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ArribaAbajoCapítulo XX.

La multiplicación de efectos.


156. En el último capítulo hemos hecho conocer una causa del incremento de la heterogeneidad; en éste vamos a dar a conocer otra, que si es secundaria cronológicamente, no lo es, en importancia; pues aun cuando faltara la causa anteriormente estudiada, esta otra bastaría para el paso de lo homogéneo a lo heterogéneo; y en realidad, lo que sucede es, que combinándose ambas hacen dicho tránsito más rápido y más complicado. Para descubrir esta nueva causa no tenemos sino dar un paso más en el estudio, ya iniciado, del conflicto entre la fuerza y la materia.

Hemos visto: que cuando un todo uniforme está sometido a una fuerza constante, sus varias partes son modificadas diversamente, por hallarse en diferentes condiciones respecto a esa fuerza. Pero, al ocuparnos de las diversas modificaciones que experimentan las diversas partes de la masa, no hemos estudiado las diferentes y correlativas variaciones que experimentan a la vez las partes en que se divide necesariamente la fuerza total, y que no deben ser menos numerosas e importantes que las otras. Desde luego, siendo, como sabemos, iguales y contrarias la acción y la reacción, es claro que la fuerza incidente, al diversificar las partes de la masa sobre que actúa, debe también diversificarse correlativamente: en vez de ser, como antes, una fuerza constante o uniforme, debe hacerse multiforme, descomponerse en un sistema de fuerzas desiguales. Algunos ejemplos harán patente esta verdad.

En el caso antes citado, de un cuerpo hecho pedazos por un choque violento, a más del cambio de la masa homogénea en un grupo heterogéneo de trozos dispersos, hay, simultáneamente, un cambio de la fuerza única del choque en varias fuerzas, distintas a la vez por su intensidad y su dirección. Lo mismo sucede a las fuerzas que llamamos calor y luz: después de haber sido dispersadas en todos sentidos por un cuerpo radiante, son redispersadas nuevamente por los cuerpos sobre que caen. Por ejemplo: de los innumerables rayos del Sol que divergen en todos sentidos, una pequeña porción cae sobre la Luna, siendo en parte absorbidos, en parte reflejados en todas direcciones; de los reflejados, una pequeña parte cae sobre la Tierra, que a su vez vuelve a difundir los que no absorbe por el espacio ambiente. Mas, no solamente la reacción de la materia transforma toda fuerza en otras de distintas direcciones, sino también de distintas especies. Cuando dos cuerpos se chocan, lo que llamamos el efecto del choque es que uno de los dos o ambos cambian de posición o de movimiento; pero no es eso todo: además de ese efecto mecánico visible, prodúcese un sonido, o más bien vibraciones sonoras, en uno de los dos cuerpos, o en ambos, y en el medio ambiente; y a veces, decimos que esas vibraciones son el efecto del choque; el medio ambiente no sólo es puesto en vibración por el choque, sino que también prodúcense en él corrientes, por el movimiento de los cuerpos chocados, antes y quizá después del choque; por otra parte, si no hay fractura, hay por lo menos dislocación de las moléculas de alguno de los cuerpos, en el sitio chocado, dislocación que llega, a veces, hasta producir una condensación permanente, visible y acompañada de calor; por último, también es algunas veces efecto del choque una chispa de luz resultado de la incandescencia de alguna partícula arrancada por el choque y acompañada, quizá, de una acción química; puede suceder, pues, y sucede muy frecuentemente, que la fuerza mecánica de un choque se divida y transforma en cinco o más especies de fuerzas distintas. Tomemos para segundo ejemplo una vela encendida: en ella encontramos, desde luego, un fenómeno químico, consecutivo a un cambio de temperatura; una vez comenzada la combinación por efecto de calor exterior, verificase una producción y un desprendimiento continuos de ácido carbónico, de agua, etc.; es decir, un resultado ya más complejo que su causa originaria, el calor; pero a la vez que esos fenómenos químicos, hay también nueva producción de calor y de luz, que calentando la columna de aire y de los mismos gases recién formados, determina corrientes o movimientos en todo el aire circunvecino. Y no para ahí la descomposición de una fuerza en otras; pues cada una de esas nuevas fuerzas engendra a su vez otras muchas: así, el ácido carbónico formado se combinará poco a poco con alguna base, o bajo la influencia de la luz solar será descompuesto, para dejar su carbono en las hojas de alguna planta; el agua modificará el estado higrométrico del aire ambiente, o bien, si toca a un cuerpo frío, se condensará, cambiando la temperatura y quizá el estado químico de la superficie que recubra. Además, el calor de la combustión funde la materia de la vela y dilata todos los cuerpos adonde llega; y la luz, al caer sobre distintas sustancias, las modifica diferentemente, y de ahí los diversos colores. En fin, universalmente, el efecto de una fuerza es más complicado que la causa; sea o no homogénea la masa sobre que actúa, toda fuerza incidente se transforma o descompone en otras muchas diferentes por su intensidad, dirección, especie, o por todas esas relaciones simultáneamente; cada una de esas fuerzas sufre después análoga descomposición, y así sucesivamente.

Mostremos ahora cuánto adelanta la evolución con esa multiplicación de efectos. Toda fuerza incidente, descompuesta por las reacciones de los cuerpos sobre que actúa, en varias fuerzas diferentes, es decir, una fuerza que de uniforme se hace multiforme, se hace, a la vez, causa de un incremento secundario de multiformidad en el cuerpo que la descompone. Vimos en el capítulo anterior que las varias partes de un todo son diversamente modificadas por una misma fuerza incidente; y acabamos de ver que, a consecuencia de las reacciones de las partes diversamente modificadas, la fuerza inicial debe también dividirse y subdividirse en fracciones, diversas por uno o varios conceptos. Pero queda por hacer ver: que cada parte de la masa ya diversificada, se convierte en un centro desde el cual cada parte de las en que se ha dividido la fuerza total, es nuevamente difundida. Al fin, puesto que fuerzas iguales deben, en general, producir resultados diferentes, cada una de esas fuerzas parciales debe producir en la masa total nuevas diferenciaciones. Y es evidente que esta causa secundaria del paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, se hace más poderosa a medida que aumenta la heterogeneidad; pues cuando las partes, que resultan de la disgregación de un todo en evolución, han tomado ya naturalezas diversas, deben reaccionar distintamente sobre la fuerza inicial, deben subdividirla en grupos de fuerzas muy variados o diferentes; convirtiéndose cada una de esas partes en centro de una serie de influencias distintas, debe añadir cambios secundarios distintos a los ya operados en la masa total. Téngase presente, además, que el número de partes desemejantes de que consta un todo, y el grado de su desemejanza, son factores importantes de la operación que venimos estudiando: toda nueva división específica es un nuevo centro de fuerzas especificadas; si un todo uniforme hecho multiforme bajo la acción de una fuerza incidente, hace a su vez multiforme a esa fuerza, si un todo compuesto de dos partes desiguales, divide a una fuerza incidente en dos grupos diversos de fuerzas multiformes, es claro que cada nueva y distinta parte debe ser un nuevo origen de complicación para las fuerzas distribuidas en la masa, es decir, un nuevo origen de heterogeneidad. La multiplicación de los efectos debe ir, pues, en progresión geométrica; cada grado de la evolución debe ser preludio de otro grado más avanzado.

157. Actuando la fuerza de agregación primitiva, que comenzó la formación de las nebulosas, sobre masas irregulares de materia rarificada, difundida en un medio resistente, no pudo imprimir a esas masas movimientos rectilíneos hacia su centro común de gravedad, sino que debió cada masa seguir una trayectoria curvilínea, dirigida hacia uno u otro lado de dicho centro; y siendo distintas las condiciones de las varias masas, la gravitación les imprimiría movimientos diferentes en dirección, velocidad, curvatura de la trayectoria, etc.; es decir, que una fuerza primitivamente uniforme se diversificaría en muchas diferentes, bajo uno o varios aspectos. La operación, así comenzada, debió continuar hasta producir una sola masa de materia nebulosa, girando alrededor de un eje, condensación y rotación simultáneas, en que vemos cómo dos efectos de la fuerza primitiva, primero apenas divergentes, adquieren, en definitiva, diferencias muy marcadas. A medida que la condensación y la velocidad del giro aumentaban, aumentaba también, por la acción combinada de las dos fuerzas -agregativa y centrífuga-, el aplanamiento del esferoide nebuloso; tercer efecto. Al mismo tiempo, la condensación, en distintos grados, de las diversas partes de la masa, debió producir enormes cantidades de calor, pero también distintas, pues lo eran las fuerzas productoras; cuarto efecto. Las fuerzas de agregación y de rotación, actuando sobre esas masas gaseosas, desigualmente calentadas, producirían corrientes generales y locales; y cuando el calor alcanzara ya cierta elevación, se produciría también luz. Así, pues, aun prescindiendo de las acciones químicas, eléctricas, etc., se ve bien claramente: que si la materia existió in principio en estado difuso, la fuerza primitiva que inició su condensación debió irse dividiendo y subdividiendo, a la par que la masa; produciéndose por la serie mutua de acciones y reacciones de las partes de la una sobre las de la otra, una creciente multiplicación de efectos, que aumentaba cada vez más la heterogeneidad preexistente.

La parte de nuestra tesis relativa al sistema solar, es fácilmente demostrable, sin necesidad de hipótesis; basta estudiar atentamente los atributos astronómicos de la Tierra o de otro cualquier planeta. Primeramente el movimiento de rotación produce directa o indirectamente el aplanamiento polar, la alternativa de días y noches, corrientes marinas y atmosféricas. En segundo lugar, la inclinación del eje de rotación sobre la Eclíptica produce las diferentes estaciones. En tercero y último lugar, la atracción de los demás cuerpos del sistema, sobre este esferoide aplanado y girando alrededor de un eje inclinado, produce las mareas acuosas y atmosféricas y los movimientos de precesión y de nutación.

El modo más sencillo de hacer ver la multiplicación de efectos en los fenómenos del sistema solar, sería describir la influencia de cada elemento del sistema solar sobre todos los demás. Cada planeta produce, sobre los planetas próximos, perturbaciones apreciables, que complican las engendradas por otras causas, y producen también, sobre los planetas lejanos, perturbaciones menos visibles; he ahí una primera serie de efectos. Pero las perturbaciones de cada planeta son, a su vez, nuevo origen de otras; por ejemplo, habiendo desviado el planeta A al planeta B del sitio que éste ocuparía en un instante dado si A no existiera, las perturbaciones causadas por B serán distintas de las que serían, sin la existencia de A, y lo mismo puede decirse de cada uno de los astros del sistema, respecto a los demás he ahí una segunda serie de efectos mucho menos intensos, pero más numerosos. Como esas perturbaciones indirectas, o de segundo orden, modifican nuevamente los movimientos de los planetas, producen una serie terciaria de perturbaciones, y así sucesivamente: la fuerza ejercida por cada planeta produce un efecto distinto sobre cada uno de los otros; ese efecto se refleja desde cada uno de ellos, como centro, sobre todos los demás, pero muy debilitado, produciendo efectos mucho menores; y así, como ondas que se propagan y se reflejan en todas direcciones, pero debilitándose, como es natural.

158. Si la Tierra se ha formado por la concentración de una materia difusa, es preciso que estuviera primero fundida y candente: estado que se debe considerar hoy con lo demostrado inductivamente, ya se acepte o se rechace, para explicarlo, la hipótesis nebular. Ya hemos hablado de muchos resultados del enfriamiento gradual de la Tierra, tales como la formación de la corteza, la solidificación de los elementos sublimados, la precipitación del agua, etc.; efectos todos de una sola causa: la disminución del calor. Estudiemos, no obstante, los múltiples fenómenos a que da lugar la continuación de esa causa por sí sola. La Tierra, como todo cuerpo, al enfriarse, se contrajo indudablemente, en consecuencia, la primitiva costra sólida es ahora demasiado grande para el núcleo que sigue contrayéndose, y al cual tiene que seguir aplicada, pues no tiene espesor relativo bastante para sostenerse sola; pero una corteza esferoidal no puede, sin romperse o arrugarse, aplicarse a un núcleo más pequeño, como se ve en los frutos secos de corteza delgada, la cual se arruga al disminuir el volúmen del fruto por la evaporación de sus jugos; la corteza de la Tierra debió, pues, arrugarse, al seguir esta enfriándose; de ahí las desigualdades de la superficie terráquea, cada vez mayores, a medida que se espesa la costra por seguir el enfriamiento. Sin hablar de otras causas modificadoras, vemos cuán heterogénea se hizo la superficie de nuestro planeta, sólo por una causa: el enfriamiento. Los telescopios nos prueban que análoga heterogeneidad se ha producido en la Luna, donde no hay fuerzas acuosas ni atmosféricas. Notemos aún otra causa de heterogeneidad, simultánea y semejante a la ya estudiada. Cuando la costra sólida terrestre era aún delgada, las arrugas producidas por su contracción debían, no solamente ser pequeñas, sino dejar también entre ellas pequeños espacios bajos, aplicados suavemente al esferoide líquido interior; y el agua, que se condensaría primero sobre las regiones polares, se distribuiría con cierta regularidad. Pero, a medida que la costra iba espesándose y adquiriendo más resistencia, las arrugas se harían más grandes y separadas, las superficies intermedias seguirían al núcleo menos exactamente, y así se formaron las grandes extensiones, hoy existentes, de tierra y agua. Análogamente, cuando se envuelve una naranja con papel de seda húmedo, se ve cuán pequeñas son y espesas están las arrugas, y lo mismo los espacios que las separan. Pero si se la envuelve con papel más grueso, se notará la mayor altura y separación de las arrugas, etc. Ese doble cambio, en la altura y separación de las cordilleras terrestres y de sus cuencas respectivas, implica otra heterogeneidad; las de las líneas de costas: una superficie elevada próximamente lo mismo, sobre el nivel del Océano, tendría unas riberas o costas regulares; pero una superficie diversificada por llanuras y cordilleras, debe presentar fuera del agua contornos muy irregulares. Véase cuán variada e indefinida multiplicación de efectos geológicos y geográficos ha producido directa o indirectamente, con el transcurso de los siglos, una sola causa: el enfriamiento sucesivo de la Tierra.

Si pasarnos de los agentes que los geólogos llaman ígneos, a los ácueos y atmosféricos, veremos también en progresión reciente la multiplicación de efectos; el aire y el agua, desgastando las superficies que rozan, no han cesado de modificarlas desde el principio, y de producir doquier muchos y distintos cambios. Ahora bien; como ya sabemos (69), el origen de esos movimientos de los fluidos exteriores terráqueos es el calor solar: la transformación del calor solar en diversos modos de fuerza, según la materia que lo recibe, es, pues, el primer grado de la complicación que vamos a estudiar. Los rayos solares caen con variedad de inclinaciones sobro el esferoide terráqueo, que, en virtud de su doble movimiento, presenta y oculta el Sol, alternativamente, las diversas partes de su superficie; esto sólo bastaría para una gran variedad de efectos, aun cuando la superficie de recepción fuese uniforme; pero siendo ésta, además, tan accidentada, aquí mares, allí nieves, acá llanuras, acullá montañas, y todo eso rodeado de una atmósfera en la que flotan nubes, algunas veces exiensas, todavía serán mucho más varios los efectos. Se engendrarán corrientes marinas y atmosféricas, con diversidad de direcciones, velocidades y temperaturas; se evaporarán enormes cantidades de agua, que, disipadas primero en la atmósfera, se precipitarán luego en forma de rocío, lluvia, nieve, etc., dando a su vez origen a los arroyos, torrentes, ríos, lagos; en los sitios muy fríos se formarán grandes cantidades de hielo, rompiendo, quizas, algunas rocas heladizas, y arrastrando luego los pedazos el deshielo, etc., etc.

En un segundo grado de complicación, cada uno de los diversos movimientos producidos directa o indirectamente por el Sol, produce, a su vez, multitud de resultados variables, según las condiciones; la oxidación, la sequedad y la humedad, los vientos, las lluvias, las nieves, los hielos, los ríos, las olas, y tantas otras causas, operan desintegraciones, cuyas intensidades y especies están determinadas por las condiciones o circunstancias locales. Así, cuando esos agentes operan sobre masas de granito, en unas partes no producen efecto apreciable; pero, en otras, producen exfoliaciones y roturas, de que resultan los guijarros y cantos rodados; y en otras, después de haber descompuesto el feldespato en kaolín, le arrastran con la mica y el cuarzo que le acompañaban, y le depositan en capas en el fondo de los ríos y de los mares. Cuando la superficie, sometida a dichas causas, se compone de partes ígneas y de partes sedimentarias, los cambios verificados son aún más heterogéneos; pues siendo muy distintos los grados de destrucción de que son susceptibles ambas especies de formaciones, la superficie, en cuestión, se desintegrará más irregularmente.

Las varias corrientes de agua, al lavar las superficies de distinta composición, arrastran diversas combinaciones, que luego depositan en nuevas capas; sencillo ejemplo, que prueba una vez más, cómo la heterogeneidad de los efectos crece en progresión geométrica con la heterogeneidad de los objetos que sufren la acción de las masas. Un continente con toda su compleja estructura, con tantas capas de tan varías composiciones, irregularmente distribuidas, elevadas a distintos niveles, inclinadas bajo todos los ángulos, debe, sometido a los mismos agentes de destrucción, originar efectos inmensamente multiformes o heterogéneos; cada distrito debe ser modificado de un modo especial; cada río arrastrar distinta especie de detritus; cada depósito debe estar diferentemente situado y distribuido por la variedad de corrientes y de sinuosidades de los ríos, etc., etc. Consideremos, para terminar el estudio de la ley en el reino inorgánico de nuestro globo, lo que sucedería a consecuencia de una gran revolución geológica; por ejemplo, el hundimiento de la América Central. Los resultados inmediatos de la dislocación serían ya por sí bastante complicados: innumerables capas terrestres se romperían; inmensos terremotos, acompañados, tal vez, de terribles erupciones volcánicas, se propagarían a millares de millas; el Atlántico y el Pacífico se precipitarían a llenar el hueco dejado por el hundimiento; gigantesco choque de dos Océanos, que produciría profundos y numerosos cambios en sus antiguas y nuevas costas; furiosas y enormes oleadas atmosféricas barrerían la superficie terráquea, complicadas con las corrientes gaseosas de los volcanes, y con deslumbrantes y atronadoras descargas eléctricas. A todos esos efectos temporales seguirían otros muchos permanentes: cambiarían sus direcciones o intensidades las corrientes de ambos Océanos, y por tanto, la distribución de calor de que son agentes muy principales, y las líneas isotermas; cambiarían también su curso las mareas; los vientos sufrirían más o menos variación en sus períodos, direcciones, velocidades y temperaturas; variaría la cantidad media de lluvia en cada país; en fin, las condiciones físicas de casi toda la superficie terráquea serían diferentes. Cada uno de esos cambios comprende otros muchos secundarios; véase, pues, la inmensa heterogeneidad de efectos operados por una fuerza única, cuando esa fuerza obra sobre una vasta y complicada superficie terráquea, y no se vacilará en suponer que, desde el principio, las modificaciones de nuestro planeta han seguido, en su complicación y multiplicidad, una progresión creciente.

159. Vamos ahora a seguir el mismo principio universal en la evolución orgánica. Ya hemos visto en ella el paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, pero no es tan fácil hacer ver la producción de muchos efectos por una sola causa; pues los cambios orgánicos son, desde el desarrollo del germen hasta la muerte, tan lentos y graduales, y las fuerzas que los producen tan complicadas y ocultas, que es muy difícil descubrir la multiplicación de efectos, tan patente en el reino o imperio orgánico. Con todo, si no directamente, ya podremos comprobar el principio en cuestión, más o menos indirectamente.

