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Poco antes que en el Duero se sepulte, |
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Cruza Pisuerga plácida campiña, |
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Donde la rica mies, la rica viña |
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Derraman sus tesoros a la par. |
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Descuella un monte allí; sobre su cumbre |
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Un gigantesco torreón se eleva, |
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Monstruo que con las víctimas se ceba |
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Que lo da la venganza a devorar. |
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Agrio son de cadenas y cerrojos, |
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Amenazas de bárbaros sayones, |
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Súplicas, alaridos, maldiciones |
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Llenan aquella lúgubre mansión. |
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Fortaleza la llama quien lejano |
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Su mole ve sin registrar su centro; |
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Llámala infierno quien suspira dentro, |
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Cárcel la ley, su afrenta la razón. |
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Allí un anciano en miserable estancia, |
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Más bien que calabozo sepultura, |
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Sufre de sus pesares la tortura |
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Con el pie de la muerte en el umbral. |
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Pero en aquella frente consagrada |
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Señales duran de lo que era un día; |
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Centellea en su frente todavía |
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La llama del espíritu marcial. |
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Bajo el morado episcopal vestido |
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Violento late el corazón de Acuña; |
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Cuando su mano el pectoral empuña, |
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Fue un acero tal vez lo que buscó. |
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�Padilla! sin cesar suena en su labio, |
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Y un ay le sigue, y el prelado llora; |
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Y es el audaz prelado que en Zamora |
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�Santiago y libertad! apellidó. |
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-��Por qué, Señor,� arrodillado dice |
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Delante de un ebúrneo crucifijo; |
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�Por qué, Señor, tu cólera maldijo |
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La jornada infeliz de Villalar? |
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�Era pendón de iniquidad acaso |
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La bandera del noble comunero? |
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Por defender el injuriado fuero, |
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�No es lícito la espada desnudar?� |
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�Si entronizado el codicioso belga |
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Saqueaba el palacio y la cabaña, |
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Y desangrando a la infeliz España, |
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Ríos de oro enviaba a su nación; |
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Si reía en espléndido banquete, |
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Sirviéndole de música el gemido |
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De un pueblo que por él empobrecido |
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Moribundo imploraba compasión;� |
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�Si al pedirle justicia el triste padre, |
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Padre a quien deshonró vil cortesano, |
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Decía el extranjero al castellano: |
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Cómprame la venganza y la tendrás; |
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�Debió Castilla tolerar la afrenta? |
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�No debió armarse para entrar en liza, |
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Y gritar a la chusma advenediza: |
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No reinarás sobre mi suelo más?� |
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�Condenaste, Dios mío, por mi culpa |
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La empresa que si no te fuera grata, |
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porque soltando el báculo de plata, |
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Del profano bastón el puño así? |
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No, que Samuel, ministro de las aras, |
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También en sangre se bañó la diestra, |
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Joyada de tu templo hizo palestra, |
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Moisés armó los brazos de Leví.� |
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�Lo veo, sí; nuestra fatal caída |
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Quisiste que enseñara a las naciones |
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En dos tremendas útiles lecciones |
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Lo que merecen, lo que deben ser. |
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Quéjese el pueblo que agobiado llora, |
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Sólo de sí, pues que tolera el yugo; |
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Mas sepa, si combate a su verdugo, |
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Que sin unión es fuerza perecer.� |
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�Perecieron por eso en el cadalso |
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Los hijos de la gloria y de la guerra: |
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Sus casas, igualadas con la tierra, |
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Yacen cubiertas de ignominia y sal. |
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�Por qué me ha perdonado la cuchilla? |
