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Una «fazaña» más de García de la Huerta

René Andioc





  —49→  

Entre la multitud de escritos satíricos que suscitó la publicación, a finales de marzo de 1785, del Theatro Hespañol de García de la Huerta1, y en particular la del famoso prólogo que apareció en el primer volumen de la Primera parte de dicha colección de obras dramáticas, se vienen considerando como los más importantes y representativos los dos romances de Jovellanos y el de Forner dedicados todos a las hazañas del mal llamado «Antioro de Arcadia», mal, digo, pues la Academia de los Árcades de Roma le dio al extremeño del seudónimo de Aletófilo Deliade, y el otro se lo debía a la de los Fuertes de la misma ciudad, aunque se puede admitir que suena mejor, máxime en una obra épico-burlesca, la combinación ideada por «Jovino» -otros dicen que por Forner, según veremos más adelante, tratando de arrojar alguna luz sobre esta interesante, aunque no muy grave, cuestión.

El contenido de los tres poemas lo conocen todos los estudiosos, pues tanto la B.A.E. como las dos magníficas ediciones sucesivas realizadas a unos veinticinco años de distancia por José Caso González2, éstas, al menos para los de «Jovino», son de fácil consulta y, por otra parte, como es natural, ningún lector deseoso de apreciar las reacciones producidas en su   —50→   época por el Theatro Hespañol puede prescindir de ellos, lo cual me exime de la fastidiosa tarea de resumirlos, es decir, de restarles al fin y al cabo buena parte de su originalidad. Todos saben, pues, que el romance primero de Jovellanos empieza: «Cese ya el clarín sonoro / de la fama vocinglera / mientras que mi cuerno entona / de Antioro las proezas»; entre las varias introducciones de romances de ciegos citados por Joaquín Marco a partir de los Romances vulgares de Durán3, dejan algunas bien patente la intención que tuvo el asturiano de adoptar una estructura popular; citemos el núm. 1311 («Suene el clarín de la fama...»), el 1313 («Resuenen multiplicados / los clarines de la fama...»), el 1293 («Resuene el clarín dorado...»). Pero se advertirá además que la sustitución del clarín por el cuerno o la corneta no es casual en el poema de «Jovino», pues los dos últimos instrumentos eran menos nobles que el primero y solían usarlos principalmente los cazadores, lo cual corresponde perfectamente al «ronco fagot» de Huerta que conviene mejor, se nos dice, para entonar las hazañas del extremeño (versos 83-86 de la ed. de Caso); la misma idea se repite más claramente aún en la Jácara en miniatura a don Vicente García de la Huerta (ed. Caso, p. 217, versos 125 y ss.): cuando «del vientre materno / bajó este señor», la musa Erato «en vez de su lira / le dio un guitarrón. / 'Clarín y trompeta / no te daré yo, / dijo doña Clío / con tono burlón; / mas para que cantes /al gran Barceló, /zampoña y corneta / te daré por Dios, / y para otros dropes, / un ronco fagot'». Forner, en su «segunda parte», escribe que su corneta emula a la trompa, instrumento militar, para cantar las proezas de «Antioro»; menos académico, pero sí tan claro, se muestra al hablar «de aquel ingenio de culo / que ventoseando exhala / pedos y versos, que todo / es uno en los que él dispara; / del que a la infeliz hebrea / cantó con voz de guitarra», instrumento que entonces se solía asociar a la figura del barbero y del majo.

En cuanto a los títulos, el catálogo del Romancero popular del siglo XVIII realizado por Aguilar Piñal4, fuera de las segundas y más partes que se daban a dichos poemas apreciados del público, recoge una larga serie de ellos, bien absolutamente parecidos, o análogos, a los dos que eligió Jovellanos para convertir a Huerta en héroe «popular» o «legendario»: Nueva relación y curioso romance en que se declara la noticia que da Roldán al Emperador Carlo Magno [...] y cómo Roldán quedó por vencedor de todos los Príncipes (núm. 28); Quinta parte. Nueva Relación y curioso Romance en que se da cuenta de los hechos y atrocidades del valiente Francisco Estevan, natural de la ciudad de Lucena (núm. 449);   —51→   Nueva Relación y curioso Romance en que se finalizan los sucessos y nunca esperadas fortunas de este mancebo [el hijo del verdugo], natural de la ciudad de Córdoba [...], como se verá en esta Segunda parte (núm. 958, pero además, por ejemplo, del 1.708 al 1.721), etc., empezando también algunos de ellos por «Resuene el clarín sonoro», «Suene el clarín sonoroso» o «Suenen caxas y clarines», según el índice de primeros versos de la citada edición.

