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El alcalde Ronquillo

Fragmento

(Muerte del Obispo de Zamora.)

                                 Poco antes que en el Duero se sepulte,
Cruza Pisuerga plácida campiña,
Donde la rica mies, la rica viña
Derraman sus tesoros a la par.
   Descuella un monte allí; sobre su cumbre
Un gigantesco torreón se eleva,
Monstruo que con las víctimas se ceba
Que lo da la venganza a devorar.
 
   Agrio son de cadenas y cerrojos,
Amenazas de bárbaros sayones,
Súplicas, alaridos, maldiciones
Llenan aquella lúgubre mansión.
   Fortaleza la llama quien lejano
Su mole ve sin registrar su centro;
Llámala infierno quien suspira dentro,
Cárcel la ley, su afrenta la razón.
   Allí un anciano en miserable estancia,
Más bien que calabozo sepultura,
Sufre de sus pesares la tortura
Con el pie de la muerte en el umbral.
   Pero en aquella frente consagrada
Señales duran de lo que era un día;
Centellea en su frente todavía
La llama del espíritu marcial.
 
   Bajo el morado episcopal vestido
Violento late el corazón de Acuña;
Cuando su mano el pectoral empuña,
Fue un acero tal vez lo que buscó.
   �Padilla! sin cesar suena en su labio,
Y un ay le sigue, y el prelado llora;
Y es el audaz prelado que en Zamora
�Santiago y libertad! apellidó.
   -��Por qué, Señor,� arrodillado dice
Delante de un ebúrneo crucifijo;
�Por qué, Señor, tu cólera maldijo
La jornada infeliz de Villalar?
   �Era pendón de iniquidad acaso
La bandera del noble comunero?
Por defender el injuriado fuero,
�No es lícito la espada desnudar?�
 
   �Si entronizado el codicioso belga
Saqueaba el palacio y la cabaña,
Y desangrando a la infeliz España,
Ríos de oro enviaba a su nación;
   Si reía en espléndido banquete,
Sirviéndole de música el gemido
De un pueblo que por él empobrecido
Moribundo imploraba compasión;�
 
   �Si al pedirle justicia el triste padre,
Padre a quien deshonró vil cortesano,
Decía el extranjero al castellano:
Cómprame la venganza y la tendrás;
   �Debió Castilla tolerar la afrenta?
�No debió armarse para entrar en liza,
Y gritar a la chusma advenediza:
No reinarás sobre mi suelo más?�
 
   �Condenaste, Dios mío, por mi culpa
La empresa que si no te fuera grata,
porque soltando el báculo de plata,
Del profano bastón el puño así?
   No, que Samuel, ministro de las aras,
También en sangre se bañó la diestra,
Joyada de tu templo hizo palestra,
Moisés armó los brazos de Leví.�
 
   �Lo veo, sí; nuestra fatal caída
Quisiste que enseñara a las naciones
En dos tremendas útiles lecciones
Lo que merecen, lo que deben ser.
 
   Quéjese el pueblo que agobiado llora,
Sólo de sí, pues que tolera el yugo;
Mas sepa, si combate a su verdugo,
Que sin unión es fuerza perecer.�
 
   �Perecieron por eso en el cadalso
Los hijos de la gloria y de la guerra:
Sus casas, igualadas con la tierra,
Yacen cubiertas de ignominia y sal.
   �Por qué me ha perdonado la cuchilla?
�Por qué esta cárcel mi vivir esconde?�-
Una voz pavorosa le responde:
�Porque te espera muerte de dogal.�
 
   Ábrese con estrépito la puerta,
Y precedido de villana tropa,
Vestido un hombre de funesta ropa
Resuelto avanza en la prisión el pie.
   Vara sutil de magistrado lleva,
Que en él parece látigo sangriento:
Ningún rasgo de humano sentimiento
En su frente fanática se ve.
 
   Sanguinaria la boca, sanguinarios
Los torvos ojos de iracunda hiena,
Con desplegar el labio ya condena,
Con su mirada martiriza ya.
   Mudo, pasmado el infeliz Acuña,
La decisión espera de su suerte:
No le acobarda la imprevista muerte;
Pero le aterra ver al que la da.
 
   En nombre de Don Carlos os lo mando,�
Grita a los suyos el feroz alcalde;
Pero dicta sus órdenes en balde;
Tiembla el esbirro, párase el sayón.
   � Obedeced,� el bárbaro repite;
Los satélites claman: ��Sacrilegio!�
Y acatando el sagrado privilegio,
Se lanzan en tropel de la prisión.
 
