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ArribaAbajoGalicia y la editorial Ruedo Ibérico

Xosé Luis Axeitos


I. B. «Rafael Dieste». A Coruña


No resulta fácil actualmente explicar y valorar el papel relevante que una pequeña editorial -poco más de 150 títulos y 66 números de una revista- jugó en el campo de nuestras libertades actuales como pueblo. No es fácil, en efecto, aquilatar el valor de estas y otras aventuras editoriales si nos sumergimos en los datos escalofriantes del más de un millón de títulos publicados el pasado año en el mundo, de los cuales más de cien mil corresponden al español; sólo en Galicia, la cifra supera, en la actualidad, los mil títulos anuales. Bien es verdad que este vendaval de cifras queda relativizado si volvemos la vista atrás y comprobamos la función de «anticuerpos» que las pequeñas editoriales y revistas han jugado históricamente: creando espacios de libertad y de encuentro entre intelectuales, luchando contra las formas e ideas dominantes, pugnando, en fin, por imponer la lógica de la idea a la del comercio.

En realidad para poder comprender las aventuras editoriales que como las de José Martínez fueron una apuesta por la libertad, tenemos que recurrir necesariamente, una vez más, a la memoria.

Memoria que nos presenta el libro, como comercio de ideas, entre las mercancías más peligrosas de la historia de la humanidad.

Así, tras el breve prestigio y acercamiento al poder que supuso el libro en los albores de la invención de la imprenta, siguió la visión cansada y agotada de un país que persiguió con saña a los libros, a sus autores y a sus lectores. Con razón exclamaba ya el francés Richelet en pleno siglo XVII, cuando aún no nos habían azotado las más violentas tormentas, que «con los productos del espíritu jamás hervirán los pucheros»572.

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La cuestión es que muchos de los capítulos más funestos de nuestra historia se acuñaron sobre la imagen de las «piras bíblicas» que los bibliómanos organizaron frente a los bibliófilos. Estos últimos supieron ver que el libro también es un termómetro de la dignidad de un pueblo. Luis Seoane, nuestro primer editor del exilio -me refiero, claro está, al libro gallego-, bibliófilo por excelencia, llega a Buenos Aires en 1936, escapando de una muerte segura, impresionado por las hogueras de libros que los falangistas organizaron en las calles más céntricas de A Coruña. Tal es así que las primeras líneas que escribe en el exilio son una serie de artículos en el diario Crítica, de Natalio Botana, que tienen como título general El Terror fascista en Galicia. Además de relatar y dar la noticia de la muerte del editor nacionalista Anxel Casal, «paseado» en agosto del 36, Seoane describe los rostros de los bibliómanos iluminados por el resplandor de la hoguera de libros saqueados de las bibliotecas. Esta escena determinó la vocación editora de nuestro artista, el compromiso ideológico con un proyecto cultural, llamado Galicia, que necesitaba imperiosamente de los libros para recuperar su dignidad como pueblo.

Resulta curioso contemplar hoy, como el lema compartido por Seoane y José Martínez de «apagar el fuego de la intolerancia con libros», editando libros, les ha unido defendiéndose en la misma trinchera, con olor a tinta, dando sentido al «libro de munición», tan utilizado por nuestros editores a principios de siglo y que ellos supieron valorar en el doble significado de la palabra, como «cultura bélica», de lucha.

La cuestión es que estas crónicas de urgencia de Luis Seoane llegan inmediatamente a París traducidas al francés con el título de La Galice sous la botte de Franco. Episodes de la terreur blanche dans les provinces de Galice, rapportés par ceux qui les ont vécus573. El mismo año de 1938, bajo la responsabilidad de la Editorial España, aparece este mismo libro, en versión castellana con el título Lo que han hecho en Galicia. Episodios del terror blanco en las provincias gallegas contados por quienes los han vivido574. No he conseguido consultar el libro firmado por Hernán Quijano y publicado el mismo 1938 en Buenos Aires con el título de Galicia mártir pero todo apunta que se trata del mismo texto de los anteriores.

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Todos estos títulos no son sino una prueba del esfuerzo informativo propagandístico que nuestros primeros exiliados realizan para combatir el despliegue diplomático del franquismo.

El cauce comunicativo entre Buenos Aires y París, en este caso, no es otro que la embajada y el consulado de España en la capital argentina en donde Seoane trabaja como asesor cultural desde finales de 1936 hasta el final de la guerra, en 1939. Su afán de lucha antifascista le lleva a escribir estas crónicas bajo el pseudónimo de Conrado Alem, dado que permanecían en A Coruña sus padres, hermanos y su futura esposa María Elvira Fernández. Sólo cuando su familia llega a Buenos Aires, recupera su auténtico nombre y saluda a sus lectores bajo una foto que nos muestra a un Luis Seoane en plenitud cuando contaba 28 años.

No termina aquí la labor antifascista y combativa de Luis Seoane durante estos primeros años de la guerra; participa en el homenaje internacional a García Lorca, conmemorando el aniversario de la muerte del poeta, celebrado con un recital de Mony Ermelo en Buenos Aires, escribe el muy divulgado álbum de dibujos Trece estampas de la traición, publica e ilustra libros antifascistas: mantiene una sección fila en el diario Galicia de la Federación de Sociedades Galegas575 en la que denuncia la situación creada en Galicia tomando como referencia irónica las noticias de la prensa oficial, etc., etc. Sus caricaturas son reproducidas por doquier en publicaciones antifascistas.

Quedan en la correspondencia de los exiliados numerosísimos datos que avalan la ejemplar dedicación de nuestros intelectuales expulsados al «comercio de ideas», capaz de restablecer el diálogo interrumpido por la guerra. Son constantes, efectivamente, las peticiones de colaboración para revistas, encargos de libros de divulgación, fundación de editoriales y envíos sin cesar de las publicaciones, sin olvidar la organización de exposiciones, etc. Fue una lucha titánica por reintegrarse a la cultura de un país que les había expulsado de su historia.

No tenemos a este respecto más que analizar la correspondencia entre Rafael Dieste y Serrano Plaja576 para comprobar este esfuerzo comunicativo entre París y Buenos Aires: colaboraciones para la revista   —352→   Cabalgata (Buenos Aires) que dirigían Lorenzo Varela y Seoane, envío de textos teatrales de Alberti y Dieste para María Casares, dispuesta a emprender una gira por América, importante proyecto de exposición de libros castellanos con ocasión del centenario del nacimiento de Cervantes (1947)577, nacimiento de la revista Caliban (Suiza) y dirección, por parte de Serrano Plaja, de una colección de literatura hispoamericana para la editorial Vineta.

Pero lo que hoy quisiera destacar es la relación que en la década de los años sesenta se establece entre Luis Seoane y el fundador de Ruedo Ibérico, Pepe Martínez. No sin antes señalar una serie de coincidencias que les unían y servirán de base para establecer una buena relación que fructifica en dos obras emblemáticas para la resistencia antifascista gallega, como tendremos ocasión de comprobar.

Ambos eran, en efecto, verdaderos artesanos de las artes gráficas a las que habían llegado por distintas vías. Seoane, en contacto con la humildísima imprenta de Anxel Casal, editor y alcalde nacionalista de Santiago, «paseado» en agosto del 36, aprende el valor que los libros, como forjadores de esperanzas, tienen para una cultura periférica. La tertulia en los locales de la imprenta Nós, así se llamaba la fragua del galleguismo, de Santiago, era un constante intercambio de ideas y experimentos que ya tenían como modelos la tipografía constructivista y el expresionismo alemán como estética. Si en Santiago toma contacto con las artes gráficas, en Buenos Aires descubre los secretos de la diagramación y de la ilustración en libertad, gracias a la amistad y colaboración con el italiano Atilio Rossi y con el tipógrafo alemán Hermelin, ambos exiliados de Italia y Alemania respectivamente.

También Pepe Martínez a su llegada a París, además de la lucha política, las tertulias y sus estudios históricos, trabajará como experto en artes gráficas, para una editorial y conocerá al tipógrafo suizo Adrián Frutiger, creador de los tipos univers, en 1956 y de los meridiem al año siguiente.

Ambos concebirán el libro como un espacio de libertad, de diálogo en donde el proyecto editorial superaba en ambición a los escasos recursos económicos. Pero no sólo les unía el libro sino también las librerías. Uno y otro llevaron su acción a la librería, a la distribución procurando siempre el equilibrio entre cuantía y valía. En ambas experiencias, librería Sagitario en Buenos Aires y librería Joie de lire   —353→   en París, el fracaso económico estuvo aparejado al altruismo de unos hombres, más pendientes de divulgar ideas que de vender productos. No deja de resultar curioso asimismo que Pepe Martínez y Seoane llegan a París por primera vez, con pocos meses de diferencia: uno, escapando de las cárceles franquistas, que ya había visitado en dos ocasiones, se instala en la capital francesa en 1948; y un año más tarde, en 1949, llega Luis Seoane a París para exponer en Londres unos meses más tarde y auscultar el panorama artístico y cultural europeo cuando la sombra del peronismo ya se había proyectado sobre Argentina.

Pero, sobre todo, tenían ambos la certeza y la vocación de luchadores por la libertad. Y se reencontrarán sus destinos siendo ambos, años más tarde, directores y promotores de conocidas editoriales. En Buenos Aires, Seoane había fundado las editoriales Nova, Botella al Mar, Citania, Cuco-Rei y las revistas578 Correo Literario, Cabalgata, Galicia Emigrante, etc. Y Pepe Martínez estaba ya al frente de su editorial, Ruedo Ibérico, que había puesto en marcha junto con Sánchez Albornoz579 a partir del reencuentro de ambos en 1959580 en París. Los dos analizan el incierto momento de la política española, que empezaba a ser pastoreada por el Opus Dei, y llegan al convencimiento de que la oposición republicana al franquismo está poco enraizada y conectada con el momento presente. Surge así, después de intensas conversaciones, la idea de la editorial concebida para autores españoles, en general, con la mirada para ser leída en España, lo cual no impide que sean dos autores extranjeros los que inicien la andadura editorial, Gerald Brenan y Hugh Thomas. El primero de estos libros, El laberinto español, ya publicada en la década de los treinta en inglés, presenta una visión de España, muy distinta a la oficial, entroncada con la lectura de otros ilustres hispanistas como Waldo Frank; el segundo ofrece, por primera vez, una visión científica de la guerra civil, muy alejada de las precedentes, marcadas por el carácter testimonial y de propaganda. Estos dos primeros libros marcarían una línea de revisión y reflexión sobre la historia de España que marcarán positivamente la línea editorial de Ruedo Ibérico.   —354→   Pero para poder valorar en toda su dimensión la labor de la editorial tenderemos necesariamente que recordar las circunstancias sociopolíticas en las que comienza su labor.

El Gobierno español estaba intentando llevar a cabo un proceso de liberalización pseudocultural similar al emprendido en 1951 durante el ministerio Ruiz Giménez. Para tal fin se lleva a cabo una remodelación ministerial, con el general Muñoz Grandes como vicepresidente y, lo que es más importante, con Manuel Fraga Iribarne al frente del Ministerio de Información Turismo. Será este último ministerio el encargado de contrarrestar la imagen negativa, a nivel internacional y nacional, que provocan las constantes huelgas en la minería asturiana, el rebrote de los conflictos estudiantiles, el acuerdo de la oposición reunida en Munich o la muerte «en extrañas circunstancias» de Julián Grimau.