De tanto interés como los anteriores dedicados a Huerta me parece un largo romance anónimo, y que yo sepa, aún inédito, análogo por su inspiración a los de los dos citados autores, y de fecha (o digamos, aparición) levemente posterior a las del primero del asturiano (1785 o principios de 1786 según Caso)5, de la Continuación de las Memorias críticas por Cosme Damián, seudónimo, según se cree, de Samaniego (anunciada por la Gazeta del 17 de mayo de 1785), de El Loco de Chinchilla, de Huerta, que corrió manuscrito, como solían entonces muchos papeles, antes de ser publicado en la segunda edición de las obras poéticas de éste por Aznar en 1786, y, claro está, de El Pedo dispersador, del mismo escritor, aludidos todos en el referido poema. No es obra desconocida, pues la cito ya en Sur la querelle du théâtre au temps de Leandro Fernández de Moratín6, y también mencionan su título Palacios Fernández y Ríos Carratalá (éste con equivocación en el nombre)7; por otra parte, la copia manuscrita conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid, que era hasta ahora la única conocida de la crítica, es más incorrecta que la contenida en un volumen de la biblioteca de Rodríguez-Moñino de donde proceden también otros poemas que publiqué en un artículo de Dieciocho (vol. 16, 1-2, 1993), y por lo tanto, no la conocen los estudiosos, aunque la cito también en mi trabajo antes mencionado8. Como los romances épico-burlescos contra «Antioro de Arcadia», este nuevo poema convierte a Huerta en paladín antiguo; los dos de Jovellanos, como es sabido, llevan un título de romance seudocaballeresco, paródico, adoptando la estructura de los que recitaban los ciegos9 sobre toda clase de temas -por ejemplo de bandoleros- y arrastraban un lenguaje que Joaquín Marco   —52→   califica de «barroco y desmesurado», y como tales en efecto pensó algún tiempo difundirlos el editor Ibarra, pero finalmente no se atrevió; el que publico a continuación se presenta, aunque también calcado en la misma forma popular y en verso octosílabo, como el capítulo XXXXIX [sic] de una novela de caballería, y además, de una novela de caballería célebre, el Espejo de Príncipes y Cavalleros (El cavallero del Febo), de Diego Ortúñez de Calahorra, dada a la imprenta a mediados del siglo XVI10, y no será muy aventurado pensar que esta elección del anónimo autor se debe, al menos en parte, al uso de la voz Phebo, o Phebus, que hace D. Vicente en el prólogo del Theatro Hespañol, como sinónimo de «inspiración», de «estro poético», pues Apolo era dios de la poesía. En aquella novela, de la que ni Clemencín ni Menéndez y Pelayo hacen mucho aprecio, el caballero del Febo, protegido por el «sabio Lirgandeo», mágico y «señor de la ínsula Rubia» (la cual, como nadie ignora, se situaba por el lado del «Mar Bermejo»...), participa en una larga serie de aventuras excepcionales, siendo no pocas de ellas, como es debido, unos combates singulares. Lirgandeo, con Artemidoro, es el «autor», o sea, el cronista, de esta historia; de ahí el título del nuevo romance, en el que se refiere el anónimo no sólo a dos personajes más, citados en la novela, sino también a otros del Amadís de Grecia y del Amadís de Gaula, lo cual ofrece el interés de mostrarnos que si muchos Ilustrados aplaudían el Don Quijote como debelador de dicho género literario, no por ello dejaban -al menos algunos de ellos- de conocer bien, esto es, de haber leído, las obras más famosas de su repertorio. Ocioso es decir, en cambio, que la adopción de una forma popular por Jovellanos, Forner y el anónimo tiene su justificación en el desprecio en que la tenía la mayoría de los Ilustrados. Ahora pues se opone Huerta, por otro nombre «Caballero del Phebus», al «incógnito de la corneta» -que, como se verá, no puede ser Forner, sino el Jovellanos del romance primero- y al escudero de éste, «Cosme Damián». Leamos pues, con la puntuación modernizada y a veces reconstituida o levemente modificada, el relato de este nuevo lance que protagonizó a pesar suyo el irascible zafreño, poniéndole las notas aclaratorias que convengan, y... confesando eventualmente su ignorancia el abajo firmante cuando no haya más remedio.