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�Por qué esta cárcel mi vivir esconde?�- |
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Una voz pavorosa le responde: |
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�Porque te espera muerte de dogal.� |
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Ábrese con estrépito la puerta, |
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Y precedido de villana tropa, |
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Vestido un hombre de funesta ropa |
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Resuelto avanza en la prisión el pie. |
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Vara sutil de magistrado lleva, |
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Que en él parece látigo sangriento: |
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Ningún rasgo de humano sentimiento |
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En su frente fanática se ve. |
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Sanguinaria la boca, sanguinarios |
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Los torvos ojos de iracunda hiena, |
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Con desplegar el labio ya condena, |
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Con su mirada martiriza ya. |
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Mudo, pasmado el infeliz Acuña, |
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La decisión espera de su suerte: |
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No le acobarda la imprevista muerte; |
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Pero le aterra ver al que la da. |
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En nombre de Don Carlos os lo mando,� |
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Grita a los suyos el feroz alcalde; |
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Pero dicta sus órdenes en balde; |
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Tiembla el esbirro, párase el sayón. |
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� Obedeced,� el bárbaro repite; |
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Los satélites claman: ��Sacrilegio!� |
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Y acatando el sagrado privilegio, |
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Se lanzan en tropel de la prisión. |
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�No teme el vengador de la justicia,� |
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Dice el cruel, �del hombre ni del cielo; |
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Ese dogal tirado por el suelo |
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No quedará sin víctima esta vez.� |
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��Ronquillo!� fue a exclamar el sacerdote; |
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Pero apagó su voz el duro lazo, |
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Que estrechó con la planta y, con el brazo |
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Aquel verdugo en hábito de juez. |
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Por los tránsitos luego de la cárcel |
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Su trofeo arrastró, dejando en ellos |
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Con la sangre de Acuña y los cabellos |
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Señalado el camino que llevó. |
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Y a un corredor llegando, guarnecido |
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De dorado arabesco pasamano, |
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A ver el espectáculo inhumano |
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Testigos el sacrílego llamó. |
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Y llegaron, y dijo: �Comuneros, |
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Que desdorar quisisteis la corona, |
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La clemencia de Carlos os perdona: |
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De Simancas salid; pero �mirad!� |
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Y el cordel ominoso atando a un hierro, |
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Lanzó al aire el cadáver palpitando...- |
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Cayó la turba mísera temblando |
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Pasmada de terror y de piedad. |
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Alzose un alarido que llenaba |
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Del ancho patio el ámbito vacío; |
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Sucedió al penetrante vocerío |
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Misterioso susurro de oración. |
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Oscilaban pendientes entre tanto |
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Del corredor los míseros despojos, |
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Y el llanto que asomaba en muchos ojos |
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Se volvía en secreto al corazón. |
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Pero el cáñamo vil con un crujido |
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Turbó el piadoso fúnebre homenaje, |
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Y anunció desde el alto barandaje |
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Nuevos horrores que mirar después. |
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Cruzaba el patio el bárbaro Ronquillo... |
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Sonó un golpe violento... y de repente |
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De sangre salpicósele la frente, |
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Y vio el roto cadáver a sus pies. |
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�Esconda,� dijo, �su ignominia luego |
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La sepultura que a pedirme vino. |
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Comuneros, sabéis vuestro destino: |
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�Sed fieles al invicto emperador!� |
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Y salió del castillo a lento paso |
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Con un lienzo enjugándose la cara, |
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Y agitando en el aire aquella vara |
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Que sembraba el espanto y el horror. |
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�Cumplid la piadosa ley, |
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Noramala para vos: |
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Sacerdote, hablad de Dios, |
