Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCapítulo XLVI

Oraciones interrogativas


1144 (389). Las proposiciones interrogativas, según se ha dicho antes (§ 164), son directas o indirectas: las directas no forman parte de otras como sujetos, complementos o términos; y en esto se diferencian de las indirectas.

1145 (390). En las interrogaciones directas, o se pregunta por medio de pronombres o adverbios interrogativos, o sin ellos:


«Inocente tortolilla,
¿Qué buscas entre estos ramos?
¿A quién, desdichada, arrullas,
En tu nido solitario?».


(El duque de Rivas)                


  —325→  

«¿Cuándo será que pueda
Libre de esta prisión volar, al cielo?».


(Fray Luis de León)                


Pregúntase aquí por medio de los pronombres qué y quién, y del adverbio cuándo. En los ejemplos que siguen no es indicada la pregunta sino por el giro y la modulación de la voz, que corresponde a los signos ¿?.


«¿Piensas acaso tú, que fue criado
El varón para el rayo de la guerra?».


(Rioja)                



«... ¡Padre mío!
¿Y vengo a pronunciar tan dulce nombre,
Para que el hijo del traidor me llamen,
Y ser ludibrio y maldición del orbe?».


(El duque de Rivas)                


1146 (391). Finalmente, o se hace uso de la interrogación directa para informarnos de lo que ignoramos, como en «¿Qué hora es?», «¿Quién llama?», o para expresar ignorancia o duda, verbigracia «¿Qué le habrán dicho, que tan enojado está con nosotros?», o para negar implícitamente lo mismo que parecemos preguntar, significándose entonces por qué, nada, por quién, nadie, por dónde, en ninguna parte, por cuándo, jamás, por cómo, de ningún modo, etc.


«¿De la pasada edad, qué me ha quedado?».


(Rioja)                


Dase a entender que no me ha quedado nada. Así en «¿Quién tal cosa imaginara?», se insinúa nadie, y en «¿Cómo podía yo figurarme semejante maldad?», se quiere decir que de ningún modo. Además, adoptamos el mismo giro para significar extrañeza, admiración, repugnancia, horror, como si dudásemos de la existencia de aquello mismo que produce tales efectos; pero la interrogación es en este caso una figura oratoria137.

1147 (392). Antes (§ 368, b) se ha visto que a las palabras y frases negativas se contrapone elegantemente el que de proposición subordinada, que rige entonces subjuntivo: «Nadie fue a verle, que no le encontrase ocupado».   —326→   Si hacemos, pues, implícita la negación por medio del giro interrogativo, diremos: «¿Quién fue a verle que», etc.

1148 (a). El qué, sustantivo neutro interrogativo, se adverbializa a veces: «¿Qué sabe el hombre cuándo se halla más próximo a gozar de su fortuna?» (Baralt y Díaz). Quitada la interrogación, expresaríamos el mismo pensamiento diciendo, de ningún modo sabe el hombre.

1149 (b). Una novedad en el uso del qué, sustantivo neutro interrogativo, es el construirse con el artículo; práctica que sólo tiene cabida cuando la interrogación se reduce a las solas palabras el qué:


«... Quedamos
En que corre de mi cuenta...
-¿El qué? -Dejar cuerdo y sano
Al loco de tu marido».


(Martínez de la Rosa)                


Si se llenase la elipsis, sería preciso omitir el artículo, diciendo, por ejemplo, ¿qué es lo que corre por tu cuenta? (En este el qué, vemos verificado otra vez que el género neutro no se distingue del masculino en lo que toca a la concordancia del sustantivo con el adjetivo).

1150 (c). La conjunción sino, que generalmente supone negación anterior, se usa con mucha propiedad en interrogaciones de negación implícita, ligando sustantivos con qué y quién, adverbios y complementos de modo con cómo, de lugar con dónde, de tiempo con cuándo, etc.


«Del bien perdido al cabo qué nos queda,
Sino pena, dolor y pesadumbre?».


(Ercilla)                


1151 (d). Por un efecto de esta negación implícita sucede también que a la oración interrogativa se antepone a veces la conjunción ni cuando propiamente correspondía alguna de las otras conjunciones y, o. «Si éstas» (la oratoria, la poética, la amena literatura) «que servían más inmediatamente a las facultades privilegiadas, merecieron tan escasos premios, ¿cuál sería el que se destinaba a las ciencias naturales y exactas? ¿Y cuáles podían ser los progresos del teatro? ¿Ni quién había de aplicarse a un estudio tan difícil, tan apartado de la senda de la fortuna, si desatendido de las clases más elevadas y menospreciado de los que se llamaban doctos, era sólo el vulgo el que debía premiar y aplaudir sus aciertos?» (Moratín). Es claro que siendo virtualmente negativa la cláusula por el solo efecto de la interrogación, bastaba y en lugar de ni (como en la cláusula anterior), y por tanto hay en éste una especie de pleonasmo, en que la negación implícita se desemboza, por decirlo así, y deja de serlo.

1152 (e). En las interrogaciones indirectas la proposición subordinada puede servir de sujeto, término o complemento: «No se sabe qué sucederá», o «en qué vendrán a parar estas cosas»; sujeto, porque la construcción es cuasi-refleja, y la proposición subordinada significa   —327→   la cosa que no se sabe: «Vacilaba sobre si saliese o no»; término de la preposición sobre. «Los historiadores están divididos sobre a quién de ellos» (sus hermanos) «embistió primero el rey don Sancho» (Quintana); término de la misma preposición. «Nos preguntaron qué queríamos»; acusativo, porque la construcción es activa, y la proposición subordinada significa la cosa que se pregunta. «Considerad, señores, cuál quedaría yo en tierra no conocida, y sin persona que me guiase» (Cervantes); acusativo de considerad.

1153 (f). Toda proposición interrogativa indirecta pide una palabra interrogativa que la introduzca, como se ve en los ejemplos anteriores y se verá en los que iremos presentando.

1154 (g). El anunciativo que no precede a las proposiciones indirectamente interrogativas sino en dos casos: después del verbo decir, cuando significa preguntar: «Díjole que dónde quedaba su amigo»; «que cómo se hallaba en aquel paraje»; «que por dónde había sabido la noticia». «Digo, que qué le iba a vuesa merced en volver tanto por aquella reina Majimasa o como se llama» (Cervantes); «Me parece que había de burlar de mí y decir que qué San Pablo para ver cosas del cielo» (Santa Teresa). Y después del verbo preguntar: «Preguntole que de quién se quejaba»; «que adónde se dirigía»; «que quién le había traído allí»; «que si estaba determinado a partirse». Este qué después del verbo preguntar, es pleonástico, pero lo permite el uso.

1155 (h). La interrogación indirecta admite por lo regular indicativo o subjuntivo, pero no siempre indistintamente. Es una misma cosa decir: «No se sabe quién ha» o «haya dado la noticia»; bien que empleando el indicativo se afirma el hecho de haberse dado la noticia; el cual se enuncia algo dubitativamente por medio del subjuntivo. Pero cuando se hace relación al futuro y el agente de los dos verbos, subordinante y subordinado, es o puede ser uno mismo, hay una distinción importante: «No se sabe qué partido se tome», expresa que el que ha de tomarlo es el mismo que no sabe cuál, porque aún no ha elegido ninguno; y al contrario, «No se sabe qué partido se tomará», significa que son distintos los dos agentes, y que la elección del partido no está sujeta a la voluntad del que no la sabe. De la misma manera, «No sé si salga», conviene a la irresolución de la voluntad; y «No sé si saldré», a la sola duda del entendimiento; si digo salga, hago considerar la salida como una cosa sujeta a mi arbitrio; si digo saldré, doy a entender que es independiente de mí.

1156 (i). En las oraciones interrogativas cuánto se puede resolver en qué tanto y cuán en qué tan: «¿Qué tanto dista del puerto la ciudad?»; «Qué tan grande sea esta providencia, en ninguna manera lo podrá entender sino el que la hubiere experimentado» (Granada). Pero es de advertir que esta resolución apenas tiene uso fuera de las interrogaciones en que verdaderamente preguntamos, esto es, en que solicitamos una respuesta instructiva; y que de las oraciones exclamatorias   —328→   (que se reducen a las interrogativas, en cuanto se hacen por los mismos medios gramaticales), solamente la admiten las indirectas, como la precedente de fray Luis de Granada; a menos que demos otro giro a la frase, apartando el tan del qué: «¡Qué acción tan generosa aquélla!»; «¡Qué edificio tan bello!». Puede también callarse en las exclamaciones el tan, revistiéndose de su fuerza el qué: «¡Qué generosa acción!»; «¡Qué bello edificio!».

1157 (j). De la misma manera se resuelve cuál en qué tal; resolución aún más usual que la de cuánto en qué tanto, pues se extiende a todo género de proposiciones interrogativas y exclamatorias: «¡Qué tal será la obra en que tales aparejos hay!» (Granada). A veces esta resolución es obligada, pues no cabe decir: «¿Cuál le ha parecido a usted la comedia?», sino qué tal; lo que sin duda ha provenido de la necesidad de distinguir dos sentidos: con ¿cuál es la casa que usted habita?, se pregunta qué casa; con qué tal es la casa se preguntaría qué calidades tiene.

1158 (k). La misma diferencia debe hacerse cuando se hable de personas: «Si éstos son los vencedores, ¿qué tales serán los vencidos?», aludiendo a las calidades personales; «Si ellos no han sido los ejecutores del hecho, ¿cuáles o quiénes fueron?», aludiendo a la distinción de personas.

1159 (l). Qué y cuál, cuando se construyen con sustantivo o lo son ellos mismos, suelen usarse uno por otro:

1.º En poesía:


«¿Dime, de qué maestro,
En cuál oculta escuela,
Se aprende?» etc.


(Jáuregui)                


2.º Cuando se indica elección o preferencia «¿A qué» o «cuáles providencias puede apelarse sino a las más rigorosas?»; «¿Qué es más», o (como dijo Cervantes) «cuál es más, resucitar a un muerto o matar a un gigante?». En este sentido es más propio cuál.

1160 (m). Cuál excluye a qué, cuando es adjetivo que se construye con sustantivo tácito: «¿En cuál de las ciudades de España reside la corte?», entiéndese en cuál ciudad. «No se ha podido averiguar cuál sea la causa de los terremotos»: cuál causa (práctica, sin embargo, que no fue constantemente observada en los mejores tiempos de la lengua: «Si soy vuestro Señor, ¿qué es el temor que me tenéis?» (Granada); hoy se diría cuál es). «¿Qué es el peligro que os espanta, sino una infundada aprehensión?»: no sería propio cuál porque en el qué no se subentiende peligro; pero por una razón contraria diríamos: «En medio de tantas seguridades, ¿cuál es el peligro que os espanta?».

1161 (n). En las proposiciones exclamatorias son más frecuentes las elipsis que en las interrogativas: «¡Cuán grandes las maravillas de   —329→   la creación, y qué ciegos los que no alcanzan a ver en ellas el poder y sabiduría del Criador!». El verbo ser o estar es la palabra que generalmente se subentiende.

1162 (o). Las proposiciones exclamatorias no admiten el sentido de negación implícita que llevan a menudo las interrogativas; pero sucede no pocas veces que podemos emplear a nuestro arbitrio la interrogación implícitamente negativa o la exclamación, dando a cada una la modulación, y por consiguiente el signo ortográfico que le corresponde. «¡Qué tales serán los ríos que de tan caudalosas fuentes manan!», es propiamente una oración exclamatoria, como lo indican los signos; y la volveríamos interrogativa con negación implícita, diciendo qué tales no serán, porque como el sentido debe ser positivo, es necesario dar a la interrogación una forma aparentemente negativa, para que las dos negaciones se destruyan. «Qué no diría la Europa», es, como observa muy bien Salvá, casi lo mismo que «Qué diría la Europa»; toda la diferencia es de modulación y ortografía, por cuanto la primera estructura es interrogativa, y la segunda exclamatoria. Creo, pues, que en estos pasajes de Jovellanos: «¡Qué ejemplo tan nuevo y admirable de resignación no presentaron entonces a nuestra afligida patria tantos fieles servidores suyos!» y «¡Qué de privilegios no fueron dispensados a las artes!», la oración es propiamente interrogativa, y no están bien empleados los signos.

1163 (p). Las interrogaciones y exclamaciones indirectas están siempre asociadas a palabras o frases que significan actos del entendimiento o del habla, como saber, entender, decir, preguntar, etc. Daríase, por ejemplo, un giro indirecto a los ejemplos anteriores diciendo: «Ya se deja entender qué tales serán los ríos...»; «Se nos preguntó qué tales no serían los ríos...»; «Dijo que cuál era el peligro...».

1164 (q). Lo que, según lo dicho arriba (§ 364), significa el grado en que. Este sentido de cantidad es el que suele tomar esta frase en las exclamaciones, equivaliendo al sustantivo o adverbio cuanto: «¡Lo que ciega a los hombres la codicia!»; «¡Lo que vale un empleo!»; «La experiencia de cada día muestra lo deleznable que es la popularidad, y lo poco que tarda el pueblo en derribar sus ídolos»138.

1165 (r). En las interrogaciones indirectas y en las exclamaciones de ambas clases es notable el giro que por un idiotismo de nuestra lengua podemos dar al artículo definido y al relativo que, precedido de preposición: «¡De los extravíos que es capaz una imaginación exaltada!». El orden natural sería ¡los extravíos de que! o ¡de qué extravíos! «Sé al blanco que tiras» (Cervantes); «Era cosa de ver con la presteza que los acometía» (el mismo); «Bien me decía a mí mi corazón del pie que cojeaba mi señor» (el mismo). Se podría decir en el mismo sentido a qué blanco, con qué presteza, de qué pie; pero si se dijese el blanco a que, la presteza con que, el pie de que, despojaríamos a la   —330→   oración de la énfasis que caracteriza a las frases interrogativas y exclamatorias288-138.

1166 (s). Las proposiciones interrogativas y exclamatorias que hacen de sujeto, conciertan siempre con el singular del verbo, ya sea una o muchas juntas; por lo que sería mal dicho: «No se sabían cuántos eran», en lugar de no se sabía; y tengo por errata o descuido el plural con que principia este pasaje de Martínez de la Rosa: «Viéronse entonces aún más que en el largo trascurso de aquella tenacísima guerra, lo que pueden el valor y la destreza»; donde, aun dejando de mirar como una interrogación indirecta la cláusula lo que pueden, significando esto la cosa vista, se debería decir viose, concertando este verbo con el sujeto lo.




ArribaAbajoCapítulo XLVII

Cláusulas distributivas


1167 (393). Llamo cláusulas distributivas, alternativas o enumerativas, aquellas en que se contraponen acciones distribuidas entre varios agentes, lugares, tiempos; o se presentan varias suposiciones que recíprocamente se excluyen; o se enumeran las varias fases de un hecho; sentidos diferentes, que reunimos aquí, porque se exprimen muchas veces por unos mismos medios gramaticales.

1168 (394). Las suposiciones alternativas se indican naturalmente por la conjunción o, o por un verbo en el modo optativo: «No pudieron curarle los médicos, o porque   —331→   fueron llamados tarde, o porque no conocieron la enfermedad»; lo que suele variarse diciendo, «Sea porque fueron... sea porque no conocieron»; o «Sea que fueron... sea que no conocieron». Pueden también combinarse ambos medios: «O fuese que se habían consumido las provisiones, y no había esperanzas de recibirlas de afuera, por la fuerza y vigilancia de los sitiadores, o fuese que después de tantos meses de sitio comenzase a desfallecer el ánimo de la guarnición, se determinó al fin», etc. Puede asimismo suprimirse el verbo de la segunda frase optiva: «O fuese que se habían consumido... o que comenzase». Y en todos casos es arbitrario callar o expresar la conjunción o en el primer miembro, o si hay muchos, en todos menos el último. Finalmente, en lugar de o se emplea también la frase conjuntiva o bien; y si en ésta se calla la conjunción se revestirá de su fuerza el adverbio: «Bien fuese la edad, bien el rigor de la disciplina lo que había debilitado sus fuerzas».

1169 (395). Las enumeraciones y distribuciones se expresan naturalmente por medio de los adjetivos uno, otro, y de varias palabras o frases que pueden hacer este oficio sin salir de su acepción propia: «Unos cantaban, otros tañían diversos instrumentos, otros bailaban»; «En una parte se oían tristes lamentos, en otra desesperadas imprecaciones»; «Parte venían armados de espadas y lanzas, parte solamente de palos y piedras, parte inermes»; «Perecieron casi todos; parte a filo de espada; parte a manos del hambre y de la miseria»; «Cerca sonaban las voces de los combatientes; lejos se reiteraban los lelilíes agarenos» (Cervantes).

1170 (396). Pero además de estos medios naturales y comunes, hay otros más expresivos, suministrados por palabras demostrativas e interrogativas.

«¿No has visto tú representar alguna comedia adonde289 se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el discreto, otro el enamorado simple, y acabada   —332→   la comedia, y desnudándose de los vestidos de ella, todos los recitantes quedan iguales» (Cervantes). «Quiénes viajaban a pretender beneficios, quiénes se encaminaban a recibir su educación en el colegio de Bolonia, quiénes militaban en los tercios», etc. (Navarrete, citado por Salvá). «Hombres y mujeres, viejos y niños, fueron desorejados o desollados vivos; a quiénes hacía quitar el cutis de los pies y caminar sobre vidrios o guijarros; a quiénes mandaba coser espalda con espalda; a quiénes hacía mutilar de uno o dos miembros o de las facciones del rostro» (Baralt y Díaz). «Descubrieron los rostros poblados de barbas; cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas, y cuáles albarrazadas» (Cervantes). «Vieron un abrigo que podía llamarse puerto, y en él hasta diez o doce bajeles; dellos chicos, dellos medianos, y dellos grandes» (Cervantes): parte de ellos. «El campamento presentó luego una escena de espantosa confusión, donde todos, exagerándose el peligro, corrían desolados y sin saber a qué punto; cuáles, como valerosos, para hacer frente al mal, cuáles, como cobardes, para evitarlo huyendo» (Baralt y Díaz). «Éste la maldice y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquél la condena por fácil; tal la absuelve y perdona, y tal la vitupera, uno celebra su hermosura, otro reniega de su condición, y en fin, todos la deshonran y todos la adoran» (Cervantes). «Cuál buscaba al amanecer entre los montones de muertos horrendamente heridos o mutilados el cadáver de un padre; quién el de un hijo o de un hermano; aquélla el de un esposo o de un amante; otros los de sus amigos o protectores» (el duque de Rivas). «Aquí se queja un pastor, allí se desespera otro, acullá se oyen amorosas canciones» (Cervantes). «Aquí se pelea por la espada, allá por el caballo».