   �No teme el vengador de la justicia,�
Dice el cruel, �del hombre ni del cielo;
Ese dogal tirado por el suelo
No quedará sin víctima esta vez.�
   ��Ronquillo!� fue a exclamar el sacerdote;
Pero apagó su voz el duro lazo,
Que estrechó con la planta y, con el brazo
Aquel verdugo en hábito de juez.
 
   Por los tránsitos luego de la cárcel
Su trofeo arrastró, dejando en ellos
Con la sangre de Acuña y los cabellos
Señalado el camino que llevó.
   Y a un corredor llegando, guarnecido
De dorado arabesco pasamano,
A ver el espectáculo inhumano
Testigos el sacrílego llamó.
   Y llegaron, y dijo: �Comuneros,
Que desdorar quisisteis la corona,
La clemencia de Carlos os perdona:
De Simancas salid; pero �mirad!�
   Y el cordel ominoso atando a un hierro,
Lanzó al aire el cadáver palpitando...-
Cayó la turba mísera temblando
Pasmada de terror y de piedad.
 
   Alzose un alarido que llenaba
Del ancho patio el ámbito vacío;
Sucedió al penetrante vocerío
Misterioso susurro de oración.
   Oscilaban pendientes entre tanto
Del corredor los míseros despojos,
Y el llanto que asomaba en muchos ojos
Se volvía en secreto al corazón.
 
   Pero el cáñamo vil con un crujido
Turbó el piadoso fúnebre homenaje,
Y anunció desde el alto barandaje
Nuevos horrores que mirar después.
   Cruzaba el patio el bárbaro Ronquillo...
Sonó un golpe violento... y de repente
De sangre salpicósele la frente,
Y vio el roto cadáver a sus pies.
 
   �Esconda,� dijo, �su ignominia luego
La sepultura que a pedirme vino.
Comuneros, sabéis vuestro destino:
�Sed fieles al invicto emperador!�
   Y salió del castillo a lento paso
Con un lienzo enjugándose la cara,
Y agitando en el aire aquella vara
Que sembraba el espanto y el horror.




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Isabel y Gonzalo

Leyenda



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- I -

El descubrimiento

                                Niebla densa y fría
Que sube del Tajo,
Cubriendo a la noche
La luz de sus astros,
Envuelve a Toledo
En húmedo manto.
Reina por las calles,
Reina en el palacio
Profundo silencio,
Gustoso descanso.
Ni el ave agorera
Con lúgubre canto
Prontos funerales
Intima al anciano,
Ni agudo ladrido
Despierta al avaro
Que nuevos tesoros
Apila soñando.
Ni suena campana,
Ni escúchanse pasos;
La villa parece
Sarcófago vasto,
Donde confundidos
Godos y romanos,
A sus sucesores
Están aguardando,
Sólo entre la sombra
Descúbrese un claro
De luz moribunda
Resplandor escaso;
Sólo en el alcázar
Del rey castellano,
Y en rico aposento
De techo dorado,
Un hombre no goza
Del sueño de tantos.
Enrique el segundo,
Enrique el bastardo,
Que vida y corona
Quitole a su hermano,
Solícito espera
La aurora velando.
No porque le acosen
Recuerdos amargos
Del crimen que vieron
Montiel y su campo:
Temblaba algún día
De verse las manos;
Mas ya se envanece
Del golpe villano:
Truecan de conciencia
Reyes adulados.
Del lecho mullido
Le tienen lejano
Sospechas que abriga
De cierto vasallo,
Que en prenda vedada
Sus miras acaso
Por desdicha suya
Puso temerario.
Paséase inquieto,
Y asómase cauto,
En una ventana
La vista clavando.
Ventana es aquélla
Que fue muchos años
Hito de los ojos
De los toledanos,
Colgada de flores,
Vestida de ramos,
Verdes esperanzas
Que allí se secaron.
Jamás los suspiros
Y amantes regalos
Aquella ventana
Abierta encontraron;
O nunca a lo menos
El bello milagro,
De mil albedríos
Amable tirano,
Señales visibles
De aprecio ni pago
Dio a los homenajes
Que le tributaron.
�Tienes, Isabela,
Corazón de mármol,�
Cantábanle luego
Sus enamorados.
Hoy ya no se culpa,
Sabido el arcano,
Su dura esquiveza,
Su honesto recato.
De rey y vasalla,
De ilícito lazo,
La triste Isabela
Nació para el claustro,
Y ya el sacro velo
Le están preparando.
Vino para darle
Su primer abrazo
Enrique a Toledo:
Vendióselo caro.
Por toda una vida
De días de esclavo,
Sin goces el alma,
Y el cuerpo penando,
La dio un apellido
Regio, pero vano.
Cierto que con ella
No anduvo bizarro
El más generoso
De los soberanos:
�Fiad en virtudes
De razón de estado!
La víctima hermosa
Del triste holocausto
El cuello sumiso
Tendía llorando:
Enrique por eso
Vigila azorado
De su hija la casa
Frontera a palacio:
Aquellos luceros
Deshechos en llanto
�Amor nos anubla�
Dijeron incautos.
Burlan las tinieblas
El celo del Argos,
Y abierto el postigo,
La luz con sus rayos
El espionaje
Revela callando.
Sale del alcázar
El rey embozado,
Celoso dos veces,
Padre y soberano;
Y al tocar los muros
Que le dan cuidado,
Pisadas percibe,
Llaves y candados,
Puerta cautelosa
Que se abre despacio,
Y seda que cruje
Rozada con paño,
Y dos voces oye
Decirse muy bajo
En son de cariño,
En eco de halago:
�Adiós, Isabela;
Adiós, mi Gonzalo.�
El rey queda inmóvil,
La espada en la mano.


