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ArribaAbajoCapítulo XX

En que trata la diferencia que hay de unión a arrobamiento: declara, qué cosa es arrobamiento, y dice algo del bien que tiene el alma, que el Señor por su bondad llega a él: dice los efectos que hace


1. Querría saber declarar con el favor de Dios, la diferencia que hay de unión a arrobamiento, o elevamiento, o vuelo que llaman de espíritu, o arrebatamiento, que todo es uno. Digo, que estos diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis14. Es grande la ventaja que hace a la unión: los efectos muy mayores hace, y otras hartas operaciones; porque la unión parece principio, y medio, y fin, y lo es en lo interior; más ansí como estotros fines son en más alto grado, hacen los efectos interior, y exteriormente. Declárelo el Señor, como ha hecho lo demás, que cierto si su Majestad no me hubiera dado a entender, por qué modos, y maneras se puede algo decir, yo no supiera.

2. Consideremos ahora, que esta agua postrera, que hemos dicho, es tan copiosa, que si no es por no lo consentir la tierra, podemos creer, que se está con nosotros esta nube de la gran Majestad acá en esta tierra. Mas cuando este gran bien agradecemos, acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el alma (digamos ahora, a manera que las nubes cogen los vapores de la tierra) y levántala toda della; helo oído ansí esto, de que cogen las nubes los vapores, o el sol, y sube la nube al cielo, y llévala consigo, comiénzala a mostrar cosas del reino, que le tiene aparejado. No sé si la comparación cuadra; mas en hecho de verdad ella pasa ansí. En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo; y ansí se siente muy sentido, faltar dél el calor natural: vase enfriando, aunque con grandísima suavidad, y deleite.

3. Aquí no hay remedio de resistir, que en la unión, como estamos en nuestra tierra, remedio hay; aunque con pena, y fuerza, resistirse puede casi siempre: acá las más veces ningún remedio hay, sino que, muchas sin prevenir el pensamiento, ni ayuda ninguna, viene un ímpetu tan acelerado, y fuerte, que veis, y sentís levantarse esta nube, o esta águila caudalosa, y cogeros con sus alas. Y digo, que se entiende, y veis os llevar, y no sabéis dónde; porque aunque es con deleite, la flaqueza de nuestro natural hace temer a los principios; y es menester ánima determinada, y animosa mucho más que para lo que queda dicho, para arriscarlo todo, venga lo que viniere, y dejarse en las manos de Dios, e ir a donde nos llevaren de grado, pues os llevan, aunque os pese; y en tanto extremo, que muy muchas veces querría yo resistir, y pongo todas mis fuerzas, en especial algunas, que es en público, otras hartas en secreto, temiendo ser engañada. Algunas podía algo con gran quebrantamiento, como quien pelea contra un jayán fuerte, quedaba después cansada: otras era imposible, sino que me llevaba el alma, y aun casi ordinario la cabeza tras ella, sin poderla tener, y algunas todo el cuerpo, hasta levantarle. Esto ha sido pocas, porque como una vez fuese a donde estábamos juntas en el coro, y yendo a comulgar, estando de rodillas, dábame grandísima pena; porque me parecía cosa muy extraordinaria, y que había de haber luego mucha nota: y ansí mandé a las monjas (porque es ahora, después que tengo oficio de priora) no lo dijesen. Mas otras veces, como comenzaba a ver que iba a hacer el Señor lo mesmo, y una estando personas principales de señoras (que era la fiesta de la vocación) en un sermón, tendíame en el suelo, y llegábanse a tenerme el cuerpo, y todavía se echaba de ver. Supliqué mucho al Señor, que no quisiese ya darme más mercedes, que tuviesen muestras exteriores; porque yo estaba cansada ya de andar en tanta cuenta, y que aquella merced no podía su Majestad hacérmela sin que se entendiese. Parece ha sido por su bondad servido de oírme, que nunca más hasta ahora la he tenido: verdad es que ha poco.

4. Es ansí que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo de los pies me levantaban fuerzas tan grandes, que no sé cómo lo comparar, que era con mucho más ímpetu, que estotras cosas de espíritu, y ansí quedaba hecha pedazos; porque es una pelea grande, y en fin aprovecha poco cuando el Señor quiere, que no hay poder contra su poder.

5. Otras veces es servido de contentarse, con que veamos nos quiere hacer la merced, y que no queda por su Majestad; y resistiéndose por humildad, deja los mesmos efectos, que si del todo se consintiese. Los que esto hacen son grandes: lo uno muéstrase, el gran poder del Señor, y como no somos parte, cuando su Majestad quiere, de detener tampoco el cuerpo, como el alma, ni somos señores dello, sino que mal que nos pese, vemos que hay superior, y que estas mercedes son dadas dél, y que de nosotros no podemos en nada, nada; e imprímese mucha humildad. Y aun yo confieso, que gran temor me hizo, al principio grandísimo; porque verse ansí levantar un cuerpo de la tierra, que aunque, el espíritu le lleva tras sí, y es con suavidad grande, si no se resiste, no se pierde el sentido; al menos yo estaba de manera en mí, que podía entender era llevada. Muéstrase una majestad de quien puede hacer aquello, que espeluza los cabellos, y queda un gran temor de ofender a tan gran Dios. Éste envuelto en grandísimo amor, que se cobra de nuevo, a quien vemos le tiene, tan grande a un gusano tan podrido, que no parece se contenta con llevar tan de veras el alma a sí, sino que quiere el cuerpo, aun siendo tan mortal, y de tierra tan sucia, como por tantas ofensas se ha hecho. También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir cómo es: paréceme que puedo decir es diferente en alguna manera. Digo más, que estotras cosas de solo espíritu, porque ya que estén, cuando al espíritu, con todo desasimiento de las cosas; aquí parece quiere el Señor, que el mesma cuerpo lo ponga por obra: y hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es muy más penosa la vida. Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros, ni venida se puede quitar.

6. Yo quisiera harto dar a entender esta gran pena, y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar, que estas cosas son ahora muy a la postre después de todas las visiones, y revelaciones que escribiré, y del tiempo que solía tener oración, a donde el Señor me daba tan grandes gustos, y regates. Ahora ya que eso no cesa algunas veces, las más, y lo más ordinario es esta pena que ahora diré. Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir; porque aunque adelante diré destos grandes ímpetus que me daban, cuando me quiso el Señor dar los arrobamientos, no tienen más que ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual, y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella llena parece, aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos parece participan della, y no es con el extremo de desamparo que en ésta. Para la cual, como he dicho, no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un deseo, que no sé cómo se mueve; y deste deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí, y de todo lo criado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna que le acompañe, le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen, y ella se quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad. Y con parecerme, que está entonces lejísimos15 Dios, a veces comunica sus grandezas, por un modo el más extraño que se puede pensar; y ansí no se sabe decir, ni creo lo creerá, ni entenderá, sino quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse, de estar ausente de bien, que en sí tiene todos los bienes.

7. Con esta comunicación crece el deseo, y el extremo de soledad en que se ve con una pena tan delgada, y penetrativa, que aunque, el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me parece se puede entonces decir; y por ventura lo dijo el real Profeta, estando en la mesma soledad, sino que como a santo se la daría el Señor a sentir más excesiva manera: Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto. Y ansí se me representa este verso entonces, que me parece lo veo yo en mí; y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuanto más tales. Ansí parece está el alma, no en sí, sino en el tejado, o techo de sí mesma, y de todo lo criado porque aun encima de lo muy superior del alma me parece que está.

8. Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo, y preguntando a sí mesma: ¿Dónde está tu Dios? Y es de mirar, que el romance destos versos, yo no sabía bien el que era, y después que lo entendía me consolaba de ver, que me los había traído el Señor a la memoria, sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo que dice san Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea esto ansí, que ya lo veo, más parece, que está ansí el alma, que ni del cielo le viene consuelo, ni está en él, ni de la tierra le quiere, ni está en ella, sino como crucificada entre el cielo, y la tierra, padeciendo, sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es como de dicho una noticia de Dios tan admirable muy sobre todo lo podemos desear) es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera, que a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él. Parecen unos tránsitos de la muerte; salvo que trae consigo un tan gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite, luego parece lo lanza de sí. Bien entiende, que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa particular dél, sino todo junto lo quiere. Digo no sabe, porque no representa nada la imaginación; ni a mi parecer, mucho tiempo de lo que está ansí, no obran las potencias: como en la unión, arrobamiento el gozo, ansí aquí la pena las suspende.

9. ¡Oh Jesús!, quien pudiera dar a entender, bien a vuesa merced esto, aun para que me dijera lo que es, porque es en lo que ahora anda siempre mi alma: lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas ansias de muerte, y teme cuando ve que comienzan, porque no se ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiese de vivir, querría en este padecer. Aunque es tan excesivo, que el sujeto le puede mal llevar; y ansí algunas veces se me quitan todos los pulsos casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las hermanas, que ya más lo entienden, y las canillas muy abiertas, y las manos tan yertas, que yo no las puedo algunas veces juntar; y ansí me queda dolor hasta otro día en los pulsos, y en el cuerpo, que parece me han descolocado. Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida, que a mi parecer bastante es tan gran pena para ello sino que no lo merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces, ni me acuerdo de purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde merecía el infierno, todo se me olvida con aquella ansia de ver a Dios: y aquel desierto, y soledad le parece mejor que toda la compañía del mundo. Si algo le podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado por este tormento, y ver, que aunque se queje dél, nadie le parece la ha de creer.

10. También la atormenta, que esta pena es la tan crecida, que no querría soledad como otras, ni compañía, sino con quien se pueda quejar. Es como uno, que tiene la soga a la garganta, y se está ahogando, que procura tomar huelgo: ansí me parece, que este deseo de compañía es de nuestra flaqueza que como nos pone la pena en peligro de muerte, (que esto si cierto hace, yo me he visto en este peligro algunas veces con grandes enfermedades, y ocasiones, como he dicho, y creo podría decir, es este tan grande como todos) ansí el deseo que el cuerpo, y alma tienen de no se apartar, es el que pide socorro para tomar huelgo, y con decirlo, y quejarse, y divertirse, busca remedio para vivir muy contra voluntad del espíritu, o de lo superior del alma, que no querría salir desta pena.

11. No sé yo, si atino a lo que digo, o si lo sé decir, mas a todo mi parecer pasa ansí. Mire, vuesa merced, qué descanso puedo tener en esta vida; pues el que había, que era la oración, y soledad (porque allí me consolaba el Señor) es ya lo más ordinario este tormento; y es tan sabroso, y ve el alma, que es de tanto precio, que ya le quiere más que todos los regalos, que solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy de valor a mi parecer: porque no participa con el cuerpo, sino pena; y el alma es la que padece, y goza sola del gozo, y contento que da este padecer. No sé yo, cómo puede ser esto; mas ansí pasa, que a mi parecer, no trocaría esta merced, que el Señor me hace (que viene de su mano, como he dicho, no nada adquirida de mí, porque es muy sobrenatural) por todas las que después diré: no digo juntas, sino tomada cada una por sí. Y no se deje de tener acuerdo, que digo, que estos ímpetus es después de las mercedes, que aquí van, que me ha hecho el Señor, después de todo lo que va escrito en este libro, y en lo que ahora me tiene el Señor.

12. Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en cada merced que me hace el Señor, hasta que con ir adelante su Majestad asegura) me dijo, que no temiese, y que tuviese en más esta merced, que todas las que me había hecho; que en esta pena se purificaba el alma, y se labra o purifica, como el oro en el crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se purgaba allí lo que había de estar en el purgatorio. Bien entendía yo, era gran merced, mas quedé con mucha más seguridad, y mi confesor me dice, que es bueno. Y aunque yo temí, por ser yo tan ruin, nunca podía creer que era malo, antes el muy sobrado bien me hacía temer, acodándome cuan mal lo tengo merecido. Bendito sea el Señor, que tan bueno es. Amén. Parece, que he salido de propósito, porque comencé a decir de arrobamientos, y esto que he dicho, aun es más que arrobamiento, y ansí deja los efectos que he dicho.

13. Ahora tornemos a arrobamiento, de lo que en ellos es más ordinario. Digo, que muchas veces me parecía que dejaba el cuerpo tan ligero, que toda la pesadumbre dél me quitaba, y algunas era tanto, que casi no entendía poner los pies en el suelo. Pues cuando está en el arrobamiento, el cuerpo queda como muerto, sin poder nada de sí muchas veces, y como le toma se queda siempre, si sentado, si las manos abiertas, si cerradas. Porque, aunque pocas veces se pierde el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas, y poco rato: mas lo ordinario es, que se turba, y aunque no puede hacer nada de sí, cuanto a lo exterior, no deja de entender, y oír como cosa de lejos. No digo que entiende, y oye, cuando está en lo subido dél: digo subido, en los tiempos que se pierden las potencias, porque están muy unidas con Dios, que entonces no ve, ni oye, ni siente, a mi parecer; mas (como dije en la oración de unión pasada) este transformamiento del alma del todo en Dios, dura poco; mas eso que dura, ninguna potencia se siente, ni sabe lo que pasa allí. No debe ser para que se entienda mientras vivimos en la tierra, al menos no lo quiere Dios, que no debemos de ser capaces para ello. Yo esto he visto por mí.

14. Dirame vuesa merced que ¿cómo dura alguna vez tantas horas el arrobamiento? Y muchas veces lo que pasa por mí es, que como dije en la oración pasada, gózase, con intervalos, muchas veces se engolfa el alma, o la engolfa el Señor en sí, por mejor decir, y teniéndola en sí un poco, quédase con sola la voluntad. Paréceme, es este bullicio destotras dos potencias, como el que tiene una lengüecilla destos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el sol de justicia quiere, hácelas detener. Esto digo, que es poco rato, mas como fue grande el ímpetu, y levantamiento de espíritu, y aunque estas tornen a bullirse, queda engolfada la voluntad, y hace, como señora del todo aquella operación en el cuerpo; porque ya que las otras dos potencias bullidoras las quieran estorbar, de los enemigos los menos, no la estorben también los sentidos: y ansí hace, que estén suspendidos, porque lo quiere ansí el Señor. Y por la mayor parte, están cerrados los ojos, aunque, no queramos y si abiertos alguna vez, como ya dije, no atina, ni advierte lo que ve.

15. Aquí pues es mucho menos lo que puede de sí, para que cuando se tornaren las potencias a juntar, no haya tanto que hacer. Por eso a quien el señor diere esto, no se desconsuele cuando se vea ansí, atado el cuerpo muchas horas, y a veces el entendimiento, y memoria divertidos. Verdad es, que lo ordinario es estar embebidas en alabanzas de Dios, o en querer comprender, y entender lo que ha pasado por ellas; y aun para esto no están bien despiertas, sino como una persona que ha mucho dormido, y soñado, y aún no acaba de despertar. Declárome tanto en esto, porque sé que hay ahora, aun en este tugar personas, a quien el Señor hace estas mercedes; y si los que las gobiernan no han pasado por esto, por ventura les parecerá, que han de estar como muertas en arrobamiento, en especial si no son letrados; y lástima lo que se padece con los confesores, que no lo entienden, como yo diré después. Quizá yo no sé lo que digo, vuesa merced lo entenderá, si atino en algo, pues el señor le ha ya dado experiencia dello, aunque como no es de mucho tiempo, quizá no habrá mirádolo tanto como yo. Ansí, que aunque mucho lo procuro, por muchos ratos no hay fuerzas en el cuerpo para poderse menear, todas las llevó el alma consigo. Muchas veces queda sano el que estaba bien enfermo, y lleno de grandes dolores, y con más habilidad, porque es cosa grande lo que allí se da; y quiere el Señor algunas veces, como digo, lo goce el cuerpo; pues ya obedece a lo que quiere el alma. Después que torna en sí, si ha sido grande el arrobamiento, acaece andar un día, o dos, y aun tres, tan absortas las potencias, o como embobecidas, que no parece andan en sí.