Desde el Ministerio de Información, ahora, y desde el Instituto de Estudios Políticos, antes, Fraga Iribarne es una referencia importante en la consolidación de la dictadura y en el intento de institucionalización jurídica del franquismo, sin olvidar su emblemática Ley de Prensa de 1966, recordada sin rubor por los nostálgicos del franquismo como signo de libertad de expresión581. No rehuye Fraga Iribarne el protagonismo personal colaborando en varias obras de carácter técnico jurídico: El Nuevo Estado Español. Veinticinco años de Movimiento Nacional: 1936-1961, diversos folletos conmemorativos de los XXV años de paz, el libro España, Estado de Derecho y su Horizonte español582. Si bien estas publicaciones cubren un espacio de acción reducido, se orquestan una serie de ruidosas campañas que llevan a todos los rincones del país las excelencias de los XXV años de Paz del dictador.

Pero mientras estas grandes campañas propagandísticas, con grandes medios, se desarrollan en un clima de desprestigio, determinadas editoriales del exilio se constituyen como alternativa para los libros censurados o no permitidos en el interior. Cabe señalar que son las editoriales Mortiz en México y Ruedo Ibérico en París las que se constituyen como escapatoria ante estas frecuentes situaciones de censura. Pero, además, Ruedo Ibérico, va perfilando un mensaje político propio cada vez más aceptado y valorado. A la que podemos considerar su primera etapa con la edición de los primeros 30 libros, sucede   —355→   la publicación de los Cuadernos, a partir de 1965, que va a permitir una difusión más ágil, con la participación de un mayor número de personas y con mayor variedad de temas. Una tercera etapa, marcada por la transición, de tintes libertarios, supone la presentación de la editorial en suelo patrio. Está marcada esta parte final por las dificultades económicas apenas paliadas con la colaboración de Isaac Díaz Pardo que coeditará las últimas publicaciones de la editorial.

Desde Buenos Aires se seguía con atención la aventura editorial de Pepe Martínez a través de los libros que llegaban regularmente a las librerías de los exiliados Francisco Galán, hermano del militar Fermín Galán, ajusticiado después de los sucesos de Jaca, y de Rivera.

Entre el ir y venir de Isaac Díaz Pardo583 a España, sucede el primer contacto en París con Pepe Martínez y de este encuentro, el proyecto de una primera colaboración muy significativa. En este preciso momento, el ministerio Fraga Iribarne, embarcado en la campaña «XXV Años de Paz», pretendía editar, con fines expurgatorios, un libro sobre Castelao, un tanto olvidado como político debido a las disensiones entre el galleguismo interior y los nacionalistas en el exilio.

Para abortar el proyecto ministerial encargan una antología bilingüe del polifacético artista gallego a Alberto Míguez. Este joven periodista coruñés, afincado en Madrid desde 1963, seguía dirigiendo desde la capital las páginas de un suplemento cultural del diario La Voz de Galicia, además de trabajar en la publicación económica TRES E. Gozaba, además, de una ventaja ante el régimen, que al final no lo fue tal, la de ser hijo de un reconocido simpatizante del franquismo.

La obra encargada a Míguez584 provocará su despido del diario madrileño, dejar de dirigir el suplemento «Artes y Letras» de La Voz de Galicia y ni siquiera se ahorró una condena del T. O. P. de 50.000 pts. con su correspondiente suplemento de cárcel; y todo ello a pesar de la reputación franquista de su padre y de la defensa jurídica llevada a cabo por el prestigioso abogado y hombre de negocios, Valentín Paz Andrade.

El original para su publicación en Ruedo Ibérico es trasladado a París por un colaborador y socio del propio Díaz Pardo en el completo Castro-Sargadelos y que sólo varios años más tarde fue conocedor de la mercancía explosiva que trasladaba.

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Conocemos incluso el coste de esta primera publicación galaica en la editorial Ruedo Ibérico, cifrado en 5.000 francos, gracias a la correspondencia intercambiada entre Pepe Martínez y el propio Isaac585.

La obra, según el antólogo, tiene la finalidad de rescatar la figura del político y artista gallego «de tanto lobicán con pel de cordeiro e de tanto cordeiro con gadoupas de lobicán», además de reclamar la unidad de acción del galleguismo y nacionalismo.

Mayor importancia y repercusión tendrá el siguiente libro que sobre Galicia editará Ruedo Ibérico. Se trata del libro Galicia Hoy586 que toma el título del España hoy y del Extremadura saqueada, agotado en pocos meses.

El éxito de la publicación se explica por distintos motivos: en primer lugar por la sencillez con que ha sabido aunar síntesis histórica y problemática actual dando como resultado una visión crítica, reflexiva y dialéctica que superó todas las reticencias; en segundo lugar, el libro se presenta como un objeto de gran dignidad artística, algo insólito en el mundo editorial gallego de posguerra. En efecto, el libro, en octavo, profusamente ilustrado por los más conocidos artistas plásticos gallegos de una y otra ribera, llama la atención del mismo editor cuando recibe los primeros ejemplares, tal como conocemos por la correspondencia entre París y Buenos Aires587.

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La nómina de artistas plásticos que colaboran en la publicación es suficientemente expresiva, porque conjuga compromiso político y diversidad generacional: Argüelles, Balboa, Castelao, Colmeiro, Díaz Pardo, Laxeiro, Novoa, Pérez Bellas, Raimundo Patiño, Mercedes Ruibal, Seoane y Manuel Torres. La estética del libro en su conjunto marca un hito en el mundo editorial galaico ya que todos los elementos diseñísticos están cargados de aspectos conceptuales impregnados de simbolismo. Predominan los conjuntos figurativos como representación del pueblo solidario, los tonos oscuros como acusación... Después del prólogo, un dibujo de Díaz Pardo y siete viñetas de Seoane en Madera, ilustran la sección efemérides en la que se consignan las fechas históricas más emblemáticas588. Por este motivo, después de hablar sobre el problema de la lengua, en un artículo del profesor Alonso Montero, se destaca la participación gallega en la guerra civil y en la lucha antifranquista de las guerrillas, sin olvidar el movimiento autonomista gallego. Las restantes páginas están dedicadas a destacar la labor del exilio y de la emigración gallega en el campo político -Consello de Galicia-, en el campo asociacionista -Centro Gallego- y en el campo cultural -labor editorial, conferencias, etc.

Se detiene a continuación en el análisis de la situación socio-económica de Galicia, con especial atención a los sectores esenciales: educación, sanidad, emigración, turismo, etc., en el que no falta el tratamiento irónico para referirse al «milagro español» parodiando el lenguaje franquista.

Ocupa un lugar privilegiado en el libro la poesía, con colaboraciones de Cabanillas, Celso Emilio Ferreiro, el mismo Seoane, Manuel María, etc. Gran escándalo produjo el poema Cunetas de Luis Pimentel,   —358→   poeta delicadísimo que recrea poéticamente la más brutal represión ejercida en Galicia. Nadie daba crédito a tal audacia y todavía hoy se discute la participación en el poema de otras «plumas» anónimas.

Después de un largo paréntesis, apenas paliado por alguna colaboración de Díaz pardo en los Cuadernos del Ruedo Ibérico, en el año 1978, en la galería Sargadelos de Madrid, se presenta la colección Al otro lado, que inaugura la que podríamos denominar la tercera etapa de la editorial, marcada ciertamente por la decepción y por más de una deserción significativa.

Ni el franquismo ni Fraga, ni siquiera las bombas que en la madrugada del 14 de octubre de 1975 explotaron en su librería de la calle Letrán589, consiguieron abatir la editorial Ruedo Ibérico. Será, paradójicamente, la tan elogiada transición española la que demolerá el gran esfuerzo de Pepe Martínez. Y algún día no muy lejano alguien tendrá que aquilatar el gran esfuerzo de olvido que significó el pacto democrático después de la muerte del dictador. Cuando menos, como conclusión provisional, tendremos que aceptar que enterró muchas esperanzas: las de tantos y tantos luchadores antifascistas que han dedicado su vida a dar fe de la existencia de otros proyectos y de otras inquietudes. Los últimos proyectos de Pepe Martínez apuntaban a su sueño más querido, la utopía libertaria590. Mientras la mayoría de la izquierda se preocupaba por la ocupación de espacios políticos de cara a las elecciones que se adivinaban en el horizonte, el fundador de Ruedo Ibérico dibujaba el perfil del perdedor con un proyecto marginal e inconformista. Muchos de los escritores que habían sido cobijados bajo las siglas de su empresa, se suman al pacto de la transición sin memoria, al olvido colectivo. Profundamente decepcionado, Pepe Martínez se dedicó a escribir lo que podríamos considerar su testamento editorial, su particular confesionario de papel, la Historia de la letra591. Es un trabajo que le proporcionó, sin duda, momentos de alegría ya que era el hilo conductor de toda su vida dedicada al libro.

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Galicia no fue ajena a las preocupaciones editoriales de Ruedo ibérico y acabó siendo una editorial gallega, edicións do Castro, la que posibilitó la aparición de los últimos títulos en el mercado592. La última vez que estuvo en Galicia fue en 1980, llamado por Isaac Díaz Pardo para dirigir un Seminario sobre el tema Necesidad y satisfacción, del que se publicaron las correspondientes ponencias en los Cuadernos do Seminario de Sargadelos.

La muerte le sorprendió mientras hacía la traducción al español, para Anagrama, de la obra de su íntimo amigo François Maspero, La sonrisa del gato, y mientras escribía su Historia de la escritura.



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ArribaAbajoRuedo Ibérico: cultura antifranquista en Francia

Cristina Sánchez, Gonzalo Enguita, Juan Antonio Díaz


(colectivo Sinaia)


«Mientras tanto, teníamos nuestras propias cosas en qué pensar. Otro muchacho, de unos veinte años, había pasado la frontera recientemente. Se llamaba Pepe Martínez, era tímido, usaba gafas y no tenía la menor pinta de héroe. Se trataba de un joven anarquista valenciano, que tras cumplir condena en la cárcel de Valencia, había llegado caminando a París... Aunque al principio hablaba muy poco, resultó ser el más fuerte de todo el grupo y, a la postre, el más revolucionario»593.

Este «joven anarquista», José Martínez, fue, desde 1961, el cofundador y director de una editorial muy particular: Ruedo Ibérico. Ruedo fue durante más de quince años una de las obsesiones del franquismo, al propiciar la fuente más constante de contrainformación sobre el régimen español y sobre la visión que éste daba de la realidad española y su historia más reciente. Sus publicaciones aparecían (sin saberse muy bien cómo) en las bibliotecas de miles de estudiantes y estudiosos de aquel «laberinto español» que era nuestra realidad próxima o remota594.

