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Tres Églogas


Luis Barahona de Soto




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Introducción

La edición de estas tres églogas de Luis Barahona de Soto pretende poner al alcance del público interesado en la figura y en la obra del escritor lucentino unos textos áureos que ofrecen por el momento ciertas dificultades de localización. La última edición más o menos completa de la lírica barahoniana tuvo lugar a principios del siglo presente1, y desde entonces su nombre aparece sólo en algunas antologías o en recopilaciones por lo general poco accesibles.

La Cátedra Luis Barahona de Soto, creada en la ciudad de Lucena por la Universidad de Córdoba, durante el curso académico 1996-97, pretende fomentar el estudio y el conocimiento que se tiene acerca de tan relevante figura, la más importante que esta ciudad ha dado a las letras españolas a lo largo del tiempo. Sin embargo, el interés y el aprecio de sus propios conciudadanos deben pasar necesariamente por el conocimiento de su figura, de su aportación literaria y de la comprensión del lugar que ocupa en el universo cultural de la época.

Con la intención de paliar en alguna medida las lagunas que puedan producirse en los aspectos señalados editamos en esta ocasión tres églogas completas de Barahona, de las cinco que han llegado hasta nosotros, concretamente la primera, la tercera y la quinta, según la ordenación que ofrece Rodríguez Marín en su edición, a las que hemos denominado Égloga de las hamadríades, tal como habitualmente es conocida, Égloga de Felicino y Cleanto y Égloga de Salicio y Filón, de acuerdo con los principales protagonistas de las mismas.

Son textos de relativa dificultad para un público actual que, por lo general, es poco dado a lectura de la lírica clásica española, lo que explica el carácter divulgativo de muchas de las notas así como las diversas aclaraciones al texto.

Por otra parte, el nivel de información del público estudiantil, al que va dirigida preferentemente esta edición, no suele ser, a nuestro pesar, muy alto, a lo que contribuye también el escaso aprecio que se tiene en la actualidad por los estudios humanísticos en beneficio de otros saberes más pragmáticos. De esta forma, en la mayoría de las ocasiones nuestras notas pueden resultar comentarios innecesarios para los posibles lectores o críticos avezados en la interpretación y disfrute de textos áureos hispánicos.


El mundo pastoril. Las églogas

Las églogas son composiciones líricas en las que el poeta nos presenta un mundo idealizado y habitado por pastores, que expresan en verso sus preocupaciones amorosas. Sus orígenes se suelen situar en el mundo latino, concretamente en las Bucólicas, de Virgilio, e incluso pueden retrotraerse al griego Teócrito, pero en la literatura española la conformación definitiva del género se debe a Garcilaso de la Vega, que alcanza niveles insuperables en sus tres famosas églogas, composiciones que se convertirán en paradigmas para un grupo amplísimo de poetas. Entre las aportaciones que contribuyen a la fijación de las convenciones literarias existentes en las églogas se encuentra, sin duda, la Arcadia, de Sannazaro, y diversas aportaciones más que forman lo que el profesor López Estrada ha llamado la «órbita previa» de los libros de pastores2, género que logrará gran éxito y difusión, no sólo en España, sino también en el resto de Europa.

La caracterización del ambiente pastoril de las églogas la encontramos bien descrita en los comentarios de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso: «La materia desta poesía -escribe- es las cosas y obras de los pastores, mayormente amores; pero simples y sin daño, no funestos con rabia de celos, no manchados con adulterios; competencias de rivales, pero sin muerte y sangre. Los dones, que dan a sus amadas, tienen más estimación por la voluntad que por el precio; porque envían manzanas doradas o palomas cogidas del nido. Las costumbres representan el siglo dorado. La dición es simple, elegante. Los sentimientos afetuosos y suaves. Las palabras saben al campo y a la rustiquez de la aldea, pero no sin gracia, ni con profunda inorancia y vejez; porque se tiempla su rusticidad con la pureza de las voces proprias al estilo»3.








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Las églogas de Barahona. La Égloga de las hamadríades

Como señalábamos, de Luis Barahona de Soto se han conservado sólo cinco églogas, que siguen en diversas ocasiones los esquemas y recursos fijados por Garcilaso en sus composiciones; las más conocidas y estudiadas son la primera y la segunda en la ordenación y edición de Rodríguez Marín4 y, sin duda, las que ofrecen mayor interés y calidad literaria.