Capítulo XXXXIX


En que da cuenta el Sabio Lirgandeo de la descomunal y extraordinaria defensa que hizo el Caballero del Phebus contra el incógnito de la   —53→   Corneta y su Escudero Cosme Damián, con otras cosas que hacen más que medianamte agradable esta Aventura11.

Para la mayor hazaña
de las que el mundo celebra
desde que Caín se armó
con el hueso de una bestia,
desde que colgadas iban  5
de los hombros las ballestas,
se inventaron las espadas,
las picas y bayonetas,
llamo, convoco y excito
con mi cervatana luenga12  10
a todos los Adalides
de la mar y de la tierra,
que no es razón se toleren
en el Orbe de las letras
cartas críticas, discursos,  15
por más que al pueblo diviertan,
contra aquel héroe inmortal
que en pos de las Musas Celtas13,
armado de todas armas,
Paladín sale a la guerra;  20
contra aquel de cuia Musa
retumbante y estupenda
los versiblanquistas huien14,
—54→
los versinegristas tiemblan;
contra aquel cuio livor15  25
del Báratro y sus cabernas
Deidades, Furias y Diablos
desamarra y desenfrena16.
Este, pues, saliendo un día
a enseñar a los Poetas  30
y a rendir a Mariblanca17
su acostumbrada obediencia,
oyó con risa oriental18
algunas coplillas sueltas
que contra sus nuevos libros  35
eructaban los Poetas;
despreciólas así como
a los perrillos de teta
los Mastines grandes miran,
alzan la pata y los mean19.  40
Supo que se murmuraba
en prosa y por las imprentas
diciendo de su Teatro
todos que era una comedia.
Los Epigramas leió  45
y otras Decimillas sueltas
con que los de Sta Engracia
—55→
a Hermano Mayor le elevan20;
una Memoria de molde
de un Cosme que le solfea21,  50
de la raza de otro tal,
afectador de advertencias22;
y otra que satirizando
por la vida sempiterna,
en prosa y en Metro osó  55
apretarle la lanceta23.
Apenas las escuchó
las pidió, cargó con ellas,
los sus24 persiflantes labios
fulminando esta sentencia:  60
A morir vais a la horca
en la copiniana tienda25,
donde de un cordel colgados26
con los pies haréis corbetas.
Esto dixo27, y al instante  65
por entre gentes diversas,
con sus dos bucles flotantes28
—56→
y su faz verdimorena
marchó fiero y denodado,
y al humbral29 apenas llega,  70
contra su Teatro sabe
que otro Moro hay en la escena30,
otro Moro que saliendo
al ruido de una Corneta,
de su gran Protagonista  75
viene haciendo vurla y media;
leenle varios retacillos,
mas quando oye qe le espeta
aquellos versos31 que dicen:
«clava el retrato de Huerta  80
a guisa de ombligo en medio,
y pon debajo esta letra:
Diome cuna Zafra, Abuelos
me dio Castilla la Vieja,
diome fama Orán, y diome  85
Carnicero vida eterna»,
y los otros32 que llamando
a su Angélico Mecenas
aprendiz de tal, suponen
que por darle las pesetas  90
hizo su fama mendiga,
con las otras chanzonetas
de decirle «Patroncito
de las Musas xacareras»,
—57→
y más abajo el «Andante  95
Limosnero de Poeta,
por quien España con H
cantó victoria completa»,
olvidado del desprecio
con que asusta la caterva  100
de aquellos postpirenaicos33
que quieren morder sin muelas,
revolviendo los sus ojos34,
dando una patada en tierra,
prorrumpió... pero no es dable  105
que la Neutoniana Escuela
anatomice una chispa
del fuego de la sobervia
con que lo impreso y lo escrito
lo ahorca y desjarreta35.  110
Sabio Alquife36, tú Arcaláus37,
que a Merlín con mi asistencia
al desencanto ayudasteis
de la sinpar Dulcinea38,
amparadme en esta cuita;  115
y si darme culta vena
no podéis naturalmte,
mágicamente suceda
para imitar yo las voces
del Cispirenaico athleta  120
con que arredrando Malsines
así feroz parlamenta:
«¡Vive Apolo que no es fácil
hallar alma tan serena,
tan de mazapán, que sufra  125
semejantes insolencias!
—58→
¿Yo39 acosado de petates,
de rapaces Poetuelas40
que hacen Novillos porqé
llevarlos quiero a mi Escuela?  130
¿Yo ferido en mis dos Tomos41
por los tres que chinchillean42,
y otros quatro que apestados
de mi fábula se cuentan?43
¿Yo tengo de serlo ahora  135
de gentes traduccioneras44,
del Galicismo volátil45
tan trágicamte infectas?
¿Yo agraviado en mi retrato?
¿Yo expuesto con mi Mecenas?  140
¿Yo sufriendo la rechifla
de mis justas Advertencias?46
¿Yo condenado a morir
con mis obras Anticeltas47
por los siglos de los siglos  145
que amigas manos me prestan?48
¿Yo que nací adredemte
pª acrisolar la lengua,
ensancharla e ingerir
frases cultas, voces nuevas?49  150
—59→
¿Yo que vine a desterrar
la platitud, la llaneza
de Ruedas y de Malaras,
de Argensolas y Villegas50
y de otros tales a cuias  155
venerables calaveras
en Madrid los Calderones
y los Lopes dieron tierra?51
¿Yo que el Oriental estilo52
—60→
hoy instauro con aquella  160
Autoridad tan debida
a mis años y a mi Ciencia?
¿Yo a quien el vulgo proclama
Visir en las Academias,
Oráculo en las Tertulias  165
y Kaulicán en las Tiendas?53
¿Yo a quien deben mis sequaces
(los de las justas ideas)
haber destrozado tantas
tristes escabrosas reglas  170
quantas tétricos54 prescriben
los Drammáticos de Athenas,
los de Roma y los Flamantes
Corifeos de Lutecia55,
aquellos usurpadores  175
de nuestros bellos Poemas,
por la insipidez de darles
el orden y la belleza?56
Yo al fin..., pero ¿qué? ¿no han visto
que sin sugeción a ellas  180
por mis hermanos de lauros
en Roma y aquí me llenan?57
—61→
No como otros que hay también
en la península nuestra,
imitadores de Galos58,  185
Trovadores de la legua,
que entre nuestros Autorzuelos
siervamente cascalean, (1)
se Aluzanan o alucinan,
se Salifican, se encuevan,  190
se Burrielizan; mas ¿dónde
la ir[r]esistible afluencia