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y no me nombréis al rey.� |
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��No queda bien satisfecho |
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Su enojo con mi cabeza, |
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Si no postra la entereza |
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De este generoso pecho?� |
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�Pues a ese mezquino afán |
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Yo mi pundonor igualo; |
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No triunfará de Gonzalo, |
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Que soy Núñez y Guzmán.� |
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�Tengo vuestra absolución |
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De lo que a Dios ofendí; |
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Pero fiel vasallo fui: |
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No pido a Enrique perdón.� |
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�Crédito a mi labio dad, |
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Y tened por cosa cierta |
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Que no se miente a la puerta |
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De la obscura eternidad.� |
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�Sólo supe que Isabel |
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Sangre de Enrique tenía |
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Cuando era ya esposa mía: |
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Culpe a sus misterios él.� |
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�Que si al más alto lugar |
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Sabe amor alzar el vuelo, |
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Timbre oculto con un velo |
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Mal se puede respetar.� |
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�Pero decís que al Señor |
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Un corazón usurpé.- |
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Jamás Isabel su fe |
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Consagró a su Redentor.� |
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�Si encarcelada vivir |
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La mandó precepto injusto, |
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El silencio del disgusto |
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No es promesa de cumplir.� |
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�Dios su corazón formó, |
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Y pues que no le hizo suyo, |
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Sin temeridad arguyo |
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Que a mí me le destinó.� |
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�Porque sólo hacer dichosa |
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Mi vida Isabel pudiera, |
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y falta al Señor no hiciera |
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Entre tantas una esposa.� |
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�Y me dice la ventura |
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Que en sus brazos he gozado, |
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Que pude, sin ser culpado, |
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Ser dueño de su hermosura.� |
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�Pues bien no se halla real |
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Donde la virtud no asiste, |
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Y es inquieto, amargo y triste |
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Todo placer criminal.� |
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�El negro cadalso así |
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Veré con serena cara, |
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Contemplando en él un ara |
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De martirio para mí.� |
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�Y si aunque erguida, me ven |
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Pálida un tanto la frente, |
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Es que al paso que inocente, |
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Soy querido y amo bien.� |
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�Y no puede sin temor |
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La tumba ver un amante, |
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Pues le señala el instante |
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De renunciar al amor.� |
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�Esto, padre, repetid |
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Al monarca de Castilla, |
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Y que empuñe la cuchilla |
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Luego al verdugo decid.� |
* * *
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Enmudecido y absorto |
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De admiración y piedad, |
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Dejó la fúnebre estancia |
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El ministro del altar; |
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Y detrás del cortinaje |
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Descubrió, con pasmo igual, |
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A un rey trocado en espía |
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Menguando su majestad, |
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Monarca en la vestidura, |
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Y reo en el ademán. |
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Con violencia respiraba, |
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Como en su sordo bramar |
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Hórrida explosión anuncia |
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El hervoroso volcán. |
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En esto llegó un anciano |
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En hábito monacal, |
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Y entregole un azafate |
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Cubierto de un tafetán. |
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Un pliego y unos cabellos |
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Venían allí no más, |
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Súplicas de una infelice, |
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Despojos de una beldad. |