Los libros de Ruedo Ibérico, al llegar a España eran libros ajados, manoseados, sucios, porque habían pasado por infinidad de lecturas595. Manuel Vázquez Montalbán imaginaba a los hombres de Ruedo Ibérico como unos contrabandistas políticos que de noche cruzaban las fronteras con las espaldas cargadas de libros que luego se encontraban en las trastiendas de las librerías o en las pesadas carteras de los estudiantes de universidad. Algún aduanero español habría incrementado   —362→   todos sus ahorros a base de hacer la vista gorda ante los paquetes de libros antifranquistas de Ruedo Ibérico596.

La idea de la fundación de Ruedo Ibérico surgió una tarde de 1961 en Ordino (Andorra), en el transcurso de una reunión que mantuvieron cinco amigos exiliados: Pepe Martínez, Elena Romo, Nicolás Sánchez Albornoz, Ramón Viladás y Vicente Girbau. El acta de fundación de la editorial se firmó, según Girbau, en octubre de 1961, en el café de Cluny, en pleno Boulevard Saint Michel de París. En palabras de Sánchez Albornoz, la editorial nació sobre ocho ruedas: las de los dos autos que Martínez y él mismo vendieron para constituir la empresa597. Se iniciaron las publicaciones en 1962, dándose por finalizadas en 1982. En esos veinte años Ruedo Ibérico publicó alrededor de 150 libros, siendo La guerra civil española de Hugh Thomas el primero de ellos, al que siguió El laberinto español de Gerald Brenan, dando título a la que iba a ser la colección más importante de la editorial, «España contemporánea», dirigida por el propio Martínez. La quijotesca empresa llevada a cabo por José Martínez y el pequeño grupo de amigos, fue un intento de colmar el vacío cultural ocasionado por 25 años de censura, de abocar al lector español sometido a una dieta de pan y agua a la cruda realidad que vivía, de ponerlo en contacto con la «otra cara» de su más reciente historia: los orígenes, desarrollo y consecuencias de la última guerra civil y su prolongación bajo la dictadura598. En la citada colección se publicaron, además de interesantes libros sobre distintos aspectos del régimen franquista (el Opus Dei, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas) o sobre el exilio republicano, las, en aquel momento, importantes obras sobre la guerra civil escritas por historiadores liberales anglosajones (Thomas, Payne, Jackson, Gibson y Southworth) y las crónicas de los corresponsales extranjeros (Koltsov, Borkenau), que venían a destruir la visión oficialista del régimen sobre la contienda, o, en palabras otra vez de Nicolás Sánchez Albornoz, hacer una reinterpretación del pasado y del presente diametralmente opuesta a la difundida desde los medios oficiales599. Martínez lo expresaba así: «hay un afán de la generación joven de la inmediata postguerra por responder a una serie de porqués, por recuperar sus propias señas de identidad, por querer saber las causas de la guerra, las consecuencias del trauma, la configuración del franquismo, etc., y a esa generación empieza a serle insuficiente la información oficial que proporciona el régimen... Todo esto, unido a las posibilidades efectivas de que pudiera realizarse, hacen que la idea   —363→   tenga viabilidad. No sé si fui yo el que se dio cuenta. El caso es que un día en una reunión de amigos, alguien planteó la necesidad de hacer algo contra el régimen, al margen de los partidos tradicionales600.

Martínez nace en el seno de una familia de izquierdas, con tendencias anarcosindicalistas, milita en las Juventudes Libertarias, trabajando desde muy joven en la sede de la Federación Regional de Campesinos de la CNT de Valencia, siendo todavía menor de edad, ingresa como voluntario en las milicias de la Cultura (anarquistas, naturalmente), que dependen del Ministerio de Instrucción Pública. Aún manteniendo el resto de su vida la fidelidad a la ideología libertaria, un trascendental acontecimiento histórico que se origina en el Partido Comunista de España será la excusa, el punto de partida, para el nacimiento de la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, la otra gran empresa editorial que Martínez puso en marcha.

Este acontecimiento al que hacemos alusión se produce el 24 de enero de 1964, aunque el Tetonante se había producido un año antes por dos artículos aparecidos en la revista teórica Realidad, fecha en que se inicia la crisis política más importante del PCE en toda su historia: la expulsión de Jorge Semprún y Fernando Claudín, dos importantes dirigentes, comunistas desde la primera hora, superviviente del campo de concentración nazi de Buchemwald el primero, y uno de los dos comunistas españoles que llevaron a hombros el féretro de Stalin el segundo.

Por primera vez, desde que Heriberto Quiñones, en 1941, planteara una revisión de la línea política en la dirección, se enfrentan dos posturas cuya definición lógicamente irá tomando caracteres nuevos, diferentes, conforme avance el debate.

Claudín y Semprún piden a Martínez que les edite los textos de las discusiones en el Partido, que ya circulaban de mano en mano por todos los integrantes del exilio, a lo que Martínez se opone alegando razones puramente comerciales. Dado lo voluminoso de los documentos considera, que el precio del libro sería absolutamente prohibitivo.

Poco tiempo después vuelven a reunirse los tres, recordando la contrariedad que les supuso no haber llegado a ningún acuerdo, pero se les ocurre poner en marcha un proyecto distinto: la publicación de una revista que, con el nombre de Cuadernos de Ruedo Ibérico, incluyera en la redacción, además de Martínez, al núcleo de expulsados del PCE, con Semprún y Claudín a la cabeza, más la gente que provenía del grupo primitivo de la editorial y alguien que cumplía los dos requisitos, Eduardo García-Rico, aunque éste fuera expulsado del Partido tras la publicación, en el primer número de Cuadernos, de una entrevista   —364→   realizada a Enrique Tierno Galván. Hay que decir que Cuadernos se publicó en una primera etapa, desde junio-julio de 1965 hasta febrero-mayo de 1973.

Sobre el contenido de la revista, Martínez señaló que Cuadernos fue una revista política a causa de la presencia del grupo de expulsados del PCE, pero también a pesar de ella601. Esa presencia, cuantitativamente importante del grupo de expulsados del PCE, no tenía sin embargo un proyecto político concreto, aunque si así fuera, y hubiesen querido promover o instrumentalizar una plataforma de partido, una bandera a este proyecto, Martínez lo hubiera impedido, tal era su obsesión por mantener a toda costa su neutralidad, su independencia y autonomía. «Sólo se puede ser radical (hoy por hoy, y en el cuadro peculiar de nuestras circunstancias españolas; no se dé, por tanto, a esta afirmación, valor universal ni ahistórico) al margen de los esquemas preestablecidos, de los subjetivismos de grupo o de partido, de las tradiciones operantes, por su propia dinámica rutinaria»602, decía en la presentación del n° 1 de Cuadernos, acompañando estas palabras de otra que para Martínez era clave, una conminación total y polo opuesto de toda ortodoxia mineralizada, de todo pensamiento dogmático: rigor. «Autonomía y rigor, como exigencias multívocas, que entrañan el contraste, acaso el choque, de opiniones. Pero no son, forzosamente, exigencias amorfas, de yuxtaposición ecléctica de lo blanco, lo gris y lo negro: de la cal y la arena. Ese contraste que nos proponemos se configura en torno a dos ejes maestros»603.

Hay empero, una evidente pluralidad en la composición de los colaboradores de Cuadernos, procedentes de los grupos y grupúsculos de la nueva oposición que se estaba gestando en España desde el final de los años cincuenta, como la Agrupación Socialista Universitaria, constituida en 1957 por jóvenes socialistas animados por Dionisio Ridruejo y, muy especialmente el Frente de Liberación Popular, surgido a raíz de las históricas jornadas estudiantiles de febrero de 1956. Este grupo tuvo una gran importancia en esta primera etapa de Cuadernos. El FLP (en adelante, lo nombraremos, según el lenguaje político familiar como «Felipe»), era, como destacó Jesús Ibáñez, uno de sus ideólogos, «una sigla-maletín, fusión de las siglas Frente de Liberación Nacional (FLN) -éramos tercermundistas y el ejemplo argelino nos magnetizaba- y Movimiento de Liberación Popular (MLP) -grupo francés de inspiración cristiana».

El FLP tuvo tres etapas, siendo la tercera de ellas, la que más nos interesa por su vinculación al proyecto de Cuadernos. El líder era José   —365→   Bailo, singular personaje procedente del PCE, formando comité con Paco Pereña, Nacho Quintana, Juan José Bajo José Luis de Zárraga. Algunos de éstos habían llegado a París como becarios, con el propósito de formar los cuadros de la futura socialdemocracia europea. La capital francesa era un hervidero en la que exiliados españoles de todas las tendencias se concentraban a la espera del asalto al bastión franquista. Con el libro de Ignacio Fernández de Castro La demagogia de los hechos bajo el brazo, entraron en contacto con Pepe Martínez, bien directamente o a través de algunos compañeros ya instalados en París. El libro España hoy, que prepararon Martínez y Fernández de Castro con la colaboración de Jordi Blanc (Manuel Castells), Héctor Cattolica y Antonio Pérez, supuso el primer aldabonazo serio de este grupo. Resulta curioso constatar la radicalización de algunos miembros del FLP. Más asombra conocer que uno de esos militantes fuera José Luis Leal, en la actualidad Presidente de los banqueros españoles, y que vistiera con colores verde olivo en claro homenaje a la revolución cubana, estando dispuesto a utilizar sin el menor titubeo la lucha armada, para lo que ya se había contactado con representantes de Yugoslavia, que habían prometido ayuda para poner en pie un sistema de guerrillas que debía comenzar en la sierra de Cazorla.

Martínez ve con buenos ojos las espontáneas adhesiones de estos jóvenes intelectuales procedentes de horizontes tan distintos, que vienen a poner en práctica lo que él llamó «frentepopulismo cultural», una política de contrainformación basada en presupuestos meramente antifranquistas, sin preocuparse, más allá de eso, por la adscripción política de cada uno.

Por razones de limitación de espacio y tiempo de este trabajo, haremos un apretado y rápido espigueo por el índice de la primera etapa donde se publicaron 42 números, más cuatro suplementos: Horizonte español 1966, Cuba, una revolución en marcha (donde destaca, entre otras muchas colaboraciones, ¡quién iba a decirlo!, una crónica laudatoria de Mario Vargas Llosa sobre los logros de la revolución cubana. Tiempo después, el escritor peruano debido a unas discusiones financieras con Haydée Santamaría, dejó de apoyar al régimen cubano), Horizonte español 1972 y El movimiento libertario español: presente, pasado y futuro.

Los trabajos se organizaron en 21 secciones, entre las que resulta curioso destacar la que se dio en llamar Problemas de las nacionalidades, incluyendo al País valenciano junto a las tres tradicionalmente históricas: Cataluña, Galicia y País Vasco. En el n.° 25, bajo la firma de Juan Ferrer se puede leer «El País valenciano como problema. Experiencias y perspectivas», recensión crítica al fundamental libro de Joan Fuster Nosaltres els valencians. También en el tomo 2 de Horizonte español 1972, hay un esclarecedor trabajo de Vicent Peris y Guillem Sorolla   —366→   llamado «El País valenciano. Problemas de la revolución socialista». Prescindiendo de la obviedad de que Martínez, como valenciano, tuviera interés en explicar el porqué de la falta de identidad nacionalista valenciana, ambos trabajos coinciden en la inexistencia de una conciencia colectiva con voluntad de materializarse en entidad política, en régimen de autogobierno (Fuster dixit) y, en reconocer que los primeros que desconocen el País valenciano son los propios integrantes de la izquierda valenciana. ¿Cómo puede explicarse esto en una zona de raigambre republicana en la que el Frente Popular ganó en sus cuatro circunscripciones, que durante once meses tuvo a Valencia como capital efectiva de la República y que aquí se hizo y perdió la guerra del lado republicano?

