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Persiles y Sigismunda

Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra

Tomo I y II

Miguel de Cervantes Saavedra



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En el «Prólogo al letor» de las Novelas exemplares, escrito durante el verano de 1613, menciona Cervantes por vez primera los Trabajos de Persiles, libro «que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza». Tales palabras permiten suponer que la obra estaba bastante adelantada en aquella fecha; y esto mismo se infiere de un terceto del Viage del Parnaso (cap. IV), poema que se cita ya como terminado en el susodicho Prólogo de las Novelas:


   «Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique
para dar a la estampa al gran Persiles,
con que mi nombre y obras multiplique.»



Nuevamente promete Cervantes «el gran Persiles» en la dedicatoria de las Ocho comedias (verano de 1615) al conde de Lemos; y, por último, en la dedicatoria al mismo conde, fechada en 31 de octubre de 1615, de la Segunda   —VI→   parte de Don Quixote, escribe: «Con esto me despido, ofreciendo a V. Ex. los Trabajos de Persilis (sic) y Sigismunda, libro a quien dare fin dentro de quatro meses, Deo volente; el qual ha de ser, o el más malo, o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero dezir de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de auer dicho el más malo, porque, segun la opinion de mis amigos, ha de llegar al estremo de bondad possible. Venga V. Excelencia con la salud que es desseado, que ya estará Persiles para besarle las manos.» Poco más de los cuatro meses señalados tardó Cervantes en terminar la obra, cuya patética dedicatoria escribió en Madrid a 19 de abril de 1616, cuatro días antes de morir. Aunque no sea fácil determinar con exactitud cuánto quedaba por redactar a últimos de octubre de 1615, fecha de la dedicatoria de la Segunda parte del Quixote, es lo probable que faltase casi todo el libro IV. En éste decae notoriamente el estilo: hay enojosas repeticiones, y todo acaba con desusada precipitación, como si Cervantes, después de haber hecho terminar en Roma la larga peregrinación de sus principales personajes, no supiera ya qué hacer con ellos. Obsérvese además que el libro IV es de mucha menor extensión que los anteriores, dejando harto que desear la trama y los caracteres.

  —VII→  

Nada concreto podemos afirmar respecto de la época en que Cervantes imaginó o comenzó a escribir su extraña novela de aventuras. En cierto pasaje del Quixote (I, 47) ofrécenos un curioso esbozo de novela que bien pudiera referirse al Persiles, aunque nada cabe asegurar con certeza respecto de esta posible relación: «Dixo -escribe- que, con todo quanto mal auia dicho de tales libros (de cauallerias), hallaua en ellos vna cosa buena, que era el sujeto que ofrecian para que vn buen entendimiento pudiesse mostrarse en ellos, porque dauan largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiesse correr la pluma, describiendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas; pintando vn capitan valeroso, con todas las partes que para ser tal se requieren... Pintando, ora vn lamentable y tragico sucesso, aora vn alegre y no pensado acontecimiento: alli vna hermosissima dama, honesta, discreta y recatada, aqui vn cauallero christiano, valiente y comedido; aculla vn desaforado barbaro fanfarron, aca vn principe cortés, valeroso y bien mirado; ...ya puede mostrarse astrologo, ya cosmografo excelente...» De todo esto hay ejemplo en el Persiles.

Por otra parte, los datos cronológicos que en la novela figuran son demasiado vagos. El prurito de la «verisimilitud» hizo que el autor trajese   —VIII→   a cuento caracteres y episodios históricos y semihistóricos que sólo sirven para confundir a los lectores. Al principio nos encontramos en los primeros años del reinado de Felipe II, pues el bárbaro Antonio (I, 32) dice haber peleado durante su juventud en Alemania a las órdenes de Carlos V. Pero poco después (I, 83 y 94) tropezamos con el irlandés Mauricio, que parece ser contemporáneo de Rosamunda Clifford, dama de Enrique II de Inglaterra (1133-1189), con cuya hija Leonora casó Alfonso VIII de Castilla. Sin embargo, el mismo Mauricio declara (I, 310) haber visto «a vn Carlos V cerrado en vn monasterio»; y luego Sinibaldo cuenta «la gloriosa muerte» del Emperador (1558) y alude a las «guerras del de Transiluania» (I, 320). En otro lugar (I, 138) habla Cervantes de unos «cossarios, y no irlandesses, ... sino de vna isla rebelada contra Inglaterra»; pero como escribe después de haber ocurrido varias conocidísimas rebeliones irlandesas de fines del siglo XVI, ¿a qué otra isla puede referirse, sino a Irlanda? Más adelante (II, 69) alude al regreso a Madrid de la Corte de Felipe III, suceso del año 1606; pero luego (II, 78) leemos que acababan de salir a luz las Obras de Garcilasso de la Vega, lo cual aconteció en 1543. Hay también alusión (II, 117) al destierro de los moriscos, acordado por el decreto de setiembre del año 1609; y, finalmente,   —IX→   el autor alaba la Jerusalén libertada, del Tasso (II, 243), publicada en 1581, y la Invencion de la Cruz, de López de Zárate, que aun estaba por publicar. No puede imaginarse, pues, cronología más enrevesada.

Pero aunque de todo esto no se infiera claramente cuándo empezó a redactarse el Persiles, algún medio poseemos para determinarlo de un modo aproximado. Rasgos hay en los dos primeros libros, como luego veremos, para los cuales tuvo en cuenta Cervantes verisímilmente las costumbres de los indígenas de América. El historiador a quien más recuerda es el inca Garcilasso de la Vega, que publicó, en vida de Cervantes, la Primera Parte de los Commentarios Reales que tratan de el origen de los Incas, Reyes que fueron del Peru, de su idolatria, leyes y gouierno en paz y en guerra, etc. (Lisboa, 1609; el colofón trae 1608)2. Desde el primer libro del Persiles (I, 85), Cervantes, al relatar las odiosas costumbres de la isla de Mauricio, reproduce fielmente la descripción del Inca3. Esta y otras semejanzas que en su lugar indicamos, nos hacen pensar que Cervantes leyó con detenimiento los Commentarios de Garcilasso, y que debió de comenzar el Persiles después de 1608-1609, o   —X→   que, por lo menos, lo escribió casi todo con posterioridad a esta fecha.

Comoquiera que sea, en 9 de setiembre de 1616 aprobó Los trabaios de Persiles y Sigismvnda, historia setentrional, el maestro Josef de Valdivieso, juzgando que, de cuantos libros nos dejó escritos Cervantes, «ninguno es más ingenioso, más culto ni más entretenido». En El Escorial, a 24 de los mismos mes y año, el rey firmó la licencia para poder imprimir la novela, a favor de la viuda de Cervantes, D.ª Catalina de Salazar y Vozmediano. La impresión del texto había terminado en 15 de diciembre, fecha de la Fee de Erratas, a costa del librero Juan de Villarroel, el mismo a quien Cervantes había vendido el privilegio de impresión de las Comedias. En 2 de abril de 1617 el impresor Juan de la Cuesta entregó a la Hermandad de Impresores de Madrid dos ejemplares del Persiles4.

***

Persiles, y no Pérsiles (como todavía dicen algunos)5, es la acentuación regular. Ya en la Crónica de los Cervantistas6, Hartzenbusch   —XI→   indicó que Persíles es la única pronunciación autorizada: «la única vez -escribe- que el nombre Persíles resulta acentuado por el autor (y de una manera indudable, que es la rima), aparece consonante de sotíles y fregoníles». En la comedia Persiles y Sigismunda, del toledano D. Francisco de Rojas Zorrilla, consuenan (entre otros ejemplos que pudieran citarse) Persíles y civíles7.

Muy común es la idea de que Cervantes, en esta historia septentrional, revela extensos, si no exactos, conocimientos respecto del Norte de Europa8. Nada más lejos de la verdad. Los hechos se reducen a lo siguiente: el héroe y la heroína, naturales, respectivamente, de Thule y de Frislanda, se nos presentan, después de una larga serie de peregrinaciones (trabajos era entonces el vocablo corriente), en los helados mares del Norte. Desembarcan luego en Lisboa,   —XII→   continuando a pie su viaje por tierras de Portugal, España, Francia e Italia, hasta llegar a Roma. En vista de que algo más de la mitad de la obra está dedicada a las regiones septentrionales, era de suponer que Cervantes mencionase muchos puertos y ciudades de los que se tenía conocimiento en España por aquella época. Pero precisamente los dos primeros libros aparecen envueltos en la bruma del misterio. La idea predominante del autor es que aquellos lejanos mares están sembrados de islas innominadas: «estan todos aquellos mares casi cubiertos de islas, todas o las mas despobladas; y las que tienen gente, es rustica y medio barbara, de poca vrbanidad y de coraçones duros e insolentes» (I, 77). Jamás se hace mención de la brújula: los barcos en que viajan los personajes no llevan nunca rumbo fijo, confiándose a «al albedrio de la fortuna», de conformidad con la tradición novelesca. Todo esto parecerá más lógico cuando se vea que Cervantes buscó su inspiración en narraciones románticas y de fantasía, no en historias ni en mapas auténticos. Y ¿qué decir de su cosmografía septentrional? En ella figuran: Dinamarca, una isla de lobos, otra nevada y despoblada, Noruega, muchas islas sin habitantes, Golandia (cuyos moradores cabían todos en un mesón), Ibernia, Irlanda, una isla de siete que circundan a Ibernia, Inglaterra,   —XIII→   la isla de Policarpo, Scinta (no lejos de Ibernia), Danea, la isla del Fuego, Bithuania, el mar glacial, la isla de las Ermitas, Thule, Frislanda, Islanda y Groenlanda. En resumen: dejando aparte las alusiones vagas, quedan doce nombres de lugares septentrionales, número harto escaso, y aun estamos persuadidos de que Cervantes ignoraba dónde se hallaban exactamente esos lugares, algunos de los cuales no hemos logrado identificar. Dinamarca figura rara vez en los mapas de aquel tiempo; pero está mencionada en el texto de ciertos cosmógrafos9. En cambio, Danea (Dania), que para Cervantes es país distinto de Dinamarca (I, 319), consta en casi todos los mapas del siglo XVII. Golandia, según todas las ediciones de Tolomeo10 que hemos examinado, y según también todos los cartógrafos del siglo XVI que hemos podido consultar, no es otra que la isla   —XIV→   Gotlandia, a pesar de su situación al Este de Suecia. Las especies de que había en ella una gran montaña, de que sus habitantes eran católicos, y de que todos cabían en un mesón (I, 78), pudieron nacer de que en ciertos mapas septentrionales se vieran dibujadas en esa isla, como en otras muchas, una sola montaña, una iglesia con su cruz, y a veces sólo una casa, lo cual solía significar que en el lugar había un monasterio y que se hallaba poblado de cristianos. El nombre de Ibernia se encuentra en los mapas tantas veces como el de Irlanda, y la creencia cervantina de que se trataba de regiones distintas, pudo proceder de alguno de los viejos cosmógrafos. Así, Martín Fernández de Enciso11 contaba este absurdo: «A esta isla (Ibernia) llaman los mareantes Irlanda, y es yerro, porque Irlanda está al Norte y Setentrion desta en setenta grados: saluo si, por semejanza de la otra que se dize Islanda, llaman a esta Irlanda; porque Islanda sinifica estar en mar elado; y Irlanda, do no está elado.» Huelga decir que no se encuentra ninguna Scinta (I, 143) ni nada parecido en los mapas, como no se trate de Schia, isla que figura al Oeste de Escocia en algunos Tolomeos de mediados del siglo XVI. La isla del Fuego (I, 261) puede ser reminiscencia   —XV→   de las islas de Fuego que se encuentran rarísimas veces, pero que ya constan en el famoso mapamundi de Cantino (1502), donde, al Sur de Frislanda y al Nordeste de Escocia, se ven las Ilhas de Fogo. Bituania (I, 267) debe de ser Lituania, que está en casi todos los mapas, aunque muchas veces ocupa lugares fantásticos. En cierta ocasión (I, 281), el piloto, al tomar la altura, observa que se halla bajo el Norte, en el paraje de Noruega, «en el mar Glacial»; éste figura, con el nombre de Mare congelatum, al Noroeste de Noruega (Norvegia), o junto a Groenlanda o Islanda, en bastantes mapas. De Thule y de Frislanda tratamos en las Notas.

Al entrar en España, Cervantes se encuentra en casa, y así no es maravilla que en el itinerario de sus peregrinos figuren unos veinte lugares conocidos, desde Lisboa hasta la frontera francesa. Pero, al pisar nuevamente tierra extranjera, torna la falta de precisión de la ruta. De Francia sólo se citan: Perpignan, Lenguadoc, Provenza, una villa, un castillo, un mesón y el Delfinado. Después de entrar en Italia, los peregrinos pasan por el Piamonte, el Estado de Milán, Luca y Acquapendente, antes de llegar a Roma. Menciónase a Florencia, pero no pertenece al itinerario. En el de Maximino (II, 282) se citan: el estrecho Hercúleo, Tinacria, Parténope, Nápoles y Terrachina. De la propia Roma,   —XVI→   tantas veces aludida por Cervantes, hay poquisimos detalles, como si el autor, después de cuarenta años de ausencia, conservara únicamente los remotos recuerdos juveniles.

En vista de todo esto, parece vano empeño indagar fuentes precisas de la geografía cervantina. Según el credo artístico del autor, tan esencial para formar juicio sólido del Persiles, todo ha de perdonarse con tal de que la historia tenga verisimilitud: «Las peregrinaciones largas siempre traen consigo diuersos acontecimientos; y como la diuersidad se compone de cosas diferentes, es forçoso que los casos lo sean. Bien nos lo muestra esta historia, cuyos acontecimientos nos cortan su hilo, poniendonos en duda dónde será bien anudarle; porque no todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrian passar sin serlo y sin quedar menoscabada la historia: acciones ay que, por grandes, deuen de callarse, y otras que, por baxas, no deuen dezirse, puesto que es excelencia de la historia que, qualquiera cosa que en ella se escriuia, puede passar al sabor de la verdad que trae consigo; lo que no tiene la fabula, a quien conuiene guissar sus acciones con tanta puntualidad y gusto, y con tanta verissimilitud, que, ha despecho y pesar de la mentira, que haze dissonancia en el entendimiento, forme vna verdadera armonia.» (II, 100.) Todo esto   —XVII→   sería de perlas si lo entendiésemos; pero, desgraciadamente, no tenemos ahora el mismo concepto que Cervantes de lo que es «verissimil» y «puede passar al sabor de la verdad»12. Al dejar suelta la rienda a su imaginación, el autor del Quixote erró el camino por única vez en el Persiles. Según frase feliz de Alejandro Humboldt (al hablar del fingido viaje de Niccolò Zeno), puede decirse que en la obra de Cervantes se encuentran «de la candeur et des descriptions détaillées d’objets dont rien en Europe ne pouvait lui avoir donné l’idée».

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Imposible sería, en un estudio preliminar, ofrecer un resumen satisfactorio de todos los libros que trae a la memoria la lectura del Persiles. El análisis de la novela descubre distintos modelos literarios para la forma exterior y para el particular espíritu de aventuras que la anima. Por otra parte, la debida inteligencia del asunto y de la enorme variedad de episodios y descripciones   —XVIII→   que la obra contiene, exigiría que se trajese a cuento casi toda la literatura contemporánea. En cuanto a la forma, Cervantes mismo confiesa el tipo en que se inspiró: la maquinaria novelesca, los cambios escénicos, el modo de presentar los personajes, la total ausencia de análisis psicológico de los caracteres, todo ello pertenece a la novela bizantina, conocida por Cervantes, y especialmente a Heliodoro, con quien «se atreve a competir»13.

No se ha investigado aún cuánto debe el Persiles, si bien indirectamente, a otra novela bizantina: Los amores de Clitofonte y Leucipe, de Aquiles Tacio, a través de la versión castellana de Núñez de Reinoso: Historia de los amores de Clareo y Florisea (1552)14. Como novelas   —XIX→   de aventuras, en las que «la fortuna» rige los sucesos, parécense en numerosas circunstancias: el lenguaje es el mismo; los personajes, que sufren «mudanzas» y «trabajos» se hallan sometidos a su «triste estrella». Algunos de los nombres son también casi idénticos: el de «Periandra» pudo sugerir «Periandro», y parece algo más que una mera coincidencia el que hallemos en Reinoso una «Aurismunda», y, en Cervantes, Auristela y Sigismunda sean la misma persona. Igualmente hallamos en Reinoso «grandes mágicos» y «cosas de encantamiento»; el héroe y la heroína viajan como supuestos hermanos; si Arnaldo pide a Periandro la mano de Auristela, Menelao ruega a Clareo que le dé a Florisea por esposa, respondiendo Clareo casi en los mismos términos que Periandro; trátase también, por último, de sueños, de cartas amatorias, de borrascas, de islas, etc., etc.

Pero si la novela bizantina constituyó el modelo formal de Persiles, ¿cómo es que Cervantes escogió los mares del Norte para escenario de sus dos primeros libros? Indirectamente nos dice también (II, 285) la narración en que se inspiró: el supuesto viaje de los hermanos Zeni por los mares septentrionales, realizado hacia el año de 1380. Cuando Cervantes moraba en Italia, debió de hablarse aún de cierto librillo publicado en Venecia el año 1558 por Niccolò   —XX→   Zeno (el menor), dando cuenta de la región septentrional ignorada, según documentos familiares que el editor decía poseer15. No cabe asegurar que Cervantes tuviese a la vista la primera edición; pero es más que probable que conociera la obra, en vista de las analogías entre su narración y la de Zeno. En la de éste, el héroe se dirige al Norte, «doue, assaltato in quel mare da una gran fortuna, molti di ando trasportato dalle onde e da’ venti, senza sapere doue si fosse, quando finalmente scoprendo terra, ne potendo piu reggersi contra quella fierissima burasca, ruppe nell’ isola Frislanda, saluandosi gli huomini e gran parte delle robbe che erano sù la naue, etc.» Al llegar a la orilla, Nieccolò Zeno y sus compañeros son atacados por los indígenas; pero el príncipe del país, Zichmni, los protege: «in ogni modo sarebbeno stati mal menati, se a buona uentura non faceua che casualmente si fosse trouato iui uicino un Prencipe con gente armata, il quale, inteso che s’era rotta pur all’ hora una gran naue nell’ isola, corse al romore ed alle grida che si faceuano contra i nostri poueri marinai, e cacciati uia quelli del paese, parlò ín latino16, e dimandò che genti erano, e di doue ueniuano, e saputo   —XXI→   che ueniuano d’Italia, e che erano huomini del medesimo paese, fu presso di grandissima allegrezza. Onde, promettendo à ciascuno che non riceuerebbeno alcun dispiacere, e che erano venuti in luogo nel quale sarebbeno benissimo trattati e meglio ueduti, li tolse tutti sopra la sua fede.» Esto recuerda el viaje de Periandro y de los suyos al mar glacial, donde arriban al país del rey Cratilo, que los recibe con su séquito y los protege (I, 296 y siguientes). También se habla en el libro de Zeno de islas despobladas: «si leuarono con una burasca si terribile, che cacciati in certe seccagine ruppero gran parte delle lor naui, saluandosi il rimanente in Grislanda, isola grande, ma dishabitata.» Cervantes alude a siete islas próximas a la de Ibernia (I, 84); Zeno, refiriéndose a lo que en los mapas sería Shetland, al Norte de Escocia, dice que el príncipe «assaltò negli stessi canali l’altre Isole, dette Estlanda, que sono sette». En la descripción del monasterio de Santo Tomás, escribe Zeno: «ci concorreno in questo monistero frati di Noruegia, di Suetia e di altri paesi, ma la maggior parte sono delle Islande.» Cervantes afirma que hay en él religiosos de cuatro naciones: «españoles, franceses, toscanos y latinos» (II, 285), con lo cual agrava el absurdo de Zeno. El haber «molti nauigli che non possono partire per essere il mare aggiacciato», tenía su representación   —XXII→   en muchas láminas de los libros de aquel tiempo, y pudo dar a Cervantes la idea del mar glacial (I, 281).

Además de la influencia del viaje de los Zeni, no es inverisímil que Cervantes, en su historia septentrional, tuviese también en cuenta el Viaggio del magnifico Messer Piero Quirino, Gentilhuomo vinitiano, nel quale... incorre in uno horribile &. spauentoso naufragio, del quale alla fine con diuersi accidenti campato, arriua nella Noruegia &. Suetia, Regni Settentrionali. Fue impreso este viaje en la colección de Ramusio, donde, a partir de la edición de 1574, y en el mismo tomo, pudo también leer Cervantes el novelesco relato de los Zeni.

No pocas noticias de las contenidas en la narración de Niccolò Zeno el menor proceden de dos libros de Olao Magno. Titúlase el primero: Opera breve, la quale demostra e dechiara ouero da il modo facile de intendere la charta ouer delle terre frigidissime dì Settentrione, etc. (Venetia, 1539), obra extraordinariamente rara, de la cual se conoce un ejemplar completo, custodiado en la Biblioteca de Munich. Contiene un curioso mapa de las tierras del Norte, con texto explicativo. El segundo libro es la Historia de gentibus septentrionalibus (Romae, 1555), obra que, como más adelante expondremos, influyó también de alguna manera en el Persiles.   —XXIII→   Y no ha de olvidarse tampoco que existe otro escritor español del siglo XVI que copió bastante de Olao Magno: nos referimos a Antonio de Torquemada, en su Jardin de flores curiosas, en que se tratan algunas materias de Humanidad, Philosophia, Theologia y Geographia, con otras cosas curiosas y apazibles17, no siendo difícil comprobar que Cervantes utilizó también esta obra18, por donde resulta que algunos pormenores, idénticos en Olao Magno y en Torquemada, aparecen igualmente en el Persiles, sin que sea difícil determinar cuál de los dos era el recordado por Cervantes en cada caso19.

Especial estudio merece lo relativo a la influencia de Olao Magno. Probable es que Cervantes conociese la hermosa edición veneciana de la Historia delle genti e della natura delle cose settentrionali da Olao Magno Gotho, arcivescovo di Vpsala, etc., impresa el año 1565, en folio, con magníficas láminas, que no dejaron   —XXIV→   de transcender a ciertas explicaciones que se leen en el Persiles. Vense, por ejemplo, en esas láminas hombres con skis, patinando, caballos que saltan sobre el hielo, terribles naufragios dibujados con notable realismo20, navíos encajados entre helados bloques del mar glacial, combates entre buques de guerra, etc., etcétera, episodios que se repiten todos en el Persíles. Olao Magno trata extensamente en el texto de las costumbres septentrionales y de los animales y monstruos de aquellas regiones; describe los matrimonios, el modo de elegir reyes (en vista de sus virtudes personales), etc., etcétera; recuerda varias mujeres guerreras, una de las cuales (Alvida, que se hizo corsario, y recorría los mares en traje masculino) inspiró, sin duda, a Cervantes el tipo de Sulpicia, hija de Cratilo (I, 266); menciona juegos y espectáculos públicos, y afirma que habla en el Norte hombres y mujeres que se dedicaban a la magia, que la adivinación estaba muy en boga, y que hechiceros y encantadores hacían maravillas, volando por los aires. Mas ha de notarse que Olao Magno no es un historiador verídico, y que toma sin escrúpulo muchas noticias de los clásicos (Estrabón, Plinio y otros), sin olvidar a los historiadores de Indias.

  —XXV→  

El libro de Torquemada,


«que en su Jardin de flores, tan honesto,
dizen tener muy poco miramiento,
pues quebrantó el octauo mandamiento»,



como escribía Villalba y Estaña, es una miscelánea, donde se encuentra un poco de todo. Habla largamente también de brujos y hechiceros y de sus expediciones aéreas (en cierto cuento del tractado tercero menciona un manto mágico); explica los modos de caminar de la gente del Norte; trata de sus juegos y fiestas; alude a los ánades que se engendran de tablas o maderos sumergidos en las orillas del mar, a hombres convertidos en lobos, a bestias y pescados monstruosos (como el fisiter), y a costumbres varias de aquellas tierras.

De otras misceláneas, muy de moda en el siglo XVI, parece haber también reminiscencias en el Persiles; pero sólo citaremos aquí El libro de las costumbres de todas las gentes del mundo, de Francisco Thamara (Anvers, 1556)21; el De las cosas maravillosas del mundo, de Julio Solino, traducido por Cristóbal de las Casas (Sevilla, 1573); y la Silva de varia lecion, de Pero Mexia, de la cual obra hay bastantes recuerdos   —XXVI→   en los escritos cervantinos22, como lo hay también de los Diálogos del mismo autor. Ambos libros tratan con cierta extensión de casi todos los ramos de la ciencia entonces conocida.

Además de estas obras, que mantienen estrecha conexión con elementos fantásticos y seudo geográficos del Persiles, debemos mencionar un importante grupo de autores que, de la propia suerte que suministraron bastante materia a algunos de los ya citados, pudieron sugerir, directa o indirectamente, algunos pasajes del Persiles. Trátase de los historiadores de Indias, a que antes aludimos. Entre las imitaciones de las costumbres descritas por estos historiadores, figuran las siguientes: los bárbaros del Persiles se sirven de tiendas cubiertas de pieles de animales (I, 21); cubren también el suelo con esas pieles (I, 22), y las utilizan, sin coserlas, para vestirse (I, 63); algunos emplean como moneda pedazos de oro, y perlas (I, 10); sus vasos son de cortezas de árboles (I, 31); en cuanto a su alimentación, no es muy exquisita la que Cervantes les atribuye, pues, según él, por la mayor parte beben agua y comen frutas secas (I, 22, 31), y, a veces, pan (I, 43), pero no de trigo, o nueces,   —XXVII→   avellanas y peras silvestres (I, 44). Usan, además, balsas de maderos, atados con bejucos y mimbres (I, 3); sus armas son arcos, saetas y flechas con punta de pedernal (I, 3), cuchillos y puñales de piedra (cap. IV). Entre sus más bárbaras costumbres figuran: los sacrificios humanos, en los cuales se le saca el corazón a la víctima (caps. II y IV); y el torpe trato de las mujeres en las ceremonias matrimoniales (I, 86)23. Finalmente, como la generalidad de los historiadores de Indias habla de los antípodas, Cervantes se cree en el caso de mencionarlos también. Claro es que en todo esto hay muy poco rastro de las verdaderas costumbres septentrionales del siglo XVII.

Ya hemos advertido que, entre los historiadores de Indias, Garcilasso de la Vega el Inca parece haber sido la fuente más accesible a Cervantes y más cercana al Persiles, pues la primera parte de su historia salió a luz en 160924. Entre los sucesos contenidos en este libro y que pudieron impresionar a Cervantes, influyendo en el Persiles, mencionaremos la peregrina aventura de aquel Pedro Serrano que se perdió en un naufragio, llegó nadando a cierta isla despoblada,   —XXVIII→   sin agua ni leña, y pasó allí tres años (cap. VIII)25. Trátase también en la obra de Garcilasso de las maneras de sacrificios que hacían los antiguos indios, los cuales «viuos les abrían por los pechos, y sacauan el corazon con los pulmones» (cap. XI)26; de los vestidos de pieles de animales (cap. XIII); de los casamientos de los indios (cap. XIV); de cómo usaban éstos de venenos y hechizos, pues «tambien huuo hombres y mugeres que dauan ponçoña, assi para matar con ella de presto o de espacio, como para sacar de juicio y atontar los que querían, y para los afear en sus rostros y cuerpos, etc.» «Huuo tambien -añade- hechizeros y hechizeras; y este oficio mas ordinario lo usauan las indias que los indios; muchos lo exercitauan..., dando y tomando respuestas de las cosas por venir, etc.» (Cap. XIV.) Esto recuerda el episodio en el cual la hechicera Zenotia encanta al joven Antonio para acabar lentamente con su vida (I, 238 y siguientes), y asimismo aquel otro de la judía que envenena a Auristela (II, 261). Cuenta además Garcilasso que, entre los «diuersos ingenios que tuuieron los   —XXIX→   indios para passar los rios» (III, cap. XVI), «hacian [de una madera delgada y liuiana] balsas grandes y chicas de cinco o de siete palos largos, atados vnos con otros, etc.», lo cual trae a la memoria las balsas de los bárbaros del Persiles (I, 3). Recuérdese, por último, la manera de obtener el fuego nuevo, «con dos palillos rollizos delgados..., barrenando uno con otro... Los indios se sirven dellos en lugar de eslabon y pedernal.» (VI, cap. XXII.) Del mismo modo, los peregrinos hacen fuego ludiendo dos secos palos (I, 68). También habla Garcilasso de los cuchillos y navajas de pedernal (I, capítulo XIV).

Siendo el Persiles una novela de aventuras, natural era que Cervantes tuviese en cuenta los modelos que tantas veces recordó en el Quixote, o sean los libros de caballerías, y especialmente el Amadís de Gaula, «vnico en su arte». Y así, no sólo el espíritu del Amadís, sino ciertos lances de la vida y «trabajos» de Amadís y de Oriana, hallaron eco en el Persiles. Entre los muchos ejemplos que de ello pudieran aducirse, citaremos algunos. Oriana, hija de Lisuarte y de Brisena, fue llevada a la corte de Languines (I, 4), donde la reina la cuidó y educó. Auristela, hija de Eusebia, fue enviada a Tile, «en poder de Eustoquia, para que seguramente y sin los sobresaltos de la guerra, en su casa se   —XXX→   criasse, (II, 279). El robo de doncellas es episodio harto frecuente en Amadís. Así leemos en él (I, 35): «Amadis... oyó dar voces a su señora, e tornando presto, vio a Arcalaus que ya cabalgara, e que, tomando a Oriana por el brazo, la pusiera ante si, e se iba con ella cuanto más podía. Amadis fué en pos dél sin detenencia ninguna, e alcanzólo por aquel gran campo, e alzando la espada por lo herir, sufrióse de le dar gran golpe, que la espada era tal, que cuidó que mataría a él e a su señora... Entonces dejó Arcalaus caer en tierra a Oriana, por se ir más ahina, que se temía de muerte, etc.» Y en el Persiles hay un episodio semejante: el del robo de Feliz Flora (II, 143): «Apenas la compassion les auia hecho apear..., quando fueron assaltados de seys o ocho hombres armados, que por las espaldas les acometieron... Vno de los armados, con descortes mouimiento, assio a Feliz Flora del braço y la puso en el arçon delantero de su silla... Antonio... puso vna flecha en el arco, ... y tomando por blanco el robador de Feliz Flora, disparò tan derechamente la flecha, que, sìn tocar a Feliz Flora sino en vna parte del velo con que se cubria la cabeça, passò al salteador el pecho de parte a parte... Los salteadores... voluieron las espaldas y dexaron el campo solo.» Abundan los ermitaños en los libros caballerescos, y así Amadís adopta ese género   —XXXI→   de vida, «pagándose de la soledad y esquiveza de aquel lugar, y en pensar de alli morir, recebía algún descanso» (II, 5). De la misma suerte, Rutilio alaba «la vida solitaria» (I, 309), y se queda en la isla de las Ermitas. Nótense además, como detalles del propio género: el abandono de recién nacidos (Persiles, II, 22), el acto de despeñar a alguien de lo alto de un castillo (II, 141), y la frecuente mención de Dinamarca (Brisena, en Amadís, es hija del rey de Denamarca; y allí mismo se habla muchas veces de la «doncella de Denamarca», confidenta, con Mabilia, de los amores del héroe). En el segundo libro (I, 304) del Persiles, la extraña historia de Renato constituye un episodio genuinamente caballeresco.

De apreciar es igualmente un género literario que siempre disfrutó en alto grado de la simpatía de Cervantes: la novela pastoril. Leyendo el Persiles, se nos antoja evidente que su autor tornó a hojear más de una vez su primera producción: la Galatea. El espíritu de ciertas narraciones, la manera de intercalar determinados episodios y personajes, hasta las frases, son a veces idénticos. Un cuento interrumpido se reanuda de este modo en la Galatea (I, 77-12)27: «Tornando a repetir Theolinda   —XXXII→   algunas palabras de lo que antes hauia dicho, prosiguio diziendo...»; y en el Persiles (II, 243-2): «voluio Periandro a repetir algunas palabras antes dichas...» Pero lo que más sorprende es la enfadosa y reiterada discusión acerca de los celos. Ya en la Galatea (v. gr.: I, 223-17 y siguientes) insistió Cervantes con demasiado empeño en «la incurable pestilencia de los celos» y en la «maldita dolencia de los rabiosos celos» (I, 227), que le inspiró, según confiesa, el romance que más estimaba; mas en el Persiles vuelve a la carga con singular tenacidad, escribiendo frases como éstas: «la dura lança de los zelos» (I, 14-32); «¡O poderosa fuerça de los zelos! ¡O enfermedad, que te pegas al alma de tal manera, que sólo te despegas con la vida!... no te precipites a dar lugar en tu imaginacion a esta rabiosa dolencia!» (I, 148-5); «la fuerça de los zelos es tan poderosa y tan sutil, que se entra y mezcla con el cuchillo de la misma muerte» (I, 162-17); «los zelos se engendran, entre los que bien se quieren, del ayre que passa, del sol que toca, y aun de la tierra que pisa» (I, 191-21); «a este mal no se yguala el de la ausencia, ni el de los zelos» (I, 305-7); «esta enfermedad que los amantes llaman zelos, que la llamaran mejor desesperacion rabiosa, entran a la parte con ella la inuidia y el menosprecio, y quando vna vez se apodera del alma enamorada,   —XXXIII→   no ay consideracion que la sossiegue ni remedio que la valga» (II, 226-10). Pues, en general, toda la argumentación sobre los celos no es sino imitación, a veces muy fiel, de una novela pastoril a la cual debe mucho Cervantes, y cuya influencia en el autor del Quixote merece especial estudio: la Diana de Gil Polo. En el segundo libro28 de esta obra se lee: «[el tormento de los celos] suele dar a veces mayor pena que la ausencia de la cosa amada»; y añade: «porque son pestilencia de las almas, frenesía de los pensamientos, rabia que los cuerpos debilita, etc.»; «estos rabiosos celos esparcen tal veneno en los corazones, que corrompe y gasta cuantos deleites se le llegan»; «esta pestilencia de los celos no deja en el alma parte sana donde pueda recogerse una alegría»; «semejante dolencia no pretendi yo defenderla», etc. En otros casos se echa de ver asimismo cuánto impresionó a Cervantes la mejor de las novelas pastoriles, la que él creyó que debía guardarse «como si fuera del mesmo Apolo»: «Mas ella... hizo de su extremadissima hermosura tan improvisa y alegre muestra...»29, escribe Gil Polo; y Cervantes, en el Persiles: «echandose sus hermosos cabellos a   —XXXIV→   las espaldas..., hizo de si casi diuina e improuisa muestra» (I, 227-14). En el mismo Persiles, el nombre de Taurisa recuerda el Tauriso de la Diana; y, finalmente, también se observan en aquella obra reminiscencias de algún episodio (como el cuento de Marcelio30, de singular estilo), para el cual Gil Polo se había inspirado probablemente en la novela bizantina.