«El araucano ejército revuelto
Por acá y por allá se derramaba».


(Ercilla)                


«El diablo me pone ante los ojos aquí, allá, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco», etc. (Cervantes). (Nótese que este adverbio acullá apenas se usa sino en oraciones distributivas, como las precedentes).

1171. Úsanse de la misma manera:

Ya... ya.

Ahora... ahora (que se sincopa frecuentemente en ora... ora).

Tal vez... tal vez (en el sentido de ya... ya).

Tan presto... tan presto (en el mismo sentido).

Cuándo... cuándo (en el mismo sentido).

Dónde... dónde (por aquí... allí), etc.


«Ahora estés atento sólo y dado
Al ínclito gobierno del Estado,
Albano, ahora vuelto a la otra parte,
Resplandeciente, armado,
—333→
Representando en tierra al fiero Marte;
Ahora de cuidados enojosos
Y de negocios libre, por ventura
Andes a caza», etc.


(Garcilaso)                



«Su rueda plateada
La luna va subiendo;
Ora una débil nube
Que le salió al encuentro,
De trasparente gasa
Le cubre el rostro bello;
Ora en su solio augusto
Cubre de luz el suelo,
Tranquila y apacible
Como lo está mi pecho;
Ora finge en las ondas
Del líquido arroyuelo
Mil luces, que con ellas
Parecen ir corriendo».


(Meléndez)                



«Graciosa palomita,
Ya licenciosa puedes
Empezar con tus juegos
Y picar libremente.
Ya te provoca Fili.
Ya en los brazos te mece,
Ya en su falda te pone,
Y el dedo te previene».


(El mismo)                


«Almanzor tenía dispuestas sus gentes para hacer cada año dos entradas en tierra de Navarra, cuándo por una parte, cuándo por otra».


(Conde)                


1172. Conviene advertir que si se trata de dos cosas, o de más de dos, pero reducidas a dos por el modo de presentarlas, es más propio emplear el uno y el otro con artículo definido, para designarlas consecutivamente: «De sus dos hijos el uno se dedicó a las armas y el otro a las letras»; «De sus cuatro hijos, los dos... y los otros dos». Pero si se habla de más de dos individuos o colecciones, lo más propio es suprimir el artículo, excepto cuando en la construcción se llega a la última de las cosas de que se trata, siendo determinado su número: «Había tres aldeas a la orilla del río; una antigua de numeroso vecindario, otra recién poblada, la otra arruinada y desierta».



  —334→  

ArribaAbajoCapítulo XLVIII

Cláusulas absolutas


1173 (397). Llámanse cláusulas absolutas aquellas que constan de un sustantivo modificado y no tienen conexión gramatical con el resto de la sentencia290, supliéndoseles el gerundio siendo, estando, teniendo, llevando u otro semejante: «Quince fueron en número los que allí se juntaron, curiosos e impacientes de saber el intento a que eran convocados en estación tan rigorosa; los montes cubiertos de nieve, embotadas las fuerzas y el brío, en silencio las armas» (Martínez de la Rosa): estando los montes, etc. «Cuenta con ir bien apercibidos, los vestidos con buenos soforros, y la jacerina debajo» (el mismo): llevando los vestidos, etc., donde es de notar que pueden juntarse con el gerundio tácito, no sólo adjetivos (cubiertos, embotadas), sino complementos (en silencio, con buenos soforros), y adverbios (debajo).

«El rey de Castilla se volvió a Sevilla, salva y entera la fama de su valor, no obstante los malos sucesos que tuvo» (Mariana): llevando salva, etc.

1174 (a). A veces el sustantivo de estas frases es un que anunciativo o una proposición interrogativa indirecta: «El rey, visto que no podía tomar por fuerza la villa, mandola escalar una noche con gran silencio» (Mariana).


«Ya de Córdoba arrancan, acordado
Cómo el valor sujete a la fortuna».


(Maury)                


1175 (b). Cállase a veces el sustantivo por hallarse a poca distancia: «Se trató de amoblar el palacio, y amoblado, se trasladaron a él los tribunales». Gil y Zárate, hablando de Lope de Vega, dice así: «Flojo, desmayado, incorrecto, prosaico muchas veces, sus eminentes cualidades, que dirigidas por el arte se hubieran fortalecido para mostrarse en todo su esplendor, degeneraron en los vicios a que toda virtud está cercana».

  —335→  

1176 (c). En las cláusulas absolutas entra a menudo un participio adjetivo, o un adjetivo de aquellos cuyo significado es parecido al de los participios: Limpias las armas, llenos los requisitos legales; pero los ejemplos anteriores manifiestan que otros adjetivos, y hasta complementos y adverbios, pueden hallarse en construcción con el gerundio tácito.

1177 (d). Ni el gerundio, mientras no se expresa, ni mucho menos el participio, admiten afijos o enclíticos; así, aunque decimos «Siéndole dada la carta», «Teniéndoles comunicado el suceso», no podemos decir en cláusulas absolutas: «Dádale la noticia, aguardamos su resolución», «Comunicádoles el suceso, partimos»140.

1178 (e). En estas locuciones se antepone casi siempre al sustantivo el adjetivo o lo que hace sus veces, sobre todo si la cláusula absoluta está a la cabeza de la oración; por lo que en prosa parecería algo violento, «El palacio amoblado, se trasladaron a él los tribunales». Exceptúanse ciertas breves frases que tienen la sanción del uso: «Esto dicho, se retiraron». Otra excepción es la de aquellos sustantivos con los cuales puede subentenderse en vez del gerundio la preposición con: «Oraba siempre, las rodillas en el suelo, sin estrado ni sitial» (Rivadeneira); «¿Quién te trajo hasta ponerte en un patíbulo, las manos enclavadas, el costado partido, los miembros descoyuntados, las venas agotadas, los labios secos, y todo finalmente despedazado?» (Granada); «Bajó al esquife un brioso mancebo de poco más de veinte y cuatro años, vestido a lo marinero de terciopelo negro, una espada dorada en las manos, y una daga en la cinta» (Cervantes).

1179. Es elegante la misma práctica en descripciones que recapitulan circunstancias ya referidas: «Yendo pues de esta manera, la noche oscura, el escudero hambriento, y el amo con gana de comer, vieron», etc. (Cervantes).

1180 (f). Las cláusulas absolutas contribuyen no poco a la concisión del estilo. Martínez de la Rosa las emplea a cada paso en su Hernán Pérez del Pulgar.




ArribaAbajoCapítulo XLIX

Preposiciones


1181 (398). Las preposiciones castellanas más usuales son a, ante, bajo, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre, tras.

1182. Añádese so, cuyo empleo está en el día limitado a unas pocas frases (so color, so pretexto, so pena, so capa);   —336→   cabe, enteramente anticuado291; mientras y pues, que dejan a menudo el oficio de preposiciones141; y los adverbios antes mencionados (afuera, adentro, arriba, abajo, adelante, atrás, antes, después), que toman el carácter, aunque no el lugar de la preposición, posponiéndose al nombre (§ 189, a)142.

1183. El adverbio relativo cuando suele emplearse también como preposición, cuando la guerra, por en el tiempo de la guerra.

1184. Podemos asimismo agregar a éstas algunas que lo son imperfectamente: como excepto, salvo, durante, mediante, obstante, embargante143.

1185 (a). Muchas preposiciones, y acaso todas, han sido en su origen palabras de otra especie, particularmente nombres. Y como esta metamorfosis no ha podido ser instantánea, sucede a veces que una palabra ha perdido en parte su primitiva naturaleza, y presenta ya imperfectamente, y como en embrión, los caracteres de otra, habiendo quedado, por decirlo así, en un estado de transición.

1186 (b). Excepto era un participio que variaba de terminación para los diferentes géneros y números, como hoy se usa exceptuando; pero hecho indeclinable, y limitado a cláusulas absolutas, que principian regularmente por un adjetivo (§ 397, e), tomó la apariencia de preposición (excepto un niño, una niña, unos pocos hombres, algunas mujeres), y sin embargo no ha sido completa la transformación, pues no se construye, como las genuinas preposiciones, con los casos terminales de los pronombres, no decimos excepto mí, ti, sí, sino excepto yo, tú, él.

1187 (c). De cláusulas absolutas, como salvo el derecho, salva la honra, salvas las vidas y propiedades, se deriva de la misma manera el indeclinable salvo, que a semejanza de excepto, cuyo significado se apropia, no admite los casos terminales, pues no se dice salvo mí sino salvo yo. Pero salvo recobra otras veces su primitivo significado de participio adjetivo, variando de terminación y colocándose antes o después, cerca o lejos del sustantivo: «Salieron solamente con la vida salva»; «Pocos quedaron salvos»292. A excepto y salvo se da muchas veces por término el   —337→   anunciativo que: «Se les restituyó en el ejercicio de sus derechos, excepto» o «salvo que se les nombró un interventor para la administración de los bienes». Dánseles también complementos por término:


«La pérdida del tiempo no es pequeña,
Y salvo al imprudente, a nadie sobra»293.


(Bartolomé de Argensola)                


«Con todos se usó de indulgencia, excepto con los que habían excitado el motín». Y asimismo proposiciones subordinadas: «No es lícito dar a otro la muerte, excepto» o «salvo cuando es absolutamente necesario para nuestra propia defensa».

1188 (d). Estas dos palabras pueden también considerarse como conjunciones, en cuanto ligan elementos análogos, y la misma observación debe hacerse con respecto al adverbio menos, cuando equivale a excepto o salvo: «Todos, excepto» o «salvo» o «menos uno, fueron sentenciados a muerte»; «A nadie se mostró severo, excepto» o «salvo» o «menos a los homicidas»; «Con todos se usó de indulgencia, excepto» o «salvo» o «menos con los que habían turbado la tranquilidad pública»294.

1189 (e). Del empleo de mediante y durante en cláusulas absolutas ha procedido asimismo el uso preposicional que hoy tienen. «Durante los meses de invierno»; «mediante los buenos oficios de sus amigos». Pero mediante se pospone a veces: Dios mediante. Ni uno ni otro se juntan con los casos terminales de los pronombres; y tampoco se usa construirlos con el nominativo: durante yo y mediante yo, disonarían tanto como durante mí, mediante mí; y aunque eso en durante pueda explicarse por la circunstancia de no expresarse con él la duración de las personas, sino de las cosas, no cabe decir lo mismo de mediante, que puede aplicarse a personas o cosas, bien que mucho menos frecuentemente a personas.

1190 (f). Otras dos preposiciones imperfectas y originadas, como las anteriores, de cláusulas absolutas, son obstante y embargante; pero tienen la especialidad de que los complementos formados con ellas son siempre modificados por el adverbio no: «No obstante» o «no embargante los ruegos y empeños de varias personas principales, fue condenado a destierro perpetuo». El primero es, incomparablemente, de más uso; y callado el término toma el carácter de conjunción adversativa: «Compuestas (las asambleas públicas de las naciones septentrionales) de guerreros ignorantes y groseros, no había más elocuencia que la facundia   —338→   natural de cada orador sin arte ninguno, y apelando a las pasiones más bien que al raciocinio o a las galas del buen decir. No obstante, asistían con frecuencia a ellas obispos ilustrados, formados por los escritos de los Santos Padres, y aun de los oradores antiguos» (Gil y Zárate): no obstante esto, no obstante que no había en ellas elocuencia.

1191 (g). Algunas preposiciones dejan a veces el carácter de tales y se vuelven adverbios, como bajo y tras cuando modificadas por un complemento con de equivalen a debajo y detrás: «Bajo de la cama», «Tras de la puerta». «Preguntó que cómo aquel hombre no se juntaba con el otro hombre sino que siempre andaba tras dél» (Cervantes). Tras él hubiera sido más propio.

1192 (h). Dejando a los diccionarios la enumeración de los varios significados que toma cada preposición, y de los verbos que las rigen, nos limitaremos a unas pocas observaciones generales sobre el modo de usarlas.

1193. 1.ª Si el sentido pide dos complementos de preposiciones diferentes con un mismo término, es necesario expresarlas ambas, reproduciendo el término. Peca, pues, contra la sintaxis, «Lo que depende y está asido a otra cosa» (Diccionario de Valbuena, citado por Salvá); porque depender rige de, mientras asido se construye con a; siendo por tanto necesario: «Lo que depende de otra cosa y está asido a ella». «El camino real de que se trata» (dice otro respetable escritor) «no debe ni ha necesitado mucho del arte»; del arte se hace régimen común de los verbos debe y ha necesitado, siendo así que deber pide a y necesitar, de; era menester otro giro, como «no debe ni ha pedido mucho al arte». Si un sustantivo es, por sí solo, acusativo y término de preposición expresa, debemos también ponerlo de manifiesto en ambas funciones, primero directa y luego reproductivamente: «Se trató de refutar y hacer ver la futilidad de todas las razones alegadas en contra»; pésima sintaxis, es preciso: «Se trató de refutar las razones alegadas en contra, y hacer ver la futilidad de todas ellas». Cervantes contravino alguna vez a esta regla: «¡Cómo qué! ¿Es posible que una rapaza, que apenas sabe menear doce palillos de randas, se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes?»; el acusativo las historias, régimen propio de censurar, no lo es de poner lengua, que pide complemento con en. «Cosas que tocan, atañen, dependen y son anexas a la orden de los caballeros andantes»; el complemento a la orden, que cuadra bien a tocan, atañen y son anexas, es rechazado por dependen que no pide a sino de. Pero esta regla es de menos rigor en el diálogo familiar.

1194. 2.ª Aun cuando no sólo se identifican los términos sino las preposiciones mismas, es necesario, repitiendo la preposición, reproducir el término, siempre que no se presenten los dos complementos de un modo semejante respecto de las palabras que los rijan. «La poesía vive y saca de las imágenes materiales su mayor gala y hermosura», no parecería bien; porque además de vive y saca sigue de las imágenes materiales,   —339→   régimen de ambos verbos a la vez, y luego su mayor gala y hermosura, régimen peculiar de saca. Puede aceptarse «La poesía vive, y saca su mayor gala y hermosura, de las imágenes materiales», pero no quedamos todavía satisfechos, porque el complemento con de se refiere por una parte al verbo vivir solo, por otra al verbo sacar modificado por el acusativo su mayor gala y hermosura. Es mucho mejor construir la sentencia de este modo: «La poesía vive de las imágenes materiales, y saca de ellas su mayor gala y hermosura».

1195. 3.ª Con el acusativo y el dativo, formados ambos por la preposición a, y por un mismo sustantivo, basta expresar una sola vez la preposición y el término: «Da toda especie de socorros y alienta con sus palabras a los menesterosos y desvalidos».

1196. 4.ª Blanco White y Jovellanos probaron a introducir en castellano la práctica de que se vale la lengua inglesa en el caso de dos preposiciones diferentes con términos idénticos; la cual consiste en callar el término con la primera preposición y expresarlo con la segunda: «Providencias exigidas por, y acomodadas al estado actual de la nación»; «Todo lo cual fue consultado a y obtuvo la aprobación de la junta» (ambos ejemplos son de Jovellanos, citado por Salvá). Pero hasta ahora no parece haber hecho fortuna este giro, que los mismos escritores ingleses no miran como elegante.

1197. 5.ª Notaremos de paso que en los modos del verbo no es menos necesaria que en las preposiciones la consecuencia de régimen. Se pecaría contra esta regla diciendo, por ejemplo: «Estamos seguros y nos alegramos de que tenga esas intenciones el gobierno»; porque estamos seguros pide tiene y no tenga. Extiéndese lo mismo a toda palabra o frase en que influyen diversas causas de régimen.

1198. 6.ª Hay una que otra frase en que el uso autoriza la inconsecuencia. Dícese «Esta casa es mayor o tan grande como la de enfrente», sin embargo de que no puede decirse mayor como, sino mayor que; entre las dos especies de régimen se prefiere la que cuadra con la más cercana de las palabras que las piden: es mayor o tan grande como; es tan grande o mayor que. Cervantes contravino a esta regla: «Mis pensamientos, mis suspiros, mis lágrimas, mis buenos deseos, mis acometimientos, pudieran hacer un volumen mayor o tan grande que el que puedan hacer todas las obras del Tostado».


Apéndice

Régimen de las preposiciones, conjunciones e interjecciones


1199 (a). Las preposiciones castellanas no tienen propiamente régimen, porque régimen supone elección; así un verbo rige un modo o un complemento particular, porque hay varios modos y multitud de complementos; al paso que con todas las preposiciones lleva el término   —340→   una forma invariable; es a saber, la del caso terminal en los pronombres declinables, y la forma única de los nombres que no se declinan por casos: de mí, por mí, etc. De la casa, por la casa, sin la casa, etc.295

1200 (b). Las conjunciones carecen de régimen, ligando palabras, cláusulas u oraciones, no tienen influencia sobre ninguna de ellas.

1201 (c). La interjección tiene a menudo régimen, el más frecuente es el de nominativo, que se usa muchas veces como vocativo: «¡Ah infelices!»; «¡Oh patria!»; «¡Alerta, soldados!».

1202. También es frecuente el complemento con de, como puede verse en los ejemplos del número 52.

1203. Ojalá equivale a Dios quiera, y rige por consiguiente proposición subordinada en el modo subjuntivo común, de la misma manera que los verbos que significan deseo: «¡Ojalá que la buena causa triunfe!»; «¡Ojalá no paren en desgracia s sus temeridades!».