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Volviose Enrique de espaldas |
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Para poder ocultar |
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La conmoción que del pecho |
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Se le asomaba a la faz, |
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De recia interior batalla |
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Inequívoca señal. |
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Llegose luego a una mesa |
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Donde víanse a la par |
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Cadenas y escapularios, |
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Licores, frutas y pan, |
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Cirios de amarilla cera, |
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Una segur y un dogal, |
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y al pie del Crucificado, |
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Dios de mansedumbre y paz, |
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Hecho cetro de la muerte |
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Un pergamino fatal. |
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Desarrollole el monarca, |
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Y en él con celeridad |
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Dos palabras escribió |
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Vencido el enojo ya. |
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Perdón era la primera, |
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La segunda, libertad. |
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De dos vírgenes tiernas |
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Apoyada en los hombros, |
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Trémulas las rodillas, |
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Desencajado el rostro, |
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Respirando congojas |
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Y hablando por sollozos, |
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Isabel lentamente |
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Se arrastra al locutorio, |
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Donde la está Gonzalo |
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Esperando anheloso. |
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Detiénese la triste |
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Para alentar un poco, |
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Desembargar la lengua |
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Y serenar los ojos: |
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Mostrar abatimiento |
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Parécela desdoro |
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De la consorte fina |
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Que con ánimo heroico, |
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En vida se sepulta |
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Por dársela a un esposo. |
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Para que a su semblante |
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Suban matices rojos, |
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Sangre le pide al pecho |
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Dilacerado y roto; |
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Y para ver al hombre |
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Que el tiempo más dichoso |
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Su ídolo fue adorado, |
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Su bien único y solo, |
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De la virtud y el cielo |
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Confía en el socorro. |
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Compónese la toca, |
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Desdobla el cuerpo airoso, |
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Del traje penitente |
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Repara el abandono, |
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Fija en una medalla |
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Ósculos mil devotos, |
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Y a vista de su amante |
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Ofrécese de pronto, |
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Cual ángel cuya planta |
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Huella el poder del Orco. |
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Largo tiempo es del labio |
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El ministerio ocioso; |
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Que al través de las rejas |
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Que al mundo ponen coto, |
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Los dos enamorados |
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Se dicen sin estorbo |
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En las miradas mucho, |
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En los suspiros todo. |
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Dando al fin a la lengua |
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Súbito desahogo, |
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Isabel a Gonzalo |
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Háblale de este modo: |
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�Al cerrar por mí mano las barreras |
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Que de ti me separan y del mundo, |
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Quise que nunca mi dolor profundo |
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Con tu vista vinieras a aumentar.� |
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�Hoy te agradezco que mi ley quebrantes, |
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Plácida recreándome la idea |
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De que Gonzalo la constancia vea |
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Con que mi pena sé sobrellevar.� |
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�Entre temer la culpa y expiarla, |
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Paso los días y la muerte espero; |
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Pero a este precio tu vivir adquiero: |
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Dulce por ti se torna mi dolor.� |
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�Cuando recuerdo que mi amor bizarro |
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Conserva a España su mejor caudillo, |