Hubo en la época del Renacimiento una serie de versiones de autores clásicos que, por su carácter y lenguaje, y por el influjo que ejercieron, pertenecen más bien a la literatura contemporánea que a la antigüedad griega o romana. Figuran entre esos autores traducidos al castellano, el ya citado Heliodoro, y, además, Virgilio, Plinio el Mayor, Plutarco y Apuleyo. También se aprovechó de ellos Cervantes, adornando así con recuerdos clásicos ciertos episodios cuya idea pudo tomar de misceláneas o ficciones de su tiempo. Habiendo leído, por ejemplo, en Olao Magno o en Torquemada que las gentes septentrionales tenían sus espectáculos y juegos públicos, utilizó la noticia, exornándola con imitaciones de Heliodoro y, sobre todo, de Virgilio. Las relaciones entre el Persiles y la Eneida han sido ya estudiadas31, y en los oportunos   —XXXV→   lugares de las Notas trataremos de otras referencias a los clásicos.

Aunque Cervantes, en el Persiles, inserta, con notables mejoras, una novela italiana de Giovanni Giraldi, y quizá imita otra32, no intenta reproducir el espíritu del original. Es indudable que la obra cervantina debe algo a la novela italiana; pero el genio original de Cervantes le impulsaba a novelar a su modo, siempre más noble, más profundo y también menos grosero que el de los novellieri. Los cuentos o novelas cortas que Cervantes intercala en el Persiles tienen el carácter de novelas ejemplares, y aun a veces dan indicios de que su autor los había escrito mucho antes, interpolándolos luego en la narración, aunque no siempre viniesen al caso, como acontece (I, 69) con el suceso del enamorado portugués33.

En cuanto a los nombres de los personajes, también son, en su mayor parte, imitaciones de   —XXXVI→   la literatura contemporánea. El de Persiles, de cuya acentuación hemos hablado, pertenece a un grupo de vocablos de análoga forma que tiene su abolengo en la novela caballeresca. Así, en Amadís se encuentran Sarquiles, Granfiles, Gastiles, y todos estos nombres parecen haberse formado a imitación del de Aquiles (llamado igualmente Arquiles). El de Guiomar se lee en el Quixote (II, 60) y en el entremés de El juez de los divorcios. Cloelia, ama de Auristela, recuerda el romance «Cloelia, virgen romana», del Coro Febeo de Juan de la Cueva. Mauricio, oriundo de una isla circunvecina a la de Ibernia, trae a la memoria los nombres irlandeses; y el propio Cervantes debió de oír hablar de Jaime Fitzmauricio, que fomentó una rebelión en Irlanda, y vino luego a España en 1577 para ofrecer a D. Juan de Austria la corona de aquel reino, ofrecimiento que no prosperó por causa de Felipe II34. El nombre de Arnaldo figura en los Diálogos de Mejía. Otros, como el de Constanza (homónima de la hija de Andrea de Cervantes), pudieron pertenecer al círculo de amigos o parientes de Cervantes. El de Auristela se encuentra después en una obra dramática de Calderón: Auristela y Lisidante.

***

  —XXXVII→  

El interés más señalado que para nosotros ofrece el Persiles, consiste en los numerosos detalles autobiográficos que el curso del relato encierra. Nunca escribió Cervantes con más entusiasmo, con amor más fervoroso a su creación, que en esta obra; y es natural, por lo tanto, que en ella se descubra algo de lo más recóndito de su larga vida, algún rincón de su alma, un trasunto, en suma, de lo mucho que había visto y experimentado. Por otra parte, es notorio que él tenía por costumbre reproducir en todos sus libros recuerdos más o menos velados de su existencia y trabajos. Así se ha observado atinadamente una alusión autobiográfica en ciertos versos de la comedia El gallardo español (III, 1), que parecen contener alguna referencia a la partida de Cervantes a Italia en 156935. Doña Margarita, contando su historia, habla de un duelo entre su hermano y D. Fernando de Saavedra, duelo del cual salió herido el primero, huyendo Saavedra a Italia:


   «Quedé, si mal no me acuerdo,
en una mala respuesta
que dió mi bizarro hermano
a un caballero de prendas,
—XXXVIII→
el cual, por satisfacerse,
muy mal herido le deja.
Ausentóse, y fuése a Italia,
según después tuve nuevas.»



Luego venimos en conocimiento de que en el tal Saavedra «su discreción igualaba con sus fuerzas», y que era «de insignes costumbres y claro nombre».

Un episodio análogo a este del Gallardo español hay en el Persiles, donde Antonio el padre, a quien se califica de «español gallardo», (I, 44-20), refiere un lance semejante al declarar la historia de su vida y las causas de su forzosa partida de la patria. Trátase nuevamente de un duelo consiguiente a cierta «mala respuesta» dada por Antonio (I, 33-5) a un poderoso caballero, que sale malherido de la contienda. Pero ambos episodios difieren, porque en el Persiles se declara el agravio, que consistió en la arrogancia del caballero, el cual trató de vos a Antonio, que protesta ser hijo de sus obras y «de padres hidalgos». Tentación grande se experimenta de relacionar los dos lances con un conocido argumento, descubierto y publicado por Jerónimo Morán en su Vida de Cervantes (1863), según el cual, en Madrid, a 15 de setiembre de 1569, se dio Real provisión para prender a un Miguel de Cervantes: «Sepades que por los alcaldes de nuestra casa y corte se   —XXXIX→   ha procedido y procedió en rebeldía contra un Miguel de Zervantes, ausente, sobre razón de haber dado ciertas heridas en esta corte a Antonio de Sigura, andante en esta corte, sobre lo cual el dicho Miguel de Zervantes por los dichos nuestros alcaldes fué condenado a que con vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha, y en destierro de nuestros reinos por tiempo de diez años, y en otras penas contenidas en la dicha sentencia.» Cronológicamente, nada obsta a que este delincuente fuese nuestro Cervantes. Sábese que por octubre de 1568 debió de escribir en Madrid, con ocasión del fallecimiento de la reina, los versos que su maestro López de Hoyos publicó al siguiente año; pero no es conocida la residencia del futuro autor del Quixote desde 1568 hasta últimos de 1569. Cierto documento de suma importancia nos da a entender que en esta fecha se hallaba Cervantes en la corte romana36. En 22 de diciembre de 1569 se practicó en Madrid una información sobre la limpieza de sangre de Miguel de Cervantes, siendo de notar dos interesantes circunstancias: en primer término, nada se dice acerca de que Cervantes se halle al servicio de Acquaviva, hecho que, de ser cierto, se habría mencionado en la petición, lo cual hace suponer   —XL→   que Cervantes no salió de España con el futuro Cardenal; en segundo lugar, resulta evidente que a Cervantes le convenía probar la limpieza de su linaje, y a este efecto afirman los testigos, entre otras cosas, que los padres del primero «son habidos por buenos hidalgos», como Antonio declara en el Persiles37. Ahora bien: ¿no aparece posible que en el auténtico duelo, si tal hubo, el contrario de Cervantes, Antonio de Sigura, le afeara su linaje, tratándole de vos, por lo cual quiso aquél vengar la afrenta? ¿No es posible también que Cervantes, no habiendo podido justificarse antes de su precipitada fuga, desease hacerlo desde Roma, por lo cual solicitó la información susodicha? ¿Citaría Cervantes en el Persiles el nombre de Antonio, en recuerdo de semejante lance? Quizá, no atreviéndose a describir en términos más explícitos aquella imprudencia de su mocedad, limitose a dar al gallardo español el nombre de su enemigo Antonio de Sigura. De todos modos, Cervantes regresó   —XLI→   a España cuando habían transcurrido doce años desde la sentencia, y, dada la frecuencia de semejantes duelos, no es de suponer que nadie se acordara ya del lance. Enlácense o no tales episodios, nosotros nos limitamos a enunciar la posibilidad de tal relación con la partida de Cervantes para Italia38.

Otros incidentes de la vida de Antonio en el Persiles nos llevan a pensar que en la pintura de su carácter quiso Cervantes (como dice en El gallardo español) «mezclar verdades con fabulosos intentos», recordando algunas de sus propias aventuras. Recién llegado Antonio a la casa paterna, donde, además de sus padres, viven sus hermanas, óyese alboroto de gente, y llevan allí a cierto conde mortalmente herido en una pendencia (II, 89 y siguientes). Acomodan al conde en un lecho, y Constanza y Auristela, haciendo de enfermeras, «no se quitaban de la cabecera del conde». Éste hace donación de una espléndida dote a Constanza, y se casa con ella   —XLII→   antes de morir. Pues bien: harto conocido es el desgraciado suceso de la muerte de D. Gaspar de Ezpeleta en Valladolid: D. Gaspar, herido y moribundo, fue llevado a casa de Cervantes, y las mujeres de la familia de éste hicieron de enfermeras, sobre todo Magdalena de Cervantes, «que estuvo a su cabecera regalándole hasta el punto que murió»39. En recompensa, D. Gaspar le regaló «un vestido de seda de la que ella quisiere, por el amor que la tiene».

No disponemos de suficiente espacio para puntualizar todos y cada uno de los pormenores del Persiles que pueden relacionarse con la biografía de Cervantes. Tales son: la historia de los cautivos fingidos, con su descripción de la ciudad de Argel, «gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo» (II, 101 y siguientes)40; y el viaje de los peregrinos por España, Francia e Italia, que bien puede encerrar recuerdos de las andanzas del autor. Todo lo relativo al lugar de moriscos (II, 114 y siguientes), es análogo a otros dramáticos sucesos harto frecuentes por entonces en la costa de Valencia.

***

Fácil era sospechar que la influencia del Persiles   —XLIII→   como novela no había de ser nunca de gran importancia. Sin embargo, en el teatro nacional fue imitada por Rojas Zorrilla en Persiles y Sigismunda, y, en el extranjero, John Fletcher, en su grosera farsa The Custom of the Country, utilizó dos o tres episodios del Persiles, como la historia de Transila y la del polaco Ortel Banedre, añadiendo de su propia cosecha lo que de ningún modo merece recuerdo en la historia literaria. En la esfera novelística, parece deber algo al Persiles la obra de Suárez de Mendoza Eustorgio y Clorilene (1629), novela donde la inspiración falta en absoluto, y que pertenece, como la Historia de Hipólito y Aminta (1627), de Francisco de Quintana, a la serie de libros cuyos autores siguieron la norma de la novela bizantina, pero sin arte ni originalidad. A los contemporáneos de Cervantes debió de agradarles el Persiles, a juzgar por las diez ediciones que siguieron a la primera en el siglo XVII, por las dos versiones francesas de 1618, por la traducción inglesa de 1619, por la italiana de 1626, y por algunos juicios de los escritores de aquel tiempo. Así, Pérez de Montalbán, en su Para todos (séptimo día de la semana), coloca a Persiles y Sigismunda entre los amantes cuyos amores fueron «mas celebrados», junto a Orfeo y Eurídice, a Angélica y Medoro, y a los Amantes de Teruel. Después las opiniones se   —XLIV→   han dividido: unos, como Mayans en su Rhetorica41, entienden que «la historia fingida, si es larga, admite más episodios; pero no deven ser tantos, que por ellos desaparezca el assunto principal, como sucedió a Miguel de Cervantes Saavedra en su Persiles i Segismunda»; otros, como Luis Fernández-Guerra42, juzgan que en ninguna otra obra se contiene «tesoro igual de aventuras y situaciones dramáticas, de experiencia y de filosofía, de máximas formuladas soberanamente, acabadas locuciones, giros y frases gallardos, ... descripciones llenas de verdad seductora y clarísima».

En rigor, el Persiles, obra de la ancianidad de Cervantes, es un encantador mosaico de recuerdos de sus lecturas y de su vida; pero su abigarrado carácter no era lo más a propósito para asegurarle duradero éxito. Disponiendo Cervantes de ancho campo para introducir los más fantásticos episodios, dejose embriagar por la invención (como en la Galatea por la discreción y por la poesía), y quiso maravillar a toda costa, acumulando los más peregrinos lances. Según hemos observado, los mismos principios estéticos   —XLV→   de Cervantes impedían que se aplaudiese el arte del Persiles. Pondera él como indispensable la «verissimilitud» de la historia; pero nunca pecó más contra ella, dejándose llevar por el ambiente romántico y hasta cierto punto místico de su relato. Tanto los personajes, como la tierra que pisan y las regiones que recorren, no pertenecen a este mundo. De vez en cuando, sin embargo, tropezamos con el verdadero Cervantes43, y entonces hemos de admirar su claro lenguaje, sus nobles sentimientos, su levantado ánimo, en todo lo cual se transparenta una vida llena de «trabajos» sobrellevados pacientemente, y henchida de ilusiones que jamás llegaron a marchitarse. «No sería esperança -nos dice- aquella a que pudiessen contrastar y derribar infortunios, pues assi como la luz resplandece mas en las tinieblas, assi la esperança ha de estar mas firme en los trabajos: que el desesperarse en ellos es acción de pechos cobardes, y no ay mayor pusilanimidad ni baxeza que entregarse el trabajado, por mas que lo sea, a la desesperacion.» (I, 67.)

***

Fundamos el texto de nuestra edición en la   —XLVI→   madrileña de 1617, primera y única de importancia, reproduciendo la ortografía, modernizando la puntuación y anotando las erratas interesantes, según el sistema que hemos seguido en La Galatea44. Conservamos, como en esta última hicimos, los acentos, casi siempre graves, del original, omitiéndolos únicamente en los casos que contravienen a nuestra regla de no admitirlos sino en vocablos homónimos de más de una sílaba, para facilitar la lectura. El cotejo con las ediciones que salieron a luz inmediatamente después de la madrileña, como las de Pamplona, 1617; Lisboa, 1617; y Bruselas, 1618, revela escasas variantes, y no dignas de mención. Las observaciones que consideramos de interés, constan en las Notas. Desde luego rechazamos cierta edición fechada en 1617, contrahecha, al parecer, en el siglo XVIII, e impresa a dos columnas en mal papel. El ejemplar de la auténtica que hemos tomado por base, se conserva en la Biblioteca Nacional.

Berkeley-Madrid, setiembre-octubre de 1914.



  —XLVII→     —XLVIII→     —XLIX→     -[Guarda]-     -[Guarda]-     -[fol. Ir]-     -[fol. Iv]-     -[fol. IIr]-  

ArribaAbajo[Preliminares]


Tassa

Yo, Geronimo Nuñez de Leon, escriuano de Camara del rey nuestro señor, de los que en su Consejo resíden, doy fee que, auiendose visto por los señores del vn libro intitulado Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda, compuesto por Miguel de Ceruantes Saauedra, que con licencia de los dichos señores fue impresso, tassaron cada pliego de los del dicho libro a quatro marauedis, y parece tener cincuenta y ocho pliegos, que al dicho respeto son dozientos y treynta y dos marauedis, y a este precio mandaron se vendiesse, y no a mas, y que esta tassa se ponga al principio de cada libro de los que se imprimieren. E para que de ello conste, de mandamiento de los dichos señores del Consejo, y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Ceruantes, doy esta fee. En Madrid, a veynte y tres de Deziembre, de mil y seyscientos y diez y seys años.

Geronimo Nuñez de Leon.

Tiene cincuenta y ocho pliegos, que, a quatro marauedis, monta seys reales y veynte y ocho marauedis.




Fee de erratas

Este libro, intitulado Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda, corresponde con su original. Dada en Madrid, a quinze dias del mes de Diziembre, de mil y seyscientos y diez y seys años.

El licenc[i]ado Murcia de la Llan(i)a.



  —L→     -[fol. IIv]-  
El rey

Por quanto por parte de vos, doña Catalina de Salazar, biuda de Miguel de Ceruantes Saauedra, nos fue fecha relacion que el dicho Miguel de Ceruantes auia dexado compuesto vn libro intitulado Los trabajos de Persiles, en que auia puesto mucho estudio y trabajo, y nos suplicastes os mandassemos dar licencia para le poder imprimir, y priuilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuesse, lo qual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hizieron las diligencias que la prematica por nos vltimamente fecha sobre la impression de los libros dispone, fue acordado que deuiamos mandar dar esta nuestra cedula para vos en la dicha razon, y nos tuuimoslo por bien. Por lo qual os damos licencia y facultad para que, por tiempo de diez años primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el dia de la fecha della, vos, o la persona que vuestro poder huuiere, y no otro alguno, podais imprimir y vender el dicho libro, que de suso se haze mencion, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Geronimo Nuñez de Leon, nuestro escriuano de Camara de los que en el residen, con que, antes que se venda, lo traygais ante ellos, juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha impression està conforme a el, y traygais fee en publica forma en cómo por corretor por nos nombrado se vio y corrigio la dicha impression por su original. Y mandamos al impressor que imprimiere el dicho libro, no imprima el principio y primer pliego, ni entregue mas de vn solo libro con el original al autor o persona a cuya costa se imprimiere, y no otro alguno, para efeto de la dicha correcion y tassa, hasta que primero el dicho libro esté corregido y tassado por los del nuestro Consejo; y   -[fol. IIIr]-   estando assi, y no de otra manera,   —LI→   pueda imprimir el dicho libro, principio y primer pliego, en el qual seguidamente se ponga esta licencia y priuilegio, y la aprouacion, tassa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la prematica y leyes de nuestros reynos que sobre ello disponen. Y mandamos que, durante el tiempo de los dichos diez años, persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda imprimir ni vender, so pena que, el que lo imprimiere, aya perdido y pierda todos45 y qualesquier libros, moldes y aparejos que del dicho46 libro tuuiere, y mas, incurra en pena de cincuenta mil marauedis, la qual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra camara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, Presidentes y Oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaziles de la nuestra casa y corte, y chancillerias, y a todos los corregidores, assistentes, gouernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros juezes y iusticias qualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reynos y señorios, que vos guarden y cumplan esta nuestra cedula, y contra su tenor y forma no vayan ni passen en manera alguna. Fecha en san Lorenço, a veynte y quatro dias del mes de Setiembre, de mil y seyscientos y diez y seys años.

YO EL REY

Por mandado del rey nuestro señor,

Pedro de Contreras.



  -[fol. IIIv]-  
Aprouacion

Por mandado de vuessa alteza he visto el libro de los trabajos de Persiles, de Miguel de Ceruantes Saauedra, illustre hijo de nuestra nacion, y padre illustre de tantos buenos hijos con que dichosamente la enoblezio, y no hallo en el cosa contra nuestra santa fe catolica y   —LII→   buenas costumbres; antes, muchas de honesta y apazible recreacion, y por el se podria dezir lo que San Geronimo de Origenes por el comentario sobre los Cantares: Cùm in omnibus omnes, in hoc seipsum superauit Origenes, pues de quantos nos dexò escritos, ninguno es mas ingenioso, mas culto ni mas entretenido; en fin, cisne de su buena vegez, casi entre los aprietos de la muerte, cantò este parto de su venerando ingenio. Este es mi parecer. Saluo, &c. En Madrid a nueue de Setiembre de mil y seyscientos y diez y seys años.

El Maestro Iosef de Valdiuiesso47.



  —LIII→     -[fol. IVr]-  
De don Francisco de Vrbina48

a Miguel de Ceruantes, insigne y christiano ingenio de nuestros tiempos, a quien lleuaron los Terceros de san Francisco a enterrar con la cara descubierta, como a Tercero que era.




Epitafio


   Caminante, el peregrino
Ceruantes aqui se encierra:
su cuerpo cubre la tierra,
no su nombre, que es diuino.
En fin hizo su camino;  5
pero su fama no es muerta,
ni sus obras, prenda cierta
de que pudo a la partida,
desde esta a la eterna vida,
yr la cara descubierta.  10



  -[fol. IVv]-  
A el sepvlcro de Migvel de Cervantes Saavedra,

ingenio christiano, por Luys Francisco Calderón.




Soneto


    En este, ¡o caminante!, marmol breue,
vrna funesta, si no excelsa pira,
cenizas de vn ingenio santas mira,
que oluido y tiempo a despreciar se atreue.
—LIV→

    No tantas en su orilla arenas mueue  5
glorioso el Tajo, quantas oy admira
lenguas la suya, por quien grata aspira
a el lauro España que a su nombre deue.

    Luzientes de sus libros gracias fueron,
con dulce suspension, su estilo graue,  10
religiosa inuencion, moral decoro.

   A cuyo ingenio los de España dieron
la solida opinion que el mundo sabe,
y a el cuerpo, ofrenda de perpetuo lloro.



  —LV→     -[fol. Vr]-  
A don Pedro Fernandez de Castro

Conde de Lemos49, de Andrade, de Villalva; Marques de Sarria, Gentilhombre de la Camara de su Magestad, Presidente del Consejo supremo de Italia, Comendador de la Encomienda de la Zarça, de la Orden de Alcantara.

Aqvellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comiençan:


«Puesto ya el pie en el estriuo»50,



quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epistola, porque casi con las mismas palabras las puedo començar, diziendo:


   «Puesto ya el pie en el estriuo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, esta te escriuo.»



Ayer me dieron la estremavncion, y oy escriuo esta; el tiempo es breue, las ansias crecen, las esperanças menguan, y, con todo esto, lleuo la   —LVI→   vida sobre el desseo que tengo de viuir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a vuessa excelencia: que podria ser fuesse tanto el contento de ver a vuessa excelencia bueno en España, que me voluiesse a dar la vida. Pero si està decretado que la aya de perder, cumplase la voluntad de los cielos, y, por lo menos, sepa vuessa excelencia este mi desseo, y sepa que tuuo en mi vn tan aficionado criado de seruirle, que quiso passar aun mas alla de la muerte mostrando su intencion. Con todo esto, como en profecia, me alegro de la llegada de vuessa excelencia, regozijome de verle señalar con el dedo, y realegrome de que salieron verdaderas mis esperanças,   -[fol. Vv]-   dilatadas en la fama de las bondades de vuessa excelencia. Todauia me quedan en el alma ciertas reliquias y assomos de las Semanas del jardin51 y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mia, que ya no sería ventura, sino milagro, me diesse el cielo vida, las verà, y con ellas fin de La Galatea, de quien se està aficionado vuessa excelencia; y con estas obras, continuando mi desseo, guarde Dios a vuessa excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueue de abril de mil y seyscientos y diez y seys años.

Criado de vuessa excelencia,

Miguel de Ceruantes.





  —LVII→     -[fol. VIr]-  

ArribaAbajoPrologo

Svcedio, pues, lector amantissimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquiuias52, por mil causas famoso, vna por sus illustres linages, y otra por sus illustríssimos vinos, senti que a mis espaldas venia picando con gran priessa vno que, al parecer, traia desseo de alcançarnos, y aun lo mostro dandonos vozes que no picassemos tanto. Esperamosle, y llegò sobre vna borrica vn estudiante pardal, porque todo venia vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenças yguales; verdad es no traia mas de dos, porque se le venia a vn lado la valona por momentos, y el traia sumo trabajo y cuenta de endereçarla. Llegando a nosotros, dixo:

-¿Vuessas mercedes van a alcançar algun oficio o prebenda a la corte, pues alla està Su Illustrissima de Toledo y Su Magestad, ni mas ni menos, segun la priessa con que caminan, que en verdad que a mi burra se le ha cantado el victor de caminante mas de vna vez?

  —LVIII→  

A lo qual respondio vno de mis compañeros:

-El rozin del señor Miguel de Ceruantes tiene la culpa desto, porque es algo que53 pasilargo.

Apenas huuo oido el estudiante el nombre de Ceruantes, quando, apeandose de su caualgadura, cayendosele aqui el coxin y alli el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaua, arremetio a mi, y, acudiendo assirme de la mano yzquierda, dixo:

-¡Si, si; este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regozijo de las Musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanças, pareciome ser descortesia no corresponder a ellas; y assi, abrazandole por el cuello, donde le echè a perder de todo punto la valona, le dixe:

-Esse es vn error donde han caido muchos aficionados ignorantes; yo, señor, soy Ceruantes, pero no el regozijo de las Musas, ni ninguna54 de las demas baratijas que ha dicho. Vuessa merced vuelua a cobrar su burra, y suba, y caminemos en buena conuersacion lo poco que nos falta del camino.

Hizolo assi el comedido estudiante,   -[fol. VIv]-   tuuimos algun tanto mas las riendas, y con paso assentado seguimos nuestro camino, en el qual se tratò de mi enfermedad, y el buen estudiante me deshauciò al momento, diziendo:

-Esta enfermedad es de ydropesia, que no la sanarà toda el agua del mar Oceano que   —LIX→   dulcemente se beuiesse. Vuessa merced, señor Ceruantes, ponga tassa al beuer, no oluidandose de comer, que con esto sanarà, sin otra medicina alguna.

-Esso me han dicho muchos -respondi yo-; pero assi puedo dexar de beuer a todo mi beneplacito, como si para sólo esso huuiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efemeridas de mis pulsos, que, a mas tardar, acabaràn su carrera este domingo, acabarè yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuessa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuessa merced me ha mostrado.

En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entrè por ella, y el se apartò a entrar por la de Segouia. Lo que se dira de mi sucesso, tendra la fama cuydado, mis amigos gana de dezilla, y yo mayor gana de escuchalla. Tornèle a abraçar, voluioseme [a]55 ofrecer, picò a su burra, y dexòme tan mal dispuesto como el yua cauallero en su burra, a quien auia dado gran ocasion a mi pluma para escriuir donayres; pero no son todos los tiempos vnos. Tiempo vendra, quiça, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aqui me falta y lo que sè conuenia. ¡A Dios, gracias; a Dios, donayres; a Dios, regozijados amigos; que yo me voy muriendo, y desseando veros presto contentos en la otra vida!56.





  —1→     -fol. 1r-  

ArribaAbajoTomo I


ArribaAbajoLibro Primero de la historia de los trabaios de Persiles y Sigismunda


ArribaAbajoCapitvlo primero

Vozes daua el barbaro Corsicurbo a la estrecha boca de vna profunda mazmorra, antes sepultura que prision de muchos cuerpos viuos que en ella estauan sepultados; y, au[n]que su terrible y espantoso estruendo cerca y lexos se escuchaua, de nadie eran entendidas articuladamente las razones que pronunciaua, sino de la miserable Cloelia, a quien sus desuenturas en aquella profundidad tenian encerrada57.

-Haz, ¡o Cloelia! -dezia el barbaro-,   -fol. 1v-   que, assi como està, ligadas las manos atras, salga aca arriba, atado a essa cuerda que descuelgo,   —2→   aquel mancebo que aura dos dias que te entregamos; y mira bien si, entre las mugeres de la passada presa, ay alguna que merezca nuestra compañia, y gozar de la luz del claro cielo que nos cubre y del ayre saludable que nos rodea.

Descolgo en esto vna gruessa cuerda de cañamo, y, de allí a poco espacio, el y otros quatro barbaros tiraron hazia arriba, en la qual cuerda, ligado por debaxo de los braços, sacaron assido fuertemente a vn mancebo, al parecer de hasta diez y nueue o veynte años, vestido de lienço basto, como marinero, pero hermoso sobre todo encarecimiento. Lo primero que hizieron los58 barbaros, fue requerir las esposas y cordeles con que a las espaldas trahìa ligadas las manos; luego le sacudieron los cabellos, que, como infinitos anillos de puro oro, la cabeça le cubrian; limpiaronle el rostro, que cubierto de poluo tenia, y descubrio vna tan marauillosa hermosura, que suspendio y enternecio los pechos de aquellos que para ser sus verdugos le lleuauan. No mostraua el gallardo moço en su semblante genero de aflicion alguna; antes, con ojos, al parecer, alegres, alçò el rostro y mirò al cielo por todas partes, y, con voz clara y no turbada lengua, dixo:

-Gracias os hago, ¡o inmensos y piadosos cielos!, de que me aueys trahido a morir adonde vuestra luz vea mi muerte, y no adonde estos escuros calabozos, de donde agora salgo, de sombras caliginosas la cubran; bien querría yo no morir desesperado, a lo menos, porque soy   —3→   christiano; pero mis desdichas son tales, que me llaman y casi fuerçan a dessearlo.

Ninguna destas razones fue entendida de los barbaros, por ser dichas en diferente lenguage que el suyo; y assi, cerrando primero la boca de la mazmorra con vna gran piedra, y cogiendo al mancebo sin desatarle, entre los quatro llegaron   -fol. 2r-   con el a la marina, donde tenían vna balsa de maderos, y atados vnos con otros con fuertes bexucos y flexibles mimbres. Este artificio les seruia, como luego parecio, de baxel, en que passauan a otra isla que no dos millas o tres de allí se parecia. Saltaron luego en los maderos, y pusieron en medio dellos, sentado, al prisionero, y luego vno de los barbaros assio de vn grandissimo arco que en la balsa estaua, y, poniendo en el vna desmesurada flecha, cuya punta era de pedernal, con mucha presteza le flechò, y, encarando al mancebo, le señaló por su blanco, dando señales y muestras de que ya le queria passar el pecho. Los barbaros que quedauan, assieron de tres palos gruessos, cortados a manera de remos, y el vno se puso a ser timonero, y los dos a encaminar la balsa a la otra isla. El hermoso moço, que por instantes esperaua y temia el golpe de la flecha amenazadora, encogia los ombros, apretaua los labios, enarcaua las cejas, y, con silencio profundo, dentro en su coraçon pedia al cielo, no que le librasse de aquel tan cercano como cruel peligro, sino que le diesse ánimo para sufrillo; viendo lo qual el barbaro flechero, y sabiendo   —4→   que no auia de ser aquel el genero de muerte con que le auian de quitar la vida, hallando la belleza del moço piedad en la dureza de su coraçon, no quiso darle dilatada muerte, teniendole siempre encarada la flecha al pecho; y assi, arrojò de si el arco, y, llegandose a el, por señas, como mejor pudo, le dio a entender que no queria matarle.

En esto estauan, quando los maderos llegaron a la mitad del estrecho que las dos islas formauan, en el qual de improuiso se leuantò vna borrasca que, sin poder remediallo los inexpertos marineros, los leños de la balsa se desligaron y diuidieron en partes, quedando en la vna, que sería de hasta seys maderos compuesta, el mancebo, que de otra muerte que de ser anegado tan poco auia que estaua temeroso. Leuantaron remolinos las aguas; pelearon   -fol. 2v-   entre si los contrapuestos vientos; anegaronse los barbaros; salieron los leños del atado prisionero al mar abierto; passauanle las olas por cima, no solamente impidiendole ver el cielo, pero negandole el poder pedirle tuuiesse compassion de su desuentura. Y si tuuo, pues las continuas y furiosas ondas, que a cada punto le cubrian, no le arrancaron de los leños y se le lleuaron consigo a su abismo: que, como lleuaua atadas las manos a las espaldas, ni podia assirse, ni vsar de otro remedio alguno. Desta manera que se ha dicho salio a lo raso del mar, que se mostro59 algun tanto sossegado y tranquilo al boluer vna punta de la isla, adonde los leños   —5→   milagrosamente se encaminaron y del furioso mar se defendieron. Sentose el fatigado jouen, y, tendiendo la vista a todas partes, casi junto a el descubrio vn nauio que en aquel reposo60 del alterado mar, como en seguro puerto, se reparaua; descubrieron assimismo los del nauio los maderos y el bulto que sobre ellos venia, y por certificarse que podia ser aquello, echaron el esquife al agua, y llegaron a verlo, y hallando alli al tan desfigurado como hermoso mancebo, con diligencia y lástima le passaron a su nauio, dando con el nueuo hallazgo admiracion a quantos en el estauan. Subio el moço en braços agenos, y, no pudiendo tenerse en sus pies de puro flaco, porque auia tres dias que no auia comido, y de puro molido y maltratado de las olas, dio consigo vn gran golpe sobre la cubierta del nauio, el capitan del qual, con ánimo generoso y compassion natural, mandò que le socorriessen. Acudieron luego vnos a quitarle las ataduras, otros a traer conseruas y odoriferos vinos, con cuyos remedios boluio en si, como de muerte a vida, el desmayado moço, el qual, poniendo los ojos en el capitan, cuya gentileza y rico trage le lleuó tras si la vista, y aun la lengua, (y) le dixo:

-Los piadosos cielos te paguen,   -fol. 3r-   piadoso señor, el bien que me has hecho, que mal se pueden llenar las tristezas del ánimo, si no se esfuerçan los descaecimientos del cuerpo. Mis desdichas me tienen de manera, que no te puedo hazer ninguna recompensa deste beneficio, si no   —6→   es con el agradecimiento; y, si se sufre que vn pobre afligido pueda dezir de si mismo alguna alabança, yo se que en ser agradecido ninguno en el mundo me podra lleuar alguna ventaja.

