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ArribaAbajoCantar de Túpac Amaru (1969)11

A Enrique Solari12





ArribaAbajo- I -


¡Hombres de las nieves, hombres de las arenas, hombres
del mar!

¡Hoy es el día del canto!

¡Hombres de las alturas! ¡Esos que se crían en las
praderas donde pasan su infancia tenebrosa los
relámpagos!

¡Hombres de poco sudor, de pómulos biselados por los
vientos, siempre vestidos por la lana negra de las
tempestades!

¡Esos que traen osos a los caseríos!

¡Los que entran a los pueblos con los trajes manchados
de arco iris!

¡Reuníos, reuníos!

¡Habitantes de los ventisqueros!

¡Todos esos que enjaulan ríos y comen cabezas de
carnero pelada con ceniza!

¡Contrabandistas de aguardiente, saladores de cuero,
cuñados de las paca-pacas13!

¡No quiero pleito con ellos!

¡Por el contrario: los busco para compadres!

¡Hoy es el día del cantar!

¡Hombres del centro, sembradores de eucaliptos,
vendedores de telas chillonas talladores de anillos de
carozo de durazno, buscadores de vetas! ¡Esta es la gente
que en las ferias de los domingos ofrece baratijas y
gesticula con las manos llenas de piedras falsas,
rematadores, subastadores, mercachifles! ¡No me meto
con ellos, cuento mis dedos cuando les doy la mano!
¡Estos no son pura boca, éstos guardan en las trojes, y son buenos para padrinos!

¡Reuníos, reuníos!

¡Hombre de las selvas, comedores de frutas, asadores de
monos, maridos de culebras! ¡Toda esa gente que
hundiendo sus pértigas en el atardecer navega hacia los
rápidos del olvido, todos esos que agitando los brazos
saludan desde las balsas cuando se alejan hacia las
grandes cataratas de la medianoche!

¡Reuníos, reuníos!

¡Y la gente remota de los caños, gente desnarigada por la
uta14, cuyas sombras, nos cuentan, son verdes! ¡Bocas
siempre manchadas de risa y mango, hospedadores de
ladrones, contrabandistas! ¡De aquí salen las hembras
estrechas! ¡El que las prueba ya no puede dormir!

¡Entrad también a la plaza del Canto!

¡Y las gentes de las arenas donde los desiertos se sientan con
la cabeza entre las manos!

¡Hombres de los pueblos donde los mediodías se tienden
con la lengua fuera!

¡Estos son los que usan grandes sombreros de paja!

¡Odres de risa, barricas de engaño! ¡Aquí roncan los Grandes
Maestros de la sombra y los Preparadores de pócimas!
¡Esos que bajo la luna de los Grandes Pasos fuerzan a las
noches a beber grandes tragos de
luciérnagas! (El Enemigo hurta después sus cuerpos y deja
piedras en sus ataúdes).

¡Hablo con respeto, no los ofendo: yo sé que tienen Grandes
Pactos con el Tiznado15!

¡Penetrad también al Cantar!

¡Hombres flacos del sur, gente vestida de negro, gente que
pelea por el agua!

¡Gentes pagadas de sí mismas; no tienen para comer y
mandan engastar celajes en los anillos de sus barraganas!

¡De aquí salen los que le roban los huevos al águila!

¡No me meto con estos! ¡Gustan demasiado de la fruta
confitada y la calumnia!

¡Reuníos, reuníos!

¡Hombres del Perú, hombres perseguidos como piojos,
hombres pisoteados, hombres tallados a sablazos,
hombres que tienen una sola camisa!

¡Escuchad el cantar de la Guerra de los Pobres, oíd el
cantar de Túpac Amaru!




ArribaAbajo- III -


Era invierno.

Era invierno,
en los pasos
aullaba el año famélico.
¡Sólo encontraba carroña!
Era invierno cuando chisporroteó la Rabia.
¿Y dónde humeó la pelea?
¿En Lima, la Tapada?
¿En Huamanga, la Beata?
¿En Trujillo, la Florida?
¿En el Cuzco, por sus tesoros famosa?

