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Fábula de Acteón



I

   De un alma89 que fue vestida
con dos cuerpos, de hombre y fiera
y de otra alma que, regida
de un cuerpo90 más que de cera,
fue cual piedra endurecida,  5
de un milagro y de otro extraño
diré, y de un dolor tamaño, que pocos lo conocieron,
sino aquellos que supieron
lo que yo sé91, por mi daño.


II

   ¡Oh tú, que, para mi mal,  10
sola en el mundo naciste,
bella, cruel, desleal,
sabia, y que de todo fuiste
modelo y original,
oye lo que cantar quiero:  15
verás en ciervo ligero
mudado al señor de Tebas92,
do el tormento que en mí pruebas
fue figurado primero.


III

   Con poco que estés atenta,  20
en sus trabajos verás
los de aquel que te los cuenta,
y si quiés93 saberlo más,
tu desamor y mi afrenta.
Verás sobre su divisa  25
los del que en su mal no avisa,
puestos para más despecho,
y, cual yo, el cuitado hecho
del mundo fábula y risa.


IV

   No demandaré favor  30
a aquella musa que en vano
supo decir mi dolor;
mas al celoso Vulcano,
que es el padrastro de Amor94.
La materia será el caso,  35
y su fragua mi Parnaso,
y sus golpes mis desmayos,
y mis palabras los rayos
de su fuego, en que me abraso.


V

   Una muy copiosa fuente  40
muy alegre y fresca está
en la tierra cuya gente
le nació a Cadmo de la
quijada de una serpiente,
de un monte jamás rozado,  45
de sangre nunca manchado,
cercada95 al Austro y Poniente,
descubierta al sol de Oriente
y cubierta al cierzo helado.


VI

   Y aunque, por larga costumbre,  50
de diversas ramas lleno,
que se tejen en la cumbre,
defiende el cerrado seno
del alegre sol la lumbre,
con las hojas compitiendo  55
el sol, a veces venciendo,
y a veces siendo medroso
va un claroescuro hermoso
de las sombras componiendo.


VII

   Allí, gentil, largo y liso,  60
está el árbol96 que guardó
el nombre de Cipariso,
y el otro do se escondió
Dafnes del pastor de Anfriso,
y aquel árbol que parece  65
que por Tisbe se entristece,
la fruta en sangre bañada,
que a la morisca Granada
con sus hojas enriquece.


VIII

   Y otros árboles sin cuento,  70
de los que suelen poblar
la tierra con su cimiento,
y dividir y azotar
con sus pimpollos el viento.
De una lucha entre ellos brava  75
con el que entonces soplaba
siendo cada cual herido,
un mormollo97 y un ruido
dulcísimo se escuchaba.


IX

   El sol, en ellos hiriendo,  80
iba de varios olores
otro nuevo produciendo,
y de diversos colores
otro mejor componiendo;
y así, el viento, disfrazado  85
de un nuevo color, mezclado
nuevo olor, nuevo ruido,
hiciera alegre el sentido
del más triste enamorado.


X

   Entre la arboleda estaba  90
de natural piedra viva
un güeco98 de do manaba
el agua que desde arriba
abajo se despeñaba.
Después ésta se vertía  95
sobre otra peña y corría
por un arco, parte a parte,
do natura venció al arte
y el arte a la fantasía.


XI

   Y del verdor que a la par  100
crece estaba tan cubierta,
que pocos sabían hallar
la no frecuentada puerta
para el ameno lugar.
Y así la tierra, cavada  105
del agua en ella quebrada,
hecha pequeña laguna,
no se vio en edad alguna
del todo en lumbre bañada.


XII

   El margen de césped vivo,  110
de nervosa y ciega trama
que, de tierra, al fugitivo
licor la ñudosa grama
hizo en su lugar nativo,
va las ondas terminando,  115
do esquivas cañas silbando,
y agudos juncos ludiendo99,
con blandas ovas tejiendo,
iban su curso cegando.


XIII

   Va desde aquí la corriente  120
del agua tan sosegada,
que apenas la vista siente
si corre, o si está parada;
si va a levante o poniente.
Limpia, clara, blanda y pura,  125
liviana, que se apresura
de la boca a las entrañas
de sabor y de marañas,
de olor y color segura.