ArribaAbajoCapítulo L

Observaciones sobre el uso de algunos adverbios, preposiciones y conjunciones


Ha parecido conveniente reunir en este capítulo preposiciones, adverbios y conjunciones por la facilidad con que estas palabras se transforman unas en otras296.

1204 (a). Ahora bien, ahora pues: frases adverbiales que pasan a conjunciones de las llamadas continuativas, porque anuncian que continúa y se desenvuelve un pensamiento. Gil y Zárate muestra que hay en el alma cierta imagen de lo que llamamos hermoso y perfecto, la cual en su totalidad no se asemeja a nada de cuanto percibimos con los sentidos; y sigue después así: «Ahora bien, si existe en la mente del artista un tipo ideal de la belleza, ¿existirá también un criterio que dé a conocer si los objetos se acercan más o menos a aquel modelo? En otros términos, ¿existirá un buen gusto?».

  —341→  

1205 (b). Antes, adverbio de tiempo. Hácese conjunción de las llamadas correctivas, que rectifican una idea precedente:


«Mas yo sé bien el sueño con que Horacio,
Antes el mismo Rómulo, me enseña», etc.


(Bartolomé de Argensola)                


Antes es aquí o más bien. Dícese en el mismo sentido antes bien, y cuando la corrección es una completa contradicción, antes por el contrario. «No respondía, ni menos daba muestras de flaqueza, antes bien besaba humilde la mano de su padre, y le pedía su bendición, seguro de llevar con ella la del cielo» (Martínez de la Rosa).

1206. Con el anunciativo que forma una frase adverbial relativa, que suele pasar a conjunción, y deja entonces la idea de prioridad de tiempo para tomar el sentido de más bien, más propiamente que: «Con voz, antes basta y ronca que sutil y delicada, dijo», etc. (Cervantes); «No daba espacio de un bocado a otro, pues antes los engullía que los tragaba» (Cervantes).

1207 (c). Apenas... cuando: frase adverbial relativa: «Apenas le vi, cuando me dirigí a él». Por la elipsis de cuando, adquiere apenas la fuerza de un adverbio relativo, y la que era proposición subordinante se vuelve subordinada: «Apenas le vi, me dirigí a él»; es evidente que apenas, usado de este modo, equivale a la frase en el momento que. En el mismo sentido se dice: No bien... cuando, y aún no... cuando, y no... cuando: «No bien estuvo formada la tropa, cuando», etc.; «Aún no hubo andado una pequeña legua, cuando», etc. (Cervantes); «No se hubo movido tanto cuanto, cuando», etc. (el mismo); «No hubo andado cien pasos, cuando», etc. (el mismo). Y con no bien sucede lo mismo que con apenas, callándose el cuando.

1208. 1. Apenas... cuanto más: «Apenas creo que pueda pensarse cuanto más escribiese» (Cervantes). En este modo de hablar es indiferente decir más o menos. Empleando el primero de estos adverbios, apenas conserva su significado positivo; como si dijésemos, difícilmente puede pensarse, cuánto más difícilmente escribirse; empleando el segundo, hacemos a apenas en cierta manera negativo, como si el sentido fuese no puede pensarse, cuanto menos escribirse. De aquí proviene la construcción apenas... sino: «Apenas dormía, sino después de un largo y laborioso ejercicio».

1209. 2. Apenas no, que usó Cervantes («Apenas el caballero no ha acabado de oír la temerosa voz, cuando», etc.), es construcción que no debe imitarse.

1210. 3. Se ha introducido recientemente, tomada de la lengua francesa, la frase apenas si, que se encuentra con bastante frecuencia en las obras de Martínez de la Rosa: «Apenas si se oía el confuso rumor de los pasos». No creo deba desecharse, porque se ajusta bien a la significación de los elementos que la componen, y la elipsis que la acompaña es natural y expresiva: si se oía, era apenas.

  —342→  

1211 (d). Arreo: adverbio que debe agregarse a las preposiciones pospuestas, en frases como: «Término lleva de quejarse un mes arreo» (Cervantes), todo un mes, día por día. «Lo cual hizo cuarenta y seis días arreo» (Rivadeneira), cuarenta y seis días seguidamente.

1212 (e). Así... que, de manera que: «Así le afeaban las verrugas el rostro, que en viéndole Sancho, comenzó a herir de pie y de mano» (Cervantes).

1213. 1. Así que, de manera que: frase conjuntiva. Entra en la clase de las conjunciones llamadas raciocinativas, y más específicamente consecuenciales, porque anuncian en lo que sigue una deducción o consecuencia de lo que precede: «Sé más de libros de caballerías, que de las súmulas de Villalpando; así que, si no está en más que en esto, seguramente podéis comunicar conmigo lo que quisiéredes» (Cervantes).

1214. 2. Así que, luego que: frase adverbial relativa, la tengo por introducida recientemente: «Así que se supo aquel acontecimiento, sonó por todo el ámbito del reino un grito de sorpresa». Se decía, y aún se dice, en el mismo sentido, y mejor a mi ver, así como144.

1215. 3. Así es que, frase conjuntiva que anuncia la continuación de un pensamiento o una comprobación que de él se hace. Después de haber dicho que la invención oratoria es la que reúne todas las ideas, todos los materiales de que se ha de componer el discurso, pudiéramos añadir: «Así es que esta parte no depende tanto del arte, como del talento y de la instrucción del orador». Tal es el empleo legítimo de la frase; de que algunos se sirven malamente en la significación de así es como, diciendo verbigracia, «Así lo hago, porque así es que me enseñaron».

1216 (f). Aun, adverbio de tiempo, equivalente a todavía o hasta ahora. De aquí pasó a sugerir una gradación de ideas que, ya expresa, ya tácita, termina en la palabra o frase a que lo anteponemos: «Conmoviose al verle, y aun se le arrasaron los ojos de lágrimas»; «Desnudos de todo recurso, y aun abandonados de sus amigos, no desesperaron por eso»; «Provee a los menesteres de los suyos económica y aun escasamente»; «Había resuelto no ceder, arriesgarlo todo y aun perecer si fuese necesario»; en estos ejemplos la gradación es expresa; en los que siguen es tácita: «Aun en la indigencia conservaba toda su dignidad»; como si se dijese, «Se portó noblemente en el poder, descendió a la vida privada sin abatirse, y aun en la indigencia», etc. «Aun las horas de la noche eran negadas al reposo»: todas las horas del día y aun las horas de la noche, etc. La gradación implícita variará mucho por supuesto, según los diferentes casos; pero algo semejante a ella entrevería siempre el entendimiento, aunque de un modo indistinto y vago, en este uso de aun.

1217. Aun, en este sentido de gradación, pertenece a una especie particular de elementos gramaticales que pudieran llamarse cuasi-afijos, porque se anteponen a toda clase de palabras modificando su significado y sirviendo como de partículas prepositivas. Así, en el sentido de que   —343→   hablamos, la énfasis de aun no sólo recae sobre adjetivos, verbos, adverbios y complementos, como es propio de los adverbios, sino también sobre sustantivos, según se ve en el último de los ejemplos anteriores.

1218. Aun cuando es una frase adverbial relativa, en que aun conserva la idea de gradación: «La vida del hombre está llena de cuidados y zozobras, aun cuando más nos halaga la fortuna»; «Aun cuando todos conspiren a un fin, es necesario que obren de concierto, para que alcancen lo que se proponen». Aquí se ve que esta frase adverbial puede regir indicativo o subjuntivo según las circunstancias. Pero el construirla con indicativo en el sentido de aunque es verdad que («Aun cuando ha llegado bueno, se resiente de las fatigas del viaje»), es una práctica moderna que no debe, a mi parecer, imitarse.

1219. Combínase con ni en las oraciones negativas: «No sólo no le viste ni le sustenta, pero ni aun le abre sus puertas». Dejando sólo el último grado de la escala, diríamos: «Ni aun de los suyos se fía»; «Ni aun en el destierro y la indigencia se le vio perder su dignidad». Callando el adverbio aun, se revestiría de su fuerza el ni: Ni de los suyos; Ni en el destierro y la indigencia.

1220. Aun bien que: frase relativa adverbial y elíptica: «Aun bien que yo casi no he hablado palabra» (Cervantes): afortunadamente sucede que...145.

1221 (g). Aunque, adverbio relativo, equivalente a sin embargo de que. Rige indicativo o subjuntivo, bien que no indistintamente. «Tengo de salir aunque llueva», es una expresión propia, no sólo en boca del que piensa en una lluvia futura, que puede verificarse o no, sino del que ve llover y está en el acto de salir. «Aunque estaba lloviendo a cántaros, insistieron en ir al baile»; es indispensable el indicativo. «Bien pudiste venir, aunque lloviese», aquí por el contrario, aun cuando se tratase de una lluvia pasada y cierta, sonaría mejor el subjuntivo. Es más fácil sentir que explicar el valor peculiar de las formas modales según los diferentes casos.

1222. 1. Cállase a menudo el verbo ser o estar en la proposición subordinada: «Aunque anciano y enfermo, trabajaba incesantemente»: aunque era anciano y estaba enfermo.

1223. 2. Al adverbio relativo aunque, se contraponen a menudo los complementos demostrativos sin embargo de eso, no obstante eso, con todo eso y otros de valor semejante (o como se dice elípticamente, sin embargo, no obstante, con todo), que repiten el significado de aunque sin el elemento relativo: «Las memorias del castillo de Bellver, aunque por lo demás ofrezcan poco cebo a la curiosidad, pueden con todo satisfacer el gusto de los que desean conocer a fondo la historia de la media edad» (Jovellanos). Esta duplicación de ideas es análoga a la de tanto, cuanto; tal, cual; así como, así también; y otras que se han señalado en varios lugares de esta gramática, usadas en castellano y en todas las lenguas.

  —344→  

1224. 3. Los referidos complementos se emplean a menudo como conjunciones que ligan dos oraciones independientes: «Vamos ahora a los accesorios de nuestra obra, dejando a un lado los de madera o fierro, de que no me curé, porque conducen poco para la historia de las artes; diré, sin embargo, que en el gran número de puertas y ventanas del castillo, se nota estar todas trabajadas sobre una misma idea, con gran gusto y diligencia» (el mismo). «Gastado el pavimento, fue reemplazado en la galería con plastas de yeso y guijarro, tan feos a la vista, como incómodos a la huella; con todo, entre el polvo y roña se divisan acá y allá algunos trozos, que bien lavados y fregados por mí, descubren su primitiva belleza» (el mismo).

1225. 4. Pero lo que más merece notarse es la trasformación de aunque en conjunción adversativa que enlaza oraciones y toda especie de elementos análogos denotando cierta oposición entre ellos: «Escribe bien, aunque despacio»; «El pincel de Tácito es vigoroso aunque demasiado sombrío»; «Era puro y bien intencionado su celo, aunque es preciso confesar que en vez de corregir irritaba»; «Aquella sombra grande que desde aquí se descubre, la debe de hacer el palacio de Dulcinea. Así será; aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré, como creer que ahora es de día» (Cervantes); «¡Oh encantadores mal intencionados! Bastaros debiera haber mudado todas sus facciones de buenas en malas, sin que tocárades en el olor, que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca vi yo su fealdad, sino su hermosura» (el mismo). Aunque en estos ejemplos no tiene ya el significado de sin embargo de que, sino el de sin embargo o pero. En los dos últimos es propiamente una conjunción correctiva, con que se retracta o corrige lo que se acaba de decir.

1226. 5. Para distinguir el adverbio relativo de la conjunción cuando ambos ligan proposiciones completas, advertiremos:

1. Que el adverbio relativo tiene régimen y así es que, siéndolo aunque, rige indicativo o subjuntivo; al paso que, siendo conjunción y ligando proposiciones independientes, no influye en el modo del verbo, que toma siempre las formas propias de las proposiciones de esa especie.

2. Que la proposición introducida por el adverbio relativo puede no seguir a la otra, pero la introducida por la conjunción ocupa necesariamente el segundo lugar.

3. Que hasta en la pronunciación se echa de ver la diferencia de los dos oficios, pues entre las oraciones ligadas por el aunque conjuntivo se hace siempre una pausa más larga, y no pocas veces las separamos en lo escrito con el punto final.

«Aunque una historia abrace muchos siglos y aun el mundo todo, no debe carecer de plan». Hubiera podido decirse, «Una historia no debe carecer de plan, aunque abrace muchos siglos». Pero pruébese a invertir el orden o a sustituir el subjuntivo al indicativo en el veré, tocaré,   —345→   creeré y vi de los dos ejemplos de Cervantes, y se percibirá que la lengua no lo permite. Podría sí decirse en el primero vería, tocaría y creería, o viera, tocara y creyera, introduciendo una negación implícita; pero esto es una confirmación de lo dicho, porque la forma en ra o ría es propia de la apódosis independiente en las oraciones condicionales implícitamente negativas.

«Si las pruebas son concluyentes, entonces viene bien el presentarlas separadamente, explanarlas, adornarlas, para que hieran más la imaginación y adquieran mayor fuerza todavía. Aunque esto debe tener su límite; porque si el orador se detiene demasiado en una prueba, y apura cuanto se puede decir acerca de ella, llega a ser molesto, descubre el artificio, y hace que desconfíe el oyente o se distraiga». En este ejemplo hay entre las dos oraciones toda la pausa señalada por el punto final297.

1227. 6. Aunque más, por más que; frase adverbial relativa: «Aunque más tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni camino, ni senda descubrimos» (Cervantes).

1228 (h). Bien: adverbio. Uno de sus significados es el contrario al de apenas: «Bien se pasaron quince días en que no vimos la caña, ni la mano ni otra señal» (Cervantes).

1229 (i). Bien que: frase adverbial relativa, y otras veces conjunción adversativa o correctiva; en ambos casos debiera escribirse como una sola palabra, bienque. En uno y otro oficio tiene gran semejanza con aunque: «Bien que hubiese grande escasez de provisiones no nos faltaba lo necesario»; «El camino de la derecha es llano, derecho y cómodo, bien que no le falten lodazales y ciénagas en tiempo de lluvias»; muéstrase en ambos ejemplos el uso adverbial y relativo. Como conjunción debemos ver en esta frase un residuo de bien es verdad que o bien es que, y tiene entonces los mismos tres caracteres que poco ha hemos señalado al aunque conjuntivo, que liga oraciones: «El camino de la derecha...; bien es verdad que», o «bien es que», o «bien que no le faltan...». En el anterior ejemplo, Si las pruebas son concluyentes, etc., pudiéramos poner bien que en lugar de aunque, sin hacer diferencia alguna en el sentido.

1230 (j). Casi y cuasi, originalmente una misma palabra, tienen hoy diferente significado; casi denota que la palabra modificada por él   —346→   no es exacta, sino con cierta rebaja: «El edificio estaba casi todo en completa ruina». Cuasi quiere decir que nos valemos de una palabra, no para significar la idea propia de ella, sino algo que se le asemeja; subsiste sólo como partícula compositiva en cuasi-delito, cuasi-contrato. En el sentido de casi es anticuado.

1231. 1. Mencionamos este adverbio (que no es de la clase de los relativos aunque en latín lo fue) para hacer notar que se reduce a veces a un mero afijo o partícula prepositiva, con que modificamos no sólo las palabras a que puede hacerlo el adverbio, sino al sustantivo mismo: «Casi exánime», «Casi le mata», «Casi al borde del sepulcro», «Disponía de casi todo», «Era casi señor absoluto», «Era casi noche» (Santa Teresa).

1232 (k). Como, adverbio relativo. No es necesario dar ejemplo de su significado modal, que es el primitivo y propio, ni de los secundarios de causa, fin o condición, que suele tomar a menudo. Sólo sí notaremos que en el significado de causa rige indiferentemente indicativo o subjuntivo, aun cuando se afirma la causa. «El orador, como sea su fin mover y persuadir, se sirve de lo vehemente y sublime» (Capmany); «Se les requirió si querían rendirse antes de la primera carga, y como persistiesen en su obstinación, se jugaron diez cañones» (Coloma); «Como conviene no divagar, el exordio debe nacer del mismo asunto» (Gil y Zárate); «Como no eran tan poderosos que pudieran hacer guerra sino correrías y robos, comenzaron a ser molestados» (Mariana). Construido con pretérito de indicativo, significa también sucesión inmediata: «Como vieron acercarse la tropa, huyeron precipitadamente». Y en este sentido se dice con igual propiedad así como.

1233. 1. Sustitúyese a veces como al anunciativo que: «Carriazo le contó punto por punto a su amigo la vida de la jábega, y como todas sus tristezas y pensamientos nacían del deseo que tenía de volver a ella» (Cervantes); «Ordenó el señor de la casa como se llamase un cirujano famoso de la ciudad, para que de nuevo curase a Marco Antonio» (el mismo).

1234. 2. Hácese conjunción, ligando elementos análogos, verbigracia: «La naturaleza, como quien tiene necesidad, no reposa, sino siempre está piando y suspirando por más» (Granada); líganse naturaleza y el antecedente envuelto en quien. «Es laborioso como pocos»; líganse él, tácito, y pocos. «Le miran como padre»; líganse le y padre. «Los trata como a hijos»; el enlace es entre los y a hijos. «El duque dio nuevas órdenes de que se tratase a don Quijote como a caballero andante» (Cervantes); se ligan los complementos a don Quijote y a caballero andante. «La hermosura por sí sola atrae la voluntad de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros» (Cervantes); se ligan los complementos le y a señuelo gustoso.

  —347→  

1235. 3. ¿Es indiferente poner o no la preposición en «Le miran como padre», «Los trata como a hijos»? Me parece que le miran como padre se dice de los que miran como un padre al que no lo es; y que, por el contrario, los trata como a hijos sugeriría la idea de verdadera paternidad.

1236. 4. Empléase también como en calidad de simple afijo o partícula prepositiva, sustituyendo al sentido propio de una palabra o frase el de mera semejanza con él: «Encontró don Quijote con dos como clérigos o estudiantes» (Cervantes); «Estos que llaman políticos ponen tales como primeros principios para el gobierno, que siguiéndolos, necesariamente se han de perder los Estados» (Rivadeneira); «El ejército de las estrellas, puesto como en ordenanza y como distribuido en hileras, luce hermosísimo; y hermanadas todas, y como mirándose entre sí, se hacen muestras de amor» (fray Luis de León). Sólo a los verbos y a las proposiciones enteras no puede anteponerse este como sino mediante el anunciativo que: «Se estremecía la tierra, y como que se hundía debajo de mis pies»; «Figurábaseme como que caían globos de fuego».