¡En Tungasuca, la Mendiga, empolló su flamígero huevo
la Revuelta!




ArribaAbajo- VII -


Reunión de la cólera


A Juan José Vega16


Y los Pobres se sublevaron.

Halando sus montes que bramaban al vadear las
torrenteras,
arreando sus campos que se bamboleaban bajo el peso
de las bandadas,
(Ay cuántas alondras se trizaron en la marcha),
azuzando a las montañas semidormidas que en la niebla
tropezaban
olvidando el delicado cristal de los venados,
los Pobres acudieron.

Arreando los gordos rebaños de las ofensas,
pastoreando las enormes manadas de los dolores,
-mucho tardaron en vadear el Urubamba-
vino la gente de Acos.

Tomasa Tito Condemayta los mandaba.

La gente de Taraco vino luego.
Eran tan pobres que no tenían ni sombra.
Para acudir tuvieron que descuartizar los pellejos
de muchas noches.

Pedro Silva Condón, Ojos de Venado, era su varayok17.

Cabalgando en pelo sus hambres,
jineteando sin brida a
sus miserias,
vino el ayllu18 de Cai-Cai.

Nicolás Sanka, el Tartamudo, era su varayok.

Ondeando al viento el estandarte de sus telarañas,
única bandera que flamea la pobreza,
vino el ayllu de Parcuna.

Miguel Samalva, el Viejo, era su varayok.

Seguidos por la tropa de sus vientos amaestrados,
flanqueados por la fila de sus granizos enseñados.
¡Cuántos años tardaron en enseñarle a dar la pata a la
Desgracia!
vino el ayllu de Quisguares.

Andrés Condorpusa, el Campanero, era su varayok.

El ayllu de Otavalo vino luego.
Potentísimos brujos los protegían, yacarcas19 capaces de
dormir bajo los lagos.
Bajo tiendas de hongos con grasa de trueno los frotaron.
¡Ay! No estaban autorizados.
Ninguno volvió a ver amarilla la retama.

Gregorio Malki, el Lagañoso, era su varayok.

Salpicado por el fango de atardeceres deslumbrantes,
llegó el ayllu de Poroy.
No les importaba la lluvia,
no les importaba comer espinas,
no les importó acostarse con la Carcancha20.

Juan Canke, el Leporino, era su varayok.

El ayllu de Marcaconga vino luego.
La víspera habían preñado a sus mujeres.
Qué bien hicieron.
Después ya sólo con los cardos sin tetas se acostaron.

Francisco Frinacancha, el Yerbatero, era su varayok.

La gente de Colpa vino luego.
¡Hombres presurosos!
Por abalanzarse a la batalla despreciaron los carneros que
sus hembras degollaron.
Cuánto se pesaron.
Después tuvieron hambre y para comer sólo trozos de
neblina encontraron.

Narciso Puyucawa, el Porquero, era su varayok.

Desde sus picachos donde el trueno vaga desalentado
bajó el ayllu de Sicaya.

Pascual Cusiwamán, el Aguatero, era su varayok.

Desde las nieves adonde sólo sube el hambre moteado
de delitos,
bajó el ayllu de Livitaca.

Andrés Camake, el Cojo, era su varayok.

Y desde más arriba,
donde la noche peina a los muertos,
bajó el ayllu de Chimor.

Pedro Silva Condori, el Tuerto, era su varayok.

Así
a la plaza entraban danzando.
Ay qué lástima dieron luego sus charangos21 destripados.

Así acudían,
desde cien, desde mil años antes,
cargando en brazos sus pequeñas iglesias, sus cristos
flacos, sus santos pobres
-en los harapos se veía que andaban sin trabajo-
arrastrando como perros sus cursos sin agua,
tratando de salvar los escasos tesoros de estiércol de sus
pájaros.

Porque no iban a ver la Danza de las Tijeras22.

Y con sus ojos miraban al buitre descender a saltos las
escaleras del cielo,
y al zorro renunciar a sus amistades, bruscamente
altanero.