Notemos, desde luego, cuántos efectos produce un solo estímulo en una organización bien desarrollada, en un hombre adulto, por ejemplo. Un ruido alarmante, la vista de un objeto, terrorífico, además de las impresiones inmediatas que producen sobre los sentidos y los nervios, pueden producir también un grito, un sobresalto, un cambio de fisonomía, temblor, sudores, palpitaciones, subida de sangre a la cabeza, síncope, y quizá hasta la iniciación de una larga enfermedad, con sus varios y complicados síntomas. Una pequeñísima cantidad de virus variólico inoculado producirá, en un caso grave: en el primer periodo, escalofríos, fiebre, sarro lingual, inapetencia, sed, dolores epigástricos, de cabeza, dorso y miembros, vómitos, debilidad muscular, convulsiones, delirio, etc.; en el segundo período, una erupción cutánea, prurito, chillar de oídos, dolor o hinchazón de garganta, salivación, tos, ronquera, disnea, etc.; y en el tercero, inflamaciones edematosas, neumonía, pleuresía, diarrea, inflamación del cerebro, oftalmía, erisipela, etc.; y cada uno de esos varios fenómenos es a su vez más o menos complejo. Análogamente, se ve que un medicamento, un manjar especial, un cambio de clima, producen, a veces, múltiples y heterogéneos resultados. Pues bien, basta considerar que los numerosos resultados producidos por una sola fuerza sobre un organismo adulto, deben tener sus análogos o correlativos en un organismo embrionario, para comprender cómo en esos pequeños seres, la producción de numerosos efectos por una sola causa, es origen de su creciente heterogeneidad. El calor exterior y otros agentes que determinan las primeras complicaciones del germen, provocan, reaccionando sobre ellas, nuevas complicaciones, y así sucesivamente, cada órgano, a la par que se va desarrollando, aumenta, por sus acciones y reacciones sobre los demás, la heterogeneidad del conjunto. Los primeros latidos del corazón de un feto deben ayudar simultáneamente al desarrollo de todos los órganos: tomando cada tejido, de la sangre, los elementos necesarios para su nutrición, debe modificar la constitución de ese líquido, y por tanto, la nutrición de los demás tejidos; ésta implica, además de la asimilación, ciertas pérdidas, o sea un desgaste de materia que arrastrada, a su vez, por la sangre, debe influir en el resto del organismo, y quizá originar, como algunos creen, la formación de los órganos excretores. Las conexiones nerviosas entre las vísceras deben multiplicar aún más sus influencias mutuas; y lo mismo sucede a toda modificación de estructura, a toda parte nueva y a todo cambio en las relaciones entre las partes, y una prueba bien patente es que un mismo germen puede desarrollarse con distinta forma, según las circunstancias. Así, en el principio de su desarrollo, todo embrión está desprovisto de sexo, resultando luego hembra o macho, según las fuerzas que concurren al desarrollo: sabido es que las larvas de las abejas obreras y reinas son idénticas, resultando, respectivamente, unas u otras, según la alimentación y las condiciones ambientes. Algunos entozoarios presentan ejemplos aún más sorprendentes: un huevo de tenia, si llega al intestino de un animal determinado (de especie), se desarrolla bajo la forma del gusano de que procede; pero si va a parar a otro punto del organismo, o a otra especie de animal, resulta un gusano utricular de los llamados cisticercos, equinococus, etc., tan diferentes de la tenia en forma y estructura, que han sido precisas minuciosísimas investigaciones para demostrar que tienen el mismo origen. Todos esos casos demuestran, que toda nueva complicación de un embrión en vía de desarrollo, resulta de la acción de las fuerzas incidentes sobre la complicación anterior. La hipótesis, hoy admitida, de la epigénesis, nos obliga a admitir también que la evolución orgánica se verifica como acabamos de indicar. En efecto, puesto que está demostrado que ningún germen animal ni vegetal contiene el más pequeño rudimento, la más ligera traza, el más débil indicio del organismo que de él ha de salir; puesto que el microscopio nos revela que la primera operación que se verifica en un germen fecundado, es una división espontánea, que produce una formación de células sin carácter específico alguno, no podemos dejar de concluir que la organización parcial, existente en cada momento, en un embrión que se desarrolla, se transforma, por efecto de las fuerzas que actúan sobre ella, y pasa a otra fase o a otro grado más avanzado de organización, y de ese a otro, y así sucesivamente, hasta llegar a la forma y estructura definitivas.

Así, pues, aunque la pequeñez de las fuerzas y la lentitud de las metamorfosis nos impidan seguir de un modo directo la génesis de los diversos movimientos producidos por cada fuerza, en las fases sucesivas de la evolución embrionaria, tenemos pruebas indirectas de que esa multiplicación de efectos se verifica, y es una de las causas productoras de la heterogeneidad orgánica. Hemos indicado la multitud de efectos que una sola fuerza puede producir en un organismo adulto; hemos inducido, de ciertos hechos muy notables, que un organismo embrionario puede también ser teatro de una multiplicación de efectos; hemos hecho ver que la aptitud de ciertos gérmenes para desarrollarse con variadas formas, implica que las transformaciones sucesivas resultan de nuevos cambios provocados por los precedentes; y hemos, por último, observado que, siendo todos los gérmenes primitivamente homogéneos, no se puede explicar de otro modo su desarrollo. Sin duda, no hemos explicado por qué el germen, al experimentar ciertas influencias, sufre los cambios especiales que inician la serie de sus transformaciones; todo lo que podemos afirmar es: que la evolución que saca un organismo determinado de un germen, en virtud de propiedades misteriosas de éste, pende también, en parte, de la multiplicación de efectos que hemos reconocido como concausa de la evolución en general, hasta donde la hemos seguido.

Pasemos ya del desarrollo de una planta o de un animal al de la fauna o flora terrestre, respecto a los cuales será más sencilla y clara la demostración. Indudablemente, según ya hemos reconocido, la paleontología no nos autoriza para afirmar en absoluto: que desde los tiempos primitivos de la vida orgánica hasta el presente, los grupos de seres organizados han sido en cada época más heterogéneos que en la anterior; mas ya veremos que puede inferirse como muy probable su continua tendencia a la heterogeneidad, por la multiplicación de efectos debidos a cada causa, que, como ya hemos visto, ha debido acrecentar primero la heterogeneidad física terrestre, y, como consecuencia, la heterogeneidad de las faunas y floras parciales y totales. Un ejemplo aclarará esto: supongamos que por una serie de levantamientos verificados a grandes intervalos, la parte oriental del archipiélago indio se elevase y formara un continente surcado por una cordillera a lo largo del eje de elevación, el primer levantamiento de la serie modificaría ligeramente las condiciones de existencia de los animales y plantas de Borneo, Sumatra, Nueva Guinea y otras islas; pues cambiarían la temperatura y humedad y sus variaciones periódicas, en general, multiplicándose también quizá las diferencias locales. Esas modificaciones producirían, como natural consecuencia, las de la fauna y la flora del país, siquiera fuese ligeramente y en relación con las distancias de las especies, y aun de los individuos de cada especie, al eje del levantamiento. Las plantas que sólo pueden vivir a orillas del mar, dejarían probablemente de existir, al menos en algunos sitios; otras, que no viven sino en lugares pantanosos, experimentarían, las que sobrevivieran, cambios de aspecto visibles; y aun más notables los sufrirían las plantas marinas de las tierras emergentes. Los animales que se alimentan de esas plantas serían doblemente modificados por el cambio de alimento y por el cambio de clima, sobre todo aquéllos que se vieran obligados a nutrirse de otras plantas por haber desaparecido las que antes les servían de alimento. Durante la vida de las numerosas generaciones sucesivas que mediaran del primero al segundo levantamiento, las alteraciones, apreciables o no, que por aquél se hubieran producido en cada especie, se organizarían y se establecería una adaptación más o menos completa a las nuevas condiciones de existencia.

El levantamiento siguiente produciría nuevos cambios orgánicos, que alejarían aún más las nuevas formas y estructuras de las primitivas, y así sucesivamente. Pero nótese bien que esa transformación no se reduciría al cambio de un millar de especies primitivas en un millar de especies modificadas, sino que se formarían muchos miles de especies, variedades y razas modificadas. En efecto, distribuyéndose cada especie y tendiendo, naturalmente, a colonizar las nuevas superficies emergentes, sus varios individuos sufrirían diversas series de cambios: los que se acercaran al Ecuador serían modificados distintamente que los que se alejaran; los que se quedaran en las nuevas costas o riberas experimentarían diferentes modificaciones que los habitadores de las montañas; y de ese modo cada especie primitiva sería un tronco de que divergirían otras muchas, más o menos diferentes de aquélla y entre sí . Si algunas especies desaparecían, las más pasarían al período geológico siguiente, y su mayor dispersión favorecería su diversificación. Y no solamente se verificarían cambios orgánicos por la influencia de los nuevos alimentos y climas, sino también por la de nuevas costumbres; la fauna de cada isla se pondría en contacto con las faunas de las otras islas, probablemente algo distintas de aquella y entre sí; los fitófagos tendrían que adoptar nuevos modos de huida o defensa, y a su vez los zoófagos variarían correlativamente sus modos de ataque. Sabemos que, cuando lo exigen las circunstancias, no dejan de verificarse esos cambios en los animales; y que, cuando llegan a dominar nuevas costumbres, modifican, hasta cierto punto, la organización. Veamos ahora un nuevo corolario. No solamente debe nacer, de las influencias externas, una tendencia a la diversificación de cada grupo de organismos en varios grupos, sino también, en circunstancias favorables, una tendencia a la producción de organismos más complicados. En general, esas variedades divergentes, producidas por nuevas condiciones y costumbres, presentarán cambios indeterminados en grado y especie, y de los cuales muchos no serán progresivos; es decir, que no serán más heterogéneos que el tipo original, muchos de los tipos modificados. Pero debe suceder, indudablemente, que tal o cual división de una especie dada, habiendo de vivir en condiciones ambientes más complejas, y que exigirán, por tanto, mayor complejidad de actos vitales, sufrirá gradualmente los cambios orgánicos correlativos; es decir, se hará, poco a poco, más heterogénea. Por consiguiente, se harán cada vez más heterogéneas tanto la fauna como la flora terráqueas. Sin entrar, pues, en detalles aquí improcedentes, es indudable que los cambios geológicos han tendido siempre a hacer más complicadas las formas de la vida, ya se las considere conjunta o separadamente; la multiplicación de efectos, que ha sido, en gran parte, la causa que ha hecho pasar la corteza terrestre de un estado simple a otro complejo, ha producido, a la vez y secundariamente, análoga transformación en los organismos terráqueos10.

Esa deducción que sacamos de los principios de la Geología y de las leyes generales de la vida, crece en valor desde que se ve comprobada por inducciones sacadas de la experiencia. Así, la divergencia de razas derivadas de una sola que, según las anteriores conclusiones, ha debido producirse sin interrupción durante las diversas épocas geológicas, se ha producido efectivamente, desde los tiempos prehistóricos, en el hombre y en los animales domésticos. Así también la multiplicación de efectos que, según nuestras deducciones, ha debido ser la principal causa de las transformaciones orgánicas en los antiguos períodos geológicos, lo ha sido y es aún visiblemente, en los períodos modernos. Causas únicas, tales como el hambre, el aumento excesivo de población, la guerra, etc., han producido periódicamente nuevas dispersiones de los hombres y de los seres que de él dependen; cada una de esas dispersiones ha sido el punto de partida de nuevas modificaciones y de nuevas variedades del tipo. Hayan o no salido de un mismo tronco todas las razas humanas, la Filología hace pensar como muy probable que grupos enteros de variedades, hoy muy distintas, no formaban en otro tiempo más que una raza; cuya dispersión en diferentes climas y con diversas condiciones de existencia ha originado todas esas variedades. Lo mismo se observa en los animales domésticos; pues si en algunos casos, por ejemplo, en los perros, la comunidad de origen puede ser muy discutida, en otros, como en el ganado lanar, no se puede negar que las diferencias locales de clima, de alimentos y de cuidados han transformado una sola raza en varias otras tan distintas, que producen híbridos inestables. Y en medio de esa complicación de efectos de una causa única, se observa lo que hemos deducido a priori, a saber: no sólo un incremento de heterogeneidad general, sino también de heterogeneidad especial. En la especie humana, por ejemplo, si algunas razas han sufrido cambios que no constituyen un progreso, otras sí se han hecho indudablemente más heterogéneas; los europeos civilizados se apartan más del tipo general de los vertebrados que los pueblos salvajes.

160. Pasemos a los fenómenos psíquicos. Una impresión sensorial no se contenta con producir un solo estado de conciencia, sino varios, unidos por lazos de coexistencia o de sucesión; y hasta se puede afirmar que el número de ideas engendradas o despertadas por una misma impresión está en razón directa del grado de inteligencia o de cultivo intelectual del ser impresionado, y también de la extensión de la superficie impresionada.

Si algun pájaro desconocido, arrojado de otras regiones por vicisitudes atmosféricas, llegase a nuestro país, no excitaría reflexión alguna en el ganado, en medio del cual supongamos descendiera: las reses no verían en él sino un ser parecido a los que están acostumbrados a ver volar a su alrededor, y esa percepción sería lo único que interrumpiera en ellas la rudimentaria corriente mental que debe acompañará sus actos de pacer y rumiar. Si el pastor que cuidara ese ganado cogiese dicho pájaro, ya le miraría con alguna curiosidad; le reconocería probablemente como distinto de los que está acostumbrado a ver, y se preguntaría: ¿de dónde y por qué ha venido? El disecador que le preparase para conservarle, recordaría las especies con las que el pájaro exótico tuviera semejanza, notaría todos los detalles de su plumaje y de su estructura; tal vez recordaría otros pájaros también venidos de otros países, y las personas que los habían encontrado y comprado, ete. Si le estudiase algún naturalista de la antigua escuela, que no se fijaba sino en los caracteres exteriores, examinaría detalladamente las plumas, apuntando todos los caracteres que las distinguieran, referiría a orden, familia y género determinados, el individuo alado, y quizá dirigiría comunicaciones a las sociedades de naturalistas y a las redacciones de los periódicos científicos describiendo la nueva especie. Por último, si al nuevo individuo le examinase algún anatómico profundo, descubriría quizá alguna particularidad notable en su estructura, y de ahí nuevas relaciones entro la división zoológica en que se le incluyera y las demás, nuevas homologías y diferencias orgánicas, y tal vez nuevas ideas sobre el origen de las formas orgánicas.

Pasemos a las emociones. En un niño no produce un rapto de ira paterna más que el temor vago, la impresión penosa de un mal que le amenaza, bajo la forma de un dolor físico o de una privación de placeres. En un adolescente las mismas palabras de severidad producirán otra clase de sentimientos: ya vergüenza, arrepentimiento y pesar de haber ofendido a su padre; ya un sentimiento de injusticia y por consiguiente de ira, siquiera sea reprimida. En una esposa, puede producir también muy diversos sentimientos una reprensión marital: ya pena por haberla merecido; ya ira o desprecio, si es injusta la reprensión; ya simpatía por el sufrimiento conyugal que la reprensión manifiesta; tal vez dudas acerca de la causa de aquélla. En los adultos se notan también las mismas diferencias en el número o intensidad de los efectos que se producen simultáneamente, o en rápida sucesión, por una misma causa: así en los de inferior naturaleza se manifiesta, desde luego, el choque de un corto número de sentimientos sin compensación mutua, al paso que en los de naturaleza superior se produce una serie de afectos secundarios que modifica a los primitivamente desarrollados por la misma causa.

Se objetará, quizá, que esos ejemplos manifiestan cambios funcionales del sistema nervioso pero no cambios de estructura, y que éstos no son necesaria consecuencia de aquéllos. Es verdad: pero si se admite que los cambios de estructura son los resultados de los cambios funcionales lentamente acumulados, se deducirá que la multiplicación de efectos, que crece a la par que se va verificando el desarrollo orgánico, es una concausa de la evolución del sistema nervioso, como de toda evolución.

161. Si es posible referir el progreso individual humano, tanto corporal como espiritual, a la producción de muchos efectos por una sola causa, con mayor razón podremos explicar por esa misma ley el progreso social en su conjunto y en cada una de sus esferas. Examinemos el desarrollo de una sociedad industrial. Cuando algunos individuos de una tribu revelan una aptitud especial para fabricar ciertos utensilios, por ejemplo, armas, que todos fabricaban antes, esos individuos tienden a diferenciarse de los demás, y hacerse fabricantes de armas; sus compañeros, la mayoría guerreros o cazadores, quieren tener, naturalmente, las mejores armas posibles, y las encargan a esos obreros hábiles; éstos, a su vez, que reúnen casi siempre, a su especial habilidad, gusto en hacer esa clase de obra, ejecutan esos encargos mediante recompensas proporcionadas. Una vez comenzada la especialización de funciones, tiende a crecer y hacerse más señalada. En el fabricante de armas, la práctica aumenta su habilidad y hace sus productos superiores: en sus clientes cesa la práctica, y por tanto, la habilidad para esa clase de obra, empezando tal vez a manifestarse para otra. Ese movimiento social que tiende a la división del trabajo, se acentúa cada vez más en la dirección en que ha empezado; y la heterogeneidad, así comenzada, se hará permanente para esa generación, si no para más tiempo. Además de esa división primaria que separa la masa social en dos partes, una que monopoliza cierta función o industria, y otra que ha olvidado, o poco menos, practicarla, prodúcense secundariamente otras muchas divisiones. Ese progreso iniciado implica, a su vez, la iniciación del comercio, puesto que es preciso pagar al fabricante de armas con lo que él pida, y no querrá, naturalmente, siempre una misma clase de artículos, sino muchas, porque no necesita solamente esteras, o pieles o utensilios de pesca, etc., sino todos esos artículos, y en cada ocasión querrá el que le haga más falta; ¿qué resultará de eso? Si, como es seguro, hay también diferentes habilidades para fabricar cada uno de esos útiles en los diversos individuos de la tribu, el fabricante de armas exigirá de cada uno lo que fabrique mejor, a cambio de las armas que le compre. A su vez cada uno de esos fabricantes de esteras, redes, etc., habiendo de hacerse las suyas, y además las que ha de cambiar, se hará más apto o hábil para fabricarlas; y así se irán marcando, cada vez más, las varias aptitudes de los distintos individuos. La causa original única, ha producido, no sólo un doble efecto primario, sino una serie de efectos secundarios. Tales diferenciaciones, cuyas causas y efectos se manifiestan hasta en los grupos escolares, no pueden producir una distribución duradera de las funciones industriales en una tribu nómada; pero en un pueblo sedentario, que se multiplica sin variar de localidad, esas divisiones se hacen permanentes y crecen a cada generación.