(1) Quiere significar a los que leen a Cascales, Luzán, José o Jusepe González de Salas, a Juan de la Cueba y al Pe Burriel, que todos escribieron sobre las reglas Drammaticales59.


del estro o del Phebus mío
tan puerilmte me lleva?
¿No han visto que yo guiado  195
de mi Numen indigéna,
sin otra Ley que la ley
—62→
de un suelo que centellea60,
rompiendo del hondo Abismo
las horrísonas cadenas  200
y la panza de Piracmon61,
lanzo sapos y culebras?
¿No han visto que al arrancar
los cíclopes a docenas,
del foróstico Vulcano  205
dejé la fragua desierta62;
que he regalado victorias63,
que he alborotado la pesca64,
y quál de los Baharíes
pintiparé la sorpresa?65  210
—63→
¿No han visto que furibundo
entenebrezco la Esfera,
Plazas y Naves quemando
con el fuego de mi hiesca?66
¿No han visto que sin auxilio  215
de Máquinas ni de cuerdas
he retorcido el pescuezo
a dos Montañas enteras,
las quales de mar a mar
hablaron y de manera  220
que a los vaxeles amigos
dieron mil enhorabuenas?67
¿No han visto el furor que abrigan
mis obras de faltriquera,
Versos Lyricos, Heroicos,  225
Elisios, Noches, Endechas,
endecasílabos68, Cartas,
Coplas, Cantos, y en las Fiestas
de Coronación y Entradas,
de Príncipes y Princesas,  230
Epigramas y Motetes
en buenas y gordas letras69
con que a Macedo70 y a Lope (F)
pienso esceder en la cuenta?
—64→
¿A Raquel no han visto en fin  235
ni a Xaira ni la Advertencia?71
Pero yo... si... quando... donde...
¡O qué turbación, qué pena!
Mas por diez72 que hoy atribuio
en medio de tal afrenta  240
el tener juicio a que yo
he perdido la cabeza.
Pero, ¿por qué me acovardo
yaciendo en la misma arena,
malferido Fierabrás73,  245
que no acudo a la receta,
y después restablecido,
con mi furibunda diestra