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- II -

La venganza

                                    �Cumplid la piadosa ley,
Noramala para vos:
Sacerdote, hablad de Dios,
y no me nombréis al rey.�
 
   ��No queda bien satisfecho
Su enojo con mi cabeza,
Si no postra la entereza
De este generoso pecho?�
 
   �Pues a ese mezquino afán
Yo mi pundonor igualo;
No triunfará de Gonzalo,
Que soy Núñez y Guzmán.�
 
   �Tengo vuestra absolución
De lo que a Dios ofendí;
Pero fiel vasallo fui:
No pido a Enrique perdón.�
 
   �Crédito a mi labio dad,
Y tened por cosa cierta
Que no se miente a la puerta
De la obscura eternidad.�
 
   �Sólo supe que Isabel
Sangre de Enrique tenía
Cuando era ya esposa mía:
Culpe a sus misterios él.�
 
   �Que si al más alto lugar
Sabe amor alzar el vuelo,
Timbre oculto con un velo
Mal se puede respetar.�
 
   �Pero decís que al Señor
Un corazón usurpé.-
Jamás Isabel su fe
Consagró a su Redentor.�
 
   �Si encarcelada vivir
La mandó precepto injusto,
El silencio del disgusto
No es promesa de cumplir.�
 
   �Dios su corazón formó,
Y pues que no le hizo suyo,
Sin temeridad arguyo
Que a mí me le destinó.�
 
   �Porque sólo hacer dichosa
Mi vida Isabel pudiera,
y falta al Señor no hiciera
Entre tantas una esposa.�
 
   �Y me dice la ventura
Que en sus brazos he gozado,
Que pude, sin ser culpado,
Ser dueño de su hermosura.�
 
   �Pues bien no se halla real
Donde la virtud no asiste,
Y es inquieto, amargo y triste
Todo placer criminal.�
 
   �El negro cadalso así
Veré con serena cara,
Contemplando en él un ara
De martirio para mí.�
 
   �Y si aunque erguida, me ven
Pálida un tanto la frente,
Es que al paso que inocente,
Soy querido y amo bien.�
 
   �Y no puede sin temor
La tumba ver un amante,
Pues le señala el instante
De renunciar al amor.�
 
