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Década tercera


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Epístola I

A Doña Antonia Valero de Eslava


Con una instrucción para las doncellas que han de ser casadas


Mándame v. m., señora doña Antonia, como tan deseosa de sacar su hija espejo de mujeres, en quien se vean las partes y costumbres cuales se requieren en la doncella que ha de ser casada, que tomo a mi cargo esta empresa. Muchas causas tengo de rehusarla: la primera, ser mi señora doña Antonia Caxa de Miota hija de v. m. y del señor licenciado Antonio de Miota, que con esto es fuerza presuman su bondad y virtud los que no la conocen, y la prediquen y alaben los que tienen noticia de sus costumbres. La segunda, que cuando hubiera necesidad de documentos, el señor licenciado, como padre y como tan docto, debiera hacer esto, y lo hiciera por excelencia. Las demás causas dejo, porque al fin he de obedecer mandándomelo v. m., y porque quedaré yo muy glorioso de haber hecho este servicio al señor licenciado, con quien yo me honro tanto. Pero será esto, no poniendo los ojos en mi señora doña Antonia Caxa, que su merced es ejemplo de doncellas, sino tomando este asunto en general, y enseñando a la doncella que ha de ser casada cómo se ha de prevenir para este estado y gobernar en él.

El primero y más principal documento es que sea buena cristiana; y ésta es la basa fundamental, así de éste como de todos los demás estados. Si la doncella es más hermosa que el sol, y trae en dote el Potosí, y si es más dulce y agradable que las sirenas, no lleva nada si no lleva buen alma. Ejercítese en actos de caridad, sea muy devota, sea muy aficionada a los pobres; que tiene Dios en ellos puestos los ojos, y recibe a su cuenta lo que a ellos se les da; hágase a los ayunos que manda la Iglesia; ame las práticas y sermones y aprovéchese de ellos; tenga sus horas diputadas para rezar, y no sea escrupulosa ni libre, que el medio en muchas cosas es aprobado; frecuente la confesión, frecuente las devociones, y todo esto bajo la obediencia de sus padres; que a pesar de ellos, la doncella, aun a cosas de virtud, no ha de salir de los lumbrales de su casa, ni pasarle por el pensamiento. De esta manera concupiscet rex decorem ejus; de esta manera cobrará opinión su virtud. Y aunque dijo el satírico: Probitas laudatur et alget, lo cierto es que Dios nunca falta a los suyos, y que los pone en las alas de la fama, para que todos tengan noticia de las virtuosas y santas doncellas, y de todos sean, como margaritas preciosas, apetecidas y buscadas. Con elegancia lo dijo el insigne poeta Pontano en aquellos versos del Pégaso:


Nec vero monumenta hominum intestata reliquit
Juppiter, at caelo81 illustrans vestigia famae,
Virtutisque aperire viam ad nova nomina jussit.
Pegasus hinc caelo82 micat; etc.


    No dejó el gran Tonante sepultadas
Las insignes hazañas de los hombres,
Antes mandó que en el celeste globo
Luciesen las pisadas de la fama,
Y abrir de la virtud mandó el camino
Para mayor renombre y gloria suya:
Por eso luce el Pégaso en el cielo.



Esté, demás de esto, bien ocupada la doncella. ¡Oh qué buen documento! Mientras está ocupada la mujer, doncella o casada, no se acuerda de los gustos y deleites humanos; que éstos llevan los pensamientos tras sí y las anegan en las turbias aguas de la torpeza. ¡Qué bien decía Architas Tarentino que en el reino del deleite no podía estar ni vivir la virtud! Antes, si la doncella se divierte a pretensiones de casada, el ejercicio corporal que lleva entre manos la hace olvidar y la enajena de aquella imaginación, que si bien no es torpe, pues va dirigida al matrimonio, ese cuidado no ha de ser suyo, sino de sus padres, y principalmente de Dios, cui omnia virunt.

La aguja y la rueca son las armas de la mujer, y tan fuertes, que armada con ellas resistirá al enemigo más orgulloso de quien fuere tentada. La labor, la ocupación apaga los ardores de la concupiscencia. Bien lo advierte Terencio en el Andria:


Primo83 haec pudice84 vitam parce ac duriter
Agebat, lana ac tela victum quaeritans.
Sed postquam amans85 accessit pretium pollicem
Unus et item alter (ita ut ingenium est omnium
Hominum ab labore proclive ad lubidinem86)
Accepit condicionem87.



«Al principio esta mujer vivía una vida templada y con clausura, sustentándose de la lana y de la tela, de hilar y tejer; mas así como abrió la puerta a mancebos enamorados, que le prometían y daban (como, en efecto, el engenio humano se deja llevar fácilmente del trabajo al ocio y deleite), rindióse al vicio.»

La doncella honesta siga y espere la voluntad del padre; que cuando no llegue a ser casada, más perfecto es el estado de la virgen; y si lo fuere, dé primero a entender que sale de casa de sus padres violentada. Y acuérdese del uso de los Romanos en el matrimonio, que cuando llegaba la desposada a casa del marido, rehusaba el salir hasta que la arrebataban, y por fuerza la entraban en el coche sin tocar sus pies en los umbrales. Y de este uso da Plutarco dos causas: la una, porque van de mala gana donde han de perder la flor virginal; la otra, porque dan a entender que no hubieran salido de sus casas, ni dejado a sus padres si no fueran forzadas. An eo invitae ingredi videri volunt, ubi pudicitiam sunt amissurae? an quod potius signum est, ipsam non sua sponte domum exituram, nec suos relicturam fuisse, nisi cogeretur, quemadmodum vi coacta ingressa esset?

El mismo Plutarco dice que en Beocia llevan a la desposada en un coche, y que en llegando a la casa del marido, queman el eje, significando que ha de quedar allí sin esperanza de volver: Tamquam eo sublato, quod eam asportaturum fuerat. Faltando el coche en que había de volver.

Notable es también lo que dice San Isidoro, en sus Etimologías, declarando la de uxor, que quiere decir «casada»: Uxores vocatae quasi unxiores. Moris enim erat antiquitus, ut nubentes puellae simul venirent ad limen mariti, et postes, antequam ingrederentur, ornarentur laneis vittis, et oleo ungerentur: «Era, dice, costumbre antigua que las desposadas viniesen con sus maridos a su casa, y que encima de la puerta se colgasen unas vendas de lana untadas con aceite», y por aquella unción se decían uxores. Pero la significación de aquellos vellones de lana era, que de allí adelante su ocupación había de ser el lanificio, de que tanto se preció Aragne, y tanto Minerva, y no menos deben preciarse todas las buenas casadas.

Dame la mujer ociosa, te la daré perdida. El áncora firme y segura de la castidad es la ocupación; ésta divierte los malos pensamientos, ésta es una puerta cerrada a todos los vicios. El amor, poderoso dueño de las almas (como se ve y prueba con ejemplos de no pocos santos, cuanto más de gente viciosa), no tiene fuerza contra los ocupados. Otia si tollas, periere Cupidinis arcus. Como dice Luciano, en el diálogo de Venus y Cupido: Amor numquam aditum ad Minervam, aut Musas habere potest, quia hae semper occupatae, illa gravi fronte animoque inexpugnabili88 est: «El amor, dice, no tiene entrada, ni a Minerva, ni a las Musas, porque éstas están siempre ocupadas, y aquélla tiene rostro grave y zahareño y inexpugnable.»

Y esta ocupación no sólo ha de ser de la aguja empleada en la costura de camisas, en la vainilla, deshilados, cortados, labores, plumajes, bordados, redes, tocas, garbines y otros aderezos; pero también en algunos géneros de guisados, así ordinarios como extraordinarios, para el día (que se ofrecen algunas ocasiones de éstas) de fiesta, de convite, de enfermedades, en que son servidos los enfermos con varios sainetes y regalos; en fin, cosas pertenecientes a la obligación de casados. Que no es razón vaya la doncella a poder de su marido, ignorante y bozal en las cosas de su familia.

Ya imagino casada a mi señora doña Antonia Caxa, y con estas partes que hemos dicho y otras superiores. Agora el amor debido a su esposo la haga una misma cosa con él: estímele, ámele, agrádele.

Si tuviere algunas imperfecciones, súplaselas con su discreción; si fuere iracundo, si algo duro, si algo intratable, lleve con paciencia aquel rigor, guste de su humor, parézcale bien aquella extrañeza, y verá en qué pocos días le vence, le trae a la mano, y hace dél cuanto quiera. «No hay cosa tan dura que con el tiempo no se ablande»: Nil adeo durum est, quod non mitescere possit. En fin, con estos medios vendrá a unirse con él, de manera que no se halle el uno sin el otro, y que estén contentos en casa, fuera de ella, en la ciudad, en la granja, en España, en la Lidia y en el postrero rincón del mundo. Eso mismo, por otro lenguaje, dijo Marcial a su amigo Manio, lib. X, epigrama XX:


Ducit ad auriferas quod me Salo Celtiber oras,
    Pendula quod patriae visere tecta libet;
Tu mihi simplicibus, Mani, dilectus ab annis,
    Et praetextata cultus amicitia;
Tu facis in terris, quo non est alter Iberis
   Dulcior, et vero dignus amore magis.
Tecum ego vel sicci Getula mapalia Poeni,
    Et poteram Scithicas hospes amare casas.
Si tibi mens eadem, si nostri mutua cura est,
    In quocunque loco Roma duobus erit.



El casamiento es, o cielo o infierno. Si el marido y la mujer se conforman, es cielo; y si viven discordes, infierno. Manden a la memoria los casados estas décimas, que hizo un buen marido a su mujer, contentos en el estado:


   Ya, mi Julia, vengo a ser,
Con el título de esposo,
El hombre más venturoso
Que ha nacido de mujer.
Debo al cielo agradecer,
Que me da gloria en la tierra,
Y paz sin temor de guerra;
Porque guerra entre casados
Es vida de condenados,
Si vida el infierno encierra.
   Pirro, que glorioso almete
Ostenta y viste loriga,
Armas, furia, Marte siga;
A mí dulce paz compete.
Esa tu rostro promete.
Siendo de ti prometida,
Espero verla cumplida;
Y con tal salvo conduto
Podré pasar a pie enjuto
El mar Rojo de esta vida.
   Naciendo Cristo enarbola
Bandera de paz al punto,
Y cercano a ser difunto,
Dió la paz y encomendóla.
Y Judas, con ella sola,
Contra su Dios se abalanza,
Y efectuó su esperanza;
Que al beso de paz, con ser
Falso, se dejó prender.
¡Oh lo que la paz alcanza!
   De la guerra y rebelión
Nunca se espera salud;
De la paz, gloria, quietud,
Amor y conformación.
Por esta perfecta unión
Dios y el amor nuestro a una
Cada cual nos importuna:
El amor nuestro, importuno,
A hacer de dos cuerpos uno,
Y Dios de dos almas una.
   Adonde hay concordia, allí
Todo cuadra y viene al justo,
Todo es un color, un gusto,
Un querer, un no y un sí;
Lo que quiero para mí,
Eso quiero para vos:
Ésta es vida, aquí está Dios;
Lo demás es acabar,
Porque no puede durar
Reino diviso entre dos.
   ¿Qué nos dicen, Julia hermosa,
Cuando nos juntan las manos?
¿Qué? Que seamos hermanos,
Que seamos una cosa.
Texto es éste que sin glosa
Se deja bien entender,
Porque el marido y mujer
Uno de otro es la mitad,
Que vuelto en conformidad,
Una cosa viene a ser.
   Vivamos, Julia, vivamos
En esta unión venturosa,
Y esta maraña amorosa
Cual parra y olmo tejamos;
Y al crecer del tiempo vamos
También creciendo en amor,
Que ni le turbe el temor,
Ni le inquiete la pena,
En la conjugal cadena
Siempre enlazados mejor.
   Ambos podemos tirar
Deste indisoluble lazo,
Que cuanto más le adelgazo,
Menos se puede quebrar.
Labróle Dios, y al labrar
Le infundió gracia tan fuerte,
Que sólo puede hacer suerte
De alguna flaqueza en él
La necesidad cruel,
Por otro nombre la muerte.



Y si, como dije primero, hallare la nueva esposa en su marido algunos resabios de la vida soltera, acuérdese de lo que dice Séneca el trágico de su Hércules furioso en persona de Juno:


Et posse coelum viribus vinci suis
      Didicit ferendo.


   Y sabe bien el valeroso Alcides
Que sufriendo podrá vencer el cielo.



Si le diere algunas ocasiones de celos, no se dé por entendida la honesta casada, ni dé lugar que presuma su marido que tal sabe; y si a los ojos de ella se ofreciere el testimonio de su mala andanza, represéntele la ofensa que hace a Dios con la grave torpeza, y a la gente con el mal ejemplo; y con honestas y piadosas razones le procure apartar, sin voces y alborotos, sino en secreto y a solas. Y cuando de, esta manera no pueda reducirle, encomiéndele a Dios, rezando y pidiendo a Dios con lágrimas le traiga a su servicio, y verá de esta manera una gran mudanza y reformación de costumbres; que Dios en un momento obra tan fuertemente en un alma, que de pedernal y bronce la vuelve derretida cera. Y lo verá tan trocado, que no sepa cómo regalar a su esposa, cómo contentarla, cómo unirse con ella sin miedo de enajenarse para siempre de ella, ni recelarse de ella, todo ocupado en amarla y corresponderla. Y se entristecerá de verla triste, de oírle sus suspiros, y confiará en ella presente y ausente; en la guerra estará sin ella, y estará como con ella seguro. ¡Qué bien pintó este pensamiento Stacio Papinio, en el libro III de las Silvas, hablando con Claudia, su mujer!