(F) Fueron los del primº 150 Epitafs, 500 Elegías, 110 Odas, 212 Dedicatorias, 500 Cartas, 1.600 Poemas Épicos que serían Sonetos tal vez, y enfín 150.000 versos; y los del segundo 21.316.000.


no hago trozos el Retablo
de enemigos Melisendras?74  250
Mas no será mi venganza
más Platónica qual eran
del amante Beltenebros75
las patéticas finezas.
Ea pues, afuera libros,  255
Impresiones vayan fuera,
Arcadia mía76, buen viage,
buenas noches, Academias77
(Esto lo dixo llorando),
y pues cedamos es fuerza  260
a su estupidez (estotro
con un poco de impaciencia)
¡dexemos que la ignorancia,
tremolando sus Vanderas,
arrastre con mi Teatro,  265
—65→
con mis Obras y mis Rentas!78
Antes quemaré mis versos
y de mi pródiga vena
no regarán sus raudales
la ingrata y estéril tierra.  270
Aquí ya, perdiendo el tino,
siguió entre burlas y veras
diciendo: «¿No soy Mercurio?79
¿No soy la Diosa Minerva?80
¿No mando en Gefe, no soy  275
Príncipe de Gaya Ciencia81
con derecho a conculcar82
Trans Alpinos, Transpierenas?83
Juro por la Estigia84, juro
de principiar mi Defensa  280
haciendo añicos la Hespaña».
Aquí, la rodilla en tierra,
todos los que le atendían
clamaron: «¡Señor, clemencia,
suspended vra. justicia,  285
ved que no son culpas nras.!»
Entonces, ya reparado,
añadió con faz serena:
«Amigos y defensores,
yo hablaba de mi Tragedia,  290
perdonad»; luego, aplicando
la mano sobre las cejas,
fue por sus doce minutos
una Estatua hecha y derecha,
Mirándole en esta guisa  295
—66→
le fablan desta manera85
los estantes y havitantes86
de la venal Biblioteca87.

(1) Alude a la Tragedia que está trabajando el mismo Cabº del Phebus con este título.


«Ánimo, Padre y Señor
de la ciencia Apolinea,  300
depósito y Relicario
de las Musas Quixotescas88
ved que toda la Nación
casi a media luz se queda
y en vras. lamentaciones  305
escuchando las tinieblas
por los delitos de pocos
no ha de pagar la caterva
de los despreocupados89
que así os siguen y veneran;  310
por mí protexto (dixo uno
de pelicana mollera) (1) Salas
que si otra vez mi Panteón
de Estremadura a la Prensa
vuelve en que vivos y muertos  315
coloque porque tuviera
un Prócer Aragonés
aun allí la Presidencia,
te he de elogiar por Lucero
de las Glorias Estremeñas90  320
—67→
junto a un Mro. de Saulas
y otro que hizo unas tixeras91,
grandes ingenios, y amar
te he de hacer quatro docenas
de quintillas donde apuro92  325
conceptos y cuchufletas,
te vengue de quatro chulos
que sin pasar de quarenta
a ti y a mí nos insultan
con el Arte y con las reglas».  330
«Pues yo te juro (otro quídam
prosigue con facha seca)
no comer pan a Manteles
ni folgarme con la Reyna93
hasta que un soneto frío  335
o cálido (según venga)
que pienso hacer al Teatro
donde mi numen se adiestra,
a paz y salvo te saque;
y a falta de Pluma y lengua  340
en mí tendrás un rejón
de dos varas y una tercia94;
lo tendrás, pero procura
antes de meter la tienta
sacar diestro las espinas  345
para no dejar materias»95;
otro añadió: «a Sn Antonio
daré dos libras de cera
por si acaso los de Vmd.
a bienes perdidos llegan.  350
También diré luego al punto
—68→
(porque ya Sancha sanchea)96
a Gaiguer no dé los suios
menos de siete pesetas»97.
«Yo prometo retratarte  355
(dixo el de la vida eterna)98
si otra vez a imprimir vuelves,
con espada y con rodela,
y si el diseño te enfada,
de Mro. con Palmeta99  360
en haz de sacar a todos
de su cuero las correas»100.
El último trepidando
prorrumpió: «Mi insuficiencia
que acaba de hacer ahora  365
Cautiva la Magdalena
y al Teatro le va dando
como paja las Comedias101
contra los émulos tuios,
o vates a la Francesa,  370
te dejará airoso luego
que pueda dar a la Imprenta
—69→
otro soneto elegante
qual a tus elogios era
el en que yo renunciaba,  375
por ser su autor, las riquezas
de Creso y Midas, amén
de Tiaras y Diademas102.
Plegue a Dios que pues viniste
a defender las Guapezas,  380
las Magias y las Diabluras,
y otras cómicas miserias103,
que pues para contrastar
estas Máximas perversas104
fuego bajaste del Cielo,  385
como dice una novena105,
vivas edades tan largas
qual mis versos te desean,
qual Libreros te apetecen,
qual reclaman los Orteras106.  390
—70→
Así hieras, livorices107
(Calderón me favorezca),
destroces, denigres, sajes,
destripes, rompas y venzas
a la manada de viles  395
polluelos que cacarean,
salga uno, salgan dos,
salgan tres o salgan treinta».
Aquí el Sabio Lirgandeo
concluió, mas con gran flema,  400
como si enhiesto mirara
el fin de tanta pelea,
exclamó: «Si no has vencido,
allá, Antioro, te lo avengas,
y si buen Teatro acabas,  405
buenos azotes te cuesta».
Después se fue como un sacre
en una alígera Bestia,
penetrando los espacios
de las cerúleas Esferas,  410
diciendo: «De Montesinos
volando voy a la Cueva
a acompañar la encantada,
triste y mísera Belerma»108.