Y la Guerra avanzó volcándolo todo.
Es en abril cuando nace en el campo la campánula y
honra la pradera la amarilla nevisca de la retama.
Por las laderas avanza el pueblo ilustre de las flores,
mejores que el hombre.
Porque ni la zarza a la que nadie invita, ni el cardo que
no tiene novia, matan ni asesinan.
Más altas que sixtinas23 son las pobres cúpulas del geranio.
Bella es la flor, la hierba tonta crece sin saber sobre los
cráneos de los maestros de armas.
Más alta que las desdeñosas estirpes de los ming24 y de los
claudios25 es la descendencia de las flores.
Porque bajo la napa de los pájaros,
bajo la veta de los delfines, ¡ojo de águila! ¡oro de
tinieblas! ¡filo del día! contra la muerte el hombre
sólo tiene su coraje.




ArribaAbajo- VIII -


Cuando los Nobles supieron que el pueblo arreaba
un rebaño
de meteoros por la nieve, se calzaron de huracán
para la Cólera.

«El Señor, Nuestro Dios,
inspiró a un hombre a descubrir las refulgentes Indias.
En la proa de su locura, se cubrió con las bubas del
sueño;
los Reyes, nuestros amos, mandaron cargarlo de cadenas.

Un relampagueante Papa,
cien labrados arzobispos, mil repujados obispos,
nos repartieron estos reinos.
Somos los Señores,
por nuestros anillos pasan temblando los planetas,
somos Señores de las Tierras y las Aguas.
¡Muerte a los que se rebelen contra Nos!
Segad las tardes.
Volcad los lagos.
Talad las aguas.
Lapidad la luz.
Muerte, muerte, muerte.

Ni la aurora que conoce los yacimientos del rocío,
ni el mediodía que engorda bajo los aleros,
ni los ventanales del crepúsculo,
se libren del coletazo de nuestra ira.
Sombra, sombra, sombra».




ArribaAbajo- XI -


La espuma de la ira


Cuando el Marqués de Guirior26 supo
que su ejército era un cubo de ceniza
a sus lacayos mandó vestirlo con el traje de la ira.

Luego, él mismo, con sus manos,
se calzó de huracán para el castigo.

Y convocó a los Notables.

Lima, la Tapada27, abrió su único ojo.

En sus ventrudos palacios, en sus plazas de toros,
en sus Paseos de Aguas, los Muy Grandes agitaron
sus crótalos28.

Seis mil calesas ronronearon.

Por las galerías de marfil del año,
entre antorchas de seda, los Nobles avanzaron.

¡Sólo a cien pasos sus sombras se atrevían a seguirlos!

El Marqués de Montemira llegó primero.

¡Siete lacayos portan el candelabro de sal de su mirada!

Bordado de odio vino el Marqués de Soto Florido.

Pisoteando el Rímac29, fangoso como su alma,
llegó el Marqués Zelada de la Fuente.

Nadando en su grasa, vientre con ojos,
vino el Marqués de Roca Fuerte.

¡Son los Grandes!
¡Son los Dueños del Perú!
¡En sus casacas todos llevan bordada la Tenia30!
¡Como ella son blancos, como ella viven inmaculados en
medio de la inmundicia!

«¡Somos los Señores del Perú, somos blancos más puros
que la nieve!».
¡Nuestros rostros no parecen fango pisoteado!
¡Ni mil mares llenarían el pozo que de la plebe nos
separa!
¡En el Perú cien familias han estado siempre sobre todos!

«¡Así ha sido, así es, así será!»
dijo el Marqués Guirior.

«Los apestados de sueños,
los que consuelan a las quimeras moribundas,
los que se niegan a identificar a los que miran en sueños,
los que rehúsan revelar las actividades clandestinas de
sus espejos,
los espantapájaros en cuyos equipajes se sorprenden
cartas de las aves,
¡ellos empollan los huevos donde crecen los héroes!».

¡Ay de los rebeldes!

¡Ay de los que instigan a los jóvenes a fabricar auroras!

¡Ay de los que pegan con saliva la cristalería rota de las
fábulas!

¡Ay de los que murmuran que el hombre desciende de
relámpagos!

«¡La vida es orden!
el agua, el aire y la luz
todos siguen sus túneles de cristal,
los puentes colgantes de los amaneceres o las escaleras de
los pájaros.