En efecto, el aumento de población implica un aumento correlativo en la producción industrial; éste acrece, a su vez, la actividad funcional de cada individuo y de cada clase de productores, lo cual hace más marcada la especialización, si estaba ya establecida, y la establece, si estaba apenas iniciada. Aumentando, a la par, la demanda de medios de subsistencia, cada individuo se ve más y más obligado a limitarse a aquellos productos que hace mejor, y que, por tanto, le será más fácil cambiar o vender, le producirán más ganancia. Esto, a su vez, favorece el aumento de población que reacciona lo mismo, etc. De esos mismos estímulos nacen nuevas divisiones y subdivisiones profesionales: obreros que quieren competir en la bondad o facilidad de fabricación de sus productos del mismo género, inventan materiales y procedimientos mejores. Así, por ejemplo, la sustitución del bronce a la piedra en la fabricación de armas y herramientas, debió producir al que la inventó un gran aumento de pedidos, hasta el punto de necesitar todo el tiempo para hacer el bronce y tener que dejar a otros la fabricación de los utensilios. Pero sigamos los múltiples erectos de ese cambio. El bronce reemplaza doquier a la piedra, no solamente en los artículos en que aquélla era usada, sino en otros; por consecuencia, resultan modificaciones en los artefactos y en los modos de fabricación de los objetos; cambian la construcción de habitaciones, la escultura, los vestidos, los adornos, etc., se establecen manufacturas, antes imposibles por falta de materiales y de herramientas; y, en fin, todos esos cambios reaccionan sobre las personas, multiplicando sus habilidades, sus aptitudes, aumentando su bienestar, reformando sus costumbres y gustos.

No hemos de seguir a través de todas sus múltiples y, sucesivas complicaciones la creciente heterogeneidad social que resulta de la producción de muchos efectos por una causa; dejemos las fases intermedias del desarrollo social, y pongamos algún ejemplo de la última, o fase actual. Si quisiéramos seguir los efectos de la fuerza del vapor en sus aplicaciones a las minas, a la navegación, a las manufacturas, etc., aún nos perderíamos en un mundo de detalles; limitémonos a considerar la última aplicación de esa fuerza, la locomotora. Esta maquina ha sido la causa inmediata de toda la red de ferro-carriles, y por consiguiente, ha cambiado la faz de los países civilizados, las costumbres y negocios de casi todos sus habitantes. Examinemos primeramente la serie complicada de fenómenos que preceden a la construcción de un camino de hierro; los estudios previos, la concesión, la formación de empresa, las expropiaciones, los planos y Memoria descriptiva, todo lo cual supone numerosas transacciones, desarrollo o creación de nuevas profesiones, etc., etc. Notemos ahora los cambios que implica la construcción de la vía: desmontes, terraplenes, túneles, puentes, estaciones, traviesas, rails, locomotoras, tenders, vagones; todo lo cual acrece numerosos comercios: los de madera, hierro, piedra, hulla, etc.; crea nuevas profesiones: conductores, fogoneros, maquinistas, asentadores de rails, etc. Y por último, una vez hecha la vía y en explotación, los variadísimos y nuevos cambios, que todos conocemos, en los transportes de mercancías y viajeros, y sus consecuencias: la organización de todos los negocios se diversifica de mil modos; la facilidad de las comunicaciones permite hacer por sí mismo lo que antes había que encomendar a otros; se establecen agencias en sitios donde no hubieran podido subsistir antes; se traen mercancías por mayor, de puntos lejanos, en vez de tomarlas por menor en puntos próximos; y algunos productos se consumen a distancias que, sin ferro-carriles, les hubieran sido infranqueables. La rapidez y facilidad del transporte tiende a especializar más que nunca las industrias de los varios distritos, a restringir cada manufactura a la fabricación de los productos, que según las condiciones de la localidad, tenga más cuenta. La distribución económica abarata, generalmente, los productos, y los pone al alcance de los que de otro modo no podrían comprarlos, mejorando así su bienestar, y, por tanto, sus costumbres. Al mismo tiempo, los viajes se multiplican; muchas personas, que antes no podían, hacen un viaje anual al mar, a ver a sus amigos lejanos, y probablemente esas excursiones mejoran su salud, elevan sus sentimientos y desarrollan su inteligencia. Las cartas y noticias llegan con más rapidez a su destino; hasta la literatura halla una nueva puerta de salida en las Bibliotecas de Ferrocarriles, y el comercio un nuevo medio de anuncios, en los vagones y en las Guías de Ferro-carriles. Todos esos innumerables cambios, de que acabamos de dar una sumaria enumeración, son, indudablemente, consecuencia de la invención de la locomotora. El organismo social se ha hecho más heterogéneo a consecuencia de las nuevas profesiones y de la mayor especialización de las ya existentes; los precios de mercancías y trabajos han variado; no hay comercio que no haya modificado más o menos su manera de negociar; no hay persona que no haya sufrido algún cambio en sus acciones, pensamientos, emociones, etc.

Todavía haremos una observación; ahora vemos también más claramente un hecho ya indicado, a saber: que cuanto más heterogénea es la masa sobre que se ejerce una influencia cualquiera, más numerosos y variados son los efectos producidos. Por ejemplo, en las tribus primitivas, que le conocían, el caoutchout o goma elástica apenas producía cambios, entre nosotros sería preciso un gran volumen para describirlos. El telégrafo eléctrico casi sería inútil a los habitantes de una pequeña isla incomunicada con el resto del globo, y ya sabemos los inmensos beneficios que proporciona a las naciones.

Si el espacio lo consintiese, seguiríamos esta síntesis en sus relaciones con todos los productos de la vida social: veríamos cómo, en las ciencias, el progreso de una sección hace avanzar a todas; los progresos que los instrumentos de óptica, cada vez más perfectos, han producido en Astronomía, en Anatomía, en Fisiología, en Patología, etc.; cómo la Química ha influido en los progresos de la Electrología, de la Biología, de la Geología, etc., y recíprocamente la Electrología sobre la Química, la Termología, la Óptica, la Fisiología y la Terapéutica. Notaríamos la verificación del mismo principio en literatura: ya en las numerosas y variadas publicaciones periódicas derivadas de las primitivas Gacetas, que han influido en las otras formas de la literatura y entro sí mutuamente; ya en la influencia que los libros de un eminente escritor ejercen sobre los escritores contemporáneos y sucesivos, etc. En pintura: la influencia que una nueva escuela ejerce sobre las anteriores; los signos que, inducen a pensar que todas las formas de esa bella arte se derivan de la fotografía; los resultados complejos de las nuevas doctrinas críticas, son otros tantos ejemplos de la multiplicación de efectos, cuyos complicados y numerosos cambios no queremos seguir, por no cansar más la paciencia del lector.

162. Después de las razones que dimos al final del capítulo anterior, no hay necesidad de insistir mucho, en el presente, para deducir el principio de la multiplicación de efectos, del de la persistencia de la fuerza, como dedujimos de este mismo, el de la instabilidad de lo homogéneo. Pero, por simetría o semejanza de los dos capítulos, haremos aquí algunos, aunque breves, razonamientos.

Llamamos cosas distintas o diferentes a las que nos producen distintas sensaciones, y no podemos conocerlas como distintas sino por las diferentes acciones y reacciones que nuestra conciencia nos revela. Cuando distinguimos los cuerpos en ásperos y lisos, querernos decir simplemente que a fuerzas musculares semejantes, empleadas en tocar esos cuerpos, corresponden sensaciones, fuerzas de reacción, desemejantes. Los objetos que llamamos rojos, azules, amarillos, etc., son objetos que descomponen la luz de modos diversos; es decir, que conocemos los contrastes de los colores, como contrastes de cambios producidos sobre una misma fuerza. Evidentemente, dos cosas cualesquiera que no produzcan efectos desiguales en el Yo, no pueden ser conocidas como distintas; y si lo serán si los producen: ya porque impresionen a nuestros sentidos con fuerzas desigualmente modificadas por causas externas, ya porque nuestros órganos opongan desiguales resistencias. Cuando se dice que las diversas partes de un todo deben reaccionar diferentemente sobre una misma fuerza que actúe sobre ellas, se dice realmente una trivialidad, la cual vamos a tratar de reducir a su última expresión.

Al afirmar la desemejanza de dos objetos, por la de los efectos o impresiones que producen en nosotros: ¿cuál es nuestra autoridad y qué entendemos por desemejanza, bajo el punto de vista objetivo? La autoridad de nuestra afirmación tiene por fundamento la persistencia de la fuerza. Una modificación de cierto género y de cierta intensidad ha sido producida en nosotros por uno de los objetos, y no por el otro; esa modificación la atribuimos a una fuerza que uno de los objetos ha ejercido y el otro no; porque de no ser así, hay que afirmar que la modificación no ha tenido causa eficiente; es decir, hay que negar la persistencia de la fuerza. Esto patentiza que lo considerado como diferencia objetiva, es la presencia, en uno de los objetos, de alguna fuerza o de alguna serie de fuerzas, que el otro no posee; es alguna diferencia en la especie, dirección, intensidad de las fuerzas constituyentes de los dos objetos. Pero si los objetos, o partes de un objeto, que llamarnos diferentes, son únicamente aquellos cuyas fuerzas constitutivas difieren en uno o varios atributos; ¿qué deberá suceder a una fuerza o a fuerzas iguales que actúen sobre esos objetos? Que deberán ser modificadas directamente; puesto que encuentran diversas fuerzas modificadoras o antagonistas, y de no producir éstas distintas modificaciones en la fuerza única o en las fuerzas iguales incidentes, resultaría que las fuerzas-diferencias no producían efecto alguno; es decir, se anulaban, no eran persistentes.

Creemos inútil desarrollar más ese corolario, y que basta con lo dicho para ver con toda evidencia: que una fuerza constante, al actuar sobre un todo uniforme, debe sufrir una dispersión; que si actúa sobre un todo heterogéneo, además de la dispersión, debe experimentar una diversificación cualitativa, tanto más múltiple y marcada cuanto más distintas y numerosas sean entre sí las partes del todo; que las fuerzas secundarias, que resultan de esas modificaciones de las primitivas, deben sufrir nuevas transformaciones y operarlas también sobre las partes que las modifican; y así, recíproca y sucesivamente, deben irse multiplicando los efectos de la fuerza inicial, por una serie de acciones y reacciones, consecuencias todas de la persistencia de la fuerza.

Queda, pues, probado inductiva y deductivamente: no sólo que la multiplicación de efectos es una de las concausas de la evolución, sino también que esa misma multiplicación crece en progresión geométrica, a la vez que aumenta la heterogeneidad del ser en evolución.




ArribaAbajoCapítulo XXI.

La segregación.


163. Todavía no hemos acabado de explicar la evolución, en los capítulos precedentes; es necesario aún examinar, bajo otro aspecto, los fenómenos que la constituyen, para poder llegar a un concepto preciso, claro y completo de tan notable como compleja operación. Las leyes, hasta ahora establecidas, explican bien la redistribución que procede de lo uniforme a lo multiforme, pero no la de lo indefinido a lo definido. El estudio de las acciones y reacciones, doquier en juego, nos ha revelado que son consecuencias necesarias de un principio primordial, a saber: que lo homogéneo debe pasar a heterogéneo, y lo menos, a más heterogéneo; pero no nos ha explicado por qué las varias partes de un todo toman, al ser modificadas distintamente, caracteres cada vez más diferentes y señalados. No hemos hallado aún la razón, en virtud de la cual no se produce una heterogeneidad vaga y caótica, en vez de la heterogeneidad armónica a que conduce la evolución. Debemos, pues, buscar la causa inmediata de esa integración local que acompaña a la diversificación, es decir, la segregación gradualmente completada de unidades semejantes para formar un grupo, distinto por caracteres bien marcados, de los grupos inmediatos, compuestos a su vez de otras especies de unidades. Esa causa, esa razón de la heterogeneidad armónica, la encontraremos analizando algunos hechos, en los que se puede seguir las huellas de la segregación.

Cuando, a fines de Setiembre, los árboles empiezan a perder sus colores estivales, y esperamos ver de un día a otro, cambiar el aspecto del paisaje, no es raro que seamos sorprendidos desagradablemente por una brusca ráfaga de viento, que, arrastrando las hojas, ya suficientemente secas, deja aún en las ramas las hojas verdes. Estas últimas, arrugadas y desecadas por los choques continuos y repetidos de unas contra otras, o contra las ramas, dan al bosque un color sombrío, mientras que las caídas, y variamente coloreadas de rojo, amarillo, anaranjado, etc., se amontonan en los hoyos o junto a las paredes, donde estén más resguardadas del viento. ¿Qué ha pasado pues? Que la fuerza del viento, actuando sobre las dos clases de hojas, ha segregado las moribundas de las vivas y las ha hecho montones. El mismo viento, y más señaladamente el de Marzo, que es más fuerte y continuo, hace también montones de partículas terrestres de diversos tamaños, de polvo, de arena, de grava. Desde los tiempos más remotos se ha utilizado esa propiedad que tienen las corrientes de aire, naturales o artificiales, de separar las partículas de diferentes densidades, para separar el grano de la paja. En todo río, los materiales mezclados que acarrea, se depositan separadamente; en los rápidos, el fondo únicamente conserva los gruesos y pesados guijarros; en los sitios en que no es tan fuerte la corriente, se deposita arena; y, en fin, en los parajes en que es muy mansa y tranquila, se forma barro o cieno.

También se utiliza esta propiedad electiva del agua en movimiento, para recoger separadamente partículas de diferentes tamaños; por ejemplo, en la fabricación del esmeril: después de machacada la piedra se lavan las partículas con una corriente lenta, que cae de unos a otros receptáculos sucesivos; los granos más gruesos se detienen en el primero de ellos; los que siguen en tamaño se paran en el segundo, y así sucesivamente, hasta que tan sólo cae con el agua, al último depósito, el polvo finísimo que se emplea en las artes para pulir metales y algunas piedras.

El agua puede ejercer también su acción segregadora de otro modo: disolviendo las materias solubles, mezcladas antes con otras insolubles, cual vemos se efectúa continuamente en los laboratorios. Efectos análogos de segregación a los que acabamos de citar efectúan, de varios modos, las fuerzas mecánicas y químicas del aire y del agua, son también producidos por otras fuerzas. Así las atracciones y repulsiones eléctricas separan los cuerpos pequeños de los mayores, los ligeros de los pesados. La atracción magnética permite separar las partículas de hierro o acero de otras, con las que están mezcladas; así separan los afiladores de Sheffield, con un filtro de gasa imantada, el polvo de acero del polvo de piedra, que caen mezclados al afilar los instrumentos allí fabricados. No hay fenómeno químico de descomposición, que no patentice cómo la diversa afinidad de un cuerpo para con los componentes de otro, permite separar éstos.

¿Cuál es, pues, el principio que esos casos demuestran? ¿Cómo expresar en una fórmula, que los contenga a todos, los innumerables hechos análogos a los que acabamos de citar? En cada uno de esos casos vemos en acción una fuerza, que podemos considerar como simple; ora, el movimiento de un líquido con determinada dirección y velocidad; ora una atracción eléctrica o magnética de cierta intensidad; ya una afinidad química; o, para ser más exactos, la fuerza en acción es la resultante de cada una de las citadas y de otras fuerzas continuas, como la gravitación, la cohesión, etc. En cada caso hay

un agregado de partículas desemejantes, o de átomos de distintas especies, combinados o mezclados íntimamente, o bien fragmentos de una misma materia, pero diferentes por sus volúmenes, o densidades o formas, etc., y que se separan unos de otros bajo la acción de una fuerza que actúa sobre todos, y se separan en grupos o agregados menores, pero compuestos cada uno de unidades semejantes entre sí, y desemejantes de las de los demás agregados parciales. He ahí lo que pasa en todos esos cambios; procuremos ahora interpretar y explicar ese hecho general.

En el capítulo titulado, «Instabilidad de lo homogéneo,» hemos visto que una misma fuerza, actuando sobre las diferentes partes de un todo, produce efectos diversos; hace a lo homogéneo heterogéneo, y a esto más heterogéneo. Esas transformaciones consisten, ya en cambios sensibles o apreciables, ya en cambios insensibles, ya en cambios de ambas clases, de las posiciones relativas de las partes o unidades del todo; es decir, o en esas redistribuciones moleculares que llamamos químicas o físico- moleculares, o en las transposiciones más extensas de partículas visibles, que llamamos mecánicas, o en ambas clases de transposiciones combinadas. La porción de fuerza, que cae sobre cada una de las partes del todo, puede efectivamente gastarse: o en modificar sólo las relaciones mutuas de sus moléculas constituyentes, o en cambiar de lugar toda la parte, o en ambas clases de cambios; de consiguiente, la porción de fuerza que no se gaste en producir uno de esos efectos, debe emplearse en producir el otro; y es evidente que, si una parte pequeña de la fuerza efectiva que actúe sobre una unidad compuesta de un agregado, se gasta en reordenar los elementos irreductibles de esa unidad compuesta, el resto, o sea la mayor parte de esa fuerza, debe producir el movimiento de dicha unidad hacia otro punto del agregado, y recíprocamente si poco o nada de la fuerza total que actúe sobre la unidad de la masa en cuestión, se emplea en moverla, en producir un cambio visible, la mayor parte o la totalidad de dicha fuerza producirá cambios moleculares. ¿Qué debe resultar de ahí? En el caso en que nada, o tan sólo una parte de la fuerza incidente engendre redistribuciones químicas, ¿cuáles son las redistribuciones físicas que deben verificarse? Las partes semejantes entre sí serán modificadas semejantemente por la fuerza, y reaccionarán sobre ella semejantemente; las partes diferentes serán modificadas diferentemente, y reaccionarán diferentemente. En consecuencia, la fuerza efectiva, una vez transformada total o parcialmente en movimiento mecánico de las unidades de masa, producirá movimientos semejantes en las unidades semejantes y movimientos diferentes en las unidades diferentes. Si, pues, en un agregado, compuesto de unidades de varias clases, las de la misma clase son puestas en movimiento en el mismo sentido y con la misma velocidad, y en diferente sentido, o con diferente velocidad o con diferencia de ambas cosas, que las unidades de otra clase, de hecho serán separadas o segregadas las varias clases de unidades.

Antes de terminar estos preliminares o generalidades, debemos establecer un principio complementario, a saber: que las fuerzas mezcladas son separadas por la reacción de las sustancias uniformes, análogamente a como las sustancias mezcladas son separadas por la acción de fuerzas uniformes. La dispersión de la luz refractada nos ofrece un ejemplo completo de ese principio: un haz de luz, formado por ondulaciones etéreas de diferentes órdenes, no es refractado uniformemente por un cuerpo refringente homogéneo, sino que los varios órdenes de ondulaciones son desviados bajo ángulos distintos; de modo que forman, así separados o integrados, lo que llamamos los colores del espectro. Otro género de separación se verifica cuando los rayos luminosos atraviesan medios que les ofrecen resistencia: los rayos formados de ondulaciones relativamente cortas son absorbidos antes que los demás, y tan solamente los rayos rojos, que son los correspondientes a las ondulaciones más largas, atraviesan todo el medio, si éste es bastante grueso.

164. En la hipótesis nebular, el origen de las estrellas y de los planetas se explica por una segregación material, como las que acabamos de citar, producida por la acción de fuerzas diferentes sobre masas semejantes. En efecto, vemos en uno de los párrafos anteriores (150) que si la materia existió en algún tiempo, en estado difuso, indudablemente no pudo persistir homogénea, sino que debió fraccionarse en masas distintas puesto que en la imposibilidad de un equilibrio perfecto entre las atracciones mutuas de átomos dispersos en un espacio infinito, debieron formarse centros de atracción preponderantes, alrededor de los cuales se agruparan los átomos, en dichas masas. Esa primera segregación o integración de masas materiales, fue, pues, debida a la desigualdad de las fuerzas que actuaban sobre los diversos átomos primitivos.

