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Alfonso de Cartagena

Biografía de Alfonso de Cartagena

Por Juan Miguel Valero Moreno (Universidad de Salamanca - IEMYRhd)

Cómo citar

Pablo de Santa María. Grabado calcográfico de Manuel Salvador Carmona sobre dibujo de Manuel Eraso para los «Retratos de los españoles ilustres», 1804 (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). No conocemos el nombre hebreo de Alfonso de Cartagena, que nació, entre 1385 y 1386, en el seno de una familia judía a cuya cabeza se encontraba quien llegó a ser rabí mayor de la aljama de Burgos, Shlomo ha-Leví (1352/1353-1435; 1359-1435 en Martínez Añíbarro 1889), hijo mayor de la numerosa familia de Çag Leví. La familia ha-Leví, originaria de Calatayud, se trasladó a Burgos en 1348 en virtud de un «promulgamiento ordenado por Alfonso XI» (Serrano 1942: 9). Hernando del Pulgar (1420/30-1500) nos informa de que don Alfonso nació antes de que su padre entrase en la religión eclesiástica (BC). A pesar de proceder del «linaje de los judíos», la sabiduría del rabino le mereció ser alumbrado de la gracia del Espíritu Santo, por la que se convirtió a la fe católica el 21 de julio de 1390, poco después de haber escuchado a fray Vicente Ferrer predicar en Valladolid. Ofició el bautismo en la Capilla de Santa Práxedes de la catedral de Burgos García Alonso de Covarrubias, Abad de Covarrubias, a quien se atribuye la adopción del apellido García y el escudo de la familia Santamaría, flor de lis en campo de plata (Martínez Añíbarro 1889: 471). La conversión de Shlomo condujo a la mayor parte de la familia al cristianismo, no sin disensiones, como la de su propia mujer, doña Juana, hecho por el que la que quizás sea la biografía más antigua de don Alfonso de Cartagena, De actibus, subraya que don Pablo de Santamaría (ca. 1352-1435), que así se llamó en religión, se liberó del yugo del matrimonio, aunque silencia su origen judío. De su mujer legítima (Pulgar) el rabí había tenido varios hijos, don Gonzalo de Santamaría (1379-1448), su primogénito, y don Alfonso (los únicos mencionados en De actibus), así como una hermana mayor que Alfonso, doña María, y otros dos hermanos menores, Pedro (1387-1478) y Alvar Sánchez (1388-d. 1440). El apellido Santamaría era, por otro lado, el de la Virgen titular de la catedral de Burgos, de la que Pablo de Santa María llegaría a ser obispo en 1415, sede a la que fue elevado por Benedicto XIII. Con el futuro Papa de Avignon había coincidido don Pablo en París, adonde partió después de su bautismo y donde compartió vivencias con el entonces Pedro de Luna. De la Universidad de París obtuvo el grado de doctor en Teología en 1395, así como conocimientos y experiencias valiosas para el futuro. El 13 de julio de 1396 toma posesión de la dignidad de Arcediano de Treviño, vinculada a Burgos, y en 1399 de una canonjía en la Metropolitana de Sevilla. Se trata del currículo previo al desempeño del obispado de Cartagena (1403; 1402 en Martínez Añíbarro 1889) y los nombramientos públicos por parte de Enrique III como miembro del Real Consejo y canciller mayor del príncipe don Juan. Más tarde, tras la muerte de Enrique III en 1406, de cuyo testamento fue testigo don Pablo, su pupilo, ya rey como Juan II, nombró a don Pablo canciller de Castilla vitalicio (1406-1435). Don Pablo, entre otras obras menores de las que aquí no se hace mención, fue autor de un célebre texto exegético, las Additiones (ca. 1429-1430) a la Postilla de Nicolás de Lira a la Biblia, que dedicó con paterna afección y alegre mano a don Alfonso («quas venerabili viro Alfonso legum doctori, decano compostellano filio suo ex legitimo matrimonio genito, dixerit, premittens ei prologus…»; Biblia latina, ed. [Basilea], 1498); así como, hacia el final de sus días (1432), de una relevante obra apologética, De escrutinio scripturarum (Dialogus Sauli et Pauli contra Judaeos). A estas obras magnas cabe apuntar dos piezas históricas en castellano, una atribuida, la Suma de las corónicas de España (1412) para Juan II, con continuación hasta el reinado de Enrique IV, atribuida a Alfonso de Cartagena, y las Siete edades trovadas o Siete edades del mundo (ca. 1416-1418) para el joven Juan II, del que fue tutor, y orientadas al entorno de Catalina de Lancaster. El longevo hermano de don Pablo, Alvar García de Santamaría (ca. 1380-1460), tío de Alfonso, pero parece que muy cercano en edad, destacaría también como cronista: nombrado como tal en 1421 (uno entre otros muchos cargos en registros, secretarías y escribanías del reino que desempeñó), es autor de la segunda parte de la Crónica de Juan II (1420-1434). Los textos más representativos y las empresas artísticas del padre y del tío de don Alfonso se corresponden con su propia etapa de madurez. El patrocinio de don Pablo, que permitió culminar la fábrica del convento dominico de San Pablo de Burgos, por ejemplo, se certifica entre 1425 y 1430, si bien es muy probable que don Alfonso realizara sus primeros estudios allí, antes de las obras financiadas por su padre, que se había comprometido en ellas, junto a sus hermanos, al menos desde 1413, al haber edificado la capilla incorporada al cabildo (Cantera Burgos 1952: 72; Casillas García 2003: 54, 130; 463-464): desde su moçedad fue criado en la iglesia e en escuela de çiençia, prolegómeno a su formación como letrado en derecho canónico y civil (Pulgar) y en filosofía moral.