1237. 5. Cuando principia la oración con esta frase, como que, puede tener dos sentidos. El uno de ellos es el de que ahora tratamos, en que como es un mero afijo. En el otro es conjunción continuativa, equivalente a la frase así es que, tan cierto es eso que; y tal es el que tiene en este pasaje de Samaniego:


«Desde tan bella estancia
¡Cuántas y cuántas veces
Oiré los pastores,
Que discretos contienden,
Publicando en sus versos
Amores inocentes!
Como que ya diviso
Entre el ramaje verde
A la pastora Nise,
Que al lado de una fuente
Sentada al pie de un olmo,
Una guirnalda teje».


1238 (l). Con que: complemento que toma a veces el carácter de conjunción consecuencial:


«¿Con que de tus recetas exquisitas
(Un enfermo exclamó) ninguna alcanza?».


(Samaniego)                


1239 (m). Cuando: adverbio relativo de tiempo. Tiene a veces el significado de aun cuando, y debe sujetarse a las mismas reglas.

1240. 1. Lo hacemos sustantivo en de cuando en cuando o de vez en cuando (de tiempo en tiempo); y ya hemos notado (§ 398) su uso preposicional en cuando la guerra por durante la guerra. Y si recordamos que las preposiciones llevan a menudo predicados por términos (§ 46), reconoceremos el mismo carácter preposicional en cuando viejos, cuando solteros; expresiones enteramente análogas a desde niños, mientras jóvenes: «Muchos hombres que cultivan las letras miran como puerilidad   —348→   la nomenclatura retórica, porque aprendieron el arte en su puericia; como desdeñándose, cuando adultos, de tan humilde recuerdo» (Capmany). Si se prefiere mirar esta frase como elíptica, subentendiéndose el verbo ser (cuando son adultos) repetiré que haciéndose habitual una elipsis, los elementos suprimidos se olvidan y las palabras entre las cuales median contraen un vínculo gramatical inmediato.

1241. 2. Cuando más, cuando menos: expresiones adverbiales que significan a lo sumo, a lo menos: «Tendrá cuando más treinta años»; «Aspira a un ministerio de Estado, o una contaduría mayor cuando menos».

1242 (n). Cuanto. No hacemos mención de esta palabra sino con motivo de la frase cuanto más en que es adverbio interrogativo, y propiamente exclamatorio: «Yo te sacaré de las manos de los caldeos, cuanto más de las de la Santa Hermandad» (Cervantes); «Por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más, que si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad», etc. (Cervantes). Cuanto y más o cuantimás, que se decía en el mismo sentido, creo que pasaría hoy por desaliñado y rastrero, no obstante el empeño del erudito don Juan Antonio Puigblanch en rehabilitarlo146.

1243 (o). Desde. Es notable el modismo en que damos a esta preposición por término una oración completa: «Mis trabajos son tantos desde este Agosto pasado hizo un año» (Santa Teresa). Dícese también callando el verbo, «Desde ahora un año»147.

1244 (p). Donde: adverbio relativo de lugar. Pasa al sentido de condición en la frase elíptica donde no (si no): «Sin verla, lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia» (Cervantes).

1245. 1. Sustitúyese a veces la frase por donde a la frase por el cual, por la cual, etc.; pero sólo para significar ilación o consecuencia lógica: «Las señales por donde conjeturaron se moría» (Cervantes). De aquí la frase conjuntiva por donde para anunciar en la oración que viene después de ella una ilación o consecuencia lógica: «Con cada obra mala que hacemos, se hinca más y más el vicio en nuestras almas; por donde vemos que la vejez de aquellos que gastaron la mocedad en vicios, suele ser muchas veces amancillada con las disoluciones de aquella vida pasada, aunque la presente las rechace y la misma naturaleza las sacuda de sí» (Granada). Antiguamente se decía por ende, que es hoy por esto, o por tanto, o por lo tanto, como a por donde se prefiere de ordinario por lo cual.

1246 (q). Hasta. En esta preposición vemos otra de aquellas palabras que saliendo de su uso primitivo se trasforman en meros afijos o partículas prepositivas: «Hasta las causas particulares se convertían con frecuencia en asuntos políticos» (Gil y Zárate); donde cualquiera percibirá   —349→   que hasta no hace el oficio de preposición, puesto que sólo sirve para dar al sujeto cierta énfasis parecida a la de aun. De la misma manera se dice: «Hasta insensato parece», anteponiéndolo a un predicado; «Desacertada y hasta torpemente se portaron», anteponiéndolo a un adverbio; «Hasta de los suyos se recata», «Correspondió a tantos beneficios con ingratitud, y hasta con villanía», anteponiéndolo a complementos; «Le reconvino, le denostó, y hasta le dio de golpes», a un verbo.

1247. 1. En estas locuciones se presenta siempre al entendimiento una escala creciente o decreciente de ideas, señalándose la última con el prepositivo hasta. Vese la escala en el 3.º, 5.º y 6.º ejemplos; pero frecuentemente sólo se exhibe el último grado, dejándose los otros a la imaginación del que oye o lee, como en el 1.º, 2.º y 4.º. Este uso de hasta es mucho más frecuente en los escritores modernos que en los de la edad de Cervantes.

1248. 2. El autor del Quijote juntó alguna vez los dos prepositivos hasta y aun: «Esta que llaman necesidad dondequiera se usa, y a todos alcanza, y aun hasta a los encantados no perdona». Cualquiera de las dos bastaría: y aun a los encantados; y hasta a los encantados. Podría variarse la frase diciendo y ni aun a los encantados perdona, que es como tal vez sonaría mejor.

1249 (r). Luego, adverbio de tiempo que se usa frecuentemente como conjunción deductiva o consecuencial. Luego que, frase adverbial relativa de tiempo, en lugar de la cual se dice también luego como: «Somos muy flacos, pues luego como vemos el peligro desmayamos» (Granada).

1250 (s). Más. Se han notado (§ 53, 2.ª) los varios oficios de esta palabra, ya sustantivo, ya adjetivo, ya adverbio, ya conjunción. Hemos visto asimismo (capítulo XXXVII) el uso comparativo de la frase más que. Ahora observaremos el sentido particular que se suele dar a esta frase, haciéndola equivalente de aun dado caso que: «No lo aceptaría más que me rogasen con ello». Subentendiendo la proposición subordinante se dice, «Más que me maten» (cállase no se me da nada, no importa).

1251. 1. Más, construido con el interrogativo si, sirve para la expresión de una duda, de una sospecha, que nos asalta de repente: «¿Más si después de tantas promesas nos engaña?».

1252 (t). Medio: sustantivo en «No hay medio de persuadirle»; adjetivo en «Medio almud», «Media hora»; adverbio en «Medio vivo», «Medio muerta», «Medio persuadidos»; puro afijo o partícula prepositiva en «La sirena era un monstruo, medio pez y medio mujer»; «Riose el Rector y los presentes, por cuya risa se medio corrió el capellán» (Cervantes); donde es de notar que se interpone entre el afijo pronominal y el verbo, lo que no hace ninguna de las otras partículas prepositivas de su especie. Pero podría también decirse medio se corrió.

  —350→  

1253 (u). Ni, conjunción copulativa que envuelve al mismo tiempo la significación del adverbio no. Es de las que pueden expresarse con todas las palabras o frases que liga, inclusa la primera: «Ni el general ni los soldados»; «Ni de noche ni de día». Se permite a veces la elipsis del primer ni en construcciones como ésta: «Las lluvias y el mal estado de los caminos, ni la falta de víveres, detuvieron la marcha», apenas soportable en prosa.

1254. 1. Aunque generalmente se dice y no cuando la proposición antecedente es positiva, ni cuando es negativa, se suele a veces en el primer caso decir ni. «Fácil se creería la empresa de dominar todo aquello que se fuese descubriendo, vista la mansedumbre y timidez, las armas y costumbres de las nuevas gentes. Ni le ocurrió a nadie duda sobre el derecho de sujetarlas por medio de la fuerza» (Baralt y Díaz). Según la práctica ordinaria se hubiera dicho y no; pero es más elegante el ni. La pausa entre las proposiciones ligadas es entonces más larga, y se llama la atención a la segunda de ellas con cierta énfasis.

1255 (v). No. Es bastante moderno el uso que se hace de este adverbio como partícula prepositiva, anteponiéndolo a sustantivo: «La no comparecencia del reo». Esta práctica puede convenir a veces para simplificar la expresión.

1256 (x). O, conjunción disyuntiva y alternativa. Es también de las que pueden expresarse con todas las palabras o frases ligadas, de la misma manera que ya, ora, etc. Antes de la inicial o la convertimos en u: «Cicerón u Hortensio»; y lo mismo puede hacerse cuando se halla entre dos vocales, de las cuales la primera es o: «Leyendo u escribiendo».

En Granada, Calderón y otros de nuestros clásicos se pone u por o antes de la preposición d; el motivo o no subsiste hoy, o se desestima.

1257 (y). Pero, empero; conjunciones adversativas y correctivas. La segunda puede o no principiar cláusula; al revés de la primera, que siempre es la palabra inicial: «Así lo cuenta Tito Livio; pero otros» u «otros empero refieren el hecho de diverso modo»; «Estaba (don Quijote) aguardando que se le diese la señal precisa de acometida; empero nuestro lacayo tenía diferentes pensamientos» (Cervantes); «Detuvieron los molineros el barco, pero no de manera que dejasen de trastornarlo» (Cervantes).

1258. Lo que sigue se aplica no sólo a pero, sino a sus sinónimos empero y mas.

1259. 1. Hay cierta afinidad entre aunque y pero, que se percibirá fácilmente comparando estas dos sentencias:

«Aunque era puro y bien intencionado su celo, en vez de corregir irritaba».

«Era puro y bien intencionado su celo; pero, en vez de corregir, irritaba».

El sentido es idéntico, no obstante la diversa relación de las dos cláusulas en cada giro. El primero anuncia desde luego cierta aparente contrariedad   —351→   entre la proposición subordinada (aunque era) y la subordinante (irritaba). En el segundo hay dos proposiciones independientes ligadas por la conjunción pero, que indica la misma apariencia de contrariedad entre ellas. Si aunque es sin embargo de que, pero equivale a sin embargo de eso.

1260. 2. En los mejores tiempos de la lengua solía hacerse de los dos giros uno solo, contraponiendo la conjunción al adverbio: «Aunque sean muchas las comparaciones que se pueden hacer de la misericordia a la justicia, pero en cabo venimos a hallar que en el linaje de Adán son más los vasos de ira que los de misericordia» (Granada); «Aunque este fuego (del purgatorio) no sea eterno, mas es extrañamente grande, porque sobrepuja todas las penas» (el mismo); «Aunque enseñaba cosas más devotas que curiosas, eran empero eficaces y de gran fuerza aquellas palabras» (Rivadeneira). Esta contraposición de pero al adverbio aunque es de poco uso en el día.

1261. 3. Aunque, en su contraposición a pero, conserva su carácter de adverbio, encabezando una proposición subordinada cuyo verbo puede ponerse en indicativo o subjuntivo; al paso que la proposición encabezada por pero no admite otras formas que las que pertenecen a proposiciones independientes. Pero, a la verdad, se adverbializa, mas no se hace adverbio relativo, sino equivalente a un complemento demostrativo (sin embargo de eso)298. Tal fue probablemente su primitivo oficio; y de aquí pasó, como otros adverbios, al de conjunción, que es el que hoy casi exclusivamente ejerce148.

1262. 4. Aunque, según vimos poco ha (g, 4), es cabalmente uno de estos adverbios que se trasforman en conjunciones. En este oficio se hace sinónimo de pero, mas no enteramente, pues hay casos en que la elección del uno o del otro depende de relaciones delicadas. Aunque anuncia un concepto accesorio; pero, la idea principal: «Es vigoroso el pincel de Tácito; aunque demasiado sombrío»: la idea dominante es el vigor; así es que desenvolviendo el pensamiento, añadiríamos naturalmente: «Cada rasgo suyo deja una impresión profunda en el alma»; «Lope, con fecunda imaginación, pero sin el nervio suficiente, no había nacido para la epopeya», dice Gil y Zárate; es claro que el no ser a propósito para el poema épico, no se enlaza con la fecundidad de imaginación, sino con la insuficiencia de nervio, que es de las dos ideas precedentes la de más relieve. Parecerá alguna vez que el uno puede sustituirse al otro sin inconveniente. Solís, hablando del Cardenal Cisneros, le caracteriza de este modo: «Varón de espíritu resuelto, de superior capacidad y de corazón magnánimo; pero tan amigo de los aciertos y tan activo en la justificación de sus dictámenes, que perdía muchas veces lo conveniente por esforzar lo mejor». Aunque, a primera vista, hubiera convenido igualmente; mas, bien mirado, no es así. El historiador va enumerando varias circunstancias que concurrieron a producir las   —352→   alteraciones de Castilla, que después menciona, y bajo este punto de vista la excesiva severidad del Cardenal era el concepto relevante; así es que se detiene a demostrarlo añadiendo: «y no bastaba su celo a corregir los ánimos inquietos, tanto como a irritarlos su integridad».

1263. No me parece justificable el empero del pasaje siguiente de un gran poeta que aventura locuciones atrevidas, no siempre felices:


«Su brillo, empero pálido, figura
La dulce luz de angélica belleza».


¿Podría decirse pero en lugar de este empero? La expresión que convenía era aunque o si bien, subentendiendo es o está (g, 1), que no podía aquí subentenderse con pero ni empero.

1264 (z). Porque: adverbio relativo. Propiamente es un complemento en el cual sirve de término el anunciativo que. Lo escribimos como una sola palabra para distinguirlo del complemento por que, el cual, escrito así, no anuncia, sino reproduce: «Huyeron porque les era imposible defenderse»; «El motivo por qué no vino, se ignora»: esto es, el motivo por el cual no vino; «Una de las causas por que se suelen holgar de traer sus amos a mi posada, es», etc. (Cervantes). Sin embargo, es raro emplear de este modo a por que, cuando el antecedente no significa razón, causa, motivo.

1265. 1. Ya hemos notado (§ 368, d) el valor conjuntivo de porque. Es fácil reconocerlo: 1.º En que liga proposiciones independientes, no pudiendo, por tanto, construirse con otras formas del verbo que las que son propias de tales proposiciones; 2.º En que siempre hace la voz antes de esa conjunción una pausa más grande, que aun se señala a veces por un punto redondo; 3.º En que la proposición acarreada por ella no puede nunca hallarse antes o en medio de la otra proposición: «Apenas hay día ni hora que se te pase sin acrecentar contra ti el tesoro de esta ira divina. Porque, aunque no hubiese más que las vistas deshonestas de tus ojos, y los malos deseos y odios de tu corazón, y los juramentos de tu boca, esto sólo bastaría para henchir un mundo» (Granada); «Y como ahora ninguno hay que no se pueda reconciliar con él, así entonces ninguno habrá que lo pueda hacer; porque así como la benignidad en la primera venida se descubrió sobre toda manera, así será el rigor de la justicia que en la postrera se mostrará; ca inmenso es Dios e infinito en la justicia, así como en la misericordia» (el mismo). Porque y ca son palabras de una misma especie: conjunciones causales ambas.

1266 (aa). Pues: preposición cuyo término expreso no puede ser otro que el anunciativo que. Callado el que, se vuelve adverbio relativo. Usada absolutamente es conjunción consecuencial (§ 198): «Ignorantes los trovadores de la literatura antigua, nada tenían que ver sus composiciones con los poetas latinos; esta literatura fue pues totalmente original, y la primera en que se reflejaron las ideas y sentimientos   —353→   modernos» (Gil y Zárate). Lo regular es poner este pues entre las primeras palabras de la oración, como se ve en el ejemplo anterior; pero en el estilo apasionado y vehemente se principia muy bien por él: «La creación es el primero de los beneficios divinos y el fundamento de todos los otros... Pues si tanto cuidado tiene Dios de pedir agradecimiento por sus beneficios (aunque no por su provecho, sino por el nuestro), ¿qué pedirá por éste?» (Granada); «Redemístesme299 con inestimables dolores y deshonras, con estas acusaciones me defendistes, con esta sangre me lavastes, con esta muerte me resucitastes, y con esas lágrimas vuestras me librastes de aquel perpetuo llanto y crujir de dientes300. Pues ¿con qué dádivas responderé a esa dádiva? ¿Con qué lágrimas a esas lágrimas? ¿Con qué vida pagaré esa vida?» (el mismo); y algo más adelante: «Pues díganme ahora todas las criaturas, si puede ser beneficio mayor; digan todos los coros de los ángeles si ha hecho Dios tanto por ellos».

1267 1. Es también conjunción continuativa, de que nos servimos para las transiciones: «Harto mejor sería volverme a mi casa, y no andarme tras vuesa merced, por caminos sin camino, bebiendo mal y comiendo peor. Pues tomadme el dormir; contad, hermano escudero, siete pies de tierra», etc. (Cervantes); «Ella, lo primero y principal, es devotísima de Nuestra Señora; confiesa y comulga cada mes; sabe escribir y leer; no hay mayor randera en Toledo; canta a la almohadilla como unos ángeles; en ser honesta no hay quien la iguale; pues en lo que toca a ser hermosa, ya vuesa merced lo ha visto» (el mismo).

1268 (bb). Puesto que. Usado hoy en la significación de pues que; antes significaba más comúnmente aunque: «Puesto que dos veces le dijo don Quijote que prosiguiera su historia, ni alzaba la cabeza ni respondía». Lo mismo dado que, y aun a veces supuesto que.