La primera, la que se suele denominar Égloga de las hamadríades, es la que inicia nuestra selección, tras casi un siglo5 en que viera la luz por última vez completa.


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Métrica

El poema está compuesto por veinte estancias de quince versos, endecasílabos y heptasílabos, lo que conforma un total de trescientos versos. El esquema métrico de cada estancia es el siguiente: ABCabCcDEFDEFgg. Como puede observarse la tendencia es la de ofrecer una rima similar a la de los tercetos encadenados en la primera parte, con un cambio de rima en la parte segunda que ofrece igualmente la disposición de los tercetos encadenados, sólo que al final se añade un pareado de rima independiente, recurso que en la primera parte se soluciona intercalando un verso que rima con el último de la serie encadenada. No es demasiado artificioso el esquema métrico de este tipo de estancia, sino que sigue de una manera aproximada la idea más frecuente en el Renacimiento, en cuanto a su disposición se refiere, y que recuerda Navarro Tomás: «la estancia constaba de dos partes; en la primera, más breve que la segunda, se empleaban generalmente endecasílabos; los heptasílabos se intercalaban sobre todo en la segunda parte o servían para marcar la transición entre una y otra»6. Aquí se invierte ligeramente la tendencia que se señala: hay más endecasílabos, (seis), en la parte segunda que en la primera, (cuatro). Al respecto, hay que tener en cuenta que la producción lírica de Barahona pertenece al último tercio del siglo XVI, cuando los ideales clasicistas del Renacimiento han entrado en crisis, de tal manera que la etapa ofrece rasgos distintos, específicos de lo que se suele llamar Manierismo.




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Estructura

La estructura de la égloga es la siguiente:

- estrofas I-III - presentación

- estrofas IV-V - canto de Silveria

- estrofas VI-VII - canto de Silvana

- estrofas VIII-X - canto de Fenisa

- estrofas XI-XIII - segundo canto de Silveria

- estrofas XIV-XV - segundo canto de Silvana, en el que se introduce como recuerdo

- estrofas XVI-XIX - el lamento de Pilas

- estrofa XX - estrofa de cierre.

Aun sin ofrecer la armoniosa y equilibrada repartición del material de la Égloga I de Garcilaso, por ejemplo, la ordenación de su materia no es excesivamente desproporcionada, sino que entre las tres estrofas de presentación y una de cierre (recordemos que eran cuatro y una, respectivamente, en la armoniosa composición de Garcilaso) se introducen dos series de cantos alternos de igual extensión (Silveria y Silvana, dos estancias; Fenisa y Silveria, tres estancias cada una), en tanto que la serie tercera sufre una visible modificación, al componerse de dos estancias el canto de Silvana y de cuatro la lamentación del pastor. Pero, sin duda, esta desproporción está motivada por la necesidad de conceder más espacio al pastor Pilas, el personaje más relevante y diferenciado del poema, que expresa su dolor ante la muerte de su amada.




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Tema y contenido

En cuanto al tema de la égloga, nos encontramos ante un mundo idílico, pastoril, en el que ha irrumpido la muerte (Et in Arcadia ego, tal como refleja el conocido cuadro del Guercino), arrebatando, como hemos señalado, a Tirsa, la enamorada del pastor Pilas. Las hamadríades, que tienen en alguna ocasión determinados rasgos pastoriles, celebran las exequias de la ninfa con las fórmulas paganas de rigor, ofreciendo sacrificios al alma de la muerta. A los cantos, recuerdos y ofrendas funerales de estas divinidades, se unen los lamentos de Pilas.

El poema se inicia con la presencia de la hamadríades cerca del río Dauro, o Darro, al pie de Sierra Nevada; las ninfas, en un día triste que luego sería famoso, cubren el cadáver de la fallecida con hierbas silvestres, al mismo tiempo que entonan canciones y recitan versos; los ganados escuchan entretanto. Luego forman canastillas con varas de diversos árboles aromáticos, de tal manera que el ambiente se llena de perfumes. Son tres ninfas las que van cantar su dolor ante la muerte de Tirsa, Silveria, Silvana y Fenisa, y van ataviadas con guirnaldas, con el pelo suelto por las espaldas.

Silveria expresa su deseo de que toda la naturaleza y los animales dejen de cumplir su habitual función, si no se realizan sacrificios por el alma de la ninfa muerta. Las selvas y los pájaros serán testigos de la expresión de su dolor.

