 64), figura la Relación de Pedro Pizarro con este título Relación del descubrimiento y conquista del Perú y su estado antiguo.- Año 1571, y la signatura J 40. Muñoz (tomo 93) da la misma indicación. Means la da en 1928 como existente en la Biblioteca Nacional de Madrid, pero en el inventario de 1873 ya no existía en ella.

»Los editores de Pedro Pizarro en 1844, dan una historia dudosa del manuscrito original, que acaso fuera el de la Nacional. Dicen que el manuscrito fue del doctor Martínez del Villar, Regente de la Diputación de Aragón, quien conoció al autor y copió la Relación de su propia mano. Para esto sería necesario que Martínez del Villar hubiera vivido en el siglo XVI y hubiera estado en el Perú. El manuscrito se hallaba en 1844 en poder del consejero de Marina D. Gregorio de la Torre Trasierra, quien lo franqueó para su publicación a D. Martín Fernández de Navarrete».




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ArribaAbajo Noticias contemporáneas de la captura de Atahualpa

(Como la captura del Inca fue uno de los más memorables, así como de los más inicuos actos de la conquista, he creído del caso citar los testimonios, que afortunadamente poseo, de varios de los que se hallaron presentes).


ArribaAbajoRelación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito

A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su calzada adelante derecho adonde nosotros estábamos, y a las cinco o poco más llegó a la puerta de la ciudad, quedando todos los campos cubiertos de gente, y así comenzaron a entrar por la plaza hasta trescientos hombres como mozos despuelas con sus arcos y flechas en las manos cantando un cantar no nada gracioso para los   —210→   que lo oyamos, antes espantoso porque parecía cosa infernal, y dieron una vuelta a aquella mezquita amangando al suelo con las manos a limpiar lo que por él estaba, de lo cual había poca necesidad porque los del pueblo le tenían bien barrido para cuando entrase. Acabada de dar su vuelta pasaron todos juntos, y entró otro escuadrón de hasta mil hombres con picas sin yerros, tostadas las puntas, todos de una librea de colores, digo que la de los primeros era blanca y colorada, como las casas de un axedrez. Entrando el segundo escuadrón entró el tercero de otra librea, todos con martillos en las manos de cobre y plata, que es una arma que ellos tienen; y ansí de esta manera entraron en la dicha plaza muchos señores principales, que venían en medio de los delanteros y de la persona de Atabalipa. Detrás déstos, en una litera muy rica, los cabos de los maderos cubiertos de plata, venía la persona de Atabalipa, la cual traían ochenta señores en hombros, todos vestidos de una librea azul muy rica, y él vestida su persona muy ricamente con su corona en la cabeza, y al cuello un collar de esmeraldas grandes, y sentado en la litera en una silla muy pequeña con un coxín muy rico. En llegando al medio de la plaza paró, llevando descubierto el medio cuerpo de fuera; y toda la guerra que estaba en la plaza le tenían en medio, estando dentro hasta seis o siete mil hombres. Como él vio que ninguna persona salía a él ni parecía, tuvo creído, y así lo confesó después de preso, que nos habíamos escondido de miedo de ver su poder; y dio una voz y dijo, «¿Dónde están éstos?». A la cual salió del aposento del dicho gobernador Pizarro el padre fray Vicente de Valverde, de la orden de los predicadores, que después fue Obispo de aquella tierra, con la bribia en la mano y con él una lengua y así juntos llegaron por entre la gente a poder hablar con Atabalipa, al cual le comenzó a decir cosas de la sagrada escriptura, y que Nuestro Señor Jesu-Christo mandaba que entre los suyos no hubiese guerra ni discordia, sino todo paz, y que él en su nombre ansí se lo pedía y requería; pues había quedado de tratar della el día antes, y de venir solo sin gente de guerra. A las cuales palabras y otras muchas que el frayle le dijo, él estuvo callando sin volver   —211→   respuesta; y tornándole a decir que mirase lo que Dios mandaba, lo cual estaba en aquel libro que llevaba en la mano escripto, admirándose a mi parecer más de la escriptura que de lo escripto en ella, le pidió el libro, y le abrió y ojeó; mirándole el molde y la orden dél; y de después de visto, le arrojó por entre la gente con mucha ira, el rostro muy encarnizado, diciendo: «Decidles a esos que vengan acá, que no pasaré de aquí hasta que me den cuenta y satisfagan y paguen lo que han hecho en la tierra». Visto esto por el frayle y lo poco que aprovechaban sus palabras, tomó su libro, y abajó su cabeza, y fuese para donde estaba el dicho Pizarro, casi corriendo y díjole «¿No veis lo que pasa? ¿Para qué estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno de soberbia, que vienen los campos llenos de indios? ¡Salid a él!, que yo os absuelvo». Y ansí acabadas de decir estas palabras, que fue todo en un instante, tocan las trompetas, y parte de su posada con toda la gente de a pie que con él estaba, diciendo: «¡Santiago a ellos!», y así salimos todos a aquella voz a una, porque todas aquellas casas que salían a la plaza tenían muchas puertas, y parece que se habían fecho a aquel propósito. En arremetiendo los de a caballo y rompiendo por ellos todo fue uno, que sin matar sino sólo un negro de nuestra parte, fueron todos desbaratados y Atabalipa preso, y la gente puesta en huida, aunque no pudieron huir del tropel, porque la puerta por do habían entrado era pequeña y con la turbación no podían salir; y visto los traseros cuán lejos tenían la acoxida y remedio de huir, arrimáronse dos o tres mil dellos a un lienzo de pared, y dieron con él a tierra, el cual salió al campo, porque por aquella parte no había casas, y ansí tuvieron camino ancho para huir; y los escuadrones de gente que habían quedado en el campo sin entrar en el pueblo, como vieron huir y dar alaridos, los más dellos fueron desbaratados y se pusieron en huida, que era cosa harto de ver que un valle de cuatro o cinco leguas todo iba cuajado de gente. En esto vino la noche muy presto, y la gente se recogió y Atabalipa se puso en una casa de piedra que era el templo del Sol, y así se pasó aquella noche con   —212→   gran regocijo y placer de la vitoria que Nuestro Señor nos había dado, poniendo mucho recabdo en hacer guardia a la persona de Atabalipa, para que no volviesen a tomárnosle. Cierto fue permisión de Dios y grand acertamiento guiado por su mano, porque si este día no se prendiera, con la soberbia que trahía, aquella noche fuéramos todos asolados por ser tan pocos, como tengo dicho, y ellos tantos.




ArribaAbajoPedro Pizarro, descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, manuscrito

Poco después de haber comido, que acabaría a hora de missa mayor, empeçó a levantar su gente y a venirse hazia Caxamalca. Hechos sus esquadrones que cubrían los campos, y él metido en unas andas empeçó a caminar, viniendo delante dél dos mil indios que le barrían el camino por donde venía caminando, y la gente de guerra la mitad de un lado y la mitad de otro por los campos sin entrar en camino. Traía ansí mesmo al señor de Chincha consigo en unas andas, que parescía a los suyos cossa de admiración, porque ningún Indio, por señor principal que fuese, avía de parescer delante dél si no fuese con una carga a cuestas y descalzo: pues era tanta la patanería que traían d'oro y plata, que era cossa estraña, lo que relucía con el sol. Venían ansí mesmo delante de Atabalipa muchos indios cantando y danzando. Tardose este señor en andar esta media legua que ay dende los baños a donde él estaba hasta Caxamalca, dende ora de missa mayor, como digo, hasta tres oras antes que anochesciese. Pues llegada la gente a la puerta de la plaza, empeçaron a entrar los esquadrones con   —213→   grandes cantares, y ansí entrando ocuparon toda la plaza por todas partes. Visto el marquez don Francisco Piçarro que Atabalipa venía ya junto a la plaza, envió al padre Fr. Vicente de Valverde, primero Obispo del Cuzco, y a Hernando de Aldana, un buen soldado, y a don Martinillo Lengua, que fuesen a hablar a Atabalipa, y a requerirle de parte de Dios y del Rey se subjetase a la ley de Nuestro Señor Jesu-Cristo, y al servicio de S. Mag., y que el Marquez le tendría en lugar de hermano, y no consentiría le hiziesen enojo ni daño en su tierra. Pues llegado que fue el padre a las andas donde Atabalipa venía, le habló y le dixo a lo que iva, y le predicó coscas de nuestra sancta ffee, declarándoselas la lengua. Llevava el padre un breviario en las manos donde leya lo que le predicaba: el Atabalipa se lo pidió y él cerrado se lo dio, y como le tuvo en las manos y no supo abrille, arrojole al suelo. Llamó al Aldana que se llegase a él y le diese la espada, y el Aldana la sacó y se la mostró, pero no se la quiso dar. Pues pasado lo dicho, el Atabalipa les dixo que se fuesen para vellacos ladrones, y que los había de matar a todos. Pues oydo esto, el padre se volvió y cantó al Marquez lo que le avía pasado; y el Atabalipa entró en la plaza con todo su trono que traya, y el señor de Chincha tras dél. Desde que ovieron entrado y vieron que no parescía español ninguno, preguntó a sus capitanes, «¿Dónde están estos cristianos que no parescen?». Ellos le dixeron: «Señor están escondidos de miedo». Pues visto el marqués don Francisco Piçarro las dos andas no conosciendo quál era la de Atabalipa, mandó a Joan Piçarro su hermano fuese con los peones que tenía a la una y él yría a la otra. Pues mandado esto, hizieron la señal al Candia, el cual soltó el tiro, y en soltando lo tocaron las trompetas, y salieron los de a cavallo de tropel, el Marquez con los de a pie, como está dicho, tras dellos, de manera que, con el estruendo del tiro y las trompetas y el tropel de los cavallos con los cascaveles, los indios se embararon y se cortaron. Los españoles dieron en ellos y empeçaron a matar, y fue tanto el miedo que los indios ovieron, que por huir, no pudiendo salir por la puerta, derribaron vn lienzo de vna   —214→   pared de la cerca de la plaza de largo de más de dos mil passos y de más de un estado. Los de a cavallo fueron en su seguimiento hasta los baños, donde hicieron grande estrago, y hizieran más si no les anochesciera. Pues bolviendo a don Francisco Piçarro y a su hermano salieron como estaba dicho con la gente de a pie: el Marquez fue a dar con las andas de Atabalipa, y el hermano con el señor de Chincha, al cual mataron allí en las andas; y lo mismo fuera de Atabalipa, si no se hallara el Marquez allí, porque no podían derivalle de las andas, que aunque matavan los indios que las tenían, se metían luego otros de reffresco a sustentallas, y de desta manera estuvieron un gran rato fforcejeando y matando indios y de cansados un español tiró una cuchillada para matalle y el marquez don Francisco Piçarro se la rreparó y del rreparo le hirió en la mano al Marquez el español queriendo dar al Atabalipa, a cuya causa dio boces, diciendo, «¡Nadie hiera al indio, so pena de la vida!». Entendido esto, aguijaron siete o ocho españoles y asieron de un borde de las andas, y haciendo fuerça las trastornaron a un lado y ansí fue preso el Atabalipa, y el Marquez le llevó a un aposento y allí le puso guardas que le guardavan de día y de noche. Pues venida la noche los españoles se recoxieron todos y dieron muchas gracias a Nuestro Señor por las mercedes que les había hecho y muy contentos en tener presso al Señor, porque a no prendelle no se ganara la tierra como se ganó.