La formación y la separación de un anillo nebuloso son dos ejemplos de la misma ley: pues admitir, con Laplace, que la zona ecuatorial de un esferoide nebuloso en rotación, debe, durante el período de concentración, adquirir suficiente fuerza centrífuga para no poder seguir la concentración de la masa restante, es suponer que esa zona debe separarse del esferoide, porque está sometida a una fuerza distinta. La división se haría indudablemente por el límite que separara los puntos en que la fuerza centrífuga excediese a la fuerza de agregación o concentración de los puntos en que la fuerza de concentración excediera a la centrífuga. Esta operación obedeció evidentemente (según la hipótesis) a la ley en virtud de la cual, cuando masas semejantes están sujetas a fuerzas desiguales, las que están sometidas a las mismas condiciones se agrupan entre sí, y se apartan de las que están sometidas a condiciones diferentes. Para hacer comprender mejor esta operación, es conveniente presentar algunos ejemplos comprobantes de que, en igualdad de las demás circunstancias, la separación es tanto más profunda cuanto más distintas son las unidades separadas. Tomemos un puñado de una sustancia molida, pero con granos o partículas de diferentes gruesos, y dejémosle caer a merced de un viento suave: los fragmentos más gruesos caerán verticalmente o poco menos, agrupándose debajo de donde se situó el puño; los demás irán cayendo sucesivamente tanto más lejos, cuanto más tenues sean. Hagamos pasar lentamente agua a través de una mezcla de sustancias solubles e insolubles; se hará lo primero la separación de las sustancias más distintas respecto a la acción de la fuerza incidente, las sustancias solubles serán disueltas y llevadas por el agua, y las insolubles quedarán; unas y otras sufrirán en seguida otras segregaciones: puesto que, de las solubles, si las hay en distintos grados, primero irán las más solubles y luego las demás por orden de solubilidad; y de las insolubles el agua arrastrará también, y a la vez que las solubles, primeramente las más tenues y luego las demás, por orden de tenuidad, depositándolas en su trayecto, primero las más densas, luego las otras en orden descendente de tamaños y densidades. Añadamos, para completar esta explicación, un hecho que hace juego con los acabados de citar. Las unidades de masa o partículas mezcladas pueden no presentar entre sí sino ligeras diferencias; y en consecuencia, cuando actúen sobre ellas fuerzas incidentes, pueden no experimentar sino pequeños movimientos, separaciones insignificantes; entonces es preciso para separarlas, combinaciones de fuerzas susceptibles de acrecer esas ligeras diferencias; y de hacer, por tanto, más señalada, más profunda la segregación. Tal principio ha sido patentizado, por antítesis, en los ejemplos precedentes, pero puede aún aclararse con otros ejemplos tomados de la análisis química. Uno de los mejores es la separación del agua y el alcohol por destilación. Aquélla consta, como es sabido, de oxígeno o hidrógeno, y éste de esos dos elementos, más carbono; ambos conservan el estado líquido hasta temperaturas no muy lejanas: de modo que si se calienta la mezcla más de lo necesario, pasa mucha agua con el alcohol, en la destilación; y por tanto, sólo entre temperaturas muy próximas, se separan, y aun así siempre arrastran moléculas del otro, las del primero que va pasando. Pero el ejemplo quizá más notable o instructivo es el de la cristalización por vía húmeda: cuando varias sales, que tengan poca analogía de constitución, están disueltas en la misma el masa de agua, es fácil separarlas por cristalización: las moléculas de cada una se mueven unas hacia otras en virtud de fuerzas polares, según suponen los físicos; y se separan de las moléculas de las demás, formando cristales de especies distintas. Verdad es que los cristales de cada sal contienen, casi siempre, pequeñas cantidades de las otras sales, sobre todo, si la cristalización ha sido rápida; pero, se los va purificando o separando

más, redisolviéndolos y haciéndolos cristalizar de nuevo, otras varias veces si es preciso. Mas si las sales mezcladas y disueltas son homólogas químicamente, no es posible separarlas por cristalización, pues son también isomorfas, por lo general, y cristalizan juntas, cuantas veces se las disuelva y redisuelva y haga cristalizar. He aquí, pues, ejemplos manifiestos de que las moléculas de especies diferentes son elegidas y separadas por las fuerzas moleculares con una precisión proporcionada al grado de su desemejanza: en el primero las moléculas, desemejantes por su forma, aunque semejantes por su solubilidad, se separan, aunque imperfectamente, al tratar de recobrar las formas propias de su estado sólido; en el segundo, como las moléculas son semejantes, no sólo por su solubilidad en el mismo disolvente, si que también por su estructura o constitución atómica, no se separan al solidificarse, sino muy imperfectamente, y en condiciones muy especiales. En otros términos, la fuerza de polaridad mutua imprime a las moléculas mezcladas movimientos cuya diferencia de direcciones, velocidades, etc., es proporcionada a la desemejanza de aquéllas, y por tanto tiende a separarlas, o segregarlas unas de otras, en proporción, también, con esa desemejanza.

Hay otra causa de separación mutua de las partes de un todo, que es inútil consideremos con tantos detalles. Si unidades de masa diferente bajo uno o varios aspectos, deben tomar movimientos diferentes, sometidas a la misma fuerza; unidades iguales, deben tomar movimientos distintos, bajo la acción de fuerzas distintas. Supongamos que un grupo de moléculas, de un agregado homogéneo, esté sometido a la acción de una fuerza, diferente en su intensidad o en su dirección, o en ambas cosas, de la que actúa sobre el resto del agregado, ese grupo de moléculas se separará del resto, siempre que esa fuerza que actúa sobre él no se gaste únicamente en producir vibraciones o redistribuciones moleculares; y esto es evidente, sin más pruebas que las consideraciones generales hechas ha poco.

165. Las revoluciones geológicas, llamadas comunmente ácueas o acuosas, presentan numerosos ejemplos de segregación de masas distintas por una misma fuerza incidente. Las olas del mar desagregan y separan continuamente los materiales de las costas; el flujo y el reflujo arrastran, de las rocas sumergidas, partículas, de las cuales las más pequeñas permanecen algún tiempo suspensas en las aguas, hasta que al fin se depositan a mayor o menor distancia de la costa, bajo la forma de un sedimento muy fino; las partículas de algo mayor tamaño, cayendo o precipitándose relativamente más pronto que las muy pequeñas, forman las playas arenosas, secas en el reflujo, y sumergidas durante el flujo; las más gruesas aún, tales como la grava y guijarros, se acumulan en las pendientes que azotan las olas, etc. Aún se puede observar segregaciones más específicas: acá, una pequeña ensenada, formada exclusivamente de guijarros planos; allá, otra de cieno; acullá, otra de arena: a veces, una misma bahía redondeada, de cuyos extremos uno está más descubierto que el otro, presenta su fondo cubierto de guijarros, cuyos tamaños van siendo gradualmente mayores desde la extremidad menos descubierta a la que lo está más. Sigamos la historia de cada formación geológica, y reconoceremos fácilmente que, fragmentos de distintos volúmenes, pesos y formas, mezclados primitivamente, han sido elegidos, separados, y reunidos en grupos relativamente homogéneos bajo la acción del frote de las aguas, combinado con la atracción terrestre; y la separación es tanto más marcada, cuanto más distintos los fragmentos. Las capas de sedimento presentan, aun después de su formación, segregaciones de otro orden: los trozos de pedernal y de pirita de hierro que se encuentran en las calizas, sólo pueden explicarse por la agregación de las moléculas de sílice y de sulfuro de hierro, primitivamente repartidas casi con uniformidad en toda la masa que les sirve de ganga, y agrupadas luego gradualmente, alrededor de ciertos centros, a pesar del estado semi-sólido de la materia ambiente. La limonita es un ejemplo patente de esos resultados, y de sus condiciones.

Entre los fenómenos ígneos no hay tantos ejemplos de la operación que estudiamos. Y al distinguir la evolución simple de la compuesta, hemos indicado (102) que una cantidad muy grande de movimiento molecular latente se opone a la permanencia de las redistribuciones secundarias que constituyen la evolución compuesta. Sin embargo, los fenómenos geológicos ígneos no están totalmente desprovistos de ejemplos de segregación. Cuando las materias mezcladas que componen la corteza terrestre alcanzaron su máxima temperatura, la segregación comenzó desde el momento en que bajó la temperatura. Algunas sustancias lanzadas de los volcanes, en estado gaseoso, se subliman y cristalizan en las superficies frías que, encuentran; y como se solidifican a diferentes temperaturas, se depositan también a distintas alturas, en las cavidades que atraviesan. Pero el mejor ejemplo es el de los cambios que sobrevienen en el enfriamiento lento de una roca ígnea, cuando una parte del núcleo fundido terrestre es lanzada al exterior por una de las roturas que se verifican en la corteza. Cuando esa materia se enfría bastante deprisa por erecto de la radiación, y del contacto con masas frías, forma un cuerpo llamado basalto, de una estructura homogénea, aunque compuesto de varios elementos. Pero cuando esa parte del núcleo en fusión no se escapa a través de las capas superficiales, se enfría lentamente y resulta lo que llamamos granito. Las partes de cuarzo, feldespato y mica, que contiene en estado de mezcla, habiendo permanecido mucho tiempo fluidos o semi-fluidos, es decir, con una movibilidad relativamente considerable, experimentaron los cambios de posición que exigían las fuerzas a que estaban sometidas. Las fuerzas diferenciales, que nacen de una polaridad mutua, tuvieron tiempo de producirlos movimientos necesarios en las moléculas, y separaron el cuarzo, feldespato y mica, que cristalizaron. Y la prueba de que esa separación depende totalmente de la agitación, continuada largo tiempo, de las partículas mezcladas y de la movilidad de las fuerzas diferenciales, es, que los cristales que ocupan el centro de las venas de granito en que la fluidez y semifluidezhan durado más, son mucho más gruesos que los de las partes que, próximas a la superficie, se han enfriado y solidificado más rápidamente.

166. Son tan complejas y delicadas las segregaciones que se verifican en un organismo, que no es fácil hacer constar las fuerzas particulares que las efectúan. Entro los pocos casos susceptibles de una interpretación bastante exacta, los mejores son aquellos en que se puede reconocer los efectos de presiones y tensiones mecánicas, de los cuales hallaremos algunos, estudiando la estructura ósea de los animales superiores.

La columna vertebral de un hombre está sometida en su conjunto a ciertos esfuerzos, a saber: el peso del cuerpo, combinado con las reacciones que suponen todos los grandes esfuerzos musculares; pues bien, obedeciendo a esos esfuerzos, es como se ha formado, por segregación. Al mismo tiempo, como permanece sometida a fuerzas diferentes, mientras que se encorva lateralmenle bajo la influencia de los movimientos, sus partes permanecen separadas, hasta cierto punto. Si seguimos el desarrollo de la columna vertebral desde su forma primitiva el -cordón cartilagíneo de los peces inferiores-, veremos que hay en ella una integración continua, que corresponde a la unidad de las fuerzas incidentes, combinada con la división en segmentos, que corresponde a la variedad de las mismas fuerzas. Cada segmento, considerado aparte, nos hace comprender aún más sencillamente el mismo principio: una vértebra no es un hueso único; se compone de una masa central provista de apéndices y de eminencias; en el tipo rudimentario esos apéndices están separados de la masa central, y aun existen antes que ella; pero esos diversos huesos independientes, que constituyen un segmento espinal primitivo, están sometidos a un sistema de fuerzas más semejantes que diferentes; como forman la palanca de un grupo de músculos que actúan conjuntamente, sufren también un sistema de reacciones en conjunto, y por consiguiente se sueldan poco a poco, hasta constituir un solo hueso. Otro ejemplo, aún más notable, presentan las vértebras que se sueldan en una sola masa, cuando están sometidas a esfuerzos preponderantes y continuados: el sacro, por ejemplo, que en el avestruz y algunas otras aves del mismo género consta de 17 a 20 vértebras soldadas, no tan sólo entro sí, sino también con los huesos iliacos de ambos lados. Si consideramos que esas vértebras han estado separadas en su origen, como lo están en el embrión, y consideramos también las condiciones mecánicas a que están sometidas, fácilmente inferiremos que su unión es el resultado de dichas condiciones. En efecto, por medio de esas vértebras se transmite las piernas el peso total del cuerpo, toda vez que éstas sostienen la pélvis, y ésta, por el intermedio del sacro, sostiene la espina dorsal, con la cual están articulados casi todos los demás huesos; por consiguiente, si las vértebras sacras no estuvieran soldadas, deberían estar mantenidas juntas por músculos poderosos, fuertemente contraidos, que las impidieran tomar los movimientos laterales a que están sujetas todas las demás vértebras, deberían estar sometidas a un esfuerzo común, y preservadas de esfuerzos parcialesque las afectaran diversamente; sólo así llenarían las condiciones bajo las cuales se verifica la segregación. Pero donde las relaciones entre la causa y el efecto aparecen más patentes, es en las extremidades: los huesos metacarpianos, que en el hombre sostienen unidos la palma de la mano, están separados en la mayoría de los mamíferos, en virtud de los movimientos separados de los dedos; pero no lo están en los solípedos y bisulcos, tales como los caballos y los bueyes. En éstos, tan sólo están desarrollados el tercero y cuarto metacarpianos, que alcanzan un tamaño muy considerable, y se sueldan para constituir el hueso del canon; en los caballos, la segregación tiene un carácter, que podríamos llamar indirecto; el segundo y el cuarto metacarpianos, en estado rudimentario, están unidos lateralmente al tercero, muy desarrollado, el cual forma él solo el canon, distinto del de los bueyes, que consta de dos huesos soldados, como ya hemos dicho. El metatarso presenta análogos cambios en esos cuadrúpedos. Ahora bien: esos agruparnientos de huesos se manifiestan sólo donde los huesos agrupados no desempeñan funciones distintas, sino todos una misma: los pies y las manos de los caballos y de los bueyes y de los mamíferos ungulados, en general, tan sólo sirven para la locomoción, y no para otros usos, que suponen movimientos relativos de los metatarsianos y metacarpianos; vemos, pues, que, donde la fuerza incidente es única, se forma una masa única ósea, e inferimos que esos hechos tienen una relación de causa a efecto, y hallamos una nueva confirmación de esa hipótesis, en la clase entera de las aves, en cuyas patas y alas vemos análogas segregaciones, producidas por análogas circunstancias. Recientemente Huxley ha dado a conocer un hecho que demuestra aún más claramente ese principio general: el Glyptodon, mamífero de especie extinguida, hallado fósil en la América del Sud, ha pasado, durante mucho tiempo, por un gran animal afino al armadillo; se sabía que había tenido un dermato-esqueleto, compuesto de placas poligonales, íntimamente unidas, para formar una armazón maciza, en la cual estaba el cuerpo aprisionado, sin poder efectuar flexión alguna lateral ni vertical. Esa armazón, que debía pesar muchos quintales, estaba sostenida por las apófisis espinosas de las vértebras, y por los huesos próximos del torax y de la pélvis. Pues bien, el hecho importante a nuestro objeto, que debemos hacer notar, es: que en los sitios en que varias vértebras estaban sometidas simultáneamente a la presion de esa enorme armadura cutánea, cuya rigidez las impedía efectuar movimientos relativos, la serie entera de esas vértebras se soldaba en un hueso único.

Análoga interpretación puede también darse del modo de formación y de conservación de una especie, considerándola como un conjunto de organismos semejantes. Hemos visto ya que los miembros de una especie homogénea se subdividen, o mejor, se agrupan en variedades, si están sometidos a las acciones de distintos sistemas de fuerzas incidentes; réstanos hacer ver que, inversamente, si todas las variedades formadas y conservadas por segregación, se encuentran sometidas, durante largo tiempo, a la acción de un mismo sistema, o de sistemas análogos de fuerzas exteriores, formarán y se conservarán en un grupo homogéneo y único. En efecto, mediante la «selección natural», cada especie se desprende incesantemente de los individuos que se apartan del tipo común por deformaciones que los hacen impotentes para acomodarse a las condiciones de su existencia; quedan, pues, solamente los aptos para ese acomodamiento; es decir, los individuos más semejantes entre sí. Reduciéndose, como ya sabemos, todas las circunstancias a que está sometida cada especie, a una combinación más o menos compleja de fuerzas incidentes, y habiendo entre todos los individuos de la especie algunos que difieren de la estructura media, más de lo necesario para poder soportar la acción de dichas fuerzas, éstas separan continuamente del total de la especie, dichos individuos demasiado divergentes del tipo medio, y conservan, mediante esa elección o selección, la uniformidad o integridad de la especie. Así como los vientos de otoño arrancan las hojas ya secas de entre las hojas verdes; o, usando el símil que usa Huxley, así como los granos pequeños pasan a través de una criba, mientras los gruesos son retenidos, así las fuerzas exteriores, cuando obran un uniformemente sobre todos los individuos de un grupo orgánico, influyen semejantemente sobre los semejantes, y distintamente sobre los distintos, con exacta proporcionalidad a los grados de semejanza y de diferencia; y conservando los individuos más análogos entre sí, eliminan los más distintos de aquellos, o del tipo medio de todos los de la especie.

Que esos individuos eliminados perezcan, como es lo más frecuente, o que sobrevivan y se multipliquen, formando una variedad o una especie distinta, mediante su adaptación a distintas condiciones, es indiferente a nuestro objeto; pues el primer caso obedece a la ley de que las unidades desemejantes de un agregado, se agrupan con sus análogas y se separan de aquél, cuando están todas sometidas a las mismas fuerzas incidentes; y el segundo caso obedece a la ley correlativa de que las unidades semejantes, de un agregado, se separan y agrupan aparte, cuándo están sometidas a fuerzas diferentes. Si se consulta las observaciones de Darwin sobre la divergencia de caracteres, se verá que las segregaciones debidas a la influencia de esas leyes tienden a ser cada vez más definidas o marcadas.

167. Hemos visto que la evolución mental, considerada bajo uno de sus principales puntos de vista, consiste en la formación de grupos de objetos semejantes y de relaciones semejantes, es decir, en una distinción o diferenciación de las diversas cosas confundidas en un solo conjunto; y una integración de cada orden de cosas análogas, en un solo grupo (153). Quédanos ahora por probar que si la desemejanza de las fuerzas incidentes es la causa de esas diferenciaciones, la semejanza de las fuerzas incidentes es la causa de esas integraciones. En efecto, ¿en qué consiste la operación de clasificar? Al principio, los botánicos, siguiendo al vulgo, no reconocieron más divisiones de plantas que las adaptadas por la agricultura: cereales, legumbres y plantas salvajes. ¿Cómo formaron luego los órdenes, géneros, especies, etc.? Cada planta examinad a les producía ciertas impresiones complejas, y examinando muchas, se producían grupos de sensaciones análogas, correspondientes a grupos de atributos análogos; o en otros términos, se verificaban en los nervios series coordenadas de cambios, semejantes a otras series anteriormente producidas. Analizada cada una de esa serie de cambios, no es sino una serie de modificaciones moleculares en la parte impresionada del organismo: cada vez que la impresión se repito, una nueva serie coordenada de modificaciones moleculares, se superpone a las precedentes y análogas, y las refuerza; produciendo así la idea de la semejanza de las causas externas de dichas impresiones. Por el contrario, otra especie de plantas producían en el cerebro del botánico otros grupos de cambios combinados, o de modificaciones moleculares no semejantes sino diferentes a las anteriormente consideradas; pero, que repetidas también y reforzadas, engendraban una idea diferente correlativa a una especie distinta. ¿Cómo expresaremos, en términos generales, la naturaleza de esa operación? Por una parte, tenemos las cosas semejantes y las cosas desemejantes, de las cuales emanan los sistemas o grupos de fuerzas que nos hacen percibir aquéllas. Por otra parte, hay órganos de los sentidos y centros de percepción, que transmiten esos grupos de fuerzas durante la observación; y en esa transmisión, los sistemas semejantes de fuerzas son aislados o separados de los desemejantes; y cada una de esas series de grupos de fuerzas separada de las demás y correspondiente a un grupo de objetos exteriores, constituye un estado psíquico, a que llamamos la idea de ese grupo-género, especie, etc. Hemos visto ya que si por una parte, una misma fuerza verifica la separación de materias mezcladas, por otra, una misma materia verifica la separación de fuerzas mezcladas; y vemos ahora además, que las fuerzas desemejantes, una vez separadas, efectúan en los agregados que las separan, cambios de estructura, de los que cada uno es representante y equivalente de la serie integrada de los movimientos que le han producido.