Queremos destacar la aparición en su primer número de un artículo titulado «La generación de Fraga y su destino», debido a la firma de Juan Triguero, seudónimo de José María Moreno Galván, indiscutible crítico de arte que impusiera su estilo en la desaparecida revista Triunfo. Este artículo, escrito hace treinta y dos años, mantiene una frescura y una actualidad tal, que reclama una reedición en una hipotética antología de textos de los Cuadernos de Ruedo Ibérico. En él se hace un análisis cargado de ironía de una «generación iluminada» que podía tener entre 38 y 43 años, cuya cabeza visible era Manuel Fraga Iribarne, «¡gran talento de tercera categoría!, que cuando llegó a Madrid era un joven rollizo -católicamente rollizo- bien alimentado material y espiritualmente por esa imperceptible legión de tías solteras e hijas de María que se adivina siempre detrás de cada chico gordo estudioso y bien vestido».

También en el n.° 4 se puede hallar un importante documento monográfico debido a Ramón Bulnes (seudónimo de Nacho Quintana), llamado «Asturias frente a su reconversión industrial», toda una premonición de lo que habría de suceder años después en torno a la crisis de la industria española.

En el n.° 13/14 encontramos «3 estudios sobre el campo español», con una presentación de Ángel Villanueva (Joaquín Leguina), dando paso a Juan Naranco, Antoliano Peña (Carlos Romero) y Juan Martínez Alier. Estos trabajos, decía Villanueva, obedecían a la gran importancia política que conservaba el campo, dentro del cuadro económico español, pese al desarrollo capitalista experimentado en el conjunto de la economía.

En el n.° 11, otra destacada monografía: Marxismo y cristianismo, con las firmas de José María González Ruiz, canónigo de la diócesis de Málaga, José Ramón Recalde, Lelio Basso y David Barea (Paco Pereña), más unas páginas tituladas «Dos posiciones erróneas», debidas a Ramón Bulnes y Jorge Semprún, sobre el tema del diálogo y la colaboración ocasional o a largo plazo, entre católicos y comunistas. También   —367→   en este punto hay que destacar el carácter anticipador que tiene el documento publicado en Cuadernos. Recuérdese aquí la conmoción que causó la incorporación al PCE, de Alfonso Carlos Comín, católico marxista, líder de los cristianos españoles para el socialismo, desde final de la década de los cincuenta.

Ya quedó de manifiesto la atención prestada al Tercer Mundo por Cuadernos de Ruedo Ibérico. Dentro de la sección «Problemas del socialismo y del movimiento revolucionario», se hicieron monografías sobre Perú, Venezuela, Vietnam y Cuba. La lucha por el socialismo es una lucha internacional, decía la revista en su n.° 12, al presentar un trabajo sobre Cuba y América latina. A Cuba y su revolución se le dedicó un voluminoso tomo de más de quinientas páginas que ya se ha mencionado al iniciar este resumen analítico del índice, pero también se volvió a insistir con la isla en el citado n.° 12, siendo publicado el mensaje a la Tricontinental de Ernesto «Che» Guevara, con sus famosas palabras «Crear dos, tres... muchos Vietnam», que han quedado ya para la historia, fragmentos del discurso de Fidel Castro en el X aniversario del asalto al Palacio Presidencial y un artículo de Regis Debray llamado «La enseñanza esencial del presente». En el n.° 14 hay más de cuarenta páginas sobre «El Congreso Cultural de La Habana», celebrado del 4 al 12 de enero de 1968. En este mismo número se reproduce una interesantísima carta del «Che» dirigida a León Felipe, en que le hace saber que uno de sus dos o tres libros de cabecera, es El ciervo, libro fundamental del poeta español del éxodo y del llanto.

Otras secciones de contenido claramente diversificador, fueron «Represión y censura», «Tribunas libres» y «Correo del lector». En acelerado recorrido por esta miscelánea encontramos documentos sobre la lucha de los estudiantes españoles, el Consejo de guerra de Burgos, comentarios a la Ley de Prensa de Fraga, crónica sangrienta desde Madrid, Galicia y el problema de las nacionalidades, la izquierda socialista y el Partido Comunista, Frente Popular y del franquismo a la República. Cuadernos de Ruedo Ibérico según nota de la redacción aparecida en el n.° 5 ofrecía su Tribuna Libre para todas aquellas colaboraciones (ensayos, crónicas, notas informativas o críticas, creación literaria o gráfica), no dudando que incluso fuera de la corriente de pensamiento que anima la de la propia revista, puedan surgir aportaciones valiosas para la comprensión de la realidad española y mundial, lo que da idea del carácter abierto y nada contrario a reacciones polémicas que pudieran derivarse del contenido de todos estos artículos.

Para finalizar con este recorrido analítico y onomástico de la primera etapa de Cuadernos, es imprescindible aludir a la importantísima aportación literaria y artística que ofrecieron sus páginas, acogiendo a un número relevante de autores, entre los que cabe destacar a Max Aub, Alfredo Bryce Echenique, Alejo Carpentier, José Corrales   —368→   Egea, Juan García Hortelano, Juan y Luis Goytisolo, José Lezama Lima y Jesús López Pacheco, entre los narradores; Vicente Aleixandre, Carlos Barral, José Bergamín, Gabriel Celaya, Luis Cernuda, Manuel Durán, León Felipe, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Félix Grande, Nicolás Guillén, Blas de Otero, Heberto Padilla, Leopoldo Mª Panero, José Miguel Ullán, José Ángel Valente y Cintio Vitier, poetas; Fernando Arrabal y Lauro Olmo, dramaturgos. En la sección plástica (dibujos, caricaturas, fotomontajes, viñetas, comics y fotos), bajo la supervisión de Antonio Pérez, encontramos las firmas de Bartolí, Ricardo Carpani, Genovés, José Hernández, Wifredo Lam, Manolo Millares, René Portocarrero, Posada, Vicente Rojo, Antonio Saura, Eduardo Úrculo y Vázquez de Sola.

Aunque desde el n.° 37/38 venía anunciando su desaparición, esta primera etapa de Cuadernos concluyó de hecho con el 41/42. Desde «La generación de Fraga y su destino» de Juan Triguero, hasta «La generación de la Zarzuela» de Equipo 36. Según dijo Martínez: «Desde su nacimiento, Cuadernos tuvo una vida difícil. Desde su nacimiento sufría de deficiencias congénitas para las cuales no se halló la ortopedia adecuada. Desde su nacimiento fue víctima de enfermedades endémicas (las que amenazan a una publicación de este tipo). Ahora lo es de otras plagas más o menos epidémicas (dificultad de obtener colaboraciones, reducción de su equipo redaccional, fracaso en los intentos de renovación del mismo). No damos con una terapéutica eficaz. Hemos ido de remedio en arbitrio, con mejoras y recaídas. Hasta hoy». Este hoy aparecía en aquel n.° 37/38. En el 41/42 Martínez, después de reconocer que la desaparición es penosa para él, aunque quiera ver en ella algo transitorio, señalaba que poco se puede añadir a lo que allí se decía, concluyendo que para hacer posible la reaparición de Cuadernos hay que dar solución a dos problemas esenciales enumerados por orden creciente de importancia: liberar a Ruedo Ibérico de una carga, hoy por hoy, ruinosa y constituir un consejo de redacción capaz de asumir una nueva época de Cuadernos de Ruedo Ibérico.

El primero de los problemas, el económico no se resolvió nunca. Sin embargo, el consejo de redacción quedó reducido a un grupo, eso sí, homogéneo, de tres personas: José Martínez, José Manuel Naredo y Juan Martínez Alier. El resto de los componentes que habían formado al antiguo consejo de redacción fueron ocupando otras posiciones en publicaciones del interior, que ofrecían ligeros indicios de apertura.

«Fuimos fracasando en nuestra idea de hacer de Cuadernos una tribuna libre en la que intervinieran los grupos de la izquierda antifranquista, en la que se discutieran los problemas propios de la izquierda»604.

  —369→  

Ante la falta de respuesta a las propuestas de debate de los anteriores números de Cuadernos, ahora se define con mayor claridad la línea ideológica de la revista, manteniendo la irrenunciable premisa de la crítica lúcida de la realidad española en general. El editorial que aparece en el n.° 43/45 «Cuadernos de Ruedo Ibérico a todos», es esencial para comprender el nuevo rumbo que la revista va a tomar a partir de aquí. Se propone una alternativa más centrada en lo esencial y a la vez más válida a largo plazo que la de los «partidos de izquierda», que en estos momentos ejercen de «comparsas» ante la inminencia de la muerte del dictador. Aceptar la política de silencio, la «reconciliación nacional», es para el consejo de redacción de Cuadernos como aceptar la legitimidad del régimen franquista y su Estado, apoyado en todo momento por el capitalismo dominante.

Quedan así, muy definidas las posiciones: anticapitalismo, antirreconciliación, en definitiva, una situación permanente de antisistema en el que se huye de la fiebre pactista que desde 1974 los «partidos de izquierda» favorecen escandalosamente.

En contraposición, y sin abandonar jamás su espíritu crítico, se recuperan los nacionalismos desentrañando su verdadero carácter, se ofrecen nuevas formas de lucha silenciadas por la nueva dinámica política (movimiento estudiantil, liberación de la mujer, movimientos de barrio,...), huyendo de la arcaica lucha de clases. Hay que corregir los «desviacionismos» elaborando nuevos planteamientos teóricos, nuevas bases organizativas (de lo particular a lo general) que den lugar a estrategias revolucionarias por un cambio global de la sociedad, pero sin abandonar los temas del pasado más inmediato, y por supuesto del presente.

Sin embargo hay cosas que no cambian ni cambiarán en Cuadernos. Su formato, casi cuadrado, identificando un estilo ya consolidado, el color y la composición tipográfica. El estilo sí pasa a ser mucho más uniforme, debido a la reducción de «plantilla» y a los acontecimientos tan complejos que se están produciendo en el interior. Los números se hacen monotemáticos, siguiendo una misma línea de análisis, desaparece el tratamiento de temas internacionales, así como deja de encontrarse en sus páginas cualquier expresión literaria (exceptuando a José Ángel Valente en el n.° 46/48) e incluso, y salvo en los dos últimos números de la tercera etapa, en las que encontramos unas portadas más artísticas, desaparecen también los trabajos plásticos.

En conclusión, los contenidos de estas dos épocas, que aunque separadas por un año siguen líneas paralelas, se reducen a dos tipos de artículos: teóricos y analíticos.