ArribaAbajoCarta de Hernando Pizarro, apud Oviedo, Historia General de las Indias, manuscrito, libro XLVI, capítulo XV

Venía en unas andas, e delante de él hasta trescientos o cuatrocientos indios, con camisetas de librea, limpiando   —215→   las pajas del camino, e cantando; e él en medio de la otra gente, que eran caciques e principales, e los más principales caciques le traían en los hombros; e entrando en la plaza subieron doce o quince indios en una fortaleza que allí estaba, e tomáronla a manera de posesión con bandera puesta en una lanza. Entrando hasta la mitad de la plaza reparó allí, o salió un fraile dominico, que estaba con el Gobernador, a hablarle de su parte; que el Gobernador le esperaba en su aposento; que le fuese a hablar; e díjole cómo era sacerdote, e que era enviado por el Emperador para que le enseñase las cosas de la fe si quisiesen ser cristianos; e mostroles un libro que llevaba en las manos, e díjole que aquel libro era de las cosas de Dios: e el Atabalipa pidió el libro, e arrojolo en el suelo e dijo: «Yo no pasaré de aquí hasta que me deis, todo lo que habéis tomado en mi tierra, que yo bien sé quién sois vosotros y en lo que andáis». E levantose en las andas, e habló a su gente, e obo murmullo entrellos llamando a la gente que tenían las armas e el fraile fue al Gobernador e díjole que qué hacía, que ya no estaba la cosa en tiempo de esperar más: el Gobernador me embió a decir: yo tenía concertado con el Capitán de la artillería, que haciéndole una seña disparasen los tiros, e con la gente que oyéndolos saliesen todos a un tiempo; e como así se hizo e como los indios estaban sin armas, fueron desbaratados sin peligro de ningún cristiano, los que traían las andas, e los caciques que venían alrededor dél, nunca lo desampararon hasta que todos murieron alrededor dél. El Gobernador salió e tomó a Atabaliva, e por defenderle le dio un cristiano una cuchillada en una mano. La gente siguió el alcance hasta donde estaban los indios con armas; no se halló en ellos resistencia alguna, porque ya era noche. Recogiéronse todos al pueblo, donde el Gobernador quedaba.



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Número XI, véase la página 112


ArribaAbajoNoticia de las costumbres personales de Atahualpa estractada del manuscrito de Pedro Pizarro

(Esta minuciosa relación de la persona y costumbres del cautivo Inca es de las más auténticas que pueden darse, pues procede de la pluma de quien tuvo la mejor oportunidad de hacer observaciones personales durante la prisión del monarca. El manuscrito de Pizarro es uno de los que últimamente han dado a luz los ilustrados académicos Salvá y Baranda).

Este Atabalipa ya dicho era indio bien dispuesto, de buena persona, de medianas carnes, no grueso demasiado, hermoso de rostro, y grave en él, los ojos encarnizados, muy temido de los suyos. (Acuérdome que el señor de Guaylas le pidió licencia para yr a ver su tierra, y se la dio, dándole tiempo en que fuese y viniese limitado. Tardose algo más, y cuando bolvió, estando yo presente, llegó con un presente de fruta de la tierra, y llegado que fue a su presencia empeçó a temblar en tanta manera que no se podía tener en los pies. El Atabalipa alçó la cabeza un poquito y sonrriéndose le hizo seña que se ffuese). Quando le sacaron a matar, toda la gente que había en la plaza de los naturales, que avía harto, se postraron por tierra, dexándose caer en el suelo como borrachos. Este indio se servía de sus mujeres por la horden que tengo ya dicha, sirviéndole una hermana diez días o ocho con mucha cantidad de hijas de señores que a estas hermanas servían, mudándose de ocho a ocho días. Éstas estavan siempre con él para serville, que indio no entrava donde él estava. Tenía muchos caciques consigo: éstos estavan afuera en un patio, y en llamando alguno entrava descalzo y donde él estava: y si venía de fuera parte, avía de entrar descalzo y cargado con una carga; y quando su capitán Callicuchima vino con Hernando Pizarro y le entró a ver, entro así como digo con   —217→   una carga y descalzo y se hechó a sus pies llorando y se los besó. El Atabalipa con rostro sereno le dixo: «Seas bien venido allí Callicuchima»; queriendo dezir, «Seas bien venido Callicuchima». Este indio se ponía en la cabeza unos llantos, que son unas trenças hechas de lanas de colores, de grosor de medio dedo y de anchor de vno; hecho desto vna manera de corona y no con puntas sino redonda, de anchor de una mano, que encaxaba en la caveza, y en la frente una borla cossida en este llanto, de anchor de una mano, poco más, de lana muy ffina de grana, cortada muy ygual, metida por unos cañutitos de oro muy sotilmente hasta la mitad: esta lana hera hilada, y de los cañutos abajo destorcida, que era lo que saya en la frente; que los cañutitus de oro hera cuanto tomavan todo el llanto ya dicho. Cayale esta borla hasta encima de las cejas, de vn dedo de grosor que le tomava toda la frente y todos estos señores andaban tresquilados y los orejones como a sobre peine. Vestían ropa muy delgada y muy blanda ellos y sus hermanas que tenían por mujeres, y sus deudos orejones principales, que se la davan los señores y todos los demás vestían ropa basta. Poníase este señor la manta por encima de la caveça y atábasela debajo de la barba, tapándose las orejas: esto traía él por tapar una oreja que tenía rompida, que cuando le prendieron los de Guáscar se la quebraron. Bestíase este señor ropas muy delicadas. Estando un día comiendo, questas señoras ya dichas le llevavan la comida y se la ponían delante de unos juncos verdes muy delgados y pequeños. Estaba sentado este señor en vn dúo de madera, de altor de poco más de un palmo: este dúo era de madera colorada muy linda y teníanle siempre tapado con vna manta muy delgada, aunque estuviese el sentado en él. Estos juncos ya dichos le tendían siempre delante cuando quería comer, y allí le ponían todos los manjares en oro, plata y barro, y el que a el apetescía señalava se lo truxesen y tomándolo vna señora destas dichas se lo tenía en la mano mientras comía. Pues estando un día desta manera comiendo y yo presente, llevando una tajada del manjar a la boca, le cayó vna gota en el vestido que tenía puesto, y dando de   —218→   mano a la india se levantó y entró a su aposento a vestir otro vestido, y buelto sacó vestida vna camiseta y vna manta (pardo oscuro). Llegándome yo pues a él le tenté la manta que hera más blanda que seda y díxele: «Ynga, ¿de qué es este vestido tan blando?». Él me dijo, «Es de unos pájaros que andan de noche en Puerto Viejo y en Túmbez, que muerden a los indios». Venido a aclararse, dixo que era de pelo de murciélagos. Diciéndole, que de dónde se podría juntar tanto murciélago, dixo: «¿Aquellos perros de Túmbez y de Puerto Viejo qué avían de hazer sino tomar de éstos para hazer ropa a mi padre?», y es ansí questos murciélagos de aquellas partes muerden de noche a los indios, y a españoles y a cavallos sacan tanta sangre ques cossa de misterio, y ansí se averiguó ser vestida de lana de murciélago, y ansí hera la color como dellos del vestido que en Puerto Viejo y en Túmbez y sus comarcas ay gran cantidad dellos. Pues acontesció un día que viniendo a quexar un indio que un español tomava unos vestidos de Atabalipa, el Marquez me mandó fuesse yo a saber quién hera y llamar al español para castigallo. El indio me llevó a un buhío, donde havía gran cantidad de petacas, porquel español ya hera ydo, diciéndome que de allí avía tomado un vestido del señor; e yo preguntándole que qué tenían aquellas petacas, me mostró algunas en que tenían todo aquello que Atabalipa avía tocado con las manos, y avía estado de pies y vestidos que el avía desechado; en vnas los junquillos que le hechavan delante a los pies quando comía; en otras los guessos de las carnes o aves que comía, que él avía tocado con las manos; en otras los maslos de las mazorcas de mahíz que avía tomado en sus manos; en otras las rropas que havía desechado; finalmente todo aquello que él avía tocado. Pregunteles, que ¿para qué tenían aquello allí? Respondiéronme, que para quemallo, porque cada año quemavan todo esto, porque lo que tocaban los señores que heran hijos del sol, se havía de quemar y hacer seniza y hechallo por el ayre, que nadie avía de tocar a ello. Y en guarda desto estava un principal con indios, que lo guardava y rrecoxía de las mujeres que los servían. Estos señores dormían en el   —219→   suelo en unos colchones grandes de algodón: tenían unas frecadas grandes de lana con que se cubijaban: y no e visto en todo este Pirú indio semejante a este Atabalipa, ni de su ferocidad ni autoridad.






Número X


ArribaAbajoRelaciones contemporáneas de la ejecución de Atabalipa

(Las siguientes relaciones son de testigos presenciales; porque Oviedo, aunque no estuvo presente, recogió los pormenores de los que presenciaron el hecho).


ArribaAbajoPedro Pizarro, descubrimiento y conquista del Perú, manuscrito

Acordaron pues los oficiales y Almagro que Atabalipa muriesse, tratando entre sí que muerto Atabalipa se acababa el auto hecho acerca del tesoro. Pues dixeron al marquez don Francisco Pizarro que no convenía que Atabalipa biviese, porque si se soltava, S. Mag. perdería la tierra y todos los españoles serían muertos; y a la verdad si esto no fuera tratado con malicia, como esta dicho, tenían razón, porque hera imposible soltándose poder ganar la tierra. Pues el Marquez no quiso venir en ello. Visto esto los oficiales hiciéronle muchos requerimientos poniéndole el servicio de S. Mag. por delante. Pues estando así atravesose un demonio de vna lengua, que se dezía Ffelipillo, uno de los muchachos que el Marquez havía llevado a España, que al presente era lengua,   —220→   y andava enamorado de una mujer de Atabalipa, y por avella hizo entender al Marquez que Atabalipa hazía gran junta de gente para matar los españoles en Caxas. Pues sabido el Marquez prendió a Challicuchima que estaba suelto y preguntándole por esta gente que dezía la lengua se juntavan, aunque negaba y dezía que no, el Ffelipillo dezía a la contra trastornando las palabras dezían a quien se preguntaba este caso. Pues el marquez don Francisco Piçarro acordó enviar a Soto a Caxas a saver si se hazía allí alguna junta de gente porque cierto el Marquez no quisera matalle. Pues visto Almagro y los oficiales la yda de Soto apretaron al Marquez con muchos rrequerimientos, y la lengua por su parte que ayudava con sus rretrucos, vinieron a convencer al Marquez que muriese Atabalipa, porque el Marquez era muy zeloso del servicio de S. Mag., y ansí le hicieron temer, y contra su voluntad sentenció a muerte a Atabalipa mandando le diesen garrote, y después de muerto le quemasen porque tenía las hermanas por mujeres. Cierto pocas leyes avían leído estos señores ni entendido, pues al infiel sin haber sido predicado le davan esta sentencia. Pues el Atabalipa lloraba y dezía que no le matasen que no abría indio en la tierra que se menease sin su mandato, y que presso le tenían que ¿de qué temían?, y que lo habían por oro y plata, que él daría dos tantos de lo que avía mandado. Y vide llorar al Marquez de pesar por no podelle dar la vida; por cierto temió los requerimientos y el rriesgo que avía en la tierra si se soltava. Este Atabalipa había hecho entender a sus mujeres e indias que si no le quemaban el cuerpo, aunque le matasen avía de bolver a ellos; que el sol su padre le resucitaría. Pues sacándole a dar garrote a la plaza, el padre fray Vicente de Valverde ya dicho le predicó diziéndole se tornase cristiano; y él dixo que si él se tornaba cristiano si le quemarían; y dixéronle que no; y dixo que pues no le avían de quemar que quería ser baptizado, ansí fray Vicente le baptizó y le dieron garrote, y otro día le enterraron en la yglesia que en Xaxamalca teníamos los españoles. Esto se hizo antes que Soto volviese a dar aviso de lo que le hera mandado; y cuando vino truxo por nueva no aver visto nada ni aver nada, de que al   —221→   Marquez le pesó mucho de avelle muerto, y al Soto mucho más, porque dezía él, y tenía rrazón, que mejor ffuera envialle a España y que él se obligara a ponello en la mar: y cierto esto fuera lo mejor que con este indio se pudiera hacer, porque quedar en la tierra no convenía. También se entendió que no biviera muchos días, aunque le enbiara, porque él hera muy regalado y muy señor.