Una operación análoga separa las relaciones de coexistencia y de sucesión, para formar especies, y a la vez las agrupa con las impresiones que las han revelado. Cuando dos fenómenos que han sido observados en cierto orden se repiten en el mismo, los nervios que han sido modificados por el paso de una impresión a otra, lo son de nuevo; y las modificaciones moleculares que han experimentado, al propagarse el primer movimiento, crecen al propagarse el segundo análogo al primero; cada uno de esos movimientos produce una alteración de estructura, que conforme a la ley general enunciada en el capítulo IX, implica una disminución de la resistencia opuesta a todos los movimientos análogos sucesivos. La segregación de éstos, o más bien, de las partes eficaces de ellos, empleadas en vencer dicha resistencia, viene a ser la causa y la medida de la conexión mental que liga entre sí las impresiones producidas por los fenómenos. Durante ese tiempo, las conexiones de los fenómenos que reconocemos como diferentes de aquéllos, es decir, que afectan a distintos elementos nerviosos, estarán representadas por movimientos, efectuados en distintas rutas, en cada una de las cuales la descarga nerviosa se hará con una facilidad y una rapidez proporcionadas a la frecuencia con que se produce la conexión de los fenómenos. La clasificación de las relaciones debe, pues, proceder a la par que la de los objetos que constituyen sus términos. Las relaciones mezcladas, que presenta el mundo exterior, tienen con las sensaciones mezcladas que produce, un carácter común; y es no poderse fijar en el organismo, sin experimentar una segregación más o menos completa. Y por esa continua y doble operación de segregar y agrupar cambios y movimientos, que constituye la esencia de la inervación, se efectúan, poco a poco, la segregación y el agrupamiento de materia que constituyen la estructura nerviosa.

168. Al principio de la evolución social los individuos semejantes se reunieron en un grupo, y los desemejantes se separaron, bajo la acción de las fuerzas incidentes, de un modo análogo a como hemos visto se agrupan y separan los seres inferiores. Las razas humanas tienden a integrarse y a diferenciarse como los otros seres vivos. Entre las fuerzas que operan y conservan las segregaciones humanas, podemos considerar, en primer término, las fuerzas exteriores, llamadas físicas. El clima y los alimentos de un país son más o menos favorables a los indígenas, y más o menos perjudiciales a los forasteros de regiones lejanas. Las razas del Norte no pueden perpetuarse en los climas tropicales; si no perecen a la primera generación, sucumben a la segunda, y, como pasa en la India, no pueden conservarse sino artificialmente por inmigraciones y emigraciones incesantes. Esto quiere decir, que las fuerzas exteriores, actuando igualmente sobre todos los habitantes de una localidad, tienden a eliminar los que no son parecidos a un cierto tipo, y a conservar, por ese medio, la integración de los que lo son. Si en Europa vemos una especie de mezcla permanente debida a otras causas, observamos, sin embargo, que las variedades mezcladas corresponden a tipos poco distintos, y se han formado en condiciones poco diferentes. Las otras fuerzas que concurren a formar o producir las segregaciones étnicas son las fuerzas psíquicas, reveladas en las afinidades que reúnen a los hombres semejantes en sus afectos, ideas y deseos. Generalmente, los emigrados y emigrantes tienen deseos de volver a su país, y si no lo realizan es porque los retienen causas bastante poderosas. Los individuos de una sociedad, precisados a residir en otra, forman colonias, pequeñas sociedades, semejantes a las de sus metrópolis. Las razas que han sido divididas artificialmente tienen una fuerte tendencia a unirse de nuevo. Ahora bien, aunque las segregaciones que resultan de las afinidades naturales de los hombres de una misma variedad, no parecen poder ser explicadas por el principio general que discutimos; son, sin embargo, buenos ejemplos de ese principio. Al hablar de la dirección del movimiento (80), hemos visto que los actos ejecutados por los hombres, para la satisfacción de sus necesidades, eran siempre movimientos en el sentido opuesto al de la mínima resistencia; los sentimientos y deseos que caracterizan a los individuos de una raza o variedad son tales, que no pueden hallar su completa satisfacción sino entre los demás miembros o individuos de aquélla; esa satisfacción procede, en parte, de la simpatía que aproxima a los que tienen sentimientos semejantes, y sobre todo de las condiciones sociales correlativas que se desarrollan doquier reinan los mismos sentimientos. Luego, cuando un individuo de una nación es, como sucede frecuentemente, atraído hacia los de otra nación, es porque ciertas fuerzas, que llamamos deseos, le empujan en la dirección de la mínima resistencia. Los movimientos humanos, como todos los demás, son determinados por la distribución de las fuerzas que los producen, y por tanto es preciso que las segregaciones de razas, que no son resultado de fuerzas exteriores, sean producidas por las fuerzas interiores, o que los individuos de esas razas ejercen unos sobre otros.

Análogas segregaciones se operan bajo la influencia de causas análogas, en el desarrollo de cada sociedad: algunas resultan de afinidades naturales menos importantes; pero las segregaciones principales, que constituyen la organización política o industrial, resultan de la unión de individuos, cuyas analogías son efecto de la educación, tomando esta palabra en su más lata acepción, a saber: el conjunto de todos los procedimientos que forman a los ciudadanos para desempeñar funciones especiales. Los hombres dedicados al trabajo corporal tienen todos cierta semejanza que borra o disimula las diferencias naturales entre sus restantes facultades activas. Los dedicados al trabajo intelectual tienen, a su vez, ciertos caracteres comunes que los hacen más semejantes entre sí, que a los ocupados en trabajos manuales. Verifícanse, pues, segregaciones, y se establecen clases correspondientes a esas nuevas analogías y diferencias. Pero aún se establecen otras más marcadas entre los individuos dedicados a la misma profesión, pues aun aquellos a quienes la índole de sus trabajos les impide concentrarse en una misma localidad, como los albañiles, médicos, etc., forman asociaciones, es decir, se integran todo lo posible. Y los que no están obligados a cierto grado de dispersión, como en las clases manufactureras, se agrupan todo lo posible en localidades especiales. Si ahora buscamos las causas de esas segregaciones, consideradas como resultados de la fuerza y del movimiento, vendremos a parar al principio general que discutimos. La semejanza que la educación produce en una clase de ciudadanos es una aptitud especial que han adquirido para satisfacer sus necesidades por los mismos medios. Es decir, que la ocupación para la cual ha sido educado un individuo es evidentemente, para él, como para todos los educados como él, la línea de mínima resistencia. Síguese de ahí, que bajo la presión que obliga a la mayoría de los hombres a trabajar, a ser activos, los que son modificados semejantemente tienden a seguir la misma profesión. Si, pues, una localidad llega a ser el sitio de menor resistencia para una industria dada, sea por circunstancias físicas, sea por las que se desarrollan durante la evolución social, las leyes de la dirección del movimiento exigen que los individuos dedicados a esa industria se dirijan a esa localidad y se agrupen o integren. Así, por ejemplo, Glascow ha conquistado una gran superioridad en la construcción de navíos de hierro, porque estando en la desembocadura de un río navegable, en cuyas inmediaciones hay minas de hierro y de hulla, el trabajo total requerido para la construcción de un mismo navío, y para la adquisición del equivalente de ese trabajo en alimentos y vestidos, es menor que en otro sitio; y en consecuencia, los obreros constructores de navíos de hierro se concentraron en Glascow. Tal concentración seria aún más marcada, si no hubiese otros distritos con algunas ventajas capaces de competir con las de Glascow. El principio es también verdadero para las profesiones comerciales: los agentes de cambios se concentran en la Cité, porque la suma de esfuerzos que cada uno debe ejecutar para cumplir sus funciones y recoger los beneficios, es menor que en otras localidades; y a la misma ley obedece la creación de las Bolsas.

Con tantas y tan complejas unidades y fuerzas como constituyen una sociedad, hay motivos para pensar que deben establecerse selecciones y segregaciones, más complicadas y menos claras que las acabadas de indicar. Se puede quizá mostrar anomalías, que, a primera vista, podrían parecer en contradicción con la ley que cuestionamos; pero, estudiándolas mejor, se verá que no son sino casos particulares, no menos notables. En efecto, habiendo entro los hombres tantas especies de semejanzas, debe también haber muchas especies de segragaciones: hay semejanzas de pensamientos, de gustos, de aficiones intelectuales, de sentimientos religiosos y políticos, y cada una de ellas origina agrupamientos o asociaciones de los individuos correspondientes. Sucede algunas veces que las segregaciones se cruzan, anulan mutuamente sus efectos, total o parcialmente, y se oponen a que una clase se integre por completo; esas son las anomalías de que hablábamos. Pero si se estudia convenientemente esa causa de imperfección, se vera que esas segregaciones, aparentemente anormales, se conforman a la misma ley que las demás; se reconocerá, por un análisis conveniente, que, sea por efecto de fuerzas exteriores, sea por efecto de una especie de polaridad mutua, se producen en la sociedad segregaciones o clases cuyos miembros tienen una semejanza natural o una semejanza producida por la educación.

169. ¿Puede también deducirse de la persistencia de la fuerza, la ley general de que acabamos de dar tantos y tan diversos ejemplos? Creemos que la exposición preliminar que hicimos al comenzar este capítulo, basta para responder, con razón, afirmativamente. En efecto, todos los hechos últimamente enumerados se resumen en tres proposiciones abstractas: primera, unidades iguales, sometidas a una fuerza única y constante en dirección y magnitud, y capaz de moverlas, se mueven en la misma dirección y con la misma velocidad todas; segunda, unidades iguales, sometidas a fuerzas diferentes y capaces de moverlas, se mueven diferentemente, ya en dirección, ya en velocidad, ya en ambas; tercera, unidades desiguales, sometidas a la acción de una fuerza uniforme o constante en dirección y magnitud, se moverán con velocidades o direcciones, o ambos elementos diferentes. Por último, las fuerzas incidentes deben ser también modificadas análogamente: fuerzas iguales que actúen sobre unidades iguales, recibirán modificaciones iguales; fuerzas desiguales actuando sobre unidades iguales, serán modificadas diversamente; y fuerzas iguales que actúen sobre unidades desiguales, serán también diversamente modificadas. Todavía se pueden reducir estas proposiciones a formas más abstractas, pues todas equivalen a ésta: en todas las acciones y reacciones de la fuerza y de la materia, una desigualdad en uno u otro de ambos factores implica una desigualdad en los efectos; y éstos son, por el contrario, idénticos, siéndolo respectivamente ambos elementos.

En este grado de generalización, es muy fácil de inferir la subordinación de esas proposiciones, últimamente enunciadas, al principio de la persistencia de la fuerza. Cuando dos fuerzas cualesquiera no son idénticas, difieren o por su intensidad o por su dirección, o por ambos caracteres, y se puede probar por los principios de la Mecánica, que esa diferencia es debida a la existencia en una de aquéllas de un elemento o porción de fuerza que no existe en la otra. Análogamente, dos unidades de materia desiguales en volumen, en peso, en forma, o en algún otro atributo, no pueden parecernos desiguales sino por las diferentes fuerzas con que nos impresionan; luego esa diferencia es también debida a la presencia en una u otra partícula, de una o muchas fuerzas que no están en la otra. ¿Cuál, es, pues, la consecuencia ineludible de ese carácter común de las desigualdades dinámicas o materiales? Toda desigualdad en las fuerzas incidentes debe producir efectos distintos en unidades iguales de materia, puesto que, si no, la fuerza residuo o diferencia de aquéllas, no produciría efecto alguno, y por tanto la persistencia de la fuerza no sería una verdad universal. Toda desigualdad en las masas sometidas a la acción de una misma fuerza o de fuerzas idénticas, debe producir efectos diversos; puesto que si no, la fuerza que constituye para nosotros la diferencia de esas masas, no produciría efecto alguno, y sería falsa, en ese caso, la persistencia de la fuerza. Por último: recíprocamente, si las fuerzas que ejercen una acción, y las masas sobre que actúan son iguales, los efectos serán iguales; pues si no, habría una diferencia de efectos producida sin diferencia de causas, contradicción patente del principio de la persistencia de la fuerza.

Ahora bien: si esas verdades generales están implicadas en la universal de la persistencia de la fuerza, todas las redistribuciones que hemos estudiado hasta ahora al investigar los caracteres de las diversas fases de la evolución, están también implicadas en dicha ley universal. Las fuerzas efectivas y permanentes que actúan sobre un anegado material y producen en él movimientos sensibles, no pueden menos de producir las segregaciones que vemos sobrevienen entre las partes de ese agregado; si éste se compone de unidades mezcladas de diversas especies, las de cada especie recibirán movimientos semejantes de una fuerza incidente, mientras que las de otra especie recibirán movimientos más o menos distintos de los de aquélla, aunque semejantes entre si; las dos especies se separarán, pues, y se integrarán separadamente o cada una de por sí. Si las unidades son semejantes y las fuerzas diferentes, se verificará también la separación y la integración de aquéllas, por las razones ya tan repetidas. Así se produce ineludiblemente la segregación y el agrupamiento concomitante que vemos doquier, y en su virtud, el cambio de lo uniforme en lo multiforme, va acompañado del cambio de lo indefinido o indeterminado en lo definido o determinado. Así, pues, el paso do una homogeneidad indefinida a una heterogeneidad definida, se deduce del principio de los principios -la persistencia de la fuerza, -tan fácilmente como el simple paso de lo homogéneo a lo heterogéneo.




ArribaAbajoCapítulo XXII.

El equilibrio.


170. ¿Hacia qué fin tienden los cambios que hemos estudiado? ¿O se verificarán continua o indefinidamente? ¿Puede existir un proceso indefinido de lo menos a lo más heterogéneo? ¿O existe un grado que no puede exceder la integración de la materia y del movimiento? ¿Es posible que esa metamorfósis universal siga el mismo curso indefinidamente, o tiende a producir un estado definitivo que no sea susceptible de nuevas modificaciones? Esta última conclusion es la que se deduce lógicamente de todo lo expuesto, como ahora vamos a ver.

En efecto, ya examinemos una operación concreta, ya consideremos la cuestión en abstracto, veremos que la evolución tiene un límite infranqueable; que las redistribuciones de materia, en todas las esferas de nuestro conocimiento, tienen un fin, determinado por la disipación del movimiento que las efectúa. La piedra que rueda comunica su movimiento a los objetos que choca, y acaba por pararse; los objetos que ha chocado, y puesto en movimiento hacen lo mismo. Análogamente, el agua que obedeciendo a la gravedad, corre constantemente hacia las regiones más bajas, primero precipitada de las nubes, después resbalando sobre la tierra para formar los arroyos y ríos, se para ante la resistencia que le opone el agua de los mares o lagos. En ésta, se disipa también, comunicándose a la atmósfera y a los cuerpos de las orillas, el movimiento que producen los vientos o la inmersión de los cuerpos sólidos, y que se propaga en ondas que van disminuyendo en altura, a medida que crecen en amplitud. La impulsión que, los dedos comunican a la cuerda de un arpa, se esparce en todos sentidos, se debilita extendiéndose, y acaba por extinguirse, engendrando ondas caloríficas u otras especies de movimientos. En el ascua que sacamos del fuego, como en la lava que arroja un volcán, vemos que la vibración molecular llamada calor, se disipa por radiación, y tal vez por contacto con los cuerpos vecinos, de modo que en definitiva, por grande que sea el calor inicial, se equilibrará, más o menos pronto, con el de los cuerpos ambientes. Lo mismo sucede a todas las demás formas de fuerzas y de movimientos, pues como ya hemos visto en el capítulo de la multiplicación de efectos, los movimientos van siempre descomponiéndose en otros más y más divergentes. Así, la piedra que rueda impulsa en direcciones más o menos divergentes de la suya a las piedras que choca, y éstas hacen lo mismo, a su vez, con las que encuentran en su camino. El movimiento del aire y del agua, sea cualquiera su forma primitiva, siempre se resuelve en movimientos radiantes. El calor producido por la presión en un sentido determinado se irradia o esparce en ondulaciones en todos sentidos; lo mismo se engendran y propagan la luz y la electricidad; esto quiere decir que esos movimientos, como todos, se dividen y subdividen, reduciéndose en virtud de esa operación continuada indefinidamente a movimientos insensibles, pero sin anularse jamás.

Hallamos, pues, doquier, una tendencia al equilibrio. La coexistencia universal de fuerzas antagonistas que necesita la universalidad del ritmo, y la descomposición de toda fuerza en fuerzas divergentes, tienden a la par hacia un equilibrio completo y definitivo. Estando todo movimiento sometido a la resistencia, sufre continuamente sustracciones que terminan con la cesación del movimiento.

He aquí el principio en su más simple expresión: vamos ahora a examinarlo en los complejos aspectos bajo los cuales se presenta en la naturaleza. En casi todos los casos el movimiento de una masa es compuesto, y efectuándose aisladamente el equilibrio de cada uno de sus componentes, no influye en el resto. La campana de un navío, que ha cesado de vibrar, está aún agitada por oscilaciones horizontales y verticales producidas porlas aguas del mar. La superficie unida de un agua corriente, rizada un momento por las ondulaciones producidas por un pez, no por eso deja de correr tranquilamente hacia el mar, una vez terminadas dichas ondulaciones accidentales. La bala de cañón que se para, sigue moviéndose con el movimiento de rotación de la tierra; aunque este movimiento cesara, la tierra seguiría moviéndose alrededordel sol y relativamente a los domas cuerpos celestes. De modo que lo considerado como equilibrio es, en todos los casos, una desaparición de uno o varios de los movimientos que un cuerpo posee, mientras que los otros continúan como antes. Para figurarse bien esa operación y comprender el estado de cosas hacia el que tiende, será conveniente citar un caso en que podamos ver más clara y completamente que en los ejemplos recién citados esa combinación de equilibrios y movimientos; y para eso será lo mejor, no un ejemplo raro y sorprendente, sino uno familiar, o de todos conocido. Tomemos el de la peonza: ésta presenta, al ser soltada de la cuerda que se la arrolla, tres movimientos: el de rotación, el de traslación sobre el terreno y el de cabeceo o balanceo. Estos dos movimientos subordinados, que cambian sus relaciones mutuas y con el movimiento principal o de rotación, son destruidos o reducidos a equilibrio por distintas operaciones y causas.