   Quid mihi maesta die, sociis quid noctibus uxor
Anxia pervigili ducis suspiria cura?
Non metuo, ne laesa lides, aut pectore in isto
Alter amor, nullis in te datur ire sagittis.
Audiat infesto licet haec Rhamnusia vultu,
Non datur, et si egomet patrio de littore raptus
Quattuor emeritis89 per bella, per aequora lustris
Errarem; tu mille procos intacta fugares,
Non intersectas90 commenta retexere telas,
Sed sine fraude palam thalamosque armata negasses.



Léase toda la carta; que toda es un retrato de perfectos casados. ¡Oh, dirá alguno que en este tiempo tan disoluto pone grima tratar de casamiento la mujer, cuando los hombres viven tan desenfrenadamente! Por esa misma causa conviene dar estado a la mujer, y quitarla de las ocasiones, no sólo de vecinos conocidos, pero [de] la comunicación de parientes; pues, como dice Ovidio: Non hospes ab hospite tutus. La mujer con el abrigo del marido, el marido con la paz y conformidad de la mujer, no tienen que buscar pan de trastrigo; pueden vivir sosegados y contentos, como los del tiempo de Saturno, cuando los hombres habitaban en las frías espeluncas, y ésas eran sus casas, y su fuego y chimenea; y cuando el ganado y sus dueños se recostaban a una misma sombra; y cuando la montañesa casada le hacía a su marido el lecho de ramos de árboles, de rastrojo y heno, de pieles de fieras. Diferente era ésta que Cintia y la que tan agramente lloró la muerte de su dulce gorrioncillo; y bien diferente, pues sólo se ocupaba en dar a sus hijuelos los pechos rebosando leche, y muchas veces más horrible que su propio marido regoldando bellota. Léase la VI sátira de Juvenal:


Credo pudicitiam Saturno rege moratam
In terris, visamque diu, cum frigida parvas
Praeberet spelunca domos, ignemque Laremque,
Et pecus, et dominos communi91 clauderet umbra;
Silvestrem montana thorum cum sterneret uxor
Frondibus et culmo, vicinarumque ferarum
Pellibus; haut92 similis tibi Cynthia, nec tibi, cujus
Turbatvit nitidos exstinctus passer ocellos:
Sed potanda ferens infantibus ubera magnis,
Et saepe horridior glandem ructante marito.



Habiendo visto mi señora doña Antonia en este papel su propria imagen, si no bosquejada tan al vivo como su merced es, a lo menos con todo aquel primor que el pincel de mi deseo pudo. Será ya tiempo que tome estado, pues la anima a ello el casto amor que Papinio introduce en el epitalamio de Stela y Violantila:


Ergo age junge thoros, atque otia deme juventae.
Quas ego non gentes, quae non face corda jugali93?
Alituum pecudumque mihi, durique ferarum
Non renuere greges, ipsum in connubia terrae
Aethera, cum pluviis rarescunt nubila, solvo:
Sic rerum series mundique revertitur aetas; etc.


   Cásate, acaba ya el ocioso lazo,
Suelta a tu juventud verde y florida.
¿Qué gentes y qué almas no he ligado
A mis coyundas yo?, ¿qué grey de fieras
Libre está de mi yugo? Al mismo cielo
Le caso con la tierra, cuando en agua
Copiosa rompen las espesas nubes;
Con este casamiento se renueva
La edad del mundo y orden de las cosas.



Cásese, en fin, mi señora doña Antonia; que yo aseguro que cuando después de largos años la llame Dios a su gloria, le venga muy al justo el epitafio que hizo Sidonio Apolinar a una gran matrona. «¡Oh esplendor del linaje, honra del marido, prudente, casta, honesta, severa, dulce, digna de ser imitada de las ancianas! Tú juntaste con la afabilidad de tus costumbres lo entre sí contrario y discorde, por haber tenido por compañeras de tu vida libertad grave y honestidad graciosa»:


   O splendor generis, decus mariti,
Prudens, casta, decus, severa, dulcis,
Atque ipsis senioribus sequenda.
Discordantia, quae solent putari,
Morum commoditate copulasti.
Nam vitae comites bonae fuerunt
Libertas gravis et pudor facetus.



Con esto ceso, y a v. m. suplico perdono mis faltas, que confieso humilde y dé mis besamanos al señor licenciado Antonio Martínez de Miota, y al señor Pedro Valero, a quien soy por extremo afecto. Nuestro Señor a v. m. guarde mil años.




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Epístola II

Al Licenciado Francisco de Cuenca, Maestro de Humanidad en la Ciudad de Jaén


Sobre estar muy enfermo de estudios


¡Cuánto me pesa de la poca salud de v. m.! Plurimam tibi exopto. Mas, ¿cuál es el dichoso a quien


Doris amara suas non intermisceat undam?94



¿Pensaba v. m. llevárselo todo, salud y sabiduría?


Rara avis in terris, nigroque simillima cygno.



Aunque no me espantara yo de ello en español, y más andaluz. Porque Strabón llama a lo que es raro Spanion, alabanza no pequeña de los españoles. Dice, pues, estas palabras: Metallis95 quidem plena est tota Hispania, at non omnes regiones ita frugiferae sunt ac felices, minimumque eae, quae metallis abundant. Rarum nimirum est tum metallorum habere, tum frugum copiam. Y donde dice su intérprete Estéfano rarum, Strabón dice Spanion. Y luego más abajo dice: At Turditania eique contigua regio utraque re abundat, ita ut nulla satis laudatio praestantiae earum institui possit. Metales y frutos de la tierra no se ve todo junto sino en España, y más en la Andalucía, y con tanta excelencia, que excede a todo encarecimiento. De suerte que no era imposible verlo todo junto en V. m., por ser español y andaluz, cuya tierra fert omnia; aunque en las demás provincias estén los frutos repartidos, según Virgilio:


Hic segetes, illic veniunt felicius uvae96,
Arborei foetus alibi, atque injussa virescunt
Gramina. Nonne vides, croceos ut Tmolus odores,
India mittit ebur, molles sua Mura, Saboei?, etc.



Otro tanto dice Heresbachio en su libro de Agricultura: Considerandum, quid quoque loco serere expediet: alia enim ad frumentum, alia ad vites; alia oleae accomodata, alia foeno et pabulo. ¿Quién olvidará a Sidonio Apolinar en el panegírico de Mayoriano?


   Quaeque suos provincia fructus
Exposuit, fert Indus ebur, Chaldoeus amomum,
Assyrim gemmas, Ser vellera, thura Sabaeus,
Atthis mel, Phoenis palmas, Lacedoemon olivum,
Arcas equos. Epirus equas, pecuaria Gallus,
Arma Chalybs, frumenta Libys, Campanus Iacchum,
Aurum Lydus, Arabs guttam, Panchaia myrrham,
Pontus castorea, blattam Tyrus, aera Corinthus,
Sardinia argentum, naves Hispania defert.



Aquí Apolinar no le atribuye a España más de una cosa, porque lo mismo hace con esotras provincias; solamente nos honra más que a los otros en cerrar con ella su concepto, guardando el mejor bocado para la postre. Pero Plinio, Mela y Solino dicen de ella que generalmente es feracísima de todos los frutos de la tierra. El último dice en su Polyhistor: Nulli posthabenda Hispania frugum copia, sive soli ubere, sive vinearum proventus respicere, sive arborarios vellis, omni materia affluit quaecumque aut pretio ambitiosa est, aut usu necessaria. Y Cornelio, De Judaeis, en la Europa, llegado a España, dice: Hispania nec ut Africa violento solo terretur, nec ut Gallia assiduis fatigatur rentis, sed media inter utramque, hinc temperato calore, inde felicibus et tempestivis imbribus, in omnia frugum genera facunda est.

Tan fecundo es su ingenio de v. m. como nuestra España. Y no es mucho si desprecia su salud por amar tanto las letras y ser tan insigne en ellas. Oh insignem helluonem omnium scientiarum, oh ferventissimum omnis litteraturae amatorem! Quid tibi vis? aut supersede tantisper ab studiis, aut de infirma valetudine ne querelas incassum jactes. Si tibi certum est immori litteris, quid AEsculapios, quid Machaones anhelas? Crede mihi, nullam omnis Hippocratica schola feret opem, nisi deserit litterarum studia. At quam grave dispendium, quam immane damnum. Cuán bien dijo Persio en su Scazonte:


Heliconidasque pallidamque Pyrenen
Illis remitto97, quorum imagines lambunt
Hederae sequaces.



Quare pallidas Musas, quare Pyrenen pallidam vocat? Metonimice nempe, quod amatores suos pallidos redat. Quid tu sine pallore vis amare? non minore pretio quam ipsa sanitate constat sapientia. Ilardo Lubino dice que el color pálido se hace de la comistión del blanco y flavo, y tomólo, como v. m. sabe, de Platón, en el Timeo. Y estos dos colores, blanco y rojo, son los de la plata y el oro, metales que lo uno son símbolos de la sabiduría; lo otro, que para sacarlos de las venas de la tierra se arriesga la salud y la vida. Y así damnati ad metalla era poco menos que damnati ad bestias. Porque en el trabajo de las minas en brevísimo tiempo morían.

Si v. m. se da tanta prisa a trabajar en las minas de la sabiduría, ¿no le ha de faltar la salud? Aunque dijo Horacio: Orandum est, ut sit mens sana in corpore sano98; también se puede convertir y volver: Orandum est, ut sit corpus sanum in mente sana. Esta verdad bien la sabe v. m. Cure, pues, de su salud, siquiera para saber siempre más. Que aunque el otro sabio, de puro humildad, dijo: Hoc unum, scio me nihil scire; hablando sencillamente, como se debe, cada día sentimos nuevos aprovechamientos en las letras los que estudiamos. No tiene duda, y si no consultemos el gran Lucrecio, lib. IV:


Denique nil sciri siquis putat, id quoque nescit,
An sciri possit quoniam99 nil scire latetur.



Diráme aquí, así v. m. como todos los deseosos de saber, que aunque se arrisque la vida, es bien estudiar hasta merecer laureadas estatuas: Quorum imagines lambunt hederce sequaces, como dijimos arriba. No condeno el deseoso de la gloria y de la inmortalidad; mas yo creo que sin aquella pretensión nos basta la virtud que de la sabiduría granjeamos. Lo contrario reprende el buen satírico Juvenal:


   Stemmata quid faciunt, quid prodest, Pontice, longo
Sanguine censeri, pictosque ostendere vultus
Majorum, et stantes in curribus Emilianos,
Et Curios jam dimidios, nasumque minorem
Corvinum100, el Galbam auriculis nasoque carentem?
Quis fructus generis tabula jactare capaci
Fumosos equitum cum dictatore magistros,
Si coram Lepidis male vivitur?



Viva uno honesta y virtuosamente; que sin imágines y estatuas, la virtud que alcanzó por medio de la sabiduría, le dará nombre inmortal sin afectarlo. Como yo pinto al verdadero filósofo, sé por fama y buena fe que v. m. ha pasado toda su vida, y pasa, honrado de todos y amado de todos: Rex eris, ajunt, si recte facies: Hic murus aheneus esto. Oh fortunati, bona si sua norint, Agricolae. Bien lo dijo Marón101; pero yo con más acierto diré: Dichoso Cascales si conociere los bienes, las riquezas Attálicas, los tesoros de Arabia que ha hallado en su nuevo y singular amigo Francisco de Cuenca. Dice Plutarco de Platón, que llegado al artículo de la muerte, dijo: Gratias immortales ago Genio et naturae, quod homo, et non bestia natus sum, quod Graecus, et non barbarus, et quod in Socratis tempora inciderim. Yo también doy gracias a Dios porque nací hombre, y no bestia; porque soy cristiano, y no pagano, y porque tengo por amigo al español Sócrates, Francisco de Cuenca. No quiero hacer parergo alguno de la amistad; que a lo que v. m. ha dicho de ella tan aguda y compuestamente, no hay plus ultra; sólo traeré las palabras que Sexto Aurelio Víctor dijo de Augusto:

In amicos fidus exstitit; quorum praecipui erant ob taciturnitatem Maecenas, ob patientiam laboris modestiamque Agrippa: diligebat praeterea Virgilium. Rursus quidem ad accipiendas amicitias altentissimus, ad retinendas constantissimus. Liberalibus studiis, praesertim eloquentiae, in tantum incumbens, ut nullus ne in procinctu quidem laberetur dies, quin legeret, scriberet, declamaret. Buen Augusto, y qué bien apuntaste y diste en los dos blancos de nuestra amistad y nuestra profesión; gallardo anduviste; doite las gracias por ello. No hablo más de la amistad; bástame celebrar con silencio y con admiración muda lo que v. m. ha dicho tan divinamente. No quiero pagar tan de contado, que me alegro de serle deudor; fuera de que, aunque quiera, no podré satisfacer. Antes diré, con Ariosto:


Chi mi darà la voce e le parole
Convenienti a si nobil suggetto?
Chi l'ale al verso presterà che vole
Tanto che arrivi al alto mio concetto?
Molto maggior di quel furor che sole,
Bien hor convien che mi riscaldi il petto; etc.



Crea v. m. de mí que sin lisonja y cándidamente alabo y estimo a los hombres, así doctos como buenos, pero mucho más a los buenos y juntamente doctos. Y los tales no han menester pregonero. Ardens erexit ad aethera virtus. De Flandes y Francia vine admirado de ver aquellos humanistas insignes, tan cándidos, tan buenos, tan humanos. De otra color y condición me parecen los españoles doctos, tan enamorados de sí mismos, que solum se suaque mirantur; y es menester fuerza de encanto para desnarcisarlos.

