Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —454→  

76 (número 502). Para que mejor se entienda el mecanismo de nuestra conjugación y la razón de los cambios llamados ordinariamente irregularidades y que en realidad no son sino aplicación de otras reglas menos conocidas, es oportuno presentarlos como resultado de principios que rigen nuestra lengua aplicándose igualmente a nombres, verbos y partículas.

I. Es cosa conocida la diptongación de las vocales e, o bajo la influencia del acento, pero no es igualmente sabido el fundamento etimológico de este hecho. El testimonio de los gramáticos antiguos comprueba que las vocales breves tenían un sonido más claro o, para hablar con los gramáticos franceses, más abierto, y las largas uno más oscuro o cerrado; al debilitarse la distinción de largas y breves, el latín vulgar conservó la de abiertas y cerradas. Las últimas son las que más firmemente han persistido en las lenguas romances, al paso que las abiertas han padecido graves modificaciones entre las cuales se cuenta la diptongación de las vocales e, o. Así, un motivo idéntico ha producido miedo de mimagentus, diez de dimagencem, quien de quimagenm, bien de bimagenne, y siega de simagencat, tiene de timagennet, hiere de fimagenrit; juego de iimagencus, nuevo de nimagenvus, luego de limagenco, y ruega de rimagengat, cuece de cimagenquit, muere de mimagenritur.

También nos enseñan los gramáticos latinos, que una sílaba larga por posición370 podía contener una vocal breve; como sucede en timagenntat que conserva la misma vocal breve de timagennet, y cimagenmputat cuya imagen es la imagen de cimagenm, por más que en verso las sílabas ten y com se contasen como largas, por el mayor tiempo que podía emplearse en la pronunciación de las dos consonantes que van después de la vocal. Sin el dicho de los gramáticos, nos llevaría a igual deducción el hecho de verse diptongadas en castellano tales vocales: tienta, cuenta.

Como, según lo dicho, el latín vulgar conservaba la cualidad (o sea lo abierto o cerrado) y no la cantidad de las vocales, no es de extrañar que el diptongo ae, abierto de suyo, se convirtiese en ie, como en caecum ciego, caelum cielo, caenum cieno, graecus griego, paenitet arrepiente, quaerit quiere; y es lo singular que nuestra fonética sirve aquí de apoyo a la buena ortografía latina, que ha restituido el diptongo ae en varias de las voces citadas.

No hay para qué decir que procedimientos tan delicados están expuestos a mil modificaciones, debidas en especial a la analogía de otras voces. Así, Berceo conjugaba con exactitud miembra = mimagenmorat y semnan   —455→   = simagenminant (Santo Domingo, 193, 77), pero a poco se igualaron ambos verbos; fregar, plegar, regar, sosegar, cuya e proviene de imagen (frimagencare, plimagencare, rimagengare, sessimagencare, que en castellano antiguo dio sesegar) y debía por tanto ser cerrada, se acomodaron, unos antes, otros después, a la flexión normal de segar (simagencare), negar (nimagengare), cegar (caecare). Frega, fregue eran todavía comunes en el siglo XVI; plega, despliega, replega, se usan hoy a cada paso371.

Aunque es difícil averiguar en todos los casos de cantidad natural de las vocales que se hallan en posición, es sin duda que ellas han cedido tal cual vez a influencias parecidas, pues vemos el diptongo en cuestan, cuando por Cicerón sabemos que en constant la preposición era larga por ir seguida de s; aquí naturalmente se viene a la memoria el sustantivo cuesta de costa.

Por otra parte, este juego del vocalismo parece ir mermando cada día en vitalidad. Así es que unos verbos tienden a fijar la vocal, y otros el diptongo; anegar (nimagencare), que todavía se conjugaba aniego en el siglo XVI, como se ve en el Diálogo de Mercurio y Carón de Valdés (página 5, edición de Böhmer), en el lenguaje literario no admite ya sino anego372; entre los refranes del Marqués de Santillana se halla: «Xo, que te estriego» (Obras, Madrid, 1852; Sbarbi, Refranero, tomo I), mientras que en el Comendador Griego se lee estrego (Madrid, 1619); aferrar, de que en los siglos XVI y XVII se decía indiferentemente afierro o aferro, no admite hoy sino la última forma; atestar, derrengar y derrocar, que nuestros clásicos conjugaban siempre con el diptongo, se usan hoy por autores respetables con la vocal simple; finalmente, verbos de formación y origen puramente erudito como pretender373, innovar, no se acomodan a la norma de sus afines. Por el contrario dezmar, adestrar, amoblar, desosar, engrosar van cediendo el puesto a diezmar, adiestrar, amueblar, deshuesar,   —456→   engruesar; y lo mismo puede decirse de muchos superlativos. Esto para no hablar sino del lenguaje literario, que sigue siempre a alguna distancia al popular y provincial; en éstos los casos son cada día más frecuentes: en Madrid se oye decir buñuelero, meriendar, regüeldar, y en otras partes entiesar, empuercar, entuertar, espuelear, tiendero, nieblina, fuerzudo. Las gramáticas y diccionarios exponen el uso coetáneo de la gente culta y letrada, y sus decisiones no pueden por tanto ser jamás definitivas.

Para concluir añadiré otras observaciones sobre algunos verbos: encovar374 y discordar guardan a veces en nuestros clásicos intacta la vocal: «Quien consigo discorda, con ninguno se podrá templar» (Gálvez de Montalvo, Pastor de Filida, parte IV).


«El tigre y onza diestra
Se encovan a pensar en cazas nuevas».


(Malón de Chaide, Conversión de la Magdalena, parte II, § 3)                



«Para una tarde fue decreto y orden
Que una Jerusalén se forme y trace.
Y que de turcos sus murallas borden,
Haciendo un foso que su campo abrace,
Y porque de lo cierto no discordan...».


(Lope, Jerusalén, VII)                


La diferencia de conjugación en aterrar, según que se usa en sentido material o inmaterial, es cosa moderna, pues para nuestros mayores en ambos casos significaba echar por tierra, abatir, propia y figuradamente, y decían siempre atierro, atierra. De la Gramática de la Academia (edición de 1854, 1858) tomó sin duda Bello una diferencia semejante para acordar; pero la misma Academia ha suprimido posteriormente esta advertencia, y con mucha razón, pues la aplicación que se hace de este verbo a los instrumentos de música es secundaria, y de ellos como de las personas se ha dicho y se dice siempre que están acordes y que acuerdan o se acuerdan. La Academia no menciona la diferencia que hace nuestro Autor en follar, afollar, según salen de fuelle o de hoja.

El mismo Cuerpo ha acrecido las listas de verbos de esta clase con muchos inmediatamente sacados de sustantivos que llevan diptongo, y que no se encuentran mencionados por Bello, como hacendar, azolar, enlenzar, abuñolar, aclocar, apercollar (?), desflocar, desmajolar. Pero no debe olvidarse que nuestro Autor considera como compuestos para el efecto de la conjugación muchos verbos que sólo por el sonido lo son, como sosegar de segar, desollar y resollar de hollar.

  —457→  

II. Es cosa notada y cuidadosamente estudiada la influencia de las vocales i u sobre la e o precedentes, como si aquellas vocales cerradas por naturaleza inficionasen en las inmediatas, e impidiesen cambios inevitables en otras circunstancias o los modificasen. Para el objeto presente basta señalar el poder que tienen los diptongos ie io375 para conservar intacta una i o una u, que sin esto fueran e o en el lenguaje popular. Compárense escrebir venir (latín scrimagenbere, vimagenvere) con escribió vivió, escribiendo viviendo, escribiese viviese; podrir, podrido, sofriste (latín putrere, putrire, sufferre), con pudrieron, pudrió, sufriendo.

La misma fuerza conservativa tiene el diptongo ie en los tiempos que se derivan de los pretéritos graves. La o proveniente de au, como nota agudamente Cornu376, fue de ordinario cerrada, de suerte que con razón se dijo ovieron, sopieron, ploguiere, supuesto que estos pretéritos salen de habui, sapui, placui, mediante las trasposiciones *haubi, *saupi, *plauci (plauki).

Pero lo que hasta aquí se nos ha presentado como fuerza conservativa de las vocales cerradas, claro está que había de serlo también transformativa de las vocales abiertas o indiferentes. Por eso de regir (rimagengere), gemir (gimagenmere), pedir (pimagentere) salieron rigió, gimiera, pidiendo; de cobrir, morir, dormir; cubierto, murió, durmiendo. Por lo mismo caementum, fenestram, tenebras, decembrem dieron cimiento, finiestra, tinieblas, diciembre; y lesión, afeción, leción se transformaron en lisión, afición, lición. Esta influencia se mantuvo viva en todo el siglo XVI, como que eran muy comunes los gerundios quiriendo, tiniendo, compartiendo, etc.

Pero no tardó en cruzarse esta tendencia con la que explicamos más abajo; las Partidas dicen recebiente, Berceo y el Poema de Alfonso XI, dormiente, el Ordenamiento de Alcalá, seguiente. Además verbos como rendir, hervir han entrado muy posteriormente en esta clase, pues que Berceo dice render, rendamos, rendieron y el Poema de Alfonso XI, renderían; en el Alejandro se lee ferviendo, en la Crónica general, fervió y en las farsas de Lucas Fernández herver, forma todavía usada popularmente.

Volviendo a los pretéritos graves. Es indudable que hacer, querer, venir tuvieron i en la primera persona fice, fiz, quise, vine, tanto por la imagen de fimagencimagen, quaesii, vimagennimagen, como por la naturaleza de las consonantes inmediatas377. De suerte que se conjugaban: fice o fiz, feciste, fezo, fecimos, fecistes, ficieron; quise, quesiste, (queso), quesimos, quesistes, quisieron; vine, veniste, veno, venimos, venistes, vinieron. La tercera persona de singular fue la primera en sentir la influencia de ficieron, vinieron, convirtiéndose en fizo, quiso, vino; heriste, hecistes, hecimos,   —458→   quesiste, quesistes, quesimos se usaron todavía en el siglo XVI, y veniste, venimos se usan todavía en lo familiar. Pude y puse deben también la u a la final larga de *pouti potui, *pousi posui; y de estas formas y de pudieron, pusieron, pudiera, pudiese, etc., se origina la conjugación actual.

Forman la base de nuestra tercera conjugación los verbos de la cuarta latina, caracterizada por la vocal i: aperire, dormire, sentire, ferire, y peculiar en un principio de verbos derivados (finire, blandiri); comenzó a enriquecerse desde época remota con verbos de la tercera conjugación correspondientes al paradigma de capere, capio, como salio (griego imagen), venio (imagen); atracción que fue creciendo, según lo dejan ver los infinitivos moriri, effugiri, hasta que en la baja latinidad la padecieron muchos verbos del paradigma ordinario. Harto más contribuyó a acrecentar el número de los verbos en i la segunda latina, cuya e se pronunciaba i en latín vulgar, de modo que deleo y audio se acercaban hasta identificarse casi completamente sus paradigmas378. Por consiguiente, nuestra tercera conjugación tiene por característica la vocal i, y ésta es la que produce las diversas modificaciones de vevir, pedir, sofrir, morir; semejante influencia informa de tal manera el organismo de la conjugación, que quien no quiera admitir la acción analógica de digamos, suframos en sintamos, durmamos, habrá de convenir en que la i, aun después de haber desaparecido, está inficionando las vocales inacentuadas379. Ésta y no otra es la razón de la diferencia entre bebió y concibió, vendieron y rindieron.

No siempre es fácil descubrir las causas que han motivado el paso de un verbo latino en imagenre a nuestra tercera conjugación. Unas veces puede haber influido la g palatal, como en los acabados en eñir (tingere), en freír (frigere), elegir (antiguo esleír). Petere por petivi, petierat estaba ya medio incorporado entre los en ire; en otros acaso la u final convertía en cerrada la sílaba anterior y ésta a su vez obraba sobre la terminación: seguir, escupir; tal es sin duda la razón por que la final uimagenre ha parado en uír. Se nota además que verbos usuales poco antiguos o que han pasado en época reciente a esta conjugación, no alteran la e a influencia de los diptongos io ie; como cernir, discernir, sumergir.

III. Nuestro romance conmutó las vocales imagen imagen breves de la lengua madre en e o, tanto en las sílabas acentuadas como en las inacentuadas: pimagenlus, pelo; limagenpus, lobo; bimagentumen, betún; simagenperbia, soberbia. No sucedió lo mismo con las largas imagen imagen, pues que persistieron casi sin excepción en las sílabas tónicas: vimagenvus, vivo; dimagentrus, duro; aunque, como era natural, en las protónicas se oscureció la diferencia de cantidad y corrieron igual suerte que las breves: vimagencinus, vecino; fimagenliginem, hollín.

Nuestros libros antiguos y el lenguaje popular de nuestros días, que   —459→   continúa como siempre la tradición arcaica, nos ofrecen infinitos ejemplos de estos cambios; mientras que son menos frecuentes hoy en el lenguaje literario y atildado, ora por efecto de la reacción etimológica, ora por la fuerza niveladora de la analogía, que introduce en todas las inflexiones de una palabra la vocal predominante en las más usuales. En castellano antiguo eran comunísimas voces como vertud, trebuto, fegura, edeficio, hestoria, melecina, sotil, suspiro, omildoso, y ahora se oyen en cada esquina adevinar, prencipio, prencipal, cevil, vesitar, melitar, menistro, menuto, cerujano, tenaja, dolzura, sepoltura, mormurar, moltitud, pronunciaciones que sin duda datan de época remota.

Donde más se notan estas conmutaciones es en los verbos de la tercera conjugación. Del actual uso literario son decir (dimagencere), colegir (collimagengere), concebir (concimagenpere), reír (rimagendere), teñir (tingere), podrir (putrere) y otros; del uso antiguo, escrebir (scrimagenbere), vevir (vimagenvere), recebir (recimagenpere), redemir (redimagenmere), nodrir (nimagentrire), foír (fimagengere), recodir (recimagentere), sacodir (succimagentere), sofrir (sufferre), somir (submergere), bollir (bullire). En el lenguaje vulgar se hallan otros como empremir, eregir, deregir, decedir, sin contar algunos de los verbos antiguos citados380.

Si tomamos dos verbos cuyos orígenes latinos tengan la vocal larga, hallaremos dos grupos de inflexiones, que, conforme a rigurosos principios fonéticos, presentan el uno i u acentuadas, y el otro e o inacentuadas; ejemplifiquemos esto con el presente de indicativo: decir (dimagencere): digo, dices, dice, dicen; decimos, decís; nodrir (nimagentrire): nudro, nudres, nudre, nudren; nodrimos, nodrís381. A estos paradigmas se ajustaron no sólo los verbos de vocal breve originaria, sino otros que en latín no tenían i u sino e o, como gemir, medir, pedir, regir, rendir, seguir, servir, vestir, embestir; complir, cobrir, escorrir, mollir, nocir, ordir. Cosa natural, porque concordando unos y otros verbos en las inflexiones en que el acento cae fuera de la raíz, se igualaron en las otras; argumento de la vitalidad de esta ley o tendencia fonética en los primeros tiempos de la lengua382.

Esta vitalidad parece haberse ido amortiguando, como queda apuntado. Si es cierto que el pueblo dice en Madrid asestir, deregir, eregir, ometir, remetir, el lenguaje literario ha desechado a vevir, escrebir, recebir, redemir, y olvidado los que llevaban o con excepción de podrir, y aun en éste mismo hay notable tendencia a igualarlo a sufrir, cubrir.

IV. Formas tradicionales y analógicas. Tales son las que se han conservado de la lengua madre, más o menos puras, sin acomodarse a los   —460→   paradigmas ordinarios, y las que, habiendo nacido por imitación de otras existentes, carecen de fundamento etimológico.

a. Los verbos de forma inceptiva en scere, verbigracia crescere, cognoscere, se conjugaban en latín llevando en todas las inflexiones la c final el sonido de k (cresko, creskis, creskit, creskat); pero al asibilarse la c ante de e i (en los primeros siglos de nuestra era), resultó la anomalía que hoy vemos: crezco, creces, crezca. Arraigada esta manera de conjugar para verbos en acer, ecer, ocer (latín ascere, escere, oscere), se extendió a los en ucir (latín ucere), que ofrecían un caso parecido de asibilación representado fielmente por el italiano traduco, traduci, traduca, y con alguna desviación por nuestro decir: digo (dico), dices (dicis), diga (dicat). Hacer (facio), cocer (coquo)383 y mecer (misceo) conservaron su independencia; aunque el último, según nota Bello, se halla conjugado en Lope de Vega como crecer, y todavía Hermosilla ha dicho mezca384; placer (placeo) y yacer (jaceo) no escaparon de la acción de la analogía.

b. Entre las formas tradicionales ocupan lugar importante los pretéritos graves: duje (antiguo duxe; latín duxi), dije (dixi), traje (traxi), hice (feci), vine (veni), quise (quaesii). Algunos ofrecen casos curiosos de atracción y contracción: pude (*pouti, potui), puse (*pousi, posui), hube (antiguo hobe; *haubi, habui), supe (antiguo sope, provenzal saup; saupi, sapui), cupe (antiguo cope, provenzal caup; *caupi, capui, usado en latín bajo por cepi), plugo (antiguo plogo: *plaucit, placuit), yogui (*jauci, jacui), truje (antiguo troxe; *trauxi, *traxui por traxi). Los pretéritos graves fueron mucho más numerosos en lo antiguo, como lo advierte Bello, número 611.

La semejanza de ovo (hubo) dio origen a tovo (portugués teve, de tenuit mediante la desaparición normal de la n intervocal, como en lua = luna). De estar se dijo antiguamente estido (stetit), y a semejanza de éste se formó andido; uno y otro mudaron la i en o u siguiendo a los verbos mencionados arriba; y estudo, andudo dieron estuvo, anduvo, igualándose a hubo, tuvo. Aun plugo se convirtió en pluvo385.