ArribaAbajoRelación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito

Dando forma cómo se llevaría Atabalipa de camino, y qué guardia se le pondría, y consultando y tratando si seríamos parte para defender en aquellos pasos malos y ríos si nos le quisiesen tomar los suyos. Comenzose a dezir y a certificar entre los indios, que él mandaba venir gran multitud de gente sobre nosotros: esta nueva se fue encendiendo tanto, que se tomó información de muchos señores de la tierra, que todos a una dijeron que era verdad, que él mandaba venir sobre nosotros para que le salvasen, y nos matasen si pudiesen, y que estaba toda la gente en cierta provincia ayuntada que ya venía de camino. Tomada esta información, juntáronse el dicho Gobernador y Almagro y los oficiales de S. Mag., no estando ahí Hernando Pizarro, porque era ya partido para España con alguna parte del quinto de S. Mag., y a darle noticia y nueva de lo acaecido; y resumiéronse, aunque contra voluntad del dicho Gobernador que nunca estubo bien en ello, que Atabalipa, pues quebrantaba la paz, y quería hacer traición y traher gentes para matar los cristianos muriese, porque con su muerte cesaría todo, y se allanaría la tierra: a lo cual hubo contrarios   —222→   pareceres, y la más de la gente se puso a defender que no muriese; al cabo insistiendo mucho en su muerte el dicho capitán Almagro y dando muchas razones por que debía morir, él fue muerto, aunque para él no fue muerte sino vida, porque murió cristiano y es de creer que se fue al Cielo. Publicado por toda la tierra su muerte, la gente común y de pueblos venían donde el dicho Gobernador estaba a dar la obediencia a S. Mag. pero los capitanes y gente de guerra que estaban en Xauxa y en el Cuzco, antes se rehicieron y no quisieron venir de paz. Aquí acaeció la cosa más estraña que se ha visto en el mundo, que yo vi por mis ojos, y fue: que estando en la iglesia cantando el oficio de difuntos a Atabalipa, llegaron ciertas señoras hermanas y mugeres suyas y otros privados con grand estruendo, tal que impidieron el oficio, y dijeron que les hiciesen aquella fiesta mucho mayor, porque era costumbre, cuando el grand señor moría, que todos aquellos que bien le querían se enterrasen vivos con él: a los cuales se les respondió, que Atabalipa había muerto como cristiano y como tal le hacían aquel oficio, que no se había de hacer lo que ellos pedían que era muy mal hecho y contra cristiandad; que se fuesen de allí, y no les estorbasen, y se dejasen enterrar, y ansí se fueron a sus aposentos, y se ahorcaron todos ellos y ellas. Las cosas que pasaron estos días, y los extremos y llantos de la gente son muy largas y prolijas, y por eso no se dirán aquí».







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ArribaAbajoPedro Gutiérrez de Santa Clara

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ArribaAbajoBiografía de Pedro Gutiérrez de Santa Clara

Las Guerras Civiles del Perú han sido el acontecimiento más notable en todo el tiempo de la dominación española en América, antes de las Campañas de la Independencia. El estudio y relato de sus diversos incidentes ocuparon a numerosos Cronistas de Indias, y en el sencillo resumen que de sus vidas hemos trazado, con el afán de difundir su conocimiento, hemos señalado a algunos de ellos como lógica introducción a la lectura de sus páginas, seleccionadas entre las que se relacionan con los hechos sucedidos en nuestra Patria.

Las Guerras Civiles tuvieron origen, como lo ha notado el benemérito historiador español don Manuel Serrano y Sanz, en las famosas Ordenanzas que un fraile de santo celo, como era el padre Las Casas, pero de mentalidad no siempre acorde con la realidad, inspiró a la Corona de España. Con ellas se pretendía impedir y cortar abusos que los encomenderos perpetraban en daño de los indios de América y lograr   —226→   al mismo tiempo la felicidad de los vencidos; por desgracia aquellas Ordenanzas no tenían en cuenta los intereses que podían reclamar en su favor los que con sus propios recursos, con esfuerzos y sudores, habían acometido la imponderable tarea de conquistar el Nuevo Mundo en beneficio de España, ciertamente, pero también en provecho propio, ya que una empresa privada como fue la del descubrimiento, había de resarcirse de sus gastos.

Suponer que los que habían obtenido encomiendas de indios, con las que trabajaban la tierra, verían con agrado que se cortaban sus prebendas y que no opondrían resistencia, era desconocer por completo la naturaleza humana, esencialmente egoísta, cuyo individualismo sólo puede modificarse por la educación y por el arraigo que ella consigue de las normas morales en el alma del hombre, lentamente. No se puede por cierto defender los abusos del sistema de encomiendas ni los de los encomenderos. Don Primo Feliciano Velásquez, en su Biografía de Joaquín García Icazbalceta dice con razón que «es imposible persuadir que fuese bueno un sistema como el de las encomiendas que dio origen a abusos que todavía nos estremecen, pues, nunca parecerá, añade, demasiado negro el color que los pinte, lo que hizo que Prescott escribiera que más daño causaron los españoles en solos cuatro años que el Inca en Cuatrocientos» (Memorias de la Academia Mexicana de la Historia», abril junio de 1943).

Las encomiendas tenían que modificarse. Las nuevas Ordenanzas eran justas en el fondo; su aplicación, empero, demandaba mucho tino; requería tiempo y prudencia; ductilidad, comprensión del gravísimo problema que surgía cuando se pretendía pasar súbitamente de un régimen de explotación y de injusticia a uno civilizado y humano, más aún si los que tenían las encomiendas habían hecho la Conquista «a su costa y minsión» como se leía en los documentos firmados por ellos y por las autoridades españolas.

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Nadie menos llamado para aplicar las Nuevas Leyes que el Virrey designado para ello: Blanco Núñez Vela, «varón, dice Serrano y Sanz, digno de mejor fin y hombre recto y justo, pero falto de la prudencia necesaria para armonizar los intereses de conquistadores y conquistados».

Si el arte de gobernar es el arte de transigir, según una célebre frase, el gobernante ha de darse cuenta de las circunstancias del momento, no para transigir con el crimen ni con los criminales, pero sí para saber cómo y cuándo aplicará las reglas que él estima han de mejorar al grupo social cuya suerte le ha sido confiada.

El primer Virrey del Perú no aceptó las representaciones y súplicas de los encomenderos, que le rogaban aplazara momentáneamente las nuevas Ordenanzas, acerca de las cuales deseaban elevar representación al Rey. Surgió lógicamente la rebelión de Gonzalo Pizarro, con el funesto resultado de la guerra civil. Escribe a este propósito Serrano y Sanz:

«Se levantó un nuevo incendio en las comarcas del Perú, asoladas ya par las reñidas luchas entre pizarristas y almagristas, viéndose el primer conato de independencia de un pueblo americano cuyo elemento director era aún puramente español, ni más ni menos que si el alma del imperio Incásico, herido de muerte en Cajamarca, hubiese encarnado con bríos en sus nuevos señores. General del felixcíssimo exército de la libertad del Perú, se llamaba Francisco de Carvajal en sus documentos; frase que a no constar en manuscritos originales y auténticas, parecería copiada de una proclama de Bolívar».


(Guerras Civiles del Perú, de Gutiérrez de Santa Clara. Tomo Primero, página VII.- Madrid 1904)                


Sin duda alguna el Cronista más minucioso y connotado del trascendental acontecimiento en que se ha querido encontrar hasta «el primer intento de libertad de América», las Guerras Civiles del Perú, fue Pedro   —228→   Gutiérrez de Santa Clara, cuya obra abraza seis fuertes volúmenes, que en Madrid en el lapso de 1904 a 1929 editó don Manuel Serrano y Sanz, notable investigador al que hemos venido ya citando. La tituló como lo había querido su autor: Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias, trabajo ponderoso que se conoce también con el nombre más breve de Quinquenarios.

Pedro Gutiérrez de Santa Clara, testigo presencial de muchos de los sucesos por él narrados, no se limitó a referir en su Historia las guerras civiles del Perú, se ocupó también en la civilización incásica, en la conquista de México, en la expedición de Garay a la Florida, en la entrada de Diego de Rojas al Río de la Plata. A pesar de todo ello tuvo la extraña suerte de que no se le tomara en cuenta por largos años, como él lo merecía. Fue preciso que llegara el siglo veinte en que vivimos y que Serrano y Sanz hallara el manuscrito de Gutiérrez en Toledo, en la Biblioteca Provincial, procedente sin duda alguna de la que reunió el cardenal Lorenzana, manuscrito por suerte perfectamente conservado, para que con su publicación se despertara el interés de los eruditos y el afán por conocer la vida y hechos del autor de tan extraordinario trabajo, que había permanecido casi totalmente ignorado tantos años.

El investigador norteamericano Roberto B. Knox obtuvo el doctorado en la Universidad de Michigan el año de 1952 con su tesis sobre Algunos aspectos culturales de los Quinquenarios de Pedro Gutiérrez de Santa Clara, tesis que permanece todavía inédita y que anhelamos verla impresa cuanto antes. El mismo distinguido doctor acaba de darnos en la Revista de Historia de América, número 45, correspondiente a junio de 1958, una monografía de la más alta importancia, titulada: «Notes on the identity of Pedro Gutiérrez de Santa Clara and some members of his family». Contiene el estudio del señor Knox datos de primera clase para el conocimiento del gran historiador   —229→   de las Guerras Civiles, del que nada dijo Jiménez de la Espada, tan enterado en materia de Cronistas Primitivos y al que sus contemporáneos ni siquiera le mentaron, según observa Serrano y Sanz, añadiendo que «aun Cieza de León, tan prolijo en noticias de los sujetos más humildes que fueron protagonistas de las guerras civiles del Perú, jamás le cita para nada, con hablar a cada momento de Pablo Meneses con quien militó Gutiérrez y de Lorenzo de Aldana al que sirvió de Secretario».