¡Oh qué buen ejemplar tenemos en Pedareto! Tenía Esparta, para gobierno de su república, trecientos éforos o senadores; pretendió Pedareto entrar en aquel senado juntamente con otros que pretendían lo mismo, y no fué admitido; repulso se iba alegre y riendo. Llamáronle los éforos, y preguntáronle por qué se reía: Gratulor, inquit, huic reipub[licae], quae trecentos habeat cives me meliores: «Doy mil parabienes, respondió, a mi república, que tiene trecientos ciudadanos mejores que yo.» No debo nada en candor a Pedareto; que sin duda ninguna holgara que España estuviera abundantísima de hombres doctos. Y en mi profesión cedo de buena gana a cualquiera que lo sea, prefiriendo a mi honra la de nuestra nación.

Últimamente, para que v. m. entienda cuán de veras entro en la amistad, que desde hoy la doy por firme, por antigua, por más segura que aquella de los Soldurios de Julio César, suplico a v. m. se haga cargo de esos doce cuerpos de libros de mi Historia murciana, y treinta de las Tablas poéticas, para que se entreguen al librero de esa ciudad que a v. m. le pareciere a propósito. Y desta merced prometo el retorno, pues espero verán presto luz sus trabajos de v. m., para cuya mano está guardada la sonora cítara del gran Mantuano; que lo mismo siento yo de v. m. que el culto Tasso de su amigo:


   Di verde allor la cui frondosa testa
Have a scherno egualmente e caldo e gielo,
In cui non può, quando più freme il cielo
Strale di Giove, o di Giunon tempesta,
    Pende di avorio, e di fin or'contesta
Cetra onde suona ancor Parnaso e Delo,
Onde il nome di Laura oscuro velo
Non teme, o nube al suo splendor molesta.
    Quivi Aminta l'appose, a nessun poi
Trasse armonia da le sonore corde,
Mano audace movendo a tanta impresa.
    A te stata e gran tempo ivi sospesa,
A te Phebo la serva, e tu suol poi
Rinder il canto al dolce suon concorde.



Guarde nuestro Señor a v. m. largos años. De Murcia, etc.




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Epístola III

Al Licenciado Juan de Aguilar, Maestro de Humanidad en la Ciudad de Antequera


En alabanza de la Gramática


Cosa ridícula parecerá a los ojos y juicio de los doctos el atrevimiento mío de predicar, ya en voz alta, ya con animada pluma, gloriosas alabanzas de la gramática; que sólo el nombre de ella, según su baja opinión, abate la mayor soberbia, si alguna pueda tener un gramático, al parecer de muchos, polvoriento y ratero. Polvoriento, porque no se levanta del polvo de la tierra; ratero, del nombre ratis, que significa la barquilla, la cual nunca se atreve al golfo, y conociendo su flaqueza, anda por los bajíos, arrimada a las seguras orillas de la mar.

Todo esto conozco yo, y humilde confieso el bajo principio de que nacimos. Pero conozcan todos los hombres doctos que somos sus progenitores, y que nos deben el ser que tienen: que sin nosotros ,ni el teólogo pisara los pavimentos del cielo; ni el físico anduviera por los soterráneos y secretos poros de la tierra, nuestra común madre; ni el astrólogo corriera tras los acelerados movimientos de los orbes; ni el médico tuviera por objeto principal la salud del hombre; ni el jurisconsulto interpretara las leyes, fundamento estabilísimo de la república universal; ni el cosmógrafo desde la casa solariega, donde nació y donde vive, contara sobre mesa a los suyos las naciones más extrañas, y las leguas de una región a otra, y el itinerario de las cuatro partidas del mundo, Asia, África, Europa y América.

Mas ¿para qué gasto tinta en esto?, ¿qué arte, qué ciencia, qué facultad ha profesado nadie sin tomar humildemente licencia de la gramática? ¿De qué os reís? Oid al gran Augustino, padre de la agudeza; le veréis de mi parte, pronunciando sentencia difinitiva contra todos los que otra cosa sintieren: Grammatica est janua omnium scientiarum, qua aperta omnes aperiuntur, et qua clausa omnes clauduntur.

Edifican los Moros sus más suntuosas casas sin aquella soberbia fachada de los Romanos, con una humilde frontera, con basto y grosero principio, con una puerta baja, tanto que sin encorvarse y revenirse no puede entrar un enano; y cuando habiendo entrado alza la cabeza, descubre una y otra sala fabricadas a las mil maravillas, el techo con resplandecientes artesones de oro, las paredes adornadas de diferenciados brutescos; aquí un cuarto de frutas, allí otro de animales, otro cuarto de países, otro de montería, y todo labrado con tan ingenioso artificio y con tanta variedad y formas de arquitectura, que turba la vista y pasma el entendimiento del curioso que lo mira.

Esta misma discreción afecta la gramática, que al principio es pigmea, y después filistea; al principio se humilla, después se encumbra sobre el mayor olimpo; al principio declina, conjuga y construye, después busca la elegancia, la frasis de oro, la figura, el tropo, la imitación del griego, la del hebreo, el concepto, la grandeza, el arte, la fábula, la historia, el secreto natural, los ritos, las costumbres de las naciones, las ceremonias de los sacrificios, los auspicios, los trípodes, las cortinas; da vuelta a todas las artes y a todas las ciencias y curiosidades divinas y humanas, si no de espacio y teniéndose años en cada una, a lo menos como caminante curioso, que por donde pasa no se deja cosa por ver, entregándolo a la pluma, y de la pluma a la memoria. No es, en fin, arrogante, si bien manirrota y franca, pues da mucho más de lo que promete. Y si por ser parte no se me debe crédito, hable Quintiliano, a quien nadie que bien sienta le perderá el respeto. En el lib. I, capítulo IV, dice así: Haec igitur professio cum brevissime in102 duas partes dividatur, recte loquendi scientiam, et poetarum enarrationem, plus habet in recessu quam fronte103 promittit.

El oficio del gramático, aquí y en otros lugares, dice el mismo que es la ciencia de hablar y explicación de los auctores; la primera se llama metódica, la última histórica: Et finita quidem sunt partes duae, quas haec professio pollicetur, id est, ratio loquendi, et enarratio auctorum, quarum illam methodicen, hanc historicen vocant, lib. 1, cap. XIV.

Cicerón, en el lib. I De Oratore, dice que al gramático le pertenecen cuatro cosas: comentar los poetas, dar noticia de las historias, interpretar las palabras y enseñar el tono de la pronunciación: In grammaticis poetarum pertractatio, historiarum cognitio, verborum interpretatio, pronuntiandi quidam104 sonus.

En la poesía son menester tres cosas; que no se puede llamar uno con buen derecho poeta si no las tiene todas. Vena, o espíritu poético: éste no se adquiere con industria humana, porque es don del cielo. Ovidio: Sedibus aetheriis105 spiritus ille venit. La segunda es arte. Horacio: In vitium ducit culpae fuga, si caret arte. La última es la doctrina. El mismo:


Respicere exemplar vitae morumque jubebo
Doctum imitatorem.



Como el poeta imita y representa, por obligación de su oficio, cuantas cosas hay en la naturaleza, es necesario que sepa y que tenga larga noticia de lo tocante al gobierno, si introduce un rey; que sepa la teórica y práctica de la guerra, si introduce un general, un capitán, un soldado; que sepa las ciencias, si enseña o aconseja; que sepa de agricultura, si pinta un labrador; de la caza, si un cazador; de los astros, si un astrólogo; de cosmografía, si describe alguna tierra; el arte de navegar y términos de la navegación, si representa una tormenta, o un viaje, o batalla naval; en fin, ha de tener más que mediana noticia de todas las cosas para la perfección del arte. Y así como, aunque más docto sea, sin tener gracia poética, no podrá hacer buenos versos, y sin saber los preceptos del arte, no sabrá disponer ni componer un poema; así, sin ser docto, no podrá imitar las acciones humanas y costumbres naturales, aunque más rica vena y más buena noticia tenga del arte. Arte, naturaleza y doctrina ha de tener para ser poeta consumado.

Pues, si el poeta abraza tantas noticias de cosas, el gramático, que ha de explicar lo que él apuntó concisamente, o sean cosas tocantes al astrólogo, o al médico, o al jurisconsulto, o al teólogo, o al marinero, o al labrador, o al ciudadano, o al rey, o al pícaro, o al vivo, o al muerto, o a la tierra, o al cielo, o a los peces, o a las aves, o a los truenos, o a los relámpagos, o a los rayos, o a los gentiles, o a los cristianos, o a los sacrificios, o a los agüeros, o al diablo, o al ángel, el tal gramático, ¿qué cornucopia, qué cosecha de cosas habrá menester para cumplir con su oficio?

Y cuando a lo tocante a la omnímoda doctrina del poeta haya satisfecho, ¿no lo queda por explicar los preceptos del arte poética, que son muchos y de muchas maneras? ¿No ha de saber que hay poema heroico, bucólico, elegíaco, satírico, trágico, cómico y lírico, y que hay poesía citarística, aulética y pantomímica, y que todas estas poesías son diferentes y con diferentes formas y diferentes fines?

Aquí se le ofrece al gramático dar a entender las cuatro partes generales de la poesía, fábula, costumbres, sentencia y dicción, fuera del aparato necesario a los poemas escénicos, y cómo los episodios se juntan y tejen con la primaria acción y el tiempo que ha de durar la acción de cada poema, y después cómo se conocen distintos los episodios de la acción propuesta, que consta de principio, medio y fin; y cómo el poeta no puede comprender en su poesía más que una acción en lo heroico y escénico, y un pensamiento sólo en lo lírico, según se ve ejemplificado en las obras de los poetas y en los preceptos del arte, así aristotélica como horaciana. Aristóteles dice: Una namque est fabula, etc.

Y Horacio:


Denique sit quod vis simplex dumtaxat, et unum.



En segundo lugar entra el conocimiento de las historias sagradas y humanas, los ritos y costumbres de las naciones, los acontecimientos varios de los reinos, los consejos y arbitrios de razón de estado, las vidas buenas y malas de los príncipes, los infortunios y castigos de los facinorosos, las honras, premios y dignidades de los buenos, las mudanzas de la condición humana, los engaños, los desengaños del hombre, blanco donde tira la artillería de la fortuna. ¿Este conocimiento de tantos tiempos, y la verdadera cronografía de ellos es qué quiera? ¿No necesita de mucho estudio, mucho desvelo, mucho y largo curso de años? ¿Basta, pues, tener librería histórica, de donde valerse y ayudarse el gramático? No por cierto; a más ha de atender, su juicio ha de dar sobre la historia; si el historiador guardó el estilo histórico verdadero o no; si observó las leyes de la historia o no; si concordó los tiempos en que suelen discordar los historiadores o no. Si hay en esto falta, la diligencia y desvelo del gramático lo ha de suplir, enmendar y poner en perfección.

Gran cuidado, gran trabajo, gran prudencia; pero importante, pero necesaria, pero dignísima de premio y gloria. En el contexto de la historia, que va leyendo al discípulo o interpretando al lector, dice cómo la historia es una verdadera narración de las cosas pasadas; que el oficio del histórico es narrar propriamente las cosas en estilo templado y casto; que el fin de la historia es la utilidad pública, nacida del escarmiento ajeno; que dan materia al historiador las repúblicas, reinos, príncipes y los demás de donde emanaron los hechos ilustres. Porque la historia no debe hacer caso de los acontecimientos humildes y bajos. Y que la historia es de tres maneras, clásica, tópica y particular; que la clásica abraza la narración de todo el orbe, la tópica un reino o una república, y la particular los hechos de un varón. Y ésta es la más perfecta, y por quien Crispo Salustio fué llamado príncipe de la historia.

Y que las partes de la historia son dos: unas esenciales, otras, digámoslo así, integrantes. A las esenciales toca verdad, explanación, juicio; a las integrantes, exordio, descripción, oración, elogio, sentencia, prognóstico y inscripción. Y cada cosa de éstas las debe el gramático enseñar menudamente, con lugares y ejemplos de historiadores que lo dejaron testado y verificado en sus escritos.

El tercero lugar de Cicerón es la interpretación de las palabras. Una gran cantera se descubre aquí; pero yo le huiré el cuerpo cautamente, remitiendo esto a quien trata principalmente de ello; lo uno porque son cosas las de este lugar menudas y prolijas; lo otro, porque los autores que lo toman por asunto suyo son gravísimos y de quien nos podemos seguramente fiar: Quintiliano, casi en todos los capítulos del primer libro de sus Instituciones oratorias, Isidoro en sus Etimologías, Terencio Varrón De lingua latina, Verrio Flaceo en sus Fragmentos, Festo con Fulvio Ursino, Pomponio Leto, Paulo Diácono, Nonio Marcelo, Fulgencio Placiades, las Notas de Dionisio Gotofredo, Observaciones de Piteo sobre las Glosas antiguas, las Diferencias de Boncarsio, y últimamente, Ulpiano, Javoleno y otros, cap. I, ff. De verborum et rerum significatione.

El cuarto y postrero lugar que tocó Cicerón fué los tonos de la pronunciación, es a saber, la noticia de la Prosodia, que contiene dos cosas, la cuantidad de las sílabas y la razón de los acentos; si es breve o si es larga la sílaba, porque en pronunciar la breve se gasta un tiempo, y en la larga dos. Este beneficio de conocer la pronunciación verdadera lo debemos a los poetas; que si ellos en sus versos no nos hubieran enseñado y dejado rubricada la cuantidad de las sílabas, perecido había la recta pronunciación de las palabras; porque, sin ellos, ¿dónde supiéramos sí habíamos de pronunciar dócere o docére, dócebam o docébam?, y así lo demás. Qué regla haya para el conocimiento de la cuantidad silábica, Despauterio, Pelison, Elio Antonio, Pantaleón y otros muchos escribieron de esto largamente, y Joan Ravisio resumió a todos ellos en el prolegómeno de sus Epitetos.