16. Aquí es la pena de haber de tornar a vivir; aquí le nacieron las alas para bien volar, ya se le ha caído el pelo malo; aquí se levanta ya del todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa, sino que este alcaide desta fortaleza se sube, o le suben a la torre más alta, a levantar la bandera por Dios. Mira a los de abajo, como quien está en salvo, ya no teme los peligros, antes los desea; como a quien por cierta manera se le da allí seguridad de la victoria. Vese aquí muy claro en lo poco que todo lo de acá se ha de estimar, y lo no nada que es. Quien está de lo alto alcanza muchas cosas. Ya no quiere querer, ni tener otra voluntad, que la del Señor, y ansí se lo suplica; dale las llaves de su voluntad. Hele aquí al hortelano hecho alcaide, no quiere hacer cosa, sino la voluntad del Señor; ni serlo él de sí, la de nada, ni de un pero desta huerta, sino que si algo bueno hay en ella, lo reparta su Majestad, que de aquí adelante no quiere cosa propia, sino que haga de todo conforme a su gloria, y a su voluntad. Y en hecho de verdad pasa ansí todo esto, si los arrobamientos son verdaderos, que queda el alma con los efectos, y aprovechamiento que queda dicho: y si no son estos, dudaría yo mucho serlos de parte de Dios, antes temería no sean los arrobamientos que dice san Vicente. Esto entiendo yo, y he visto por experiencia, quedar aquí el alma señora de todo, y con libertad en una hora, y menos, que ella no se puede conocer. Bien ve, que no es suyo, ni sabe cómo se le dio tanto quien, mas entiende claro el grandísimo provecho, que cada rato destos trae. No hay quien lo crea, sino ha pasado por ello; y ansí no creen a la pobre alma, como la han visto ruin, y tan presto la ven pretender cosas tan animosas; porque luego da en no se contentar con servir en poco a Señor, sino en lomas que ella puede. Piensan, que es tentación, y disbarate. Si entendiesen no nace della, sino del Señor, a quien ya ha dado las llaves de su voluntad, no se espantarían. Tengo para mí, que un alma que llega a este estado, que ya ella no habla, ni hace cosa por sí, sino que de todo lo que ha de hacer, tiene cuidado este soberano rey. ¡Oh válame Dios, qué claro se ve aquí la declaración del verso, y cómo se entiende tenía razón, y la ternán todos, de pedir alas de paloma! Entiéndese claro, es vuelo el que da el espíritu, para levantarse de todo lo criado, y de sí mesmo el primero; mas es vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo sin ruido.

17. ¡Qué señorío tiene un alma, que el Señor llega aquí, que lo mire, todo sin estar enredada en ello! ¡Qué corrida está del tiempo que lo estuvo! ¡Qué espantada de su ceguedad! ¡Qué lastimada de los que están en ella, en especial si es gente de oración, y a quien Dios ya regala! Querría dar voces, para dar a entender qué engañados están; y aun ansí lo hace algunas veces, y lluévenle, en la cabeza mil persecuciones. Tiénenla por poco humilde, y que quiere enseñar a de quien había de deprender; en especial si es mujer. Aquí es el condenar, y con razón; porque no saben el ímpetu que la mueve, que a veces no se puede valer, ni puede sufrir no desengañar a los que quiere bien, y desea ver sueltos desta cárcel desta vida, que no es menos, ni le parece menos, en la que ella ha estado.

18. Fatígase del tiempo en que miro puntos de honra, y en el engaño que traía de creer, que era honra lo que el mundo llama honra: ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella. Entiende, que la verdadera honra, no es mentirosa, sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo, y lo que es nada tenerlo en no nada, pues todo es nada, y menos que nada lo que se acaba, y no contenta a Dios. Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros, y codicia dellos, aunque, en esto nunca creo, y es ansí verdad, confesé culpa: harta culpa era tenerlos en algo. Si con ellos se pudiera comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; más ve, que este bien se gana con dejarlo todo.

19. ¿Qué es esto que se compra con estos dineros, que deseamos? ¿Es cosa de precio?, ¿es cosa durable? o, ¿para qué la queremos? Negro descanso se procura, que tan caro cuesta. Muchas veces se procura con ellos el infierno, y se compra fuego perdurable, y pena sin fin. ¡Oh todos diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría el mundo, qué sin tráfagos, con qué amistad se tratarían todos, si faltase interese de honra, y dineros! Tengo para mí se remediaría todo.

20. Ve de los deleites tan gran ceguedad, y como con ellos compra trabajo, aun para esta vida, y desasosiego. ¡Qué inquietud! ¡Qué poco contento! ¡Qué trabajar en vano! Aquí no solo las telarañas ve de su alma, y las faltas grandes, sino un polvito que haya, por pequeño que sea. Porque el sol está muy claro, y ansí por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de veras la coge este sol, toda se ve muy turbia. Es como el agua que está en un vaso, que si no le da el sol, está muy claro; y si da en él, vese que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta comparación, antes de estar el alma en esta éxtasis, parécele, que trae cuidado de no ofender a Dios, y que conforme a sus fuerzas hace lo que puede; mas llegada aquí, que le da este sol de justicia, que la hace abrir los ojos, ve tantas motas, que los querría tornar a cerrar. Porque aun no es tan hijo desta águila caudalosa, que pueda mirar este sol de hito en hito; mas por poco que los tenga abiertos, vese toda turbia. Acuérdase del verso, que dice: ¿Quién será justo delante de ti? Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad, como se mira a sí, el barro le tapa los ojos, ciega está esta palomita: ansí acaece muy muchas veces quedarse, ansí ciega del todo, absorta, espantada, desvanecida de tantas grandezas como ve. Aquí se gana la verdadera humildad, para no se le dar nada de decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto la fruta, y no ella; y ansí no se pega nada a las manos, todo el bien que tiene, va guiado a Dios: si algo dice de sí, es para su gloria. Sabe que no tiene nada ella allí; y, aunque quiera, no puede ignorarlo; porque lo ve por vista de ojos, que mal que le pese, se los hacen cerrar a las cosas del mando, y que los tenga abiertos para entender verdades.




ArribaAbajoCapítulo XXI

Prosigue, y acaba este postrer grado de oración: dice lo que siente el alma que está en él de tornar a vivir en el mundo, y de la luz que da el señor de los engaños dél: tiene buena doctrina


1. Pues acabando en lo que iba, digo, que no ha menester aquí consentimiento desta alma, ya se le tiene dado, y sabe que con voluntad se entregó en sus manos, y que no le puede engañar, porque es sabidor de todo. No es como acá, que está toda la vida llena de engaños, y dobleces; cuando pensáis tenéis una voluntad ganada, según lo que os muestra, venís a entender, que todo es mentira: no hay ya quien viva en tanto tráfago, en especial si hay algún poco de interés. Bienaventurada alma, que la trae el Señor a entender verdades. ¡Oh qué estado este para los reyes! ¡ Cómo les valdría mucho olas procurarlo, que no gran señorío! ¡Qué rectitud habría el reino! ¡Qué de males se excusarían, y habrían excusado! Aquí no se teme perder vida, ni honra por amor de Dios. ¡Qué gran bien este para quien está más obligado a mirar la honra del Señor, que todos los que son menos, pues han de ser los reyes a quien sigan! Por un punto de aumento, en la fe, y de haber dado luz en algo a los herejes, perderían mil reinos; y con razón, otro ganar es un reino, que no se acaba, que con solo una gota que gusta un alma desta agua dél, parece aseo todo lo de acá. Pues cuando fuere estar engolfada en todo, ¿qué será? ¡Oh Señor!, si me diérades estado para decir a voces esto, no me creyeran (como hacen a muchos, que lo saben decir de otra suerte, que yo) mas al menos satisfaciérame yo. Paréceme, que tuviera en poco la vida, por dar a entender una sola verdad destas, no sé después lo que hiciera, que no hay que fiar de mí; con ser la que soy me dan grandes ímpetus, por decir esto a los que mandan, que me deshacen. De que no puedo más, tórnome a vos, Señor mío, a pediros remedio para todo; y bien sabéis vos, que muy de buena gana me desposeería yo de las mercedes que me habéis hecho, con quedar en estado que no os ofendiese, y las daría a tus reyes, porque sé, que sería imposible consentir cosas que ahora se consienten, ni dejar de haber grandísimos bienes. ¡Oh Dios mío!, dadles a entender a lo que están obligados; pues los quisistes vos señalar en la tierra de manera, que aun he oído decir, hay señales en el cielo, cuando lleváis alguno. Que cierto cuando pienso esto, me hace devoción, que queráis vos, Rey mío, que hasta en esto entiendan os han de imitar en vida; pues en alguna manera hay señal en el cielo, como cuando moristes vos en su muerte. Mucho me atrevo: rómpalo vuesa merced si mal le parece; y crea se lo diría mejor en presencia, si pudiese, o pensase me han de creer, porque los encomiendo a Dios mucho, y querría me aprovechase. Todo lo hace aventurar la vida, que deseo muchas veces estar sin ella, y era por poco precio, aventurar a ganar mucho; porque no hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos, y la ceguedad que traemos.

2. Llegada un alma aquí, no es solo deseos lo que tiene por Dios, su Majestad la da fuerzas, para ponerlos por obra: no se le pone cosa delante, en que piense le sirve, a que no se abalance; y no hace nada, porque como digo, ve claro, que no es todo nada, sino contentar a Dios. El trabajo es, que no hay que se ofrezca a las que son de tan poco provecho como yo. Sed vos Bien mío servido, venga algún tiempo, en que yo pueda pagar un cornado de lo mucho que os debo; ordenad vos, Señor, como fuéredes servido, como esta vuestra sierva os sirva en algo. Mujeres eran otras, y han hecho cosas heroicas por amor de vos; yo no soy para más de parlar, y ansí no queréis vos, Dios mío, ponerme en obras, todo se va en palabras, y deseos, cuanto he de servir; y aun para esto no tengo libertad, porque por ventura faltara en todos. Fortaleced vos mi alma, y disponedla primero, bien de todos los bienes, y Jesús mío; y ordenad luego modos como haga algo por vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto, y no pagar nada: cueste lo que costare, Señor, no queráis que vaya delante de vos tan vacías las manos, pues conforme a las obras se ha de dar el premio. Aquí está mi vida, aquí está mi honra, y mi voluntad; todo os lo he dado, vuestra soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo, más llegada a vos, subida en esta atalaya, a donde se ven verdades, no os apartando de mí, todo lo podré; que si os apartáis, por poco que sea, iré a donde estaba, que era el infierno.

3. ¡Oh qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con todos, a mirar, y ver esta farsa desta vida tan mal concertada, a gastar el tiempo en cumplir con el cuerpo, durmiendo, y comiendo! Todo lo cansa, no sabe como huir, vese en cadena, y presa, entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con los cuerpos, y la miseria de la vida. Conoce la razón que tenía san Pablo de suplicar a Dios le librase della; da voces con él, pide a Dios libertad, como otras veces he dicho: mas aquí es con tan gran ímpetu muchas veces, que parece se quiere salir el alma del cuerpo a buscar esta libertad, ya que no la sacan. Anda como vendida en tierra ajena: y lo que más le fatiga, es no hallar muchos que se quejen con ella, y pidan esto, sino lo más ordinario es desear vivir. ¡Oh si no estuviésemos asidos a nada, ni tuviésemos puesto nuestro contento en cosa de la tierra que nos daría vivir siempre sin él, templaría el miedo de la muerte con el deseo de gozar de la vida verdadera! Considero algunas veces, cuando una como yo, por haberme el Señor dado esta luz con tan tibia caridad, y tan incierto el descanso verdadero, por no lo haber merecido mis obras, siento tanto verme en este destierro muchas veces, ¿qué sería el sentimiento de los santos? ¿Qué debía de pasar san Pablo, y la Magdalena, y otros semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego de amor de Dios? Debía ser un contino martirio. Paréceme, que quien me da algún alivio, y con quien descanso de tratar, son las personas que hallo destos deseos. Digo, deseos con obras: digo con obras, porque hay algunas personas, que a su parecer están desasidas, y ansí lo publican (y había ello de ser, pues su estado lo pide, y los muchos años que ha que algunas han comenzado camino de perfección) mas conoce bien esta alma desde muy lejos, los que lo son de palabras, o los que va estas palabras han confirmado con obras; porque tiene entendido el poco provecho que hacen los unos, y el mucho los otros: y es cosa, que quien tiene experiencia, lo ve muy claramente.

4. Pues dicho ya estos efectos, que hacen los arrobamientos, que son espíritu de Dios. Verdad es, que hay más, o menos: digo menos, porque a los principios, aunque hace estos efectos, no están experimentados con obras, y no se puede ansí entender que los tiene; y también va creciendo la perfección, y procurando no haya memoria de telaraña, y esto requiere algún tiempo; y mientras más crece, el amor, y humildad en el alma, mayor olor dan de sí estas flores de virtudes para sí, y para los otros. Verdad es, que de manera puede obrar el Señor en el alma en un rato destos, que quede poco que trabajar al alma en adquirir perfección, porque no podrá nadie creer, si no lo experimenta, lo que el Señor le da aquí; que no hay diligencia nuestra, que a esto llegue, a mi parecer. No digo que con el favor del Señor, ayudándose muchos años por los términos que escriben los que han escrito de oración, principios, y medios, no llegarán a la perfección, y desasimiento mucho con hartos trabajos; mas no en tan breve tiempo, como sin ninguno nuestro obra el Señor aquí, y determinadamente saca el alma de la tierra, y le da señorío sobre lo que hay en ella, aunque en esta alma no haya más merecimientos, que había en la mía, que no lo puedo más encarecer porque era casi ninguno. El por qué lo hace su Majestad, es porque quiere, y como quiere hacerlo, y aunque no haya en ella disposición, la dispone para recibir el bien que su Majestad le da. Ansí que de todas veces los da, porque se lo han merecido en granjear bien el huerto (aunque es muy cierto a quien esto hace, quien, y procura desasirse, no dejar de regalarle) sino que es su voluntad mostrar su grandeza algunas veces en la tierra, que es más ruin, como tengo dicho, y disponerla para todo bien; de manera, que parece no es ya parte en cierta manera, para no tornar a vivir en las ofensas de Dios que solía.

5. Tiene el pensamiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad, que todo lo demás le parece juego de niños: ríese entre sí algunas veces cuando ve a personas graves de oración, y religión, hacer mucho caso de unos puntos de honra, que esta alma tiene ya debajo de los pies. Dicen que es discreción, y autoridad de su estado, para más aprovechar: sabe ella muy bien, que aprovecharían más en un día que pospusiesen aquella autoridad de estado por autor de Dios, que con ella en diez años. Ansí vive vida trabajosa, y siempre con cruz, más va en gran crecimiento; cuando parece a los que las tratan están muy en la cumbre, desde a poco están muy más mejoradas, porque siempre las va favoreciendo más. Dios es alma suya, es el que la tiene ya a cargo, y ansí le luce; porque parece asistentemente la está siempre guardando, para que no le ofenda, y favoreciendo, y despertando, para que le sirva. En llegando mi alma a que Dios la hiciese esta tan gran merced, cesaron mis males, y me dio el Señor fortaleza para salir dellos, y no me hacía más estar en las ocasiones, y con gente que me solía distraer, que si no estuviera; antes me ayudaba lo que me solía dañar: todo me era medios para conocer más a Dios, y amarle, y ver lo que le debía, y pesarme de la que había sido.

6. Bien entendía yo no venía aquello de mí, ni lo había ganado con mi diligencia, que aún no había habido tiempo para ello, su Majestad me había dado fortaleza para ello por su sola bondad. Hasta ahora, desde que me comenzó el Señor a hacer esta merced deslos arrobamientos, siempre ha ido creciendo esta fortaleza, y por su hondad me ha tenido de su mano, para no tornar atrás; ni me parece, como es ansí, hago nada casi de mi parte, sino que entiendo claro el Señor es el que obra: y por esto, me parece, que a alma que el Señor hace estas mercedes, que yendo con humildad, y temor, siempre entendiendo el mesmo Señor lo hace, y nosotros casi no nada, que se podrá poner entre cualquiera gente; aunque sea más distraída, y viciosa, no le hará al caso, ni moverá en nada, antes, como he dicho, le ayudará, y serle ha modo para sacar muy mayor aprovechamiento. Son ya almas fuertes, que escoge el Señor para aprovechar a otras; aunque esta fortaleza no viene de sí: de poco en poco, en llegando el Señor aquí un alma, le va comunicando muy grandes secretos. Aquí son las verdaderas revelaciones en este éxtasi, y las grandes mercedes, y visiones, y todo aprovecha para humillar, y fortalecer el alma, y que tenga en menos las cosas desta vida, y conozca más claro las grandezas del premio, que el Señor tiene aparejado a los que le sirven. Plega a su Majestad, sea alguna parte la grandísima largueza que con esta miserable pecadora ha tenido, para que se esfuercen, y animen los que esto leyeren, a dejarlo todo del todo por Dios; pues tan cumplidamente paga su Majestad, que aun en esta vida se ve claro el premio, y la ganancia que tienen los que le sirven: ¿qué será en la otra?