Puntual llega la lluvia a la semilla;
nunca el pájaro espera en vano a la Primavera.
¡El sol se aparta de su camino de oro!
Las estaciones, los planetas, las jerarquías son inmutables.
La vida es sorda:
¡Todo lo que se oponga al orden debe abatirse!».

Dijo el Juez Mata Linares.

«¡Basta que un Hombre sueñe,
basta que un solo hombre se infecte con la pústula del
delirio
para que toda una raza hieda a mariposas!
¡Basta que uno solo murmure haber visto arco iris en las
noches
para que hasta el fango tenga los ojos relucientes!».

El Visitador mira el canario.

¡Cae el ave convertida en humo amarillo!




ArribaAbajo- XII -


Bajo la humeante cúpula de sus cejas los Obispos se
encendieron.
«Seré soldado», dijo el Arzobispo Moscoso, y mandó
repicar la María Angola31.

¿Y quiénes acudieron?

Los dominicos volaron primero.

Fray Melchor de la Sota los conducía.
La Gula, la Codicia y la Lujuria los seguían bajo palio.

Los betlemitas32 sólo vuelan de noche
-heridas de muerte les causa la luz-
los betlemitas evitan el día.

Fray Ramón Salazar los conducía.

Jineteando los pecados capitales,
la calle del Ataúd bajaron los franciscanos.

Fray Pedro de la Rosa los conducía.

Sólo entonces los seminaristas develaron el tapiado
rostro del arzobispo.
Siete lebreles lo seguían:
todos lamían su sombra cuajada de esmeraldas.

«Hermanos en Cristo:
En verdad os digo, infinita es la piedad del Señor.
En su perdón se purifica el que tiene las manos tintas de
sangre o la que comercia su carne;
pero ni la Virgen, más pura que el rocío,
intercede por los revolvedores.
Un relámpago tiene el Arcángel para todos los
libertadores».

Santa Tiniebla, Madre de los Santos, ora pro nobis33.

«En verdad os digo:
el señor les dio a los ricos poderes, palacios, grandezas;
a los pobres desdichas, lágrimas, fatigas;
de los ricos es la tierra, de los pobres, el cielo.
Pero también os digo:
sólo los sumisos penetran en el Reino».

Santa Tiranía, Madre de los Grandes, ora pro nobis.

«Condorcanqui34:
yo, Manuel de Moscoso,
Arzobispo del Cuzco, Príncipe de la Iglesia,
te excomulgo.
Yo abro de par en par la ceniza de tu perdición,
yo te condeno al fuego.
Tiniebla, tiniebla, tiniebla».

Santa Tortura, Candado de los Pueblos, ora pro nobis.

¡Anatema35 a los Rebeldes!

Santa Espada, Guardiana del Orden, ora pro nobis.

¡Anatema a los soñadores!

Santa Tortura, Candado de los Pueblos, ora pro nobis.

¡Anatema a los que señalan caminos!

Santa Serpiente, Patrona de los Delatores, ora pro nobis.

¡Anatema a los que guían a las muchedumbres perdidas!

Santa Ergástula, Jaula de los Puros, ora pro nobis.

¡Anatema a los que empollan los huevos del imposible!

Santa Miseria, Fosa de los Soñadores, ora pro nobis.

¡Anatema a los que tienen los ojos manchados de
palomas!

Santa Infantería, Terror de los Débiles, ruega por nos.

¡Bienaventurados los pozos donde se ahogan los
solitarios!

Santa Caballería, Escuela de la Muerte, ruega por nos.

¡Bienaventurados los piquetes que abaten a los mejores!

Santa Artillería, Mastín de los Fuertes, ruega por nos.




ArribaAbajo- XIV -


Don Fernando de Inclán, Intendente del Cusco.