XIV

   Por la suave harmonía  130
que la frecuencia confusa
de los pájaros hacía,
parece que alguna musa
la concertaba y regía.
No goza esta fuente tal  135
el ganado pastoral:
que fuente, bosque y dehesa
es de Diana, princesa
del Colegio Virginal100.


XV

   Aquí la diosa solía  140
en el caluroso estío
olvidar la montería
y en el líquido rocío
sus castos miembros metía.
Y siendo entonces llegada,  145
de sus ninfas rodeada,
arco y flechas a una dio
y otra el manto le tomó
con que vino cobijada.


XVI

   Otra con blanco cendal  150
fue limpiando del sudor
la garganta de cristal,
que derritiera en amor
al más duro pedernal.
Otra le cogió el cabello,  155
tal, que no era tal como ello
madeja de oro crespada,
y en una y otra lazada
lo añudó, y [a] Amor entre ello.


XVII

   Otra ninfa, diligente,  160
la ropa de grana y oro
le quitó liberalmente,
y descubriose un tesoro
más bello que el sol de Oriente:
descubriose el blanco pecho,  165
de masa celestial hecho:
dos montes101 y una cañada
de blanca nieve cuajada,
y el Amor allí deshecho.


XVIII

   Dos le quitan el calzado,  170
y un color se descubrió
de leche y sangre, rosado,
que cuando al suelo tocó
hizo florecer el prado.
La pierna gruesa y ceñida  175
a Elena102 dejó vencida,
y el pequeño y blanco pie
con un solo puntapié
diera a mil Narcisos103 vida.


XIX

   Y luego en el mismo instante,  180
doce de las más preciadas,
con amoroso semblante,
de sus ropas despojadas,
se le pusieron delante,
las cuatro con delicados  185
vasos de mirra colmados,
bálsamo, y ámbar, y enciensos,
y otros olorosos censos104
de los nabateos105 collados.


XX

   Las otras cuatro trajeron  190
varias suertes de conservas
que de las frutas hicieron
y de las mejores yerbas
que en todo el mundo cogieron.
Las otras, dulce comida  195
trajeron para la vida,
pues la conserva inmortal
aquella que es, por ser tal,
sólo a los dioses debida.


XXI

   Comenzaron a verter  200
sobre aquel cuerpo divino
licores, y ellos a oler,
y ¡qué olor! pues dél les vino
más que ellos pueden tener.
¡Oh venturoso licor,  205
que tuvo tanto valor,
que mereciese tocar
do no mereció llegar
el gran poder del Amor!


XXII

   De la conserva tomó  210
después desto parte poca;
no la tomó, mas la dio;
pues, metiéndola en su boca,
eterna la conservó.
Fue entre sus labios deshecha,  215
y, de serlo satisfecha,
con gran ventaja, pues que
della en breve espacio fue
la preciosa carne hecha.


XXIII

   Miró sus miembros en vago  220
cual el soberbio pavón106
(que hicieron tal estrago),
y ella y todo su escuadrón
se echaron juntas al lago.
Iban todas de arrancada107,  225
en escuadra concertada,
y así todo el lugar lleno,
cual por el cielo sereno
de grullas larga manada.


XXIV

   ¡Quién las viera libremente,  230
sin ropa al ojo importuna,
ir cortando la corriente
desde la balsa o laguna
al principio de la fuente,
donde, así como las caras,  235
las más preciadas y raras
partes que se pueden ver
no quisieron esconder
las aguas, cual vidrio claras!


XXV

   Por lo más alto del cielo  240
iba el sol, y suspendió,
de gozoso, el curso y vuelo,
y, parándose, abrasó
con sus rayos todo el suelo.
Y el viento que iba soplando  245
fuese de nuevo esforzando
con la grande claridad,
y trajo tal sequedad,
que dejó el mundo anhelando.


XXVI

   Solamente aquel lugar,  250
porque a Diana le place,
ella le hizo templar
con la virtud con que hace
menguar y crecer el mar108.
El viento no le alcanzaba;  255
y el sol tan colado entraba,
que su furor y su brío
sólo de la peña el frío
le resistía y templaba.