El movimiento de traslación encuentra un poco de resistencia en el aire, y mucha en las irregularidades del terreno; así que es el primero que se acaba, y sólo quedan los otros dos. En seguida, y a consecuencia de la resistencia que el movimiento de un cuerpo en rotación presenta a todo cambio en el plano de rotación (como se ve claramente en el giróscopo), el cabeceo disminuye y cesa también a poco tiempo. Después que han cesado esos dos movimientos, y no teniendo ya que vencer el rotatorio más que la resistencia del aire y el frote de la punta, continúa algún tiempo con tal uniformidad que parece estaespecie de equilibrio movible, como se dice generalmente. Es verdad que cuando la velocidad de la rotación decrece lo bastante, aparecen nuevos movimientos que crecen hasta que la peonza cae; pero esos movimientos no se presentan sino en el caso de que el centro de gravedad esté situado sobre el punto de apoyo. Si la peonza tuviese la punta de acero y girase suspendida de una superficie suficientemente imantada, el fenómeno se verificaría como lo exige la teoría, y, una vez establecido, el equilibrio movible continuaría hasta que la peonza se parase, sin cambiar de posición.

Resumamos ahora los hechos que ese ejemplo patentiza. En primer lugar, los diversos movimientos que una masa posee, se equilibran separadamente; los movimientos más débiles o los que encuentran mayor resistencia, o antes aun los que reunen esas dos condiciones, se paran los primeros y quedan solamente los que tienen los opuestos caracteres. En segundo lugar, cuando las varias partes de la masa se hallan animadas de movimientos relativos o de unas respecto a otras, que no encuentran sino débiles resistencias exteriores, aquélla es susceptible de permanecer más o menos tiempo en equilibrio. En tercer lugar, ese equilibrio movible acaba finalmente en un equilibrio completo.

No es fácil abrazar completamente la operación del establecimiento del equilibrio, puesto que sus diversas fases se presentan simultáneamente. Lo que se puede hacer es descomponerla, para mayor facilidad, en cuatro órdenes diferentes de hechos, y estudiarlos aparte. El primer orden comprende fenómenos relativamente simples, como los de los proyectiles, cuyo movimiento no dura lo bastante para manifestar su ritmo, sino que dividido y subdividido rápidamente en movimientos comunicados a otras partes de materia, se disipa en el ritmo de las ondulaciones etéreas. En el segundo orden, se encuentra las diversas especies de vibraciones y de oscilaciones, que se puede hacer constar; en ellas se gasta el movimiento, produciendo una tensión que, equilibrada por él, produce en seguida un movimiento en sentido inverso, el cual es a su vez destruido, produciéndose un ritmo visible, que luego se disipa en ritmos invisibles. El tercer orden de equilibrio, del cuál no hemos hablado aún, se manifiesta en los cuerpos que gastan tanto movimiento como reciben: tales son las máquinas de vapor, sobre todo las que alimentan ellas mismas sus calderas y hornos: en ellas la fuerza que se gasta en vencer las resistencias del mecanismo puesto en juego, se repara a cada momento, a expensas del combustible, y se mantiene el equilibrio entre esas dos fuerzas, elevando o bajando el gasto de combustible, según la cantidad de fuerza que se necesita y consume. Cada aumento, cada disminución de la cantidad de vapor, implica un aumento o una disminución del movimiento de la máquina, capaz de equilibrarse con las variaciones análogas de la resistencia. Este equilibrio, que podríamos llamar equilibrio movible dependiente, debe ser especialmente notado, puesto que es uno de los que se encuentran comúnmente en las diversas fases de la evolución. Podemos aún admitir un cuarto orden de equilibrio; el equilibrio independiente, o equilibrio móvil perfecto, del cual vemos un ejemplo en los movimientos rítmicos del sistema solar, que, no encontrando otra resistencia que la de un medio, cuya densidad es inapreciable, no experimentan disminución sensible en los períodos de tiempo que podemos medir.

Sin embargo, todas esas especies de equilibrio pueden ser consideradas como diferentes modos de una sola especie, mirando la cuestión bajo un punto de vista más elevado. En efecto, en todos los casos, el equilibrio que se establece es relativo, no absoluto; es un movimiento que cesa, de algunos puntos o cuerpos con respecto a otros, lo cual no implica la desaparición del movimiento relativo perdido, que no hace sino transformarse en otros movimientos, ni una disminución de los movimientos con respecto a otros puntos. Este modo de comprender el equilibrio incluye evidentemente al equilibrio móvil que, a primera vista, parece de otra naturaleza. En efecto, todo sistema de cuerpos, que presenta como el sistema solar, una combinación de ritmos mutuamente equilibrados, posee la propiedad de no variar su centro de gravedad, sean cualesquiera los movimientos relativos de los elementos del sistema; porque a todo movimiento de uno de los elementos en cualquier dirección, corresponde instantáneamente otro equivalente en dirección opuesta; de modo que la masa entera del sistema permanece en un reposo relativo. Resulta, pues, que el equilibrio móvil es la supresión de algún movimiento que una masa móvil ejecutaba respecto a los efectos exteriores, y la continuación de los movimientos que las diversas partes de dicha masa verifican unos respecto a otros. Así, en general, es evidente que todas las formas de equilibrio son intrínsecamente las mismas, puesto que, en todo agregado, solamente el centro de gravedad es el que pierde el movimiento; los elementos conservan siempre algún movimiento, unos respecto a otros; tal es el movimiento molecular que constituye el calor, la luz, etc. Todo equilibrio, aun de los considerados comúnmente como absolutos, no es sino un equilibrio móvil, puesto que si la masa total no se mueve, siempre hay movimientos relativos entre sus elementos. Inversamente, todo equilibrio móvil puede ser considerado como absoluto, bajo cierto punto de vista, porque los movimientos relativos de las partes van acompañados de la inmovilidad del todo.

Aún tenemos algo que añadir a estos ya extensos preliminares. De lo expuesto podemos deducir, desde luego, dos principios cardinales: el uno relativo al último, o más bien, al penúltimo estado de movimiento, que tiende a producir la operación que vamos estudiando, y el otro relativo a la distribución concomitante de materia. Ese penúltimo estado de movimiento es el equilibrio móvil, el cual, como ya sabemos, tiende a producirse en toda masa animada de movimientos compuestos y servir de estado transitorio para el equilibrio completo. En toda evolución vemos constantemente la tendencia a producirse y conservarse ese equilibrio móvil. Así como en el sistema solar se establece un equilibrio móvil independiente, y tal que los movimientos relativos de las partes constituyentes del sistema están continuamente equilibrados por movimientos opuestos, y que el estado medio de la masa total no varía; así vemos establecerse relaciones análogas, aunque menos distintas quizá, en todas las formas de equilibrio movible dependiente. El estado de cosas, de que hay ejemplos en los ciclos de cambios terrestres, en las funciones de los seres orgánicos adultos, en las acciones y reacciones de las sociedades ya civilizadas, es un estado que tiene también por principal carácter la compensación de unos y otros movimientos oscilatorios. La combinación compleja de ritmos que se nota en cada una de las acciones y reacciones sociales, tiene un estado medio que permanece constante bajo el punto de vista práctico, durante las desviaciones en uno u otro sentido. El hecho que debemos principalmente observar es que, como consecuencia de la ley de equilibrio ya enunciada, toda evolución debe progresar hasta que se establezca el equilibrio móvil; puesto que, como ya hornos visto, el exceso de fuerza que una masa posee, en una dirección, debe gastarse en vencer las resistencias que existan en esa dirección, no quedando en definitiva sino los movimientos que se compensan mutuamente, o que constituyen un equilibrio móvil. En cuanto a la estructura que la masa adquiere al mismo tiempo, se necesita evidentemente que presente una combinación de fuerzas que equilibre a todas las demás que soliciten a la masa total. Mientras haya un exceso de fuerza en cualquier sentido, no puede existir equilibrio, y por tanto debe continuar la redistribución de materia. Resulta, pues, que el límite de la heterogeneidad hacia el cual progresa toda masa en evolución, es la formación de tantas partes especiales y combinaciones de ellas, como fuerzas especiales y combinadas hay que equilibrar.

171. Las formas sucesivamente modificadas, que según la hipótesis nebular deben haberse originado durante la evolución del sistema solar, son otras tantas especies transitorias de equilibrio movible, etapas del proceso que conduce al equilibrio completo. Así, cuando la materia nebulosa que se condensa, toma la forma de un esferoide aplanado, entra en un equilibrio movible transitorio y parcial, pero que debe asegurarse cada vez más, a medida que se disipan los movimientos locales antagonistas. La formación y el desprendimiento de anillos nebulosos que, según la hipótesis, sobrevienen de vez en cuando, nos presentan casos del establecimiento del equilibrio progresivo que termina en un equilibrio móvil completo. En efecto, la génesis de esos anillos implica una compensación perfecta entre la fuerza atractiva que el esferoide entero ejerce sobre su parte ecuatorial y la fuerza centrífuga que dicha parte ecuatorial ha adquirido durante la concentración de toda la masa; mientras que esas dos fuerzas no sean iguales, siendo naturalmente mayor la atractiva, la parte ecuatorial sigue el movimiento general de concentración de la masa; pero así que se equilibran, la porción ecuatorial no sigue a la restante masa, y quedando retrasada se separa. Sin embargo, cuando el anillo que resulta de ese equilibrio, considerado como un todo relacionado por medio de ciertas fuerzas con otros todos exteriores, ha alcanzado un equilibrio móvil, sus partes no están en equilibrio unas respecto a otras. Así, pues, como ya hemos visto (150), las probabilidades contra la persistencia de un anillo formado de materia nebulosa son inmensas; pues de la instabilidad de lo homogéneo se deduce que la materia nebulosa de un anillo debe romperse en varios fragmentos o integrarse en seguida en una sola masa. Eso quiero decir que el anillo debe progresar hacia un equilibrio móvil más completo, durante la disipación del movimiento que daba a sus partes la forma difusa, dando por resultado un planeta, acompañado quizá de un grupo de cuerpos más pequeños, cada uno de los cuales tiene movimientos relativos, a los que no se opone la resistencia de los medios sensibles, constituyéndose así un equilibrio movible casi perfecto11.

Dejando a un lado la hipótesis, el principio del equilibrio se manifiesta perpetuamente en los cambios de menor importancia que presenta el sistema solar: cada planeta, cada satélite, cada cometa, nos muestra, en su afelio, un equilibrio momentáneo entre la fuerza que le aleja de su centro de gravitación y la que retarda su alejamiento, puesto que ese alejamiento dura en tanto que no se equilibran esas dos fuerzas. Análogamente, en el perihelio se establece también un equilibrio momentáneo en el tránsito inverso. La variación de las dimensiones de la excentricidad y de la posición del plano de cada órbita, tiene también dos límites determinados por los casos en que las fuerzas que producen cada uno de esos cambios en una dirección, son equilibradas por las que actúan en sentido contrario. Al mismo tiempo, cada una de esas perturbaciones simples, lo mismo que cada una de las complejas que resultan de su combinación, presenta además del equilibrio temporal de sus puntos extremos, un equilibrio general de desviaciones mutuamente compensadas, de un estado medio. El equilibrio móvil que de ahí resulta, tiende, en el curso indefinido del tiempo, a ser un equilibrio completo, a consecuencia del decrecimiento gradual de los movimientos planetarios y de la integración definitiva de todas las masas separadas que constituyen el sistema solar. Tal es lo que sugieren los retardos de algunos cometas y lo que juzgan muy probable grandes autoridades. Desde el momento en que se admite que el retardo apreciable del período del cometa de Encke implica una pérdida de movimiento causada por la resistencia del medio etéreo, se supone que esa resistencia debe causar también a los planetas una pérdida de movimiento que, aun cuando infinitesimal en los períodos que hasta ahora podemos medir, si continúa indefinidamente, pondrá fin a sus movimientos. Aun cuando hubiera, como supone Sir John Herschell, una rotación del medio etéreo en la misma dirección que los planetas, dicha cesación de movimiento no podría ser del todo impedida. Sin embargo, esa eventualidad está aún tan lejana de nuestros tiempos, que sólo nos ofrece un interés especulativo: el hacer comprender mejor esa tendencia permanente hacia un equilibrio completo, que se manifiesta por una disipación de movimiento sensible o por su transformación en movimiento insensible o molecular.

Pero hay otra especie de equilibrio en el sistema solar, el cual nos interesa más, a saber: el equilibrio del movimiento molecular llamado calor. Hasta ahora se ha admitido implícitamente que el Sol puede continuar suministrándonos durante un tiempo indefinido la misma cantidad de luz y de calor que actualmente; pero, indudablemente, eso es imposible, puesto que implica una fuerza nacida de la nada, y no vale más, en realidad, esa hipótesis que las de los ilusos que creen descubrir el movimiento continuo. Otra idea domina ya: se conoce que la fuerza es persistente, y en consecuencia, toda fuerza que se nos revela bajo una forma debe haber existido antes bajo otra forma; y esa noción nos induce a pensar que la fuerza manifestada en los rayos solares no es sino una transformación de alguna otra fuerza, existente en el Sol, y por consecuencia de la disipación gradual de dichos rayos en el espacio, dicha fuerza acabará por agotarse. La fuerza agregativa solar, en virtud de la cual la materia de dicho astro se concentra alrededor de su centro de gravedad, es la única que las leyes de la Física nos autorizan a relacionar con las que emanan de dicho astro; y por lo tanto, el único origen cognoscible que se puede racionalmente atribuir a los movimientos insensibles que constituyen la luz y el calor solares, es el movimiento sensible que desaparece durante la concentración progresiva de la sustancia o materia del Sol. Ya hemos visto que esa concentración progresiva era un corolario de la hipótesis nebular; y ahora debemos añadir otro, a saber: que así como en los miembros más pequeños del sistema solar, el calor engendrado por la concentración se ha disipado, en gran parte, y desde hace mucho tiempo, por la radiación en el espacio, dejando un residuo central que se sigue disipando, pero con grandísima lentitud, así también, en la masa inmensamente mayor del Sol, la cantidad inmensamente mayor de calor engendrado, y que está aún difundiéndose, debe, a medida que la concentración tiende a su fin, disminuir y no dejar un residuo insignificante. Ya se admita, ya se rechace la hipótesis de la condensación de la materia nebulosa de que procede el Sol, la idea de que éste pierde gradualmente su calor está hoy muy acreditada.

Se ha calculado la cantidad de luz y de calor ya radiada, la que resta aún por radiar y el período probable durante el cual esa radiación continuará. Helmholtz calcula que desde que, según la hipótesis nebular, la materia de nuestro sistema se extendía hasta la órbita de Neptuno, se ha desarrollado y difundido una cantidad de calor 454 veces mayor que la que aún queda; y que una disminución de 0,0001 en el diámetro solar producirá, partiendo del estado actual, calor para más de dos mil años; o en otros términos, que basta la disminución de media diezmillonésima en el diámetro solar para producir la cantidad de calor que ese astro difunde actualmente en un año; o que se necesita un millón de años para que el diámetro solar se reduzca a 1/20 del actual12. Naturalmente, no debe mirarse esas conclusiones sino como aproximadas, pues hasta hace poco hemos ignorado completamente la constitución física del Sol, y aun ahora sólo tenemos de ella un conocimiento superficial; nada sabemos de su estructura interna, y es posible y aun probable, que las hipótesis sobre la densidad del núcleo sean falsas. Pero todas las incertidumbres, todos los errores que sirvan de base a esos cálculos no impiden el poder afirmar apodícticamente que las fuerzas solares se gastan, y por tanto, deben agotarse al fin de un tiempo más o menos largo. El residuo de movimiento aún no gastado, que conserva el Sol actualmente, puede ser, quizá, mayor que lo que supone el cálculo de Helmholtz; la radiación futura irá muy probablemente decreciendo gradual y lentamente y no continuará uniforme como supone dicho sabio; y la época en que el Sol cesará de radiarnos calor y luz suficientes para la vida orgánica estará tal vez más lejana que lo que se deduce de los cálculos citados; pero esa época llegará, infaliblemente, y eso basta para nuestro objeto.

Así, pues, mientras que el sistema solar, si efectivamente procede de la evolución de la materia cósmica difusa, es un ejemplo de la ley del equilibrio, puesto que presenta o constituye un equilibrio móvil completo; y mientras que, constituido como lo está actualmente, nos ofrece un ejemplo de esta misma ley, por la compensación de todos sus movimientos, es también otro ejemplo por las operaciones que continúan efectuándose, según los astrónomos y los físicos. El movimiento de masas, producido durante la evolución, está en vía de refundirse en movimiento molecular del medio etéreo, tanto por la integración progresiva de la materia de cada masa, como por la resistencia a su movimiento a través de dicho medio. El momento en que todos los movimientos totales o de masas se transformen en movimientos moleculares, puede estar, quizá, infinitamente lejano; pero es indudable que hacia él tienden ineludiblemente todos los fenómenos actuales del sistema solar, hacia una integración completa y un equilibrio móvil perfecto.

172. La forma esférica es la única que puede equilibrar a las fuerzas de gravitación de los átomos. Si la masa formada por ellos tiene un movimiento de rotación, la forma de equilibrio es un esferoide más o menos aplanado, según la velocidad de la rotación; y está probado que la Tierra es un esferoide cuyo aplanamiento es justamente el necesario y suficiente para equilibrará la fuerza centrífuga que resulta de la velocidad del movimiento diurno o de rotación. Esto es decir que, durante la evolución terrestre, se han equilibrado perfectamente las fuerzas que actúan sobre su contorno o superficie. La única operación nueva de equilibrio que la Tierra puede aún presentar es la pérdida de su movimiento de rotación, pero nada indica que éste esté en vía de cesar próxima ni remotamente. Sin embargo, Helmholtz sostiene que el frotamiento de las mareas con el fondo sumergido, debe disminuir lentamente el movimiento de rotación terrestre y acabar por destruirle. Sin duda, parece haber un error en esa afirmación, puesto que el límite del decrecimiento de la velocidad de rotación terrestre, debe ser el alargamiento del día hasta durar una lunación; pero es indudable que dicha causa retarda la rotación de nuestro globo, y es, por consiguiente, un nuevo ejemplo del progreso universal hacia el equilibrio.

Es inútil entrar en más detalles para mostrar cómo esos movimientos que los rayos del Sol engendran en el aire y en el agua, y en la sustancia sólida del globo13, después de haber atravesado el aire y el agua, verifican todos, a la vez, el mismo principio. Evidentemente los vientos, las olas, las corrientes, y los desgastes que efectúan, manifiestan continuamente en una gran escala, y de infinitos modos, esa disipación de movimientos de que hemos hablado en la primera sección; y la tendencia hacia una distribución equilibrada de las fuerzas, como corolario de dicha disipación. Cada uno de los movimientos sensibles producidos directa o indirectamente por la integración de los movimientos insensibles comunicados por el Sol, se divide y se subdivide en movimientos cada vez menos sensibles, hasta convertirse otra vez en movimientos insensibles radiados por la Tierra bajo la forma de vibraciones caloríficas. En su totalidad, los movimientos complejos de las sustancias sólidas, líquidas y gaseosas de la corteza terráquea constituyen un equilibrio móvil dependiente, en el cual, como ya hemos visto, se puede descubrir una combinación compleja de ritmos. El agua, en la incesante circulación que la arrastra del Océano hacia los continentes y de estos hacia el Océano, nos presenta un tipo de esas acciones compensatrices, que en medio de todas las irregularidades producidas por sus mutuas intervenciones, conservan un estado medio. Aquí, como en los otros casos de equilibrio de tercer orden, vemos a la fuerza disiparse continuamente y renovarse también continuamente con otras exteriores, siendo constantemente compensadas la alta y la baja en el gasto, por el alta y la baja en la renovación, como atestigua, por ejemplo, la correspondencia entre las variaciones magnéticas y las manchas solares. Pero el hecho que nos importa más considerar es que esa operación tiende a establecer el reposo completo. Los movimientos mecánicos, meteorológicos y geológicos que están continuamente tendiendo al equilibrio, tanto temporalmente por medio de movimientos contrarios, como de un modo permanente, por la disipación de unos y otros, disminuirán lentamente a medida que disminuya la cantidad de fuerza recibida del Sol. Es indudable: a medida que los movimientos insensibles propagados hasta nosotros, por el centro de nuestro sistema, se hagan más débiles, decrecerán también los movimientos sensibles que producen, y en la época lejana en que por el calor solar sea inapreciable, no habrá redistribución de materia en la superficie terráquea.