1269 (cc). Puro. Este adjetivo, además de su significación ordinaria (una agua pura, una vida pura), admite frecuentemente otra, equivalente a la de mero (lo hizo por pura generosidad), y precediendo a un infinitivo expresa lo mismo que mucho, pero más enfáticamente: «Se le hincharon los ojos de puro llorar». En este sentido suele pasar al oficio de adverbio, modificando predicados: «Los pensamientos de Calderón no se entienden a veces de puro sutiles y alambicados». Precédele por lo regular la preposición de, cuando modifica de ese modo a los infinitivos y predicados, y puede entonces callarse: de llorar, de sutiles y alambicados.

1270 (dd). Si, condicional. Es siempre adverbio relativo. Del sentido de condición pasa a otros; como: 1.º aquel en que la condición es aparente, porque expresa una verdad manifiesta, por cuyo medio se asevera más fuertemente la apódosis: «Si hay ley, si razón, si justicia en el mundo, la grandeza de los beneficios bastaría para que no fueses tan   —354→   escaso en el servicio con quien tan largo te ha sido en las mercedes» (Granada); «Es gente virtuosa la de aquel lugar, si yo la he visto en mi vida» (Santa Teresa); que es como si por medio de una disyuntiva dijésemos, «O no hay ley, razón, ni justicia, o la grandeza», etc.; «O yo no he visto gente virtuosa en mi vida, o la de aquel lugar lo es».

1271. 2.º El sentido de aunque: «No dijera él una mentira, si le asaetearan»; ponderación en que la hipótesis (que sigue siempre) suele ponerse en co-pretérito, sin embargo de hallarse la apódosis en futuro: «Ha de ser cosa muy de ver; a lo menos yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar» (Cervantes); que es como decir, «No dejaré de ir a verla, ni dejaría de ir, si supiese», etc.; elipsis de que hoy se hace uso más ordinariamente con aunque. Pero a veces se construye este si con presente: «Andan por las florestas, sin hallar una misericordia de vino, si dan por ella un ojo» (Cervantes); esto es, aunque den.

1272. 1. En el diálogo familiar se hace en el día frecuentísimo uso del condicional si, suprimiendo la apódosis, que puede fácilmente colegirse del contexto, pero que no es siempre una misma:


«¿Qué respuesta? ¿Y la Inesita?
Si acabo de entrar...».


(Moratín)                


Equivale a decir, si acabo de entrar, ¿cómo puedo tener la respuesta, ni saber de la Inesita?


«... Calla;
Déjale hablar. -Si mi amo
Está diciendo patrañas,
Si sueña».


(Moratín)                


Esto es, si mi amo está diciendo patrañas, si sueña, ¿cómo he de dejarle hablar?

1273. 2. Puede también callarse la apódosis, cuando hay una serie de oraciones condicionales, en cada una de las cuales fuera dado suplirla con las palabras de la hipótesis; verbigracia «Como le toma (al cuerpo el ímpetu celestial), se queda siempre; si sentado, si las manos abiertas, si cerradas» (Santa Teresa); esto es, si sentado, sentado, etc.

1274 (ee). Si bien: frase adverbial relativa; su sentido es semejante al de aunque, y se usa en él como su simple si: «Pedidme lo que gustáredes, que yo os juro de dároslo, si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras» (Cervantes).

1275 (ff). Sino: conjunción. Lo más ordinario es que le preceda no u otra palabra negativa: «No voy al paseo sino al teatro»; «No le tientan las riquezas, sino las distinciones y honores»; «No corre, sino vuela». Vemos en estos ejemplos elementos análogos ligados por sino; ya sujetos (riquezas, distinciones y honores), ya complementos (al paseo, al teatro), ya verbos (corre, vuela). Mas a veces se calla el primero de los elementos ligados, porque lo sugiere fácilmente el sentido: «No hacía   —355→   sino mirarle y remirarle» (Cervantes): nada sino. Así no quiero sino, es no quiero nada, no quiero otra cosa sino. De la misma manera, «No se oía sino el rumor de las hojas»; nada u otra cosa, sino: «No se vio el sol sino entre nubes», de modo alguno, sino. Mas aquí se debe recordar que si se ligan con esta conjunción dos sujetos, y se calla el primero, concierta el verbo necesariamente con el segundo: «No se oía sino el rumor de las hojas» o «No se oían sino lamentos».

1276. 1. En las oraciones interrogativas de negación implícita es naturalísimo el uso del sino: «¿Qué puede esperar sino la muerte?»; «¿Quién hubo de ser sino su propio hijo?»; «¿Dónde había de hallar seguridad sino entre los suyos?». Este uso no se diferencia del anterior, porque en el sentido de negación implícita que es nada; quién, nadie; dónde, en ninguna parte, etc. (§ 391). Y también puede ocurrir en él la elipsis del primer elemento ligado: «¿Hízole por ventura, sino beneficios?», que es como si quitada la interrogación se dijese: «No le hizo sino beneficios»: otra cosa sino.

1277. 2. Hay oraciones negativas en que el sino redunda manifiestamente: No dudo sino que, por no dudo que; no se me puede quitar del pensamiento sino que, por no se me puede quitar del pensamiento que. Con esta construcción se hace decir al sino lo contrario de lo que debiera; pues no dudo sino que, significa propiamente la sola cosa que dudo es que. Este pleonasmo es de poco uso en el día y vale más evitarlo.

1278. 3. Sino toma a veces la significación de menos o excepto: «Todos aprovechan sino yo»; «Respondiéronle que todas escuchaban sino su señora, que quedaba durmiendo» (Cervantes); «Tras todos éstos venía un hombre de muy buen parecer; sino que al mirar metía el un ojo en el otro» (Cervantes).

1279. 4. Cuando sino liga dos oraciones (como en el último ejemplo), le solemos juntar el anunciativo que. Lo cual, sin embargo, no se practica ordinariamente cuando la segunda consta de muy pocas palabras; parecería, pues, algo ocioso este que en «No corre sino que vuela». En sino que por menos que, o excepto que, es necesario el anunciativo.

1280. 5. Sino que toma también a veces el sentido de pero: «Paso, señor» (dice una dama a un caballero que alababa su canto); «a quien habrá oído las voces célebres que hay en esta gran ciudad, habrale parecido la mía muy mal; sino que es de pechos nobles favorecer humildades, y darles mayor honor que tienen méritos» (Castillo Solórzano).

1281. 6. Pero y mas, después de la frase no sólo, pueden sustituirse a sino, y entonces suele juntárseles también o aún, como al mismo sino: «No sólo estaba dispuesto a complacer a sus amigos en cuanto le pedían, sino que» o «más también» o «más aún se anticipaba a sus deseos».

1282. 7. No se debe confundir, como lo ha hecho Garcés (de quien hemos tomado algunos de los ejemplos precedentes), la conjunción   —356→   sino con la frase si no, que se compone del adverbio relativo y condicional si y del adverbio negativo no, y en que cada uno de esos elementos conserva su significado propio, y figura como palabra distinta: «Díjole que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza» (Cervantes); «Ha sido ventura el hallaros; si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo» (el mismo). Es facilísimo distinguir el sino del si no, ya por el acento agudo con que en éste debe pronunciarse el no, ya porque entre los dos elementos de que éste consta se puede intercalar otra palabra o frase (si acaso no, si ya no); todo al contrario de lo que sucede en el uso moderno de la conjunción sino:


«Estas quimeras, estas invenciones
Tuyas, te han de salir al rostro un día,
Si más no te mesuras y compones».


(Cervantes)                


«Él se guardará bien de eso, si ya no quiere hacer el más desastrado fin que padre hizo en el mundo»301.


(El mismo)                


1283 (gg). Y: conjunción copulativa. Vuélvese e antes de la vocal i, como en españoles e italianos, pero no antes del diptongo ie, ni antes de la consonante y: corta y hiere, tú y yo149.

1284. 1. Aunque lo regular es no ponerla sino antes de la última de las palabras o frases que enlaza, la expresamos algunas veces antes de todas ellas, menos la primera, y otras suele callarse antes de todas, lo que sin embargo casi nunca se hace cuando solamente son dos las palabras o frases ligadas. Su repetición en unos casos y su entera supresión en otros no son puros accidentes, sino más bien medios oratorios, destinados a la expresión de ciertos afectos o estados mentales: «No temo añadir que si toda la junta sevillana, y los mismos que la movieron a insurrección, y sus satélites, y sus emisarios, y sus diaristas, y sus trompeteros y fautores, pudieran ser sinceros», etc. (Jovellanos, citado por Salvá). «Temía la escasa fe de los moros, el desenfreno de la plebe, la índole feroz del alcaide» (Martínez de la Rosa). «No es necesario renovar la memoria de tantos desastres, los varios trances de aquel asedio, su duración, su éxito» (el mismo).

1285. 2. En lo antiguo solía alguna vez anteponerse también al primero de los miembros enlazados por ella:


«Y tú mereces y éste la becerra».


(Fray Luis de León)                


  —357→  

1286. 3. Pierde el oficio de conjunción y toma el de simple adverbio en interrogaciones y exclamaciones directas. Fray Luis de León principia así una de sus odas:


«¿Y dejas, Pastor santo,
Tu grey en este valle hondo, oscuro?».


«¡Y que no viese yo todo eso!», exclama el héroe de Cervantes al oír una descripción que le hace su escudero. Fácil es percibir la énfasis de esta conjunción adverbializada así. Principiando por una palabra que regularmente supone otras anteriores, se hace entrever confusamente un conjunto de ideas sobre las cuales salta el que habla, para fijarse en la más importante.

1287. 4. Se ha notado en Cervantes el uso de la frase conjuntiva y pues en el significado de y además, y después de todo, y al cabo: «Yo, que aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte que perdones las faltas que en este mi hijo vieres; y pues ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo, y tu libre albedrío, como el más pintado». Este y pues ha dejado de usarse302.

1288 (hh). Ya, adverbio de tiempo. Ya que, luego que; y también, supuesto que: «Ésta, ya que no es Lucinda, no es persona humana, sino divina» (Cervantes). Es raro, y enteramente poético, significando en otro tiempo, en contraposición a lo presente:


«Grandeza de un duque ahora,
Título ya de marqués».


(Góngora, citado por Salvá)                




  —[358]→     —359→  

ArribaAbajoNotas


ArribaAbajoNota I

Clasificación de las palabras


Por más que una clasificación esté sujeta, en gran parte, al arbitrio del clasificador, es menester que siempre se halle en relación con el objeto de la ciencia o arte a que se aplica. La Gramática tiene por objeto enseñar el recto uso de las palabras. A este uso, pues, han de referirse y acomodarse las diferentes clases de palabras, de manera que cada clase se distinga de las otras por las funciones peculiares que desempeña en el razonamiento. Esto es lo que yo he procurado en mi clasificación, y lo que no siempre me ha parecido encontrar en las otras gramáticas.

Hay además en esta materia una regla irrecusable, como dictada evidentemente por la razón, y es que los varios miembros de la clasificación no se comprendan unos a otros. ¿Qué diríamos del que en un tratado de Historia natural dividiese los animales en cuadrúpedos, aves, caballos, perros, águilas y palomas? Éste es (entre otros) un grave defecto en la clasificación ordinaria. Los fundamentos que tengo para pensar así, podrán verse en varias de las notas que siguen.

Ni sería justo imputar las innovaciones de esta especie a un pueril deseo de parecer original o ingenioso. Ésta es una materia en que han estado discordes los filósofos y los gramáticos desde el tiempo de Platón y Aristóteles; y sobre la cual se ha escrito y disputado tanto, que apenas ha quedado campo para lucir el ingenio, o para emitir una idea nueva.

Yo he reducido las partes de la oración a siete: Sustantivo, Adjetivo, Verbo, Adverbio, Preposición, Interjección y Conjunción; pero me ha parecido conveniente dar la denominación común de Nombres al sustantivo y al adjetivo, por la semejanza de sus accidentes y la frecuente trasformación de uno en otro; sin que por esto, cuando enumero las más altas categorías en que se dividen las palabras, considere al Nombre como una de ellas, puesto que el Sustantivo y el Adjetivo ofrecen caracteres especiales, exclusivos e importantísimos, que diferencian al uno del otro y de todas las otras clases de palabras. En castellano, y acaso en todas las lenguas, se observa que una parte de la oración se convierte a veces en otra distinta, y mientras dura la trasformación deja de ser lo que era, y manifiesta las propiedades de la clase a que accidentalmente pasa. La clasificación de las palabras es propiamente una clasificación de oficios gramaticales.

  —360→  

El sustantivo es la palabra dominante; todas las otras concurren a explicarlo y determinarlo.

El adjetivo y el verbo son signos de segundo orden; ambos modifican inmediatamente al sustantivo.

El adverbio es un signo de orden inferior; modifica modificaciones.

Los adjetivos, verbos y adverbios no bastan para todas las modificaciones, mediatas o inmediatas, del sustantivo; hay otro medio destinado al mismo fin, que es el complemento. El complemento significa una relación, y presenta necesariamente el objeto en que ésta termina, llamado término; a veces solo, a veces precedido de una palabra a que ha dado la lengua el oficio peculiar de anunciarlo. Esta palabra es la preposición.

El complemento, por lo dicho, o consta de término solo (las más veces denotado por un sustantivo), o de preposición y término. Él es, además, o un signo de segundo orden, como el adjetivo, o un signo de orden inferior, como el adverbio.

La conjugación no tiene propiamente rango; es un vínculo entre elementos análogos; liga sustantivos con sustantivos, adjetivos con adjetivos, verbos con verbos, adverbios con adverbios, oraciones con oraciones.

La interjección, en fin, es como un verbo inconjugable, que envuelve el sujeto, y está siempre en la primera persona del presente de indicativo.




ArribaAbajoNota II

Proposición: diferencia entre predicado y atributo


El carácter peculiar del sustantivo consiste, a mi juicio, en su aptitud para servir de sujeto; el del verbo en su oficio actual de atributo. Son dos palabras que, señalando las dos partes de la proposición, se miran, por decirlo así, una a otra, y tienen una relación necesaria entre sí.

Para la Gramática no hay en la proposición más que dos partes distintas y separadas: el sujeto, a cuya cabeza está el sustantivo, y el atributo, a que preside el verbo. La división que suele hacerse de la proposición en sujeto, cópula y predicado, no tiene ni fundamento filosófico, ni aplicación práctica al arte de hablar. Carece de apoyo en la historia de las lenguas; ¿cuál es aquella en que se haya visto o se vea palabra alguna, limitada sólo a enlazar el predicado con el sujeto? El verbo que significa la existencia en abstracto no es una mera cópula; la existencia en abstracto es un atributo como otro cualquiera, y el verbo que la denota se desenvuelve en las mismas formas de persona, tiempo y modo que los otros. Se le ha llamado verbo sustantivo, y se ha considerado a cada uno de los otros verbos como resoluble en dos   —361→   elementos, el verbo que denota la existencia en abstracto y un adjetivo variable. Pero si con esto se quiere decir que en la formación de las lenguas se ha principiado por el verbo sustantivo, el cual combinándose con adjetivos engendre los demás verbos, no sólo es falso el hecho, sino contrario al proceder natural, necesario, del espíritu humano, que va siempre de lo concreto a lo abstracto. Tan absurdo me parece pensar que Sentio haya principiado por sum sentiens, como lo sería pensar que Homo y Canis hubiesen provenido de ens humanos y ens caninos.

El verbo ser se junta con adjetivos que lo determinan y que, ejerciendo este oficio, se refieren al mismo tiempo al sustantivo. Pero ésta no es una particularidad que distinga a ser, pues como se dice es bueno, es malo, se dice también está ciego, está sordo, nació enfermo, murió pobre, duerme tranquilo, corre apresurado, anda triste, se muestra esforzado, etc. El adjetivo ejerce dos funciones diversas, con respecto al sustantivo: la de especificarlo o determinarlo limitando su natural extensión, y la de explicarlo, desenvolviendo, desentrañando de su significación conocida algo que naturalmente se comprende en ella.

El adjetivo predicado, constante en su referencia al sustantivo, puede hallarse en muy diversos lugares, ya construyéndose inmediatamente con el sustantivo (la oscura noche, el triste invierno), ya modificando al verbo (el día amaneció tempestuoso), ya designando el término de un complemento (se acreditan de valientes, tiene fama de hermosa, da en temerario). Yo miro, pues, al predicado como una función del adjetivo, cuando refiriéndose al sustantivo sin limitar su extensión, enuncia una cualidad del objeto que éste significa. Por consiguiente hago diferencia entre predicado y atributo. El adjetivo predicado y el verbo modifican ambos a un sustantivo; pero el segundo lo hace precisamente designando la segunda parte de la proposición, el atributo; presidiendo en él a todas las otras palabras que lo componen, y tomando las formas peculiares que corresponden a la persona y número del sujeto, y a las ideas de tiempo y de modo que conviene indicar; caracteres de que no goza el adjetivo predicado. Podrán preferirse otros términos para distinguir las dos cosas que yo llamo predicado y atributo; pero la distinción entre ambas es un hecho incontestable de la lengua. Supóngase, si se insiste en ello, que el verbo sea la cópula, más un predicado; siempre será cierto que hay diferencia entre el predicado que envuelve la cópula y el predicado que no la envuelve. A lo segundo llamo yo simplemente predicado; a lo primero, atributo. En el lenguaje ordinario se confunden ambas cosas; pero si la lengua se vale de dos medios diversos para denotar una modificación del objeto que el sustantivo designa, ¿no convendrá que cada uno de ellos tenga su denominación? En las que yo les he dado he procurado alejarme lo menos posible de la nomenclatura que está en uso.

No estará de más discutir aquí la doctrina de uno de los más eminentes filósofos de nuestra era. Mister John Stuart Mill, autor de un Sistema de Lógica, que es en el día una obra altamente estimada, descompone la   —362→   proposición en los tres referidos elementos, sujeto, cópula y predicado.