XXVII

   Allí Diana regía  260
sus corros, giros y danzas,
y cada ninfa hacía
las pruebas y las mudanzas
do más destreza tenía.
Cuál dellas nadó más trecho;  265
cuál dellas más a provecho;
cuál dellas se za[m]bulló,
y cuál el lago cercó,
vuelto al cielo el rostro y pecho.


XXVIII

   Ya Filodoce tenía  270
una trepa109 comenzada,
cuando, con gran vocería
y aullidos, fue alborotada
la virginal compañía;
que, siendo entonces llegado,  275
de estío y sed fatigado,
el cazador Acteón,
causó grande turbación
en el colegio sagrado.


XXIX

   Que unas dellas se escondieron,  280
en las aguas za[m]bullidas;
otras la espalda volvieron;
otras de ramas crecidas
de árboles se cubrieron.
A otras vieras sentar,  285
a otras, gritando, abrazar
a la diosa casta y clara,
y otras mirarle a la cara,
sin osarse menear.


XXX

   Otras ante él se ponían,  290
porque la vista cebase
en lo que le descubrían,
y a Diana no mirase,
que era lo que más temían:
porque es punto de primor,  295
si de pena o de dolor
se halla el hombre cercado,
escoger, si es avisado,
de dos daños el menor.


XXXI

   Otras, con ánimo puro,  300
estando en torno abrazadas
del cuerpo nada seguro,
hicieron encadenadas
un hermoso y bello muro.
Mas poco vale lo hecho;  305
que él la mira, a su despecho:
tan gentil Diana estaba,
que por cima las sobraba
con más que garganta y pecho.


XXXII

   Cual suele en playa espaciosa  310
nave rica, con despojos
de una batalla famosa,
llevarse tras sí los ojos
sin parar en otra cosa,
así, de ninfas cercada,  315
ella sola fue mirada
del que por su mal la vio,
que en sólo aquesto acertó,
para no acertar en nada.


XXXIII

   Acertola a conocer,  320
no del todo, por quien era;
que esto, a podello saber,
bien más acertado fuera
si no la acertara a ver.
Vido el rostro sin igual,  325
los topacios110 y el coral,
puestos por arte sutil,
el aljófar y el marfil,
la púrpura y el cristal.


XXXIV

   De un brazo que alto tenía  330
vio el molledo111 blanco y grueso;
la mano, que al sol vencía,
con que el duro arco de güeso112
alargaba y encogía.
Digo que miró la mano  335
que después le dio tal mano113;
mirola parte por parte;
que, aunque estaba puesto aparte,
pudo ganarle de mano.


XXXV

   Vio el cabello atado y liento114  340
y dejó enlazarse en él,
tras la vista, el pensamiento,
y éste se llevó tras dél
voluntad y entendimiento.
No supo mirar por sí,  345
hasta verse preso allí
de amor en el ciego abismo;
mas yo hiciera lo mismo
si la viera antes que a ti.


XXXVI

   Finalmente, en ella vio  350
el extremo de belleza
que en ti sola se cifró,
y el extremo de aspereza,
después del que sufro yo.
Y, como yo lo hiciera,  355
comenzó, que no debiera,
con donaire y cortesía,
a decir lo que sentía,
y ojalá más no sintiera:


XXXVII

   «Alma preciosa que digna  360
fuiste del cuerpo más bello
que la vista determina,
o seas humana, si sello115
pudieras, sin ser divina;
o seas del sublime coro,  365
que por tal te creo y adoro;
o seas la virgen buscada116
que fue de Plutón robada
entre Pachino y Peloro;


XXXVIII

   o seas desta arboleda  370
ninfa, o de estas claras fuentes,
o la que en mudable rueda
levanta y abaja gentes117,
sin jamás tenerla queda;
sé tú quienquiera que seas,  375
así entre tus manos veas
la cosa más deseada
si hay alguna tan sagrada
que desees y no poseas;


XXXIX

   y así consigas vitoria  380
del que causó turbación
algún tiempo en tu memoria,
si puede caber pasión
en almas llenas de gloria,
que...». Dijo, y quedose aquí;  385
que viéndole estar así,
con lo que otra se amansara,
la diosa volvió la cara,
cual de grana o carmesí.