Mirados desde un punto de vista más elevado, los fenómenos terrestres aparecen como detalles del establecimiento del equilibrio cósmico. Hemos ya demostrado (69) que entre las alteraciones incesantes que sufre la corteza del globo y la atmósfera, las que no son debidas al movimiento de concentración de la sustancia terrestre, hacia su centro de gravedad, son debidas al movimiento análogo de la sustancia solar, hacia su centro de gravedad. Observemos que el continuar la integración de la Tierra y el Sol es continuar la transformación del movimiento sensible en movimiento insensible que ya hemos visto tender al equilibrio; y que el punto extremo de la integración es un estado en que no queda movimiento sensible transformable en movimiento insensible, es decir, un estado en que las fuerzas integrantes y las fuerzas desintegrantes sean iguales.

173. Todo cuerpo vivo nos presenta bajo una cuádruplo forma la operación que estudiamos: a cada momento, en el juego de las fuerzas mecánicas; diariamente, en el de las funciones orgánicas; anualmente, en los cambios de estado que compensan los cambios de condiciones climatológicas; y finalmente, en la cesación completa del movimiento vital, o en la muerte. Examinemos los hechos bajo esos cuatro puntos de vista.

El movimiento sensible que constituye toda acción orgánica visible se anula más o menos rápidamente, por una fuerza opuesta, procedente del interior o del exterior del organismo. Así, por ejemplo, cuando se levanta un brazo, el movimiento que se le comunica tiene por antagonistas la gravedad o peso del brazo y quizá otro peso sostenido por él, y las resistencias internas resultantes de la estructura; y el movimiento termina cuando el brazo llega a una posición en que todas esas fuerzas se equilibran. Los límites de cada sístole y de cada diástole cardiacas son otro ejemplo de un equilibrio instantáneo entre los esfuerzos musculares antagonistas o que producen movimientos opuestos; y cada oleada de sangre debe ser seguida de otras, porque sino la rápida disipación de su movimiento produciría bien pronto el equilibrio de toda la masa sanguínea. Así también en las acciones y reacciones que se operan entro los órganos internos, y en el juego mecánico del cuerpo entero, se establece a cada momento un equilibrio progresivo de los movimientos producidos. Consideradas en conjunto, como formando una serie, las funciones orgánicas constituyen un equilibrio movible dependiente, un equilibrio movible cuyo poder motor está siempre gastándose en producir los varios equilibrios especiales que acabamos de indicar, y siempre renovándose a expensas de otras fuerzas exteriores. El alimento es un almacén de fuerza, que repara a cada momento lo que las fuerzas vitales pierden en equilibrar o vencer a sus antagonistas. Todos los movimientos funcionales del organismo son, como ya sabemos, rítmicos (85); y sus combinaciones, ritmos compuestos de variadas amplitudes y complejidades. En estos ritmos simples y compuestos, el establecimiento del equilibrio no se manifiesta solamente en cada extremo, sino también en la conservación de un término medio constante; y en su restablecimiento, cuando causas accidentales han producido una desviación de él. Cuando, por ejemplo, hay un gran gasto de movimiento muscular, se hace, en parte, a expensas de los almacenes de movimiento latente, depositados en el interior de los tejidos, bajo la forma de materia combustible. El aumento de las actividades respiratoria y circulatoria es el medio de que se vale el organismo casi siempre para producir nuevas fuerzas que restauren las gastadas o disipadas rápidamente. Esa transformación extraordinaria de movimiento insensible o molecular en movimiento sensible o mecánico es seguida, a poco, de una absorción proporcionada de alimentos, es decir, de materia que tiene almacenada una gran cantidad de movimiento molecular. Cuanto más se ha gastado del capital dinámico acumulado en los sistemas orgánicos, circulatorio, nervioso, etc., más tendencia hay a un reposo prolongado, durante el cual se reparen las pérdidas de ese capital. Si la desviación del curso ordinario de las funciones ha sido bastante grande para turbar su ritmo, como cuando un ejercicio violento hace perder el apetito y el sueño; aunque más tarde se establece al fin en definitiva el equilibrio orgánico, siempre que la perturbación no sea tal que destruya el juego de las funciones, es decir, la vida, en cuyo caso el equilibrio completo se establece bruscamente, en los demás casos se restablece poco a poco el equilibrio, móvil; el apetito vuelve, y se manifiesta tanto más vivo cuanto más grande ha sido la pérdida de los tejidos; un sueño tranquilo y prolongado repara los efectos de largas vigilias, etc. No hay excepción a la ley general ni aun en los casos extremos en que algún exceso ha producido un desarreglo irreparable, porque aun entonces el cielo de las funciones encuentra, después de algún tiempo, su equilibrio alrededor de un nuevo estado medio, que, desde ese momento viene a ser el estado normal del individuo. Así, cuando en medio de los cambios rítmicos que constituyen la vida orgánica, una fuerza perturbadora viene a efectuar un exceso de cambio en una dirección, es gradualmente disminuida, y en definitiva neutralizada, por fuerzas antagonistas, las cuales efectúan un cambio compensador en dirección opuesta y restablecen, después de más o menos oscilaciones, el estado medio. Esta operación es la que los médicos llaman vix medicatrix naturae. La tercera forma de equilibrio manifestada por los cuerpos orgánicos es una consecuencia necesaria de lo que acabamos de exponer. Cuando por un cambio, de costumbres o de circunstancias, un organismo está sometido a nuevas y permanentes influencias, o a una antigua influencia, con diferente intensidad, los ritmos orgánicos son más o menos turbados, pero se establece entre ellos un nuevo equilibrio alrededor de una condición media producida por la nueva influencia. Lo mismo que las divergencias temporales de los ritmos orgánicos son compensadas por otras de especie opuesta, también las divergencias permanentes son compensadas por otras opuestas y permanentes. Si la cantidad de movimiento que debe ser engendrada por un músculo es mayor que la ordinaria, la nutrición del músculo crece y si el exceso de nutrición es suficiente, el músculo crece, cesando el incremento cuando se equilibran las pérdidas y sus reparaciones, el gasto de fuerza y la cantidad de fuerza latente que se añade cada día. Lo mismo sucede, patentemente, en todas las modificaciones orgánicas que dependen de un cambio de clima o de alimento. Y esa conclusión la podemos deducir, sin conocer las reordenaciones especiales que conducen al equilibrio. Si vemos establecerse un nuevo modo de vida después de una perturbación funcional de alguna duración, producida por algun cambio en las condiciones del organismo, si vemos que esas condiciones cambiadas persisten en su nuevo estado, sin nuevos cambios, no tenemos más remedio que suponer que las nuevas fuerzas introducidas en el sistema han sido compensadas por fuerzas opuestas; operación a la cual se ha llamado adaptación a las condiciones de existencia. Finalmente, todo organismo mirado en el conjunto de su vida, es otro ejemplo de la ley: al principio, absorbe cada día bajo la forma de alimentos una cantidad de fuerza mayor que la que gasta; el exceso se equilibra por el crecimiento. En la edad madura, ese exceso disminuye; en el organismo plenamente desarrollado la absorción diaria de movimiento potencial está próximamente compensada o equilibrada por el gasto diario de movimiento actual; es decir, que en el ser orgánico adulto hay constantemente un equilibrio de tercer orden. Por último, llega una edad en que las pérdidas diarias sobrepujan a las ganancias y comienza una disminución progresiva de la acción funcional: los ritmos orgánicos se extienden más o menos ampliamente a uno y otro lado del estado medio, y al fin se establece el equilibrio completo y definitivo que llamamos muerte.

El último estado de estructura que acompaña al último estado funcional, hacia el que tiende un organismo, tanto individual como específicamente, puede deducirse de una proposición que hemos sentado en la primera sección de este capítulo. Hemos visto que la heterogeneidad alcanza su límite cuando el equilibrio de un agregado llega a ser completo; que la redistribución de la materia no puede continuar, sino en tanto que persiste su movimiento no equilibrado; y que, por tanto, las coordinaciones terminales de estructura deben ser tales que puedan oponer fuerzas antagonistas equivalentes a todas las fuerzas que actúan sobre el agregado. Ahora bien; supongamos un organismo cuyo equilibrio sea de los que llamamos móviles. Hemos visto que la conservación de un equilibrio móvil exige la producción normal de fuerzas internas, correlativas en número, intensidad y dirección, a las fuerzas externas incidentes; es decir, tantas funciones internas aisladas o combinadas como acciones externas hay que equilibrar. Pero las funciones son, a su vez, correlativas de los órganos; la intensidad de aquéllas es, en igualdad de las demás circunstancias, correlativa al volumen de éstos, y las combinaciones de las funciones son correlativas a las conexiones de los órganos. Resulta de ahí que la complejidad de estructura que acompaña al equilibrio funcional puede definirse: un estado en el que hay tantas partes específicas como son necesarias para que puedan, conjunta o separadamente, equilibrar las fuerzas combinadas o aisladas, en medio de las cuales existe el organismo. Tal es el límite de la heterogeneidad orgánica, al cual se aproxima el hombre más que ningún otro ser orgánico.

Los grupos de organismos manifiestan con bastante claridad la tendencia universal hacia el equilibrio. Ya hemos hecho ver (85) que toda especie de planta y de animal está perpetuamente sometida a una variación rítmica en el número de individuos; tan pronto, por efecto de la abundancia de alimentos y de la escasez de enemigos, dicho número excede más o menos al término medio; tan pronto por la escasez de subsistencias, y abundancia de enemigos, el número de individuos desciende bajo el término medio. Así es como se establece el equilibrio entra la suma de las fuerzas que coadyuvan al incremento de la especie y las que conspiran a su decremento. Los límites de esas variaciones son los puntos en que una serie de fuerzas, primero en auge o exceso sobre otras, llega a ser equilibrada por éstas. En medio de las oscilaciones producidas por ese conflicto de fuerzas, se sostiene el término o número medio de individuos de la especie; es decir, el punto en que la tendencia que ésta tiene a extenderse, se equilibra con la tendencia del medio a restringir ese desarrollo, esa extensión.

No se puede negar que ese balance de las fuerzas conservatrices y destructoras que vemos tiende a establecerse en todas las especies, debe establecerse final y necesariamente, puesta que el incremento del número no puede continuar sino hasta que le excede el incremento de la mortalidad, y el decrernento del número puede ser detenido o por el exceso de fertilidad o, por la extinción total de la raza o de la especie.

174. Podernos aplicar a los equilibrios de las acciones nerviosas que constituyen la vida psíquica, la misma clasificación que a los de la vida orgánica o corporal. Estudiémoslos en el mismo orden.

Toda pulsación de fuerza nerviosa (ya sabemos que las corrientes nerviosas no son continuas, sino rítmicas) (86) encuentra fuerzas resistentes u opuestas; para vencerlas, se dispersa o difunde. Estudiando la correlación y equivalencia de las fuerzas, hemos visto que cada sensación, cada emoción, o más bien el residuo de los fenómenos orgánicos de la excitación de las ideas y de los sentimientos asociados, se gasta en producir otros fenómenos orgánicos, contracciones musculares voluntarias o involuntarias, aumento de secreciones, etc. Hemos visto que los movimientos debidos a esas causas son siempre terminados por la oposición de las fuerzas que ellos mismos provocan. Mas lo que debemos observar principalmente, es, que lo propio sucede a los cambios nerviosos, debidos a las mismas causas. Diversos hechos prueban que la producción de todo pensamiento o sentimiento debe siempre vencer alguna resistencia; por ejemplo, cuando la asociación de ciertos estados mentales no ha sido frecuente, es preciso un esfuerzo apreciable para evocarlos uno tras otro; durante toda postración nerviosa, hay una incapacidad relativa de pensar; las ideas no se enlazan con la rapidez y facilidad habituales: por último, el hecho de que durante un aumento insólito de fuerza nerviosa, natural o artificial, la resistencia a producirse los pensamientos disminuye y se producen fácil y prontamente las más complejas, numerosas y difíciles combinaciones de ideas. Es decir, que la onda de actividad nerviosa, engendrada a cada momento, se propaga en el cuerpo yen el cerebro por los cordones en que la resistencia es mínima; al menos en aquellas condiciones, y difundiéndose después proporcionalmente a su intensidad, no acaba hasta que se equilibra con la resistencia que encuentra por todas partes. Si examinamos nuestras acciones mentales cotidianas, vemos en ellas equilibrios análogos a los que se establecen también cotidianamente entre las demás funciones del cuerpo. En uno y otro caso hay ritmos que presentan una compensación de fuerzas opuestas en sus extremos, y además la conservación de un equilibrio general, lo cual se ve en la alternativa cotidiana de períodos de actividad y de descanso mentales; las fuerzas gastadas durante aquélla, son compensadas o restauradas por las adquiridas durante el sueño; se ve también en las alternativas de ardor y calma de cada deseo; todos llegan a una cierta intensidad, y son equilibrados ya por el gasto de fuerza que se emplea en realizar lo deseado, ya, aunque menos completamente, en imaginar dicha realización, pues en ambos casos la actividad llega a su máximum; es decir, a un reposo relativo que forma uno de los extremos de la onda rítmica. El equilibrio se produce también bajo una doble forma en los casos de dolor o de alegría: todo acceso de pasión que se expresa por gestos vehementes, llega a un máximum, desde el cual las fuerzas antagonistas le vuelven a un término medio; y disminuyendo sucesivamente en intensidad los accesos, se llega a un equilibrio mental semejante o poco diferente al estado anterior al de alegría o dolor actuales. Pero la especie más notable de equilibrio mental, es el que establece una correspondencia entre las relaciones que unen nuestros estados de conciencia y las relaciones del mundo exterior. Toda conexión externa de los fenómenos que somos capaces de percibir, engendra, por efecto de las experiencias acumuladas, una conexión interna de estados mentales; y el resultado al que tiende esa operación, es a formar una conexión relativa de estados mentales de una fuerza proporcionada a la constancia relativa de la conexión física representada a la conciencia.

Sabemos que todo movimiento sigue la línea de menor resistencia, y que, en igualdad de condiciones, una vez iniciada una vía por un movimiento, esa ruta es más fácil para todo movimiento futuro; y por tanto, la facilidad con que se comunican las impresiones nerviosas, es, a igualdad de las demás circunstancias, tanto mayor cuanto más repetidas han sido anteriormente por la misma vía. De ese modo se establece en la conciencia una conexión indisoluble correspondiente a una relación invariable que une, por ejemplo, la resistencia de un objeto y la extensión y cohesión de ese objeto; y cuando esa conexión interna es tan firme como puede serlo la externa correlativa, ya no cambia, y se equilibran perfectamente ambas conexiones o relaciones. Inversamente, relaciones variables entre varios fenómenos, como las que unen las nubes y la lluvia, tienen por correlativas o correspondientes relaciones de ideas, también variables o inseguras; y si, no obstante, algunos aspectos de la atmósfera que nos hacen vaticinar buen o mal tiempo, corresponden efectivamente, las más veces, a estos fenómenos, es porque la repetición de experiencias ha establecido cierto equilibrio entro la relación mental y la relación física correspondiente. Si se observa que entre esos casos extremos hay innumerables órdenes de conexiones externas con diferentes grados de constancia, y que, durante la evolución de la inteligencia se forman conexiones internas, correspondientes a esos diversos grados de cohesión de las externas, se ve también patente la tendencia a equilibrarse las relaciones de ideas o subjetivas, con las relaciones de cosas u objetivas. Ese equilibrio llegaría a establecerse definitivamente, cuando cada relación de cosas engendrara en nosotros una relación de ideas tal que, en las condiciones convenientes, la relación mental se reprodujera tan seguramente como la relación física. Supongamos llegado dicho caso, lo que no podrá suceder sino al cabo de un tiempo infinito; la experiencia cesaría de producir nuevas evoluciones mentales, habría una exacta correspondencia entre los hechos y las ideas, y la adaptación intelectual humana a las condiciones externas sería completa. Las mismas verdades generales se manifiestan en la adaptación moral, que es una especie de equilibrio o una aproximación a él, entre los sentimientos y las ideas y las reglas de conducta, correspondientes. Las relaciones de los sentimientos y de los actos entre sí, están determinadas del mismo modo que las conexiones entre las ideas; pues así como la repetición de series de ideas asociadas facilita la evocación de las unas por las otras, así también la descarga nerviosa, excitada por tal o cual sentimiento, para llegar a producir tal o cual acción, facilita la descarga siguiente de otro sentimiento igual en otra acción igual.

Resulta de ahí, que, si un individuo está colocado en condiciones permanentes que exijan más cantidad de cierta especie de acción que la exigida antes, o que la posible de ejecutar naturalmente si la presión de los sentimientos penosos que esas condiciones producen, a no ser satisfechas, no forzase a ejecutar dicha acción en mayor escala; si esta ejecución repetida y prolongada bajo la influencia de esa presión, disminuye algo la resistencia para repetirla nuevamente, es indudable que tal disminución es un progreso hacia el equilibrio entre la demanda de esa especie de acción y la oferta del organismo para ejecutarla. Sea en ese mismo individuo, sea en sus descendientes que continúen viviendo en las mismas condiciones, una repetición continuada y enérgica debe indudablemente conducir a un estado en que el modo de dirigir las acciones no ofrezca más dificultad que los otros varios modos ya naturales en la especie. Según eso, el límite hacia el que la evolución psíquica tiende, y al que puede aproximarse asintóticamente, es decir, cada vez más, pero sin poder llegar a él sino al cabo de un tiempo infinito, es una combinación de deseos que corresponda a todos los diversos órdenes de actividad que las circunstancias de la vida hacen nacer, deseos proporcionados todos, en intensidad, a las necesidades de esos diversos órdenes, y satisfechos todos por ellos. Los caracteres que llamamos hábitos adquiridos, y las diferencias morales de las razas y de las naciones, producidas por hábitos que persisten durante varias generaciones, nos ofrecen innumerables ejemplos de esa adaptación progresiva, que no puede cesar sino con el establecimiento de un equilibrio completo entre la constitución de la raza y sus condiciones de existencia.

Se dudará, quizá, de que los equilibrios descritos en esta sección, puedan ser clasificados a la par que los citados en el párrafo anterior; se dirá, tal vez, que tomamos analogías por hechos. Es, sin embargo, cierto, que ambos órdenes do equilibrios son puramente físicos. Para demostrarlo, sería preciso un análisis muy detallado, que no cabe en esta obra. Bastará indicar, como ya lo hicimos (71), que los fenómenos que llamamos subjetivamente estados de conciencia, son, objetivamente, modos de fuerza; que tal o cual cantidad de sentimiento, corresponde a tal o cual cantidad de movimiento; que la verificación de un acto corporal cualquiera es la transformación de cierta cantidad de sentimiento o de deseo en la cantidad de movimiento equivalente; que esta acción corporal lucha con otras fuerzas, y se gasta en vencerlas: y, en fin, que lo que necesita la repetición de esa acción para hacerse frecuente, es tan sólo la repetición frecuente de las fuerzas que dicha acción debe vencer. Por consiguiente, la existencia en un individuo de un estímulo psíquico que equilibre o venza ciertas condiciones externas, es, literalmente, la producción habitual de alguna parte especial de fuerza nerviosa equivalente en intensidad a dichas condiciones. Así, pues, el último estado, el límite hacia el cual tiende la evolución psíquica, es un estado en que las especies y cantidades de fuerzas mentales, producidas y transformadas en movimientos, sean equivalentes a los diversos órdenes y a los diversos grados de fuerzas ambientes que luchan con dichos movimientos y los equilibran.