Otros ejemplos de atracción tenemos en quepo, quepa (portugués caibo, caiba = *caipo, *caipa, capio, capiam), sepa (portugués saiba = *saipa, sapiam), plega (*plaica, *placiat, placeat).

  —461→  

c. Es analógica la y que constituye la irregularidad de los verbos en uír; de las inflexiones en que es normal, como arguyó, arguyera, ha pasado a los presentes de indicativo y subjuntivo y al imperativo. El mismo hecho presentan otros verbos en el lenguaje arcaico y en el popular; crece, caye se apoyan en creyendo, cayó, como destruye en destruyó, destruyendo. Huir es el único verbo de esta terminación en que la y es etimológica: fuye = fugit.

d. También por analogía ha de explicarse la g que tienen algunos verbos en el primer grupo de formas afines. La conjugación normal de decir: digo, dices, diga, ha ocasionado la de hacer, yacer: hago, yago; haces, yaces; hagan, yagan; la conjugación etimológica tradicional de tañer: tango, tanga (latín tangere, tango, tangam), de ceñir: cingo, cinga (latín cingere, cingo, cingam), de coller, coger: cuelgo, cuelga, cozgo, cozga386 (latín colligere, colligo, colligant), produjo en épocas remotas tengo, pongo, salvo, valgo; formas que posteriormente han dado su g a verbos que tenían y, como oigo, caiga, traiga, que en el siglo XVI eran todavía oyo, cayo, traya; huigo, usado tal cual vez por nuestros clásicos, y haiga son hoy vulgaridades387; destruiga, restituiga usa Pedro Simón Abril en las traducciones de las epístolas de Cicerón (27 v.º; Barcelona, 1592) y de las comedias de Terencio (291; Zaragoza, 1577). Asa, desasa por asga, desasga se leen en el Arcipreste de Hita, 1324, y en el Epistolario del V. M. Ávila, folio 193 v.º, Madrid, 1598 (VI, 246, Madrid, 1805)388.

e. La i e de las finales latinas io, eo, iam, eam, pronunciándose como y, ha modificado de diversas maneras la raíz: a) fundiéndose con la consonante anterior o haciéndola desaparecer, como en oyo, oya (audio, audiam), huyo, huya (fugio, fugiam), haya (habeam); b) convirtiendo en palatal la l anterior como en el castellano antiguo valla (valeat); compárese el italiano doglio, vaglio, y el portugués valho, valha, venho, venha.

77 (número 546). Retiñir nada tiene que ver con tañer; éste viene de tangere («Non didicit chordas tangere», Ovidio), y aquel otro de retinnio, compuesto de tinnio, voz seguramente formada por onomatopeya.

78 (número 561). No menos decisivos que el ejemplo del Amadís citado por el Autor son los siguientes, tomados entre muchos otros,   —462→   para probar que plega es presente de subjuntivo de placer: «Ésta (la romería de Jerusalén) puede prometer el marido sin otorgamiento della (su mujer), porque es más alta romería que todas las otras, como quier que ella non lo puede prometer sin él; pero el perlado debe amonestar a la mujer quel plega; et si non le ploguiere et quisiere ir con él, débela llevar consigo» (Partida I, título VIII, I, IX).


«Yo soy tu prisionero, é sin porfía
Fuiste señora de mi libertad,
E non te piensses fuya tu valía
Nin me desplega tal cautividat».


(Marqués de Santillana, Obras, soneto VIII)                


Me parece que la conversión de plega en plegue ha de atribuirse a la analogía de pese, de pesar; verbos que se hallaban en constante contraposición, como lo indican los dos nombres pláceme y pésame y las frases optativas pese a mí, a mi linaje, etc., y plega a Dios, al cielo, etc. El pasaje siguiente, semejante al del Amadís, pone de manifiesto la influencia del un verbo sobre el otro:


«Probaron mi rejalgar
Santispíritus, Bretonio;
Que pese o plegue al demonio
Peñafiel no ha de quedar».


(Fray Francisco de Ávila, La vida y la muerte, Salamanca, 1508; en Gallardo, Ensayo, I, col. 338)                


Don L. M. Díaz acusa a la Academia de incurrir en varias inadvertencias al tratar de rebatir en su Gramática (año de 1880) lo que asienta Bello acerca de la conjugación de placer. El caso es como sigue: En la 1.ª edición de su Gramática escribió Bello, según las reimpresiones de Caracas (1850) y Madrid (1853) que tengo a la vista:

«Placer. En tiempos no muy antiguos se conjugaba sólo en las terceras personas de singular; tenía la raíz pleg para las formas de la primera familia, y plug para las de la quinta.

»Indicativo, pretérito. Plug-o.

»Subjuntivo, presente. Pleg-a. Pretérito, Plugu-iese o iera. Futuro, Plugu-iere.

»Las formas del subjuntivo se conservan en el modo optativo (plega a Dios, pluguiese o pluguiera al cielo) y en el hipotético (si a Dios pluguiere). Se dice también plegue por plega, como si el verbo pasara a la primera conjugación.

»Hoy conjugamos este verbo en todos sus modos, tiempos, números y personas, como irregular de la primera clase.

»Indicativo, presente, Plazc-o o plazg-o.

»Subjuntivo, presente, Plazc-a, as, etc., plazg-a, as, etc.».

  —463→  

En la cuarta edición, Valparaíso, 1857 (no conozco la 2.ª ni la 3.ª) leo:

«A la séptima clase de verbos irregulares pertenecen:

»3.º El verbo placer, que en la primera familia se conjuga con la raíz irregular plazc (c fuerte) o plazg, y en todas las demás inflexiones es regular; pero también hace la tercera persona de singular del presente de subjuntivo, plega o plegue, y las terceras personas de singular de la quinta familia, plugo, pluguiese o pluguiera, pluguiere.

»a. Plugo se encuentra pocas veces en obras modernas; plega o plegue, pluguiese, pluguiera y pluguiere apenas se usan sino como condicionales u optativas: plega al cielo, pluguiese a Dios, si a Dios pluguiere.

»b. La conjugación de este verbo ha sufrido vicisitudes notables. En lo antiguo se conjugaba solamente en las terceras personas de singular y pertenecía a la séptima clase de irregulares, con las raíces plega para la primera familia y plug (más antiguamente plog) para la quinta.

»Indicativo, pretérito, Plugo. Subjuntivo, presente, Plega. Pretérito, Plugu-iese o iera. Futuro, Pluguiere.

»Posteriormente se usó en todas las personas y números; pero las formas irregulares de la quinta familia siguieron empleándose solamente en la tercera persona de singular».

En la última edición que hizo el Autor y que es la que se reimprime de entonces acá, repitió lo anterior introduciendo las siguientes modificaciones sustanciales:

«a. Plugo se encuentra pocas veces en obras modernas: plega o plegue, pluguiese, pluguiera y pluguiere apenas se usan sino como optativas o hipotéticas: plega al cielo, pluguiese a Dios, si a Dios pluguiere.

»b. (...)

»Posteriormente se ha usado en otras inflexiones que las de tercera persona de singular; pero la Real Academia no ha sancionado esta práctica».

Pasemos a lo que dice la Academia (p. 129): «Don Andrés Bello, después de manifestar en su Gramática que las formas con que antiguamente se conjugaba el verbo placer en el subjuntivo (pleg, pluguiera, pluguiese, pluguiere) se conservan en el modo optativo y en el hipotético, añade: 'Hoy conjugamos este verbo en todos sus modos, tiempos, números y personas como irregular de la primera clase'. Los irregulares de la primera clase son en dicha Gramática los terminados en acer, ecer y ocer. Resulta pues de la afirmación de Bello que el verbo placer no es defectivo y que se conjuga como su compuesto complacer, exceptuadas solamente las formas del subjuntivo con sentido optativo o hipotético.

»Equivócase, a no dudar, el afamado escritor venezolano al no incluir en tal excepción la forma plugo del pretérito perfecto de indicativo, usada frecuentemente en nuestros días, y cuyo sentido en ningún caso puede ser hipotético ni optativo; pero esto mismo que Bello   —464→   asienta como hecho consumado, es, sin duda, lo que por raciocinio parece más natural y conveniente».

De aquí resulta que la Academia se refiere a la primera edición de Bello, cuando era natural que tuviese a la vista las posteriores, sobre todo la de Madrid, 1867, que es la octava, y aun la de Bogotá, 1874, que creo conoce también la Academia. Sería, pues, justo que en otra edición de la Gramática modificase este punto, cuanto más que los hechos que Bello asienta están perfectamente acordes con lo que ahora sanciona la Academia. Sólo apuntaré que desde la época en que Bello advertía hallarse pocas veces plugo en obras modernas, se nota en varios escritores españoles mayor tendencia al arcaísmo que anteriormente, y añadiré que esta inflexión desapareció hace mucho del lenguaje popular; y es esto tan cierto que en ediciones del siglo XVIII se halla acentuado plugó, lo cual prueba que los impresores desconocían la palabra, pues que, conociéndola, sería tan inconcebible como que hoy se escribiera hizó, vinó389.

Bello dice que en lo antiguo sólo se usaban las terceras personas del singular; los pasajes siguientes prueban el uso del plural en el siglo XV. «Vos quiero certificar me place mucho que todas cosas que entren o anden so esta regla de poetal canto, vos plegan» (Marqués de Santillana, Obras, página 2).


«Non te plegan altiveces
Indevidas».


(El mismo, ubi supra, página 31)                


«Mucho soy maravillado e me desplace por el infante don Enrique nombrar a mí por enemigo, que yo deseo mucho que él sirviese a Vuestra Merced sobre todas cosas... y él haciéndolo así, de muy buena voluntad le serviría yo después de mi señor el infante don Juan su hermano, que aquí está presente, a quien soy más obligado; pero teniendo él otras maneras que a Vuestra Alteza no plegan, no me debe él haber por enemigo porque yo dellas me aparte e sirva a Vuestra Señoría, a quien natural [e] razón me obligan sobre todas las cosas después de Dios» (Crónica de don Juan II, año 1422, capítulo III, o sea XXXVIII de la 2.ª serie en la edición de Logroño, 1517). He citado con alguna extensión este pasaje, porque la Academia lo aduce en la Gramática para probar que plegan es tercera persona de plural del presente de indicativo. Dejo aparte los ejemplos precedentes y la dificultad de que plega en singular pertenezca al subjuntivo y plegan en plural al indicativo, para indicar que nada hay que exija este último modo en el pasaje de la Crónica; antes en el tono de moderación que afecta el que habla, es naturalísimo el subjuntivo; léase, si no, el pasaje poniendo agraden en vez de plegan.

  —465→  

79 (número 577). En el lenguaje familiar se usa diz por dicen, en la combinación diz que:


«El placer comunicado
Diz que se hace mayor».


(Cristóbal de Castillejo, Diálogo de las condiciones de las mujeres)                


80 (número 581). El imperativo de haber es perfectamente regular: habe, habed: «Habe misericordia de mí, pues dende tu niñez por todas las edades creció contigo la misericordia» (Granada, Oración I de la vida de Nuestra Señora); «Habed piedad, Criador, destas vuestras criaturas» (Santa Teresa, Exclamaciones del alma a Dios, VIII). La primera de estas formas, comunísima cuando haber era sinónimo de tener, es hoy inusitada; la otra apenas tiene cabida tal cual vez en el lenguaje místico; pero ambas cuadran perfectamente con las anticuadas habes, habe, haben en vez de has, ha, han, que con habemos, habéis, completaban, salvo la primera persona del singular, el presente regular de haber.

El he de he aquí, he ahí ninguna conexión tiene con haber ni en el sentido ni en la forma, que originariamente era fe. Diez consideraba este fe como modificación de ve, imperativo de ver; Ascoli, poco inclinado a admitir el cambio de v en f, se aparta de Diez, y tomando por base el afe, tan común en el Cid, lo interpreta como juramento aseverativo que acabó por convertirse en interjección denotativa de decisión, intimación; cosa algo parecida a lo que vemos en el latín hercle y en el italiano gnaffe = mía fe. Según esto, «Afeuos todo aquesto puesto en recabdo» (Cid, 1255) no sería ni más ni menos que «A fe o a fe mía que todo está puesto a buen recaudo» (Letteratura, glottologia, página 88, traducción alemana). Los pronombres que se le apegan pudieran, siendo esto así, compararse a los que en latín lleva ecce: ecce me, eccum.

La forma heis por habéis, usada como auxiliar, completa el presente sincopado he, has, ha, hemos, heis, han:


«¿Tanto os heis debilitado?».


(Lope, El molino, II, 3)                



«No es el vïaje tan largo,
don Melchor, como me heis dicho».


(Tirso de Molina, La celosa de sí misma, II, 10)                


81 (número 582). Son curiosas y dignas de mencionarse las formas antiguas imos (latín imus), ides, is (latín itis), equivalentes de vamos, vais, por ser las únicas del presente derivadas de la raíz del infinitivo:


«Con mugeres e con fijos y nos ymos a morar».


(Rimado de palacio, 354)                



«Caballero, si a Francia ides
Por Gaiferos preguntad.
—466→
¿Dónde is? ¿Dónde corréis? ¿Quién de repente
Aquesta gran discordia ha levantado?».


(Hernando de Velasco, Eneida, XII)                


En otro romance de los de Gaiferos ocurre ya vades como optativo:


«Con Dios vades, los romeros,
Que no os puedo nada dar»,


pasaje este semejante al que Cervantes pone, como la antepenúltima cita, en boca del muchacho de Maese Pedro: «Vais en paz, o par sin par de verdaderos amantes» (Quijote, II, 26). Díjose también vo en lugar de voy, así como estó por estoy, so por soy, según lo observa el autor del Diálogo de la lengua, y do por doy, como en aquel verso de la Canción a las Ruinas de Itálica:


«Les do y consagro, Itálica famosa»,


que Quintana, según nota don Aureliano Fernández Guerra y Orbe, destruyó poniendo doy, y en el cual la lección auténtica es do, conforme lo sospechó Bello (Ortología, parte III, § IV). Ni se crea que este do, es lo que impropiamente llaman algunos licencia poética, es forma antigua usada por los escritores de épocas anteriores; en el acto VII de la Celestina se hallan so y do, que editores modernos han convertido en soy y doy, acaso pensando que aquéllas eran erratas.

82 (número 583). Nebrija conjuga así el pretérito de ser: fue, fueste, fue, fuemos, fuestes, fueron; formas corrientes antes de él y de que se hallan vestigios mucho después, aunque los gramáticos de mediados del siglo XVI dan ya la conjugación actual; yo fue o hue está en Juan de la Encina y Lucas Fernández, y casi un siglo después en la Biblia de Cipriano de Valera (San Mateo, XXV, versículos 25, 35, 43); fuemos, fuestes en el Marco Aurelio de Guevara (III, 4; folio 140, Sevilla, 1531). El yo hue de Lucas Fernández se oye todavía en boca del vulgo campesino en las tierras altas comarcadas de Bogotá. El imperativo sey se usaba todavía en el siglo XVI (véase un ejemplo en la nota 102); lo mismo el participio seído y el gerundio seyendo.

83 (número 588). Entre los defectivos merece contarse balbucir, verbo usado desde muy antiguo, y semejante a abolir, salvo que la Academia usa balbuce; las formas que le faltan las suple hoy balbucear. A esta clase de defectivos han de añadirse otros verbos como denegrir y los forenses adir y preterir; del segundo apenas el infinitivo he visto, y del primero y el tercero infinitivo y el participio denegrido, preterido.

84 (número 590). La Academia admite las dos formas irgo, yergo, irga, yerga. Ya en algunas copias de la traducción del Concilio de León de 1020 se lee irga, y Jovellanos, como lo nota Salvá, dice en el imperativo irgue; pero yergue fue sin duda más usado; Juan de la Encina usa yérguete en el auto del Repelón, Lucas Fernández yergues en la   —467→   égloga o farsa del Nascimiento, y Lope de Vega yérguete en Peribáñez y el Comendador de Ocaña, acto II. No sé si está comprobada la forma yergamos que trae la Academia; pero, estelo o no, es tan contraria a nuestra fonética como lo serían adviertamos, sientamos.

85 (número 593). Raer hace con más frecuencia raiga que raya: «Tomen aquellos dos ramos que sean verdes, nuevos y sustanciosos, y a cada uno dellos ráiganle hasta el medio tútano» (Herrera, Agricultura general, III, 8; item, V, 1). «Santifícate con ellos, y hazles la costa para que se raigan las cabezas» (Scio, Hechos de los Apóstoles, XXI, 24). Ésta es la forma que prefiere la Academia390.

86 (número 594). Hé aquí ejemplos de la forma roya: «Cuando nace la escoba, nace el asno que la roya» (Refrán en el Diccionario de la Academia, en la voz escoba); «Sean las estacas bajas, si no hay temor de bestias que las royan» (Herrera, Agricultura general, III, 15). «Quien goza de las maduras, goce de las duras, y quien come la carne, roya los huesos» (Estebanillo González, II). La Academia prefiere con razón roa a roya, y cita los versos de Quevedo:


«Yo te untaré mis versos con tocino
Porque no me los roas, Gongorilla»391.


87 (número 595). Loo de loar se halla usado por don Antonio Guevara: «Loo y apruebo ser eso todo bueno» (Epístolas familiares, I, letra para don P. Girón cuando estaba desterrado; folio 94 v.º, Zaragoza, 1543); «Rociar unas almohadas con un poco de agua de azahar, lóolo; mas comprar unos guantes adobados por seis ducados, maldígolo» (ahí mismo, II, letra para Micer Perepollastre; folio 111, Valladolid, 1545); por fray Luis de Granada: «Reconozco tu bondad, loo tu piedad» (Contemptus mundi, IV, 1); y por el marqués de Santillana y Juan de Mena:


«Cuando yo veo la gentil criatura
Que el cielo acorde con naturaleza
Formaron, loo mi buena ventura».


(Soneto I)                



«A oído con otras gentes
Infamo muchas vegadas,
Loo el mal en las pasadas
Porque yerren las presentes».