Y en esto prouo61 a leuantarse, para yr a besarle los pies; mas la flaqueza no se lo permitio, porque tres vezes lo prouo62, y otras tantas boluio a dar consigo en el suelo; viendo lo qual, el capitan mandó que le lleuassen debaxo de cubierta y le echassen en dos traspontines, y que, quitandole los mojados vestidos, le vistiessen otros enjutos y limpios, y le hiziessen descansar y dormir. Hizose lo que el capitan mandò; obedecio, callando, el moço, y en el capitan crecio la admiracion de nueuo, viendolo leuantar en pie, con la gallarda disposicion que tenia, y luego le començo a fatigar el desseo de saber del, lo mas presto que pudiesse, quien era, cómo se llamaua, y de que causas auia nacido el efeto que en tanta estrecheza le auia puesto; pero, excediendo su cortesia a su desseo, quiso que primero se acudiesse a su debilidad, que cumplir la voluntad suya.



  —7→  

ArribaAbajoCapitvlo segvndo del libro primero

Reposando dexaron los ministros de la naue al mancebo, en cumplimiento de lo que su señor les auia mandado; pero como le acossauan varios y tristes pensamientos, no podia el sueño tomar possession de sus   -fol. 3v-   sentidos, ni menos lo consintieron vnos congojosos suspiros y vnas angustiadas lamentaciones que a sus oydos llegaron, a su parecer, salidos de entre vnas tablas de otro apartamiento que junto al suyo estaua; y poniendose con grande atencion a escucharlas, oyo que dezian:

-En triste y menguado signo mis padres me engendraron, y en no benigna estrella mi madre me arrojó a la luz del mundo; y bien digo arrojò, porque nacimiento como el mio, antes se puede dezir arrojar que nacer. Libre pense yo que gozara de la luz del sol en esta vida; pero engañóme mi pensamiento, pues me veo a pique de ser vendida por esclaua: desuentura a quien ninguna puede compararse.

-¡O tu, quienquiera que seas -dixo a esta sazon el mancebo-. Si es, como dezirse suele, que las desgracias y trabajos, quando se comunican, suelen aliuiarse, llegate aqui, y, por entre   —8→   los espacios descubiertos destas tablas, cuentame los tuyos: que si en mi no hallares aliuio, hallarás quien dellos se compadezca.

-Escucha, pues -le fue respondido-, que, en las mas breues razones, te contarè las sinrazones que la fortuna me ha hecho. Pero querria saber primero a quien las cuento. Dime si eres, por ventura, vn mancebo que poco ha hallaron medio muerto en vnos maderos que dizen siruen de varcos a vnos barbaros que estan en esta isla donde auemos dado fondo, reparandonos de la borrasca que se ha leuantado.

-El mismo soy -respondio el mancebo.

-Pues, ¿quien eres? -preguntò la persona que hablaua.

-Dixeratelo, si no quisiera que primero me obligaras con contarme tu vida, que, por las palabras que poco ha que te oi dezir, imagino que no deue de ser tan buena como quisieras.

A lo que le respondieron:

-Escucha, que en cifra te dire mis males. El capitan y señor deste nauio se llama Arnaldo; es hijo heredero del rey de Dinamarca, a cuyo poder vino   -fol. 4r-   por diferentes y estraños acontecimientos vna principal donzella, a quien yo tuue por señora, a mi parecer, de tanta hermosura, que, entre las que oy viuen en el mundo, y entre aquellas que puede pintar en la imaginacion el mas agudo entendimiento, puede lleuar la ventaja; su discrecion yguala a su belleza, y sus desdichas a su discrecion y a su hermosura: su nombre es Auristela; sus padres, de linage de   —9→   reyes y de riquissimo estado. Esta, pues, a quien todas estas alabanças vienen cortas, se vio vendida, y comprada de Arnaldo, y con tanto ahinco y con tantas veras la amò y la ama, que mil vezes de esclaua la quiso hazer su señora, admitiendola por su legitima esposa, y esto con voluntad del rey, padre de Arnaldo, que juzgò que las raras virtudes y gentileza de Auristela mucho mas que ser reyna merecian; pero ella se defendia, diziendo no ser possible romper vn voto que tenia hecho de guardar virginidad toda su vida, y que no pensaua quebrarle en ninguna manera, si bien la solicitassen promessas o la amenazassen muertes. Pero no por esto ha dexado Arnaldo de entretener sus esperanças con dudosas imaginaciones, arrimandolas a la variacion de los tiempos y a la mudable condicion de las mugeres, hasta que sucedio que, andando mi señora Auristela por la ribera del mar solazandose, no como esclaua, sino como reyna, llegaron vnos baxeles de cossarios, y la robaron y lleuaron no se sabe adonde. El principe Arnaldo, imaginando que estos cossarios eran los mismos que la primera vez se la vendieron, -los quales cossarios andan por todos estos mares, insulas y riberas robando o comprando las mas hermosas donzellas que hallan, para traellas por grangeria a vender a esta insula donde dizen que estamos, la qual es habitada de vnos barbaros, gente indomita y cruel, los quales tienen entre si por cosa inuiolable y cierta, persuadidos, o ya del demonio, o   —10→   ya de vn antiguo hechizero a quien   -fol. 4v-   ellos tienen por sapientissimo varon, que de entre ellos ha de salir vn rey que conquiste y gane gran parte del mundo; este rey que esperan no saben quien ha de ser, y, para saberlo, aquel hechizero les dio esta orden: Que sacrificassen todos los hombres que a su insula llegassen, de cuyos coraçones, digo, de cada vno de por si, hiziessen poluos, y los diessen a beuer a los barbaros mas principales de la insula, con expressa orden que, el que los passasse sin torcer el rostro ni dar muestras de que le sabía mal, le alçassen por su rey; pero no ha de ser este el que conquiste el mundo, sino vn hijo suyo. Tambien les mandò que tuuiessen en la isla todas las donzellas que pudiessen o comprar o robar, y que la mas hermosa dellas se la entregassen luego al barbaro cuya sucession valerosa prometia la beuida de los poluos. Estas donzellas compradas o robadas son bien tratadas de ellos, que sólo en esto muestran no ser barbaros, y las que compran son a subidissimos precios, que los pagan en pedaços de oro sin cuño y en preciosíssimas perlas, de que los mares de las riberas destas islas abundan; y a esta causa, lleuados deste interes y ganancia, muchos se han hecho cossarios y mercaderes. -Arnaldo, pues, que, como te he dicho, ha imaginado que en esta isla podría ser que estuuiesse Auristela, mitad de su alma, sin la qual no puede viuir, ha ordenado, para certificarse desta duda, de venderme a mi a los barbaros, porque, quedando yo entre ellos, sirua   —11→   de espia de saber lo que dessea, y no espera otra cosa sino que el mar se amanse, para hazer escala y concluyr su venta. Mira, pues, si con razon me quexo, pues la ventura que me aguarda es venir a viuir entre barbaros, que de mi hermosura no me puedo prometer venir a ser reyna, especialmente si la corta suerte huuiesse traído a esta tierra a mí señora la sin par Auristela. De esta causa nacieron   -fol. 5r-   los suspiros que me has oydo, y destos temores las quexas que me atormentan.

Calló en diziendo esto, y al mancebo se le atrauessò vn ñudo en la garganta, pegò la boca con las tablas, que humedecio con copiosas lagrimas, y, al cabo de vn pequeño espacio, le preguntò si, por ventura, tenia algunos barruntos de que Arnaldo huuiesse gozado de Auristela, o ya de que Auristela, por estar en otra parte prendada, desdeñasse a Arnaldo y no admitiesse tan gran dadiua como la de vn reyno, porque a el le parecia que tal vez las leyes del gusto humano tienen mas fuerça que las de la religion. Respondiole que, aunque ella imaginaua que el tiempo auia podido dar a Auristela ocasion de querer bien a vn tal Periandro, que la auia sacado de su patria, cauallero generoso, dotado de todas las partes que le podian hazer amable de todos aquellos que le conociessen, nunca se le auia oydo nombrar en las continuas quexas que de sus desgracias daua al cielo, ni en otro modo alguno. Preguntole si conocía ella a aquel Periandro que dezia. Dixole que no, sino que   —12→   por relacion sabía ser el que lleuò a su señora, a cuyo seruicio ella auia venido despues que Periandro, por vn estraño acontecimiento, la auia dexado. En esto estauan, quando de arriba llamaron a Taurisa, que este era el nombre de la que sus desgracias auia contado, la qual, oyendose llamar, dixo:

-Sin duda alguna, el mar està manso y la borrasca quieta, pues me llaman para hazer de mi la desdichada entrega. A Dios te queda, quienquiera que seas, y los cielos te libren de ser entregado para que los poluos de tu abrasado coraçon testifiquen esta vanidad e impertinente profecia: que tambien estos insolentes moradores desta insula buscan coraçones que abrasar, como donzellas que guardar para lo que procuran.

Apartaronse; subio Taurisa a la cubierta; quedò   -fol. 5v-   el mancebo pensatiuo, y pidio que le diessen de vestir, que queria leuantarse. Truxeronle vn vestido de damasco verde, cortado al modo del que el auia trahido de lienço; subio arriba, recibiole Arnaldo con agradable semblante, sentole junto a si, vistieron a Taurisa rica y gallardamente, al modo que suelen vestirse las ninfas de las aguas o las amadriades de los montes. En tanto que esto se hazía, con admiracion del moço, Arnaldo le conto63 todos sus amores y sus intentos, y aun le pidio consejo de lo que haria, y le preguntò si los medios que ponia para saber de Auristela yuan bien encaminados. El moço, que, del razonamiento que auia tenido con Taurisa,   —13→   y de lo que Arnaldo le contaua, tenia el alma llena de mil imaginaciones y sospechas, discurriendo con velocissimo curso del entendimiento lo que podia suceder si acaso Auristela entre aquellos barbaros se hallasse, le respondio:

-Señor, yo no tengo edad para saberte aconsejar; pero tengo voluntad, que me mueue a seruirte, que la vida que me has dado, con el recibimiento y mercedes que me has hecho, me obligan a emplearla en tu seruicio. Mi nombre es Periandro, de nobilissimos padres nacido, y al par de mi nobleza corre mi desuentura y mis desgracias, las quales, por ser tantas, no conceden aora lugar para contartelas. Essa Auristela que buscas, es vna hermana mia que tambien yo ando buscando, que, por varios acontecimientos, ha vn año que nos perdimos. Por el nombre y por la hermosura que me encareces, conozco, sin duda, que es mi perdida hermana, que daria por hallarla, no sólo la vida que posseo, sino el contento que espero recebir de auerla hallado, que es lo mas que puedo encarecer; y assi, como tan interessado en este hallazgo, voy escogiendo, [entre] otros muchos medios que en la imaginacion fabrico, este, que, aunque venga a ser con mas peligro de mi vida, será mas cierto y mas   -fol. 6r-   breue: tu, señor Arnaldo, ¿estàs determinado de vender esta donzella a estos barbaros, para que, estando en su poder, vea si està en el suyo Auristela, de que te podras informar boluiendo otra vez a vender otra donzella a los mismos barbaros, y a Taurisa no   —14→   le faltará modo, o dara señales si està o no Auristela con las demas que para el efeto que se sabe los barbaros guardan y con tanta solicitud compran?

-Assi es la verdad -dixo Arnaldo-; y he escogido antes a Taurisa que a otra, de quatro que van en el nauio para el mismo efeto, porque Taurisa la conoce, que ha sido su donzella.

-Todo esso està muy bien pensado -dixo Periandro-; pero yo soy de parecer que ninguna persona hara essa diligencia tambien como yo, pues mi edad, mi rostro, el interes que se me sigue, juntamente con el conocimiento que tengo de Auristela, me està incitando a aconsejarme que tome sobre mis ombros esta empresa. Mira, señor, si vienes en este parecer, y no lo dilates, que, en los casos arduos y dificultosos, en vn mismo punto han de andar el consejo y la obra.

Quadraronle a Arnaldo las razones de Periandro, y, sin reparar en algunos inconuenientes que se le ofrecian, las puso en obra, y, de muchos y ricos vestidos de que venia proueydo, por si hallaua a Auristela, vistio a Periandro, que quedò, al parecer, la mas gallarda y hermosa muger que hasta entonces los ojos humanos auian visto; pues, si no era la hermosura de Auristela, ninguna otra podia ygualarsele. Los del nauio quedaron admirados; Taurisa, atonita; el principe, confuso; el qual, a no pensar que era hermano de Auristela, el considerar que era varon, le traspassara el alma con la dura lança   —15→   de los zelos, cuya punta se atreue a entrar por las del mas agudo diamante: quiero dezir que los zelos rompen toda seguridad y recato, aunque del se armen los pechos enamorados. Finalmente, hecho el metamorfosis de Periandro, se hizieron vn poco a la mar, para que   -fol. 6v-   de todo en todo de los barbaros fuessen descubiertos.

La priessa con que Arnaldo quiso saber de Auristela, no consintio en que preguntasse primero a Periandro quien eran el y su hermana, y por que trances auian venido al miserable en que le auia hallado: que todo esto, segun buen discurso, auia de preceder a la confiança que del hazía; pero como es propia condicion de los amantes ocupar los pensamientos, antes en buscar los medios de alcançar el fin de su desseo, que en otras curiosidades, no le dio lugar a que preguntasse lo que fuera bien que supiera, y lo que supo despues, quando no le estuuo bien el saberlo. Alongados, pues, vn tanto de la isla, como se ha dicho, adornaron la naue con flamulas y gallardetes, que ellos açotando el ayre, y ellas besando las aguas, hermosissima vista hazian; el mar tranquilo, el cielo claro, el son de las chirimias y de otros instrumentos, tan belicos como alegres, suspendian los animos; y los barbaros, que de no muy lexos lo mirauan, quedaron mas suspensos, y en vn momento coronaron la ribera, armados de arcos y saetas de la grandeza que otra vez se ha dicho. Poco menos de vna milla llegaua la naue a la isla, quando, disparando toda la artilleria, que traia mucha y   —16→   gruessa, arrojò el esquife al agua, y entrando en el Arnaldo, Taurisa y Periandro, y otros seis marineros, pusieron en vna lança vn lienço blanco, señal de que venian de paz, como es costumbre casi en todas las naciones de la tierra; y lo que en esta les sucedio, se cuenta en el capitulo que se sigue.



  —17→  

ArribaAbajoCapitvlo tercero del primer libro

Como se yua acercando el barco a la ribera, se yuan apiñando los barbaros, cada vno desseoso de saber, primero   -fol. 7r-   que viesse, lo que en el venia64; y, en señal que lo recibirian de paz, y no de guerra, sacaron muchos lienços y los campearon por el ayre, tiraron infinitas flechas al viento, y, con increible ligereza, saltauan algunos de vnas partes en otras. No pudo llegar el barco a bordas con la tierra, por ser la mar baxa, que en aquellas partes crece y mengua como en las nuestras; pero los barbaros, hasta cantidad de veynte, se entraron a pie por la mojada arena, y llegaron a el casi a tocarse con las manos. Traian sobre los ombros a vna muger barbara, pero de mucha hermosura, la qual, antes que otro alguno hablasse, dixo en lengua polaca:

-A vosotros, quienquiera que seais, pide nuestro principe, o, por mejor dezir, nuestro gouernador, que le digais quien sois, a que venis y que es lo que buscais. Si, por ventura, traheis alguna donzella que vender, se os será muy bien pagada; pero si son otras mercancias, las vuestras no las hemos menester, porque en   —18→   esta nuestra isla, merced al cielo, tenemos todo lo necessario para la vida humana, sin tener necessidad de salir a otra parte a buscarlo.

Entendiola muy bien Arnaldo, y preguntóle si era barbara de nacion, o si acaso era de las compradas en aquella isla, a lo que le respondio:

-Respondeme tu a lo que he preguntado, que estos mis amos no gustan que en otras pláticas me dilate sino en aquellas que hazen al caso para su negocio.

Oyendo lo qual, Arnaldo respondio:

-Nosotros somos naturales del reyno de Dinamarca, vsamos el oficio de mercaderes y de cossarios, trocamos lo que podemos, vendemos lo que nos compran, y despachamos lo que hurtamos; y, entre otras presas que a nuestras manos han venido, ha sido la de esta donzella -y señalò a Periandro-, la qual, por ser vna de las mas hermosas, o, por mejor dezir, la mas hermosa del mundo, os la trahemos a vender, que ya sabemos el efeto para que   -fol. 7v-   las compran en esta isla; y si es que ha de salir verdadero el vaticinio que vuestros sabios han dicho, bien podeis esperar, desta sin ygual belleza y disposicion gallarda, que os dara hijos hermosos y valientes.

Oyendo esto algunos de los barbaros, preguntaron a la barbara les dixesse lo que dezia; dixolo ella, y al momento se partieron quatro dellos, y fueron, a lo que parecio, a dar auiso a su gouernador. En este espacio que boluian,   —19→   preguntò Arnaldo a la barbara si tenian algunas mugeres compradas en la isla, y si auia alguna entre ellas de belleza tanta, que pudiesse ygualar a la que ellos trahian para vender.

-No -dixo la barbara-; porque, aunque ay muchas, ninguna dellas se me yguala, porque, en efeto, yo soy vna de las desdichadas para ser reyna destos barbaros, que sería la mayor desuentura que me pudiesse venir.

Boluieron los que auian ydo a la tierra, y con ellos otros muchos y su principe, que lo mostro ser en el rico adorno que traia. Auiase echado sobre el rostro vn delgado y trasparente velo Periandro, por dar de improuiso, como rayo, con la luz de sus ojos en los de aquellos barbaros, que con grandissima atencion le estauan mirando. Hablò el gouernador con la barbara, de que resultó65 que ella dixo a Arnaldo que su principe dezia que mandasse alçar el velo a su donzella. Hizose assi: leuantose en pie Periandro, descubrio el rostro, alçò los ojos al cielo, mostro dolerse de su ventura, estendio los rayos de sus dos soles a vna y otra parte, que, encontrandose con los del barbaro capitan, dieron con el en tierra; a lo menos, assi lo dio a entender el hincarse de rodillas, como se hincò, adorando a su modo en la hermosa imagen, que pensaua ser muger; y, hablando con la barbara, en pocas razones concerto la venta, y dio por ella todo lo que quiso pedir Arnaldo, sin replicar palabra alguna. Partieron todos los barbaros a la isla; en vn instante boluieron con   -fol. 8r-   infinitos pedaços   —20→   de oro y con luengas sartas de finissimas perlas, que sin cuenta y a monton confuso se las entregaron a Arnaldo, el qual, luego, tomando de la mano a Periandro, le entregò al barbaro, y dixo a la intérprete dixesse a su dueño que dentro de pocos dias bolueria a venderle otra donzella, si no tan hermosa, a lo menos, tal que pudiesse merecer ser comprada. Abraçò Periandro a todos los que en el barco venian, casi preñados los ojos de lagrimas, que no le nacian de coraçon afeminado, sino de la consideracion de los rigurosos trances que por el auian passado; hizo señal Arnaldo a la naue que disparasse la artilleria, y el barbaro a los suyos que tocassen sus instrumentos, y en vn instante atrono el cielo la artilleria y la musica de los barbaros, [y] llenaron los ayres de confusos y diferentes sones. Con este aplauso, lleuado en ombros de los barbaros, puso los pies en tierra Periandro, llegò a su naue Arnaldo y los que con el venian, quedando concertado entre Periandro y Arnaldo que, si el viento no le forçasse, procuraria no desuiarse de la isla sino lo que bastasse para no ser de ella descubierto, y boluer a ella a vender, si fuesse necessario, a Taurisa, que, con la seña que Periandro le hiziesse, se sabria el si o el no del hallazgo de Auristela; y, en caso que no estuuiesse en la isla, no faltaria traça para libertar a Periandro, aunque fuesse mouiendo guerra a los barbaros con todo su poder y el de sus amigos.



  —21→  

ArribaAbajoCapitvlo qvarto del libro primero

Entre los que vinieron a concertar la compra de la donzella, vino con el capitan vn barbaro llamado Bradamiro,   -fol. 8v-   de los mas valientes y mas principales de toda la isla, menospreciador de toda ley, arrogante sobre la misma arrogancia, y atreuido tanto como el mismo, porque no se halla con quien compararlo. Este, pues, desde el punto que vio a Periandro, creyendo ser muger, como todos lo creyeron, hizo dissinio en su pensamiento de escogerla para si, sin esperar a que las leyes del vaticinio se prouassen o cumpliessen. Assi como puso los pies en la insula Periandro, muchos barbaros, a porfia, le tomaron en ombros, y, con muestras de infinita alegria, le lleuaron a vna gran tienda que, entre otras muchas pequeñas, en vn apazible y deleytoso prado estauan puestas, todas cubiertas de pieles de animales, quales domesticos, quales seluaticos. La barbara que auia seruido de intérprete de la compra y venta, no se le quitaua del lado, y con palabras y en lenguage que el no entendia, le consolaua.

Ordenò luego el gouernador que passassen a la insula de la prision y traxessen de ella algun   —22→   varon, si le huuiesse, para hazer la prueua de su engañosa esperança. Fue obedecido al punto, y, al mismo instante, tendieron por el suelo pieles curtidas, olorosas, limpias y lissas, de animales, para que de manteles siruiessen, sobre las quales arrojaron y tendieron, sin concierto ni policia alguna, diuersos generos de frutas secas, y, sentandose el y algunos de los principales barbaros que alli estauan, començo a comer y a combidar por señas a Periandro que lo mismo hiziesse. Sólo se quedó en pie Bradamiro, arrimado a su arco, clauados los ojos en la que pensaua ser muger; rogole el gouernador se sentasse, pero no quiso obedecerle: antes, dando vn gran sospiro, boluio las espaldas y se salio de la tienda. En esto llegò vn barbaro que dixo al capitan que, al tiempo que auian llegado el y otros quatro para passar a la prision, llegò a la marina vna balsa, la qual traia vn varon   -fol. 9r-   y a la muger guardiana de la mazmorra, cuyas nueuas pusieron fin a la comida, y leuantandose el capitan, con todos los que alli estauan, acudio a ver la balsa. Quiso acompañarle Periandro, de lo que el fue muy contento.

Quando llegaron, ya estauan en tierra el prisionero y la custodia. Mirò atentamente Periandro, por ver si por ventura conocia al desdichado a quien su corta suerte auia puesto en el mismo estremo en que el se auia visto; pero no pudo verle el rostro de lleno en lleno, a causa que tenia inclinada la cabeça, y, como de industria, parecia que no dexaua verse de nadie; pero no   —23→   dexò de conocer a la muger que dezian ser guardiana de la prision, cuya vista y conocimiento le suspendio el alma y le alborotò los sentidos, porque claramente, y sin poner duda en ello, conocio ser Cloelia, ama de su querida Auristela. Quisierala hablar, pero no se atreuio, por no entender si acertaria o no en ello; y assi, reprimiendo su desseo como sus labios, estuuo esperando en lo que pararia semejante acontecimiento. El gouernador, con desseo de apressurar sus prueuas y dar felice compañia a Periandro, mandó que al momento se sacrificasse aquel mancebo, de cuyo coraçon se hiziessen los poluos de la ridicula y engañosa prueua. Assieron al momento del mancebo muchos barbaros, sin mas ceremonias66 que atarle vn lienço por los ojos; le hizieron hincar de rodillas, atandole por atras las manos, el qual, sin hablar palabra, como vn manso cordero, esperaua el golpe que le auia de quitar la vida; visto lo qual por la antigua Cloelia, alçò la voz, y, con mas aliento que de sus muchos años se esperaua, començo a dezir:

-Mira, ¡o gran gouernador!, lo que hazes, porque esse varon que mandas sacrificar, no lo es, ni puede aprouechar ni seruir en cosa alguna a tu intencion, porque es la mas hermosa muger que puede imaginarse. Habla, hermosissima Auristela,   -fol. 9v-   y no permitas, lleuada de la corriente de tus desgracias, que te quiten la vida, poniendo tassa a la prouidencia de los cielos, que te la pueden guardar y conseruar para que felicemente la gozes.

  —24→  

A estas razones, los crueles barbaros detuuieron el golpe, que ya ya la sombra del cuchillo se señalaua en la garganta del arrodillado. Mandò el capitan desatarle, y dar libertad a las manos y luz a los ojos, y, mirandole con atencion, le parecio ver el mas hermoso rostro de muger que huuiesse visto, y juzgò, aunque barbaro, que, si no era el de Periandro, ninguno otro en el mundo podria ygualarsele. ¡Que lengua podra dezir, o que pluma escriuir, lo que sintio Periandro quando conocio ser Auristela la condenada y la libre! Quitósele la vista de los ojos, cubriosele el coraçon, y, con pasos torzidos y floxos, fue a abraçarse con Auristela, a quien dixo, teniendola estrechamente entre sus braços:

-¡O querida mitad de mi alma, o firme coluna de mis esperanças, o prenda, que no se si diga por mi bien o por mi mal hallada, aunque no será67 sino por bien, pues de tu vista no puede proceder mal ninguno! Ves aqui a tu hermano Periandro.

Y esta razon dixo con voz tan baxa, que de nadie pudo ser oyda, y prosiguio diziendo:

-Viue, señora y hermana mia, que en esta isla no ay muerte para las mugeres, y no quieras tu para contigo ser mas cruel que sus moradores; confia en los cielos, que, pues te han librado hasta [a]qui de los infinitos peligros en que te deues de auer visto, te librarán de los que se pueden temer de aqui adelante.

-¡Ay, hermano -respondio Auristela, que era la misma que por varon pensaua ser sacrificada-;   —25→   ay, hermano -replicò otra vez-, y cómo creo que este en que nos hallamos ha de ser el vltimo trance que de nuestras desuenturas puede temerse! Suerte dichosa ha sido el hallarte; pero desdichada ser en tal lugar y en semejante trage.

Llorauan entrambos, cuyas lagrimas vio el barbaro Bradamiro, y creyendo que Periandro las vertia del dolor de la muerte de aquel que penso ser su conocido, pariente o   -fol. 10r-   amigo, determinò de libertarle, aunque se pusiesse a romper por todo inconueniente; y assi, llegandose a los dos, assio de la vna mano a Auristela, y de la otra a Periandro, y, con semblante amenazador y ademan soberuio, en alta voz dixo:

-Ninguno sea osado, si es que estima en algo su vida, de tocar a estos dos, aun en vn solo cabello; esta donzella es mia, porque yo la quiero, y este hombre ha de ser libre, porque ella lo quiere.

Apenas huuo dicho esto, quando el barbaro gouernador, indignado e impaciente sobremanera, puso vna grande y aguda flecha en el arco, y, desuiandole de si quanto pudo estenderse el braço yzquierdo, puso la enpulguera con el derecho junto al diestro oido, y disparò la flecha con tan buen tino y con tanta furia, que en vn instante llegò a la boca de Bradamiro, y se la cerro, quitandole el mouimiento de la lengua y sacandole el alma, con que dexò admirados, atonitos y suspensos a quantos alli estauan. Pero no hizo tan a su saluo el tiro, tan   —26→   atreuido como certero, que no recibiesse por el mismo estilo la paga de su atreuimiento, porque vn hijo de Corsicurbo el barbaro, que se ahogò en el passage de Periandro, pareciendole ser mas ligeros sus pies que las flechas de su arco, en dos brincos se puso junto al capitan, y, alçando el braço, le enuainò en el pecho vn puñal que, aunque de piedra, era mas fuerte y agudo que si de azero forjado fuera. Cerro el capitan en sempiterna noche los ojos, y dio con su muerte vengança a la de Bradamiro, alborotò los pechos y los coraçones de los parientes de entrambos, puso las armas en las manos de todos, y, en vn instante, incitados de la vengança y colera, començaron a embiar muertes en las flechas de vnas partes a otras; acabadas las flechas, como no se acabaron las manos ni los puñales, arremetieron los vnos a los otros, sin respetar el hijo al padre, ni el hermano al hermano: antes, como si de muchos tiempos atras fueran enemigos mortales por muchas injurias recebidas, con las vñas se despedaçauan,   -fol. 10v-   y con los puñales se herian, sin auer quien los pusiesse en paz.

Entre estas flechas, entre estas heridas, entre estos golpes y entre estas muertes, estauan juntos la antigua Cloelia, la donzella intérprete, Periandro y Auristela, todos apiñados, y todos llenos de confusion y de miedo. En mitad desta furia, lleuados en buelo algunos barbaros de los que deuian de ser de la parcialidad de Bradamiro, se desuiaron de la contienda y fueron a   —27→   poner fuego a vna selua que estaua alli cerca, como a hazienda del gouernador; començaron a arder los arboles, y a fauorecer la ira el viento, que, aumentando las llamas y el humo, todos temieron ser ciegos y abrasados. Llegauase la noche, que, aunque fuera clara, se escureciera, quanto mas siendo escura y tenebrosa; los gemidos de los que morian, las vozes de los que amenazauan, los estallidos del fuego, no en los coraçones de los barbaros ponian miedo alguno, porque estauan ocupados con la ira y la vengança: ponianle, si, en los de los miserables apiñados, que no sabian que hazerse, adónde yrse o cómo valerse, y, en esta sazon tan confusa, no se oluidò el cielo de socorrerles, por tan estraña nouedad, que la tuuieron por milagro. Ya casi cerraua la noche, y, como se ha dicho, escura y temerosa, y solas las llamas de la abrasada selua dauan luz bastante para diuisar las cosas, quando vn barbaro mancebo se llegò a Periandro, y, en lengua castellana, que del fue bien entendida, le dixo:

-Sigueme, hermosa donzella, y di que hagan lo mismo las personas que contigo estan, que yo os pondre en saluo, si los cielos me ayudan.

No le respondio palabra Periandro, sino hizo que Auristela, Cloelia y la intérprete se animassen y, le siguiessen; y assi, pisando muertos y hollando armas, siguieron al jouen barbaro que les guiaua. Lleuauan las llamas de la ardiente selua a las espaldas, que   -fol. 11r-   les seruian de viento que el paso les aligerasse. Los muchos años de   —28→   Cloelia y los pocos de Auristela, no permitian que al paso de su guia tendiessen el suyo, viendo lo qual el barbaro, robusto y de fuerças, assio de Cloelia y se la echò al ombro, y Periandro hizo lo mismo de Auristela; la intérprete, menos tierna, mas animosa, con varonil brio los seguia. Desta manera, cayendo y leuantando, como dezirse suele, llegaron a la marina, y auiendo andado como vna milla por ella, hazia la vanda del norte, se entrò el barbaro por vna espaciosa cueua, en quien la saca del mar entraua y salia. Pocos pasos anduuieron por ella, torziendose a vna y otra parte, estrechandose en vna y alargandose en otra, ya agazapados, ya inclinados, ya agobiados al suelo, y ya en pie y derechos, hasta que salíeron, a su parecer, a vn campo raso, pues les parecio que podian libremente endereçarse, que assi se lo dixo su guiador, no pudiendo verlo ellos por la escuridad de la noche y porque las luzes de los encendidos montes, que entonces con mas rigor ardian, alli llegar no podian.

-¡Bendito sea Dios -dixo el barbaro en la misma lengua castellana-, que nos ha traido a este lugar, que, aunque en el se puede temer algun peligro, no será de muerte!

En esto vieron que hazia ellos venia corriendo vna gran luz, bien assi como cometa, o, por mejor dezir, exalacion que por el ayre camina. Esperaranla con temor, si el barbaro no dixera:

-Este es mi padre, que viene a recebirme.

  —29→  

Periandro, que, aunque no muy despiertamente, sabía hablar la lengua castellana, le díxo:

-El cielo te pague, ¡o angel humano, o quienquiera que seas!, el bien que nos has hecho, que, aunque no sea otro que el dilatar nuestra muerte, lo tenemos por singular beneficio.

Llegò en esto la luz, que la traía vno, al parecer barbaro, cuyo aspecto la edad de poco mas de cinquenta años le señalaua. Llegando, puso la luz en tierra, que era vn gruesso palo   -fol. 11v-   de tea, y a braços abiertos se fue a su hijo, a quien preguntò en castellano que que le auia sucedido que con tal compañia boluia.

-Padre -respondio el moço-, vamos a nuestro rancho, que ay muchas cosas que dezir y muchas mas que pensar: la isla se abrasa; casi todos los moradores della quedan hechos ceniza o medio abrasados; estas pocas reliquias que aqui veis, por impulso del cielo las he hurtado a las llamas y al filo de los barbaros puñales. Vamos, señor, como tengo dicho, a nuestro rancho, para que la caridad de mi madre y de mi hermana se muestre y exercite en acariciar a estos mis cansados y temerosos huespedes.

Guiò el padre; siguieronle todos; animóse Cloelia, pues caminò a pie; no quiso dexar Periandro la hermosa carga que lleuaua, por no ser possible que le diesse pesadumbre, siendo Auristela vnico bien suyo en la tierra. Poco anduuieron, quando llegaron a vna altissima peña, al pie de la qual descubrieron vn anchissimo espacio o cueua, a quien seruian de techo y de   —30→   paredes las mismas peñas. Salieron, con teas encendidas en las manos, dos mugeres vestidas al trage barbaro: la vna muchacha de hasta quinze años, y la otra hasta treinta; esta hermosa, pero la muchacha hermosissima. La vna dixo:

-¡Ay, padre y hermano mio!

Y la otra no dixo mas sino:

-¡Seais bien venido, regalado hijo de mi alma!