Como ejemplo de artículo teórico se puede consultar el n.° 54, «Por una oposición que se oponga», donde se hace un recorrido histórico por las distintas formas que ha ido tomando el capitalismo a lo largo   —370→   de este siglo, culminando como es lógico en la dictadura franquista permitiéndose el continuismo tras su muerte. En esta misma línea se inscriben todos los artículos firmados por Aula Casamayor (José Manuel Naredo).

Pepe Martínez se reservó escasos, pero sustanciosos artículos analíticos. Sírvanos como ejemplo el que dedica en el n.° 43/45 a Santiago Carrillo (crítica a su último libro Demain l'Espagne).

En el n.° 46/48, «Prenecrología del franquismo», varios autores tratan la muerte del dictador desde distintos puntos de vista; desde el artículo de F. Garrido, crónica casi periodística del diario de una agonía, hasta el de Ángel Bernal (Ángel Fernández-Santos) en el que se describe «macabramente» la muerte del dictador. Lo que sí es cierto es que en este número los acontecimientos se suceden con tanta tensión y rapidez que la realidad impone su propia escritura. Con esto venimos a subrayar que Cuadernos de Ruedo Ibérico y sus redactores conectan y desconectan de la realidad según les conviene.

No debemos olvidar los diferentes colectivos que aparecen con distintos nombres, y formados por componentes-colaboradores de Cuadernos: Colectivo o Equipo 36 (Luis Peris Mencheta y Alfonso Colodrón), Colectivo 70, Colectivo Autonomía de Clase.

A pesar de esta uniformidad teórico-analítica fiel al estilo de Cuadernos, se siguen recibiendo colaboraciones eventuales de personajes del interior, algunos de ellos de gran relevancia en esos momentos. Una muestra es la Carta de Xirinacs a Francisco Franco, en la que invita a los lectores a colaborar en la crítica al dictador.

La fidelidad a una línea editorial crítica e independiente, enfrenta a partir de 1975 a la redacción de Cuadernos incluso con las organizaciones políticas del exilio.

Por otra parte su activismo antisistema irrita al franquismo, tanto que la madrugada del 14 de octubre de 1975 una bomba estalla en la sede de la editorial en rue de Latran, 6. Hasta entonces, el franquismo había desplegado su artillería seudointelectual contra Ruedo, con campañas de Ricardo de la Cierva y sus acólitos, y persecuciones policiales, culminadas con la detención y proceso de Luciano Rincón en 1971, colaborador de la revista que vivía en Bilbao, bajo la acusación de ser Luis Ramírez, seudónimo bajo el que se publicaron varios artículos, además de un libro, sobre la continuidad del régimen. Luciano Rincón es condenado a cinco años de cárcel, pese a que varios redactores declaren que «en suma, señor, Luis Ramírez es Fuente Ovejuna y todos a una»605, y a la campaña de solidaridad convocada. El atentado con bomba, sin embargo, supone un salto cualitativo en el afán de aniquilar a Ruedo por parte del último franquismo aún vivo el dictador, dentro   —371→   de una campaña feroz y sanguinaria en la que están implicados grupos parapoliciales españoles. Como el mismo Martínez expresa «quedamos convencidos de que la violencia parapolicial franquista es de carácter ofensivo y no defensivo»606. Pero este giro táctico del franquismo no es lo que más duele a Martínez, sino el silencio del exilio (partidos e instituciones republicanas y vascas que demuestran una doble moral ante la justificación de la violencia franquista). No existe una respuesta organizada ante tales desmanes, y Martínez afirma: «Veintisiete años de exilio me han permitido asistir a la decadencia de la potencia del exilio»607. Sólo la solidaridad, moral y económica, de algunos intelectuales, profesores, colaboradores de Ruedo, editores, y muy pocos políticos franceses, le anima a continuar con su labor; y son menos aún los que coinciden en ambas campañas de solidaridad, la de Luciano Rincón y la de los atentados del 75 (Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Juan Goytisolo, Noam Chomsky, Arthur Miller, Nicolás Sánchez Albornoz, Barbara Probst Solomon,... pocos más).

Semprún y Claudín han abandonado el barco, el exilio va tomando posiciones para el reparto del poder postfranquista, la competencia de nuevas publicaciones surgidas en España es dura para Cuadernos, empeñados en ser fieles a sus principios. Además del incondicional apoyo de François Maspero, otro editor contumaz, siempre codo con codo con Martínez, los colaboradores documentan el apoyo económico de la publicación italiana Iusticia e Libertá, en sintonía ideológica con Cuadernos. Durante los mal reconocidos años de 1975 a 1982, Ruedo entabla una estrecha colaboración con el entorno de Isaac Díaz Pardo, mediante las Ediciós do Castro y la Galería Sargadelos, que son los únicos que rinden sendos homenajes a Martínez, en 1987 y 1996, después de su muerte, publicando incluso dos estudios suyos inacabados junto con una sentida remembranza de Isaac Díaz Pardo608.

La tercera etapa de Cuadernos de Ruedo Ibérico se inaugura sólo un año después de que nuevamente volviera a desaparecer la publicación, y lo hace de la misma manera que la anterior, con un editorial dirigido a todos sus lectores.

De los problemas económicos que siempre acuciaron a la editorial ya hemos hablado, del mismo modo que hemos destacado hasta aquí el celo que siempre demostró Pepe Martínez en preservar el estilo y la coherencia crítica de todos los textos que fueron apareciendo a lo largo de estos años. Con «Cuadernos de Ruedo Ibérico interrumpen su   —372→   exilio», aparecida en enero de 1979, el consejo de redacción hace un recorrido rememorando las distintas etapas de Cuadernos, al mismo tiempo que va destacando los diferentes acontecimientos que sí hicieron cambiar los contenidos de la revista.

Si en la primera etapa hablábamos de «frentepopulismo cultural», en la segunda se abandona la línea antifranquista para declarar un anticapitalismo y antipactismo absolutos. Cuadernos pasó a convertirse entonces en esa oposición que se oponía a todo lo que significara poner en venta su integridad política.

Cuadernos se abría definitivamente hacia el futuro libertario tan anhelado y perseguido durante los años más difíciles del franquismo. La revolución era real, estaba ahí, había dejado de ser una utopía para convertirse en una alternativa de futuro. De nuevo, Cuadernos extendía su mano, eso sí por última vez, hacia los «dominados», los «decepcionados» de esta transición (transacción como la llamó José Luis L. Aranguren), torpemente vendida. La oposición pasaban a formarla los colaboradores de la revista y los lectores, buscando conjuntamente la salida a través de plataformas de expresión y discusión, basadas no sólo en la crítica pura, sino en la experiencia como una manera de amplificar a todo el conjunto social esta estrategia global que desembocaría, a largo plazo, en una nueva sociedad.

Pepe Martínez volvía a España en 1978, con una sola idea, había e hacer algo. Pero la decepción y el abandono que sufrió por muchos de los que habían sido sus colaboradores y amigos, acabó con todas sus ilusiones. Así las cosas, a Pepe Martínez no le quedó más que aislarse, exiliarse interiormente de esta España que nada tenía que ver con aquella por la que se había luchado. La transición había colocado a todos los «políticos» del mismo lado, sin hacer distingos, se había pintado el edificio pero el interior seguía intacto.

Martínez abandonó este mundo mucho antes de su muerte, nada le unía a España, desde su atalaya invisible contempló con escepticismo la construcción de una nueva ética política desmemoriada y sórdida. Otra vez se había quedado a la «intemperie», por eso volvió sus ojos al pasado, porque sólo allí estaba la verdad a la que él siempre fue fiel.

La escuela que nos dejó Pepe Martínez está contenida en cada libro de Ruedo Ibérico. Ahí todavía podemos oler la utopía, la crítica, la nobleza e integridad de un hombre que supo ver más allá de lo que ofrecían estos torpes años de miseria.



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ArribaAbajoRuedo Ibérico: voz del exilio interior desde París

Beatriz García Otín


Universidad de Zaragoza


Corren los primeros años 60 y, tras una etapa de aislamiento del exilio, los contactos entre los grupos de oposición «interior» y «exterior» aumentan. El exilio deja de ser un referente político para transformarse en medio de comunicación y aglutinador de algunos grupos del interior de España. Esta va a ser la función de las Ediciones Ruedo ibérico y sus Cuadernos de Ruedo ibérico, convertidos en instrumento político y portavoces de temas y asuntos que por su extensión o por premura no pueden esperar a aparecer en un libro. Su director, José Martínez (alma del proyecto), la definió como una «publicación del interior obligada a editarse en París por la censura franquista».

Los objetivos de Ruedo Ibérico/José Martínez estaban claros: ejercer oposición al régimen de Franco; recuperar la historia de la Guerra Civil, dando una visión diferente a la franquista e iniciar una biblioteca política sobre España, todo ello desde el rigor y la autonomía.

Contrariamente a lo que pueda parecer la muerte del dictador supuso también el declive de Ruedo Ibérico, que incluso había llegado a instalarse en España, en el año 1979. Pero el esfuerzo editorial realizado para recuperar la historia contemporánea española, tan laureado por la oposición cuando existía la censura franquista, fue borrado de un plumazo desde los primeros momentos de la democracia.

Desde los primeros momentos los exiliados españoles de la Guerra Civil del 36 concibieron la prensa como una necesidad vital, como la negación de la derrota, la continuidad de la España libre y democrática y el recuerdo, ante Europa, de la realidad y persistencia del «problema español»609. En principio se trataba de las publicaciones periódicas   —374→   de las fuerzas de oposición en el exilio -anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos, catalanes y vascos610-. Además de estos órganos de expresión del gobierno republicano y de los diferentes partidos u organizaciones sindicales y políticas (de vida más bien efímera), había otras publicaciones periódicas de los exiliados de carácter cultural y literario611.

Pero poco a poco, con la prolongación del exilio, amenazaba el olvido e iban a surgir una serie de editoriales en lengua española que se encargarán de llenar el hueco creado por el control cultural puesto en marcha por el régimen franquista, al publicar libros que en España eran prohibidos por la censura.

Esas ediciones comenzaron en Latino América, pero a principios de los años sesenta se trasladan a Europa, concretamente a Francia, donde se encontraba el mayor número de refugiados. Los principales focos de emigración eran París, Toulouse, Marseille, Perpignan,... y en general todas las ciudades del Sur francés. Ciudades en las que, tras la Liberación de Francia, proliferaron las publicaciones españolas.

Hay que constatar el hecho de que en las diversas publicaciones de carácter político o informativo, solían aparecer colaboraciones culturales y literarias de variada entidad. De la misma forma que las publicaciones   —375→   culturales tampoco eran «neutras», ya que detrás de ellas se podía encontrar a hombres de diferentes tendencias bajo el común denominador «intelectual». Cabe destacar las publicaciones periódicas culturales que se lanzaban desde los sindicatos o movimientos libertarios612.