(Tratado de vicios y virtudes)                


Como primeramente se dijo respuso (verbigracia Cid, versos 710, 779, 1390, 2412; compárese haya respuesto, Espéculo, libro IV, título VII, I, 9), es   —468→   de creerse que este repuso no pertenece propiamente a reponer sino a responder. Cuando éste pasó a conjugarse regularmente, la otra forma, perdido el hilo de la tradición, se incorporó en la conjugación de reponer. Hoy por una parte la influencia del pretérito repuse y por otra la analogía de oponer han hecho que se extienda el sentido de replicar a las demás formas del verbo: «Podrá decirse que, ejerciendo allí el magisterio de la cátedra, el amor de los discípulos le inclinaba a favor de los ingenios de aquel país. Pero es fácil reponer que...» (Feijoo, Españoles americanos). «Podría reponérsele que semejante estilo y versificación, propios de una fábula... no lo son en modo alguno de los géneros elevados de la poesía» (Quintana, Introducción a la poesía castellana del siglo XVIII, artículo IV)392.

88 (número 598). El participio imprimido no lo desaprueba Salvá en este caso: «El carácter que le habían imprimido los órdenes sagrados». Fue comunísimo en el siglo XVI, pero poco a poco fue cayendo en descrédito; recuerdo haberlo visto censurado en no sé qué libro antiguo, y al fin debió ser tenido por incorrecto, pues refiriéndose Yepes a este pasaje de Santa Teresa, que él mismo copia: «De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura», escribe: «Quedó también tan impresa aquella majestad y hermosura en su alma, que nunca la pudo olvidar» (libro I, 13).

89 (número 598). Fray Luis de León usa el participio vido por visto que, imitando el habla vulgar o campesina, emplean Lucas Fernández (página 92) y Juan del Encina (Teatro, página 408).


      «Y aun he vido
El trigo desdecir muy escogido».


(Geórgicas, I)                


90 (números 608, 609). En el siglo XIII todas las segundas personas de plural (excepto la del pretérito y la del imperativo) acababan en des. Fueron las inflexiones graves las primeras que perdieron la d; hállanse ejemplos de ello en el siglo XIV (vayaes, soes), y a principios del XVI eran de uso corriente y general las que hoy conocemos; si bien en las fórmulas del lenguaje cancilleresco quedaron vestigios hasta fines del siglo XVII (sepades, non fagades ende ál). Las inflexiones esdrújulas persistieron intactas por más tiempo; los ejemplos más antiguos que de las formas modernas tengo anotados son de 1555 y 1572393; insensiblemente fueron generalizándose, y aunque rarísimas todavía en las obras   —469→   de Cervantes y de Lope, es de creerse que al fin de su siglo la generación joven ya no las empleaba, por más que Calderón se sirviese todavía de ellas en su última comedia (1680). En estilo cancilleresco subsistieron hasta bien entrado el siglo siguiente (cobráredes en 1723: Nueva Recopilación de 1772, tomo III, página 385).

El testimonio más antiguo que conozco de la forma en teis del pretérito se halla en la Vtil y breve institution (1555), que la da una que otra vez; Cervantes y Lope preferían aún la antigua en les, pero también al fin de su siglo se hizo general la otra394.

Otro dístedes, semejante al del Romancero general citado por el Autor, ocurre en el romance de don Duardos y Flérida:


«Contando vivos dolores
Que me dístedes un día»395.


91 (número 613). Doldré por doleré, usado no sólo en Chile sino en otras partes de América, se oye hoy entre el vulgo español (Araujo, Estudios de fonética castellana, página 129); y que viene por antigua tradición lo prueba el hallarse en las obras del infante don Juan Manuel (R., LI, página 3281) y en un antiguo manuscrito de la Crónica general (Ramón Menéndez Pidal, La leyenda de los Infantes de Lara, página 319, 31; Madrid, 1896).

92 (número 616). Es curiosa la síncopa del futuro de subjuntivo que se ve en el pasaje siguiente, y común en obras más antiguas:


«Y si me creéis, Lucrecio,
Buscadlo por otra vía
Cual quisierdes;
Que, siendo los años verdes,
Podéis hallarlo despacio;
Y huid, mientras pudierdes,
De la prisión de palacio».


(Castillejo, Diálogo y discurso de la vida de corte)                


El imperativo guárdate se sincopaba en guarte:


«Gana el tesoro verdadero,
Guarte del fallecedero».


(Conde Lucanor, capítulo XV)                


  —470→  

«Guarte, pues, de un gran cuidado,
Que el vengativo Cupido,
Viéndose menospreciado,
Lo que no hace de grado
Suele hacerlo de ofendido».


(Gil Polo)                


93 (número 644). En los tiempos anteclásicos hube cantado era comunísimo en lugar de canté, y al parecer sin indicar ninguna de las ideas accesorias que apunta el Autor; verbigracia:


«Aqueste Paris, Alixandre llamado,
Fijo de aquel noble Rey Priamo,
Por cuya cabsa el reyno Greciano
Sobre la cibdad de Troya fue ayuntado,
Ovo por amores a Elena llevado,
Que al Rey Menelao tenia por marido,
El qual, con otros que fueron, venido,
Por mas de diez años la ovieron cercado».


(Edades del mundo, CXXIII)                


94 (número 655). Nuestra forma subjuntiva en ra nace de la indicativa latina del pluscuamperfecto, sentido en que era muy común antiguamente (véase Gramática, número 720); si bien no deja de ocurrir también como mero pretérito, lo mismo que en portugués:


«Cuando vino la mañana,
Que quería alborear,
Salto diera de la cama
Que parece un gavilán,
Voces da por el palacio
Y empezara de llamar».


(Romance del Conde Claros de Montalván)                


Como netamente subjuntiva es, según se dijo en la Gramática latina de Caro y Cuervo, muy rara en los monumentos más antiguos de nuestra lengua; en el Cantar del Cid no aparece con tal carácter sino unas dos veces (versos 3319 y 3597), y ambas en la apódosis de oraciones condicionales, en las cuales es sabido que se permite el indicativo en latín como en castellano (Gramática, número 695). Compárense los dos pasajes siguientes:


«Si non errasset, fecerat illa minus»;


(Marcial, I, 22)                



«Si a Millan croviessen, ficieran muy meior».


(Berceo, San Millán, 288)                


De la apódosis pasó a la hipótesis, y de oraciones condicionales a las puramente subjuntivas.

En nuestros clásicos, la forma en se predomina (lo que no quiere decir que sea exclusiva) como verdaderamente subjuntiva después de verbos que rigen este modo (número 457), en frases finales, optativas, adversativas, concesivas, etc. (para que, aunque, ojalá lo oyese, etc.),   —471→   y en la hipótesis de oraciones condicionales (si lo supiese, lo diría); la en ra en la apódosis, y en frases que pudiéramos llamar potenciales, en las cuales se representan los hechos como meramente posibles, y que son en cierto modo oraciones condicionales incompletas, por faltarles una hipótesis vaga, que varía según los casos; como en este pasaje de Cervantes: «Preguntele que por qué había dado aquella tan cruel sentencia y hecho tan manifiesta injusticia. Respondiome que pensaba otorgar la apelación, y que con eso dejaba campo abierto a los señores del Consejo para mostrar su misericordia moderando y poniendo aquella su rigurosa sentencia en su punto y debida proporción. Yo le respondí que mejor fuera haberla dado de manera que les quitara de aquel trabajo, pues con esto le tuvieran a él por juez recto y acertado» (Licenciado Vidriera).

En los casos en que es indiferente el uso de las dos, ha tomado creces entre los españoles el uso de la forma en se, y aun pudiera decirse que tiende a hacer desaparecer la en ra; por el contrario, en América (a lo menos en Colombia) es de raro uso la en se en el habla ordinaria, y en lo escrito sólo la emplean los que imitan adrede el lenguaje de libros españoles.

95 (número 678). Como ejemplos curiosos de imperativo con negación trae don Juan Eugenio Hartzenbusch el refrán «Ni fía, ni porfía, ni entres en cofradía», y un pasaje del Conde Lucanor, que dice: «Non fablad, callad»; a los cuales deben agregarse éste del Poema de Alfonso XI:


«Esforçad e non temed,
De Dios es profetizado
Que auedes a uençer».


(Copla 1529; item 1559)                


En el siguiente del Romance del Conde Dirlos, que empieza


«Estábase el Conde Dirlos»,


Durán (Madrid, 1832) puso malamente mirad por miréis:


«No mirad a vuestra gana,
Mas mirad a don Beltrane».


96 (número 679). Este sepáis por sabed me parece tan sólo una reliquia del uso que se hacía del optativo, a usanza latina, para suavizar el imperativo:


«Tomes este niño, Conde,
Y lléveslo a cristianar;
Llamédesle Montesinos,
Montesinos le llamad».


Calderón mismo ha dicho:


«Dígasme tú, divina
Mujer, que este horizonte
Vives, siendo del monte
Moradora y vecina,
—472→
¿Qué camino da indicio
Para ir al Purgatorio de Patricio?».


(El Purgatorio de San Patricio, III)                


97 (número 708). El empleo del participio sustantivado con tener es portuguesismo que se le deslizó a fray Luis de Granada en este pasaje de las Adiciones al Memorial de la vida cristiana: «¿Qué cosa es más fuerte ni más poderosa que la muerte? ¿De quién no tiene alcanzado triunfos?» (parte I, capítulo I, § 5). No obstante, de lo mismo se hallan ejemplos en Cervantes, Santa Teresa y Lope de Vega.

98 (número 717). A veces sólo se pone en presente uno de los dos miembros de la oración condicional, y el otro no sufre alteración: «Si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza» (Cervantes, Quijote, II, 26). «Si no hubieras cebado en algo tu ira, de seguro te mueres» (Ochoa, Virgilio, égloga III).

99 (número 721). Desde la época en que el Autor publicó esta Gramática es increíble el cuerpo que ha tomado en España el abuso de la forma en se en la apódosis de oraciones condicionales; raros son hoy los escritores, aun de alguna nota, que no yerran en este punto, y por lo mismo se hace más importante advertirlo a los jóvenes para que se precaven de semejante corruptela.

Este hecho, como todos en el lenguaje, tiene su fundamento y sus antecedentes; aquí obra el paralelismo de los dos miembros que tienden a igualarse. En una nota anterior vimos que la forma en ra, propia en un principio de la apódosis, pasó a la hipótesis, y en el caso presente la misma causa traslada la forma en se de la hipótesis a la apódosis. Falta saber si esto logrará la misma sanción que lo otro. Como caso parecido puede citarse la forma que da el vulgo en Francia a las oraciones condicionales de la misma especie: Si j'aurais de l'argent, je ne serais pas ici.

100 (número 734). El giro de Lucrecio expleri potestur es tautológico; bastaba con una sola pasiva. En sánscrito y en gótico sí se usa sola la pasiva de poder396.

101 (número 762). El uso de atrever con acusativo oblicuo no fue conocido en castellano antiguo ni aparece sino a fines del siglo XVI y principios del siguiente. Fúndase en la analogía de los verbos comunes que admiten la construcción refleja, como si se arguyera así: moverse presupone mover, luego atreverse, atrever. Lo mismo se observa en abstenerse, pues que fray Luis de Granada dijo: «Abstenga sus ojos de mirar», igualando este verbo a contener. Podrían citarse otros ejemplos parecidos.

102 (número 763). Hay muchos verbos transitivos que, usados como reflejos, significan movimiento o actitud espontánea, verbigracia moverse,   —473→   volverse, echarse, arrojarse, ponerse, sentarse, mantenerse, haberse; de éstos hubo de pasar el pronombre a los intransitivos irse, venirse, salirse, entrarse, estarse, como mero signo de espontaneidad, y por consiguiente sin que hubiese intento de emplear tal o cual caso determinado. Siendo esto así, tendríamos aquí una construcción por analogía que no puede reducirse al análisis común. No hay en efecto medio alguno de comprobar en qué caso está el pronombre que acompaña a estos intransitivos; y por lo mismo es ocioso discutir si es acusativo o dativo. ¿Se modificará el carácter del verbo al agregarle un pronombre que no tiene funciones deslindadas de acusativo o dativo, sólo porque con los transitivos que sirven de modelo ha de tomarse como acusativo en virtud de serlo los demás pronombres con que se juntan? Si se modifica, ¿cómo podrá probarse?

Ser y estar, junto con el pronombre reflejo, admiten el reproductivo lo, caso en que aquél ha de tomarse naturalmente como dativo. «Adonde yo no quisiere ser Sosia, séitelo tú» (Villalobos, Anfitrión). «Obispo por obispo, séaselo Domingo» (Mariana, Historia General de España, XVII, 8). «Andemos presto, que estará loco tu amo con mi mucha tardanza. -Y aun sin ella se lo está» (Celestina, V).

103 (número 764). Morirse, además de significar acercarse a la muerte, denota la muerte natural a diferencia de la violenta; así no puede decirse que alguien se murió fusilado, pero sí que se murió de tisis o pulmonía.

104 (números 777-9, 781-2). Hacer usado transitivamente, significa causar, producir, como cuando decimos «esa leña hace humo», «no me haga sombra»; y empleadas estas locuciones para denotar las variaciones atmosféricas, se iguala el verbo a los impersonales: «hace frío», «hizo grandes calores»; por eso el acusativo se reproduce con un caso complementario: «Yo no sé cómo os habrá ido por ahí de calor; pero aquí le ha hecho (y aún le hace) tan recio, que lejos de haberme ido al campo he guardado la casa de día y de noche» (Moratín, Obras póstumas, tomo II, página 469).


«¿Cómo viene vuesancé?
-Con calor. -Hácelo a fe».


(Tirso de Molina, Por el sótano y el torno, I, 4)                


Tomado el mismo hacer en el sentido de completar («tres y cuatro hacen siete»), se dice: «El día de hoy hace cuatro meses que no la veo»; esto es: «el día de hoy completa los cuatro meses»; de aquí el que no sea propio el uso de este verbo si no se trata de número fijo, y el que debiera preferirse haber en frases como «mucho tiempo ha que no la veo», por ser este verbo de significación más vaga. Parece, en efecto, que de tomarse en el sentido de tener cuando se aplica a la edad o duración, diciéndose «Ha muchos días que no ha venido», esto es, «tiene, lleva, ha estado muchos días en que no ha venido», pasó al uso   —474→   impersonal, que ya tenía para denotar existencia397. Éste proviene sin duda de la fusión de frases sinónimas: «Hubo guerras en España» nace de «Fueron guerras en España» + «España hubo guerras», tomándose los dos verbos ser y haber en las acepciones antiguas de existir y tener. Esta fusión debía de verificarse ya en latín vulgar398.

En las locuciones explicadas es visible cómo ha ido oscureciéndose el sujeto y predominando el acusativo hasta venir a ser el objeto principal del concepto, o sea el sujeto psicológico; de ahí que por la tendencia natural a restablecer la armonía entre la fórmula psicológica y la expresión gramatical, se diga dieron las cuatro, hicieron grandes calores, hacen ocho días, y entre el vulgo y aun entre la gente culta de algunas comarcas, hubieron fiestas, habían cuatro días.

En la expresión chilena «Habían o hacían cuatro días a que no le veía» parece que la a se debe a la fusión de «Cuatro días ha» con «Hace cuatro días». No sé si este hecho sea el que presenta aquel verso de Juan de la Encina:


«E ha dos meses ha que llueve».


(Teatro, página 143)                


Como nunca se dice ayer un año, hoy dos meses, me parece claro que en ahora un año no hubo originariamente elipsis sino sinalefa, por la cual el impersonal ha se incorporaba en el adverbio ahora. En Juan de la Encina se lee hora un año, desde agora dos años (Teatro, páginas 120, 221); en Lope de Rueda agora ha cinco años (Obras, I, página 124); en Santa Teresa ahora ha un año (Cartas, Riv. LV, página 2302), ahora un año (ibid LV, página 72, 2761). Esta contracción es idéntica a otras que se hallan en manuscritos y ediciones de los mismos autores: praga (a) Dios, agora (a) burlar (Encina, Teatro, páginas 93, 116); pluguiera (a) Dios (Santa Teresa, Vida, edición autografiada, página 28). Poco a poco ha ido cediendo el puesto haber en este sentido a hacer, y no percibiéndose ya la sinalefa, forman estas frases un caso curioso de aislamiento sintáctico, admitido por el uso común y corriente del siglo XVI acá. «Ya no   —475→   está allí (la piedra); mas el obispo Pelagio, que la vio agora cuatrocientos años, la dejó puesta, refiriendo dónde estaba» (Ambrosio de Morales, Viaje, Oviedo). «Si éste no es leve argumento, ¿cuántos destos hay en España de piedras de ahora mil y seiscientos, y más antiguas escritas por españoles con letras latinas?» (Aldrete, Origen de la lengua castellana, II, 18). «En los escritores de ahora dos siglos, lejos de evitarse estas reproducciones viciosas, se buscaban y se hacía gala de ellas» (Bello, Gramática, § 157).


«Dónde andan...? -Ahora poco
Desfilaban de paseo
Por el jardín».


(Bretón, Un día de campo, I, 13)                


Sobre las frases hace poco, muchos años hace, precedidas de preposición, véase adelante la nota 147.

105 (número 781). Las construcciones inglesa e italiana correspondientes a la nuestra de haber que expresa indirectamente la existencia (hay fiestas), difieren de ella en que no son impersonales, pues la cosa existente hace el oficio de sujeto.

106 (números 791-5). El uso de la construcción refleja en sentido pasivo aparece arraigado en nuestra lengua desde sus primeros monumentos: «Non se faze assi el mercado» (Cid, 139). «Este enganno non queremos que vala, ni que se faga en ninguna manera» (Fuero Juzgo, libro II, título V, I, VIII). «Et otrosí por este cuento, segunt dixieron los santos, hobo Santa Maria siete placeres muy grandes, del su fijo, que se cantan en santa eglesja» (Partidas, prólogo). «Responde el Rey que tiene por bien que se tome el servicio de los ganados en aquellos lugares do se usó e sse acostunbró de coger» (Cortes de Madrid, año 1339).