XL

   ¿Quién vio el color que parece  390
cuando con vario arrebol
la ciega nube se ofrece
delante el dorado sol
que por partes la esclarece?
Y ¿quién vio en el alborada  395
la fresca aurora rosada?
Pues con gesto más galano
volvió el rostro soberano
la casta diosa enojada.


XLI

   Aunque no dél vergonzosa,  400
estaba de su vergüenza
encogida y temerosa;
mas viendo su desvergüenza,
salió corrida y furiosa.
Cuando Acteón conoció  405
en qué y contra quién pecó,
quisiera no haber nacido,
y mejor le hobiera118 sido
que morir como murió.


XLII

   Púsose el color robado119,  410
y comenzaba a temblar
como aquel que está azogado,
o al modo que suele estar
el can ante el león echado.
Y ella le muestra el semblante  415
como la madre al infante
de quien ha sido enojada,
o como leona airada,
muertos sus hijos delante.


XLIII

   Y dijo con voz sañuda  420
lo que las fatiga más
a las mujeres, sin duda:
«Traidor, no te alabarás
de que me viste desnuda.
Y la caza que deseas,  425
por quien mi fuente rodeas,
te daré por enemiga,
y que, para más fatiga,
sin ti y con ella te veas».


XLIV

   Y como el arco ni jara120  430
en la mano no halló,
tomando del121 agua clara,
con ella le roció
pecho y manos, pies y cara.
Iba sudando y, mojado,  435
quedó de súbito helado
y algún tanto temeroso;
mas el deseo amoroso
no por eso resfriado.


XLV

   No sólo le resfrió,  440
que aquesto lo menos fue,
porque la agua en sí tomó
una fuerza, un no sé qué,
que más que fuego abrasó.
Convirtió de otro metal  445
toda la parte mortal;
comenzó el pecho a querer,
y el hígado a apetecer
cosas de otro natural.


XLVI

   El corazón, que solía  450
las empresas peligrosas
buscar lleno de osadía,
en las muy pequeñas cosas
mostraba ya cobardía.
Y este mismo corazón,  455
que antes sirvió a la razón,
y el seso que fue su asiento,
ambos de un consentimiento,
declinan jurisdición122.


XLVII

   A la razón no dañó,  460
porque era parte inmortal;
mas del arte123 la dejó
que es la persona real
que fuerza y poder perdió.
De nadie ya obedecida,  465
de todos aborrecida,
¿qué vale sin gobernar,
entre la gente vulgar,
por sus vasallos regida?


XLVIII

   Los afectos naturales,  470
odio, amor, ira y deseo,
miedo, esfuerzo y otros tales,
tienen el gobierno feo
todos conformes e iguales.
Ni entre sí tienen contienda,  475
ni en ellos hay quien se entienda,
uno loco, otro grosero,
y el que madrugó primero
lleva a los otros de rienda124.


XLIX

   Luego, sin más dilatallo125,  480
en diversa proporción
vieras al cuerpo mudallo;
que siempre la inclinación
del señor sigue el vasallo.
Cuando la razón regía,  485
el rostro alzado tenía;
mas luego que se perdió,
el rostro a tierra bajó;
que alzallo no merecía.


L
   Los ojos abrió mayores  490
y más largo tendió el cuello;
percibió más los olores;
mudó en pelo el tierno vello,
teñido de dos colores;
las orejas se extendieron;  495
las carnes se endurecieron,
y adornaron su cabeza
dos cuernos que, a poca pieza,
sus doce puntas tuvieron126.


LI

   Y las manos con que cobra  500
el hombre de otros mortales
la ventaja en que les sobra127,
hechas con los pies iguales,
mudaron la forma y obra.
De piel dura se vistieron  505
los miembros, y así perdieron
su forma, niervo128 por niervo,
hasta que un ligero ciervo
entre todos compusieron.