ArribaAbajoCapítulo XXII

En que trata, cuán seguro camino es para los contemplativos, no levantar el espíritu a cosas altas, si el Señor no le levanta; y cómo ha de ser el medio para la más sabida contemplación la humanidad de Cristo. Dice de un engaño en que ella estuvo un tiempo es muy provechoso este capítulo


1. Una cosa quiero decir, a mi parecer, importante, que si a vuesa merced le parece bien, servirá de aviso, que podría ser haberle menester: porque en algunos libros que están escritos de oración, tratan, que aunque el alma no puede por sí llegar a este estado, porque es todo obra sobrenatural que el Señor obra en ella, que podrá ayudarse levantando el espíritu de todo lo criado, y subiéndole con humildad después de muchos años, que haya ido por la vida purgativa, y aprovechando por la iluminativa, (no sé yo bien porqué dicen iluminativa; entiendo, que de los que van aprovechando) y avisan mucho, que aparten de sí toda imaginación corpórea, y que se alleguen a contemplar en la divinidad: porque dicen, que aunque sea la humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que embaraza, o impide a la más perfecta contemplación. Traen lo que dijo el Señor a los Apóstoles, cuando la venida del Espíritu Santo, digo cuando subió a los cielos, para este propósito. Y paréceme a mí, que si tuvieran la fe, como la tuvieron des pues que vino el Espíritu Santo, de que era Dios, y hombre, no les impidiera; pues no se dijo esto a la Madre de Dios, aunque le amaba más que todos. Porque les parece, que como esta obra toda es espíritu, que cualquiera cosa corpórea la puede estorbar, e impedir; y que considerarse en cuadrada manera, y que está Dios de todas partes, y verse engolfado en él, es lo que han de procurar. Esto bien me parece a mí algunas veces; mas apartarse del todo de Cristo, y que entre en cuenta este divino cuerpo con nuestras miserias, ni con todo lo criado, no lo puedo sufrir. Plega a su Majestad, que me sepa dar a entender. Yo no lo contradigo, porque son letrados, y espirituales, y saben lo que dicen, y por muchos caminos, y vías lleva Dios las almas, como ha llevado la mía; quiero yo ahora decir (en lo demás no me entremeto) y en el peligro en que me vi, por querer conformarme con lo que leía. Bien creo, que quien llegare a tener unión, y no pasare adelante (digo arrobamientos, y visiones, y otras mercedes que hace Dios a las almas) que terná lo dicho por lo mejor, como yo lo hacía; y si me hubiera estado en ello, creo nunca hubiera llegado a lo que ahora; porque a mi parecer es engaño, ya puede ser yo sea la engañada, mas diré lo que me acaeció.

2. Como yo no tenía maestro, y leía en estos libros, por donde poco a poco yo pensaba entender algo, (y después entendí, que si el Señor no me mostrara, yo pudiera poco con los libros deprender; porque no era nada lo que entendía, hasta que su Majestad por experiencia me lo daba a entender, ni sabía lo que hacía) en comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud, procuraba desviar toda cosa corpórea aunque ir levantando el alma yo no osaba, que como era siempre tan ruin, veía que era atrevimiento; más parecíame sentir la presencia de Dios, como es ansí, y procuraba estarme recogida con él; y es oración sabrosa, si Dios allí ayuda, y el deleite mucho; y como se ve aquella ganancia, y aquel gusto, ya no había quien me hiciese tornar a la humanidad, sino que en hecho de verdad me parecía me era impedimento. ¡Oh Señor de mi alma, y bien mío Jesucristo crucificado!, no me acuerdo vez desta opinión que tuve, que no me dé pena; y me parece, que hice una gran traición, aunque con ignorancia. Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo; porque esto era ya a la postre: digo a la postre, de antes que el Señor me hiciese estas mercedes de arrobamientos, y visiones. Duró muy poco estar en esta opinión, y ansí siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba, quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato, e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma, como yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento, ni una hora, que vos me habíades de impedir para mayor bien? ¿De dónde vinieron a mí todos los bienes, sino de vos? No quiero pensar, que en esto tuve culpa, porque me lastimo mucho, que cierto era ignorancia; y ansí quisistes vos, por vuestra bondad, remediarla, con darme quien me sacase deste yerro, y después con que os viese yo tantas veces, como adelante diré, para que más claro entendiese cuán grande era, y que lo dijese a muchas almas, que lo he dicho, y para que lo pusiese, ahora aquí. Tengo para mí, que la causa de no aprovechar más muchas almas, y llegar a muy gran libertad de espíritu, cuando llegan a tener oración de unión, es por esto.

3. Paréceme, que hay dos razones, en que puedo fundar mi razón, y quizá no digo nada, mas lo que dijere he lo visto por experiencia que se hallaba muy mal mi alma, hasta que el Señor la dio luz; porque todos sus gozos eran a sorbos, y salida de allí no se hallaba con la compañía, que después para los trabajos, y tentaciones: la una es, que va un poco de poca humildad tan solapada, y escondida, que no se siente. ¿Y quién será el soberbio, y miserable como yo, que cuando hubiera trabajado toda su vida con cuantas penitencias, y oraciones, y persecuciones se pudieren imaginar, no se halle por muy rico, y muy bien pagado, cuando le consienta el Señor estar al pie de la cruz con san Juan? No sé en qué seso cabe no se contentar con esto, sino en el mío, que de todas maneras fue perdido en lo que había de ganar. Pues si todas veces la condición, o enfermedad, por ser penoso pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con él después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el sacramento, donde ya está glorificado, y no le miraremos tan fatigado, y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los Apóstoles? Porque cierto no todas veces hay quien sufra pensar tantos trabajos, como pasó. Hete aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese a los cielos. Compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mino apartarse mi momento de nosotros. ¿Y que haya sido en la mía, apartarme yo de vos, Señor mío, por más serviros? Que ya cuando os ofendía, no os conocía; ¿mas que conociéndoos, pensase ganar más por este camino? ¡Oh que mal camino llevaba Señor! Ya me parece iba sin camino, si vos no me tornárades a él, que en veros cabe mí, he visto todos los bienes. No me ha venido trabajo, que mirándoos a vos, cual estuvistes delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: él ayuda, y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero; y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios, y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos desta humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita. Muy muchas veces lo he visto por experiencia: hámelo dicho el Señor. He visto claro, que, por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos.

4. Ansí que vuesa merced Señor, no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de contemplación; por aquí va seguro. Este Señor nuestro, es por quien nos vienen todos los bienes, él le enseñará: mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos, y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado, quien de verdad le amare, y siempre lo trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre, JESÚS, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto de entendido de algunos santos grandes contemplativos, y no iban por otro camino, san Francisco da muestra dello en las llagas. San Antonio de Padua, en el niño. San Bernardo se deleitaba en la humanidad. Santa Catalina de Sena. Otros muchos, que vuesa merced sabrá mejor que yo. Esto de apartarse de lo corpóreo, bueno debe de ser cierto, pues gente tan espiritual lo dice; más a mi parecer, ha de ser estando el alma muy aprovechada; porque hasta esto, está claro se ha de buscar el Criador por las criaturas. Todo es como la merced el Señor hace a cada alma, en eso no me entremeto. Lo que querría dar a entender es, que no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima humanidad de Cristo. Y entiéndase bien este punto, que querría saberme declarar.

5. Cuando Dios quiere suspender todas las potencias (como en los modos de oración que quedan dichos hemos visto) claro está, que aunque no queramos, se quita esta presencia. Entonces vaya enhorabuena16; dichosa tal pérdida, que es para gozar más de lo que nos parece se pierde: porque entonces se emplea el alma toda en amar a quien el entendimiento ha trabajado conocer, y ama lo que no comprendió, y goza de lo que no pudiera también gozar, sino fuera perdiéndose a sí, para, como digo, más ganarse; más que nosotros de maña, y con cuidado nos acostumbremos a no procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre (y pluguiese al Señor fuese siempre) esta sacratísima humanidad, esto digo, que no me parece bien, y que es andar el alma en el aire, como dicen; porque parece no trae arrimo, por mucho que le parezca anda llena de Dios. Es gran cosa, mientras vivimos, y somos humanos, traerle humano; que éste es el otro inconveniente, que digo hay. El primero, ya comencé a decir, es un poco de falta de humildad, de quererse levantar el alma, hasta que el Señor la levante, y no contentarse, con meditar cosa tan preciosa, y querer ser María, antes que haya trabajado con Marta. Cuando el Señor quiere que lo sea, aunque sea desde el primer día, no hay, que temer; mas comidámonos nosotros, como ya creo otra vez he dicho. Esta motita de poca humildad, aunque no parece es nada, para querer aprovechar en la contemplación, hace mucho daño.

6. Tornando al segundo punto, nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo: querernos hacer ángeles, estando en la tierra, y tan en la tierra como yo estaba, es desatino, sino que ha menester tener arrimo el pensamiento para lo ordinario, ya que algunas veces el alma salga de sí, o ande muchas tan llena de Dios, que no haya menester cosa criada para recogerla. Esto no es tan ordinario, que en negocios, y persecuciones, y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud; y en tiempo de sequedades es muy buen amigo Cristo; porque le miramos hombre, y vémosle con flaquezas, y trabajos, y es compañía, habiendo costumbre es muy fácil hallarle cabe sí; aunque veces vernán, que ni lo uno, ni lo otro no se pueda. Para esto es bien lo que ya he dicho, no nos mostrar a procurar consolaciones de espíritu, venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación, solo lo dejaron en los trabajos, no le dejemos nosotros, que para más subir, él nos dará mejor la mano que nuestra diligencia, y ausentará cuando viere que conviene, y que quiere el Señor sacar el alma de sí, como he dicho.

7. Mucho contenta a Dios ver mi alma, que con humildad pone por tercero a su hijo, y le ama tanto, que aun queriendo su Majestad subirle a muy gran contemplación (como tengo dicho) se conoce por indigno, diciendo con san Pedro: Apartaos de mí Señor, que soy hombre pecador. Esto he probado: deste arte, ha llevado Dios mi alma. Otros irán, como he dicho, por otro atajo; lo que yo no entendido es, que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y que ni tras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me acuerdo haberme hecho merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin; y aun procuraba su Majestad darme a entender cosas para ayudarme a conocerme que yo no las supiera imaginar. Tengo para mí, que cuando el alma hace de su parte algo, para ayudarse en esta oración de unión, que aunque luego parece lo aprovecha, que como cosa no fundada se tornará muy presto a caer; y de miedo, que nunca llegará a la verdadera pobreza de espíritu, que es no buscar consuelo, ni gusto en la oración (que los de la tierra ya están dejados) sino consolación en los trabajos, por amor del que siempre vivió en ellos, y estar en ellos, y en las sequedades quieta, aunque algo se sienta, no para dar inquietud; y, la pena que a algunas personas, que si no están siempre trabajando con el entendimiento, y con tener devoción, piensan que va todo perdido, como si por su trabajo se mereciese tanto bien. No digo, que no se procure, y estén con cuidado delante de Dios; mas que si no pudieren tener aun un buen pensamiento (como otra vez he dicho) que no se maten: siervos sin provecho somos; ¿qué pensamos poder? Mas quiera el Señor que conozcamos esto, y andemos hechos asnillos, para traer la noria del agua, que queda dicha, que aunque cerrados los ojos, y no entiendo lo que hacen, sacarán más que el hortelano con toda su diligencia. Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara, y secreto, ir de buena gana; si no servir en oficios bajos, y no sentarnos en el mejor lugar, como de dicho alguna vez. Dios tiene cuidado más que nosotros, y sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí, quien tiene ya dada toda su voluntad a Dios? A mi parecer muy menos se sufre aquí, que en el primer grado de la oración, y mucho más daña; son bienes sobrenaturales. Si uno tiene mala voz, por mucho que se esfuerce a cantar, no se le hace buena; si Dios quiere dársela, no ha él menester antes dar dos voces: pues supliquemos siempre nos haga mercedes, rendida el alma, aunque confiada de la grandeza de Dios. Pues para que esté a los pies de Cristo le dan licencia, que procure no quitarse de allí, esté como quiera; imite a la Magdalena, que de que estuviere fuerte, Dios la llevará al desierto.

8. Ansí que vuesa merced hasta que halle quien tenga más experiencia que yo, y lo sepa mejor, estese en esto. Si son personas que comienzan a gustar de Dios, no las crea, que les parece les aprovecha, y gustan más ayudándose. ¡Oh cuando Dios quiere, cómo viene al descubierto sin estas ayuditas, que aunque más hagamos, arrebata el espíritu, como un gigante, tomaría una paja, y no hasta resistencia! ¡Qué manera para creer, que cuando él quiere, espera que vuele el sapo por sí mesmo!, y aún más dificultoso, y pesado me parece levantarse nuestro espíritu, si Dios no le levanta; porque está cargado de tierra, y de mil impedimentos, y aprovéchale poco querer volar, que aunque es más su natural que el del salto, está ya tan metido en el cieno, que lo perdió por su culpa. Pues quiero concluir con esto, que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas y cuán grande nos le mostró Dios nuestro Señor, en darnos tal prenda del que nos tiene, que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios, y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre, despertándonos para amar, porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve, y muy sin trabajo. Dénosle su Majestad, pues sabe lo mucho que nos conviene, por el que él nos tuvo, y por su glorioso hijo, a quien tan a su costa nos le mostró. Amén.

9. Una cosa querría preguntar a vuesa merced: ¿cómo en comenzando el Señor a hacer mercedes a un alma tan subidas, como es ponerla en perfecta contemplación, que de razón había de quedar perfecta del todo luego; (de razón sí por cierto, porque quien tan gran merced recibe, no había más de querer consuelos de la tierra) pues por qué en arrobamiento, y en cuanto está ya el alma más habituada a recibir mercedes, parece que trae consigo los efectos tan más subidos, y mientras más, más desasida, pues en mi punto que el Señor llega la puede dejar santificada, ¿cómo después andando el tiempo la deja el mesmo Señor con perfección en las virtudes? Esto quiero yo saber, que no lo sé; más bien sé es diferente lo que Dios deja de fortaleza, cuando al principio no dura más que cerrar, y abrir los ojos, y casi no se siente, sino en los efectos que deja, o cuando va más a la larga esta merced. Y muchas veces paréceme a mí, si es el no se disponer del todo luego el alma, hasta que el Señor poco a poco la cría, y la hace determinar, y da fuerzas de varón, para que dé del todo con todo en el suelo, como lo hizo con la Magdalena con brevedad; hácelo en otras personas, conforme a lo que ellas hacen, en dejar a su Majestad hacer: no acabamos de creer, que aun en esta vida da Dios ciento por uno.

10. También pensaba yo esta comparación, que puesto que sea todo uno lo que se da a los que más adelante van, que en el principio es como un manjar, que comen dél muchas personas, y las que comen poquito, quédales solo buen sabor por un rato; las que más, ayuda a sustentar; las que comen mucho, da vida, y fuerza: y tantas veces se puede comer, y tan cumplido deste manjar de vida, que ya no coman cosa, que les sepa bien, sino él; porque ve el provecho que le hace: y tiene ya tan hecho el gusto a esta suavidad, que querría más no vivir, que haber de comer otras cosas, que no sean sino para quitar el buen sabor, que el buen manjar dejó. También una compañía santa no hace su conversación tanto provecho de un día, como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con ella, que seamos como ella, si nos favorece Dios: y en fin todo está en lo que su Majestad quiere, y a quien quiere darlo; más mucho va en determinarse, quien ya comienza a recibir esta merced, en desasirse de todo, y tenerla en lo que es razón.