El autor, pues, de los Quinquenarios, a los que Roberto B. Knox califica como «una de las más importantes fuentes para conocer los acontecimientos que ahí se narran», ha permanecido totalmente menospreciado hasta hace poco. El publicista peruano doctor Raúl Porras Barrenechea, al que hemos mentado ya tantas veces, nos dio en la Revista de Historia de América, número 21, de junio de 1946, una notable monografía titulada: «Pedro Gutiérrez de Santa Clara. Cronista mexicano de la conquista del Perú (1521-1603)». Podemos decir así que son tres las fuentes principales para el conocimiento de nuestro Cronista: ante todo, la Introducción que su primer editor Manuel Serrano y Sanz puso al frente de los Quinquenarios; luego lo que escribió Porras Barrenechea y que acabamos de mencionar y por último las notas por demás preciosas de Roberto B. Knox sobre «La identidad de Pedro Gutiérrez de Santa Clara y algunos miembros de su familia». Cuando vea la luz la tesis doctoral del mismo investigador americano sobre el Cronista mexicano, tendremos una nueva fuente para su apreciación.

Resumiendo lo hasta aquí publicado, en el afán de que el lector se entere, sin mayor esfuerzo, de quién es el Cronista, cuyas páginas hallará después, hemos de decir con el doctor Knox que Pedro Gutiérrez de Santa Clara nos ha dejado de él mismo unos pocos datos, que nos permiten deducir que nació en México; que su educación fue deficiente; que estuvo en las milicias del Perú, en la unidad que mandaba Pablo de   —230→   Meneses; que por un tiempo sirvió como Secretario de Lorenzo de Aldana; que recorrió todo el Perú; que más tarde combatió por largo tiempo contra los indios Chichimecos de México, habiendo escrito un libro que llamó Coloquios, que no se ha encontrado hasta la fecha.

No hay duda ya, después de las investigaciones realizadas en los últimos años, que fue hijo ilegítimo de un español distinguido llamado Bernardino de Santa Clara y de una india mexicana, seguramente de clase elevada. Dice Robert B. Knox:

«Aunque habla con admiración de Bernardino de Santa Clara, jamás identifica a éste como su padre, ni aún como a persona conocida por él. De otros parientes aparece haberse hecho una pequeña mención, pero ninguno se halla identificado como tal. Hubo de referirse a su hermano Bernardino, a Cristóbal Gutiérrez de Santa Clara, aunque nunca nos dice que son sus hermanos, y a su sobrino Francisco Hernández del Intornio, que naufragó con Alonso de Zuazo y su destacamento, pero no dijo que alguno de ellos fuera pariente del autor».


Que la madre de nuestro Cronista fuera indígena de México, había sido ya sospechado por el historiador padre Francisco Clavijero, de la Compañía de Jesús, que así lo dijo en su Historia antigua de México. El notable bibliógrafo Beristain de Souza había llamado a Santa Clara «indio principal y erudito». Escribe Knox:

«La confirmación del parentesco de Pedro Gutiérrez de Santa Clara con Bernardino, puede hallarse en la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España (1604) de Baltazar Dorantes de Carranza, que enumerando los descendientes de Bernardino de Santa Clara menciona un hijo ilegítimo, Pedro, todavía vivo al tiempo en que escribía. Si Pedro de Gutiérrez estava vivo por lo menos en 1603, y era incuestionablemente ilegítimo, de él se trataba con certeza. El   —231→   mismo Pedro Gutiérrez de Santa Clara nos ha dado algunos datos sobre su padre, cuando dice: 'Este Bernaldino de Santa Clara fue uno de los principales hombres que hubo en la ciudad de México y era hombre de gran consejo, afable y amigo de los pobres, a los cuales remediaba en sus necesidades. Hernando Cortés y después los gobernadores del Rey que hubo en la tierra, le admitieron en sus consejos y tomaban de él su parecer y voto en las cosas que el Rey mandaba hacer y en las provisiones que venían oscuras él las declaraba con su buen juicio y buen entendimiento, y por sus buenas partes le tuvieron todos buena amistad. Tuvo gran amistad con el virrey don Antonio de Mendoza y murió y fue enterrado en la Iglesia mayor junto al altar mayor, por mandato del obispo don fray Juan de Zumárraga, que fue un gran amigo'».


¿Cuándo pasó de España a América Bernardino de Santa Clara, padre del Cronista mexicano? No sabemos con precisión la fecha, pero se supone que pudo haber sido en 1502, en la expedición de Ovando, como lo hizo un hermano suyo, llamado Cristóbal. Hay testimonios de su permanencia en el Nuevo Mundo desde 1507. Así el 7 de julio de ese año, Francisco de Escobar, de Sevilla, autoriza a Bernardino y a otro hermano suyo llamado Antonio, para que cobre para él doce mil maravedís que tiene que pagar Diego de Nicuesa, Gobernador de Veragüa. Un documento de 7 de setiembre de 1513 nos dice también que Bernardino y Antonio de Santa Clara eran mercaderes: «Bernardino de Santa Clara y Antonio de Santa Clara, mercaderes, se obligan a pagar a Juan Francisco de Grimaldo y a Gaspar Centurión, genoveses, 278 ducados de oro, que les prestaron para despacho de las mercaderías que llevan cargadas en la nao Buen Jesús, al puerto de Santo Domingo en la isla Española».

En 1513 encontramos a Bernardino de Santa Clara, padre del Cronista, anheloso de pasar a Yucatán,   —232→   pues, no había podido prosperar en ninguna forma en Cuba en donde a la sazón se hallaba. Le hallamos en México cuando Pánfilo de Narváez fue enviado a inspeccionar la conducta de Cortés. Pasa Bernardino como Tesorero de la expedición y allá se opone valerosamente a que Narváez entre en guerra con Cortés. Su conducta tinosa y digna le granjea la consideración de todos. Narváez no se atreve a tomar medida alguna contra Bernardino, dada la estima y el respeto de que goza por parte de sus compañeros.

Bernardino intervino también en la conquista de Guatemala y en ella y en México recibió encomiendas de indios, con lo cual mejoró su situación económica y se quedó a vivir definitivamente en tierra azteca. Desempeñó en México altas funciones, pues llegó a ser Mayordomo de la ciudad, cargo en el que fue reemplazado por Miguel Díaz de Aux en 1526. En 1527 es elegido Procurador de la ciudad. En el juicio de residencia que se sigue a Cortés, declara Bernardino de Santa Clara, con fecha 20 de marzo de 1529, y dice que tiene entonces cuarenta y siete años de edad y que ha conocido a Cortés por treinta años poco más o menos. Anota Knox: «Como Santa Clara vino de Salamanca, es probable que allí encontrara a Cortés, durante los últimos días de estudiante. Este largo conocimiento hace verosímil el informe de Pedro Gutiérrez de Santa Clara, sobre que, entre otros, Cortés pedía consejo a Bernardino».

Está comprobado también plenamente que Bernardino mantuvo buenas relaciones de amistad con don fray Juan de Zumárraga, Obispo de México. Y es importante anotar que Pedro Gutiérrez de Santa Clara sufrió perjuicio en los bienes que había ordenado se le dieran en su testamento su padre, por haber sido alterado dolosamente aquel instrumento por los albaceas. El testamento original se había redactado el 6 de diciembre de 1537, dos días después, dice Knox, un cambio en el testamento, hecho con el pretexto de tranquilizar la conciencia del testador, suprimió los legados   —233→   a la mayor parte de los herederos naturales, incluso a Pedro, en favor de otro de los albaceas, Francisco Villegas.

La posición social de Pedro Gutiérrez de Santa Clara fue en todo caso menos elevada que la de su padre y a parte de Dorantes de Carranza, cuya vida relató hace pocos años Ernesto de la Torre Villar, no hallamos mención de él entre sus contemporáneos. Su posición económica también fue precaria, más aún por el fraude de que se le hizo víctima por los albaceas de su padre.

Serrano y Sanz cree que la fecha de nacimiento de Pedro Gutiérrez de Santa Clara debe fijarse entre 1518 y 1524. Vivía, agrega, aún en el año de 1603 y como se deduce del manuscrito de los Quinquenarios, conservaba en su ancianidad el templo vigoroso que se notó en muchos conquistadores. A los eruditos mexicanos corresponde, dice Serrano y Sanz, fijar la época de su muerte, buscando en los archivos parroquiales de su capital la partida de defunción, que servirá de clave para hallar el testamento y completar la biografía del insigne Gutiérrez de Santa Clara. Luego de encarecer la veracidad con la que éste ha redactado su Historia, lo que se advierte comparando su relato con el de otros escritores, como Cieza de León, por ejemplo, el editor de nuestro Cronista se expresa así:

«Los cinco libros llamados Quinquenarios fueron para Gutiérrez la obra de toda su vida, pues se notan en ellos fechas muy distintas de redacción. Valiéndose de sus recuerdos y de los apuntes que había tomado, siguiendo una laudable costumbre que tenían muchos soldados del siglo XVI, comenzó a escribir la historia de las guerras civiles apenas acabaron éstas. Continuaba en su tarea por el año de 1562, pues, hablando del virrey Vaca de Castro dice que era fraile en Valladolid, y la proseguía aún hacia 1590. La obra estaba ya acabada antes de 1603.

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»Si fuese lícito corregir los antiguos documentos históricos, bastaría suprimir en los Quinquenarios sus continuos pleonasmos y las abundantes repeticiones para que resultara una obra maestra de estilo. El lenguaje es rico, suelto y expresivo; las construcciones dislocadas son una excepción, y generalmente la narración fluye con la transparencia de limpidísima corriente. En esto supera a Cieza, cuyo estilo es pobre y casi nada tiene de literario. Pero hay también en Gutiérrez de Santa Clara otra cualidad aún más relevante, y es la animación del relato, la habilidad en trazar caracteres y el estudio íntimo de los personajes; quienes de lejos resultan seres abstractos, se hallan magistralmente dibujados y llenos de vida.

»Lo que más vale en Gutiérrez de Santa Clara es la riqueza de datos, lo pintoresco y fácil del lenguaje y el talento narrativo, cualidades que le ponen al nivel de Cieza de León; los nombres de estos dos insignes cronistas, irán siempre unidos cuando se trate de las guerras civiles del Perú; español el uno y mestizo el otro, simbolizan la fraternidad hispanoamericana».


En la monografía antes citada del doctor Raúl Porras Barrenechea, señala éste como fecha de nacimiento del Cronista el año de 1521 y el de 1603 como el de su muerte. De la Historia de Gutiérrez de Santa Clara dice el doctor Porras que es «la más vivaz y colorida de las crónicas y la más sugestiva y dramática por el asunto: la rebelión de Gonzalo Pizarro, con su cortejo de batallas, emboscadas, traiciones, crímenes, pronunciamientos, como porque en ella se yergue, sobre el fondo ascético de una plaza española, con una horca levantada en el centro, la figura siniestra de Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes».