La intérprete estaua admirada de oir hablar en aquella parte, y a mugeres que parecian barbaras, otra lengua de aquella que en la isla se acostumbraua; y quando les yua a preguntar que misterio tenia saber ellas aquel lenguage, lo estoruò mandar el padre a su esposa y a su hija que aderezassen con lanudas pieles el suelo de la inculta cueua. Ellas le obedecieron, arrimando a las paredes las teas; en vn instante, solicitas y diligentes, sacaron de otra cueua que mas adentro se hazía pieles de cabras y ouejas y de otros animales, con que quedò el suelo adornado y se reparò el frio, que començaua a fatigarles.



  —31→     -fol. 12r-  

ArribaAbajoCapitvlo qvinto

De la cuenta que dio de si el barbaro español a sus nueuos huespedes


Presta y breue fue la cena; pero, por cenarla sin sobresalto, la hizo sabrosa. Renouaron las teas, y, aunque quedó ahumado el aposento, quedò caliente. Las baxillas que en la cena siruieron, ni fueron de plata ni de Pisa68: las manos de la barbara y barbaro pequeños fueron los platos, y vnas cortezas de arboles, vn poco mas agradables que de corcho, fueron los vasos. Quedóse Candia lexos, y siruio en su lugar agua pura, limpia y frigidissima. Quedóse dormida Cloelia, porque los luengos años mas amigos son del sueño que de otra qualquiera conuersacion, por gustosa que sea; acomodóla69 la barbara grande en el segundo apartamiento, haziendole de pieles assi colchones como frazadas; boluio a sentarse con los demas, a quien el español dixo en lengua castellana desta manera:

-Puesto que estaua en razon que yo supiera primero, señores mios, algo de vuestra hazienda y sucessos antes que os dixera los mios, quiero, por obligaros, que los sepais, porque los vuestros no se me encubran despues que los míos huuieredes oido. Yo, segun la buena suerte quiso, naci en España, en vna de las mejores prouincias   —32→   de ella; echaronme al mundo padres medianamente nobles; criaronme como ricos; llegué a las puertas de la Gramatica, que son aquellas por donde se entra a las demas ciencias; inclinóme mi estrella, si bien en parte a las letras, mucho mas a las armas; no tuue amistad en mis verdes años ni con Ceres ni con Baco, y assí, en mi siempre estuuo Venus fria70. Lleuado, pues, de mi inclinacion natural, dexé mi patria, y fuyme a la guerra que entonces la magestad del Cesar Carlo Quinto hazía en   -fol. 12v-   Alemanía contra algunos potentados de ella. Fueme Marte fauorable, alcancè nombre de buen soldado, honróme el emperador, tuue amigos, y, sobre todo, aprendi a ser liberal y bien criado, que estas virtudes se aprenden en la escuela del Marte christiano. Volui a mi patria, honrado y rico, con proposito de estarme en ella algunos dias gozando de mis padres, que aun viuian, y de los amigos que me esperauan; pero esta que llaman fortuna, que yo no se lo que se sea, embidiosa de mi sossiego, voluiendo la rueda que dizen que tiene, me derribò de su cumbre, adonde yo pense que estaua puesto, al profundo de la miseria en que me veo, tomando por instrumento para hazerlo a vn cauallero, hijo segundo de vn titulado que junto a mi lugar el de su Estado tenia.

»Este, pues, vino a mi pueblo a ver vnas fiestas; estando en la plaça en vna rueda o corro de hidalgos y caualleros, donde yo tambien hazía número, voluiendose a mi, con ademan   —33→   arrogante y risueño me dixo: «Brauo estais, señor Antonio; mucho le ha aprouechado la plática de Flandes y de Italia, porque en verdad que està bizarro; y sepa el buen Antonio que yo le quiero mucho.» Yo le respondi -porque yo soy aquel Antonio-: «Beso71 a vuessa señoria las manos mil vezes por la merced que me haze; en fin, vuessa señoria haze como quien es en honrar a sus compatriotos y seruidores; pero, con todo esso, quiero que vuessa señoria entienda que las galas yo me las lleué de mi tierra a Flandes, y con la buena criança naci del vientre de mi madre; ansi que, por esto, ni merezco ser alabado, ni vituperado; y, con todo, bueno o malo que yo sea, soy muy seruidor de vuessa señoria, a quien suplico me honre como merecen mis buenos desseos.» Vn hidalgo que estaua a mi lado, grande amigo mio, me dixo, y no tan baxo, que no lo pudo oyr el cauallero: «Mirad, amigo   -fol. 13r-   Antonio, cómo hablais, que al señor don fulano no le llamamos aca señoria.» A lo que respondio el cauallero antes que yo respondiesse: «El buen Antonio habla bien, porque me trata al modo de Italia, donde, en72 lugar de merced, dizen señoria.» «Bien se -dixe yo- los vsos y las ceremonias de qualquiera buena criança; y el llamar a vuessa señoria Señoria, no es al modo de Italia, sino porque entiendo que el que me ha de llamar vos73 ha de ser señoria a modo de España; y yo, por ser hijo de mis obras y de padres hidalgos, merezco el merced de qualquier señoria; y quien otra cosa   —34→   dixere -y esto echando mano a mi espada- està muy lexos de ser bien criado.» Y, diziendo y haziendo, le di dos cuchilladas en la cabeça muy bien dadas, con que le turbé de manera que no supo lo que le auia acontecido, ni hizo cosa en su desagrauio que fuesse de prouecho, y yo sustentè la ofensa, estandome quedo con mi espada desnuda en la mano; pero, passandosele la turbacion, puso mano a su espada, y, con gentil brio, procurò vengar su injuria; mas yo no le dexé poner en efeto su honrada determinacion, ni a el la sangre que le corria de la cabeça, de vna de las dos heridas. Alborotaronse los circunstantes, pusieron mano contra mi, retiréme a casa de mis padres, conteles el caso, y, aduertidos del peligro en que estaua, me proueyeron de dineros y de vn buen cauallo, aconsejandome a que me pusiesse en cobro, porque me auia grangeado muchos, fuertes y poderosos enemigos. Hizelo ansi, y en dos dias pisè la raya de Aragon, donde respirè algun tanto de mi no vista priessa. En resolucion, con poco menos diligencia me puse en Alemania, donde bolui a seruir al emperador; alli me auisaron que mi enemigo me buscaua, con otros muchos, para matarme del modo que pudiesse; temi este peligro, como era razon que lo temiesse; voluime a España, porque   -fol. 13v-   no ay mejor asylo que el que promete la casa del mismo enemigo; vi a mis padres de noche; tornaronme a proueer de dineros y joyas, con que vine a Lisboa, y me enuarqué en vna naue que estaua con las   —35→   velas en alto para partirse en Inglaterra, en la qual yuan algunos caualleros inglesses que auian venido, lleuados de su curiosidad, a ver a España, y auiendola visto toda, o, por lo menos, las mejores ciudades della, se voluian a su patria.

»Sucedio, pues, que yo me rebolui sobre vna cosa de poca importancia con vn marinero ingles, a quien fue forçoso darle vn bofeton; llamò este golpe la colera de los demas marineros y de toda la chusma de la naue, que començaron a tirarme todos los instrumentos arrojadizos que les vinieron a las manos; retirème al castillo de popa, y tomé por defensa a vno de los caualleros inglesses, poniendome a sus espaldas, cuya defensa me valio de modo, que no perdi luego la vida. Los demas caualleros sossegaron la turba, pero fue con condicion que me arrojassen a la mar o que me diessen el esquife o varquilla de la naue, en que me voluiesse a España o adonde el cielo me lleuasse. Hizose assí: dieronme la varca, proueyda con dos varriles de agua, vno de manteca y alguna cantidad de vizcocho; agradeci a mis valedores la merced que me hazian; entré en la varca con solos dos remos; alargóse la naue; vino la noche escura; halléme solo en la mitad de la inmensidad de aquellas aguas, sin tomar otro camino que aquel que le concedia el no contrastar contra las olas ni contra el viento; alcé los ojos al cielo; encomendeme a Dios con la mayor deuocion que pude; miré al norte, por donde distingui el camino   —36→   que hazia, pero no supe el parage en que estaua.

»Seys dias y seys noches anduue desta manera, confiando mas en la benignidad de los cielos que en la fuerça de mis braços, los quales, ya cansados y sin vigor alguna del contino   -fol. 14r-   trabajo, abandonaron los remos, que quité de los escalamos, y los puse dentro la varca, para seruirme dellos quando el mar lo consintiesse a las fuerças me ayudassen. Tendime de largo a largo de espaldas en la varca, cerre los ojos, y en lo secreto de mi coraçon no quedò santo en el cielo a quien no llamasse en mi ayuda; y en mitad deste aprieto, y en medio desta necessidad -cosa dura de creer-, me sobreuino vn sueño tan pesado, que, borrandome de los sentidos el sentimiento, me quedé dormido -tales son las fuerças de lo que pide y ha menester nuestra naturaleza-; pero alla en el sueño me representaua la imaginacion mil generos de muertes espantosas, pero todas en el agua, y en algunas dellas me parecia que me comian lobos y despedaçauan fieras; de modo que, dormido y despierto, era vna muerte dilatada mi vida. Deste no apazible sueño me desperto con sobresalto vna furiosa ola del mar, que, passando por cima de la varca, la llenò de agua. Reconoci el peligro; volui como mejor pude el mar al mar; torné a valerme de los remos, que ninguna cosa me aprouecharon; vi que el mar se ensoberuezia, açotado y herido de vn viento abrego que en aquellas partes parece que mas que en otros   —37→   mares muestra su poderio; vi que era simpleza oponer mi debil varca a su furia, y, con mis flacas y desmayadas fuerças, a su rigor; y, assi, torné a recoger los remos y a dexar correr la varca por donde las olas y el viento quisiessen lleuarla. Reyteré plegarias, añadi promessas, aumenté las aguas del mar con las que derramaua de mis ojos, no de temor de la muerte, que tan cercana se me mostraua, sino por el de la pena que mis malas obras merecian. Finalmente, no se a cabo de quantos dias y noches que anduue vagamundo por el mar, siempre mas inquieto y alterado, me vine a hallar junto a vna isla despoblada de gente humana,   -fol. 14v-   aunque llena de lobos que por ella a manadas discurrian. Lleguéme al abrigo de vna peña que en la ribera estaua, sin osar saltar en tierra, por temor de los animales que auia visto; comi del vizcocho, ya remojado, que la necessidad y la hambre no reparan en nada; llegò la noche, menos escura que auia sido la passada; parecio que el mar se sossegaua, y prometia mas quietud el venidero dia; mirè al cielo; vi las estrellas con aspecto de prometer bonança en las aguas y sossiego en el ayre.

»Estando en esto, me parecio, por entre la dudosa luz de la noche, que la peña que me seruia de puerto se coronaua de los mismos lobos que en la marina auia visto, y que vno dellos -como es la verdad- me dixo en voz clara y distinta y en mi propia lengua: «Español, hazte a lo largo, y busca en otra parte tu ventura,   —38→   si no quieres en esta morir hecho pedaços por nuestras vñas y dientes; y no preguntes quien es el que esto te dize, sino da gracias al cielo de que has hallado piedad entre las mismas fieras.» Si quedé espantado o no, a vuestra consideracion lo dexo; pero no fue bastante la turbacion mia para dexar de poner en obra el consejo que se me auia dado: aprete los escalamos, atè los remos, esforze los braços, y sali al mar descubierto; mas, como suele acontecer que las desdichas y afliciones turban la memoria de quien las padece, no os podre dezir quantos fueron los dias que anduue por aquellos mares, tragando, no vna, sino mil muertes a cada paso, hasta que, arrebatada mi varca en los braços de vna terrible borrasca, me hallé en esta isla, donde di al traues con ella en la misma parte y lugar adonde esà la boca de la cueua por donde aqui entrastes. Llegò la varca a dar casi en seco por la cueua adentro, pero boluiala a sacar la ressaca; viendo yo lo qual, me arrojè della, y, clauando las vñas en la arena, no di lugar a que la ressaca al mar me voluiesse;   -fol. 15r-   y, aunque con la varca me lleuaua el mar la vida, pues me quitaua la esperança de cobrarla, holgue de mudar genero de muerte y quedarme en tierra: que, como se dilate la vida, no se desmaya la esperança.

A este punto llegaua el barbaro español, que este titulo le daua su trage, quando, en la estancia mas adentro, donde auian dexado a Cloelia, se oyeron tiernos gemidos y sollozos. Acudieron al instante con luzes Auristela, Periandro   —39→   y todos los demas, a ver que sería, y hallaron que Cloelia, arrimadas las espaldas a la peña, sentada en las pieles, tenia los ojos clauados en el cielo y casi quebrados. Llegóse a ella Auristela, y, a vozes compasiuas y dolorosas, le dixo:

-¿Que es esto, ama mia? Cómo, ¿y es possible que me quereis dexar en esta soledad, y a tiempo que mas he menester valerme de vuestros consejos?

Voluio en si algun tanto Cloelia, y, tomando la mano de Auristela, le dixo:

-Ves ai, hija de mi alma, lo que tengo tuyo; yo quisiera que mi vida durara hasta que la tuya se viera en el sossiego que merece; pero si no lo permite el cielo, mi voluntad se ajusta con la suya, y de la mejor que es en mi mano le ofrezco mi vida. Lo que te ruego es, señora mia, que, quando la buena suerte quisiere, que si querra, que te veas en tu Estado, y mis padres aun fueren viuos, o alguno de mis parientes, les digas cómo yo muero christiana en la fe de Iesu Christo y en la que tiene, que es la misma, la santa iglesia catolica romana; y no te digo mas, porque no puedo.

Esto dicho, y muchas vezes pronunciando el nombre de Iesus, cerro los ojos en tenebrosa noche, a cuyo espetaculo tambien cerro los suyos Auristela con vn profundo desmayo, hizieronse fuentes los de Periandro, y rios los de todos los circunstantes. Acudio Periandro a socorrer a Auristela, la qual, buelta en si, acrecento   —40→   las lagrimas, y començo sospiros nueuos, y dixo razones   -fol. 15v-   que mouieran a lástima a las piedras. Ordenóse que otro dia la sepultassen, y, quedando en guarda del cuerpo muerto la donzella barbara y su hermano, los demas se fueron a reposar lo poco que de la noche les faltaua.



  —41→  

ArribaAbajoCapitvlo sexto

Donde el barbaro español prosigue su historia


Tardò aquel dia en mostrarse al mundo, al parecer, mas de lo acostumbrado, a causa que el humo y pauesas del incendio de la isla, que aun duraua, impedia que los rayos del sol por aquella parte no passassen a la tierra. Mandò el barbaro español a su hijo que saliesse de aquel sitio, como otras vezes solia, y se informasse de lo que en la isla passaua. Con alborotado sueño passaron los demas aquella noche, porque el dolor y sentimiento de la muerte de su ama Cloelia, no consintio que Auristela dormiesse, y el no dormir de Auristela tuuo en continua vigilia a Periandro, el qual, con Auristela, salio al raso de aquel sitio, y vio que era hecho y fabricado de la naturaleza, como si la industria y el arte le huuieran compuesto. Era redondo, cercado de altissimas y peladas peñas, y, a su parecer, tanteò que boxaua poco mas de vna legua, todo lleno de arboles siluestres, que ofrecian frutos, si bien asperos, comestibles a lo menos; estaua crecida la yerua, porque las muchas aguas que de las peñas salian, las tenian en perpetua verdura; todo lo qual le admiraua y suspendia. Y llegò en esto el barbaro español, y dixo:

  —42→  

-Venid, señores, y daremos sepultura a la difunta, y fin a mi començada historia.

Hizieronlo assi, y enterraron a Cloelia en lo hueco de vna peña, cubriendola con tierra y con   -fol. 15r [16r]-   otras peñas menores. Auristela le rogo que le pusiesse vna cruz encima, para señal de que aquel cuerpo auia sido christiano. El español respondio que el traería vna gran cruz que en su estancia tenia, y la pondria encima de aquella sepultura. Dieronle todos el vltimo vale; renouo el llanto Auristela, cuyas lagrimas sacaron al momento las de los ojos de Periandro. En tanto, pues, que el moço barbaro voluia, se voluieron todos a encerrar en el concauo de la peña donde auian dormido, por defenderse del frio, que con rigor amenazaua, y, auiendose sentado en las blandas pieles, pidio el barbaro silencio, y prosiguio su cuento en esta forma:

-Quando me dexó la varca en que venia en la arena, y la mar tornò a cobrarla -ya dixe que con ella se me fue la esperança de la libertad, pues aun aora no la tengo de cobrarla-, entrè aqui dentro, vi este sitio, y pareciome que la naturaleza le auia hecho y formado para ser teatro donde se representasse la tragedia de mis desgracias. Admiróme el no ver gente alguna, sino algunas cabras montesses y animales pequeños de diuersos generos; rodeé todo el sitio, hallé esta cutua cauada en estas peñas, y señaléla para mi morada; finalmente, auiendolo rodeado todo, voluí a la entrada que aqui me auia conduzido, por ver si oia voz humana o   —43→   descubria quien me dixesse en que parte estaua, y la buena suerte y los piadosos cielos, que aun del todo no me tenian oluidado, me depararon vna muchacha barbara, de hasta edad de quinze años, que por entre las peñas, riscos y escollos de la marina, pintadas conchas y apetitoso marisco andaua buscando. Pasmose viendome, pegaronsele los pies en la arena, solto las cogidas conchuelas, y derramósele el marisco; y cogiendola entre mis braços, sin dezirla palabra, ni ella a mi tampoco, me entré por la cueua adelante, y la truxe   -fol. 15v [16v]-   a este mismo lugar donde agora estamos. Pusela en el suelo, beséle las manos, halaguéle el rostro con las mias, y hize todas las señales y demostraciones que pude para mostrarme blando y amoroso con ella. Ella, passado aquel primer espanto, con atentissimos ojos me estuuo mirando, y con las manos me tocaua todo el cuerpo, y de quando en quando, ya perdido el miedo, se reia y me abraçaua, y sacando del seno vna manera de pan hecho a su modo, que no era de trigo, me lo puso en la boca, y en su lengua me habló, y, a lo que despues aca he sabido, en lo que dezia me rogaua que comiesse. Yo lo hize ansi, porque lo auia bien menester; ella me assìo por la mano y me lleuò a aquel arroyo que alli està, donde ansimismo, por señas, me rogo que beuiesse. Yo no me hartaua de mirarla, pareciendome antes angel del cielo, que barbara de la tierra. Bolui a la entrada de la cueua, y alli, con señas y con palabras que ella no entendia, le supliqué,   —44→   como si ella las entendiera, que voluiesse a verme; con esto la abracé de nueuo, y ella, simple y piadosa, me besò en la frente, y me hizo claras y ciertas señas de que volueria a verme. Hecho esto, torné a pisar este sitio y a requerir y prouar la fruta de que algunos arboles estauan cargados, y hallé nueces y auellanas, y algunas peras siluestres; di gracias a Dios del hallazgo, y alente las desmayadas esperanças de mi remedio. Passè aquella noche en este mismo lugar, esperé el dia, y en el esperè tambien la buelta de mi barbara hermosa, de quien comence a temer y a rezelar que me auia de descubrir y entregarme a los barbaros, de quien imaginè estar llena esta isla; pero sacóme deste temor el verla voluer algo entrado el dia, bella como el sol, mansa como vna cordera, no acompañada de barbaros que me prendiessen, sino cargada de bastimentos que me sustentassen.

Aqui llegaua de su historia el   -fol. 17r-   español gallardo, quando llegò el que auia ydo a saber lo que en la isla passaua, el qual dixo que casi toda estaua abrasada, y todos o los mas de los barbaros muertos, vnos a hierro, y otros a fuego; y que si algunos auia viuos, eran los que en algunas balsas de maderos se auian entrado del mar, por huyr en el agua el fuego de la tierra; que bien podian salir de alfi y passear la isla por la parte que el fuego les diesse licencia, y que cada vno pensasse que remedio se tomaria para escapar de aquella tierra maldita, que por alli cerca auia otras islas de gente menos barbara   —45→   habitadas: que quiça, mudando de lugar, mudarian de ventura.

-Sossiegate, hijo, vn poco, que estoy dando cuenta a estos señores de mis sucessos, y no me falta mucho, aunque mis desgracias son infinitas.

-No te canses, señor mio -dixo la barbara grande-, en referirlos tan por estenso, que podra ser que te canses, o que canses; dexame a mi que cuente lo que queda, a lo menos hasta este punto en que estamos.

-Soy contento -respondio el español-, porque me le dara muy grande el ver cómo las relatas.

-Es, pues, el caso -replicò la barbara- que mis muchas entradas y salidas en este lugar, le dieron bastante para que de mi y de mi esposo naciessen esta muchacha y este niño. Llamo esposo a este señor, porque, antes que me conociesse del todo, me dio palabra de serlo, al modo que el dize que se vsa entre verdaderos christianos; hame enseñado su lengua, y yo a el la mia, y en ella ansimismo me enseñò la ley catolica christiana; diome agua de bautismo en aquel arroyo, aunque no con las ceremonias que el me ha dicho que en su tierra se acostumbran; declaróme su te como el la sabe, la qual yo assente en mi alma y en mi coraçon, donde le he dado el credito que he podido darle; creo en la santissima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espiritu santo, tres personas distintas, y que todas tres son vn solo   —46→     -fol. 17v-   Dios verdadero, y que, aunque es Dios el Padre, y Dios el Hijo, y Dios el Espiritu santo, no son tres dioses distintos y apartados, sino vn solo Dios verdadero; finalmente, creo todo lo que tiene y cree la santa iglesia catolica romana, regida por el Espiritu santo y gouernada por el sumo Pontifice, vicario y visorrey de Dios en la tierra, sucessor legítimo de san Pedro, su primer pastor despues de Iesu Christo, primero y vniuersal pastor de su esposa la Iglesia. Dixome grandezas de la siempre Virgen Maria, reyna de los cielos y señora de los angeles y nuestra, tesoro del Padre, relicario del Hijo y amor del Espiritu santo, amparo y refugio de los pecadores. Con estas me ha enseñado otras cosas, que no las digo, por parecerme que las dichas bastan para que entendais que soy catolica christiana. Yo, simple y compasiua, le entregué vn alma rustica, y el, merced a los cielos, me la ha buelta discreta y christiana; entreguéle mi cuerpo, no pensando que en ello ofendia74 a nadie, y deste entrego resultò auerle dado dos hijos, como los que aqui veis, que acrecientan el número de los que alaban al Dios verdadero; en vezes le truxe alguna cantidad de oro de lo que abunda esta isla, y algunas perlas que yo tengo guardadas, esperando el dia, que ha de ser tan dichoso, que nos saque desta prision y nos lleue adonde con libertad y certeza, y sin escrupulo, seamos vnos de los del rebaño de Christo, en quien adoro en aquella cruz que alli veis. Esto que he dicho, me parecio a mi era lo que le faltaua por   —47→   dezir a mi señor Antonio -que assi se llamaua el español barbaro, el qual dixo:

-Dizes verdad, Ricla mia -que este era el propio nombre de la barbara; con cuya variable historia admiraron a los presentes, y despertaron mil alabanças que les dieron y mil buenas esperanças que les anunciaron, especialmente Auristela,   -fol. 18r-   que quedò aficionadissima a las dos barbaras, madre y hija.

El moço barbaro, que tambien, como su padre, se llamaua Antonio, dixo a esta sazon no ser bien estarse alli ociosos, sin dar traça y orden como salir de aquel encerramiento, porque si el fuego de la isla, que a mas andar ardia, sobrepujasse las altas sierras, o, traidas del viento, cayessen en aquel sitio, todos se abrasarian.

-Dizes verdad, hijo -respondio el padre.

-Soy de parecer -dixo Ricla- que aguardemos dos dias, porque de vna isla que está tan cerca desta, que algunas vezes, estando el sol claro y el mar tranquilo, alcançò la vista a verla, della vienen a esta sus moradores a vender y a trocar lo que tienen con lo que tenemos, y a trueco por trueco. Yo saldre de aqui, y pues ya no ay nadie que me escuche o que me impida, pues ni oyen ni impiden los muertos, concertaré que me vendan vna varca por el precio que quisieren, que la he menester para escaparme con mis hijos y mi marido, que encerrados en vna cueua tengo, de la riguridad del fuego. Pero quiero que sepais que estas varcas son fabricadas   —48→   de madera, y cubiertas de cueros fuertes de animales, bastantes a defender que no entre agua por los costados; pero, a lo que he visto y notado, nunca ellos nauegan sino con mar sossegado, y no traen aquellos lienços que he visto que traen otras varcas que suelen llegar a nuestras riberas a vender donzellas o varones para la vana supersticion que aureys oydo dezir que en esta isla ha muchos tiempos que se acostumbra, por donde vengo a entender que estas tales varcas no son buenas para fiarlas del mar grande y de las borrascas y tormentas que dizen que suceden a cada paso.

A lo que añadio Periandro:

-¿No ha vsado el señor Antonio deste remedio, en tantos años como ha que està aqui encerrado?

-No -respondio   -fol. 18v-   Ricla-, porque no me han dado lugar los muchos ojos que miran para poder concertarme con los dueños de las varcas, y por no poder hallar escusa que dar para la compra.

-Assi es -dixo Antonio-, y no por no fiarme de la debilidad de los vaxeles; pero agora que me ha dado el cielo este consejo, pienso tomarle, y mi hermosa Ricla estara atenta a ver quando vengan los mercaderes de la otra isla, y, sin reparar en precio, comprarà vna varca con todo el necessario matalotage, diziendo que la quiere para lo que tiene dicho.

En resolucion, todos vinieron en este parecer, y, saliendo de aquel lugar, quedaron admirados   —49→   de ver el estrago que el fuego auia hecho y las armas. Vieron mil diferentes generos de muertes, de quien la colera, sinrazon y enojo suelen ser inuentores; vieron assimismo que los barbaros que auian quedado viuos, recogiendose a sus balsas, desde lexos estauan mirando el riguroso incendio de su patria, y algunos se auian passado a la isla que seruia de prision a los cautiuos. Quisiera Auristela que passaran a la isla, a ver si en la escura mazmorra quedauan algunos; pero no fue menester, porque vieron venir vna balsa, y en ella hasta veynte personas, cuyo trage dio a entender ser los miserables que en la mazmorra estauan. Llegaron a la marina, besaron la tierra, y casi dieron muestras de adorar el fuego, por auerles dicho el barbaro que los sacò del calabozo escuro, que la isla se abrasaua y que ya no tenian que temer a los barbaros. Fueron recebidos de los libres amigablemente, y consolados en la mejor manera que les fue possible; algunos contaron sus miserias, y otros las dexaron en silencio, por no hallar palabras para dezirlas. Ricla se admirò de que huuiesse auido barbaro tan piadoso que los sacasse, y de que no huuiessen passado a la isla de la prision parte de aquellos que a las balsas se auian   -fol. 19r-   recogido. Vno de los prisioneros dixo que, el barbaro que los auia libertado, en lengua italiana les auia dicho todo el sucesso miserable de la abrasada isla, aconsejandoles que passassen a ella a satisfazerse de sus trabajos con el oro y perlas que en ella hallarian, y que   —50→   el vendria, en otra balsa que alla quedaua, a tenerles compañia y a dar traça en su libertad. Los sucessos que contaron fueron tan diferentes, tan estraños y tan desdichados, que vnos les sacauan las lagrimas a los ojos, y otros la risa del pecho.

En esto vieron venir hazia la isla hasta seys varcas de aquellas de quien Ricla auia dado noticia; hizieron escala, pero no sacaron mercaderia alguna, por no parecer barbaro que la comprasse. Concerto Ricla todas las varcas con las mercancias, sin tener intencion de lleuarlas. No quisieron venderle sino las quatro, porque les quedassen dos para voluerse. Hizose el precio con liberalidad notable, sin que en el huuiesse tanto mas quanto. Fue Ricla a su cueua, y, en pedaços de oro no acuñado, como se ha dicho, pagò todo lo que quisieron. Dieron dos varcas a los que auian salido de la mazmorra, y en otras dos se embarcaron, en la vna todos los bastimentos que pudieron recoger, con quatro personas de las rezien libres, y en la otra se entraron Auristela, Periandro, Antonio el padre y Antonio el hijo, con la hermosa Ricla y la discreta Transila, y la gallarda Constança, hija de Ricla y de Antonio. Quiso Auristela yr a despedirse de los huessos de su querida Cloelia; acompañaronla todos; llorò sobre la sepultura, y, entre lagrimas de tristeza y entre muestras de alegria, boluieron a embarcarse, auiendo primero en la marina hincadose de rodillas y suplicado al cielo, con tierna y deuota oracion, les   —51→   diesse felice viage y los enseñasse el camino que tomarian. Siruio la varca de Periandro de capitana, a quien siguieron los demas, y, al   -fol. 19v-   tiempo que querian dar los remos al agua, porque velas no las tenian, llegò a la orilla del mar vn barbaro gallardo, que a grandes vozes, en lengua toscana, dixo:

-Si por ventura soys christianos los que vays en essas varcas, recoged a este que lo es, y por el verdadero Dios os lo suplica.

Vno de las otras varcas dixo:

-Este barbaro, señores, es el que nos sacò de la mazmorra. Si quereis corresponder a la bondad que parece que teneis -y esto encaminando su plática a los de la varca primera-, bien será que le pagueis el bien que nos hizo con el que le hazeis recogiendole en nuestra compañia.

Oyendo lo qual Periandro, le mandò llegasse su varca a tierra, y le recogiesse en la que lleuaua los bastimentos. Hecho esto, alçaron las vozes con alegres acentos, y, tomando los remos en las manos, dieron alegre principio a su viage.



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ArribaAbajoCapitvlo septimo del primer libro

Qvatro millas, poco mas o menos, aurian nauegado las quatro varcas, quando descubrieron vna poderosa naue que, con todas las velas tendidas y viento en popa, parecia que venia a embestirles. Periandro dixo, auiendola visto:

-Sin duda, este nauio deue de ser el de Arnaldo, que buelue a saber de mi sucesso, y tuuieralo yo por muy bueno agora no verle.

Auia ya contado Periandro a Auristela todo lo que con Arnaldo le auia passado, y lo que entre los dos dexaron concertado. Turbóse Auristela, que no quisiera voluer al poder de Arnaldo, de quien auia dicho, aunque breue y sucintamente, lo que en vn año que estuuo en su poder le auia acontecido. No quisiera ver juntos a   -fol. 20r-   los dos amantes, que, puesto que Arnaldo estaria seguro con el fingido hermanazgo suyo y de Periandro, todauia el temor de que podia ser descubierto el parentesco la fatigaua, y mas que ¿quien le quitaria a Periandro no estar zeloso, viendo a los ojos tan poderoso contrario? Que no ay discrecion que valga ni amorosa fee que assegure al enamorado pecho, quando, por su desuentura, entran en el zelosas sospechas. Pero de todas estas le assegurò el viento, que voluio   —53→   en vn instante el soplo que daua de lleno y en popa a las velas en contrario, de modo que a vista suya, y en vn momento breue, dexò la naue derribar las velas de alto a baxo, y en otro instante casi inuisible las hizaron y leuantaron hasta las gauias, y la naue començo a correr en popa por el contrario rumbo que venia, alongandose de las varcas con toda priessa. Respiró Auristela, cobrò nueuo aliento Periandro; pero los demas que en las varcas yuan quisieran mudarlas, entrandose en la naue, que, por su grandeza, mas seguridad de las vidas y mas felice viage pudiera prometerles. En menos de dos horas se les encubrio la naue, a quien quisieran seguir, si pudieran; mas no les fue possible, ni pudieron hazer otra cosa que encaminarse a vna isla cuyas altas montañas, cubiertas de nieue, hazian parecer que estauan cerca, distando de alli mas de seys leguas. Cerraua la noche, algo escura; picaua el viento largo y en popa, que fue aliuio a los braços, que, voluiendo a tomar los remos, se dieron priessa a tomar la isla.

La media noche sería, segun el tanteo que el barbaro Antonio hizo del norte y de las guardas, quando llegaron a ella, y, por herir blandamente las aguas en la orilla, y ser la ressaca de poca consideracion, dieron con las varcas en tierra, y, a fuerça de braços,   -fol. 20v-   las vararon. Era la noche fria, de tal modo, que les obligò a buscar reparos para el yelo; pero no hallaron ninguno. Ordenò Periandro que todas las mugeres se entrassen en la varca capitana, y, apiñandose en ella, con la   —54→   compañia y estrecheza, templassen el frio; hizose assi, y los hombres hizieron cuerpo de guarda a la varca, passeandose como centinelas de vna parte a otra, esperando el dia para descubrir en que parte estauan, porque no pudieron saber por entonces si era o no despoblada la isla; y como es cosa natural que los cuydados destierran el sueño, ninguno de aquella cuydadosa compañia pudo cerrar los ojos, lo qual visto por el barbaro Antonio, dixo al barbaro italiano que, para entretener el tiempo y no sentir tanto la pesadumbre de la mala noche, fuesse seruido de entretenerles contandoles los sucessos de su vida, porque no podian dexar de ser peregrinos y raros, pues en tal trage y en tal lugar le auian puesto.

-Hare yo esso de muy buena gana -respondio el barbaro italiano-, aunque temo que, por ser mis desgracias tantas, tan nueuas y tan extraordinarias, no me aueis de dar credito alguno.

A lo que dixo Periandro:

-En las que a nosotros nos han sucedido, nos hemos ensayado y dispuesto a creer quantas nos contaren, puesto que tengan mas de lo impossible que de lo verdadero.

-Lleguemonos aqui -respondio el barbaro-, al borde desta varca donde estan estas señoras; quiça alguna, al son de la voz de mi cuento, se quedarà dormida, y quiça alguna, desterrando el sueño, se mostrarà compasiua: que es aliuio al que cuenta sus desuenturas, ver o oyr que ay quien se duela dellas.