«Muy pocas reynas de Grecia se halla
Que limpios oviesen guardado sus lechos»399.


(Mena, Laberinto, 78)                


Y así por todas las edades de la lengua hasta nuestros días.

Aplicábase de preferencia esta construcción a las cosas, por el riesgo que había de que refiriéndose a personas, se confundiese el sentido pasivo con el reflejo o recíproco. El ejemplo siguiente muestra cómo se prefería, para las personas, la pasiva formada con ser y el participio: «Por ende estableçemos que de aquí adelante en los pleitos que andodieren en la nuestra abdiençia en que se aya a dar sentençia definitiua, que aquel que ouiere de ffazer la rrelaçion que la trayga por escripto, ffirmada de su nombre, para que se ponga en el proçeso del pleito. Et que los procuradores e los abogados de los pleitos que sean llamados, e   —476→   que se ffaga la rrelaçion ante ellos por vno de los oydores» (Cortes de Guadalajara, año 1390).

Con el tiempo fue aplicándose a personas la construcción reflejo-pasiva, quedando al contexto la determinación del sentido; en los siglos XVI y XVII se halla tal cual vez se mataban los cristianos, se degollaron los catalanes, por eran muertos, fueron degollados400. Por dos caminos se procuró aclarar la ambigüedad de estas frases: el primero, anteponiendo la preposición a al nombre del objeto que padece la acción: «Fue recibido con grandes juegos e danzas, como se suelen recibir a los reyes que de alguna conquista vienen victoriosos» (Crónica de don Juan II, año VII, capítulo XXI). Aquí se ve que el autor iba a escribir como se suelen recibir los reyes, pero resultándole el sentido diverso del que pensaba dar a la frase, porque reyes aparecía como agente, no tuvo otro medio de hacerlo paciente que anteponerle a, que, en cuanto al sentido, señala el blanco de la acción lo mismo en azotaron al ladrón que en dieron cincuenta azotes al ladrón. Semejantes frases no ofrecen dificultad en singular, porque desde antiguo se emplean como netamente impersonales: «El ser hermosa o fea una mujer es cualidad con que se nace, y no cosa que se adquiere por voluntad» (León, Perfecta casada, XX). «Es camino adonde se tropieza también, y se peligra y yerra» (el mismo, ibid, introducción).


«Sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
Con quien acá se muere y se sospira».


(Garcilaso, Elegía al Duque de Alba)                


No así en plural a causa de la incongruencia que resulta de seguir concordando el verbo con lo que se ha convertido en complemento; de donde proviene que frases semejantes a la que arriba se copió son tenidas por incorrectas401. Fue el otro camino acudir a la semejanza de   —477→   locuciones al tenor de se dice, se manda, se ruega, se hace agravio u ofensa, las cuales, teniendo sujeto gramatical, son ideológicamente impersonales, y llevan su complemento en dativo con a: se dice, se manda, se ruega a los niños que vengan; se hizo agravio a los vecinos; y reproduciendo el nombre, se le dijo, se les ruega. Por eso desde que aparecen con pronombre las frases verdaderamente impersonales, llevan le y les. Véanse los ejemplos más antiguos que tengo anotados y que rectifican lo que dice nuestro Autor (número 793, nota) sobre la edad de estas construcciones402: «Al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su misma persona» (Cervantes, Quijote, II, 31). «Al ingrato que no lo hace así, se le debiera castigar con privarle de las mercedes y de los honores» (Fernández Navarrete, Conservación de monarquías, XIX). «Platón dijo que los que llegando a treinta años estuviesen sin casarse, se les castigase en pena pecuniaria» (el mismo, ahí mismo, XVI). «De otro delito se le acusa» (Tribunal de la justa venganza, especie de libelo contra Quevedo). «Se le convida» (Solís, Eurídice y Orfeo, III). «Se le debe castigar» (Santos, El no importa de España, XI). «Se les castiga (Documentos de 1666 o 1667, en Pellicer, Histrionismo, I, página 274). Del pronombre femenino no tengo ejemplos tan antiguos; pero aunque el uso más general en España es poner en estas frases la y las, no son raros le y les, lo cual arguye preferencia por el dativo: «No ser justo que a aquellas solas se les obligue a que se arreglen en la marca, cuento y peso a dichas antiguas leyes y ordenanzas» (Novísima Recopilación, libro VIII, título XXIV, I, V: del año 1777). «Se les provea de ministros» (a las iglesias) (ibid I, 13, 6). «En este punto no bastará desagraviar la propiedad con la libertad de los cerramientos, si no se le reintegra de otras usurpaciones que ha hecho sobre ella la legislación» (Jovellanos, Ley agraria, utilidad del cerramiento). «Muchas personas piadosas reparan con su devoción esta irreverencia, pues de cuando en cuando se les ve venir403 en derechura de la ciudad o destacarse   —478→   del paseo sin otro objeto que el de rezar a San Alonso» (el mismo, Memorias del castillo de Bellver). «No se les trata así» (a las mujeres) (Ramón de la Cruz, El sastre y el peluquero). «Se le pellizcó y murmuró» (a la declamación) (Vargas y Ponce, Declamación contra los abusos introducidos en el castellano). «Se le excita... se le estrecha» (a la bestia) (Banqueri, Libro de Agricultura de Ebn-el-Awam, II, página 540). «Así pudieron (las parteras) justificar con verdad y sinceridad la desobediencia de que se les acusaba» (Scio, Éxodo, I, 19, nota). «Por eso se obligó a la Junta a que dirigiese a Josef Napoleón una carta... Por eso se le estrechó a que enviase sus diputados para renovar a presencia del intruso las seguridades de su lealtad» (Reinoso, Examen de los delitos de infidelidad a la patria, capítulo XXV). «Si se dejase a las abejas toda la miel que elaboran, rara vez les faltaría el sustento; pero por lo común se les despoja de ella con tan poca consideración, que las exponemos a morir de hambre» (A. Pascual, Anotaciones al capítulo II, libro V de la Agricultura general de Herrera). «Se le llama filia principis» (a Sulamitis) (González Carvajal, Libros poéticos de la Santa Biblia, VII, páginas 16, 19). «Se le atajara» (a la profusión) (Oliván, Discurso Academia Española, I, página 19). «Águeda se levantó con intención de irse, y sólo pudo retenerla la seguridad que recibió de que no se le volvería a importunar» (Fernán Caballero, Simón Verde, V). Ni éstos son hechos aislados; en mucha parte de la América española, si no en toda, el uso común y corriente es decir se le, se les para el masculino y el femenino.

Con respecto a le masculino jamás ha habido duda; la, las han llegado a predominar notablemente sobre le, les; entre les y los la competencia se ha ido aumentando desde fines del siglo XVIII pero indudablemente les es todavía más usual aun entre los españoles. De ochenta y cinco pasajes (fuera de los citados arriba) que he anotado a medida que se han ido presentando, sesenta y dos llevan les y son de estos autores: La Academia (1726), Feijoo, Ramón de la Cruz, Nasarre, Baíls, Tomás de Iriarte, Jovellanos (tres), Moratín hijo, Azara, Conde, Clemencín, Martín Fernández de Navarrete, Joaquín Lorenzo Villanueva, González Carvajal, Quintana, Gallego, Lista, Reinoso, Hermosilla, Javier de Burgos, Flórez Estrada, Miñano, Toreno, Martínez de la Rosa, Ángel Saavedra, Salvá, Donoso Cortés, Gil y Zárate, Pidal, Aureliano Fernández Guerra, Mesonero, Patricio de la Escosura, Vicente de la Fuente, Emilio Lafuente Alcántara   —479→   y Menéndez Pelayo404; y veintitrés hay de los, sacados de Jovellanos (cinco), Quintana, Toreno, Fermín Caballero, Ángel Saavedra, Balmes, Fernán Caballero, Pedro de Madrazo, Vicente de la Fuente, Pedro Antonio de Alarcón y Menéndez Pelayo. Todo esto concurre a probar, en mi concepto, que el instinto común de los que hablan castellano tiende a emplear el dativo en estas frases. Pero si el complemento con a que apareció el primero es indiferente de suyo e igualmente acomodado como dativo o acusativo para determinar el blanco de la acción, objeto único con que en un principio se empleó la partícula, ¿qué motivos obraron en la preferencia de las formas dativas del pronombre? En primer lugar, cuando empezaron a usarse las locuciones cuestionadas, estaban ya arraigadas las otras se lo quita, se la entrega, se los alaba, con sentidos diferentes en que el se es dativo y el lo acusativo de cosa; en las nuevas el se ya no era dativo y el otro pronombre debía designar una persona; hubo pues necesidad de decidirse por aquellas no menos comunes, se le ruega, se les manda, en que el segundo pronombre señala la persona, quedando el se como signo de impersonalidad405. Además, en el sentido impersonal la tradición sintáctica, a que el instinto popular es tan fiel, hacía sentir siempre un acusativo406 en el pronombre reflejo, y no fue posible introducir otro acusativo. ¿Pues cómo, se preguntará, se ha extendido el la y las y el los en lugar de le, les? Cuando empezó a generalizarse esta construcción cayó en manos de furibundos laístas, como Isla407 y Moratín, que por ningún caso admitirían un le femenino, y acreditaron el se la, se las en perjuicio del se le, se les; influencia que poco se sintió en América, donde el laísmo por buena dicha es desconocido. En cuanto al los, sabido es que con suma frecuencia ha sido y es usado por los castellanos como dativo (los echó la bendición, los atraviesa el pecho); con tal valor pudo introducirse en estas frases, y ayudando la analogía   —480→   de las personales como uno los oye, alguien las oyó, ha ido ganando terreno. La confusión de los casos que del leísmo se ha originado entre los castellanos no permite adivinar si ellos sienten en la construcción impersonal un dativo o un acusativo; pero de todos modos el las como el los aparecen en la historia de ella como igualmente abusivos, aunque el primero cuenta en España con más autoridades408.

Finalmente, considerado atentamente el origen, desenvolvimiento y estado actual de estas construcciones, es patente que no pertenecen a la sintaxis normal y que caen por fuera de los esquemas de las gramáticas vulgares, ofreciendo uno de aquellos grados del movimiento sintáctico que el filólogo señala y explica históricamente, pero que no puede construir por los principios de lo que se llama análisis lógico. En prueba de ello citaré la argumentación de que se vale la Academia para desterrar el les y afianzar el los: «si les», dice, «fuera dativo en a los delincuentes se les acusa, subsistiría al volver la frase por pasiva, cosa que no sucede, pues la pasiva de dicha frase es los delincuentes son acusados»409. Dejada aparte la idea de volver por pasiva una frase que histórica y virtualmente ya lo es, idea casi tan inaceptable como que «un árbol es cortado» fuese la pasiva de «se corta un árbol», basta observar que, según la misma Academia se es en estas construcciones acusativo, y también desaparece. No se trata pues aquí de una oración primera de activa, y por tanto la argumentación no concluye; y si concluyera, podría decirse indistintamente se le o se lo castiga, supuesto que el acusativo de él es le o lo. Acaso sería bien que la Academia no decidiese dogmáticamente este punto, y que dejase la resolución, como lo ha hecho en la elección del acusativo le o lo, al único que tiene la clave para estos misterios del movimiento del lenguaje: el instinto popular, o sea el uso.

Para realzar más el indeciso carácter sintáctico de estas expresiones, añadiré algunas particularidades de que se hallan ejemplos en nuestros buenos autores.

A pesar de la forma y el sentido impersonales, no repugnan estas construcciones un predicado, las más veces alusivo a persona determinada. «Hoy se vive de una manera, y mañana de otra, y cada día de la suya, agora alegre, y luego triste, y después enfermo» (León, Exposición de Job, capítulo III, versículo 19). «Dejeme dormir, pero como no se duerme bien sentado, caíme de lado como una cosa muerta» (Espinel, Escudero, rel. I, desc. X). «Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios. Si su Majestad nos quisiere subir a ser los de su cámara y secreto, ir de buena gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar» (Santa Teresa, Vida, XXII). «Estando pensando una vez con   —481→   cuánta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo andar mal y con muchas faltas, entendí...» (la misma, Relación III). «El camino por la abadía y villaje de San Lamberto... traía las mismas dificultades, y aun mayores, porque o se había de ir pegado al bosque o apartado dél; si se iba junto al bosque ocupado por el enemigo (como era cierto que le había de ocupar en desalojando el campo español) podía desde él ofenderle por el costado..., si se marchaba apartado del bosque, era evidente la dificultad y el peligro de cubrir tanto bagaje y artillería con tan poca gente» (Coloma, Guerras de los Estados Bajos, VII). «Si no fuera por estos sustos, nada me quedaría que apetecer; pero ¿en qué rincón de la Península se vive tranquilo?» (Moratín, Obras póstumas, tomo II, página 226). Hoy no se usa la concordancia del predicado con el nombre de la persona a quien se alude, y en general se tilda esta construcción como galicismo, aunque, por lo visto, sin razón. No obstante, con ser y estar semejante combinación es en nuestra lengua inaceptable, porque el predicado que puede tomarse como modificación adverbial con verbos significativos de actos materiales y concretos, con aquéllos supone un sujeto en el cual resida como cualidad o modificación. Es sin duda un barbarismo: «Cuando se está rico, se es cruel con los desvalidos».

El gerundio no se refiere a otros casos que al nominativo y al acusativo (véase la nota 72), y sin embargo puede juntarse con el complemento de estas construcciones, por más que su carácter no sea perfectamente definido:


      «Allí se mira
A Dafne huyendo de Apolo».


(Moreto, El desdén con el desdén, jornada I, cita de Caro)                


«Veíase a Roger armado sobre la popa de su galera animando a sus capitanes y dirigiendo sus movimientos».


(Quintana, Roger de Lauria)                


107 (número 800). Para la explicación de este giro (en llegando que llegue) dan luz los pasajes siguientes de Cervantes: «Te hemos venido a buscar a tu ermita, donde no hallándote, como no te hallamos, quedara sin cumplirse nuestro deseo, si el son de tu arpa y de tu estimado canto aquí no nos hubiera encaminado» (Galatea, V); «Le encargaban mucho que no dijese a su amo que los conocía; y que si le preguntase, como se lo había de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí» (Quijote, I, 27); «Como ésta pida a su hija, que sí pedirá, hable a la hermana del fraile... sin duda alguna se podrá esperar buen suceso» (Novelas, VIII); «Ellos lo dirán, si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías» (Quijote, I, 22); «Lo que te ruego es, señora mía, que, cuando la buena suerte quisiere, que sí querrá, que te veas en tu estado, y mis padres aun fueren vivos..., les digas cómo yo muero cristiana» (Persiles, I, 5); «Si es que su merced del señor oidor la trae, que sí debe de traer, entre en buen hora» (Quijote, I, 42); «Al volver que volvió Monipodio, entraron con él dos mozas» (Novelas, III);   —482→   «Jura que al volver que vuelva al Andalucía, se ha de estar dos meses en Toledo» (Novelas, VIII). Échase de ver que el que fue en un principio conjunción causal, que introducía una frase parentética confirmativa410; ligada ésta íntimamente con la anterior, se acomodó a la forma de frases semejantes, cuando vino a aplicarse a lo futuro: «en llegando que llegó» pasó a «en llegando que llegue», como «luego que llegó» a «luego que llegue». Nuevo ejemplo de este andar paulatino del lenguaje que, cuando menos se piensa, lleva ciertas frases a un punto en que no se ajusta a los modelos conocidos ni pueden analizarse por las reglas vulgares.

108 (número 801). Así... como se usa para expresar negación, comparando lo que se niega con una cosa que se reputa por imposible o absolutamente falsa. a) Contrapónense dos frases de igual estructura: «En oyendo cosas de caballerías y de caballeros andantes, así es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de los rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la luna» (Cervantes, Quijote, I, 24); «Así escarmentará vuestra merced -respondió Sancho-, como yo soy turco» (idem, ibid, I, 23); «Bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque así son ellos, como yo soy turco» (idem, ibid, I, 47). b) Pónese el segundo verbo en infinitivo. La forma sustantiva en que aparece el segundo término de la comparación, lo presenta como una cosa de suyo imposible con la cual se compara lo que se niega: «Por Santiago de Galicia, señor Lorenzo, y por la fe de cristiano y de caballero que tengo, que así deje yo salir con su intención al duque como volverme moro» (Cervantes, Novelas, X); «Así le daré yo mi comedia como volar» (idem, Coloquio); «Así la consentiría yo como darme de puñaladas» (idem, Quijote, II, 33); «Así dejaré de irme como volverme turco» (idem, ibid, II, 53); «Así lo creeré yo, como creer que ahora es de día» (idem, ibid, II, 9); «Así pienso llover como pensar ahorcarme» (idem, ibid, II, 1). Bello analiza así esta frase: «Así pienso el pensar llover como el pensar ahorcarme». Los pasajes que quedan citados antes de éste demuestran lo infundado de tal explicación (Cuervo, Diccionario de construcción y régimen, tomo I, página 699).

109 (número 839). En época reciente se ha tratado de introducir la práctica de concordar en plural el adjetivo que precede a varios sustantivos apelativos de cosa, pero disuena notablemente, como se ve por este pasaje de un escritor estimado: «La principal consideración que me ha decidido por el (método) que verá el lector, ha sido la de procurar sus mayores comodidad y agrado».