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Corro al altar y ante el Señor me humillo, |
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Y bendigo su mano de rigor.� |
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�A vida sin placeres condenada |
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Desde que a ver la luz abrí los ojos, |
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Vegetando entre muros y cerrojos, |
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Fui como planta que sin sol creció.� |
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�Las trovas que cantaron a mi reja |
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Galanes mil en amoroso ruego, |
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Yo las oía como escucha el ciego |
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El bramido del mar que nunca vio.� |
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�Por ti mi corazón aletargado, |
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Llanura estéril, arenal desierto, |
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Se vio de flores de placer cubierto, |
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Y amaneció la dicha para mí.� |
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�Aquellas horas de dulzura llenas, |
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Un beso tuyo, tu menor halago, |
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Yo, Gonzalo querido, no los pago |
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Ni con un siglo que suspire aquí.� |
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�Mil años de penar en el infierno |
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Fueran de tanto bien premio mezquino... |
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Perdona mi locura, Juez divino; |
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Compadece a una mísera mortal.� |
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�Habla al esposo la infeliz esposa, |
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Y se despierta su cariño blando; |
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Hablo al que todavía estoy amando, |
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Porque me vence mi pasión fatal.� |
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��Ah! no lo permitáis, Dios poderoso, |
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Ni tú lo creas, mi Guzmán querido. |
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Nunca sobre tu amor caerá mi olvido, |
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Pero a ponerle freno aprenderé.� |
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�Mas entre tanto que angustiada lloro, |
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Quizá en otra mujer pérfido adores. |
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No profanes jamás nuestros amores; |
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Prométeme, Guzmán, eterna fe.� |
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��Me miras y del manto te despojas? |
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�De Alcántara la cruz muestra tu pecho! |
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�Y yo, Dios mío, de su fe sospecho, |
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Cuando se acoge como yo al altar!� |
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�Centro ahora común de nuestras alma, |
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Dios, que desde su trono nos inspira, |
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Nuestro cariño mirará sin ira |
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Que a su seno amoroso va a parar.� |
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�Y la esposa podrá de dos esposos |
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Implorar al Eterno por el hombre |
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Que para gloria de su santo nombre |
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Lidiará de Granada en el confín.� |
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�Y al escuchar las ínclitas hazañas |
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Con que triunfe Guzmán del agareno, |
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Confundiré sin crimen en mi seno |
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Mano y origen, instrumento y fin.� |
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�Que de mi amor con dura penitencia |
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La parte terrenal acrisolada, |
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Yo amaré tus virtudes y tu espada |
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Como destellos del poder de Dios:� |
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�Y tras vida de paz sin amargura |
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Tranquilos a la huesa bajaremos, |
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Y en el cielo por fin nos uniremos |
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Por edades sin término los dos.� |
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Aún más subir! �A dónde |
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Mis pasos lleva la encumbrada vía? |
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�Dónde el valle se esconde, |
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Término y fin de la esperanza mía? |
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�Dónde brota la fuente |
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Que hace al cadáver renacer viviente? |
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El alma se contrista |
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Del sendero en la bárbara aspereza; |
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La acobardada vista |
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Con agrias peñas por do quier tropieza, |
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Y un monte y otro monte |
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La encarcelan en mísero horizonte. |
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Descubre el Pirineo |
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Altas cimas de hielo coronadas: |
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Yo �triste! no las veo; |
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Que cautivar no puede mis miradas |
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Entre las rocas yermas |
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Sino el cristal de las bullentes termas. |
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Estrepitoso zumba |
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Caldarés (4) en la quiebra donde osado |
|
De golpe se derrumba, |
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Y de riscos enormes contrastado, |