  —55→  

-A lo menos, por mí -respondio Ricla de dentro de la varca-, y, a pesar del sueño, tengo lagrimas que ofrecer a la compassion de vuestra corta suerte, del largo tiempo de vuestras fatigas.

Casi lo mismo dixo Auristela, y assi, todos rodearon   -fol. 21r-   la varca, y con atento oido estuuieron escuchando lo que el que parecia barbaro dezia, el qual començo su historia desta manera:



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ArribaAbajoCapitvlo octavo

Donde Rutilio da cuenta de su vida


-Mi nombre es Rutilio; mi patria, Sena, vna(s) de las mas famosas ciudades de Italia; mi oficio, maestro de dançar, vnico en el, y venturoso, si yo quisiera. Auia en Sena vn cauallero rico, a quien el cielo dio vna hija mas hermosa que discreta, a la qual tratò de casar su padre con vn cauallero florentin, y, por entregarsela adornada de gracias adquiridas, ya que las del entendimiento le faltauan, quiso que yo la enseñasse a dançar: que la gentileza, gallardia y disposicion del cuerpo, en los bayles honestos mas que en otros pasos se señalan, y a las damas principales les està muy bien saberlos, para las ocasiones forçosas que les pueden suceder. Entrè a enseñarla los mouimientos del cuerpo; pero mouila los del alma, pues, como no discreta, como he dicho, rindio la suya a la mia, y la suerte, que de corriente larga traia encaminadas mis desgracias, hizo que, para que los dos nos gozassemos, yo la sacasse de en casa de su padre y la lleuasse a Roma. Pero como el amor no da baratos sus gustos, y los delitos lleuan a las espaldas el castigo, pues siempre se teme, en el camino nos prendieron a los dos, por la diligencia que su padre puso en buscarnos. Su confession   —57→   y la mia, que fue dezir que yo lleuaua a mi esposa, y ella se yua con su marido, no fue bastante para no agrauar mi culpa, tanto, que obligò al juez, mouio y conuencio a sentenciarme a muerte.   -fol. 21v-   Apartaronme en la prision con los ya condenados a ella por otros delitos no tan honrados como el mio.

»Visitòme en el calaboço vna muger que dezian estaua presa por fatucherie, que en castellano se llaman hechizeras, que la alcaydesa de la carcel auia hecho soltar de las prisiones y lleuadola a su aposento, a título de que con yeruas y palabras auia de curar a vna hija suya de vna enfermedad que los medicos no acertauan a curarla. Finalmente, por abreuiar mi historia, pues no ay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo, lo parezca, viendome yo atado y con el cordel a la garganta, sentenciado al suplicio, sin orden ni esperança de remedio, di el si a lo que la hechizera me pidio de ser su marido si me sacaua de aquel trabajo. Dixome que no tuuiesse pena, que aquella misma noche del dia que sucedio esta plática, ella romperia las cadenas y los cepos, y, a pesar de otro qualquier impedimento, me pondria en libertad, y en parte donde no me pudiessen ofender mis enemigos, aunque fuessen muchos y poderosos. Tuuela, no por hechizera, sino por angel que embiaua el cielo para mi remedio; esperé la noche, y, en la mitad de su silencio, llegò a mi y me dixo que assiesse de la punta de vna caña que me puso   —58→   en la mano, diziendome la siguiesse. Turbéme algun tanto; pero como el interes era tan grande, moui los pies para seguirla, y hallelos sin grillos y sin cadenas, y las puertas de toda la prision de par en par abiertas, y los prisioneros y guardas en profundissimo sueño sepultados. En saliendo a la calle, tendio en el suelo mi guiadora vn manto, y mandandome que pusiesse los pies en el, me dixo que tuuiesse buen ánimo, que por entonces dexasse mis deuociones75; luego vi mala señal, luego conoci que queria lleuarme por los ayres, y aunque, como christiano bien enseñado, tenia por burla todas estas   -fol. 22r-   hechizerias, como es razon que se tengan, todavia el peligro de la muerte, como ya he dicho, me dexò atropellar por todo, y, en fin, puse los pies en la mitad del manto, y ella ni mas ni menos, murmurando vnas razones que yo no pude entender, y el manto començo a leuantarse en el ayre, y yo comence a temer poderosamente, y en mi coraçon no tuuo santo la letania a quien no llamasse en mi ayuda. Ella deuio de conocer mi miedo y presentir mis rogatiuas, y voluiome a mandar que las dexasse. «¡Desdichado de mi! -dixe-. ¿Que bien puedo esperar si se me niega el pedirle a Dios, de quien todos los bienes vienen?» En resolucion, cerre los ojos y dexéme lleuar de los diablos, que no son otras las postas de las hechizeras, y, al parecer, quatro horas o poco mas auia volado, quando me hallè al crepusculo del dia en vna tierra no conocida. Tocò el manto el suelo, y mi   —59→   guiadora me dixo. «En parte estàs, amigo Rutilio, que todo el genero humano no podra ofenderte.» Y diziendo esto, començo a abraçarme no muy honestamente; apartèla de mi con los braços, y, como mejor pude, diuisè que la que me abraçaua era vna figura de lobo, cuya vision me elo el alma, me turbò los sentidos y dio con mi mucho ánimo al traues; pero como suele acontecer que, en los grandes peligros, la poca esperança de vencerlos saca del ánimo desesperadas fuerças, las pocas mias me pusieron en la mano vn cuchillo que a caso en el seno traia, y con furia y rabia se le hinqué por el pecho a la que pense ser loba, la qual, cayendo en el suelo, perdio aquella fea figura, y hallé muerta y corriendo sangre a la desuenturada encantadora.

»Considerad, señores, qual quedaria yo, en tierra no conocida y sin persona que me guiasse. Estuue esperando el dia muchas horas; pero nunca acabaua de llegar, ni por   -fol. 22v-   los orizontes se descubria señal de que el sol viniesse. Apartéme de aquel cadauer, porque me causaua horror y espanto el tenerle cerca de mi. Voluia muy a menudo los ojos al cielo, contemplaua el mouimiento de las estrellas, y pareciame, segun el curso que auian hecho, que ya auia de ser de dia. Estando en esta confusion, oi que venia hablando, por junto de donde estaua, alguna gente, y assi fue verdad; y, saliendoles al encuentro, les pregunté en mi lengua toscana que me dixessen que tierra era aquella, y vno de   —60→   ellos, assimismo en italiano, me respondio: «Esta tierra es Noruega; pero ¿quien eres tu que lo preguntas, y en lengua que en estas partes ay muy pocos que la entiendan?76» «Yo soy -respondi- vn miserable que, por huyr de la muerte, he venido a caer en sus manos.» Y en breues razones le di cuenta de mi viage, y aun de la muerte de la hechizera. Mostro condolerse el que me hablaua, y dixome: «Puedes, buen hombre, dar infinitas gracias al cielo por auerte librado del poder destas maleficas hechizeras, de las quales ay mucha abundancia en estas setentrionales partes. Cuentase dellas que se conuierten en lobos, assi machos como hembras, porque de entrambos generos hay maleficos y encantadores77. Cómo esto pueda ser, yo lo ignoro, y como christiano que soy catolico, no lo creo; pero la esperiencia me muestra lo contrario. Lo que puedo alcançar, es que todas estas transformaciones son ilusiones del demonio, y permission de Dios y castigo de los abominables pecados deste maldito genero de gente.» Preguntéle que hora podria ser, porque me parecia que la noche se alargaua y el dia nunca venia. Respondiome que en aquellas partes remotas se repartia el año en quatro tiempos: tres meses auia de noche escura, sin que el sol pareci[e]sse en la tierra en manera alguna; y tres meses auia de crepusculo   -fol. 23r-   del dia, sin que bien fuesse noche ni bien fuesse dia; otros tres meses auia de dia claro continuado, sin que el sol se escondiesse; y otros tres de crepusculo de la noche;   —61→   y que la sazon en que estauan era la del crepusculo del dia: assi que, esperar la claridad del sol, por entonces era esperança vana, y que tambien lo sería esperar yo voluer a mi tierra tan presto, si no fuesse quando llegasse la sazon del dia grande, en la qual parten nauios de estas partes a Inglaterra, Francia y España con algunas mercancias. Preguntòme si tenia algun oficio en que ganar de comer, mientras llegaua tiempo de voluerme a mi tierra. Dixele que era baylarin, y grande hombre de hazer cabriolas, y que sabia jugar de manos sutilissimamente. Riòse de gana el hombre, y me dixo que aquellos exercicios o oficios, o como llamarlos quisiesse, no corrian en Noruega ni en todas aquellas partes. Preguntòme si sabria oficio de orifice. Dixele que tenia habilidad para aprender lo que me enseñasse. «Pues venios, hermano, conmigo, aunque primero será bien que demos sepultura a esta miserable.»

»Hizímoslo assi, y lleuòme a vna ciudad donde toda la gente andaua por las calles con palos de tea encendidos en las manos, negociando lo que les importaua. Preguntéle en el camino que cómo o quando auia venido a aquella tierra, y que si era verdaderamente italiano. Respondio que vno de sus passados abuelos se auia casado en ella, viniendo de Italia a negocios que le importauan, y a los hijos que tuuo les enseñò su lengua, y de vno en otro se estendio por todo su linage, hasta llegar a el, que era vno de sus quartos nietos: «y assí, como vezino y morador tan   —62→   antiguo, lleuado de la aficion de mis hijos y muger, me he quedado hecho carne y sangre entre esta gente, sin acordarme de Italia ni de los parientes que alla dixeron mis padres que tenían.»

»Contar yo aora la   -fol. 23v-   casa donde entrè, la muger e hijos que hallé, y criados -que tenia muchos-, el gran caudal, el recibimiento y agassajo que me hizieron, seria proceder en infinito; basta dezir, en suma, que yo aprendi su oficio, y en pocos meses ganaua de comer por mi trabajo. En este tiempo se llegò el de llegar el dia grande, y mi amo y maestro -que assi le puedo llamar- ordenó de lleuar gran cantidad de su mercancia a otras islas por alli cercanas y a otras bien apartadas. Fuime con el, assi por curiosidad, como por vender algo que ya tenia de caudal, en el qual viage vi cosas dignas de admiracion y espanto, y otras de risa y contento: noté costumbres, aduerti en ceremonias no vistas y de ninguna otra gente vsadas; en fin, a cabo de dos meses, corrimos vna borrasca que nos durò cerca de quarenta dias, al cabo de los quales dimos en esta isla de donde oy salimos, entre vnas peñas, donde nuestro vaxel se hizo pedaços, y ninguno de los que en el venian quedó viuo sino yo.



  —63→  

ArribaAbajoCapitvlo nono

Donde Rutilio prosigue la historia de su vida


»Lo primero que se me ofrecio a la vista, antes que viesse otra cosa alguna, fue vn barbaro pendiente y ahorcado de vn arbol, por donde conoci que estaua en tierra de barbaros saluages, y luego el miedo me puso delante mil generos de muertes, y, no sabiendo que hazerme, alguna o todas juntas las tenia78 y las esperaua. En fin, como la necessidad, segun se dize, es maestra de sutilizar el ingenio, di en vn pensamiento harto extraordinario, y fue que descolgue al barbaro del arbol, y, auiendome desnudado de todos mis vestidos, que enterre en la arena, me vesti de los   -fol. 24r-   suyos, que me vinieron bien, pues no tenian otra hechura que ser de pieles de animales, no cossidos ni cortados a medida, sino ceñidos por el cuerpo, como lo aueis visto. Para dissimular la lengua, y que por ella no fuesse conocido por estrangero, me fingi mudo y sordo, y con esta industria me entrè por la isla adentro, saltando y haziendo cabriolas en el ayre.

»A poco trecho descubri vna gran cantidad de barbaros, los quales me rodearon, y en su lengua vnos y otros, con gran priessa, me preguntaron -a lo que despues aca he entendido-   —64→   quien era, cómo me llamaua, adónde venia y adónde yua. Respondiles con callar y hazer todas las señales de mudo mas aparentes que pude, y luego reyteraua los saltos y menudeaua las cabriolas. Salime de entre ellos; siguieronme los muchachos, que no me dexauan adondequiera que yua. Con esta industria passè por barbaro y por mudo, y los muchachos, por verme saltar y hazer gestos, me dauan de comer de lo que tenian. Desta manera he passado tres años entre ellos, y aun passara todos los de mi vida sin ser conocido. Con la atencion y curiosidad, notè su lengua y aprendi mucha parte de ella; supe la profecia que de la duracion de su reyno tenia profetizada vn antiguo y sabio barbaro a quien ellos dauan gran credito; he visto sacrificar algunos varones para hazer la esperiencia de su cumplimiento, y he visto comprar algunas donzellas para el mismo efeto, hasta que sucedio el incendio de la isla que vosotros, señores, aueis visto. Guardème de las llamas; fuy a dar auiso a los prisioneros de la mazmorra donde vosotros, sin duda, aureis estado; vi estas varcas, acudi a la marina, hallaron en vuestros generosos pechos lugar mis ruegos, recogistesme en ellas, por lo que os doy infinitas gracias, y agora espero en la del cielo, que, pues nos sacò de tanta miseria a todos, nos   -fol. 24v-   ha de dar en este que pretendemos felicissimo viage.

Aqui dio fin Rutilio a su plática, con que dexò admirados y contentos a los oyentes. Llegóse   —65→   el dia, aspero, turbio, y con señales de nieue muy ciertas. Diole Auristela a Periandro lo que Cloelia le auia dado la noche que murio, que fueron dos pelotas de cera, que la vna, como se vio, cubría vna cruz de diamantes, tan rica, que no acertaron a estimarla, por no agrauiar su valor, y la otra, dos perlas redondas, assimismo de inestimable precio. Por estas joyas vinieron en conocimiento de que Auristela y Periandro eran gente principal, puesto que mejor declaraua esta verdad su gentil disposicion y agradable trato. El barbaro Antonio, viniendo el día, se entrò vn poco por la isla; pero no descubrio otra cosa que montañas y sierras de nieue, y, voluiendo a las varcas, dixo que la isla era despoblada, y que conuenia partirse de alli luego a buscar otra parte donde recogerse del frio que amenazaua y proueerse de los mantenimientos que presto le harian falta. Echaron con presteza las varcas al agua, embarcaronse todos, y pusieron las proas en otra isla que no lexos de alli se descubria. En esto, yendo nauegando con el espacio que podian prometer dos remos, que no lleuaua mas cada varca, oyeron que de la vna de las otras dos salia vna voz blanda, suaue, de manera que les hizo estar atentos a escuchalla. Notaron, especialmente el barbaro Antonio el padre que notò, que lo que se cantaua era en lengua portuguessa, que el sabía muy bien. Callò la voz, y de alli a poco boluio a cantar en castellano, y no a otro tono de instrumentos, que al de remos que sesgamente por el tranquilo   —66→   mar las varcas impelian, y notò que lo que cantaron fue esto:

  -fol. 25r-  


   Mar sesgo, viento largo, estrella clara,
camino, aunque no vsado, alegre y cierto,
al hermoso, al seguro, al capaz puerto
lleuan la naue vuestra, vnica y rara.

    En Scylas ni en Caribdis no repara,  5
ni en peligro que el mar tenga encubierto,
siguiendo su derrota al descubierto,
que limpia honestidad su curso para.

    Con todo, si os faltare la esperança
del llegar a este puerto, no por esso  10
gireis las velas, que será79 simpleza.

    Que es enemigo amor de la mudança80,
y nunca tuuo próspero sucesso
el que no se quilata en la firmeza.



La barbara Ricla dixo, en callando la voz:

-Despacio deue de estar y ocioso el cantor que en semejante tiempo da su voz a los vientos.

Pero no lo juzgaron assi Periandro y Auristela, porque le tuuieron por mas enamorado que ocioso al que cantado auia: que los enamorados facilmente reconcilian los animos, y trauan amistad con los que conocen que padecen su misma enfermedad. Y assi, con licencia de los demas que en su varca venian, aunque no fuera menester pedirla, hizo que el cantor se passasse a su varca, assí por gozar de cerca de su voz,   —67→   como saber de sus sucessos; porque persona que en tales tiempos cantaua, o sentia mucho, o no tenía sentimiento alguno. Iuntaronse las varcas, passò el musico a la de Periandro, y todos los della le hizieron agradable recogida. En entrando el musico, en medio portugues y en medio castellano, dixo:

-Al cielo, y a vosotros,   -fol. 25v-   señores, y a mi voz, agradezco esta mudança y esta mejora de nauio, aunque creo que con mucha breuedad le dexaré libre de la carga de mi cuerpo, porque las penas que siento en el alma, me van dando señales de que tengo la vida en sus vltimos terminos.

-Mejor lo hara el cielo -respondío Periandro-, que, pues yo soy viuo, no aura trabajos que puedan matar a alguno.

-No seria esperança aquella -dixo a esta sazon Auristela- a que pudiessen contrastar y derribar infortunios, pues assi como la luz resplandece mas en las tinieblas, assi la esperança ha de estar mas firme en los trabajos: que, el desesperarse en ellos, es accion de pechos cobardes, y no ay mayor pusilanimidad ni baxeza que entregarse el trabajado, por mas que lo sea, a la desesperacion.

-El alma ha de estar -dixo Periandro- el vn pie en los labios y el otro en los dientes, si es que hablo con propiedad, y no ha de dexar de esperar su remedio, porque seria agrauiar a Dios, que no puede ser agrauiado, poniendo tassa y coto a sus infinitas misericordias.

  —68→  

-Todo es assi -respondio el musico-, y yo lo creo, a despecho y pesar de las esperiencias que en el discurso de mi vida en mis muchos males tengo hechas.

No por estas pláticas dexauan de vogar, de modo que, antes de anochecer, con dos horas, llegaron a vna isla tambien despoblada, aunque no de arboles, porque tenia muchos, y llenos de fruto que, aunque passado de sazon y seco, se dexaua comer. Saltaron todos en tierra, en la qual vararon las varcas, y con gran priessa se dieron a desgajar arboles y hazer vna gran varraca para defenderse aquella noche del frio; hizieron assimismo fuego, ludiendo dos secos palos el vno con el otro, artificio tan sabido como vsado, y, como todos trabajauan, en vn punto se vio leuantada la pobre maquina, donde se recogieron todos, supliendo con mucho fuego la incomodidad del sitio, pareciendoles aquella choça dilatado alcaçar.   -fol. 26r-   Satisfazieron la hambre, y acomodaranse a dormir luego, si el desseo que Periandro tenia de saber el sucesso del musico, no lo estoruara, porque le rogo, si era possible, les hiziesse sabidores de sus desgracias, pues no podian ser venturas las que en aquellas partes le auian traido. Era cortès el cantor, y assi, sin hazerse de rogar, dixo:



  —69→  

ArribaAbajoCapitvlo diez

De lo que conto el enamorado portugues


-Con mas breues razones de las que sean possibles dare fin a mi cuento, con darle al de mi vida, si es que tengo de dar credito a cierto sueño que la passada noche me turbò el alma. Yo, señores, soy portugues de nacion, noble en sangre, rico en los bienes de fortuna, y no pobre en los de naturaleza; mi nombre es Manuel de Sosa Coitiño81; mi patria, Lisboa; y mi exercicio, el de soldado. Junto a las casas de mis padres, casi pared en medio, estaua la de otro cauallero del antiguo linage de los Pereiras, el qual tenia sola vna hija, vnica heredera de sus bienes, que eran muchos, baculo y esperança de la prosperidad de sus padres; la qual, por el linage, por la riqueza, y por la hermosura, era desseada de todos los mejores del reyno de Portugal; y yo, que, como mas vezino de su casa, tenia mas comodidad de verla, la mirè, la conoci y la adorè con vna esperança, mas dudosa que cierta, de que podria ser viniesse a ser mi esposa; y por ahorrar de tiempo, y por entender que con ella auian de valer poco requiebros, promesas ni dadiuas, determinè de que vn pariente mio se la pidiesse a sus padres para esposa mia, pues ni en el linage, ni en la   —70→   hazienda, ni aun en la edad, diferenciauamos en nada. La respuesta que truxo fue que su hija Leonora aun no estaua en edad de casarse; que dexasse passar dos años, que   -fol. 26v-   le daua la palabra de no disponer de su hija en todo aquel tiempo sin hazerme sabidor dello. Lleuè este primer golpe en los ombros de mi paciencia y en el escudo de la esperança; pero no dexè por esto de seruirla publicamente a sombra de mi honesta pretension, que luego se supo por toda la ciudad; pero ella, retirada en la fortaleza de su prudencia y en los retretes de su recato, con honestidad y licencia de sus padres, admitia mis seruicios, y daua a entender que, si no los agradecia con otros, por lo menos, no los desestimaua.

»Sucedio que, en este tiempo, mi rey me embiò por capitan general a vna de las fuerças que tiene en Berberia, oficio de calidad y de confiança. Llegóse el dia de mi partida, y pues en el no llegò el de mi muerte, no ay ausencia que mate ni dolor que consuma. Hablé a su padre, hizele que me voluiesse a dar la palabra de la espera de los dos años; tuuome lástima, porque era discreto, y consintio que me despidiesse de su muger y de su hija Leonor, la qual, en compañia de su madre, salio a verme a vna sala, y salieron con ella la honestidad, la gallardia y el silencio. Pasméme quando vi tan cerca de mi tanta hermosura; quise hablar, y anudóseme la voz a la garganta y pegóseme al paladar la lengua, y, ni supe, ni pude hazer otra cosa que callar,   —71→   y dar con mi silencio indicio de mi turbacion, la qual vista por el padre, que era tan cortés como discreto, se abraçó conmigo y dixo: «Nunca, señor Manuel de Sosa, los días de partida dan licencia a la lengua que se desmande, y puede ser que este silencio hable en su fauor de vuessa merced mas que alguna otra retorica. Vuessa merced vaya a exercer su cargo, y vuelua en buen punto, que yo no faltaré ninguno en lo que tocare a seruirle. Leonora, mi hija, es obediente, y mi muger dessea darme gusto, y yo tengo el desseo que he dicho: que, con estas tres cosas, me parece que puede   -fol. 27r-   esperar vuessa merced buen sucesso en lo que desseo.» Estas palabras todas me quedaron en la memoria y en el alma impressas de tal manera, que no se me han oluidado82, ni se me oluidaràn en tanto que la vida me durare. Ni la hermosa Leonora ni su madre me dixeron palabra, ni yo pude, como he dicho, dezir alguna. Partime a Berberia; exercité mi cargo, con satisfacion de mi rey, dos años; volui a Lisboa; hallè que la fama y hermosura de Leonora auia salido ya de los límites de la ciudad y del reyno, y estendidose por Castilla y otras partes, de las quales venian embaxadas de principes y señores que la pretendian por esposa; pero como ella tenia la voluntad tan sugeta a la de sus padres, no miraua si era o no solicitada.

»En fin, viendo yo passado el término de los dos años, volui a suplicar a su padre me la diesse por esposa. ¡Ay de mi, que no es possible que   —72→   me detenga en estas circunstancias, porque a las puertas de mi vida està llamando la muerte, y temo que no me ha de dar espacio para contar mis desuenturas: que, si assi fuesse, no las tendria yo por tales! Finalmente, vn dia me auisaron que, para vn domingo venidero, me entregarian a mi desseada Leonora, cuya nueua faltò poco para no quitarme la vida de contento. Combidé a mis parientes, llamè a mis amigos, hize galas, embié presentes, con todos los requisitos que pudiessen mostrar ser yo el que me casaua, y Leonora la que auia de ser mi esposa. Llegóse este dia, y yo fuy acompañado de todo lo mejor de la ciudad a vn monasterio de monjas que se llama de la Madre de Dios, adonde me dixeron que mi esposa, desde el dia de antes, me esperaua: que auia sido su gusto que en aquel monasterio se celebrasse su desposorio, con licencia del arçobispo de la ciudad.

Detuuose algun tanto el lastimado cauallero, como para tomar aliento de proseguir su plática, y luego   -fol. 27v-   dixo:

-Lleguè al monasterio, que real y pomposamente estaua adornado; salieron83 a recebirme casi toda la gente principal del reyno, que alli aguardandome estaua, con infinitas señoras de la ciudad de las mas principales; hundiase el templo de musica, assi de vozes como de instrumentos, y en esto salio por la puerta del claustro la sin par Leonora, acompañada de la priora y de otras muchas monjas, vestida de raso blanco acuchillado, con saya entera a lo castellano,   —73→   tomadas las cuchilladas con ricas y gruessas perlas. Venia forrada la saya en tela de oro verde; traia los cabellos sueltos por las espaldas, tan rubios, que deslumbrauan los del sol, y tan luengos, que casi besauan la tierra; la cintura, collar y anillos que traía, opiniones huuo que valian vn reyno; torno a dezir que salio tan bella, tan costosa, tan gallarda y tan ricamente compuesta y adornada, que causò inuidia en las mugeres y admiracion en los hombres. De mi se dezir que quedé tal con su vista, que me hallé indigno de merecerla, por parecerme que la agrauiaua, aunque yo fuera el emperador del mundo.

»Estaua hecho vn modo de teatro en mitad del cuerpo de la iglesia, donde desenfadadamente, y sin que nadie lo empachasse, se auia de celebrar nuestro desposorio. Subio en el primero la hermosa donzella, donde al descubierto mostro su gallardia y gentileza; parecio a todos los ojos que la mirauan lo que suele parecer la bella aurora al despuntar del dia, o lo que dizen las antìguas fabulas que parecia la casta Diana en los bosques; y algunos creo que huuo tan discretos, que no la acertaron a comparar sino a si misma. Subi yo al teatro, pensando que subia a mi cielo, y, puesto de rodillas ante ella, casi di demostracion de adorarla. Alçóse vna voz en el templo, procedida de otras muchas, que dezia: «Viuid felices y luengos años en el mundo, ¡o dichosos y bellissimos amantes!; coronen presto hermosissímos   -fol. 28r-   hijos vuestra mesa, y a largo andar se dilate vuestro amor en vuestros   —74→   nietos; no sepan los rabiosos zelos ni las dudosas sospechas la morada de vuestros pechos; rindase la inuidia a vuestros pies, y la buena fortuna no acierte a salir de vuestra casa.» Todas estas razones y deprecaciones santas me colmauan el alma de contento, viendo con que gusto general lleuaua el pueblo mi ventura. En esto, la hermosa Leonora me tomò por la mano, y assi, en pie como estauamos, alçando vn poco la voz, me dixo: «Bien sabeis, señor Manuel de Sosa, cómo mi padre os dio palabra que no dispondria de mi persona en dos años, que se auian de contar desde el dia que me pedistes fuesse yo vuestra esposa; y tambien, si mal no me acuerdo, os dixe yo, viendome acossada de vuestra solicitud, y obligada de los infinitos beneficios que me aueis hecho, mas por vuestra cortesia que por mis merecimientos, que yo no tomaria otro esposo en la tierra sino a vos. Esta palabra mi padre os la ha cumplido, como aueis visto, y yo os quiero cumplir la mia, como vereis; y assi, porque se que los engaños, aunque sean honrosos y prouechosos, tienen vn no se que de traicion quando se dilatan y entretienen, quiero, del que os parecera que os he hecho, sacaros en este instante. Yo, señor mio, soy casada, y en ninguna manera, siendo mi esposo viuo, puedo casarme con otro; yo no os dexo por ningun hombre de la tierra, sino por vno del cielo, que es Iesu Christo, Dios y hombre verdadero: el es mi esposo, a el le di la palabra primero que a vos; a el sin engaño y de toda   —75→   mi voluntad, y a vos con dissimulacion y sin firmeza alguna. Yo confiesso que, para escoger esposo en la tierra, ninguno os pudiera ygualar; pero, auiendole de escoger en el cielo, ¿quien como Dios? Si esto os parece traicion o descomedido trato, dadme la pena que quisieredes y el nombre que se os antojare, que no   -fol. 28v-   aura muerte, promesa o amenaza que me aparte del crucificado esposo mio.» Callò, y al mismo punto la priora y las otras monjas començaron a desnudarla y a cortarle la preciosa madexa de sus cabellos. Yo enmudeci, y, por no dar muestra de flaqueza, tuue cuenta con reprimir las lagrimas que me venian a los ojos; y hincandome otra vez de rodillas ante ella, casi por fuerça le besè la mano; y ella, christianamente compasiua, me hechò los braços al cuello; alcème en pie, y, alçando la voz de modo que todos me oyessen, dixe: «Maria optimam partem elegit»84. Y diziendo esto, me baxé del teatro, y, acompañado de mis amigos, me volui a mi casa, adonde, yendo y viniendo con la imaginacion en este estraño sucesso, vine casi a perder el juyzio; y aora, por la misma causa, vengo a perder la vida.

Y, dando vn gran suspiro, se le salio el alma, y dio consigo en el suelo.



  —76→  

ArribaAbajoCapitvlo onzeno del primer libro

Acudio con presteza Periandro a verle, y halló que auia espirado de todo punto, dexando a todos confusos y admirados del triste y no imaginado sucesso.

-Con este sueño -dixo a esta sazon Auristela- se ha escusado este cauallero de contarnos que le sucedio en la passada noche, los trances por donde vino a tan desastrado término y a la prision de los barbaros, que, sin duda, deuian de ser casos tan desesperados como peregrinos.

A lo que añadio el barbaro Antonio:

-¿Por marauilla ay desdichado solo que lo sea en sus desuenturas? Compañeros tienen las desgracias, y por aqui o por alli siempre son grandes, y entonces lo dexan de ser, quando acaban con la vida del que las padece.

Dieron luego orden de   -fol. 29r-   enterralle como mejor pudieron: siruiole de mortaja su mismo vestido; de tierra, la nieue; y de cruz, la que le hallaron en el pecho en vn escapulario, que era la de Christus, por ser cauallero de su hábito; y no fuera menester hallarle esta honrosa señal para enterarse de su nobleza, pues las auian dado bien claras su graue presencia y razonar discreto.   —77→   No faltaron lagrimas que le acompañassen, porque la compassion hizo su oficio, y las sacò de todos los ojos de los circunstantes. Amanecio en esto; voluieron las varcas al agua, pareciendoles que el mar les esperaua sossegado y blando, y, entre tristes y alegres, entre temor y esperança, siguieron su camino, sin lleuar parte cierta adonde encaminalle. Estan todos aquellos mares casi cubiertos de islas, todas o las mas despobladas, y las que tienen gente, es rustica y medio barbara, de poca vrbanidad y de coraçones duros e insolentes; y, con todo esto, desseauan topar alguna que los acogiesse, porque imaginauan que no podian ser tan crueles sus moradores, que no lo fuessen mas las montañas de nieue y los duros y asperos riscos de las que atras dexauan. Diez dias mas nauegaron, sin tomar puerto, playa o abrigo alguno, dexando a entrambas partes, diestra y siniestra, islas pequeñas que no prometian estar pobladas de gente, puesta la mira en vna gran montaña que a la vista se les ofrecia, y pugnauan con todas sus fuerças llegar a ella con la mayor breuedad que pudiessen, porque ya sus varcas hazian agua, y los bastimentos, a mas andar, yuan faltando.

En fin, mas con la ayuda del cielo, como se deue creer, que con las de sus braços, llegaron a la desseada isla, y vieron andar dos personas por la marina, a quien con grandes vozes preguntò Transila que tierra era aquella, quien la gouernaua, y si era de christianos catolicos. Respondieronle,   —78→   en lengua que el [la] entendio, que aquella isla se llamaua Golandia85, y que   -fol. 29v-   era de catholicos, puesto que estaua despoblada, por ser tan poca la gente que tenia, que no ocupaua mas de vna casa que seruia de meson a la gente que llegaua a vn puerto (que) detras de vn peñon que señalò con la mano: «Y si vosotros, quienquiera que seais, quereis repararos de algunas faltas, seguídnos con la vista, que nosotros os pondremos en el puerto.» Dieron gracias a Dios los de las varcas, y siguieron por la mar a los que los guiauan por la tierra, y, al voluer del peñon que les auian señalado, vieron vn abrigo que podia llamarse puerto, y en el hasta diez o doze vaxeles, dellos chicos, dellos medianos y dellos grandes, y fue grande la alegria que de verlos recibieron, pues les daua esperança de mudar de nauios, y seguridad de camìnar con certeza a otras partes. Llegaron a tierra; salieron assi gente de los nauios como del meson a recebirles; saltò en tierra, en ombros de Periandro y de los dos barbaros, padre e hijo, la hermosa Auristela, vestida con el vestido y adorno con que fue Periandro vendido a los barbaros por Arnaldo; salio con ella la gallarda Transila, y la bella barbara Constança, con Ricla, su madre, y todos los demas de las varcas acompañaron este esquadron gallardo. De tal manera causò admiracion, espanto y assombro la bellissima esquadra en los de la mar y la tierra, que todos se postraron en el suelo y dieron muestras de adorar a Auristela; mirauanla callando,   —79→   y con tanto respeto, que no acertauan a mouer las lenguas, por no ocuparse en otra cosa que en mirar. La hermosa Transila, como ya auia hecho esperiencia de que entendian su lengua, fue la primera que rompio el silencio, diziendoles:

-A vuestro hospedage nos ha traido la nuestra, hasta oy, contraria fortuna. En nuestro trage y en nuestra mansedumbre echareis de ver que antes buscamos paz que guerra, porque no hazen   -fol. 30r-   batalla las mugeres ni los varones afligidos. Acogednos, señores, en vuestro hospedage y en vuestros nauios, que las varcas que aqui nos han conduzido, aqui dexan el atreuimiento y la voluntad de tornar otra vez a entregarse a la instabilidad del mar. Si aqui se cambia por oro o por plata lo necessario que se busca, con facilidad y abundancia sereis recompensados de lo que nos dieredes: que, por subidos precios que lo vendais, lo recibiremos como si fuesse dado.