  —483→  

110 (número 849). Por más razonable que parezca la concordancia con la tercera persona en frases como «yo soy el que lo afirma», hay circunstancias en que es imposible, como en este lugar de fray Luis de Granada: «Vos sois el que mandáis que os pidamos, y hacéis que os hallemos, y nos abrís cuando os llamamos»; pues si se pone vos sois el que manda, no se sabe cómo seguir, si que os pidamos o que le pidamos: lo primero no es aceptable porque la persona que manda es la misma a quien se ha de pedir; lo segundo menos, porque lo que inmediatamente se ocurre es que la persona a quien ha de pedirse es diferente de las demás que aparecen en la oración. Otras veces, estando el espíritu fijo en un solo objeto, la énfasis y el calor del estilo no permiten que se distraiga la atención usando dos expresiones gramaticales. Cuando el moro Zaide, al oír de boca de su amada que le deja por otro, le recuerda sus promesas diciéndole:


«Tú eres la que dijiste
En el balcón la otra tarde:
Tuya soy, tuya seré
Y tuya es mi vida, Zaide»;


¿será posible que estando a un tiempo los ojos y el alma clavados en una sola persona, el lenguaje represente dos? La regla de la concordancia en tercera persona me parece de general y oportuna aplicación en los protocolos y en las gramáticas, pero puede no ser tan rigurosa en el estilo apasionado y fervoroso.

Por otra parte, los que exigen la concordancia en tercera persona no reparan en la dificultad que ofrece el género: ¿una mujer dirá, según esos principios, «Yo fui la que estuvo enferma, y no Andrés», o «el que estuvo enfermo»? Para satisfacer a esta lógica sería menester echar mano de otro género que no fuera masculino ni femenino y cuadrara con esa tercera persona indeterminada. Con todo, debe confesarse que, siendo la frase negativa, el modo común tampoco satisface, y que lo mejor es valerse de otro giro.

111 (número 853). En algunos puntos de Colombia se oye todavía decir una poca de agua, a la manera que Santa Teresa dijo esa poquita de virtud (Vida, XXXIX). Pero esta construcción no era peculiar de poco; admitíanla otras voces de cantidad: muchas de cortesías (Cervantes, Quijote, II, 72); le dijo tantas de cosas (idem, ibid, I, 32).

112 (número 857). En frases negativas se usa ninguno con un valor análogo:


      «Ya has visto
Que lo sé todo, y que es fuerza,
No siendo yo ningún tonto,
Que esto me enfade y me duela».


(Moratín, El viejo y la niña, III, 3)                


  —484→  

113 (número 862). Me parece conforme con el uso actual la regla que da el Autor sobre el empleo de uno cuando reproduce un sustantivo precedente; sin embargo, nuestros clásicos no la observaron siempre, probablemente llevados por la analogía de lo que sucede con el artículo definido, en el cual no cabe la misma distinción; como vemos en la misma fábula de Samaniego, donde más abajo se escribe hablando del ratón:


«¡Esto tenemos! -dijo el campesino».


Véanse algunos ejemplos del uso antiguo: «Posible cosa es que un sabio use templadamente de un precioso manjar, y que el no sabio venga a destemplarse en la comida de un muy vil» (Granada, Memorial de la vida cristiana, IV, 2, § 4). «Más fácilmente hacen su fortuna con un príncipe divertido que con un atento» (Saavedra, Empresa XX); «Un mismo negocio se ha de escribir diferentemente a un ministro flemático que a un colérico, a un tímido que a un arrojado» (idem, Empresa LVI). «Suele ser más dañoso al príncipe elegir un ministro bueno que tiene mal secretario, que eligir un malo que le tiene bueno» (idem, ibid)411.


«A Plutón con un negro toro, herido De su mano, solícito invocaba; Al Tibre con un blanco».


(López de Zárate, Invención de la Cruz, III)                


114 (número 871). No hay para qué atribuir a licencia poética la falta del artículo delante de Moncayo en el pasaje de Lupercio; en prosa escribió Mariana «No lejos de Moncayo» (Historia General de España, I, 3), y hoy se dice en Aragón «el somontano de Moncayo» (Borao); así que Bretón pudo poner en lenguaje no sólo familiar sino vulgar:


«Aunque se hundiera Moncayo
No hay más padre ni más diantre
Que mi... De hoy en adelantre
Haré de mi capa un sayo».


(Don Frutos en Belchite, III, 3)                


115 (número 878). En algunos complementos se usa el posesivo pospuesto al sustantivo y no precede a éste el artículo, verbigracia: por causa tuya, por obra suya, a pesar mío.

116 (número 900). En el lenguaje gramatical se usa la preposición a delante de una palabra que se nombra a sí misma: «Cuando decimos el profeta rey, la dama soldado, rey especifica a profeta, soldado a dama» (Gramática, número 59).

  —485→  

117 (número 905). En lo antiguo se solían separar del verbo los afijos, mediando una o más palabras, según se ve en este pasaje de Pero López de Ayala:


«A ti alço mis manos e muestro mi cuydado,
Que me libres, Sennor, non pase tan cuytado,
Ca si me tu non vales, fincaré oluidado;
Et a ti loor non es que digan me perdí,
Pues a tan alto Sennor yo so acomendado,
Con quien yo me fasta agora de todos defendí».


(Rimado de palacio, 720)                


118 (número 911). Díjose antiguamente membradvos, salidvos y cuando se empezó a quitar la v de vos, quedó salidos, de la cual ofrece ejemplo Santa Teresa diciendo: «Atapados los ojos» (Vida, X, página 98 del facsímile); también Pérez Sigler, traduciendo a Ovidio, dice:


«Levantados al beso mío postrero
Y el hijo me llegad que tanto quiero»;


(Metamorfosis IX, verso 386 del original; Burgos, 1609)                


en dos pasajes de libros de caballería citados por Clemencín se observa lo mismo: «Desdecidos de la locura que dijistes, e conoced que merece más mi señora que no la vuestra» (Florambel de Lucea, libro III, capítulo XXV); «De hoy más llamados mío» (Lisuarte de Grecia, capítulo VI).

En el Cantar del Cid se hallan metedos (verso 986) y levantados (verso 2027)412.

Con ir fue vario el uso; fray Luis de Granada dijo: «Íos, íos de aquí, padres, íos y dejad a este dragón que me acabe de tragar. Íos luego todos, y apartaos de aquí» (Guía de pecadores, I, 10); y Lope de Vega:


«Sancho, si queréis llorar,
Íos mucho en hora mala
Al rollo que está en las eras».


(La hermosura aborrecida, II, 9)                


119 (número 914). La eufonía ha hecho igualmente que se suprima la s final de la primera persona de plural antes del enclítico nos, verbigracia sentémonos, vámonos, según lo advierten la Academia y Salvá; y aunque no recuerdo lo digan los gramáticos, creo que lo mismo sucede antes de os y se, verbigracia: «Descortésmente lo hacéis; sufrímooslo porque vos no sufráis nuestras importunas preguntas» (Diálogo de la lengua)413;   —486→   «Suplicamos con todo nuestro corazón nos lo quitéis todo» (Ávila, Tratado V de la Eucaristía); y en combinaciones como digámoselo, traigámosela, habéiselo, si bien debo advertir que estos últimos los he hallado también escritos con dos eses. Igualmente desaprueba el oído la unión del enclítico os con la tercera persona de plural, por el particular esfuerzo que se requiere para no decir nos: «Bendito seáis por siempre, Señor; alábenos todas las cosas por siempre» (Santa Teresa, Vida, capítulos XVI y XVIII); «Decidme, amigos, ¿cautivastes juntos, lleváronos a Argel del primer boleo, o a otra parte de Berbería?» (Cervantes, Persiles, III, 10).

120 (número 916). También sucede que se juntan con un solo verbo enclíticos que pertenecen a dos: en lugar de fuéronse a mirarlo, estábase mirándolo, dice Cervantes: fuéronselo a mirar, estábaselo mirando, «Se los quiso reprimir» (Quintana, Gran Capitán).

121 (número 930). Conforme a la etimología, las formas la, lo, las, los son acusativos netos, como que continúan los casos latinos illam, illum, illas, illos; le, les son dativos de los dos géneros como sus originales illi, illis414. La conformidad del uso con la etimología ha perseverado en la mayoría de los pueblos que hablan nuestra lengua; pero en Castilla y León comenzaron desde temprano a confundirse los casos, tomándose primero le como acusativo en lugar de lo masculino, luego les por los, y finalmente la, las, y lo, los por los dativos le, les. Según lo dan a entender sucesivamente los monumentos literarios, no predominó el le por lo en Castilla hasta el siglo XVI, y la influencia de la Corte, tan natural en las letras como en la moda y en la política, lo ha extendido más o menos en el lenguaje culto y literario de las demás comarcas. Les, acusativo, ha sido usado por los que sirviéndose de le, han de ver en aquél el plural regular de éste. La y las, dativo (en particular el primero), es también muy común en las Castillas y en León, aunque mucho menos frecuente que le por lo en el lenguaje literario. Usanza también de los castellanos (todavía menos extendida que las anteriores) ha sido decir los por les (los pegó fuego); lo por le (lo deshizo las narices) sólo se oye entre el vulgo de los mismos.

Ya en el siglo XVI comenzaron las disputas entre leístas y loístas, que en cierto modo pueden mirarse como manifestación de antagonismo entre las provincias y la capital, y que han durado hasta nuestros días, sin que lleven trazas de terminarse. Lo peor del caso es que ofrecen escasísimo interés científico, por ser ajenas a todo examen histórico y a consideraciones fundadas en verdaderos principios gramaticales. Baste   —487→   decir que el caballo de batalla de los leístas ha sido que en las palabras de tres terminaciones, como este, esta, esto, la en e es siempre masculina y la en o neutra, de donde sacan por consecuencia que en las tres terminaciones del acusativo le, la, lo ha de ser la primera masculina, y neutra la tercera. Hanse olvidado de que en los demostrativos las tres terminaciones corresponden al nominativo latino, mientras que el acusativo del pronombre nace del acusativo, que da para los tres géneros lo, la, lo; y tampoco han reparado en que el oficio de acusativo es adventicio en el le, pues que, según su origen y primitivo uso es dativo; de modo que no hay paridad en la comparación, y el argumento contiene en realidad una petición de principio. Las razones de decencia, que también se han alegado, entre otros inconvenientes tienen el de probar que no debe usarse tampoco el neutro lo.

El dativo la y las ha sido defendido desde Correas (1627) hasta Hermosilla y A. Valbuena en nuestros tiempos, como provechoso a la claridad; pero me parece muy probable que los primeros que lo emplearon no obedecieron a esta consideración, sino que la confusión del acusativo y dativo en las formas le, les, trajo por consecuencia el empleo de lo, los, y la, las en el mismo doble oficio.

La Academia en la 4.ª edición de su Gramática (1796) dio un atrevido paso en contra de los castellanos y en favor del uso etimológico: excluyó el dativo femenino la, las415, el acusativo les y el dativo los; sólo en el uso del le y el lo para el acusativo masculino se mostró intransigente, condenando el lo no sólo para lo venidero sino en las obras de Granada, Cervantes y demás autores que lo han empleado. Pero no era fácil alcanzar obediencia en punto semejante, porque una cosa es condenar defectos individuales o de data reciente, y otra proscribir un uso inmemorial, fundado en la etimología, seguido por una mayoría inmensa de los que hablan la lengua, y relativo a las palabras de uso más frecuente, de orden puramente ideológico y que por consiguiente brotan de los labios sin que uno se dé cuenta de ello. En consecuencia la autoridad de la Academia en lugar de acallar las altercaciones, las avivó, sin que en la práctica sus decisiones tuviesen efecto alguno. En vista de esto propuso Salvá una transacción que consistía en «usar del le si el pronombre se refiere a los espíritus u objetos incorpóreos y a los individuos del género animal, y del lo cuando se trata de cosas que carecen de sexo y de las que pertenecen a los reinos mineral o vegetal»; doctrina que Bello acogió, diciendo que le representa más bien las personas o los entes personificados, y lo las cosas; en la 1.ª edición de la Gramática dijo que esto parecía «lo más conforme al uso»; expresión que después atenuó diciendo le parecía «aproximarse algo al mejor uso». De estas dos fuentes se ha derivado la regla a muchas gramáticas, así de españoles   —488→   como de americanos, y aun la Academia misma ha dado muestras de inclinarse a prohijarla; si bien en su Gramática (1904) consigna de nuevo la libertad absoluta que para el uso de las dos formas había reconocido en 1854.

Me parece que en esta cuestión se ha olvidado un punto de suma importancia, y es que el uso popular y familiar de las dos formas no es simultáneo en iguales proporciones en todos los dominios del castellano; en Madrid, como generalmente en las Castillas y en León, predomina de tal manera el le, que los escritores de esa región por rareza dejan pasar un lo, según puede comprobarse en las obras de Santa Teresa, Mariana, Quevedo, Lope, Calderón, hasta Moratín, Núñez de Arce y Tamayo y Baus. Fuera de ahí, y particularmente en Andalucía y en América, predomina el lo; pero la influencia de la capital por una parte y la de la literatura por otra, hacen que los loístas de nación al hablar o escribir esmeradamente usen el le con más o menos frecuencia, lo mismo que se valen de tantas otras voces y giros comunes en los libros, pero ajenos del habla familiar. La regla, pues, que se ha dado para la elección del le y el lo ha podido sacarse de los castellanos, que a todo trance prefieren el primero, ni de los demás que, lejos de la influencia de ellos, sólo dicen lo. Es de creerse que en Castilla subsisten vestigios del antiguo loísmo, y aun puede concederse que las causas que produjeron el leísmo se hicieran también sentir en tiempos remotos en los países circunvecinos; pero en las comarcas rayanas de los dos dominios es donde han de estar realmente mezcladas las dos formas, como se mezclan en las obras de escritores oriundos de allí, o que hechos al lo desde su infancia, después se han contagiado de leísmo o por los libros que leen o por las personas con quienes comunican; y esta confusión es donde han de rastrearse las consideraciones que determinan la preferencia de una u otra forma; aunque para mí tengo que es poco probable que todos obedezcan a unos mismos motivos o más bien a algún motivo. Precisamente me confirman en esta idea los mismos autores, Clemencín y Villanueva, con que Salvá tímidamente apoya su teoría, deduciendo sólo que los buenos escritores por una especie de instinto y sin cuidarse particularmente de ello se arriman las más veces a seguirla. Clemencín, murciano, dice (Comentarios, VI, p. 170) que el uso actual de las personas cultas prefiere el lo cuando se habla de cosas inanimadas, y alterna entre le y lo cuando se designan cosas animadas, regla diferente de la de Salvá, y que él practica usando las dos formas en una misma frase refiriéndolas a personas, y que olvida con respecto a las cosas, pues también las representa con ambas, sin que logre yo siempre adivinar el motivo de la preferencia en cada caso. Villanueva, jatibés, mucho más leísta que Clemencín, rarísima vez pone el lo con referencia a persona y con frecuencia el le hablando de cosas. Aun los mismos que decididamente prefieren el le, no siempre se guían por este principio cuando llegan a acordarse del lo; Cervantes en el Quijote escribe: «Desataldo» (al criado), I, 4; «que lo encerrase» (al galán), I, 34; «No se acordaba (Sancho) de la madre que lo   —489→   había parido», I, 43; «Yo os lo vestiré» (a vuestro hijo), II, 5; Moratín en La mojigata: «Ya no lo tienen» (un primo beneficiado), I, 3; Tamayo y Baus en Un drama nuevo: «Ayúdame a buscarlo» (a mi rival), II, 3. Tampoco suelen guiarse por él los loístas cuando se les escapa un le; los sevillanos Pero Mejía y Mateo Alemán dicen, el primero en la Silva de varia leción «le guardan» (el secreto), I, 4, y el segundo en el Guzmán de Alfarache: «hacer bien al que no te le hace», I, I, 4; el granadino Martínez de la Rosa en el Bosquejo de las Comunidades de Castilla, según se halla en la edición primitiva de La Viuda de Padilla (Madrid, 1814), en el cual se muestra loísta rematado: «reducirle» (al reino). Lo que Salvá propone y que algunos gramáticos han vuelto regla (porque los tales andan siempre a caza de reglas, aunque sean ilusorias), es una pura conciliación y no tiene fundamento en el uso general; no obstante, parece haber ejercido alguna influencia en moderar el loísmo de algunos andaluces, como del citado Martínez de la Rosa, que corrigió el Bosquejo dicho conformándose bastante a ese principio; no sé que en los castellanos haya producido efecto semejante. Más vagas y personales todavía son las influencias fonéticas que para la preferencia se columbran en algunos escritores; por ejemplo, al emplear el le cuando usado como enclítico produce dicción esdrújula, según vemos en estos pasajes de Scio: «Joseph compró una sábana; y quitándole, lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro» (San Marcos, XV, 46); «Lo matasteis crucificándole» (Hechos, II, 23); «Lo retiraron, y llevándole lo enterraron» (ibid, V, 6); «Sacándole fuera de la ciudad, lo apedreaban» (ibid, VII, 57); «Tomándole consigo, lo llevó a los Apóstoles» (ibid, IX, 27); etc. Pudiera decirse que mermando la intensidad de la emisión sonora hacia el fin de la palabra, la vocal que más se acerca al estado de indiferencia del aparato vocal es preferida a aquella que exige particular esfuerzo para redondear los labios. Otras veces parece que se obedece a la asimilación escogiendo la forma que cuadra con la vocal inmediata: «Pidiendo (Garcí Pérez) las armas a su escudero, pasó por medio de los moros, que conociéndolo no se atrevieron a acometerle» (Clemencín, Comentarios, III, página 444).