   �Esto, padre, repetid
Al monarca de Castilla,
Y que empuñe la cuchilla
Luego al verdugo decid.�
* * *
   Enmudecido y absorto
De admiración y piedad,
Dejó la fúnebre estancia
El ministro del altar;
Y detrás del cortinaje
Descubrió, con pasmo igual,
A un rey trocado en espía
Menguando su majestad,
Monarca en la vestidura,
Y reo en el ademán.
Con violencia respiraba,
Como en su sordo bramar
Hórrida explosión anuncia
El hervoroso volcán.
En esto llegó un anciano
En hábito monacal,
Y entregole un azafate
Cubierto de un tafetán.
Un pliego y unos cabellos
Venían allí no más,
Súplicas de una infelice,
Despojos de una beldad.
Volviose Enrique de espaldas
Para poder ocultar
La conmoción que del pecho
Se le asomaba a la faz,
De recia interior batalla
Inequívoca señal.
Llegose luego a una mesa
Donde víanse a la par
Cadenas y escapularios,
Licores, frutas y pan,
Cirios de amarilla cera,
Una segur y un dogal,
y al pie del Crucificado,
Dios de mansedumbre y paz,
Hecho cetro de la muerte
Un pergamino fatal.
Desarrollole el monarca,
Y en él con celeridad
Dos palabras escribió
Vencido el enojo ya.
Perdón era la primera,
La segunda, libertad.


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- III -

La separación

                                       De dos vírgenes tiernas
Apoyada en los hombros,
Trémulas las rodillas,
Desencajado el rostro,
Respirando congojas
Y hablando por sollozos,
Isabel lentamente
Se arrastra al locutorio,
Donde la está Gonzalo
Esperando anheloso.
Detiénese la triste
Para alentar un poco,
Desembargar la lengua
Y serenar los ojos:
Mostrar abatimiento
Parécela desdoro
De la consorte fina
Que con ánimo heroico,
En vida se sepulta
Por dársela a un esposo.
Para que a su semblante
Suban matices rojos,
Sangre le pide al pecho
Dilacerado y roto;
Y para ver al hombre
Que el tiempo más dichoso
Su ídolo fue adorado,
Su bien único y solo,
De la virtud y el cielo
Confía en el socorro.
Compónese la toca,
Desdobla el cuerpo airoso,
Del traje penitente
Repara el abandono,
Fija en una medalla
Ósculos mil devotos,
Y a vista de su amante
Ofrécese de pronto,
Cual ángel cuya planta
Huella el poder del Orco.
Largo tiempo es del labio
El ministerio ocioso;
Que al través de las rejas
Que al mundo ponen coto,
Los dos enamorados
Se dicen sin estorbo
En las miradas mucho,
En los suspiros todo.
Dando al fin a la lengua
Súbito desahogo,
Isabel a Gonzalo
Háblale de este modo:
 
   �Al cerrar por mí mano las barreras
Que de ti me separan y del mundo,
Quise que nunca mi dolor profundo
Con tu vista vinieras a aumentar.�
   �Hoy te agradezco que mi ley quebrantes,
Plácida recreándome la idea
De que Gonzalo la constancia vea
Con que mi pena sé sobrellevar.�
 
   �Entre temer la culpa y expiarla,
Paso los días y la muerte espero;
Pero a este precio tu vivir adquiero:
Dulce por ti se torna mi dolor.�
   �Cuando recuerdo que mi amor bizarro
Conserva a España su mejor caudillo,
Corro al altar y ante el Señor me humillo,
Y bendigo su mano de rigor.�
 
   �A vida sin placeres condenada
Desde que a ver la luz abrí los ojos,
Vegetando entre muros y cerrojos,
Fui como planta que sin sol creció.�
   �Las trovas que cantaron a mi reja
Galanes mil en amoroso ruego,
Yo las oía como escucha el ciego
El bramido del mar que nunca vio.�
 
   �Por ti mi corazón aletargado,
Llanura estéril, arenal desierto,
Se vio de flores de placer cubierto,
Y amaneció la dicha para mí.�
   �Aquellas horas de dulzura llenas,
Un beso tuyo, tu menor halago,
Yo, Gonzalo querido, no los pago
Ni con un siglo que suspire aquí.�
 
   �Mil años de penar en el infierno
Fueran de tanto bien premio mezquino...
Perdona mi locura, Juez divino;
Compadece a una mísera mortal.�
   �Habla al esposo la infeliz esposa,
Y se despierta su cariño blando;
Hablo al que todavía estoy amando,
Porque me vence mi pasión fatal.�
 
   ��Ah! no lo permitáis, Dios poderoso,
Ni tú lo creas, mi Guzmán querido.
Nunca sobre tu amor caerá mi olvido,
Pero a ponerle freno aprenderé.�
   �Mas entre tanto que angustiada lloro,
Quizá en otra mujer pérfido adores.
No profanes jamás nuestros amores;
Prométeme, Guzmán, eterna fe.�
 