Tras finalizar la II Guerra mundial, París se convirtió en una de las capitales del exilio español. La capital francesa fue «cobijo y núcleo, apoyo y germen material de la producción de los libros que el Estado español no permitía circular»613. Los libros que publicaba en Buenos Aires la Editorial Losada614, eran distribuidos en París por dos agentes literarios españoles: Juan Andrade615 y Amadeo Robles Beltrán. Ellos, en 1946 crearon la Librería Ediciones Hispanoamericanas, que comenzó siendo el centro fundamental de los libros no permitidos en España, tanto en español como en francés. Después surgieron otras: Librería Española (de Antonio Soriano), Ediciones Ebro, Edicions Catalanes, Ediciones Ruedo Ibérico.

El tiempo ha pasado, y en los años sesenta se han producido cambios en cuanto a la consideración del exilio y el papel que se le atribuye. Después de unos años en los que se le acusaba de aislamiento, de estar anclado en el pasado y no mirar a la España del presente616, en estos años van a aumentar los contactos entre los grupos de la oposición «interior» y los exiliados. Según dice Juan Marichal, el exilio va perdiendo su desconfianza en algunos grupos que realizaban su oposición en el interior, a la vez que los exiliados se daban cuenta de que su función quedaba relegada a la transmisión de un legado moral/histórico,   —376→   y no tanto ser referente político. El exilio se convertía en medio de comunicación y aglutinador para los grupos de oposición en España617.

Esa nueva tarea del exilio se va a realizar a través de publicaciones como Ibérica (publicada en Nueva York entre 1954 y 1974 y dirigida por Victoria Kent) o Cuadernos de Ruedo ibérico (publicada en París desde 1965), a la que puede considerarse el máximo exponente de ese contacto creciente entre la oposición «interior» y «exterior».

Antonio Risco ha escrito que en los años sesenta nuevos rumbos orientaban el pensamiento español y que esa «renovación viene ilustrada por la aparición, en 1965, de los Cuadernos de Ruedo Ibérico, 'revista de oposición' que se autoproclamaba 'independiente' y que fue progresivamente integrando colaboraciones de figuras exiliadas conocidas con otras de la oposición interior, que con mayor o menor clandestinidad fue progresivamente entregando sus escritos a Ruedo ibérico. A partir de este momento dos cosas quedan claras: por una parte, la presencia de una nueva generación, la generación forjada en el destierro, que Jorge Semprún bautizara, en su día, de promoción de 'Reconquista' de las letras españolas, pero además la generación que ha ido forjando sus instrumentos críticos en el contacto diario con la cotidianidad del franquismo: por otra, la consolidación de la comunicación intelectual entre exterior e interior que actualiza e insufla dinamismo al sentimiento de oposición»618.

Puede decirse que Cuadernos de Ruedo Ibérico era, en su época, la única revista española de formación política de abierta oposición, independiente de grupos y partidos políticos. Ello era posible porque se publicaba en Francia y no en España. José Martínez, director y alma del proyecto, justificaba así su trabajo en el país vecino:

La mayoría de nuestros colaboradores ha estado siempre en la Península. Sólo hay que repasar los índices y unas veces con seudónimo, otras no, esta afirmación puede comprobarse. Precisamente porque estábamos en España hemos permanecido vivos. Tras la primera etapa de obras «históricas» nuestra residencia en Francia hizo más permeables al mercado español nuestros libros y más fácil la colaboración de intelectuales que vivían bajo el franquismo619.



Por otro lado, también en esas fechas, encontramos la revista Realidad, publicada en Roma desde 1963, bajo patrocinio del Partido Comunista de España. Para Elías Díaz, ambas revistas constituían exponentes   —377→   importantes de las diversas manifestaciones de tipo marxista en esos años, mediados de los sesenta, comenzaban a tener cierta influencia y vigencia intelectual en España. En esos años se comienza a estudiar con cierta objetividad y profundidad el marxismo, dejando a un lado la condena que se le había hecho hasta entonces. Había que evitar que esa filosofía se convirtiese en dogmatismo620.


ArribaAbajo¿Qué es Ruedo Ibérico?

Juan Goytisolo, colaborador habitual de Cuadernos de Ruedo Ibérico en sus distintas etapas definía de la siguiente forma el espíritu de la empresa:

(...) proyecto esforzado en facilitar tanto a los españoles en el interior como a los de la diáspora aquello que más desesperadamente buscaban: por un lado, los materiales y documentos que les negaba el franquismo, a fin de poder juzgar la historia contemporánea del país, los orígenes y la responsabilidad de la guerra civil, las razones del triunfo de Franco...; por otro, la elaboración de un análisis político no condicionado por el sometimiento a las conveniencias y consideraciones tácticas de ningún grupo o partido621.



Años más tarde, con motivo de la muerte de José Martínez, el escritor puntualizaba:

La quijotesca empresa llevada a cabo por José Martínez y un pequeño grupo de amigos en Ruedo ibérico fue un intento de colmar el vacío cultural ocasionado por 25 años de censura, de abocar al lector español sometido a una dieta de pan y agua a la cruda realidad que vivía, de ponerlo en contacto con la 'otra cara' de su más reciente historia: los orígenes, desarrollo y consecuencias de la última guerra civil y su prolongación bajo la dictadura. Tarea difícil en la medida en que aplicaba el enfrentamiento simultáneo a los mitos propagandísticos por uno y otro bando, la demolición de versiones canonizadas a derecha e izquierda, el descubrimiento de verdades ocultas y de efecto turbador622.



Según Manuel Vázquez Montalbán, quien también colaboró en la revista, «en aquellos tiempos, la Europa democrática tenía entradas de tendido de sombra para presenciar la corrida franquista, y el nombre de la editorial, por evocar el ruedo y evocar lo ibérico, traducía el sentido peculiar de la acción intelectual de arrimarse al toro entre los olés   —378→   y las recolectas de un mundo, al parecer libre, que acallaba así su propia conciencia»623.

La editorial Ruedo Ibérico, se constituyó como tal a principios de 1962: el objetivo era muy claro, editar lo que en España era imposible, para así impedir que el recuerdo desapareciera, dando una visión de la Guerra Civil diferente a la dada por el régimen franquista y abordar este sin tabúes.

No se puede desvincular a José Martínez de ese proyecto editorial que fue Ruedo Ibérico. En 1961, después de trece años en París, es cuando José Martínez concibe la idea de Ruedo Ibérico, editorial que fundó junto a Nicolás Sánchez Albornoz, Elena Romo y Vicente Girbau. Los cuatro, reunidos en Andorra, redactaron el Estatuto de la Sociedad que quedó constituida en los primeros días de 1962. Nicolás Sánchez Albornoz cuenta así cómo sucedió:

Pepe había recorrido en los últimos años varias expresiones antifranquistas y se daba cuenta de la esterilidad de las acciones parciales que buscaban réditos políticos inmediatos. No quería dar respiro, pero sí constituir algo a largo plazo y por encima de las facciones (...) Así fue como prendió de él la idea de una editorial, que él bautizó Ruedo ibérico, palmaria evocación de otra 'corte de los milagros', a la que cada vez se parecía más el Madrid de Franco. La editorial nació sobre ocho ruedas, como he dicho en broma en otro momento: las de los autos que él y yo vendimos para constituir la empresa (...) Ruedo ibérico fue obra exclusiva de Pepe Martínez. Los demás le hemos acompañado, unos más, otros menos durante alguna etapa de la editorial. Él centró su vida en ella, le aseguró continuidad. El monopolio virtual que ejerció fue a pesar suyo. Él se quejó a menudo de su aislamiento. Nadie tenía su experiencia como editor, y estaba dispuesto a entregarse por entero a la tarea las más de las veces tensa e ingrata. Ruedo ibérico ha quedado por eso íntimamente asociada a Pepe624.



José Martínez quería crear una plataforma democrática de la izquierda independiente y para ello confió en la letra impresa como arma política. Ruedo Ibérico fue organizando y difundiendo, como ha reconocido José Vidal-Beneyto, «desde una crítica radical, pero pegada a la realidad de aquellos años, lo que sucedía en España»625.

  —379→  

La editorial Ruedo Ibérico publicó desde 1962 hasta 1977 -momento en que la editorial «puso fin a su exilio» y se constituyó en España626- una serie de obras fundamentales para conocer la Historia de la España contemporánea, además de libros en lengua española que no podían ser publicados en territorio español como obras de poesía, libros de cultura socialista, las obras completas de Trotski,... todos ellos de una ideología innovadora y que suponía la ruptura de los tabúes impuestos por la dictadura de Franco y ofrecía una amplitud de opciones para los que, en España, o fuera de ella, se esforzaban para transformar la situación española en un sentido democrático. En palabras de Fernando Morán, Ruedo Ibérico fue un estímulo y una considerable información.

El historiador Julio Aróstegui destaca la importancia de la empresa de Ruedo Ibérico y la califica como el mayor esfuerzo para conocer tanto la historiografía liberal anglosajona, como la de otros países, así como la del «exilio interior», en relación con la guerra civil española627.

El propio José Martínez reconocía en una entrevista la importancia de la «literatura en el exilio»:

(...) Nosotros hemos sacado libros para contrarrestar la propaganda franquista -como los Veinticinco años de Paz de Fraga- y hemos dedicado mucha atención a la preguerra y a la guerra civil. Si nuestros dos best-sellers -mediocres best-sellers porque no se habrán vendido de cada uno más de 50000 ejemplares- han sido La Guerra civil española, de Hugh Thomas, y La Santa Mafia, de Jesús Ynfante; los hombres de Ruedo ibérico, y yo personalmente, tenemos mucho cariño a otras obras también: Nuestros primeros veinticinco años, Horizonte español, lo publicado a raíz de las primeras huelgas de los mineros asturianos...628



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Ruedo Ibérico se convirtió en la editorial más prolífica de libros extraoficiales: contaba con las series España Contemporánea, en la que publicaba títulos que trataban problemas políticos, sociales y culturales antecedentes del momento histórico por el que pasaba España; Biblioteca de Cultura Socialista, la dedicada a La Guerra Civil española; las obras completas de Trotski; la colección El Viejo topo; libros de Poesía, y otros no incluidos en ninguna colección, además de la revista Cuadernos de Ruedo ibérico y los Suplementos monográficos de la misma. Además, la Librería Ruedo ibérico, situada desde 1969 en la Rue de Latran n.° 6, en pleno Barrio Latino, era la distribuidora exclusiva para Europa de varias editoriales latinoamericanas como: Grijalbo, Era, Siglo XXI, Cajico, Cuadernos Americanos, Joaquín Mortiz, Palestra, Siglo Ilustrado, Moncloa, Distribuidora y Editora Argentina, Universidad central de Venezuela, instituto del Libro de Cuba y otras.

Otro promotor de ediciones en el exilio, como lo fue el historiador José Benet de las Edicions Catalanes en París, editorial nacida después de Ruedo Ibérico y que publicaba libros en catalán censurados en España, consideraba que Martínez definía mucho más políticamente su línea editorial:

Nosotros publicábamos, por ejemplo, textos de autores liberales porque lo que nos interesaba era recuperar los libros catalanes censurados (...) (José Martínez) fue un personaje muy importante durante el último período del franquismo, de una enorme influencia en España a través de sus ediciones629.