Gutiérrez de Santa Clara ha conservado en su relato todo el colorido de la época, como en los cuadros de la escuela veneciana. Un pintor podría escoger allí todos los materiales para un estudio de época. Descuella en la técnica del retrato y es así el único   —235→   cronista que domina este arte sutil y psicológico que requiere mayores refinamientos que los usados por la crónica notarial o soldadesca de la conquista.

Los retratos de Gutiérrez de Santa Clara, apunta el erudito doctor Porras, recuerdan a los de Saint-Simon o el Cardenal de Retz. Y no es eso todo, pues recoge también todo el ambiente popular, el aire y el lenguaje de la multitud de la conquista. Es sin disputa el más documentado y minucioso cronista de las guerras civiles, testigo de vista, de sucesos capitales.

Escribe Porras Barrenechea:

«En 1543 o 44, debió pasar al Perú. Él declara haber presenciado los sucesos ocurridos desde que Gonzalo Pizarro avanzó del Cuzco a Lima. Perteneció como soldado a la compañía del capitán Pablo de Meneses, partidario del Virrey, y pudo haber asistido a la prisión de éste por los Oidores, que describe con gran animación. Vio luego la entrada de Gonzalo a Lima y se sumó a éste. Con su Capitán marchó a Panamá y vio desembarcar a Gasca. Meneses es luego enviado a Guayaquil y se incorpora al ejército de Gasca. Al salir Gasca de Xauxa para el Cuzco, Meneses iba como jefe de la retaguardia. El cronista estuvo, pues, seguramente en la batalla de Xaquixaguana. Como soldado debió viajar por casi todo el Perú, principalmente por la costa que revela conocer bien. Debió regresar con el presidente Gasca a Panamá, apenas terminada la guerra civil y pasar en seguida a México. Allí participó en la guerra contra los chichimecas y escribió algún capítulo sobre ellos, en un libro titulado Coloquios. En 1603 vivía aún en México. A más de su testimonio personal, Gutiérrez de Santa Clara utilizó muchos papeles que pasaron por sus manos como Secretario que fue de Lorenzo de Aldana y que copiaba para su obra. Ha tratado también la historia de los Incas recogiendo noticias a veces inéditas sobre su religión y costumbres y aun sobre los hechos. Le interesan particularmente las leyendas, creencias y supersticiones de los indios y,   —236→   como en la conquista española, la indumentaria y las costumbres suntuarias: fiestas civiles y religiosas, adornos, juegos, borracheras, sacrificios. Extensamente refiere el ceremonial de los sacrificios humanos, y la forma de ultimar a la víctima con una 'cachiporra de enzina y cobre'. En suma, en su crónica, hay atisbos y novedades muy interesantes sobre muchos aspectos de la historia incaica».


No hay duda de que el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara, es una de las glorias legítimas de México. Es lástima que su obra se halle a la fecha totalmente agotada, pues no se ha reimpreso la edición primera de Serrano y Sanz.



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ArribaAbajoHistoria de la conquista del Perú

Con observaciones preliminares sobre la civilización de los Incas


Por Guillermo Hickling Prescott


Madrid. 1853



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ArribaAbajoHistoria de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias. Tomo II

Por Pedro Gutiérrez de Santa Clara


Madrid. 1904

(Capítulos XXII, XLI y L. Págs. 196 a 205; 355 a 363; 453 a 462)

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ArribaAbajoCapítulo XXII
De las cosas que Gonzalo Pizarro hizo en la cibdad del Quito, y cómo desposseyó de la flota al gran corsario y la dio a Pedro Alonso de Hinojosa, su primo hermano, para que fuesse a Tierra Firme por General della


Después que Gonzalo Pizarro entró en la cibdad de Quito comenzó luego hacer Audiencia y a despachar negocios y proveer de otras cosas que le importaban mucho a su negociación, assí para la governación de toda la tierra como para el bien de los españoles y para el provecho y salvación y acrescentamiento de los yndios naturales porque no fuessen maltratados de los que más podían. En estos días despachó muchos correos a todas la cibdades, villas y lugares, a sus thenientes y capitanes y a los del cabildo y regimiento dellas, dándoles razón de su buena dicha y ventura, y les embió a mandar que gobernasen bien sus distritos y jurisdicciones haziendo lo que a buenos debían, manteniendo a todos en justicia, como si él la tuviera, porque assí cumplía al servicio de Dios y al de Su Magestad. En este medio tiempo se descubrieron en este territorio unas minas muy ricas de oro fino, en donde se sacó gran suma dello, de todo lo qual se aprovechó el tirano, pagando ante todas cosas los quintos y derechos que a Su Magestad se debían, porque dél no se dixesse alguna cosa; mas después los tomó para sustentar la guerra, para los pagar después. Assimismo puso en su cabeza todos los pueblos y repartimientos de yndios que estaban vacuos, que eran de los vezinos que estaban con el Visorrey, y otros quitó a otros vezinos porque se abían mostrado mucha parte con él mientras residió allí con ellos un poco de tiempo. De algunos destos repartimientos uvo grandíssima cantidad de oro fino, tanto que de solos los yndios de Rodrigo Núñez de Bonilla, Thesorero de Su Magestad, que estaba con el Visorrey, sacó en ocho meses poco más o menos, más de quarenta mill   —242→   ducados de buen oro. Assimismo tomó por fuerza todo el oro y la plata que tenían los thenedores de diffuntos, que fue gran cantidad dello, y dende a ciertos días tomó los quintos y derechos que pertenescían a Su Magestad, como hemos dicho diziendo que los abía menestar para ciertos effectos, mas que él los pagaría, como después se pagaron, de sus haziendas y tributos. Estando entendiendo en estas cosas con otras muchas, procuró de quitar la flota de los navíos al gran corsario, y esto fue por ynducimiento y consejo de ciertos capitanes que le querían muy mal, que los vnos eran porque tenían dél embidia, y la emulación que los otros le tenía era por los muchos males y daños que abía hecho. También los mercaderes y tratantes que truxo por fuerza de Tierra Firme y de los que prendió por la mar, se comenzaron bravamente todos a quezar del dicho en pública audiencia y en pública forma, expresando agravios. Esto se hizo ante Gonzalo Pizarro y ante el oydor Diego Vásquez de Cepeda, como era Justicia mayor, diziendo con grandes y formadas querellas que Hernando Bachicao con poco temor de Dios y en gran menosprecio de la Real justicia les avía tomado por fuerza y contra su voluntad muchas mercadurías y otros bienes que tenían, de que quedaban destruydos totalmente. Assimismo se quexaron bravamente muchos vezinos de Puerto Viejo, de Túmbez y del Guayaquil y de otros lugares en donde él avía andado, de los muchos males, daños, robos, fuerzas y agravios que él y los soldados que con él andaban avían hecho en los pueblos y lugares no queriendo remediarlos. También los vezinos de Panamá y del Nombre Dios y de la Nata, de los que avía traydo por fuerza de por allá, hechos soldados, se quexaron reziamente de los males, ynsultos, fuerzas, muertes y robos que avía hecho en aquellas cibdades y en todas sus jurisdicciones y en el puerto. Principalmente le pussieron por cargo cómo avía despojado un navío del illustríssimo señor don Antonio de Mendoza, Visorrey de la Nueva España, sin tener para ello ocassión, ni menos razón alguna, sino sólo por lo querer hazer en tomarlo por fuerza. Yten, se le pusso por cargo que avía ahorcado a Pedro Gallego, natural de Sevilla, y al maestre que traya, solo por tomalle su navío, como se lo tomó,   —243→   y todo cuanto en él traya. Yten, se le pusso por cargo del bravo título y blassón que se avía puesto en llamarse Conde y Almirante, sin serlo, que avía en ello cometido atroz y grave delicto de crimen «lessa Majestatis»25 contra la Real corona del Rey Nuestro Señor; y assí dixeron contra él otras muchas cosas péssimas y detestables que avía hecho y cometido en la tierra y por la mar. Oyendo el tirano estas acussaciones y bravas querellas que daban contra Hernando Bachicao, determinó por vía de justicia y por consejo de guerra de le quitar la flota de los navíos y castigalle exemplarmente conforme a sus graves y atrozes delictos, por dessagraviar a todos los querellantes. Y para hacer esto mandó juntar a consejo para ver muy bien lo que en este casso se avía de hazer, y estas cosas se platicaron muchas vezes secretamente, en donde los unos favorescían el partido de Hernando Bachicao, y otros fueron contra