   ��Me miras y del manto te despojas?
�De Alcántara la cruz muestra tu pecho!
�Y yo, Dios mío, de su fe sospecho,
Cuando se acoge como yo al altar!�
 
   �Centro ahora común de nuestras alma,
Dios, que desde su trono nos inspira,
Nuestro cariño mirará sin ira
Que a su seno amoroso va a parar.�
 
   �Y la esposa podrá de dos esposos
Implorar al Eterno por el hombre
Que para gloria de su santo nombre
Lidiará de Granada en el confín.�
   �Y al escuchar las ínclitas hazañas
Con que triunfe Guzmán del agareno,
Confundiré sin crimen en mi seno
Mano y origen, instrumento y fin.�
 
   �Que de mi amor con dura penitencia
La parte terrenal acrisolada,
Yo amaré tus virtudes y tu espada
Como destellos del poder de Dios:�
   �Y tras vida de paz sin amargura
Tranquilos a la huesa bajaremos,
Y en el cielo por fin nos uniremos
Por edades sin término los dos.�


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A las aguas minerales de Panticosa

                                  Aún más subir! �A dónde
Mis pasos lleva la encumbrada vía?
�Dónde el valle se esconde,
Término y fin de la esperanza mía?
�Dónde brota la fuente
Que hace al cadáver renacer viviente?
 
   El alma se contrista
Del sendero en la bárbara aspereza;
La acobardada vista
Con agrias peñas por do quier tropieza,
Y un monte y otro monte
La encarcelan en mísero horizonte.
 
   Descubre el Pirineo
Altas cimas de hielo coronadas:
Yo �triste! no las veo;
Que cautivar no puede mis miradas
Entre las rocas yermas
Sino el cristal de las bullentes termas.
 
   Estrepitoso zumba
Caldarés (4) en la quiebra donde osado
De golpe se derrumba,
Y de riscos enormes contrastado,
Embravecido ruge,
Y alza sus olas con doblado empuje.
 
   Mas yo aparto los ojos
Del río y de los fúlgidos cambiantes
Aúreos, de plata y rojos
Que pinta en las espumas vacilantes
La luz del claro cielo:
Son otras linfas las que ver anhelo.
 
   Más allá de la puente,
Ya el importuno estruendo se aminora
Del rápido torrente,
Y al fin el eco mudo lo devora,
Como el orgullo calla
Cuando traslinda la funérea valla.
 
   Nada el silencio augusto
Conturba allí de la pendiente senda;
No hay plácido ni adusto
Pájaro cuya voz el aire hienda:
Sólo en el hueco seno
Braman, tal vez, el huracán y el trueno.
 
   Falta en aquella altura
Aliento al ave que volando sube;
Sólo cruzar segura
Puede la esfera la ondulante nube,
Que da con forma extraña
Pomposo pabellón a la montaña.
 
   Ya se irgue aquí lozano
El roble fuerte, el pinalbar derecho,
Y al pie del avellano
Convida el césped con florido lecho,
Donde a la fresca sombra,
Despierta sueño la fragante alfombra.
 
   Allí yace escondida
De Plandigón (5) la deliciosa vega,
De rocas circuída,
Cuya empinada cumbre al cielo llega:
La nieve que las viste
Cuarenta siglos ha que al sol resiste.
 
   Guste mi labio ardiente,
Guste pronto el licor maravilloso
Que aplaque dulcemente
La congoja del pecho fatigoso,
Carcoma de mi vida.
�Oh! dadme la benéfica bebida.
 
   Quité al fin de la boca
El vaso, limpio de sangrienta mancha.
�Oh! ya esperar me toca,
Ya confiado el corazón se ensancha,
Sin miedo de que quiebre
Mis venas ya la devorante fiebre.
 
   �Qué insólita alegría
Por mi espíritu débil se derrama!
Pujante lozanía
Mis desmayados órganos inflama,
Y en vivas ansias arde
De hacer el pecho de su fuerza alarde.
 
   Y suelto me encaramo
De los peñascos por la frente inhiesta,
Donde con silbos llamo
Al ganado que pace en la floresta,
O el manantial sorprendo
Que se desgaja de la cumbre huyendo.
 
   O bien en el estanque,
De mil arroyos con la ofrenda rico,
Doy al batel arranque,
Y cuando el remo a gobernar me aplico,
Cada vez que le hundo,
Círculos abro, imágenes confundo.
 