|
Embravecido ruge, |
|
Y alza sus olas con doblado empuje. |
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|
Mas yo aparto los ojos |
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Del río y de los fúlgidos cambiantes |
|
Aúreos, de plata y rojos |
|
Que pinta en las espumas vacilantes |
|
La luz del claro cielo: |
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Son otras linfas las que ver anhelo. |
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Más allá de la puente, |
|
Ya el importuno estruendo se aminora |
|
Del rápido torrente, |
|
Y al fin el eco mudo lo devora, |
|
Como el orgullo calla |
|
Cuando traslinda la funérea valla. |
|
|
Nada el silencio augusto |
|
Conturba allí de la pendiente senda; |
|
No hay plácido ni adusto |
|
Pájaro cuya voz el aire hienda: |
|
Sólo en el hueco seno |
|
Braman, tal vez, el huracán y el trueno. |
|
|
Falta en aquella altura |
|
Aliento al ave que volando sube; |
|
Sólo cruzar segura |
|
Puede la esfera la ondulante nube, |
|
Que da con forma extraña |
|
Pomposo pabellón a la montaña. |
|
|
Ya se irgue aquí lozano |
|
El roble fuerte, el pinalbar derecho, |
|
Y al pie del avellano |
|
Convida el césped con florido lecho, |
|
Donde a la fresca sombra, |
|
Despierta sueño la fragante alfombra. |
|
|
Allí yace escondida |
|
De Plandigón (5) la deliciosa vega, |
|
De rocas circuída, |
|
Cuya empinada cumbre al cielo llega: |
|
La nieve que las viste |
|
Cuarenta siglos ha que al sol resiste. |
|
|
Guste mi labio ardiente, |
|
Guste pronto el licor maravilloso |
|
Que aplaque dulcemente |
|
La congoja del pecho fatigoso, |
|
Carcoma de mi vida. |
|
�Oh! dadme la benéfica bebida. |
|
|
Quité al fin de la boca |
|
El vaso, limpio de sangrienta mancha. |
|
�Oh! ya esperar me toca, |
|
Ya confiado el corazón se ensancha, |
|
Sin miedo de que quiebre |
|
Mis venas ya la devorante fiebre. |
|
|
�Qué insólita alegría |
|
Por mi espíritu débil se derrama! |
|
Pujante lozanía |
|
Mis desmayados órganos inflama, |
|
Y en vivas ansias arde |
|
De hacer el pecho de su fuerza alarde. |
|
|
Y suelto me encaramo |
|
De los peñascos por la frente inhiesta, |
|
Donde con silbos llamo |
|
Al ganado que pace en la floresta, |
|
O el manantial sorprendo |
|
Que se desgaja de la cumbre huyendo. |
|
|
O bien en el estanque, |
|
De mil arroyos con la ofrenda rico, |
|
Doy al batel arranque, |
|
Y cuando el remo a gobernar me aplico, |
|
Cada vez que le hundo, |
|
Círculos abro, imágenes confundo. |
|
|
Y elévase la mente, |
|
Y la bóveda azul atravesando, |
|
Miro al OMNIPOTENTE |
|
Con el dedo en los montes señalando |
|
Su giro a los raudales, |
|
Piscina milagrosa de los males. |
|
|
Y alabo el santo nombre |
|
Del justo Juez que al imponer la pena |
|
De su soberbia al hombre, |
|
De dádivas espléndido le llena, |
|
Con que robusto y fuerte |
|
Retarde la victoria de la muerte. |
|
|
�Por qué ignotos canales, |
|
Señor, esas corrientes encaminas? |
|
�Qué ricos minerales |
|
O qué gases vivíficos combinas |
|
Allá en el antro rudo |
|
Que vista humana penetrar no pudo? |
|
|
�Cuál es la lumbre que hace |
|
Que hiervan los copiosos surtidores? |
|
�De qué, gran Dios, su diferencia nace |
|
De temple y de sabores? |
|
El orbe me contesta: |
|
�Un HÁGASE mi fábrica le cuesta.� |
|
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Asilo solitario |
|
Que la proscrita paz halló en España, |
|
Dichoso santüario |
|
Que el fiero Marte perdonó en su saña, |
|
Tú cuyas auras quietas |
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No turbó el son de bélicas trompetas; (6) |
|
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Cuando de ti me aleje, |
|
Sufre que en esta losa de granito |
|
Reconocido, deje |
|
Mi obscuro nombre por mi mano escrito, |
|
En muestra de que debo |
|
A tu favor el existir de nuevo. |
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�Así cuando sonara |
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De mi postrer anhélito la hora, |
|
Pía mano llegara |
|
A mis labios en copa bienhechora |
|
Tu licor dulce tibio, |
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Mágico elixir de salud y alivio! |
|
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Entonces en sus brazos |
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Risueña la esperanza me acogiera, |
|
Y los mortales lazos |
|
Sin sentirlo mi espíritu rompiera, |
|
Y de dolor exento, |
|
Vivido hubiera hasta el fatal momento. |
Madrid, 1840.
|
Simbólica verdad mal disfrazada, |
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Grito de la razón a la osadía, |
|
Sueño que su impotencia, que su nada |
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Revelas a mi estéril fantasía: |
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Ya dejo la carrera comenzada; |
|
Ya inútil reconozco mi porfía, |
|
Y a pesar del sonrojo que padezco, |
|
La lección provechosa te agradezco. |
|
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Duerme el avaro y con el oro sueña |
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Que afanoso en sus arcas amontona; |
|
Duerme el que sigue la marcial enseña, |
|
Y ve en sus sienes la triunfal corona; |
|
Duerme el amante, y la beldad risueña |
|
Con su cariño fiel le galardona; |
|
Dormí yo con mi altivo pensamiento, |
|
Pero soñé mi oprobio y mi tormento. |
|
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En medio me encontré de una llanura |
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Piélago inmóvil de sutil arena; |
|
Suelo entre cuya incómoda soltura |
|
Rodeábase al pie tenaz cadena: |
|
Cubría el horizonte noche obscura; |
|
Mas brillaba el cenit con luz serena; |
|
Luz que, afrentando la del sol ausente, |
|
Nacía de otro sol más refulgente. |
|
|
Del centro levantábase del llano |
|
Altísima pirámide, y su cumbre |
|
Era escabel de un genio soberano |
|
Cercado en torno de celeste lumbre. |
|
Coronas varias de laurel lozano |
|
Tendía a la infinita muchedumbre, |
|
Que anhelosa llegaba a cada instante |
|
Al pie de la pirámide gigante. |
|
|
Llamados de la plácida sonrisa |
|
Del numen seductor y de su acento, |
|
Que aun en el alma débil y remisa |
|
Despertaba ambición y atrevimiento; |
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Rivales todos en ahínco y prisa, |
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Ansiaban escalar el alto asiento, |
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Sin reparar en los pendientes lados, |
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De gradas y asidero despojados. |
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Bajo la planta vi de algún dichoso |
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Que el mármol ablandaba su dureza, |
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Labrándole escalones obsequioso, |
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Tras él deshechos con igual presteza. |