175. Toda sociedad, considerada en su conjunto, presenta una condición de equilibrio en la adaptación del número de sus individuos a las condiciones o medios de subsistencia. Una tribu humana que viva exclusivamente de caza, pesca y frutos o legumbres, está, como otra tribu cualquiera de animales inferiores, sujeta a oscilaciones en torno al número medio de individuos que la localidad puede alimentar. Una raza superior puede muy bien, artificialmente y por sucesivos perfeccionamientos, ampliar los límites que las circunstancias exteriores imponen a su población; pero siempre hay una detención del incremento de población cuando se llega al límite temporal correspondiente. Verdad es que cuando el límite varía tan rápidamente como en nosotros, no hay realmente alto en el incremento; no hay sino una variación rítmica en su intensidad. Pero si se observa las causas de esa variación rítmica, si se sigue con atención el incremento durante los períodos de abundancia y la disminución durante los de escasez del número de tratamientos, se verá que la fuerza expansiva produce un progreso insólito siempre que la fuerza represiva disminuye, y viceversa; así es como se establece entre las dos fuerzas un estado tan próximo al equilibrio como las condiciones lo permiten.

Las acciones internas que constituyen las funciones sociales suministran ejemplos tan claros, como los citados, del principio general. La oferta y la demanda tienden continuamente a equilibrarse en todas las transacciones industriales y comerciales, y ese equilibrio puede ser interpretado del mismo modo que los precedentes. La producción y la distribución de un producto industrial son resultados de varias fuerzas que producen movimientos de diversas especies o intensidades. El precio de ese producto es la medida de otro sistema de fuerzas, de otras especies o intensidades, desarrolladas y gastadas por el productor. Las variaciones de precio representan un balanceo rítmico de esas fuerzas.

Todas las altas y bajas en los réditos de un capital, y todo cambio en el valor de un producto implica un conflicto de fuerzas, en el que alguna fuerza que predomina temporalmente produce un movimiento, equilibrado a poco por fuerzas opuestas; entre esas oscilaciones horarias o diurnas se halla un punto medio que varia más lentamente, en el cual tiende a fijarse el valor, y se fijaría, si no se añadiesen continuamente nuevas influencias a las ya existentes. Como en el organismo de cada individuo, en el organismo social también son engendrados los equilibrios de estructura por equilibrios funcionales. Cuando los obreros de una industria reciben una demanda mayor, y luego, en pago de una remesa mayor, reciben mayor cantidad de beneficios que la ordinaria; cuando, por consiguiente, las resistencias que tienen que vencer para subsistir son menores que las que encuentran otros obreros, éstos invaden más o menos la industria de aquéllos. Tal invasión continúa hasta que el exceso de la demanda se para; y entonces los salarios bajan hasta que la resistencia total que se necesita vencer para ganar una cantidad determinada de subsistencias es tan grande en el nuevo trabajo, como lo era en aquellos de donde provino el refuerzo de obreros. Hemos visto ya que el principio del movimiento por la línea de mínima resistencia exige que la población se acumule en los sitios en que el trabajo necesario para la subsistencia es más débil; y vemos también ahora, que los obreros establecidos en una localidad ventajosa o en un trabajo lucrativo, deben multiplicarse hasta que se establezca un equilibrio aproximado entre esta localidad o ese trabajo y otras localidades o trabajos accesibles a los mismos individuos. Cuando los padres escogen carreras para sus hijos, discuten las ventajas respectivas de todas las posibles, y escogen las que creen más lucrativas o más conducentes al finque se propongan. A consecuencia de la invasión de unas industrias por obreros de otras, las que estaban en auge sufren una disminución de personal, lo que produce un equilibrio entro la fuerza de cada órgano social y la función que debe desempeñar.

Las diversas acciones y reacciones industriales, continuamente oscilantes, constituyen un equilibrio móvil dependiente que se parece al que reina en las funciones de un organismo individual, por su tendencia a hacerse más completo. Durante las primeras épocas de la evolución social, mientras que los recursos de la localidad habitada son aún desconocidos parcialmente y las artes productoras están en su infancia, no hay sino un balanceo temporero y parcial de esas acciones bajo la forma de aceleración y retardo del progreso o desarrollo social. Pero, cuando una sociedad se aproxima a la madurez del tipo de su organización, sus varias especies de actividades industriales, comerciales, etc., son casi constantes. Además, se puede observar que el progreso en la organización, lo mismo que en el desarrollo, conduce a un equilibrio mejor establecido de las funciones industriales. Cuando la difusión del comercio es lenta y faltan los medios de transporte, el equilibrio entre la oferta y la demanda es muy imperfecto: a una gran superabundancia sucede una gran escasez, formándose así un ritmo cuyos puntos extremos se apartan mucho del estado medio en que se realiza el equilibrio entre la oferta y la demanda. Pero cuando hay buenos caminos, cuando los anuncios impresos y escritos se reparten fácil y profusamente y, sobre todo, cuando funcionan los ferro-carriles y los telégrafos; cuando a las ferias periódicas de los primeros tiempos sucedieron los mercados semanales y a éstos los diarios, se halló ya establecido un equilibrio más perfecto entre el consumo y la producción. Un exceso en la demanda es seguido mucho más prontamente de un incremento en la oferta, y las oscilaciones rápidas del precio, entre límites próximos, a uno y otro lado, del precio medio, son signos seguros de un perfecto y cercano equilibrio. Evidentemente ese progreso industrial tiene por límite lo que Stuart Mill ha llamado estado estacionario. Cuando la población se haya hecho muy densa en todos los sitios habitables del globo, cuando los recursos de todas las regiones hayan sido plenamente explorados, cuando las artes productoras hayan sido perfeccionadas completamente, habrá un equilibrio casi perfecto entre la fecundidad y la mortalidad, entre la producción y el consumo humanos; cada sociedad no se apartará mucho de un número medio de individuos, los ritmos diario y anual de sus funciones industriales se verificarán con insignificantes perturbaciones. Sin embargo, aun cuando avancemos hacia ese límite, está infinitamente lejano, y no podremos alcanzarle por completo. La población de la Tierra hasta ese extremo no puede hacerse simplemente por reproducción. En el porvenir, como en el pasado, habrá oleadas rítmicas de emigración radiando de los pueblos más hacia los menos civilizados; esa operación tiene que ser muy lenta y no es fácil que produzca una civilización superior, como piensa Mill. Más bien es creíble que la aproximación a ella ha de ser simultánea con la aproximación al equilibrio completo entre la naturaleza o constitución y las condiciones de existencia del hombre.

Hay aún otra especie de equilibrio social, el que da por resultado el establecimiento de las instituciones gubernamentales, el cual se aproxima a la perfección, a medida que aquéllas se armonizan con los deseos y las necesidades de los pueblos. En política como en industria, hay una demanda y una oferta, y en uno y en otro caso las fuerzas antagonistas producen un ritmo que oscila primero entre puntos muy lejanos, y acaba por un equilibrio móvil de una regularidad relativa. Las impulsiones agresivas que el hombre ejecuta en el estado pre-social, las tendencias, a satisfacer sus deseos, sin miramientos a los derechos de los demás seres -caracteres de los animales feroces-, constituyen una fuerza antisocial que tiende siempre a dividir y hacer luchar unos contra otros, a los seres humanos. Por el contrario, los deseos que no pueden ser satisfechos, sino mediante la unión o asociación de unos hombres con otros, son fuerzas que tienden a unirlos con lazos más o menos fuertes y duraderos. Por una parte, hay más o menos resistencia en cada hombre a las restricciones que los demás ponen a sus acciones, resistencia que tiende a extender la esfera de acción de cada individuo y a limitar las de los demás, y que es evidentemente una fuerza repulsiva entre los diversos miembros de una sociedad. Por otra parte, la simpatía general del hombre por el hombre, y la especial de los individuos de cada raza o variedad unos por otros, unidas a otros sentimientos del mismo orden que produce y desarrolla el estado social, actúan como fuerzas atractivas para unir y conservar la unión entre los individuos del mismo origen. Puesto que las resistencias que tienen que superar para satisfacer todos sus deseos, cuando viven separados, son mayores que las que encuentran para el mismo fin, cuando están asociados, queda un exceso de fuerza que impide su separación. Como todas las fuerzas antagonistas, las ejercidas por los hombres unos contra otros producen siempre movimientos alternativos que, extremados primero, después sufren una transformación gradual y se aproximan lentamente a un equilibrio móvil. En las pequeñas sociedades no desarrolladas, esas tendencias antagonistas producen ritmos más o menos marcados. Una tribu cuyos individuos han vivido juntos, durante una generación o dos, alcanza una magnitud que no permite continúe la unión y al menor motivo estalla un antagonismo que basta para producir una división o separación. En todas las naciones primitivas la unión depende mucho del carácter del jefe; así se les ve oscilar entre dos extremos: un despotismo que abruma, o una anarquía desordenada. En las naciones más adelantadas del mismo tipo, se encuentran violentas acciones y reacciones de la misma naturaleza, en el fondo. «El despotismo contrarrestado por el asesinato es el carácter de todo estado político en que una represión intolerable obliga a los súbditos de vez en cuando a romper todo freno social. Todo período de tiranía es seguido de otro de anarquía y vice versa: y esta alternativa nos muestra cómo las fuerzas antagonistas se equilibran mutuamente; y en esos movimientos y contra movimientos que tienden a hacerse más moderados, el equilibrio se aproxima a su perfección. Los conflictos entre los conservadores, que creen que la sociedad debe contener al individuo, y los reformistas, que quieren la plena libertad del individuo, dentro de la sociedad, tienen límites cada vez más estrechos, de suerte que el predominio temporal de una u otra teoría produce una desviación menos marcada del estado medio. Ese equilibrio está tan perfeccionado entre nosotros, que las oscilaciones son relativamente insignificantes, y continuará hasta que el balanceo entre las fuerzas antagonistas no se separe del estado de equilibrio perfecto, sino por diferencias inapreciables. En efecto, hemos visto ya que la adaptación de la naturaleza humana a las condiciones de su existencia, no puede pararse hasta que las fuerzas internas que se llaman sentimientos se equilibran con las fuerzas externas con las que luchan. Lo que caracteriza el establecimiento de ese equilibrio es un estado de la naturaleza humana y de la organización social tales, que el individuo no tenga deseo alguno que no pueda ser satisfecho sin salir de su esfera ordinaria de acción, mientras que la sociedad no imponga más límites a la libertad individual que los que el individuo respete libremente. La extensión progresiva de la libertad de los ciudadanos y la abrogación consiguiente de las restricciones políticas, tales son los grados por los cuales nos elevamos a ese estado».

En fin, la abolición de todas las restricciones impuestas a la libertad de cada uno, a excepción de las que se refieren a la libertad de los demás, es el resultado del equilibrio completo entre los deseos del hombre y la conducta que imponen las condiciones ambientes.

Naturalmente, en este caso, como en los anteriores, hay un límite al incremento de la heterogeneidad. Ha poco dedujimos que cada paso de la evolución mental consiste en el establecimiento de alguna nueva acción interna correlativa con alguna otra externa, de alguna conexión adicional de ideas y sentimientos correspondiente a una conexión de fenómenos aún incógnita o sin antagonista. Dedujimos también que implicando cada nueva función mental alguna nueva modificación de estructura con aumento subsiguiente de heterogeneidad, la cual, según eso, debe seguir aumentando mientras que las relaciones externas que impresionan al organismo, no son equilibradas por relaciones internas correlativas. De donde se deduce que el incremento de la heterogeneidad no puede cesar, sino cuando el equilibrio sea completo. Evidentemente, lo mismo debe suceder en la sociedad: todo aumento de heterogeneidad en el individuo debe implicar directa o indirectamente, como causa o como consecuencia, algún incremento de heterogeneidad en el arreglo o coordinación de las sociedades. En fin, no puede llegarse al límite de la complejidad social sino cuando se establezca el equilibrio completo y definitivo entre las fuerzas sociales y las individuales.

176. Llegarnos, por fin, a una última cuestión que quizá se ha formulado ya más o menos claramente en el espíritu de nuestros lectores. «Si la evolución, en todas, sus formas, es un incremento de complejidad, en estructura y en funciones, accesorio de la operación universal del establecimiento del equilibrio, y si el equilibrio debe terminar en el reposo completo; ¿cuál es el fin hacia que tienden todas las cosas? Si el sistema solar pierde lentamente sus fuerzas, si el sol pierde sil calor aunque tan lentamente que aún lo durará, muy probablemente, millones de años, si la disminución de la radiación solar trae consigo una disminución en la actividad de las operaciones geológicas y meteorológicas, como también en la cantidad de vida animal y vegetal; si la sociedad y sus individuos dependen de esas fuerzas que tienden gradualmente a extinguirse, ¿no es evidente que todo cuanto vive tiende a una muerte universal?

Parece indudable que ese estado de muerte universal sea el límite de la operación que se efectúa doquier: pero, ¿no habrá después una operación ulterior que resucite esos cambios e inaugure una vida nueva? Cuestión es esa que discutiremos más adelante. Por ahora, basta que el fin más próximo de todas las transformaciones que hemos descrito sea un estado de reposo, lo cual, como los demás principios, puede deducirse, a priori, del primero de todos, de la persistencia de la fuerza.

Hemos visto (74) que los fenómenos de todos los órdenes no pueden explicarse sino como efectos de fuerzas atractivas y repulsivas universalmente coexistentes. Esas fuerzas son indudablemente modos complementarios de la Fuerza - último dato de la conciencia-. Así como la igualdad de la acción y reacción es un corolario de la persistencia de la fuerza, porque su desigualdad implicaría que la fuerza-diferencia se anula o proviene de la nada; así también no podemos tener conciencia de una fuerza atractiva sin tenerla al mismo tiempo de otra fuerza repulsiva igual y opuesta; porque toda experiencia de una tensión muscular (única forma bajo la que podemos conocer inmediatamente una fuerza atractiva) presupone una resistencia equivalente que se revela, o en la presión de nuestro cuerpo contra los objetos vecinos, o en la absorción de la fuerza que le da movimiento, o en ambos; resistencia que no podemos concebir sino como igual a la tensión, a menos de negar la persistencia de la fuerza. De esa correlación necesaria resulta la incapacidad en que nos hallamos de interpretar fenómenos cualesquiera, sino en función de esos fenómenos correlativos, incapacidad que se revela igualmente en la necesidad que tenemos de concebir las fuerzas extáticas, que manifiesta la materia tangible, como debidas a la atracción y a la repulsión de sus átomos; y en la necesidad, para, concebir las fuerzas dinámicas, que se ejercen a través del espacio, de considerarlo lleno de átomos ligados por fuerzas análogas. Así, pues, de la existencia de una fuerza, cuya cantidad no puede ser alterada, se sigue, como corolario, la existencia co-extensiva de dos formas opuestas de fuerza, formas bajo las cuales nos obligan las condiciones de nuestra mente a representarnos la fuerza absoluta o incognoscible.

Pero si las fuerzas de atracción y de repulsión coexisten universalmente, o por doquier, síguese, como lo hemos visto ya, que todo movimiento encuentra ineludiblemente una resistencia. Las unidades de materia sólida, líquida, gaseosa o etérea, que hay infaliblemente en el espacio que atraviesan los cuerpos en movimiento, presentan a éstos una resistencia, función de la inercia o de la cohesión, o de ambas propiedades de aquéllas. En otros términos: debiendo ser más o menos desviado el medio que ocupa los sitios atravesados por todo cuerpo en movimiento, pierde ese cuerpo tanta cantidad de movimiento, cuanta recibe el medio desviado o removido.

De tal condición, en que se verifica todo movimiento, se deducen dos corolarios: el primero, que esas sustracciones continuas, producidas por la comunicación del movimiento de un cuerpo, al medio resistente en que se mueve, deben necesariamente poner fin a dicho movimiento al cabo de más o menos tiempo; y el segundo, que no cesará ese movimiento hasta que dichas sustracciones le anulen o destruyan; o de otro modo: el movimiento continuará hasta que se establezca el equilibrio entre las fuerzas que actúen sobre el móvil; y el equilibrio se establecerá siempre. Estos dos principios son también corolarios de la persistencia de la fuerza. En efecto, si todo o parte de un movimiento pudiera desaparecer de otro modo que comunicándose a lo que resiste o se opone a él, más o menos, desaparecería reduciéndose a la nada, sin producir efecto alguno, es decir, no sería una verdad la persistencia de la fuerza. Recíprocamente, decir que el medio atravesado puede ser puesto en movimiento, desplazado de su sitio, por el móvil, sin que éste pierda movimiento, es decir que el movimiento del medio puede nacer de la nada, lo que también contradice a la persistencia de la fuerza. Luego esta verdad primordial es también garantía inmediata de que los cambios en que consiste la evolución no pueden acabar sino cuando se llegue a un equilibrio completo, y de que ese equilibrio se establecerá efectivamente. Las proposiciones que ha poco formulamos, relativas al establecimiento y a la conservación de los equilibrios móviles, bajo sus diversos puntos de vista, son también apodícticas o necesarias, porque son también deducibles de ese principio supremo del Universo. Es un corolario de la persistencia de la fuerza, que los varios movimientos de una masa y de todas sus partes, deben ser disipados por las resistencias que han de vencer; y por eso aquellos que tengan menor intensidad o encuentren mayor resistencia o reúnan ambas condiciones, deben cesar primero, mientras los demás aún deben continuar. Luego en toda masa animada de varios movimientos, los más débiles y los que hallan más resistencia deben cesar los primeros, y los más fuertes y los que hallen menos resistencia deben continuar largo tiempo; así se establecen los equilibrios móviles dependientes o independientes; y, como corolario, la tendencia a la conservación de esos equilibrios móviles: porque los nuevos movimientos, comunicados por una fuerza perturbatriz, a los elementos de un equilibrio móvil, deben ser, o de intensidad y especie tales, que no puedan ser disipados ante los movimientos preexistentes, en cuyo caso dan fin al equilibrio móvil; o viceversa, de intensidad y especie tales que puedan ser disipados por los movimientos anteriores, y entonces el equilibrio móvil turbado se restablece pronto.

Así, pues, de la persistencia de la fuerza se deducen, no solamente los equilibrios directos o indirectos, que se establecen doquier se acaban las varias formas de la evolución, sino también los equilibrios móviles menos apreciables, restablecidos después de haber sido turbados. Este último principio explica la tendencia de todo organismo -vix medicatrix- alterado por alguna fuerza anormal, a volver a su equilibrio; y también la adaptación de los individuos y de las especies a nuevas condiciones de existencia. Otro ejemplo comprueba dicho principio, a saber: el progreso gradual del hombre hacia la armonía entre sus condiciones de existencia y sus necesidades psíquicas; pues si son corolarios de ese principio todos los caracteres de la evolución, ésta no puede terminar en el mundo psíquico, sino por el establecimiento de las máximas perfección y felicidad.