Cuan poco faltó
para que el Cusco se nos escapara de la mano,
el año ochenta,
cuando la guerra mostró su labio leporino.
Enero entró a la ciudad
con la melania desgarrada
y la mitad de su sombra: las espinas se quedaron
con la otra.
Con mis propias manos di mi cantimplora al mes
agonizante,
y supe que el pueblo venía arreando meteoros.
Palidecieron las Capitanías,
alzando los brazos sollozaron las Intendencias.
Bañado por cubos de relámpagos,
piafó el Siglo.
Los temblorosos dedos del Cusco
desgarraron la delicada seda de la brisa;
bajo la falda de las provincias,
se acurrucaron los caseríos,
debajo de sus tricornios envejecían los caballeros.
Yo les dije:
«Gentilhombres ceñidos por la banda de honor,
comerciantes ricos en trigo,
ilustrísimos prelados de sombras enjoyadas:
No es un ejército,
es una multitud desesperada.
Hace mucho que no comen
sino los pellejos de sus presentimientos;
viven del puro jugo de sus lanzas
y tampoco son lanzas, son ramas, espadas de
espantapájaros».




ArribaAbajo- XVII -


¿Qué alcanzó la gente que asaltó la ciudad desdeñosa?
¿Qué alcanzó Tomasa Tito?
Tenía hermosura, campos, ganados.
¿Qué logró?
Un montón de gusanos alcanzó.
¿Y Carmela Canke, la Preñada?
¿Qué hijo parió?
Una lanza en los ojos fue lo que crió.
Y Marcela Castro que con flores se adornaba,
¿cuál galán la enamoró?
Una nube de moscas la ennovió.
Y María Malki, la Coqueta,
¿qué sombrero lució?
Un sombrero de fierro la adornó.

Pero las estrellas no se inmutan,
giran indiferentes a nuestro infortunio.
El estólido sol ignora
que lame nuestra única carne.
La tierra tampoco nos perdona.
Zumba el insecto de nuestra agonía.
La mañana no se apresura
a sacar la joyería del rocío,
ni la tarde se digna adornarse con el collar del arco iris.

Tres días combatimos.
El primero era serpiente; el segundo, buitre;
el tercero, un perro, aullaba delante de treinta regimientos.




ArribaAbajo- XXI -




Aunque te cubran la cara de sangre,
di que llueven granadas.
¡Alegría!
Aunque te lluevan piedras,
di que graniza
¡Alegría, alegría!

(Anónimo quechua)                


Un año duró la pelea.
Un año de mil meses combatieron.

Cien mil sacaron la lengua.
Cien mil se balancearon de las vigas.

Honor al valiente y al cobarde,
honor al hermoso disputado por las hembras,
honor al contrahecho sólo amado por su madre.
A la hora de morir todos fueron iguales.
Honor al que tumba árboles con su abrazo y al que
tiembla ante los insultos de los tordos.
Igual pesaron en los platillos de la muerte.
No tenían lanzas, ni espadas, ni estandartes.
Todos los Reyes,
todos los Papas,
todos los Grandes,
avanzaban contra ellos.
No temblaron.
Un año duró la pelea.
Un año de mil meses combatieron.

Que sobre sus sombras rotas,
sobre sus sonrisas quemadas,
sobre sus sueños volcados,
sobre sus nombres pisoteados,
monten guardia hasta la última generación los arcoiris.

Fueron derrotados, no vencidos.
Ni con espada, ni con cadena, obtiene el hombre victoria.
Sobre las ruinas siempre avanza el alba con banderas.




ArribaAbajoEl vals de los reptiles (1970)36




ArribaAbajoEva


Entre todas las doncellas que pastan
en los patios del Sofista ninguna más hermosa
que Eva,

Eva, la del cuello especialmente creado
para ramonear hierba en otros planetas.

Eva,

ahora sólo eres un agujero donde el zorro
esconde sus tesoros epilépticos.

Eva,

por tu anillo
pasaban tiritando, el falo erecto, los planetas
iracundos.

Eva y yo a picotazos disputábamos
los gusanillos de los años.
Ustedes son jóvenes,
ustedes nunca sabrán cómo era este
poblado en el tiempo en que la ciudad vivía
colgada del rabo de los purísimos mandriles.

La corniveleta muchacha llegaba.
Hervía la ciudad.

En los billares pastan las calumnias,
en los circos cacarea la arena.
Me saltan las lágrimas cuando el Dandy
me conduce a los balnearios donde Eva los
obeliscos de nuestra pasión empollaba.