él. De manera que en este caso uvo muchos y diversos paresceres, porque unos dezían que le fuesse quitada la flota por las causas y razones arriba referidas y que fuesse castigado conforme a sus delictos en las mayores y más graves penas en derecho establecidas, porque en ello se haría gran servicio a Dios y a Su Majestad. Otros uvo de parescer que no se le quitasse, pues avía hecho muchos y grandes servicios a Gonzalo Pizarro por los quales era digno y merescedor de que fuesse muy bien galardonado y que se le hiziessen grandes y señaladas mercedes, y que sería gran ingratitud no le pagar sus trabaxos y servicios; servicios llamaban éstos a los males que este corsario avía hecho. Y más dezían estos ciegos y mal ynconsiderados, que los servidores de Gonzalo Pizarro, oyendo y viendo esta yngratitud que se hazía a Hernando Bachicao, se eximirían de su servicio y se yrían al Visorrey y que después no avría ninguno que le quissiese seguir, ni menos servir. Los que dezían que se le quitasse a Bachicao la flota eran los dos licenciados Cepeda y Benito Juárez de Carvajal y los capitanes Pablo de Meneses, Martín de Robles, Juan de Acosta, don Pedro Luys de Cabrera, Hernán   —244→   Mexía de Guzmán, don Balthasar de Castilla, Juan Alonso Palomino y Lope Martín, portugués, con otros que desseaban lo mismo. Dezían estos capitanes que la flota se diesse a Pedro Alonso de Hinojosa, que era hombre muy sufficiente para tener el tal cargo, y que él podría yr a Tierra Firme y a otras partes donde Hernando Bachicao uviesse estado y andado, para que satisfficiesse a todos los querellantes y agraviados, y les pagasse en dinero o en ropa lo que se les avía tomado. El maestro de campo Francisco de Carvajal, Juan Vélez de Guevara, Martín de Castañeda, Pedro Cermeño, Pedro de Puelles, Juan de Morales y algunos capitanes que vinieron con él desde Panamá, fueron de contraria opinión, porque alegaron y dixeron muchas cosas en favor del gran corsario, diziendo que no avía razón ni era justo que a Bachicao se le quitasse la flota que avía ajuntado con grandes peligros y trabajo de la vida y persona, y que con ella avía hecho grandes servicios a Gonzalo Pizarro; mas que mejor era que se la dexassen y que se la tornassen a entregar, y sobre todo le hiziessen muchas y grandes mercedes. Demás desto dezían que pues Bachicao avía señoreado la mar y cassi toda la tierra con tan poca gente, con vn vergantinejo, que no era mucho que se quedasse con la flota, que él haría otros mayores servicios a Gonzalo Pizarro, pues la guerra no era acabada y el Visorrey estaba bivo en la tierra con alguna gente. Y que también se avía de tener atención que por su respecto y por temor que dél tenían no se le avían alzado muchos que lo querían hazer contra Pizarro, pues le vían tan pujante en la mar, y que por todas las vías y maneras que Bachicao pudo avía faborescido su partido a vanderas desplegadas. A estos votos y paresceres de los capitanes Francisco de Carvajal y Pedro de Puelles con los demás sobredichos, se les ajuntaron cassi todos los soldados que eran de los vandoleros que avía en el exército del tirano, quando supieron que andavan estos rumores26 y pláticas, assí que cada uno se arrimaba a sus capitanes por le dar favor y ayuda. Los demás capitanes y soldados principales   —245→   se allegavan al voto y parescer de los dos licenciados Cepeda y Carvajal y de los demás que desseavan quitar la flota a Hernando Bachicao, y assí se contrariavan los vnos contra los otros a porfía. De manera que el exército del tirano estava repartido en dos partes y en dos vandos y en muchas voluntades por causa deste gran corsario, y por esta razón avía gran dificultad en la negociación de todo lo que se platicaba, aunque a la verdad uvo muchos que no entremetieron en estos devaneos, ni se les daba cosa alguna que el vno o el otro tuviese la flota de los navíos. Gonzalo Pizarro desseaba en gran manera que su primo hermano Pedro Alonso de Hinojosa fuesse por General a Tierra Firme con toda la flota que estava en el puerto del Guayaquil, y como vido contrariar este negocio de tantos, le pessava grandemente, y por no lo hazer por fuerza, que bien pudiera, sino por vía de consejo y maña, por no descontentar a los que le contrariavan, que eran mucha parte con Hernando Bachicao, hizo lo siguiente: considerando, pues, las cosas arriba dichas, y porque se effectuasse lo que él tanto dessa(ba) y por mantener justicia, como si él la tuviera, a todos los querellantes, por desagraviar a los agraviados, dexó a Diego Vásquez de Cepeda que hablasse a Pedro de Puelles, Juan Vélez de Guevara y Martín de Castañeda, con los capitanes que Bachicao avía traydo de Panamá, que la mitad dellos eran los que votavan en su fabor, para que fuessen de su voto y parescer y no al de Carvajal. El licenciado Cepeda fue y habló con estos hombres y con otros a los quales dixo de como Gonzalo Pizarro estava mal yndignado contra ellos porque porfiavan tanto contra él sobre el negocio de Bachicao, y que le hiziessen tamaño plazer (que) fuessen contra la opinión de Francisco de Caravajal, y que si de otra manera lo hazían le darían gran pesar. Con estas palabras y con otras que les dixo prometieron de hazer y cumplir con la voluntad y mandado de Pizarro, y que si avían tratado algo en fabor de Bachicao, que a ellos les avía parescido ser aquél buen consejo y convincente parescer. Y que pues a Gonzalo Pizarro le pesaba de todo ello, que ellos cumplirían su mandado en todo y por todo, como se vería adelante; y dende a dos días entraran en   —246→   consejo y en el que se comenzó a tratar de la embiada de la flota a Panamá y a quién se daría. Cepeda, por complazer y agradar al tirano dixo delante de todos los capitanes muchas y competentes razones con muchos y diversos exemplos por los quales mostró no convenir que Hernando Bachicao fuesse a Tierra Firme, y que avía de mudarse el Capitán de la mar, como antiguamente lo avían hecho los romanos, los quales fueron los mejores guerreros que uvo en el mundo, assí por mar como por tierra, y que siempre avían salido victoriosos27. Y para effectuar esto convenía que se mudasse el Capitán de la mar y se diesse y entregasse la flota a Pedro Alonso de Hinojosa que era hombre muy sufficiente para el cargo, y por ser muy cercano pariente de Gonzalo Pizarro lo exercitaría28 con mucha fidelidad mejor que otro alguno; y assí dixo otras muchas cosas tocantes a este negocio. Todos los capitanes y consejeros, sin discrepar tan solo vno, dixeron que eran del mismo voto y parescer que assí se hiziesse y que sería muy bien hecho, ecepto Francisco de Caravajal, que porfió siempre en su opinión; mas ¿qué aprovecha, que su voto era unitivo, que no tuvo quien le ayudasse? Lo que él porfiava fue dezir que era muy necesario, útil y provechoso, que la flota se diesse a Hernando Bachicao y no se la quitassen, por las causas y razones que avía dicho y por las cosas muy grandes y señaladas que avía hecho en servicio de Gonzalo Pizarro, y que no se mirasse en cosa alguna en los delictos que dezían aver hecho, porque lo que avía hecho avía sido a buena fin. Y que en quanto a lo que se dezía del pagar a los querellantes, se hiziesse con persona que no tuviesse cargo ni mando alguno, sino que como hombre particular y de gran confianza hiziesse la dicha paga; y assí dixo otras cosas refutando las que Cepeda avía dicho, no menos con muchos exemplos que para ello dio, que era muy leído y experimentado en las cosas de la guerra. Mas ¿qué aprovecha?, que no fue admitido su voto en juycio, ni fuera dél; y con esto fue elegido y   —247→   nombrado Pedro Alonso de Hinojosa por General, para que fuesse a Tierra Firme, al qual tomaron juramento de derecho y se hizieron las cerimonias que en tal casso se requerían y se pusso todo por auto ante vn escrivano de Su Majestad. En lo que tocaba al castigo que Gonzalo Pizarro quería hazer a Hernando Bachicao, acudieron luego los amigos que tenía y le fueron a la mano para que no lo hiziesse, y Cepeda acudió también diziéndole que mirasse los muchos servicios que le avía hecho, y que no le sería bien contado29 si lo mandasse castigar. A esto dixo el tirano: «¡Por Nuestra Señora!», que era su manera de hablar, «que tenía ya determinado de le mandar corta la cabeza por los males y daños que hizo en muchas partes; mas él lo pagará algún día todo junto, según él es de tan mala y sobervia y endiablada condisción». Y con esto fue perdonado por agora, a ruego de sus amigos; mas, en fin, al fin lo pagó, como adelante diremos.