Baste lo dicho en cuanto al uso moderno. Para explicar cómo se introdujo originariamente en Castilla la confusión de los casos, pueden darse razones morfológicas y sintácticas. Vamos a las primeras. En castellano antiguo se suprimía con frecuencia la e de los pronombres me, te, se (acusativos o dativos), quedando la consonante incorporada ya como final de la palabra precedente al verbo, ya como final del mismo verbo: «A lo quem semeia» (Cid, 157) «Diot con la lanza» (ibid, 353); «Assi como legaron pagós el Campeador» (ibid, 2518). A semejanza de éstos se dijo: «Que nadi nol diessen posada» (ibid, 25), «Nol coge nadi en casa» (ibid, 59); e identificado el acusativo y el dativo de él en la forma apocopada lo mismo que en me, te, se, no hubo dificultad para que se igualase a éstos en la forma íntegra, produciendo el grupo formal y de sentido me, te, se, le. La misma necesidad de diferenciar el género   —490→   que ha conservado el lo neutro, ha resguardado el la femenino; con todo pudieran atribuirse a la misma fuerza asimiladora los casos en que le actúa como acusativo femenino, borrándose la distinción genérica, como en me, te, se. Admitida una asimilación originaria con estos pronombres, queda luego explicada la primera y mayor extensión del le entre las formas dislocadas; arraigada la absorción de lo por le, dio ocasión a que les se subrogase a los; y una vez perdida la delicadeza del sentido sintáctico para distinguir los casos, no sólo le reemplazó a lo, y les a los, sino a la inversa lo, los y la, las a le, les. Es circunstancia que hace muy verosímiles estas deducciones la de que precisamente en la región en que predomina el le por lo, es donde han nacido las demás subrogaciones analógicas; entre americanos jamás he oído la por le, ni les por los, ni los por les. En portugués y en los dialectos de España sólo existen para el acusativo masculino formas correspondientes a lo, de modo que de la periferia al centro se ha ido oscureciendo la diferencia etimológica.

Pasemos a las causas sintácticas. La tendencia que notamos a igualar el acusativo con el dativo en los nombres comunes («azotaron al ladrón», «dieron cincuenta azotes al ladrón»), es natural en los pronombres personales, porque con más frecuencia nos representamos las personas como capaces de recibir daño o provecho o interesarse en la acción, que no como meramente pasivas o inertes416. Acaso por esto nos inclinamos a poner en dativo el pronombre con una multitud de verbos cuando el sujeto es de cosa: de una mujer se dice «nada le admira», «la suerte que le aguarda o amenaza», «la parte que le alcanza o le toca», «le tomó o cogió un desmayo»; como si no admitiéramos en las cosas la misma manera de obrar que en las personas, ni diéramos por igual el efecto de la acción en unas y en otras.

A esta causa general ha coadyuvado la variedad de régimen que ofrecen muchos verbos, de donde la fusión de frases sinónimas en beneficio del dativo. 1.º Es muy considerable el número de verbos que se construyen, ora con acusativo de persona, ora con acusativo de cosa, de manera que el pronombre referente a la persona irá unas veces en acusativo y otras en dativo, según la construcción que se adopte: «Los aconseja para que sean modestos» y «Les aconseja la modestia», «Los avisa d el peligro» y «Les avisa del peligro». «Los enseña a dibujar» y «Les enseña el dibujo», etc. Fundidas las dos construcciones se dice una que otra vez «Avisoles del peligro», «Les enseña a dibujar»417. 2.º Tómanse como equivalentes verbos transitivos usados en absoluto y frases formadas por un verbo de sentido genérico y un sustantivo correspondiente   —491→   al sentido del otro verbo: «Eso la fatiga» y «Eso le da fatiga», «Tal cosa los honra» y «Tal cosa les da honra»; de la fusión de las dos construcciones resulta «Eso le fatiga», «Tal cosa les honra». 3.º Inversamente, empléase con la frase el régimen propio del verbo: de «Los mató» + «Les quitó la vida» sale «Los quitó la vida»; de «Los bendijo» + «Les echó la bendición»: «Los echó la bendición»; de «Los quemó» + «Les pegó fuego»: «Los pegó fuego». 4.º Con ciertos verbos que rigen infinitivo hay notable confusión entre el acusativo y el dativo: dícese «Las vio salir», «Los oyó gritar», «Los mandó volver», puesto el pronombre en acusativo; lo mismo con un verbo transitivo en absoluto: «Las oyó cantar», «Las dejó decir»; pero si añadimos un acusativo al infinitivo, se muda luego la construcción, poniéndose en dativo el pronombre: «Les oyó cantar unas seguidillas», «Les dejó decir el diálogo», y como por otra parte existen las frases normales «Les oyó la conversación», «Les manda cosas imposibles», se hace tan frecuente el dativo en compañía de tales verbos que las locuciones primero mencionadas vienen a construirse como si el infinitivo fuera acusativo y el pronombre dativo: «Con mal consejo les hacen errar» (Guevara, Marco Aurelio, III, 1). Y es lo singular que la asimilación se extiende a casos en que el infinitivo lleva preposición; así se dice «Les obligaron a salir» como «Les hicieron forzosa la salida». 5.º Cuando el acusativo va acompañado de un predicado, es común dar al acusativo la forma del dativo, como si aquel predicado fuera el verdadero acusativo:


      «Llora
Que a ella le haga desdichada
Lo que me hiciera dichosa».


(Calderón, Argenis y Poliarco, II, 8)                


Baste con esto para mostrar la parte que en la extensión del le y en la confusión de las otras formas pronominales han tenido causas sintácticas poco advertidas418.

122 (número 946). El dativo latino illi se halla representado en el Fuero Juzgo por li, lli, lle, ie, ge (la g se pronunciaba como en italiano). La ortografía je, usada por el Autor, no ocurre en los monumentos antiguos, aunque, si se atendiese a las reglas actuales, el origen de este pronombre no permitiría sino la j.

123 (número 957). Es tal la repugnancia que muestra la lengua a emplear el terminal separado de la preposición, que Cervantes llegó a decir a solo tú en vez de solo a ti o a ti solo; lo cual, junto con la circunstancia de confundirse en la mayoría de los pronombres el nominativo y el terminal, es sin duda la razón por que poco a poco se ha   —492→   generalizado la construcción entre mi padre y yo419. Fuera de esto hay otras consideraciones que inclinan en casos semejantes a poner el nominativo con esta preposición. Cuando se emplea para expresar reciprocidad, el complemento formado por ella se identifica con el sujeto, y aun en ocasiones lo reemplaza: «Entre el corregidor y don Diego de Carriazo y don Juan de Avendaño se concertaron en que don Tomás se casase con Costanza» (Cervantes, La ilustre fregona); aquí se ve que la construcción normal sería: «El corregidor y don Diego de Carriazo y don Juan de Avendaño se concertaron entre sí». De aquí proviene que se emplee la preposición para denotar los varios individuos que concurren a ejecutar un acto: «Entre seis dellos (de los pastores) traían unas andas» (Cervantes, Quijote, I, 13). «Estaba abocinado en el suelo hecho un ovillo; (...) pero a este tiempo le levantaron entre Figueroa y don Juan de Jáuregui» (Moratín, Derrota de los pedantes).


«Entre los dos cuidaremos
De hacerla feliz».


(Martínez de la Rosa, La niña en casa)                


Si la preposición entre puede preceder al sujeto de la frase, es señal de que su carácter se ha modificado, y nada tiene de extraño que se diga entre tú y yo lo levantamos; modo de expresarse que se ha extendido a los casos en que la combinación no significa los agentes. Me parece oportuno copiar algunos ejemplos que demuestran las vacilaciones del uso en el empleo de los pronombres de primera y segunda persona después de entre.

a. Va la preposición seguida de los dos terminales: «E tú e yo somos enemigos naturales, e non veo carrera por do haya amor entre mí e ti» (Calila e Dymna; R. LI, p. 582). «No hay departimiento entre ti e mí» (Castigos e documentos del rey Don Sancho, ibid, p. 1472).

«La amistad que entre ti y mí se afirma no ha menester preámbulos» (Celestina, I). «Hete presentado a tu amantísimo Hijo y puesto entre ti y mí este fiel abogado» (Granada, Memorial de la vida cristiana, V, 6, orac. 14). Esta construcción parece desusada hoy.

b. Sigue a la preposición el terminal y viene luego un nombre u otro pronombre de forma igual al nominativo. «Ca muy gran debdo hay entre mí e vos e los vuestros» (Crónica general, III, 19). «Cuando fablamos entre mí e vos sobre estas razones...» (don Juan Manuel, Libro de los estados, I, 83).


«Ferrant Manuel, sin ira e sin saña
Hayamos jueces entre mí e vos».


(Cancionero de Baena, página 265)                


  —493→  

«Ya sabes el deudo que hay entre ti y Elicia» (Celestina, VII). «Pues como éste supiese un concierto que entre mí y Belisa había...» (Montemayor, Diana, V). «Juzgad vosotros, jueces, entre mí y mi viña» (Granada, Oración y meditación, I, jueves en la noche). «Dejando entre sí y Pedro Bermúdez una parte de la montaña que los moros habían quemado» (Mendoza, Guerra de Granada, IV). «La diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo pecador y peleo a lo humano» (Cervantes, Quijote, II, 58).


«Hubo algunas diferencias Entre mí y la reina viuda».


(Tirso, El vergonzoso en palacio, III, 1)                


«El día de san Nicolás, en que recibirás ésta, debes poner un cubierto entre ti y Mariquita» (Isla, Cartas, I, 111). «Los hombres imparciales... decidirán entre mí y mis perseguidores» (Quintana, Obras inéditas, página 167). Como se ve, esta construcción, de todas las épocas de la lengua, es hoy perfectamente aceptable.

c. Sigue a la preposición un nombre o un pronombre de forma igual al nominativo y después el terminal. «El pecado que el hombre pone entre Dios e sí» (don Juan Manuel, Libro de los estados, II, 28). «Despartiendo entre él e mí, sope yo por él muchas cosas» (idem, ibid, I, 20). «Juramentos son entre vos e mí que el primero de nosotros que oviere guerra, sea ayudado del otro» (Crónica de Pedro I, XIII, 9). «Como quier que entre el señor rey de Navarra, e el condestable de Castilla, e el dicho conde de Haro e mí fuessen fechas algunas ligas...» (Seguro de Tordesillas, LXV). «Entre esta mi señora y mí es necesario intercesor o medianero» (Celestina, II).


«Entre vos, señora, y mí
Cruda guerra se pregona».


(Castillejo, Obras, I)                


«Entre vos y mí todo puede pasar» (Almazán, Momo, I, 4). «Esto ya estaba negociado entre ella y mí y Nicolao» (Santa Teresa, Cartas, II, 31). «Aquí el señor ventero y el gran Sancho serán medianeros y apreciadores entre vuesa merced y mí de lo que valen o podían valer las ya deshechas figuras» (Cervantes, Quijote, II, 26).


«Entre él y mí no hay secretos».


(Tirso, La huerta de Juan Fernández, III, 8)                


Parece que esta construcción está hoy reemplazada por la que va a expresarse.

d. Sigue a la preposición un nombre o un pronombre de forma igual al nominativo y después el pronombre de primera o segunda persona en   —494→   nominativo: «Entre vos e yo bien sé que nos avernemos» (López de Ayala, Rimado, 456).


«Aplazado en efecto quedó el campo
Entre Fortunio y yo».


(Lope, La campana de Aragón, III)                



«Quede a la curiosidad
De la opinión cuál ha sido
Entre vuestra alteza y yo
El que mayor hazaña hizo».


(Tirso, Amar por arte mayor, III, 16)                



«Entre ella y yo, cargando con el ama,
Fuera de pulla, la llevé a la cama».


(Calderón, Los empeños de un acaso, III, 4)                


«Entre ustedes y yo no hay partido» (Iriarte, Donde las dan las toman). «Reprimid cuanto os fuese (sic) posible el deseo de saber lo que ha pasado entre él y yo» (Moratín, Hamlet, I, 13).


      «Te pido
Quede en adelante roto
Entre ella y tú todo trato».


(Gil y Zárate, Un año después de la boda, III, 7)                



«A Favila fue siniestro
El combate entre él y yo».


(Hartzenbusch, La madre de Pelayo, III, 1)                



«Entre tu marido y tú,
Cual pavoroso fantasma,
Se levantará el recuerdo
De tu flaqueza pasada».


(Núñez de Arce, Deudas de la honra, II, 4)                


«Entre la imagen devotísima de la Virgen y yo se interpone (la imagen de esta mujer)» (Valera, Pepita Jiménez, página 101).

Sigue a la preposición el pronombre de primera o segunda persona en nominativo.


«Si quier el casamiento fecho non fuese hoy
Entre yo e Mío Cid pésanos de coraçón».


(Cid, 2959)                



«Entre yo et mi carillo
Ganamos buena soldada».


(Cancionero de Estúñiga, página 380)                


  —495→  

«Le di las gracias y lo puse por obra, poniéndonos entre yo y el criado el amigo a los hombros hasta depositarle en su aposento y cama» (Céspedes y Meneses, Soldado Píndaro, I, 16). «Hay entre yo y ustedes gran distancia» (Mora, Leyendas españolas, página 65).


«Reparto en mi testamento
Por igual todos mis bienes
Entre tú y mi esposa».


(Núñez de Arce, Justicia providencial, I, 9)                


Parece a todo trance preferible la construcción expuesta arriba en b.

f. Repítese la preposición ante cada término: «Ordenó medios de paz y paz perfecta, quitando de en medio todo enojo grande o chico que esté entre Dios y entre nosotros» (Ávila, Eucaristía, XVII). «La vida de los que desean llegar a la perfección es una continua batalla, una perpetua lucha entre la carne, que está en su propria tierra y naturaleza, y entre el ánima, que es extranjera y peregrina» (Granada, Símbolo de la fe, V, 3, 19, § 1). «Puso Dios división de sombra y estorbo entre sí y entre Job» (León, Exposición de Job, III). «Después de su muerte se repartieron (sus cautivos)... entre el Gran Señor... y entre sus renegados» (Cervantes, Quijote, I, 40). «¿Qué hay entre nosotros y entre ti, Hijo de Dios, para que nos vengas antes de tiempo a atormentar?» (Quevedo, Política de Dios, I, 3). «Pondré mi arco en las nubes, y será señal de alianza entre mí y entre la tierra» (Scio, Génesis, IX, 13). «Existe entre ella y entre mí un obstáculo en que se estrellan a la vez todas mis esperanzas» (Larra, Un desafío, II, 2).


«Mas con todo el miramiento
A la debida distancia
Que entre rey y entre vasallo
Dios mismo establece y marca...».


(El duque de Rivas, Un embajador español, I)                


Como el autor lo advierte, esta construcción es inadmisible, aunque no falten ejemplos de ella en los clásicos latinos. Los escritores místicos pueden haberla tomado de la Vulgata, en la cual es frecuente.

124 (número 990). Hay casos en que lo mismo se puede escribir porque, en una sola palabra, o por que, en dos: «Ésta es la razón porque lo digo», considerándose porque como adverbio relativo, igual a donde en «Éste es el lugar donde murió»; y «Ésta es la razón por que lo digo», como si se pusiese por la cual.

125 (número 1000). En el sexto ejemplo («Diversas costumbres tiene que solía») se comparan dos atributos, como en el segundo («Lo mismo habla que escribe»); si se dijera «Lo mismo escribe comedias que tragedias», sí se compararían dos acusativos.

126 (número 1017). Se percibe diferencia entre «No se gastaron más de cien pesos», y «No se gastaron más que cien pesos»; lo último   —496→   me parece significar que se gastaron sólo cien pesos; lo primero, que pudo gastarse hasta cien pesos.

127 (número 1018). ¿Cómo habrá de decirse: «Más de uno la afirma» o «Más de uno lo afirman»? El sentido clama por el plural, porque, habiendo más de uno, por lo menos hay dos; considerado el punto gramaticalmente, pueden darse dos soluciones: si más se toma como sustantivo en el significado de mayor cantidad o número, el sujeto es singular, y también ha de serlo el verbo; si se toma como adjetivo sustantivado subentendiéndose personas (o el sustantivo que vaya luego), el verbo debería ir en plural. No obstante, esta explicación no es satisfactoria, porque al decir más personas, este plural hace inoportuno e inútil el complemento de uno. Leyendo los dos pasajes siguientes, se nota que disuena menos el singular:


«Más de un naufragio nuevo nos avisa
Que no por frecuentados son tranquilos».


(Bartolomé de Argensola, Epístolas, «Yo quiero, mi Fernando, obedecerte»)                



«Más de un héroe han debido sus laureles,
No al suyo, de que nadie fue testigo,
Sino al valor de sus soldados fieles».


(Bretón, Desvergüenza, IX)                


128 (número 1035). No puede admitirse que el primero a sea galicismo, porque Mariana lo usa varias veces y lo mismo se halla en otros buenos escritores del mejor tiempo; verbigracia «Los mismos que sentían diversamente, eran los primeros a besalle la mano» (Historia General de España, XVIII, 9). «Eran los primeros a poner las manos en los enemigos» (Mendoza, Guerra de Granada, II). «Fueron los portugueses los primeros a obedecerle» (Melo, Guerra de Cataluña, III). Saavedra dice: «Fue el rey el último a saberlo» (Empresa XXX).

129 (número 1051). Don Marco Fidel Suárez en sus Estudios gramaticales (Madrid, 1885) ha esclarecido los usos de cuyo con tanta agudeza y erudición, que creo conveniente condensar aquí (con alguna insignificante modificación) la parte de su estudio que limita la doctrina de Bello.

Cuyo, como pronombre relativo posesivo lleva siempre un antecedente que representa el poseedor; pero no es necesario que este antecedente esté inmediato. «Las primeras gentes extranjeras que después de fenecido el señorío de los reyes antiguos en España, hallamos haber entrado por ella contra sus regiones orientales, fueron naturales de la tierra que llamamos agora Francia, moradores en la provincia donde también fueron después edificadas las poblaciones de Narbona, y de Mompeller y de Marsella, cuya venida tocan sumariamente nuestros coronistas españoles» (Ocampo, Crónica de España, II, 3); aquí aparece con claridad que el antecedente es las primeras gentes extranjeras.