El gramático, pues, sabe la cuantidad de las sílabas, y no mi simplemente, sino que de largas y breves se componen infinitos pies, y de infinitos pies infinitos géneros de versos. Hay pies disílabos, como pirrichios, spondeos, yambos y trocheos; hay trisílabos, como dáctilos, anapestos, tribachos, molosos, amfibrachos, créticos, bacchios y amfibacchios; hay tetrasílabos, como proceleusmáticos, dispondeos, diyambos, ditrocheos, antispastos, choriambos, ionicos, peanes y epitritos. Y de esta diversidad de pies se hacen diversos géneros de versos, hexámetros, pentámetros, glicónicos, asclepiadeos, sáficos, adónicos, yámbicos, trochaicos, faleucios, archilochios, alcaicos, anacreónicos, alemanios y otros muchos.

La razón de los acentos es fácil entre los latinos, y consta de pocas reglas. ¿Quién no sabe que los acentos son tres, grave, agudo y circunflejo, y que la dicción monosílaba, breve de su naturaleza, tiene acento agudo, como ád, ín, aunque sea larga por posición, como dúx, níx; y que si es naturalmente larga, tiene acento circunflejo, como , , môs; y que la dicción disílaba, de cualquier cuantidad que sea, tiene acento agudo en la primera, máter, Déus; y que la dicción polisílaba, larga ante final larga, tiene acento agudo, como sermónes; y larga ante final breve tiene circunflejo, como sermône; y que la dicción polisílaba, si tiene la penúltima larga, allí tiene forzosamente su acento predominante; y si la penúltima es breve, predomina el acento agudo sobre la antepenúltima, sea breve o sea larga, como Tántalo, título?

No obstante las dichas reglas generales de los acentos, dice Aulo Gelio, lib. VII, cap. VII, que el poeta Anniano y Probo son de parecer que affátim y exadvérsum se han de pronunciar con acento en la antepenúltima, áffatim y exádversum, contra la regla; y que así se debe leer en aquellos versos de Terencio:


In quo haec discebat ludo exádversum ilico106,
Tonstrina erat quaedam.



Esto, a mi parecer, es cosa fútil y nugatoria; y con todo eso, no habiendo fundamento para dejar la regla, hay quien haya seguido la opinión de Anniano y Probo, y dejado la regla fuerte y buena.

También dice Nigidio, contra la regla de los acentos, que una vez constituido el acento en el caso recto, no se debe mudar aunque la regla lo pida; cosa contra naturaleza, y con todo eso, tiene secuaces en su opinión. Como si Mercúrius tiene el acento en la antepenúltima, que también la tendrá en el vocativo Mercúri, siendo breve la penúltima del vocativo, que, por la regla, ha de estar el acento en la antepenúltima.

Otros muchos gramáticos hay que dicen que se puede alterar el acento para distinción de la cosa, porque no se confunda el sentido; y está hoy tan recibido vulgarmente, que no podrá destruir esta errónea opinión la fuerza de la razón. Dicen que se ha de pronunciar sanè con acento en la última, y porrò, y otros infinitos adverbios, a diferencia de sàne y pòrro nombres. Si yo digo aquello de Terencio: Ut quiescant pòrro moneo, et desinant maledicere, malefacta ne noscant sua, ¿en qué manera se puede confundir aquí, pensando que porro significa el puerro? ¿Hay ignorancia tan crasa que llegue a esto? Lo mismo digo de los demás lugares semejantes a éste.

Sola una cosa hay contra la regla de los acentos; pero asentada en todos los gramáticos, sin haber uno que la contradiga, y es, que las dicciones enclíticas que, ve, ne atraen a sí la sílaba antecedente, mudando el acento, como se ve en aquel verso de Virgilio: Terràsque tractùsque maris, caelùmque profundum. Donde terras, tractus y caelum tienen su acento en la primera sílaba, y con la enclítica la tienen en la última. Y esto se guarda inviolablemente en cuantas impresiones hay; si bien, a mi parecer, aunque es singular, aquella doctrina, recibida universalmente, se debe limitar en esta manera: Que valga, cuando la sílaba última de la dicción, que antecede a la enclítica, fuere larga, y no cuando es breve. En el verso virgiliano alegado la última sílaba, que antecede a la enclítica, es larga, y que en ella esté el acento predominante, la razón lo pide, porque aquella dicción antecedente, en cierto modo está compuesta con la enclítica, y teniendo, como tiene, fuerza de dicción compuesta, y siendo la penúltima larga, allí ha de estar el acento por la regla de los acentos; pero cuando la sílaba última antecedente es breve, no debe atraerla a sí la enclítica, porque siendo la penúltima breve, el acento ha de estar en la antepenúltima. Y así en estos versos siguientes, y otros tales, no deben atraer las enclíticas:


Prònaque cum spectent animalia caetera terram.
Lúnaque quae numquam, quo prius orbe107, micas.



Verificase esto más con este nombre uterque, a, um, compuesto de uter y la enclítica que, en que vemos que donde la penúltima es larga, allí está el acento, y donde es breve, en la antepenúltima.

Advierto también que aunque entro los Latinos ninguna dicción disílaba o polisílaba puede tener acento agudo en la última, que esto no corre así entre los Hebreos, que casi siempre acentúan las últimas, como Adám, Jacób, etc., ni entre los Griegos, que ni más ni menos ponen a veces acento agudo en las últimas, como athanatós, pentecostés, etc. Agora es la duda si estos vocablos hebreos y griegos, traídos a la lengua latina, han de guardar su acento en la última, o mudarle según el uso de los latinos; de manera que si dije, según los Hebreos y Griegos, Adám, Jacób, athanatós, pentecostés, si diré con los Latinos, Àdam, Jàcob, athànatos, pentecòstes? A esta duda responde Quintiliano en el cap. IX del libro I. En este tiempo los gramáticos nuevos a los nombres griegos gustan más dar las declinaciones griegas, y eso no se puede hacer siempre; a mí, pero, me agrada seguir la razón de la lengua latina. Y más abajo: Qui Graecam figuram sequi malet108, non latine quidem, sed tamen109 citra reprehensionem loquetur: «Quien quisiere seguir el griego, no hablará en latín, pero no será digno de reprehensión.»

Este punto de los acentos lo desata no menos bien Guillelmo Bailio en su tratado De los acentos: «Algunos, dice, en los nombres griegos, introducidos ya en la lengua latina, observan el acento griego; porque dicen filosofía y fantasía, con acento en la penúltima, como los Griegos; a los cuales yo fácilmente me arrimara si los viera constantes en esa opinión. Porque si en aquellos vocablos siguen la razón del acento griego, ¿por qué no en los demás? Alejándria y Tália, dicen los Griegos, la antepenúltima aguda, y los Latinos no lo siguen, antes lo contradicen todos; que en tales vocablos extranjeros no miraron el acento, sino la cuantidad, y según ella dijeron Alejandría y Talía, la penúltima larga.» Y últimamente dice: Suum tamen hac in re, cum rationes in utramque partem non desint, quilibet sequatur judicium. Cogimur enim inviti in quibusdam Graecorum morem imitari, ut dum dicimus Paralippómenon, talia enim non videntur olim civitate donata, sed pure Graeca. Nolim tamen eos excusare, qui antífonam, quasi penultima correpta, abusu quodam inveterato efferunt: «Cada uno, dice, siga en esto su juicio, pues hay razones por ambas partes, que por fuerza somos compelidos en algunos vocablos [a] seguir la costumbre de los Griegos, como en esta dicción Paralippómenon. Porque éste y otros así no parecen estar dentro de la latinidad, sino puramente ser griegos. Y con todo eso, no quiero librar de culpa a los que pronuncian antífona con viejo abuso, como si tuviera la penúltima breve.» Hasta aquí es de Bailio.

Y a mí me parece que debiéramos de una vez resolver esta duda, y decir que de ninguna forma las dicciones griegas, que no se conforman con la cuantidad a que miran los Latinos, deben pronunciarse al uso de los Griegos. Porque ellos siguen la razón de los acentos, sin mirar a la cuantidad de las sílabas. Adonis entre ellos se escribe con omega, que siempre es larga, y pronuncian breve, Adonis; y pronuncian Astiànactos, el acento en la penúltima, siendo la penúltima larga, por la posición, y ellos ponen el acento en fantasía y filosofía en la penúltima, siendo breve; todo contra el uso de la lengua latina. Y si eso admitiésemos, cierta es la ruina de la latinidad.

Ya habemos explicado con la cortedad de nuestro ingenio las cuatro partes esenciales que da Cicerón a los gramáticos. ¿No os parece que es bien larga y dilatada la jurisdicción de la gramática? Pues aún nos queda buen rato de andar, si nuestra pluma estuviera en otras manos; pero, a falta de hombres buenos, suplamos con la mucha diligencia el poco caudal del ingenio. Dice Quintiliano, capítulo IV del libro I: Scribendi ratio conjuncta cum loquendo est, et enarrationem praecedit emendata lectio, et mixtum his omnibus judicium est. Quo quidem ita severe sunt usi veteres grammatici, ut non versus modo censoria quadam virgula notare, et libros, qui falso viderentur inscripti, tamquam subditos110 submovere familia permiserint sibi, sed auctores alios in ordinem redegerint, alios omnino exemerint numero. Nec poetas legisse satis est, excutiendum omne scriptorum genus, non propter historias modo, sed verba, quae frequenter jus ab auctoribus sumunt. Tum nec citra musicen grammatice potest esse perfecta, cum ei de metris rythmisque dicendum sit: nec si rationem siderum ignoret, poetas intelligat; qui, ut alia mittam, toties ortu occasuque signorum in declarandis temporibus utuntur111. Nec ignara philosophiae, cum propter plurimos in omnibus fere carminibus locos ex intima naturalium quaestionum112, subtilitate repetitos, tum vel propter Empedoclen in Graecis, Varronem ac Lucretium in latinis, qui praecepta sapientiae versibus tradiderunt. Eloquentia quoque non mediocri est opus, ut de unaquaque earum, quas demonstravimus, rerum, dicat proprie el copiose. Quo minus sunt ferendi, qui hanc artem ut tenuem, el jejunam cavillantur; quae nisi oratori futuro fundamenta fideliter jecit113, quidquid superstruxeris, corruet, necessaria pueris, jucunda senibus, dulcis secretorum comes, et quae vel sola in114 omni studiorum, genere plus habeat115 operis, quam ostentationis.

De ninguna manera me atreviera yo a decir tantas grandezas de la gramática sin echar delante, como lo he hecho, al maestro de maestros Fabio Quintiliano. ¿Qué dice pues? Que ultra de ser oficio del gramático enseñar a escribir y hablar, y explicar los auctores de que arriba bastantemente habemos tratado, le incumbe también la emendación de las lecciones, y el echar en todas estas cosas su juicio. Del cual usaron tan fuertemente los gramáticos antiguos, que tuvieron licencia y autoridad, no sólo para castigar los versos con la vara de censores y críticos, y para degraduar los libros a su parecer, falsamente intitulados, como subditicios y adulterinos; pero para poner en orden unos autores, y para sacar a otros del número de autores.

Y no le basta al gramático haber leído poetas; discurrir tiene por todo género de escriptores, no sólo por el conocimiento de las historias, mas por las palabras que ordinariamente toman su potestad y derecho de los autores. Ni tampoco puede ser perfecta la gramática sin la música; pues le es forzoso hablar de metros y ritmos, que no solamente la oración poética, pero la prosa ha de ser en su modo numerosa. Ni, si ignora la razón de los astros, entenderá los poetas, los cuales, fuera de otras cosas, tantas veces usan del nacimiento y ocaso de las estrellas, para significar los tiempos. Ni ha de ignorar la filosofía, así por muchos lugares traídos en los versos de la íntima subtileza de las cuestiones naturales, como por Empedocles entre los griegos, y por Varrón y Lucrecio entre los latinos, que escribieron en verso los preceptos de la sabiduría.

Asimismo tiene necesidad, y no poca, de la elocuencia, para decir propria y copiosamente de cualquiera de aquellas cosas que arriba dijimos. Y así no se deben sufrir aquellos que malsinan esta arte, llamándola tenue y de poca substancia; antes, si ella no hubiere echado muy buenos cimientos al que hubiere de ser orador, cuanto se labrare en él vendrá al suelo.

Es, en fin, necesaria a los mancebos, agradable a los viejos, dulce compañera de los secretos, y ella sola, con tanto género de estudios, se precia más de obrar que de hacer ostentación.

Si cosa tan grandiosa es la gramática, ¿cómo a nuestro gran Arias Montano, padre de todas las lenguas y de todas las artes y ciencias, y principalmente gran teólogo, dijeron otros dél que, si bien era profundo teólogo, pero que era muy gramático? Y él ¿qué le[s] respondió cuando lo supo? Por eso bien que no les puedo yo decir a ninguno de ellos: más gramático sois vos.