El prestigio y la posición dominante de la familia Santamaría en Burgos y su provincia, tanto en lo que se refiere al poder civil como al eclesiástico, y el desempeño de relevantes cargos vinculados a la política nacional e internacional castellana, resultó en un denso tejido de relaciones que influyeron notablemente en el cursus honorum del joven Alfonso de Santamaría. Fernández Gallardo sitúa la educación superior de los hermanos mayores, Gonzalo y Alfonso, en Salamanca, calculando que Alfonso llegaría a sus aulas en el otoño de 1398 o 1399, antes de cumplir quince años, y donde pasaría, como dice en el texto que hace las veces de prefacio en el liber que da inicio a las llamadas Declamationes, «pueritiam cum adulescentia maiore ex parte» (ed. González Rolán et al. 2000: 198); es decir, desde el final de la edad pueril, en torno a los catorce, a una adolescencia que ha caído de madura, cruzado el umbral de los veintiocho años. Es a partir del asentamiento en Salamanca cuando se tiene constancia de la obtención de ciertos beneficios que habían de contribuir a su mantenimiento: así una ración perpetua en Sevilla (1407) concedida por Benedicto XIII (Beltrán de Heredia, Bulario, I, n.º 400; BC), cuando era bachiller en Leyes y llevaba dos años ejerciendo la docencia (para la obtención de los grados superiores), y sendas prebendas en Cartagena y Segovia, la escolastría de Cartagena (1409), antes de obtener el grado de doctor (Fernández Gallardo 2002: 58) en derecho civil (Beltrán de Heredia, Bulario, I, n.º 415; BC). En 1414, fecha en que recibe una bula por la que se le dota de un canonicato en Salamanca, se le menciona como doctor en Leyes (Beltrán de Heredia, Bulario, II, n.º 487; BC). Roza entonces, si no los ha cumplido, los treinta años, edad en la que Isidoro de Sevilla considera que comienza la iuventus, sin que se conozcan hasta el momento hechos suyos fuera de lo ordinario. Es en 1415, siendo doctor en derecho civil y bachiller en decretos, cuando da inicio su ascenso a cargos de relieve: por bula datada el 18 de febrero de ese año accede a la dignidad de deán de Santiago de Compostela, que le proporciona significativas rentas (Beltrán de Heredia, Bulario, II, n.º 506; BC). Alfonso se traslada a Santiago, sede gobernada por el arzobispo Lope de Mendoza (1399-1445), y ocupa casa al inicio de la Rúa Nueva, próxima a la catedral. A partir de ese momento su nombre («Afonso Garçia de Santa Maria», como «doutor en leys» y «dean») aparece vinculado a documentos del Cabildo, bien en primera persona o por delegación (Sánchez, Documenta, BC). El título de deán de Santiago de Compostela será el que caracterice la actividad de Alfonso durante las próximas décadas, y es habitual que aparezca reflejado en manuscritos de sus obras más tempranas. El 25 de diciembre de 1418 Martín V rubrica una bula por la que se nombra a Alfonso nuncio apostólico y colector general, actividad que desempeña hasta 1427, según Fernández Gallardo (2002: 88-89) o 1434, según Beltrán de Heredia (Bulario, II, n.º 570; cf. n. 1; BC); y, por bula del mismo (6 de diciembre de 1418), recibe la dotación del deanato de Segovia (Beltrán de Heredia, Bulario, II, n.º 567; BC), donde tendrá domicilio, más continuado incluso, por su posición, que el de Santiago (Martínez Burgos 1957: 104). Estos años (1414-1418) son los que corresponden a la celebración del Concilio de Constanza, en el que tuvo un papel destacado su hermano Gonzalo, que alcanzaría los obispados de Astorga (1419), Plasencia (1423) y Sigüenza (1446).

En cuanto a la actividad política del reino, los Santamaría tuvieron una relación muy estrecha con los Trastámara: antes del nacimiento de Alfonso su padre había sido parte en el concierto del duque de Lancaster con Juan I de Castilla, por el que su hija Catalina casaría con el futuro Enrique III, un matrimonio decisivo entonces y para el futuro, durante la minoría de Juan II. Aquella negociación estaba relacionada con delicados conflictos con el reino vecino de Portugal, que no son ajenos a la labor diplomática que en la corte de Avis desempeñará Alfonso a principios de la década de 1420. Los Santamaría apoyaron a Fernando de Antequera en Aragón, por otro lado. Es entonces cuando, subraya Fernández Gallardo, Alfonso accede a la Audiencia, entre 1410 y 1415 (Fernández Gallardo 2002: 109; Villarroel González, 2016: 803) y, finalmente, al Consejo Real, en 1421 (Crónica de Juan II 1421, cap. III). A finales de este año Cartagena visitará la corte portuguesa junto al caballero Juan Alfonso de Zamora para negociar un acuerdo de paz entre Castilla y Portugal (Crónica de Juan II 1421, cap. XXXIV). A partir de este momento empieza la vida literaria conocida de Alfonso.

Álvaro de Luna. Grabado de Luis Fernández Noseret por dibujo de José López Enguidanos para el libro «Retratos de los españoles ilustres» publicado por la Real Imprenta de Madrid (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). El año de 1385, en el que es probable que naciera Alfonso, coincidió con la derrota de Juan I de Castilla en la célebre batalla de Aljubarrota que, en el marco de la Guerra de los Cien Años, enfrentó al primer rey de la casa de Avis, João I (1357-1433), en coalición con Inglaterra, al rey castellano, apoyado por Francia. Las consecuencias de esta derrota son bien conocidas, y las dificultades se prolongaron hasta la pacificación acordada en el Tratado de Ayllón (1411), en Segovia. Se trataba, más bien, de una tregua indefinida, que dejaba sin embargo en el tintero la solución de otros problema políticos y fronterizos de calado. Estos son los precedentes de la primera embajada de Alfonso a Portugal en 1421. En los meses previos, y de manera destacada, Alfonso y varios miembros de su familia se vieron implicados en arduas labores políticas en pro del bando que unía al infante don Juan, el rey Juan II y Álvaro de Luna (1388/90-1453) frente al partido que abanderaba el infante don Enrique (Crónica de Juan II 1420, cap. XVIII; 1421 caps. II, III, IX). De las negociaciones de don Alfonso con el infante don Enrique han quedado valiosas trazas documentales en forma de carta de relación, una de ellas redactada por él mismo y otras tres firmadas junto a su colega en la legación, Álvar Pérez de Guzmán, alguacil mayor de Sevilla (Fernández Gallardo 2007: 64-67 y 83-91). Resuelto favorablemente para Juan II el conflicto, por el momento, Alfonso viajará a Portugal. Pulgar, en la semblanza que le dedica en sus Claros varones de España, destacará este episodio como uno de los hitos de su desempeño político: Fue embajador al rey de Portugal por mandado del rey don Iohan, e con la fuerça de sus razones escusó la guerra e concluyó la paz, que por estonçes ovo entre estos dos reinos; y también en De actibus: fuit amator pacis et pacem inter Iohanem Castellae et Iohanem Portugaliae reges; Qui dum esset decanus Compostellanus et Segouiensis fuit bina uice misus ambaxiator in Portugaliam per predictum dominum Iohannem regem Castelle. Qui diuina gratia et sua solerti industria pacem perpetuam inter duos reges et duo regna firmauit, cuius uidelicet pacis et concordie instrumentum confectum publice per notarios se constat signatum in quodam libro qui intitulatur De concordia pacis in dicta libraria (Lawrance 2000: 145). Y en la Crónica de Juan II (1421, cap. XXIV): parescióle [al rey] que era razón de lo poner en obra, e luego acordó de embiar al rey de Portugal al Doctor don Alonso de Cartagena, Deán de Santiago y de Segovia, e del su Escribano de cámara suyo que llamaban Juan Alonso de Zamora, e mandó al Deán que concordase treguas o paces con el rey de Portugal por el menos tiempo que pudiese, con ciertas condiciones de las quales se hará mención en su lugar. Las negociaciones, impulsadas en buena medida por Álvaro de Luna, tuvieron lugar entre octubre de 1421 y septiembre de 1423, y garantizaron una tregua entre ambos reinos hasta marzo de 1434. Regresó luego al reino luso en al menos dos ocasiones, en 1424 para ocuparse de las indemnizaciones del acuerdo, y a finales de 1425 y principios de 1426, donde se le localiza en Vila de Montemor, en el obispado de Évora.