Predicado y sujeto es, según mister Mill, todo lo que se requiere necesariamente para componer una proposición. Pero como la mera combinación de dos nombres no nos da a conocer si el uno es sujeto y el otro predicado, esto es, si el uno de ellos se afirma o niega del otro, es preciso que haya alguna manera o forma que lo indique, algún signo que caracterice al predicado y lo distinga de cualquiera otro género de expresión. Esto, dice mister Mill, se consigue algunas veces mediante una inflexión verbal, como cuando digo El fuego arde: la inflexión arde (del verbo arder) da a conocer que está afirmando un predicado de el fuego; si dijésemos el fuego ardiente, no expresaríamos este concepto. Pero más comúnmente lo expresamos por medio del verbo es, si afirmamos la predicación, o no es, si la negamos, como en estas proposiciones: la azucena es olorosa, la casa no es cómoda. (El diferente genio de las lenguas inglesa y castellana me obliga a variar los ejemplos del autor, pero estoy seguro de conservar su intención y espíritu).

Mister Mill señala, pues, dos medios de indicar la cópula, la inflexión del verbo adjetivo o concreto que figura en la proposición, o la presencia del verbo ser. Que lo primero se haga algunas veces, es decir bien poco. Pero lo más esencial es observar que en la misma lengua inglesa, cuando se emplea el verbo to be (ser), es la inflexión verbal lo que le da el oficio de cópula, no su significado radical, puesto que no podría decirse afirmativamente Fire be burning (el fuego ser ardiente), sino precisamente is (es), o, según los varios casos, was (era) o will be (será), would be (sería), etc. De manera que en realidad la cópula es indicada unas veces por la inflexión del verbo to be (ser), y otras por la inflexión de otro verbo; es decir, en todos casos por una inflexión verbal. La inflexión verbal es, pues, en realidad lo que sirve siempre de marca a la predicación en la lengua inglesa. Y ésta es cabalmente la idea que yo doy del verbo, haciéndole por medio de sus inflexiones un signo o marca del atributo de la proposición, esto es, predicado y cópula juntamente.

Mister Mill no admite que el verbo ser, cuando hace de cópula, signifique de necesidad la existencia en abstracto. ¿Y por qué? Porque este verbo no envuelve a veces el significado de existencia real; verbigracia en esta proposición: «El centauro es una ficción poética». Pero envuelve el significado de una existencia imaginaria, y esto basta. La imaginación da una especie de ser a lo que concibe, y lo viste de las apariencias del mundo real, que ella traslada luego al lenguaje.

Es probable que los gramáticos copiaron de la dialéctica la forma que ésta había dado a la proposición con el objeto de proporcionar un instrumento artificial de análisis para la teoría del silogismo. Convirtiose el atributo en predicado, el verbo en nombre, y por este medio se logró resolver el raciocinio en sus términos esenciales, despojados del follaje de las inflexiones, contarlos y examinar sus mutuas relaciones en cada trámite raciocinativo. Pero ese mecanismo dialéctico, facilísimo de   —363→   aplicar a proposiciones sencillas como las que manejan los silogistas y en que el predicado se presenta ya desnudo, sin el trabajo previo de desenvolverlo de las formas concretas del atributo, sería dificultosísimo de manejar en la análisis de oraciones tan complejas y varias como las que ocurren a cada paso en el lenguaje ordinario, que es el que debe tener a la vista el gramático.




ArribaAbajoNota III

Definición del verbo


La definición que doy aquí del verbo castellano (§ 23), formulada después de un modo más completo (§ 224), es, a mi juicio, la única que le conviene; pero es preciso tener presente que yo no miro ni al infinitivo, ni al gerundio, ni al participio como formas del verbo; sobre lo cual tendré ocasión de hacer algunas observaciones más adelante.

«Verbo (dice uno de nuestros más respetables gramáticos) es la parte de la oración que significa los movimientos o acciones de los seres, la impresión que éstos causan en nuestros sentidos, y algunas veces el estado de estos mismos seres, o la relación abstracta entre dos ideas». Ésta, a mi juicio, no es una definición del verbo, sino una enumeración de las diferentes especies de verbos, según su significado; porque una definición debe mostrarnos el carácter común de todos los verbos, y lo que distinga a todos y a cada uno de ellos de las demás clases de palabras; faltando esto, no hay definición.

Además, cuando se dice, el movimiento de la luna, el susurro de las hojas, la frialdad de la nieve, la serenidad de la atmósfera, la semejanza entre el estaño y la plata, estas palabras movimiento, susurro, frialdad, serenidad, semejanza, serían, según la fórmula precedente, verbos, y de los más calificados que pudiese presentar la lengua.

Omitimos hablar de otras definiciones parecidas a ésta, porque contra todas ellas milita la misma objeción. Sin embargo, se repiten y repetirán, Dios sabe hasta cuándo, porque la gramática está bajo el yugo de la venerable rutina.

Según cierto moderno filólogo, los verbos son «aquellas palabras que significan (o en otro tiempo significaron) el acto de ejecutar los movimientos materiales y (por extensión) las operaciones de los espíritus». Esta definición tiene el pequeño inconveniente de contradecirse a sí misma. Si las palabras que en otro tiempo significaron movimiento y ya no, son todavía verbos, ¿no se sigue que varios verbos no significan hoy movimiento? ¿Y qué diremos de una teoría que no se adapta a lo que es hoy la lengua, sino a lo que se supone que fue?

Sedeo, por ejemplo, significa sentarse, verdadero movimiento, y de aquí pasó a significar el estado que es la consecuencia de ese movimiento, el estar sentado; así dice nuestro erudito filólogo. Pero si es así, resulta   —364→   una de dos cosas: o que sedeo, cuando tomó la significación de estar sentado, dejó de ser verbo, o que si todavía lo fue, hubo entonces verbos que no significaban movimiento. Yacer ¿es o no verbo en nuestra lengua? Es verbo, según nuestro autor, porque se deriva del latino jaceo, estoy echado, que es el mismo verbo que jacio, yo echo, yo arrojo; de echar o arrojar se pasó naturalmente a estar arrojado, echado. Sea enhorabuena. De esos ejemplos y de todos los de este jaez, surge el mismo inexorable dilema: o ya no es verbo el que lo fue, o hay verbos que no significan movimiento. Ver en las palabras lo que bien o mal se supone que fueron, y no lo que son, no es hacer la gramática de una lengua, sino su historia.

Años ha no había más que un verbo, el verbo ser; él era el que encarnándose en todos los otros, les daba el carácter de tales. Mas, he aquí un nuevo sistema, en que ser no es rigurosamente verbo, porque no significa movimiento, y si se le concede ese título es en consideración a los méritos de uno de sus abuelos, que en griego significaba ir. ¿Qué es pues rigorosamente en el día? Es, responde en sustancia el mismo autor, una mera cópula, una conjunción, que a la verdad parece verbo, porque tiene todos los accidentes de tal, personas, números, tiempos y modos, y hace los mismos oficios en la oración; pero no lo sería si treinta siglos ha no hubiera significado movimiento. ¡Así le vemos hoy recordar instintivamente su origen, y apropiarse como por derecho hereditario, cuatro tiempos enteros de la conjugación de ir!150.




ArribaAbajoNota IV

Pronombre


Si el nombre sustantivo, como dice una autoridad que acatamos, es el que expresa los objetos de un modo absoluto, prescindiendo de sus calidades, parece que es preciso dar este título a yo y , porque ciertamente señalan sus objetos de un modo tan absoluto, y con tanta prescindencia de sus calidades, como Pedro y Juan. La verdad es que en los sustantivos generales o apelativos, como hombre, león, planta, no se prescinde tan completamente de las cualidades del objeto como en los pronombres personales, y que aun hay sustantivos que no significan más que cualidades, como virtud, vicio, extensión, color, etc.

El pronombre, se dirá, tiene una cosa que lo diferencia, que es ponerse en lugar del nombre para evitar su repetición. Pero tomar el lugar y hacer el oficio del nombre, y esto no accidentalmente, sino por su naturaleza y por la constitución del lenguaje, ¿no es serlo verdaderamente?

El pronombre, a semejanza del nombre, se divide en sustantivo y adjetivo; tiene número y género como el nombre; se declina (según dicen)   —365→   como el nombre; no le falta, en suma, ninguno de los oficios y caracteres de los nombres. Y si es al uso de las palabras a lo que debe referirse su clasificación, no comprendo cómo han podido colocarse el nombre y el pronombre en categorías diversas.

Ni ponerse en lugar de nombres para evitar repeticiones fastidiosas es tan peculiar del pronombre que no lo hagan a menudo los nombres apelativos. En una historia de Carlos V se dirá muchas veces el Emperador para no repetir el nombre propio de aquel príncipe. Por otra parte, el que habla de sí mismo dirá cien veces yo, y acaso se designará una sola a sí mismo con el nombre que le pusieron sus padrinos; ¿cuál es entonces la repetición que se trata de evitar?

Pero doy de barato que el pronombre en ciertas circunstancias o en todas presente alguna marca tan peculiar suya que no se encuentre en ninguna otra clase de palabras. Si por lo demás posee todos los caracteres esenciales del nombre, ya sustantivo, ya adjetivo, será una especie particular de sustantivo o de adjetivo, no una parte de la oración distinta de ellos. Los nombres numerales no dejan de ser nombres por el significado que los caracteriza, ni los verbos impersonales o defectivos dejan de ser verbos por las inflexiones de que carecen.




ArribaAbajoNota V

Artículo definido


Parece imputárseme haberme entregado a sutilezas metafísicas para probar que el verbo es nombre y que el artículo y el pronombre personal son una misma cosa, y otras teorías semejantes.

Si es así, hay en esto un pequeño artificio oratorio; se desfiguran mis aserciones para hacerlas parecer absurdas. Por lo demás, eso de sutilezas metafísicas y de teorías, que en el lenguaje de la rutina equivale a quimeras y sueños, es un modo muy cómodo de ahorrarse el trabajo de la impugnación.

Contraigámonos al asunto de esta nota. La idea que doy del artículo definido en el capítulo XIV, me parece fundada en observaciones incontrastables, que sin metafísicas ni sutilezas manifiestan pertenecer esta palabra a la familia de los pronombres demostrativos.

El que haya leído los documentos escritos en el latín bárbaro de la media edad española, no puede menos de haber reconocido nuestro artículo en el uso que se hace del pronombre latino ille. Donde hoy decimos las viñas, las casas, los molinos, se decía illas vineas, illas casas, illos molinos; y las primeras formas del artículo definido en castellano fueron ele, ela, elos, elas, elo, como puede verse particularmente en la traducción castellana del Fuero Juzgo, y en el antiguo poema de Alejandro. Según mi modo de pensar, el, la, los, las, lo, son formas abreviadas o sincopadas   —366→   de él, ella, ellos, ellas, ello, usándose éstas en ciertas circunstancias y aquéllas en otras, pero con una misma significación; como sucede con los pronombres posesivos mío, tuyo, suyo, que cuando preceden al sustantivo toman las formas abreviadas mi, tu, su, sin que por eso varíen de naturaleza ni de significado, como sucede con los adjetivos bueno, malo, primero, que anteponiéndose al sustantivo se vuelven buen, mal, primer, como sucede con los adverbios mucho, tanto, cuanto, que según el lugar que ocupan conservan estas formas o se vuelven muy, tan, cuan; etc.

Los griegos usaban a menudo sus artículos como simples pronombres demostrativos. Véanse en el principio mismo de la Ilíada los versos 9, 12, 36, etc.

Donde las otras lenguas romances y el inglés emplean pronombres demostrativos equivalentes a él, ella, etc., nosotros empleamos el artículo el, la, etc.: «La vegetación de la zona tórrida es más rica y variada que la de los otros países»: los franceses traducirían este la por celle, como los italianos por quella, y los ingleses por that. Tan estrecha es la afinidad entre el artículo y el pronombre demostrativo.

Yo no he dicho en ninguna parte que el artículo y el pronombre personal sean una misma cosa. Si se me imputase haber sostenido que el artículo era un pronombre demostrativo, o que cierto pronombre que se llama comúnmente personal era un artículo, se habría dicho la pura verdad, pero no se habría logrado dar el aspecto de absurda a una aserción que ni aun nueva es: «N'oubliez pas que le et il sont la mème chose», dice Destutt de Tracy (Grammaire, chapitre 3, § 8).

Hay hombres doctos que tienen por oficio característico del artículo el dar a conocer el género y número del sustantivo a que se antepone. Pero este oficio lo ejercen respecto del género todos los adjetivos de dos terminaciones y respecto del número todos los adjetivos, sin que para ello sea necesario que se antepongan, pues lo mismo hacen posponiéndose, o refiriéndose de cualquier modo al sustantivo. Árbol es masculino porque concuerda con la primera terminación del adjetivo, y selva es femenino porque concierta con la segunda. Y si bien se mira, no es el artículo el que mejor desempeña este servicio, pues decimos el alma, el águila, el arpa, concertándole con sustantivos que son sin embargo femeninos, porque en el singular piden la segunda terminación de todos los otros adjetivos, como lo hace él mismo en plural. Cuando decimos el ave voladora, ¿qué es lo que determina el género femenino de ave? No el artículo el, sino el adjetivo voladora.

¿Cómo se conoce el género y número de los sustantivos de la lengua latina, que carecía de artículos? Por su concordancia con los adjetivos.

En inglés el artículo tiene una terminación invariable, sean cuales fueren el género y número de los sustantivos con que se junta; no sirve por consiguiente para determinarlos. Si se quisiera concebir un género en el artículo the, sería sin duda el correspondiente al sexo significado por el sustantivo a que se antepone; y si tiene número, no puede ser   —367→   otro que el mismo del sustantivo. Así, en la lengua inglesa, el género y número del artículo serían determinados por el sustantivo, no los del sustantivo por el artículo.

Omito otras consideraciones.




ArribaAbajoNota VI

Declinación


Es preciso distinguir dos cosas que generalmente se confunden, los casos y los complementos.

El complemento es una palabra o frase de que se sirve la lengua para modificar otra palabra o frase significando una relación que el objeto o cualidad que ésta designa tiene con otro objeto o cualidad, a que damos el nombre de término, como a la palabra que lo denota.

Ya hemos dicho que el complemento puede constar o de término solo o de preposición y término.

Los casos de la declinación o presentan el objeto directamente, o lo presentan como término de una relación, sea que éste forme complemento por sí solo, o que se combine con alguna preposición para formarlo. Así en la declinación latina dominus, domine, son casos directos o rectos; el genitivo domini y el dativo domino son casos que por sí solos forman complementos, y no son nunca precedidos de preposición; el acusativo dominum y el ablativo domino, al contrario, o forman complementos por sí solos (como en habet dominum, caret domino), o se combinan con varias preposiciones para formarlos. Así erga dominum, sine domino, son complementos; pero a nadie ha ocurrido jamás dar el título de casos a estas expresiones compuestas. En ellas el caso de Dominus es la inflexión en um llamada acusativo, o la inflexión en o llamada ablativo.

En nuestros nombres declinables son asimismo diversas cosas el caso y el complemento. A mí, de mí, para mí, no son casos de yo, sino complementos formados con las preposiciones a, de, para, y con el caso , que en todas estas expresiones es uno solo; como en las latinas erga dominum, in dominum, adversus dominum, propter dominum, no hay más que un solo caso dominum, combinado con las preposiciones erga, in, adversus, propter.

Partiendo de este principio, se trata de saber cuántos casos tiene la declinación de yo, tú, él, ello (únicos nombres castellanos declinables), y cuál es el carácter y propiedad de cada caso.

¿Cuántos casos hay en la declinación de estos nombres? Cuéntense sus desinencias; pero cuéntense bien, como se cuentan las de los nombres latinos. Yo presenta a primera vista cuatro: yo, me, mí, conmigo. ¿Las miraremos como cuatro casos distintos? No; porque el considerar a conmigo como caso distinto de , sería lo mismo que considerar en latín   —368→   a mecum como caso distinto del ablativo me. Conmigo es un accidente de ; una forma particular que toma el caso cuando se le junta la preposición con, componiendo las dos palabras una sola.

¿No tendrá pues el pronombre yo más que tres casos, yo, me, mí? Tampoco es consecuencia legítima; porque discurriendo de la misma manera no daríamos en latín más que tres casos al plural de sermo: sermones, sermonum, sermonibus. Sucede en efecto en la declinación castellana lo mismo que en la latina; es a saber, el presentarse en unos nombres, bajo una misma desinencia, casos realmente distintos, que se presentan en otros nombres bajo desinencias diferentes. Decimos Yo amo, ellos aman; yo y ellos nominativo, sujeto del verbo. Decimos Tú me amas, tú los amas; me y los, caso que por sí solo, sin preposición alguna, significa el complemento acusativo. Decimos tú me das dinero, tú les das dinero; me y les, caso que por sí solo, sin preposición alguna, significa complemento dativo. Decimos, en fin, de mí, para mí, contra mí, por mí, de ellos, para ellos, contra ellos, por ellos; mi, ellos, caso que en castellano se junta con todas las preposiciones, cualesquiera que sean. La enumeración está completa: los nombres castellanos declinables tienen cuatro casos; el nominativo, el complementario acusativo, el complementario dativo, y en fin, un caso que nunca significa complemento por sí solo; que pide una preposición anterior, que por sí no significa más que el término de un complemento cualquiera; y a que por eso conviene con mucha propiedad el título de terminal, como a me, les y los el título de complementarios. La desinencia me es común a los dos casos complementarios acusativo y dativo; la desinencia ellos es común al caso nominativo y al terminal; como en latín la desinencia domino conviene a dos casos distintos, el dativo y el ablativo, y la desinencia sermones a tres casos distintos, el nominativo, el vocativo y el acusativo.

En castellano el vocativo no es un caso especial como en latín, porque no tiene jamás una desinencia propia que lo distinga del nominativo, como la tiene muchas veces en latín; debemos pues mirarlo como una aplicación o uso particular que hacemos del nominativo.

Es preciso insistir en la diferencia de estas dos cosas, caso y complemento, porque de confundirlas proviene el no haberse dado hasta ahora una idea exacta de nuestra declinación. Me, les, los, son casos complementarios, casos que significan complemento por sí solos, rechazando toda preposición (como el genitivo y dativo de los nombres latinos), y precisamente uno de dos complementos o ambos, el acusativo y el dativo. Pero estos dos complementos pueden expresarse por otros medios. He dicho que el caso terminal combinado con las preposiciones se aplica a todo género de complementos, sin excepción alguna; y así es en efecto. Los mismos dos complementos de que acabo de hablar pueden ser expresados por este caso combinado con la preposición a: A ellos buscaba el aguacil, no a mí; a ellos y a mí, complemento acusativo. A mí viene dirigida la carta, no a ellos; a mí, a ellos, complemento   —369→   dativo. Y con esta misma expresión a mí, a ellos, se pueden todavía significar otros complementos que no son el acusativo ni el dativo, como se ha explicado en su lugar.