No os puedo negar que la gramática ha estado siempre por los indoctos en bajo predicamento; pero vos, ya que sabéis las grandes obligaciones del gramático, sin duda pienso que de aquí adelante la estimaréis en mucho. Y para que entendáis más bien la autoridad que tuvo la gramática, leed a Suetonio Tranquilo, en el libro particular que hizo de muchos ilustres gramáticos. Allí veréis cómo después de Ennio y Livio, poetas, entre la segunda y tercera guerra púnica, el primero que metió la gramática en Roma fué Crates Malotes, del mismo tiempo del gran Aristarco, y que éste la comenzó a enseñar entonces, porque antes, como la lengua latina era vulgar entre los Romanos, según la nuestra en los Españoles, y la francesa entre los Franceses, no se enseñaba ni había para qué. Desde este Malotes se enseñó, no la lengua latina, que ésa era materna y genuina, sino la elegancia de la lengua latina, dando preceptos para realzarla con documentos, principios de retórica, con figuras y tropos, con ejercicios de crías, problemas, perífrases, elocuciones y otros géneros de ejercicios. Veteres grammatici, dice Suetonio, et rhetoricam docebant ac multorum de utraque arte commentarii feruntur. Secundum quam consuetudinem posteriores quoque existimo quamquam116 jam discretis professionibus, nihilominus vel retinuisse, vel instituisse117 et118 ipsos quaedam genera meditationum119 ad eloquentiam praeparandam, ut problemata, paraphrasis120, adlocutiones121, aetiologias122 atque alias123 hoc genus.

Y los mismos ejercicios usaron los siguientes gramáticos en Roma, como fueron Servio Nicanor, Aurelio Opilio, Antonio Gnifo, N. Pompilio, Orbilio, Atteyo, Valerio Catón y otros muchos insignes gramáticos, los cuales enseñaron, no la lengua, sino el ornato y elegancia de la lengua latina. De este parecer fué Quintiliano (y así lo siente el doctor Bernardo Aldrete, varón muy erudito) allí donde dice: Quare non invenuste dici videtur, aliud esse latine, aliud grammatice loqui: «Diferente cosa es hablar latinamente que gramáticamente.»

Piensan muchos que hablar latinamente es hablar gallardamente, y gramáticamente lo contrario. Van muy errados, así por lo que tengo dicho, como por lo que dice el cardenal Adriano en su libro De modo latine loquendi: Qui latine scit, novit eo adverbio latine id ostendi, quod aperte, clare, plane: quae res notanda et memorice mandanda est: «El que sabe latín, sabe que este adverbio latine quiere decir clara, manifiesta y llanamente». En efecto; como cosa dicha en lengua vulgar que la entienden los niños. Y prueba su intención muy bien con autoridades. Cicerón contra Verres: Latine me scitote, non accusatorie loqui: «Advertid que hablo claramente, no con artificio de acusador.» Y el mismo en las Filípicas: M. Antonius gladiator appellari solet, sed ut appellant ii, qui plane et latine loquuntur124 : «Como le llaman aquellos que hablan llana y latinamente.» Y Virgilio en sus opúsculos:


Simplicius multo est, da Latine dicere125



«Más bien dicho está decir claramente dame.» De manera que latine dicere es hablar claramente, como se habla en lengua vulgar, sin figuras, tropos ni perífrases, lo cual es proprio del lenguaje elegante gramático.

Y como estos maestros daban preceptos de elocuencia y enseñaban, sobre la lengua latina, erudición de letras humanas, fueron llamados gramaticos en griego, y literatos en latín, que es lo mismo que letrados. Suetonio en el dicho libro: Appellatio grammaticorum graeca consuetudine invaluit, sed initio litterati vocabantur. Cornelius quoque Nepos libello126, quo distinguit litteratum ab erudito; litteratos vulgo quidem127 appellari ait eos, qui aliquid diligenter et acute scienterque possint aut dicere, aut scribere: «El llamarse los gramáticos así, les viene de la lengua griega; pero al principio en latín letrados se llamaban. Y Cornelio Nepos, en el libro [en] que distingue al letrado del erudito, dice que se llaman letrados aquellos que pueden decir o escribir algo diligente, aguda y doctamente.»

De manera que el título de letrados es mayorazgo antiguo de los gramáticos, sin haber padecido prescripción ninguna desde Ennio hasta hoy. Y si los abogados, como tan ambiciosos de honra, se han querido honrar con este título, confiesen a lo menos que nosotros somos la cabeza, y que descienden de nosotros; que sin litigio nos contentamos con eso. Pero si, como tan acostumbrados a litigar causas, quieren pleito con nosotros, no se nos da nada; que sepan que ni tememos ni debemos.

De la gramática basta. Adiós, señor mío; que me cansa el miedo de cansar a v. m., y la pluma non satis suum officium facit.

De casa, etc.




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Epístola IV

Al Padre Maestro Fray Francisco Infante, Religioso Carmelita


Con muchas curiosidades de los baños y termas de los romanos


No es poco contento para mí, Padre maestro, el obligarme a trabajar, aunque sea en materia ajena de mi profesión, cuanto más que la filología tiene los brazos muy largos; pues se pasea por el campo de todas las ciencias y de todas las artes, no ya con aquella perfección que cada una pide, pero a lo menos chupando, como hacen las abejas, lo más dulce de las floridas plantas.

Preguntóme V. P. de paso si había alguna diferencia entre los baños y termas. Fácil es la respuesta, y como tal la di de repente: que los baños son calientes y fríos. Los calientes, ya por el fuego de los hipocaustos, ya por los mineros, por donde pasan sus aguas; los fríos, de agua traída por acueductos, o nacida en aquella fuente donde están los baños; y de esta agua viva se hacen cántaros de varios brutescos y ninfeos, como veremos luego.

Las termas son naturales y artificiales; pero todos de agua caliente, por naturaleza, o por fuego que se les da con hornos y chimeneas secretas. Las cuales termas llamaron así los Griegos, y usaron a su imitación los Romanos y otras naciones.

Los Latinos a los baños dicen balineas, balneas, y balnea y balinea en el género feminino y neutro. Cicerón, pro Sexto Roscio: Occisus est ad balneas Palatinas rediens a caena Sextus Roscius. (Marcial ad Cottam, epig. XXIV lib. I):


Invitas nullum, nisi cum quo, Cotta, lavaris,
Et dant convivam balnea sola tibi.



Beroaldo advierte que por síncopa se dice balneum, de balincum, y balneas, de balineas. Y M. Varrón dice que balneas, en el género femenino, son los baños públicos, y balnea, en el neutro, son los particulares, y que así se halla observado en autores idóneos y clásicos. Thermae, dice Adriano Junio, sunt aquae naturaliter calidae e terrae visceribus manantes, item artificialiter calentes. Tienen su denominación del nombre griego therma. El poeta Anacreonte dice, hablando de los juegos pitios128; [thermà nymphân loutrà]. Lavacra nympharum calida: «Termas cálidas de las ninfas.»

Supuestas las divisiones dichas, de baños y termas, y que los baños solos admiten aguas frías, es de saber que son de aguas frías los ninfeos y cántaros y conchas y natatorias. Y así, en primer lugar hablemos desto, y luego discurriremos algo sobre las aguas calientes de los baños y termas, brevemente de lo que toca al uso de la medicina, y más largamente de lo delicioso y curioso de la grandeza romana.

Cántaro es, propriamente, un vaso vinario, consagrado por los gentiles al dios Baco. Virgilio, de Sileno, égloga VI: Et gravis attrita pendebat cantharus ansa. Pero Ulpiano dice en la l. XLI: Digest. de leg. I: Cantharos esse ludicras quasdam effigies, etc. «Que cántaros son ciertas figuras brutescas, fingidas a nuestro arbitrio, por las cuales, ya de la boca, ya de otras partes, sale el agua.» Ausonio: Harum verticularum variis coagmentis simulantur species mille figurarum: elephantus bellua, aut aper [bestia], anser volans, et mirmillo in armis, subsidens venator, et latrans canis, quin et turris, et cantharus, et alia hujusmodi. Dice, pues, Ausonio, en la epístola del Idilio XXVIII, «que hacían mil formas de invenciones, un elefante, un jabalí, un ánade volando, un soldado peleando con sus armas, un cazador asentado, un perro ladrando, y una torre y un cántaro, y otras infinitas cosas de esta manera.» Aunque Elías Vineto piensa que donde dice turris, se ha de emendar turturis, por la tórtola, y que los antiguos dirían turturis por turtur, como decían vulturis por vultur, según Ennio, alegado por Prisciano:


Vulturis in silvis miserum mandebat homonen.



Donde también decían homonem, por hominem. Y San Paulino, en la epístola 33: In vestibulo cantharum ministra manibus et oribus fluenta ructantem fastigiatus solido aere tholus ornat, etc. «En la entrada de la iglesia había un cimborio gallardo, de hierro, con un cántaro, o persona brutesca a manera de cántaro, con muchas bocas y manos, por las cuales arrojaba gran copia de agua.» Y el mismo, en la epístola a Severo, dice lo mismo:


Sancta nitens famulis interluit atria lymphis
Cantharus, intrantumque, manus lavat omne ministro.



Nympheos, dice Julio César Bulengero, en el libro II, De donariis Pontificum, que son fuentes artificiosamente labradas, ante las entradas de los templos, cercadas de conchas o tazas, para que se laven las manos los que entran en las iglesias. El papa Hilario mandó hacer un ninfeo y tres galerías, ante el humilladero de la Santa Cruz, sustentadas en altísimas columnas, llamadas hecatompendas, y unos lagos y conchas estriadas con colunas porfiréticas, que echaban agua por todas partes. Y el papa Símmaco amplió la basílica del arcángel San Miguel, y hizo gradas, y labró un riquísimo ninfeo. La l. si quis per, C . de aquaeductibus, trata de la orden y disposición que debe dar el prefecto del pretorio acerca de las termas públicas y ninfeos. El emperador Severo, dice Víctor que dió al pueblo romano un famoso ninfeo; y Ammiano dice que Marco Aurelio dió otro magnífico; y Capitolino dice que Gordiano labró otro insigne, parte de agua fría y parte de agua caliente: Gratiae tantum et amoenitatis causa, non ut balnei usum praestaret: «No para que sirviese de baño, sino para deleite y recreo.»

Acerca de los baños y termas, en razón del conocimiento de sus aguas y del uso de ellas para diferentes enfermedades, y del principio que tuvieron, y del número infinito de ellas que en diversas provincias hay, y del exceso que hubo en su uso entre los Persas y Medos, Griegos y Romanos, diré poco, por haber dicho tanto y tan bien Plinio, en su Natural historia, libro XXXI, capítulos II, III y IV; el cual, hablando de las aguas, alaba singularmente las Bayanas, y dice que, aunque en diversas partes y reinos hay buenas y saludables aguas: Nusquam tamen largius, quam in Bajano sinu, nec pluribus auxiliandi generibus, aliae sulphuris, aliae aluminis, aliae salis, aliae nitri, aliae bituminis, nonnullae etiam acida salsave mistura .

Quien largamente y con distinción habla de estas aguas termales o balneares, sulfúreas, aluminosas, saladas, nitrosas, bituminosas y otras especies, es Cardano, en sus Contradicciones médicas, libro II. Y más largamente que éste, Gabriel Falopio, De thermalibus aquis, en el tratado séptimo del primero tomo. Y sobre todos cuantos han tratado esta materia, así cuanto al uso de la medicina como cuanto a las particularidades de los baños, alza cabeza Andrés Baccio Elpidiano, médico doctísimo que fué de Sixto V, y hizo un volumen que contiene siete libros, De methodo, medendi per balneas.

Habiendo, pues, estos graves autores dicho tanto, sin otros que no refiero, lo que yo dijere será actum agere, y no me pasa por el pensamiento; antes quiero tras estos ingeniosos segadores ir cogiendo las espigas, o que ellos olvidaron, o las dejaron con acuerdo, por no ser al propósito de su materia.

Bautista Pío, en el libro II de Cicerón a su amigo Atico, sobre aquellas palabras: Si mulli129 barbati in piscinis sint, dice que las piscinas no siempre eran estanques de peces, y alega a San Agustín, sino natatorias o baños: In piscinis, teste Augustino, quandoque non sunt pisces, at pro lavacris, quae Graeci lutra vocant, capiuntur. Augustinus, libro III, De doctrina christiana: Quis non dicit piscinam etiam, quae non habet pisces? Attamen à piscibus nomen accepit. Qui tropus catachresis dicitur. Y aunque es esto así, Tulio dice, con propriedad, piscinas a las que tienen peces y en que ponían su felicidad muchos caballeros romanos. Y así dice, riñéndoles: Nostri autem principes digito se caelum putant attingere, si muli barbati in piscinis sint. «Nuestros príncipes piensan que están en el cielo si tienen barbos en sus piscinas.» Plinio dice, en el libro IX, que cerca de la villa de Baulos, a la ribera del lago Bayano, tuvo el gran orador Hortensio una piscina, y en ella una murena, que cuando se le murió la lloró con gran sentimiento. Y allí mismo, Antonia, mujer de Druso, crió otra murena, a quien le puso unas preciosas arracadas. Macrobio dice que Lúculo, Filipo y Hortensio fueron devotísimos de estas delicias de piscinas con abundancia de peces; y Cicerón, riéndose de ellos, les llamaba los piscinarios.

En este lago Bayano tuvo también el emperador Domiciano una ilustre piscina, con diversos peces regalados, y a cada uno les ponía sus nombres, y los llamaba, y llamados se le venían a la mano, a comer el cebo. Y comprueba esto Marcial, en el epigrama XXX del libro IV, adonde pone un milagro de un hombre, llamado Lybis, pescador, que yendo a pescar con su caña a esta piscina de Domiciano, quedó ciego, por el atrevimiento de haber tocado aquellas sagradas aguas, dedicadas a Domiciano. Si bien para mí no hubo tal suceso, sino que fué invención de Marcial, en lisonja del Emperador. El epigrama es éste:




Ad piscatorem


   Bajano procul a lacu monemus,
Piscator, fuge, ne nocens recedas.
Sacris piscibus hae natantur undae,
Qui norunt dominum manumque lambunt,
Illam, qua nihil est in orbe majus.
Quid? quod nomen habent, et ad magistri
Vocem quisque sui venit citatus.
Hoc quondam Libys impius profundo,
Dum praedam calamo tremente ducit,
Raptis luminibus repente caecus
Captum non potuit videre piscem:
Et nunc sacrilegos perosus hamos,
Bajanos sedet ad lacus rogator.
At tu dum potes, innocens recede,
Jactis simplicibus cibis in undas,
Et pisces venerare dedicatos.