El contacto con la corte de Avis fue muy fructífero (Suárez Fernández 1960, Relaciones; Salazar 1976; González Rolán 2010). No solo produjo un archivo jurídico, el De concordia pacis, (que hoy no conocemos, pero que testimonia el carácter meticuloso de don Alfonso en sus empresas: así, respecto al Concilio de Basilea De actibus menciona la reunión de sus intervenciones en el Concilio en un Tratado de cuestiones, así como un volumen de Sermones, por no hablar de lo que debió ser el archivo íntegro de la controversia en torno a la traducción de Bruni, o de su posterior gestión diocesana, que produjo fuentes documentales como el Conflatorium o la Mauriciana), sino un conjunto de piezas literarias cuya impronta va más allá de su modesta apariencia. Fue asimismo la corte portuguesa lugar de intercambio de textos e ideas. Allí, por ejemplo, se supone que en su última embajada, entró en contacto, gracias a un letrado portugués que se habría formado en Bolonia, tal y como relata en las Declamationes, con las traducciones del griego al latín realizadas por Leonardo Aretino de las orationes (1412 y 1407) de Esquines y Demóstenes (en contra y a favor de Ctesifonte), así como con un libellum de san Basilio, esto es, la Oratio ad adolescentes (1401), dirigida a Coluccio Salutati (ed. González Rolán et al. 2000: 196-199).

Los años 1421 y 1422 registraron una intensa actividad letrada, que en algunos casos se proyecta a años posteriores. De entonces data un proyecto de asimilación cultural que tiene como centro la figura de Cicerón, el homo novus de uno de los sectores más granados del humanismo italiano, pero que convive, al tiempo, con un reposicionamiento de la ética aristotélica filtrada por los textos de Tomás de Aquino, cuyo aparejo escolástico no ha de distraernos a la hora de ponderar su carácter puntero, que puede competir en pie de igualdad con un texto como el Isagogicon de Leonardo Bruni, compuesto, en su primera versión, por aquellas fechas (1421-1424).

«Memoriale virtutum», Madrid, Biblioteca Nacional de España, Mss/9178, fol. 1r (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Al Libro de Tulio de senetute (ed. Morrás 1993, 1996, 2022; ed. López Martínez 2022; BC), datado en Montemor-o-Novo el 10 de enero de 1422, precedía un sustancioso prólogo dirigido a su compañero de embajada, el caballero y secretario real Juan Alfonso de Zamora (traductor a su vez al castellano de los Dichos y hechos memorables de Valerio Máximo a través de la versión catalana de Antoni Canals), que frisaba entonces la edad sobre la que versa el tratado de Cicerón. En la primavera-verano del mismo año tradujo también una obra mayor del Arpinate, De officiis (ed. Morrás 1993, 1996, 2022; ed. López Martínez 2022; BC), la obra ciceroniana más influyente en el campo de la filosofía moral, dirigida también a Juan Alfonso de Zamora. Quizás de este mismo año sea el texto de la Rethórica (ed. Mascagna 1969; ed. Valero Moreno & López Martínez 2022), versión parcial de De inventione, al menos tal y como ha llegado hasta hoy en su único testimonio manuscrito. Los preliminares de esta traducción sugieren un primer romanceamiento (¿1421, 1422?) dirigido al príncipe don Duarte (1391-1438), continuado más adelante (ca. 1427-1431), pero es cuestión pendiente de averiguación, al igual que la fecha y la autoría de la traducción de la Oratio pro Marcello (ed. Baldissera 2003; ed. Valero Moreno & Martín Aizpuru 2021; BC), que se ha atribuido a don Alfonso por medio de conjeturas. El caso es que tanto la Rethórica como el Memoriale virtutum, también dedicado a don Duarte, se habrían ideado o compuesto entre 1421 y 1422, fecha última propuesta por Lawrance & Morrás en la más reciente edición (2022), frente a la datación de 1425 registrada por Fernández Gallardo, plausible, pero que restaría trascendencia a la cronología más temprana del proyecto de don Alfonso para la difusión de la filosofía moral a principios de la década de 1420. El Memoriale virtutum, con todas las precauciones que se puedan imaginar, es la primera obra propia de don Alfonso, «primogenita scripturarum mearum». Su dimensión escolar es evidente, pero la ocasión de su escritura, un diálogo previo con el príncipe portugués, la sitúa también en la esfera de la cultura cortés. Todavía entre 1474 y 1496 un anónimo tradujo al castellano esta obra y la dedicó a Isabel de Portugal (1428-1496), segunda esposa de Juan II de Castilla, al que acompaña en el fastuoso sepulcro (1493) labrado por Gil de Siloé para la Cartuja de Miraflores en Burgos (ed. Campos Souto 2004, 2022; BC). El texto original latino de don Alfonso era un compendio, compilatio o reportatio razonada en dos libros, con sus dos prólogos respectivos, repartidos en sesenta y tres capítulos y un epílogo, de, esencialmente, los libros III-VII de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, interpretados al paso de los comentarios de Tomás de Aquino, con el condimento ocasional de otras fuentes.

Durante las limitadas actividades de don Alfonso en territorio castellano que pueden documentarse no parece que surgieran nuevos textos más allá de revisiones de los ya mencionados, materiales de carácter administrativo y alguna otra intervención ocasional que no se ha conservado. Así, en abril de 1425, en el monasterio de San Pablo y con razón de jurarse al infante don Enrique como heredero del reino, don Alfonso debió pronunciar un discurso. En 1429 se le localiza en la Audiencia Real, y es firmante en un pleito, resuelto entre 1429-1430, que favorece al Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, con el que él y su familia mantuvieron contacto estrecho (Conde 2018). También se le sitúa en 1431 en Córdoba, en el marco de la guerra de Granada (Crónica de Juan II 1431, cap. XVII), en cuyo proceso tuvo lugar la batalla de La Higueruela, a la que hará referencia poco más tarde (prólogo a De la providencia y De la clemencia).

En el contexto de dicha batalla, sus antecedentes y consecuentes, se centra la que desde distintos puntos de vista ha de considerarse como obra magna de don Alfonso, la traducción y glosas de un amplio corpus de obras de Séneca o a él atribuidas, cuya composición se extiende entre 1430-1434 en su datación más ajustada (Blüher 1969; Round 2002 extiende esta datación, de manera ocasional y en textos menores, hasta 1440; Fernández Gallardo 2012: 116, propuso prolongar su composición hasta 1444 a tenor de una glosa del Libro de las artes liberales en la que se hace referencia a la condición de don Enrique como príncipe de Asturias, siempre que no se trate de una interpolación). La datación de este corpus propuesta por Round (2002) se iniciaría en fecha indeterminada con el Libro de las cuatro virtudes (ed. Ranero Riestra 2018, 2021; BC), es decir, la Formula vitae honestae de Martín de Braga, sin ubicación cronológica, en realidad, pero inserta en el corpus senecano en sus configuraciones más completas. El punto de partida es, en todo caso, y sin duda, la llamada Copilaçión de algunos dichos de Séneca (finales del verano de 1431), compuesta a petición del rey Juan II, que deseaba gozar de algunos extractos de las sentencias de Séneca que se habían comentado en la corte a partir de la Tabulatio Senecae del dominico Luca Mannelli. Se trata de una compilación parcial que recoge textos de Séneca, los comentarios de Mannelli y adiciones de Alfonso a las mismas. El texto debió despertar interés, pues propició el acrecentamiento del corpus senecano en los años sucesivos: el Libro I de la providencia (1431-1432), que traduce el De providentia de Séneca y que va precedido de un importante prólogo a Juan II; el Libro de las declamaciones (ed. Fernández López 2013), que retoma (1431-1432) algunas de las Controversiae de Séneca el Viejo, vinculadas a la Tabulatio. El Libro II de la clemencia y el Libro I de la clemencia (1432), que traduce el De clementia de Séneca; el Libro II de la providencia (1432), versión de De constantia sapientis de Séneca; el Libro de las siete artes liberales (principios de 1434), traducción de la epístola ochenta y ocho de Séneca a Lucilio, ampliamente glosado (ed. Valero Moreno 2012); el Libro de la vida bienaventurada (anterior a mayo de 1434), que reúne las traducciones de De vita beata y De otio sapientis de Séneca; el Libro de los remedios contra la fortuna (mayo-abril 1434), versión (ed. Fernández Pousa 1943) del apócrifo De remediis fortuitorum, como el Libro de amonestamientos y doctrinas (primera mitad de 1434, post julio de 1435), romanceado sobre el De legalibus institutis; los Dichos de Séneca en el fecho de la cavallería (1435-1440), texto menor (ed. González Rolán & Saquero Suárez-Somonte 1987-1988; Fallows 2006) procedente del Epitoma rei militaris de Vegecio; y, finalmente, el Título de la amistança o del amigo (ed. Olivetto 2011) y el breve pasaje Tres hermanas vírgenes (ed. Olivetto 2011) extractado de De beneficiis I, iii, ambos en relación con la Tabulatio, y que Round considera o contemporáneos a la Copilaçión o posteriores a 1440.