 
 
Fin
 
 

Una cosa es cierta: el autor había leído la Nueva relación y curioso romance en que se cuenta muy a la larga cómo el valiente caballero Antioro de Arcadia venció por sí y ante sí a un ejército de follones transpirenaicos, que se ha venido atribuyendo en general a Jovellanos aunque algunos piensan, como he dicho, que el verdadero autor de él fue Forner; de todas formas, el llamarle «incógnito de la corneta» nos da a entender que aún no se había penetrado el anónimo del satírico, pero no cabe duda de que los versos 79-97 del «sabio Lirgandeo» son unas citas, incluso entrecomilladas, si bien con alguna que otra variante, del primero de los dos romances contra Huerta; en éste se puede leer en efecto:

  —71→  
[...]
pon el retrato de Huerta
a guisa de ombligo en medio,
y por debajo esta letra:
«Diome cuna Zafra, abuelos
me dio Castilla la Vieja,
diome fama Orán y diome
Carnicero vida eterna
[...]
podrás entrar sin embargo
por las calles de Lutecia,
donde si acaso topares
con aquel joven badea
que prestó su bolsa a un loco
como un tieso, y con afrenta
de la razón y el buen seso,
se hizo aprendiz de Mecenas,
empobreciendo su fama
por enriquecer a Huerta,
dile... Pero, musa, ¿qué
le dirás que bien le venga?
Dile: «Salve, oh patroncito
de las musas jacareras;
salve, limosnero andante
de las Piérides iberas,
por quien España con H
alcanzó tan estupendas
victorias...