De lo que tengo dicho arriba consta que las piscinas, fuera del uso de criar peces en ellas, eran también natatorias, para recreo del pueblo, y para limpiar los cuerpos del polvo y sudor. Luego dilataremos este pensamiento; pero para que no volvamos otra vez a estas aguas Bayanas: Séneca llama a los baños Bayanos diverticula nequitiae, y Marcial:


Bajas superbae blanda dona naturae.



Y Propercio:


Ah pereant Bajae crimen amoris aquae.



Éste era el mentidero frecuentísimo de la gente romana. Aquí acudía mucha gente viciosa, y sucedían mil casos desgraciados. Díganos uno siquiera Marcial, con la sal y gracia que suele. Dice, pues, en el epigrama LXIII del libro I:


Casta neo antiquis cedens Laevina Sabinis,
    Et quamvis tetrico tristior ipsa viro;
Dum modo Lucrino, modo se permittit Averno,
    Et dum Bajanis saepe fovetur aquis;
Incidit in flammas, juvenenque sequuta, relicto
    Conjuge, Penelope venit, abit Helene.



Y nótese aquí de paso que donde dice abit Helene, aquella sílaba bit es larga por la contracción, que abit es Pretérito contracto, y según la doctrina de Antisignano sobre Clenardo, syllaba contracta producitur. Fué el caso que una romana, llamada Levina, honestísima matrona, más casta que las antiguas sabinas y más grave que el más severo varón, yendo y viniendo a diversos baños, y principalmente a estos de Baya, se enamoró aquí de un galán, y olvidado totalmente su marido, ve, fué a leva y monte con él. De manera que entró Penélope y salió Helena.

Dije que las piscinas eran también natatorias: ¿quién lo duda, si nos está llamando a voces la piscina natatoria de Siloé? De ella dice San Jerónimo estas palabras: «La fuente Siloé está a la falda del monte Sión, la cual no mana siempre, sino ciertas horas y ciertos días, y por las concavidades de la tierra y por las cuevas de un durísimo peñasco corre: esto no podemos dudar los que habitamos en esta región.» Hasta aquí es de San Jerónimo, y lo explica sobre el lugar de Isaías, cap. VIII, donde dice: «Porque este pueblo despreció las aguas de Siloé, que caminan con silencio, y quiso más a Rasín y al hijo de Romelia; por eso Dios, advertid, traerá sobre ellos aguas del río, fuertes y muchas, el rey de los asirios y toda su gloria.» Adonde, como interpreta Cornelio Jansenio, obispo de Gante, por las aguas de Siloé es figurado el reino de David y tribu de Judá, y porque le dejó el pueblo de los diez tribus y quiso más estar sujeto a los reyes de Damasco y Samaria; por eso Dios les hizo servir al rey de los asirios, cuya potencia es comparada a la inundación de un gran río. De esta fuente, pues, dice Jansenio que manaba a veces, y por la penuria de agua que llevaba, se hizo una colymbethra; es a saber, una piscina natatoria, a la cual Jesucristo, nuestro Señor, envió al ciego à nativitate, que curó con barro amasado en su santa saliva, y untados los ojos con él, le dijo: Vade, lava in natatoria Siloe; abiit ergo et lavit, et venit videns. «Anda, ve y lávate en la natatoria de Siloé. Fué, pues, y lavóse, y volvió con vista.»

Esta fuente de Siloé, dice Adricomio Delfo, en su Teatro de la Tierra Santa, que estando medio destruída, la reparó el ínclito rey Ecequías. Y Josefo testifica que esta fuente y todas las demás que había fuera de Jerusalem se habían secado casi antes de la venida del emperador Tito; y que venido que fué, corrieron con tanta abundancia de agua, que no sólo para los enemigos y su bagaje, pero para regar las huertas les sobraba. Del agua de esta fuente, dice el diligentísimo indagador de este país, Saligniaco, que hoy esta fuente de Siloé es estimada en mucho de los sarracenos, y que teniendo, como tienen naturalmente, el pestilente olor de sobaquina, se van a bañar a esta fuente, y con aquella loción mitigan la hediondez de sus cuerpos. Y especialmente la reverencian, porque han experimentado ser aquellas aguas saludables a la vista de los ojos.

Demos la vuelta a Plinio, padre de la erudición. Hallaremos que dice que esta misma virtud de aprovechar a la vista tenían las aguas ciceronianas. Tenía Cicerón una villa, que la llamó Academia, a imitación de la de Atenas, adonde retirado compuso aquel insigne libro de las Académicas cuestiones; en la cual hubo una fuente, cuyas aguas eran saludables a la vista. Poseyó la villa, después de la muerte de Cicerón, Antistio Vetus. Allí, pues, un liberto de M. Tulio, llamado Laurea Tulio, a la buena memoria de su amo y de las saludables aguas hizo este epigrama. Y haré lo mismo que dice Plinio en el cap. II del dicho libro, arriba alegado:

Ponam enim130 ipsum carmen131 ubique, et non ibi tantum legi:


Quo tua Romanae, vindex clarissime, linguae
    Silva loco melius surgere jussa viret,
Atque Academiae celebratam nomine villam,
    Nunc reparat cultu sub potiore Vetus.
Hoc132 etiam apparent lymphae non ante repertae,
    Languida quae infuso lumina rore levant.
Nimirum locus ipse sui Ciceronis honori
    Hoc dedit, hac fontes cum patefecit ope.
Ut quoniam totum legitur sine fine per orbem,
    Sint plures, oculis quae medeantur aquae.



Las aguas de esta fuente ciceroniana eran calientes; y tráela Plinio en conformidad de las aguas balneares, que prestaban salud a diversas enfermedades. Pero en estas curaciones de los baños, advierte el doctísimo Plutarco, en su libro de Tuenda bona valetudine, la caución que se debe guardar; cosa no tocada de ninguno de los que habemos alegado que hablan de las aguas termales. Son notables sus palabras, y así las pondré como él las dice, traducidas en romance:

«Después de los ejercicios que se hacen antes del baño, usar de baños fríos, más es arrojamiento juvenil que salud. Porque la mala afección y duricia que parece traer en las partes exteriores del cuerpo, ésa más mal engendra en las íntimas partes, cuando ocupa los poros y condensa los humores, deteniendo las exhalaciones, que desean ensancharse y dilatarse. Demás de esto, es necesario que los que usan de baños fríos vuelvan a caer otra vez en los mismos inconvenientes, siempre solícitos si se dejó de hacer algo de lo que convenía hacerse. Pero en los baños calientes es otra cosa, porque la loción cálida ayuda más a la sanidad, por ser menos robusta, y porque trae cosas acomodadas y favorables a la concocción. Y aquellas cosas que no se pueden cocer, sino que son muy crudas y que están asidas a la boca del estómago, sir, pesadumbre las repele y disipa, y las ocultas laxitúdines las refocila y mitiga con su calor templado. Aunque, cuando por indicios naturales sintieres que el cuerpo está templado y bien afecto, mejor será dejar los baños y ungirte al fuego, si el cuerpo hubiere menester algún calor, porque éste lleva el calor por todo el cuerpo.»

Aquí nos ha advertido Plutarco cómo nos hemos de haber en los baños fríos y calientes después de los ejercicios. ¿Qué ejercicios son éstos? En los mismos baños y termas públicas había lugares señalados para luchar, para jugar a diversos juegos de pelota; pórticos donde paseasen los viejos. Y esta costumbre representó Plauto en la comedia intitulada Bachides, diciendo, en la persona de un viejo severo, que los mozos, en su tiempo, en llegando a los veinte años se solían ejercitar: Ibi cursu, luctando, hasta, disco, pugilatu, pila, saliendo se exercebant magis, quam scorto aut saviis. Marcial, en el epigrama XVII del libro VII:


Non pila, non follis, non te paganica thermis
    Praeparat, aut nudi stipitis ictus hebes:
Vara nec in lecto133 ceromate brachia tendis:
Non harpasta vagus pulverulenta rapis; etc.



De estos juegos de pelota, que aquí hace mención Marcial, más dilatadamente que otros habla Jerónimo Mercurial, en el segundo libro De re gymnastica; pero también lo tocan Radero, Calderino, Pedro Fabro, Clemente Alejandrino, Tiraquello, Casaubono, Bulengero, Ateneo y otros. En suma dice que usaban los Romanos cuatro géneros de juegos de la pelota: follis, trigonalis, paganica et harpastum. Follis era pelota de viento, grande y pequeña; la grande los jugadores desnudos la expelían con los puños armados de hierro casi hasta el codo, todo el cuerpo untado de cieno y aceite, ungüento que llamaban ceroma. Y así dice: Vara, nec injecto ceromate brachia tendis. Hoy se usa en Italia y Flandes, y se llama valón; la pequeña se llamaba manual, porque la jugaban con la mano, y era ligera, ejercitada de muchachos y viejos.

Marcial:


Ite procul, juvenes, mitis mihi convenit aetas;
Folle decet pueros ludere, folle senes.



Otra se decía trigonalis, o porque el lugar de los baños adonde se ejercitaba era triangular, o porque la jugaban entre tres; y ésta se entiende cuando se dice pila absolutamente, como aquí:


Non pila, non follis. Pila, id est, trigonalis.



La tercera se llamaba pagánica: ésta era de paño o de cuero, llena de lana o pluma algo floja. Y porque ésta la usaban los aldeanos, que en latín se llaman paganos (Persio: Ipse semipaganus ad sacra vatum carmen affero nostrum), por eso se dijo pagánica.

La cuarta y última era el harpasto, pelota muy pequeña y que la usaban en suelo polvoriento. Y así dijo aquí Marcial:


Non harpasta vagus pulverulenta rapis.



Todos estos juegos de pelota cesan hoy, y se usan la pelota de cuero, embutida fuertemente de lana o borra, y la pelota de viento, jugada con palas, y el valón que dijimos, que aun se usa en Flandes y en Italia, y la raqueta, muy ejercitada en Francia. Lo que dice aquí Marcial:


Aut nudi stipitis ictus hebes.



es que los soldados bisoños, que se ejercitaban en el campo Marcio, o otros mancebos que se ensayaban, según dice Vegecio, De re militari, hincaban en la tierra un palo fuerte, y arremetían a él como si fuera el enemigo, y le daban muchos golpes y heridas, unos a competencia de otros.

Hechos, pues, estos ejercicios, iban a su hora a los baños. De los cuales dice Baccio, en el libro VI, cap. VII: Quantum conferebant balnea lassatis exercitatione ac labore corporeo ad robur virium reparandum, et ad munditiam, tantumdem rependebant utilitatis exercitia, sine quibus balnea non pomunt esse utilia, maxime sanis. Que los baños eran de provecho, así a los fatigados del trabajo para reparar las fuerzas, como a los sanos los ejercicios, porque sin ellos no pueden ser buenos los baños. Y la hora de los baños era la octava, hasta las nueve; y para que nadie la ignorase se tañía la campana del baño, que estaba en una torre alta, porque fuese oída de todo el pueblo, y principalmente de los que en el barrio del baño estaban ejercitándose en lo que habemos dicho. Esto toca Marcial en aquel dístico de los Xenios, donde dice el bañero al jugador:


Redde, pilam: sonat aes thermarum: ludere pergis?
Virgine vis sola lotus abire domum.



«Dame la pelota; ¿todavía porfías en jugar? Sin duda te quieres volver a tu casa bañado en agua fría.» Porque, pasada la hora, quitaban o apagaban el fuego de los hornos. Y no se podrán bañar después sino en agua fría. Y para decir agua fría dice agua virgen, que es agua que no [ha] experimentado el fuego, como se dice virgen la mujer que no ha experimentado varón.

Que fuese la hora de los baños la octava, hasta las nuevo, claramente lo dice Marcial en el epigrama VIII del libro IV:


Prima salutantes atque altera continet hora;
    Exercet raucos tertia causidicos.
In quinctam varios extendit Roma labores.
    Sexta quies lassis, septima finis erit.
Sufficit in nonam nitidis octava palestris.
    Imperat exstructos frangere nona toros; etc.



Esta hora octava, hasta la nona, que señala para las palestras, es para los ejercicios y baños que hemos dicho, si bien los ejercicios eran antes a fin de los baños. Pues este epigrama hace tan curiosa mención de las horas, no será menos curiosidad decir y advertir cómo las horas del día natural eran entre los Romanos desiguales, porque en el estío eran grandes, y en el invierno pequeñas; de manera que, en el día natural, en los cuatro tiempos del año, eran diferentes las horas, porque ya crecían, ya menguaban. En fin, la consideración del día natural se hacía de esta suerte: que desde que amanecía hasta que anochecía se computaban doce horas. En el estío suele amanecer a las cuatro y anochecer a las ocho; que, a la cuenta del día civil, que nosotros seguimos, son diez y seis horas; estas diez y seis las repartían los Romanos en doce, y así venían a ser largas las horas estivas. Y de noche las horas estivas eran breves, porque desde las ocho de la tarde hasta las cuatro de la mañana, que a nuestra cuenta hay ocho horas, las, partían ellos en doce; y así las horas estivas del día eran largas, y las de la noche breves; y al contrario, en el invierno, las horas del día eran breves, y las de la noche largas. A esto aludió Marcial en el epigrama I del libro XII:


Retia dum cessant, latratoresque Molossi,
    Et non invento silva quiescit apro:
Otia, Prisce, brevi poteris donare libello;
   Hora nec aestiva est, nec tibi tota perit.