Alfonso de Cartagena. Grabado a buril por Manuel Salvador Cardona (1734-1820), Madrid, Imprenta Real, 1791 a partir de un dibujo de Manuel Eraso (1740-1813?) (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Este corpus labró la fama de don Alfonso: el conjunto, en versiones reducidas o amplias, manuscrito o impreso, no solo fue el más completo y homogéneo que en lengua vernácula se conoció en Europa, sino que fue el texto castellano de filosofía moral (y cabría decir literario) más copiado en su época, pues han sobrevivido una cuarentena de testimonios manuscritos, varios de ellos pertenecientes a destacadas bibliotecas nobiliarias. Entre tanto se ocupó también de uno de los terrenos en que se sentía más preparado, la ética aristotélica y sus intérpretes medievales. En Castilla se había introducido la nova translatio (1416-1417-1418) de la Ethica Nicomachea llevada a cabo por Leonardo Bruni. Al parecer Cartagena había conocido de oídas este texto en su última embajada documentada a Portugal, en 1426, a través de un escolar portugués, Velasco Rodrigues, de Braga, regresado de Bolonia, durante su última embajada ante João I. De acuerdo al prólogo de las Declinationes super nova quadam Ethicorum Aristotelis translatione (ed. Birkenmajer 1922; ed. González Rolán et al. 2000), dirigido, según hipótesis de Lawrance, a Fernán Díaz de Toledo (ca. 1378-1457), el Relator, -o bien a Fernán Pérez de Guzmán (1376/79-1460), hipótesis más tradicional- don Alfonso solo habría leído cuatro años más tarde la versión de Bruni, en la ciudad de Salamanca, a finales de marzo de 1430 o en noviembre de 1432, a través de Pero Díaz de Toledo (ca. 1418-1466), sobrino («nepos tuus») del Relator, al que se mencionaría como «ingeniosus adolescens», quizás frisando los catorce años; o bien, como propusieron sus más recientes editores, a través de Vasco Ramírez de Guzmán (ca. 1396-1439), del que se conoce una estancia italiana entre 1421 y 1422, pero algo más tallado que adolescente para 1430 o 1432. La traducción de Bruni animó a Alfonso a componer un libro breve en el que se enjuicia negativamente, pero con ecuanimidad, la labor de Bruni, que al negar la validez de las traducciones latinas anteriores ponía en riesgo la interpretación del texto aristotélico de acuerdo a su ya asentada tradición hermenéutica. Lo que para Bruni parecía ser una cuestión de estética (cultural) y gramática para don Alfonso lo era eminentemente filosófica. El texto del opúsculo en forma de epístola (consta de un prólogo y diez capítulos) que da inicio al corpus conocido como Declamationes o Declinationes (el conjunto del famoso conflictum o disputatio), pudo componerse en 1432, mientras don Alfonso trabajaba en las traducciones de Séneca (acompañadas con cierta profusión de comentarios aristotélicos), pero solo daría lugar a la controversia en la que se implicó el propio Bruni, así como Francesco Pizzolpasso (ca. 1370-1443), para entonces (1435) arzobispo de Milán (con quien Alfonso, siendo el italiano nuncio apostólico, había tratado antes a propósito de las rentas pontificias tomadas de Castilla), Pier Candido Decembrio (1399-1477) o Poggio Bracciolini (1380-1459), durante el transcurso del Concilio de Basilea, entre 1435 y 1436 hasta 1439, y ecos postreros (González Rolán et al. 2000: 88-95 y 95-103).

Este era el bagaje de don Alfonso hasta el momento de ser llamado a formar parte de la embajada que había de representar a Castilla en el Concilio de Basilea, ocasión que cimentó el prestigio internacional de don Alfonso como jurista, en primera instancia, y como hombre de letras. A la cabeza de la legación castellana se encontraba el gallego Álvaro de Isorna (†1448) obispo de Cuenca a la sazón (Crónica de Juan II 1434, cap. III). Alfonso no era ningún desconocido para don Álvaro, puesto que habían coincidido en Valladolid durante el juramento del infante Enrique el 21 de abril de 1425, en el que estuvo presente también un burgalés de pro, bien conocido también de Alfonso, el adelantado mayor de Castilla Diego Gómez de Sandoval (1385-1455). La legación partió de Castilla a finales de mayo de 1434. La Crónica del Halconero (ed. Mata Carriazo 1946: 153-154), en su capítulo CLXII, dice que: Los envaxadores del Rey don Jhoan de Castilla que envió al sacro Conçilio de Vasylea partieron de su corte de Valladolid martes a 13 días del mes de abrill, año de 34 años; e dellos partieron miércoles syguiente. Los quales eran estos que se syguen: el obispo de Cuenca don Álvaro de Isorna, Jhoan de Sylba, su alférez mayor, señor de Çifuentes, e el deán de Santiago, el doctor Luys Álvarez de Paz, e maestro de Tehología […] e el probinçial de los Predicadores, e fray Juan de Corral, frayle de los Predicadores. E estos envaxadores llevauan çiento e veinte cavalgaduras, muy bien guarnidos a maravilla. E éstos fueron por el Rey. El obispo de Plaçencia don Gonzalo de Cartajena fue por envaxador de la prouincia de Santiago. La Refundición de la Crónica del Halconero recoge también la nómina de la solemne embajada, detallando el nombre del deán de Santiago, don Alfonso de Santa María, fijo de don Pablo, obispo de Burgos», así como el de su hermano, «don Gonçalo de Cartajena, obispo de Plazençia, fijo de don Pablo, obispo de Burgos (cap. 88, p. 150).