   Y elévase la mente,
Y la bóveda azul atravesando,
Miro al OMNIPOTENTE
Con el dedo en los montes señalando
Su giro a los raudales,
Piscina milagrosa de los males.
 
   Y alabo el santo nombre
Del justo Juez que al imponer la pena
De su soberbia al hombre,
De dádivas espléndido le llena,
Con que robusto y fuerte
Retarde la victoria de la muerte.
 
   �Por qué ignotos canales,
Señor, esas corrientes encaminas?
�Qué ricos minerales
O qué gases vivíficos combinas
Allá en el antro rudo
Que vista humana penetrar no pudo?
 
   �Cuál es la lumbre que hace
Que hiervan los copiosos surtidores?
�De qué, gran Dios, su diferencia nace
De temple y de sabores?
El orbe me contesta:
�Un HÁGASE mi fábrica le cuesta.�
 
   Asilo solitario
Que la proscrita paz halló en España,
Dichoso santüario
Que el fiero Marte perdonó en su saña,
Tú cuyas auras quietas
No turbó el son de bélicas trompetas; (6)
 
   Cuando de ti me aleje,
Sufre que en esta losa de granito
Reconocido, deje
Mi obscuro nombre por mi mano escrito,
En muestra de que debo
A tu favor el existir de nuevo.
 
   �Así cuando sonara
De mi postrer anhélito la hora,
Pía mano llegara
A mis labios en copa bienhechora
Tu licor dulce tibio,
Mágico elixir de salud y alivio!
 
   Entonces en sus brazos
Risueña la esperanza me acogiera,
Y los mortales lazos
Sin sentirlo mi espíritu rompiera,
Y de dolor exento,
Vivido hubiera hasta el fatal momento.

Madrid, 1840.



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La medianía de ingenio

                                                           Mediocribus esse poetis
non Di, non homines, non concessere columnæ.
Horacio.
                                 Simbólica verdad mal disfrazada,
Grito de la razón a la osadía,
Sueño que su impotencia, que su nada
Revelas a mi estéril fantasía:
Ya dejo la carrera comenzada;
Ya inútil reconozco mi porfía,
Y a pesar del sonrojo que padezco,
La lección provechosa te agradezco.
 
   Duerme el avaro y con el oro sueña
Que afanoso en sus arcas amontona;
Duerme el que sigue la marcial enseña,
Y ve en sus sienes la triunfal corona;
Duerme el amante, y la beldad risueña
Con su cariño fiel le galardona;
Dormí yo con mi altivo pensamiento,
Pero soñé mi oprobio y mi tormento.
 
   En medio me encontré de una llanura
Piélago inmóvil de sutil arena;
Suelo entre cuya incómoda soltura
Rodeábase al pie tenaz cadena:
Cubría el horizonte noche obscura;
Mas brillaba el cenit con luz serena;
Luz que, afrentando la del sol ausente,
Nacía de otro sol más refulgente.
 
   Del centro levantábase del llano
Altísima pirámide, y su cumbre
Era escabel de un genio soberano
Cercado en torno de celeste lumbre.
Coronas varias de laurel lozano
Tendía a la infinita muchedumbre,
Que anhelosa llegaba a cada instante
Al pie de la pirámide gigante.
 
   Llamados de la plácida sonrisa
Del numen seductor y de su acento,
Que aun en el alma débil y remisa
Despertaba ambición y atrevimiento;
Rivales todos en ahínco y prisa,
Ansiaban escalar el alto asiento,
Sin reparar en los pendientes lados,
De gradas y asidero despojados.
 
   Bajo la planta vi de algún dichoso
Que el mármol ablandaba su dureza,
Labrándole escalones obsequioso,
Tras él deshechos con igual presteza.
Ceñir vi al genio con laurel glorioso
Del mortal predilecto la cabeza,
Y exclamé: �Cuando todo me resista,
Mayor será la prez de mi conquista.�
 
   En las junturas de la piedra entonces
Hinqué las manos con pueril arrojo:
Para otros cera, mas conmigo bronces,
Mi sangre al punto las tiñó de rojo;
Cada cual de los ásperos esconces
De mí quedaba con algún despojo,
Hasta que al medio ya de la subida
La voluntad se declaró vencida.
 
   Rodé precipitado de la altura
Donde me alzó para mi mal mi anhelo,
Y encontré momentánea sepultura
Dentro del polvo del movible suelo:
Con mofa universal mi desventura
Solemnizó la multitud sin duelo,
Y al dolor del orgullo escarmentado
Desperté sobre el lecho acelerado.
 