Por las playas buscábamos delirios, quizás estrellas,
megaterios37.
Decenios recorrimos las arenas
hasta reconocer tus ojos en una malagua38.

Eva: tu belleza ofendió a las matronas.

El Inquisidor mandó desnudarte: en tus senos
los alguaciles descubrieron huellas de los mordiscos
del Giboso.

El gentío aulló: esa misma tarde te condujeron
a la hoguera.

Desde entonces ardes
y a veces en las noches me despiertan
los chillidos de tu calavera azul.




ArribaAbajoEl falso peregrino

A Rowena





I

Cuando terminó el verano el falso peregrino
quebró su huevo,
atravesó la floresta de sus crímenes,
descendió la escalinata,
el parque conducía a un verano, a una
vida anterior.
Melena al viento enfiló hacia la ciudad.


II

Mocedades del Cid

En un sótano
al que jamás se atrevieron a descender
las ratas,
íntegramente vendado
vivió el profeta su juventud vehemente.
Nada lo distinguía de sus compañeros de cría.
Como ellos,
permanecía centurias colgado del rabo
de las constelaciones;
como ellos,
reptaba hacia altillos donde envejecía
ferozmente.
Ora despertaba convertido en médano,
ora relámpago, ora tempestad.
Pasó su juventud graznando.
Se proponía una vida heroica.
¿Quién desconoce su iniciación
en la santidad?


III

El niño asombra a los sabios de Sión


Es el día de la feria,
aniversario de las calumnias, máxima efemérides
de la ciudad.
La urbe danza.
Pestes fosforescentes,
plagas radiantes, deseos leporinos, colman
las plazas.
Razas íntegras perecen pisoteadas.
Tal era la alegría cuando el emocionado leproso
proclamó su amor por la Opa39 Adriana.

La bizca me persigue,
ay amor
La tuerta me acaricia,
ay amor
La muda me desviste.

Canta el bellaco.
La muchedumbre pía embelesada.
El doncel arráncase
las vendas que tapian sus cegadores ojos.
Rompe a reír entonces el espantapájaros.
El Peregrino suplica silencio.
El espantahombres vuelve su rostro de piedra.
El mancebo comprende que nada aplacará
el rencor de la estatua.
Níveo de rabia derriba a hachazos
al concertista.
Sorbe sus sesos, come sus frutos, se deleita
con sus cabellos.
Ya nada detiene la matanza.
Estrangula a la ciudad,
pisotea los mares,
arrasa la tierra,
dirige su pico a los cielos,
implanta milenios de matanza.

Cuando se detiene
un charco de planetas agoniza a sus pies.


IV

Primeros milagros


Ni en las galaxias, ni fuera de las galaxias,
encontrará refugio.

Perezosamente se levanta de su silla
y solicita su sombrero.
Nada delata su turbación.
Los hombres beben cerveza, las mujeres
lavan sus penes, los niños juegan con pulpos.

Todo es normal.

Fingiendo interesarse en la crianza
de incestos gana los suburbios;
pocos años bastan para cruzar las ramblas,
unos decenios para atravesar la plaza.
Joven todavía cruza las murallas.
Cuando los campanarios convocan a los beduinos,
vuela a centurias de distancia.
¿Por dónde?
Por sus calaveras recogidas en los estrechos
se deduce que habitó los mares;
por sus esqueletos encontrados por las caravanas
se presume que atravesó los desiertos.
Las águilas pretenden que amó a una corneja,
los peces que reinó sobre los escualos.

La travesía no fue fácil.

En el libro de bitácora consta:
«Países verdes emergían de sus conchas furiosos,
países morados seguíanme ronroneando.
Para atravesar aquellas comarcas fingí ser ciego.
No era fácil.
Los alcahuetes sospechaban de la mansedumbre
de mi cítara.
Una noche percibí la brisa,
mi sombra ya no podía sacar los pies del fango».
Por su talla no obtenía posada,
pasaban glaciares por sus ojos;
reyes cubiertos de enredadera tañían
músicas difuntas,
reina la oscuridad,
se murmura de amores con témpanos,
matrimonios con pestes,
en los estrechos olas inmensas lo detienen cien
años.
En el libro de bitácora consta que «para
sobrevivir mató millones de marmotas de un
arcabuzazo».
La palabra «arcabuzazo» demuestra que por lo
menos transcurrió otro milenio.