La comitiva se detuvo durante un tiempo en Avignon, donde Alfonso pronunció, el 19 de julio de 1434, un discurso jurídico de carácter académico o repetitio (ed. Sánchez Domingo 2002) sobre la Lex Gallus (De liberis et postumis instituendis vel exheredandis) del jurista latino Aquilius Gallus (s. I a. C.), que versa sobre el espinoso tema de la herencia de los hijos póstumos. En su exposición don Alfonso se revela como un consumado conocedor de los puntos más oscuros del Digesto: muestra una depurada conciencia histórica de la evolución del derecho civil romano, que interpreta luego a la luz de la doctrina cristiana y de los juristas modernos, en especial Bartolo de Saxoferrato. El viaje continuó tras esta parada y la embajada se internó en las tierras que daban acogida al Concilio. De ello ha quedado un circunstanciado testimonio que da cuenta del recibimiento que tuvo la legación castellana, del encuentro con numerosas personalidades civiles y eclesiásticas de distintas naciones (veremos aparecer, por ejemplo, al cardenal Juan de Cervantes y a Juan de Segovia), la descripción de la pompa con que la comitiva castellana realiza sus entradas en distintas ciudades y asuntos pertinentes al protocolo, como el que enfrentó a castellanos e ingleses por la precedencia en la bancada izquierda del Concilio, cuyo lugar de favor había ocupado Inglaterra en Constanza, pero que ahora ganaría don Alfonso para Castilla por sus habilidades suasorias. La carta de los embajadores a Juan II está fechada el cuatro de septiembre de 1434 y rubricada por varios de ellos, entre los cuales su Muy omil fechura de vuestra alteza: Alfonsus decanus compostelanus [et] segobiensis (ed. González Rolán & Saquero Suárez-Somonte 2016: 346; BNE, ms. Res. 27; BC). Es entonces, en septiembre de 1434, después de su llegada a Basilea el 26 de agosto y antes de la incorporación definitiva de los comisionados castellanos al Concilio el 22 de octubre de 1434, cuando don Alfonso pronuncia en latín su Propositio super altercatione praeminentia inter oratores regum Castellae et Angliae, luego traducida al castellano (ed. Valero Moreno & Rodríguez López 2021; BC), y que habría de gozar de fama contemporánea y póstuma, siendo uno de los textos de mayor vitalidad en la historiografía española y británica. La Propositio es una pieza de retórica política trabajada con primor, heredera del discurso que en su momento expusiera Diego de Anaya en Constanza. El texto aparece trufado de referencias clásicas (Aristóteles, Boecio, Cicerón, Séneca), entre las cuales el discurso Sobre la corona de Demóstenes y toda una batería de referencias al Corpus Iuris Civilis y al Corpus Iuris Canonici y sus comentaristas, actas conciliares o textos históricos. Correlativo a este discurso debió ser otro pronunciado, pero perdido, el 4 de abril de 1435, cuyo asunto fue De inclita nacione Ispanica (Fernández Gallardo 2002: 159). Lo que ocurría en Basilea no escapaba a la mirada de viajeros ocasionales, como Pero Tafur, que menciona a don Alfonso en sus Andanças e viajes (BC), o a quienes participan de manera directa en las sesiones, como Juan de Segovia, uno de los grandes historiadores del Concilio. Para cuando Eneas Silvio Piccolomini, por ejemplo, hace memoria de lo ocurrido en Basilea, Alfonso es ya, por antonomasia, Orator Hispanus (De gestis, ed. Hay & Smith 1967: 28) y delitiae Hispaniarum (De gestis, ed. Hay & Smith 1967: 10). No perdió el tiempo don Alfonso: además de atender a sus obligaciones conciliares y participar en las controversias que decantaron unas y otras posiciones con el tiempo, se interesó en labores eruditas, como otros letrados y humanistas que allí circulan: así, hace copiar la serie de los concilios toledanos y otros particulares hispanos (Fernández Gallardo 2002: 181; cf. Defensorium: 228), se interesa por traducciones de la patrística griega, que solicita a Ambrogio Traversari (1386-1439) o por la traducción de la República de Platón. Don Alfonso disponía en su «bibliotheculam» de copia de los seis libros que Uberto Decembrio, con la ayuda de Emmanuel Crisoloras, había trasladado. La versión del libro I de la República de Platón por el hijo de Uberto, Pier Candido Decembrio, llegará a Castilla dedicada al rey Juan II por mediación de don Alfonso, a quien el milanés dedicó a su vez la traducción del libro VI, junto a un elocuente prefacio donde se hace gala de admiración y amistad, que se había consolidado en una amplia correspondencia (ed. González Rolán et al. 2000: 352-439).

Pronuncia sermones latinos en ocasiones de prestigio, como el Sermón de santo Tomás (7 de marzo de 1435), con el thema «Non potest civitas abscondi supra montem posita» (Mt 5, 14), aunque atribuido a Juan de Torquemada en la edición de Prügl (1994). Del mismo año, pero ya como obispo de Burgos, sede en la que sucede a su propio padre, por influencia de Juan II y Álvaro de Luna, y con dispensa papal de Eugenio IV dada en Florencia el 5 de julio de 1435, es el Sermón de Todos los Santos, dicho en Basilea el 1 de noviembre con el thema «Beati mundo corde» (Mt 5, 8). Don Alfonso es ya, a todos los efectos, un senior. La toma de posesión del obispado se había realizado por procuración de Alonso Rodríguez de Maluenda, miembro de una prestigiosa familia estrechamente vinculada a los Santamaría. A partir del 1 de julio de 1435 don Alfonso, al que se citará a menudo como Burguensis [episcopus], aparece ya en calidad de obispo de Burgos en las actas conciliares. Con fecha de 6 de enero de 1437 cabe atribuirle un nuevo sermón, esta vez en una de las fechas más destacadas del calendario litúrgico: De la epifanía, con el thema «Obtulerunt ei munera aurum thus et myrrham» (Mt 2, 11). En el mismo año de 1437 debió componerse un trabajo jurídico de altos vuelos en respuesta a la refutación solicitada por el canonista Ludovico Pontano (1409-1439) a partir una repetitio pronunciada por él mismo sobre una decretal del Liber sextus, que el obispo de Burgos desmontó con su proverbial acribia: sus editores lo han titulado Tractatus super repetitione Ludovici de Roma (ed. Fernández Gallardo & Jiménez Calvente 2020).