11. También me parece que anda su Majestad a probar quien le quiere, sino uno, sino otro, descubriendo quién es con deleite tan soberano, por avivar la fe, si está muerta, de lo que nos ha de dar, diciendo: Mira, que esto es una gota del mar grandísimo de bienes, por no dejar nada por hacer con los que ama; y como ve que le reciben ansí, da, y se da. Quiere a quien le quiere; ¡y qué bien querido, y qué buen amigo! ¡Oh Señor de mi alma, quien tuviera palabras para dar a entender, qué dais a los que se fían de vos, y qué pierden los que llegan a este estado, y se quedan consigo mesmos! No queráis vos esto, Señor; pues más que, esto hacéis vos, que os venís a una posada tan ruin como la mía. Bendito seáis por siempre jamás. Torno a suplicar a vuesa merced, que estas cosas que he escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean; porque si no saben más de un camino, o se han quedado en el medio, no podrán ansí atinar; y hay algunas, que desde luego las lleva Dios por muy subido camino, y paréceles, que ansí podrán los otros aprovechar allí y quietar el entendimiento, y no se aprovechar de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un palo: y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego piensan, que como tienen lo uno, pueden hacer lo otro, y en lugar de aprovechar, desaprovecharán, como he dicho: ansí que en todo es menester experiencia, y discreción. El Señor nos la dé por su hondad.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a tratar de más perfección, y por qué medios: es provechoso para las personas que tratan de gobernar almas que tienen oración, saber cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le hizo saberla llevar


1. Quiero ahora tornar a donde dejé de mi vida, que me he detenido, creo más de lo que me había de detener, porque se entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva; la de hasta aquí era mía, la que he vivido, desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres, y obras. Sea el Señor alabado, que me libró de mí. Pues comenzando a quitar ocasiones, y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó su Majestad a darme muy de ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato. Yo como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres, y engaños que les había hecho el demonio, comencé a temer, como era tan grande el deleite, y suavidad que sentía, y muchas veces sin poderlo excusar; puesto que veía en mí por otra parte una grandísima seguridad, que era Dios, en especial cuando estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada, y con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer, y a pensar, si quería el demonio, haciéndome entender que era bueno, suspender el entendimiento, para quitarme la oración mental, y que no pudiese pensar en la Pasión, ni aprovecharme del entendimiento, que me parecía a mi mayor pérdida, como no lo entendía. Mas como su Majestad quería ya darme luz, para que no le ofendiese ya, y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar, y que ya tenía noticia de algunos, porque habían venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo sin conocer a ninguno, era muy aficionada de solo saber el modo que llevan de vida, y oración, mas no me hallaba digna de hablarles, ni fuerte para obedecerlos, que esto me hacía más temer; porque tratar con ellos, y ser la que era, hacíaseme cosa recia.

2. En esto anduve algún tiempo, hasta que a con mucha batería que pasé en mí, y temores, me determiné a tratar con una persona espiritual, para preguntarle, qué era la oración que yo tenía, y que me diese luz si iba errada, y hacer todo lo que pudiese, por no ofender a Dios, porque la falta, como he dicho, que veía en mi fortaleza, me hacía es tar tan tímida. ¡Qué engaño tan grande, válame Dios, que para querer ser buena, me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe él que está todo el remedio de un alma en tratar con amigos de Dios, y ansí no había término, para que yo a esto me determinase. Aguardaba a encomendarme primero, como cuando dejé, la oración, y por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída, en cosillas de mala costumbre, que no acallaba de entender eran malas, que era menester ayuda de otros, y darme la mano para levantarme. Bendito sea el Señor, que en fin la suya fue la primera. Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración, pareciome que en esto había algún gran bien, o grandísimo mal: porque bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque algunas veces no lo podía resistir; tenerlo cuando yo quería era excusado. Pensé en mí, que no tenía remedio, sino procuraba tener limpia conciencia, y apartarme de toda ocasión, aunque fuese de pecados veniales, porque siendo espíritu de Dios, clara estaba la ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor, y no ofenderle, poco daría me podía hacer, antes él quedaría con pérdida. Determinada en esto, y suplicando siempre a Dios me ayudase, procurando lo dicho algunos días, vi que no tenía fuerza mi alma para salir con tanta perfección a solas, por algunas aficiones que tenía a cosas, que aunque de suyo no eran muy malas, bastaban para estragarlo todo.

3. Dijéronme de un clérigo letrado, que había en este lugar, que comenzaba el Señor a dar a entender a las gentes su bondad, y buena vida, y procuré por medio de un caballero santo, que hay en este lugar. (Es casado, mas de vida tan ejemplar, y virtuosa, y de tanta oración, y caridad, que en todo él resplandece su bondad, y perfección, y con mucha razón; porque gran bien ha venido a muchas almas por su medio, por tener tantos talentos, que aun con no le ayudar su estado, no puede dejar con ellos de obrar: mucho entendimiento, y muy apacible para todos, su conversación no pesada, tan suave, y agraciada, junto con ser recta, y santa, que da contento grande a los que trata: todo lo ordena para gran bien de las almas que conversa, y no parece traer otro estudio, sino hacer por todos los que él ve se sufre, y contentar a todos.) Pues este bendito, y santo hombre con su industria, me parece fue principio, para que mi alma se salvase. Su humildad a mí espántame, que con haber a lo que creo poco menos de cuarenta años que tiene oración, (no sé si son dos, o tres menos) y que lleva toda la vida de perfección, que a lo que parece sufre su estado; porque tiene una mujer tan gran sierva de Dios, y de tanta caridad, que por ella no se pierde: en fin, como mujer de quien Dios sabía había de ser tan grande siervo suyo la escogió. Estaban deudos suyos casados con parientes míos; y también con otro harto siervo de Dios, que estaba casado con una prima mía, tenía mucha comunicación. Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo tan siervo de Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme, y tener por maestro. Pues trayéndolo, para que me hablase, y yo con grandísima confusión de verme presente de hombre tan santo, dile parte de mi alma, y oración; que confesarme no quiso, dijo, que era muy ocupado, y era ansí. Comenzó con determinación santa a llevarme como a fuerte (que de razón había de estar según la oración vio que tenía) para que en ninguna manera ofendiese a Dios. Yo como vi su determinación tan de presto en cosillas, que como digo, yo no tenía fortaleza para salir luego con tanta perfección, afligime, y como vi que tomaba las cosas de mi alma, como cosa que en una vez había de acabar con ella, yo veía que había menester mucho más cuidado. En fin entendí, no eran por los medios que él me daba por donde yo me había de remediar: porque eran para alma más perfecta; y yo aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy en los principios en las virtudes, y mortificación. Y cierto, si no hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma, porque la aflicción que me daba, de ver como yo no hacía, ni me parece podía, lo que él me decía, bastaba para perder, la esperanza, y dejarlo todo. Algunas veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia particular en comenzar a llegar almas a Dios, cómo no fue servido entendiese la mía, ni se quisiese encargar della, y veo fue todo para mayor bien mío, porque yo conociese, y tratase gente tan santa, como la de la Compañía de Jesús.

4. Desta vez quedé concertada con este caballero santo, para que alguna vez me viniese a ver. Aquí se vio su grande humildad, querer tratar persona tan ruin como yo. Comenzome a visitar, y animarme, y a decirme, que no pensase que en un día me había de apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios, que en cosas bien livianas había él estado algunos, que no las había podido acallar consigo. ¡Oh humildad, que grandes bienes haces a donde estás, y a los que se llegan a quien la tiene! Decíame este santo (que a mi parecer con razón le puedo poner este nombre) flaquezas, que a él le parecía que lo, eran con su humildad para mi remedio mirado conforme a su estado, no era falta, ni imperfección, y conforme al mío, era grandísima tenerlas. Yo no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en menudencias, e importan tanto para comenzar a aprovechar a un alma, y sacarla a volar, que aun no tiene plumas, como dicen, que no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y porque espero yo en Dios, vuesa merced ha de aprovechar mucho, lo digo aquí, que fue toda mi salud saberme curar, y tener humildad, y caridad para estar conmigo, y sufrimiento de ver que no en todo me enmendaba. Iba con discreción poco a poco, dando maneras para vencer al demonio. Yo le comencé a tener tan grande amor, que no había para mí mayor descanso, que el día que le veía, aunque eran pocos. Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome que por ser tan ruin no me veía.

5. Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes (y aun serían pecados, aunque después que le traté más enmendada estaba) y como le dije las mercedes que Dios me hacía, para que me diese luz, díjome, que no venía lo uno con lo otro, que aquellos regalos eran de personas que estaban ya muy aprovechadas, y mortificadas, que no podía dejar de temer mucho; porque lo parecía mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba; más que pensase bien todo lo que entendía de mi oración, y se lo dijese. Y era el trabajo, que yo no sabía poco, ni mucho decir lo que era mi oración; porque esta merced de saber entender, que es, y saberlo decir, ha poco que me lo dio Dios. Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi aflicción, y lágrimas: porque cierto yo deseaba contentar a Dios, y no me podía persuadir a que fuese demonio, más temía por mis grandes pecados me cegase Dios para no lo entender. Mirando libros, para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno, que se llama Subida del monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar nada: (que esto era lo que yo más decía, que no podía pensar nada, cuando tenía aquella oración) señalé con unas rayas la parte que eran, y dile el libro, para que él, y el otro clérigo que he dicho, santo, y siervo de Dios, lo mirasen, y me dijesen lo que había de hacer, y que si les pareciese dejaría la oración del todo, que para qué me había yo de meter en esos peligros, pues a cabo de veinte años casi que había que la tenía, no había salido con ganancia, sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener. Aunque también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál estaba mi alma sin oración: ansí que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río, que a cualquiera parte que vaya dél, teme más peligro, y él se está casi ahogando. Es un trabajo muy grande este, y destos he pasado muchos, como diré adelante; que aunque parece no importa, por ventura hará provecho entender, cómo se ha de probar el espíritu.

6. Y es grande cierto el trabajo que se pasa, y es menester tiento, en especial con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza, y podría venir a mucho mal, diciéndoles muy claro, es demonio; sino mirarlo muy quien, y apartarlas de los peligros que puede haber, y avisarlas en secreto pongan mucho, y le tengan ellos, que conviene. Y en esto hablo, como quien le cuesta harto trabajo, no lo tener algunas personas con quien de tratado mi oración, sino preguntando unos, otros por bien, me han hecho harto daño, que se han divulgado cosas, que estuvieran bien secretas; pues no son para todos, y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha permitido el Señor, para que yo padeciese. No digo que decían lo que trataba con ellos en confesión, mas como eran personas a quien yo daba cuenta por mis temores, para que me diesen luz, parecíame a mí habían de callar. Con todo nunca osaba callar cosa a personas semejantes. Pues digo, que se avise con mucha discreción, animándolas, y aguardando tiempo, que el Señor las ayudará como ha hecho a mí, que sino grandísimo daño me hiciera, según era temerosa, y medrosa: con el gran mal de corazón que tenía, espatándome cómo no me hizo mucho mal.

7. Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida, y pecados, lo mejor que pude (por junto, que no confesión por ser seglar, más bien di a entender cuán ruin era) los dos siervos de Dios miraron con gran caridad, y amor lo que me convenía. Venida la respuesta, que yo con harto temor esperaba, y habiendo encomendado a muchas personas que me encomendasen a Dios, y yo con harta oración aquellos días, con harta fatiga vino a mí, y díjome que a todo su parecer de entrambos era demonio: que lo que me convenía, era tratar con un padre de la Compañía de Jesús, que como yo le llamase, diciendo que tenía necesidad, vernía; y que le diese cuenta de toda mi vida por una confesión general de mi condición todo con mucha claridad, que por la virtud del sacramento de la confesión le daría Dios más luz, que eran muy experimentados en cosas de espíritu. Que no saliese de lo que me dijese en todo, porque estaba en mucho peligro, sino había quien me gobernase. A mí me dio tanto temor, y pena, que no sabía qué me hacer, todo era llorar; y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué había de ser de mí, leí en un libro, que parece el Señor me le puso en las manos, que decía san Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio engañados. Esto me consoló muy mucho. Comencé, a tratar de mi confesión general, y poner por escrito todos los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que yo entendí, y supe, sin dejar nada por decir. Acuérdome que como vi después que lo escribí tantos males, y casi ningún bien, que me dio una según, y fatiga grandísima. También me daba pena, que me viesen en casa tratar con gente, tan santa, como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad, y parecíame quedaba obligada más a no lo ser, y quitarme de mis pasatiempos; y si esto no hacía, que era peor; y ansí procuré con la sacristana, y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechome poco, que acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por todo el convento. Mas, ¡qué de embarazos pone el demonio, y qué de temores, a quien se quiere llegar a Dios!

8. Tratando con aquel siervo de Dios, que lo era harto, y bien avisado, toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje, me declaró lo que era, y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente, sino que era menester tornar de nuevo a la oración, porque no iba bien fundada, ni había comenzado a entender mortificación: y era ansí, que aun el nombre no me parece entendía, que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes, que qué sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que después el Señor ha hecho conmigo) que ternía mucha culpa, si no respondía a las mercedes que Dios me hacía. En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo, para curar mi alma, según se imprimía en ella. Hízome gran confusión, llevome por medios, que parecía del todo me tornaba otra. ¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome, que tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me aprovechase dél, y que no pensase sino en la humanidad, y que aquellos recogimientos, y gustos resistiese cuanto pudiese, de manera, que no les diese lugar, hasta que él me dijese otra cosa. Dejome consolada, y esforzada, y el Señor, que me ayudó, y a él para que entendiese mi condición, y cómo me había de gobernar. Quedé determinada de no salir de lo que él me mandase en ninguna cosa, y ansí lo hice hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha dado gracia para obedecer a mis confesores, aunque imperfectamente, y casi siempre han sido destos benditos hombres de la Compañía de Jesús, aunque imperfectamente, como digo, los he seguido. Conocida mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Prosigue lo comenzado, y dice, cómo fue aprovechando su alma después que comenzó a obedecer y lo poco que le aprovechaba resistir a las mercedes de Dios y cómo su Majestad se las iba dando más cumplidas


1. Quedó mi alma desta confesión tan blanda, que me parecía no hubiera cosa a que no me dispusiera; y ansí comencé a hacer mudanza en muchas cosas, aunque el confesor no me apretaba, antes parecía hacía poco caso de todo: y esto me movía a más, porque lo llevaba por modo de amar a Dios, y como que de alta libertad, y no premio, si yo no me le pusiese por amor. Estuve ansí casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los regalos, y mercedes de Dios. Cuanto a lo exterior veíase la mudanza, porque ya el Señor me comenzaba a dar ánimo para pasar por algunas cosas que decían personas que me conocían, pareciéndoles extremos, y aun en la mesma casa: y de lo que antes hacía, razón tenían, que era extremo; mas de lo que era obligada al hábito, y profesión que hacía, quedaba corta. Gané deste resistir gustos, y regalos de Dios, enseñarme su Majestad, porque antes me parecía, que para darme regalos en la oración, era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba bullir: después vi lo poco que hacía al caso, porque cuando más procuraba divertirme más me cubría el Señor de aquella suavidad, y gloria, que me parecía toda me rodeaba, y que por ninguna parte podía huir, y ansí era: yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traía mejor a hacer mercedes, y a señalarse mucho más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese, que no era más en mi mano. Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima humanidad, comenzose a asentar la oración como edificio que ya llevaba cimiento, y aficionarme a más penitencia, de que yo estaba descuidada, por ser tan grandes mis enfermedades. Díjome aquel varón santo que me confesó, que algunas cosas no me podrían dañar, que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacía penitencia que la querría dar su Majestad. Mandábame hacer algunas mortificaciones no muy sabrosas para mí. Todo lo hacía, porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y dábale gracia, para que me lo mandase, de manera, que yo le obedeciese. Iba ya sintiendo mi alma cualquier ofensa, que hiciese a Dios, por pequeña que fuese, de manera, que si alguna cosa superflua traía, no podía recogerme, hasta que me lo quitaba. Hacía mucha oración, porque el Señor me tuviese de su mano, pues trataba con sus siervos no permitiese tornase atrás, que me parecía fuera gran delito, y que habían ellos de perder crédito por mí.