LII

   Las señales corporales  510
tienen significación
de las espirituales;
que cual es la inclinación
ellas se nos muestran tales.
Solamente tu aspereza  515
no pareció a tu belleza,
que mil reinos mereció,
señora, y en ti mintió
la ley de naturaleza.


LIII

   Cuanto al aspereza, digo,  520
tú muy mejor lo sabrás,
pues la has usado conmigo;
que en virtud y en lo demás
más que pudo usó contigo.
Quizá es mi dicha o planeta  525
que en todo fuiste perfeta;
pues eres, sin haber mella,
noble y discreta cual bella,
bella cual noble y discreta129.


LIV

   Conmigo estás rigurosa,  530
que nací en hora menguada130:
que ya te he visto, engañosa,
con quien yo digo131, no ha nada,
menos grave y más piadosa.
Hasme, señora, abatido,  535
apocado, entorpecido,
y no con tanta razón
como Diana a Acteón,
de hombre en bestia convertido.


LV

   El odio en placer mudado,  540
le miraban con gran risa
las ninfas al desdichado,
burlando de la divisa132
del gallardo enamorado.
Vengadas ya de su ira,  545
como de hombre de mentira,
no han vergüenza, mas les place;
porque la vergüenza nace
del seso del que nos mira.


LVI

   Y él, viéndolas tan mudadas,  550
como aún la suya133 ignorase,
¡oh necedades usadas!
¿Quién duda que no pensase
que le eran aficionadas134?
Porque el cuitado no siente  555
de qué se alegra la gente:
que siempre el cornudo fue
el último que los ve,
porque los tiene en la frente.


LVII

   Mas un provechoso engaño  560
poco dura y mucho duele,
y más éste en ser tamaño135:
hizo el agua lo que suele
y demostrole su daño.
La que, por su mal, buscó,  565
la que el cuerpo le mostró
por quien perdió su cordura,
la que136 mudó su figura,
ésa le desengañó.


LVIII

   Vido137 la sombra de aquellos  570
que suelo yo aborrecer
por estar otro sin ellos,
puestos do solía tener
antes los rubios cabellos:
comenzó luego a temblar  575
conociéndose, y llorar;
que por menos mal tuviera
si mudara, o si perdiera,
lo que quedó por mudar.


LIX

   Mas contemple el que más sabe  580
quién hay de pecho tan duro,
quién tan fuerte, que se alabe
que pudo dormir seguro
con ladrones y sin llave.
Y quién, al golpe mortal  585
de ver su cabeza tal
(dígalo quien lo ha pasado),
no tembló, como el tocado
de rabia y gota coral138.


LX

   Viéndole su entendimiento  590
hecho bestia por amor,
verás si tendría tormento;
mas yo lo veré mejor,
pues que sintió lo que siento.
Comenzaba a aborrecello139,  595
afligillo, entorpecello,
y esto tengo por cordura;
que al mal que no tiene cura
mayor mal es conocello.


LXI

   No huye tan diligente  600
el can de rabia herido
cuando descuidadamente
su rostro pintado vido
en la clara y limpia fuente,
cuanto, sin tardarse nada,  605
viendo su cara afeada,
huyó el cuitado amador;
que es la vergüenza mayor
ante la persona amada.


LXII

   Y por aquella aspereza  610
de breñas tanto voló,
sin un punto de pereza,
que aun él se maravilló
de su nueva ligereza.
Ni sed ni calor sentía;  615
sus pies de vista perdía;
el viento no le alcanzaba;
las piedras do el pie sentaba,
ni aun el suelo, no veía.


LXIII

   Después que el monte cercó140,  620
volvió do estaba Diana,
como aquel que madrugó
y se vuelve a la mañana
al lugar de do salió.
Su destino le procura  625
volver a la hermosura
do tenía de morir;
que por demás es huir
cada cual de su ventura.


LXIV

   ¡Qué gusto recebiría  630
el desventurado amante,
si tal vergüenza sentía,
volviendo a verse delante
de aquella de quien huía!
Yo lo entiendo, que lo siento:  635
que muero cuando me ausento,
por no verte, aunque te llevo,
y vuelvo a verte de nuevo
para doblar mi tormento.