Nuestro complementario acusativo se diferencia mucho del acusativo latino, el cual se presta a muchas y diversas especies de complementos y recibe preposiciones anteriores.

Entre nuestro complementario dativo y el dativo latino la semejanza es bastante grande.

Pero uno y otro complementario tienen una propiedad peculiar, de que carecen el acusativo y dativo latinos, y es que piden un verbo o derivado verbal a que juntarse como afijos o enclíticos.

Por último, no hay en la declinación latina caso alguno análogo al terminal nuestro, que exige precisamente una preposición anterior, y se junta con todas las preposiciones.

He creído que debíamos pintar nuestra declinación de este modo:

  • Nominativo: yo, nosotros, nosotras; tú, vosotros, vosotras; él, ellos; ella, ellas; ello.
  • Complementario acusativo: me, nos; te, os; le o lo, los; la, las; lo.
  • Complementario dativo: me, nos; te, os; le, les; le o la; les o las; le.
  • Terminal: mí, nosotros o nosotras; ti, vosotros o vosotras; él, ellos; ella, ellas; ello.
  • Complementario acusativo y dativo para la tercera persona, refleja o recíproca: se. Terminal para la tercera persona refleja o recíproca .
  • Formas excepcionales del caso terminal, precedido de con, conmigo, contigo, consigo.

Yo creo que esta exposición presenta del modo más claro y sencillo el verdadero plan de la declinación castellana, y al mismo tiempo las semejanzas y diferencias que tiene con la declinación latina. Deseoso de no desviarme de la nomenclatura admitida sino en cuanto fuese indispensable, he conservado las palabras acusativo y dativo, la primera para el complemento acusativo, y la segunda para el complemento dativo; pero tal vez sería lo mejor desterrarlas de nuestra gramática, por que en latín acusativo y dativo significan desinencias, casos; y en el sentido que les damos nosotros no denotan casos o desinencias, sino complementos.

Donde más claro se ve el prestigio falaz de las reminiscencias latinas es en la declinación que suele darse de los nombres declinables castellanos. ¿Qué es lo que quiere decirse cuando se asignan seis casos al sustantivo flor: nominativo la flor, genitivo de la flor, dativo a o para la flor, acusativo la flor, a la flor, vocativo flor, ablativo con, de, en, por, sin, sobre la flor? Yo no sé lo que quiera decirse; pero sí sé lo que esto supone; y es que en los nombres castellanos han de encontrarse, a despecho de la lengua, igual número de casos y de la misma especie que en los nombres latinos. ¿Por qué un nombre, precedido de la preposición de, es unas veces genitivo y otras ablativo? La razón es obvia: porque, verbigracia, de la flor se traduce al latín unas veces por el genitivo floris, y   —370→   otras por el ablativo flore, antecedido de las preposiciones ab, de, ex, equivalentes a la castellana de. ¿Por qué, cuando a precede al nombre, forma con él unas veces dativo y otras acusativo? Porque, verbigracia, a la mujer corresponde unas veces al dativo latino mulieri, y otras al acusativo latino mulierem, a que también suele anteceder la preposición ad; no puede darse otra razón. ¿Por qué con la flor y sin la flor, que significan cosas enteramente contrarias, forman sin embargo un mismo caso? Porque en latín es una misma la desinencia del nombre después de las preposiciones cum, sine; y no hay más que decir. ¿Por qué no hay en nuestros nombres indeclinables tantos casos diversos como preposiciones podemos juntarles? La respuesta es obvia: porque como a todas las combinaciones castellanas de preposición y nombre no corresponden más que cuatro desinencias en los nombres latinos, la del genitivo, la del dativo, la del acusativo y la del ablativo, no puede concebirse que las combinaciones de preposición y nombre dejen de formar los mismos cuatro casos precisamente en castellano. Yo a lo menos no acierto a columbrar otra lógica en la mente de los que así han latinizado nuestra lengua, en vez de explicarla por sus hechos, sus formas, sus accidentes peculiares. ¿Por qué, en fin, los complementos forman casos cuando entran en ellos las preposiciones a, para, con, de, en, por, sin, sobre, y no cuando entran en ellos otras preposiciones, como bajo, contra, entre, ante, tras, etc.? No me es posible adivinarlo. Aquí hasta la lengua latina abandona a los latinizantes.

Nuestros nombres indeclinables no tienen verdaderamente casos; lo que hacen es servir de sujetos o de términos, y en este segundo oficio o forman complementos sin preposición alguna, o necesitan de una preposición anterior para formarlo, pero sin alterar jamás la desinencia del nominativo. Entre estos complementos debe darse una atención particular al acusativo y al dativo, por su correspondencia a los casos complementarios de los pronombres declinables.

Los latinizantes de otras lenguas van abandonando más que de paso las declinaciones latinas. Tengo a la vista la edición de 1857 de la Gramática inglesa de R. E. Latham, miembro de la Sociedad Real de Londres. En ella pueden verse (§ 130 y siguientes) la determinación y enumeración de los casos de la lengua inglesa, fundadas en los mismos principios y raciocinios que mi declinación. Sepan nuestros latinizantes, y santígüense, que este caballero declina el pronombre He de modo siguiente:

NominativoHe
ObjetivoHim
PosesivoHis

Y el sustantivo father:

NominativoFather
y objetivo
PosesivoFather's

  —371→  

Se ha repetido por hombres doctos que en nuestros dialectos romances las preposiciones hacen las veces de las desinencias de la declinación latina, pero hay en esto alguna exageración. Las relaciones del nombre con otros nombres o con otras palabras se significan en latín por medio de casos o por medio de complementos; en los dialectos romances sucede lo mismo; la diferencia consiste en que casi todos los nombres latinos tienen casos, y en los dialectos romances solamente unos pocos; los complementos son frecuentísimos en latín como en las lenguas romances.




ArribaAbajoNota VII

Género neutro


Creo suficientemente probada la identidad de él y el, ello y lo; y no me parece que pueda disputarse el carácter sustantivo de ello, esto, eso, aquello, etc., reconocido ya por Clemencín. Los latinos hoc, istud, illud, eran verdaderos adjetivos: hoc templum, istud nemus, illud opus; y cuando se usaban absolutamente en el sentido de esto, eso, aquello, se decían con propiedad sustantivarse, porque dejaban su natural oficio y tomaban accidentalmente el de sustantivos, a lo que en latín se prestaba fácilmente la tercera terminación del adjetivo. De esto, eso, aquello, no puede decirse que dejando el carácter de nombres que se arriman a otros (adiectiva, quae adiiciuntur) tomen el de nombres independientes que sirvan a los otros de apoyo o sostén (substantia), se usan siempre como sustantivos; y llamarlos adjetivos sustantivados sería enunciar un hecho falso.

Acerca del género neutro en castellano, conviene explicar algo más lo que dejo expuesto en la Gramática.

De dos modos se revela el género en las lenguas; por la concordancia del adjetivo con el sustantivo en construcción inmediata: lucus opacus, silva opaca, nemus opacum; y por la reproducción o representación de ideas cercanas, como cuando, después de haber dicho lucus o silva o nemus, reproducimos o representamos la misma idea a poca distancia, diciendo en el primer caso is o qui, en el segundo ea o quae, en el tercero id o quod. Esta representación se hace siempre por medio de pronombres demostrativos o relativos.

La lengua inglesa, bajo el primero de estos aspectos, no tiene géneros, porque sus adjetivos no varían de terminación, cualquiera que sea el sustantivo que se les junte: a wise king, a wise queen, a wise action. Bajo el segundo lo tiene, porque si, mencionado un rey, una reina, una cosa, se tratase de reproducir la misma idea, sería preciso decir en el primer caso he, en el segundo she, en el tercero it. Debemos, pues, considerar el género bajo uno y otro punto de vista, porque la lengua puede   —372→   seguir en el uno diferente rumbo que en el otro, y tan grande ser la diferencia como lo que va de no tener géneros a tenerlos.

En castellano para la concordancia del adjetivo con el sustantivo en construcción inmediata, no hay más que dos géneros, masculino y femenino: árbol frondoso, lo frondoso, selva frondosa. Lo por consiguiente es masculino bajo el respecto de que hablamos, y lo mismo debe decirse de esto, eso, aquello, algo, nada y demás sustantivos neutros.

Pero bajo el punto de vista de la representación de ideas cercanas, tenemos tres géneros, masculino, femenino y neutro. Después de decir el roble, la encina, el primero se reproduce por él, el segundo por ella. Los sustantivos ello o lo, esto, eso, aquello, algo, etc., no pueden reproducirse por él ni por ella, sino precisamente por ello o lo, o por otro sustantivo semejante. Pertenecen, pues, bajo el punto de vista de que hablamos, a un género particular, que no es masculino ni femenino. Al mismo género pertenecen los infinitivos, los conceptos significados por frases u oraciones enteras, y otros que se han enumerado en la Gramática.

«El vivir los hombres en sociedad, no ha sido casual o arbitrario: un instinto irresistible los ha obligado a ello». La lengua no permitiría decir a él: vivir los hombres en sociedad se construye con el y es representado por ello. Si en lugar de el vivir los hombres pusiéramos el que los hombres vivan, sucedería lo mismo, la frase que los hombres vivan en sociedad se juntaría con el y sería representada por ello, y de ninguna manera por él. Así, cuando yo digo que ciertos sustantivos, ciertas palabras, ciertas frases son masculinas en construcción inmediata y neutras en la representación, no hago más que exponer sencillamente lo que pasa en castellano; contra lo cual no debe valer la práctica de otra lengua alguna. En latín es cierto que lo masculino y lo neutro se excluyen mutuamente; pero en nuestra lengua no lo ha querido así el uso quem penes arbitrium est et ius et norma loquendi.




ArribaAbajoNota VIII

«Lo» predicado


«Este lo, representativo de predicados, es el caso complementario acusativo de ello».

¿El verbo ser con acusativo? ¿Y por qué no? ¿Por qué cerrar los ojos a un hecho manifiesto en que no cabe disputa?

Es un principio recibido que el ser activo o neutro un verbo no depende de su significación, puesto que a un verbo neutro en una lengua corresponde muchas veces un verbo activo en otra.

Se dice que ciertos verbos son activos, porque nos figuramos en ellos cierta especie de acción, en lo cual, como en otras explicaciones gramaticales, se toma el efecto por la causa. No los hacemos activos porque nos   —373→   figuramos una acción que no existe; sino al contrario, nos figuramos una acción porque se construyen con acusativo, y porque este complemento es el que a menudo solemos juntar a los verbos que significan acción material.

Una cosa parecida sucede con los géneros. Muerte, por ejemplo, no es femenino porque nos sea natural representarnos la muerte bajo la imagen de una mujer, sino, al contrario, asociamos la idea de este sexo a la muerte porque el sustantivo que la significa se construye con aquella forma de adjetivo que solemos juntar a los nombres de mujeres o hembras. La muerte figura como varón en las personificaciones poéticas de los griegos, porque su nombre en griego era thanatos, masculino.

En la formación de las lenguas, con todo, es preciso que al dar un género masculino o femenino al objeto que carecía de sexo, o un complemento de objeto paciente a un verbo que no significaba acción, sino ser o estado, ocurriese a los hombres alguna aprehensión o fantasía que se incorporase de ese modo en el lenguaje; a la manera de lo que vemos en la lengua inglesa, donde, desde que la imaginación personaliza un ser inanimado o abstracto, le da el sexo, y por consiguiente el género, masculino o femenino, que más natural le parece. Así, en aquella lengua, la muerte personificada es constantemente varón: carácter que es sin duda el que mejor se aviene con la idea de actividad vigorosa y destructora que la imaginación le atribuye. En el Paraíso Perdido de Milton, Death y Sin (la muerte y el pecado) aparecen bajo sexos diferentes de los que un poeta castellano les atribuiría; aquélla, varón; éste, hembra.

Ahora, pues, ¿quién desconoce lo caprichosa que es en estas aprehensiones la imaginación? ¿Por qué no podrá ella fingirse en la existencia misma una especie de actividad? ¿No damos a estar un acusativo reflejo cuando decimos que uno se está en el campo, se está escondido? ¿No atribuyen estas frases a la existencia una sombra de acción sobre las cualidades y modo de ser? En castellano el mismo verbo ser admite alguna vez un acusativo reflejo; lo que no haría, si no se concibiese en su significado cierto color o apariencia de acción. La verdad es que en el origen de las lenguas romances la existencia y la actividad parecieron tan estrechamente enlazadas, que la denominación general dada a todo lo que existe o se concibe como existente fue causa (cosa, chose).

No se extrañe, pues, que lo sea a un mismo tiempo predicado y acusativo, cuando se dice: «Es verdaderamente feliz el que cree que lo es»; o «se está escondido, sólo porque gusta de estarlo». Éste es uno de tantos conceptos metafísicos, encarnados en el lenguaje, y que han hecho más de una vez luminosas indicaciones a la filosofía.

Sobre todo, se trata de un hecho. Explíquese como se quiera; la lengua modifica a ser y estar con la misma forma de ello de que se sirve para el complemento acusativo. Lo aparece de dos modos en la lengua; ya limitado, determinado por alguna modificación (lo blanco,   —374→   lo negro, lo de ayer, lo del siglo pasado, lo que nos agrada, lo que aborrecemos), y entonces es indeclinable; ya absoluto, sin determinación ni limitación alguna expresa (lo creo, lo vi, lo pensaré), y entonces lo (neutro) es acusativo de ello. ¿Por qué se ha de mirar el lo absoluto que modifica a ser y estar como algo diferente del lo absoluto en todas las demás circunstancias, sin excepción alguna? Aceptemos las prácticas de la lengua en su simplicidad, y no las encojamos y estiremos para ajustarlas al lecho de Procustes de la lengua latina.

Ni es la castellana la única que da por predicado a ser un acusativo neutro, que reproduce nombres precedentes. En francés le, acusativo de il, es masculino o neutro. «Connaissez-vous cet hommelà? -Oui, je le connais». «Ne voyez-vous pas qu'il veut vous tromper? -Je ne le vois que trop»: le, masculino en la primera respuesta, no es masculino ni femenino en la segunda; es un verdadero neutro, aunque los franceses expliquen con otras palabras el hecho, porque en su lengua no se deja ver con la misma claridad que en la nuestra la diferencia entre lo masculino y lo neutro. Ahora, pues, cuando se pregunta a una mujer «êtes-vous heureuse?» y ella responde je le suis, ¿qué es este le sino un acusativo neutro? Madama de Sévigné pretendía que debía decirse je la suis, reprobando el uso general en cuanto al género, pero no en cuanto al acusativo. En lo primero erró, sin duda, y aunque se empeñó en introducir una práctica nueva, halló poquísimos imitadores; muestra curiosa de los extravíos en que una falsa teoría pueda hacer incurrir a los mejores hablistas.




ArribaAbajoNota IX

De los derivados verbales


Yo limito este título a las palabras solas que, derivándose del verbo, le imitan en sus construcciones peculiares, lo que consiste: 1.º En ser modificados por adverbios; 2.º En llevar afijos o enclíticos; 3.º En regir acusativos, si el verbo de que se derivan es activo. Así amante, leyente, no son derivados verbales, ni por consiguiente participios. En patiens frigus et inediam, consideraban los gramáticos latinos a patiens como participio, y en patiens frigoris et inediae como un adjetivo ordinario, despojado de su carácter participal, en que participaba de la naturaleza del verbo. El llamado participio de presente, o participio activo, no goza nunca de esa participación; no es participio,

Dícese que ciertamente no todos, ni la mayor parte de los verbos tienen participios activos, pero que algunos lo tienen; verbigracia, aspirante, perteneciente, pues se dice aspirante a empleos, como tú aspiras a empleos, perteneciente al Estado, como eso pertenece al Estado. Pero ya queda explicado cuáles son las especies de régimen o de construcciones que caracterizan al verbo, y por consiguiente a los derivados verbales.   —375→   El supuesto participio se construye con adverbios, y lleva complementos formados con la preposición a, como muchísimos otros adjetivos: sumamente útil, verdaderamente virtuoso, vecino a mi casa, cercano a la plaza, adyacente a España, provechoso a la salud, pernicioso a las costumbres, accesible a todos, impenetrable a la lluvia, etc. Construcciones de que gozan muchas palabras que no son verbos, no daban bastante motivo para calificar de participio activo al que así se llama. Ni alcanzo cómo verbos que no son activos, verbigracia aspira y pertenece, puedan producir participios activos.

Los que llamo derivados verbales son, a mi juicio, medios de que se sirve la lengua para desnudar al verbo de los accidentes de número, persona, tiempo y modo, y darle en la oración el oficio de sustantivo, adjetivo o adverbio. Pero al mismo tiempo que de esta manera lo trasforma, le conserva sus construcciones; es decir, le da complementos acusativos, le agrega afijos o enclíticos, lo modifica con adverbios y hasta puede ponerle sujeto. «El amar el hombre a sus semejantes» es lo mismo que «El amor del hombre a sus semejantes»; tan sustantivo es amar como amor; lo único que los diferencia es que el primero se construye exactamente como el verbo de que se deriva, y el segundo no.

En la Gramática se ha manifestado que el infinitivo tiene todos los oficios del sustantivo, sirviendo ya de sujeto, ya de predicado, ya de término o de complemento. Participa, es verdad, de la naturaleza del verbo conservando sus construcciones, inclusa la de sujeto. Pero eso no quita al infinitivo el carácter de sustantivo, puesto que siempre hace el oficio de tal; ni le da el de verbo, una vez que no puede ser nunca la palabra dominante del atributo de la proposición, ni sugiere, como el verbo, ideas de persona y número, y si denota tiempo no es (como el verbo lo hace) con relación al momento en que se habla, al acto de la palabra, que es el significado propio de tiempo en gramática.