V

Manjares de la amistad

En el bosque donde abrí las hileras de mis
cuatrocientos ojos, Merlín paseaba sonriente.
No distinguí las bandadas
que disputaban en sus ojos.
Merlín observó los planetas que cruzaban
por mi anillo.
El hechicero me ofreció uvas, relámpagos,
amistad.
A la luz de las hogueras dancé, luego dormí.
Cuando desperté habían transcurrido otros mil años.
¡El despreciable brujo me había traicionado!


VI

La partida


Evitando tropezar con los centinelas
podridos por la brisa, recorrí la caverna.

En la bruma distinguí a los jugadores.
Por la estúpida sonrisa que untaba
sus quijadas comprendí
que jamás me libertarían si perdía
la partida.

Trescientos años tardé en divisar la mesa.
Es difícil jugar.
Millones de estorninos ocultan las bandas.
La vegetación cubre los rostros de los jugadores.
Los géiseres son venenosos, los billaristas lentos.
Para decidirse tardan decenios.
Los adversarios envejecen sin iniciar el juego.
Hay que esperar que nazca una nueva generación.

¿Qué se gana cuando empiezan?

Las bolas no llegan, ruedan años,
a medio camino son gastadas por meteoritos,
devoradas por bisontes.

La selva cubre la sala,
el agua inunda las mesas, los jugadores,
los años.


VII

El centelleante pájaro de amor

Mitad nieve, mitad arena era la sala.
Antes de cruzarla se secaban los mares,
los mismos desiertos se sentaban
con la cabeza entre las manos.
Quise salir: no se podía.
¡Había que bailar con Mandrágora!
No era fácil hallarla:
habitaba en las selvas,
vivía bajo lagos perpetuamente cubiertos
de hueso.
Años tardaban en vestirla,
decenios en remolcarla;
Mandrágora era caprichosa;
si en el camino descubría helechos,
no vacilaba en lanzarse a las aguas,
sin importarle cuántos países pisoteara.
¡Había que soportarla!
Y empezó la fiesta.
Sacaron a los músicos
de sus sarcófagos;
el frenesí empapaba
la quijada de los palacios,
bailando cruzamos salas
atravesamos galerías,
arcadas de nieve,
países de cuero
amamantados por la luna.
Y la música seguía.
¡Qué dichosa era la novia!
Me arrancaba los cabellos,
sacaba mi rostro a cucharadas.
Y el vals no terminaba.
Encanecían las ciudades,
cojeaban las torres,
tosía la noche,
el vals no terminaba;
la orquesta desfallecía,
vacilaban las trompetas,
engordaban los saxos,
la peste diezmaba los tambores,
y la música seguía.


VII

El reo pretexta ser príncipe de las golondrinas

Parado en una esquina
en una intersección de los meses
pasó chisporroteando una mujer
tres treinta trescientos años no sabría decirlo
muchedumbres de cítaras
obeliscos viciosos ciegos iracundos pontífices
con falo bajo palio
seguíanla frenéticos
la primavera piaba pero no llegaban las aves
los amigos traicionaban
no obstante escribí mis palotes calmosamente
redacté mis deberes
mi madre me enseñó a decir la verdad
no me explico
embistiéronme los espejos
nací a destiempo
acepto lo que diga la policía
no asistí a los crímenes
probablemente dormía
frecuentemente me transformo en árbol
muchas veces reclino la cabeza
al despertar soy una peste
nadie atravesó la calle
lo juro
estatuas sospechosas me seguían
no volví el rostro
sabía que me convertiría en sal
traté de alejar a mis perseguidores
vagué años por las avenidas
las fuentes se apartaban
las flores rechinaban sus dientes
volví asustado
hallé la ciudad desierta
las torres simulaban roncar
sentí miedo
penetré al café
una gran tela de araña cubría la época
las mesas los parroquianos la tarde el siglo
rodaron pulverizados
era evidente
vivía en una época desaparecida
telefoneé a la policía
ignoraba que dormir fuera delito
mis trajes mis belfos mis fuselajes estarán
manchados pero mi cola es inocente
espera el juicio de la eternidad