«Allegationes super conquesta Insularum Canariae contra portugalenses», Madrid, Biblioteca Nacional de España, Mss/11341, fol. 1r (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Las responsabilidades de don Alfonso se multiplican. En él confía de nuevo Juan II para dirimir el problema de derecho y jurisdicción sobre las Islas Canarias que debía bloquear las aspiraciones de Enrique el Navegante y contra la bula Romanus Pontifex (15 de septiembre de 1436) en la que Eugenio IV daba lugar a dudas sobre el dominio castellano de las islas. Las Allegationes, con fecha de 27 de agosto de 1437 (ed. Suárez Fernández; González Rolán et al.) son, ante todo, un informe legal, aunque no deja de adornarse con algunas referencias clásicas (entre ellas a Aristóteles, Homero, Teofrasto, Demóstenes y Cicerón). El 18 de marzo de 1438 es elegido Alberto II Rey de Romanos y el 27 de abril la legación castellana envía una carta de buena nueva al emperador, buscando su compromiso con una solución moderada al concilio, que amenaza con abrir un nuevo cisma: cabe la posibilidad de que don Alfonso estuviera implicado en la redacción de esta carta. De lo que no cabe duda es de la autoría de una propositio en forma de sermón, con el thema «Letamur itaque de gloria vestra» (Macb I, 12, 12), conocida como Propositio facta coram domino Rege Romanorum (ed. Suárez Fernández 1960; ed. Olivetto & Tursi 2012; ed. González Rolán et al. 2018; Fernández Gallardo 2002: 212-221), pronunciada en Breslau (Breslavia o Bratislavia, en Silesia) ante el emperador el 20 de noviembre de 1438. Emprendió el viaje desde Basilea, de donde parte a finales de agosto, siguiendo el curso del Danubio (Linz, Wallsee, Viena, fortaleza fronteriza de Laa), y luego bajo escolta imperial hasta llegar a Breslau en el mes de noviembre. En este texto abundan de nuevo las referencias clásicas (Platón, Aristóteles, Cicerón, Valerio Máximo) y destacan temas como el de la virtud pública del príncipe y su sabiduría, la concordia y la amistad, la defensa de la cristiandad frente a sus enemigos externos, como los turcos, o la necesaria unidad de la Iglesia, que se concretará en la misión de Cartagena en forma de apoyo a Eugenio IV frente a los sectores más extremados del Concilio. En efecto, en las sesiones que se inician el 15 de septiembre de 1439, se discute acerca de la posible deposición de Eugenio IV. Alfonso de Cartagena realizará en ese contexto una intervención decisiva a través de un discurso no conservado, pero cuyo contenido se conoce parcialmente a través de los relatos de Eneas Silvio Piccolomini y Juan de Segovia (Fernández Gallardo 2018: 140-149). En esta pieza oratoria, donde se trenza el saber jurídico y filosófico de Cartagena, se acepta la superioridad del concilio sobre el Papa, salvaguardando, sin embargo, con audaz equilibrio, la posición del Papa como cabeza de la Iglesia. Don Alfonso ejercerá, por otro lado, de mediador para conseguir la concordia entre Alberto II y Ladislao III, negociaciones que se prolongan a 1439. Le acompaña entonces uno de sus discípulos, Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470), que dará fe notarial de las treguas entre ambos reyes, que alcanzarán pronto la paz perpetua gracias a la labor de don Alfonso y de Johannes Militis de Aris, obispo de Senj. Antes de marcharse de la corte del emperador, como se ha referido, y según se presume del resumen realizado por Eneas Silvio en su De gestis, Alfonso habría pronunciado un discurso acerca de los dictámenes del Concilio en sus sesiones más recientes, donde se opone a la declaración de Eugenio IV como hereje. La actividad de Cartagena a lo largo de su presencia en el Concilio, para el que realiza numerosos informes jurídicos o consilia en el marco de la intensa labor administrativa desempeñada en el mismo, es de carácter central, no solo en lo que toca a la reforma de la Iglesia, objeto del Concilio, sino también en lo que concierne a otras cuestiones de gran significado internacional como el ecumenismo, en relación con la iglesia griega, o la resolución del conflicto en torno a la herejía husita.

La embajada ante Alberto II, en fin, cierra, en cierto modo, el periplo de Alfonso en Europa, que se concluyó con los más altos honores (como fueron la facultad de nombrar cuarenta notarios públicos, poderes para otorgar las divisas del Dragón y del Águila o la prelación ante el resto de los embajadores), pero no sin algunos sobresaltos, descritos con viveza en De actibus.

A partir de 1440 don Alfonso se incorpora como prelado y como miembro de la Audiencia Real a la vida civil y eclesiástica de Castilla. Se inicia la construcción de la Capilla de la Visitación (Juan de Colonia, 1440-1442) en la catedral de Burgos bajo su patronazgo (López Mata, 1946-1947), una maniobra religiosa, cultural y política que rivaliza en la misma sede con la fastuosa capilla llamada del Condestable (Simón de Colonia, 1482-1492) por el II Conde de Haro. Entre 1443 y 1447 acondicionaría y ampliaría el palacio episcopal del Sarmental. El 17 de mayo de 1443 se concluye en la Capilla de Santa Catalina el Sínodo convocado por don Alfonso, en uno de cuyos capítulos, entre otros asuntos relacionados con la vigilancia del dogma católico y su control o de administración diocesana, se instituye que en adelante se haga y rece la fiesta de la Visitación en todo el obispado igual que en la catedral. Para su catedral encargó también un retablo mayor (1444-1448), sustituido en 1562 por el actual, e incrementó notablemente los ornamentos, tesoros sacros y atavíos de la sede que gobernaba. Participa en la vida del reino: acompaña a la comitiva que de Valladolid viaja a Logroño para concertar las bodas entre la princesa Blanca de Navarra y el príncipe Enrique: en el cortejo viaja lo más granado de la nobleza castellana (Crónica de Juan II 1440, cap. XIV; y Gesta Hispaniensia I, i, p. 4, de donde se cita): envió [el rey] como embajadores al conde de Haro Pedro [Fernández] de Velasco y a Íñigo López de Mendoza, después marqués de Santillana, ambos de noble linaje y poderoso estado, al obispo de Burgos Alfonso de Cartagena [Alfonsum Burgensem], distinguido por su grave integridad y erudición singular [grauitate honestateque insignem uirum ac doctrina singularem], y al protonotario apostólico Alfonso de Velasco, hermano del conde de Haro…. En aquella tesitura pronuncia una oratio («oratione luculenta publice promit» «reginae causam aduentus») hoy desconocida, pero que aparece reflejada en los Gesta mencionados de su discípulo Alfonso de Palencia (1424-1492).

El 22 de noviembre de 1440 Juan II concede a Pedro de Santamaría la constitución del mayorazgo. A partir de entonces los Santamaría son también (o ya) los Cartagena.

La primera mitad de la década de los cuarenta va a ser prolífica en cuanto a la producción de nuevos textos. Mantiene correspondencia con sus colegas europeos, como Decembrio, al que invita a visitar España, y también con personalidades destacadas de la nobleza castellana en los años previos a la batalla de Olmedo y, por tanto, en tiempos convulsos. Valga mencionar, para 1441, la notable sucesión de intervenciones que refleja la Crónica del Halconero (pp. 366 a 417), a partir de la embajada que envía Juan II a Álvaro de Luna para tratar de los grandes debates y contiendas, y a la que le acompaña, con diecisiete años, Alfonso de Palencia, entonces familiar suyo (Gesta I, iii, p. 8). En relación con la enrevesada vida política castellana, Alfonso mantiene un equilibrio característico de su entera trayectoria vital. Entre 1440 y 1441 envía a Pedro Fernández de Velasco (1399-1470), primer conde Haro, y uno de los protagonistas de las idas y venidas de 1441 en busca de la huidiza concordia (Crónica del Halconero 1441, cap. CCXCVII, p. 386), la Epistola ad Petrum Fernandi de Velasco (ed. Lawrance 1979; Lawrance & Morrás 2020), un tratado en doce capítulos sobre la formación literaria y cultural de la nobleza, que sirve de prefacio a la copia de la Cathoniana confectio que hizo enviar el prelado a uno de los señores que mejor supo combinar las armas y las letras. Cerca de Burgos, en Medina de Pomar, el conde de Haro atesoraría una de las mejores bibliotecas latinas y romances de Castilla.