  —497→  

Hállase otras veces usado cuyo en casos en que se requiere alguna atención para desentrañar el antecedente, o por su distancia o por lo poco habituados que estamos hoy a ver enlazadas con relativos frases que no tienen una conexión estrecha. «Sículo floreció más de doscientos años antes de la guerra de Troya. En cuyo tiempo, o no muchos años después una gruesa flota partió de Zacinto» (Mariana, Historia General de España, I, 12); cuyo quiere decir del cual, de Sículo. «Caracalla probó en su cuerpo el cuchillo de Marcial; Heliogábalo las armas de los pretorianos; cuya osadía ha sido alabada y agradecida en todos tiempos» (Márquez, El Gobernador cristiano, I, 8); cuyo vale de los cuales, de Marcial y de los pretorianos.

Lo encontramos además en los buenos escritores, como relativo correspondiente a las frases demostrativas de esto, de eso, de suerte que se dice por cuya causa como por causa de esto, a cuyo fin como a fin de conseguir: «Las provincias que se dan con demasía al deleite de las ciencias, olvidan con facilidad el ejercicio de las armas, de que se tienen en España suficientes ejemplos, pues todo el tiempo que duró el echar de sí el pesado yugo de los sarracenos estuvo ruda y falta de letras, para cuyo remedio fundaron los reyes las universidades y colegios» (Navarrete, Conservación de monarquías, XLVI); para remedio de lo cual, de esto. Por extensión corresponde a otros complementos formados con la preposición de; así, habiendo hablado de los Pirineos, escribe Mariana cuyas cordilleras, porque se dice las cordilleras de los Pirineos, y después de nombrar la batalla de las Navas de Tolosa, pone Cascales cuya victoria, porque se dice la batalla de las Navas.

Como en el uso moderno no percibimos ya la idea de posesión en estas frases, que son a menudo fórmulas establecidas, ha nacido el abuso de emplear el relativo cuyo en circunstancias en que no corresponde a complemento alguno con de en sentido estricto o extensivo de posesión: «Le regaló un aderezo y un vestido, cuyo aderezo era de brillantes»; aquí cuyo aderezo es meramente este aderezo, o aderezo que.

Bello, no haciendo la debida distinción, ha abarcado en su censura el último caso, a todas luces impropio, y el anterior, fundado en el empleo más extenso que nuestros mayores hacían de los relativos, y en particular del posesivo, y que en ciertos modos de hablar está arraigado en la lengua actual por una larga tradición. Sin embargo, como hoy no se usa referir el relativo cuyo a un antecedente lejano y mucho menos a un concepto significado por una proposición o un infinitivo, ya no interpretamos conforme al uso antiguo ciertas fórmulas que tenían aquel valor normal. Por tanto, y no siendo de necesidad absoluta la conservación de locuciones en que se petrifica una voz que tiene vida independiente, es todavía atendible la censura de Bello, aunque no sean del todo valederas las razones en que la apoya.

130 (número 1068). En el Diccionario se encuentran cualquiera, quienquiera, dondequiera, doquiera, siquiera, escritos en una sola palabra, pero cuando quiera, como quiera, en dos. Una vez que el uso en   —498→   éstos es vario, sería de desear que la ortografía se uniformase, y que se escribiesen todos como los primeros, en que no hay discrepancia.

De quequiera se hallan ejemplos en todo el siglo XVI: «Quequiera que ello sea, yo lo sabré presto de mi primo Náucrates» (Villalobos, Anfitrión, folio 39, Sevilla, 1574). «Quequier que sea, presto lo sabré» (Los menecmos de Plauto, folio 78 v.º, Amberes, 1555). «Te suplico que la comida sea templada y de poco gasto; para mí quequiera me basta» (El Milite glorioso, folio 27 v.º, ibid). «Parecile un Juan de buena alma, y que para mí bastara quequiera» (Alemán, Guzmán de Alfarache, I, 1, 3). «Ése tendrá mejor derecho para sucedelle que todos los demás, quequier que aleguen en su defensa» (Mariana, Historia General de España, XIX, 20).

131 (número 1071). Como quier que se usaba también en el mismo sentido causal que el simple como: «El caballo del Rey don Rodrigo, su sobreveste, corona y calzado sembrado de perlas y pedrería fueron hallados a la ribera del río Guadalete; y como quier que no se hallasen algunos otros rastros dél, se entendió que en la huida murió, o se ahogó a la pasada del río» (Mariana, Historia General de España, VI, 23). Como quiera que se usa todavía en este mismo sentido: «Como quiera que este carbón despide un humo espeso, lleno de partículas sulfúreas y bituminosas, que por la humedad del aire (particularmente en invierno) no puede subir a una altura proporcionada... resulta de aquí que el aire que en ella se respira es muy perjudicial». (Moratín, Obras póstumas, tomo I, página 193).

132 (número 1099). El infinitivo hace de predicado no sólo mediante el verbo ser, sino también con parecer, semejar; lo mismo que se dice «Los edificios parecían desplomados», se dice «Los edificios parecían desplomarse»; y en uno y otro caso se reproduciría el predicado por el acusativo neutro lo: «no lo parecen».

133 (número 1100). El infinitivo puede servir de predicado del complemento acusativo que acompaña a verbos significativos de actos mentales perceptivos; gramaticalmente lo mismo es «Los vi rotos», que «Los vi romperse»; rotos y romperse predicados de los; lo mismo «Lo oí ronco», que «Lo oí enronquecer»; ronco y enronquecer predicados de lo.

Consérvase este giro cuando el complemento es un nombre apelativo, especialmente si va después del infinitivo; en este caso parece que el nombre y el infinitivo forman una proposición que constituye el verdadero acusativo.


«¡Oh Dios! ¿Por qué siquiera,
Pues ves desde tu altura
Esta falsa perjura
Causar la muerte de un estrecho amigo,
No recibe del cielo algún castigo?».


(Garcilaso, Égloga I)                


  —499→  

«¿No oirás el dulce nombre
De madre, ni verás los tiernos hijos
Con apacible juego rodearte?».


(Jáuregui, Aminta, I, 1)                



«Yo vi sobre un tomillo
Quejarse un pajarillo».


(Villegas, Cantilena VII)                



«... Discreto, como suele
El que mira pasar otro delante».


(Lope de Vega, Circe, I)                



«Yo vi del polvo levantarse audaces
A dominar y perecer tiranos».


(Moratín, Elegía a las Musas)                


Sin embargo, el uso está muy lejos de ser constante en este caso: «Claro está que no era hecho de la Filosofía dejar ir solo al inocente en su viaje» (Villegas, traducción de Boecio, I, 3). Cuando el acusativo debiera ser un pronombre, se prefiere darle la forma del dativo si el infinitivo lleva acusativo: «Le oímos cantar dos arias»; «Me acuerdo haberle oído decir muchas veces hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante» (Cervantes, Quijote, I, 5). Si el acusativo fuere un nombre propio, o un apelativo precedido de un pronombre posesivo, es en todo caso forzoso el uso de la preposición: «Oí cantar a tu prima»;


«Yo estaba en lo más alto del collado
Donde mis redes hoy tendido había,
Cuando bien cerca vi pasar a Aminta».


(Jáuregui, Aminta, IV, 2)                


Estos giros son trasuntos de las proposiciones infinitivas de los latinos; salvo que unas veces por asimilarlos al caso en que el acusativo es un sustantivo («le oí quejas», «le manda cosas imposibles»), y otras veces por la necesidad de emplear la preposición a, ha venido a convertirse el acusativo en dativo, formando el infinitivo una proposición que, aunque dependiente de la primera, no tiene carácter tan determinado como cuando el infinitivo era mero predicado420.

134 (número 1106-7). En la nota sobre el infinitivo (70, f) queda explicado el uso de éste en frases interrogativas y relativas como equivalente del subjuntivo latino. No hay diferencia esencial entre el que empleado con haber o tener y un infinitivo, ya se refiera a un antecedente expreso o tácito, ya falte éste completamente; en ambos casos forma una   —500→   frase relativa nacida de fusión analógica de otras dos: «No teníamos, no había que comer» proviene de «No teníamos, no había de comer» + «No teníamos, no había que comiésemos». En «No había pan que comer» la frase relativa conserva su valor adjetivo modificando el sustantivo pan; en «No había que comer» se sustantiva refiriéndose a un nombre tácito como cosa; generalizada la locución, se empleó con verbos intransitivos y con transitivos tomados en absoluto, y como en este caso no hay sustantivo a que pueda referirse el relativo, éste con el infinitivo tiene el sentido de un sustantivo que representa la acción del verbo. Formado así un modo especial de conjugar los verbos para significar deber o precisión, se ha dislocado el orden de los términos: «Tengo unas cartas que escribir», «Tengo que escribir», «Tengo que salir», «Tengo que escribir unas cartas» siguen los mismos pasos que «He unas cartas escritas», «He escrito», «He salido», «He escrito unas cartas». El sentido de necesidad en aquellas frases nace de las circunstancias: «No salgo porque tengo que escribir» sugiere la obligación o precisión de igual manera que «No salgo porque tengo trabajo, costura, correo» (Compárese el latín, mihi opus, usus, cautio est; nobis pugnandum est).

No es aceptable la explicación del infinitivo que da el Autor suponiendo la elipsis de poder, deber: «Mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta» (Cervantes, Quijote, I, 2); aquí en lugar de pudiese remediar sería admisible poder remediar, y por consiguiente no cabe suponer que se subentienda el mismo verbo en un modo personal.

Efecto también de fusiones analógicas son las locuciones que menciona el Autor en los números 1108 y 1111: «Falta que probarlo» resulta de «Falta que lo prueben» + «Falta probarlo»; «No sabe si retirarse» de «No sabe si se retire» + «No sabe retirarse». Las del número 1110 están explicadas en la nota 70, f.

135 (número 1114). El adjetivo verbal en ante, ente, se usó antiguamente como verdadero participio activo, de lo cual ha allegado bastantes ejemplos mi amigo el señor Caro en su Tratado del participio, capítulo VIII. He aquí otros: «Sea curada con polvos crecientes carne» (Libro de la montería, libro II, capítulo V);


«Era en el primero, teniente en la diestra
La foz incurvada, el grand Cultivante»421.


(Marqués de Santillana, Comedieta de Ponza, copla XCI)                


  —501→  

Este uso participial se conserva hoy como petrificado en compuestos por el estilo de fehaciente, lugarteniente, terrateniente, poderdante, poderhabiente, cuyo tipo sintáctico vivo nos ofrece este verso del Libro de Alexandre (1370):


«Estos son caualleros espadas cinientes».


La dificultad, si no imposibilidad, de resucitar este participio se arguye de la extrañeza que causa en lenguaje moderno: «Háblese de ellos como de hombres divinos, bajados del cielo, y no reconocientes superior en la tierra» (Martínez Marina, Discurso sobre el origen de la monarquía). La locución de este pasaje es fórmula antigua.

136 (número 1137). En la primera edición de esta Gramática decía el Autor: «Casos hay también de dos negaciones consecutivas, que tienen el valor de una sola: ni menos, ni tampoco». Esto lo comprendo; como él lo varió y aparece hoy, me parece contradictorio.

137 (número 1146). Merecen especial mención aquellas frases, tan comunes en griego, que agrupan en torno de un solo verbo dos voces interrogativas: «Dorotea es discreta, Felipa es boba, ¿cuál puede engañar a cuál?» (Lope, Dorotea, IV, 7). «Sea él tan honrado que con una espada en la mano salga a reñir conmigo y veremos quién mata a quién» (Chaves, Relación de la cárcel de Sevilla, II).


«¿Quién, decid, agravia a quién?».


(Calderón, El médico de su honra, III, 2)                



«Yo no sé en este belén
Quién de ellos engaña a quién».


(Bretón, ¡Qué hombre tan amable!, III, 10)                



«El que todo lo gobierna
Me trajo a esta habitación,
Para que al verte salir,
Pudiera a tus pies gemir
Implorando compasión:
-¡Quién la pide a quién!».


(Hartzenbusch, Primero yo, IV, 3)                


138 (números 1164-5). Me parece que no pueden separarse los hechos que expone el Autor en los números 978, 979, 981, de los que explica en los números 1164 y 1165, como que todos se derivan de un mismo principio, según va a verse.

Era común en griego y en latín realzar un término enfático trasladándolo de la proposición subordinada a la subordinante, y el castellano heredó esta práctica, así la conocida frase de Cicerón: «Nosti Marcellum quam tardus et parum efficax sit, itemque Servium quam cunctator» (Fam., VIII, 10). Se halla traducida de este modo por P. S.   —502→   Abril: «Ya tú conoces a Marcelo cuán flemático es y cuán de pocos negocios, y a Servio cuán amigo de dilatarlos» (folio 78, Barcelona, 1592), donde la construcción normal sería: «Nosti quam tardus sit Marcellus», «Conoces cuán flemático es Marcelo».


«Mira Nerón de Tarpeya
A Roma como se ardía».


(Romancero, R. X., p. 3931)                


Pero es mucho más común en nuestra lengua convertir la proposición interrogativa en relativa que modifica al sustantivo trasladado de la proposición subordinada a la subordinante: «Dígame qué camino he de seguir» pasa a «Dígame el camino que he de seguir»; «Averigüe en qué casa vive» a «Averigüe la casa en que vive». De aquí proviene que muchos verbos se construyen de un modo u otro, y que la construcción relativa nos parezca con frecuencia la natural, aun cuando en latín, por ejemplo, sería menester emplear la forma interrogativa. «Abre los ojos, miserable, mira el camino que llevas y adónde vas» (Granada, Oración y meditación, I, martes en la noche).

Lo más singular es la correspondencia que establece el uso entre pronombres y adverbios interrogativos por una parte y frases en que figuran el artículo y el relativo por otra; así cuál parece resolverse en el que, para convertir la frase de interrogativa en relativa: «No sé cuál elegirán > No sé el que elegirán».


«De todas aquesas penas,
¿Qué sé la que sientes más?».


(Calderón, La dama duende, I, 6)                


Qué, neutro, se resuelve en lo que: «No sé qué dice» > «No sé lo que dice». «Ya sé lo que intentas» (P. S. Abril, Terencio, Andria, IV, 2; el original: «Scio quid conere»). «No sabéis lo que pedís» (Cipriano de Valera, San Mateo, XX, 22; la Vulgata: «Nescitis quid petatis»).

Cuánto > lo que, lo mucho que: «Dígame cuánto costó» > «Dígame lo que costó». «No sabe cuánto la quiere» > «No sabe lo mucho que la quiere». «Vuestra merced no deje de escribirme, pues sabe lo que me consuelo» (Santa Teresa, Cartas, II, 45). «Ponderoles lo que deseaba su bien» (Solís, Conquista de México, II, 12).


«A la pulga la hormiga refería
Lo mucho que se afana,
Y con qué industrias el sustento gana;
De qué suerte fabrica el hormiguero;
Cuál es la habitación, cuál el granero».


(Iriarte, Fábulas, IX)                


  —503→  

Cuán con un adjetivo o un adverbio > lo... que: «No sabe cuán útiles son tales instrumentos» > «No sabe lo útiles que son tales instrumentos»; «Ya ves cuán pronto pasan» > «Ya ves lo pronto que pasan». «No sabe usted lo asustada que estoy» (Moratín, El sí de las niñas, III, 11). «Conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda» (el mismo, La escuela de los maridos, I, 1).

La misma correspondencia o conversión se observa en las frases exclamatorias y admirativas: «¡Oh lo que él se ha holgado con sus cartas!» (Santa Teresa, Cartas, I, 64).

La coexistencia de las dos construcciones ha dado margen a que se confundan cuando interviene una preposición; dícese normalmente: «Sé a qué blanco tiras»; «Sé el blanco a que tiras»; y de aquí «Sé al blanco que tiras». Construcción la última tan genial del castellano, que es casi exclusiva cuando se trata de la combinación el que, la que, etc. «Mira de la manera que se hila un copo de lana en un torno» (Granada, Oración y meditación, I, martes en la noche). «Dinos ahora a lo que vienes» (Lope, Dorotea, V, 7). «Mira el camino que llevará por aquella nueva región, y en lo que finalmente parará, y cómo será juzgada» (Granada, ibid, miércoles en la noche).

Igual cosa sucede en las exclamaciones, «¡A lo que obliga el amor!» (Moratín, El sí de las niñas, II, 13).

No para aquí la confusión de las dos fórmulas, sino que se repite la preposición; giro desaliñado que no se admitiría hoy422: «Quisiera que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto para darte a entender, Panza, en el error en que estás» (Cervantes, Quijote, I, 15).


«Veníos conmigo y veréis
En el engaño en que estáis».


(El mismo, La Entretenida, II)                


Los ejemplos siguientes, y más que pudieran citarse, demuestran, que nuestros escritores sentían en la frase traspuesta una proposición interrogativa, que debía concordar con el singular masculino (número 1166): «Baliñí, sabido la poca gente con que el conde se acercaba, dicen que lo escribió a su rey» (Coloma, Guerras de los Estados Bajos, VIII). «Sabido por el virrey y audiencia los aparejos de guerra que Pizarro y otros hacían en el Cuzco, despacharon provisiones llamando gente con armas para servir al rey» (Sandoval, Historia de Carlos V, XXVII, § 7). «En las demás ciencias matemáticas también es sabido los autores que escribieron en verso» (Covarrubias y Orozco, Emblemas, folio 7; Segovia, 1591).

139 (número 1067). La combinación tanto más o menos cuanto que (donde el que se debe acaso a la influencia de tanto más que), a pesar   —504→   de la justa censura del Autor, parece ya irremediablemente arraigada. En las últimas ediciones de su Gramática preceptúa la Academia: «Siempre que siga al adverbio tanto el de comparación más, deben tener por correlativos los vocablos cuanto que, verbigracia: «tanto más me empeño en acabar hoy esta obra, cuanto que no me podré dedicar mañana a ella» (página 179, Madrid, 1904). Si este precepto obliga en conciencia, es cosa que no me atrevo a decidir.