Vno ¡milagro estraño! que parecia ser de la gente de los nauios, en lengua española respondio:

-De corto entendimiento fuera, hermosa señora, el que dudara la verdad que dizes: que, puesto que la mentira se dissimula, y el daño se disfraça con la mascara de la verdad y del bien, no es possible que aya tenido lugar de acogerse a tan gran belleza como la vuestra. El patron deste hospedage es cortesissimo, y todos los destas naues, ni mas ni menos. Mirad si os da mas gusto volueros a ellas, o entrar en el hospedage,   —80→   que en ellas y en el sereis recebidos y tratados como vuestra presencia merece.

Entonces, viendo el barbaro Antonio, o oyendo, por mejor dezir, hablar su lengua, dixo:

-Pues el cielo nos ha traido a parte que suene en mis oidos la dulce lengua de mi nacion, casi tengo ya por cierto el fin de mis desgracias. Vamos, señores, al hospedage, y, en reposando algun tanto, daremos orden en voluer a nuestro camino, con mas seguridad que la que hasta aqui hemos traido.

En esto, vn grumete, que estaua en lo alto de vna gauia, dixo a vozes, en lengua inglessa:

-Vn nauio se descubre que, con tendidas velas, y mar y viento en popa, viene la buelta deste abrigo.

Alborotaronse todos, y, en el mismo lugar donde estauan, sin mouerse vn paso, se pusieron a esperar el vaxel que tan cerca se descubria, y quando estuuo junto, vieron que las hinchadas velas las atrauessauan vnas cruzes roxas, y conocieron que, en vna vandera   -fol. 30v-   que traia en el peñolo de la mayor gauia, venian pintadas las armas de Inglaterra. Disparò, en llegando, dos pieças de gruessa artilleria, y luego hasta obra de veynte arcabuzes; de la tierra les fue hecha señal de paz y de alegres vozes, porque no tenian artilleria con que responderle.



  —81→  

ArribaAbajoCapitvlo doze del primer libro

Donde se cuenta de que parte y quien eran los que venian en el nauio


Hecha, como se ha dicho, la salua de entrambas partes, assi del nauio como de la tierra, al momento echaron ancoras los de la naue, y arrojaron el esquife al agua, en el qual el primero que saltò, despues de quatro marineros que le adornaron con tapetes y assieron de los remos, fue vn anciano varon, al parecer de edad de sesenta años, vestido de vna ropa de terciopelo negro que le llegaua a los pies, forrada en felpa negra, y ceñida con vna de las que llaman colonias de seda86; en la cabeça traia vn sombrero alto y puntíagudo, assímismo, al parecer, de felpa. Tras el baxò al esquife vn gallardo y brioso mancebo, de poco mas edad de veynte y quatro años, vestido, a lo marinero, de terciopelo negro, vna espada dorada en las manos y vna daga en la cinta. Luego, como si los arrojaran, echaron de la naue al esquife vn hombre lleno de cadenas y vna muger con el enredada y presa con las cadenas mismas: el de hasta quarenta años de edad, y ella de mas de cinquenta; el brioso y despechado, y ella malencolica   —82→   y triste. Impelieron el esquife los marineros; en vn instante   -fol. 31r-   llegaron a tierra, adonde, en sus ombros y en los de otros soldados arcabuzeros que en el barco venian, sacaron a tierra al viejo, y al moço, y a los dos prisioneros. Transila, que, como los demas, auia estado atentissima mirando los que en el esquife venian, voluiendose a Auristela, le dixo:

-Por tu vida, señora, que me cubras el rostro con esse velo que traes atado al braço, porque, o yo tengo poco conocimiento, o son algunos de los que vienen en este varco personas que yo conozco y me conocen.

Hizolo assi Auristela, y en esto llegaron los de la varca a juntarse con ellos, y todos se hizieron bien criados recibimientos. Fuese derecho el anciano de la felpa a Transila, diziendo:

-Si mi ciencia no me engaña, y la fortuna no me desfauorece, próspera aura sido la mia con este hallazgo.

Y diziendo y haziendo, alçó el velo del rostro de Transila, y se quedò desmayado en sus braços, que ella se los ofrecio y se los puso, porque no diesse en tierra. Sin duda se puede creer que este caso de tanta nouedad y tan no esperado puso en admiracion a los circunstantes, y mas quando le oyeron dezir a Transila:

-¡O padre de mi alma! ¿Que venida es esta? ¿Quien trae a vuestras venerables canas y a vuestros cansados años por tierras tan apartadas de la vuestra?

-¿Quien le ha de traer -dixo a esta sazon el   —83→   brioso mancebo-, sino el buscar la ventura que sin vos le faltaua? El y yo, dulcissima señora y esposa mia, venimos buscando el norte que nos ha de guiar adonde hallemos el puerto de nuestro descanso; pero pues ya, gracias sean dadas a los cielos, le auemos hallado, haz, señora, que buelua en si tu padre Mauricio, y consiente que de su alegria reciba yo parte, recibiendole a el como a padre, y a mi como a tu legitimo esposo.

Voluio en si Mauricio, y sucediole en su desmayo Transila. Acudio Auristela a su remedio; pero no osó llegar a ella Ladislao, que   -fol. 31v-   este era el nombre de su esposo, por guardar el honesto decoro que a Transila se le deuia; pero como los desmayos que suceden de alegres y no pensados acontecimientos, o quitan la vida en vn instante, o no duran mucho, fue pequeño espacio el en que estuuo Transila desmayada. El dueño de aquel meson o hospedage dixo:

-Venid, señores, todos, adonde, con mas comodidad y menos frio del que aqui haze, os deis cuenta de vuestros sucessos.

Tomaron su consejo y fueronse al meson, y hallaron que era capaz de alojar vna flota. Los dos encadenados se fueron por su pie, ayudandoles a lleuar sus hierros los arcabuzeros que, como en guarda, con ellos venian; acudieron a sus naues algunos, y, con tanta priessa como buena voluntad, truxeron dellas los regalos que tenian. Hizose lumbre, pusieronse las mesas, y, sin tratar entonces de otra cosa, satisfizieron todos la hambre mas con muchos generos de pescados   —84→   que con carnes, porque no siruio otra que la de muchos pajaros que se crian en aquellas partes, de tan estraña manera, que, por ser rara y peregrina, me obliga a que aqui la cuente. Hincanse vnos palos en la orilla de la mar y entre los escollos donde las aguas llegan, los quales palos, de alli a poco tiempo, todo aquello que cubre el agua se conuierte en dura piedra, y, lo que queda fuera del agua, se pudre y se corrompe, de cuya corrupcion se engendra vn pequeño pajarillo que, volando a la tierra, se haze grande, y tan sabroso de comer, que es vno de los mejores manjares que se vsan; y, donde ay mas abundancia dellos, es en las prouincias de Ybernia y de Irlanda, el qual pajaro se llama Barnaclas87. El desseo que tenian todos de saber los sucessos de los rezien llegados, les hazía parecer larga la comida, la qual acabada, el anciano Mauricio dio vna gran palmada en la mesa, como dando señal de pedir que con atencion   -fol. 32r-   le escuchassen. Enmudecieron todos, y el silencio les selló los labios, y la curiosidad les abrio los oidos, viendo lo qual, Mauricio solto la voz en tales razones:

-En vna isla, de siete que estan circunuezinas a la de Ybernia, naci yo, y tuuo principio mi linage, tan antiguo, bien como aquel que es de los Mauricios, que, en dezir este apellido, le encarezco todo lo que puedo; soy christiano catholico, y no de aquellos que andan mendigando la lee verdadera entre opiniones; mis padres me criaron en los estudios, assi de las armas   —85→   como de las letras -si se puede dezir que las armas se estudian-; he sido aficionado a la ciencia de la astrologia judiciaria, en la qual he alcançado famoso nombre; caséme, en teniendo edad para tomar estado, con vna hermosa y principal muger de mi ciudad, de la qual tuue esta hija que està aqui presente; segui las costumbres de mi patria, a lo menos en quanto a las que parecian ser niueladas con la razon, y, en las que no, con apariencias fingidas, mostraua seguirlas, que tal vez la dissimulacion es prouechosa; crecio esta muchacha a mi sombra, porque le faltò la de su madre a dos años despues de nacida, y a mi me faltò el arrimo de mi vejez y me sobrò el cuydado de criar la hija, y por salir del, que es carga dificil de lleuar de cansados y ancianos ombros, en llegando a casi edad de darle esposo en que le diesse arrimo y compañia, lo puse en efeto, y el que le escogi fue este gallardo mancebo que tengo a mi lado, que se llama Ladislao, tomando consentimiento primero de mi hija, por parecerme acertado y aun conueniente que los padres casen a sus hijas con su beneplacito y gusto, pues no les dan compañia por vn dia, sino por todos aquellos que les durare la vida; y, de no hazer esto ansi, se han seguido, siguen y seguiran millares de inconuenientes, que los mas suelen parar en desastrados   -fol. 32v-   sucessos. Es, pues, de saber que en mi patria ay vna costumbre, entre muchas malas la peor de todas, y es que, concertado el matrimonio, y llegado el dia de la boda, en vna   —86→   casa principal, para esto diputada, se juntan los nouios y sus hermanos, si los tienen, con todos los parientes mas cercanos de entrambas partes, y con ellos el regimiento de la ciudad, los vnos para testigos y los otros para verdugos, que assi los puedo y deuo llamar. Està la desposada en vn rico apartamiento esperando lo que no se cómo pueda dezirlo sin que la verguença no me turbe la lengua; està esperando, digo, a que entren los hermanos de su esposo, si los tiene, y algunos de sus parientes mas cercanos, de vno en vno, a coger las flores de su jardin y a manosear los ramilletes que ella quisiera guardar intactos para su marido: costumbre barbara y maldita, que va contra todas las leyes de la honestidad y del buen decoro, porque ¿que dote puede lleuar mas rico vna donzella, que serlo, ni que limpieça puede ni deue agradar mas al esposo, que la que la muger lleua a su poder en su entereza? La honestidad siempre anda acompañada con la verguença, y la verguença con la honestidad; y si la vna o la otra comiençan a desmoronarse y a perderse, todo el edificio de la hermosura dara en tierra, y será tenido en precio baxo y asqueroso88. Muchas vezes auia yo intentado de persuadir a mi pueblo dexasse esta prodigiosa costumbre; pero apenas lo intentaua, quando se me daua en la boca con mil amenazas de muerte, donde vine a verificar aquel antiguo adagio que vulgarmente se dize: que la costumbre es otra naturaleza, y el mudarla se siente como la muerte. Finalmente,   —87→   mi hija se encerro en el retraimiento dicho, y estuuo esperando su perdicion; y quando queria ya entrar vn hermano de su esposo a dar principio al torpe trato, veis aqui donde veo salir, con vna   -fol. 33r-   lança terciada en las manos, a la gran sala donde toda la gente estaua, a Transila, hermosa como el sol, braua como vna leona, y ayra a como vna tigre.

Aqui llegaua de su historia el anciano Mauricio, escuchandole todos con la atencion possible, quando, reuistiendosele a Transila el mismo espiritu que tuuo al tiempo que se vio en el mismo acto y ocasion que su padre contaua, leuantandose en pie, con lengua a quien suele turbar la colera, con el rostro hecho brasa y los ojos fuego, en efeto, con ademan que la pudiera hazer menos hermosa, si es que los acidentes tienen fuerças de menoscabar las grandes hermosuras, quitandole a su padre las palabras de la boca, dixo las del siguiente capitulo.



  —88→  

ArribaAbajoCapitvlo treze

Donde Transila prosigue la historia a quien su padre dio principio


-Sali -dixo Transila-, como mi padre ha dicho, a la gran sala, y, mirando a todas partes, en alta y colerica voz dixe: «Hazeos adelante vosotros, aquellos cuyas deshonestas y barbaras costumbres van contra las que guarda qualquier bien ordenada republica. Vosotros, digo, mas lasciuos que religiosos, que, con apariencia y sombra de ceremonias vanas, quereis cultiuar los agenos campos sin licencia de sus legitimos dueños. Veisme aqui, gente mal perdida y peor aconsejada; venid, venid, que la razon, puesta en la punta desta lança, defendera mi partido y quitará las fuerças a vuestros malos pensamientos, tan enemigos de la honestidad y de la   -fol. 33v-   limpieça.» Y, en diziendo esto, salté en mitad de la turba, y, rompiendo por ella, sali a la calle, acompañada de mi mismo enojo, y lleguè a la marina, donde, cifrando mil discursos, que en aquel tiempo hize, en vno, me arrojé en vn pequeño barco que, sin duda, me deparò el cielo. Assiendo de dos pequeños remos, me alarguè de la tierra todo lo que pude; pero viendo que se dauan priessa a seguirme en otros muchos varcos, mas bien parados y de mayores fuerças   —89→   impelidos, y que no era possible escaparme, solte los remos y volui a tomar mi lança, con intencion de esperarles y dexar lleuarme a su poder, si no perdiendo la vida, vengando primero en quien pudiesse mi agrauio. Vueluo a dezir otra vez que el cielo, conmouido de mi desgracia, auiuò el viento y lleuò el barco, sin impelerle los remos, el mar adentro, hasta que llegò a vna corriente o raudal que le arrebatò como en peso y le lleuò mas adentro, quitando la esperança a los que tras mi venian de alcançarme, que no se auenturaron a entrarse en la desenfrenada corriente que por aquella parte el mar lleuaua.

-Assi es verdad -dixo a esta sazon su esposo Ladislao-, porque, como me lleuauas el alma, no pude dexar de seguirte. Sobreuino la noche, y perdimoste de vista, y aun perdimos la esperança de hallarte viua, si no fuesse en las lenguas de la fama, que desde aquel punto tomò a su cargo el celebrar tal hazaña por siglos eternos.

-Es, pues, el caso -prosiguiò Transila- que, aquella noche, vn viento que de la mar soplaua, me truxo a la tierra, y en la marina hallé vnos pescadores que benignamente me recogieron y aluergaron, y aun me ofrecieron marido, si no le tenia, y creo sin aquellas condiciones de quien yo yua huyendo. Pero la codicia humana, que reyna y tiene su señorio aun entre las peñas y riscos del mar, y en los coraçones duros y   -fol. 34r-   campestres, se entró aquella noche en los pechos de   —90→   aquellos rusticos pescadores, y acordaron entre si que, pues de todos era la presa que en mi tenian, y que no podia ser diuidida en partes para poder repartirme, que me vendiessen a vnos cossarios que aquella tarde auian descubierto no lexos de sus pesquerias. Bien pudiera yo ofrecerles mayor precio del que ellos pudieran pedír a los cossarios; pero no quise tomar ocasion de recebir bien alguno de ninguno de mi barbara patria, y assi, al amanecer, auiendo llegado alli los piratas, me vendieron no se por quanto, auiendome primero despojado de las joyas que lleuaua de desposada. Lo que se dezir es que me trataron los cossarios con mejor término que mis ciudadanos, y me dixeron que no fuesse malencolica, porque no me lleuauan para ser esclaua, sino para esperar ser reyna y aun señora de todo el vniuerso, si ya no mentian ciertas profecias de los barbaros de aquella isla, de quien tanto se hablaua por el mundo. De cómo llegué, del recibimiento que los barbaros me hizieron, de cómo aprendi su lengua en este tiempo que ha que falté de vuestra presencia, de sus ritos y ceremonias y costumbres, del vano assumpto de sus profecías, y del hallazgo destos señores con quien vengo, y del incendio de la isla, que ya queda abrasada, y de nuestra libertad, dire otra vez, que, por agora, basta lo dicho, y quiero dar lugar a que mi padre me diga que ventura le ha traido a darmela tan buena quando menos la esperaua.

Aqui dio fin Transila a su plática, teniendo a   —91→   todos colgados de la suauidad de su lengua y admirados del estremo de su hermosura, que, despues de la de Auristela, ninguna se le ygualaua. Mauricio, su padre, entonces dixo:

-Ya sabes, hermosa Transila, querida hija, cómo mis estudios y exercicios, entre otros muchos gustosos y loables,   -fol. 34v-   me lleuaron tras si los de la astrologia judiciaria, como aquellos que, quando aciertan, cumplen el natural desseo que todos los hombres tienen, no [sólo de saber] todo lo passado y presente, sino lo por venir. Viendote, pues, perdida, notè el punto, obseruè los astros, miré el aspecto de los planetas, señalè los sitios y casas necessarias para que respondiesse mi trabajo a mi desseo, porque ninguna ciencia, en quanto a ciencia, engaña: el engaño está en quien no la sabe, principalmente la del astrologia, por la velocidad de los cielos, que se lleua tras si todas las estrellas, las quales no influyen en este lugar lo que en aquel, ni en aquel lo que en este; y assi, el astrologo judiciario, si acierta alguna vez en sus juyzios, es por arrimarse a lo mas prouable y a lo mas esperimentado, y el mejor astrologo del mundo, puesto que muchas vezes se engaña, es el demonio, porque no solamente juzga de lo por venir por la ciencia que sabe, sino tambien por las premissas y conjeturas; y como ha tanto tiempo que tiene esperiencia de los casos passados y tanta noticia de los presentes, con facilidad se arroja a juzgar de los por venir, lo que no tenemos los aprendizes desta ciencia, pues hemos   —92→   de juzgar siempre a tiento y con poca seguridad. Con todo esso, alcancé que tu perdicion aula de durar dos años, y que te auia de cobrar este dia, y en esta parte, para remoçar mis canas y para dar gracias a los cielos del hallazgo de mi tesoro, alegrando mi espiritu con tu presencia, puesto que se que ha de ser a costa de algunos sobresaltos: que, por la mayor parte, las buenas andanças no vienen sin el contrapeso de desdichas, las quales tienen jurisdicion y vn modo de licencia de entrarse por los buenos sucessos, para darnos a entender que, ni el bien es eterno, ni el mal durable.

-Los cielos seran seruidos -dixo a esta sazon Auristela, que auia gran tiempo que callaua- de darnos próspero viage, pues nos le promete tan buen hallazgo.

  -fol. 35r-  

La muger prisionera, que auia estado escuchando con grande atencion el razonamiento de Transila, se puso en pie, a pesar de sus cadenas y al de la fuerça que le hazía para que no se leuantasse el que con ella venía preso, y, con voz leuantada, dixo:



  —93→  

ArribaAbajoCapitvlo catorze del primer libro

Donde se declara quien eran los que tan aherrojados venian


-Si es que los afligidos tienen licencia para hablar ante los venturosos, concedaseme a mi por esta vez, donde la breuedad de mis razones templará el fastidio que tuuieredes de escuchallas. Haste quexado -dixo, voluiendose a Transila-, señora donzella, de la barbara costumbre de los de tu ciudad, como si lo fuera aliuiar el trabajo a los menesterosos y quitar la carga a los flacos; si que no es error, por bueno que sea vn cauallo, passearle la carrera primero que se ponga en el, ni va contra la honestidad el vso y costumbre si en el no se pierde la honra, y se tiene por acertado lo que no lo parece; si que mejor gouernará el timon de vna naue el que huuiere sido marinero, que no el que sale de las escuelas de la tierra para ser piloto: la esperiencia en todas las cosas es la mejor maestra de las artes, y assi, mejor te fuera entrar esperimentada en la compañia de tu esposo, que rustica e inculta.

Apenas oyo esta razon vltima el hombre que consigo venia atado, quando dixo, poniendole   —94→   el puño cerrado junto al rostro, amenazandola:

-¡O Rosamunda, o, por mejor dezir, Rosa inmunda!, porque munda, ni lo fuiste, ni lo eres, ni lo serás en tu   -fol. 35v-   vida, si viuiesses mas años que los mismos tiempos, y assi, no me marauillo de que te parezca mal la honestidad ni el buen recato, a que estan obligadas las honradas donzellas. Sabed, señores -mirando a todos los circunstantes, prosiguio-, que esta muger que aqui veis, atada como loca, y libre como atreuida, es aquella famosa Rosamunda89, dama que ha sido concubina y amiga del rey de Inglaterra, de cuyas impudicas costumbres ay largas historias y longissimas memorias entre todas las gentes del mundo. Esta mandò al rey, y, por añadidura, a todo el reyno; puso leyes, quitò leyes; leuantò caydos viciosos y derribó leuantados virtuosos; cumplio sus gustos, tan torpe como publicamente, en menoscabo de la autoridad del rey, y en muestra de sus torpes apetitos, que fueron tantas las muestras, y tan torpes y tantos sus atreuimientos, que, rompiendo los lazos de diamantes y las redes de bronze con que tenia ligado el coraçon del rey, le mouieron a apartarla de si y a menospreciarla en el mismo grado que la auia tenido en precio. Quando esta estaua en la cumbre de su rueda y tenia assida por la guedexa a la fortuna, viuia yo despechado y con desseos de mostrar al mundo quan mal estauan empleados los de mi rey y señor natural; tengo vn cierto espiritu   —95→   satirico y maldiziente, vna pluma veloz y vna lengua libre; deleytanme las maliciosas agudezas, y, por dezir vna, perdere yo, no sólo vn amigo, pero cien mil vidas; no me atauan la lengua prisiones, ni enmudecian destierros, ni atemorizauan amenazas, ni enmendauan castigos; finalmente, a entrambos a dos llegò el dia de nuestra vltima paga: a esta mandò el rey que nadie, en toda la ciudad ni en todos sus reynos y señorios, le diesse, ni dado ni por dineros, otro algun sustento que pan y agua, y que a mi,   -fol. 36r-   junto con ella, nos traxessen a vna de las muchas islas que por aqui ay que fuesse despoblada, y aqui nos dexassen: pena que para mi ha sido mas mala que quitarme la vida, porque, la que con ella passo, es peor que la muerte.

-Mira, Clodio -dixo a esta sazon Rosamunda-, quan mal me hallo yo en tu compañia, que mil vezes me ha venido al pensamiento de arrojarme en la profundidad del mar, y, si lo he dexado de hazer, es por no lleuarte conmigo: que si en el infierno pudiera estar sin ti, se me aliuiaran las penas. Yo confiesso que mis torpezas han sido muchas, pero han caydo sobre sugeto flaco y poco discreto; mas las tuyas han cargado sobre varoniles ombros y sobre discrecion esperimentada, sin sacar de ellas otra ganancia que vna delectacion mas ligera que la menuda paja que en volubles remolinos rebuelue el viento; tu has lastimado mil agenas honras, has aniquilado illustres creditos, has descubierto secretos escondidos, y contaminado linages   —96→   claros; haste atreuido a tu rey, a tus ciudadanos, a tus amigos y a tus mismos parientes, y, en son de dezir gracias, te has desgraciado con todo el mundo. Bien quisiera yo que quisiera el rey que, en pena de mis delitos, acabara con otro genero de muerte la vida en mi tierra, y no con el de las heridas que a cada paso me da tu lengua, de la qual tal vez no estan seguros los cielos ni los santos.

-Con todo esso -dixo Clodio-, jamas me ha acusado la conciencia de auer dicho alguna mentira.

-A tener tu conciencia -dixo Rosamunda- de las verdades que has dicho, tenias harto de que acusarte: que no todas las verdades han de salir en público ni a los ojos de todos.

-Si -dixo a esta sazon Mauricio-, si que tiene razon Rosamunda: que las verdades de las culpas cometidas en   -fol. 36v-   secreto, nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y principes que nos gouiernan; si que no toca a vn hombre particular reprehender a su rey y señor, ni sembrar en los oydos de sus vassallos las faltas de su principe, porque esto no será causa de enmendarle, sino de que los suyos no le estimen; y si la correccion ha de ser fraterna entre todos, ¿por que no ha de gozar deste priuilegio el principe? ¿Por que le han de dezir publicamente y en el rostro sus defetos? Que tal vez la reprehension pública y mal considerada, suele endurecer la condicion del que la recibe, y voluerle antes pertinaz que   —97→   blando; y como es forçoso que la reprehension caiga sobre culpas verdaderas o imaginadas, nadie quiere que le reprehendan en público, y assi, dignamente, los satiricos, los maldizientes, los mal intencionados, son desterrados y echados de sus casas, sin honra y con vituperio, sin que les quede otra alabança que llamarse agudos sobre vellacos, y vellacos sobre agudos, y es como lo que suele dezirse: la traicion contenta; pero el traidor enfada. Y ay mas: que las honras que se quitan por escrito, como buelan y passan de gente en gente, no se pueden reduzir a restitucion, sin la qual no se perdonan los pecados.

-Todo lo se -respondio Clodio-; pero, si quieren que no hable o escriua, cortenme la lengua y las manos, y aun entonces pondre la boca en las entrañas de la tierra, y dare vozes como pudiere, y tendre esperança que de alli salgan las cañas del rey Midas.

-Aora bien -dixo a esta sazon Ladislao-; haganse estas pazes; casemos a Rosamunda con Clodio: quiça con la bendicion del sacramento del matrimonio, y con la discrecion de entrambos, mudando de estado, mudaràn de vída.

-Aun bien-dixo Rosamunda-, que tengo aqui vn cuchillo con que podre hazer vna o dos puertas en mi   -fol. 37r-   pecho por donde salga el alma, que ya tengo casi puesta en los dientes en sólo auer oydo este tan desastrado y desatinado casamiento.

-Yo no me mataré -dixo Clodio-, porque, aunque soy murmurador y maldiziente, el gusto   —98→   que recibo de dezir mal, quando lo digo bien, es tal, que quiero viuir, porque quiero dezir mal; verdad es que pienso guardar la cara a los principes, porque ellos tienen largos braços y alcançan adonde quieren y a quien quieren, y ya la esperiencia me ha mostrado que no es bien ofender a los poderosos, y la caridad christiana enseña que por el principe bueno se ha de rogar al cielo por su vida y por su salud, y por el malo, que le mejore y enmiende.

-Quien todo esso sabe -dixo el barbaro Antonio-, cerca està de enmendarse; no ay pecado tan grande, ni vicio tan apoderado, que, con el arrepentimiento, no se borre o quite del todo. La lengua maldiziente es como espada de dos filos, que corta hasta los huessos, o como rayo del cielo, que, sin romper la vayna, rompe y desmenuza el azero que cubre90; y aunque las conuersaciones y entretenimientos se hazen sabrosos con la sal de la murmuracion, todauia suelen tener los dexos las mas vezes amargos y desabridos. Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñezes de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua; y como sean las palabras como las piedras que se sueltan de la mano, que no se pueden reuocar ni voluer a la parte donde salieron hasta que han hecho su efeto, pocas vezes el arrepentirse de auerlas dicho menoscaba la culpa del que las dixo, aunque ya tengo dicho que vn buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma.



  —99→     -fol. 37v-  

ArribaAbajoCapitvlo qvinze del primer libro desta grande historia

En esto estauan, quando entrò vn marinero en el hospedage, diziendo a vozes:

-Vn vaxel grande viene con las velas tendidas encaminado a este puerto, y hasta agora no he descubierto señal que me de a entender de que parte sea.

A penas dixo esto, quando llegó a sus oydos el son horrible de muchas pieças de artilleria que el vaxel disparò al entrar del puerto, todas limpias y sin bala alguna, señal de paz, y no de guerra; de la misma manera le respondio el vaxel de Mauricio y toda la arcabuzeria de los soldados que en el venian. Al momento todos los que estauan en el hospedage salieron a la marina, y en viendo Periandro el vaxel rezien llegado, conocio ser el de Arnaldo, principe de Dinamarca, de que no recibio contento alguno: antes se le reboluieron las entrañas, y el coraçon le començo a dar saltos en el pecho. Los mismos acidentes y sobresaltos recibio en el suyo Auristela, como aquella que por larga esperiencia sabía la voluntad que Arnaldo le tenia, y no podia acomodar su coraçon a pensar cómo podria ser que las voluntades de Arnaldo y Periandro se auiniessen bien, sin que la rigurosa   —100→   y desesperada flecha de los zelos no les atrauessasse las almas. Ya estaua Arnaldo en el esquife de la naue, y ya llegaua a la orilla, quando se adelantò Periandro a recebille; pero Auristela no se mouio del lugar donde primero puso el pie, y aun quisiera que alli se le hincaran en el suelo y se voluieran en torzidas rayzes, como se voluieron los de la hija de Peneo quando   -fol. 38r-   el ligero corredor Apolo la seguia. Arnaldo, que vio a Periandro, le conocio, y, sin esperar que los suyos le sacassen en ombros a tierra, de vn salto que dio desde la popa del esquife, se puso en ella, y en los braços de Periandro, que con ellos abiertos le recibio, y Arnaldo le dixo:

-Si yo fuesse tan venturoso, amigo Periandro, que contigo hallasse a tu hermana Auristela, ni tendria mal que temer, ni otro bien mayor que esperar.

-Conmigo està, valeroso señor -respondio Periandro-: que los cielos, atentos a fauorecer tus virtuosos y honestos pensamientos, te la han guardado con la entereza que tambien ella por sus buenos desseos merece.

Ya en esto se auia comunicado por la nueua gente y por la que en la tierra estaua quien era el principe que en la naue venia, y todauia estaua Auristela como estatua, sin voz, inmouible, y junto a ella la hermosa Transila, y las dos, al parecer barbaras, Ricla y Constança. Llegó Arnaldo, y, puesto de hinojos ante Auristela, le dixo:

-¡Seas bien hallada, norte por donde se guian mis honestos pensamientos, y estrella fixa   —101→   que me lleua al puerto donde han de tener reposo mis buenos desseos!

A todo esto no respondio palabra Auristela: antes le vinieron las lagrimas a los ojos, que començaron a bañar sus rosadas mexillas. Confuso Arnaldo de tal acidente, no supo determinarse si de pesar o de alegria podia proceder semejante acontecimiento; mas Periandro, que todo lo notaua, y en qualquier mouimiento de Auristela tenia puesto[s] los ojos, sacò a Arnaldo de duda, diziendole:

-Señor, el silencio y las lagrimas de mi hermana nacen de admiracion y de gusto: la admiracion, del verte en parte tan no esperada; y las lagrimas, del gusto de auerte visto; ella es agradecida, como lo deuen ser las bien nacidas, y conoce las obligaciones en que la has puesto de seruirte, con las mercedes y limpio tratamiento que   -fol. 38v-   siempre le has hecho.

Fueronse con esto al hospedage; voluieron a colmarse las mesas de manjares; llenaronse de regozijo los pechos, porque se llenaron las taças de generosos vinos: que, quando se trasiegan por la mar de vn cabo a otro, se mejoran de manera, que no ay nectar que se les yguale91. Esta segunda comida se hizo por respeto del principe Arnaldo. Conto Periandro al principe lo que le sucedio en la isla barbara, con la libertad de Auristela, con todos los sucessos y puntos que hasta aqui se han contado, con que se suspendio Arnaldo, y de nueuo se alegraron y admiraron todos los presentes.



  —102→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y seys del primer libro de Persiles y Sigismunda

En esto, el patron del hospedage dixo:

-No se si diga que me pesa de la bonança que prometen en el mar las señales del cielo: el sol se pone claro y limpio, cerca ni lexos no se descubre zelage alguno, las olas hieren la tierra blanda y suauemente, y las aues salen al mar a espaciarse: que todos estos son indicios de serenidad firme y duradera, cosa que ha de obligar a que me dexen solo tan honrados huespedes como la fortuna a mi hospedage ha traido.

-Assi será -dixo Mauxicio-: que, puesto que vuestra noble compañia se ha de tener por agradable y cara, el desseo de voluer a nuestras patrias no consiente que mucho tiempo la gozemos. De mi se dezir que esta noche, a la primera guarda, me pienso hazer a la vela, si con mi parecer viene el de mi piloto y el de estos señores soldados que en el nauio vienen.

A lo que añadio Arnaldo:

-Siempre la pérdida del tiempo no se   -fol. 39r-   puede cobrar, y la que se pierde en la nauegacion es irremediable.

En efeto; entre todos los que en el puerto estauan, quedò de acuerdo que en aquella noche fuessen de partida la buelta de Inglaterra, a   —103→   quien todos yuan encaminados. Leuantóse Arnaldo de la mesa, y, assiendo de la mano a Periandro, le sacò fuera del hospedage, donde a solas, y sin ser oydo de nadie, le dixo:

-No es possible, Periandro amigo, sino que tu hermana Auristela te aura dicho la voluntad que, en dos años que estuuo en poder del rey mi padre, le mostre, tan ajustada con sus honestos desseos, que jamas me salieron palabras a la boca que pudiessen turbar sus castos intentos; nunca quise saber mas de su hazienda de aquello que ella quiso dezirme, pintandola en mi imaginacion, no como persona ordinaria y de baxo estado, sino como a reyna de todo el mundo, porque su honestidad, su grauedad, su discrecion, tan en estremo estremada, no me daua lugar a que otra cosa pensasse. Mil vezes me le ofreci por su esposo, y esto con voluntad de mi padre, y aun me parecia que era corto mi ofrecimiento. Respondiome siempre que, hasta verse en la ciudad de Roma, adonde yua a cumplir vn voto, no podia disponer de su persona; jamas me quiso dezir su calidad ni la de sus padres, ni yo, como ya he dicho, le importuné me la dixesse, pues ella sola, por si misma, sin que trayga depen[den]cia de otra alguna nobleza, merece, no solamente la corona de Dinamarca, sino de toda la monarquia de la tierra. Todo esto te he dicho, Periandro, para que, como varon de discurso y entendimiento, consideres que no es muy baxa la ventura que està llamando a las puertas de tu comodidad y la de tu hermana, a   —104→   quien desde aqui me ofrezco por su esposo, y prometo de cumplir este ofrecimiento quando ella quisiere y adonde quisiere: aqui, debaxo destos pobres techos, o en los dorados de la famosa   -fol. 39v-   Roma; y assimismo te ofrezco de contenerme en los limites de la honestidad y buen decoro, si bien viesse consumirme en los ahincos y desseos que trae consigo la concupicencia desenfrenada y la esperança propinqua, que suele fatigar mas que la apartada.