Silvana se refiere en su intervención al momento en que van a tener lugar los ritos, a la caída de la tarde, cuando el sol pierde fuerza y empieza en la montaña el frío temporal; entonces ya Tirsa está helada y yerta, y hay que manifestar el dolor por el hecho luctuoso, no sólo en este día, sino también en sucesivas celebraciones. Anualmente, propone, honrarán su tumba con sacrificios de animales y ofrendas florales, y tal conmemoración se extenderá del norte al sur, por toda la extensión de la tierra.

Fenisa proyecta una competición para nueve días después, ofreciendo de su propio rebaño diversos premios: al ganador de la carrera una novilla, al mejor luchador dos novillas, un toro al mejor lanzador y un buey al mejor cantante. Al que hiciese los mejores versos lo que éste quisiera escoger de su manada, junto con la fama inmortal. Con motivo de tal celebración asistirá el dios de los pastores, profusamente adornado, y también llegarán pastores y zagales para las competiciones, en tanto que los versos fúnebres, igualmente resultado del concurso, adornarán las faldas del túmulo consagrado a la ninfa muerta. En su honor quemará las entrañas de una res, y lo repetirá anualmente, después de regar la víctima con leche reciente. Además derramará en la tierra, con igual sentido de ofrenda fúnebre, el mejor vino que se coseche en Lucena.

De nuevo toma la palabra Silveria y, suponiendo que el espíritu de Tirsa se encuentra merodeando por alguno de los lugares que frecuentó en vida, o acaso esté ya en los campos elíseos, le pide que preste oído a sus palabras. El alma de la ninfa quizás andará todavía frecuentando las selvas y Silveria acusa al cielo injusto de su muerte. A partir de ahora se producirá un gran desorden en la naturaleza y en el mundo pastoril; no habrá flores, ni frutos, se secarán las fuentes, los zagales no publicarán sus amores, los ojos estarán siempre en llanto, el ganado no pacerá. Dirigiéndose a Tirsa le pregunta que, si los está escuchando, por qué no responde con alguna manifestación, puesto que ella alegraba en vida la noche y, en cambio, ahora sólo les queda la memoria triste del suceso.

Silvana recuerda que Tirsa solía poner fin a los litigios que tenían lugar entre los pastores y que, en alguna ocasión, salía de las aguas cantando los versos del pastor Silvano, en tanto que otros pastores se arrojaban al agua por tocarla, pero esto era en vano debido a la rapidez que ella tenía para ocultarse. Añade que al amanecer de este día vio llorar al pastor Pilas, con la mano apoyada en la mejilla, haciendo con ello que las flores se secasen, se desgajasen ramas de los robles y se rompiesen las piedras, efectos que suelen producir los vientos Boreas y cierzo. Entonces el pastor cantó unos versos que se incluyen a continuación.

Pilas vuelve a insistir en el caos que se ha producido en la naturaleza con la muerte de Tirsa; la tierra no hace germinar nada de lo que se siembra y el pastor está en perpetua pena, hasta que, siguiendo la pauta garcilasiana, muera también él y pueda gozar de la eterna compañía de la amada. El enamorado ha realizado sacrificios en su honor y siempre seguirá honrando con ofrendas su sepultura, e, incluso, ha apartado los toros y novillos de sus becerras, para manifestar aún más el dolor por la pérdida. Después pide el descanso para su cuerpo, junto con las ofrendas y alabanzas de Apolo, de las estrellas, de los faunos y del río Dauro, cuyas aguas serán leche y miel en el sepulcro de Tirsa. También las ninfas ofrecerán delicadísimos presentes florales a su sepulcro, en el que los genios dejarán inmóviles sus huesos durante mil años.

Por último, tras el lamento de Pilas, se indica que el sol está ocultándose ya, llenando las nubes del ocaso de variados colores. Las ninfas dejan de cantar, vuelven al campo, donde el morisco suele ocultar tesoros, y se introducen en los troncos huecos de las encinas.

Como podrá apreciarse, es una bellísima égloga, eminentemente fúnebre, con ritos y ofrendas paganas, propios del mundo pastoril y mitológico en el que tiene lugar la acción, aunque también se percibe claramente la idea de la supervivencia del alma de la ninfa y el recuerdo que ha dejado en todo el universo que la conoció viva.