140 (número 1177). Mariana usa el participio adjetivo con enclíticos, quizá a imitación de los italianos: «Respondió que los que desamparaban la fe no podían ser restituidos al grado que antes en la Iglesia tenían; que, impuéstales la penitencia, y hecha la satisfacción conforme a sus deméritos, podrían empero ser recibidos, mas sin volverles la honra y el oficio sacerdotal» (Historia General de España, IV, 10; item, X, 10).

141 (número 1182). Para enlazar una proposición subordinada con la subordinante nos valemos de una voz relativa sola (que, cual, el cual, cuyo, cuanto, cuando, si), o de combinaciones en que figuran éstas, ora formen un compuesto ortográfico, como aunque, porque, ora se escriban separadas, como con que, desde que, hasta que, para que, en tanto que, a tiempo que, luego que, luego como, así que, así como. De aquí se ha originado una fusión semejante a la que se explica en la nota siguiente. Mientras, originariamente domientre, demientre, demientra, es la combinación latina dum interim, dum interea (Hand, Tursellinus, II, 314); guardando unas veces el valor relativo del primer componente dum, excluía el que («Dezitmelo demientre avedes la memoria», Berceo, Santa Oria, 172); y guardando otras el valor demostrativo de interim, lo admitía («Demientre que el visco todo lo propusieron», Berceo, Santo Domingo, 286). La misma vacilación ocurre en los equivalentes italiano y provenzal, y la forma originaria domientre se halla en castellano con el valor de interim, entre tanto («Auriemos hy un rato assaz que deportar; Yrsenos ye domientre guisando de yantar», Libro de Alexandre, 2348; item, 1844); de modo que la variedad de oficios tiene aquí fundamento etimológico. Pues, nacido de post, significaba después, y era ya adverbio («Nin pues nin ante», Berceo, Sacrificio de la misa, 58), ya preposición, como en pues que, combinación frecuentísima en los primeros tiempos de la lengua significando después que («Pues que fuere fallado, reciba muerte», Fuero Juzgo, II, I, 6), del cual sentido pasó al causal («Pues que en estos lugares que había de haber tan buenos homes et que eran tan amigos de Dios, hobo buenos et malos, non es maravilla si los ha entre las otras gentes», Partidas, I, 5, 47). A medida que fue cayendo en olvido como adverbio y limitándose el uso preposicional a la combinación dicha, se igualó a los adverbios relativos de significación análoga, cuando, como, si («Pues fueren en vuestro poder», Cid, 2105; «Pues trabajo me mengua», Sem. Tob., 35). En Berceo se halla fasta por fasta que («Estalo esperando fasta faga tornada», Sacrificio de la misa, 69; item, 40), pero sin duda por el uso común de esta preposición en otras combinaciones no se arraigó la omisión del que.

  —505→  

La misma tendencia a omitir éste para dar a complementos el valor de adverbios relativos se observa hoy en España, donde escritores desaliñados dicen en tanto llega por en tanto que llega, una vez le hayan derrocado por una vez que le hayan derrocado.

142 (número 1182). La semejanza de sentido y funciones ideológicas que entre sí tienen algunas frases adverbiales, adverbios y preposiciones, da ocasión a que conmuten también sus oficios gramaticales. Con los adverbios enfrente, encima es normal el uso de la preposición de, porque depende de los sustantivos cima y frente que entran en su composición y tiene ella igual valor que en las frases adverbiales en torno del altar, en medio o en mitad de la plaza. Estos adverbios y frases adverbiales han asimilado a sí voces que en su origen fueron preposiciones, de modo que hoy introducimos el de donde antes se dijo cerca Valencia (Cid, 3316), delant los coraçones (ibid, 715); más completa ha sido la asimilación en las antiguas preposiciones empos, encontra, que ahora son las frases adverbiales en pos de, en contra de; tras conserva hoy los dos oficios preposicional (que es el originario) y adverbial. Por el contrario, las preposiciones atraen a su grupo e igualan a sí adverbios y frases adverbiales que naturalmente se construyen con de: bajo el techo, dentro los montes (Mariana), encima el polo (Valbuena), en medio el bosque (el mismo), en torno los tizones (Ercilla). Ilústrase el último procedimiento con la conversión de los complementos a la orilla de, a la ribera de en preposiciones por los grados que indican estos ejemplos: «Pasado Toledo, a la ribera del mismo río, está asentada Talavera» (Mariana, Historia General de España, I, 4); «Estaba Fernán Antolínez devoto oyendo misa, mientras a las orillas del Duero el conde Garcí Fernández daba la batalla a los moros» (Saavedra, Empresa XVIII); «¿Quién hay que quiera morar en lugares pequeños que ninguna defensa tienen, ribera de la mar en tiempo que andan corsarios por ella?» (Ávila, Eucaristía, IX);


«Estaba pensando en ti
Cuando orillas desta fuente
Vi tus perros».


(Lope, El hombre de bien, I, 2)                



«Aunque traigo vestidos de gitana,
Nací en Medina, y no ribera el Nilo».


(El mismo, El arenal de Sevilla, II, 2)                



«¿Qué pasatiempo mejor
Orilla el mar puede hallarse,
Que escuchar el ruiseñor,
Coger la olorosa flor
Y en clara fuente lavarse?».


(Gil Polo, Diana, III)                


  —506→  

143 (número 1184). Todavía en el siglo XVII concordaban con el sustantivo siguiente excepto, durante, mediante, obstante, embargante, como antes se había hecho, según se ve en los pasajes siguientes: Excepto: «Llamo yo aquí letras consonantes a todas las del ABC, eceptas las cinco vocales» (Pedro de Alcalá, Arte para ligeramente saber la lengua arábiga, capítulos III y IV); «Hágale que desde entonces las ordene todas (las buenas obras) para este efecto, exceptas las que fuere obligado o quisiere aplicar para satisfacer por otros» (Azpilcueta Navarro, Manual de confesores, XXV, 28, Valladolid, 1570); «Todas las ciudades de éstos fueron arrasadas... exceptas tres, que estaba dispuesto por orden de Dios que quedasen» (Márquez, El Gobernador cristiano, II, 31, Pamplona, 1615); «Eceptos Josué y Caleb» (el mismo, I, 29). Durante: «No se había tratado de otra cosa... durantes aquellos meses» (Coloma, Tácito, Historias, I, § 3, página 639, Douay, 1629); «Sin acordarse del peligro a que había puesto el rey todas sus fuerzas por socorrelle, ni el haber embolsado durantes las guerras pasados de doscientos mil ducados» (el mismo, Guerras de Flandes, VII (página 245, Amberes, 1625). Mediante: «Lo que después se hace mediantes los actos exteriores, es la ejecución desta determinación de la voluntad» (Palacios Rubios, Esfuerzo bélico heroico, XXIV); «Que Plancina fuese absuelta, mediantes los ruegos de Augusta» (Coloma, Tácito, Anales, III, página 153, Douay, 1629). Obstante: «Estatuimos que las mujeres viudas puedan libremente casar dentro en el año que sus maridos murieren, sin alguna infamia, no obstantes cualesquiera leyes de fueros e ordenamientos» (Ordenamientos reales, V, 1, 5; item, V, 9, 3, y Novísima Recopilación, X, 2, 4); «Non obstantes estos impedimentos, plugo a la sabiduría soberana alumbrar las tinieblas de mi entendimiento» (Pedro de Alcalá, ubi supra, prólogo); «Era imposible vencer la tormenta, no obstantes los ayunos y oraciones que se habían hecho» (Márquez, ubi supra, I, 22). Embargante: «Non embargantes cualesquier mis cartas e albalaes» (Cortes de Zamora, año 1432); «Non embargantes cualesquier mercedes» (Cortes de Toledo, año 1436); «Non embargantes cualesquier cartas» (Ordenamientos reales, IV, 1, 6).

Es de creer que los más de estos adjetivos se hicieron invariables por la frecuencia con que se emplean con una proposición encabezada por que: no obstante que, mediante que. Igual transformación y por igual camino experimentó atento; formaba cláusulas absolutas significando atendido, considerado: «Se ha de resolver la cuestión atento sólo el derecho divino y natural» (Márquez, El Gobernador cristiano, I, 16): «Atenta la propiedad de la lengua original» (fray Luis de León, Job, XXXII); con una proposición: «fue determinado que no había ganado, atento que quedaban dos lanzas aún por correr» (Pérez de Hita, Guerras de Granada, I, 9); invariable: «Proveyó que atento la religión y observancia de aquella ciudad y de todo el reino, la Inquisición se quitase» (Mariana, Historia General de España, XXX, 1); «Atento una ley de la Recopilación» (Hevia Bolaños, Curia filípica, I, 8). Estos usos están hoy olvidados.

  —507→  

El adjetivo incluso, común en cláusulas absolutas, verbigracia: «En abrir el canal se emplearon nada menos que cuarenta mil ochocientos diez y ocho indios, inclusas mil seiscientas sesenta y cuatro mujeres cocineras» (don Luis Fernández Guerra y Orbe, Alarcón, parte I, capítulo XIII), se usa en lo moderno de la misma manera que excepto: «La misma dureza de su carácter y la briosa inflexibilidad de su genio hacían más vehemente en ella toda pasión, incluso la del amor» (Valera, El Comendador Mendoza, XIV); «Ninguna de las defensas del sexo femenino, incluso la misma de don Álvaro de Luna (que es para mi gusto la mejor de todas) puede competir en riqueza de lenguaje, en observación de costumbres, en abundancia de sales cómicas, con el donosísimo Corbacho o Reprobación del amor mundano del Arcipreste de Talavera» (Menéndez y Pelayo, Antología de poetas líricos castellanos, V, página CCXXIX).

Con frecuencia y aun por escritores conocidos se desvirtúa la construcción propia de estas cuasi-preposiciones interponiendo una preposición que suministra la analogía de otra locución sinónima; así con el de que llevan a pesar de, sin embargo de, dicen: «No obstante de ser inmenso el auditorio» (Isla, R. XV, página 1471; item, página 5281). «No embargante de ser poetas» (el mismo, ibid, página 921; item, página 832); con la a de en atención a dicen «Mediante a que de especial comisión nuestra ha sido examinada» (documentos en Carvajal, Salmos, I, página XXIII); «Mediante a lo que ha propuesto» (documentos en Mora, Sinón, página IX). Descuidos son éstos que a todo trance deben evitarse.

144 (número 1214). Así que, aunque era poco común, no era desconocido en el siglo XVII: «El soldado, así que se satisfizo de la verdad, por volver por su reputación, puso por obra la venganza» (Vida y hechos de Estebanillo González, II; y dos veces más en el capítulo V). «Así que entró en Castilla, fue amolador; luego se acomodó por criado de un panadero de Corte» (Santos, El no importa de España, página 222, Madrid, 1667). Así que es fusión de así como y luego que.

145 (número 1220). Hoy no se dice ya aun bien que, sino a bien que, frase de diferente origen.


«Una cosa te quería
Decir, pero ya la dejo;
A bien que a mí no me importa».


(Moratín, La Mojigata, II, 10)                


146 (número 1242). En la frase cuanto más, ha perdido ya cuanto la entonación interrogativa, por lo cual no se le pinta el acento.

147 (número 1243). No sólo con desde empleamos por término una oración completa, sino también con hasta: «Duraron estas prácticas loables hasta pocos años ha» (Villanueva, Viaje literario, tomo XIV, página 115). «Todavía hasta hace poco han sido en España las historias más celebradas entre el vulgo las que refieren los altos hechos de bandidos» (Valera, Disertaciones y juicios literarios, página 35). Es menos   —508→   frecuente con de: «La difusión del lujo data en España de hace treinta o cuarenta años» (el mismo, ahí mismo, página 188). Esto proviene de que las frases poco ha, hace un año, por efecto de su uso frecuentísimo se han igualado a adverbios y complementos de tiempo. Como se dice «llegó ayer», «está aquí desde ayer», ha sido fácil el tránsito de «llegó hace un mes» a «está aquí desde hace un mes».

Sobre la expresión ahora un año véase la nota 104.

148 (número 1261). Pero, unido a que, formaba en los tiempos más remotos de la lengua un adverbio equivalente de aunque, y omitido el que, asumía el primero fuerza de adverbio relativo; de todo esto se ven ejemplos en el Poema de Alejandro, y con ellos se comprueba el oficio primitivo de pero, que fue de adverbio demostrativo, según indica el Autor. Véase la nota 141.

149 (número 1283). Nuestra conjunción copulativa presenta ejemplar interesante de la suerte que las más veces corren con el tiempo las diversas formas que toma una palabra como efecto de la relación fonética en que viene a encontrarse con otra palabra inmediata. El carácter proclítico de la conjunción latina imagent impidió que se diptongara la e breve en castellano; sin embargo, al hallarse e delante de palabra que comenzase con la misma letra, era preciso reforzar la primera vocal y en cierto modo acentuarla para darle cuerpo y no dejar que se confundiera con la siguiente; de donde en vez de la madre e el padre se dijo la madre ie el padre, y de aquí la madre iel padre, la madre y el padre. En el Fuero Juzgo (excepto en el título preliminar, que en la edición de la Academia no corresponde al mismo dialecto de lo restante de la obra) se halla observada con bastante regularidad la regla de emplear y, hy antes de e, y e, et en los demás casos. Lo mismo en la especie de pastorela del siglo XIII publicada por el señor Morel-Fatio en el tomo XVI de la Romania, páginas 368-373.

La costumbre de representar la conjunción copulativa con un signo ideológico más que fonético, no siempre bien interpretado en las ediciones por medio de et, impide saber la extensión con que se aplicaba esta regla en otros libros; pero es imposible que no haya conexión histórica entre el uso del siglo XIII y lo que se observa desde mediados del siglo XV hasta principios del XVI. En la Crónica de don Juan II, por ejemplo, en las obras de Diego de Valera, de Pulgar, en el Amadís de Gaula, en la Glosa del Comendador Griego al Laberinto de Juan de Mena, es raro hallar y como no sea antes de e, aunque ya asoma la tendencia a usar esta forma fuera de su lugar. En Gonzalo Fernández de Oviedo aparece completa la confusión, y a pocas vueltas y lo invade todo, no dejando puesto a e sino cuando la palabra siguiente empieza por i. Cosa parecida acontece con o: según el uso corriente no se dice u sino antes de o, pero en algunos escritores, como Quevedo y Santa Teresa, se halla antes de otras letras, y entre el vulgo hay quienes no emplean sino esta forma. Ciento y cien forman igualmente una ditología   —509→   sintáctica, y vemos que ya empieza cien a emplearse en casos en que no es proclítico.

150 (página 364). El autor a quien aquí se hace relación (Hermosilla, en sus Principios de Gramática general) comete además dos errores de no poca monta: 1.º Creer que en griego un mismo verbo significa ir y ser, porque en la primera persona del presente (salvo el acento) concurran ambos sentidos; 2.º Decir que fui, fuera, etc., pertenecen en propiedad a ir. En griego las dos raíces imagen (sánscrito as), ser, imagen (sánscrito i), ir, coinciden casualmente en el presente, como en castellano creer y crear, que hacen yo creo. Así como en francés se dice j'ai été vous voir por je suis allé vous voir, lo mismo en castellano yo fui, por una especie de metonimia en que se toma el consiguiente (estar en Roma) por el antecedente (haber ido a Roma), ha pasado de la conjugación de ser a la de ir: «Pláceme de ir a do tu quisieres... et desque allí fuéremos te contaré algunas cosas con que hayas placer» (Calila e Dymna). Recuérdese además que hoy usamos de igual manera el verbo estar: «Una mañana, después de oír misa con don Valentín, estuvo doña Blanca a visitar a doña Antonia» (Valera, El Comendador Mendoza, X).

151 (página 379). Que el verbo latino iocari pudo dar y dio en castellano iogar, es cosa cierta, como que tal forma se lee en el Cid, en Berceo, en el Alexandre y en el Fuero Real; ahora, que este verbo nacido de iocari tuviese realmente en algún tiempo el mismo sentido que yacer en los lugares indicados del Fuero Juzgo y de las Partidas es harto dudoso. No sé que lo haya usado otro que Cervantes; y para mí tengo que, habiendo visto éste en el Fuero Juzgo y en la Crónica general el pretérito yogo de yacer, se forjó el yogar que usa en los capítulos XLV y LII de la parte segunda del Quijote, primero remedando el habla rústica y después mezclando la familiar con la arcaica de libros caballerescos. Nótese además que iogar en aquellas obras antiquísimas es la forma natural de jugar, como ioglar y logar lo son de juglar y lugar, y no sería fácil explicar cómo aquél se dividió en las dos formas jugar y yogar; a no ser que supongamos una fusión de iogar y yogo, yoguiera, allá en los tiempos en que éstas coexistían. Sobre la pronunciación antigua de la j véase la nota 1.

Adición a la página 455. Con los verbos que han fijado la vocal han de contarse vedar y templar, que diptongaban la imagen del latín vimagento, timagenmpero (afín de timagenmpus, tiempo); de vieda, viede se hallan todavía ejemplos a principios del siglo XVI (Rodríguez Villa, Bosquejo biográfico de la reina doña Juana, página 118); tiempla, tiemple siguieron usándose hasta el siguiente, según se ve sucesivamente en la Celestina, en Santa Teresa y en Lope de Vega. Arriedra de arredrar guarda con rimagentro la misma correspondencia que piedra con pimagentra, y aparece todavía en las obras de Lope de Rueda, Hurtado de Mendoza y fray Luis de León.

  —510→  

Adición a la nota 80. El señor K. Pietsch (The spanish particle he, Chicago, 1904) discute con exquisita erudición y sana crítica las explicaciones que se han dado de he, y prueba que ni la historia, ni la fonética en la semasiología se oponen a que sea imperativo de haber. Sólo quedan dudas en cuanto a la relación de he con fe. Por otra parte el imperativo habe se halla en escritos tan antiguos como he, ahé, de modo que ya en ese tiempo no se percibía conexión entre las dos formas.

Adición a la nota 141. Según es otro ejemplo de la conversión de una preposición en adverbio relativo. Véase Gramática, número 987.