2. En este tiempo vino a este lugar el padre Francisco, que era duque de Gandía, y había algunos años, que dejándolo todo, había entrado en la Compañía de Jesús. Procuró mi confesor, y el caballero que he dicho también vino a mí, para que le hablase, y diese cuenta de la oración que tenía, porque sabía iba muy adelante en ser muy favorecido, y regalado de Dios, que como quien había mucho dejado por él, aun en esta vida le pagaba. Pues después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios, y que le parecía, que no era bien ya resistirle más, que hasta entonces estaba bien hecho, sino que siempre que comenzase la oración en un piso de la Pasión; y que si después el Señor me llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle a su Majestad, no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante dio la medicina, y consejo; que hace mucho en esto la experiencia: dijo, que era yerro resistir ya más. Yo quedé muy consolada, el caballero también holgábase mucho que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba, y daba avisos en lo que podía, que era mucho.

3. En este tiempo mudaron a mi confesor deste lugar a otro, lo que yo sentí muy mucho, porque pensé me había de tornar a ser ruin, y no me parecía posible hallar otro como él. Quedó mi alma como en un desierto, muy desconsolada, y temerosa, no sabía qué hacer de mí. Procurome llevar una parienta mía a su casa, y yo procuré ir luego a procurar otro confesor en los de la Compañía. Fue el Señor servido, que comencé a tomar amistad con una señora viuda de mucha calidad, y oración, que trataba con ellos mucho. Hízome confesar a su confesor, y estuve en su casa muchos días; vivía cerca, yo me holgaba por tratar mucho con ellos, que de solo entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi alma sentía. Este padre me comenzó a poner en más perfección. Decíame, que para del todo contentar a Dios, no había de dejar nada por hacer: también con harta maña, y blandura, porque no estaba aún mi alma nada fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar algunas amistades que tenía, aunque no ofendía a Dios con ellas, era mucha afición, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas: y ansí le decía, que pues no ofendía a Dios, que ¿por qué había de ser desagradecida? él me dijo, que lo encomendase a Dios unos días, y que rezase el himno de Veni Creator, porque me diese luz de cuál era lo mejor. Habiendo estado un día mucho en oración, y suplicando al Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súpito, que casi me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fue muy conocido. Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de arrobamiento. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho espanto, porque el movimiento del ánima fue grande, y muy en el espíritu se me dijeron estas palabras; ansí me hizo temor, aunque por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor (que a mi parecer causó la novedad) me quedó.

4. Ello se ha cumplido bien, que nunca más yo he podido asentar en amistad, ni tener consolación, ni amor particular, sino a personas que entiendo le tienen a Dios, y lo procuran servir, ni ha sido en mi mano, ni me hace al caso ser deudos, ni amigos, sino entiendo esto, o es persona que trata de oración, esme cruz penosa tratar con nadie: esto es ansí a todo mi parecer, sin ninguna falta. Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios, como quien había querido en aquel momento (que no me parece fue más) dejar otra a su sierva. Ansí que no fue menester mandármelo más, que como me veía el confesor tan asida en esto, no había osado determinadamente decir, que lo hiciese. Debía aguardar a que el Señor obrase, como lo hizo, ni yo pensé salir con ello porque ya yo mesma lo había procurado, y era tanta la pena que me daba, que como cosa que me parecía no era inconveniente, lo dejaba; y aquí me dio el Señor libertad, y fuerza para ponerlo por obra. Ansí se lo dije al confesor, y lo dejé todo conforme a como me lo mandó. Hizo harto provecho a quien yo trataba, ver en mí esta determinación. Sea Dios bendito por siempre, que en mi punto me dio la libertad, que yo con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de quien es poderoso, y Señor verdadero de todo, ninguna pena me dio.




ArribaAbajoCapítulo XXV

En que trata el modo, y manera cómo se entienden estas hablas que hace Dios al alma sin oírse, y de algunos engaños que puede haber en ello, y en qué se conocerá cuando lo es. Es de mucho provecho, para quien se viere en este grado de oración, por que se declara muy bien, y de harta doctrina


1. Paréceme será bien declarar, cómo es este hablar que hace Dios al alma, y lo que ella siente, para que vuesa merced lo entienda; porque desde esta vez que he dicho, que el Señor me hizo esta merced, es muy ordinario hasta ahora, como se verá en lo que está por decir. Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino entiéndese muy más claro que si se oyesen; y dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás. Porque cuando acá no queremos oír, podemos tapar los oídos, o advertir a otra cosa, de manera que aunque se oya no se entienda. En esta plática que hace Dios al alma, no hay remedio ninguno, sino que aunque me pese, me hacen escuchar, y estar el entendimiento tan entero para entender lo que Dios quiere entendamos, que no basta querer, ni no querer. Porque el que todo lo puede, quiere que entendamos se ha de hacer lo que quiere, y se muestra Señor verdadero de nosotros. Esto tengo muy experimentado, porque me duró casi dos años el resistir, con el gran miedo que traía; y ahora lo pruebo algunas veces, más poco me aprovecha.

2. Yo querría declarar los engaños que puede haber aquí, aunque quien tiene mucha experiencia paréceme será poco, o ninguno; mas ha de ser mucha la experiencia, y la diferencia que hay cuando es espíritu bueno, o cuando es malo; o como puede también ser aprehensión del mesmo entendimiento, que podría acaecer, o hablar el mesmo espíritu a sí mesmo: esto no sé yo si puede ser, mas aun hoy me ha parecido que sí. Cuando es de Dios tengo muy probado en muchas cosas, que se me decían dos, y tres años antes, y todas se han cumplido, y hasta ahora ninguna ha salido mentira, y otras cosas a donde se ve claro ser espíritu de Dios, como después se dirá.

3. Paréceme a mí, que podría una persona, estando encomendando una cosa a Dios con grande afecto y aprehensión, parecerle entiende alguna cosa, si se hará, o no, y es muy imposible; aunque a quien ha entendido destotra suerte, verá claro lo que es, porque es mucha la diferencia: y si es cosa que el entendimiento fabrica, por delgado que vaya, entiende que ordena él algo, y que habla. Que no es otra cosa, sino ordenar uno la plática, o escuchar lo que otro te dice, y verá el entendimiento, que entonces no escucha, pues que obra, y las palabras que él fabrica son como cosa sorda, fantaseada, y no con la claridad que estotras. Y aquí está en nuestra mano divertirnos, como callar cuando hablamos; en estotro no hay término. Y otra señal más que todas, que no hace operación, porque estotra que habla el Señor, es palabras, y obras: y aunque las palabras no sean de devoción, sino de reprehensión, a la primera dispone un alma, y la habilita, y enternece, y da luz, y regala, y quieta; y si estaba con sequedad, o alboroto, y desasosiego de alma, como con la mano se le quita, y aun mejor, que parece quiere el Señor se entienda, que es poderoso, y que sus palabras son obras. Paréceme, que hay la diferencia, que si nosotros hablásemos, o oyésemos, ni más, ni menos; porque lo que hablo, como he dicho, voy ordenando con el entendimiento lo que digo; mas si me hablan, no hago más de oír sin ningún trabajo. Lo uno va como una cosa, que no nos podernos bien determinar, si es como uno que está medio dormido. Estotro es voz tan clara, que no se pierde una sílaba de lo que se dice; y acaece ser a tiempos, que está el entendimiento, y alma tan alborotada, y distraída, que no acertaría a concertar una buena razón, y halla guisadas grandes sentencias, que le dicen, que ella aun estando muy recogida no pudiera alcanzar, y a la primera palabra, como digo, la mudan toda: en especial si está en arrobamiento, que las potencias están suspensas; ¿cómo se entenderán cosas que no habían venido a la memoria, aun antes, como vernán entonces, que no obra casi, y la imaginación está como embobada?

4. Entiéndase, que cuando se ven visiones, o se entienden estas palabras, a mi parecer, nunca es en tiempo que está unida el alma en el mesmo arrobamiento; que en este tiempo (como ya dejo declarado, creo es la segunda agua) dél se pierden todas las potencias, y a mi parecer, allí ni se puede ver, ni entender, ni oír. Está en otro poder toda, y en este tiempo, que es muy breve no me parece la deja el Señor para nada libertad. Pasado este breve tiempo, que se queda aún en el arrobamiento el alma, es esto que digo, porque quedan las potencias de manera, que aunque no están perdidas, casi nada obran; están como absortas, y no hábiles para concertar razones. Hay tantas para entender la diferencia, que si una vez se engañase, no serán muchas. Y digo, que si es alma ejercitada, y está sobre aviso, lo verá muy claro; porque dejadas otras cosas por donde se ve lo que he dicho, ningún efeto le hace, ni el alma lo admite: porque estotro, mal que nos pese, y no se da crédito, antes se entiende que es devanear del entendimiento, casi como no se haría caso de una persona que sabéis tiene frenesí. Estotro es como si lo oyésemos a una persona muy santa, o letrada, y de gran autoridad, que sabemos no nos ha de mentir; y aun es baja comparación, porque traen algunas veces una majestad consigo estas palabras, que sin acordarnos quien las dice, si son de reprehensión, hacen temblar; y, si son de amor, hacen deshacerse en amar: y son cosas como he dicho, que estaban bien lejos de la memoria, y dícense tan de presto sentencias tan grandes, que era menester mucho tiempo para haberlas de ordenar, y en ninguna manera me parece se puede entonces ignorar no ser cosa fabricada de nosotros.

5. Ansí, que en esto no hay que me detener, que por maravilla me parece puede haber engaño en persona ejercitada, si ella mesma de advertencia no se quiere engañar. Acaecídome ha muchas veces, si tengo alguna duda, no creer lo que me dicen, y pensar si se me antojó (esto después de pasado, que entonces es imposible) y verlo cumplido desde ha mucho tiempo; porque hace el Señor, que quede en la memoria, que no se puede olvidar, y lo que es del entendimiento, es como primer movimiento del pensamiento, que pasa, y se olvida. Estotro es, como obra, que aunque se olvide algo, y pase tiempo, no tan del todo, que se pierda la memoria, de que en fin se dijo, salvo si no ha mucho tiempo, o son palabras de favor, o doctrina; mas de profecía, no hay olvidarse, a mi parecer, al menos a mí, aunque tengo poca memoria. Y torno a decir, que me parece si un alma no fuese tan desalmada, que lo quiera fingir, que sería harto mal, y decir que lo entiende, no siendo ansí: más dejar de ver claro, que ella lo ordena, y lo parla entre sí, paréceme no lleva camino, si ha entendido el espíritu de Dios; que si no toda su vida podrá estarse en ese engaño, y parecerle que entiende, aunque yo no sé cómo. O esta alma lo quiere entender, o no; si se está deshaciendo de lo que entiendo, y en ninguna manera querría entender nada por mil temores, y otras muchas causas que hay, para tener deseo de estar quieta en su oración, sin estas cosas, ¿cómo da tanto espacio el entendimiento, que ordene razones? Tiempo es menester para esto. Acá sin perder ninguno quedamos enseñadas, y se entienden cosas, que parece era menester un mes para ordenarlas. Y el mesmo entendimiento, y alma quedan espantados de algunas cosas que se entienden. Esto es ansí, y quien tuviere experiencia, verá que es al pie de la letra todo lo que he dicho. Alabo a Dios, porque lo he sabido ansí decir. Y acabo con que me parece, siendo del entendimiento, cuando lo quisiésemos lo podríamos entender, y cada vez que tenemos oración, nos podría parecer entendemos: mas en estotro no es ansí, sino que estaré muchos días, que aunque quiera entender algo es imposible; y cuando otras veces no quiero, como he dicho, lo tengo de entender. Paréceme, que quien quisiese engañará los otros, diciendo que entiendo de Dios lo que es de sí, que poco le cuesta decir, que lo oye con los oídos corporales: y es ansí cierto con verdad, que jamás pensé había otra manera de oír, ni entender, hasta que lo vi por mí; y ansí como he dicho, me cuesta harto trabajo.

6. Cuando es demonio, no solo no deja buenos efectos, más déjalos malos. Esto me ha acaecido no más de dos, o tres veces, y de sido luego avisada del Señor, como era demonio. Dejado la gran sequedad que queda, es una inquietud en el alma a manera de otras muchas veces, que ha permitido el Señor que tenga grandes tentaciones, y trabajos de alma de diferentes maneras; y aunque me atormenta hartas veces, como adelante diré, es una inquietud, que no se sabe entender de donde viene, sino que parece resiste el alma, y se alborota, y aflige sin saber de qué; porque lo que él dice no es malo, sino bueno. Pienso si siente un espíritu a otro. El gusto, y deleite que él da, a mi parecer es diferente en gran manera. Podría él engañar con estos gustos a quien no tuviere, o hubiere tenido otros de Dios. De veras digo gustos, una recreación suave, fuerte, impresa, deleitosa, quieta, que unas devocioncitas de lágrimas, y otros sentimientos pequeños, que al primer airecito de persecución se pierden estas florecitas, no las llamo devociones, aunque son buenos principios, y santos sentimientos, mas no para determinar estos efectos de buen espíritu, o malo. Y ansí es bien andar siempre con gran aviso; porque cuanto a personas que no están más adelante en oración, que hasta esto, fácilmente podrían ser engañados, si tuviesen visiones, o revelaciones. Yo nunca tuve cosas destas postreras, hasta haberme Dios dado por sola su bondad oración de unión, sino fue la primera vez que dije, que ha muchos años, que vi a Cristo, que pluguiera a su Majestad entendiera yo era verdadera visión, como después lo he entendido, que no me fuera poco bien. Ninguna blandura queda en el alma, sino como espantada, y con gran disgusto.

7. Tengo por muy cierto, que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios a alma, que de ninguna cosa se fía de sí, y esta fortalecida en la fe, que entienda ella de sí, que por un punto della morirá mil muertes: y con este amor a la fe, que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos, y a otros, como quien tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar, aunque viese abiertos los cielos, un punto de lo que tiene la Iglesia. Si alguna vez se viese vacilar en su pensamiento contra esto, o detenerse en decir; pues si Dios me dice esto, también puede ser verdad, como lo que decía a los santos (no digo que lo crea, sino que el demonio la comience a tentar, por primero movimiento, que detenerse en ello, ya se ve que es malísimo; más aun primeros movimientos muchas veces en este caso, creo no vernán si el alma está en esto tan fuerte, como lo hace el Señor a quien da estas cosas, que le parece desmenuzaría los demonios, sobre una verdad de lo que tiene la Iglesia muy pequeña) digo, que si no viene en sí esta fortaleza grande, y que ayudo a ella la devoción, o visión, que no la tenga por segura. Porque aunque no se sienta luego el daño, poco a poco podría hacerse grande, que a lo que yo veo, y sé de experiencia, de tal manera queda el crédito de que es Dios, que vaya conforme a la Sagrada Escritura, y como un tantico torciese desto, mucha más firmeza sin comparación me parece ternía en que es demonio, que ahora tengo de que es Dios, por grande que la tenga; porque entonces no es menester andar a buscar señales, ni qué espíritu es, pues está tan clara esta señal para creer que es demonio, que si entonces todo el mundo me asegurase que es Dios, no lo creería. El caso es, que cuando es demonio, parece que se esconden todos los bienes, y huyen del alma, según queda desabrida, y alborotada, y sin ningún efeto bueno: porque aunque parece pone deseos, no son fuertes; la humildad que deja, es falsa, alborotada, y sin suavidad. Paréceme, que quien tiene experiencia del buen espíritu, lo entenderá.