LXV

   Parose a considerar,  640
ya que se vio puesto allí,
si será mejor llegar
a que quien le puso así
le acabase de matar.
¿Qué otro mal temer pudiera?  645
Y éste mucho menos fuera,
y esperaba un bien sin nombre;
que quien tal lo hizo de hombre
lo hiciese hombre de fiera141.


LXVI

   Aquesto pudo temer  650
el desdichado amador,
no le hiciese volver
en otra cosa peor,
que no fuese para ver.
Mas yo no sé en qué pudiera  655
volverlo que peor fuera,
más triste y más abatido;
contémplelo aquel que ha sido
algún tiempo lo que él era.


LXVII

   Y así, puesto en tal discordia,  660
ningún peligro le espanta,
y, al fin, redujo en concordia
que nunca en belleza tanta
faltara misericordia.
A sus pies arrodillado,  665
descubrirle su cuidado
quiso y su pena mortal;
mas todo le sale a mal
al que es desaventurado.


LXVIII

   Que con un gemido cuyo  670
dolor las entrañas tuyas,
señora, y el rostro tuyo
moviera, lágrimas suyas
vertió en el rostro no suyo.
Aunque no sé si moviera  675
tu rostro; mas otra fiera
que no fuera tan cruel
moviera, a lo menos, él,
como Diana no fuera.


LXIX

   Que ésta y tú debéis de ser  680
las dos que en toda la tierra
nacistes para poder
hacer a las gentes guerra
y mudallas de su ser.
Esta fue nuestra fortuna;  685
¿por dicha, en nación alguna,
hay frente tan bien guardada,
que no la tenga lisiada
con sus menguantes la luna142?


LXX

   ¿Hay do no se hayan sentido  690
cosquillas, miedos y celos?
Pues por ti, ¡cuántos ha habido!
Yo bastara, que, en mis duelos,
milagro y ejemplo he sido.
Díganlo vuestros blasones143,  695
do pintáis mil corazones,
y, en medio, las dos ufanas,
diciendo: «De dos Dianas
veis aquí mil Acteones».


LXXI

   Y así, las rodillas puestas,  700
no cesando de gemir,
y las orejas enhiestas,
quisiera el triste decir
tales palabras como éstas:
«Ya has mostrado tu poder  705
y lo que sabes hacer:
hazaña ha sido de diosa,
y será más milagrosa
volviéndola a deshacer.


LXXII

   Ten misericordia agora  710
deste cuerpo que pagó
sin ofenderte, señora;
el tuyo es el que pecó,
que nos prende y enamora.
Tú, señora, lo causaste;  715
sin causa me castigaste;
¿a quién no tornara mudo
el claro cuerpo desnudo
con que el alma me ligaste?


LXXIII

   Y si el cuitado Acteón  720
no merece tanto bien,
dame esta consolación:
que goce deste desdén
un día tu Endimïón144.
Que aunque le vuelvas después  725
a la gloria en que le ves,
si él por mí se viere así,
podré decir entre mí:
"Mal de muchos, gozo es".


LXXIV

   ¿Qué es esto, que yo no he sido  730
el primero ni el que más
en el mundo te ha ofendido,
145 el primero que jamás
tus castigos ha sufrido?
Ni te pude ofender cuanto  735
ha ya pagado mi llanto,
si no es que es la culpa inmensa,
o que mi amor te es ofensa;
que no podré pagar tanto.


LXXV

   El rústico146 que abrasó  740
tu templo y sagrado techo
con una muerte pagó;
y a mí, con otro147 en mi pecho,
aún una no me bastó.
Ya que no es galardonado,  745
no sea el amor castigado
con tanta crueldad, te ruego;
sea, siquiera, igual el fuego
al mérito y al pecado.


LXXVI

   ¿En qué más pecó Acteón  750
por adorar tu belleza
que en lo que pecó Orïón148,
sacrílego a tu pureza,
y por pena ha149 galardón?
Nadie nuestras causas viera  755
que la mía no escogiera,
yo príncipe, y él pastor,
él de Venus, yo de Amor;
¡y él de estrella, y yo de fiera!