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Las claves pastoriles

En otro sentido, hay que señalar que, desde siempre, se ha querido ver en las muestras más importantes de la literatura pastoril una ficción que ocultaba una realidad comprensible para los iniciados en las claves de su interpretación. También ha sido objeto esta égloga de algún intento de descubrir los personajes reales y los sucesos que encubre el argumento señalado. Para Rodríguez Marín, Barahona está glosando la muerte de doña María Manrique de Mendoza, que sería la ninfa fallecida, Tirsa, y el pastor Pilas, en consecuencia, sería el caballero granadino don Alonso de Granada Venegas, en cuya casa solían celebrar los poetas granadinos reuniones y academias; Silvano encubriría al gran amigo de Barahona Gregorio Silvestre, autor que efectivamente emplea este nombre poético en alguna composición, y Silvana a la amada de Gregorio Silvestre, doña María7. Se dejan sin aclarar otros nombres pastoriles y la fecha de composición del poema, que puede fijarse según esta hipótesis, y de acuerdo con otros sucesos a los que se hace referencia en el estudio, hacia 1569.

Por su parte Lara Garrido, en los estudios más importantes realizados hasta la fecha sobre la poesía lírica del lucentino, apunta que el pastor Pilas puede ser Gregorio Silvestre y que la ninfa Tirsa es doña María, su amada, que falleció antes que Silvestre. Apoya su hipótesis en el epitafio latino que dedicó Barahona a la muerte de su amigo y de su amada doña María, en el que pueden encontrarse expresiones que prefiguran aspectos centrales de la égloga de las hamadríades:


«In nobis miseranda jaces, pulcherrima virgo,
Inter Hamadryadum gloria prima choros.
[...]
Sylvanique patres solvent, Driadesque sorores,
Fundentes udis ex oculis lachrimas»8.



A esto se une el recuerdo de las palabras de Pedro de Cáceres, en el prólogo a las obras de Silvestre, que indican que «sintió mucho Gregorio Silvestre la muerte de doña María, y así dicen que se determinó a hacer muchas canciones a su muerte, a imitación del Petrarca. Y pienso que hizo una, o dos, que fueron las primeras, y postreras, hasta entonces. Y como murió tan presto, no pudo pasar adelante con su intento»9. De esta manera Barahona cumple el deseo que no pudo realizar su amigo de cantar a la amada muerta y pone la expresión de ese sentimiento en labios de Pilas.

Hay, por lo tanto un «desdoblamiento pastoril con Silvano»10, que también parece referirse a Gregorio Silvestre, aunque Silvano no tiene una intervención efectiva en la obra, sino que es solamente une mención. De acuerdo con esta interpretación, que creemos mucho más convincente y coherente que la anterior, el poema se escribiría algún tiempo después de la muerte de Gregorio Silvestre, hecho que tuvo lugar en Granada el día 8 de octubre de 1569.

De cualquier modo, creemos que no es completamente necesario conocer la posible realidad que escondan los versos de esta égloga para la comprensión literaria y el disfrute de la misma; por sí solos se bastan y explican por sí solos el mundo ideal y mítico al que hacen referencia.




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Nuestra edición

En cuanto a la edición que hemos preparado, tomamos el texto de la princeps de esta égloga incluida en las Flores de poetas ilustres (1605), de Pedro de Espinosa11, donde ocupa los folios 66 r. a 71 v., que hemos ido señalando en nuestro texto. En la obra figura la composición bajo el nombre de Soto. En esta importante antología se reúne lo más selecto de la poesía española de la época, especialmente de la que aporta innovaciones al panorama lírico; no incluye el libro, según se indica en el prólogo al lector, «la glosa de "Vide a Juana estar lavando", o algunas redondillas de las turquesas de Castillejo, o Montemayor (venerables reliquias de los soldados del tercio viejo) [...] que estos ya gozaron tiempo». Sin embargo incluye a Barahona, prácticamente el único poeta que ha fallecido cuando se imprime el libro, lo que parece índice de la vigencia del escritor lucentino y de su importancia como eslabón entre la poesía anterior y la propiamente barroca, cuando no de la amistad del antólogo Espinosa con nuestro lírico. Hay ocho composiciones12 de Barahona en esta antología.