8. Con todo puede hacer muchos embustes el demonio, y ansí no hay cosa en esto tan cierta, que no lo sea más temer, e ir siempre con aviso, y tener maestro que sea letrado, y no lo callar nada, y con esto ningún daño puede venir, aunque a mí hartos me han venido por estos temores demasiados, que tienen algunas personas. En especial me acaeció una vez, que se habían juntado muchos, a quien yo daba gran crédito, y era razón se le diese (que aunque yo ya no trataba sino con uno, y cuando él me lo mandaba, hablaba a otros, unos con otros trataban mucho de mi remedio, que me tenían mucho amor, y temían no fuese engañada: yo también traía grandísimo temor, cuando no estaba en la oración, que estando en ella, y haciéndome el Señor alguna merced, luego me aseguraba) creo eran cinco, o seis, todos muy siervos de Dios; y díjome mi confesor, que todos se determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo, y que procurase distraerme de suerte, que no tuviese soledad. Yo era temerosa en extremo, como he dicho, y ayudábame el mal de corazón, que aun en una pieza sola no osaba estar de día muchas veces. Yo como vi que tantos lo afirmaban, y yo no lo podía creer, diome grandísimo escrúpulo, pareciéndome poca humildad; porque todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y letrados, que ¿por qué no los había de creer? Forzábame lo que podía para creerlos, y pensaba en mi ruin vida, y que conforme a esto debían de decir verdad. Fuime de la iglesia con esta aflicción, y entreme en un oratorio, habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí: unos me parecía burlaban de mí, cuando dello trataba, como que se me antojaba: otros avisaban al confesor, que se guardase de mí; otros decían, que era claro demonio: solo el confesor (que aunque, conformaba con ellos, por probarme, según después supe) siempre me consolaba, y me decía, que aunque fuese demonio, no ofendiendo yo a Dios, no me podía hacer nada, que ello se me quitaría, que lo rogase mucho a Dios; y él, y todas las personas que confesaba lo hacían harto, y otras muchas; y yo toda mi oración, y cuantos entendía eran siervos de Dios, porque su Majestad me llevase por otro camino, y esto me duró no sé si dos años, que era contino pedirlo al Señor.

9. A mí ningún consuelo me bastaba, cuando pensaba era posible, que tantas veces me había de hablar el demonio. Porque de que no tornaba horas de soledad para oración, en conversación me hacía el Señor recoger, y sin poderlo yo excusar, me decía lo que era servido; y aunque me pesaba lo había de oír. Pues estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar, ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación, y temor de si me había de engañar el demonio, toda alborotada, y fatigada, sin saber qué hacer de mí (en esta aflicción me vi algunas, y muchas veces; aunque no me parece ninguna en tanto extremo) estuve ansí cuatro, o cinco horas, que consuelo, ni del cielo, ni de la tierra, no había para mí, sino que me dejó el Señor padecer, teniendo mil peligros. ¡Oh Señor mío, como sois vos el amigo verdadero, y cómo poderoso, cuando queréis podéis, nunca dejáis de querer si os quieren! Alaben os todas las cosas, Señor del mundo. ¡Oh quién diese voces por él, para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan, vos Señor de todas ellas nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh Señor mío, qué delicada, y pulida, y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Oh quien nunca se hubiera detenido en amar a nadie, sino a vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento, y letras, y nuevas palabras, para encarecer vuestras obras, como lo entiende mi alma! Fáltame todo, Señor mío, mas si vos no me desamparáis, no os faltaré yo a vos. Levántense contra mí todos los letrados, persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis vos Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien en solo vos confía. Pues estando en esta tan gran fatiga (aun entonces no había comenzado a tener ninguna visión) solas estas palabras bastaban para quitármela, y quietarme del todo: No hayas miedo hija, que yo soy, y no te desampararé, no temas.

10. Paréceme a mí, según estaba, que eran menester muchas horas para persuadirme a que me sosegase, y que no bastara nadie: heme aquí con solas estas palabras sosegada con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud, y luz, que en un punto vi mi alma hecha otra, y me parece, que con todo el mundo disputara, que era Dios. ¡Oh qué buen Dios! ¡Oh qué buen Señor, y qué poderoso! No solo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh válame Dios, y como fortalece la fe, se aumenta el amor! Es ansí cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos, que estuviesen quedos en el mar, cuando se levantó la tempestad; y ansí decía yo: ¿Quién es este, que ansí le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad en un momento, y hace blando un corazón, que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves, a donde parecía había de haber mucho tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da este ánimo? Que me acaeció pensar, ¿de qué temo? ¿Qué es esto? yo deseo servir a este Señor, no pretendo otra cosa, sino contentarle; no quiero contento, ni descanso, ni otro bien, sino hacer su voluntad (que desto bien cierta estaba a mi parecer, que lo podía afirmar.) Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es, y sé que lo es, y que son sus esclavos los demonios, y desto no hay que dudar, pues es fe, siendo yo sierva deste Señor, y rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he de tener yo fortaleza para combatirme con todo el infierno? Tomaba una cruz en la mano, y parecía verdaderamente darme Dios ánimo (que yo me vi otra en breve tiempo) que no temería tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera a todos; y ansí dije: Ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo quiero ver qué me podéis hacer.

11. Es sin duda, que me parecía me habían miedo, porque yo quedé sosegada, y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos los miedos que solía tener hasta hoy; porque aunque algunas veces los veía, como diré después, no les he habido más miedo, antes me parecía ellos me le hablan a mí. Quedome un señorío contra ellos, bien dado del Señor de todos, que no se me da más dellos que de moscas. Parécenme tan cobardes, que en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerza. No saben estos enemigos de hecho acometer, sino a quien ven que se les rinde, o cuando lo permite Dios, para más bien de sus siervos, que los tienten, y atormenten. Pluguiese a su Majestad temiésemos a quien hemos de temer, y entendiésemos nos puede venir mayor daño de un pecado venial, que de todo el infierno junto, pues es ello ansí. Que espantados nos traen estos demonios, porque nos queremos nosotros espantar con nuestros asimientos de honra, y haciendas, deleites, que entonces juntos ellos con nosotros mesmos, que nos somos contrarios, amando, y queriendo lo que hemos de aborrecer, mucho daño nos harán; porque con nuestras mesmas armas les hacemos que peleen contra nosotros, poniendo en sus manos con las que nos hemos de defender. Ésta es la gran lástima; mas si todo lo aborrecemos por Dios, y nos abrazamos con la cruz, y tratamos servirle de verdad, huye él destas verdades, como de pestilencia. Es amigo de mentiras, y la mesma mentira. No hará pacto con quien anda en verdad. Cuando él ve escurecido el entendimiento, ayuda lindamente a que se quiebren los ojos; porque si a uno ve ya ciego en poner su descanso en cosas vanas, y tan vanas, que parecen las deste mundo cosa de juego de niño, ya él ve que este es niño, pues trata como tal, y atrévese a luchar con él, una, y muchas veces.

12. Plega al Señor, que no sea yo destos, sino que me favorezca su Majestad, para entender por descanso lo que es descanso, y por honra lo que es honra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al revés, y una higa para todos los demonios, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos, demonio, demonio, donde podemos decir, Dios, Dios, y hacerle temblar. Si que ya sabemos, que no se puede menear, si el Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es sin duda, que tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio, que a él mesmo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto como lo he podido sufrir. Bendito sea el Señor, que tan de veras me ha ayudado.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

Prosigue en la mesma materia, va declarando, y diciendo cosas que le han acaecido que le hacían perder el temor, y afirmar que era buen espíritu el que la hablaba


1. Tengo por una de las grandes mercedes que me ha hecho el Señor, este ánimo que me dio contra los demonios; porque andar un alma acobardada, y temerosa de nada, sino de ofender a Dios, es grandísimo inconveniente, pues tenemos Rey todo poderoso, y tan gran Señor, que todo lo puede, y a todos sujeta. No hay que temer, andando (como he dicho) en verdad delante de su Majestad, y con limpia conciencia. Para esto (como he dicho) querría yo todos los temores, para no ofender en un punto a quien en el mesmo punto nos puede deshacer. Que contento su Majestad, no hay quien sea contra nosotros, que no lleve las manos en la cabeza. Podrase decir, que ansí es: mas que, ¿quién será esta alma tan recta, que del todo le contente, y que por eso teme? No la mía por cierto, que es muy miserable, y sin provecho, y llena de mil miserias; mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras flaquezas; mas por grandes conjeturas siente el alma en sí, si le ama de verdad, porque en las que llegan a este estado, no anda el amor disimulado, como a los principios, sino con tan grandes ímpetus, y deseo de ver a Dios, como después diré, o queda ya dicho. Todo cansa, todo fatiga, todo atormenta, sino es con Dios, o por Dios: no hay descanso, que no canse, porque se ve ausente de su verdadero descanso, y ansí es cosa muy clara, que como digo, no pasa en disimulación.

2. Acaeciome otras veces verme con grandes tribulaciones y murmuraciones sobre cierto negocio, que después diré, de casi todo el lugar a donde estoy, y de mi orden, y afligida con muchas ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? yo cumpliré lo que le he prometido. Y ansí se cumplió bien después. Y quedar luego con una fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras cosas, aunque me costasen más trabajos para servirle, y me pusiera de nuevo a padecer. Es esto tantas veces, que no lo podría yo contar: muchas las que me hacía reprensiones, y hace cuando hago imperfecciones, que bastan a deshacer un alma. Al menos traen consigo el enmendarse, porque su Majestad (como he dicho) da el consejo y el remedio. Otras traerme a la memoria mis pecados pasados, en especial cuando el Señor me quiere hacer alguna señalada merced, que parece ya se ve el alma en el verdadero juicio, porque le representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe a dónde se meter: otras avisarme de algunos peligros míos, y de otras personas, cosas por venir, tres, o cuatro años antes, muchas, y todas se han cumplido; algunas podrá ser señalar. Ansí que hay tantas cosas para entender, que es Dios, que no se puede ignorar a mi parecer.

3. Lo más seguro es (yo ansí lo hago, y sin esto no ternía sosiego, ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras, y aquí no puede haber daño, sino muchos provechos) como muchas veces me ha dicho el Señor, que no deje de comunicar toda mi alma y las mercedes que el Señor me hace con el confesor, y que sea letrado y que le obedezca. Esto muchas veces. Tenía yo un confesor que me mortificaba mucho, y algunas veces me afligía y daba gran trabajo, porque me inquietaba mucho, y era el que más me aprovechó a lo que me parece; y aunque le tenía mucho amor, tenía algunas tentaciones por dejarle, y parecíame me estorbaban aquellas penas que me daba de la oración. Cada vez que estaba determinada a esto, entendía luego que no lo hiciese, y una reprensión que me deshacía más que cuanto el confesor hacía: algunas veces me fatigaba, cuestión por un cabo, y reprensión por otro; y todo lo había menester, según tenía poco doblada la voluntad. Díjome una vez que no era obedecer, si no estaba determinada a padecer, que pusiese los ojos en lo que él había padecido, y todo se me haría fácil.

4. Aconsejome una vez un confesor, que a los principios me había confesado, que ya que estaba probado ser buen espíritu, que callase, y no diese ya parte a nadie, porque mejor era ya estas cosas callarlas. A mí no me pareció mal, porque yo sentía tanto cada vez que las decía al confesor, y era tanta mi afrenta, que mucho más que confesar pecados graves lo sentía algunas veces, en especial si eran las mercedes grandes, parecíame no me habían de creer, y que burlaban de mí. Sentía yo tanto esto, que me parecía era desacato a las maravillas de Dios, que por esto quisiera callar. Entendí entonces que había sido muy mal aconsejada de aquel confesor, que en ninguna manera callase cosa al que me confesaba, porque en esto había gran seguridad, y haciendo lo contrario, podría ser engañarme alguna vez.

5. Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si él confesor me decía otra, me tornaba el mesmo Señor a decir, que le obedeciese: después su Majestad le volvía, para que me lo tornase a mandar. Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejarlos en latín, me dijo el Señor: No tengas pena, que yo te daré libro vivo. Yo no podía entender, porqué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones; después desde a bien pocos días lo entendí muy bien, porque he tenido tanto que pensar, y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca, o casi ninguna necesidad he tenido de libros. Su Majestad ha sido el libro verdadero a donde he visto las verdades. Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer, y hacer de manera, que no se puede olvidar.

6. ¿Quién ve al Señor cubierto de llagas, y afligido con persecuciones, que no las abrace, y las ame y las desee? ¿Quién ve algo de la gloria, que da a los que le sirven, que no conozca es todo nada cuanto se puede hacer, y padecer, pues tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan los condenados, que no se lo hagan deleites los tormentos de acá, en su comparación, y conozcan lo mucho que deben al Señor en haberlos librado tantas veces de aquel lugar? Porque con el favor de Dios se dirá más de algunas cosas, quiero ir adelante en el proceso de mi vida. Plega al Señor haya sabido declararme en esto que he dicho, bien creo que quien tuviere experiencia lo entenderá, y verá he atinado a decir algo; quien no, no me espanto le parezca desatino todo, basta decirlo yo, para quedar disculpado, ni yo culparé a quien lo dijere. El Señor me deje atinar en cumplir su voluntad. Amén.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

En que trata otro modo, con que enseña el Señor el alma, y sin hablarla, la da a entender su voluntad por una manera admirable. Trata también de declarar una visión, y gran merced que le hizo el Señor, no imaginaría. Es mucho de notar este capítulo


1. Pues tornando al discurso de mi vida, yo estaba con esta aflicción de penas, y con grandes oraciones, como he dicho que se hacía, porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más seguro, pues en esto me decían era tan sospechoso. Verdad es, que aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro camino, como veía tan mejorada mi alma (sino era alguna vez, cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían, y miedos que me ponían) no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo pedía. Yo me veía otra en todo; no podía, sino poníame en las manos de Dios, que él sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo. Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al infierno, que había de desear esto; ni creer que era demonio, no me podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo, y desearlo, mas no era en mi mano. Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos, porque me librasen del demonio. Andaba novenas, encomendábame a san Hilarión, y a san Miguel el ángel, con quien por esto tomé nuevamente devoción, y a otros muchos santos importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con su Majestad. A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía, y de otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro camino o declarase la verdad, porque eran muy continas las hablas, que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto.

2. Estando un día del glorioso san Pedro en oración, vi cabe mí, o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo, ni del alma no vi nada, más pareciome estaba junto cabe mi Cristo, y veía ser él el que me hablaba, a mi parecer. Yo como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome grande temor al principio, y no hacía sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta, y con regalo, y sin ningún temor. Parecíame andar siempre al lado Jesucristo; y como no era visión imaginaria, no veía en que forma: mas estar siempre a mi lado derecho sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco, o no estuviese muy divertida, podía ignorar que estaba cabe mí.

3. Luego fuí a mi confesor harto fatigada a decírselo. Preguntome, que ¿en qué forma le veía? yo le dije que no le veía. Díjome, que ¿cómo sabía yo que era Cristo? yo le dije, que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender que estaba cabe mí, y le veía claro, y sentía, y que el recogimiento del alma era muy mayor en oración de quietud, y muy contina, y los efectos que eran muy otros que solía tener, y que era cosa muy clara. No hacía sino poner comparaciones Para darme a entender; y cierto para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que mucho cuadre: que ansí como es de las más subidas (según después me dijo un santo hombre, y de gran espíritu llamado fray Pedro de Alcántara, de quien después haré más mención, y me han dicho otros letrados grandes, y que es a donde menos se puede entremeter el demonio de todas) ansí no hay términos para decirla acá, las que poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque si digo, que con los ojos del cuerpo, ni del alma, no le veo, porque no es imaginaria visión, como entiendo, y me afirmo con más claridad, que está cabe mí, que si lo viese. Porque parecer, que es como una persona que está a escuras, que no ve a otra, que está cabe ella, o si es ciega, no va bien; alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, o la oye hablar, o menear, o la toca. Acá no hay nada desto, ni se ve escuridad, sino que se representa por una noticia al alma más clara que el sol. No digo que se ve sol, ni claridad, sino una luz, que sin ver luz alumbra el entendimiento; para que goce el alma tan gran bien. Trae consigo grandes bienes.