Herbert R. Southworth, autor que publicó en Ruedo ibérico sus libros El Mito de la Cruzada de Franco (1963), Antifalange: estudio crítico de Falange en la Guerra de España de Maximiano García Venero (1967) y La destrucción de Guernica (1975), obras fundamentales para el estudio de la guerra civil, decía de José Martínez que «lo suyo era la publicación de obras subversivas en un ambiente revolucionario, o que él consideraba revolucionario»630.

Pero el libro llegó a parecer un arma de combate poco ágil para sus objetivos y de ahí las periódicas puestas al día como Nuestros primeros veinticinco años, España Hoy, y más tarde, la revista Cuadernos de Ruedo ibérico, con los suplementos Horizonte español de 1966 y 1972.



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ArribaAbajoEl instrumento político: Cuadernos de Ruedo Ibérico

Efectivamente, los libros eran un buen medio para conseguir el objetivo propuesto por la editorial para llenar el vacío existente en España, pero había temas y asuntos que debían ser tratados con mayor rapidez o bien cuyo estudio no daba la suficiente extensión para un libro. Por eso José Martínez, junto con otros colaboradores, decidieron crear una tribuna de difusión más rápida. Así nació la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico.

Cuadernos surge a raíz de la expulsión de Jorge Semprún y Fernando Claudín del Partido Comunista631. Así lo contaba José Martínez:

La cosa surgió a raíz de la expulsión del Partido Comunista de España de Claudín y Semprún, en el sesenta y cuatro. Yo me encuentro con ellos no para hacer una revista, sino porque ellos me habían pedido que yo les editara el texto de las discusiones el Partido, que ahora acaba de publicar Claudín632 y que circulaba de mano en mano por los medios del exilio. Yo me negué en base a razones puramente comerciales porque el precio del libro -pensaba yo- lo iba a hacer prohibitivo para una amplia mayoría de los interesados en él. Nos despedimos un poco contrariados por no haber podido llegar a ningún acuerdo y entonces uno de los tres -no recuerdo si Fernando, Jorge o yo- dijo: «Qué lástima que no podamos coincidir en algo», y a continuación creo que fui yo quien respondió: «¿Por qué no hacemos una revista juntos?». Ellos aceptaron y al día siguiente yo les llevé una maqueta y un presupuesto que teníamos hechos hacía tiempo. Y a los dos meses aproximadamente salió el primer número. En los siguientes números, hechos a trancas y barrancas, nos repartimos la redacción a la mitad: por un lado, la gente que provenía del grupo primitivo de Ruedo y, por otro, el núcleo de los expulsados del Partido Comunista de España (los citados más Francesc Vincens y otros), y una persona que cumplía los dos requisitos, Eduardo García Rico»633.



Desde la revista se trataba, una vez más, de combatir la producción ideológica del franquismo con una «contra-información» certera.

Frentepopulismo cultural; «sus objetivos eran, por una parte todo el régimen franquista y, por otra, llevar a cabo una política de contrainformación. (...) por ello, aunque impresa en Francia y aunque en ella existiesen muchos nombres del exilio, CRI nunca fue una revista del   —382→   exilio: fue una publicación del interior obligada a editarse en París por la censura franquista»634.

Uno de esos colaboradores, Juan Goytisolo, declaró que «José Martínez fue capaz de crear una revista de calidad e interés de Cuadernos de Ruedo ibérico, convirtiéndola en una eficaz tribuna de discusión para la izquierda liberada del yugo de dogmas y entredichos: las reflexiones políticas, económicas y sociales se barajaban en sus páginas con textos literarios prohibidos en España y reseñas críticas destinadas a mantener al lector al tanto de cuanto ocurría en el mundo»635.

Así, Cuadernos de Ruedo Ibérico se convirtió en una de las plataformas intelectuales del exilio español. Definidos por su creador José Martínez, «los Cuadernos expresan una ideología radical, en el sentido americano del término. Hacemos crítica desde la izquierda...».

El primer número de la revista apareció a mediados de 1965 y, con un recorrido desigual se mantuvo hasta 1977636, después de instalarse en España, en 1979, se publicaron seis números agrupados en dos volúmenes.




ArribaAbajo¿Quién hay detrás de Ruedo Ibérico?

José Martínez era Ruedo Ibérico y es imposible separar su persona de la editorial ni de todo lo que significó: constante voz de oposición a la dictadura franquista.

José Martínez Guerricabeitia nació en 1921 en Villar del Arzobispo (Valencia) en el seno de una familia anarcosindicalista que pronto se trasladó a Requena (también en la provincia de Valencia). Trabajó desde muy joven y participó en la Federación Regional de Campesinos de Valencia (CNT)637.

Durante la Guerra Civil militó en las Juventudes libertarias y pese a su juventud luchó en el bando republicano. La derrota le llevó, por su edad, a un reformatorio (y no directamente a la cárcel), donde estuvo dos años y medio. Más tarde conoció la cárcel, alternándola con el   —383→   servicio militar. Una vez en la calle no lo dudó y comenzó su trabajo en la clandestinidad. De esa época cuenta Nicolás Sánchez-Albornoz:

Lo conocí en Valencia, en Septiembre de 1946. En sus manos dejé en la estación los paquetes, fresca aún la tinta, del primer número del periódico de la recién constituida alianza CNT-UGT. Él también se convirtió en nuestro enlace con los estudiantes de la Universidad. Carmelo Soria - asesinado por Pinochet en Chile- y yo habíamos viajado para establecer contactos entre la Federación Universitaria Escolar de Valencia y el Comité Federal que operaba en Madrid. Pepe Martínez hizo desde entonces de puente638.



En 1948, después de pasar varias veces por la cárcel, cruza la frontera de Francia clandestinamente639 y llega a París en Septiembre de ese año. Allí vuelve a coincidir con Nicolás Sánchez-Albornoz:

Semanas después de llegar yo a París, fugado de Cuelgamuros -sigue narrando Sánchez-Albornoz- desembarcó él: se había salvado en Valencia de una redada del movimiento libertario, en el que también militaba. En París animó por un tiempo la pequeña delegación de la FUE (Federación Universitaria Española) en el exilio, a la vez que se ganaba malamente la vida640.

Al poco de llegar a París, en septiembre de 1948, José Martínez participó en reuniones del grupo de la resistencia estudiantil F. U. E., de la que fue último secretario en el exilio. En esas reuniones además de Manuel Lamana, Nicolás Sánchez-Albornoz, Carmelo Soria y otros, coincide con Paco Benet, con quien va a llevar adelante la idea de una revista, Península. Todo el mundo estaba de acuerdo en que se había acabado el tiempo del maquis -cuenta la escritora estadounidense Barbara Probst Solomon-. Paco (Benet) y sus amigos -continúa- reconocían que las disensiones y la atmósfera de 'ghetto' de los grupos de exiliados políticos mayores de Francia habían sido un desastre. Pensaban que lo más constructivo que podían hacer era crear una revista Península que no siguiese ninguna línea política concreta. La introducirían   —384→   ilegalmente en España; sería un puente cultural en un país que estaba sometido a una dieta de hambre de propaganda franquista641.

De esa primera experiencia con el mundo de la edición José Martínez recordaba que Península fue la idea personal de Paco Benet, y que él no hizo más que ayudarle, igual que otros, como Josep Pallach, también muerto hoy día, etc. Era una tribuna juvenil, bastante personal, a base de las ideas de Paco y otros colaboradores, donde se trataba de plasmar la voz de diversas tendencias, pero sin una finalidad política demasiado perfilada. En ese sentido sí puede comparase con Ruedo Ibérico,...642

Así pues, puede decirse que Ruedo Ibérico tuvo un antecedente a finales de los cuarenta. Pero Península desapareció y Martínez fue el único del grupo que quedó en París. Se colocó en una editorial especializada643 y, con gran esfuerzo, logró la licenciatura de Historia en la Sorbona, donde tuvo como profesor a Pierre Vilar.

Fue en 1961 cuando José Martínez concibió la idea de Ruedo Ibérico (ya hemos contado más arriba cómo se creó la sociedad), y a esta empresa dedicó su vida. La editorial además de publicar los libros prohibidos por el régimen franquista, constituyó un auténtico centro de peregrinación político y cultural para los exiliados españoles.

Quizás la mejor forma de conocer la personalidad de José Martínez sea por boca de quienes le conocieron y trabajaron con él en su proyecto644:

Inicialmente, dice Manuel Vázquez Montalbán, Ruedo Ibérico fue la obra de una estimulante mezcla de ácratas, trotskistas, criptocomunistas y republicanos de toda la vida y, finalmente, quedó como un esfuerzo casi personal e intransferible de José Martínez, más ácrata que otra cosa645.

«Mostrar la otra cara», la tarea de la editorial era complicada, según reconocía Juan Goytisolo, «difícil en la medida en que implicaba el enfrentamiento simultáneo a los mitos propagados por uno y otro bando, la demolición de versiones canonizadas a derecha e izquierda, el descubrimiento de verdades ocultas y de efecto turbador. Por espacio de 15 años, continúa el escritor, la editorial Ruedo Ibérico publicó una serie de obras fundamentales al conocimiento cabal de la   —385→   España del siglo XX, cuyas ideas innovadoras, ruptura de tabúes y amplitud de miras contribuían de forma decisiva a la formación de dos generaciones de demócratas: son muchos, en efecto los españoles que pudieron sobrevivir intelectual y moralmente gracias a la lectura ávida de las publicaciones de Ruedo ibérico adquiridas bajo mano en las trastiendas de las librerías de Madrid, Barcelona o Sevilla o en sus viajes en busca de ozono a Perpignan, Biarritz o París».

Goytisolo califica políticamente a José Martínez como alguien «situado fuera de los partidos políticos y carente de todo oportunismo personal y sectarismo ideológico. (...) Partidario de un socialismo libertario, era plenamente consciente de la verdad expresada por Bakunin: «Libertad sin socialismo es privilegio, injusticia, y socialismo sin libertad, esclavitud y barbarie». (...) Su meritoria labor de ensayista y editor se despliega en dos frentes: la denuncia simultánea de un capitalismo cínico y depredador y del llamado «socialismo real» que lo izquierda entonces mayoritaria proponía de modelo»646.

Otro editor en el exilio, el historiador José Benet, declaraba: Fue un personaje muy importante durante el último período del franquismo, de una enorme influencia en España a través de sus ediciones647.

El periodista Luciano Rincón, que vivió en la misma casa con José Martínez en París, escribía: Allí discutíamos y dimos a luz Cuadernos de Ruedo ibérico. Allí conspirábamos ácidamente contra casi todo y hablábamos de sueños; él de manera a veces acerba, pero siempre lúcida. Un tribunal me bautizó más tarde como «El hombre de Ruedo Ibérico en el interior», pero Ruedo Ibérico era José Martínez.

José Martínez Guerricabeitia era un hombre complejo y admito que difícil, pero también «muy amigo de sus amigos»; en ocasiones áspero y a veces, casi a escondidas, tierno. Martínez creó una editorial que supuso un punto de referencia fundamental en la oposición al franquismo. Yo le debo, además de su amistad, que mis libros, como Luis Ramírez, existiesen porque él los editó648.