Solamente en el equinoccio eran las horas iguales, porque la noche consumía tanto tiempo como el día, y el día como la noche. Que es lo que dijo Virgilio en su Geórgica, libro I:


Libra die, somnique pares ubi fecerit horas,
Et medium luci atque umbris jam dividit134 orbem.
Exercete, viri, tauros; etc.



Y Ausonio en una égloga:


Libra die, somnique pares determinat horas.



En el un autor y en el otro, die es genitivo pro diei; de la misma forma fide pro fidei usó Ovidio hablando de Tereo:


Vtque fide pignus dextras utriusque poposcit.



Sabido que a las ocho hasta las nueve era el tiempo de entrar en los baños. Sepamos también a cómo entraban, y en qué se lavaban, y con qué ministerio y aparato, y con esto (que todo será con brevedad) alzaremos las mesas. El precio era un cuadrante. Horacio en la sátira III del lib. I:


Dum tu quadrante lavatum, Rex ibis; etc.



Y Juvenal en la Sátira VI:


Caedere Silvano porcum, quadrante135 lavari.



Aunque los muchachos hasta llegar a catorce años no pagaban nada de bañarse, Juvenal, sátira II:


Nec pueri credunt, nisi [qui] nondum aere lavantur.



Pero es de notar, dice Baccio, que si algunos, fuera de la hora común, se venían a lavar en tiempo extraordinario, que pagaban mucho mayor precio. Y alega a Marcial, lib. X, epigrama 70:


Balnea post decimam lasso, centumque petuntur
   Quadrantes: fiet quando, Potite, liber?



Así como vi esta nota de Baccio, eché de ver su engaño, porque ¿quién no advierte que de un cuadrante a ciento es inmensa la diferencia, y que era imposible pedir con tanto exceso a los que no venían a la hora acostumbrada? Lo cierto es que los clientes o paniaguados de los caballeros poderosos, que hoy son o escuderos pobres o hidalgotes, solían a sus amos ir en amaneciendo a saludarlos, y después sacarlos de casa y volverlos a ella, y servirles en otros actos públicos. Tenían de ellos, por premio de este servicio, una de dos: o gaje de cien cuadrantes cada día, o ser convidados a la mesa del señor. A lo primero llamaban sportula, y a lo segundo caena recta. Marcial, en el epigrama L del libro VIII a César Domitiano:


Grandia pollicitis quanto majora dedisti!
Promissa est nobis sportula, recta data est.



A estos hidalgos, pues, se les daba esta sportula, o ración de cien cuadrantes; cada cuadrante valía un cuartrín, que dicen los italianos, o un maravedí de dos blancas, que nosotros decimos. Esto mismo toca en el epigrama LXXXVIII del lib. VI:


Mane salutavi vero te nomine, casu,
   Nec dixi dominum, Caeciliane, meum.
Quanto libertas constet mihi tanta, requiris?
   Centum quadrantes abstulit illa mihi.



Y cuando los señores iban a bañarse, les daban a los clientes sus cien cuadrantes, con que cenasen en los baños, en las popinas o casas de gula que allí había. Marcial, epigrama LX del lib. I:


Dat Bajana mihi quadrantes sportula centum.
Inter delitias, quid facit ista fames?



Llegado, pues, a toque de campana, los Romanos entraban en los baños, y se mojaban en diferentes vasos que había preparados de agua caliente, dichos solios, rhycios, álveos, océanos y lacónicos. Del solio hace mención Marcial, en el epigrama 70 del lib. II:


Non vis in solio prius lavari
Quemquam, Cotile, causa quae, nisi haec est?



Y en el epigrama XCVI del mismo libro:


In solium puta136 te mergere, Flacce, caput.



Del rhycio en el epigrama XXXV, lib. II:


Cum sint crura tibi, simulent quae cornua lunae,
In rhytio poteras, Phoebe, lavare pedes.



Del álveo y del océano habla Celio Rodigino y de otros vasos también, en el lib. XXX, cap. XX. Sus palabras son: Balnei vasa sunt ariballus, aritoena, mactra sive pielos, quae videtur fuisse concavus locus, sicuti item oceanus dicebatur vastior locus, alveusque ita forte ab amplitudine vocatus. De modo que había todos estos géneros de vasos, solios, rhycios, aribalos, aritenas, mactras, pielos, álveos y océanos, y estos dos últimos se dijeron así por ser muy capaces y grandes. ¿Y qué maravilla, si sabemos de las Santas Letras que hizo Salomón un vaso balnear que se llamaba mar?

Cerca de estos vasos había una galería, donde estaban en conversación los que esperaban que saliesen los que se mojaban, para entrar ellos; y no sólo para esto, sino para entretenerse varones doctos, filósofos, gramáticos, retóricos y filólogos, y aquél se llamaba schola, o gimnasio. Esto se echa de ver en el epigrama XLIV del lib. III de Marcial, que escribe a Ligurino, poeta tan amigo de leerle sus poesías, que no le dejaba, como dicen, a sol y a sombra; costumbre de poetas enamorados de sus poesías:


Nam tantos, rogo, quis ferat labores?
Et stanti legis, et legis sedenti,
Currenti legis, et legis cacanti.
In thermas fugio, sonas ad aurem:
Piscinam, peto, non licet natare:
Ad coenam propero, tenes euntem:
Ad coenam venio, fugas edentem:
Lassus dormio, suscitas jacentem.
Vis, quantum lacias mali, videre?
Vir justus, probus innocens timeris.



In thermas fugio sonas ad aurem. Dícelo, porque, mientras aguardaban, leían algunas poesías o discursos ingeniosos. Y sin los vasos dichos había otro particular, llamado lacónico: este baño era propriamente estufa sin agua, adonde sudaban muy bien; y luego los ungían, y ungidos ya, iban a mojarse en baño frío. Esto dice Dión en sus Anales con estas palabras: Ut fuse intrantes in Laconico sudarent, et subinde unctione adhibita descenderent ad frigidam. Lo proprio toca Marcial en tres versos, hablando con Oppiano:


Ritus si placeant tibi Laconum,
Contentus potes arido vapore,
Cruda virgine, Marciaque137 mergi.



De los ministros que servían en los baños, trae algunos Celio en el citado capítulo, pilicrepos, tonsores, balneatores, alipilos, mediastinos, mangones, aliptas, pedotribas, ciniflones, arcularios, propolas, pigmentarios, coronarios, cosmetas, libarios, botularios y distilarios. Romancemos estos ministros balnearios: Pilicrepos eran los sirvientes del hipocausto, que cuando se apagaba la lumbre, echaban en él unas bombillas embreadas, con que se renovaba y ardía el fuego, las cuales se llamaban pilas; y porque en entrando en el hipocausto hacían ruido, se decían pilas crepantes. Esto manifiesta claramente Papinio en el libro I de las Silvas, alabando el baño lacónico de Hetrusco:


Quid nunc strata solo referam tabulata, crepantes
Auditura pilas, ubi languidus ignis inerrat
Aedibus, et tenuem volvunt hypocausta vaporem?



Tonsores, barberos; balneatores, bañeros a quien se les daba el cuadrante, precio del baño; alipilos, los que pelaban el pelo de bajo los brazos, que se llaman alas o axilas; mediastinos, galopines de cocina; mangones, los que venden trocando, como se hace en el baratillo; aliptas, los que ungen con aceitillos; pedotribas, maestros de los jugadores del baño; ciniflones, encrespadores del cabello; arcularios, cajeros de buhonería; propolas, revendedores; pigmentarios, vendedores de pebetes y pelotillas olorosas; coronarios, los que hacían guirnaldas de flores; cosmetas, los que llevan bujerías; libarios, vendedores de turrones, marzapanes y tortas regaladas; botularios, vendedores de pastelillos, que se decían bótulos. Marcial, en los Xenios:


Qui venit botulus mediae138 tibi tempore brumae,
Saturni septem venerat ante dies.



Y últimamente, distitarios eran aguardenteros, o vendedores de aguas destiladas. Toda esta canalla frecuentaba los baños, ya para vender sus mercerías, principalmente tocantes a la gula, ya para servicio de los baños.

De la grandeza de las termas, que era un barrio grande, como dice Celio, a manera de provincia, no digamos más de lo que trae el gran Séneca en la epístola LXXXVI a Lucilio, en un párrafo que comienza: Balneolum angustum et tenebricosum, etcétera. «En tiempo antiguo Scipión usaba un bañuelo angosto y tenebroso; aquel pasmo de Cartago, donde lavaba su cuerpo, ejercitado en cosas de la agricultura; pero agora, ¿quién hay que sufra lavarse de aquella manera? Pobre se parece y cuitado si no resplandecen las paredes de los baños con grandes y preciosos fanales, y se ungen con diversas aguas de flores; si los mármoles alejandrinos no están variados con ataujía de numídicos fragmentos; si no están estofados de artificiosa y costosa pintura; si no está el aposento ceñido de vidrieras; si la piedra tasia, en otro tiempo espectáculo del templo, no circundó nuestras piscinas, en que entramos desmayados después de haber tomado la estufa, y ¡si no nos dan el agua que bebemos epistomios o caños de oro. Pues ¿qué diré de los baños de los libertinos?, ¡cuántas estatuas, cuántas colunas sin tener qué sustentar, sólo para ostentación! ¡cuántas aguas que van saltando de grada en grada con sonora armonía! En fin, a tantas delicias habemos venido, que no queremos pisar sino piedras preciosas.» Hasta aquí es de Séneca.

Llegada, pues, la hora nona se van todos a sus casas, y se cierran las puertas de los baños. También a nosotros, señor, nos echa fuera y nos impone silencio el mantuano pastor Palemón, diciendo alegóricamente:


Claudite jam rivos, pueri, sat prata biberunt.



Perdone V. P. la cortedad del ingenio, y agradezca la largueza del deseo, que ha sido de acertar a servirle.

Nuestro Señor, etc. Julio 3.




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Epístola V

Al Licenciado Pedro Ferrer Muñoz, Alcalde de la Justicia por S. M. En la Ciudad de Córdoba.


Es una instrucción para bien gobernar


Hacer esto no es movimiento mío; que, a serlo, también fuera disparate, sabiendo yo que v. m. no ha menester consejo, y que darle no pedido, se tiene por necedad. Oblígame a ello tan fuertemente el señor Joan Ferrer, que sin disgusto suyo no puedo evadirme. Hácelo fiado en la instrucción que envié a don Alonso Fajardo para su viaje de las Filipinas. Y como aquélla tuvo, más por dicha que por mérito, tanto aplauso y aprobación, lo parece que podré hacer ahora otro tanto. Salga como saliere, parto natural o monstro. Allá va, y delante mi voluntad por salvaguarda.

Hoy es v. m., por el Consejo Real, alcalde mayor de la justicia en Córdoba, oficio muy principal y calificado, y mucho más por serlo en la más noble ciudad de España. ¿Es lisonja ésta?, no por cierto. César la llama cabeza de la provincia Bética; Estrabón, obra de Marco Marcelo; Plinio, Colonia Patricia; Marcial, patria de dos Sénecas y un Lucano. Julio César y Asinio Polión, estando en España en diversos tiempos, hicieron oraciones en Córdoba. Y Marcial dice:


In Tartessiacis domus est notissima terris,
Qua dives placidum Corduba Baethin amat,
Vellera nativo pallent ubi flava metallo,
Et linit Hesperium bractea viva pecus.



Honrado gobierno es sobre tan generosa, tan noble, tan antigua, tan rica, tan opulenta ciudad; pero advierta v. m. que el gran cargo es también gran carga. Casi lo mismo dice Salustio: Maximo imperio maximam curam inesse. Y esta vigilancia, si le toca en buena parte al corregidor, mucho más a v. m. ¡Oh Séneca cordobés, qué bien lo dices! Omnium somnos illius vigilia139 defendit, omnium otium illius labor, omnium delicias140 illius industria, omnium vacationem illius occupatio.

Para ese oficio tiene v. m. la edad más idónea, porque el alcalde de la justicia ha menester bríos, salud, fuerzas y valor para sus rondas, desvelos, acometimientos, prisiones y castigos. Oiga v. m. a Dionisio Halicarnásseo: Quadraginta annorum aetas est prudentissima . Ésa tiene v. m. y la prudencia de tal edad, y aun superior, y valor no le falta; no va mal pertrechado. Eurípides, en su Menalippa, nos ayuda aquí. Los mancebos, sin duda, son más idóneos para los trabajos, y son más solícitos y más agudos; pero los viejos, aunque sean más prudentes, suelen ser más débiles y más tardos: Juvenes sane sunt aptiores ad labores: sunt item diligentiores et acutiores. Senes vero etsi prudentiores sint, debiliores tamen atque tardiores esse solent. Selle este pensamiento Crisóstomo, en la epístola de San Pablo a los hebreos, homilía VII: Omnes uno ore dicunt, non senectam corporis, sed cordis maturitatem veram senectutem esse. De manera que siendo uno viejo, no es ya prudente, sino, al contrario, en siendo uno prudente, entonces es viejo.