La nobleza se disputaba la sabiduría de don Alfonso: en otoño de 1441 su buen amigo Fernán Pérez de Guzmán le envía doce preguntas. Alfonso responde a solo cuatro de ellas en un texto compuesto entre enero y julio de 1442, después de haber explicado en un prólogo de 1 de enero el alcance y las limitaciones de su Duodenarium (ed. Fernández Gallardo & Jiménez Calvente 2015). Dos años más tarde, Íñigo López de Mendoza escribe una carta fechada el 15 de enero de 1444 en la que pregunta a don Alfonso sobre los orígenes de la caballería, haciéndose eco del De militia de Leonardo Bruni. Don Alfonso, que se distancia sutilmente del tratadito de Bruni, responde en una escueta pero documentada epístola el 17 de marzo de 1444, la Respuesta a la qüestión fecha por el Marqués de Santillana (ed. Gómez Moreno 1985). Mendoza y Haro, que poseyeron las más ilustres bibliotecas laicas castellanas de su tiempo, ambas enriquecidas por algunos de los textos del obispo de Burgos, fueron líderes políticos y culturales durante esta apasionante década. Pero don Alfonso no olvidó a la nobleza local. Hacia 1445 dedica a un noble burgalés, Diego Gómez de Sandoval, conde de Castro[jeriz] y caballero de Juan II, una compilación comentada de textos legales, principalmente las Partidas de Alfonso X, pero también el Fuero Real, el Ordenamiento de Alcalá o la Orden de la Banda, reuniendo textos pertinentes al oficio de la caballería, con lo que ampliaba con cumplida argumentación jurídica la cuestión planteada poco antes por Mendoza desde el punto de vista del patrimonio castellano (y no clásico o italiano). Esta obra, el Doctrinal de los cavalleros (ed. Skadden 1984; Viña Liste 1995; Fallows 1995, 2006) tuvo difusión tanto manuscrita como impresa. Don Alfonso no olvidaba las raíces escolásticas de su formación, al tiempo que no desatendía en absoluto las perspectivas que había incorporado en su experiencia europea. Una buena combinación de ambas tradiciones y de su conjugación la constituye un texto de impronta escolar pero con pespuntes humanísticos, compuesto quizás hacia 1443 (pero que puede datarse hasta 1447). En el Tractatus questionis ortolanis u Oratio pro parte auditus (ed. Morrás 1996), compuesto en Burgos, don Alfonso da respuesta a una quaestio presentada por Rodrigo Sánchez de Arévalo a propósito de la superioridad del sentido de la vista o del oído.

«Defensorium unitatis Christianae», Madrid, Biblioteca Nacional de España, Mss/442, fol. 1r (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Muy distinto y urgente es el calado del Defensorium unitatis christianae (ed. Alonso 1943; ed. y trad. García Fuentes 2022 (BC); trad. Verdín Diaz 1992), compuesto en el verano o a finales de 1449, o bien a inicios de 1450, y dirigido a Juan II con el fin de rebatir con argumentos históricos, jurídicos y teológicos las posiciones antijudías y anti-conversas consecuencia de la llamada rebelión de Toledo, auspiciada por los polémicos textos de Pero Sarmiento, Repostero Mayor del rey y alcaide del alcázar de Toledo, y Marcos García de Mora, el «Bachiller Marquillos». Don Alfonso redactó un informe preliminar en castellano para el rey, del que se desconoce su paradero (Fernández Gallardo 2018).

Los hechos luctuosos de 1449 no fueron ajenos a los motivos que poco más tarde culminarían en la caída del otrora todopoderoso Álvaro de Luna: una historia con giros novelescos en la que la familia de don Alfonso, que había sido promocionada por el Condestable, mantuvo, hasta donde pudo, un papel entre conciliador y distanciado. En el año del fin del Condestable (Valladolid, †2 junio), don Alfonso elabora un documento, fechado en Burgos el 16 de septiembre de 1453, conocido como Pastoral sobre las reliquias de Santa Juliana (ed. Escagedo Salmón 1927) con motivo del traslado del cuerpo y reliquias de Santa Juliana en la Colegiata de Santillana del Mar, el seis de marzo, de su primera ubicación a un puesto de honor en la capilla mayor de la iglesia, que deriva de una visita pastoral que el prelado llevó a cabo entre enero y marzo de 1453. El 4 de abril don Álvaro de Estúñiga detiene al Condestable en Burgos y se le traslada al castillo fuerte de Portillo, en Valladolid, un regalo de Juan II a don Álvaro después de la batalla de Olmedo que había sido antes de titularidad del I Conde de Castrojeriz, Diego Gómez de Sandoval (1385-1454), el noble burgalés, en varias ocasiones alineado contra Juan II, al que don Alfonso había dedicado el Doctrinal de caballeros. Las fechas de la visita pastoral no son indiferentes, pues el 16 de marzo llega Juan II a Burgos junto a Álvaro de Luna (Cañas Gálvez 2007: 477-479): el rey se alojará con el obispo en sus «casas» o palacio junto a la catedral, don Álvaro en las casas del hermano del prelado, Pedro de Cartagena, que eran fuertes y tenían una bien alta torre de cal e canto, junta con el río, como recuerda la Crónica de don Álvaro de Luna (1453: 321-322). Don Alfonso se vio envuelto en una situación en la que resultaba imposible la neutralidad y la conciliación: el rey estaba determinado, aunque con cautelas y falsas apariencias, a la captura y muerte de don Álvaro. El Condestable, que, según la Crónica, que le es parcial, acababa informado de todos los movimientos, trataba de atajar todos los peligros por la fuerza de acciones audaces y prudentes cautelas: todo en vano. El 30 de marzo, Viernes Santo o de la Cruz, tras el sermón de un dominico en la catedral de don Alfonso, el predicador emprendió ante el mismo rey una feroz diatriba contra don Álvaro, sobre la que se exigieron responsabilidades: el obispo encarceló e interrogó al dominico, pero se deja planear la sospecha de que don Alfonso hubiera consentido aquellas palabras injuriosas en su sede. Don Alfonso se mantiene obediente al rey, pero en verdad nada hace pensar que buscara activamente la desgracia del Condestable. Sin embargo, la Crónica da a suponer más que eso: vierte acusaciones de espionaje sobre Álvaro de Cartagena, sobrino del obispo, trae a colación en más de un momento la condición conversa de la familia en un año en el que flota en el aire la posibilidad de una revuelta contra los conversos, y llega a poner en boca del Maestre la idea de que en este fecho [el obispo de Burgos] es el mayor contrario que yo tengo (Crónica 1953, cap. 120, p. 381). Fuese así o no, lo cierto es que el rey envió a Ruy Díaz de Mendoza y a don Alfonso a decirle a don Álvaro que se diese a prisión (p. 390), y tratando de las seguridades que el rey había de ofrecerle el obispo recibirá del Condestable un trato agrio que dejó al prelado, según la Crónica, avergonzado y atemorizado. Las palabras se ponen en boca del propio Maestre: Obispo, callad agora vos, e non curéis de fablar donde cavalleros fablan; quando fablaren otros de faldas luengas, como las vuestras, entonçe fablad vos. E non curéis de más altercar aquí, que yo con Ruy Díaz e fablado e fablo, e no con vos (cap. 122, p. 392). Pero las condiciones del seguro las juró el rey en manos del obispo de Burgos, e las firmó de su nonbre, e las dizo sellar con su sello secreto (cap. 122, p. 393). Agua de borrajas, para la Crónica: El rey, durante el tienpo que los seguros se daban, e estas cosas, o a más verdaderamente fablar, estos engaños, se trataban, todavía estobo en la plaça; e estaban con él el obispo de Burgos, e el don Álvaro de Estúñiga, e otro grand número de gente, así de caballo como de pie (cap. 123, p. 406). De nada sirvieron, en ese momento, todos los juramentos prestados, antes y ahora, a don Álvaro, pues fueron quebrantados por el rey y quienes deseaban la caída del Maestre. Don Alfonso tuvo que pasar este trago y conocería el desgraciado fin del Condestable casi al mismo tiempo que la caída de Constantinopla ante los turcos.