Tratemos ahora, antes de concluir el breve examen de este romance -breve porque lo suplen las notas-, si no de resolver totalmente el problema de la autoría del primero de «Antioro», al menos de aportar algún argumento más a favor de la tesis «jovellanista» y contra la «forneriana». En primer lugar, Caso González reúne los distintos elementos que corroboran la primera: existen borradores autógrafos del asturiano109; Ceán Bermúdez, en sus Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jove Llanos, afirma habérselos visto redactar a su biografiado, citando los primeros versos, así como los de la segunda parte110, agregando que, por no acertar nadie con la identidad del verdadero autor, tuvo un «usurpador» la desvergüenza de prohijarlo, y que él le «tapó la boca en Sevilla pocos años después al que se suponía autor de estos romances», esto es, Forner, entonces fiscal en la ciudad andaluza (Ceán no confunde en 1814, fecha tardía de la publicación de sus Memorias, la segunda parte del «Antioro» de su amigo con la de Forner: tanto él como «Jovino» afirman   —72→   que no sólo la primera parte, sino también la segunda del asturiano se atribuyeron a D. Juan Pablo); el propio Jovellanos, en su diario -al parecer no destinado a la publicación- del 24 de septiembre de 1795111, es decir posterior en unos diez años a los acontecimientos, escribe indignado que ¿cómo tiene Forner la osadía de acusar de plagio a Vargas Ponce, pues «se dijo y dice autor de Los Romances contra Huerta, que trabajó ésta? Violos hacer Ceán; violos el viejo Ibarra [...] el conde de Cabarrús, Batilo (o Meléndez Valdés), todos mis íntimos amigos lo supieron. Entre mis libros hay un manuscrito de letra de Ceán que los contiene, con otras frioleras de aquella época, y con la divisa sic vos non vobis, que aludía a estar atribuidos a Forner, Samaniego y otros»; por último, la segunda parte del romance de Jovellanos se refiere explícitamente a la primera112. Otro elemento, hasta ahora no traído a colación, viene a confirmar la paternidad de D. Gaspar sobre el romance primero: en una carta del 9 de abril de 1787 mandada desde París a Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín le escribe a su favorecedor113 que «la benignidad del cielo» le ha otorgado «saludar humildemente al patroncito andante de las musas Jacareras», es decir al mecenas de Huerta, Arizcun, y estas palabras, así como los versos que se transcriben en el romance del «sabio Lirgandeo», son una cita del mismo pasaje del romance primero de «Antioro de Arcadia»: fuera inconcebible que D. Leandro, agradecido a Jovellanos, pues le debía su reciente empleo de secretario de Cabarrús, tuviese la descortesía (y la imprudencia) de soltar una cita de Forner, amigo íntimo suyo pero poco grato a «Jovino», en carta a éste, debiéndose considerar por el contrario dicha cita como muestra de connivencia y modesto homenaje al talento de su corresponsal. Y de nada sirve aducir que el mismo Moratín, escribiendo a Conti el 26 de junio del mismo año, parece contradecir la tesis de la participación de Jovellanos en la contienda al afirmar que «Llaguno, que respira concordia y paz», quisiera poner fin a las infecundas guerrillas literarias de Madrid y que «Jovellanos le acompaña en los mismos honrados   —73→   deseos»114, porque simplemente, como demostré hace veinte años en mi edición del Epistolario de «Inarco», esta carta, como las demás del supuesto copiador que las contiene, se redactó en realidad, antedatándola, por los años de 1820115; de ahí la aparente antinomia advertida por Caso González116 entre esta frase y la participación del asturiano en la contienda: como muchos lectores, por no decir todos, de la citada edición, mi amigo Caso ha utilizado ésta creo que sin leer con el suficiente detenimiento la introducción... ¿Acaso no le aconsejaba el mismo Moratín a Forner, en otra carta supuestamente escrita el 12 de mayo de 1787, en realidad unos treinta años más tarde, que dejase ya en paz a Huerta (¡fallecido desde hacía ya dos meses, de lo cual estaba perfectamente enterado D. Leandro!)117, siendo así que su verdadera y conocida reacción fue escribir la Huerteida? Fuera de que- el mismo Forner, en su Epístola a Mirtilo (entonces primer seudónimo de D. Leandro) escrita en tercetos entre la aparición del prólogo del Theatro Hespañol en 1785 y la muerte de D. Vicente, exclama: «¿Que replique, Mirtilo, me aconsejas / de Morión [el loco Huerta] a la hinchada algarabía...?», prefiriendo dedicarse a «tareas pacíficas»118, es decir que tanto la carta citada como este poema le predican al amigo o corresponsal lo que no hacen sus autores, e incluso se puede sospechar que Moratín, al redactar su carta antedatada, se acordaría del poema de Forner. Otro argumento: tanto en el romance primero como en el segundo, publicados, con razón según creo, como de Jovellanos por Caso, se alude al entonces y hasta hoy desconocido autor de las Cartas del flebotomiano de Calatayud, que según reza una nota aclaratoria de la copia inédita de El Pedo dispersador de Huerta perteneciente a la biblioteca de Rodríguez-Moñino se atribuyó a Iriarte y que el asturiano (y también, según parece, el propio D. Vicente) supone parto del ingenio de Samaniego119. A propósito de éste, escribe Palacios Fernández en su libro sobre el fabulista que   —74→   «incomprensiblemente fue atribuido dicho romance [el primero de «Antioro»] a Jovellanos», añadiendo que «no había motivo para que el asturiano atacara tan violentamente a Samaniego, al que le unía una antigua amistad. Un análisis del mismo -prosigue- nos revela que en los versos del romance salen malparados, junto al fabulista, el andaluz López de Ayala, Núñez, Iriarte, Huerta y ¡el mismo Jovellanos!»120. Todo esto es cierto, pero lo que se le oculta a Palacios es que en este romance, el «narrador», diríamos hoy, enumera burlescamente, o por mejor decir insta a la fama a que cante, las proezas de D. Vicente contra el «antihortense partido», pidiéndole prestado para ello al vate de Zafra su «ronco fagot», esto es, el ruidoso y... maloliente instrumento antes citado con que «dispersó» a la «chusma» de sus contrincantes; de manera que tenían que salir naturalmente «malparados», como escribe Palacios Fernández, todos los referidos escritores, incluyendo al propio Jovellanos; pero se podrá advertir fácilmente que a éste no se le satiriza, aludiéndose tan sólo, en cuatro versos escasos y con mucha moderación, a su comedia «lacrimosa» El delincuente honrado121, es decir que para guardar mejor el anonimato, el asturiano no podía por menos de incluirse también entre los «malandrines» combatidos por el héroe. En cambio, si fuera Forner el autor del primer romance, según afirma rotundamente el citado estudioso, ¿cómo se puede explicar que a él se le dediquen unos diez versos (del 100 al 110 en la edición de Caso), y sobre todo que se recuerde la inoportuna ocurrencia que tuvo de acometer en su Carta de Antonio Varas no sólo a Trigueros sino a la   —75→   misma Academia, lo que le acarreó notables disgustos, incautándosele los ejemplares y teniendo el autor que ir a excusarse ante el presidente, marqués de Santa Cruz?122 El que se incluyera el romance entre las obras manuscritas de Forner dedicadas a Godoy no es argumento suficiente, pues esta clase de latrocinios era entonces bastante corriente, y -por no citar más que a un amigo suyo- el propio Moratín aprovechó durante el trienio liberal, o poco antes, como queda dicho, varios escritos de finales del XVIII o principios del XIX, ¡incluso a veces firmados y publicados!, para redactar su falso copiador de «1787», y acabó su carrera de dramaturgo en 1814 plagiando e imprimiendo una traducción anónima de El médico a palos, de Molière123. Lo que creo más verosímil es que si en el romance segundo de Jovellanos se le da a Huerta un escudero llamado Polifemo (esto es Forner, aunque no «monóculo» ni tuerto, sí magníficamente bizco a lo Sartre), es que Jovellanos quiso castigar en él la indebida apropiación del primero por el futuro autor de las Exequias de la lengua castellana, el cual redactó a su vez una «segunda parte» para tratar de sugerir que también era suya la primera; fue una «corneta» la que le facilitó la tarea; el asturiano daba inicio a su poema con el verso: «Cese ya el clarín sonoro», luego se refería a «los ecos de [su] corneta», concluyendo con la misma palabra, de manera que le bastaba a Forner -y así lo interpreta también Joaquín Marco124- empezar su «segunda» parte con «Ya que limpia mi corneta» para que la considerasen continuación de la «primera», de la que por lo mismo se afirmaba implícitamente autor.