Si se opone que este raciocinio se funda en la definición que yo doy del verbo, y que, desechada ésta, el argumento va por tierra, contestaré que no creo cosa fácil definir al verbo de manera que lo diferenciemos del sustantivo, sin que por el mismo hecho lo diferenciemos del infinitivo. Hágase la prueba. ¿Se hará consistir la naturaleza del verbo en significar la existencia, pasión, estado, movimiento de los objetos? Las palabras hurto, robo, amor, enfermedad, salud, y sobre todo esas mismas palabras existencia, acción, pasión, etc., serán verbos. ¿Añadiremos, por vía de diferencia, que el verbo tiene inflexiones de persona, número y tiempo? El infinitivo no las tiene. Pero suponiendo posible la definición, sería necesario decir entonces que el infinitivo es un verbo que participa de la naturaleza del sustantivo, porque es de todo punto incontestable que, aun llevando construcciones propias del verbo, ejerce todos los oficios de sustantivo, sin exceptuar uno solo. ¿Sobre qué rodaría, pues, la disputa? Unos dirían: el infinitivo es un sustantivo que participa de la naturaleza del verbo; y otros: el infinitivo es un verbo que participa de la naturaleza del sustantivo; cuestión   —376→   de palabras. Y sin embargo, no del todo insignificante. Adoptando la segunda expresión, despojaríamos al verbo de lo que más eminentemente le distingue, que es señalar el atributo de la proposición, dominar en él, mirar cara a cara, si se me permite decirlo así, al sujeto de la proposición, y reflejarlo.

Yo no sé si alude a mi modo de pensar sobre el infinitivo la imputación que una grave autoridad hace a algunos de haberse empeñado en probar que el verbo es nombre; si así es, se ha falseado mi aserción. Yo me he limitado a sostener que el infinitivo es nombre, y no verbo; en lo que evidentemente supongo que el nombre y el verbo son partes distintas de la oración.

Ni es tan nueva la idea que doy del infinitivo para que haya debido causar extrañeza. Véase la cita de Prisciano en el Prólogo. «¿Qué es pues el infinitivo?», pregunta Condillac: «No puede ser otra cosa», responde, «que un nombre sustantivo». «El infinitivo», dice Destutt de Tracy, «no es, por decirlo así, un modo del verbo; es un verdadero sustantivo». El distinguido filósofo español don Tomás García Luna es de la misma opinión. «Compadecer es propio de las almas tiernas; perdonar las injurias es virtud enseñada a los hombres por el Evangelio». Las acciones de compadecer y perdonar se consideran aquí en sí mismas como seres reales: están en el mismo caso que los sustantivos abstractos. «El infinitivo (dice otro célebre filósofo español, el presbítero don Jaime Balmes) es como la raíz del verbo... y más bien parece un nombre sustantivo indeclinable». Después de ilustrar esta idea con varios ejemplos, concluye así: «De lo cual se sigue que el infinitivo es un nombre indeclinable... Tiene siempre la forma sustantiva, sea cual fuere su significado». No cito más que las autoridades que tengo a la mano.

Ni me valgo de sutilezas metafísicas para enunciar este concepto, sino de los hechos, de las prácticas constantes de la lengua (Gramática, § 203, b). Por lo demás, explicaciones demasiado abstractas para lectores imberbes, o ciegamente preocupados a favor de lo que imberbes didicere, las hay, sin duda, en algunas otras partes de esta gramática; ni era fácil evitarlas, tratándose de rastrear el hilo, a veces sutilísimo, de las analogías que dirigen el uso de la lengua.




ArribaAbajoNota X

Participio


En las ediciones anteriores llamé participio sustantivo al que ahora con mejor acuerdo llamo participio sustantivado. La diferencia parecerá de poco momento. Creo, sin embargo, más adecuada la segunda denominación por las razones que paso a exponer.

  —377→  

El participio sustantivado supone, a mi juicio, un acusativo latente con el cual concierta y que pudiera representarse por el infinitivo de su verbo. Duro parecerá tal vez, y hasta absurdo, que cuando se dice yo he compuesto una oda se diga mentalmente yo he compuesto componer una oda; mas aquí el infinitivo ofende porque no se necesita para la inteligencia de la frase. Lo mismo sería si se dijera yo he padecido padecer. Yo he padecido padecimientos graves chocaría menos; y yo he padecido penas graves se aceptaría sin dificultad. Pero ¿qué hacen en estas construcciones los acusativos padecimientos y penas, sino desarrollar el significado radical del infinitivo padecer? Decíase en construcciones latinas activas Vivo vitam: «Faciam ut mei memineris dum vitam vivas» (Plauto); «Qui vitam beatam vivere volet, philosophetur oportet» (Quintiliano); de las cuales nacen obviamente las construcciones pasivas vita vivitur, vita beata vivitur, en que vita no hace más que paliar a vivere. Obsérvese que los latinos combinaban frecuentemente su participio pasivo con el verbo habere, diciendo, verbigracia, «Clodii animum perspectum habeo», «Habeo absolutum suave epos», etc.; y de aquí a sustantivar este participio diciendo, por ejemplo, Dictum habeo, no había más que un paso. Si, según Prisciano, en pugnatum est se subentiende el nominativo pugnare que concierta con est, ¿por qué no podría subentenderse este mismo pugnare en acusativo para concertarlo con el participio en pugnatum habeo? La transición es obvia y fácil.

De construcciones análogas a éstas pueden verse muchos ejemplos en la Minerva del Brocense (libro 3, capítulo 3), y se encuentran también no pocas en escritores castellanos (véase el Apéndice I al capítulo XXIX de esta Gramática). Sabido es lo comunes que ellas eran en griego: «Et Graecis quidem familiare est omnibus verbis seu transitivis, seu absolutis, seu passivis, seu deponentibus, nomina substantiva ab iisdem deducta in accusativo casu subjicere»303. Viniendo vendré, llorando lloré y otras locuciones semejantes de la Vulgata y de los Setenta, no corresponden palabra por palabra a las respectivas frases hebraicas, que serían más fielmente representadas por las castellanas venir vendré y llorar lloró.

Yo confieso que la explicación precedente es de aquellas a que puede darse con alguna justicia el título de sutilezas metafísicas. Pero concédaseme a lo menos que el principio en que ella se funda es conocido de antiguo y ha sido sostenido por filólogos de primer orden. Si él enlaza varios hechos a primera vista inconexos (como los notados en los §§ 345 y 346, d, e), y se manifiesta en procederes análogos de otras lenguas, ¿será justo tratarlo con el desdén magistral que algunos muestran a todo lo que para ellos es nuevo?



  —378→  

ArribaAbajoNota XI

Verbos irregulares


Yo dudo que alguna de las lenguas romances sea tan regular, por decirlo así, en las irregularidades de sus verbos, como la castellana; lo que depende principalmente de aquella curiosa afinidad que en ella se observa entre las varias formas del verbo y de los derivados verbales; formándose de todas ellas diferentes grupos o familias, en cada una de las cuales la alteración radical de una forma se comunica a las otras del mismo grupo o familia. De esto nos había ya dado ejemplo la lengua latina, cuyos pretéritos perfectos y pluscuamperfectos, de indicativo y subjuntivo, tienen tan estrecha conexión entre sí por lo tocante a la alteración de la raíz, que en estos cuatro tiempos todas las cuatro conjugaciones se reducen a un tipo idéntico, y componen verdaderamente una sola. Y aun sucede en castellano que diferentes causas de anomalía concurren muchas veces en un mismo verbo, y en ciertas formas afectadas por más de una de ellas se prefiere una raíz a otra, según ciertas reglas generales; resultando de las causas simples y de las combinaciones de causas trece clases de verbos irregulares en que es muy notable la consecuencia que guarda la lengua, y la regularidad, como he dicho antes, de sus mismas irregularidades. No era dable desenvolver estas analogías, sin entrar en pormenores embarazosos para los principiantes; conjugando éstos, cierto número de verbos de cada clase, según el respectivo modelo, no habrán menester más para familiarizarse con la conjugación de todos ellos. Pero desentrañar el mecanismo de la lengua algo más allá de lo que puede ser necesario para la práctica, no es materia que deba considerarse como ajena de la Gramática.




ArribaAbajoNota XII

Sobre el verbo imaginario yoguer o yoguir


Se imaginó este verbo para referir a él las inflexiones, yoguiese, yoguiera, yoguiere, y otras, pertenecientes todas a la quinta familia o grupo de formas afines, según la clasificación del capítulo XXIV. No se tuvo presente que en estas formas sufre alteraciones notables la raíz de ciertos verbos; ni ocurrió que como de caber se dijo cupiese, cupiera, de saber, supiese, supiera, de hacer, hiciese, hiciera, de placer, pluguiese, pluguiera, no era extraño que de yacer se hubiese dicho yoguiese, yoguiera; lo que hubiera podido confirmarse reflexionando que si hubiese existido yoguer o yoguir, se encontraría alguna vez en los libros antiguos este infinitivo, o el gerundio yoguiendo, o el participio yoguido, o el futuro yogueré o yoguiré, o el co-pretérito yoguía o cualquiera otra de las inflexiones que no corresponden a la sobredicha familia o grupo; lo que de   —379→   seguro no podrá probarse con un solo ejemplo auténtico. Pero aun sin este gasto de observación y raciocinio bastaba consultar los glosarios de don Tomás Antonio Sánchez para desilusionarse de semejante verbo.

Placer se conjugaba antiguamente con o en lugar de u en la quinta familia, decíase plogo, ploguiese, ploguiera, etc.


Plogo a mio Cid porque creció en la yantar.


(Cid, 304)                



Fuésedes mi huésped si vos ploguiese, señor!


(Ibid, 2046)                


La paridad entre placer y yacer por lo tocante a estas formas irregulares, no puede ser más cabal. Placer, yacer; plogo, yogo; ploguiese, yoguiese; etc.

Supongamos que por ignorancia de estas formas desusadas de placer, hubiese alguien tenido la ocurrencia de atribuirlas a un verbo ploguer o ploguir; no es otra cosa la que ha sucedido a los que imaginaron el infinitivo yoguer o yoguir para que fuese la raíz de las formas desusadas de yacer.

Esto manifiesta la importancia práctica de la análisis de que se trata en la nota precedente. Y en comprobación de lo mismo nos ofrece otro ejemplo el verbo placer, que en la primera familia de formas afines tuvo y tiene el subjuntivo plega, para el cual inventaron los lexicógrafos el infinitivo plegar (en el significado de placer o agradar), por no haberles ocurrido que placer y plega eran análogas a yacer y yaga, hacer y haga, caber y quepa. Pero aquí a lo menos pudo deslumbrarlos la inflexión plegue, corrupción moderna de plega.

No estará de más notar que hubo en el castellano antiguo un verbo yogar, derivado del latino jocare (jugar, folgar); pero su conjugación, que era perfectamente regular, no tenía nada de común con la de yacer; como lo prueba Cervantes: «El diablo hizo que yogásemos juntos». Obsérvese también que el antiguo iogar se pronunciaba jogar (con el sonido de nuestra j), como ioglar (joblar, jublar), iuego (juego), etc., a no ser en el significado especial en que lo usa Cervantes, que es el mismo de yacer en los títulos 1.º y 2.º de la Partida IV, y en la ley 7, título 5, libro III del Fuero Juzgo151.




ArribaAbajoNota XIII

Significado de los tiempos


Mi explicación de los tiempos ha parecido a varias personas una innovación caprichosa de la nomenclatura recibida. Si así fuera, merecería justísimamente la censura de insignificante. Pero no es así. Yo me propuse que la denominación de cada tiempo indicase su significación de una manera clara y precisa. Las formas verbales, o expresan   —380→   una relación simple de coexistencia, anterioridad o posterioridad, respecto del acto de la palabra, esto es, respecto del momento en que se profiere el verbo, o expresan combinaciones de dos o más de estas mismas relaciones; y el nombre que doy a cada forma denota esa misma simplicidad o composición. Cuando la relación es una, la expreso con las palabras presente, pretérito, futuro. Si la relación es doble, antepongo a estas mismas palabras una de las partículas co, ante, pos, que significan respectivamente coexistencia, anterioridad, posterioridad. Así la denominación co-pretérito, significa coexistencia con una época que se mira en tiempo pasado, y ante-futuro denota anterioridad a una época que se mira en tiempo futuro.

Las relaciones elementales no se mezclan confusamente en el significado de los tiempos, sino que se enlazan sucesivamente una a otra; y mi nomenclatura indica no sólo la composición sino el accesivo enlace de los elementos. Así ante-futuro y pos-pretérito constan de unas mismas relaciones; pero ante-futuro significa anterioridad a un futuro, y pos-pretérito posterioridad a un pretérito, siendo siempre el acto de la palabra el punto final en que termina la serie de relaciones, cualquiera que sea su número. De esta manera cada denominación es una fórmula precisa en que se indica el número, la especie y el orden de las relaciones elementales significadas por la inflexión verbal; y la nomenclatura toda forma un completo sistema analítico que pone a la vista todo el artificio de la conjugación castellana. Las denominaciones de que se sirve la Química para denotar la composición de las sustancias materiales, no son tan claras ni ofrecen tantas indicaciones a la vez. Mi nomenclatura de los tiempos, además de analizar su significado fundamental, se aplica al secundario y metafórico según ciertas modificaciones del primero, sujetas a reglas constantes en que un principio idéntico se desarrolla con perfecta uniformidad; lo que a primera vista era caprichoso y complicado, aparece entonces regular y analógico, y presenta la unidad en la variedad, que es el carácter inequívoco de un verdadero sistema.

El de la conjugación castellana es acaso el más delicado y completo de cuantos se han formado en los dialectos que nacieron de la lengua latina. Yo me he dedicado a exponerlo. Si no he tenido buen suceso, a lo menos he acometido una empresa importante, y que debiera haber merecido antes de ahora el estudio de personas más competentes para llevarla a cabo.




ArribaAbajoNota XIV

Modos del verbo


Para que la distribución de los tiempos en modos no penda del puro capricho de los gramáticos, y preste alguna utilidad práctica, debe atenderse principalmente al régimen, que sin duda fue la consideración que   —381→   tuvieron presente los que primero clasificaron de esta manera los tiempos. Formas verbales que sólo difieren entre sí en cuanto significan diferentes relaciones de tiempo y que son regidas por unas mismas palabras, pertenecen a un mismo Modo. Por ejemplo, los mismos verbos que rigen el futuro de indicativo, rigen, variado el tiempo, la forma en ría (amaría, leería, partiría); pues si por medio del simple futuro decimos promete que vendrá, aseguro que iré, estamos ciertos de que nada nos faltará, trasladando el presente al pasado es menester que digamos: prometió que vendría, aseguré que iría, estábamos ciertos de que nada nos faltaría. Lo propio de esta forma es afirmar una cosa como futura respecto de una cosa pasada, como posterior a una cosa pretérita; y esto es lo que significa la denominación que le doy de pos-pretérito, colocándola en el indicativo porque afirma y porque es regida de los mismos verbos que rigen el futuro de indicativo.

Hay gramáticos (y son en el día los más) que la colocan en el indicativo, pero la llaman condicional, en lo que también se yerra, porque de suyo no significa la consecuencia de una condición (que es lo que se quiere decir llamándola condicional), y cuando así lo hace, es en virtud de una metáfora. La relación de pretérito que ella naturalmente envuelve, redunda entonces, y se hace el signo de una negación implícita, como sucede en otras formas verbales. Véase lo que digo sobre éste y otros usos metafóricos de los tiempos en la Gramática (número 313 y siguientes).

Guiado por los mismos principios he introducido un nuevo Modo: el subjuntivo Hipotético, que conviene con el subjuntivo común en adaptarse a las proposiciones subordinadas. Y aún es más exclusivamente propio de ellas que el subjuntivo común, pues éste en varios casos, y sobre todo cuando toma el sentido optativo, tiene cabida en proposiciones independientes.

Los caracteres del Modo hipotético, que no permiten confundirle con ningún otro, y en especial con el subjuntivo común, son muy señalados. Helos aquí:

  1. Siempre significa condición; ningún otro modo lo hace sino accidentalmente. Ni significa la consecuencia de la condición, como el llamado condicional, sino la condición misma.
  2. No viene nunca, como ya he dicho, sino en proposiciones subordinadas.
  3. No recibe jamás, como el subjuntivo común, el sentido optativo.
  4. No es regido de verbos que rigen necesariamente el subjuntivo común. Así, verbos que por significar duda, temor, deseo, rigen el subjuntivo común, no rigen las formas que son propias del subjuntivo hipotético. Se dice dudo, temo, deseo, que venga (no viniere).

Sobre los casos en que puede o debe ser subrogado o suplido por formas del indicativo o del subjuntivo común, no creo necesario repetir lo que he dicho en los números 299 y siguientes, que recomiendo particularmente a los lectores despreocupados.



  —382→  

ArribaAbajoNota XV

Uso del artículo definido antes de nombres propios geográficos


Se ha pretendido explicar por medio de una elipsis el uso del artículo definido antes de ciertos nombres geográficos, suponiendo que en la Habana, se entiende la ciudad llamada Habana; en el Japón, el imperio llamado Japón; en el Ferrol, el puerto llamado Ferrol; en el Cairo, el pueblo llamado Cairo, etc.

Esto en primer lugar no explica nada, porque siempre queda por averiguar cuándo puede o debe emplearse el artículo antes de ciertos sustantivos mediante esa elipsis; de lo cual, en último resultado, no puede darse más razón que el haberlo querido así el uso.

Y en segundo lugar, es un concepto falsísimo el de semejantes elipsis, porque puertos e imperios hay que piden la, como la Guaira, la China, la Tartaria; ciudades y naciones que requieren el, como el Cairo, el Japón, el Perú, etc. La verdad es que el artículo toma en tales casos el género que corresponde a la terminación del nombre propio geográfico, y que se dice la Turquía, la Siberia, porque estos sustantivos terminan en a; el Ferrol, el Japón, el Cairo, porque las terminaciones ol, ón, o, son generalmente masculinas.