4. No es como una presencia de Dios, que se siente muchas veces (en especial los que tienen oración de unión, y quietud) que parece en queriendo comenzar a tener oración, hallamos con quien hablar, y parece entendemos nos oye por los efectos, y sentimientos espirituales, que sentimos de grande amor, y fe, y otras determinaciones con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho a quien lo ha dado; porque es muy subida oración, mas no es visión que entendiese que está allí Dios por los efectos, que como digo hace al alma, que por aquel modo quiere su Majestad darse a sentir: acá vese claro, que está aquí Jesucristo, Hijo de la Virgen. En esta otra manera de oración represéntanse unas influencias de la Divinidad: aquí junto con éstas se ve nos acompaña, y quiere hacer mercedes también la humanidad sacratísima. Pues preguntome el confesor, ¿quién dijo que era Jesucristo? él me lo dijo muchas veces, respondí yo: mas antes que me lo dijese, se imprimió en mi entendimiento que era él, y antes desto me lo decía, y no le veía. Si una persona que yo nunca hubiese visto, sino oído nuevas della, me viniese a hablar estando ciega, o en gran escuridad, y me dijese quien era, creerlo ya, mas no tan determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona, como si la hubiera visto. Acá sí, que sin verse se imprime con una noticia tan clara, que no parece se puede dudar: que quiere el Señor esté tan esculpida en el entendimiento, que no se puede dudar más, que lo que se ve, ni tanto, porque en esto algunas veces nos queda sospecha, si se nos antojó: acá aunque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre, que no tiene fuerza la duda. Ansí es también en otra manera, que Dios, enseña al alma, y la habla sin hablar, de la manera que queda dicho.

5. Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender, aunque más queramos decir, si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen, ni forma de palabras, sino a manera desta visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios, que entiende el alma lo que él quiere, y grandes verdades, y misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor me declara alguna visión, que quiere su Majestad representarme, es ansí; y paréceme que es a donde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones; si ellas no son buenas, yo me debo engañar. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión, y de lenguaje, que ningún bullicio hay en las potencias, ni en los sentidos, a mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna vez, y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias, ni quitados los sentidos, sino muy en sí, que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas estas que son, digo, que no obramos nosotros nada, ni hacemos nada, todo parece obra del Señor. Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago sin comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está; aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién lo puso: acá sí, mas como se puso no lo sé, que ni se vio, ni se entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi noticia que esto podía ser.

6. En la habla que hemos dicho antes, hace Dios al entendimiento, que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace escuchar, y que no se divierta; como a uno que oyese quien, y no le consintiesen atapar los oídos, y le hablasen junto a voces, aunque no quisiese lo oiría. Y en fin algo hace, pues está atento a entender lo que le hablan acá ninguna cosa, que aún este poco, que es solo escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado, y comido, no hay más que hacer de gozar; como uno que sin deprender, ni haber trabajado nada para saber leer, ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida va en sí, sin saber cómo, ni dónde, pues aun nunca había trabajado, aun para deprender el A B C. Esta comparación postrera me parece declara algo deste don celestial; porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad, y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad destas grandezas. Quedase tan espantada, que basta una merced destas para trocar toda un alma, y hacerla no amar cosa sino a quien ve, que sin trabajo ninguno suyo la hace capaz de tan grandes bienes, y lo comunica secretos, y trata con ella con tanta amistad, y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas mercedes, que consigo traen la sospecha, por ser de tanta admiración, y hechas a quien tan poco las ha merecido, que si no hay muy viva fe, no se podrán creer: y ansí yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho a mí, si no me mandaren otra cosa, sino son algunas visiones, que pueden para alguna cosa aprovechar, o para que a quien el Señor las diere, no se espante, pareciéndole imposible, como hacía yo: o para declararle el modo, o camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir.

7. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es, que quiere el Señor de todas maneras tenga, esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo: y paréceme a mí, que ansí como alta sin hablar se entienden (lo que yo nunca supe cierto es ansí, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese, y me lo mostró en un arrobamiento) ansí es acá, que se entienden Dios, y el alma, con solo querer su Majestad que lo entienda, sin otro artificio, para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho, y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con solo mirarse. Esto debe ser ansí, que sin ver nosotros, como de hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares, a lo que creo, helo oído que es aquí.

8. ¡Oh benignidad admirable de Dios, que ansí os dejáis mirar de unos ojos, que tan mal han mirado, como los de mi alma! Queden ya Señor desta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni que les contente ninguna, fuera de vos. ¡Oh ingratitud de los mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia, que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que vos hacéis con una alma que traéis a tales términos, lo que se puede decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración, y las que tenéis verdadera fe, qué bienes podéis buscar, aun en esta vida (dejemos lo que se gana para sin fin) que sea como el menor destos! Mira, que es ansí cierto, que se da Dios a sí; a los que todo lo dejan por él. No es aceptador de personas, a todas ama, no tiene nadie excusa, por ruin que sea, pues ansí lo hace conmigo, trayéndome a tal estado. Mira, que no es cifra lo que digo de lo que se puede decir, solo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión, y merced que hace Dios al alma; mas no puedo decir lo que se siente, cuando el Señor la da a entender secretos, y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es aseo traerlos a ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin. Y destos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso, que nos está aparejado.

9. Vergüenza es, y yo cierto la he de mí, y si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada. ¿Por qué hemos de querer tantos bienes, y deleites, y gloria para sin fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? Que ¿con placeres, y pasatiempos hemos de gozar lo que él nos ganó a costa de tanta sangre? Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remediar un desprecio como él sufrió, para que nosotros reinemos para siempre? No lleva camino. Errado, errado vi el camino, nunca llegaremos allá. Dé voces vuesa merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y oyome tan tarde, y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es grave confusión hablar en esto, y ansí quiero callar solo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señor me traiga a términos, que yo pueda gozar deste bien. ¿Qué gloria será, y qué contento de los bienaventurados, que ya gozan desto, cuando vieren, que aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que les fue posible? Ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas, y estado, y el que más, más. ¡Qué rico se hallará, el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado, el que no quiso honra por él, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio, el que se holgó que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la mesma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora por nuestros pecados! Ya, en parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan! ¿Mas si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por sabios, y discretos? Eso, eso debe ser, según se usa de discreción; luego nos parece es poca edificación, no andar con mucha compostura, y autoridad, cada uno en su estado. Hasta el fraile, clérigo, o monja, nos parecerá que traer cosa vieja, y remendada, es novedad, y dar escándalo a los flacos y aun estar muy recogidos, y tener oración, según está el mundo, tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo, que destos escándalos el Señor saca dellos grandes provechos; y si unos se escandalizan, otros se remuerden, si quiera que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo, y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester.

10. Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito fray Pedro de Alcántara. No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas, y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre, deste tiempo era, estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies, que aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay, como otras veces he dicho, para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y cuán grande le dio su Majestad a este santo que digo para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben. Quiero decir algo della, que sé es toda verdad. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí, y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré) paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que este era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de rodillas, o en pie. Lo que dormía era sentado, la cabeza arrimada17 a un maderillo que tenía hincada en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda, como se sabe, no era más larga que cuatro pies y medio. En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles, y aguas que hiciese, ni cosa en los pies, ni vestida, sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y este tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mesmo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el manto y cerrar la puerta contentaba el cuerpo, para que sosegase18 con más abrigo. Comer a tercero día era muy ordinario. Y díjome, ¿que de qué me espantaba? Que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo, que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fuí testigo. Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres tiros en una casa de su Orden, y no conocer fraile si no era por la habla; porque no alzaba los ojos jamás, y ansí a las partes que de necesidad había elegir, no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos a mujeres jamás; miraba, esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver, que no ver; mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles. Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En estas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir sino que he miedo dirá vuesa merced que para que me meto en esto, y con él lo he escrito. Y ansí lo dejo con que fue su fin como la vida, predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e hincado de rodillas murió.

11. Después ha sido el Señor servido, yo tenga más en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido, y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando espiró, me apareció, y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo creí; díjelo a algunas personas, y desde ha ocho días vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria, paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor, que no le pedirían cosa en su nombre, que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre. Amén.

12. Mas que hablar he hecho para despertar a vuesa merced a no estimar en nada cosa desta vida, como si no lo supiese, o no estuviera ya determinado a dejarlo todo, y puéstolo por obra. Veo tanta perdición en el mundo, que aunque, no aproveche más decirlo yo, de cansarme de escribirlo, me es descanso, que todo es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido, y vuesa merced que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.




ArribaAbajoCapítulo XXVIII

En que trata las grandes mercedes que le hizo el señor, y cómo le apareció la primera vez: declara que es visión imaginaria: dice los grandes efectos y señales que deja cuando es Dios. Es muy provechoso capítulo, y mucho de notar


1. Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta visión muy contina, y hacíame tanto provecho, que no salía de oración; y aun cuanto hacía, procuraba fuese de suerte que no descontentase al que claramente veía estaba por testigo; y aunque a veces temía con lo mucho que me decían, durábame poco el temor, porque el Señor me aseguraba. Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me le hace grande a los principios de cualquiera merced sobrenatural, que el Señor me haga. Desde ha pocos días vi también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender, por qué el Señor se mostraba ansí poco a poco, pues después me había de hacer merced que yo lo viese del todo, hasta después que de entendido que me iba su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural. Sea bendito por siempre, porque tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir, y como quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo.

2. Parecerá a vuesa merced que no era menester mucho esfuerzo para ver unas manos y rostro tan hermoso: sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan sobrenatural y hermosa, desatina; y ansí me hacía tanto temor, que toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con certidumbre, y seguridad, y con tales efectos, que presto se perdía el temor.

3. Un día de san Pablo, estando en misa, se me representó toda esta humanidad sacratísima, como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad, como particularmente escribí a vuesa merced cuando mucho me lo mandó. Y hacíase harto de mal, porque no se puede decir, que no sea deshacerse; mas lo mejor que supe, ya lo dije, y ansí no hay para que tornarlo a decir aquí: solo digo, que cuando otra cosa no hiciese para deleitar la vista en el cielo, sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la humanidad de Jesucristo Señor nuestro, aun acá que se muestra su Majestad conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria, ¿qué será a donde del todo se goza tal bien? Esta visión, aunque es imaginaria. nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma. Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que esta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos corporales. Ésta dicen, que es la más baja, y a donde más ilusiones puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal, sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fuese viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor se me antojaba. Y también después de pasada me acaecía (esto era luego, luego) pensar yo también en esto, que se me había antojado, y fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había engañado. Éste era otro llanto, e iba a él, y decíaselo. Preguntábame, ¿que si me parecía a mí ansí, o si había querido engañar? yo le decía la verdad, porque a mi parecer no mentía, ni tal había pretendido, ni por cosa del mundo dijera una cosa por otra. Esto bien lo sabia él, y ansí procuraba sosegarme, y yo sentía tanto en irle con estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía, lo había de fingir para atormentarme a mí mesma.

4. Mas el Señor se dio tanta priesa a hacerme esta merced, y declarar esta verdad, que bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y después veo muy claro mi bobería; porque si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera, ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun sola blancura y resplandor. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave, y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista; y no la cansa, ni la claridad que se ve, para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente de la de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después.

5. Es como ver un agua muy clara, que corre sobre cristal, y reverbera ella el sol, a una muy turbia, y con gran nublado, y que corre por encima de la tierra. No porque se le representa sol, ni la luz es como la del sol, parece en fin luz natural, y esta otra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que como siempre es luz, no la turba nada. En fin es de suerte, que por grande entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es; y pónela Dios delante tan presto, que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester abrirlos; mas no hace más estar abiertos, que cerrados, cuando el Señor quiere, que aunque no queramos se ve. No hay divertimiento que baste, ni hay poder resistir, ni basta diligencia, ni cuidado para ello. Esto tengo yo bien experimentado, como diré.

6. Lo que yo ahora querría decir, es el modo como el Señor se muestra por estas visiones: no digo, que declararé de qué manera puede ser poner esta luz tan fuerte en el sentido interior, y en el entendimiento imagen tan clara, que parece verdaderamente está allí, porque esto es de letrados: no ha querido el Señor darme a entender el cómo; y soy tan ignorante, y de tan rudo entendimiento, que aunque mucho me lo han querido declarar, no he aún acabado de entender el cómo. Y esto es cierto, que aunque a vuesa merced le parezca que tengo vivo entendimiento, que no lo tengo, porque en muchas cosas lo he experimentado, que no comprende más de lo que le dan a comer, como dicen. Algunas veces se espantaba el que me confesaba de mis ignorancias, y jamás me dio a entender, ni aun lo deseaba, como hizo Dios esto, o pudo ser esto, ni lo preguntaba, aunque como he dicho, de muchos daños acá trataba con buenos letrados. Si era una cosa pecado, o no, esto sí; en lo demás no era menester más para mí de pensar, hízolo Dios todo, y veía que no había de que me espantar, sino por que le alabar, y antes me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras más, más.

7. Diré pues lo que he visto por experiencia, el cómo el Señor lo hace, vuesa merced lo dirá mejor, y declarará todo lo que fuere escuro, y yo no supiere decir. Bien me parecía en algunas cosas, que era imagen lo que veía, más por otras muchas no, sino que era el mesmo Cristo, conforme a la claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos: es disbarate pensar que tiene semblanza lo uno con lo otro en ninguna manera, no más, ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que por bien que esté sacado, no puede ser tan al natural, que en fin se ve es cosa muerta: mas dejemos esto, que aquí viene bien, y muy al pie de la letra. No digo, que es comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia, que de lo vivo a lo pintado, no más, ni menos; porque si es imagen, es imagen viva, no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender, que es hombre, y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió dél después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar, sino que es el mesmo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan Señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! ¡Y cuán Señor de todo el mundo, y de los cielos, y de otros mil mundos, y sin cuento mundos, y cielos que vos criárades, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser vos Señor dello!

8. Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios, en comparación del vuestro, y como quien os tuviere contento puede repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios de temer cuando bajastes al limbo, y tuvieran de desear otros mil infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene esta sacratísima humanidad, junto con la divinidad. Aquí se representa bien, qué será el día del juicio ver esta majestad deste Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad, que deja en el alma de ver su miseria, que no la pueden ignorar. Aquí la confusión, y verdadero arrepentimiento de los pecados, que aun con verle que muestra amor, no sabe a dónde se meter, y ansí se deshace toda. Digo, que tiene tan grandísima fuerza esta visión, cuando el Señor quiere mostrar al alma mucha parte de su grandeza, y majestad, que tengo por imposible, si muy sobre natural no la quisiese el Señor ayudar, con quedar puesta en arrobamiento, y éxtasi (que pierde el ver la visión de aquella divina presencia, con gozar) sería, como digo, imposible sufrirla ningún sujeto. Es verdad, que se olvida después. Tan imprimida queda aquella majestad, y hermosura, que no hay poderla olvidar, sino es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad, y soledad grande, que diré adelante, que aun entonces de Dios parece se olvida. Queda el alma otra, siempre embebida, parécele comienza de nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado, a mi parecer; que aunque la visión pasada, que dije que representa a Dios sin imagen, es más subida, que para durar la memoria conforme a nuestra flaqueza, para traer bien ocupado el pensamiento, es gran cosa el quedar representada, y puesta en la imaginación tan divina presencia. Y casi vienen juntas estas dos maneras de visión siempre; y aun es ansí que lo vienen, porque con los ojos, del alma vese la excelencia, y hermosura, y gloria de la santísima Humanidad: y por estotra manera que queda dicha, se nos da a entender como es Dios, y poderoso, y que todo lo puede, y todo lo manda, y todo lo gobierna, y todo lo hinche su amor.