Aqui dio fin su plática Arnaldo, y estuuo atentissimo a lo que Periandro auia de responderle, que fue:

-Bien conozco, valeroso principe Arnaldo, la obligacion en que yo y mi hermana te estamos por las mercedes que hasta aqui nos has hecho y por la que agora de nueuo nos hazes: a mi, por ofrecerte por mi hermano, y a ella, por esposo; pero, aunque parezca locura que dos miserables peregrinos, desterrados de su patria, no admitan luego luego el bien que se les ofrece, te se dezir no ser possible el recebirle, como es possible el agradecerle. Mi hermana y yo vamos, lleuados del destino y de la elecion, a la santa ciudad de Roma, y, hasta vernos en ella, parece que no tenemos ser alguno ni libertad para vsar de nuestro aluedrio. Si el cielo nos lleuare a pisar la santissima tierra y adorar sus reliquias santas, quedaremos en disposicion de disponer de nuestras hasta agora impedidas voluntades, y entonces será92 la mía toda empleada en seruirte. Sete dezir tambien que, si llegares al   —105→   cumplimiento de tu buen desseo, llegaràs a tener vna esposa de illustrissimo linage nacida, y vn hermano que lo sea mejor que cuñado, y, entre las muchas mercedes que entrambos a dos hemos recebido, te suplico me hagas a mi vna, y es que no me preguntes mas de nuestra hazienda y de nuestra vida, porque no me obligues a que sea mentiroso, inuentando quimeras que dezirte mentirosas y falsas, por no poder contarte las verdaderas de nuestra historia.

-Dispon de mi -respondio Arnaldo-, hermano mio, a toda tu voluntad y gusto, haziendo cuenta   -fol. 40r-   que yo soy cera, y tu el sello que has de imprimir en mi lo que quisieres; y, si te parece, sea nuestra partida esta noche a Inglaterra, que de alli facilmente passaremos a Francia y a Roma, en cuyo viage, y del modo que quisieredes, pienso acompañaros, si dello gustaredes.

Aunque le pesò a Periandro deste vltimo ofrecimiento, le admitio, esperando en el tiempo y en la dilacion, que tal vez mejora los sucessos; y abraçandose los dos cuñados en esperança, se voluieron al hospedage a dar traça en su partida. Auia visto Auristela cómo Arnaldo y Periandro auian salido juntos, y estaua temerosa del fin que podía tener el de su plática; y puesto que conocia la modestia en el príncipe Arnaldo, y la mucha discrecion de Periandro, mil generos de temores la sobresalteauan, pareciendole que, como el amor de Arnaldo ygualaua a su poder, podia remitir a la fuerça sus ruegos: que tal vez en los pechos de los desdeñados   —106→   amantes se conuierte la paciencia en rabia, y la cortesia en descomedimiento; pero, quando los vio venir tan sossegados y pacificos, cobrò casi los perdidos espiritus. Clodio el maldiziente, que ya auia sabido quien era Arnaldo, se le echò a los pies, y le suplicò le mandasse quitar la cadena y apartar de la compañia de Rosamunda. Mauricio le conto luego la condicion, la culpa y la pena de Clodio y la de Rosamunda. Mouido a compassion dellos, hizo, por vn capitan que los traia a su cargo, que los desherrassen y se los entregassen, que el tomaua a su cargo alcançarles perdon de su rey, por ser su grande amigo; viendo lo qual, el maldiziente Clodio dixo:

-Si todos los señores se ocupassen en hazer buenas obras, no auria quien se ocupass(s)e en dezir mal dellos; pero ¿por que ha de esperar el que obra mal que digan bien del? Y si las obras virtuosas y bien hechas son calumniadas de la malicia humana,   -fol. 40v-   ¿por que no lo seran las malas? ¿Por que ha de esperar el que siembra zizaña y maldad, de buen fruto su cosecha? Lleuame contigo, ¡o principe!, y veras cómo pongo sobre el cerco de la luna tus alabanças.

-No, no -respondio Arnaldo-; no quiero que me alabes por las obras que en mi son naturales; y mas, que la alabança tanto es buena, quanto es bueno el que la dize, y tanto es mala, quanto es vicioso y malo el que alaba: que si la alabança es premio de la virtud, si el que alaba es virtuoso, es alabança; y si vicioso, vituperio.



  —107→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y siete del primer libro

Da cuenta Arnaldo del sucesso de Taurisa


Con gran desseo estaua Auristela de saber lo que Arnaldo y Periandro passaron en la plática que tuuieron fuera del hospedage, y aguardaua comodidad para preguntarselo a Periandro, y para saber de Arnaldo que se auia hecho su donzella Taurisa; y, como si Arnaldo le adeuinara los pensamientos, le dixo:

-Las desgracias que has passado, hermosa Auristela, te auran lleuado de la memoria las que tenias en obligacion de acordarte dellas, entre las quales querria que huuiessen borrado de ella a mi mismo, que, con sola la imaginacion de pensar que algun tiempo he estado en ella, viuiria contento, pues no puede auer oluido de aquello de quien no se ha tenido acuerdo: el oluido presente cae sobre la memoria del acuerdo passado; pero, como quiera que sea, acuerdesete de mi o no te acuerdes, de todo lo que hizieres estoy contento: que los cielos, que me   -fol. 41r-   han destinado para ser tuyo, no me dexan hazer otra cosa; mi aluedrio lo es para obedecerte. Tu hermano Periandro me ha contado muchas de las cosas que despues que te robaron   —108→   de mi reyno te han sucedido: vnas me han admirado, otras suspendido, y estas y aquellas espantado. Veo assimismo que tienen fuerça las desgracias para borrar de la memoria algunas obligaciones que parecen forçosas: ni me has preguntado por mi padre, ni por Taurisa, tu donzella; a el dexé yo bueno, y con desseo de que te buscasse y te hallasse; a ella la traxe conmigo, con intencion de venderla a los barbaros, para que siruiesse de espia y viesse si la fortuna te auia lleuado a su poder. De cómo vino al mio tu hermano Periandro, ya el te lo aura contado, y el concierto que entre los dos hizimos; y aunque muchas vezes he prouado voluer a la isla barbara, los vientos contrarios no me han dexado, y aora voluia con la misma intencion y con el mismo desseo, el qual me ha cumplido el cielo con bienes de tantas ventajas como son de tenerte en mi presencia, aliuio vniuersal de mis cuydados. Taurisa, tu donzella, aura dos dias que la entregué a dos caualleros amigos mios que encontre en medio desse mar, que en vn poderoso nauio yuan a Irlanda, a causa que Taurisa yua muy mala y con poca seguridad de la vida; y como este nauio en que yo ando mas se puede llamar de cossario que de hijo de rey, viendo que en el no auia regalos ni medicinas, que piden los enfermos, se la entregué para que la lleuassen a Irlanda y la entregassen a su principe, que la regalasse, curasse y guardasse hasta que yo mismo fuesse por ella. Oy he dexado apuntado con tu hermano   —109→   Periandro que nos partamos mañana, o ya para Inglaterra, o ya para España o Francia: que, a do quiera que arribemos, tendremos segura comodidad para poner en efeto los honestos   -fol. 41v-   pensamientos que tu hermano me ha dicho que tienes; y yo en este entretanto lleuaré sobre los ombros de mi paciencia mis esperanças, sustentadas con el arrimo de tu buen entendimiento. Con todo esto, te ruego, señora, y te suplico, que mires si con nuestro parecer viene y ajusta el tuyo, que, si algun tanto dissuena, no le pondremos en execucion.

-Yo no tengo otra voluntad -respondio Auristela- sino la de mi hermano Periandro, ni el, pues es discreto, querra salir vn punto de la tuya.

-Pues si assi es -replicò Arnaldo-, no quiero mandar, sino obedecer, porque no digan que, por la calidad de mi persona, me quiero alçar con el mando a mayores.

Esto fue lo que passò a Arnaldo con Auristela, la qual se lo conto todo a Periandro, y aquella noche Arnaldo, Periandro, Mauricio, Ladislao y los dos capitanes, y el nauio ingles, con todos los que salieron de la isla barbara, entraron en consejo y ordenaron su partida en la forma siguiente:



  —110→  

ArribaAbajoCapitvlo diez y ocho del primer libro

Donde Mauricio sabe por la astrologia vn mal sucesso que les auino en el mar


En la naue donde vinieron Mauricio y Ladislao, los capitanes y soldados que traxeron a Rosamunda y a Clodio, se enuarcaron todos aquellos que salieron de la mazmorra y prision de la isla barbara, y en el nauio de Arnaldo se acomodaron93 Ricla y Constança, y los dos Antonios, padre y hijo, Ladislao, Mauricio y Transila, sin consentir Arnaldo que se quedassen en tierra Clodio y Rosamunda; Rutilio se acomodò con Arnaldo. Hizieron agua aquella noche, recogiendo y comprando del   -fol. 42r-   huesped todos los bastimentos que pudieron, y, auiendo mirado los puntos mas conuenientes para su partida, dixo Mauricio que, si la buena suerte les escapaua de vna mala que les amenazaua muy propinqua, tendria buen sucesso su viage; y que el tal peligro, puesto que era de agua, no auia de suceder, si sucediesse, por borrasca ni tormenta del mar ni de tierra, sino por vna traicion, mezclada y aun forjada del todo de deshonestos y lasciuos desseos. Periandro, que siempre andaua sobresaltado con la compañia de Arnaldo,   —111→   vino a temer si aquella traicion auia de ser fabricada por el principe para alçarse con la hermosa Auristela, pues la auia de lleuar en su nauio; pero opusose a todo este mal pensamiento la generosidad de su ánimo, y no quiso creer lo que temia, por parecerle que, en los pechos de los valerosos principes, no deuen hallar acogida alguna las traiciones; pero no por esto dexò de pedir y rogar a Mauricio mirasse muy bien de que parte les podía venir el daño que les amenazaua. Mauricio respondio que no lo sabía, puesto que le tenia por cierto, aunque templaua su rigor con que ninguno de los que en el se hallassen auia de perder la vida, sino el sossiego y la quietud, y auian de ver rompidos la mitad de sus dissinios, sus mas bien encaminadas esperanças. A lo que Periandro le replicò que detuuiessen algunos dias la partida: quiça, con la tardança del tiempo, se mudarian o se templarian los influxos rigurosos de las estrellas.

-No -replicò Mauricio-; mejor es arrojarnos en las manos deste peligro, pues no llega a quitar la vida, que no intentar otro camino que nos lleue a perderla.

-Ea, pues -dixo Periandro-; echada está la suerte; partamos en buen hora, y haga el cielo lo que ordenado tiene, pues nuestra diligencia no lo puede escusar.

Satisfizo Arnaldo al buesped magnificamente, con muchos dones, el buen hospedage, y vnos en vnos   -fol. 42v-   nauios, y otros en otros, cada qual segun y como vio que mas le conuenia, dexó el   —112→   puerto desembaraçado y se hizo a la vela. Salio el nauio de Arnaldo adornado de ligeras flamulas y vanderetas, y de pintados y vistosos gallardetes. Al çarpar los hierros y tirar las ancoras, disparò assi la gruessa como la menuda artilleria; rompieron los ayres los sones de las chirimias y los de otros instrumentos musicos y alegres; oyeronse las vozes de los que dezian, reiterandolo a menudo: «¡Buen viage, buen viage!» A todo esto, no alçaua la cabeça de sobre el pecho la hermosa Auristela, que, casi como presaga del mal que le auia de venir, yua pensatiua; mirauala Periandro, y remirauala Arnaldo, teniendola cada vno hecha blanco de sus ojos, fin de sus pensamientos y principio de sus alegrias. Acabóse el dia; entróse la noche, clara, serena, despejando vn ayre blando los zelages, que parece que se yuan a juntar si los dexaran. Puso los ojos en el cielo Mauricio, y de nueuo tornò a mirar en su imaginacion las señales de la figura que auia leuantado, y de nueuo confirmò el peligro que les amenazaua; pero nunca supo atinar de que parte les vendria. Con esta confusion y sobresalto se quedò dormido encima de la cubierta de la naue, y, de alli a poco, desperto despauorido, diziendo a grandes vozes:

-¡Traicion, traicion, traicion! ¡Despierta, principe Arnaldo, que los tuyos nos matan!

A cuyas vozes se leuantò Arnaldo, que no dormia, puesto que estaua echado junto a Periandro en la misma cubierta, y dixo:

-¿Que has, amigo Mauricio? ¿Quien nos   —113→   ofende o quien nos mata? Todos los que en este nauio vamos ¿no somos amigos? ¿No son todos los mas vassallos y criados mios? ¿El cielo no està claro y sereno, el mar tranquilo y blando, y el vaxel, sin tocar en escollo ni en vaxio, no nauega? ¿Ay alguna remora que   -fol. 43r-   nos detenga? Pues si no ay nada desto, ¿de que temes, que ansi con tus sobresaltos nos atemorizas?

-No se -replicò Mauricio-; haz, señor, que baxen los buzanos a la sentina, que, si no es sueño, a mi me parece que nos vamos anegando.

No huuo bien acabado esta razon, quando quatro o seys marineros se dexaron calar al fondo del nauio, y le requirieron todo, porque eran famosos buzanos, y no alla(na)ron costura alguna por donde entrasse agua al nauio, y bueltos a la cubierta, dixeron que el nauio yua sano y entero, y que el agua de la sentina estaua turbia y hedionda, señal clara de que no entraua agua nueua en la naue.

-Assi deue de ser -dixo Mauricio-; sino que yo, como viejo, en quien el temor tiene su assiento de ordinario, hasta los sueños me espantan; y plega a Dios que este mi sueño lo sea, que yo me holgaría de parecer viejo temeroso, antes que verdadero judiciario.

Arnaldo le dixo:

-Sossegaos, buen Mauricio, porque vuestros sueños le quitan a estas señoras.

-Yo lo hare assi, si puedo -respondio Mauricio.

  —114→  

Y tornandose a echar sobre la cubierta, quedò el nauio lleno de muy sossegado silencio, en el qual Rutilio, que yua sentado al pie del arbol mayor, combidado de la serenidad de la noche, de la comodidad del tiempo, o de la voz, que la tenia estremada, al son del viento, que dulcemente heria en las velas, en su propia lengua toscana, començo a cantar esto, que, buelto en lengua española, assi dezia:



   Huye el rigor de la inuencible mano,
aduertido, y encierrase en el arca
de todo el mundo el general monarca
con las reliquias del linage humano.

   El dilatado asylo, el soberano  5
lugar rompe los fueros de la Parca,
-fol. 43v-
que entonces, fiera y licenciosa, abarca
quanto alienta y respira el ayre vano.

    Vense en la excelsa maquina encerrarse
el leon y el cordero, y, en segura  10
paz, la paloma al fiero alcon vnida;

    sin ser milagro, lo discorde amarse:
que, en el comun peligro y desuentura,
la natural inclinacion se oluida.



El que mejor entendiò lo que cantò Rutilio, fue el barbaro Antonio, el qual le dixo assimismo:

-Bien canta Rutilio, y si, por ventura, es suyo el soneto que ha cantado, no es mal poeta; aunque ¿cómo lo puede ser bueno vn oficial? Pero no digo bien: que yo me acuerdo auer   —115→   visto en mi patria, España, poetas de todos los oficios.

Esto dixo en voz que la oyo Mauricio, el principe y Periandro, que no dormian, y Mauricio dixo:

-Possible cosa es que vn oficial sea poeta, porque la poesia no està en las manos, sino en el entendimiento, y tan capaz es el alma del sastre para ser poeta, como la de vn maesse de campo; porque las almas todas son yguales, y de vna misma massa en sus principios criadas y formadas por su hazedor, y, segun la caxa y temperamento del cuerpo donde las encierra, assi parecen ellas mas o menos discretas, y atienden y se aficionan a saber las ciencias, artes o habilidades a que las estrellas mas las inclinan; pero mas principalmente y propia se dize que el poeta nascitur. Assi que no ay que admirar de que Rutilio sea poeta, aunque aya sido maestro de dançar.

-Y tan grande -replicó Antonio-, que ha hecho cabriolas en el ayre mas arriba de las nubes.

-Assi es -respondio Rutilio, que todo esto estaua escuchando-:   -fol. 44r-   que yo las hize casi junto al cielo quando me traxo, cauallero en el manto, aquella hechizera desde Toscana, mi patria, hasta Noruega, donde la matè, que se auia conuertido en figura de loba, como ya otras vezes he contado.

-Esso de conuertirse en lobas y lobos algunas gentes destas setentrionales, es vn error   —116→   grandissimo -dixo Mauricio-, aunque admitido de muchos.

-¿Pues cómo es esto -dixo Arnaldo-, que comunmente se dize, y se tiene por cierto, que en Inglaterra andan por los campos manadas de lobos, que de gentes humanas se han conuertido en ellos?

-Esso -respondio Mauricio- no puede ser en Inglaterra, porque, en aquella isla templada y fertilissima, no sólo no se crian lobos, pero ninguno otro animal nociuo, como si dixessemos serpientes, viuoras, sapos, arañas y escorpiones: antes es cosa llana y manifiesta que, si algun animal ponçoñoso traen de otras partes a Inglaterra, en llegando a ella, muere; y si de la tierra desta isla lleuan a otra parte a alguna tierra, y cercan con ella a alguna viuora, no osa ni puede salir del cerco que la aprisiona y rodea, hasta quedar muerta94. Lo que se ha de entender desto de conuertirse en lobos, es que ay vna enfermedad, a quien llaman los medicos mania lupina95, que es de calidad que, al que la padece, le parece que se ha conuertido en lobo, y ahulla como lobo, y se juntan con otros heridos del mismo mal, y andan en manadas por los campos y por los montes, ladrando ya como perros, o ya ahullando como lobos; despedaçan los arboles, matan a quien encuentran, y comen la carne cruda de los muertos, y oy dia se yo que ay en la isla de Sicilia, que es la mayor del mar mediterraneo, gentes deste genero, a quien los sicilianos llaman lobos menar96, los quales,   —117→   antes que les de tan pestifera enfermedad, lo sienten, y dizen a los que estan   -fol. 44v-   junto a ellos que se aparten y huyan dellos, o que los aten o encierren, porque, si no se guardan, los hazen pedaços a bocados, y los desmenuzan, si pueden, con las vñas, dando terribles y espantosos ladridos. Y es esto tanta verdad, que, entre los que se han de casar, se haze informacion bastante de que ninguno dellos es tocado desta enfermedad; y si despues, andando el tiempo, la esperiencia muestra lo contrario, se dirime el matrimonio. Tambien es opinion de Plinio, segun lo escriue en el lib. 8, cap. 2297, que entre los arcades ay vn genero de gente, la qual, passando vn lago, cuelga los vestidos que lleua de vna encina, y se entra desnudo la tierra dentro, y se junta con la gente que alli halla de su linage en figura de lobos, y está con ellos nueue años, al cabo de los quales buelue a passar el lago, y cobra su perdida figura. Pero todo esto se ha de tener por mentira, y, si algo ay, passa en la imaginacion, y no realmente.

-No se -dixo Rutilio-; lo que se, es que maté la loba, y hallé muerta a mis pies la hechizera.

-Todo esso puede ser-replicò Mauricio-, porque la fuerça de los hechizos de los maleficos y encantadores, que los ay, nos haze ver vna cosa por otra; y quede desde aqui assentado que no ay gente alguna que mude en otra su primer naturaleza.

-Gusto me ha dado grande -dixo Arnaldo-   —118→   el saber esta verdad, porque tambien yo era vno de los credulos deste error; y lo mismo deue de ser lo que las fabulas cuentan de la conuersion en cueruo del rey Artus, de Inglaterra, tan creyda de aquella discreta nacion, que se abstienen de matar cueruos en toda la isla98.

-No se -respondio Mauricio- de donde tomò principio essa fabula, tan creyda como mal imaginada.

En esto fueron razonando casi toda la noche, y, al despuntar del dia, dixo Clodio, que hasta alli auia estado oyendo y callando:

-Yo soy vn hombre a quien no se le da por aueriguar estas cosas vn dinero;   -fol. 45r-   ¿que se me da a mi que aya lobos hombres o no, o que los reyes anden en figura de cueruos o de aguilas?; aunque, si se huuiessen de conuertir en aues, antes querria que fuessen en palomas, que en milanos.

-Passo, Clodio; no digas mal de los reyes, que me parece que te quieres dar algun filo a la lengua para cortarles el credito.

-No -respondio Clodio-; que el castigo me ha puesto vna mordaça en la boca, o, por mejor dezir, en la lengua, que no consiente que la mueua, y assi, antes pienso de aqui adelante rebentar callando, que alegrarme hablando. Los dichos agudos, las murmuraciones dilatadas, si a vnos alegran, a otros entristezen. Contra el callar, no ay castigo ni respuesta. Viuir quiero en paz los dias que me quedan de la vida, a la sombra de tu generoso amparo, puesto que por   —119→   momentos me fatigan ciertos impetus maliciosos que me hazen baylar la lengua en la boca, y malograrseme entre los dientes mas de quatro verdades, que andan por salir a la plaça del mundo. ¡Siruase Dios con todo!

A lo que dixo Auristela:

-De estimar es, ¡o Clodio!, el sacrificio que hazes al cielo de tu silencio.

Rosamunda, que era vna de las llegadas a la conuersacion, voluiendose a Auristela, dixo:

-El dia que Clodio fuere callado, sere yo buena, porque en mi la torpeza y en el la murmuracion son naturales, puesto que mas esperança puedo yo tener de enmendarme, que no el, porque la hermosura se enuejeze con los años, y, faltando la belleza, menguan los torpes desseos; pero sobre la lengua del maldiziente no tiene jurisdicion el tiempo; y assi, los ancianos murmuradores hablan mas quanto mas viejos, porque han visto mas, y todos los gustos de los otros sentidos, los han cifrado y recogido a la lengua.

-Todo es malo -dixo Transila-. Cada qual por su camino va a parar a su perdicion.

-El que nosotros aora hazemos -dixo Ladislao- próspero y felice   -fol. 45v-   ha de ser, segun el viento se muestra fauorable, y el mar tranquilo.

-Assi se mostraua esta passada noche -dixo la barbara Constança-; pero el sueño del señor Mauricio nos puso en confusion y alboroto tanto, que ya yo pense que nos auia sorbido el mar a todos.

  —120→  

En verdad, señora -respondio Mauricio-, que, si yo no estuuiera enseñado en la verdad catolica, y me acordara de lo que dize Dios en el Leuitico: «No seais agoreros, ni deis credito a los sueños, porque no a todos es dado el entenderlos»99, que me atreuiera a juzgar del sueño que me puso en tan gran sobresalto, el qual, segun a mi parecer, no me vino por algunas de las causas de donde suelen proceder los sueños, que, quando no son reuelaciones diuinas o ilusiones del demonio, proceden, o de los muchos manjares, que suben vapores al cerebro, con que turban el sentido comun, o ya de aquello que el hombre trata mas de dia100. Ni el sueño que a mi me turbò cae debaxo de la obseruacion de la astrologia, porque, sin guardar puntos ni obseruar astros, señalar rumbos ni mirar imagenes, me parecio ver visiblemente que, en vn gran palacio de madera, donde estauamos todos los que aqui vamos, llouian rayos del cielo que le abrian todo, y, por las bocas que hazian, descargauan las nubes, no sólo vn mar, sino mil mares de agua; de tal manera, que, creyendo que me yua anegando, comence a dar vozes y a hazer los mismos ademanes que suele hazer el que se anega; y aun no estoy tan libre deste temor, que no me queden algunas reliquias en el alma. Y como se que no ay mas cierta astrologia que la prudencia, de quien nacen los acertados discursos, ¿qué mucho que, yendo nauegando en vn nauio de madera, tema rayos del cielo, nubes del ayre y aguas de la mar?   —121→   Pero lo que mas me confunde y suspende, es que, si algun daño nos   -fol. 46r-   amenaza, no ha de ser de ningun elemento que destinada y precisamente se disponga a ello, sino de vna traicion, forjada, como ya otra vez he dicho, en algunos lasciuos pechos.

-No me puedo persuadir -dixo a esta sazon Arnaldo- que, entre los que van por el mar nauegando, puedan entremeterse las blanduras de Venus ni los apetitos de su torpe hijo; al casto amor bien se le permite andar entre los peligros de la muerte, guardandose para mejor vida.

Esto dixo Arnaldo, por dar a entender a Auristela y a Periandro, y a todos aquellos que sus desseos conocian, quan ajustados yuan sus mouimientos con los de la razon; y prosiguio diziendo:

-El principe, justa razon es que viua seguro entre sus vassallos, que, el temor de las traiciones, nace de la injusta vida del principe.

-Assi es -respondio Mauricio-, y aun es bien que assi sea; pero dexemos passar este dia, que, si el da lugar a que llegue la noche sin sobresaltarnos, yo pedire y las dare albricias del buen sucesso.

Yua el sol a esta sazon a ponerse en los braços de Tetis, y el mar se estaua con el mismo sossiego que hasta alli auia tenido; soplaua fauorable el viento; por parte ninguna se descubrian zelajes que turbassen los marineros; el cielo, la mar, el viento, todos juntos y cada   —122→   vno de por si, prometian felicissimo viage, quando el prudente Mauricio dixo en voz turbada y alta:

-¡Sin duda nos anegamos! ¡Anegamonos, sin duda!



  —123→     -fol. 46v-  

ArribaAbajoCapitvlo diez y nveue del primero libro

Donde se da cuenta de lo que dos soldados hizieron, y la diuision de Periandro y Auristela


A cuyas vozes respondio Arnaldo:

-¿Cómo es esto, ¡o gran Mauricio! ¿Que aguas nos sorben o que mares nos tragan? ¿Que olas nos embisten?

La respuesta que le dieron a Arnaldo, fue ver salir debaxo de la cubierta a vn marinero despauorido, echando agua por la boca y por los ojos, diziendo con palabras turbadas y mal compuestas:

-Todo este nauio se ha abierto por muchas partes; el mar se ha entrado en el tan a rienda suelta, que presto le vereis sobre esta cubierta. Cada vno atienda a su salud y a la conseruacion de la vida. Acogete, ¡o principe Arnaldo!, al esquife o a la varca, y lleua contigo las prendas que mas estimas, antes que tomen entera possession dellas estas amargas aguas.

Estancò en esto el nauio, sin poderse mouer, por el peso de las aguas, de quien ya estaua lleno; amaynò el piloto todas las velas de golpe, y todos, sobresaltados y temerosos, acudieron a buscar su remedio: el principe y Periandro   —124→   fueron al esquife, y, arrojandole al mar, pusieron en el a Auristela, Transila, Ricla y a la barbara Constança, entre las quales, viendo que no se acordauan della, se arrojò Rosamunda, y tras ella mandó Arnaldo entrasse Mauricio. En este tiempo andauan dos soldados descolgando la varca que al costado del nauio venia assída, y el vno dellos, viendo que el otro queria ser el primero que entrasse dentro, sacando vn puñal de la cinta, se le enuaynò en el pecho, diziendo a vozes:

-Pues nuestra culpa ha sido   -fol. 47r-   fabricada tan sin prouecho, esta pena te sirua a ti de castigo, y a mi de escarmiento; a lo menos, el poco tiempo que me queda de vida.

Y diziendo esto, sin querer aprouecharse del acogimiento que la varca les ofrecia, desesperadamente se arrojò al mar, diziendo a vozes, y con mal articuladas palabras:

-Oye, ¡o Arnaldo!, la verdad que te dize este traidor, que en tal punto es bien que la diga: yo y aquel a quien me viste passar el pecho, por muchas partes abrimos y taladramos este nauio, con intencion de gozar de Auristela y de Transila, recogiendolas en el esquife; pero, auiendo visto yo auer salido mi dissinio contrario de mi pensamiento, a mi compañero quité la vída, y a mi me doy la muerte.

Y, con esta vltima palabra, se dexò yr al fondo de las aguas, que le estoruaron la respiracion del ayre y le sepultaron en perpetuo silencio; y aunque todos andauan confusos y ocupados,   —125→   buscando, como se ha dicho, en el comun peligro algun remedio, no dexò de oyr las razones Arnaldo del desesperado, y el y Periandro acudieron a la varca, y auíendo, antes que entrassen en ella, ordenado que entrasse en el esquife Antonio el moço, sin acordarse de recoger algun bastimento, el, Ladislao, Antonio el padre, Periandro y Clodio, se entraron en la varca, y fueron a abordar con el esquife, que algun tanto se auia apartado del nauio, sobre el qual ya passauan las aguas, y no se parecia del sino el arbol mayor, como en señal que alli estaua sepultado. Llegóse en esto la noche, sin que la varca pudiesse alcançar al esquife, desde el qual daua vozes Auristela llamando a su hermano Periandro, que la respondia, reiterando muchas vezes su para el dulcissimo nombre. Transila y Ladislao hazian lo mismo, y encontrauanse en los ayres las vozes de «¡Dulcissimo esposo mio!» y «¡Amada esposa mia!», donde se rompían sus dissinios y se deshazian sus esperanças con la impossibilidad   -fol. 47v-   de no poder juntarse, a causa que la noche se cubria de escuridad, y los vientos començaron a soplar de partes diferentes.

En resolucion, la varca se apartò del esquife, y, como mas ligera y menos cargada, volo por donde el mar y el viento quisieron lleuarla; el esquife, mas con la pesadumbre que con la carga de los que en el yuan, se quedó como si a posta quisieran que no nauegara. Pero quando la noche cerro con mas escuridad que al principio,   —126→   començaron a sentir de nueuo la desgracia sucedida; vieronse en mar no conocida, amenazados de todas las inclemencias del cielo, y faltos de la comodidad que les podia ofrecer la tierra; el esquife sin remos y sin bastimentos, y la hambre sólo detenida de la pesadumbre que sintieron. Mauricio, que auia quedado por patron y por marinero del esquife, ni tenia con que, ni sabia cómo guialle: antes, segun los llantos, gemidos y suspiros de los que en el yuan, podia temer que ellos mismos le anegarian; miraua las estrellas, y, aunque no parecian de todo en todo, algunas, que por entre la escuridad se mostrauan, le dauan indicio de venidera serenidad, pero no le mostrauan en que parte se hallaua. No consintio el sentimiento que el sueño aliuiasse su angustia, porque se les passò la noche velando, y se vino el dia, no a mas andar, como dizen, sino para mas penar, porque con el descubrieron por todas partes el mar cerca y lexos, por ver si topauan los ojos con la varca que les lleuaua(n) las almas, o alguno otro vaxel que les prometiesse ayuda y socorro en su necessidad; pero no descubrieron otra cosa que vna isla a su mano yzquierda, que juntamente los alegrò y los entristezio: nacio la alegria de ver cerca la tierra, y la tristeza, de la impossibilidad de poder llegar a ella, si ya el viento no los lleuasse. Mauricio era el que mas confiaua de la salud de todos, por auer hallado,   -fol. 48r-   como se ha dicho, en la figura que, como judiciario, auia leuantado, que aquel sucesso no   —127→   amenazaua muerte, sino descomodidades casi mortales.

Finalmente, el fauor de los cielos se mezcló con los vientos, que poco a poco lleuaron el esquife a la isla, y les dio lugar de tomarle en la tierra en vna espaciosa playa, no acompañada de gente alguna, sino de mucha cantidad de nieue, que toda la cubria. Miserables son y temerosas las fortunas del mar, pues los que las padecen se huelgan de trocarlas con las mayores que en la tierra se les ofrezcan. La nieue de la desierta playa les parecio blanda arena, y la soledad, compañia. Vnos en braços de otros desenuarcaron; el moço Antonio fue el Atlante de Auristela y de Transila, en cuyos ombros tambien desenuarcaron Rosamunda y Mauricio, y todos se recogieron al abrigo de vn peñon que no lexos de la playa se mostraua, auiendo antes, como mejor pudieron, varado el esquife en tierra, poniendo en el, despues de en Dios, su esperança. Antonio, considerando que la hambre auia de hazer su oficio, y que ella auia de ser bastante a quitarles las vidas, aprestò su arco, que siempre de las espaldas le colgaua, y dixo que el queria yr a descubrir la tierra, por ver si hallaua gente en ella, o alguna caça que socorriesse su necessidad. Vinieron todos con su parecer, y assi se entrò con ligero paso por la isla, pisando, no tierra, sino nieue, tan dura, por estar elada, que le parecia pisar sobre pedernales. Siguiole, sin que el lo echasse de ver, la torpe Rosamunda, sin ser impedida de los   —128→   demas, que creyeron que alguna natural necessidad la forçaua a dexallos. Boluio la cabeça Antonio a tiempo, y en lugar donde nadie los podia ver, y viendo junto a si a Rosamunda, le dixo:

-La cosa de que menos necessidad tengo, en esta que agora padecemos, es la de tu compañia. ¿Que quieres,   -fol. 48v-   Rosamunda? Vueluete, que ni tu tienes armas con que matar genero de caça alguna, ni yo podre acomodar el paso a esperarte. ¿Que me sigues?

-¡O inesperto moço -respondio la muger torpe-, y quan lexos estàs de conocer la intencion con que te sigo y la deuda que me deues!