Además de este impreso hemos tenido en cuenta la edición que incluye Rodríguez Marín en su libro, como se puede ver por las notas que acompañan a nuestro texto, aunque en algunas ocasiones nos hemos separado de ambos.

Hemos modernizado las grafías de la égloga; también hemos numerado y separado las estancias que la constituyen.

Las notas pretenden aclarar gran parte de las cuestiones significativas que suscita el poema, así como señalar, cuando las hemos podido captar, algunas relaciones con otras obras del mismo género, especialmente con Garcilaso, cuyo influjo trasciende épocas y tendencias. Determinadas aclaraciones pueden considerarse superfluas, sobre todo para un lector especializado; sin embargo, como señalábamos, hemos pensado que para algunos lectores, quizás para nuestros alumnos, puedan ser un instrumento útil para calar más profundamente en el pensamiento del poeta.






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Égloga de las hamadríades

-fol.66r-


I
    Las bellas hamadríades13 que cría
cerca del breve Dauro14 el bosque umbroso,
en un florido y oloroso prado,
en un tan triste día
cuanto después famoso,  5
por ser del pastor Pilas celebrado,
hicieron que el ganado
deste pastor y de otros, que, abrevando,
al mal seguro pie de la Nevada
Sierra hallaron, estuviesen quedos,  10
los versos y canciones escuchando15,
que en loor cantaron de una mal lograda
ninfa16, después que con mortales bledos,
tomillos y cantuesos17,
cubrieron la preciosa carne y huesos.  15


II

   De cedros, mirras, bálsamos y palmas,
de encienso y cinamomo18, desgajando
-fol.66v-
flexibles varas, que, después, tejidas
por las hermosas palmas,
se fueron transformando  20
en blandos canastillos, do las vidas19,
de sus tallos partidas,
las frescas rosas fueron despidiendo,
y, juntamente, de un olor precioso
ellas y el mirto y lirio azul y blanco  25
un aura delicada enriqueciendo,
porque el Favonio20, al tiempo presuroso,
no pareciese en sólo voces franco,
de olor, sonido y lumbre
poniendo al mundo en celestial costumbre.  30


III
    Silveria21, de Felicio celebrada,
y la que celebró el pastor Silvano,
reformador del bético Parnaso,
y la que fue cantada
del que ya gozó ufano  35
del aire y cielo libertado y raso,
dolidas más del caso,
las hebras de brocado a las espaldas
sueltas, por sus gargantas despidiendo
la corriente que dan a sus pastores,  40
ceñidas por las sienes con guirnaldas
vagas y bellas, al Amor22 prendiendo
con nueva aljaba y nuevos pasadores,
-fol.67r-
honraron con su acento
y enriquecieron el delgado viento.  45

SILVERIA23



IV

No preste aliento en olmos y avellanos
el céfiro apacible, ni nos siembre
de aljófar cristalina el verde suelo,
ni nos hincha las manos
el meloso septiembre  50
con dorado racimo ternezuelo,
ni nos otorgue el cielo
los madroños, bellotas y castañas,
dulces manzanas y sabrosas nueces,
ni alegres flores dé la primavera,  55
ni a las silvestres cabras las montañas
los verdes ramos den, cual otras veces,
y la manada de hambrienta muera,
si no fuere aplacada
con humos la alma de la ninfa amada.  60


V
La escura selva, de árboles tejida24,
cubierta de alcornoques y quejigos,
a quien la [inextricable]25 yedra abraza,
serán de mis gemidos
fidísimos testigos,  65
y del dolor que el alma me embaraza.
La parlera picaza26,
diversa en paso de las otras aves,
y desde aquellos troncos la corneja27,
-fol.67v-
que sólo mal agüero nos pregona,  70
dirán qué alegres versos y suaves
por este siglo no ocupó su oreja,
en cuanto abarca nuestra oblicua zona,
ni si retumba el llano
con más que Tirsa, frecuentada28 en vano.  75

SILVANA



VI

    Pues que sus fuerzas y calor refrena
el encendido Febo, y la villana
gente no teme de sufrir su lumbre,
ni ronca voz resuena
de la cigarra vana,  80
que añade en los calores pesadumbre,
y sobre la alta cumbre
el seco y frío temporal asoma,
ocasionando a túmulos funestos,
y a Tirsa nos da el cielo helada y yerta,  85
mostremos el dolor que al alma doma
en las palabras y los tristes gestos,
y la alegría con la ninfa muerta,
y siempre sea este día
honrado en llanto y falto de alegría.  90