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Ceñir vi al genio con laurel glorioso |
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Del mortal predilecto la cabeza, |
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Y exclamé: �Cuando todo me resista, |
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Mayor será la prez de mi conquista.� |
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En las junturas de la piedra entonces |
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Hinqué las manos con pueril arrojo: |
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Para otros cera, mas conmigo bronces, |
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Mi sangre al punto las tiñó de rojo; |
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Cada cual de los ásperos esconces |
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De mí quedaba con algún despojo, |
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Hasta que al medio ya de la subida |
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La voluntad se declaró vencida. |
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Rodé precipitado de la altura |
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Donde me alzó para mi mal mi anhelo, |
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Y encontré momentánea sepultura |
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Dentro del polvo del movible suelo: |
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Con mofa universal mi desventura |
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Solemnizó la multitud sin duelo, |
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Y al dolor del orgullo escarmentado |
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Desperté sobre el lecho acelerado. |
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Rayos de mustia lámpara oscilantes |
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Hirieron en el muro las facciones |
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De los ingenios como el sol brillantes, |
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Que envidian a mi patria mil naciones. |
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Vi los ojos de LOPE y de CERVANTES |
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Moverse en encontradas direcciones, |
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Y por sus labios extenderse lenta |
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Sonrisa amarga de piedad que afrenta. |
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Sí, con postizas alas es en vano |
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Querer alzar hasta el Olimpo el vuelo; |
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Decreto irrevocable, aunque tirano, |
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Se burla del afán y del desvelo: |
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Do quier que toca la azarosa mano |
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Que el genio no inspiró, derrama hielo, |
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Y hasta el aliento del bastardo vate |
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Aja las flores y su tronco abate. |
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Vislumbrar entre gasa incitadora |
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Purpúrea faz con ojos de centella, |
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Y acercarse a la imagen que enamora, |
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Y huir y el velo redoblar la bella, |
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Y seguirla con planta voladora, |
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Y hallarse siempre separado de ella: |
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Tal suplicio padece el desdichado |
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Que a Febo culto da sin ser llamado. |
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La verdad siente, adora la hermosura, |
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Y la quiere cantar; mas cuando canta, |
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Con su voz la verdad se desfigura, |
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Con sus acentos la belleza espanta: |
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El pensamiento que pintar procura |
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Trueca naturaleza en su garganta, |
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O irritada con él diestra divina |
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Le fuerza a hablar por áspera bocina. |
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Puso el genio a sus hijos en la frente |
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Brilladora señal de vivo fuego, |
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Y abriéndoles su alcázar eminente, |
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Lo cerró a la violencia como al ruego. |
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�Si hay,� díjoles el numen, �quien intente |
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Mis umbrales hollar osado y ciego, |
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Sin que de allí le arrojen vuestros brazos, |
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Caerá sobre él mi pórtico en pedazos.� |
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Cedamos a la ley que nos condena; |
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Callar es el deber del labio rudo; |
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Con el destino la razón lo ordena: |
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Muera la envidia en el respeto mudo. |
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Abandone la cítara sin pena |
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Quien la pulsó de inspiración desnudo, |
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Y huyendo competencias desiguales, |
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Destrócela a los pies de sus rivales. |
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Cantad, poetas: vuestras harpas de oro |
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Con su mágico son llenen la esfera; |
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Mi voz de mil y mil seguida en coro, |
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Romperá en vuestro aplauso la primera. |
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Fruto es del tiempo que perdido lloro |
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La admiración que merecéis sincera. |
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Recibid el tributo que os ofrece |
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Quien os escucha y goza... y enmudece. |
18 de mayo de 1854.