Esa ciudad es poseída de caballeros generosos y poderosos, y por el mismo caso tiene más dificultad su gobierno, y en el gobierno peligroso está incierta la felicidad. Aquí lo mejor es encomendar las cosas a Dios, pedir a menudo su auxilio; que el buen celo, ayudado de la prudencia, solicitud y vigilancia nuestra, hará milagros y hazañas inopinadas. Siempre seré de parecer que con los caballeros y poderosos, aunque no sean nobles, se ha de usar de arte, porque es gente ésta muy delicada, sentida y mal sufrida, y tan puntosa, que por poca causa echan el hatillo a la mar, y en la residencia, como son poderosos, son poderosos enemigos. Lo que yo con ellos hiciera es esta consideración: o son los tales caballeros buenos, o facinorosos; si buenos, honrarlos y estimarlos, y usar con ellos todo lo que fuere de gracia y un poquito más, como no haya parte damnificada; si son facinorosos, mostrar un gran valor contra ellos, amenazándolos en parte pública, porque venga a noticia de ellos la amenaza, y se retiren y pongan en cobro; que retirados no hacen daño a la república. Y con esto se escapará v. m. de causas peligrosas y con poco fruto para el servicio de Dios, cuando hubiese hecho castigo de ellos; pues suelen de aquí causarse escándalos y renovarse parcialidades, porque la parte contraria se huelga de aquel castigo hecho en los que mal quiere. Y si en el bando del facinoroso, cuyo castigo se pretende, hay (que sí habrá) algún caballero bueno y prudente, avisarle con mucho secreto, y muy encargado que desvíen al tal facinoroso, para que no caiga en sus manos de v. m.; porque, si cae, no le podrá servir de ninguna manera, sin deservir a su Dios y a su rey. Y pongo que este tal sin pensar viene a sus manos de v. m.; hágase la prisión, y la sentencia no se pronuncie, faltando término que la ley conceda, y con maduro consejo se le vaya dilatando lo posible, y no se ejecute sin embargo, antes, si el caso es grave, por bandos que se pueden temer, o rebelaciones y muertes, dése parte de ello a S. M.; que ésta no es flaqueza, sino consejo de Simancas, República, cap. XXXIV, libro VIII: Si quid gravius in civitate contigerit, statim praefectus urbi ad Regem vel consiliarios ejus illud referre debet: qui vero secus fecerit, officio movebitur, sicuti lege regia constitutum est.

Y hecha la justicia que se debe, sin pasión, procure v. m. su disculpa con los deudos, diciendo que ha sido contra su voluntad aquel castigo, y que no ha podido hacer menos, y procure compensarlo con otros oficios de gracia que se ofrecerán. Esto lo advierte Cicerón, lib. II de Officiis: Vtendum etiam est excusatione adversus eos, quos invitus offendas, quacumque possis, quare id, quod feceris, necesse fuerit nec aliter facere potueris, ceterisque operis et officis erit id, quod violatum videbitur, compensandum141 .

Agora queda una objeción, que hará disonancia grande dejar sin castigo a los delincuentes opulentos, y perseguir a los ciudadanos y humildes, habiendo de ser la justicia igual. Digo que la hará si con los menores se usa de rigor; y así siento que unos se deben castigar por pena del pecado y ejemplo de otros, y otros se han de perdonar, o por ser primerizos en los pecados, o porque también la misericordia tenga su lugar, como la justicia. Y la remisión de esto su suple muy bien con hacer una cosa que diré, que es la primera y más principal de todo el gobierno, y ésta es quitar las causas de los pecados, que vale más que punirlos. ¿De punirlos qué se sigue?, quitar la vida a un hombre, ¡dura ejecución!, o afrentar a un hombre con vergüenza pública o con azotes: ¡terrible caso, quitarle la honra!

Estos dos inormísimos rigores se excusan procurando desarraigar de la república las causas de los vicios. ¿Qué es la tablajería, sino escuela de ladrones? Quitarla, y no los habrá. Las casas de mujeres ruines, ¿qué son sino receptáculo de rufianes, de matadores y gente perdida? Poblar esas galeras del Rey; suden sus pecados en estu estufas. ¿Qué hacen los mohatreros y logreros en la ciudad, sino destruir las haciendas, sangre con que nos alimentamos? Castigarles las bolsas rigurosamente, que Dios se sirve de ello, y la gente se huelga, y se gana opinión con ello.

La ronda de noche es importantísima, si trabajosa, que con ella se dejan de hacer pecados, cometer hurtos y muertes, y están seguras las casas de los ciudadanos, y para v. m. no de poco interés. Si bien no se debe v. m. arrojar demasiado a desarmar, principalmente a caballeros; que el llevar armas, aunque sean prohibidas, no es inconveniente grande, y sobre ello suele haber grandes enfados, que pesan más que lo que se interesa; antes de hacer algunas cortesías suelen emanar buenas gratificaciones, y cuando menos la gracia del pueblo, pues quedará tenido v. m. por hombre cortesano y poco interesado.

A v. m. principalmente incumbe limpiar de bellacos la ciudad y sus términos, de manera que los buenos dentro estén seguros, y los caminantes fuera. Contra salteadores y ladrones públicos y homicidas cualquier ejecución rigurosa parecerá bien a Dios y a las gentes, y con tales prisiones y castigos se gana glorioso nombre. Pero esto se ha de hacer con valor y con destreza, maquinando primero el modo de la prisión, y el ardid y estratagema lo ha de ocultar y disimular v. m. en su pecho, y cuando mucho, dar parte a alguno que sea confidente, si el caso lo pide; que con la buena traza se facilita la prisión y se asegura la persona de v. m. Diga aquí su parecer Vegecio: Fieri quid debeat, cum multis tracta: quid facturus sis, cum paucissimis, vel potius ipse tecum. Y Justo Lipsio dice que el alma del estratagema es el secreto. Así que consultar lo que se ha de hacer es cosa acertada. Salido de la consulta, lo que conviene, el modo y la ejecución sea presto y secreta; que el enemigo asaltado es fácilmente vencido. Esto sea dicho contra los públicos asasinos, en quienes es poco el más riguroso castigo. Pero de los ciudadanos que delinquen casualmente y en lances forzosos, otra cuenta y razón es. Aquí, o la misericordia ha de tener su lugar, o el castigo ha de ser con blanda mano, o conminación que les obligue a la enmienda. En fin, por todos los caminos que la justicia no pierda, ha de ejercitarse la clemencia.

Balduino, jurisconsulto, en el prolegómeno de su Institución histórica dice una cosa bien advertida, y no mala para nuestro intento: Conditi à Deo sumus, etc.: «Los hombres somos criados por Dios, y colocados en el mundo como en un amplísimo teatro, donde unos estamos para oír y mirar, otros para representar, y otros para juzgar.» V. m., señor, es el que representa, el pueblo el que oye y mira, el Consejo Real el que juzga. V. m. mire las acciones que hace, públicas o secretas, y lo que dice con cólera o sin ella, el ejemplo que da, y la justicia que ejecuta; que cada ciudadano es un fiscal, es un Satanás, que está con el índice maldito de la lengua apuntando, notando, murmurando hasta los pensamientos y los amagos de su alma de v. m. Y así, aunque le parezca al juez que en el discurso de su gobierno anduvo muy recto, en la residencia salen estos observadores malditos, cada uno con sus capitulaciones, como si fueran trofeos ganados al enemigo. Habiendo, pues, v. m. representado bien su papel, todos le victorean, y con la buena residencia y aprobación general los jueces supremos están con los brazos abiertos para coronar a v. m. y darle mayores gobiernos y premios.

No dudo yo en la fragilidad humana, y que pocos hay en esta vida que carezcan de culpa, especialmente los que andan en medio de las olas del siglo, que con la potestad son más licenciosos, con el regalo son más viciosos, con las ocasiones son más irritados; y así no me espanto que caigan en algunos de tantos lazos y tantos inconvenientes; pero a lo menos: Ne glorietur in malitia qui potens est in iniquitate. Sea cauto, disimule sus vicios, si algunos tuviere; tenga prudencia, que ninguno puede ser ni parecer justo, qui idem prudens non sit, como dice Cicerón. Y él mismo cuenta de un filósofo magárico, llamado Stilfón, agudo y bien opinado, que sus amigos con quien trataba familiarmente, decían que era grandemente inclinado al vino y a mujeres, y esto no lo decían para vituperarle, sino en alabanza suya, porque su viciosa naturaleza y inclinación de tal manera la tenía domada y oprimida, que nadie jamás le vió borracho, ni vió en él rastro de lujuria.

El juez no sólo atiende a las cosas mayores, pero a las muy mínimas; todas se han de registrar por su mano, porque en todo hay licencias y desórdenes de gente ruin y descompuesta, que a la gente buena y humilde no les dejan gozar de los bienes comunes a toda la república. Procúrese que la provisión de cualquiera cosa que se vende la gocen todos, y no sólo los poderosos y los desvergonzados: no venga a ser lo que decía Crates, y lo trae Stobeo, sermón XV, que las tales provisiones y alimentos eran semejantes a las higueras que nacen en los altos peñascos y derrumbaderos, cuyos higos no los goza el hombre, pues no los puede alcanzar, sino los cuervos y los milanos. Y estos cuervos y milanos, que son los que más mal viven, son los ordinarios delatores y denunciadores, unas veces de cosas graves, y otras de cosillas tan rateras, que no le está bien al juez empacharse en ellas, aunque los codiciosos de aquí llenan sus bolsas, ensangrentándose en los pobrecillos, debiendo en esto, o volver las espaldas, o llevar blanda la mano.

En las delaciones dice Justo Lipsio que a todos se ha de dar orejas, pero no fe y crédito a todos; porque, según Mecenas, aquel gran privado de Augusto César, no conviene creer las delaciones sin examinarlas y desenvolverlas primero; que los más denunciadores vienen a denunciar por odio y enemistad, o por codicia de su tercera parte, y padece el inocente falsamente acusado. Así lo escribe Dión, libro III.

Finalmente, advierta v.m. que es la administración tan ampla, que aun se extiende a lo que no está debajo de las leyes, habiendo tantas. A v. m. le toca la censura, que consiste, según Justo Lipsio, en castigar las costumbres malas y demasías no prohibidas por las leyes: Censura est animadversio in mores, aut luxus eos, qui legibus non arcentur. Porque el oficio del censor es, como dice Dión, libro II, corregir las cosas que aún no son dignas de pena: Neglecta tamen multorum magnorumque malorum causam praebent: «Y tenidas en poco, son causa de muchos y grandes daños.»

El juego se entra en la república con título de entretenimiento, y si se hace costumbre, cría blasfemias, hurtos, injurias afrentosas y muertes. La gula entra con nombre de regalo, y después continuada es acabamiento de la más gruesa hacienda; y bebiendo demasiado, para en el vicio de la embriaguez torpe y afrentosa. La gala entra so color de policía y limpieza, y para en mil invenciones ingeniosas de trajes tan varios, que ni basta el oro, ni plata, ni las sedas de España, de Calabria, de Sicilia, ni de la China para los excesos de este siglo; y esto no sólo en los caballeros y señoras, pero igualmente en los oficiales y gente plebeya. En éstas, pues, y en otras, aunque no haya leyes para ellas, debe el juez meter la mano, y arbitrar lo que convenga.

Ya le parecerá a un juez o pretor que haciendo lo dicho, y otras cosas a su parecer justas y santas, ha acabado su plana. Pues hágole saber que le falta más, que es la felicidad; que sucederá haber uno gobernado cristianamente y con gran desvelo y cuidado, y al cabo se le arma un traspié y una trampa, por donde da con todo el edificio en tierra, sin saber cómo ni por qué vía. Ruegue a Dios por buena dicha, que no sin causa pusieron muchos en sus escudos y blasones: Virtute duce, comite fortuna. Es a saber, que ganaron nombre inmortal, llevando por guía a la virtud, y por compañera a la ventura.

Muchas veces se ha visto usar uno un buen consejo con buen suceso, y a otro salirle mal el mismo consejo. Dios sabe por qué; que hay efectos, cuyas causas no se pueden humanamente rastrear, especialmente cuando Dios se sirve de ello por justo juicio suyo; que entonces, como dijo Serafino Aquitano:


Non è virtù, non è viltà, ma fato,
Che contra il ciel nostro operar val poco.



Extremadamente dijo Plauto en el Pséudolo: Centum doctum hominum consilia sola haec devincit Dea: «A cien consejos de hombres doctos vence sola esta diosa.» Habla de la Fortuna. A esto mismo alude el adagio castellano: Más vale a quien Dios ayuda que quien mucho madruga; es a saber, que no bastan diligencias humanas cuando Dios quiere otra cosa. ¿Cuántos hay que obtienen oficios, dignidades, victorias, como dice Salustio, majore fortuna quam sapientia? Y Terencio en los Adelfos dice de los felices: Quibus dormientibus dii omnia conficiunt: «A los dichosos los dioses les hacen sus negocios durmiendo ellos a buen sueño.» Y aquello que dijo Plutarco, recibido está por adagio: Reti urbes capiunt; que los dichosos con red toman las ciudades; dando a entender que no hay cosa dificultosa para ellos, pues con una red, medio tan fácil, pueden tomar y ganar las muradas y torreadas ciudades. Et in sinum iis de caelo Victoria devolat142, dice T. Livio: «Y la victoria se les viene a las manos desde el cielo.» Y aquellos versos de Theognis, de oro son:


Multis mens laeva est; sed eisdem numina dextra,
Queis male quod gestum est, vertit et in melius.



«Muchos de poco saber son ayudados del cielo, y lo que comenzaron mal, se les endereza y vuelve en bien.» Con todo eso, yo más querría hacer las cosas con prudencia y buen consejo, aunque con mal suceso, que temerariamente; que a los temerarios la fortuna no es amiga segura: Speret Israel in Domino, quia adjutor eorum et protector eorum est. Espere el que bien hace en el Señor, que no le puede faltar, y si le dilata el premio, es para dárselo cuando más le convenga, pues es cosa asentada que quod bene fit non perit. Que no hay buena obra sin galardón; y ésta es palabra de Dios, que no puede faltar. Y por que las mías no cansen a v. m., y porque no se diga contra el verso de Horacio:


Non misura cutem, nisi plena cruoris hirudo.



nuestro Señor guarde a v. m.

De Murcia, Marzo 16.



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