En los años finales de su actividad, en efecto, don Alfonso parece centrarse cada vez más en la administración y cultivo de su diócesis, para la que soñó un studium generale que pudiera rivalizar con su alma mater, Salamanca. Se rodeó de hombres fieles e instruidos y actuó como defensor y promotor de las principales instituciones religiosas de su ámbito, de las que no permitió ningún menoscabo, como había demostrado su enfrentamiento con Alfonso de Carrillo, el arzobispo de Toledo, que osó, en julio de 1448, entrar en sus dominios con cruz alzada, lo que derivó en un notable escándalo y conflicto (Díaz Ibáñez 2011). El altercado daría lugar a un volumen histórico documental, el Conflatorium, descrito en De actibus: También compuso otro libro en defensa de la libertad de la catedral y del episcopado burgalés [...]. Y lo tituló Conflación. El De actibus indica, también, la recopilación, en un libro, de las bulas, los privilegios y los escritos que encontró diseminados en el sagrario de la [...] catedral y que habían sido confiados allí con anterioridad por el reverendo padre Mauricio [ob. 1213-1238], de glorioso recuerdo, en tiempos de la fundación [...]. Y este libro lo llamó Mauriciana. Grande fue su dedicación al monasterio dominico de San Pablo, en el que impulsó la reforma religiosa; favoreció también, sobre todo a partir de 1442, al monasterio reformado entonces a la Orden de San Jerónimo de San Juan de Ortega, con intención de acabar su iglesia; levantó el Convento de La Merced (1447), cerca del puente a la ribera izquierda del río Arlanzón, a la vista de la Catedral, y propició la construcción (a partir de 1456), en el barrio de San Juan, del Monasterio de San Ildefonso, de monjas agustinas, que dio cobijo a las profesiones procedentes de las canónigas de Santa Dorotea. Sin duda una de las obras más recordadas de este periodo fue la contratación de Juan de Colonia para la finalización de las torres góticas de la catedral, que todavía hoy constituyen el perfil más reconocible de la ciudad de Burgos. Hoy en día se postula también su intervención en otras empresas artísticas, como el posible (en realidad dudoso) encargo de la famosa tabla de estilo hispano-flamenco llamada La fuente de la gracia.

Catedral de Burgos (Fuente: Equipo ACOC - Alfonso de Cartagena. Obras Completas). No abandonó la escritura: en fecha sin decidir, pero antes de 1454, compuso a petición de Juan II una Glosa al tractado de san Juan Crisóstomo (ed. Mendoza Negrillo 1973), esto es, al prefacio del tratado Quod nemo laeditur nisi a se ipso de Juan Crisóstomo, inspirada por el comentario de Ambrogio Traversari, con el que había tenido trato durante el Concilio. El texto, en latín en su redacción original, solo se ha conservado en su forma castellana. También de esta época pudiera ser la Apología sobre el salmo «Judica me Deus» (ed. Sainz Rodríguez 1980), que parafrasea e interpreta el salmo 26, 1-5, quizás a solicitud de Pedro Fernández de Velasco, en cuya biblioteca figuró un testimonio del mismo.

En 1454 el rey a cuyo servicio había estado don Alfonso la parte más granada de su vida, murió. El prelado participó en el traslado de los restos mortales de Juan II desde el Monasterio de San Pablo en Valladolid al Monasterio de Miraflores en Burgos, de allí al Monasterio de las Huelgas donde fue sepultado y donde don Alfonso, como obispo de Burgos, dijo la misa y predicó (Crónica de Juan II, p. 694; apud Genealogia, cap. XCII: celebrante ac sermonem faciente), aunque no se ha conservado testimonio de este sermón.

Tras la muerte de Juan II y en el inicio del reinado de Enrique IV don Alfonso debió ocuparse en la redacción del Oraçional (ed. González-Quevedo 1983; Cabrera 1989), un tratado sobre la oración y la vida espiritual orientado a la nobleza compuesto a instancias de Fernán Pérez de Guzmán, al que va dedicado (ca. 1455-1456). Se suele reconocer como su última obra la Anacephaleosis o Genealogía de los Reyes de España (ed. Espinosa Fernández 1989), crónica latina que narra sumariamente los orígenes de España hasta los godos y de la pérdida de España (pero no de su continuidad en el linaje) hasta Enrique IV. Destaca en esta obra la reelaboración de fuentes historiográficas del siglo XIII, en especial las historias de Rodrigo Jiménez de Rada, sus concordancias con otros reinos peninsulares y extrapeninsulares y con las instituciones eclesiásticas del Papado y la Diócesis que gobernó, así como el programa iconográfico que ideó para su difusión. La muerte de Juan II, al que estaba destinada la Genealogia (ca. 1454-1456) modificó parcialmente su curso y don Alfonso acabó por dedicarla al Cabildo de Burgos. Sobre la misma se realizó la traducción al castellano y glosas de Juan de Villafuerte, la Genealogía de los Reyes de España, concluida en su forma mejor conocida en 1463, así como algún otro texto castellano pendiente de estudio.

Ángel con cartela. Capilla de la Visitación. Catedral de Burgos (Fuente: Equipo ACOC - Alfonso de Cartagena. Obras Completas). En 1456 don Alfonso decidió peregrinar, a pesar de su avanzada edad, a Santiago, donde funda (12 de junio, ACS, S 16/15) aniversario anual por su alma (Sánchez Sánchez 2022). Permaneció allí diecisiete días antes de regresar a Burgos, ciudad que no volvió a ver con los ojos temporales, pues cayó enfermo en el camino y murió en la localidad burgalesa de Villasandino después de siete días. Todo había de quedar en orden, lo temporal y lo espiritual, como se relata profusamente en De actibus, cuya sección final se ha considerado un ars (bene) moriendi. Don Alfonso había testado con anterioridad sin olvidarse de nada ni de nadie, y ratifica al filo de la muerte (Testamento datado en Santa Eulalia u Olalla, Toledo, 6 de julio de 1453, ACB, CV libro 2, fols., li-lix; ed. Martínez Burgos 1957). Fue enterrado en la Capilla de la Visitación, en una magnífica tumba de alabastro (Juan de Colonia, ca. 1450, para el soporte; y Gil de Siloé, 1490, por encargo del obispo Luis de Acuña, para la figura yacente), y junto a su biblioteca personal. En la capilla, festoneada por los emblemas y escudos de la familia Santa María, figura un ángel que sostiene una cartela donde, a modo de epitafio, se resumen los momentos estelares de la biografía y la bibliografía de don Alfonso.

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