A manera de conclusión, digamos que las «señas de identidad» de Huerta, según puntualizaba más arriba, son en el romance del «sabio Lirgandeo» idénticas, o poco falta, a las que ponen de manifiesto los tres de «Antioro», habida cuenta de la exageración caricaturesca: grandilocuencia barroquizante y apego al pasado, a la «tradición» estética heredada de los siglos anteriores y dificultad para conformarse con las nuevas tendencias, quizá debido al largo hiato del confinamiento en Orán, orgullo desmesurado y desprecio hacia los contradictores por carencia de argumentos que se suplen por improperios; todo ello resumido en dos conceptos bien sea explícitos o implícitos en las sátiras de los «follones» que llegaron a acabar con su valiente resistencia: «quixotismo», y, lo cual viene a ser lo mismo para ellos, locura125. Esta imagen nos han dejado los contemporáneos más famosos del vate que unos veinte años antes escribió paradójicamente una tragedia de estructura hiperneoclásica y por lo mismo provocativa, pero sin renunciar en el fondo y forma a los criterios que, después de restituido a su patria, seguiría defendiendo con tesón contra los «hispanoceltas».

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¿Cuál de estos fue el que le libró aquella nueva batalla singular? Tal vez acertemos a saberlo algún día, a Dios rogando, y más aún con el mazo dando...





 
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