Y en esto se llegò junto a el, y prosiguio diziendo:

-Ves aqui, ¡o nueuo caçador, mas hermoso que Apolo!, otra nueua Dafne, que no te huye, sino que te sigue. No mires que ya a mi belleza la marchita el rigor de edad, ligera siempre, sino considera en mi a la que fue Rosamunda, domadora de las ceruices de los reyes y de la libertad de los mas essentos hombres. Yo te adoro, generoso jouen, y aqui, entre estos yelos y nieues, el amoroso fuego me està haziendo ceniza el coraçon. Gozemonos, y tenme por tuya, que yo te lleuarè a parte donde llenes las manos de tesoros, para ti, sin duda alguna, de mi recogidos y guardados, si llegamos a Inglaterra, donde mil vandos de muerte tienen amenazada mi vida. Escondido te lleuaré adonde te   —129→   entregues en mas oro que tuuo Midas, y en mas riquezas que acumulò Crasso.

Aqui dio fin a su plática, pero no al mouimiento de sus manos, que arremetieron a detener las de Antonio, que de si las apartaua, y, entre esta tan honesta como torpe contienda, dezia Antonio:

-¡Detente, o harpia! ¡No turbes ni afees las limpias mesas de Fineo! ¡No fuerces, o barbara egipcia101, ni incites la castidad y limpieça deste que no es tu esclauo! ¡Taraçate la lengua, sierpe maldita; no pronuncies con deshonestas palabras lo que tienes escondido en tus deshonestos desseos! ¡Mira el poco lugar que nos queda desde este punto al de la muerte, que nos està amenazando con la hambre y con la incertidumbre de la salida deste lugar, que, puesto que fuera cierta, con otra102 intencion la acompañara que con la que me has descubierto! ¡Desuiate de mi y no me sigas, que castigaré   -fol. 49r-   tu atreuimiento y publicaré tu locura! Si te vuelues, mudaré proposito y pondre en silencio tu desuerguença; si no me dexas, te quitaré la vida.

Oyendo lo qual la lasciua Rosamunda, se le cubrio el coraçon, de manera que no dio lugar a suspiros, a ruegos ni a lagrimas. Dexóla Antonio, sagaz y aduertido; voluiose Rosamunda, y el siguio su camino; pero no hallò en el cosa que le assegurasse, porque las nieues eran muchas, y los caminos asperos, y la gente ninguna; y aduirtiendo que, si adelante passaua, podia perder el camino de buelta, se boluio a juntar   —130→   con la compañia. Alçaron todos las manos al cielo, y pusieron los ojos en la tierra, como admirados de su desuentura. A Mauricio dixeron que boluieran al mar el esquile, pues no era possible remediarse en la impossibilidad y soledad de la isla.



  —131→  

ArribaAbajoCapitvlo veynte

De vn notable caso que sucedio en la isla neuada


A poco tiempo que passò el dia, desde lexos vieron venir vna naue gruessa, que les leuantò las esperanças de tener remedio. Amaynò las velas, y parecio que se dexaua detener las ancoras, y con diligencia presta arrojaron el esquife a la mar, y se vinieron a la playa, donde ya los tristes se arrojauan al esquife. Auristela dixo que sería bien que aguardassen los que venian, por saber quien eran. Llegò el esquife de la naue y encallò en la fria nieue, y saltaron en ella dos, al parecer, gallardos y fuertes mancebos, de estremada disposicion y brio, los quales sacaron encima de sus ombros a vna hermosissima donzella, tan sin fuerças y tan desmayada,   -fol. 49v-   que parecia que no le daua lugar para llegar a tocar la tierra. Llamaron a vozes los que estauan ya embarcados en el otro esquife, y les suplicaron que se desembarcassen, a ser testigos de vn sucesso que era menester que los tuuiesse. Respondio Mauricio que no auia remos para encaminar el esquife, si no les prestauan los del suyo. Los marineros, con los suyos, guiaron los del otro esquife y voluieron a pisar la nieue; luego los valientes jouenes assieron   —132→   de dos tablachinas, con que cubrieron los pechos, y, con dos cortadoras espadas en los braços, saltaron de nueuo en tierra. Auristela, llena de sobresalto y temor, casi con certidumbre de algun nueuo mal, acudio a ver la desmayada y hermosa donzella, y lo mismo hizieron todos los demas. Los caualleros dixeron:

-Esperad, señores, y estad atentos a lo que queremos deziros.

-Este cauallero y yo -dixo el vno- tenemos concertado de pelear por la possession de essa enferma donzella que ai veys; la muerte ha de dar la sentencia en fauor del otro, sin que aya otro medio alguno que ataje en ninguna manera nuestra amorosa pendencia, si ya no es que ella, de su voluntad, ha de escoger qual de nosotros dos ha de ser su esposo, con que hara enuaynar nuestras espadas y sossegar nuestros espiritus. Lo que pedimos es que no estorueis en manera alguna nuestra porfia, la qual lleuaramos hasta el cabo, sin tener temor que nadie nos la estoruara, si no os huuieramos menester para que mírarades. Si estas soledades pueden ofrecer algun remedio para dilatar siquiera la vida de essa donzella, que es tan poderosa para acabar las nuestras, la priessa que nos obliga a dar conclusion a nuestro negocio, no nos da lugar para preguntaros por agora quien soys, ni cómo estais en este lugar tan solo, y tan sin remos, que no los teneis, segun parece,   -fol. 50r-   para desuiaros desta isla tan sola, que aun de animales no es habitada.

  —133→  

Mauricio les respondio que no saldrian vn punto de lo que querian; y luego echaron los dos mano a las espadas, sin querer que la enferma donzella declarasse primero su voluntad, remitiendo antes su pendencia a las armas que a los desseos de la dama. Arremetieron el vno contra el otro, y, sin mirar reglas, mouimientos, entradas, salidas y compasses, a los primeros golpes el vno quedò passado el coraçon de parte a parte, y el otro abierta la cabeça por medio; este, le concedio el cielo tanto espacio de vida, que le tuuo de llegar a la donzella y juntar su rostro con el suyo, diziendole:

-¡Venci, señora! ¡Mia eres! Y, aunque ha de durar poco el bien de posseerte, el pensar que vn solo instante te podre tener por mia, me tengo por el mas venturoso hombre del mundo. Recibe, señora, esta alma, que embuelta en estos vltimos alientos te embio; dales lugar en tu pecho, sin que pidas licencia a tu honestidad, pues el nombre de esposo a todo esto da licencia.

La sangre de la herida bañò el rostro de la dama, la qual estaua tan sin sentido, que no respondio palabra. Los dos marineros que auian guiado el esquife de la naue, saltaron en tierra y fueron con presteza a requerir assi al muerto de la estocada como al herido en la cabeça, el qual, puesta su boca con la de su tan caramente comprada esposa, embiò su alma a los ayres, y dexò caer el cuerpo sobre la tierra. Auristela, que todas estas acciones auia estado mirando, antes   —134→   de descubrir y mirar atentamente el rostro de la enferma señora, llegò de proposito a mirarla, y, limpiandole la sangre que auia llouido del muerto enamorado, conocio ser su donzella Taurisa, la que lo auia sido al tiempo que ella estuuo en poder del principe Arnaldo,   -fol. 50v-   que le auia dicho la dexaua en poder de dos caualleros que la lleuassen a Irlanda, como queda dicho. Auristela quedò suspensa, quedò atonita, quedò mas triste que la tristeza misma, y mas quando vino a conocer que la hermosa Taurisa estaua sin vída.

-¡Ay -dixo a esta sazon-, con que prodigiosas señales me va mostrando el cielo mí desuentura, que, si se rematara con acabarse mi vida, pudiera llamarla dichosa, que los males que tienen fin en la muerte, como no se dilaten y entretengan, hazen dichosa la vida! ¿Que red varredera es esta con que cogen los cielos todos los caminos de mi descanso? ¿Que impossibles son estos que descubro a cada paso de mí remedio? Mas, pues aqui son escusados los llantos y son de ningun prouecho los gemidos, demos el tiempo que he de gastar en ellos por aora a la piedad, y enterremos los muertos, y no congoxe yo por mi parte los viuos.

Y luego pidio a Mauricio pidiesse a los marineros del esquife voluiessen al nauio por instrumentos para hazer las sepulturas. Hizolo assi Mauricio, y fue a la naue con intencion de concertarse con el piloto o capitan que huuiesse para que los sacasse de aquella isla y los lleuasse   —135→   adondequiera que fuessen. En este entretanto tuuieron lugar Auristela y Transila de acomodar a Taurisa para enterralla, y la piedad y honestidad christiana no consintio que la desnudassen. Voluio Mauricio con los instrumentos, auiendo negociado todo aquello que quiso. Hizose la sepultura de Taurisa; pero los marineros no quisieron, como catolicos, que se hiziesse ninguna a los muertos en el desafío. Rosamunda, que, despues que voluio de auer declarado su mal pensamiento al barbaro Antonio, nunca auia alçado los ojos del suelo, que sus pecados se los tenian aterrados, al tiempo que yuan a sepultar a Taurisa, leuantando el rostro, dixo:

-Si os preciays, señores, de caritatiuos, y si anda en   -fol. 51r-   vuestros pechos al par la justicia y la misericordia, vsad destas dos virtudes conmigo. Yo, desde el punto que tuue vso de razon, no la tuue, porque siempre fuy mala. Con los años verdes, y con la hermosura mucha, con la libertad demasiada, y con la riqueza abundante, se fueron apoderando de mi los vicios de tal manera, que han sido y son en mi como acidentes inseparables. Ya sabeis, como yo alguna vez he dicho, que he tenido el pie sobre las ceruices de los reyes, y he traido a la mano que he querido las voluntades de los hombres; pero el tiempo, salteador y robador de la humana belleza de las mugeres, se entrò por la mia tan sin yo pensarlo, que primero me he visto fea que desengañada. Mas como los vicios tienen assiento en el alma, que no enuejeze, no quieren dexarme;   —136→   y, como yo no les hago resistencia, sino que me dexo yr con la corriente de mis gustos, heme ydo aora con el que me da el ver siquiera a este barbaro muchacho, el qual, aunque le he descubierto mi voluntad, no corresponde a la mia, que es de fuego, con la suya, que es de elada nieue; veome despreciada y aborrecida, en lugar de estimada y bien querida: golpes que no se pueden resistir con poca paciencia y con mucho desseo. Ya, ya la muerte me va pisando las faldas, y estiende la mano para alcançarme de la vida; por lo que veis que deue la bondad del pecho que la tiene al miserable que se le encomienda, os suplico que cubrais mi fuego con yelo, y me enterreys en essa sepultura; que, puesto que mezcleys mis lasciuos huessos con los de essa casta donzella, no los contaminaràn: que las reliquias buenas siempre lo son dondequiera que esten.

Y, voluiendose al moço Antonio, prosiguio:

-Y tu, arrogante moço, que agora tocas o estás para tocar los margenes y rayas del deleyte, pide al cielo que te encamine de modo que, ni te solicite edad larga, ni marchita   -fol. 51v-   belleza; y si yo he ofendido tus rezientes oydos, que assi los puedo llamar, con mis inaduertidas y no castas palabras, perdoname, que, los que piden perdon en este trance, por cortesia siquiera, merecen ser, si no perdonados, a lo menos escuchados.

Esto diziendo, dio vn suspiro, embuelto en vn mortal desmayo.



  —137→  

ArribaAbajoCapitvlo veynte y vno del primer libro de los trabajos de Persiles y Sigismunda

-Yo no se -dixo Mauricio a esta sazon- que quiere este que llaman amor por estas montañas, por estas soledades y riscos, por entre estas nieues y yelos, dexandose alla los Pafos, Gnydos103, las Cipres, los Eliseos Campos, de quien huye la hambre y no llega incomodidad alguna. En el coraçon sossegado, en el ánimo quieto, tiene el amor deleytable su morada, que no en las lagrimas ni en los sobresaltos.

Auristela, Transila, Constança y Ricla quedaron atonitas del sucesso, y con callar le admiraron, y, finalmente, con no pocas lagrimas enterraron a Taurisa; y despues de auer vuelto Rosamunda del pesado desmayo, se recogieron y enuarcaron en el esquife de la naue, donde fueron bien recebidos y regalados de los que en ella estauan, satisfaziendo luego todos la hambre que les aquexaua; sólo Rosamunda, que estaua tal, que por momentos llamaua a las puertas de la muerte. Alçaron velas, lloraron algunos los capitanes muertos, y instituyeron luego vno que lo fuesse de todos, y siguieron   -fol. 52r-   su viage, sin lleuar parte conocida donde le encaminassen,   —138→   porque era de cossarios, y no irlandesses, como a Arnaldo le auia[n] dicho, sino de vna isla rebelada contra Inglaterra. Mauricio, mal contento de aquella compañia, siempre yua temiendo algun reues de su acelerada costumbre y mal modo de viuir; y, como viejo y esperimentado en las cosas del mundo, no le cabia el coraçon en el pecho, temiendo que la mucha hermosura de Auristela, la gallardia y buen parecer de su hija Transila, los pocos años y nueuo trage de Constança, no despertassen en aquellos cossarios algun mal pensamiento. Seruiales de Argos el moço Antonio, de lo que siruio el pastor de Anfriso; eran los ojos de los dos centinelas no dormidos, pues por sus quartos la hazian a las mansas y hermosas ouejuelas que debaxo de su solicitud y vigilancia se amparauan. Rosamunda, con los continuos desdenes, vino a enflaquezer, de manera que vna noche la hallaron en vna camara del nauio sepultada en perpetuo silencio. Harto auian llorado; mas no dexaron de sentir su muerte compasiua y christianamente. Siruiola el ancho mar de sepultura, donde no tuuo harta agua para apagar el fuego que causò en su pecho el gallardo Antonio, el qual y todos rogaron muchas vezes a los cossarios que los lleuassen de vna vez a Irlanda o a Ybernia, si ya no quisiessen a Inglaterra o Escocia; pero ellos respondian que, hasta auer hecho vna buena y rica pressa, no auian de tocar en tierra alguna, si ya no fuesse a hazer agua o a tomar bastimentos necessarios. La   —139→   barbara Ricla bien comprara a pedaços de oro que los lleuaran a Inglaterra; pero no osaua descubrirlos, porque no se los robassen antes que se los pidiessen. Dioles el capitan estancia aparte, y acomodóles de manera que les   -fol. 52v-   assegurò de la insolencia que podian temer de los soldados.

Desta manera anduuieron casi tres meses por el mar de vnas partes a otras: ya tocauan en vna isla, ya en otra, y ya se salian al mar descubierto, propia costumbre de cossarios que buscan su ganancia, las vezes que auia calma y el mar sossegado no les dexaua nauegar. El nueuo capitan del nauio se yua a entretener a la estancia de sus passageros, y con pláticas discretas y cuentos graciosos, pero siempre honestos, los entretenia, y Mauricio hazía lo mismo. Auristela, Transila, Ricla y Constança, mas se ocupauan en pensar en la ausencia de las mitades de su alma, que en escuchar al capitan ni a Mauricio; con todo esto, estuuieron vn dia atentas a la historia que en este siguiente capitulo se cuenta, que el capitan les dixo.



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ArribaAbajoCapitvlo veynte y dos

Donde el capitan da cuenta de las grandes fiestas que acostumbraua a hazer en su reyno el rey Policarpo


-Vna de las islas que estan junto a la de Ybernia me dio el cielo por patria: es tan grande, que toma nombre de reyno, el qual no se hereda, ni viene por sucession de padre a hijo; sus moradores le eligen a su beneplacito, procurando siempre que sea el mas virtuoso y mejor hombre que en el se hallara; y, sin interuenir de por medio ruegos o negociaciones, y sin que los soliciten promesas ni dadiuas, de comun consentimiento de todos sale el rey, y toma el cetro absoluto del mando, el qual le dura mientras le dura la vida o mientras   -fol. 53r-   no se empeora en ella. Y con esto, los que no son reyes, procuran ser virtuosos para serlo; y los que lo son, pugnan serlo mas, para no dexar de ser reyes; con esto se cortan las alas a la ambicion, se atierra la codicia, y, aunque la hipocresia suele andar lista, a largo andar se le cae la mascara, y queda sin el alcançado premio; con esto los pueblos viuen quietos, campea la justicia y resplandece la misericordia, despachanse con breuedad los memoriales de los pobres, y los que dan los ricos, no por serlo son mejor despachados;   —141→   no agobian la vara de la justicia las dadiuas ni la carne y sangre de los parentescos: todas las negociaciones guardan sus puntos y andan en sus quicios; finalmente, reyno es donde se viue sin temor de los insolentes, y donde cada vno goza lo que es suyo.

»Esta costumbre, a mi parecer justa y santa, puso el cetro del reyno en las manos de Policarpo, varon insigne y famoso assi en las armas como en las letras, el qual tenia, quando vino a ser rey, dos hijas de estremada belleza, la mayor llamada Policarpa, y la menor, Simforosa; no tenian madre, que no les hizo falta, quando murio, sino en la compañia: que sus virtudes y agradables costumbres eran ayas de si mismas, dando marauilloso exemplo a todo el reyno. Con estas buenas partes, assi ellas como el padre se hazian amables, se estimauan de todos. Los reyes, por parecerles que la malencolia en los vassallos suele despertar malos pensamientos, procuran tener alegre el pueblo y entretenido con fiestas publicas, y a vezes con ordinarias comedias; principalmente, solenizauan el dia que fueron assumptos al reyno, con hazer que se renouassen los juegos que los gentiles llamauan Olimpicos, en el mejor modo que podian. Señalauan premio a los corredores, honrauan a los diestros, coronauan a los tiradores, y subian al cielo de la alabança a los que derribauan a otros   -fol. 53v-   en la tierra. Haziase este espetaculo junto a la marina, en vna espaciosa playa, a quien quitauan el sol infinita cantidad   —142→   de ramos entretexidos, que la dexauan a la sombra; ponian en la mitad vn suntuoso teatro, en el qual sentado el rey y la real familia mirauan los apazibles juegos. Llegóse vn dia destos, y Policarpo procurò auentajarse en magnificencia y grandeza en solenizarle sobre todos quantos hasta alli se auian hecho; y quando ya el teatro estaua ocupado con su persona y con los mejores del reyno, y quando ya los instrumentos belicos y los apazibles querian dar señal que las fiestas se començassen, y quando ya quatro corredores, mancebos agiles y sueltos, tenian los pies yzquierdos delante, y los derechos alçados, que no les impedia otra cosa el soltarse a la carrera sino soltar vna cuerda que les seruia de raya y de señal, que, en soltandola, auian de volar a vn término señalado, donde auian de dar fin a su carrera, digo que, en este tiempo, vieron venir por la mar vn barco que le blanqueauan los costados el ser rezien despalmado, y le facilitauan el romper del agua seys remos que de cada vanda traia, impelidos de doze, al parecer, gallardos mancebos, de dilatadas espaldas y pechos y de neruudos braços; venian vestidos de blanco todos, si no el que guiaua el timon, que venia de encarnado, como marinero. Llegò con furia el barco a la orilla, y el encallar en ella y el saltar todos los que en el venian en tierra, fue vna misma cosa. Mandò Policarpo que no saliessen a la carrera hasta saber que gente era aquella, y a lo que venia, puesto que imaginò que deuian de venir a hallarse   —143→   en las fiestas y a prouar su gallardia en los juegos. El primero que se adelantò a hablar al rey fue el que seruia de timonero, mancebo de poca edad, cuyas mexillas, desembaraçadas y limpias, mostrauan ser de nieue y de grana; los cabellos, anillos de oro; y cada   -fol. 54r-   vna parte de las del rostro tan perfecta, y todas juntas tan hermosas, que formauan vn compuesto admirable. Luego la hermosa presencia del moço arrebatò la vista y aun los coraçones de quantos le miraron, y yo desde luego le quedé aficionadissimo. Lo que dixo al rey:

»-Señor, estos mis compañeros y yo, auiendo tenido noticia destos juegos, venimos a seruirte y hallarnos en ellos, y no de lexas tierras, sino desde vna naue que dexamos en la isla Scinta, que no està lexos de aqui; y como el viento no hizo a nuestro proposito para encaminar aqui la naue, nos aprouechamos de esta varca, y de los remos, y de la fuerça de nuestros braços. Todos somos nobles y desseosos de ganar honra, y, por la que deues hazer, como rey que eres, a los estrangeros que a tu presencia llegan, te suplicamos nos concedas licencia para mostrar o nuestras fuerças o nuestros ingenios, en honra y prouecho nuestro, y gusto tuyo.

»-Por cierto -respondio Policarpo-, agraciado jouen, que vos pedis lo que quereis con tanta gracia y cortesia, que sería cosa injusta el negaroslo. Honrad mis fiestas en lo que quisieredes; dexadme a mi el cargo de premiaroslo:   —144→   que, segun vuestra gallarda presencia muestra, poca esperança dexais a ninguno de alcançar los primeros premios.

»Doblò la rodilla el hermoso mancebo y inclinò la cabeça, en señal de criança y agradecimiento, y en dos brincos se puso ante la cuerda que detenia a los quatro ligeros corredores; sus doze compañeros se pusieron a vn lado, a ser espectatores de la carrera. Sono vna trompeta, soltaron la cuerda, y arrojaronse al buelo los cinco; pero aun no aurian dado veinte pasos, quando con mas de seys se les auentajò el rezien venido, y, a los treynta, ya los lleuaua de ventaja mas de quinze; finalmente, se los dexò a poco mas de la mitad del camino, como si fueran estatuas inmouibles,   -fol. 54v-   con admiracion de todos los circunstantes, especialmente de Sinforosa, que le seguia con la vista, assi corriendo como estando quedo, porque la belleza y agilidad del moço era bastante para lleuar tras si las voluntades, no sólo (de) los ojos de quantos le mirauan. Noté yo esto, porque tenia los mios atentos a mirar a Policarpa, objeto dulce de mis desseos, y, de camino, miraua los mouimientos de Sinforosa. Començo luego la inuidia a apoderarse de los pechos de los que se auian de prouar en los juegos, viendo con quanta facilidad se auia lleuado el estrangero el precio de la carrera. Fue el segundo certamen el de la esgrima: tomò el ganancioso la espada negra, con la qual, a seys que le salieron, cada vno de por si, les cerrò las bocas, mosqueò las narizes, les sellò los ojos y   —145→   les santiguò las cabeças, sin que a el le tocassen, como dezirse suele, vn pelo de la ropa. Alçó la voz el pueblo, y, de comun consentimiento, le dieron el premio primero. Luego se acomodaron otros seys a la lucha, donde con mayor gallardia dio de si muestra el moço: descubrio sus dilatadas espaldas, sus anchos y fortissimos pechos, y los neruios y musculos de sus fuertes braços, con los quales, y con destreza y maña increyble, hizo que las espaldas de los seys luchadores, a despecho y pesar suyo, quedassen impressas en la tierra. Assio luego de vna pesada varra que estaua hincada en el suelo, porque le dixeron que era el tirarla el quarto certamen: sompesóla, y haziendo de señas a la gente que estaua delante para que le diessen lugar donde el tiro cupiesse, tomando la varra por la vna punta, sin voluer el braço atras, la impelio con tanta fuerça, que, passando los límites de la marina, fue menester que el mar se los diesse, en el qual bien adentro quedò sepultada la varra. Esta mostruosidad, notada de sus contrarios, les desmayò los brios, y no osaron prouarse en   -fol. 55r-   la contienda. Pusieronle luego la ballesta en las manos, y algunas flechas, y mostraronle vn arbol muy alto y muy lisso, al cabo del qual estaua hincada vna media lança, y en ella, de vn hilo, estaua assida vna paloma, a la qual auian de tirar no mas de vn tiro los que en aquel certamen quisiessen prouarse. Vno, que presumia de certero, se adelantò y tomò la mano, creo yo, pensando derribar la paloma antes que   —146→   otro; tirò, y clauó su flecha casi en el fin de la lança, del qual golpe açorada la paloma, se leuantó en el ayre; y luego, otro no menos presumido que el primero, tirò con tan gentil certeria, que rompio el hilo donde estaua assida la paloma, que, suelta y libre del laço que la detenia, entregò su libertad al viento y batiò las alas con priessa. Pero el ya acostumbrado a ganar los primeros premios, disparò su flecha; y, como si mandara lo que auia de hazer, y ella tuuiera entendimiento para obedecerle, assi lo hizo, pues, diuidiendo el ayre con vn rasgado y tendido siluo, llegò a la paloma y le passò el coraçon de parte a parte, quitandole a vn mismo punto el buelo y la vida. Renouaronse con esto las vozes de los presentes y las alabanças del estrangero, el qual en la carrera, en la esgrima, en la lucha, en la varra, y en el tirar de la ballesta, y entre otras muchas prueuas que no cuento, con grandissimas ventajas se lleuò los primeros premios, quitando el trabajo a sus compañeros de prouarse en ellas. Quando se acabaron los juegos, sería el crepusculo de la noche; y quando el rey Policarpo queria leuantarse de su assiento, con los juezes que con el estauan, para premiar al vencedor mancebo, vio que, puesto de rodillas ante el, le dixo:

»-Nuestra naue quedò sola y desamparada; la noche cierra algo escura; los premios que puedo esperar, que por ser de tu mano se deuen estimar en lo possible, quiero, ¡o gran señor!, que los dilates hasta otro tiempo,   -fol. 55v-   que con   —147→   mas espacio y comodidad pienso voluer a seruirte.

»Abraçòle el rey, preguntóle su nombre, y dixo que se llamaua Periandro. Quitóse en esto la bella Sinforosa vna guirnalda de flores con que adornaua su hermosissima cabeça, y la puso sobre la del gallardo mancebo; y, con honesta gracia, le dixo al ponersela:

»-Quando mi padre sea tan venturoso de que voluais a verle, vereis cómo no vendreis a seruirle, sino a ser seruido.



  —148→  

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De lo que sucedio a la zelosa Auristela quando supo que su hermano Periandro era el que auia ganado los premios del certamen


¡O poderosa fuerça de los zelos! ¡O enfermedad, que te pegas al alma de tal manera, que sólo te despegas con la vida! ¡O hermosissima Auristela! ¡Detente, no te precipites a dar lugar en tu imaginacion a esta rabiosa dolencia! Pero ¿quien podra tener a raya los pensamientos, que suelen ser tan ligeros y sutiles, que, como no tienen cuerpo, passan las murallas, traspassan los pechos, y veen lo mas escondido de las almas? Esto se ha dicho, porque, en oyendo pronunciar Auristela el nombre de Periandro, su hermano, y auiendo oydo antes las alabanças de Sinforosa, y el fauor que en ponerle la guirnalda le auia hecho, rindio el sufrimiento a las sospechas y entregò la paciencia a los gemidos, y, dando vn gran suspiro, y abraçandose con Transila, dixo:

-Querida amiga mia, ruega al cielo que, sin auerse perdido tu esposo Ladislao, se pierda mi hermano Periandro. ¿No le ves en la boca deste valeroso   -fol. 56r-   capitan, honrado como vencedor, coronado como valeroso, atento mas a los fauores de vna donzella que a los cuydados que le deuian   —149→   dar los destierros y pasos desta su hermana? Andase buscando palmas y trofeos por las tierras agenas, y dexase entre los riscos, y entre las peñas, y entre las montañas que suele leuantar la mar alterada, a esta su hermana, que, por su consejo y por su gusto, no ay peligro de muerte donde no se halle.

Estas razones escuchaua atentissimamente el capitan del nauio, y no sabía que conclusion sacar de ellas; sólo parò en dezir, pero no dixo nada, porque en vn instante y en vn momentaneo punto le arrebatò la palabra de la boca vn viento que se leuantò tan subito y tan rezio, que le hizo poner en pie, sin responder a Auristela, y dando vozes a los marineros que amaynassen las velas y las templassen y assegurassen. Acudio toda la gente a la faena; començo la naue a bolar en popa, con mar tendido y largo, por donde el viento quiso lleuarla. Recogiose Mauricio, con los de su compañia, a su estancia, por dexar hazer libremente su oficio a los marineros. Alli preguntò Transila a Auristela que sobresalto era aquel que tal la auia puesto, que a ella le auia parecido auerle causado el auer oydo nombrar el nombre de Periandro, y no sabía por que las alabanças y buenos sucessos de vn hermano pudiessen dar pesadumbre.

-¡Ay, amiga! -respondio Auristela-. De tal manera estoy obligada a tener en perpetuo silencio vna peregrinacion que hago, que, hasta darle fin, aunque primero llegue el de la vida, soy forçada a guardarle. En sabiendo quien soy,   —150→   que si sabras, si el cielo quiere, veràs las disculpas de mis sobresaltos; sabiendo la causa de do nacen, veràs castos pensamientos acometidos, pero no turbados; veràs desdichas sin ser buscadas, y laberintos que, por venturas no imaginadas,   -fol. 56v-   han tenido salida de sus enredos. ¿Ves quan grande es el nudo del parentesco de vn hermano? Pues sobre este tengo yo otro mayor con Periandro. ¿Ves ansimismo quan propio es de los enamorados ser zelosos? Pues con mas propiedad tengo yo zelos de mi hermano. Este capitan, amiga, ¿no exagerò la hermosura de Sinforosa, y ella, al coronar las sienes de Periandro, no le104 mirò? Si, sin duda. Y mi hermano, ¿no es del valor y de la belleza que tu has visto? ¿Pues que mucho que aya despertado en el pensamiento de Sinforosa alguno que le haga oluidar de su hermana?

-Aduierte, señora - respondio Transila-, que, todo quanto el capitan ha contado, sucedio antes de la prision de la insula barbara, y que despues aca os aueis visto y comunicado, donde aura hallado que, ni el tiene amor a nadie, ni cuyda de otra cosa que de darte gusto; y no creo yo que las fuerças de los zelos lleguen a tanto, que alcancen a tenerlos vna hermana de vn su hermano.

-Mira, hija Transila -dixo Mauricio-, que las condiciones de amor son tan diferentes como injustas, y sus leyes tan muchas como variables; procura ser tan discreta, que no apures los pensamientos agenos, ni quieras saber mas de nadie   —151→   de aquello que quisiere dezirte: la curiosidad en los negocios propios se puede sutilizar y atildar; pero en los agenos, que no nos importa, ni por pensamiento.

Esto que oyo Auristela a Mauricio, la hizo tener cuenta con su discrecion y con su lengua, porque la de Transila, poco necia, lleuaua camino de hazerle sacar a plaça toda su historia. Amansò en tanto el viento, sin auer dado lugar a que los marineros temiessen ni los passageros se alborotassen. Voluio el capitan a verlos y a proseguir su historia, por auer quedado cuydadoso del sobresalto que Auristela tomò oyendo el nombre de Periandro. Desseaua Auristela boluer a la plática passada,   -fol. 57r-   y saber del capitan si los fauores que Sinforosa auia hecho a Periandro, se estendieron a mas que coronarle, y assi, se lo preguntò modestamente y con recato de no dar a entender su pensamiento. Respondio el capitan que Sinforosa no tuuo lugar de hazer mas merced, que assi se han de llamar los fauores de las damas, a Periandro, aunque, a pesar de la bondad de Sinforosa, a el le fatigauan ciertas imaginaciones que tenía de que no estaua muy libre de tener en la suya a Periandro, porque siempre que, despues de partido, se hablaua de las gracias de Periandro, ella las subía y las leuantaua sobre los cielos, y, por auerle ella mandado que saliesse en vn nauio a buscar a Periandro, y le hiziesse voluer a ver a su padre, confirmaua mas sus sospechas.

-¿Cómo? ¿Y es possible -dixo Auristela-   —152→   que las grandes señoras, las hijas de los reyes, las leuantadas sobre el trono de la fortuna, se han de humillar a dar indicios de que tienen los pensamientos en humildes sujetos colocados? Y siendo verdad, como lo es, que la grandeza y magestad no se auiene bien con el amor, antes son repugnantes entre si el amor y la grandeza, hase de seguir que Sinforosa, reyna hermosa y libre, no se auia de cautiuar de la primera vista de vn no conocido moço, cuyo estado no prometia ser grande el venir guiando vn timon de vna varca, con doze compañeros desnudos, como lo son todos los que gouiernan los remos.

-Calla, hija Auristela -dixo Mauricio-, que en ningunas otras acciones de la naturaleza se veen mayores milagros ni mas continuos que en las del amor, que, por ser tantos y tales los milagros, se passan en silencio y no se echa de ver en ellos, por extraordinarios que sean. El amor junta los cetros con los cayados, la grandeza con la baxeza, haze possible lo impossible, yguala diferentes estados, y viene a ser poderoso como la muerte. Ya sabes tu, señora, y se yo muy bien, la   -fol. 57v-   gentileza, la gallardia y el valor de tu hermano Periandro, cuyas partes forman vn compuesto de singular hermosura; y es priuilegio de la hermosura rendir las voluntades y atraer los coraçones de quantos la conocen, y quanto la hermosura es mayor y mas conocida, es mas amada y estimada; assi que no sería milagro que Sinforosa, por principal que sea,   —153→   ame a tu hermano, porque no le amaria como a Periandro a secas, sino como a hermoso, como a valiente, como a diestro, como a ligero, como a sugeto donde todas las virtudes estan recogidas y cifradas.

-¿Que Periandro es hermano desta señora? -dixo el capitan.

-Si -respondio Transila-; por cuya ausencia ella viue en perpetua tristeza, y todos nosotros, que la queremos bien, y a el le conocimos, en llanto y amargura.

Luego le contaron todo lo sucedido del naufragio de la naue de Arnaldo, la diuision del esquife y de la varca, con todo aquello que fue bastante para darle a entender lo sucedido hasta el punto en que estauan; en el qual punto dexa el autor el primer libro desta grande historia, y passa al segundo, donde se contaràn cosas que, aunque no passan de la verdad, sobrepujan a la imaginacion, pues a penas pueden caber en la mas sutil y dilatada sus acontecimientos.




 
 
FIN DEL PRIMER LIBRO DE LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SIGISMUNDA
 
 


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