José Martínez, además de editor, fue autor de varios artículos y ensayos y tradujo algunos de los libros publicados en Ruedo Ibérico. Aparece como coautor de libros como España, hoy y Cuba: una revolución en marcha649; además escribió algunos artículos en Cuadernos   —386→   de Ruedo Ibérico, y una vez en España, continuó escribiendo ensayos fundamentalmente políticos650, aunque también de estética, como «La letra», que trata de desentrañar una de las cuestiones más importantes de la comunicación: los signos y los símbolos, la escritura, los vehículos de la «materia» y de la energía, que están en los problemas del diseño gráfico y la semántica651. Como editor, ya hemos visto algunas de las Ediciones de Ruedo Ibérico, y como traductor citemos, por ejemplo, Antifalange de Southworth. En el momento de su muerte estaba trabajando en la traducción del libro La sonrisa del gato, del conocido editor progresista francés, François Maspero (persona muy unida a la trayectoria editorial de Ruedo Ibérico, ya que fue Directeur-Gérant de Cuadernos de Ruedo ibérico).

En cualquier aspecto de su trabajo quedan plasmados sus ideales y su concepción de la historia, siempre comprometida con el ideal de criticar desde la izquierda, defender la libertad de expresión que permite la creación de una opinión y dar a conocer la historia, sin manipulaciones, para evitar el olvido. Toda la actividad de Ruedo Ibérico estaba dedicada esos objetivos. Y es que José Martínez tenía muy clara su concepción de la historia, y de cómo se había manipulado en España bajo el régimen franquista:

(...) En el proceso de mitificación de sus orígenes y desarrollo, el régimen franquista ha tratado de extirpar cuanto pudiera constituir un día materia desfavorable para su historia. La bibliografía publicitaria, justificativa, del régimen franquista (...) está consagrada casi exclusivamente a tres temas predilectos: las hazañas de sus héroes y mártires; la calumnia contra sus enemigos; el comentario escolástico hasta la saciedad de los diversos y aun contradictorios principios ideológicos del régimen, en un esfuerzo de entroncarlo con antepasados más o menos célebres. En la etapa de Fraga se ha añadido a estas líneas maestras ciertas variantes estilísticas: se cita a autores 'rojos'; se abusa de textos 'rojos' empleados parcialmente; se atribuyen peyorativamente a los republicanos rasgos que fueron calificados un día de virtudes en los vencedores. (...) La práctica cotidiana de los rebeldes, la actuación que iba a conducirlos a la victoria, sigue siendo escamoteada para poder continuar grabando en el espíritu de los españoles una visión de la «zona nacional», extendida al propio régimen, mitad imagen de Epinal, mitad estampita sulpiciana652.



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En una palabra, deformación histórica por parte del régimen, frente a la cual Martínez propone la destrucción de fábulas y el trabajo crítico. Reconoce que el historiador puede hacer su trabajo con pasión, aunque no por ello abandonar el rigor histórico:

(...) Que el franquismo manipule la historia de la guerra civil con arreglo a las necesidades del momento, me parece explicable. Que los «vencidos» intenten borrar de la memoria de los españoles algunas de las causas de su derrota, sigan practicando la política del avestruz, nos augura los peores desfallecimientos en el planteamiento de los problemas políticos (...) me parece más razonable analizar el presente político ayudados por la experiencia histórica que hacer el estudio de ésta a partir de actuales problemáticas políticas653.



El trabajo de José Martínez luchaba contra la manipulación de la historia en todos los sentidos, tanto desde la derecha como desde la izquierda, por eso se sintió decepcionado con la actuación de la llamada «oposición antifranquista de izquierda», como queda reflejado en su correspondencia:

Nosotros hemos sido en el campo de la edición, una especie de guerrilleros prematuros, porque la verdadera guerra civil histórica -va a ser una verdadera guerra civil- todavía no ha comenzado. Carrillo y sus intelectuales «convergen» con La Cierva en eso de adaptar la historia de la guerra civil y el franquismo a sus necesidades políticas cambiantes, al menos a nivel táctico y a su estrategia para el futuro: desmontar a la clase obrera, psicoanalizar a las clases dominantes (...) pronto se podrá decir que en España no hubo guerra civil654.



Ese manejo de la historia, afectaba directamente a los historiadores, quienes bajo la cubierta de la investigación, estaban al servicio del poder, no importa de qué signo:

Ayer salí pensando en lo míseros y miserables que son los análisis de los historiadores sobre los «agentes de la historia» en lo difícil que es delimitar esos agentes y en lo más arduo que es todavía establecer una jerarquía en cada 'proceso histórico', ya previamente cortado caprichosamente -de acuerdo con las necesidades políticas más inmediatas e 'inconfesables' de carnicero que opera el 'corte'- y ello hasta   —388→   en los casos más indiscutibles por «evidente» apariencia a posteriori: la revolución francesa o la revolución rusa. Las historias de los historiadores son instrumentos para la toma o conservación del poder, que no hay que confundir con la destrucción de éste o aquel poder655.



José Martínez se daba cuenta de lo que pasaba, era un espectador del combate entre unos y otros por apropiarse de la historia, combate que para él significaba frustración y dolor porque todo por lo que luchaba y que había querido para España se desvanecía:

(...) para mí es difícil luchar en este tiempo. Pero haré lo que pueda. Porque pienso que un vencido lo que no puede perder nunca, lo que debe conservar a todo precio es su historia. Si conserva su historia puede vencer un día. Esta es viejo como la humanidad. Y cuando contribuye con sus conocimientos y con su nombre -su acción- a que la historia la hagan sus enemigos ha dejado de existir. Entonces ya no está vencido, sino muerto656.



Crítica constante desde la izquierda; rigor en los planteamientos, sin manipulación; libertad de expresión, con la diferencia de opiniones que supone, todo para que fuera el lector quien construyese un punto de vista propio y no tergiversado, esas fueron las ideas y los objetivos defendidos por José Martínez desde Ruedo Ibérico, y a los que dedicó su vida.




ArribaAbajoMuerte de José Martínez

«José Martínez, fundador de la editorial Ruedo Ibérico, muere en Madrid tras años de aislamiento», titulares como éste aparecieron en las páginas de los principales periódicos españoles y dedicaron páginas completas a recordar su figura y su actividad en el exilio. Entonces todos reconocían en él un símbolo, pero había muerto sin esperanza, sus sueños no se habían realizado, y en soledad, olvidado por muchos escritores que le debían la publicación de sus primeros libros.

José Martínez murió en Madrid, en marzo de 1986, no se sabe exactamente el día ya que fue encontrado el 12 por la mañana, en el suelo de la cocina del piso en que vivía en la calle Matías Turrión de la Ciudad Lineal. Aunque sin confirmar, parecía un ataque al corazón, se había caído de la silla y se había golpeado la cabeza, por lo que aparecieron algunas manchas de sangre657. Tenía 64 años. Se había trasladado a Madrid hacía tres años. La noticia en el periódico decía:

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(...) El aislamiento fue tal en sus últimos años que algunos amigos apenas sabían a qué se dedicaba. Pilar Muñoz, amiga del editor fallecido, informó que en los últimos tiempos José Martínez trabajaba en el departamento de ediciones del Instituto de España, la entidad que dirige Fernando Chueca Goitia. Fueron sus compañeros del Instituto los que dieron la alarma sobre la ausencia del fundador de Ruedo ibérico, que no respondía a sus llamadas658.



Cuando murió estaba trabajando en la traducción de La sonrisa del gafo de François Maspero, como ya se ha dicho, y preparaba un ensayo crítico sobre el P. S. O. E. De Ruedo Ibérico quedaba un fondo editorial que estaba intentando vender y así liquidar el pasivo que tenía la empresa, de cuya desaparición no debía salir perjudicado ni el sistema capitalista contra el que tanto había luchado y del que había recibido tantos zarpazos659.

Murió solo y en el olvido. Su archivo, que recogía su historia personal durante cuarenta años, lo vendió al Instituto de Historia Social de Amsterdam660. Otros se habían apoderado de la historia.

Cuando murió, fueron bastantes las voces que, con mayor o menor sinceridad, hicieron una valoración de la significación e importancia del trabajo realizado por José Martínez y Ruedo Ibérico. Como casi siempre ocurre en España, el reconocimiento llega cuando ya no se puede disfrutar de él661.

En el entierro estuvieron su hermano Jesús, Marianne Brüll, Teresa Mosquera, Juan Benet, Úrculo, Abásolo, Maragall, César Alonso de los Ríos, Vázquez Azpiri, Roberto Mesa, Joaquín Leguina, Enrique Moral, Ignacio Quintana, viuda de Juan Andrade, Fernando Claudín, Francisco Carrasquer, José Manuel Noredo, ..., y otros que habían colaborado con él en su proyecto.

Fernando Morán decía que Cuadernos de Ruedo Ibérico habían sido un estímulo y una considerable información para quienes querían y luchaban por una transformación democrática de España. Eso no es poco en un país en el que no se dejaba pensar, pero el objetivo propuesto iba mucho más lejos, Cuadernos, Ruedo Ibérico, José Martínez,   —390→   luchaban por una transformación mayor, el socialismo en su sentido más amplio, la revolución.

Ruedo Ibérico y sus Cuadernos habían sido plataforma y medio utilizado por la izquierda para expresarse cuando no era posible en España. Una vez cerca del poder, esa izquierda los olvidó porque ya no eran necesarios.

El esfuerzo editorial realizado para recuperar la historia contemporánea española, tan laureado por la oposición cuando existía la censura franquista, fue borrado de un plumazo desde los primeros momentos de la democracia, porque ya no se trataba de ser rebeldes, sino de tomar las mejores posiciones en la carrera por el poder, aunque para ello hubiera que renunciar al pasado más próximo.

Los golpes recibidos iban mellando la voluntad de Ruedo Ibérico/José Martínez, gran parte de sus antiguos colaboradores entraron a formar parte del nuevo sistema y la nueva España poco tenía que ver con sus sueños. Quizás unos sueños demasiado elevados que le impidieron darse cuenta de los auténticos medios y materiales que componían la realidad. Pero algo sí ha cambiado, ahora al menos podemos hablar de nuestros sueños en libertad.

Ruedo Ibérico se situó fuera del sistema, continuó su crítica constante, por eso fue olvidado. Ahora sólo quedan breves citas en las enciclopedias y los estudios bibliográficos, sin reconocer el gran esfuerzo realizado.

Una vez alcanzada la libertad, pareció que Ruedo Ibérico y su lucha se quedaron sin sitio. La Transición trajo consigo una «especie de urgencia por despolitizarse». Sólo tuvieron posibilidad de salir adelante aquellos que se incorporaron al proyecto colectivo. Aquellos que, como José Martínez, no lo hicieron porque sus ideales les impedían aceptar la transformación que se estaba llevando a cabo, se quedaron solos y fueron olvidados.

José Martínez era un hombre de oposición y precisamente esa actitud le hacía incómodo para quienes ya se habían instalado en el poder. Como ha dicho Alberto Hernando: «Pepe Martínez sabía demasiado». La recompensa recibida por su lucha constante fue la marginalidad y el olvido.