ArribaAbajoCapítulo XLI
De cómo el visorrey Blasco Núñez Vela hurtó el viento a Gonzalo Pizarro y no saliendo con el efecto se metió en la cibdad, la qual halló sin gente de guarnición, y de las cosas que en ella hizieron los soldados, y de lo demás que passó


Haviendo llegado el visorrey Blasco Núñez Vela al río grande de Guaylabamba y aviendo sabido de los corredores donde estava el campo de su contrario, entendió luego como astuto y subtil Capitán el yntento que Gonzalo   —248→   Pizarro tenía, porque viendo el lugar y sitio donde su enemigo se había puesto le paresció que no era cordura pasar por allí, por ser fuerte y (que) estava bien fortifficado de muchos arcabuzeros que allí estavan puestos. Y para engañar a su enemigo con cierto ardid mandó a ciertos capitanes y soldados que hiziessen muestra con algunos arcabuzeros y gente de a caballo y con cinco vanderas, de passar el río por el vado, que era ancho, y subir por la cuesta arriba para sitiarse de la otra vanda dél y assentar su real enfrente de su contrario. Esto se hizo a fin porque tuviessen entendido sus enemigos ser verdadero su desigño y que de veras avían de passar para dalle batalla, y assí se hizo, que muchos de a caballo llegaron de la otra vanda del río a la vanda del tirano, mas como era muy tarde, que ya anochescía, se dexó el passaje. En el entretanto que esto se hazía, en el real del Visorrey (se) mandó luego traer mucha leña y hazer muchos y grandes fuegos para el effecto que luego se dirá, para que se paresciessen desde lexos, porque Gonzalo Pizarro y los suyos tuviesen entendido que todo el exército estaba allí assentado para que otro día se diese la batalla. Tenía el Visorrey grandíssimo desseo de dar un asalto en los enemigos, de noche, detrás de sus esquadrones, para los desbaratar, y no sabía cómo ni en qué forma, porque en la delantera estava muy fortifficado de arcabuzeros, que en ninguna manera les podían dañar por aquella parte. Por lo qual mandó llamar al adelantado Sebastián de Benalcázar para tomar del su parescer y consejo como hombre que avía conquistado aquella tierra, que sabría muy bien los passos y senderos de los caminos, y que él lo llevaría a donde pudiesse satisfazer bien su deseo. El Adelantado vino y el Visorrey le dixo lo que pretendía hazer, y él, como siempre fue cuerdo, no le quizo contradezir en cossa alguna, porque ya le conoscía muy bien que si no otorgavan con él lo que pretendía hazer luego se enojava. Y por esto le dixo que estava muy bien acordado lo que Su Señoría tenía pensado y que él lo llevaría por tal parte que pudiesse yr allá muy a su salvo, mas que era de muy malos passos y de muchas y grandes quebradas   —249→   muy hondas. Oydo esto se holgó dello en gran manera, porque tuvo cierta la victoria si dava en sus enemigos aquella noche aunque hubiera muchos estorbos del mal camino, por lo qual mandó que luego marchasse el esquadrón de la ynfantería con muy gentil ordenanza y con gran silencio, y después el esquadrón de la cavallería, llevando por adalid y guía al Adelantado, y el Visorrey se fue con él. Yendo todos desta manera con gran priessa y a más andar, passaron muchas quebradas y arroyatos muy malos y passos muy angostos y peligrosos, en donde se detenían mucho al passar, hasta que llegaron al río y lo vadearon muy apartados de sus contrarios, aunque bien mojados porque llovió aquella noche. Y de esta manera llegaron a una legua de la cibdad muy cansados y muertos de frío, y esto fue a la hora que ya amanescía, porque dieron una vuelta y contorno muy grande hasta allegar allí cerca de la cibdad. Y como vido que no avía podido effectuar su gran desseo en dar de noche sobre sus enemigos, le pessó en gran manera, mas en fin determinó de meterse en la cibdad creyendo estaría mejor en ella que en el campo para ynformarse del yntento del tirano, de los hombres que uviessen allí quedado. Yendo desta manera con sus esquadrones, que allí se ajuntaron porque yvan muy desparramados, encontraron en el camino a un Juan Gonzales que salía de la cibdad y se yva al campo de Gonzalo Pizarro, y éste les ynformó largamente de cómo el tirano tenía más de ochocientos hombres en el campo, los quales todos estavan armados y con mucha arcabuzería y con gran desseo de pelear, y assí le dixo otras cosas de que pesó a todos. Ya que querían entrar en la cibdad se llegó el Adelantado a caballo al Visorrey y le dixo: Señor, sepa v. s. que Gonzalo Pizarro está por aquí cerca con más de mill hombres, assí vezinos de las cibdades como de buenos soldados que son la flor de toda esta tierra. Soy de parescer, si v. s. no manda otra cosa, que se haga con él algún buen concierto, pues v. s. tiene tan poca gente, y para esto yo me desarmaré y podré yr a entender en este negocio y lo trataré con él muy largo para que por entrambas partes aya toda buena conformidad,   —250→   con muy excelentes medios. El Visorrey respondió: señor Adelantado, no somos aquí venidos sino en busca de nuestros enemigos para con ellos pelear, y no a tratar de negocios ni de conciertos, porque con tales traydores no ay que dalles palabra, pues ellos no la guardan con su Rey y señor natural. Por tanto es mi voluntad que no se trate dello en ninguna manera, que me darán en ello gran enojo y pesadumbre, y pues Su Magestad os hizo cavallero y su Adelantado, quiero que peleéys como tal contra estos rebeldes y traydores. En esto serviréis a Dios y a Su Magestad, a quien se endereza este tan buen servicio, para que podamos castigar a estos tan bravos tiranos, que para esso os di antier essa cota para que peleássedes contra estos rebeldes y cismáticos como buen cavallero, y no para darme alguno consejo. No le estuvo bien estas palabras al Adelantado y por esso respondió diziéndole: Señor, yo lo haré y pelearé en la delantera como v. s. me lo manda, o moriré en el campo en servicio de Su Magestad como su leal vasallo, y no lo haré, como dizen el real, de v. s., que siempre se pone en el esquadrón de la sanidad. A esto dixo el buen Visorrey: Yo os prometo, señor Adelantado, que vos me veáys agora de tal suerte en los delanteros que la primera lanza que se quiebre en los enemigos sea la mía; y assí lo cumplió después como Capitán animoso y esforzado. Estas palabras dixo el adelantado Sebastián de Benalcázar a causa que en las peleas, o siquier ensayes que por el camino se hazían, quedaba siempre el Visorrey con diez o doze de a caballo detrás del esquadrón de ynfantería mirando lo que se hazía, y assí tuvo entendido que avía de ser lo mismo al tiempo de dar la batalla; mas él se engañó, como adelante se dirá. Aviendo passado estas razones el Visorrey entró en la cibdad con las vanderas tendidas y se apoderó luego della porque no uvo quien se la deffendiesse porque estava sin gente de guarnición, y se apossentó en las casas de Sancho de Figueroa, y los capitanes y soldados en otras casas, que hallaron hartas vacías. Luego los soldados comenzaron a desmandarse yendo por las casas de los vezinos que estavan con el tirano, en donde hizieron muchos males   —251→   y daños en las haziendas y bienes que tenían, y esto se hizo sin la voluntad y consentimiento del Visorrey, que no lo supo hasta después de hecho. Assimismo tomaron cassi la mayor parte de la ropa y fardaje que los soldados del tirano avían allí dexado, por lo qual y por los males que hazían los soldados en la cibdad algunas mugeres se fueron al Visorrey y se quexaron bravamente dellos y que lo mandase remediar y les hiziesse bolver lo que a todos avían tomado. El Visorrey, como no tuviesse licencia por entonces para castigar a los suyos, por estar como estava en tal coyuntura, se hizo a todo ello sordo, manco y mudo y a las mugeres consoló con buenas palabras diciéndoles que (en) todo se pornía remedio y se les mandaría bolver lo que30 se les avía tomado, y assí lo mandó apregonar por toda la cibdad. Pues aviéndosse el Visorrey apoderado de la cibdad se ynformó luego de las mugeres, de la gente y fortaleza que tenía el tirano; ellas le dixeron todo quanto avían alcanzado a saber y lo que avían oydo dezir a sus maridos y de otros hambres, y assí le dixeron otras cosas más de las que avía. Estuvieron presentes a esta plática algunos capitanes y soldados principales, y éstos lo publicaron luego por toda la cibdad entre los demás soldados, por lo qual muchos dellos comenzaron a rezelarse de los pizarristas y de proponer de no hallarse en la batalla. Entendido esto por el oydor Juan Álvarez y por el maestro de campo Juan de Cabrera, se fueron al Visorrey y le dixeron que tuviesse por bien de tomar el consejo del adelantado Sebastián de Benalcázar y que se concertasse con Pizarro con algunos medios de paz que fuesen a todos buenos. Porque tenían conoscido en los soldados de su señoría que estavan de mala gana y de peor voluntad y no nada ganosos de pelear en la batalla, porque estavan cassi todos muy acobardados y temerosos, y que mirasse atentamente lo que hazía. El Visorrey respondió como valeroso y esforzado Capitán (y) no queriendo mostrar punto de covardía les dixo: Señores, a mí me pessa mucho de aquessa plática, porque el que no quissiere   —252→   pelear, no pelee, que yo solo y algunos de los leales cavalleros y servidores de Su Magestad que me queden, he de acometer a estos tiranos por muchos que sean. Y el que acobardadamente y de temor se quissiere yr, váyase en ora buena, porque más quiero morir en el campo peleando con los enemigos que hazer tan deshonestos partidos, porque ciertamente yo no tengo de poner mi persona y vida en manos de un traydor y fementido a su Rey y señor natural. Porque yo no sé cómo me ha de tratar, ca tengo creydo que en todo y por todo, como tirano, se ha de alabar de mi prisión, preciándose que me ha vencido, o que me puse en sus manos de temor que tuve dél; y assí mandó que ninguno le hablasse en cosa de partido, porque él no avía de hazer por quanto avía en el mundo. Como los suyos vieron que no quería hazer ningún partido le aconsejaron que a lo menos se fortifficasse dentro de la cibdad, porque tenían entendido que allí vencería al enemigo, y él no lo quiso hazer, antes se salió a dos oras al campo con más ánimo de buen soldado que con prudencia de Capitán. Después que se vido en el campo dixo a sus capitanes que no quería estar encerrado en donde tenía rezelo que sería preso o muerto sin aver batalla, sino que si mal le suscediesse avría hecho en sí lo que vn buen Capitán era obligado hazer. Mas por otra parte tenía su cavallo muy bien herrado, ca tenía en cada herradura doze clavos hechizos; era el caballo muy crescido, ruscio y bien hecho, que parescía pintado, que llamavan el cavallo frissón, y tenía buenas obras y por esso andaba cada día en él; y para dar la batalla a su enemigo ordenó su gente en esta forma y manera. Primeramente hizo un esquadrón de toda la ynfantería, que serían ochenta piqueros y ciento y veinte arcabuzeros, y dexó algunos para que fuessen sobresalientes y que ellos fuessen los primeros que comenzassen a travar la escaramuza, y dioles por Capitán al maestro de campo Juan de Cabrera, que quisso pelear aquel día a pie con un arcabuz en la mano. Los capitanes de la ynfantería fueron Sancho Sánchez Dávila, pariente del Visorrey, Rodrigo Núñez de Bonilla, Thesorero de Su Magestad, Pedro de Heredia, Francisco Hernández Girón; a los quales todos mandó vestir sendas   —253→   camisetas que los yndios ussan, para que se conosciessen en la batalla. Hizo también dos esquadrones de a cavallo: el uno dellos que era el mayor y mejor tomó para sí, haziendo a don Alonso de Montemayor que fuesse Mayoral de aquel esquadrón; yva también con él el capitán García de Bazán, y en este esquadrón yva el estandarte Real, que llevava Juan de Ahumada. El otro esquadrón encomendó al capitán Cepeda, Theniente de Pasto, y en este esquadrón yva el adelantado Sebastián de Benalcázar con otros capitanes y valerosos hombres, todos los quales yvan vestidos con sus camisetas de yndios, como tenemos dicho. El Visorrey yva en la retaguardia con doze arcabuceros y de a caballo para socorrer a donde más necesidad uviesse, y esto hizo por consejo del oydor Juan Álvarez, de don Alonso de Montemayor y del maestro de campo Juan de Cabrera; mas después fue el primero que quebró su lanza, que se pusso en la delantera porque se acordó de lo que el adelantado Sebastián de Benalcázar le avía dicho, como luego se dirá.




ArribaAbajoCapítulo L
De cómo el tirano, aviendo hecho muchas cosas en Quito, se partió della dexando allí a Pedro de Puelles por su Theniente y Capitán y se fue a los pueblos de Sant Miguel y de Truxillo, y de las cosas que proveyó yendo por su camino adelante