   Rayos de mustia lámpara oscilantes
Hirieron en el muro las facciones
De los ingenios como el sol brillantes,
Que envidian a mi patria mil naciones.
 
   Vi los ojos de LOPE y de CERVANTES
Moverse en encontradas direcciones,
Y por sus labios extenderse lenta
Sonrisa amarga de piedad que afrenta.
 
   Sí, con postizas alas es en vano
Querer alzar hasta el Olimpo el vuelo;
Decreto irrevocable, aunque tirano,
Se burla del afán y del desvelo:
Do quier que toca la azarosa mano
Que el genio no inspiró, derrama hielo,
Y hasta el aliento del bastardo vate
Aja las flores y su tronco abate.
 
   Vislumbrar entre gasa incitadora
Purpúrea faz con ojos de centella,
Y acercarse a la imagen que enamora,
Y huir y el velo redoblar la bella,
Y seguirla con planta voladora,
Y hallarse siempre separado de ella:
Tal suplicio padece el desdichado
Que a Febo culto da sin ser llamado.
 
   La verdad siente, adora la hermosura,
Y la quiere cantar; mas cuando canta,
Con su voz la verdad se desfigura,
Con sus acentos la belleza espanta:
El pensamiento que pintar procura
Trueca naturaleza en su garganta,
O irritada con él diestra divina
Le fuerza a hablar por áspera bocina.
 
   Puso el genio a sus hijos en la frente
Brilladora señal de vivo fuego,
Y abriéndoles su alcázar eminente,
Lo cerró a la violencia como al ruego.
�Si hay,� díjoles el numen, �quien intente
Mis umbrales hollar osado y ciego,
Sin que de allí le arrojen vuestros brazos,
Caerá sobre él mi pórtico en pedazos.�
 
   Cedamos a la ley que nos condena;
Callar es el deber del labio rudo;
Con el destino la razón lo ordena:
Muera la envidia en el respeto mudo.
Abandone la cítara sin pena
Quien la pulsó de inspiración desnudo,
Y huyendo competencias desiguales,
Destrócela a los pies de sus rivales.
 
   Cantad, poetas: vuestras harpas de oro
Con su mágico son llenen la esfera;
Mi voz de mil y mil seguida en coro,
Romperá en vuestro aplauso la primera.
Fruto es del tiempo que perdido lloro
La admiración que merecéis sincera.
Recibid el tributo que os ofrece
Quien os escucha y goza... y enmudece.


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La cama de matrimonio

                               Adónde va el carpintero
Con tanta madera al hombro?
-Tengo que hacer un tablado
De cama de matrimonio.
-�.Quién se casa? -Florentina.
-Tú eres entonces el novio.
Mil enhorabuenas, Pedro.
-Mil gracias, amigo Alfonso.
 
   -�Cómo te has hecho ese traje?
-Madre mía, no sé cómo.
Feo salió para boda;
Para mortaja es el propio.
-Rásgale, niña, o deshazle.
-No, madre, ya no le toco.
Mala me siento hace días:
Puede que me sirva pronto.
 
   -�Qué trabajas, Pedro amigo,
Tan afanado y lloroso?
-Labro una cama sin pies,
La postrera que usan todos.
-�Quién ha muerto? -Florentina.
Por ella trabajo y lloro.
�En ataúd se ha trocado
La cama de matrimonio!

18 de mayo de 1854.



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La vida

Traducción de Metastasio

                                    Por qué la vida nos parece bella?
�Qué placer nos ofrece mientras dura,
Si no hay edad ni condición en ella
Que dolor no se vuelva y amargura?
Niños, un ademán nos intimida;
Juguete somos en la edad florida
De la fortuna y del amor insano;
Y al fin cubiertos de cabello cano,
Abrumados gemimos
Al peso de los años que vivimos.
Ya el ansia de adquirir nos atormenta,
Ya el temor de perder nos pone susto:
Lid continua y violenta
Entre sí tienen siempre los malvados,
Y perdurable lid también sustenta
Contra la envidia y la falacia el justo.
Fantasmas engendrados
Por loca fantasía,
Sueño, delirio son nuestros cuidados;
Y cuando al cabo con vergüenza un día
Se desengaña nuestra mente ciega,
Entonces es cuando la muerte llega.

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