VII

   Solenes pompas, versos funerales
honren cada año la dichosa tierra
que oculta y guarda los amados huesos.
Los castos animales
y la blanca becerra  95
-fol.68r-
con sangre ablanden los terrones tiesos.
Violetas y cantuesos,
ligustres29, blancos lirios y azucenas,
alhelíes, rosas, trébol, madreselva,
aquí, marchitos, dejen lustre y vida.  100
Y aqueste día ofrezca30 tristes penas
no sólo al río, sierra, campo y selva,
mas a la gente oculta y escondida31,
en galos y britanos,
y cuantos hace el sol meridianos.  105

FENISA



VIII

Si con sus rayos el noveno día
la blanca aurora el mundo obscuro diere,
las nubes con su rostro destruyendo,
una novilla mía
al que mejor corriere,  110
y dos al que luchare, dar pretendo.
Y al otro que, blandiendo
el recio brazo, abarca mayor trecho,
un toro de cerviz macizo y duro,
y un buey hermoso al que mejor cantare.  115
Y al que de versos epitafio hecho
sobre el sepulcro me escribiere, juro
darle lo que él en mi manada amare,
y, lo que es mayor gloria,
nombre inmortal y palma de vitoria.  120


IX
Vendrá bermejo el dios de los pastores32,
-fol.68v-
con bermellón y fina sangre ungido,
que en vivas conchas se produce y cría,
por ambos derredores
de sus sienes ceñido  125
con las monteses ramas que solía.
Y vendrán a porfía
pastores fuertes, diestros, y zagales,
cuál por correr, cuál por luchar, llevando
dulce vitoria, premio vitorioso.  130
Pues los marchitos versos funerales
las largas faldas33 ornarán, pintando
el túmulo funesto y doloroso,
lleno de ciprés verde,
que eternamente su color no pierde.  135


X
Con casta oliva y olorosa tea,
con la sabina yerba34 y el encienso,
en sacros fuegos quemaré el redaño35
de no manchada o fea
cordera, cuyo censo  140
a tal sepulcro pagaré cada año.
Después, por fértil caño
de los colmados vasos, la caliente
leche, con sangre viva entreverada36,
haré mojar la víctima humosa.  145
Y la yema del vino que la gente
de la rica Lucena37 da a Granada,
-fol.69r-
la triste faz de la terrestre diosa,
vertida, humedeciendo,
vendrá los sacrificios consumiendo.  150

SILVERIA



XI

   Si les es a las almas concedido,
desnudas ya de corporales cargas,
prestar oreja a los piadosos llantos,
divina Tirsa, oído
habrás nuestras amargas  155
querellas, que suspensos han a tantos
frutales, fieras, cantos38.
Mas dondequiera que las tristes voces
nuestras te hallen, o en el cielo ilustre,
o al derredor de robles y manzanos,  160
o ya que elíseos aposentos goces,
pasada el agua lóbrega y palustre39,
o junto al olmo de los sueños vanos40,
rogamos que recibas
en voces muertas intenciones vivas.  165


XII

    Tu alma bella nuestras selvas creo,
-fol.169v-
hermosa ninfa, que andará lustrando
con sosegado y saludable vuelo.
Y así, de mi deseo
las voces escuchando,  170
nos has de ver culpar de injusto al cielo.
Verás el verde suelo,
de vergonzoso y triste, no dar flores,
ni los frutales apacibles frutos,
ni claras aguas las delgadas fuentes,  175
ni los zagales publicar amores,
ni nuestros ojos, sin dolor, enjutos,
ni las cabrillas, ni las de dos dientes,
pacer la tierna grama,
ni responder al hijo si las llama.  180


XIII

    Pues si las voces tristes comprehendes,
y ves que el humo de las piedrazufres
no purga el hato y recental rebaño,
y nuestro mal entiendes,
¿por qué, mi Tirsa, sufres  185
vivir los tuyos en notable engaño?
Pues uno y otro daño,
con sólo respondernos, sanarías,
o con mostrarnos tu hermosa cara,
o con dejarte ver por do pasares:  190
pues tú eres, Tirsa, quien placer solías
dar a la noche, y reducirla41 clara,
con rostro alegre y lícitos cantares.
Mas ya tu cantilena
nos deja sola su memoria en pena.  195