9. Es muy mucho de estimar esta visión, y sin peligro, a mi parecer; porque en los efectos se conoce no tiene fuerza aquí el demonio. Paréceme, que tres, o cuatro veces me ha querido representar desta suerte al mesmo Señor, en representación falsa: toma la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria, que cuando es de Dios. Hace representaciones para deshacer la verdadera visión que ha visto el alma, más ansí la resiste de sí, y se alborota, y se desabre, e inquieta, que pierde la devoción, y gusto que antes tenía, y queda sin ninguna oración. A los principios fue esto, como he dicho, tres, o cuatro veces. Es cosa tan diferentísima, que aun quien hubiere tenido sola oración de quietud, creo lo entenderá por los efectos que quedan dichos en las hablas. Es cosa muy conocida, y si no se quiere dejar engañar un alma, no me parece la engañará, si anda con humildad, y simplicidad. A quien hubiere tenido verdadera visión de Dios, desde luego casi se siente porque aunque comienza con regalo, gusto, el alma lo lanza de sí; y aun a mi parecer, debe ser diferente el gusto, y no muestra apariencia de amor puro, y casto; y muy en breve da a entender quien es.

10. Ansí, que donde hay experiencia, a mi parecer, no podrá el demonio hacer daño. Pues ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad, ningún camino lleva, porque sola la hermosura, y blancura de una mano es sobre toda nuestra imaginación. Pues sin acordarnos dello, ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes, cosas que en gran tiempo no pudieran contentarse con la imaginación, porque va muy más alto, como ya he dicho, de lo que acá podemos comprender, ansí que esto es imposible; y si pudiésemos algo en esto, aun se ve claro por estotro que ahora diré. Porque si fuese representado con el entendimiento (dejado que no haría las grandes operaciones que esto hace, ni ninguna) porque sería como uno que quisiese hacer que dormía, y estase despierto, porque no le ha venido el sueño, que él como lo desea, si tiene necesidad, o flaqueza en la cabeza lo desea, adormécese en sí, y hace sus diligencias, y a las veces parece hace algo: mas si no es sueño de veras, no le sustentará, ni dará fuerza a la cabeza, antes a las veces queda más desvanecida. Ansí sería en parte acá, quedar el alma desvanecida, mas no sustentada, fuerte, antes cansada, y disgustada: acá no se puede encarecer la riqueza que queda, aun al cuerpo de salud, y queda conhortado19.

11. Esta razón con otras daba yo cuando me decían que era demonio, y que se me antojaba (que fue muchas veces) y ponía comparaciones, como yo podía, y el Señor me daba a entender; mas todo aprovechaba poco, porque como había personas muy santas en este lugar, y yo en su comparación una perdición, y no los llevaba Dios por este camino, luego era el temor en ellos; que mis pecados parece lo hacían, que de uno en otro se rodeaba, de manera que lo venían a saber, sin decirlo yo, sino a mi confesor, o a quien él me mandaba. Yo les dije una vez, que si los que me decían esto me dijeran, que una persona que hubiese acabado de hablarme, y la conociese yo mucho, que no era ella, sino que se me antojaba, que ellos lo sabían, que sin duda yo lo creyera más que lo que había visto: mas si esta persona me dejara algunas joyas, y se me quedaban en las manos por prendas de mucho amor, y que antes no tenía ninguna, y me veía rica, siendo pobre, que no podría creerlo, aunque yo quisiese; y que estas joyas las podía yo mostrar, porque todos los que me conocían, veían claro estar otra mi alma, y ansí lo decía mi confesor, porque era muy grande la diferencia en todas las cosas, y no disimulada, sino muy con claridad lo podían todos ver. Porque como antes era tan ruin, decía yo que no podía creer, que si el demonio hacía esto para engañarme, y llevarme al infierno, tomase medio tan contrario, como era quitarme, los vicios, y poner virtudes, y fortaleza; porque veía claro quedar con estas cosas, en una vez, otra.

12. Mi confesor, como digo, (que era un padre bien santo de la Compañía de Jesús) respondía esto mesmo, según yo supe. Era muy discreto, y de gran humildad, y esta humildad tan grande me acarreó a mí hartos trabajos, porque con ser de mucha oración, y letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este camino: pasolos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe que le decían, que se guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo de lo que, le decía; traíanle ejemplos de otras personas: todo esto me fatigaba a mí. Temía, que no había de haber con quien me confesar, sino que todos habían de huir de mí, no hacía sino llorar. Fue providencia de Dios querer él durar, y oírme, sino que era tan gran siervo de Dios, que a todo se pusiera por él; y ansí me decía, que no ofendiese yo a Dios, ni saliese de lo que él me decía, que no hubiese miedo me faltase: siempre me animaba, y sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ninguna cosa, yo ansí lo hacía. Él me decía, que haciendo yo esto, aunque fuese demonio no me haría daño, antes sacaría el Señor bien del mal que él quería hacer a mi alma; procuraba perfeccionarla en todo lo que podía. Yo como traía tanto miedo, obedecíale en todo, aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años, y más, que me confesó con estos trabajos; porque en grandes persecuciones que tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me juzgasen mal, y muchas, estando sin culpa, con todo venían a él, y era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa. Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad, y el Señor que le animaba, poder sufrir tanto, porque había de responder a los que les parecía iba perdida, y no le creían: y por otra parte habíame de sosegar a mí, y de curar el miedo que yo traía poniéndomele mayor, me había por otra parte de asegurar; porque a cada visión, siendo cosa nueva, permitía Dios me quedasen después grandes temores: todo me procedía de ser tan pecadora yo, y haberlo sido. Él me consolaba con mucha piedad, y si él se creyera a sí mesmo, no padeciera yo tanto, que Dios le daba a entender la verdad en todo, porque el mesmo Sacramento le daba luz, a lo que yo creo.

13. Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho, yo como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban por diferente intención (yo quería mucho al uno dellos, porque le debía infinito mi alma, y era muy santo, yo sentía infinito de que veía no me entendía, y él deseaba en gran manera mi aprovechamiento, y que el Señor me diese luz) y ansí lo que yo decía, como digo, sin mirar en ello, parecíales poca humildad en viéndome alguna falta, que verían muchas, luego era todo condenado. Preguntábanme algunas cosas, yo respondía con llaneza, y descuido, luego les parecía les quería enseñar, y que me tenía por sabia, todo iba a mi confesor, porque cierto ellos deseaban mi provecho, él a reñirme. Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las mercedes que me hacía el Señor, todo lo pasaba. Digo esto, para que se entienda el gran trabajo que es no haber quien tenga experiencia en este camino espiritual, que a no me favorecer tanto el Señor, no sé que fuera de mí. Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos, que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor; porque contradicción de buenos a una mujercilla ruin, y flaca como yo, y temerosa, no parece nada ansí dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es este de los mayores. Plega al Señor, que yo haya servido a su Majestad algo en esto, que de que le servían los que me condenaban, y argüían, bien cierta estoy, y que era todo por gran bien mío.




ArribaAbajoCapítulo XXIX

Prosigue, en lo comenzado, y mercedes grandes que la hizo el Señor, y las cosas que su Majestad la hacía para asegurarala, y para que respondiese a los que la contradecían


1. Mucho no salido del propósito, porque trataba de decir las causas que hay para ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos representar con estudio la humanidad de Cristo, ordenando con la imaginación su gran hermosura? Y no era menester poco tiempo, si en algo se había de parecer a ella. Bien la puede representar delante de su imaginación, y estarla mirando algún espacio y las figuras que tiene, y la blancura, y poco a poco irla más perfeccionando, y encomendando a la memoria aquella imagen; ¿esto quién se lo quita? Pues con el entendimiento la puede fabricar. En lo que tratamos ningún remedio hay desto, sino que la hemos de mirar cuando el Señor la quiere representar, cómo quiere, y lo que quiere; y no hay quitar, ni poner, ni modo para ello, aunque más hagamos, ni para verlo cuando queremos, ni para dejarlo de ver, en queriendo mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo. Dos años y medio me duró, que muy ordinario me hacía Dios esta merced: habrá más de tres que tan contino me la quitó deste modo con otra cosa más subida (como quizá diré después) y con ver que me estaba hablando, y yo mirando aquella gran hermosura, y la suavidad con que hablaba aquellas palabras por aquella hermosísima, y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en extremo entender el color de sus ojos, o del tamaño que eran, para que lo supiese decir, jamás lo he merecido ver, ni me basta procurarlo, antes se me pierde la visión del todo. Bien que algunas veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista, que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento, que para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista.

2. Ansí que aquí no hay que querer, ni no querer, claro se ve quiere el Señor que no haya sino humildad, y confusión, y tomar lo que nos dieren, y alabar a quien lo da. Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que ninguna cosa se puede, ni para ver menos, ni más, hace, ni deshace nuestra diligencia. Quiere el Señor que veamos muy claro, no es esta obra nuestra, sino de su Majestad; porque muy menos podemos tener soberbia, antes nos hace estar humildes, y temerosos, viendo que, como el Señor nos quita el poder, para ver lo que queremos, nos puede quitar estas mercedes, y la gracia, y quedar perdidos del todo, y que siempre andemos con miedo, mientras en este destierro vivimos.

3. Casi siempre se me representaba el Señor, ansí resucitado, y en la hostia lo mesmo: si no eran algunas veces para esforzarme, si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz, y en el huerto, y con la corona de espinas, pocas, y llevando la cruz también algunas veces, para como digo necesidades mías, y de otras personas; más siempre la carne glorificada. Hartas afrentas, y trabajos he pasado en decirlo, y hartos temores, y hartas persecuciones. Tan cierto les parecía, que tenía demonio, que me querían conjurar algunas personas. Desto poco se me daba a mí, mas sentía cuando veía yo que temían los confesores de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con todo jamás me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por todos los bienes, y deleites del mundo sola una vez no lo trocara: siempre lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un grandísimo tesoro; y el mesmo Señor me aseguraba muchas veces. Yo me veía crecer en amarle muy mucho: íbame a quejar a él de todos estos trabajos, siempre salía consolada de la oración, y con nuevas fuerzas. A ellos no los osaba yo contradecir, porque veía era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor trataba, él siempre me consolaba mucho cuando me veía fatigada.

4. Como las visiones fueron creciendo, uno dellos que antes me ayudaba (que era con quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro) comenzó a decir, que claro era demonio. Mandábame, que ya que no había remedio de resistir, que siempre me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas, y que tuviese por cierto era demonio, y con esto no vernía; y que no hubiese miedo, que Dios me guardaría, y me lo quitaría. A mí me era esto grande pena; porque como yo no podía creer, sino que era Dios, era cosa terrible para mí; y tan poco podía, como he dicho, desear se me quitase, más en fin hacía cuanto me mandaba. Suplicaba mucho a Dios me librase de ser engañada, esto siempre lo hacía, y con hartas lágrimas, y a san Pedro, y san Pablo, que me dijo el Señor (como fue la primera vez que me apareció en su día) que ellos me guardarían no fuese engañada; y ansí muchas veces los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión imaginaria. Eran estos gloriosos santos muy mis señores.

5. Dábame este dar higas grandísima pena, cuando veía esta visión del Señor; porque cuando yo le veía presente, si me hicieran pedazos, no pudiera yo creer que era demonio, y ansí era un género de penitencia grande para mí; y por no andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi siempre, las higas no tan contino, porque sentía mucho: acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y suplicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que él tenía puestos en su Iglesia. Decíame, que no se me diese nada, que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese la verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había enojado. Díjome, que los dijese, que ya aquello era tiranía. Dábame causas para que entendiese que no era demonio, alguna diré después.

6. Una vez teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó con la suya; y cuando me la tornó a dar, era de cuatro piedras grandes muy más preciosas que diamantes sin comparación, porque no la hay, casi a lo que se ve sobrenatural (diamante parece cosa contrahecha, e imperfecta) de las piedras preciosas que se ven allá. Tenían las cinco llagas de muy linda hechura. Díjome que ansí la vería de aquí adelante, y ansí me acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas piedras, mas no la veía nadie sino yo. En comenzando a mandarme hiciese estas pruebas, y resistiese, era muy mayor el crecimiento de las mercedes: en queriéndome divertir, nunca salía de oración, aun durmiéndome parecía estaba en ella, porque aquí era crecer el amor, y las lástimas que yo decía al Señor, y él no lo podía sufrir, ni era en mi mano (aunque yo quería, y más lo procuraba) de dejar de pensar en él, con todo obedecía cuanto podía, mas podía poco, o no nada en esto. Y el Señor nunca me lo quitó, mas aunque me decía lo hiciese, asegurábame por otro cabo, y enseñábame lo que les había de decir, y ansí lo hace ahora, y dábame tan bastantes razones que a mí me hacía toda seguridad.

7. Desde a poco tiempo comenzó su Majestad, como me lo tenía prometido, a señalar más que era él, creciendo en mí mi amor tan grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porque era muy sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía a dónde había de buscar esta vida, si no era con la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes deste amor, que aunque no eran tan insufrideros, como los que ya otra vez he dicho, ni de tanto valor, yo no sabía qué me hacer, porque nada me satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor, qué industria tan delicada hacíades con vuestra esclava miserable! Escondíades os de mí, y apretábadesme, con vuestro amor, con una muerte tan sabrosa, que nunca el alma querría salir della.

8. Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho; ni unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece ahogan el espíritu, que no caben en sí. Ésta es oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos, con procurar con suavidad recogerlos dentro de sí, y acallar el alma; que es esto como unos niños que tienen mi acelerado llorar, que parece van a ahogarse, con darles a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Ansí acá la razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mesmo natural, vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor, que le haga mover a amar por vía suave, y no a puñadas, como dicen, que recojan este amor dentro; y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción, y se vierte toda, sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego, y procuren a matar la llama con lágrimas suaves, y no penosas, que lo son las destos sentimientos, y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza, y cansado el espíritu, de suerte, que otro día, y más, no estaba para tornar a la oración. Ansí que es menester gran discreción a los principios, para que vaya todo con suavidad, y se muestre el espíritu a obrar interiormente, lo exterior se procure mucho evitar.

9. Estotros ímpetus son diferentísimos, no ponemos nosotros la leña; sino que parece que hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro, para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino que hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas, y corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha, ni qué quiere; bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece traía yerba para aborrecerse a sí por amor deste Señor, y perdería de buena gana la vida por él. No se puede encarecer, ni decir el modo con que llaga Dios al alma, y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí, mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida, que más contento dé. Siempre querría el alma (como he dicho) estar muriendo deste mal.

10. Esta pena, y gloria junta me traía desatinada, que no podía yo entender cómo podía ser aquello. ¡Oh que es ver un alma herida! Que digo, que se entiende de manera, que se puede decir herida, por tan excelente causa, y ve claro que no movió ella, por donde le viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor le tiene, parece cayó de presto aquella centella en ella, que la hace toda arder. ¡Oh cuántas veces me acuerdo, cuando ansí estoy, de aquel verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum, que me parece lo veo al pie de la letra en mí. Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo (al menos busca el alma algún remedio, porque no sabe qué hacer) con algunas penitencias, y no se sienten más, ni hace más pena derramar sangre, que si estuviese el cuerpo muerto. Busca modos, y maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios, mas es tan grande el primer dolor, que no sé yo qué tormento corporal le quitase: como no está allí el remedio, son muy bajas estas medicinas para tan subido mal: alguna cosa se aplaca, pasa algo con esto, pidiendo a Dios le dé remedio para su mal, y ninguno ve, sino la muerte, que con esta piensa gozar del todo a su bien. Otras veces da tan recio, que eso, ni nada no se puede hacer, que corta todo el cuerpo, ni pies, ni brazos no puede menear; antes si está en pie se sienta como transportada, que no puede, ni aun resollar, solo da unos gemidos, no grandes, porque no puede, mas sonlo en el sentimiento.

11. Quiso el Señor, que viese aquí algunas veces esta visión, veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver, sino por maravilla, aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada, que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese ansí, no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan: deben ser los que llaman serafines, que los nombres no me los dicen, más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros, y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave, que pasa entre el alma, y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.

12. Los días que duraba esto, andaba como embobada, no quisiera ver, ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hay en todo lo criado. Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gentes, no los podía resistir, sino que con harta pena mía se comenzaron a publicar. Después que los tengo no siento esta pena tanto, sino la que dije en otra parte antes (no me acuerdo en qué capítulo) que es muy diferente en hartas cosas, y de mayor aprecio: antes en comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el Señor el alma, y la pone en éxtasi, y ansí no hay lugar de tener pena, ni de padecer, porque viene luego el gozar. Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a tan grandes beneficios.