LXXVII

   Aunque dicen, y es verdad,  760
que de vos son remitidos
con menos dificultad
los pecados cometidos
contra vuestra castidad,
yo, que menos mal pensé,  765
más parece que pequé;
aunque, si no me estorbaras,
yo sé que me perdonaras,
si hay en los refranes fe.


LXXVIII

   Esto es lo que llaman hado:  770
coger uno los sudores
de lo que otro ha trabajado,
y, entre tantos ofensores,
ser el justo el castigado.
Quédese todo a tu cuenta;  775
tú das la gloria y la afrenta;
tu querer es el derecho;
que yo estaré satisfecho
con que estés dello contenta.


LXXIX

   ¡Oh tú, Tiresias150 dichoso,  780
que viste un cuerpo desnudo,
tan divino y más piadoso,
aunque yo no sé si pudo
ser tan gentil y hermoso!
Tú, en el yerro igual conmigo,  785
sin querer fuiste testigo:
bañar en su fuente viste
a Minerva, y recebiste
mayor premio que castigo.


LXXX

   De lumbre fuiste privado,  790
y otra te dio con que vieses
lo futuro por pasado,
y un tal bastón con que fueses
más que con vista guiado.
Castigos bien desiguales:  795
que a ti los ojos mortales,
y a mí todos me faltaron,
y ésos y aquéstos miraron
los secretos celestiales».


LXXXI

   Aquesto pudo pensar  800
de hablar, y no habló
el triste, ni hubo lugar,
que es lo que dijera yo
si me dejaras hablar.
Mas por habla le ha salido  805
un doloroso gemido
que a ellas forzó de151 reír,
y a él de vergüenza a huir,
de sí mismo muy corrido152.


LXXXII

   Pues ya a este tiempo llegaba  810
la trulla153 de los sirvientes
que la caza procuraba,
y cerros, valles y fuentes
con asechanzas cercaba.
Gran tropel, gran grita había;  815
todo el monte se hundía:
¡tanto caballo, escudero,
tanto cazador, montero,
cual tal príncipe tendría!


LXXXIII

   No hay tagarote154 o neblí,  820
aleto, azor, esmerjón,
sacre, alfaneque o borní,
buho, alcotán, melión,
gerifalte o baharí.
Con lebreles se embaraza,  825
con sabuesos da la traza,
galgos y podencos lleva
y perdigueros de prueba,
para varïar la caza.


LXXXIV

   Cerros, valles, llanos, cuestas,  830
hinchen los hados crueles,
no de cosas como aquéstas,
pigüelas155 y cascabeles,
sino dardos y ballestas.
Cuál el arco blando y sano,  835
cuál el venablo en la mano,
cuál cornetas, cuál bocinas,
con que las selvas vecinas
atronaban y lo llano.


LXXXV

   Cuál varias redes tendía,  840
cuál las guardas ordenaba,
cuál los estorbos desvía,
y cuál bien consideraba
por dónde pasar podría.
Cuál las ramas desgajadas  845
mira por do están echadas,
cuál anda tomando el viento,
y cuál, si el suelo está liento,
le sigue por las pisadas.


LXXXVI

   Por el rastro le sacaron,  850
y después de descubierto,
con el orden lo acosaron
y con el mismo concierto
que de su industria tomaron.
Él, entonces, despertado,  855
alzó la vista alterado,
temiendo lo que sería,
de la clara vocería
de los suyos asombrado.


LXXXVII

   Y, habiéndolos conocido,  860
olvidado de quien era,
como poco [ha] lo había sido,
quiso estarse, y mejor fuera;
que ahorrara lo corrido.
Mas, como un perro llegó,  865
y él, como el daño sintió,
huyó porque no le asiesen,
pesándole que supiesen
tan bien lo que él les mostró.


LXXXVIII

   Puso esfuerzo tan de veras  870
a la carrera el temor,
que no fueran tan ligeras
las piernas de algún ventor156,
si tú, Diana, quisieras.
Iguales somos en todo;  875
que yo, por el mismo modo,
huyendo destos tormentos,
doy en pasados contentos,
que me ponen más de lodo.