SILVANA



XIV

    Tú, con palabras dulces y elegantes,
a las contiendas término pusistes,
mil veces [inclinados]42 a vitoria
pastores litigantes,
-fol.70r-
de suerte que salistes,  200
contentos ellos, tú con igual gloria.
Y aún tengo en la memoria
que, a veces, en las ondas cristalinas
mostraste tu cabeza orlada de oro,
cantando versos del pastor Silvano,  205
a cuyo son, debajo las encinas,
el ganado de Pilas y Peloro
rumió la yerba. El uno y otro, en vano,
mil veces se arrojaron
al agua, mas tus carnes no tocaron.  210


XV

   Yo vide, al tiempo que la aurora muestra
en este día su rosada lumbre,
al triste Pilas húmedas mejillas,
a quien la mano diestra
de la doliente cumbre  215
era coluna43, y della las rodillas,
que destas florecillas
con sus lamentos marchitó tal suma,
y desgajó de robles tanta rama,
rompiendo de las peñas tanta parte,  220
cual suele Bóreas44 en la helada bruma,
y cual el cierzo, que herido brama;
con ardiente suspiros a invocarte
se compelió, y cantados
aquestos versos dijo mal limados:  225

PILAS



XVI
-fol.70v-
   Sin tu presencia, Tirsa, el fresco viento
helado quema las fragantes yerbas,
y el rubio trigo que en el suelo echamos
perece en el momento45.
Las uvas son acerbas  230
que de las tiernas vides desgajamos,
y en el lugar hallamos
de trigo, avena, y de cebada blanca,
vallico inútil, y del lino, grama,
y de lechuga dulce, amargo cardo.  235
Ni nos alegran ya con mano franca
Ceres y Baco46, y en perpetua llama
en todo tiempo me consumo y ardo,
hasta que venga el día
que goce de tu eterna compañía.  240


XVII

    Dos blancas reses, de vedejas llenas,
de cada cuatro cuartos poderosas,
ejercitadas al palestre oficio,
de lirios y azucenas
las frentes, y de rosas,  245
coronadas, he puesto al sacrificio.
Y siempre es mi ejercicio
honrar con premios el sepulcro amado,
haciendo fiestas, ya con tallos tiernos,
ya con sus flores, ya con dulces frutos.  250
Los toros y novillos he apartado
-fol.71r-
de sus becerras, que con los internos
mugidos cercan los fúnebres lutos,
al tiempo temeroso
que el trabajado cuerpo va al reposo.  255


XVIII

    Descansa en paz, hermosa, casta y bella
y tierna carne. Que el dorado Apolo,
con sacros versos, te eterniza y canta,
y la noturna estrella
que rige el primer polo  260
tu tierra huella con piadosa planta.
Y el fauno se levanta
antes que el sol, y de apio, pino y lauro,
y de quejigo, premios vitoriosos,
guirnaldas hechas, en tu fiesta ofrecen.  265
Y sus divinas aguas nuestro Dauro
de leche y miel y de oro muy precioso
sobre sus faldas siembra y enriquece,
quedando el suelo honrado
que fue a tus huesos por sepulcro dado.  270


XIX

Loable envidia en las vecinas ninfas
forzó a seguir de aquestos las pisadas,
que en copas de alabastro y vidrio hechas,
las cristalinas linfas,
con azahar templadas,  275
con rosas y violetas contrahechas,
y en cestas nada estrechas,
-fol.71v-
de casia y amaranto y mirabeles,
y de alheña y saúco47, tristes flores,
y los cogollos brotadores tiernos  280
de plátanos, naranjos y laureles,
presentan por los anchos derredores
de tu sepulcro, a quien, por mil inviernos,
los genios apacibles
harán tus santos huesos inmovibles  285


XX
El rojo Apolo entonces, trasmontando48,
sembró de varias nubes el poniente,
ya azules, ya violadas, ya sangrientas,
ya aquestas despintando,
con tal de la aparente  290
color de aquestas, y otras mal contentas,
al rostro suyo atentas,
así imitaban el metal bruñido,
del mismo Febo con las fimbrias49 de oro,
cuanto otras de la plata el lustre claro.  295
Y así las ninfas, el cantar rompido,
volviendo al campo, do el oculto moro50
riquezas guarda con el puño avaro,
desnudas se metieron
en las encinas huecas do salieron.  300





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