IX

El campo en primavera

Pasados unos milenios el reo abre los ojos.
Ha envejecido.
Por su aspecto
semeja una banda de pirámides epilépticas.
Para defenderse de los eclipses
sólo dispone de su pico.
Vaga por las ramblas;
en su caminata encuentra jóvenes humeantes,
adolescentes derribados por el fuego antiaéreo.
En las esquinas estúpidamente profetiza
el pasado,
solicita tazas llenas de relámpagos.
Mil cuatrocientos años después demanda un destino.
La súplica es aprobada.
Pasa cincuenta mil años en el vientre
de su novia,
una mañana entre las vendas, oye pájaros.
Es el atardecer:
quiebra su huevo,
atraviesa la floresta de sus crímenes,
desciende la escalinata,
el parque conduce a un verano, a una vida anterior.




ArribaLamentando que Hans Magnus Enzensberger no esté en Collobrières (1974)40


Los mayas que abandonaban sus ciudades prodigiosas
cada cincuenta y dos años
porque por desconocidas razones
todos los katunes41 esperaban el fin del mundo,
no develan jamás sus verdaderos nombres.
¡Correrían el riesgo de que les robaran el alma!
Los mayas honraban, sin embargo, a los «maestros de las
palabras».
Placenteramente
ofrendaban
cacao, moneda preciosa,
a los forjadores de palabras
más resistentes que las piedras de sus pirámides
abolidas.
¡Ensalcemos la poesía, ensalcemos el amor, ensalcemos la
amistad!
Lástima, Hans Magnus, que no estés
en la corola de este verano
en cuya terraza
caminan Cecilia42 y Sofía mejores que esas uvas
pero no que mi hija
que tiene cien días
y que durará más que el gobierno de Napoleón.
¡Celebremos la poesía, celebremos el amor, celebremos la
amistad!
La vida es breve.
«La vida pasa como las islas Azores», se lamentaba
Maiacovski43.
¿Y qué más da?
Acepto que mi cuerpo
sea banquete de coleópteros,
a condición de transformarme
en árbol
y luego
en mariposa
y luego
en liquen
y luego en luz.
Hay una mosca que olfatea desde cinco kilómetros
el olor de la muerte
y vuela
recta al lecho de los agonizantes.
Está bien.
¡Pero también hay el sol,
el vino
y el cuerpo de nuestras mujeres!
Y nuestro oficio: juntamos palabras.
La palabra
es un torreón
desde donde se vigila
tenazmente la noche
y entretanto llega la hora del combate,
como en todas las guarniciones
jugamos naipes, bebemos, fornicamos, nos reímos
a gritos del frío
que un día entrará por esa puerta agitando su bastón
de mariscal.
Hoy caminaremos por el bosque, buscaremos
una guitarra,
nos bañaremos en estanques prohibidos.
La vida es una mierda, la vida es sublime.
Y Cecilia y Sofía lo saben.
Y más que nadie mi hija
que tiene los ojos rasgados,
los ojos de su bisabuelo mongol que tiritando cruzó
el estrecho de Behring44
más que en su iglú calentándose
con los fuegos que encendían sus juntadores de palabras.
¡La palabra!
Eso asombró al gran Atahualpa45.
Cuando Hernando de Soto46 se le abalanzó al galope y
detuvo su
caballo a un metro de su sagrada persona,
el Divino no se movió
y luego mandó ahorcar
a los cobardes que del prodigioso monstruo escaparon
como plumas de gallina
pero cuando conoció los libros,
«los papeles que hablaban»
desfalleció.
Lástima, Hans Magnus,
que no estés con nosotros
mordiendo no duraznos sino enigmas,
o recorriendo
tu infancia
o mi infancia
o simplemente oyendo el viento
el viento que se llevará las murallas, los
hombres, las bestias, las palabras, los sueños.