Después de aver estado Gonzalo Pizarro en la cibdad de Quito mucho tiempo, que fueron seys meses ynclusive desde diez y ocho del mes de enero hasta doze de jullio de 1546 años, que fue en este mismo año quando Corpus   —254→   Christi y Sant Juan cayeron en vn día, y aviendo hecho y concluydo en ella31 muchas cosas, determinó de yrse a la cibdad de Los Reyes, que es en Lima. Para hazer esto tomó primero el parecer de sus capitanes, los quales le dixeron que estava bien acordado y que lo hiziesse assí porque era bien yr a visitar aquellas cibdades, villas y lugares que estavan a su devoción, porque avía días que no las avía visto. Pussieron por delante que tuviesse atención a las cosas de arriba, que estavan muy rebueltas y enconadas con el alzamiento de Diego Centeno, que podría ser que deste pequeño yncendio resultasse otro mayor y más bravo y perjudicial fuego, estando él ausente, y por estas cosas y otras se aderezó para la partida con muchos de los suyos. La causa de la estada y detenimiento de Gonzalo Pizarro en esta cibdad se cuenta32 de diversas formas y maneras como a cada vno le parescía o se le antojava y sospechava. Porque vnos dixeron que se avía detenido por saber con más brevedad lo que Su Magestad proveya acerca de sus negocios, y de la confirmación del cargo que los oydores de la Real Audiencia le avían encomendado, por ser por allí el camino y passaje derecho por donde todos van y vienen muchas vezes de España a esta tierra. Otros dixeron que por la comodidad y provecho que avía de las minas de oro que en este comedio se descubrieron en este territorio en el pueblo de Rodrigo Núñez de Bonilla, que fueron asaz muy ricas, de donde se sacó grandíssima cantidad de pesos de oro bermejo, que muchos quedaron ricos y dellos se fueron a España. Otros dixeron que Pizarro no se le dava nada por subir arriba, por tener como tenía guardadas las espaldas de muchos tenientes, capitanes y hombres principales que le eran muy afficionados, especialmente que andava por allá Francisco de Carvajal que era el coco con que a todos espantavan, y que éste pornía remedio en lo que conviniese por aquellas partes. Otros dixeron que no se avía detenido por estas causas y razones, sino por amores que tuvo con la   —255→   muger de aquel hombre llamado Fructos que Vicencio Pablo mató, como atrás queda dicho, la qual quedó preñada de Gonzalo Pizarro. Y al tiempo que parió vn hijo estando el tirano en la cibdad de Lima, arrebató la criatura el padre desta muger (y) la mató arrojándola contra vna pared, por lo qual, Pedro de Puelles, a quien quedó encomendada, ahorcó al agüelo de la criatura por aver cometido aquella crueldad. Preguntado al matador por qué avía muerto a su nieto, no teniendo la culpa sino la madre, respondió: «matelo por que no quedasse tan mala simiente de los Pizarros en esta tierra y en las demás, y quissiera que en esta criatura se acabaran de consumir todos los Pizarros, porque no quedara vno ni ninguno». Finalmente, aviéndose determinado Gonzalo Pizarro de partirse para la cibdad de Lima, se puso en camino con más de quinientos hombres bien armados, y antes de su partida nombró por su Theniente y Capitán a Pedro de Puelles, por ser hombre bastante para el tal cargo y por aver metido muchas prendas en todas estas jornadas, al qual dio grandes poderes y comissiones. Antes de todo esto avía embiado adelante a la cibdad de Lima al muy virtuoso y muy noble varón Juan Velázquez Vela Núñez, hermano del Visorrey, con Lucas Martín Vegaso, para que lo llevasse por la mar en son de preso. Pues yendo Gonzalo Pizarro por sus jornadas contadas llego a la villa de Sant Miguel, en donde hizo muchas cosas en pro y vtilidad de los vezinos y naturales de aquel territorio, y nombró por su Lugartheniente y Capitán a Bartholomé de Villalobos, al qual dio muchas ynstruciones y avisos de lo que avía de hazer en su servicio, ansí en la tierra como por la costa de la mar. En esta dicha villa dio al capitán Alonso de Mercadillo la conducta del generalato de la conquista de las tierras nuevas que los primeros conquistadores llamaron de la Zarza, en donde se tuvo por cosa cierta que era tierra muy rica de plata y oro y de grandes rebaños de ganado ovejuno y de otras cosas que los hombres suelen dessear, y le dio ciento y treynta soldados dándoles muchos oficios para la guerra y para quando poblassen alguna villa. Por apartar de sí a muchos que con grandes ymportunaciones   —256→   y ruegos le pedían de comer, pues le avían servido muy bien en la jornada, a los unos envió con el capitán Manuel de Estacio al pueblo del Guayaquil, que yva por su Theniente, para que por allá les diesse de comer, y así embió a otros a diversas partes para que por allá33 fuessen proveydos. Al capitán Juan Proceli le dio sesenta hombres para que fuesse a la conquista de los Bracamoros, que es en la gran provincia de los Chiquimayos, que después que poblaron llamaron la villa de Loxa, los quales todos fueron de muy buena gana porque avía fama que las tierras eran muy ricas de oro y plata y de muchos carneros de aquella tierra y de grandes poblazones de yndios. Y como todos ellos yvan bien armados y tenían muchos vestidos y cavallos que avían tomado del despojo de la batalla de Quito, y con el socorro que les dieron, yvan muy contentos y ufanos llevando por delante mucho servicio de yndios y de yndias. Prosiguiendo Gonzalo Pizarro por su camino adelante, de pueblo en pueblo, yvan sus capitanes y hombres principales tratando de muchas y diversas cosas entre los vnos y los otros por tener algún alivio en el camino, como se suele hazer muchas vezes, y un día parece que comenzaron a dezir que Su Magestad, como buen señor y xpianíssimo rey, no trataría de cosas passadas, ni miraría ni aun haría caso dellas, y que sin falta ninguna confirmaría a Gonzalo Pizarro la governación que la Real Audiencia le avía dado y encargado, porque él merescía tener este real cargo por los buenos servicios que le avía hecho en la tierra. Otros uvo que dixeron desvergonzadamente y sin ningún miramiento y con gran soberbia que aunque Su Magestad quissiese hazer otra cosa en contrario de lo que le avían de suplicar, no avría effecto, porque ellos lo deffenderían a capa y espada, o si no con muy buenos arcabuzazos. El licenciado Cepeda, por agradar en algo a Gonzalo Pizarro passava del pie a la mano con su desvergonzada plática, aprovándolo Hernando Bachicao y otros tales como él que eran hombres desatinados y mal yntencionados,   —257→   ymprudentes y nescios en todo y por todo; el qual dezía que los reynos y provincias del Perú competían a Gonzalo Pizarro por muy justos y buenos títulos y de derecho, pues él y sus hermanos las avían ganado a fuerza de armas quitándolas de poder de los yndios ydólatras y cultores34 de los demonios, pues no eran xpianos ni lo avían querido ser. Traya en consequencia y alegava a su propósito muchos exemplos de reynos, tierras y provincias que después de su origen y principio avían sido tiranizadas por hombres sobervios, y con la diuturnidad del tiempo que avía passado, el título se avía hecho bueno y estable y avían quedado hechos señores y reyes los que las tenían tiranizadas. Y con esto dezía que la nobleza procedió de mala fuente, por ser tiranía comenzada, mas después fue por virtuosos yllustrada. También traya en consequencia la differencia que uvo sobre el Reyno de Navarra quando lo conquistó el cathólico rey don Fernando y lo metió debaxo de la Real Corona de Castilla, que hasta oy lo poseen y se llaman Reyes de Navarra y lo tienen como cosa suya propia. Allende desto contava la razón y forma de cómo los reyes se armavan y de cómo se vngían y de las ceremonias que para ella hazían, y assí dezía otras cosas semejantes a éstas atrayendo, yncitando y persuadiendo al tirano se llamasse rey, afirmando que jamás hombre que al principio uviesse pretendido ser rey avía tenido tanto derecho a la tierra que governava, como él. Y como el licenciado Cepeda era tenido por muy leydo y de buen juycio y entendimiento y era gran letrado, todos aprovavan con él en todo lo que dezía y les parescía bien, y ninguno le contradezía por no desagradar al tirano. Mas, en fin, Gonzalo Pizarro se holgava grandemente en oyr estas cosas de gran locura y vanidad, las quales se platicaron muchas vezes delante dél estando presentes muchos de sus capitanes y soldados principales. Assimismo despachó desta villa al licenciado Benito de Caravajal para que fuesse a la mar y tomasse los navíos y gente que Juan Alonso Palomino avía traydo de Nicaragua,   —258→   con los demás navíos que estavan en el dicho puerto, para que con ellos proveyesse las cosas necesarias para la seguridad de toda aquella costa. De manera que él proveyó aquí muchas y diversas cosas, dando a entender a todos que lo hazía por el bien de toda la tierra, y su yntención principal fue tener siempre junta toda esta gente, aunque estuviesse en diversas partes repartida, para que quando tuviesse necesidad della y embiasse por ella, viniesse luego. Pues llegado a la cibdad de Truxillo se le hizo un muy solemne recibimiento (por) todo el cabildo y regimiento y vezindad della, y en los arcos triunphales que se pusieron por las calles (y) encrucijadas dellas por donde paso, uvo muchos epitaphios y letreros alabando sus hechos, y vna letra dellos35 dezía en esta forma y manera:


De Vargas es mi linage
y de Chaves mi opinión;
de león tengo el corage
y de rey la condición.

Entrando Gonzalo Pizarro por la cibdad, los alcaldes y regimiento y vezindad lo llevaron a la yglessia mayor, en donde oyó missa, y de allí fue a las casas de su hermano el marqués don Francisco Pizarro, que están a un lado de la plaza; en donde se apossentó con mucha música de ministriles y trompetas y con gran salva de arcabuzes, y luego se asentó a comer porque era ya muy tarde. Asentáronse a comer a su mesa doze capitanes de los más principales y famosos que él tenía, los quales fueron Diego Vásquez de Cepeda, Juan de Acosta, Juan Vélez de Guevara, Diego de Mora, Juan Alonso Palomino, Martín de Robles, Juan de Saavedra, Alonso de León, Hernando Bachicao, Diego Maldonado el rico, Pedro Vergara y don Balthasar de Castilla. Después de aver comido preguntó a los regidores y a ciertos vezinos que presentes se hallaron quando comió, cómo se avían   —259→   y lo avían hecho las justicias que él avía dexado en aquella cibdad; que se lo dixessen porque ninguno estuviesse agraviado dellas. Y por otra parte hordenó otras muchas y diversas cosas para en pro y vtilidad del pueblo y de los naturales de toda aquella tierra, y puso en su cabeza el pueblo de Caxamalca, que fue de Melchior Verdugo, que rentava por año ochenta mil ducados de buen oro y plata y mahíz. Assimismo nombró por su Lugartheniente a Diego de Mora, natural de Cibdad Rodrigo, y le dio muchos y grandes poderes para que hiciesse todo aquello que fuesse menester al servicio de Su Magestad y en lo que conviniesse al suyo, y le encargó mucho que mirasse muy bien por toda la tierra. Yten le dio para la guarda de su persona veynte y cinco arcabuzeros para que estuviessen con él assistentes y les diesse de comer a su mesa, y que ninguno despidiesse sin su espresa licencia, pues le avían servido muy bien en la jornada contra el Virrey. Ase de saber que desde el día que Gonzalo Pizarro salió de Quito y comenzó de poner sus lugarthenientes en las cibdades, villas y lugares por donde passava, siempre les dio veynte y cinco o treynta arcabuzeros, a dos fines. Lo vno para que guardassen las personas y vidas de sus thenientes y que a cada vno los contentarse en les dar de comer y lo que buenamente uviessen menester, y la paga que se les avía de dar a los vnos y a los otros se sacasse de la caxa de Su Majestad y de vezinos y de mercaderes, por tercias partes. Y lo otro fue que como estos hombres estuviessen juntos en diversas partes y lugares, que no uviessen mucha difficultad de los ajuntar para alguna priesa o necessidad vrgente que tuviesse, o quando los enbiasse a llamar. En este comedio llegó el licenciado Benito Juárez de Caravajal, con los navíos, al puerto de Truxillo, el qual se vino a la cibdad y el tirano lo recibió muy bien porque entonces lo quería mucho, y lo mandó apossentar dentro en su palacio. Despachó deste pueblo al capitán Juan Alonso Palomino a Tierra Firme, con el qual escrivió a su pariente Pedro Alonso de Hinojosa y a los demás capitanes, muchas y diversas cosas, encargándoles que tuviessen especial cuydado de mirar   —260→   por la flota y le avisassen siempre de todo lo que por allá passava; el qual se embarcó en un navío y se fue a Panamá. Todas las cosas que Gonzalo Pizarro hizo de ay adelante fueron hechos con parecer y consejo deste Licenciado, y muchos capitanes y valerosos hombres se quissieron entremeter en su privanza, y no lo pudieron alcanzar por la gran privanza que este hombre tenía con él, eceptando como eceptamos, a los licenciados Diego Vásquez de Cepeda y Alonso de León, que también eran sus muy grandes privados y amigos. Como en aquel tiempo uvo tres capitanes llamados Caravajales, que servían entonces al tirano, muchos tienen creydo, los que no los conocieron, que lo que el licenciado Caravajal hizo en cortar la cabeza al Virrey, y lo que hizo Diego de Caravajal el galán, natural de Placencia, como adelante diremos, todo lo atribuyen a Francisco de Caravajal; en lo qual se engañan, como se verá en esta obra adelante. Yo no niego que el maestro de campo Caravajal no fuesse cruel, sino digo que él fue más36 cruel que Calígula y Nerón, que se puede comparar a otros muchos tiranos que uvo muy crueles en el mundo, y assí tengo escripto un libro particular, que es el tercero, en donde se verán largamente sus hechos y dichos y sus crueldades; y dexado esto aparte diremos agora cómo Gonzalo Pizarro entró en la cibdad de los Reyes con gran triunpho, y del solenne recibimiento que se le hizo en ella».