LXXXIX

   Consideraba el cuitado  880
(aunque no le aprovechaba,
por estar ya tan cercado)
las partes donde cazaba
y do teme ser cazado.
Quiere dellas desviarse,  885
mas viene luego a enredarse
en otras partes peores;
que de tantos cazadores
nadie pudiera librarse.


XC

   Ya le faltaba el vigor  890
en tanta tribulación,
y quisiera con amor
decirles: «Yo soy Acteón:
conocé157 a vuestro señor».
La cabeza al cielo alzó,  895
y a dar sus quejas probó
a sus monteros feroces;
mas faltáronle las voces,
y, en lugar dellas, gimió.


XCI

   En esto, con diente fiero  900
le agarran, echando llamas,
Melanquetes, el primero,
el segundo, Teridamas,
y Oresitrofo el tercero;
Icnobates y Leucón,  905
Hárpalo, Dromas, Ladon,
Alce, Tigris y Dorceo,
Nape, Terclas, Hileo,
Melampo, Lagne y Terón158.


XCII

   Pues los demás, enseñados  910
a acometer y sagaces
en rastrear, que ocupados
tenían por ambas haces
los montes jamás cortados,
los aires despedazando  915
con la nariz, y buscando
los demás con sus ladridos,
llegaron a los gemidos
del que estaban desmembrando.


XCIII

   Y todos, muy diligentes,  920
dan en el triste, que está
hecho presa de sus gentes,
que casi no tenía ya
donde le hincasen dientes.
Pues la compaña llegada  925
de la gente asalariada
para esto por su dinero,
no se tiene por montero
quien no le daba lanzada.


XCIV

   Y así, la selva resuena  930
de su gente que llamaba
«¡Acteón!» a boca llena,
pensando que se holgaba
con lo que le dio tal pena:
cual suelen mis pensamientos,  935
siendo de mi mal contentos,
recordarme, porque vea
tu memoria, que acarrea
para mí grandes tormentos.


XCV

   Buscábanle con hervor159,  940
con cuidado y vigilancia;
piensan que sin su señor
era menos su ganancia,
¡y fuera sin él mayor!
Él a su nombre quisiera  945
responderles, si pudiera;
mas alzábales la cara,
y harto más se holgara
si nunca jamás los viera.


XCVI

   Bien, señora, como cuando  950
con estos celos mortales
me mandaste estar callando,
que publicaba mis males,
no pudiendo más, mirando.
Así el cuitado haría,  955
pues que hablar no podía,
viendo como le mataba
la compaña que pensaba
que en aquello le servía.


XCVII

   No le ven los malandantes,  960
aunque le ven cual está,
y él holgara (no te espantes),
o que no le vieran ya,
o que le vieran cual antes.
Así como yo quisiera,  965
mudado en forma de fiera,
pues desdeñado me has,
o que no me vieses más,
que me vieses cual era.


XCVIII

   Y así todos ensangrientan  970
sus dientes en el cuitado
a quien piensan que contentan,
cual se han en mí ensangrentado
tus ojos, que me sustentan.
Danme una vana esperanza,  975
conociendo tu mudanza,
de que al fin será cual es
para matarme después
con nueva desconfianza.


XCIX

   Ya no pudo sostenerse  980
el miserable en los pies,
y, al fin, hubo de tenderse,
cual mis manos ahora ves
que no pueden defenderse.
Y aquellas rabias extrañas,  985
usando en él de sus mañas,
así le despedazaron
cual las tuyas, que rasgaron
con desamor mis entrañas.


C

   Y entre tantos embarazos,  990
por más milagro, se cuenta
que nunca abajó sus brazos
Diana, ni fue contenta
hasta hacerlo pedazos.
Los mismos términos veo  995
yo, señora, en mi deseo,
y en la priesa que me das,
que al cabo me dejarás
como al hijo de Aristeo160.


CI

   Aunque si tú estás contenta  1000
de mi martirio, señora,
tal gloria me representa,
que conozco desde agora
que me alcanzas en la cuenta.
Pues si, por haber mirado,  1005
Acteón fue así tratado,
yo, que miré y deseé,
a cuenta desto, no sé
en qué debo ser mudado.





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